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MENTIRAS EN LAS HIGHLANDS

LA BANDA DE PRIMOS
LIBRO CUATRO
KEIRA MONTCLAIR
TRADUCIDO POR
L. M. GUTEZ
KEIRA MONTCLAIR
ÍNDICE

Prefacio

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Epílogo

Postfacio
Novelas de Keira Montclair
Sobre la Autora
PREFACIO

Los Grant y los Ramsay en la década de 1280

GRANT

LAIRD ALEXANDER GRANT y esposa, MADDIE


John (Jake) y esposa, Aline
James (Jamie) y esposa, Gracie
Kyla y marido, Finlay
Connor
Elizabeth
Maeve

BRENNA GRANT y marido, QUADE RAMSAY


Torrian (hijo de Quade de su primer matrimonio) y esposa, Heather—
Nellie (hija de Heather de una relación anterior) e hijo, Lachlan
Lily (hija de Quade de su primer matrimonio) y marido, Kyle— hijas
gemelas, Lise y Liliana
Bethia y esposo, Donnan— hijo Drystan
Gregor
Jennet

ROBBIE GRANT y esposa, CARALYN


Ashlyn (hija de Caralyn de una relación anterior) y esposo, Magnus—
hija
Gracie (hija de Caralyn de una relación anterior) y esposo, Jamie
Rodric (Roddy)
Padraig

BRODIE GRANT y esposa, CELESTINA


Loki (adoptado) y esposa, Arabella— hijos, Kenzie (adoptado) y Lucas,
hija, Ami (adoptada)
Braden y esposa, Cairstine— hijo, Steenie (hijo de Cairstine de una
relación anterior)
Catriona
Alison

JENNIE GRANT y esposo, AEDAN CAMERON


Riley
Tara
Brin

RAMSAY

QUADE RAMSAY y esposa, BRENNA GRANT (ver arriba)

LOGAN RAMSAY y esposa, GWYNETH


Molly (adoptada) y marido, Tormod
Maggie (adoptada) y marido, Will
Sorcha y marido, Cailean
Gavin
Brigid

MICHEIL RAMSAY y esposa, DIANA


David y esposa, Anna
Daniel

AVELINA RAMSAY y DREW MENZIE


Elyse
Tad
Tomag
Maitland
1

H ighlands de Escocia, otoño, 1284

—¡Detente! ¡Detente o caerás al vacío!


Rose MacDole chilló en cuanto oyó la profunda voz masculina que la
llamaba. Se giró a tiempo para ver al intruso dirigirse directamente hacia
ella. Un hombre grande, que extendía sus manos como si quisiera cogerla.
Atemorizada, giró sobre sus talones y se alejó por las resbaladizas rocas
de regreso a casa, situada en lo alto del acantilado. Le habían advertido que
no debía hablar con hombres extraños. Era muy raro que viera a un hombre
extraño porque su castillo estaba muy aislado y su madre prefería quedarse
en casa.
El camino de regreso a la seguridad no era fácil, pero lo había recorrido
muchas veces con los pies descalzos, igual que ahora, corriendo y mirando
por encima del hombro mientras el gran hombre la perseguía.
La mejor manera de perderlo era seguir el camino de tierra que llevaba
hacia el mar, y luego colarse en la cueva marina secreta. En sus
profundidades había una puerta secreta que conducía a los sótanos de su
castillo, algo que su padre le había enseñado años atrás.
Se precipitó por el sendero, lanzando rocas y escombros por el lado del
camino hacia el mar; el sonido del recorrido de ambos era un recordatorio
de lo lejos que caería si perdía el equilibrio.
—¡Por favor, detente! No te haré daño. Pensé que planeabas saltar al
vacío. Solo quería ayudar.
Sonaba sincero, pero Rose no podía olvidar las advertencias del hombre
que extrañaba más que nada. Su querido padre, que había fallecido cinco
años atrás, dejándola sola con una madre cuyos estados de ánimo eran tan
violentos e impredecibles como las tormentas de verano, le había hablado
brevemente de lo que los hombres podrían pedirle cuando se convirtiera en
mujer.
Y su primera, y única, experiencia con un beso había terminado mal
para ella. Después de aquel horrible suceso, su madre le había ordenado que
se mantuviera alejada de todos los hombres. No, ella no esperaría a ver qué
quería este. Solo terminaría mal para ella.
Ignorar a su madre siempre traía ese resultado.
Eligiendo sus pasos con cuidado, se apresuró por el camino,
volviéndose de vez en cuando para ver si el hombre estaba ganando terreno.
Era imposible que la alcanzara porque sus pies caminaban con pasos firmes
a través de esos senderos en los acantilados.
Su voz hizo eco con el viento.
—¡Detente! Te exijo que te detengas antes de que te acerques
demasiado al lago y te hundas.
Resoplando, ella quiso preguntarle qué sabía de su tierra natal, de su
castillo construido en los acantilados que daban al mar, donde la sal cubría
la piel y la ropa, y el aire era tan dulce como cualquiera que ella hubiera
probado. El castillo daba a un largo lago que conducía al fiordo y
desembocaba en el mar. Era conocido como Loch Linnhe, o An Linne
Dhubh, el estanque negro.
Había estado dentro y alrededor del agua desde que tenía uso de razón.
A veces, ella creía que pertenecía al agua.
Siguiendo por el camino, finalmente llegó al fondo y corrió hasta el
punto que la llevó a la cueva, con la antorcha en la entrada iluminando su
camino.
Su cueva. Ella y su padre solían venir aquí juntos para sentarse en paz y
tranquilidad. Siempre había sentido que era un lugar sagrado, y a menudo
habían hablado con Dios y rezado en su santuario privado.
Oh, si tan solo pudiera volver a disfrutar de esos días.
El hombre que la perseguía no se rendió fácilmente, y siguió gritándole
que detuviera su carrera. Pero ella no lo haría. Cuando se colara en la cueva,
él no tendría ni idea de qué había sido de ella, la entrada estaba demasiado
oscura para que él viera la puerta secreta.
Ella contó sus pasos.
Con un suspiro de alivio, se introdujo en la sombra de la cueva,
ralentizando sus pasos a medida que avanzaba por el húmedo suelo de
piedra. Las piedras sobre su cabeza brillaban incluso en la oscuridad. Estaba
casi en la puerta cuando su voz hizo eco en el interior de la cueva, con un
timbre profundo rebotando en las paredes. El hombre no se rendiría.
—Por favor, solo quiero ayudarte.
La puerta secreta estaba justo adelante. Sus pisadas le indicaron que
estaba acercándose, inseguro del fondo rocoso. Rezó una rápida oración
para que Dios la guiara con seguridad hasta su refugio detrás de la puerta.
Un minuto después, atravesó la puerta y la cerró con un profundo
suspiro de alivio.
Lo había conseguido.
Entonces, ¿por qué sentía una breve punzada de arrepentimiento?
Roddy Grant estaba luchando contra la indecisión. No sabía si debía seguir
persiguiendo a la muchacha que había visto por primera vez en el
acantilado, con aspecto de estar a punto de saltar a la muerte, o si debía
rendirse y asumir que ella probablemente había renunciado a su oscura
intención.
Se detuvo para recobrar la compostura, para frenar los latidos de su
corazón, y luego decidió detener su persecución. Por ahora. Aunque
anhelaba ayudar a la chica, era un extraño aquí, lejos de casa, y no serviría
de nada derribar la puerta.
Este lugar era conocido como Loch Linnhe, el estanque negro, según su
primo Braden, quien había sumido el mando del castillo de su esposa no
muy lejos de aquí. ¿Cómo se había ganado un nombre tan siniestro?
Mirando por encima del borde, respondió a su propia pregunta mientras
contemplaba la oscuridad en la base de las cuevas; el sonido del agua
golpeando las afiladas rocas era la única pista de que había un lago bajo él.
Al ser un lago marino, no era como aquel con el que había crecido en el
borde de su amada tierra Grant. Estas eran aguas traicioneras.
Había llegado aquí en una misión de la Banda de Primos. Su prima
Maggie había fundado el grupo con su marido Will. Él y los demás habían
dedicado sus vidas a poner fin a la despreciable práctica de vender humanos
a través del agua a otras tierras. Desde entonces, habían logrado salvar a
varios chiquillos, tanto niñas como niños, de sus captores. Algunos fueron
devueltos a sus familias, otros fueron adoptados porque sus familias no los
querían.
Tras la última reunión de los primos, Roddy y sus dos primos Grant,
Connor y Braden, habían decidido centrarse en las zonas del noroeste de
Escocia. Roddy y Connor habían ido a la deriva hacia la costa con la
intención de encontrar lugares en los que los barcos pudieran desembarcar y
recoger carga humana. Braden no se había unido a ellos en este viaje porque
estaba recién casado, pero los acompañaría en la siguiente excursión.
Su viaje lo había llevado hacia este castillo. Era uno pequeño, no muy
lejos de la Abadía de Sona, por lo que era muy posible que sirviera de
sustento a una pequeña familia en lugar de a un clan. En el terreno rocoso
no era probable que crecieran muchas siembras, aunque se podía cultivar un
pequeño jardín.
Casi habían decidido no investigar el castillo debido a su insignificante
tamaño, pero Roddy se había sentido atraído por una fuerza inexplicable.
Había insistido en echar un vistazo más de cerca mientras Connor seguía
cabalgando para explorar otra zona. Se reunirían más tarde.
Desde la distancia, no habían visto que el castillo estaba situado
directamente en el lago Linnhe, lo que lo convertía en un punto de interés
para la Banda de Primos. Braden le había dicho que el lago no estaba lejos,
que era exactamente la razón por la que se habían dirigido en esa dirección,
pero no había mencionado el castillo.
Desde la distancia, no habían visto a la muchacha.
Roddy patinó y se tambaleó por el peligroso terreno en su camino de
regreso a través del acantilado en el que había estado cuando había visto a
la muchacha por primera vez. El castillo era precioso, pero estaba
completamente rodeado de agua por tres lados, situado en lo alto de
múltiples rocas y acantilados, los cuales eran presumiblemente demasiado
empinados para que los invasores los utilizaran como puntos de ataque.
Roddy se quedó de pie a poca distancia, con la brisa de principios de otoño
refrescándolo, pensando en la muchacha.
La imagen de ella allí, de pie, lo acompañaría siempre. La muchacha era
gloriosamente hermosa, con un cabello tan oscuro que podría considerarse
negro. Largos mechones se habían escapado de su trenza, azotados por el
viento, mientras miraba las tumultuosas aguas bajo ella.
¿Realmente había tenido la intención de quitarse la vida al arrojarse al
vacío?
¿O él solo lo había pensado porque esa idea de tirarse desde los
acantilados había pasado por su cabeza mientras contemplaba las aguas
agitadas y brutales del mar oscuro? Era cierto que él no se había planteado
saltar a la muerte, sino todo lo contrario, pero quienes lo conocían se
sorprenderían al oír la inusual dirección que habían tomado sus
pensamientos.
El miedo a la muerte había estado presente en su mente desde que tenía
uso de razón, pero había cobrado vida después de que su tío Alex, el mayor
guerrero de las Highlands, casi fuera abatido en batalla. Ver a Braden luchar
en su batalla más reciente había avivado su miedo aún más, hasta el punto
de que ya no podía ignorarlo. De hecho, el miedo había crecido tanto que se
planteó solicitar no luchar como guerrero del Clan Grant en el futuro.
Pero entonces, ¿qué pensaría su clan de él? Todo muchacho soñaba con
convertirse en un excelente guerrero, especialmente si podía luchar por una
de las fuerzas más poderosas de todas las Highlands.
El sueño recurrente de ahogarse en aguas profundas que lo asaltaba
noche tras noche no hacía más que empeorar las cosas, obligándolo a
preguntarse qué había provocado exactamente todo esto.
¿Sus pesadillas lo habían arrastrado de alguna manera hasta el lago
Linnhe? ¿El estanque negro tenía un mensaje para él? Por mucho que
buscara respuestas en su mente, no encontraba nada.
Entonces, la muchacha apareció, distrayéndolo de sus pensamientos.
Volvió al camino principal que había seguido antes de perseguirla. Iría
al castillo. Dado que su objetivo era patrullar la zona, sería cortés
presentarse a las puertas y solicitar la entrada en nombre del clan Grant, y
eso también le permitiría preguntar por la chica.
Para su sorpresa, el guardia de la puerta le permitió entrar sin mucho
interrogatorio. Después de que el mozo de cuadra se llevara su caballo, se
dirigió a la torre y se sorprendió al ver a una mujer que esperaba su llegada.
Era alta y delgada, con el pelo oscuro recogido en un moño.
—Adelante, joven. ¿En qué puedo ayudarlo? ¿Se ha perdido? No es
frecuente que tengamos visitantes en nuestros acantilados. —Su amplia
sonrisa parecía sincera y le indicó que entrara con un gesto de mano.
Mientras él la seguía por la puerta, ella se volvió rápidamente para dirigirse
a una sirvienta—. Por favor, prepara una comida sencilla para nuestro
invitado. Estoy segura de que tiene mucha sed, venga de donde venga.
Roddy echó un breve vistazo al gran salón, a los exquisitos tapices, al
armamento y al sofisticado trabajo en madera. Este era un castillo
construido con gran riqueza.
—Soy del Clan Grant.
—¿Clan Grant?
—Sí, del Valle de Dulnain.
—Entonces estás muy lejos de casa. Siéntate, muchacho.
Roddy se sentó en la mesa de caballete más cercana, aceptando la ale y
el pan traídos por la muchacha de servicio. Esperó a que la mujer ocupara
una silla acolchada cerca de la mesa antes de hablar.
—Espero no estar siendo fisgón, pero fui atraído por el mar, y encontré
el camino a un acantilado justo al sur de su castillo. Vi por casualidad a una
joven en una situación precaria. Temí que estuviera a punto de saltar o caer
hacia su muerte. ¿Sabe usted de ella?
—¿Una joven a punto de saltar a su muerte? —Se llevó la mano a la
garganta, conmocionada. Momentos después, su expresión se relajó—. Oh,
debiste haber visto a mi hija, Rose, pero ella nunca intentaría semejante
cosa. Le encanta caminar por los acantilados, y lo ha hecho desde que era
una niña. Es de pie firme como cualquier animal, créeme. Debiste haberla
visto durante su paseo matutino. Ella es una dulzura. Créeme, no estaba a
punto de saltar a su muerte. La chica simplemente ama el mar, y cuanto más
golpean las olas contra las rocas, más tiempo permanece. Nunca me
preocuparía por ella en el acantilado. Su padre le enseñó a cruzar los
acantilados hace muchos años. Era el ritual matutino de ambos. —La mujer
hizo un gesto con la mano a la sirvienta y dijo—: Por favor, pídele a Rose
que nos acompañe.
Volvió a sonreír y dijo:
—Dejaré que la veas con tus propios ojos si estás muy preocupado.
Él asintió, escuchando el ligero acento inglés de la mujer. ¿Qué habría
traído a una inglesa tan al norte de las Highlands?
—Mi agradecimiento. Me sentiría mejor si viera que está sana con mis
propios ojos. Soy Roddy Grant. ¿Y usted?
—Oh, perdón. Soy Jean MacDole. Mi marido Walter falleció hace
varios años. Rose y yo hemos tenido que luchar contra su pérdida. Ella
camina por los acantilados para mantener el recuerdo de su padre fresco en
su mente. Ambas lo adorábamos. —Sus ojos se empañaron mientras sus
manos caían en su regazo—. Joven, no debes preocuparte. Ahora dime por
qué un muchacho Grant está en nuestra zona.
—Solo viajo hacia el norte. A mis primos y a mí nos gusta viajar,
conocer gente nueva y hacer contactos con otros clanes. Tenemos un primo
que ahora está en el castillo de Muir, así que deseábamos conocer a sus
vecinos.
—Estás muy lejos del Castillo de Muir.
—Quizás a medio día de viaje o menos. ¿Hay algún clan grande en la
zona?
—Unos cuantos. Pero no me relaciono con ellos. Por si no lo has
notado, soy inglesa. Nuestro matrimonio fue arreglado y yo hice lo que me
dijeron que hiciera. Afortunadamente, Walter y yo llegamos a amarnos. Y
nuestra dulce Rose es el resultado de nuestro querido amor. Ah, aquí está
ella ahora.
Sonrió y se puso de pie para saludar a su hija, quien había abierto
mucho los ojos en cuanto entró en el vestíbulo. Su mirada se había dirigido
brevemente a su madre, pero ahora permanecía en Roddy. Sus ojos eran de
un inquietante tono azul oscuro, casi púrpura. ¿Cuándo había visto él unos
ojos de ese color?
Roddy también se puso de pie y luego dio un paso más hacia ella, con
una extraña fuerza tirando de él.
—Saludos, mi señora. Mis disculpas si la he asustado hace unos
momentos. No era mi intención, pero temía por su seguridad. Es un largo
camino hasta el turbulento lago. Llaman al lago marino el estanque negro,
¿verdad?
Ella sonrió, una hermosa pero vacilante sonrisa. Su pelo mostraba la
evidencia de su viaje en los acantilados. Los mechones de pelo que él había
visto ondear al viento ahora caían en suaves rizos sobre su rostro. Tenía
unos labios que hacían honor a su nombre, tan rosados como las flores.
Esperó su respuesta, pero ella miró al suelo.
—¿Está bien? ¿No se ha hecho daño en las rocas? Pensé que estaba
descalza. Esas alfombras escarpadas debieron haber resultado muy afiladas
sobre su delicada piel.
Pero ella no contestó, sino que movió los dedos de los pies dentro de las
suaves zapatillas de casa azules que llevaba. Llevaba un vestido azul oscuro
que resaltaba sus ojos. Roddy tuvo que admitir que nunca se había sentido
tan atraído por el aspecto de una muchacha como ahora. Cómo deseaba
tocar la suave piel de su mejilla o probar el dulce sabor de sus labios. Pero,
sobre todo, quería que le dijera que estaba bien, no porque le preocupara su
salud, sino porque deseaba oír su voz.
¿Sería baja y ronca? ¿Aguda y suave?
¿Cómo conseguiría que le respondiera?
Le haría una pregunta que requiriera una respuesta en lugar de un
simple movimiento de cabeza.
—¿Cuál fue el camino que siguió? —Cuando no respondió, él continuó
—. ¿Y cuál es su flor favorita? —Ridículo, pero no se le ocurrió otra cosa
que la obligara a hablar.
Su madre respondió:
—Milord Grant, mi hija es sorda y no habla.
2

R ose tuvo que escuchar a su madre mentir. Ese era su destino. Debía
permitir que todos creyeran que no podía oír, simplemente porque no podía
hablar.
A veces era una bendición, pero en este caso, deseaba poder conversar
con el hombre de pie frente a ella. Su discapacidad sí le permitía mirar a la
gente a voluntad, algo que rara vez se le cuestionaba, y lo utilizó en su
beneficio para observar a ese hombre rubio que estaba lo suficientemente
cerca como para tocarlo.
Aunque le había temido en los acantilados, ahora estaba sencillamente
intrigada. Desde la muerte de su padre, su madre se mantenía en el castillo
y solo salía para visitar la iglesia o la abadía para rezar. Dejaba a Rose en
casa para no someterla a la curiosidad natural de la gente por una niña que
no podía hablar ni oír. O eso decía ella. Recibían alguna visita ocasional,
pero Rose era rara vez invitada a unirse a su madre. La mayor parte de su
tiempo lo pasaba al aire libre o en su habitación.
Su existencia solitaria no la había molestado en medio del dolor por su
padre —los años habían pasado prácticamente sin que se diera cuenta—,
pero su vida había empezado a parecerle vacía últimamente. Hueca. Este
hombre había viajado por las Highlands. ¡Oh, las historias que debe tener!
No lo había visto bien en los acantilados, pero también era bastante
apuesto, con el pelo bañado por el sol y ojos grises, ojos que le llegaban al
alma. Algo le decía que no era un peligro para ella después de todo, que, de
hecho, podría ser un amigo.
Pero solo si podía encontrar una forma de comunicarse con él lejos de la
mirada de su madre.
Su piel estaba bronceada por el sol, y tenía una mandíbula fuerte y
cincelada con una cicatriz justo encima del ojo derecho, tan cerca que era
un misterio que no se hubiera quedado ciego por lo que hubiera dañado su
piel lo suficiente como para dejar una profunda cicatriz.
No desviaba la atención de su atractivo en absoluto, sino que lo hacía un
poco más llamativo.
Rose sospechaba que a ella se le había concedido una perspicacia
especial sobre la gente que la rodeaba para compensar su deficiencia.
Cuando pasaba tiempo cerca de alguien, podía intuir cosas sobre ellos:
cómo eran, si su comportamiento correspondía con sus palabras. Había
estado escondida a la vuelta de la esquina, así que sabía que ese hombre se
llamaba Roddy Grant. Roddy o Rodric, supuso, tenía un carácter fuerte, la
apariencia de un guerrero y un poderoso sentido del orgullo y el honor. Ella
solo percibía una confianza tan absoluta en una de cada cuatro o cinco
personas. Siempre le hacía desear conocer mejor a la persona.
También percibió algo más. Roddy Grant era un hombre atormentado.
Inclinó la cabeza, intentando recoger más pistas sobre él. Parecía sentirse
culpable, pero eso era todo lo que ella podía discernir.
Así se entretenía entre desconocidos. No podía comunicarse con ellos,
así que se dedicaba a observarlos, esperando encontrar pistas sobre sus
caracteres en la forma en que se comportaban, hablaban con los demás y
actuaban. Rose se sorprendió cuando Roddy le hizo una leve reverencia,
indicando que se marcharía, y agradeció a su madre su hospitalidad.
Ella no quería que se fuera. No quería perder de vista ese cabello besado
por el sol ni esos ojos expresivos. Cómo deseaba poder rogarle que se
quedara o que le prometiera que se reuniría con ella para un breve interludio
en los acantilados o en los jardines. Ahora que lo había conocido, tenía un
deseo ardiente.
Deseaba saber qué había hecho Roddy Grant para sentirse culpable.

Roddy tenía que admitir que nunca se había sorprendido tanto como cuando
Lady MacDole había anunciado que su hija era sorda y muda. Al instante,
había sentido lástima por la pobre muchacha. Aunque no presumía de saber
nada de ella, su vida tenía que ser solitaria. Estaba aislada del resto del
mundo no solo por su ubicación y su pequeña familia, sino también por el
hecho de que la naturaleza le había arrebatado el habla y el oído, dos
elementos muy valiosos para la comunicación. No pudo evitar preguntarse
si había sido así desde su nacimiento o si había perdido el oído y el habla en
algún trágico accidente.
Incluso mientras salía del gran salón, sabía que su trabajo allí no había
terminado. Buscaría respuestas. Se dijo a sí mismo que no era su belleza lo
que lo impulsaba, sino el deseo de ayudarla. Después de todo, su propia
madre, Caralyn, era la sanadora de los Grant, una vocación que había
aprendido de sus tías Jennie y Brenna Grant, dos de las sanadoras más
renombradas de toda Escocia. Estaba contento por los conocimientos de su
madre. A menudo tenía muchas preguntas para ella.
Salió del aislado castillo y se dirigió al claro donde Connor y él habían
acordado reunirse cuando el sol estuviera en lo alto. Llegó un poco
temprano, pero Connor ya estaba allí de pie masticando una manzana, y con
un morral lleno de la fruta madura que colgaba de su alforja. Su caballo
masticaba su propia golosina.
—¿Un viaje exitoso? —preguntó Connor entre masticadas.
—No, ciertamente no.
—Estás bastante pensativo por algo —observó Connor.
Roddy dejó escapar un profundo suspiro. Apenas podía dar sentido a
sus propios pensamientos, pero tal vez Connor podría ayudarle a
resolverlos. Él, Connor y Braden habían sido amigos durante todo el tiempo
que llevaban vivos. Mejor aún que ser primos.
Solo había una cosa que le había ocultado a Connor a sabiendas. El
último hijo del renombrado guerrero Alexander Grant, Connor amaba ir a la
batalla.
¿Comprendería el miedo de Roddy a morir?
Tal vez era el momento de averiguarlo. Después de contarle lo extraño
de la situación de Rose MacDole y el hecho de que su castillo daba a Loch
Linnhe.
—Me desvié por los acantilados cercanos al castillo y vi a una
muchacha de pie cerca del borde.
Las cejas arqueadas de Connor le dijeron que había captado su interés.
—La seguí, pero ella huyó. No me sorprendió porque claramente soy un
extraño, pero ella era de paso firme y me superó. Tuve que ir hasta las
puertas para conseguir entrar y ver de qué se trataba. —Se cruzó de brazos
y miró fijamente las flores de color violeta intenso que había a poca
distancia de sus pies, notando lo cerca que estaban del color de los ojos de
Rose.
—¿Y entonces? —Connor sabía escuchar, como su padre. Roddy
deseaba que fuera un rasgo que él compartiera, pero carecía de paciencia y,
la mayoría de las veces, comenzaba a acribillar al interlocutor con
preguntas a mitad del relato.
—El castillo era propiedad de un tal Walter MacDole, fallecido hace
varios años, y ahora lo ocupan su viuda y su hija, Rose. Rose es la que vi en
los acantilados. No vi a muchos más… un guardia en la puerta, una
sirvienta y un jefe de cuadra.
Connor dio otro mordisco a su manzana, hablando con la boca llena.
—Por lo general, conocer a una pequeña muchacha dibuja una sonrisa
en la cara de un muchacho. ¿Por qué tu expresión me dice lo contrario?
¿Era fea?
Roddy silbó.
—Lejos de ser fea. Era toda una belleza, con el pelo oscuro, casi negro,
y los ojos casi del color de éstas. —Señaló las flores que había visto.
—¿Y esto te molesta? —Connor lucía ahora una sonrisa traviesa.
Roddy también sonrió, sabiendo cómo reaccionaría su primo cuando lo
pusiera al corriente.
Capturó la mirada de Connor.
—Eso no me molestó. Me preocupó descubrir que la muchacha no
puede oír ni hablar.
—¿De verdad? —La sorpresa en el rostro de Connor era exactamente la
reacción que había esperado. Su primo se quedó mirando al suelo,
reflexionando sobre esta nueva información—. ¿Cómo sabes que es sorda si
ella no puede decirlo?
—Su madre me lo ha dicho.
—Así que has aceptado esto. —Connor hizo una pausa, mirando a los
árboles antes de volver a hablar—. ¿Por qué te molesta?
—No puedo explicarlo, pero algo en su situación no está bien. El
castillo se encuentra en el lago marino del que nos habló Braden. Loch
Linnhe describe el agua con bastante precisión: oscura y turbulenta. Yo
pude ver desde los acantilados. Esa puede ser otra razón para volver.
Su primo apoyó las manos en las caderas y se acercó dos pasos.
—¿Porque viste algo que te hizo creer que podía ser parte del Canal de
Dubh?
El Canal de Dubh era la red principal que ellos y sus primos habían
estado persiguiendo. Un grupo poco organizado que capturaba a muchachos
y muchachas y luego los enviaba lejos, para nunca más ser vistos.
Se encogió de hombros.
—Tal vez. Haría falta un gran barco para manejar esas aguas
traicioneras. —Si deseaba compartir su problema con Connor, había llegado
el momento. Roddy se pasó la mano por el pelo y lanzó un profundo
suspiro, como si ese aliento extra pudiera sacar las palabras de sus labios—.
Hay algo más sobre lo que deseaba saber tu opinión. Últimamente he tenido
pesadillas.
Connor frunció el ceño, mirando a su primo.
—Continúa.
—Sueño que estoy sumergido en el agua y que lucho por salir a la
superficie, batallando por coger aire. —Comenzó a caminar, esperando
tener el valor para decir aún más—. Yo… aparentemente he desarrollado
este inusual miedo a morir. Desde que tu padre…
Connor levantó la mano.
—No digas más. Lo entiendo. Yo mismo pasé por algo similar, pero fue
de corta duración. Cuando cabalgamos hacia la batalla contra Buchan,
estaba seguro de que sería abatido, al igual que mi padre. Antes de la
batalla, soñaba que era yo quien yacía herido en el campo ante el castillo
Grant.
—¿De verdad? —No podía estar más sorprendido de escuchar esas
palabras del hijo de Alex Grant.
—Sí, pero en cuanto volví a blandir mi espada, el miedo desapareció.
Al parecer, Roddy no disimuló bien su decepción, porque Connor no
tardó en añadir:
—Supongo que a ti no te ha ocurrido lo mismo.
Roddy se frotó los ojos con la parte inferior de las manos. ¿Por qué no
podía borrar los miedos de su mente?
—No. Mi miedo a morir en la batalla no ha cambiado, y mis pesadillas
solo han empeorado. Cuando miré a través de esa agua oscura, las agitadas
profundidades me hipnotizaron.
—¿Ese es el tipo de agua que ves cuando te despiertas después de una
pesadilla?
Roddy pensó un momento antes de responder, considerando las
imágenes y sonidos que recordaba de sus terrores nocturnos.
—No, mi sensación es que el agua está tranquila. No se parece en nada
a Loch Linnhe, pero me siento atraído a volver al castillo, al agua. Algo me
está impulsando.
Connor se acercó a su caballo, acariciando su flanco.
—Nunca cuestionaría tus instintos. Creo que deberíamos volver.
—¿Para ver si reconozco algo de mi sueño?
—No, creo que deberíamos bajar a hurtadillas al agua para buscar un
embarcadero. Para eso estamos aquí, ¿no? Por tu descripción, podría ser el
lugar perfecto para que esos crueles desgraciados embarquen a sus cautivos.
La mujer y la muchacha en el acantilado pueden no tener idea de lo que
ocurre debajo de su hogar. Seríamos negligentes si no exploráramos más, si
no buscáramos nada inusual. —Luego le guiñó un ojo a Roddy—. Y si por
casualidad vemos a la muchacha, mejor. Ella podría ser lo que te está
impulsando a volver, no el agua. Me encantaría conocerla, a ver qué pienso
de ella.
Roddy esbozó una sonrisa. Había esperado que Connor le sugiriera
volver.
—Tiene mucho sentido para mí. Dudo que volvamos a entrar en el
castillo, pero hay una cueva marina abajo, una en la que ella desapareció
cuando la seguía. Si el sol sale, podría iluminarnos la zona de la cueva. —
Se acercó a su caballo para montar—. ¿Has encontrado algo de interés en el
castillo donde te detuviste?
—No, no hay nada que nos interese allí. Sospecho que el destino nos
llevó al castillo MacDole y a una hermosa muchacha. Espero que la
veamos.

Roddy y Connor se dirigieron de nuevo hacia Loch Linnhe, y optaron por ir


directamente a la puerta principal para comenzar su búsqueda. El
crepúsculo estaba sobre ellos, así que Roddy temía que los rechazaran, pero
les permitieron entrar.
Un hombre los recibió en la puerta del salón.
—¿No estuviste aquí hoy temprano, muchacho?
—Sí, mi nombre es Roddy Grant, y este es mi primo, Connor Grant. No
lo vi a usted antes.
La mirada del hombre se centró en él, estrechándose un poco.
—No, no lo hiciste. Soy Harold Caswell, mayordomo del castillo
MacDole. ¿Puedo ser de ayuda?
—Nos gustaría hablar con Lady MacDole y su hija Rose —dijo Roddy
—. Tenemos algunas preguntas para ellas.
Caswell miró a un lado antes de regresar la mirada con su respuesta.
—Las damas se han retirado por la noche. Si tienes alguna pregunta,
puedes hacérmela a mí. Tengo permiso para hablar en nombre de Lady
MacDole. Ya sabes que su hija no puede responderte, si mal no recuerdo.
—Sí. —Roddy miró a Connor antes de responder—. Estamos buscando
información sobre cualquier cargamento realizado desde aquí. ¿Ha sido
testigo de algún suceso inusual en el lago marino? ¿Quizás un barco
atracando cerca en la noche? ¿Una pequeña embarcación que lleve mucha
gente? ¿Algún ruido inusual por la noche?
Harold sacudió la cabeza con vehemencia.
—Nunca he oído ningún barco por la noche. Es bastante absurdo que
sugieras que tales actividades podrían tener lugar cerca de nuestra tierra sin
que lo sepamos. Mi respuesta es no, así que podéis iros. No encontraréis
nada de eso aquí.
Connor dijo:
—Muchas gracias a usted. Nos iremos.
El senescal asintió y giró sobre sus talones antes de volver a entrar en el
castillo.
En cuanto el hombre estuvo lo suficientemente lejos, Connor dijo:
—Estoy de acuerdo con tus instintos. Algo no está bien aquí.
Cogieron sus caballos del establo y salieron por la puerta principal para
no levantar sospechas. En cuanto se perdieron de vista, Roddy dijo:
—Voy a volver a los acantilados. Tengo que ver si Rose ha vuelto.
—Te seguiré —dijo Connor—. Si la encuentras y deseas hablar con ella,
haré guardia por ti. A ver si averiguas algo, aunque no sé cómo ya que ella
no puede oír ni hablar.
—No hace falta que me hagas guardia. Haz tu propia investigación de la
zona. Te encontraré más tarde.
Connor asintió.
—Me parece bien. Encontraré el camino hacia el agua. Me gustaría ver
por mí mismo si hay dársenas o amarres. Reúnete conmigo cuando hayas
terminado lo que sea que estés buscando a estas horas. —Se rio y le dio una
palmadita en la espalda a Roddy antes de alejarse por el camino y
desaparecer de la vista.
Se reuniría con Connor cuando pudiera porque estaba de acuerdo en que
podía haber algo en el lago marino, pero primero tenía asuntos más
urgentes.
Debía ver a Rose. Si la veía una vez más, su interés se apaciguaría.
Estaba seguro de ello.
3

R ose estaba sentada en su saliente rocoso favorito del acantilado


inferior con vistas al mar. Amaba escuchar el movimiento de las olas
cuando el clima estaba agitado. El sonido de las crestas al chocar contra las
grandes rocas de la costa le permitía recordar el tiempo que había pasado
aquí con su padre, observando cómo las olas espumosas se deshacían en mil
burbujas y las gaviotas y los pelícanos que sobrevolaban la zona se
lanzaban a por sus presas. Su ave favorita era el pelícano. Tenía la
asombrosa capacidad de volar casi verticalmente tras su presa. Luego salía
a la superficie rápidamente con un profundo trago, indicándole que su cena
había comenzado. Su padre le había enseñado todo sobre sus amigos
emplumados, siendo su favorito el búho.
Pero por mucho que disfrutara observando a los pájaros y deleitándose
con la belleza natural del mar y sus acantilados, su mente estaba distraída
por el recuerdo de un par de ojos grises. ¿Podría Roddy Grant ayudarla?
Aunque amaba su hogar, estaba cansada de estar sola. Había pensado en
huir, pero no tenía ni idea de adónde podía ir.
El miedo a las represalias de su madre también la mantenía en casa.
Estaba aislada, una especie de prisionera, tanto por su discapacidad como
por su ignorancia del mundo que la rodeaba.
Tenía que haber algo más en la vida que soñar en un afloramiento
rocoso situado en el lado de un acantilado.
Cómo deseaba que su madre le hubiera dado la oportunidad de aprender
a leer. En ocasiones, su padre había traído libros a casa desde la abadía. Le
había enseñado las letras y las palabras, asegurándose de que pudiera
reconocer los números y todas las letras del alfabeto, pero su madre había
puesto fin a las lecciones. Había declarado que las tareas eran demasiado
estresantes para Rose, pero ella sabía la verdadera razón.
Su madre deseaba tener un control total sobre su hija y sobre todo lo
que ocurría en el castillo. Eso había sido un constante motivo de discordia
entre sus padres.
Ahora, Rose estaba abandonada en un mundo donde no podía
comunicarse con los demás, un mundo de silencio y frustración.
Ahora que su padre se había ido, su madre se había encargado de que no
tuviera contacto con el mundo exterior.
Oyó la caída de una roca sobre la cornisa y captó algo por el rabillo del
ojo. Se puso en pie de un salto y vio que alguien se dirigía hacia ella a
través de los acantilados.
Roddy Grant.
Esta vez dio un paso tentativo hacia él en lugar de huir. Era hora de
dejar de huir. En cuanto se encontraron, ella sonrió con cautela.
—¿Puedes leer mis labios? —preguntó Roddy.
No respondió, sino que se acercó a él. A él le parecía importante saber
la verdad. Si lo sabía, tal vez podría ayudarla. Atreviéndose a hacer algo
que nunca había hecho antes, le cogió la mano, acercándolo, y empezó a
hacerle gestos. Ella tiró de su propia oreja, asintió, y luego se llevó el dedo
a los labios como para callarlo.
—Supongo que esa es mi respuesta. Cómo me gustaría que lo hicieras,
Rose. Hay algo raro en tu vida, tu madre, tu mayordomo, algo que deseo
descubrir. Me vendría bien tu ayuda.
Su corazón dio un vuelco, un sentimiento parecido a la esperanza. Él no
había entendido su mensaje silencioso, pero estaba claramente interesado en
su bienestar.
—Había esperado que pudieras decirme algo. —Empezó a darse la
vuelta, pero ella lo cogió del brazo.
No iba a perder esta oportunidad. Manteniendo su mano firme, ella
volvió a tirar de su oreja, asintiendo, suplicándole que la entendiera.
—No entiendo. Si no puedes oír, ¿por qué tiras de tu oreja?
Rose sacudió la cabeza y señaló la boca de Roddy, luego su propia
oreja, y volvió a asentir. Apartó el dedo índice de su oreja y luego señaló la
cara de Roddy, asintiendo.
—¿Qué? ¿Alguna vez pudiste escuchar?
Ella sacudió la cabeza con tanto énfasis que él entendió finalmente la
verdad. Ella pudo verlo en su mirada.
Él le cogió la mejilla y le susurró:
—¿Puedes oírme?
Ella asintió, con una amplia sonrisa en el rostro. Señaló su boca y negó
con la cabeza.
—¿Puedes oír, pero no puedes hablar?
Ella asintió de nuevo, llena de la alegría de ser comprendida, y no pudo
evitar darle un breve abrazo antes de retroceder.
—¿Por qué mintió tu madre?
Rose pensó detenidamente en algunas de las cosas que su padre le había
enseñado, y luego trazó la letra S en su pecho, gesticulando la palabra
lentamente para él.
—¿Es un secreto? Pero, ¿por qué?
Luego señaló el castillo y formó la palabra «madre» con los labios.
—¿Tu madre desea que sea un secreto?
Cuando ella asintió rápidamente, él pareció desconcertado y susurró:
—¿De verdad? ¿Por qué te haría algo así?
Rose bajó la cabeza y cerró los ojos; de repente, su vergüenza por el
trato que su propia madre le daba fue demasiado. Los recuerdos de su
accidente revolotearon por su mente como luciérnagas, pero prefirió
ignorarlos, no quería recordar nada al respecto; era simplemente demasiado
doloroso. Sintió que el rubor subió a sus mejillas. Tal vez debería
marcharse. Una lágrima se formó en su pestaña, así que giró el rostro y se la
quitó.
Todo lo que había querido era un amigo.
Roddy la rodeó y la tranquilizó con una suave mano en el hombro.
—No, no me dejarás después de esa revelación. Deseo saber más, Rose.
Algo extraño está sucediendo aquí. No estoy seguro de que estés
involucrada, pero si es así, me gustaría ayudar. ¿Qué puedes decirme?
Su ceja se arqueó de una manera que estiró la cicatriz cerca de su ojo.
Ella quería preguntarle cómo se había ganado esa marca, pero no podía.
Acercó a su mejilla y él dio un paso más antes de quedarse inmóvil, con la
mirada fija en la de ella cuando las puntas de sus dedos tocaron su piel.
Rose jadeó ante el contacto. Su piel era cálida y áspera debido a su
barba afeitada. Retrocedió con incertidumbre, pero él asintió y buscó su
mano, ahuecándola dentro de la suya y llevándola de nuevo a su mejilla.
—No te apartes. Me gusta tu tacto. Tu piel es muy suave. —Él sonrió y
ella suspiró por lo apuesto que se veía con esa sonrisa; dientes blancos
brillando en la oscuridad de la noche.
Decidiendo ser atrevida, dio un paso más y acercó su pulgar para trazar
la cicatriz cerca de su ojo. Frotó la piel brillante, ahora pálida frente al
bronce de su cara oscurecida por el sol, y arqueó las cejas en señal de
pregunta.
—Ah, mi cicatriz te desconcierta. —Él le pasó el dorso de la mano por
su mejilla—. Lo más extraño de esa cicatriz es que no recuerdo cómo me la
hice. Probablemente peleando con uno de mis primos. Tengo muchos y nos
gustaba practicar con la espada desde pequeños.
Ella movió lentamente los labios al igual que él lo había hecho:
—¿Primos? —Aunque no salió ningún sonido.
—Sí, tengo muchos primos varones, y todos luchamos por ser como
nuestros padres y tíos. Practicamos para ser guerreros y así estar preparados
para luchar y defender a nuestro clan cuando llegue el momento. —Se
quedó callado durante un largo momento, como si estuviera considerando
algo, y luego dijo—: No sé cómo ni por qué, pero tal vez la forma en que
me hice esta cicatriz es la razón por la que tengo miedo a morir. —Se quedó
mirando la luna, con los ojos oscurecidos por el dolor—. Cada vez que la
batalla es inminente, el miedo me quita la capacidad de pensar, de razonar,
de mantener mis emociones bajo control. Es muy peligroso, eso lo sé.
Fascinada por este hombre, asintió, animándolo a continuar.
—Soy un guerrero de uno de los clanes más poderosos de las
Highlands, los Grant, y me asusto cada vez que saco mi espada. Observé a
mi primo Braden en la última batalla que libramos, y podría haber vaciado
mi estómago al ver los riesgos que corrió. ¿Y si enfermo delante de todos
los demás guerreros? ¿Y si me desmayo o me tiro al suelo de miedo? Te
diré que yo sería una vergüenza para mi padre y mi tío y mis primos…
Él se detuvo, con las manos en las caderas y la mirada fija en las rocas
más abajo. ¿Roddy había asumido que ella estaba contemplando un salto
porque él mismo había considerado terminar con su vida? La idea la hizo
estremecerse.
Siguió mirándolo, dándole la oportunidad de aliviar su carga, en caso de
que hablar de su miedo en voz alta pudiera hacerlo. Aunque estaba
claramente avergonzado, ella imaginaba que el miedo que sentía era
bastante normal. El padre de Rose había luchado en una batalla en
Inglaterra, y a menudo le había contado cómo le había afectado eso.
—Si avergüenzo a mi clan, me veré obligado a esconderme, cosa que no
quiero. Mi única esperanza es que sea capaz de ocultar bien mis miedos. —
Devolvió su mirada a la de ella, con su mano subiendo ahora a su mejilla—.
Te agradezco por escuchar. —Le pasó el dorso de la mano por la mejilla—.
No tienes ni idea de lo hermosa que eres, ¿verdad, Rose MacDole?
Ella sacudió brevemente con la cabeza para indicar que estaba
confundida, así que él cogió sus mejillas y dijo:
—Eres tan hermosa que anhelo besarte. ¿Me lo permites?
Rose asintió con la cabeza, segura de que este beso sería diferente al
primero que había experimentado, uno forzado. Él se acercó y la rodeó con
sus brazos. Sopló un viento fuerte y el ulular de un búho los llamó. Roddy
era tan apuesto que casi la dejó sin aliento.
Sus labios descendieron sobre los de ella. Rose no sabía cómo
reaccionar, pero le siguió los pasos, moviéndose de la misma manera que él.
Su lengua tocó el borde de sus labios y ella los separó con vacilación,
sorprendida por la sensación de su lengua invadiendo su boca. La sorpresa
se convirtió en pasión cuando probó por primera vez a este hombre, tan
dulce como una manzana recién recogida. Roddy emitió un sonido extraño,
parecido al gruñido de un animal, y la acercó más, los músculos planos y
duros de su abdomen y su pecho se fundieron con las curvas de ella, de
modo que casi se sintieron como una sola persona. Las mejillas de Rose se
calentaron y su respiración se agitó y se volvió áspera. Lamentablemente, él
terminó el beso muy de golpe, pero luego le dio otros dos besos suaves.
—Rose MacDole, me haces perder el sentido. He venido a encontrarme
contigo, pero también por otra razón. —Ella perdió el equilibrio cuando se
separaron, las rodillas le flaquearon, pero él la atrapó—. Me alegra saber
que yo también te afecto.
Entristecida por el hecho de que se hubieran separado, alargó la mano
para tocar el calor de los labios de Roddy. Sin embargo, sabía que no era
prudente estar en el exterior con un hombre extraño. Si su madre los
viera…
—Mi primo Connor ha bajado a explorar la costa del lago. ¿Me
llevarías allí? Estamos en una misión. Hay barcos vendiendo carga en un
lago en esta zona, y deseamos ver si es este.
Ella asintió y le cogió la mano, guiándolo por el sendero que llevaba a
la cueva. Esta vez, ella siguió un camino diferente cuando ya estaban casi
en la base del acantilado. No habían ido muy lejos cuando la silueta de un
hombre alto apareció a la luz de la luna.
Rose giró y gesticuló:
—¿Tu primo?
—Sí, es Connor.
Se dirigieron hacia él y lo pillaron por sorpresa, con el ruido de las olas
ahogando el sonido de sus pasos. Roddy los presentó y Rose le dedicó una
cálida sonrisa. Era más alto que Roddy, aunque no tan apuesto. Su pelo era
tan oscuro como el de ella.
Roddy añadió rápidamente:
—Rose puede oírte, pero no puede hablar. Te lo explicaré más tarde.
Connor frunció el ceño, mirando a su primo, pero en lugar de comentar,
se volvió hacia ella y dijo:
—Rose, hay un muelle un poco al sur de aquí. ¿Alguna vez has visto a
alguien utilizándolo?
Ella asintió, señalando la luna. Connor miró a Roddy, aparentemente
confundido.
—¿De noche? ¿Solo lo has visto ser utilizado de noche?
Roddy se movió para pararse delante de ella.
—¿Lo usas tú? ¿Tu mayordomo?
Ella sacudió la cabeza y luego se encogió de hombros, esperando dar a
entender su significado. Su mayordomo no lo usaba, pero no sabía quién lo
hacía.
—Vamos a hacerte algunas preguntas —dijo Roddy—. Solo indica sí o
no. —Él seguía sosteniendo su mano, y ella se alegró de que él no hubiera
interrumpido esta pequeña intimidad cuando se encontraron con Connor.
No tenía sentido, dado lo poco que se conocían, pero Roddy Grant la
hacía sentir segura y protegida.
Continuó:
—¿Con qué frecuencia ves un barco?
Roddy sacudió la cabeza y dijo:
—Sí o no, Connor. ¿Vienen una vez cada siete noches?
Ella sacudió la cabeza.
—¿Quince días?
Indicó que sí.
—¿Conoces a los hombres?
Otra sacudida de cabeza.
Connor comenzó.
—¿Has visto lo que suben al barco?
Ella indicó que no.
Connor dijo:
—Ella probablemente no puede ver desde su castillo.
Ella amplió su mirada, señalando la luna de nuevo.
—¿Siempre llega tarde en la noche? —interpretó Roddy—. ¿Cómo
pueden ver entonces?
Rose colocó las dos manos en la cabeza en forma circular y giró en un
círculo completo.
Connor musitó:
—No sé a qué se refiere. ¿Intenta de nuevo?
—Un faro —exclamó Roddy—. ¿Correcto?
Rose asintió, emocionada porque la habían entendido sin mucho
esfuerzo.
A lo lejos, oyó una voz que la llamaba por su nombre. Señaló con el
dedo, indicando que tenía que irse. Era el mayordomo de su madre, Harold,
y no deseaba que la viera con los dos hombres.
—Te acompañaré, Rose.
Ella sacudió la cabeza con vehemencia y se giró, pero Roddy le dijo:
—Espera.
Cuando se giró para mirarlo de nuevo, él se inclinó y le dio un tierno
beso en los labios, uno que hizo que ella deseara derretirse contra él, pero
su nombre resonaba en las piedras.
—Rose, te prometo que algún día nos volveremos a encontrar.
Mientras subía a toda prisa por el camino de las cuevas, sus dedos
salieron dispararon para tocar el lugar de sus labios donde la había besado.
Él le había dado más de lo que jamás habría imaginado.
Roddy Grant le había dado algo que ella no había imaginado posible.
Acababa de darle esperanza.

Roddy esperó hasta que él y Connor estuvieron de regreso ante las puertas
del castillo, lo suficientemente lejos como para no ser notados. Sacudiendo
la cabeza, se reprendió por no haber sido más observador. Debería haberse
dado cuenta que Rose podía oír. Ella había sabido de su llegada las dos
veces que la había descubierto en los acantilados.
Pero no importaba. Estaba tan contento de que tuvieran una forma de
comunicarse que no pudo evitar la sonrisa que llevaba en la cara o en el
corazón. Demonios, pero esta muchacha lo había conquistado en poco
tiempo.
—Sí es una belleza, primo —dijo Connor con un guiño y una sonrisa
traviesa.
—Es una muchacha bonita… y dulce y fuerte. No sé qué pasa aquí, pero
me gustaría averiguarlo —dijo Roddy, luciendo abatido—. Me pone un
poco triste. Es posible que nunca la vuelva a ver, aunque haré todo lo que
esté en mis manos para hacerlo.
—¿Cortejarías a una muchacha que no puede hablar?
—Tal vez no, pero sería bueno conocerla mejor.
Connor le dirigió una mirada cómplice.
—No puedes ignorar la atracción que ella ejerce sobre ti.
Solo respondió con un gruñido mientras montaban sus caballos y se
dirigían tierra adentro.
—Ahora que lo he pensado mejor —dijo Connor—, creo que
deberíamos parar en la abadía que visité poco después de salir de Braden, la
Abadía de Sona. Tú viajaste a otro pequeño castillo mientras yo estaba allí.
—Hizo una pausa, como si estuviera considerando el asunto, y luego añadió
—: Ambos hemos sentido que algo no está bien en el castillo MacDole. Yo
tuve una sensación similar con respecto a la abadía. Lo descarté en su
momento porque era mi primer viaje allí. Ahora, me temo que pude haber
pasado por alto algo.
—La abadía no está muy lejos del castillo MacDole —comentó Roddy,
expresando lo que ambos estaban pensando.
—Sí, lo que me hace preguntarme si hay una conexión con los
MacDole. No diré más que eso. Dame tu opinión cuando lleguemos.
Roddy estuvo de acuerdo, así que montaron y se dirigieron hacia la
abadía.
Aunque una pequeña parte de él odiaba dejar atrás a Rose, se
preguntaba si podría nacer algo de una relación con ella, especialmente con
una madre autoritaria que mentía sobre las habilidades de su hija. ¿Qué
clase de bestia fría diría a todo el mundo que Rose era sorda cuando no lo
era? En apariencia, Jean MacDole parecía una mujer amable —aunque fría
—, pero no podía imaginar a ninguna de las mujeres que conocía del clan
Grant tratando a su hija con una indiferencia tan cruel. No podía deshacerse
del malestar que sentía por toda la situación. ¿Qué podría llevar a una
madre a mentir sobre su hijo?
Y, sin embargo, cuando pensaba en el poco tiempo que había pasado
con Rose, su alma se desbordaba con un extraño tipo de alegría, de
liberación. Había descargado su miedo en Connor, quien había reconocido
tener el mismo miedo, pero Roddy todavía se había sentido avergonzado.
Menos. Connor había vencido su miedo, mientras que él seguía sumido en
el suyo. Había compartido todo con Rose, y lo más maravilloso de todo
había sucedido.
Ella no lo había juzgado.
4

—T al vez nos permitan dormir en los establos, Connor. Es casi


medianoche y puedo oler la lluvia en el aire. —Redujo la velocidad de su
caballo, mirando hacia el cielo mientras se acercaban a la Abadía de Sona.
—Yo diría que es una petición muy razonable. Se supone que la abadía
acoge a los viajeros, aunque yo apenas me sentí bienvenido en mi última
visita. Pregunté sobre la posibilidad de visitar el interior, pero no estuvieron
dispuestos a ello. Dijeron que era un día religioso y que no se permitían
visitas.
Roddy asintió.
—Estoy a favor de intentar pasar la noche secos. —Señaló con la
cabeza hacia los establos del exterior de la abadía. Dos muchachos ya
estaban arreando a los animales hacia el interior. A los caballos no les
gustaban los truenos más que a los hombres. Cada tormenta le recordaba el
día en que el jefe de cuadra de los Grant había sido alcanzado por un rayo
mientras intentaba calmar a los caballos de guerra y llevarlos al interior.
Aquel había sido un día ciertamente sombrío. Desde aquel fatídico día,
muchos de los miembros de su clan hacían todo lo posible por permanecer
en el interior durante los episodios de rayos, especialmente su primo Jamie.
La muerte. Parecía estar esperándolo en todas partes estos días.
Connor desmontó fuera de los establos, llamando al muchacho que
estaba dentro.
—Nos gustaría solicitar una noche en sus establos en lugar de continuar
con la tormenta que se avecina. —Mientras hablaba, un hombre mayor
salió, probablemente el jefe de los establos.
—Oh, no —dijo el hombre, estrujando su hombro—. No hay necesidad
de que durmáis aquí, milord. Pronto lo tendremos lleno de bestias. Tenemos
una casa de huéspedes para los viajeros. —Señaló con la cabeza la tela
escocesa de Connor—. Cualquiera del Clan Grant es bienvenido. Y
vosotros sois los únicos viajeros esta noche. Dirigíos a las cocinas y uno de
los hermanos compartirá lo que tenemos, probablemente un pescado
ahumado o un guiso de verduras. Tal vez algo de pan. Luego os guiará a la
casa de invitados. No está protegida dentro de la muralla, pero dudo que os
molesten esta noche. Una terrible tormenta se acerca por aquí. Cuidaremos
bien de vuestros animales, los mantendremos secos dentro.
—Muchas gracias, amigo mío —dijo Roddy.
Se apresuraron a atravesar la puerta de la muralla porque las nubes de
tormenta se acercaban a la luz de la luna, con los vientos azotando mientras
gloriosos tonos de púrpura y azul profundo danzaban en el cielo lleno de
actividad. El primer trueno retumbó, así que se apresuraron a entrar en las
cocinas, localizando a uno de los hermanos sin problemas.
Se presentó como el hermano Edward.
—Aquí, muchachos. Coged un plato trinchero de guiso de pescado y
una ale cada uno y dirigíos directamente a la casa de huéspedes. Los monjes
me han dicho que va a haber una gran tormenta. Encontrad el camino
mientras sea seguro. —Colocó la comida en una cesta, entregándosela a
Roddy. Connor se encargó de los cálices.
—Nuestro agradecimiento por su hospitalidad, hermano Edward —dijo
Connor—. Mi barriga ha estado rugiendo durante la última hora.
—Comed con ganas, muchachos. —Los llamó mientras se daban la
vuelta para marcharse—. Seguid el camino de la derecha y os llevará
directamente a la casa de invitados. Los acompañó hasta la puerta en la
cortina y les señaló el camino.
—No está lejos, espero —añadió Roddy mientras miraba las luces
titilantes que prometían un diluvio en breve.
Connor añadió:
—Sí, no quiero sufrir el destino del querido Mac. Somos lo
suficientemente afortunados por tener un edificio donde quedarnos. No
volveré a moverme hasta el amanecer.
—Si pasáis por la puerta de la valla —dijo señalándola—, lo
encontraréis al otro lado de ese seto. —El hermano Edward se rio—. Solo
tenéis que preocuparos por los fantasmas.
Connor también había estado contemplando la tormenta, pero giró la
cabeza para mirar al monje. Roddy hizo lo mismo. ¿Habían oído bien al
hombre?
—¿Fantasmas? —repitió.
—Sí, debéis saber que no estamos lejos de un cementerio. Uno nunca
sabe lo que puede caer en una tormenta. —Sus ojos brillaron con humor
antes de darse la vuelta.
—Muévete, Roddy. Está a punto de caer sobre nosotros. —Connor se
estremeció mientras empujaba a su primo hacia la puerta.
Corrieron hacia la puerta de la valla y se apresuraron a llegar a la casa
de huéspedes, entrando justo a tiempo. Un viento huracanado y cortinas de
lluvia descendieron sobre el área casi tan pronto como cerraron la puerta
detrás de ellos.
Roddy podría jurar que escuchó una risotada transportada por el viento.
Roddy y Connor se llenaron la barriga mientras escuchaban la tormenta a su
alrededor. Connor bebió un trago de ale y dijo:
—Lo siento, primo, puede que esto no haya sido la mejor idea.
—¿Por qué no? —Roddy echó un vistazo al lugar, el cual estaba limpio
y bien equipado—. Es mucho mejor que dormir en el suelo en nuestras telas
escocesas. Me encanta dormir bajo las estrellas, como hacían nuestros
padres, pero no con este clima. Acepto suelo seco cualquier día, y estoy
seguro de que los caballos son mucho más felices en el establo masticando
avena de lo que lo habrían sido en la tormenta. Además, deseas explorar la
abadía, ¿no es así?
Connor miró la antorcha de la pared, la cual parpadeaba salvajemente
por las ráfagas de viento que se colaban por el pequeño agujero de la puerta
de madera.
—Ahora mismo, no tengo ningún interés en dejar esta agradable casa de
huéspedes. Hay agua y un inodoro. Cuatro habitaciones separadas unidas a
la principal y una botella de vino en la mesa. No me voy a mover. —Connor
dio otro bocado a su guiso—. Quizá mañana podamos romper el ayuno en
el interior, cuando pase la tormenta. Si sus propuestas matutinas son tan
buenas como este guiso, estoy dispuesto a esperar, y me gustaría que vieras
a la abadesa o a uno de los sacerdotes que conocí antes.
—Seguro que podemos intentarlo. Tengo algunas monedas que puedo
donar a sus fondos. Tal vez eso nos permita entrar.
Terminaron de comer, hablando mientras la tormenta arreciaba fuera.
Luego eligieron la única habitación que tenía dos camas separadas por si
llegaba algún otro viajero en busca de refugio. Roddy buscó en un baúl y
encontró un pañuelo de lino para lavarse la cara y las manos, utilizando la
urna llena que había sobre la mesa. Una vez que terminó sus abluciones, se
quitó las botas y se dejó caer en una de las camas, complacido de ver que
era un colchón en lugar de un camastro.
—Dormiremos bien. —Se tumbó de espaldas, mirando al techo
mientras los ocasionales relámpagos iluminaban el edificio.
—Estoy seguro de que tú dormirás bien. Un par de ojos violetas te
perseguirán. —Connor le dedicó una sonrisa traviesa mientras se colocaba
en el otro colchón, tumbado con la espalda contra la pared—. Rose es una
belleza.
—Sí —musitó Roddy, y mientras sus ojos se cerraban, esos ojos
violetas aparecieron mágicamente.
Lo siguiente que supo Roddy fue que el trueno más fuerte que había
oído en su vida rompió el silencio en la casa de huéspedes. Se levantó de
golpe de la cama y se puso en pie de un salto, con la mano ya puesta en su
espada. Cuando la vio, su mano cayó tan rápido como la había levantado.
De pie en el umbral de la puerta había una mujer con un vestido
ondulado. Se frotó los ojos para asegurarse de que estaba viendo con
claridad, pero la imagen frente a él no cambió. Esta mujer, este espectro, era
transparente.
—¿Quién eres? —susurró, temiendo que desapareciera—. ¿Qué eres tú?
Su voz era tan clara como el repique de una campana.
—Debes volver. Debes ayudarla cuando ella llegue. —Era pelirroja y un
círculo de perlas sujetaba los rizos, el viento amenazaba con desatarlos. Su
vestido era blanco con un cinto azul en el centro y largas mangas
acampanadas que casi le cubrían la punta de los dedos. Flotaba como si la
tormenta la azotara, sus pies ni siquiera eran visibles bajo el dobladillo
transparente del vestido.
—¿Qué? ¿Ayudar a quién? —Roddy no podía creer lo que veían sus
ojos. ¿Estaba soñando, o realmente había una especie de aparición frente a
él? Una de las persianas se abrió de golpe y un rayo iluminó la habitación.
Miró para ver si Connor estaba despierto.
Connor descansaba sobre los codos, mirando a la mujer con los ojos
muy abiertos.
—Un fantasma. Un fantasma de verdad —musitó.
—La ves, ¿no es así, Connor? —Sus ojos volvieron rápidamente a
posarse en la imagen frente a ellos, la cual ahora parpadeaba como si
estuviera a punto de abandonarlos—. ¿Connor? —Ya no podía mirar a su
primo, su mirada estaba de nuevo clavada en la visión.
La mujer le habló una vez más mientras se desvanecía.
—Ella no tiene a nadie más que a ti. —Extendió una mano para tocar a
Roddy antes de tenderle la otra a Connor—. Debes ayudarla.
El espectro parpadeó frente a ellos como una antorcha en el viento, la
expresión de su rostro era tan sincera y seria como cualquiera que él hubiera
visto. ¿Podría ser real?
—¿De quién estás hablando? —bramó Roddy a la presencia fantasmal.
Ella no respondió.
Connor se puso en pie y dio un paso adelante. Otro. Extendió una mano
hacia el espíritu.
Roddy tuvo que intentarlo una vez más.
—¿A quién? ¿A quién quieres que ayudemos? —suplicó.
La aparición se esfumó tan rápido como había surgido.
—¿Estamos soñando? —susurró Roddy, con la mirada todavía clavada
en la puerta.
—Debemos estarlo —dijo Connor, pasándose una mano por el pelo
como para comprobar que estaba intacto.
—Pero tú la has visto, ¿no es así?
—Sí, la he visto, pero no lo admitiré ante nadie. Todo el mundo nos
tomaría por locos. Tampoco debes decírselo a nadie. Ciertamente, no al
Hermano Edward. Tal vez él la conjuró, o… —Connor desapareció en la
sala central de reunión, para reaparecer un momento después sacudiendo la
cabeza.
Nada. La sala estaba vacía.
Roddy añadió:
—O tal vez ha sido una broma. Él podría haber disfrazado a alguien y
enviarla aquí. Era medianoche, y la luz aquí es pobre. Tal vez ella solo
parecía un fantasma.
Connor consideró la sugerencia y luego sacudió la cabeza.
—No, era un espíritu. Una presencia fantasmal. Sé lo que vi, pero no se
lo diré a nadie. —Su cara parecía muy atormentada como si un millar de
fantasmas estuvieran directamente frente a él—. Nunca.
Ninguno de los dos dijo nada durante unos instantes, mirando fijamente
la puerta mientras la tormenta continuaba ejerciendo su furia a su alrededor,
con las ramas de los árboles arañando los lados del edificio entre los rayos.
—¿Roddy? —susurró Connor.
—¿Qué pasa? —preguntó, dando un paso atrás.
—¿Te has dado cuenta de que no tenía pies?
Roddy miró a su primo, asintiendo antes de hacer la pregunta que más
temía.
—¿Tienes alguna idea de a quién se refería?
Connor volvió a pasarse la mano por el pelo, tirando de él como para
asegurarse de que estaba despierto, dio un trago a su ale, que seguía en la
mesa entre las camas, y se paseó en un pequeño círculo.
—No tengo ni idea. Alguien que está viniendo hacia aquí, supongo.
Por alguna extraña razón, la cabeza de Roddy conjuró la visión de una
muchacha de pelo oscuro y ojos violetas de pie sobre un acantilado, pero
eso no tenía sentido. Rose vivía en el castillo MacDole. No tendría ninguna
razón para venir a la abadía.
Sacudió la cabeza para indicar su confusión.
Volvieron a la cama sin decir nada más, aunque a Roddy le costó volver
a dormirse. Al final se quedó dormido y, cuando llegó la mañana, se
sorprendió al ver a Connor ya levantado y sentado en una silla contra la
pared.
—Vístete. Todavía quiero romper nuestro ayuno. —Nunca había visto
la cara de Connor tan seria. La visión había permanecido en él tanto como
en Roddy.
Recogieron sus cosas y siguieron el camino de regreso a las cocinas en
busca del gran salón. Tenía que admitir que no tenía mucha hambre. Su
estómago había estado revuelto gran parte de la noche.
Localizaron a la madre abadesa y se presentaron. Sonrió, cruzando las
manos frente a ella.
—Clan Grant. Sí, habéis sido muy generosos protegiendo la Abadía de
Lochluin. Muchas gracias. Por favor, romped el ayuno con nosotros.
Tenemos gachas y pan. Anoche hubo una gran tormenta.
La siguieron al salón.
Connor le susurró a Roddy:
—Estoy volviendo a tener ese mal presentimiento sobre este lugar.
Roddy preguntó:
—¿De qué? Acabamos de entrar, y hoy ella parece perfectamente
amigable.
—Es cierto —respondió Connor en un tono bajo—. No puedo
explicarlo, pero ese sentimiento está ahí de nuevo.
¿Tenía algo que ver con la abadesa? Se aseguraría de preguntarle a
Connor más tarde si se acordaba. No había monjes a la vista, pero varias
monjas y algunos sacerdotes compartían el pan. Muchos de ellos parecían
bastante jóvenes. La abadesa se volvió hacia ellos para explicarles.
—Dedicamos gran parte de nuestro tiempo a formar y educar a los
jóvenes que acuden a nosotros con el deseo de convertirse en monjas o
sacerdotes. Tenemos algunos monjes que se mantienen a sí mismos en un
edificio separado, y ocasionalmente tenemos monjes visitantes, pero este
edificio principal se utiliza para formar a nuestros jóvenes. Tenemos
muchos benefactores generosos que nos han otorgado mucha riqueza para
ayudar a difundir la palabra del Señor por toda Escocia. Enviamos a
nuestros novicios capacitados a otras abadías e iglesias.
Roddy no pudo pensar en nada para decir, todavía incapaz de desterrar
el recuerdo de su visitante fantasmal de la noche anterior.
Connor preguntó:
—¿Cuántas muchachas hay aquí, abadesa?
—Por lo general, unas cuantas docenas. Algunos muchachos vienen
aquí deseando ser sacerdotes, pero solemos tener más chicas jóvenes. —
Saludó a varias personas mientras los guiaba por la sala, esquivando a las
muchachas del servicio que mimaban a todos los presentes.
Un sacerdote entró en la sala y se dirigió directamente a ellos.
—¿Quiénes son estos hombres?
—Padre, son del Clan Grant. Se detuvieron para buscar un lugar y
esperar a que pasara la tormenta. Como usted sabe, el Clan Grant ha sido
muy protector con nuestras hermanas y hermanos de la Abadía de Lochluin.
Los he invitado a romper el ayuno antes de continuar su viaje.
La sonrisa de la mujer era amplia, pero no alcanzaba sus ojos. Roddy no
pasó por alto el trasfondo de hostilidad entre ambos.
El sacerdote dirigió su mirada hacia ellos.
—Bienvenidos. Compartimos lo que tenemos, pero hoy tenemos un día
muy ocupado, así que esperamos que os pongáis en camino pronto. Los
guerreros pueden distraer a nuestras jóvenes. Hacemos lo posible por
librarlas de la tentación. —Giró sobre sus talones y se fue.
La abadesa se detuvo cuando llegaron a una pequeña mesa donde
podían sentarse a solas y lejos de los demás.
—Si necesitáis algo más, por favor hacédmelo saber.
—Mi agradecimiento, madre abadesa —dijo Connor, esperando su
partida antes de ocupar un asiento.
En cuanto ella se fue, Roddy dijo:
—Tenías razón en sospechar, y no solo por… —Se encogió de hombros
—. He estado en la Abadía de Lochluin muchas veces, pero la sensación
aquí es muy diferente.
—Este no es un lugar agradable —susurró Connor—. Pero no puedo
decidir por qué me siento así.
—Estoy de acuerdo —susurró Roddy—. ¿Podrían ser el sacerdote y la
abadesa? He percibido cierta antipatía allí.
—No. Puede que no se lleven bien, pero hay algo más. En la Abadía de
Lochluin, todos actúan felices de servir a Dios, pero no estoy tan seguro
aquí. Es muy tranquilo. Y aún no puedo quitarme algo de la cabeza.
—La misma cosa que no puedo borrar de mi mente —dijo Roddy.
Después de mirar a su alrededor, asegurándose de que no lo oyeran, susurró
—: ¿A quién se supone que debemos ayudar? —Mencionó al fantasma sin
llegar a decir la palabra—. ¿Supones que ella se refiere a una muchacha que
está en peligro por el Canal de Dubh?
—Te dije que no volvieras a mencionar a esa muchacha —dijo Connor.
—Nadie puede oírnos. —Dejó de hablar y levantó una mano porque una
muchacha de servicio se dirigía hacia ellos.
La muchacha sonrió e hizo una pequeña reverencia.
—Mis lores, tengo gachas para vosotros y una pequeña barra de pan
para compartir. ¿Hay algo más que pueda traeros?
Roddy miró a Connor, quien ya estaba sacudiendo la cabeza.
—No. Si el hermano Edward está en las cocinas, dile que ha hecho un
buen guiso de pescado. —Sintió que debía hacer un cumplido sobre algo.
Les habían ofrecido una generosa hospitalidad. Además, eso le daría la
oportunidad de hablar con la sirvienta.
—¿Hermano Edward? Sí, si tengo la oportunidad, se lo diré.
Roddy quería ver a las muchachas que estaban en la residencia,
pensando que tal vez el espíritu había hablado de una de ellas, pero había
muy pocas.
—Muchacha, la abadesa dijo que había más de treinta novicias aquí.
¿Dónde están todas? —Solo seis estaban sentadas en una mesa cercana,
mientras que tres jóvenes estaban sentados en otra mesa.
—La abadesa ha enviado a muchas de las muchachas a la otra abadía a
limpiar.
—¿La otra abadía? —preguntó Connor—. No he visto otra cerca de
aquí.
—El padre Seward está mandando construir una nueva abadía. La
Abadía de los Ángeles. Tenemos más estudiantes que nunca. Los
muchachos que desean ser sacerdotes y algunos de los monjes están
terminando la construcción para él.
—¿Una nueva abadía? ¿Dónde está?
—No he estado allí, pero está al sur de aquí. A menos de una hora de
viaje.
La abadesa la llamó.
—Ada, por favor, muévete. —Su tono era un poco mordaz.
—Sí, Madre Abadesa. —Ella sonrió y se fue, con sus ojos recorriendo
el pasillo.
Roddy miró a Connor. Pudo ver que habían pensado en lo mismo.
Tenían un nuevo lugar para explorar. Tal vez la chica que necesitaba ser
salvada estaba en esta nueva abadía.
5

R ose se precipitó hacia las cuevas, atravesando la entrada de las


bodegas para no ser vista cerca de los hombres si el mayordomo o el
guardia de la puerta los veían regresar de la costa.
Su madre tenía ideas muy claras sobre los hombres.
Cuando llegó al gran salón, su madre la esperaba de pie con los brazos
cruzados.
—¿Qué hacías con ese hombre ahí fuera? —le espetó—. ¿Lo has
besado?
Rose sacudió la cabeza, esperando que su mirada de conmoción fuera
suficiente para frenar a su madre. Estaban solas en la sala, pero cómo
deseaba que alguien las interrumpiera. Su madre tenía una forma de
infundirle un miedo que ella odiaba. Prometía ser algún día lo
suficientemente fuerte como para ignorar las excentricidades de su madre,
pero ese momento aún no había llegado. Lady MacDole controlaba todos
los aspectos de su vida; podía y hacía que las cosas fueran intolerables para
ella.
—¡No me mientas! Te vi besándolo en los acantilados. Tu pobre padre
se revolvería en su tumba si te viera cometer semejante acto. No me
quedaré de brazos cruzados mientras te conviertes en una puta. Recuerda
mis palabras. Te arrepentirás de esto. Creo que ha llegado el momento de
que sigas adelante. —Giró sobre sus talones y salió del salón.
Un miedo gélido subió por la columna vertebral de Rose porque su
madre nunca hacía amenazas vacías. De hecho, sabía que solo había una
pregunta relevante para formular, si fuera capaz de hablar.
¿Adónde la enviaría su madre?

Roddy y Connor se dirigieron al sur, con la esperanza de encontrar la nueva


abadía sin ninguna dificultad, pero tardaron tres horas más de lo previsto
porque estaba muy bien escondida.
Una vez que pudieron averiguar la ubicación exacta, escondieron sus
caballos en un bosquecillo cercano y se acercaron sigilosamente al edificio
a pie. Los monjes habían construido algo un poco más grande que un
refugio, aunque podía albergar fácilmente cuatro recámaras. Justo ahora,
estaban ocupados construyendo un techo de paja sobre la mitad del edificio.
La otra mitad ya estaba cubierta.
Los dos hombres se acercaron sigilosamente, permaneciendo bien
ocultos, con la esperanza de oír comentarios sobre el uso del edificio, pero
todo estaba en silencio. Las muchachas llevaban baldes de agua dentro y
fuera del edificio, lo que indicaba que se dedicaban a la limpieza mientras
los hombres estaban ocupados en otras tareas. Algunos trabajaban en el
tejado, otros construían palés y estanterías de madera, pero todos estaban
ocupados en algo.
Roddy susurró:
—Creo que encontraron una cabaña abandonada y la añadieron. El
edificio original parece más antiguo, mientras que la parte trasera parece ser
nueva.
—Y el techo es el mismo, parte vieja, parte nueva. ¿Qué demonios crees
que es esto? —preguntó Connor—. Dudo que la Iglesia de Edinburgh o los
obispos estén al tanto de esto. El lugar está bien escondido, así que
seguramente puedes adivinar mis pensamientos.
Roddy asintió, masticando unas hojas de menta que había encontrado
cerca.
—Sí, esto está escondido a propósito. Quienquiera que esté
construyendo esto no quiere que lo encuentren. Y no veo un altar o una
capilla en ninguna parte.
—Exactamente. Tal vez planean esconder a gente aquí por un corto
tiempo. Me temo que va a ser utilizado como algo más que una posada para
las muchachas viajeras.
Roddy se encontró con los ojos de su primo, viendo la misma furia que
sentía en lo más profundo de sus huesos. Deseaba irrumpir en el interior y
matar a todos los implicados, pero sabía que no podía. Además, por lo que
sabían, los trabajadores no eran conscientes del uso que se le daría al lugar.
Parecía poco probable que todos estuvieran directamente involucrados en el
Canal de Dubh.
—Si hacemos algo precipitado, los empujaremos a otro lugar —dijo
Connor.
—Lo sé. Tenemos que contactar con Maggie y Will. Ver qué sugieren
que hagamos a continuación.
Una voz fuerte interrumpió su conversación susurrada.
—Daos prisa antes de que él vuelva. Ya sabéis lo que hará si no tenemos
esto hecho.
Connor miró a Roddy.
—¿Debemos esperar?
Roddy se encogió de hombros.
—¿Serviría de algo? Lo más probable es que no conozcamos a la
persona.
No tuvieron que pensarlo mucho. Un hombre apareció al otro lado del
claro.
Nunca lo habían visto, pero era inglés. Lo supieron porque les dio una
instrucción:
—Terminad el techo hoy, o seréis desollados vivos. Necesitamos que
esté listo en menos de quince días. Él estará aquí en unos días, y puede que
diga que lo necesita en siete días. Trabajad más duro.
Roddy miró a Connor.
—Sí, tenemos que encontrar a Will y a Maggie lo antes posible.
Aunque ese no había sido su plan original, cuando se marcharon,
pasaron por alto el castillo de Braden y se dirigieron directamente al lugar
de reunión de la Banda de Primos, la nueva cabaña que el grupo había
construido cerca de la del abuelo de Will.
Ya era tarde la mañana siguiente cuando finalmente llegaron.
Roddy miró hacia arriba y dijo:
—Parece que Will y Maggie están aquí, aunque los caballos son
diferentes. Veo los halcones de Will volando. —Will había entrenado dos
halcones, aves de presa que utilizaba para asustar a sus enemigos. Se había
ganado el nombre de «El Halconero Salvaje» por ello.
Maggie y Will, quienes organizaba los esfuerzos del grupo, los
saludaron calurosamente en la puerta.
—Es bueno que estéis aquí —dijo Maggie, haciéndolos pasar a la sala
principal—. Gavin y Gregor acaban de llegar, y estábamos a punto de
ponerlos al corriente de todo lo que hemos averiguado desde el incidente
Lamont.
Los hermanos Lamont eran hombres crueles y sin escrúpulos que
habían masacrado a la familia de Cairstine Muir y robado su torre. Greer
Lamont había reclamado entonces a Cairstine como su amante. Braden
había matado al bastardo y se había casado con Cairstine, con quien ahora
vivía en el castillo Muir, pero el otro hermano, Blair Lamont, seguía vivo.
Había escapado, y esperaban que encontrarlo los ayudara a descubrir más
sobre el Canal de Dubh.
Gavin y Gregor, dos de los mejores arqueros de toda la tierra, se unieron
a ellos cuando entraron en la sala principal de la casa. Roddy estaba
sorprendido por el progreso. El interior parecía mucho más acabado que en
su última visita. Sus primos se habían mantenido ocupados. La sala
principal contaba con una nueva mesa y sillas, lo suficientemente grandes
como para que se sentaran todos los primos a la vez, y una enorme
chimenea al fondo. Las dos recámaras para dormir estaban situadas en la
parte trasera, con un inodoro conectado a la zona de las muchachas.
Connor dejó escapar un silbido.
—Gavin, tú y Gregor habéis hecho un excelente trabajo con la mesa y
las sillas. No sabía que tuvierais tanta habilidad con la madera. —De hecho,
se habían burlado de los dos en su última visita, pues no habían creído
posible que el trabajo pudiera realizarse con tanta precisión.
Gavin se infló de orgullo mientras Gregor esbozaba una sonrisa y
comprobaba que su trabajo no tuviera ningún rasguño.
Maggie dijo:
—Vamos a charlar un rato. Sentaos.
Todos se acomodaron alrededor de la mesa y Maggie se puso de pie
para poner al día a sus primos sobre lo que ella y Will habían averiguado
tras su último viaje a Edinburgh. Habían ido allí mientras los primos Grant
se concentraban en la costa.
—Primero, las malas noticias —dijo Maggie—. No hemos podido
localizar a Blair Lamont. Esperamos que acabe apareciendo, pero no
tenemos forma de saber si sigue implicado en el Canal. La buena noticia es
que hemos obtenido otras pistas. Fuentes que han oído hablar de muchachas
en venta en diferentes áreas.
Connor levantó la mano para interrumpir a Maggie.
—¿Sí, Connor?
—¿No hay información sobre quién dirige toda esta red? ¿O realmente
están actuando de forma individual?
—Por lo que hemos descubierto, hay un coordinador, por así decirlo, de
estas redes. Uno que controla una porción de cada venta, pero que nunca
pone los ojos en las muchachas o los muchachos. Algunas de nuestras
fuentes han indicado que esta persona actúa principalmente fuera de las
Lowlands, posiblemente hasta el sur de Inglaterra.
—¿Así que, si detenemos a esa persona, podríamos detenerlo todo? —
preguntó Connor.
Ella miró a Will, asintiendo para que contestara.
—Posiblemente, pero nadie parece conocer a la persona por su nombre.
Roddy dijo:
—Tal vez tengamos información que nos ayude.
Connor se inclinó hacia delante, apoyando los brazos en la mesa, y dijo:
—Puede que hayamos acabado de ver a ese hombre. Realmente tuvimos
un viaje exitoso hacia el oeste.
—Adelante, ponednos al corriente de lo que habéis encontrado. —Will
hizo un gesto con la mano, indicando que ellos debían asumir las riendas la
conversación.
Roddy les habló del castillo MacDole, situado en lo alto del lago
Linnhe.
—¿Qué te hace pensar que ellos podrían estar involucrados? —preguntó
Maggie.
Connor se hizo cargo de la explicación.
—Vi una larga dársena en la orilla, lo suficientemente grande como para
recibir barcos de buen tamaño. Roddy conoció a la muchacha MacDole, y
ella dice que ha visto barcos en el pasado, usando faros.
—¿Qué más te dijo ella? ¿Algo sobre la carga o de dónde vienen los
barcos?
Maggie dirigió su atención a Roddy. Él suspiró y dijo:
—No. Ella no habla. Conversamos con ella e hicimos lo posible por
comunicarnos, pero eso fue todo lo que pudo decirnos. Solo sabe que llegan
por la noche y utilizan un faro.
Connor dijo:
—Pero la situación es más complicada que eso. Hay una abadía no muy
lejos de allí, a una hora aproximadamente. Nos detuvimos y hablamos con
la abadesa. Nos indicó que normalmente hay más de treinta muchachas allí,
pero sólo vimos un puñado. Una de las muchachas de servicio nos dijo que
todas estaban en la nueva abadía, la Abadía de los Ángeles.
—Nunca he oído hablar de ello —dijo Maggie, con cara de confusión.
—Braden tampoco lo ha mencionado —dijo Roddy—. Nos dirigimos al
sur y localizamos a un grupo trabajando en lo que parecía ser un edificio
abandonado. Las muchachas estaban arreglando el interior mientras los
muchachos y los monjes trabajaban en el techo de una nueva sección que
acababan de añadir. Otros muchachos estaban dentro construyendo puertas
y estanterías.
—Así que están ampliando un nuevo edificio del que nadie tiene
conocimiento. —Maggie miró a Will y luego volvió a mirar a Roddy.
—Los trabajadores temían meterse en problemas si no terminaban a
tiempo. Un inglés apareció de la nada, dándoles instrucciones para que
terminaran en menos de quince días.
Connor añadió:
—Tal vez en siete días.
Will asintió.
—Un castillo aislado, un lago marino con una dársena, barcos en la
noche, y una nueva abadía para las jóvenes que desean ser monjas. Mmm...
Suena como una nueva ubicación para el Canal de Dubh. Tal vez Lamont
está involucrado.
—Eso es exactamente lo que cruzó por nuestras mentes. Pensamos que
era mejor informaros antes de seguir investigando.
Dejaron que sus palabras calaran mientras servían ale para todos los
presentes.
—Creo que deberíamos dirigirnos todos al norte —dijo finalmente
Maggie. —Aunque Will y yo viajaremos primero a la tierra Ramsay para
informar a mi padre de la situación. Daniel tenía previsto informarnos
mañana, así que puede unirse a nosotros. De hecho, lo enviaré con vosotros
dos, Roddy y Connor. Vosotros tres podéis investigar más la Abadía de
Sona y vigilar si hay algún barco en el lago marino, o cualquier otra cosa
inusual. Haré que Gavin y Gregor registren la zona, para ver si alguien más
sabe de esta nueva abadía.
Daniel Drummond era un nuevo miembro de la Banda de Primos. De
todos ellos, era el que mejor sabía espiar y escabullirse, conocido en broma
como el Fantasma, así que era un alivio que lo tuvieran cerca para ayudar.
Unos caballos hicieron que sus atenciones se desviaran hacia el exterior.
Unos instantes después, el abuelo de Will llamó a la puerta y metió la
cabeza dentro:
—William, tienes visita.
La puerta se abrió de golpe momentos después y Gwyneth Ramsay
entró a empujones, con Molly detrás de ella.
—¿Molly? —dijo Maggie, apresurándose a abrazar a su hermana y a su
madre adoptiva. Estaba claramente tan sorprendida por la visita como el
resto de ellos—. ¿Ocurre algo? ¿Por qué estáis aquí?
Molly entró y se sentó en una silla vacía, sujetándose la cabeza. El gesto
envió una ola de presentimiento a través de Roddy. Todos los Grant y
Ramsay sabían que Molly era vidente. Los dolores de cabeza precedían a
sus premoniciones.
—Dolores de cabeza otra vez, Maggie. Fuertes dolores de cabeza y
estoy preocupada por ti.
Gwyneth dijo:
—No he podido disuadirla, muchacha obstinada. Está convencida de
que algo malo está a punto de suceder. Maggie, está especialmente
preocupada de que puedas estar involucrada.
Maggie ocupó la silla junto a su hermana y la abrazó ligeramente.
—Molly, no debes preocuparte por mí. Puede que estemos a punto de
encontrarnos con más problemas, pero Will y nuestros primos estarán allí
para protegerme.
Molly lagrimeó, todavía frotándose la parte delantera de la frente.
—Me alegro de que estés bien. Estaba muy preocupada. Pero, por favor,
ten cuidado. Se avecina algo desagradable. Prométeme que no correrás
ningún riesgo. —Se aferró a la parte superior del brazo de su hermana.
—Lo prometo, Mol. ¿Por qué no te acuestas? Tenemos colchones en
varios camastros. Le contaré todo a mamá mientras descansas. —Ayudó a
su hermana a ponerse en pie y la condujo a una de las recámaras contiguas.
Su madre las siguió y cerró la puerta tras ellas.
La mirada de Will se dirigió a la puerta, con preocupación en sus ojos,
pero sonrió cuando se volvió para mirarlos.
—Creo que todos necesitáis algo en la barriga antes de iros, muchachos.
¿Quién es el mejor cocinero?
—Haré un guiso si alguien captura un conejo o dos —ofreció Gregor.
Connor dijo:
—Yo cazaré.
Roddy se apartó de la mesa y dijo:
—Veré qué verduras puedo encontrar para picar. ¿Me acompañas,
Gavin?
Gavin aceptó, pero no sin quejarse por haber sido enviado a la tarea
menos emocionante.
Will se dirigió a la puerta.
—Voy a buscar al abuelo para que nos acompañe.
Pasaron el resto del día elaborando estrategias, manteniendo su
conversación en voz baja para no molestar a Molly. Planearon sus patrullas
para no cruzarse los unos con los otros, conscientes del comentario del
inglés sobre que algo pasaría en quince días. Todos ellos estaban ansiosos
por atrapar a más de los canallas implicados en este Canal.
Durante la cena, Gregor dijo:
—No puedo ignorar el hecho de que Molly tiene dolores de cabeza.
¿Qué pensáis todos vosotros al respecto?
Roddy miró a Connor, quien lo fulminó con la mirada. No le costó
interpretar esa mirada. Su primo no le daría las gracias si le revelaba que
habían visto un fantasma.
En cambio, Roddy dijo:
—¿Alguno de vosotros ha conocido a Paddy el poni? Connor y yo
podemos dar fe de que es un poco diferente al típico poni de las Highlands.
—¿Qué quieres decir exactamente con eso? —preguntó Gregor—.
¿Lanza hechizos o algo así?
Gavin añadió:
—Si es así, tengo que hacerme amigo suyo. A ver si puedo convencerlo
de que lance un hechizo a unas cuantas muchachas.
—¿No puedes conseguir ninguna por tu cuenta, Gavin? —preguntó
Gregor, con una sonrisa irónica transformando su rostro habitualmente serio
—. Pero yo creía que a todas las muchachas les gustabas más —se burló,
repitiendo claramente algo que Gavin había dicho.
Gavin lo ignoró, ofreciendo un rápido y corto:
—Ya veremos.
Will dijo:
—No ignoro los regalos inusuales de los animales, pero eso
probablemente no sorprenda a ninguno de vosotros, dados mis halcones.
Recuérdales a todos sobre Paddy.
Roddy dijo:
—Steenie, de cinco años, se perdió en la oscuridad y el poni lo
encontró. Llevó al muchacho directamente a la tierra Grant.
—Steenie probablemente lo guio —dijo Gavin.
—Imposible. Steenie nunca había estado en la tierra Grant. Todavía no
sabemos cómo los dos encontraron el camino en medio de la noche.
El grupo masticó su comida, pensando seriamente en el comentario.
Connor suspiró y dijo:
—Cualquiera que haya visto a ese poni con Steenie sabe que es una
relación extraña. No puedo negarlo, por más que lo intente.
Gregor dijo:
—Un poni extraño, Molly con dolores de cabeza. ¿Cuál es la conexión,
Roddy?
Mirando de nuevo a Connor, quien le lanzó una mirada aún más
amenazadora, Roddy se limitó a decir:
—Creo a Molly, eso es todo. Hay cosas extrañas en este mundo, cosas
que no se pueden explicar.
Connor salió disparado de su silla tan rápidamente que la hizo caer.
El resto del tiempo lo pasaron en ligeras bromas hasta que partieron a la
mañana siguiente.
—Maggie, espero que tu hermana se sienta mejor. Por el bien de todos
—dijo Roddy.
Maggie le agradeció y les deseó suerte en su viaje.
—Enviaré a Daniel en cuanto llegue. —Volvió al lado de su hermana en
la cama, dejando a los viajeros solos.
—Que os vaya bien —dijo Gavin a Roddy y Connor, despidiéndose con
la mano una vez que él y Gregor subieron a sus caballos.
—Y a vosotros —dijo Roddy, pronunciando una plegaria silenciosa
para pedir la ayuda de Dios también.
Tenía dos cosas en mente: una muchacha encantadora de ojos violetas y
un fantasma que se les había aparecido en la noche y les había dicho que
ayudaran a una muchacha.
Tenía la sospecha de que ambas cosas tenían algo que ver con el Canal
de Dubh.

El día después de que Rose compartiera un beso con Roddy, su madre la


llevó a la abadía. Su madre apenas le había hablado desde que se enfrentó a
ella en el gran salón. Rose hizo todo lo posible para no pensar en que iba a
ser enviada a otra prisión. A pesar de la amenaza de su madre, quedaba una
pequeña posibilidad de que estuvieran acudiendo a la abadía por motivos
religiosos o para que su madre hiciera una donación.
Sona significaba alegre en gaélico, pero ¿qué tenía de alegre una iglesia
llena de monjas y monjes? Allí no había acantilados ni olas fuertes, nada de
la belleza áspera y escarpada que amaba en casa. Había estado deseando
algo más, sí, pero sabía que no lo encontraría aquí. Los pensamientos de los
cálidos labios de un guerrero con una tela escocesa roja eran lo más
importante para ella.
Una vez que llegaron, el jefe del establo mandó llamar a dos monjas
para que las acompañaran al interior de la abadía. La abadesa las recibió en
la puerta y las otras dos monjas se retiraron. La abadesa era una mujer bajita
y rotunda de piel clara que resaltaba sobre sus ropas oscuras. Rose tuvo la
sensación de que la mujer era bastante estricta, pero no parecía poco
amable. Llevaba una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, aunque las
pequeñas líneas de los bordes parecían profundizarse. Su presencia llenaba
el pequeño vestíbulo en el que se encontraban, vacío aparte de un estrecho
banco y una mesa.
—Madre Marion, me alegro mucho de volver a verla. Esta es mi
encantadora hija, Rose. Ya se la he mencionado antes. —Su madre siempre
se refería a la abadesa como madre Marion.
—Sí, buen día para ti, querida. —Estaba de pie tan erguida como una
flecha, con las manos cruzadas delante de ella y escondidas dentro de las
mangas acampanadas de su túnica.
—Por favor, recuerde que mi hija no puede oír ni hablar. —La barbilla
de su madre se levantó levemente, como si intentara desafiar a la abadesa.
¿Sería esto una batalla de intenciones? Su madre era bastante controladora,
pero imaginaba que la abadesa estaba acostumbrada a llevar las riendas,
especialmente aquí.
—Lo recuerdo, lady MacDole, pero no deseo tratarla como si no
existiera. —Sonrió de nuevo, mirando directamente a Rose.
Sintió un enorme impulso de abrazar a la abadesa. Mucha gente tiende a
ignorarla cuando descubren que no puede oír o hablar. Puede que esa fuera
la razón por la que su madre mentía. Si su madre la dejaba aquí, como
mínimo estaría rodeada de otras personas. Cualquiera sería mejor compañía
que su madre, incluso la madre abadesa.
Lady MacDole suspiró y dobló sus manos por delante, imitando a la
abadesa.
—Su consideración por sus sentimientos es admirable, madre Marion,
pero conozco bien a mi hija. En ocasiones siente ansiedad cuando no
entiende lo que los demás le dicen. Por esa misma razón la he mantenido
aislada en casa últimamente. Sería demasiado problemático para ella estar
rodeada de personas con las que no puede comunicarse.
—Tal vez podríamos enseñarle a leer —dijo la madre Marion mientras
las guiaba por el pasillo y hacia las escaleras hasta los aposentos de las
muchachas que iban a ser novicias en el convento—. Aunque no solemos
instruir a nuestras alumnas en la lectura, tal vez se pueda hacer una
excepción en el caso de Rose debido a las inusuales circunstancias.
Rose sabía cómo respondería su madre a esa sugerencia. En lugar de
escuchar, dirigió su atención a su entorno. El pasillo estaba bien iluminado
con velas en apliques, y la forma ornamentada añadía una sensación regia al
entorno que parecía fuera de lugar.
¿Cuánto tiempo debía permanecer aquí?
La voz de su madre, con una agradable cadencia, irrumpió en su
conciencia:
—Su querido padre intentó enseñarle, pero no tuvo éxito. No hay razón
para perder el tiempo de nadie en lecciones. Ven, querida. —Empujó a su
hija delante de ella mientras seguían a la abadesa por la red de pasillos.
Rose deseaba poder hablar, porque si pudiera, gritaría lo
suficientemente alto como para que todas las monjas y monjes de la abadía
la oyeran declarar que quería aprender a leer. Que nada la complacería más,
que se esforzaría más que cualquier estudiante que hubieran visto jamás si
alguien se tomara el tiempo de enseñarle.
Pasaron por las puertas dobles abiertas del gran salón y ella se asomó al
interior, esperando ver a otros de su edad.
Hileras de mesas de caballete llenaban los pasillos, pero estaban vacías.
Cuando se acercaron a la escalera al final del pasillo, se oyeron voces
cantando desde la capilla. Se armó de valor para no responder al hermoso
sonido que resonaba en el pasillo. Su madre chasqueó la lengua, pero la
abadesa solo frunció el ceño.
—Cantamos al Señor.
La abadesa se detuvo, hizo una pausa y giró sobre sus talones para mirar
a Lady MacDole.
—Cielos, ¿cómo vamos a conseguir que diga sus votos cuando llegue el
momento?
Rose estuvo a punto de detenerse en seco ante esta declaración, pero se
obligó a continuar, lanzando una mirada de reojo a su madre.
La amenaza de su madre de la otra noche volvió a aparecer en su mente.
Te arrepentirás de esto. Creo que ha llegado el momento de que sigas
adelante.
Así que esto era lo que ella había tenido en mente. La obligaría a
convertirse en monja.
La madre de Rose ni siquiera se inmutó.
—Tendrá mucho tiempo antes de que tenga que preocuparte por eso.
Ella puede hacer señales básicas para indicar lo que necesita. Por ejemplo,
comida o bebida, o si tiene frío, temblará frente a ti. Estoy segura de que
entiende la idea. —Esas últimas frases fueron expresadas de forma mordaz.
A veces, Rose se preguntaba si su madre preferiría que muriera congelada
en los acantilados.
La abadesa se acercó y dio una palmadita en el hombro a Rose.
—Estoy segura de que le irá bien aquí. La presentaré a las otras novicias
en la cena. Las dos debéis estar cansadas después de vuestro largo viaje. Tal
vez queráis descansar un poco. Haré que una de las criadas la ayude con su
baúl. Se quedará en esta habitación. —Añadió, indicando una puerta abierta
a la izquierda.
La habitación era pequeña y fría, sin chimenea a la vista. Había dos
camastros en paredes opuestas, con una tela escocesa y una piel doblada en
el extremo de cada una, y había una gran cruz dorada en la pared del fondo.
Debajo de la cruz había una mesa con dos sillas. Su baúl sería colocado al
final de una cama, pero más allá de eso, había muy poco espacio.
Su madre dijo:
—No es necesario que nadie me atienda. Me pondré en camino, ya que
deseo regresar antes de que anochezca. Me despido y me voy. Si llama a la
criada para que le suban el baúl, podrán arreglar rápidamente su recámara.
La abadesa hizo una ligera reverencia y se dirigió de nuevo por el
pasillo hacia la escalera. La pobre mujer empezó a decir:
—Rose, si necesitas… —Se detuvo a mitad de la frase, aparentemente
pensando que lo mejor era no hablarle a una mujer supuestamente sorda.
—Le daré a mi querida niña un último abrazo antes de irme. —Lady
MacDole agitó la mano en señal de despedida mientras la abadesa bajaba la
escalera. Rose deseó coger el brazo de la mujer y hacerla retroceder, pero
sabía que no debía hacerlo. Conocía a su madre.
Tan pronto como la abadesa estuvo fuera del alcance del oído, la madre
de Rose la sujetó del brazo y la empujó hacia la recámara.
—Ahora, permanecerás aquí hasta que el Señor te perdone por tus
transgresiones. Debes suplicar su perdón, o me veré obligada a que tomes
tus votos y permanezcas aquí como monja por el resto de tus días. Piénsalo
y decide lo que vas a hacer.
Rose asintió, de la misma manera que siempre lo hacía con su madre. Si
no estaba de acuerdo, sería castigada en consecuencia. Por mucho que
deseara revelar su secreto a la madre abadesa y pedirle ayuda, su madre era
una visitante frecuente de la abadía. Si Rose revelara su secreto, este no
sería el mejor lugar. Su madre lo sabría antes de que acabara el día. De eso
estaba segura, ya que visitaba con frecuencia al padre Seward y a la madre
abadesa. No, tendría que seguir fingiendo su sordera, al menos por el
momento.
—Recuerda —dijo su madre—, es tu culpa que sangres cada mes.
Debería darte vergüenza causarlo con tus deshonrosos pecados. Hasta que
eso no cese, permanecerás aquí.
Dejó caer la mano como si se alegrara de librarse de ella y se marchó
sin decir nada más.
Los ojos de Rose se empañaron mientras estaba sentada en el camastro
de esta pequeña y sofocante habitación donde la única persona que quedaba
en su familia la había abandonado. Aunque nunca se quitaría la vida, a
menudo deseaba estar muerta. Sería mucho más fácil.
6

C uando Roddy y Connor llegaron al castillo Muir, informaron a


Braden de todo lo que había sucedido, incluido su encuentro con la Banda
de Primos. Braden preguntó:
—Todavía no entiendo por qué volvisteis al castillo MacDole. ¿Qué os
hizo sospechar de algo turbio?
Connor se limitó a arquear una ceja y a esbozar una sonrisa,
volviéndose hacia Roddy y dándole la oportunidad de responder.
Roddy no pudo negar la verdad del asunto.
—Conocí a una muchacha de pelo oscuro que captó mi interés. Nos
conocimos en los acantilados, pero la asusté. Me intrigó más cuando la vi
dentro del castillo.
—¿Solo por su belleza? ¿Es por eso que Connor está carcajeándose?
—No, no solo por eso, aunque es muy bonita. Su madre me dijo que no
podía hablar ni oír, pero intuí que esa no era toda la verdad. Además,
Connor no había descubierto nada en absoluto, así que yo deseaba volver.
El castillo da directamente sobre el lago marino, el cual parecía un posible
punto de carga para el Canal. Connor estuvo de acuerdo conmigo.
—¿Sobre la muchacha? —bromeó Braden.
—No, tonto. Pero hablando de la muchacha, cuando volví, me explicó
que sí puede oír, pero no hablar. Así que, como ves, yo tenía razón.
Connor reprendió:
—Ambos teníamos razón. Ambos sospechábamos que algo extraño
estaba ocurriendo en el castillo MacDole. Si el Canal está activo en la zona,
ellos deben saber algo. Maggie y Will están de acuerdo, así que vamos a
volver.
Braden preguntó:
—¿Por qué mintió diciendo que no podía oír?
—Es su madre la que insiste en la mentira, aunque aún no he podido
averiguar por qué. Conseguí tener a Rose a solas y me explicó la verdad.
Tenemos problemas para comunicarnos, pero es mucho más fácil ahora que
sé que puede oír mis palabras. Lady MacDole es una mujer extraña. Se
mantiene aislada de todos y de todo. No nos dará ninguna información.
Deseo hablar con el personal de la casa. —Luego esbozó una sonrisa hacia
Connor—. Y si por casualidad veo una belleza de ojos violetas por el
camino, que así sea.
Lo que no dijo fue que un nuevo sueño había atormentado su descanso,
mucho más agradable que sus pesadillas del agua. Rose le habló en el
sueño, y su voz era el sonido más dulce que había escuchado jamás.
Siempre se despertaba sintiendo la urgente necesidad de verla.
Aclarándose la garganta, le contó a Braden el resto. La extrañeza que
habían sentido en la Abadía de Sona. La nueva abadía que habían visto. El
inglés que había supervisado la obra.
—¿Cuál es vuestro plan ahora? —preguntó Braden.
—Después de que volvamos al castillo MacDole para hablar con los
sirvientes, tal vez para hacerle algunas preguntas más a Rose, viajaremos a
la abadía para ver si podemos averiguar algo más sobre la nueva abadía.
Tenemos unos quince días para averiguar qué han planeado.
Braden se rascó la cabeza.
—Sí, esto es muy raro. No hemos oído nada sobre una nueva abadía, ni
siquiera del jefe de los establos. Estáis esperando no llamar la atención, así
que será mejor que me quede atrás, pero si algo cambia, estaré encantado de
unirme a vosotros.
—Si Daniel aparece, envíalo en nuestra dirección. Pasaremos la noche,
si no te importa, y partiremos mañana.
Salieron a la mañana siguiente al amanecer.
Cuando llegaron finalmente al castillo, se sorprendieron al encontrar a
Lady MacDole fuera de la muralla charlando con su mayordomo. En cuanto
los vio, ella se acercó enseguida y se detuvo junto al caballo de Roddy.
—Muchacho, sé por qué estás aquí, pero olvídalo. Mi hija ya no está
aquí. Va a tomar sus votos como monja. Acabo de entregarla a la abadía, y
no se le permitirán visitas durante mucho tiempo.
Roddy se quedó con la boca abierta. Sus palabras lo dejaron atónito. La
noticia no tardó en evocar aquel espectro transparente de unas noches antes.
Debes volver. Debes ayudarla cuando ella llegue.
Afortunadamente, Connor intervino de inmediato.
—No estamos aquí por esa razón. La última vez que estuvimos aquí,
preguntamos si habíais visto algún barco extraño en el lago. Hemos
recibido una información de tal importancia que sentimos la necesidad de
volver. Hemos recibido la noticia de que jóvenes muchachas están siendo
robadas y embarcadas desde una base a lo largo del agua. La ubicación de
su castillo nos da la esperanza de que tal vez alguien haya presenciado algo.
Un barco solitario en la noche, sonidos extraños provenientes del océano,
cualquier cosa. Esperábamos entrevistar a su personal, para ver si podían
ser de ayuda.
—Podéis hablar con los mozos de cuadra y mi mayordomo, pero hasta
ahí llegarán. No permitiré que mi criada se preocupe por ser enviada lejos
en un barco. Vuestra sugerencia de que podríamos tener conocimiento de tal
cosa es absurda. Nunca he oído un solo rumor al respecto. Tenéis una hora,
y luego os vais. —Ella giró sobre sus talones, levantó la barbilla y se
marchó como si fueran los peores criminales que hubiera conocido.
Roddy levantó las cejas y miró a Connor.
—Ahora, ¿entiendes por qué deseaba venir aquí?
Connor se limitó a contestar:
—Yo me encargo del mayordomo, tú dirígete a los mozos de cuadra.
Los mozos de cuadra eran bastante jóvenes, probablemente de unos diez
u once años.
—Saludos a ambos —dijo Roddy—. ¿Sois vosotros los únicos dos
muchachos encargados de los caballos?
—Sí —respondió el más alto de los dos—. Nuestro padre es el jefe de
establo, pero cuando tiene otras obligaciones, nosotros le ayudamos.
—¿Dónde vivís?
—Por allá. Nuestra cabaña está al norte de los acantilados.
—¿Está cerca del lago? ¿Vais allí a menudo?
Ambos sacudieron la cabeza.
—No vivimos en el agua, pero sí vamos a pescar en verano. —Se
notaba que no habían conocido a muchos guerreros, pues estaban más
concentrados en su armamento que en su rostro.
—¿Habéis oído hablar de algún barco que viaje por la noche?
Ambos volvieron a sacudir la cabeza al unísono.
—Milord, ¿podemos hacerle una pregunta? —preguntó el más joven,
mirando primero a su hermano.
—Sí. Preguntad.
—¿De dónde ha sacado una espada de ese tamaño? Nunca había visto
una tan grande. —preguntó el muchacho.
—Soy un guerrero del Clan Grant. Mi padre hizo que me fabricaran
ésta.
—¿Qué hay que hacer para ganarse una? —preguntó el mayor,
inclinándose hacia delante como si estuviera contando un secreto.
Roddy también se inclinó hacia adelante.
—Hay que ser honorable, digno de confianza y muy trabajador. Así que,
si lucháis por el Clan Grant, tendréis vuestra propia arma de la armería. —
Guiñó un ojo y dejó a los muchachos, deambulando un poco antes de irse.
Siguió el sendero que bajaba hacia el lago, pero nada había sido alterado
desde su última visita. No había huellas, ni residuos, ni nada que indicara
que alguien había estado allí.
Cuando Roddy se reunió con Connor en la puerta principal una hora
después, ninguno de los dos tenía más información que cuando llegaron.
Fueron a por sus caballos y cabalgaron un rato sin hablar.
—¿Y ahora qué? —preguntó finalmente Connor.
—Me dirijo a la abadía para preguntar por Rose. Sigue sin gustarme
nada de esto. —Roddy miró alrededor de la propiedad, preguntándose si
podían creer algo de lo que les habían dicho—. Intuyo que los mozos de
cuadra no saben mucho, pero ¿por qué siento que el resto miente? No me
creo que no hayan visto nada en esas aguas. Sabemos que esto está
ocurriendo, así que ¿por qué ellos no iban a saberlo?
—Estoy de acuerdo. El mayordomo está mintiendo. No me he decidido
sobre lady MacDole, pero estoy seguro de que sabe más de lo que dice.
—Necesito hablar con Rose.
—Pero lady MacDole ha dicho que no se te permitirá verla —le recordó
Connor.
Roddy resopló.
—¿Y crees que eso me detendrá?

Rose había dormido muy poco porque estaba en un lugar extraño. Sin las
olas rompiendo fuera de su ventana, había un silencio inquietante e
incómodo. No le gustaba.
Comprendió que así sería su vida cotidiana si fuera sorda de verdad.
Cómo deseaba poder confiar en la madre abadesa, pero no quería enfadar a
su madre. Había visto la ira de su madre en el pasado y no le gustaba la idea
de volver a verla.
Un recuerdo cosquilleaba en el fondo de la mente de Rose, pidiendo ser
liberado, pero se obligó a no pensar en él mientras se ponía un vestido de
lana azul oscuro. Bajó las escaleras hacia el salón, esperando que al menos
pudiera encontrar algo para romper su ayuno pronto. ¿Sabían los demás que
no podía hablar? ¿La abadesa la ayudaría?
No había dado más de diez pasos cuando una muchacha en el pasillo se
apresuró hacia ella.
—Saludos. ¿Eres nueva aquí? Mi nombre es Constance. ¿Bajamos
juntas al gran salón?
Constance tenía una hermosa melena de rizos rojos y una sonrisa que
iluminaría cualquier recámara. El primer instinto de Rose fue confiar en
ella, así que esperó a que la muchacha se acercara a ella. Preocupada por no
ser capaz de comunicarse, dibujó una sonrisa en su rostro e intentó pensar
qué hacer a continuación. Para su sorpresa, no tuvo que hacer nada:
Constance la cogió de la mano y la arrastró detrás de ella, conduciéndola
por los pasillos y luego por la escalera hacia el gran salón.
Constance se giró de nuevo y dijo:
—¿Eres una invitada o vas a hacer tus votos? Aún no estoy segura de si
los haré o no. No lo he decidido. Mi madre no quería que siguiera en casa
porque tengo siete hermanos y hermanas. Pero me gusta más estar aquí.
Puedo leer todos los libros que quiera, ¡y tienen muchos! Aprendí de mi
hermano, aunque mi madre nunca se enteró. Ella no me habría permitido
aprender a leer porque soy una muchacha. ¿Y tú? ¿Lees? —Ella arrugó
rápidamente la nariz y dijo—: Todavía no me has dicho tu nombre.
Estaban a las afueras del gran salón, pero lo mejor sería aclarar esto
cuanto antes. Rose hizo lo mejor que pudo para que Constance se enterara
de sus defectos. Odiaba esa palabra, pero su madre siempre se había
referido a su incapacidad para hablar como un defecto.
Cubriéndose los oídos y sacudiendo la cabeza, intentó expresarle a
Constance que no podía oír. Luego se llevó la boca a la mano y sacudió la
cabeza.
—¿Qué? ¿No puedes comer? ¿No puedes oírme? Cielos, eso sí que
sería un problema.
Una de las monjas se acercó enérgicamente y apoyó sus manos sobre los
hombros de Rose.
—Constance, esta es Rose. Acaba de unirse a nosotras. La abadesa dice
que no puede oír ni hablar. ¿Podrías mostrarle dónde conseguir sus gachas,
por favor?
La cara de Constance saltó de una emoción a otra: compasión,
esperanza, tristeza y luego entusiasmo. La dulce muchacha nunca sería
capaz de ocultar sus sentimientos, lo que Rose consideraba una gran
cualidad a tener en una amiga.
Una amiga. Algo que siempre había soñado tener algún día. Aunque
amaba su castillo en el cielo, como siempre lo había considerado desde
niña, su padre se había lamentado a menudo de que eso le impidiera tener
amigos. ¿Sería Constance su primera amiga de verdad?
Rezaba para que así fuera. Si tuviera una sola amiga, alguien en quien
pudiera confiar, podría compartir mucho más de sí misma.
Todavía no. Respiró profundamente y se recordó a sí misma que debía
ser paciente.
Constance sostuvo la mano de Rose contra su costado y la condujo al
salón. Balbuceó todo el camino, para deleite de Rose. Su mundo ya no
estaba en silencio.
Cuando entró al salón, casi se detuvo a mirar todo con asombro. Era
mucho más grande que el salón MacDole. En el suelo de piedra había filas
y filas de mesas de caballete. De las paredes colgaban muchas cruces, pero
solo unos pocos tapices, en su mayoría de santos. La voz de Constance
resonaba porque la sala estaba lejos de estar llena, aunque otras jóvenes se
movían y charlaban tranquilamente. En cada extremo del salón había una
gran chimenea, con fuegos ardientes calentando las frías paredes de piedra.
Constance se giró para volver a hablar con ella.
—Te lo enseñaré todo. Nunca he conocido a nadie que no pudiera oír o
hablar. Qué vida tan terrible para ti. Eres muy hermosa, sabes. Si hubiera
muchachos aquí, te perseguirían por todas partes. El pelo negro liso es
mucho más atractivo que mis rizos rojos desordenados. Las monjas siempre
me persiguen para que me lo recoja, pero es imposible. Tu pelo estará
precioso en un moño justo encima de tu cabeza. —Dieron unos pasos más
hacia la mesa de servir que estaba al lado de la sala. En un extremo había
utensilios, cuencos y cálices, y en el otro una enorme olla de gachas.
De pronto, la mandíbula de Constance cayó como si hubiera pensado en
algo importante. Se giró para mirar a Rose con una amplia sonrisa en la
cara.
—Tengo una idea maravillosa. Se me da muy bien dibujar, así que tal
vez pueda ayudarte a comunicarte de esa manera. Aunque será difícil
conseguir los materiales que necesito. —Cuando llegaron a la mesilla,
levantó la mano como si tuviera un utensilio de escritura y preguntó—:
¿Sabes dibujar? ¿Sabes leer? Si no, ¡podría enseñarte! Pero tendría que ver
si las monjas me dan los instrumentos necesarios. Aunque podría enseñarte
las letras de los libros de la biblioteca. Se nos permite un libro a la vez, y
hay muchos libros ilustrados.
Debido a la insistencia de su madre en que no se le permitiera leer, Rose
se había tomado la libertad de esconder en su habitación algunos de los
libros favoritos de su padre. Temiendo llevarlos a la abadía, los había
escondido bajo su cama antes de salir del castillo, sabiendo que su madre
probablemente nunca entraría en su habitación.
Constance parecía entusiasmada con la perspectiva de enseñarle, algo
que Rose deseaba casi tanto como volver a ver a Roddy Grant. Anoche
había soñado con el apuesto guerrero, pero esta vez era diferente. Ambos
habían estado hablando, compartiendo sus pensamientos. Había sido tan
encantador como cualquier otro sueño que hubiera tenido.
Pensar en Roddy Grant le daba más valor. ¿Se atrevería a desafiar a su
madre en este entorno?
Sacudió la cabeza para responder a la pregunta de Constance, indicando
que no sabía dibujar ni leer.
Para su sorpresa, Constance la rodeó con sus brazos y la estrujó hasta
que el aliento casi abandonó sus pulmones
—No te preocupes. Yo te ayudaré. Me aseguraré de que las muchachas
malas se mantengan alejadas y de que solo las muchachas amables se
conviertan en tus amigas. Te diré exactamente todo lo que debes hacer.
Rose no pudo evitar centrarse en dos palabras.
¿Muchachas malas?
Se sentaron juntas y Constance le indicó a Rose que se quedara sentada
mientras buscaba algo más en la mesilla. Cuando regresó con un poco de
miel, Rose agradeció con la cabeza a Constance, quien siguió balbuceando.
—Creo que podríamos inventar signos para indicar ciertas cosas. ¿Por
qué no juntas las manos así? —Sujetó las palmas de las manos una contra la
otra como si estuviera rezando—. Y entonces podrías asentir con la cabeza.
Eso significaría gracias y de nada.
Ambas hicieron la pequeña reverencia con sus manos, y Constance
estalló en risitas encantadas.
—Te enseñaré a leer y a escribir, así podrás escribirme tus mensajes. —
Volvió a soltar una risita y susurró—: Tendremos nuestros propios signos
secretos. —Constance guiñó un ojo y señaló desde el pecho de Rose al suyo
propio—. Secretos. Amigas.
Rose se esforzó por no derramar lágrimas. ¿Cuándo se había ofrecido
alguien a ayudarla además de su padre? Su madre pasaba el menor tiempo
posible con ella. Su tía, la esposa del hermano de su padre, la había visitado
muchas veces antes de su muerte, pero no la había visitado desde su
fallecimiento. Si tenía que adivinar, seguro que su madre le había sugerido
que necesitaban tiempo a solas. La había oído decir lo mismo a otros, lo que
garantizó el aislamiento de ambas. De ella. No había gente joven en su
vida, y hasta ahora el único lugar en el que se había encontrado con alguna
muchacha o muchacho joven había sido en la iglesia.
¿Su vida estaba punto de cambiar para mejor?
En ese caso, nunca volvería a casa.

Rose estaba bien.


Su madre no haría daño a su propia hija.
Quizás deseaba convertirse en monja.
Roddy seguía repitiendo los pensamientos, pero no los creía. Ninguno
de ellos le parecía sincero. Tenía una sensación de malestar en sus entrañas,
algo que se torcía en un sentido y luego en otro, por más que intentara
razonar consigo mismo.
Su padre y su tío Alex siempre juraban por sus corazonadas…
Mientras se acercaban a la abadía, Connor se volvió hacia él y le dijo:
—Te esperaré aquí fuera cuando entres.
—¿Por qué no vienes conmigo?
—Si está pasando algo, es poco probable que salgan a decírnoslo.
Encontraré el camino hacia los establos y escucharé todo lo que está
pasando. —Hizo una pausa, y luego dijo—: Y no voy a volver a entrar en
ese otro edificio.
—¿Así que escucharás como lo haría el tío Logan?
Una sonrisa traviesa cruzó el rostro de Connor ante la mención del tío al
que todos se esforzaban por emular. Logan Ramsay, el padre de Maggie y
Gavin, trabajaba como espía para la Corona escocesa. Solo había una
persona que podía suavizar su carácter: su esposa, Gwyneth. El tío Logan la
adoraba.
—No, el tío Logan no es en quien estaba pensando exactamente, pero
estás cerca. —Connor desmontó a poca distancia de la abadía, dándole a su
caballo favorito una manzana mientras le acariciaba la cruz.
—Entonces, ¿qué tienes en mente? —preguntó Roddy una vez que hubo
desmontado, de pie con las manos en la cadera.
—Estaba pensando en la tía Gwyneth. ¿Recuerdas las historias sobre
cómo se conocieron ella y el tío Logan? ¿No fue casi vendida a través de las
aguas? Luchó contra uno de sus captores y se ganó una reputación por ir
tras las pelotas de un hombre. Me preguntaba qué tipo de red había
entonces. Eso fue hace décadas. —Connor alcanzó una brizna, eligiendo
cuidadosamente la adecuada antes de colocarla en la comisura de sus labios.
¿Cómo diablos había recordado eso?
—Tienes razón. Recuerdo haber oído eso. ¿Ella no amenazó con
cortarle las pelotas al tío Logan?
Connor estalló en una gran sonrisa, con sus dientes blancos casi
brillando.
—Cómo me gustaría haber sido testigo de eso.
Se rieron juntos, y luego Roddy preguntó:
—¿Qué te ha hecho pensar en la tía Gwyneth?
Connor miró al cielo mientras el crepúsculo se acercaba.
—La mayoría de las muchachas no están entrenadas para luchar. Si el
Canal captura a Rose, ¿crees que será capaz de luchar para protegerse?
Roddy se negó a pensar en el peor resultado posible.
—Llevo poco tiempo conociendo a la muchacha, pero percibo una
poderosa voluntad en ella. Sí, sería lo suficientemente fuerte como para
defenderse, pero dudo que sepa usar una daga. Es algo que debe aprender si
no tiene esa habilidad. Por si acaso… —Roddy miró al suelo y se cubrió la
cara con las manos—. Le enseñaré a Rose a protegerse.
Llegaron a los establos y dos muchachos salieron a asistirlos. Una vez
que los muchachos cogieron sus caballos, se dirigieron a las puertas
principales, de forma diferente a como lo habían hecho la otra noche.
—Diga a qué ha venido —gritó el guardia cuando se acercó.
—Estoy aquí para visitar a Rose MacDole, si es tan amable.
—Aquí no hay ninguna Rose MacDole. Márchese.
Mientras que el jefe del establo los había saludado amablemente unos
días antes, este guardia era tan brusco como podía ser. Dudaba que
obtuviera mucha información del hombre. Era obvio que esta vez no le
darían la bienvenida.
—Es nueva. Su madre me ha dicho que ella está aquí. Está
considerando tomar sus votos.
—He dicho que no hay ninguna Rose MacDole. Marchaos ahora. A
menos que queráis pasar la noche en nuestra casa de huéspedes, no sois
bienvenidos. —La mano del hombre se dirigió a la empuñadura de su
espada.
Connor le lanzó una rápida mirada para hacerle saber que no pasaría
otra noche en la casa fantasma, como se había referido a ella el otro día.
Luego se dirigió de nuevo hacia los establos.
Una furia pedía ser liberada, pero Roddy mantuvo la calma exterior
mientras su interior se revolvía. Se obligó a fijarse en todos los detalles de
la abadía, por si tenía que hacer un movimiento desesperado. Era una
abadía sencilla, no tan adornada como la de Lochluin, pero la zona estaba
bien fortificada y había muchos guardias. Uno no se escabulliría fácilmente
de la Abadía de Sona ni entraría en ella sin algunas habilidades.
A no ser que se trate de un fantasma, pensó Roddy, lo que lo hizo
pensar en su primo. No podía esperar a ver a Daniel para hacerle saber que
habían visto un fantasma de verdad. ¿Dónde diablos estaba?
—¿Estás seguro de eso? —insistió—. Es probable que ella haya llegado
ayer. —Su mirada siguió escudriñando la zona, pero no había rastro de
Rose, ni de nadie que pudiera tener un saludo más amable para él.
—Ninguna Rose. Vete ahora. No se permiten visitas en ciertos días.
Este es uno de ellos.
Otra peculiaridad, sin duda.
Se dio la vuelta para marcharse, pero una suave risita llamó su atención.
Miró por encima de su hombro y vio a dos muchachas asomándose por una
pequeña zona de la entrada. Estaban parcialmente ocultas por el espeso
seto. Había esperado que una fuera morena, pero una era rubia y la otra
tenía el pelo del color de las castañas.
—Seré tu Rose, guerrero. —La muchacha de pelo castaño se lamió los
labios y los separó con un suspiro.
Roddy giró sin darle otra mirada. El guardia lo observó, así que siguió
avanzando, preguntándose por qué se permitía a las muchachas acercarse
tanto a la puerta principal.
Dudaba que la madre abadesa fuera consciente de que sus alumnas
estaban coqueteando con un extraño.
Cuando llegó de nuevo a los establos, junto a Connor, recuperó en
silencio su caballo, interrumpiendo la merienda del animal en las largas
hierbas verdes. Recibió un bufido por su descortesía, que ignoró mientras
montaba.
—¿Nos vamos tan pronto? —preguntó Connor—. Ni siquiera he tenido
tiempo de escuchar a nadie en los establos.
—Están mintiendo. Dicen que ella no está aquí. Los guardias de la
puerta son muy diferentes a los que encontramos el otro día.
Connor montó y lo siguió.
—¿Me vas a contar lo que ha pasado, o estás demasiado enfadado
ahora?
Una vez que estuvieron un poco más adelante en el camino, Roddy dijo:
—Vayamos al castillo Muir y esperemos que Braden haya escuchado
algo. Seguiré con esto, pero no sin refuerzos.
—Tu temperamento se está encendiendo, ¿no?
—Sí. No sé dónde está Rose, pero la encontraré.
De la nada, un búho bajó en picado frente a él, casi asustando a su
caballo y haciendo que se encabritara. Observó cómo el ave se posaba en un
árbol cercano y se volvía hacia él, con sus ojos dorados inmovilizándolo allí
en su sitio.
Juró que la criatura lo miraba fijamente; sus ojos penetrantes hicieron
que el corazón de Roddy palpitara con fuerza durante unos instantes, antes
de apartar la mirada y continuar su camino.
No se iba a distraer por una extraña ave, por muy raro que fuera ver
búhos de día.
Tenía que encontrar a Rose.
7

R ose estaba sentada en un escritorio en una pequeña sala fuera de la


biblioteca, con Constance a su lado. Rose había estado aquí durante varios
días y ya sabía que Constance sería su amiga de por vida. De hecho,
pensaba si debía contarle la verdad sobre su audición.
Se mordió el labio inferior mientras estudiaba las letras en la página del
gran libro frente a ella. Su padre le había enseñado todas las letras, pero ella
no comprendía cómo podían unirse para formar palabras.
Constance buscó durante un buen rato antes de encontrar un libro de
imágenes que ilustrara algunas palabras básicas. Había empezado con
palabras sencillas. Muchacha, muchacho, cama, gato, perro. Eran palabras
que Rose recordaba de sus antiguas lecciones con su padre.
Su nueva amiga repasó la lista.
—Esta es madre, ves que empieza con la letra M.
Rose trazó la M con la punta del dedo y luego hizo lo mismo con las
demás letras de la palabra. Había practicado por su cuenta después de la
muerte de su padre, normalmente a altas horas de la noche, cuando sabía
que su madre no la pillaría.
—Ahora inténtalo tú. ¿Puedes leer estas palabras?
Demostrando un admirable grado de sabiduría, Constance pasó a otras
palabras que podrían ser útiles para Rose: bueno y malo, padre y abadesa,
Dios, hambriento, herido, amor y ayúdame.
Cómo admiraba a su amiga.
Constance ya había hecho mucho para ayudarla a comunicarse. La culpa
pesaba sobre sus hombros, pero la culpa no fue lo que la hizo decir la
verdad, sino el deseo de revelarse plenamente a su amiga. Utilizando
algunos de los signos que habían establecido, hizo lo posible por comunicar
a Constance que podía oír pero no hablar.
—¿De verdad? —Constance aplaudió, vitoreó y luego la envolvió en un
abrazo tan fuerte que dolió.
Rose esbozó una sonrisa pero se llevó el dedo al labio para hacer callar
a Constance. Luego gesticuló la palabra «secreto» y señaló la imagen de
«madre».
—Guardaré tu secreto, Rose. ¿Es tu madre quien te hace mentir? ¿Es
eso lo que intentas decirme?
Asintió, pero en cuanto vio la expresión de dolor en el rostro de su
amiga, casi se arrepintió de habérselo dicho. Constance era una persona
bondadosa. Rose le estrujó la mano, animándola a continuar.
Su amiga asintió, pero antes de volver a la lección, susurró:
—Sé que se supone que debo ser amable con todos, especialmente en la
casa del Señor, pero creo que tu madre no me agrada mucho.
Las lecciones continuaron a un ritmo mucho más rápido una vez que
Constance supo que Rose podía escucharla. Ya había aprendido mucho más
de lo que había esperado.
Cuando la lección llegó a su fin, Constance dijo:
—Me encanta cuando tus ojos se iluminan tanto. Son de un color muy
bonito y se vuelven de color lavanda cuando estás satisfecha con tu trabajo.
Esa noche, en la cena, dos nuevas muchachas llegaron a comer con
ellas: Ada y Euphemie. Ada parecía agradable y dispuesta a hacer amigos,
pero Euphemie albergaba un trasfondo de enfado por todo. Su pelo castaño
parecía oscurecerse con su cambiante estado de ánimo.
—¿Te llamas Rose? —dijo Euphemie—. ¿Le gustas a un muchacho,
Rose? El otro día vimos a alguien en las puertas buscando a una muchacha
llamada Rose. Su pelo era como oro hilado y su piel de un bronce dorado
por el sol. ¿Lo conoces, muchacha?
Rose no respondió porque no podía hacerlo. Se esforzó por contener su
emoción al descubrir que Roddy Grant había venido a verla. ¿Por qué no lo
habían dejado entrar? Ella había llegado hacía dos días. No podía dejar
entrever que había entendido las palabras de Euphemie, así que utilizó su
expresión pasiva para mirar fijamente a la nueva chica.
—¿Vas a responderme? —Euphemie frunció los labios e inclinó la
cabeza mientras esperaba, y su mirada se estrechó hasta convertirse en
rendijas.
Constance dijo:
—Euphemie, ella no puede oír ni hablar. Déjala, por favor.
Euphemie adoptó una mirada extraña, luego sus ojos se iluminaron y
frunció el ceño.
—Entonces, ¿estás loca? Cualquiera que no pueda hablar debe estar
loco. ¿Por qué un muchacho tan apuesto vendría a buscar a una chica tonta?
—¡Euphemie! —El grito resonó a través de la sala.
—¿Sí, hermana Murreall? —La muchacha se levantó de su asiento,
adoptando la apariencia de un penitente con las manos juntas y la cabeza
inclinada.
—No te burlarás de la nueva muchacha. ¿Me entiendes? —La hermana
Murreall se acercó hasta pararse frente a Euphemie mientras Ada se
colocaba detrás de ella, mirando por encima del hombro—. Lo mismo
aplica para ti, Ada. No os burlaréis de alguien que tiene defectos que el
resto de nosotros no tiene. Dad gracias a que no sois vosotras las que no
podéis oír o hablar.
—Sí, hermana. Por favor, perdóneme. —Las palabras no coincidían con
la postura de Euphemie. Parecía rígida por la ira, cada vez más mientras la
monja permanecía frente a ella, y no era de extrañar: la mujer de la iglesia
la estaba castigando delante de toda la sala.
El dedo de la monja salió de su manga acampanada y señaló a Rose.
—Ahora te disculparás.
Euphemie se volvió para mirar a Rose con una expresión de odio. La
voz le salió dulce como la miel, pero la mirada de sus ojos mostraba sus
verdaderos sentimientos.
—Mis disculpas a ti, Rose.
La Hermana Murreall dijo:
—Vendrás conmigo, por favor. —Giró y salió del salón.
Euphemie se inclinó cerca de Rose.
—Espero que puedas mirar mis labios y saber lo que estoy diciendo,
porque este mensaje es solo para ti. —La pinchó en el pecho y dijo—: Todo
esto es. Tu. Culpa. Pagarás por ello.
Ada la siguió fuera del salón, pero se encogió de hombros mientras se
iba, como si quisiera disculparse por su amiga.
Rose se quedó mirando tras las muchachas, preguntándose qué pensar
con la situación.
Constance cogió la mano de Rose entre las suyas, envolviéndola
mientras la daba palmaditas.
—No te preocupes. Le gusta hablar de forma desagradable, pero rara
vez cumple sus promesas. Sigamos trabajando en tu lectura esta noche.
Olvídate de Euphemie.
Cómo esperaba poder hacerlo.

Roddy y Connor habían pasado los dos últimos días buscando en la zona,
con la esperanza de encontrar alguna otra pista sobre la nueva abadía, los
MacDole o algún barco en el lago marino, pero no habían tenido ningún
éxito. Al acercarse al castillo de Braden, cerca del crepúsculo, en un
estrecho sendero del bosque, un gruñido llegó a los oídos de Roddy. Giró la
cabeza para mirar a Connor.
—¿Acabas de oír un jabalí?
De los arbustos frente a ellos salieron cuatro cerdos salvajes, resoplando
y gruñendo mientras se precipitaban hacia ellos a un ritmo feroz. Roddy
sacó su arco, preparó su flecha y la dejó volar, abatiendo a la mayor de las
bestias. Connor alcanzó a otra, pero entonces una de las dos restantes
comenzó a correr en círculo y se estrelló contra el caballo de Roddy. La
bestia se encabritó de inmediato, derribando a Roddy. Aterrizó de espaldas
en medio de un pequeño claro.
Uno de los jabalíes se dirigió directamente hacia él.
Se quedó paralizado.
Los gritos de Connor lo sacaron de su trance.
—¡Roddy, coge tu espada o te matará!
La frente de Roddy se llenó de sudor, cubriendo la palma de su mano.
Finalmente alcanzó la empuñadura de su espada, pero su mano no se movía
lo suficientemente rápido. Estaba seguro de que iba a morir. Todo lo que
pudo hacer fue mirar fijamente a las dos bestias que se dirigían
directamente hacia él.
—¡Roddy!
La voz de Connor resonó en el claro mientras corría hacia él,
eliminando a uno de los jabalíes con su espada.
El jabalí restante estaba casi sobre Roddy cuando algo finalmente
desencadenó sus reacciones y sacó su espada, blandiéndola en un amplio
arco y golpeando al cerdo restante con tal fuerza que no solo lo abrió de un
tajo, sino que lo envió volando por el aire, aterrizando en una pila
ensangrentada al otro lado del claro.
—Hijo de puta, Roddy. No creí que fueras a sacar tu arma. ¿Qué
demonios ha pasado? Nunca te había visto así. —Connor limpió y envainó
su arma, y luego se apresuró a acercarse a su lado, sujetando su hombro y
sacudiéndolo un poco mientras él seguía mirando hacia los arbustos—.
¿Roddy? ¿Estás bien?
Finalmente, dejó caer su arma al suelo y luego la recogió para limpiarla
antes de volver a envainarla. Caminando en un pequeño círculo, miró
fijamente a Connor.
—No sé qué ha pasado. Me he quedado paralizado. No sé por qué. Yo…
—¿Qué más podía decir? Lo que había temido durante mucho tiempo
finalmente había sucedido. Tenía tanto miedo de morir que su miedo lo
había paralizado.
Sus días como guerrero habían terminado. ¿Quién querría llevarlo a la
batalla cuando no podía estar seguro de que sacaría su arma?

Para alegría de Rose, la hermana Murreall había trasladado a Constance a


su habitación, pero su amiga había enfermado de dolores menstruales la
noche siguiente. Ella había ido a la enfermería, y Rose se quedó sola a la
mañana siguiente.
Podía hacerlo esto. Se vistió cuidadosamente con el vestido de lana gris
oscura que la abadía proporcionaba a sus estudiantes. En cuanto bajó las
escaleras, Euphemie se acercó a saludarla, luego se inclinó y le susurró en
voz baja:
—Sigues siendo una loca, ¿verdad? Fea y estúpida. Apuesto a que
puedo conseguir que hagas algo que te meta en problemas, y no sospecharás
nada hasta que estés en el despacho del padre Seward y tenga la vara en la
mano. Nadie te salvará entonces. Ni siquiera tu amiga Constance. —El
brillo de sus ojos le dijo a Rose lo mucho que disfrutaba burlándose de la
gente.
Rose la ignoró, fingiendo que no podía oír ni entender las palabras de
Euphemie. La malvada muchacha encontró un asiento al final de la misma
mesa de caballete, pero Rose se alegró de ignorarla. Había un cierto placer
en saber que, sin que Euphemie lo supiera, entendía cada una de las duras
palabras que la muchacha había dicho.
Estaría observando a Euphemie.
A mitad de la comida, Rose decidió añadir miel a sus gachas, así que se
levantó de su asiento y se dirigió a la mesilla donde se guardaban los
condimentos.
A su espalda oyó una risita nerviosa, pero ella lo ignoró y terminó su
tarea antes de volver a la mesa. Entonces se vio obligada a volverse hacia el
murmullo. Euphemie estaba de pie junto a la silla vacía de Rose, señalando
el asiento, ahora manchado de sangre.
—¿Veis? Es una tonta. Ni siquiera sabe cuándo sangra. —La voz de
Euphemie llegó hasta las demás y las risas se volvieron más fuertes. Rose
quiso cubrirse los oídos, pero eso delataría su mentira, así que no lo hizo.
En lugar de eso, dejó caer su cuenco sobre la mesa y corrió a su habitación,
horrorizada de haber sangrado por todas partes.
Seguramente moriría de vergüenza. ¿Sabía Euphemie que las mujeres
sangraban cuando estaban siendo castigadas? Necesitaba desesperadamente
hablar con Constance. Bueno, no hablar, sino estar cerca de ella. Necesitaba
la confianza que irradiaba su querida amiga, el consuelo que le ofrecía.
En cuanto se quedó sola en su habitación, se desnudó y buscó trapos
para colocárselos entre las piernas antes de ponerse un nuevo vestido.
Después de tirar la ropa ensangrentada al suelo, se dejó caer en la cama
sollozando.
Sollozó durante casi toda la mañana, con sus pensamientos llenos de las
risas de las otras chicas y la cara cruel de Euphemie. Cuando por fin pudo
apartar la escena de su mente, la voz de su madre la sustituyó.
«Dios te está castigando por lo que has hecho. Te he visto besar a ese
chico. Las muchachas no besan a los chicos hasta que se casan, y ahora él
te obligará a pagar. Sangrarás cada mes hasta que Dios considere que te
has enmendado. Las mujeres no juguetean con los pícaros, sino que se
quedan en casa hasta que su padre las case como es debido. Debes rezar
todas las noches hasta que el Señor perdone tus pecados. Y si alguna vez te
veo besar a otro chico, te encerraré durante un mes. ¿Me oyes? ¡Un mes!»
Rose había intentado ser buena, pero cada mes sangraba, y cada mes su
madre entraba y la reprendía por sus pecaminosas y sucias conductas.
Y luego la había sorprendido besando a Roddy, lo que había empeorado
todo. Para su madre, la única manera de librarse de su problema era pedir
perdón en la abadía.
Y ahora todas las muchachas de la abadía sabían de su comportamiento
pecaminoso. ¿Cómo podría volver a mantener la cabeza en alto?
Lloró y lloró hasta quedarse dormida.
Cuando despertó, ya era casi de noche. Se quedó pensando en todo lo
que había sucedido, deseando que Constance estuviera allí con ella. Su
amiga sabría qué hacer.
En cambio, la puerta se abrió y el rostro de un hombre apareció en la
rendija. Era el padre Bernard Seward.
—Rose —susurró—. Debes levantarte y comer algo. Me he enterado de
tus problemas. Te voy a enviar a la enfermería. Te ayudarán con tus
problemas femeninos.
Ella se incorporó y lo miró fijamente, preguntándose si lo que había
dicho iba en serio. Su amabilidad era inesperada, aunque ella no conocían
bien al hombre.
—¿Puedes caminar? Iré contigo. Puedes pasar la noche allí. No quiero
que estés sola aquí. —Ella le dijo con sus acciones lo que no podía decirle
con sus palabras. Se puso de pie y lo siguió fuera de la habitación hacia las
escaleras. La enfermería estaba en el piso de arriba, al final del pasillo
norte. El padre Seward guio el camino y ella se alegró de seguirlo. Cuando
llegaron, él habló con la monja con una voz demasiado suave para que ella
pudiera oír. Luego le dio una palmadita en el hombro, le sonrió y se fue.
Para su deleite, la monja la condujo a una pequeña habitación con dos
camas, y Constance estaba en la otra cama. La monja le señaló la cama y le
dio un montón de trapos limpios para que los usara. Ella se sonrojó porque
la monja era obviamente consciente de su vergonzoso secreto.
No había sabido que besar a un chico era pecado. Hacía unos años
habían recibido visitas, amigos de su padre que iban al castillo de vez en
cuando para respirar aire fresco y estar cerca del agua. Su madre no había
querido que se quedaran, pero ellos habían insistido en pasar una sola noche
en el castillo. Ella había conducido al joven hasta las rocas para mostrarle la
maravillosa vista, y él la había sorprendido cogiéndola por los hombros y
haciéndola girar hasta quedar frente a él. Había plantado sus fríos labios
contra los de ella, y luego había procedido a lamerla con su lengua de la
manera más desagradable.
Ella lo había apartado, pero eso no le importó a su madre. En cuanto los
invitados se fueron, su madre la había reprendido diciendo que los había
visto jugueteando fuera de la ventana. Su madre se había negado a escuchar
su versión, así que se había ido a la cama sin cenar y había llorado hasta
quedarse dormida.
Unos dos meses después, había empezado a sangrar. La visión de la
sangre roja y brillante la había aterrizado. Su madre había visto la sangre en
su ropa y explicado que era la forma en que el Señor castigaba a las
muchachas por haber sido libertinas.
Cómo rezaba para que Dios la perdonara pronto porque estaba cansada
de sangrar cada mes. Estaba sentada en la cama con la pila de trapos en su
regazo, sin saber qué hacer con ellos, cuando la voz más dulce que había
oído jamás le susurró:
—¿Tú también estás sangrando?
8

R oddy blandió el puño en un amplio arco con un rugido, y luego se


incorporó en su cama.
—¿Qué demonios? —Connor se incorporó en la cama contra la pared
opuesta.
Roddy se frotó los ojos, haciendo lo posible por desterrar la visión de
los jabalíes persiguiéndolo hasta el borde del agua, obligándolo a saltar. El
agua se parecía a aquella en el exterior de la torre de Rose, salvaje y mortal,
y él había sabido que se ahogaría.
—Lo siento, Connor. Ha sido una pesadilla. Mis disculpas. Vuelve a
dormir.
Connor volvió a caer en la cama y rodó sobre su lado, quedándose
dormido casi al instante.
Roddy no podía volver a dormirse ahora. No con las imágenes de
colmillos de jabalí y agua agitada bailando en su mente.
Las pesadillas eran cada vez peores.
Lo habían asaltado de forma intermitente durante la mayor parte de su
vida, pero habían persistido durante mucho tiempo después de la batalla en
la que su tío Alex casi había perdido la vida. Había sido un shock ver los
cadáveres esparcidos por el suelo, sangre por todas partes, y las imágenes
habían acudido a él una y otra vez en sus sueños. Durante un tiempo, se
habían desvanecido, pero habían vuelto después de la pelea de Braden con
los Lamont. ¿Por qué no se había acostumbrado a la muerte? Era parte de
ser un guerrero. Era parte de la vida.
Ahora sus pesadillas siempre implicaban agua y morir ahogado.
Luchaba por subir a la cima, solo para despertar jadeando.
No podía detenerlas, por más que lo intentara. Había intentado pociones
especiales de su madre, sin decirle por qué las necesitaba, entrenando sus
pensamientos cuando se acostaba por la noche y hablando del problema,
pero nada había servido. En cambio, sus sueños crecían y crecían, y
últimamente parecían implicar siempre agua. Ahora, para su deleite, este
tenía que ver con jabalíes y morir ahogado. Cómo deseaba ahogar a las
bestias.
No tenía ni idea de qué hacer. ¿Cómo podría detenerlos?
Balanceó las piernas hacia un lado de la cama y colocó los pies en el
suelo, apoyando los codos en las rodillas. No había forma de que se
durmiera ahora.
Se obligó a ponerse en pie y se dirigió al gran salón, bajando las
escaleras tan silenciosamente como pudo, con la esperanza de no despertar
a nadie. Para su sorpresa, se encontró con Braden saliendo de las cocinas
con un muslo de pavo en la mano.
Su primo sonrió con suficiencia y le ofreció el manjar.
—Ten. Yo cogeré otro. —Cuando eran más jóvenes, se habían ganado la
reputación de tener un apetito insaciable. Se las ingeniaban para comer en
una casa de campo para luego ir a la siguiente quejándose de hambre.
Cualquier persona con la que se cruzaban murmuraba sobre los muchachos
en crecimiento y sus voraces apetitos, pero las palabras solían decirse con
una sonrisa indulgente.
—Algo te preocupa —dijo Braden, al salir con una segunda pierna de
pavo. La agitó hacia la chimenea, indicando que debían acercarse a ella—.
Es la única razón por la que no duermes, primo. ¿Qué pasa?
Roddy se pasó la mano libre por la cara mientras se acomodaban frente
a la chimenea, cuyas brasas aún estaban calientes.
—He tenido otra pesadilla.
—¿Sobre morir?
—Sí, ahogarme y morir —respondió, exasperado. Aunque hacía poco
que había compartido su vergüenza con Connor, hacía ya tiempo que se lo
había contado a Braden, después de que su amigo conociera a Cairstine.
Había necesitado contárselo a alguien—. No puedo deshacerme de este
miedo a morir. No lo entiendo. Pude haber perdido la vida con ese jabalí.
Estaba paralizado por el miedo. El jabalí estaba listo para ir a por mi cuello
y me congelé. —Atacó la pierna de pavo como si ésta hubiera sido la
causante de todos sus problemas.
—Pero te recuperaste y mataste a la bestia, ¿no es así?
Suspiró, incapaz de explicar lo impotente —e inútil—, que se había
sentido en ese momento.
—Sí, pero lo hice por reflejo. La situación podría haber sido muy
diferente. Si no encuentro una solución a mi problema, tendré que pedir que
me saquen del grupo de guerreros viajeros. Me temo que no seré de ninguna
ayuda para nadie. No puedo explicar lo impotente que me vuelvo en esos
momentos.
—¿Tienes algo más en la cabeza que te impide concentrarte con
claridad? —La mirada de Braden le dijo que su primo pensaba que ya tenía
la respuesta.
Dio el último bocado a la pierna del pavo y la dejó caer sobre la mesa
frente a él, limpiándose la boca con la manga.
—Sí, no te equivocas. Apenas conozco a Rose, pero no puedo
quitármela de la cabeza. —Tiró del mechón de pelo que insistía en caer
sobre sus ojos.
—¿La has vuelto a ver? —Habían llegado tarde al castillo de Braden,
después de que él y su familia se acostaran, y ambos habían estado
demasiado perturbados por el incidente con los jabalíes como para buscar
una audiencia con su primo. Acordaron hacerlo a la mañana siguiente.
—No, pero…
Braden levantó una mano.
—Tal vez la historia fluya mejor con un poco de hidromiel. —Había
terminado su propia pierna de pavo, llevó los desperdicios a las cocinas y
regresó con dos copas de hidromiel, entregándole una a Roddy antes de
sentarse a escuchar.
—Ella no estaba allí cuando regresamos al castillo —dijo Roddy—. Su
madre nos informó que la había llevado a la Abadía de Sona para tomar sus
votos. —Roddy pudo notar, por la expresión del rostro de Braden, que
estaba tan sorprendido como ellos lo habían estado ante esta información—.
Sí —continuó—, su madre dijo que fue a la abadía por voluntad propia.
Que desea convertirse en monja. Está en formación.
Roddy se frotó las manos, esperando ver la reacción de su primo.
Braden silbó.
—Es una situación difícil. Pero si deseas hablar con ella, deberías
buscarla.
—Nuestra siguiente parada fue la abadía. Afirmaron que ella no estaba
allí, pero me temo que la tienen retenida contra su voluntad.
—¿Y luego te fuiste? —La mirada de Braden se estrechó sobre él.
—¿Qué otra cosa podía hacer? Teníamos que terminar nuestra misión de
buscar en la zona otros posibles lugares para el Canal.
—Deja que te explique algo. Yo tenía un mal presentimiento sobre
Greer Lamont y su esposa, o la mujer que yo creía que era su esposa.
—Cairstine.
—Sí, Cairstine. No me gustó la forma en que la trató cuando los vi
juntos por primera vez. Y había algo en Cairstine que me atraía. Así que los
seguí. Esperé hasta que Lamont se perdiera de vista antes de hablar con ella.
Ella siguió siendo cautelosa, pero entendí por qué. Steenie estaba con ella.
El muchacho tenía demasiado miedo en su mirada, y eso no me gustó en
absoluto. Aun así, ella rechazó mi ayuda y regresó al castillo Muir.
—Pero no dejaste que eso te detuviera. —Roddy sabía exactamente a
dónde iba su primo con esta historia. Greer Lamont había controlado a
Cairstine y a su hijo, Steenie, con puño de hierro. Ella había tenido
demasiado miedo de dejarlo, y no había querido abandonar su castillo en
manos de ese hombre.
—No, no lo hice. Si hubiera ignorado mi instinto, si me hubiera alejado
de ella, ahora no sería mi esposa. Seguiría siendo una prisionera en su
propio castillo.
—Entonces, ¿qué debo hacer? —preguntó Roddy, levantándose de la
silla para empezar a pasearse, con los dedos todavía jugando con el mechón
de pelo que no se quedaba en su sitio.
—Encontrar una manera de colarte y registrar las instalaciones —dijo
Braden—. Daniel ha avisado de que llegará mañana. Lo llevaremos con
nosotros. Seremos cuatro. Podemos averiguar si ella está allí, y si no está,
averiguaremos su paradero. Tenemos que descubrir todo lo que podamos
sobre el Canal de Dubh. No tendremos mucho tiempo, pero haremos todo lo
que podamos por Rose.
—¿Y si la encuentro? ¿Qué hago? ¿Secuestrarla? ¿Y si ella no desea
venir conmigo? Hay un pequeño problema de comunicación entre nosotros.
—¿Estaba loco por estar tan fascinado por una muchacha que no podía
hablar con él?
—No, no la secuestrarás hasta que tengamos un grupo de guerreros allí
para protegernos. Primero debes averiguar si la retienen allí contra su
voluntad. Luego debemos averiguar por qué. También debemos averiguar
cuántos guardias tienen en la abadía. Es una abadía, así que debemos ser
muy cuidadosos. Pero esta abadía y la del sur son las únicas dos
posibilidades que tenemos en este momento. Una o ambas podrían ser parte
del Canal. Una vez que tengamos toda la información que necesitamos,
volveremos al Clan Grant y haremos un plan. No tendrás el apoyo del tío
Alex sin respuestas.
Roddy pensó en todo lo que había dicho su primo, y luego asintió con la
cabeza.
—Sí, hablas con sabiduría, Braden. Esperaremos la llegada de Daniel y
luego regresaremos.
—Ya te sientes mejor, ¿no? Ahora que la decisión está tomada…
Sonrió.
—Sí, me siento mucho mejor.
—Entonces sigue tus presentimientos sobre Rose MacDole.

Rose miró fijamente a los ojos de su amiga. Cómo deseaba poder


preguntarle qué quería decir. ¿Sabía que Dios la hacía sangrar cada mes?
¿Sabía qué clase de pecado había cometido para que eso sucediera?
—Yo también estoy en mi período. Por eso estoy aquí —dijo Constance,
tirando de Rose para que se sentara en la cama junto a ella—. Tengo
terribles cólicos cada mes. Gimoteo en sueños. —Siguió cogiendo la mano
de Rose—. ¿Tú también tienes cólicos?
Rose sacudió la cabeza, estrujando la mano de Constance para hacerle
saber que se sentía mal por sus cólicos.
—Lo odio, pero todas las muchachas pasan por ello. No hay nada que
podamos hacer para evitarlos, aunque me causan un dolor terrible —dijo,
sujetando su vientre para mostrarle la zona donde el dolor era mayor—.
Justo aquí está el dolor. Constante. —Luego miró a Rose—. Lo que más
odio es sangrar. Es asqueroso, ¿verdad?
Rose estaba tan emocionada que no sabía qué preguntar primero. Le
había creído a su madre sin dudarlo, pensando todo el tiempo que la sangre
era su castigo por ser débil y mala.
Tomándose su tiempo, Rose trazó la palabra «madre» en la cama. Luego
imitó un beso, esperando que su amiga comprendiera su significado. Por
último, señaló sus partes femeninas.
Constance frunció el ceño y se frotó la frente.
—Lo siento, Rose, pero ¿qué tendría que ver besar con tu período? No
estás casada, así que no creo que hayas hecho lo que hacen las parejas
casadas.
Rose gesticuló la palabra «malo». Luego volvió a fruncir los labios en
un beso.
Constance sonrió y susurró:
—No creo que besar sea malo. Con el muchacho adecuado, es bastante
agradable. Yo besé a un chico que me gustaba mucho. Sus labios eran
cálidos y dulces y me abrazó como si nunca me fuera a dejar ir. —Sus ojos
se iluminaron con el recuerdo—. Él era muy agradable, pero volvió a
Inglaterra.
Rose gesticuló:
—¿Dios?
Su amiga sacudió la cabeza.
—Dios no pensaría que besar es malo. Dios quiere que las parejas se
casen y tengan hijos. Los besos son parte del amor. Es la forma de saber si
tú y el chico que te gusta encajáis. ¿Quién te ha dicho eso?
Ella pronunció la palabra «madre».
—Oh, Rose. ¿Estás diciendo que tu madre te ha dicho que Dios piensa
que eres mala por besar a un chico?
Asintiendo frenéticamente, Rose señaló de nuevo sus partes femeninas.
—¿Tu madre te dijo que besar a un chico te haría sangrar? —La
mandíbula de Constance cayó después de ese último comentario.
Rose ansiaba explicarle toda la situación a su amiga. ¿Con quién más
podía hablar de ello? Toda esta historia inventada había venido de alguien
que debería haberla amado. Alguien en quien debería haber podido confiar.
Rose cogió un libro al lado de la cama, y sus manos volaron de palabra
en palabra, de imagen en imagen, mientras intentaba explicarle todo a su
amiga.
Después de observar a Rose durante unos minutos, Constance la detuvo
finalmente, estrujando su hombro.
—Rose, ¿estás diciendo que tu madre te ha dicho que sangras cada mes
porque has sido pillada besando a un chico? ¿Que besar es malo y que Dios
te castiga haciéndote sangrar?
Rose cerró los ojos y se dejó caer en la cama por el cansancio. Asintió
brevemente con la cabeza, suspirando de alivio porque su amiga la había
entendido. Luego, queriendo expresar un último pensamiento, se incorporó
y señaló el cuadro de la abadía en la pared.
—¿Y te ha mandado aquí porque cree que eres mala? —dijo Constance
con un suspiro—. ¿No porque deseas ser monja?
Rose asintió, con lágrimas en la cara.
Constance la levantó para que se pusiera de pie. La abrazó y luego se
apartó para poder explicarle todo a Rose sin que nadie más la escuchara.
Susurró:
—No, eso son mentiras. Tal vez malinterpretaste las palabras de tu
madre, pero no es verdad en absoluto. —Señaló de un lado a otro las
imágenes y las palabras, sacudiendo la cabeza con vehemencia—. Solo
sangramos porque Eva… no importa. Te lo explicaré más tarde. —Hizo una
pausa mientras cogía las manos de Rose—. ¿Sabes cómo se hacen los
bebés?
Rose sacudió la cabeza.
—Tenemos mucho de qué hablar, amiga mía. Pero eso puede esperar
hasta otro día. Estoy cansada. —Señaló su cama—. ¿Ahora a dormir? —
Juntó las manos junto a su cabeza y cerró los ojos—. ¿Hablaremos más
mañana?
Rose asintió. Necesitaba tiempo para procesar todo lo que acababa de
aprender. Estrujó suavemente a Constance, hizo el signo que habían
acordado para indicar «gracias», y luego se fue a su propia cama.
Veinte minutos después, seguía despierta. Escuchó la respiración suave
y rítmica de Constance, indicándole que su amiga estaba profundamente
dormida. Rose miró al techo con una sensación inusual recorriéndola, muy
diferente a todo lo que había experimentado antes.
En lugar de miedo, sintió fuerza.
En lugar de duda, sintió confianza.
En lugar de sentirse ansiosa, se sintió tranquila.
Su madre le había mentido. Había creado una historia cruel para
justificar el maltrato y el envío a la abadía.
Y lo había hecho con una sonrisa y un brillo en los ojos.
Cuando estuvo segura de que Constance estaba profundamente dormida,
Rose se levantó de la cama y se acercó a la pequeña ventana, mirando la
luna casi llena y las estrellas a su alrededor. En ese momento, se hizo una
promesa a sí misma.
Nunca volvería a ser débil, ni se doblegaría a la voluntad de su madre.
Rose MacDole acababa de renacer como una mujer de fuerza y
convicción.
Una mujer con un plan.
Ya era hora de que utilizara su discapacidad en su beneficio. Aunque
todavía estaba confundida por las motivaciones de su madre para tratarla
tan cruelmente, estaba claro que tenía una razón para querer sacar a Rose
del castillo. Ella lo descubriría. Se había convertido en una espía de todo lo
que ocurría cuando su madre estaba cerca. Tal vez se escabulliría una
noche, pediría prestado un caballo y espiaría a su madre, o iría a las cuevas
a ver si había más barcos. Algo extraño estaba ocurriendo cerca del castillo
MacDole, y odiaba admitirlo, pero sospechaba que su madre lo sabía todo.
Por el rabillo del ojo, vio a alguien merodeando por los jardines bajo la
ventana.
A punto de comenzar su nueva misión, tomó la decisión de empezar por
escabullirse de la enfermería.
¿Quién estaba merodeando por los jardines?
9

R oddy respiró profundamente, mirando a la luna, preguntándose si


habría demasiada luz para su aventura. Daniel había llegado ayer. Lo habían
informado de la situación, todos habían registrado la zona a la mañana
siguiente y ahora estaban volviendo a la abadía. Daniel había insistido en
que esperaran hasta el anochecer.
Connor y Braden habían accedido a patrullar la periferia de la abadía.
Daniel se uniría a él dentro de la abadía. Roddy solo esperaba que su apodo,
Fantasma, resultara acertado.
—Fantasma, tú guía el camino, no he hecho mucho trabajo de espía. —
No pudo evitar que un lado de su boca se curvara. Tal vez en lugar de ser un
guerrero podría trabajar para la Corona escocesa como Maggie y Will. No
eran verdaderos espías. Su propósito era llevar a cabo las instrucciones del
rey Alexander, quien se ocupaba de tantos asuntos familiares que
últimamente no se sabía nada de él. Al menos, como espía, no tendría que
enfrentarse a la muerte con regularidad.
Daniel dijo:
—Debes ser como un ciervo: grácil pero rápido.
—¿El tío Logan es grácil y rápido? —preguntó con un bufido. La última
palabra que usaría para describir al hombre era grácil. Era más bien como
un toro, pisoteando y gruñendo a su paso.
—No, no como el tío Logan. ¿Has visto alguna vez a la tía Gwyneth?
Corre como un ciervo y es tan grácil como cualquier bailarina. El tío Logan
no sería un gran espía sin ella. Debes viajar sin ser visto ni oído. Ese es el
truco.
—Haré lo que pueda. ¿Por dónde empezamos? —Estaban de pie fuera
de una valla cerca de la parte trasera de la abadía. La muralla no se extendía
alrededor de la abadía. La única barrera era una valla alta, lo que les
facilitaría la tarea.
—Esto es fácil de escalar —dijo Daniel—. Mejor que una muralla,
aunque ese seto puede ser muy difícil de atravesar. Yo diría que las
muchachas probablemente duermen en el segundo piso y los monjes en uno
de los edificios separados. ¿Qué hay en el edificio fuera de la valla? ¿Lo
sabes?
—Ese edificio alberga a los huéspedes. No querrás entrar. Confía en mí.
—Entonces lo ignoramos. Será mejor que empecemos por los extremos
opuestos y avancemos hacia el centro. Así que la muchacha no podrá hablar
con nosotros, ¿eh? Debe ser todo un esfuerzo para ella poder comunicarse.
Es una lástima, o ella podría espiar para nosotros en el interior de la abadía.
Roddy miró el brazo de Daniel, el que había perdido por debajo del
codo por una herida de espada a una edad temprana.
—Has aprendido a convivir con tus problemas. ¿No puede ella hacer lo
mismo?
—Bien dicho, amigo mío. Empezaré por el frente porque será un poco
difícil pasar a los guardias. Ve al jardín trasero y mira si puedes encontrar
una ventana para trepar. Reúnete conmigo en este lugar dentro de media
hora.
Roddy asintió.
—Buena suerte.
Observó cómo Daniel se alejaba corriendo sin hacer ruido ni mover una
brizna de hierba. Grácil como un ciervo, sin duda. Cuando Daniel
desapareció, Roddy avanzó por el jardín hasta uno de los árboles, con la
esperanza de poder trepar por él para acceder al segundo piso. El jardín,
lleno de viñas florecientes, árboles frutales aromáticos y bancos bien
colocados, sería muy hermoso durante el día.
Acababa de llegar al árbol cuando oyó una puerta abriéndose no muy
lejos, una bien escondida tras los arbustos del seto. Se congeló,
escondiéndose lo mejor que pudo, pero su futuro como espía estaba
claramente condenado: apenas había logrado ocultarse cuando una joven
salió de la puerta, cerrándola silenciosamente tras ella.
Rose.
Reconocería su perfil en cualquier lugar. Sin querer asustarla, esperó a
que estuviera cerca de él antes de ponerse delante de ella.
La asustó, pero su rostro se convirtió en una amplia sonrisa al instante,
algo que lo complació enormemente. Él no pudo evitar que una sonrisa
apareciera en su propia cara. Le tendió la mano con la esperanza de que la
cogiera; en cambio, se lanzó hacia él y lo rodeó con sus brazos en un abrazo
de oso muy poco propio de una dama.
Cuando él los separó, susurró:
—¿Estás bien?
Ella asintió, frotándole los brazos, mostrándole lo contenta que estaba
de verlo.
La cogió de la mano y la condujo lejos de la abadía hasta un banco en el
borde del gran jardín. Aunque estaba oscuro, la luna era lo suficientemente
brillante como para guiarlos. Una vez que se sentó y ella se acurrucó cerca
de él, le susurró:
—Hay muchas cosas que quiero preguntarte. Algún día te enseñaré a
leer y escribir. La mayoría de mis primos saben porque mi tía Maddie
insistió en enseñarnos a todos.
De la nada, una cabeza despeinada se asomó de entre las plantas
cercanas a la puerta que Rose había utilizado para salir de la abadía. Rose
no se preocupó en absoluto, sino que hizo un gesto a la muchacha para que
se acercara a ellos. Él le levantó la mirada con un dedo bajo la barbilla.
—¿La conoces?
—Sí —dijo la chica mientras se acercaba—. Soy su amiga, Constance.
—Apoyó una mano en el brazo de Rose hasta que tuvo su atención, y luego
preguntó—: ¿Él sabe la verdad?
Rose asintió, con los ojos empañados.
—¿Saber la verdad sobre qué? He venido porque deseo saber si ella está
aquí contra su voluntad.
—Calla, y te diré lo que ella me ha dicho. Primero, sabes que ella puede
oír, ¿correcto?
—Sí, ya me lo ha dicho. Pero tengo muchas preguntas que me gustaría
que sean respondidas.
Rose le dio una palmadita en la mano a Roddy, tiró del lóbulo de su
oreja y señaló a Constance. Escucha.
—Adelante —dijo él.
Constance comenzó:
—Rose se unió a nosotros siete noches atrás. Le he estado enseñando a
leer y también hemos inventado algunos signos propios para las palabras.
También he podido utilizar libros ilustrados para ayudar a Rose a entender
las palabras.
Él estrujó el hombro de Rose y dijo:
—Bien.
—Acabamos de tener una gran conversación, por así decirlo. La madre
de Rose la vio besar a un muchacho hace algún tiempo, y le hizo pensar que
era malo. Dijo que Dios la castigaría, y entonces… —Hizo una pausa—.
¿Tú eres el muchacho?
Rose levantó ambas manos, con las palmas hacia afuera, agitándolas
para indicar que él no era el muchacho. Él no pudo evitar preguntarse quién
había sido. Un repentino sentimiento de celos lo invadió. Pero se obligó a
prestar atención a los asuntos que tenía entre manos, ya que no tenía mucho
tiempo.
—Bueno, como sea, ella le hizo pensar a Rose que… —Hizo una pausa,
sonrojándose mientras miraba a Rose, quien le indicó con un gesto urgente
de mano que debía continuar.
Constance respiró hondo y cogió la mano de Rose antes de terminar de
hablar.
—Su madre le dijo que Dios la haría sangrar cada mes hasta que le
perdonara su transgresión.
Roddy se quedó callado un momento, incapaz de procesar lo que
Constance acababa de decirle. No podía estar refiriéndose al período
menstrual de una mujer, ¿verdad? Por qué, eso sería… eso era… ¿qué clase
de monstruo le diría a una joven tal cosa? No. Tenía que estar equivocado.
—¿Quieres decir que la convenció de que la razón por la que sangra
cada mes como mujer es porque el Señor está enfadado con ella?
—Sí, al parecer la pilló besando a otro muchacho hace unos días. La
mandó aquí porque había pecado, no porque quiera ser monja. Le dijo que
si deja de sangrar cada mes, significará que el Señor la ha perdonado y
podrá volver a casa.
Roddy frunció el ceño.
—El segundo muchacho soy yo. Rose, lo siento mucho…
Rose sacudió la cabeza con una vehemencia que le dijo a Roddy que su
tiempo fuera de casa le había sentado bien. Ella había ganado algo de
confianza. Entonces, el significado más amplio detrás de las palabras de
Constance lo golpeó con fuerza.
—Pero eso significaría que ella estaría aquí…
Constance completó sus pensamientos.
—Sí, eso significa que ella nunca volverá a casa.
Roddy levantó la mirada para encontrarse con la de Rose, intentando
ocultar la repulsión que sentía por su madre. ¿Qué clase de criatura
retorcida le diría a su hijo una mentira tan descarada?
—Lo siento mucho, Rose. Estoy atónito. ¿Por qué querría tu madre que
salieras del castillo?
Rose hizo una serie de gestos y formó algunas palabras con los labios,
pero él no pudo entender lo que intentaba decir.
—¿Constance? ¿Comprendes alguno de sus signos? ¿Lees sus labios?
Constance negó con la cabeza, pero entonces dos de las palabras que
Rose estaba intentando transmitir fueron entendidas finalmente.
«Barco» y «noche».
Una extraña sensación recorrió la columna vertebral de Roddy. La
propia Rose pensaba que había una conexión entre su madre y el barco que
había visto en el muelle.
En cuanto cayeron las primeras lágrimas de Rose, él dijo:
—Basta, Constance. No quiero frustrarla más. Esas dos palabras me
dicen mucho. ¿Por qué no vuelves a entrar?
La chica le lanzó una mirada, y luego desvió su atención haca Rose.
—¿Quieres quedarte con él?
Rose levantó sus diez dedos.
—Está bien. Diez minutos. Entraré y esperaré, pero estaré justo dentrás
de la puerta.
En cuanto Constance se marchó, Rose se dejó caer contra Roddy y
sollozó. Diablos, no sabía qué hacer, así que se limitó a abrazarla mientras
lloraba. La cabeza de ella se apoyó bajo su barbilla y Roddy aspiró su dulce
aroma floral, respirándolo más profundamente. Le recordó al tono violeta
de sus ojos. Le apartó el pelo de la cara y le pasó el pulgar por la mejilla.
Unos minutos después, ella dejó de llorar y se apartó de su pecho, con
los ojos rojos y las mejillas empapadas. De alguna manera, seguía siendo la
mujer más hermosa que él había visto. Lo miró y se tocó los labios con los
dedos y luego los acercó a los de él.
Confundido, dijo:
—¿Beso?
Ella asintió, con la mirada triste y confundida.
—¿Quieres que te bese? —Se señaló a sí mismo y luego a ella.
Asintió, y la expresión de confusión cambió a una de esperanza.
—¿Entiendes que el Señor no pensará mal de nosotros por besarnos?
Una breve sonrisa cruzó sus labios y asintió.
Roddy le cogió la cara y cubrió sus labios con los suyos, saboreándola
lentamente para no asustarla. Movió sus labios sobre los de Rose, quien los
separó lo suficiente para que él deslizara su lengua dentro, dándole la
oportunidad de saborearla. Se dio cuenta de que era una inocente, así que se
esforzó por moverse lentamente en lugar de devorarla como él deseaba.
Rose unió su cuerpo al suyo y Roddy le rodeó la espalda con los brazos
para acercarla. Al principio, se mostró rígida, pero una vez que su cuerpo se
encontró con el de él, fue como si una cerilla se hubiera encendido en su
interior. La pasión de Rose encendió la suya.
No podía saciarse de su dulce Rose, pero sabía que tenía que parar. No
quería causarle más problemas, sobre todo porque estaban dentro de los
muros de la abadía, así que terminó el beso. Ella gimió, un leve jadeo en el
fondo de su garganta que alimentó su deseo.
Se obligó a apartarla de él y luego señaló la puerta.
—Debes volver. Constance te está esperando. —No pudo evitar
preguntarse qué otros retorcidos conceptos le habían enseñado a la
muchacha sobre las relaciones entre hombres y mujeres, pero no la
molestaría más esta noche.
Rose cogió su mano entre las suyas y lo condujo hacia la puerta que
llevaba a la abadía. Apoyándose en Roddy mientras paseaban, ella suspiró,
y él lo vio como una buena señal. Cuando llegaron, ella se puso de puntillas
y le dio un rápido beso en los labios, agitando la mano para despedirse.
Él preguntó:
—¿Cuántos años? —Le señaló el pecho.
Constance abrió la puerta y dijo:
—Tiene diecisiete, casi dieciocho. —Se sonrojó un poco por haber
revelado que los estaba escuchando, y volvió a cerrar la puerta.
Roddy señaló su propio pecho y dijo:
—Volveré.
Ella sonrió y abrió la puerta, mirándolo por encima del hombro mientras
se deslizaba dentro. Esa última y fugaz visión de la hermosa muchacha lo
tentó a cogerla y no soltarla nunca. Deseaba ayudarla, arreglar ese caos que
había alterado su vida. No podía imaginar lo que Rose podría estar
pensando.
¿Qué podía ser peor que tu propia madre mintiéndote para deshacerse
de ti?

Roddy y Daniel se reunieron con Connor y Braden frente a la abadía, pero


Braden les indicó que se alejaran un poco antes de hablar. Siguieron el
camino hasta llegar a un claro cerca de un arroyo burbujeante, donde se
detuvieron para dar de beber a sus caballos y compartir sus
descubrimientos.
—¿Qué has averiguado? —preguntó Braden.
—He encontrado a Rose —respondió Roddy—. Y he descubierto que
está allí porque su madre la obligó. La mujer MacDole le dijo que ha
pecado y que tiene que pedir perdón al Señor.
La mandíbula de Daniel cayó.
—¿Esa dulzura que vi corriendo hacia la enfermería ha pecado? No me
lo creo.
Roddy se sobresaltó con sorpresa.
—¿Llegaste hasta la enfermería?
—Sí, y vi a las dos colarse de nuevo. Una muchacha con el pelo muy
oscuro y otra con el pelo rojo rizado. Y una con aspecto de haber sido
besada minuciosamente, si yo tuviera que adivinar. —Daniel guiñó un ojo a
los otros dos muchachos, pero Roddy no respondió.
—¿Y qué más has descubierto? —insistió.
—Oh, no, que hay como mucho treinta guardias, un número bastante
grande para una abadía de este tamaño. Esto me hace cuestionar las
actividades que se desarrollan aquí. El sacerdote y la abadesa que dirigen la
abadía tienen un benefactor muy importante que controla gran parte de lo
que hacen, pero no he podido descubrir el nombre de esa persona.
—Podría ser cualquiera —señaló Connor.
—Lo averiguaré cuando volvamos —dijo Daniel, con una sonrisa pícara
bailando en su rostro.
—¿Volveremos? —preguntó Braden.
—Seguro que sí. Roddy insistirá en ello. —Le lanzó una mirada
significativa—. E incluso si él no lo hace, ciertamente algo está sucediendo
allí. Pude sentirlo en cada persona que vi. Todos tienen miedo de algo.
—Sí —dijo Connor—. Algo relacionado con la Abadía de los Ángeles,
sin duda. ¿Quiénes son los otros vecinos de la zona, Braden? ¿Los conoces?
—A algunos, pero no a todos. Hay una familia viviendo al norte, pero
no diría que son pudientes. No hay nadie directamente al oeste porque el
paisaje es muy pobre. Loki está al este de nosotros, pero un poco lejos. No
sé quién está al sur.
—¿Por qué no has enviado ninguna patrulla todavía? —preguntó
Daniel.
Los otros tres se rieron.
—Braden todavía no tiene muchos guardias patrullando para él. Ha
ganado tal vez cinco. Loki patrulla por él en ocasiones.
Daniel se acarició la barbilla mientras pensaba.
—Mmm. Tal vez debería quedarme contigo un tiempo. Sería
interesante.
—Eres bienvenido a unirte a mí. Tengo muchas habitaciones vacías en
el castillo e incluso dos chozas están sin reclamar —ofreció Braden—.
Piénsalo.
—Volviendo a nuestro tema, Rose ha mencionado otra cosa interesante
—dijo Roddy.
—¿Cómo es eso? —interrumpió Connor con ironía—. ¿De repente ha
aprendido a hablar?
—No. Tuvimos una intérprete en cierto sentido. Ha estado trabajando
con otra muchacha de la abadía. Han desarrollado su propio lenguaje de
signos y también utilizan libros con imágenes para comunicarse entre sí.
Constance fue capaz de contarme la mayor parte de la historia, y no es
buena. —Eso les llamó la atención, y tuvo que obligarse a calmarse
mientras una furia justificada florecía en su interior. Se armó de valor y les
contó lo que sabía.
—¿Así que su propia madre la envió a la abadía para el resto de su vida
sin su consentimiento? —preguntó Connor—. Pensaba que Lady MacDole
era una mujer desagradable, pero no sospechaba algo así.
—Sí —dijo Roddy—. Y solo tiene diecisiete años.
Un silencio sepulcral respondió a su revelación. No culpó a sus primos.
Era tan impactante para él decir esta verdad como lo era para ellos
escucharla.
Braden sacudió la cabeza, mirando al suelo, y susurró:
—Increíble.
—¿Algo más? —susurró Connor.
—Sí. Le pregunté si sabía de alguna razón por la que su madre no la
querría en el castillo, y se alteró bastante con algo. Ni Constance ni yo
pudimos entender mucho de lo que decía, pero capté dos palabras. Barco y
noche. Está claro que sospecha que su madre está involucrada en lo que sea
que esté ocurriendo bajo el castillo MacDole.
Braden dijo:
—Debe haber algo en el castillo, alguna razón por la que su madre la
quería fuera. Todo esto podría estar conectado. Debemos investigar esto.
—Sí, opino lo mismo —coincidió Connor—. De hecho, creo que
deberíamos volver al castillo Muir y enviar un mensajero a Will y Maggie.
Necesitan venir aquí pronto.
Las otras tres cabezas asintieron, mostrando su apoyo a la idea.
Partieron a buen galope. Con suerte, llegarían a casa de Braden poco
después de la medianoche. Por desgracia, la suerte no estuvo de su lado esa
noche.
No habían ido muy lejos cuando fueron atacados.
Ocho bandidos contra cuatro de ellos.
10

R oddy casi se ahogó de miedo. Un jinete se dirigió directamente hacia


él, con su arma en alto.
Connor mató al bandido con un solo movimiento de su espada.
—¡Roddy, despierta!
Parecía que todo lo que rodeaba a Roddy se había acelerado, pero él se
había ralentizado. Como si el aire a su alrededor se hubiera vuelto más
pesado. Se quedó mirando a la melé, blandiendo su espada, pero ni por
asomo con el impulso y la convicción que tenía en las lizas.
Consiguió derribar a un bandido de su caballo mientras Braden
derribaba a dos de ellos. Daniel clavó su espada en el vientre de otro de sus
atacantes. Solo quedaba uno.
Y estaba avanzando directamente hacia Roddy.
El malhechor ya había detectado cuál de ellos era el más débil, y no era
el guerrero con un solo brazo.
El atacante blandió su espada desde un lado con el objetivo de cortar a
Roddy por la mitad, pero este bloqueó el golpe y clavó su espada en el
pecho del hombre, matándolo al instante.
Ese era el último.
Los otros tres bramaron y gritaron mientras miraban a los ocho hombres
que habían abatido, pero Roddy no pudo celebrar.
Cualquiera que lo mirara supondría que jadeaba por el esfuerzo, pero no
era así. No podía recuperar el aliento porque el miedo a estar a punto de
morir lo había dominado una vez más, y luchaba por recuperar el equilibrio.
¿Cuándo terminaría esto?

Rose se despertó a la mañana siguiente con un nuevo sentido de propósito.


El beso de Roddy había despertado algo dentro de ella, algo que
deseaba explorar más. Era alguien que no solo era amable con ella, sino que
creía en ella.
Alguien que no había sido detenido por su madre.
Se mantendría fuerte por sí misma, pero también por Roddy. Se
merecían la oportunidad de explorar más su relación. Si ella pudiera
encontrar una manera de salir de la abadía, podrían tener esa oportunidad.
Se uniría al Clan Grant si la aceptaran. Cualquier cosa para alejarse de
su madre.
También necesitaba concentrarse en aprender a comunicarse mejor.
Constance la había ayudado enormemente, pero seguía luchando por hacer
llegar sus palabras a Roddy.
La frustración la agotaba.
Cuando se levantó de la cama, lo hizo con cuidado para no despertar a
Constance, quien seguía durmiendo profundamente. Se dirigió a la zona de
las monjas, a la recámara privada donde podía terminar sus abluciones
matinales.
Tenía tres objetivos: terminar de aprender a leer, averiguar con certeza
por qué su madre deseaba deshacerse de ella y conocer mejor a Roddy
Grant. Había dado lo mejor de sí para explicarle a Roddy que había
recordado algo sobre las visitas del barco a la dársena. Había recordado que
su madre siempre le decía que entrara a la casa durante las noches que
llegaba el barco. Sin embargo, eso nunca le había impedido salir a
escondidas. Aunque nunca había visto mucho, una noche había oído un
ruido extraño procedente de la dársena.
Muchachas llorando. No había sido capaz de identificar el sonido
entonces, pero ahora estaba segura de que tenía razón. ¿Qué habían hecho
los hombres con las muchachas? ¿Adónde las enviaban?
¿Y qué tenía que ver su madre con todo esto?
Tenía la sensación de que Roddy y sus primos eran los únicos que
podían ayudarla a responder a sus preguntas.
Cuando terminó sus abluciones, la hermana Murreall se acercó y le dijo:
—Sé que no puedes oírme, muchacha, pero cepíllate el pelo y ponte el
vestido más lindo. Tu madre está aquí, y estoy segura de que subirá a verte
antes de irse. —Le cogió la mano y le dijo—: Ven conmigo. Te buscaré algo
una prenda.
Rose tuvo cuidado de no reaccionar, aunque deseaba salir corriendo de
la enfermería. Es más, deseaba salir corriendo de la abadía y seguir
corriendo hasta estar muy, muy lejos.
La hermana Murreall la condujo por el pasillo, seleccionó un lindo
vestido para ella de entre los que colgaban en su recámara, y luego la llevó
de regreso a la sala de enfermos.
—Ten, esto te servirá. Tu madre está con la abadesa en este momento,
así que no hace falta que te des prisa. Nuestros vestidos habituales no son lo
suficientemente bonitos para que los uses frente a tu madre. Este que has
traído hará resaltar tus ojos. —La amable monja regresó por el pasillo,
musitando para sí misma—. No sé por qué insisto en hablar con alguien que
no puede oírme. Debo de estar tonta por mi edad avanzada.
Rose quiso abrazar a la monja, pero la mujer se fue tan rápida y
silenciosamente como había llegado. Constance se incorporó, frotándose los
ojos.
—¿Qué pasa? ¿Por qué la hermana Murreall te ha devuelto a nuestra
recámara para que te pusieras un vestido más bonito?
Rose le mostró el signo correspondiente a su madre, trazando una M en
la palma de su mano, y luego señaló el suelo.
Constance gimió.
—Tu madre está aquí. —Se dejó caer de nuevo en la cama mientras
Rose se quitaba la bata y cogía un camisón y el vestido de lana.
—¿Qué vamos a hacer?
Rose odiaba mentirle a Constance, pero temía que su amiga insistiera en
ir si admitía que tenía intención de espiar.
Para protegerlas a ambas, se limitó a decirle a Constance que iba a dar
un paseo.
Bajó sigilosamente la escalera trasera, escuchando si había alguien en el
camino, pero como era la hora de la misa, no esperaba ver gente
moviéndose. Una vez que llegó al pasillo sin ser vista, se apresuró a llegar
al final, hacia las habitaciones reservadas para el padre Seward y la madre
abadesa.
No había nadie, así que se arrastró sigilosamente hasta llegar a la puerta
de la madre abadesa. La habitación estaba en silencio, así que continuó
hacia la cámara del sacerdote. Allí oyó voces, y decidió situarse en una
pequeña alcoba a escuchar.
El padre Seward dijo:
—Ella está bastante bien, pero creo que usted es demasiado dura con
ella, milady.
Su madre dijo:
—Estoy bastante preocupada por ella. Se toma muy mal no poder
comunicarse con los demás. Por eso he recomendado que la dejen en su
habitación privada y que le lleven todas las comidas.
—Creo que usted espera demasiado de ella —dijo la madre Marion—.
No es mucho más que una niña por sus defectos. He asignado a otra
estudiante para que la ayude a encontrar su camino aquí. Es importante que
se sienta bienvenida. Ha vivido una vida protegida y solitaria. ¿No está de
acuerdo?
—Pero ese es mi temor. Una vez que esté entre las demás, se burlarán
de ella porque no puede oír, así que sería mejor dejarla sola. O asignarla a
trabajar en las cocinas, y que pueda picar verduras todo el día. Estar
rodeada de otras muchachas, muchachas que pueden hacer lo que ella no
puede, es demasiado doloroso. ¿Ya se han burlado de ella las otras
muchachas?
Hubo una pausa, después de la cual la madre Marion admitió en voz
baja:
—Sí, ha habido un incidente. Pero me temo que solo se debe a su
incapacidad para comunicarse y a su falta de experiencia con otras jóvenes.
—Y como ya ha ocurrido, podéis ver que tengo razón —insistió
altivamente su madre—. Quiero que se mantenga alejada de los demás.
El padre Seward se aclaró la garganta.
—Sugiero que le enseñemos a leer. Podría señalar las palabras para
transmitir su mensaje. Tal vez algún día pueda aprender a escribir. Eso le
daría los medios para comunicarse, la oportunidad de tener una vida más
significativa. Al menos podría leer libros.
—Por supuesto que no —respondió su madre—. La alteraríais dándole
algo que es demasiado difícil de aprender.
Alguien jadeó, y entonces la madre Abadesa dijo:
—¿Está sugiriendo que su hija no tiene la capacidad mental para
aprender a leer?
—Conozco a mi hija —insistió la madre de Rose—. Es una niña
encantadora, pero es… ¿Cómo puedo decir esto sin parecer cruel? —El
silencio hizo un fuerte eco y Rose tuvo que usar todo su autocontrol para no
empujar la puerta y gritarle a su madre.
Si pudiera gritar.
—Estúpida. Me siento horrible al decir la palabra, pero no es una niña
inteligente. Temo que la lectura sea demasiado difícil para ella, y no lo
permitiré. La visitaré hoy, si sois tan amables.
Rose sabía que debía marcharse para evitar ser descubierta, pero las
sillas aún no se habían movido. Dudó, no quería perderse nada de lo que
dijera su madre.
—Está en la enfermería en este momento —explicó el padre Seward.
—¿Por qué está en la enfermería?
—Porque un cruel grupo de chicas la avergonzó por su período en el
gran salón. Me he tomado la libertad de acompañarla a la enfermería. Me he
encargado de las peores infractoras. No volverá a ocurrir.
Una silla repiqueteó contra el suelo.
—Debéis dejarla en su propia habitación, como os he ordenado. No
miméis a mi hija. ¡No lo permitiré! Si no hacéis lo que os digo, reduciré mi
pago a la mitad.
Su madre debió haberse puesto de pie, así que Rose se preparó para
volver a correr por el pasillo. Lo último que deseaba era que la
sorprendieran en semejante posición.
—Muy bien —dijo la madre Marion—. Nos ocuparemos de la
situación.
—Ahora, me gustaría ver a mi hija. —Su voz volvió a ser tan dulce
como podía ser—. Estoy segura de que necesita el consuelo de una madre
después de esta debacle. Guiad, por favor.
Alguien se aclaró la garganta.
—Sobre ese pago, milady —dijo el Padre Seward.
Rose no necesitaba oír nada las monedas con las que su madre los
estaba sobornando para que la mantuvieran aquí en contra de su voluntad,
así que se apresuró a atravesar el pasillo y volver a subir a la enfermería.
Una furia floreció en lo más profundo de su vientre, suplicando una
liberación. Si pudiera gritar, guardaría todos sus gritos para su madre. No
era estúpida.
¿Quién más podría conseguir guardar los secretos de su madre?
Cualquiera con una mente más débil habría sucumbido mucho tiempo atrás.
¿Cuántas otras muchachas serían capaces de convencer al mundo entero
de que eran sordas cuando no lo eran? Cualquier otra habría cometido un
error, se habría vuelto ante un ruido fuerte, habría reaccionado a algo que
alguien dijera o habría hecho algo que hiciera creer a los demás que ella sí
podía oír.
Ella lo había hecho con bastante facilidad y nunca había sido
cuestionada. ¿Cómo esa mujer malvada no podía ver que todo eso requería
inteligencia? Se deslizó hacia el interior de la enfermería, asintió a
Constance y se sentó en el borde de la cama. Pronto pudo oír las voces de la
abadesa y de su madre, a las que aparentemente se había unido la hermana
Murreall. Se acercaron, pero Rose no dijo nada a Constance, no queriendo
que sospechara dónde había estado.
—¡Ya vienen! —Constance señaló y le hizo saber que tres personas se
acercaban a la habitación.
Un ligero golpe aterrizó en la puerta, pero Rose lo ignoró.
La abadesa emitió un saludo al que solo respondió Constance. De pie y
con las manos cruzadas frente a ella, Constance dijo:
—Pase, madre Abadesa. Es un placer verla esta mañana.
Rose actuó sorprendida cuando entraron, otro de sus encubrimientos
bien practicados.
—¡Oh, mi querida! —chilló su madre, apresurándose a su lado,
sentándose en la cama y rodeándola con sus brazos—. Me he enterado de
que has pasado por momentos difíciles últimamente. Siento mucho que las
otras chicas hayan sido desagradables contigo. —Una vez que abrazó a su
hija, con los brazos demasiado cerrados a su alrededor para su comodidad,
se dirigió a Constance—. Si no te importa, me gustaría pasar un rato a solas
con mi hija. Estoy segura de que ella apreciaría que nos dejaras unos
momentos. —Le dedicó su mejor sonrisa practicada a la abadesa y a
Constance.
Nada podía estar más lejos de la realidad.
La madre Abadesa dijo:
—¿Cómo te encuentras esta mañana, Rose? —Luego se inquietó,
dándose cuenta de que había hablado a una persona sorda como si fuera a
responder. Para compensarlo, le dijo a Constance—: ¿Parece estar mejor
esta mañana?
Constance respondió rápidamente a su pregunta antes de dirigirse a la
puerta.
—Parece que se siente un poco más ella misma. Creo que hoy puedo
volver a mi habitación habitual, madre Abadesa. ¿Puedo volver por mis
cosas más tarde?
—Por supuesto, querida. Haz lo que te resulte más cómodo. —La
abadesa le dio una palmadita en el hombro. Antes de seguirla fuera de la
habitación, preguntó—: ¿Necesitará algo más, lady MacDole?
—No, estoy bien. Solo deseo pasar tiempo con mi querida hija. La echo
mucho de menos. —Sonrió mientras rodeaba los hombros de Rose con su
brazo, inclinándose como si fuera a darle un abrazo.
—Muy bien. Me despido. Si necesita algo, mande a buscar a la
hermana. Ella la asistirá. —La abadesa hizo una breve reverencia y se fue,
cerrando la puerta con un sonoro clic.
Rose observó cómo su madre se levantaba y se dirigía a la puerta,
asegurándose de que estaba cerrada. No dejó de mirar a la mujer porque
ahora la conocía como lo que era: una mentirosa.
Aun así, a Rose le sorprendió por completo la siguiente acción de su
madre.
Lady MacDole giró sobre sus talones, moviendo el brazo en un amplio
arco, y la golpeó tan fuerte en la mejilla que cayó de nuevo sobre la cama.
Su madre nunca la había golpeado antes. Levantó la mano para
protegerse la piel de la cara, que ahora le escocía, temiendo ser golpeada
por segunda vez.
¿Qué podía hacer para protegerse? Estaba atrapada en un edificio donde
la abadesa, las monjas y el sacerdote estaban bajo el control de su madre.
Todos recibiendo sus monedas, aparentemente. Se levantó con la ayuda de
los codos y utilizó los pies para maniobrar y apoyar la espalda contra la
pared, cualquier cosa que la separara de la cruel mujer.
La voz de su madre se transformó en el más vil de los susurros, con un
tono chirriante y una furia en sus ojos que no se parecía a nada que Rose
hubiera visto u oído.
—¡Mira lo que has hecho! Te envié aquí para que pidieras perdón a
nuestro querido Señor por tus pecados de puta. Aparentemente, no has
hecho lo que Él esperaba de ti porque aquí estás sangrando de nuevo. He
oído que ha sido un tiempo muy difícil para ti, así que debes haber enfadado
a nuestro Señor aún más. No aprenderás a leer. Estás aquí para pedir la
absolución de tus pecados, no para hacerte amiga de nadie. No te mimarás a
ti misma y no pasarás tu tiempo con otras jóvenes. ¿Me entiendes?
Rose asintió, todavía protegiendo su rostro.
Su madre se inclinó hacia ella y la sujetó por la axila, estrujándola lo
suficiente como para que Rose deseara poder gritar. Le susurró al oído:
—¿Lo entiendes? Porque no he olvidado la promesa que te hice. Si no
te comportas como debes, te enviaré a una isla donde nadie te encontrará
jamás. Te dejaré morir lentamente de hambre… o tal vez serás atacada un
animal salvaje. No creas que no lo haré. Ya he tenido suficiente con que
interfieras en mi vida. No te quería cuando naciste y no te quiero ahora. Haz
lo que te digo o te arrepentirás.
Rose asintió con la cabeza. ¿Qué otra cosa podía hacer?
Su madre se puso en pie, con los ojos todavía clavados en Rose. Se
sacudió como para recuperar la compostura y se preparó para irse.
—Ahora, me iré. Cuando regrese la próxima vez, espero encontrarte en
una recámara sola, rezando por el perdón. He dado al padre y a la abadesa
instrucciones estrictas de que no veas a nadie y que recibas todas las
comidas en tu recámara. Te enviarán a hacer trabajos forzados durante
cuatro horas al día, incluso cuando sangres.
Su madre se dio la vuelta para salir por la puerta, pero luego se volvió.
—Veo la conmoción en tu cara, niña, y la comprendo. —Su voz había
vuelto a un tono normal por si alguien escuchaba su discusión—. Fuiste
mimada por tu padre, pero él ya no está aquí para protegerte. Yo soy todo lo
que tienes. Por favor, no cometas el error de subestimarme.
La última frase salió en un susurro. Luego se dio la vuelta y salió de la
habitación.
La antigua Rose habría sollozado.
La nueva Rose juró que se vengaría, incluso de su propia madre.
11

R oddy se despertó con un sudor frío, agitando los brazos.


Connor le gritó.
—Roddy, ¿qué demonios? Estás gritando como un lobo atrapado en las
ortigas.
Hizo todo lo posible para frenar su respiración. Luchar para llegar a la
superficie de una masa de agua no era diferente a luchar contra una bestia
gigante. De hecho, casi le dolían los hombros de nadar hacia la superficie
una y otra vez, para no llegar nunca.
—Lo siento, otra pesadilla. Estoy bien. No quería despertarte. —Se bajó
de la cama y salió a paso ligero de la habitación que compartía con Connor
en la casa de Braden.
Connor gruñó al darse la vuelta, o eso supuso Roddy. Ya había cerrado
la puerta tras de sí y apresurado su marcha hacia las escaleras. El ritmo que
había marcado era agotador, y se obligó a ralentizar sus pasos hasta que su
respiración también se redujo. Secándose el sudor de la frente, respiró
profunda y lentamente mientras los recuerdos de su pesadilla volvían a él.
Agua una vez más. Había estado sumergido bajo el agua, sin poder salir
a la superficie a tiempo.
Buscó algo para beber y se dejó caer en una silla frente a la chimenea.
Unos instantes después, se sorprendió al oír unas pisadas dirigiéndose hacia
él desde la torre, donde ahora vivían sus tíos.
El tío Brodie se detuvo en cuanto vio a Roddy junto a la chimenea.
—¿Estás bien, sobrino?
Roddy asintió, inclinándose hacia delante para apoyar los codos en las
rodillas.
—Sí, solo una pesadilla. Me despertó lo suficiente como para saltar de
la cama. —Dio un trago a la ale que se había servido.
Los latidos de su corazón casi habían vuelto a la normalidad. El agua se
había sentido tan real que sus oídos resonaban con la sensación de pesadez
que producía estar en las profundidades de un lago. Conocía bien esas
sensaciones. Había crecido en un lago.
El tío Brodie acercó una silla y dijo:
—¿Qué te preocupa? ¿Algo en concreto?
Roddy liberó su aliento. Había sabido que su tío le insistiría para que le
diera más información. Los miembros de su familia se cuidaban unos a
otros.
—He estado teniendo pesadillas de vez en cuando sobre ahogarme.
Estoy en el agua y no puedo llegar arriba.
—¿Por qué crees que has tenido esos sueños últimamente? —preguntó
el tío Brodie, encontrando su propio cáliz de ale para beber.
—No estoy seguro, aunque tal vez esté relacionado con algo más que he
estado experimentando. —Hizo una pausa, esforzándose por pensar en sus
palabras antes de continuar. Aunque les había contado a sus primos y a
Rose su problema, aún no lo había compartido con nadie de la generación
mayor. Contárselo al tío Brodie lo haría más real.
—¿Te gustaría compartir tus problemas conmigo? Estos viejos huesos
han visto más que tú. Me gustaría pensar que he ganado algo de sabiduría
con ello. —Le dedicó a Roddy una sonrisa de lado.
Lo último que pensaría era que alguno de sus tíos era demasiado viejo
para ser útil. Su padre y sus tíos le habían enseñado mucho. Tal vez el tío
Brodie podría tener una idea de cómo ayudarlo, de cómo acabar con su
problema.
—Las últimas veces que he sido atacado, he entrado en pánico y me he
congelado. —Miró a su tío para ver si parecía sorprendido, pero era
imposible leer su expresión—. Me pasó cuando nos atacaron los jabalíes y
luego cuando nos atacaron los bandidos. —Se frotó las manos, un gesto que
hacía siempre que no sabía qué hacer con una situación. Esperó a ver cómo
respondía su tío.
Tío Brodie preguntó:
—¿No he oído que has eliminado a uno de los atacantes?
—Sí, pero solo cuando estaba casi sobre mí. Yo debería haber sido más
agresivo. Cualquier hombre entrenado en las lizas Grant lo habría sido, pero
me quedé congelado y no me moví hasta que estuvo casi encima de mí.
Connor me gritó para que me despertara.
—¿Y por eso te protegiste finalmente?
Este pensamiento le desconcertó. ¿Eso fue lo que hizo que empuñara
finalmente su arma? ¿Porque Connor le había gritado, sacándolo de su
pánico?
—No, creo que fue por puro instinto. Golpear o morir.
—Entonces, yo no me preocuparía por ello. Tus instintos aún son
fuertes. No permitirás que alguien te supere. Has sido bien entrenado y has
practicado mucho en las lizas. Eso nunca te abandona. Ahora, háblame de
las pesadillas.
Roddy consideró las palabras de su tío. ¿Podría tener razón? Con un
profundo suspiro, admitió:
—Caigo en el agua y no puedo encontrar el camino de regreso a la
superficie. Lucho por subir, pero no lo consigo.
—¿Es similar a la vez que tu padre tuvo que sacarte del lago?
Roddy miró fijamente a su tío, intentando recordar el incidente al que se
refería, pero no pudo.
—No recuerdo…
—En tu lago, en el que nadabais todo el verano. Recuerdo que tu padre
dijo que tuvo que meterse tras un par de vosotros. ¿No lo recuerdas?
Roddy lo intentó, pero no recordaba haber sido salvado de morir
ahogado por su padre.
—No, no lo recuerdo.
—Tal vez debas preguntarle al respecto cuando regreses al Clan Grant.
No puedo recordar los detalles porque no estuve allí. Pero estoy seguro de
que tu padre tiene más fresca la memoria. Yo lo recordaría si hubiera
pasado a uno de los míos.
Roddy deslizó la mano por su barba.
Parecía que pronto regresaría al Clan Grant. Necesitaba respuestas a sus
preguntas.

Más tarde esa noche, Rose caminaba de puntillas por el sendero iluminado
por la luna. La hermana Murreall se había llevado todos los libros esa
mañana y Constance se había visto obligada a irse a otra recámara.
La hermana Murreall había sacudido la cabeza y les había dicho:
—No habrá más de estos libros para ninguna de las dos. Debéis
centraros en el entrenamiento para convertiros en servidoras del Señor. —
Solo que ella había murmurado algo muy diferente para sí misma mientras
se dirigía al pasillo—. No veo cuál es el problema de que una muchacha
aprenda a leer, especialmente una que no puede oír ni hablar.
Antes de que Constance se viera obligada a abandonar la habitación, les
concedieron un minuto a solas.
—No entiendo por qué no quieren que siga ayudándote con tus
lecciones —dijo amargamente Constance—. Si podemos leer, entonces
podremos aprender más sobre la Biblia.
Rose mostró el signo que se refería a su madre.
—¿Tu madre? Ella no es muy agradable, ¿verdad? ¿Es por eso que nos
están separando?
Rose asintió, negándose a llorar por la situación. En su lugar,
concentraría toda su energía en salir de la abadía. No estaba segura de a
dónde iría, pero tenía que encontrar a Roddy. Él la ayudaría a encontrar un
lugar para quedarse. Tal vez el Clan Grant la aceptaría por lo que era y no
intentaría cambiarla o castigarla. Pasara lo que pasara, Constance siempre
formaría parte de ella. La muchacha tenía un alma muy dulce y generosa.
—¿Es por eso por lo que también debes dormir sola y quedarte en tu
habitación?
Rose asintió, pero luego indicó que no seguiría las reglas establecidas
para ella. Encontraría la forma de salir, aunque fuera de noche. Le dio un
rápido abrazo a Constance.
—A Euphemie no le gustará no tenerte cerca para burlarse. Eso es lo
único bueno que saldrá de esto. Cuídate, Rose. Seremos las mejores amigas
para siempre. Te lo prometo.
Por mucho que lo intentara, no pudo evitar que se le empañaran los ojos
al ver a su querida amiga retirarse por el pasillo, con sus pertenencias bajo
el brazo.
Había pasado las siguientes horas sola, reflexionando sobre todo lo que
había ocurrido, y lo único que podía seguir sintiendo era la necesidad de
escaparse.
Lejos. En casa, su madre la había controlado, pero ella siempre había
podido escapar al exterior. Estar encerrada era más de lo que podía soportar.
Una vez que se deslizó por la escalera y salió por la puerta, se detuvo un
momento para aspirar el aire fresco de la noche. Era una hermosa noche
escocesa y los sonidos del exterior eran música para sus oídos. Siguió
caminando lenta y suavemente por el sendero del jardín, contemplando lo
que debería hacer a continuación y a dónde debería ir.
Un búho ululó tan fuerte que ella dio un salto. Al girar la cabeza para
observar el área que la rodeaba, se alegró de ver que no había habido nadie
para notar su reacción ante el fuerte sonido.
Cuando llegó al final del camino, el búho se posó en la rama que había
sobre ella. Tenía los ojos dorados y sus plumas eran de gloriosos tonos
marrones, negros y grises. ¿Por qué los humanos no tenían esa mezcla de
colores en el pelo?
Como si quisiera hablarle, su pico se abrió y emitió un ligero «hoo».
Cómo deseaba poder comunicarse con el regio pájaro. Observó su
movimiento: la forma en que se mantenía muy erguido, cómo movía la
cabeza sin mover el cuerpo. Giró la cabeza para mirar a un pájaro cercano,
pero luego volvió a girarse para mirarla a ella.
Bajo su mirada dorada, sintió como si su padre estuviera con ella, como
si hubiera encontrado una forma de comunicarse con ella desde el más allá.
Las garras del búho se extendieron como si quisieran posarse en su
brazo, pero ella había oído lo poderosas que podían ser las garras de los
pájaros. Buscó en el interior de su vestido el pañuelo de lino que había
metido allí. Lo sacudió, lo colocó en su antebrazo y se acercó al búho para
ver si se posaba en su brazo.
El pájaro la miró, luego apartó la mirada y regresó a ella. Finalmente,
extendió una garra, tocando su brazo como si estuviera probando su percha,
antes de mover la otra. Se posó en su brazo, pero solo durante uno o dos
segundos antes de salir volando.
Observó con asombro cómo sus alas se extendían sobre las copas de los
árboles. Con solo una ligera inclinación de su cuerpo, giró en el aire,
planeando con gracia. Estando completamente fascinada por él, no oyó las
pisadas que se acercaban detrás de ella.
—El hecho de que no puedas oír ni hablar hace que esto sea casi
demasiado fácil. —Una mano la sujetó por el hombro.
Cuando se giró, se encontró frente a Euphemie, Ada y otra chica que no
conocía. Las tres chicas la cogieron, inmovilizándola e impidiendo que
huyera.
—Nadie te oirá nunca, ya que no puedes hablar ni gritar —dijo
Euphemie—. ¿Sabías que hay varios monjes de visita? Les encanta pasear a
altas horas de la noche, así que hemos pensado en darles un espectáculo.
Puede que no se les permita tocar, pero pueden mirar, ¿verdad?
Rose luchó y pateó con todo lo que tenía, pero era una persona contra
tres. La tiraron al suelo y le ataron los pies y las manos con una cuerda.
La tercera chica preguntó:
—¿Por qué la odias tanto, Euphemie?
—No lo sé. Pero la odio. —Escupió en el pecho de Rose como si
quisiera puntualizar su comentario.
Ada soltó una risita y susurró:
—Porque ella es hermosa y Euphemie no.
La expresión de Euphemie se cerró y le dio un puñetazo a Ada en el
brazo.
—Cierra la boca o serás la siguiente. —La muchacha se distrajo lo
suficiente como para que Rose le diera una buena patada, justo en la
entrepierna. Euphemie maldijo y dijo—: ¡Te arrepentirás, perra!
Cómo deseaba poder gritar. Pateó y luchó con todas sus fuerzas, incluso
después de que le ataran las piernas. Consiguió incorporarse lo suficiente
para golpear a Ada con la cabeza. La muchacha se tambaleó hacia atrás y
dijo:
—¡Ay! Haz que pare, Euphemie. Me ha hecho daño.
Euphemie alcanzó el vestido de Rose y lo cortó, luego se lo quitó de un
tirón, dejándola temblando solo con su camisón.
—Oh, no, mira esas bonitas tetas. Creo que a los monjes les encantaría
verlas de cerca. —Sujetó el camisón de Rose y cogió su cuchillo, lista para
cortárselo cuando un pájaro bajó volando y graznó directamente en su cara
—. ¡Vete, pájaro asqueroso! —Ella extendió el brazo en un intento de
golpear al pájaro, pero éste la esquivó.
Era la lechuza de Rose, acudiendo en su ayuda. Sus ojos dorados la
miraron mientras se lanzaba contra las muchachas que la estaban atacando.
Sintió que su padre le había enviado protección desde el más allá.
—Me voy —dijo Ada—. ¡Ese búho es salvaje! —Corrió hacia la abadía
y la tercera chica la siguió, dejando a Euphemie allí sola.
—Bien —dijo Euphemie con desprecio—. Salvada por un búho. Te
dejaré con tu camisón, pero te volveré a encontrar. Y si se lo cuentas a
alguien, la próxima vez lo pagarás más caro.
El búho graznó de nuevo y Euphemie se cubrió la cara y salió corriendo
por el camino. Una vez que todas las muchachas huyeron, la lechuza
aterrizó frente a su cuerpo, paseándose de un lado a otro como para
comprobar si estaba sana. Picoteó el vestido en el suelo junto a ella, tirando
de algunas briznas, pero luego se detuvo. ¿Podría estar intentando cubrirla?
Si era así, el ave había fracasado, pero ella sabía que tenía un nuevo
amigo.
Necesitaba todos los amigos que pudiera conseguir.
Tumbada en el frío suelo, atada e incapaz de moverse, se obligó a no
llorar.
Pasara lo que pasara, no permitiría que nadie le hiciera más daño.
12

P ara sorpresa de Roddy, un grupo de viajeros llegó al castillo Muir a


primera hora de la mañana siguiente. Como no había dormido mucho, llegó
a las puertas antes de que desmontaran.
Exhausta, Maggie dijo:
—Intentamos llegar aquí anoche, pero estábamos demasiado cansados.
—Will ayudó a Maggie a bajar.
Gavin y Gregor llegaron detrás de ellos.
—Debe de haber mucha excitación aquí porque no hay nada para seguir
en la periferia aparte de las dos abadías. Esperamos que hayáis descubierto
más.
—Oh, no, hemos descubierto mucho —dijo Roddy con una sonrisa de
satisfacción—. Pero aún nos faltan detalles. Tenemos que investigar más.
Nos vendría bien vuestra ayuda.
Cairstine y Braden salieron a recibirlos.
—Debéis estar hambrientos. Tenemos muchas gachas. Entrad.
Steenie se lanzó por la puerta, bajando a toda prisa los escalones del
salón.
—¡Tenemos visitas! Y algunas personas que no conozco. ¡El Halconero
Salvaje está aquí! ¿Has oído eso, Paddy? ¿Dónde están tus halcones, Will?
Will silbó y los dos pájaros aparecieron, bajando en picado cerca de
ellos para deleite de Steenie. Él hizo todo lo posible por perseguir a cada
uno de ellos cuando se acercaron, pero fracasó.
El tío Brodie salió del salón y musitó:
—Ojalá tuviera la mitad de la energía del muchacho.
Volvieron al salón, charlando entre ellos.
Una vez que los primos terminaron de comer, todos se sentaron
alrededor de la mesa más grande del salón para compartir información.
—¿Supongo que vosotros también habéis descubierto algo? —preguntó
Connor.
Will asintió.
—Los padres de Maggie recibieron noticias de un grupo más, en
Inglaterra. Es la arteria principal de la red. Se mantiene bien escondido y
nadie tiene idea de dónde se encuentra. Con toda probabilidad, se mueve de
un lado a otro.
—¿Podría estar relacionado con los ingleses que vimos en la Abadía de
los Ángeles? —preguntó Roddy.
Will se encogió de hombros.
—Es muy posible que estén relacionados. Lo tendremos presente
mientras continuamos.
—¿No deberíamos ir tras ellos primero? —preguntó Daniel—. Tal vez
así podríamos detener al resto. Y parece que estamos esperando que ocurra
algo aquí. No ha habido nada, hasta ahora. ¿No estamos perdiendo el
tiempo?
—Alto. Escuchadme —dijo Will, levantando una mano—. Parece que el
tercer grupo, en las Highlands occidentales, ha aumentado sus actividades.
Más de media docena de muchachas bajan por el fiordo cada mes. Las
familias están viajando hacia el rey para quejarse por la desaparición de sus
hijas.
—Entonces, ¿por qué no nos hemos encontrado con eso todavía? —
preguntó Connor.
—Creo que ocurrirá pronto. Tenemos que reunir nuestros recursos y
esperar algún movimiento pronto si siguen los patrones anteriores —
respondió Will.
—Los clanes sospechan que una monja o alguien similar está
organizando la venta de las muchachas —dijo Maggie—. Pero nadie puede
identificar a la mujer involucrada. Sospecho que la madre abadesa de la
Abadía de Sona puede ser la persona que estamos buscando.
—¿Estás segura de que es una persona religiosa? —preguntó Roddy.
Tenía otra posibilidad en mente, una madre que no quería a su hija y que
tenía acceso a un fiordo, pero esperaba por el bien de Rose que eso no fuera
cierto.
—Sí, han desaparecido muchachas de algunas abadías; la iglesia no
permite que las familias las vean porque están en formación, pero la gente
ha empezado a sospechar. No te sorprenderá saber que muchas de las
muchachas fueron dejadas en la Abadía de Sona. Tenemos órdenes del rey
Alexander de detener la venta de las muchachas. Ha recibido suficientes
quejas que relacionan la comunidad religiosa con las desapariciones, pero
quiere que nuestro grupo erradique la fuente. Cree que podemos ser mucho
más rápidos , y tras conocer la información que nos acabáis de dar, no
puedo estar en desacuerdo con él. Estamos cerca. —Maggie miró de un
lado a otro, como si estuviera evaluando si todos estaban de acuerdo.
—Como veis —dijo Gavin—, realmente iremos todos a la abadía.
Maggie dijo:
—Necesitamos un lugar para dormir porque está muy lejos. ¿Tienes
suficiente espacio para nosotros, Braden? A Will y a mí no nos importa
dormir bajo las estrellas, pero si el clima se pone feo, nos gustarían los
establos.
—Tonterías —dijo el tío Brodie—. Tenemos muchas recámaras sin usar
dentro del castillo Muir. El padre de Cairstine construyó una fuerte fortaleza
y, por lo que parece, puede que estéis levantando algún problema en
vuestros viajes, así que lo mejor será que estéis todos detrás de una muralla.
Ellos cuatro se toparon con un gran grupo de bandidos antes de regresar de
su exploración. Es muy inusual en esta zona. Debió haberse corrido la voz
de que alguien en la zona está traficando con bastantes monedas. Me
quedaré atrás con Steenie, Cairstine y Celestina. El resto de vosotros tenéis
que moveros pronto.
Maggie asintió.
—Nuestro agradecimiento. —Volviéndose hacia Roddy, preguntó—: ¿Y
has descubierto algo? ¿Alguna actividad inusual en la casa de Rose?
—De hecho, sí. Su madre acaba de trasladarla a la Abadía de Sona —
explicó Roddy.
—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Maggie.
Connor hizo todo lo posible por ocultar su sonrisa de satisfacción.
—Les dice a todos que Rose tomará sus votos, pero Rose dice que la
trasladaron allí por besar a un muchacho. —No pudo contener más su
sonrisa, e inclinó la cabeza hacia Roddy.
Gavin soltó una carcajada.
—Roddy, diablo. ¿Has enviado a una muchacha a la abadía por
enseñarle cosas malas?
—Ríete todo lo que quieras sobre eso, pero la verdad es bastante
retorcida. —Entonces procedió a contarles lo que Jean MacDole le había
dicho a su hija sobre el pecado.
El silencio descendió sobre el grupo al considerar tal crueldad.
Maggie susurró:
—Dime cómo crees que esto afecta a nuestra misión.
Roddy dijo:
—Se deshizo de su hija porque algo ilegal está ocurriendo en el castillo
MacDole. Rose ya nos habló del barco que visita la dársena, y anoche
indicó que su madre podría saber algo al respecto. ¿Y si está vinculada a
alguien de la abadía?
Connor asintió.
—Sí, y si la operación se hizo demasiado grande como para depender
únicamente del comercio de las muchachas de la Abadía de Sona, tal vez
empezaron a construir la Abadía de los Ángeles para expandirse y para
alejar a la gente de sus pasos. Pueden enviar allí un suministro constante de
muchachas.
Will dijo:
—Sugiero que exploremos la zona en parejas hoy y mañana. Quiero
conocer bien la zona antes de elaborar nuestro plan para destruir su
operación. Tampoco quiero que nadie sospeche que estamos al tanto de sus
actividades. Si no fuera por la posibilidad de pillar al inglés, podríamos ir
tras ellos de inmediato, pero debemos proceder con cautela. Deseamos
atraparlos en el acto.
Mientras los demás conversaban sobre el viaje que se avecinaba, Roddy
se volvió hacia Connor:
—Necesito volver al Clan Grant antes de continuar aquí. ¿Tienes alguna
razón para hacer una parada en casa?
Connor le dirigió una mirada inquisitiva, pero cuando no se apresuró a
dar explicaciones, su amigo dijo:
—Estaré encantado de ir contigo. Podemos irnos después de nuestro
refrigerio y aun así regresar a tiempo para trazar una estrategia.
Roddy asintió y expuso su propuesta a Will y Maggie.
Maggie dijo:
—Id. Vosotros conocéis la zona y nosotros todavía tenemos que
estudiarla. Tenéis tiempo. Por lo que hemos averiguado a través de vosotros
y de nuestros padres, esto no sucederá pronto. Tenemos tiempo para
prepararnos.
No podía soportar otra noche de pesadillas. Era el momento de
descubrir el origen de sus sueños. Si no, nunca confiaría en su capacidad
para proteger a Rose.

Parecía que habían pasado dos días antes de que la descubrieran, aunque
probablemente solo fue una hora. Al oír pisadas acercándose por el sendero,
se movió hacia la luz de la luna tanto como pudo.
Rezó una rápida oración para que no fuera Euphemie, y no lo era.
El padre Seward se acercó a ella.
—¿Rose? —jadeó sorprendido—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estás
herida? —Le desató las manos y los pies, y luego cogió el vestido roto para
cubrirla lo mejor que pudo—. ¿Quién te ha hecho esto? —La ayudó a
ponerse en pie, pero a ella le costó hacerlo, casi cayéndose, así que la
acomodó en un banco cercano.
El ululato de su nuevo amigo resonó desde arriba.
—Rose, debo saber que estás bien. ¿Estás herida en alguna parte? —Sus
manos se movieron sobre su cuerpo, buscando heridas. Chasqueó con la
lengua cuando vio las abrasiones de la cuerda—. ¡Oh, Dios! Debo llevarte a
la enfermería de inmediato. No me importa lo que diga tu madre sobre
dejarte sola en tu habitación. No después de esto.
Rose quería llorar de alivio. Tal vez Constance encontraría la forma de
visitarla si estaba en la enfermería. Al menos allí podría lavar la suciedad
—aunque mayormente imaginaria— del ataque.
—¿Puedes caminar, Rose? —La miró con tanta compasión que ella se
atrevió a esperar que hubiera ganado otro aliado. ¿Él iría en contra de su
madre y le permitiría aprender a leer?
Ella asintió, tirando de la prenda rasgada a su alrededor para proteger su
intimidad. El padre Seward avanzó lentamente a su lado, asegurándose de
que ella pudiera seguirle el ritmo.
No se cruzaron con nadie más en el camino, pero en cuanto entró en la
enfermería, una de las otras monjas se apresuró a su lado.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué tiene la pobre muchacha? —La condujeron a
la recámara en la que había estado antes, aunque la otra cama estaba vacía
en esta ocasión.
—La atacaron y la ataron. No creo que la hayan herido, tal vez solo la
hayan tratado con rudeza. —Señaló las abrasiones en sus muñecas y
tobillos—. Debes ocuparte de estas zonas.
—¿Quién le ha hecho esto? —preguntó la monja al Padre Seward.
—No lo sé, pero pretendo averiguarlo.
—Su madre se pondrá furiosa. —La monja se llevó ambas manos a las
mejillas y sacudió la cabeza con preocupación.
—No es necesario llamarla todavía. Vamos a darle unos días. Quiero
averiguar quién ha hecho esto, investigar un poco más antes de contactar
con su madre. Ella querrá respuestas. —Comenzó a pasearse por la pequeña
habitación.
Rose se acomodó en la cama y se escondió bajo la tela escocesa,
descansando la cabeza con un suspiro. Estaba agotada por el ataque.
La monja la miró y dijo:
—¿Quién ha hecho esto? ¿Un muchacho? ¿Una muchacha?
Rose se negó a responder. No la delataría; pensaba ocuparse ella misma
de esto.
—¿Ha sido Euphemie?
Rose cerró los ojos y no contestó.
El padre Seward soltó palabras de rabia.
—Podría haber sido Euphemie o Ada o alguna de las otras chicas. Tal
vez incluso uno de los monjes visitantes. ¿Cómo voy a averiguarlo si ella
no puede decírmelo? Es vergonzoso que haya sido despojada de su vestido
en un lugar de nuestro Señor. Vergonzoso. Dale un tónico para ayudarla a
dormir si es necesario, hermana. Debe quedarse aquí un día más. De hecho,
enviaré a su amiga a visitarla mañana, para animarla un poco. Pobre
muchacha. Tal vez Constance pueda ayudarme a comunicarme a ella.
Cuando se fueron, Rose cerró los ojos y se permitió pensar en Roddy
Grant. Cómo deseaba que estuviera aquí para consolarla. Pensar en él la
ayudaba a superar el tormento de la hora que había pasado atada en el
sendero del jardín. De alguna manera, sabía que él la sostendría, incluso le
permitiría llorar si lo necesitaba.
Roddy Grant le hacía creer que había algo más en la vida que trepar por
las rocas y escuchar el sonido de las olas chocando contra las piedras
brillantes a la luz de la luna. Y, sin embargo, no podía negar que echaba de
menos el agua. La fuerza y el poder de las olas contra las rocas siempre le
habían dado fortaleza.
Sus recuerdos más felices eran los que había pasado con su padre en los
acantilados sobre el agua. A veces él sostenía su mano y otras veces la
dejaba libre para que explorara por su cuenta, tropezándose aquí y allá con
las superficies resbaladizas.
Solo una vez él había admitido que la madre de Rose no comprendía el
alma de un niño, pero le había asegurado que su madre seguía queriéndola,
solo que de forma diferente a él. Su padre la había adorado, de eso estaba
segura. Si su madre la amaba, era un tipo de amor que la desconcertaba.
Había perdido a su padre, pero nunca perdería su amor ni la confianza
que sus semillas de amor habían sembrado en ella. Una vez le había
hablado del día en que conocería a un muchacho que la conmovería de
forma diferente a como lo hacían los demás, y le había aconsejado que le
abriera su corazón cuando llegara ese día.
Era el momento de abrir su corazón a Roddy. Rezó para que volviera
pronto, y si lo hacía, tal vez tendría el valor de besarlo primero esta vez.
Necesitaba a Roddy.
Y también quería aprender a defenderse. Estaba harta de sentirse como
una muchachita indefensa, incapaz de hacer nada por sí misma. Había
llegado el momento de coger las riendas de su vida.
13

E ra casi de noche cuando Roddy y Connor llegaron al Clan Grant.


Fueron recibidos por los hermanos mayores de Connor, Jake y Jamie.
—¿Me habéis echado mucho de menos como para venir a saludarme?
—reprendió Connor en cuanto sus hermanos se acercaron a ellos—.
¿Supongo que estáis desesperados por mis consejos sobre cómo dirigir las
lizas?
Jake dijo:
—Oh, no, os podríamos utilizar en las lizas. Jamie se ha ablandado
desde que se casó con Gracie.
—Tengo todos los motivos para estar blando durante una o dos semanas
—replicó Jamie.
Roddy no podía estar más sorprendido por esta declaración, pero
Connor se apresuró a hacer la pregunta que tenía en mente.
—¿Y a qué se debería eso? No he oído que te hayas ablandado antes.
—Porque Gracie está esperando, y mi suposición es que es un
muchacho. —Roddy juró que vio que el pecho de Jamie se hinchaba un
poco.
—¿Gracie? —preguntó Roddy—. ¡Felicidades! ¡Voy a ser tío por
segunda vez! Apuesto a que la tía Maddie y mi madre están muy contentas.
—Mamá está especialmente contenta —afirmó Jake—. Kyla también lo
está. Y si queréis entreteneros un poco, mirad cómo Finlay y Jamie discuten
sobre quién va a tener al primer muchacho Grant de la próxima generación.
Jamie resopló.
—Oh, no, a Finlay le gusta presumir de que Jake y yo solo tendremos
muchachas. Le gustaría pensar que él y Kyla tendrán al próximo laird del
clan Grant. Después de Jake y de mí, por supuesto.
Las bromas continuaron hasta que atravesaron las puertas y dejaron sus
caballos con los mozos de cuadra. No pasó mucho tiempo antes de que una
voz llamara al grupo. El sarcasmo habitual de Finlay se extendió por el
patio.
—Jake y Jamie, ¿por qué no entráis y practicáis vuestras costuras con
las muchachas mientras yo hablo con los hombres sobre sus viajes?
Tendréis que aprender rápido para poder enseñar a vuestras hijas.
Jamie dijo:
—Estaría encantado de tener una muchacha, pero tendrá un hermano
antes de que acabe el próximo año, así que no te hagas ilusiones, Finlay.
Apareciendo de la nada, Finlay se acercó sigilosamente por detrás de
Jamie y se jactó:
—Kyla y yo tendremos nuestro segundo niño antes de que tú tengas
uno, muchacho. — Estrujó el hombro de Jamie y dijo—: Algún día te daré
indicaciones.
Kyla salió al patio a saludarlos, apareciendo justo a tiempo para
escuchar la jactancia de su marido.
—Por favor, Finlay. Basta de fanfarronadas. Me enfermas. Imagínate
cómo te sentirás cuando la tía Caralyn anuncie dentro de varias lunas que es
una muchacha pequeña y que se parece a su abuelo. Mi padre quiere otra
muchacha, y yo estoy dispuesta a complacerlo. —Sus ojos se entrecerraron
mientras se cruzaba de brazos, fulminando con la mirada a su marido.
Finlay se rio y rápidamente modificó su postura.
—Y sabes que me encantaría una muchacha que se pareciera a su madre
tanto como a su abuelo. —Le rodeó los hombros con un brazo y la besó en
la mejilla, y solo se estremeció ligeramente cuando ella le dio un codazo en
el costado.
Roddy dijo:
—Felicidades a los dos. ¿Está mi padre dentro o está en nuestra casa de
campo?
—Salió de la torre hace una hora —dijo Jake—. Estoy seguro de que ya
está en casa. ¿Deseas hablar con él?
—Sí. Connor os informará sobre lo que hemos averiguado. Voy a coger
una tarta de carne y me voy a casa a pasar la noche. Os veré mañana.
Connor dijo:
—¿Partiremos al amanecer?
—Sí —respondió Roddy, dirigiéndose directamente a las cocinas una
vez que entraron en el gran salón vacío—. Nos vemos entonces.
Quería hablar con su padre a solas y, dadas las felices noticias sobre las
esposas de Jamie y Finlay, esperaba que los hombres se quedaran hasta
tarde frente a la chimenea.
Tenía un par de ojos violetas en su mente, pero no podría ayudar a Rose,
ni a nadie, incluido él mismo, a menos que se enfrentara a sus miedos.
Cabalgó a buen ritmo porque la noche era clara y le encantaba galopar
por la pradera entre el castillo Grant y el lago. Todo estaba oscuro dentro de
su cabaña cuando esta apareció, pero su padre estaba sentado en el porche
con vistas al lago en una silla de madera que habían construido juntos.
—Roddy, no esperaba verte. Qué agradable sorpresa. Los demás están
durmiendo. Coge un cáliz de ale y acompáñame. Es una hermosa noche.
—Gracias, papá. —Llevó a su caballo al lago para que bebiera, y luego
lo llevó al interior de su pequeño establo para que disfrutara de una buena
comida de avena antes de ir a buscar su propia bebida a la cabaña. Sentado
en el porche frente a su padre, dijo—: He oído que voy a ser tío. Espero que
Gracie se encuentre bien.
—Lo está. ¿Y también has oído las noticias sobre Kyla?
—Sí. Será maravilloso tener dos a la vez. ¿Cuál llegará primero?
—Tu madre aún no está segura. Piensa que Gracie, pero están muy
cerca y ya sabes que los niños deciden por sí mismos cuándo van a llegar.
Un hombre puede decir todo lo que quiera, pero la naturaleza lo manda
todo.
Roddy notó cómo las líneas alrededor de los ojos de su padre se hacían
más profundas, cómo la edad empezaba a aparecer en él. No había perdido
mucho de su cabello dorado, pero se estaba volviendo blanco plateado en
algunas partes. Últimamente llevaba la barba recortada, y su madre lo
aprobaba. Afortunadamente, no tenía los problemas físicos que aquejaban al
tío Alex después de su cercano encuentro con la muerte, aunque sus
articulaciones habían empezado a molestarle a veces.
—¿Problemas en tu viaje?
—No, Will y Maggie han encontrado algo de información y vamos a
seguirla. Sin embargo, hay algo que quiero preguntarte. He tenido un sueño
extraño… un recuerdo, tal vez… y el tío Brodie me sugirió que hablara
contigo.
La única respuesta de su padre fue un breve levantamiento de cejas.
—Continúa.
Roddy decidió contarlo todo. Si no podía decírselo a su padre, ¿a quién
podría? Cuando era joven e insensato, a los quince años más o menos, había
pensado que sus padres eran ignorantes, pero había aprendido que no era
así. Su padre poseía una sabiduría que solo esperaba emular algún día.
—En el sueño, estoy en un estanque y no puedo subir a la superficie. Al
final siempre muero. —Hizo una pausa, y luego dijo de golpe—: He estado
luchando contra el miedo a morir, y eso hace que me paralice en el
combate. No sé qué pensar, pero el tío Brodie dijo que recordaba una
ocasión en la que estuve a punto de ahogarme. Yo no recuerdo nada de eso.
¿Y tú?
—Sí, lo recuerdo muy bien. —Se aclaró la garganta y se detuvo un
momento, como si quisiera ordenar sus pensamientos. Luego continuó—:
Tú y Gracie estabais bajo el agua. Ella se cayó y tú fuiste tras ella. Yo
volvía de las lizas cuando oí los gritos de los otros niños, así que me
zambullí tras vosotros. ¿No lo recuerdas?
—No. —Se frotó la frente como si eso pudiera forzar el recuerdo, pero
fue en vano—. ¿En qué parte del lago?
—No muy lejos. Gracie se había quedado atrapada en una red y tú
intentabas sacarla. De alguna manera, tú quedaste atrapado en la misma red.
—Su padre se frotó la barba, mirando a las estrellas durante algún tiempo
antes de terminar—. Era una vieja red de pescador, no una de las mías.
Debió haber estado allí durante años. No sé por qué nunca te quedaste
atrapado en ella antes, salvo que era bastante profunda. Te liberé primero y
te empujé a la superficie. Debiste haberte quedado casi sin aire porque
moviste las piernas con furia.
—¿Y Gracie?
—A Gracie no le fue tan bien. Se enredó bastante. A ti, solo te liberé de
un tirón. Tuve que sacar mi cuchillo para liberarla. La vi coger su último
aliento. Vi su última burbuja salir de ella.
—¿Qué? ¿De verdad?
—Me las arreglé para sacarla justo cuando dejó de luchar. Temía que la
hubiéramos perdido. Tu madre llegó justo a tiempo para verme arrastrarla
fuera del lago.
—¿Dejó de respirar? —¿Cómo diablos pudo haber olvidado tal evento?
—Sí. La saqué y la puse de lado en la hierba. La golpeé con fuerza en la
espalda un par de veces. Sacó bastante agua, pero entonces tu madre la hizo
rodar sobre su vientre y siguió ejerciendo presión sobre su espalda para
deshacerse del resto del agua. Gracie no se movió mucho hasta que expulsó
todo su interior.
—¿Y empezó a respirar de nuevo? —Sacudió la cabeza—. Sí,
obviamente, ella todavía está aquí.
—Después de exhalar, tosió y empezó a respirar de nuevo, llorando por
tu madre. —Su padre miró la superficie vidriosa del lago frente a ellos, con
la luna reflejándose en las pequeñas ondas—. Eso me dio un susto de
muerte. Nunca había visto a una muchacha vomitar tanto. Pensé que nunca
se detendría. Bebió un poco de agua. —Giró la cabeza para mirar a su hijo
—. No pareció afectarte mucho en ese momento. No tuviste miedo de
volver a saltar al agua al día siguiente. —Una pequeña sonrisa surgió de una
comisura de su boca—. Gracie no volvió durante más de quince días. Se
llevó un susto de muerte.
—¿Qué edad teníamos, papá? —Quizá había sido demasiado joven para
recordarlo.
Se acarició de nuevo la barba antes de hablar.
—Debió haber sido alrededor de tu séptimo verano porque Gracie
estaba en pleno cambio. Tal vez alrededor de los doce años. Ella lo
recuerda. Si la ves antes de irte, pregúntale. Creo que ella podrá contarte
más que yo.
Planeó hacerlo.
A la mañana siguiente, se despidió antes de dirigirse a la torre para
reunirse con Connor. Los pensamientos sobre el cercano encuentro de
Gracie con la muerte lo habían atormentado toda la noche.
¿Qué habría hecho sin su querida hermana?
Gracie tenía el corazón de un ángel. Él no conocía a nadie en el Clan
Grant que no pensara así. Siempre había sido madrugadora, así que
esperaba que estuviera levantada cuando él llegara al salón.
Se apresuró a subir a la torre, con cuidado de no golpear la puerta lo
suficientemente fuerte como para despertar a alguien. Las paredes de piedra
hacían que cada ruido resonara, especialmente cuando el salón estaba vacío.
Por suerte, esta mañana no estaba del todo vacío. Connor estaba sentado
en una de las mesas de caballete con el tío Alex y Jamie. Se apresuró a
acercarse a ellos, casi sin poder contenerse.
—Jamie, ¿Gracie ya se ha levantado?
—Buenos días a ti también, primo —dijo Jamie, alzando las cejas—.
Está en las cocinas.
Roddy se sonrojó y emitió un apresurado «Buenos días» a su tío y a
Connor antes de salir en busca de Gracie.
La encontró justo detrás de la puerta de las cocinas.
—Ahí estás, Gracie. Había esperado verte antes de irme.
—Saludos a ti, Roddy. ¿Cómo han resultado tus viajes? —Ella le dedicó
la sonrisa angelical que todos conocían muy bien, la misma que había
vuelto locos a todos los muchachos del clan.
—Bien, bien. Estamos teniendo una misión exitosa, pero quería
felicitarte. He oído que tú y Jamie vais a hacerme tío.
Se dio una palmadita en la barriga, aunque aún no había crecido mucho.
—Sí, tendremos un muchacho o una muchacha en la primavera, aunque
por favor no le preguntes a Jamie al respecto. Es bastante odioso porque
espera que se trate de un muchacho.
—Me alegro por los dos. —Roddy se inclinó y le besó la mejilla—. Hay
algo que esperaba preguntarte… Estuve hablando con papá anoche.
Estuvimos sentados en el lago hasta bien entrada la noche, charlando de
cuando éramos más jóvenes. —¿Cómo diablos podía preguntarle
abruptamente si recordaba haberse caído al lago?
—Pasamos muchos días de verano en el lago, aunque tú estabas en el
agua más que yo. Muchos días hacía demasiado frío para mí.
—Papá mencionó algo que me preocupó. ¿Recuerdas el día que casi nos
ahogamos los dos?
—¿Ahogamos? —Hizo una pausa, tamborileando los dedos en su
barbilla durante unos instantes—. ¿Te refieres a la vez que vomité toda esa
agua?
—Sí. —Ella era un poco mayor, pero él no podía creer que ella
recordara el incidente tan fácilmente—. ¿Recuerdas haber estado bajo el
agua?
—Mmm… Vagamente. Recuerdo la red. ¿Por qué?
Roddy no estaba muy seguro de cómo responder a su pregunta, aunque
se trataba de Gracie, alguien en quien confiaba plenamente.
—¿Has tenido alguna vez algún sueño al respecto?
Estaba claro que Gracie lo conocía mejor de lo que él pensaba. Lo miró
fijamente a los ojos y le dijo:
—Cuéntamelo todo. Te estás conteniendo. ¿Qué es eso de los sueños?
—No es importante —mintió—. Solo he tenido un par de sueños en los
que me ahogaba en el lago. Estoy seguro de que no has tenido nada
parecido…
—No. —Ella suspiró y se inclinó hacia él, rodeándolo con sus brazos
para abrazarlo—. Querido hermano, deja de torturarte por cosas que
pasaron hace mucho tiempo. Yo he tenido que hacerlo. Si lo haces, serás
mucho más feliz.
Gracie sabría la verdad de esa declaración mejor que nadie. Su
comienzo en la vida no había sido nada agradable.
Sin querer molestarla más, dijo:
—Mi agradecimiento, Gracie. Siempre das buenos consejos.
Ahora, si tan solo pudiera aplicárselos.
14

A lguien llamó a la puerta de la habitación de la enfermería y


Constance entró sigilosamente justo cuando Rose se incorporó. Al ver a su
querida amiga, saltó de la cama y la abrazó, estrujándola con fuerza. Le
dedicó el signo que compartían de «feliz» para hacerle saber lo contenta
que estaba de verla.
Solo cuando la alegría de verla desapareció, Rose se dio cuenta de la
expresión de preocupación en el rostro de Constance.
—Oh, cómo desearía que esto nunca te hubiera pasado —musitó
Constance—. Necesito saber exactamente qué ha ocurrido. Las historias
que cuentan en el pasillo son horribles.
Rose cogió sus dos manos y se sentó con las piernas cruzadas en la
cama, indicándole a Constance que hiciera lo mismo.
Miró fijamente a su amiga y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Tu madre es horrible. Es la persona más desagradable y mala que
existe. Si no te hubiera obligado a vivir sola, esto nunca habría pasado.
Rose se encogió de hombros, pues no estaba en desacuerdo, y gesticuló:
—Háblame de las historias.
—¿Hablarte de las historias? Oh, lo haré. La historia es que te
encontraron afuera sin nada puesto. Las chicas dicen que los monjes te lo
hicieron y también te golpearon, y ahora estás aquí arriba. ¿Es cierto?
Rose sacudió la cabeza. A través de un proceso que era más fácil que su
anterior método de comunicación, Constance pasó por una multitud de
conjeturas mientras Rose asentía o sacudía la cabeza. Cuando tuvo toda la
historia, Constance frunció el ceño y dijo:
—Euphemie es muy cruel. Aun así, me alegro de que estés aquí por un
tiempo. No me habrían dejado visitarte en tu habitación. ¿Qué vas a hacer?
Seguramente llamarán a esa malvada madre tuya.
Rose se tomó su tiempo para transmitir su mensaje: necesitaba ver a
Roddy. Cuando Constance finalmente adivinó su significado, Rose le
preguntó si creía que había una manera de enviarle un mensaje.
Constance sacudió la cabeza.
—No, pero yo no me preocuparía por ello. Te ha besado y volverá.
Rose no sabía cómo interpretar esa declaración y ladeó la cabeza, su
último método para decirle a su amiga que no entendía.
Constance soltó una risita.
—Le gustas. Él volverá. Así son los muchachos. ¡Ya lo verás!
Cómo rezó Rose para que tuviera razón.

Dos noches más tarde, Roddy estaba de pie entre los árboles afuera de la
abadía mirando hacia la alta estructura. Connor y Daniel estaban de pie
junto a él. El grupo no había logrado averiguado nada del inglés porque
había desaparecido. Habían vuelto a la nueva abadía, pero el día anterior
había estado vacía. El castillo MacDole estaba en silencio y no había habido
actividad en el lago marino, aunque todos estaban regresando para otro
patrullaje mientras el grupo de Roddy volvía a la Abadía de Sona.
Al no saber a dónde ir, habían decidido volver a la Abadía de Sona para
ver si algo había cambiado en la Abadía de los Ángeles, y su única
conexión con esa abadía era Rose y las novicias en formación. Se habían
enterado de la existencia de la Abadía de los Ángeles por una de las monjas
encargadas de servir las comidas.
—Tengo un mal presentimiento. No puedo explicarlo —dijo Roddy, con
las manos en las caderas mientras se paraba junto a su caballo.
—Me alegra ir contigo —dijo Daniel—. Sé exactamente dónde está su
habitación. Te guiaré hasta allí. Connor, tú harás la guardia solo.
—Tal vez yo también me cuele dentro —dijo Connor—. Puedo
acercarme de una manera diferente.
Daniel dijo:
—No, necesitamos a alguien en el exterior para mantener los caballos
preparados. Podríamos huir cuando regresemos. Si lo que ha dicho Maggie
es cierto, y alguien de aquí está conectado con el Canal, no les hará gracia
ver a alguien husmeando.
Roddy añadió:
—No hay nada sucediendo en otra parte. Podría haber aquí una especie
de reunión sobre el Canal de Dubh, sobre todo porque está previsto un
nuevo envío. Debemos tener cuidado. Pero estoy seguro de que
averiguaremos algo aquí. Connor y yo estuvimos de acuerdo en que había
algo extraño en este lugar.
Connor añadió:
—No me agradó la sensación entre la abadesa y el sacerdote. Al
principio pensé que podrían ser los dos, pero no se llevan bien.
—Tal vez sea solo uno de ellos —dijo Daniel, enarcando las cejas.
Roddy dijo:
—La única persona de la que sospecho por el momento es la madre de
Rose, pero no parece alguien que vendería niñas. Tiene una propia.
—Eso no significa nada —dijo Daniel—. Podría vender a otras y
mantener a la suya.
Roddy dijo:
—Es cierto. Estamos perdiendo el tiempo. La única forma de averiguar
algo es entrar y hablar con Rose o Constance.
Diez minutos después, Roddy y Daniel se arrastraron por el pasillo
donde dormían las novicias, Daniel se asomó a cada recámara, pero no
encontraron a Rose. Daniel guio el camino por el pasillo hasta la habitación
donde creía que podrían estar las muchachas. Le indicó a Roddy que entrara
primero.
Mientras se arrastraba hacia la recámara oscura, el corazón de Roddy
latía con tanta fuerza que pensó que le haría un agujero en el pecho. ¿Y si
otra muchacha había sido trasladada a esta habitación? ¿Y si ella gritaba?
La muchacha se incorporó. Para su alivio, era su amiga, Constance.
Se acordó de él, y susurró:
—¿Roddy Grant?
Él susurró:
—Sí. ¿Dónde está Rose?
—Está en la enfermería. Te llevaré con ella si puedo.
—¿Qué ha pasado?
—Fue atacada, pero no la hirieron de gravedad.
—Lo sabía —dijo amargamente Roddy, castigándose por no haber
llegado aquí antes—. Algo en mi instinto me decía que algo malo le había
pasado.
—Tu instinto tenía razón. Pobre Rose. —Le cogió el brazo para
tranquilizarlo y luego dijo—: Antes de irnos, tengo algo que decirte. Su
madre ha venido y le ha prohibido estar con otras muchachas. Está
encerrada en una recámara sola. La atacaron porque estaba sola.
Roddy estaba aturdido, pero no sorprendido. Si Lady MacDole estaba
involucrada en el negocio de tráfico, querría mantener a su hija aislada para
asegurarse de que no fuera secuestrada. También querría impedir que se
enterara de su participación en este fiasco.
—Constance, tengo un amigo llamado Daniel afuera. Nos ayudará a
entrar en la enfermería. Sospecho que será más difícil que entrar en esta
planta.
—Sígueme. —La muchacha se levantó y cogió su bata, así que Roddy
aprovechó para abrir la puerta y arrastrar a Daniel al interior.
—¿Qué pasa? —Miró a la muchacha y preguntó—: ¿Dónde está Rose?
Roddy respondió:
—Está en la enfermería. Esta es su amiga Constance.
Daniel le preguntó:
—¿Puedes llevarnos allí?
—Sí, pero hay un problema. Siempre hay monjas vigilando las
habitaciones de la enfermería.
—Bien, llévanos allí —dijo Daniel de inmediato—. ¿Ocuparás su lugar
en la cama? Si te cubres la cabeza con las mantas y te pones de cara a la
pared, la monja pensará que eres Rose durmiendo. Solo tienes que esconder
la cabeza bajo las mantas para que no noten tu pelo rojo. ¿Puedes hacer eso,
muchacha? Ellos necesitan tiempo para hablar.
—Sí, pero ¿qué te ha pasado en el brazo? —susurró Constance al mirar
su brazo amputado por un accidente en una pelea de espadas cuando era
más joven.
Daniel levantó el brazo y lo miró, luego abrió los ojos de manera
dramática y dijo:
—¿Qué le pasa a mi brazo? ¿Adónde ha ido a parar? Mi mano estaba
aquí hace un minuto. ¡Lo juro!
Constance soltó una risita y él la hizo callar con la otra mano.
—Ayúdanos a encontrar a Rose, y te lo explicaré en otra visita.
Ella asintió, haciendo lo posible por calmar su risa.
—Puedo llevaros a la enfermería, pero ¿cómo entraremos? Suele haber
al menos dos monjas vigilando. Una puede estar durmiendo, pero cualquier
cosa las despierta.
Roddy miró a Daniel en busca de ideas. Su mirada se entrecerró, luego
sus ojos se abrieron más y una sonrisa llenó su rostro.
—Sé exactamente qué hacer. Venid conmigo y esperad en la escalera.
Correré al exterior un momento y volveré enseguida.
Llegaron a la escalera sin ser vistos. La enfermería estaba en el tercer
piso, así que tenían que subir un nivel más. Entonces, Daniel desapareció,
dejando a Constance y Roddy solos.
Roddy estaba desesperado por obtener más información sobre Rose.
—¿Qué le ha pasado? ¿No puedes decírmelo? Será mucho más rápido si
lo haces.
Constance se mordió el labio inferior, pero finalmente dijo:
—Está bien. Fue atacada por un grupo de muchachas. Tres de ellas la
ataron y le quitaron el vestido, dejándola solo con su camisón. Había
monjes de visita en ese momento, y ellas esperaban que los monjes la
encontraran y la avergonzaran. Los monjes salen a caminar por la noche.
—¿Y quién la encontró?
—El padre Seward. La desató y la acompañó a la enfermería. Él no
quería dejarla sola hasta que descubriera quién era el responsable del
desagradable hecho.
—¿Y lo ha descubierto?
—Una de las chicas delató a la líder. No la he visto por aquí, así que
probablemente esté en la celda de castigo. Tienen que quedarse solas
durante varios días.
—Tal vez hable con ella —dijo Roddy, con un tono en su voz que ni
siquiera intentó disimular.
—No, visita primero a Rose. Está ansiosa por hablar contigo. Necesita
aprender a protegerse de esas perras crueles. ¿Puedes ayudarla?
Una puerta se cerró, así que terminaron su conversación y se prepararon
para subir corriendo la escalera si era necesario, pero la voz de Daniel los
detuvo.
—Solo soy yo.
Subió la escalera y, cuando llegó junto a ellos, susurró:
—Permitidme ir primero. ¿Dónde se sientan exactamente las monjas en
la enfermería? Necesito entrar lo más cerca de ellas.
—La segunda puerta a la izquierda por el pasillo. Están justo en la
entrada de la enfermería. Hay varias puertas en la planta, la mayoría son
habitaciones para las monjas. —Ella miró a Daniel con desconcierto,
probablemente preguntándose qué había hecho y qué estaba planeando,
pero Roddy no dijo nada. Él confiaba plenamente en el Fantasma.
—Perfecto —dijo Daniel, sus ojos se iluminaron mientras una sonrisa se
extendía por su rostro. Luego metió la mano en su escarcela y sacó un ratón
retorciéndose con su única mano—. No grites —advirtió a Constance.
Los ojos de Constance se abrieron de par en par, pero se mordió los
labios y no chilló.
Daniel se mofó:
—¿Qué te molesta? Es solo un pequeño ratón.
Roddy dijo:
—Creo que es un poco grande para un ratón.
Daniel aconsejó:
—Esto funcionará. Os lo prometo. Mantened los ojos en la puerta, y
cuando las dos monjas salgan corriendo, debéis entrar enseguida.
Los dejó a solas por poco tiempo antes de que comenzaran los chillidos.
Daniel esperó a que las monjas salieran gritando y se dirigieran al pasillo
antes de abrir la puerta de la escalera.
—Está despejado.
Las monjas estaban lejos en el pasillo todavía gritando cuando Roddy
empujó a Constance hacia la enfermería. Encontraron a Rose, quien ya
había salido de su habitación para explorar el ruido al parecer, ya que estaba
de pie en medio del pasillo con la mirada perdida.
Roddy sintió como si un rayo lo hubiera golpeado en el pecho. Siempre
recordaría este momento como aquel en el que comprendió que esta
muchacha significaba para él más que ninguna otra, que no podría olvidar a
Rose MacDole.
Rose estaba de pie en medio del pasillo con su camisón de noche
ondeando con la brisa de la puerta detrás de él, lo que atrajo su atención a
cada una de sus curvas. Su cabello oscuro caía prácticamente hasta las
caderas con una sensualidad que lo pilló por sorpresa. Su mirada violeta
capturó la suya y la incertidumbre y el miedo que había en ella le hicieron
desear rodearla con sus brazos y quitarle todo el dolor, protegerla de la
crueldad del mundo.
Más que nada, quería hacerla suya.
Para siempre. Estarían unidos para siempre.
Otro pensamiento surgió repentinamente. El fantasma que él y Connor
habían visto se había visto casi exactamente como Rose en este momento.
La única diferencia era el color de su pelo.
Constance cogió las manos de Rose y le susurró:
—Vete. Ellos han hecho esto por ti. Voy a dormir en tu cama para
cubrirte. —Le dio un rápido apretón y se metió en la habitación.
Roddy le tendió la mano y Rose colocó la suya en ella sin dudarlo. Él
sonrió y le dio un pequeño tirón hacia la puerta, deteniéndose para asomarse
al pasillo. Daniel tiró de ésta y dijo:
—Marchaos. Las monjas están buscando ayuda. Intentaré atrapar al
pequeño pillo por si vuelvo a necesitarlo.
Roddy y Rose bajaron la escalera y salieron a la negra oscuridad de la
noche, siguiendo el camino a través de los árboles y hasta el borde más
lejano de la propiedad. Cuando él finalmente se detuvo, estaba jadeando y
sonriendo. Giró sobre sus talones para mirarla y la rodeó con sus brazos,
levantándola del suelo.
La bajó y le cogió la cara.
—¿Estás bien? —susurró.
Ella asintió con la cabeza y tiró de Roddy hacia abajo para darle un
beso. Él gruñó de placer cuando sus labios se encontraron con los de ella.
Se abrió para él e inclinó la cabeza para poder devorarla, acariciando su
lengua con una necesidad que él no había sabido que existía hasta hacía
unos momentos. Diablos, su tiempo juntos era corto, así que tenía que
hacerle saber lo mucho que ella significaba para él. Pasó las manos por sus
costados, por las suaves curvas de sus caderas hasta llegar a su trasero,
acariciándola hasta que no pudo soportar más estar separado de ella.
Entonces, Roddy moldeó sus curvas contra él, sus lenguas se batieron en
duelo hasta que ambos jadearon. Él se apartó, con la respiración
entrecortada por su interludio, pero algo capturó su atención sobre su
delicada piel.
Cuando Roddy notó las marcas frescas de su muñeca, retiró las manos
de su cara y buscó su mano.
Rose levantó ambas muñecas para que él las viera. Estaban frescas por
la cuerda, pero su dedo rozó una zona en una muñeca porque le pareció ver
algo más allí.
Estaba en lo cierto. Había una herida reciente, sí, pero también había
una cicatriz de una herida anterior. Su madre la había maltratado
gravemente. Una furia se acumuló en su vientre y luchó por liberarse, pero
la contuvo, recordándose a sí mismo que perder los estribos no la ayudaría
ahora. Metiendo la mano en su bota, sacó una daga y la levantó para que
ella la viera.
—Constance me ha dicho que querías aprender a protegerte. Te
enseñaré a usarla para que no vuelvan a aprovecharse de ti.
Ella asintió enérgicamente y le pasó los dedos por un lado de la cara. Se
oyó un ruido detrás de él y saltó, dando vueltas con la daga en la mano,
pero solo era una lechuza. Bajó en picado demasiado cerca, más de lo que
un pájaro normal volaría por la noche. Roddy no intentó herirla, sino que
esperó a ver qué hacía la criatura a continuación.
Acomodó a Rose detrás de él para protegerla, y el pájaro respondió con
un fuerte ululato antes de posarse en una rama baja no muy lejana.
—¿Qué demonios? —susurró él.
Rose le cogió la muñeca que sostenía el cuchillo, sacudiendo la cabeza
mientras se ponía a su lado. Gesticuló la palabra «amigo» y se acercó al
pájaro como si quisiera acariciarlo.
—¿Es tu amigo? —Él la miró para asegurarse de que la había entendido
bien, y luego volvió a mirar al ave de presa, bien conocida por el poder de
sus feroces garras.
Ella asintió e intentó explicar más, pero él solo entendió algunas
palabras. Por lo que pudo discernir, ella le estaba diciendo que el pájaro era
su protector. Allí de pie, se enfrentó a la criatura emplumada, cuyos ojos
dorados se clavaron inquietantemente en los suyos.
—¿Así que tú eres el protector de la muchacha, amigo mío?
No podía negar que había oído hablar de cosas más extrañas.
El búho bajó por la rama y luego regresó. Levantó la barbilla y dijo:
—Hoo.
—¿Intentas decirme lo que debo hacer? ¿Quieres que enseñe a tu
muchacha a protegerse?
El búho repitió:
—Hoo.
Rose cogió la barbilla de Roddy para obligarlo a mirarla. Lo señaló a él,
luego a ella, y colocó las manos a ambos lados de su cabeza, inclinándola
hacia adelante y hacia atrás.
—¿Loca? ¿Crees que te consideraría loca porque te has hecho amiga de
una lechuza? —Él no pudo evitar sonreír—. No, muchacha, estás lejos de
ser loca. Los animales se hacen amigos de la gente todo el tiempo. El hijo
de mi primo tiene un poni que usa sus patas traseras contra cualquiera que
intente hacerle daño. El muchacho cree que es su mejor amigo. Yo no me
interpongo entre ellos.
Rose tenía una manera de dar forma a su mano siempre que quería decir
«bien» o «sí». Tenía su técnica para hacerse entender. La forma en que ella
había superado las dificultades a las que se enfrentaba lo conmovió, y un
impulso de protección casi lo ahogó. Le estrujó la mano.
—Ven. Hagamos feliz a tu amigo.
Roddy le abrió la mano y colocó la empuñadura de una daga en su
palma, cerrando las puntas de sus dedos alrededor de ella.
—Si quieres matar a una persona, el mejor lugar para golpear es justo
en el vaso del cuello. La sangre sale rápida y poderosa y morirá en minutos.
—Demostró cómo ella podía hacer el corte—. Pero puede que no quieras
matar a tu atacante, especialmente si es una muchacha de la abadía, pero
hay muchas otras zonas para atacar. Si alguien está encima de ti, puedes
apuñalarlo justo aquí, en la parte baja de la espalda. —Dándole la espalda,
le demostró exactamente dónde debía apuntar su arma.
Continuó su lección, mostrándole cómo posicionar su cuerpo en un
golpe para darle más fuerza. También le dio una breve lección sobre cómo
herir a un hombre dándole una patada en las pelotas.
El búho ululó y levantó las alas como en señal de aprobación. El
comportamiento del pájaro era extraño, inteligente, y parecía
desesperadamente preocupado por el bienestar de Rose. Roddy recordó
haber oído a una de sus tías hablar de los búhos y de su singular conexión
con el mundo espiritual…
La miró y dijo:
—Has perdido a tu padre, ¿no es así?
Ella asintió con la cabeza, con los ojos llenos de tristeza.
—Rose —dijo en voz baja—, creo que él pudo haber enviado esta
lechuza para que te cuide. —Avanzó hacia el animal en las ramas superiores
del árbol y le hizo un gesto para que se acercara. Para su sorpresa, el ave se
posó en la rama frente a él.
El recuerdo del fantasma que él y Connor habían visto en la casa de
huéspedes de la abadía volvió a cruzar por su mente, recordándole que al
menos un espíritu estaba interesado en protegerla. Miró por encima del
hombro a la inocente muchacha de pie detrás de él.
¿Acaso Rose había sido tan maltratada que los poderes del cielo habían
enviado un fantasma para ayudarla, y ahora una lechuza? Un escalofrío
recorrió la espalda de Roddy, pero sabía lo suficiente como para no ignorar
este tipo de señales.
Miró fijamente los ojos dorados mientras un recuerdo lo sacudía.
—Eras tú, ¿no? Tú eras el búho que voló en mi camino cuando salí de la
abadía antes. No importa. No hace falta que respondas. Intentabas llamar mi
atención, darme un mensaje de que se me necesitaba aquí. He escuchado tu
mensaje, amigo de Rose. No te ignoraré de nuevo.
No. Prestaría atención a los mensajes que había recibido, tanto de la
lechuza como de la aparición. Roddy dijo:
—Protegeré a Rose todo lo que pueda, pero tienes que vigilarla un poco
más, hasta que yo pueda volver con más guerreros. ¿De acuerdo?
El pájaro desplegó sus grandes alas antes de volver a meterlas en sus
costados. Pronunció un suave:
—Hoo.
—Bien. —Volvió con Rose y dijo—: Debes encontrar una manera de
esconder la daga. Puedes coser un bolsillo en tu vestido o encontrar unas
botas en las que puedas meterla.
Ella asintió, indicando que había entendido.
—Tengo algunas preguntas para ti, luego debo irme. —La condujo de
nuevo al banco, debajo de la rama del búho. Cuando se sentó, la levantó y
la acomodó en su regazo.
El búho se acercó dos pasos.
Roddy levantó la mirada hacia los ojos dorados y dijo:
—No te preocupes. La respeto.
Rose soltó una risita y apoyó la cabeza en el pecho de Roddy.
Él posó una mano en su cadera y la otra detrás de su cuello,
masajeándolo ligeramente.
—Cuando estuve aquí antes, intentaste decirme algo sobre tu madre y el
barco. ¿Podría haber estado llevando gente? ¿Gente joven? ¿Muchachas?
Ella asintió con vehemencia, pero luego pensó por un momento antes de
comenzar a balbucear en silencio, gesticulando palabras para explicar lo
que vio.
No era la primera vez que le sorprendía que ella no actuara como una
muchacha que nunca había hablado. Algo en su pasado no parecía encajar.
—Rose, ¿hablabas cuando eras joven?
Ella le dirigió una mirada extraña, como si no entendiera, ¿o sí?
¿Intentaba ocultar algo? ¿Se avergonzaba de algo de su pasado?
Él le cogió suavemente la barbilla y le dijo:
—¿Me enseñas tu lengua?
Ella lo hizo. Él estaba aturdido, pero había acertado en lo que creía
haber visto.
Y en lo que creía haber sentido antes.
—Rose —susurró—. ¿Qué sucedió con la punta de tu lengua?
15

R ose reaccionó con tanta fuerza que no supo qué hacer con sus propias
acciones. Salió disparada del regazo de Roddy, moviendo los brazos como
si deseara que la dejara en paz. Que él se fuera lejos, muy lejos.
¿De qué estaba hablando Roddy? ¿Qué había de malo con la punta de su
lengua?
Visiones de alguien gritando y chillando llenaron su cabeza —ella,
había sido ella—, y el dolor… oh, el dolor. No tenía ni idea de cómo evitar
que los recuerdos la inundaran. Girando en círculos, se llevó las manos a la
cabeza, deseando detener el espiral en su cerebro.
—¡Rose! Rose! —gritó Roddy, rodeándola con sus brazos desde atrás,
susurrándole al oído—. Rose, vuelve a mí, ¿por favor?
Su voz hizo que se concentrara. Ella cogió sus manos como si fueran a
anclarla al presente. Jadeó y todo su cuerpo se convulsionó con un miedo
que nunca había experimentado.
—Rose, estoy aquí. No te dejaré así.
Su sinceridad, su honestidad, calmó su alma. Lágrimas cubrieron sus
mejillas y se dejó caer contra este hombre que la sostenía, que prometía
ayudarla.
En cuanto ella dejó de luchar, él dijo:
—No sé qué ha pasado, pero sea lo que sea, te ayudaré. —Se sentó en el
banco y volvió a acomodarla en su regazo. El búho se paseaba por su rama,
emitiendo sonidos de ansiedad, pero Roddy solo tenía ojos para ella—.
¿Tuviste un accidente cuando eras más joven? O… Rose, ¿tu madre te hizo
esto?
Ella sacudió la cabeza con incredulidad, simplemente porque no
recordaba tal cosa. No entendía todos los fragmentos de recuerdos que
habían estallado en su interior, tan devastadores y abrasadoras como las
llamas arrancándole la piel.
Lloró contra el pecho de Roddy, y él simplemente la sostuvo, con sus
brazos sólidos y fuertes. No se había sentido tan reconfortada, tan
escuchada, en mucho tiempo.
Acariciando su cabello, él dijo:
—¿Recuerdas lo que te dije sobre mi miedo a la muerte? Acabo de
descubrir que me ocurrió algo cuando era joven, algo que no recuerdo en
absoluto. Las pesadillas que he tenido últimamente… todas terminan con
morir ahogado. Me despertaba cubierto de sudor, jadeando, luchando por
respirar. No tenía ni idea de por qué. Luego hablé de los sueños con mi tío y
mi padre, y me dijeron que casi me ahogué cuando era más joven. Me lancé
al lago tras mi hermana y ambos quedamos atrapados en una vieja red de
pesca. Mi padre tuvo que sacarnos a los dos. Todavía no recuerdo el
incidente, pero de alguna manera ha estado repitiéndose una y otra vez en
mi descanso. Tal vez se trate de algo así.
Rose se calmó, considerando sus palabras, preguntándose si podría
haber algo de verdad en su historia. ¿Podría haberle ocurrido algo cuando
era más joven? ¿Algo tan horrible que ella lo había olvidado? Miró a la
lechuza, encontrándose con su mirada dorada. ¿Qué significaba?
Una voz que reconoció, pero que no pudo ubicar, llegó hasta ellos desde
el otro lado del muro.
—Debemos movernos. Hay caballos que se dirigen hacia aquí.
Roddy miró a la pared.
—Vuelvo enseguida, Connor. Voy a llevarla dentro. —Luego desvió su
mirada hacia ella y le plantó un beso en la frente—. Mi primo ha estado
vigilando la periferia. Vamos, tenemos que volver. Te prometo que volveré
a por ti. Debemos encontrar a Daniel.
Ella cogió la daga y la estrujó contra su pecho mientras lo seguía. Su
mente seguía llena de pensamientos y recuerdos inconexos, así que aspiró
una bocanada de aire y se obligó a concentrarse en Roddy, en lo que sentía
al estar cerca de él, en su olor a bosque y a aire libre. Hizo todo lo posible
por encerrarlos en su memoria para poder volver a ellos cuando más los
necesitara.
Roddy llamó a la puerta cercana a la escalera y Daniel la abrió de golpe.
—Date prisa. He encontrado otro bicho, pero éste es un conejo. Puede
que no sean tan rápidos para huir de algo tan lindo.
Unos momentos más tarde, ella estaba de regreso en la enfermería, con
Daniel precipitando a Constance lejos hacia su habitación. Roddy le dio un
último beso en los labios, un beso suave y sensual que casi la dejó sin
aliento.
—¿Me crees? —preguntó, susurrando con cuidado, desesperado por
estar seguro de que ella lo entendía—. Volveré con otros. Averiguaremos
qué está pasando aquí. Usa tu cuchillo si es necesario.
Ella asintió, queriendo aferrarse a él para siempre.
Roddy lo era todo para ella.

El grupo volvió a encontrarse en el Castillo Muir. Se reunieron alrededor de


una de las mesas de caballete mientras Roddy compartía lo que había
averiguado de Rose. No era mucho, pero sus preguntas la habían perturbado
y había tenido que enseñarle a protegerse.
Maggie le dio una palmadita en el hombro.
—No te preocupes. Podemos colarnos para hablar con ella si es
necesario. Has hecho lo que era necesario.
Roddy añadió:
—Ya que la mayoría de vosotros cree en Paddy el Poni, el amigo de
Steenie, os diré que parece que Rose tiene un búho que se ha convertido en
su protector. Sé que suena inusual, pero intentad mirar a la cara a un búho
de ojos dorados y discutir con él mientras sus garras se mueven de un lado a
otro sobre una gruesa rama. Me ha hecho creer en él. Rose dice que es su
amigo.
Maggie dijo:
—Creo plenamente en eso.
—No voy a discutir contigo —dijo Gregor.
Braden resopló.
—Quien no crea que pueda suceder, que vaya a intentar hablar con
Paddy el Poni.
Connor preguntó:
—¿Qué han encontrado los demás?
Maggie dijo:
—Will y yo buscamos la Abadía de los Ángeles y la encontramos sin
ninguna dificultad. Diría que había menos de diez personas viviendo o
trabajando allí hoy. Todavía hay pruebas de carpintería allí. Lo que más me
molesta es que nadie fuera de la Abadía de Sona parece haber oído hablar
de una segunda abadía en esa zona. Dudo que la Abadía de los Ángeles, si
ese es el verdadero nombre, tenga alguna conexión con la iglesia.
—Hemos encontrado la dársena en el lago marino —dijo Gavin—. Hay
un claro cercano que parece haber sido usado para tiendas antes. No hay
evidencia de uso reciente. Podría ocurrir algo pronto.
Maggie se llevó una mano a la cabeza, como si la hubiera golpeado un
dolor repentino, y luego bajó la cabeza y la apoyó en los brazos. Los
movimientos le recordaron a los dolores de cabeza que sufría su hermana
cada vez que tenía una de sus visiones. Sumado a las otras cosas extrañas
que él había experimentado últimamente, los espíritus y el búho, eso lo
inquietaba.
Roddy se volvió hacia Will, arqueando la ceja como si preguntara:
—¿Ella está bien?
Will suspiró.
—Desde que nos adentramos más en las Highlands, Maggie ha tenido
dolores de cabeza y sigue empeorando.
Roddy la miró.
—¿Puedo hacer algo para ayudar?
—Gavin, Maggie y yo volveremos a la Abadía de los Ángeles mañana,
y tú, Connor y Daniel volveréis a la Abadía de Sona. Tenemos que
averiguar quién está a cargo. Y necesitamos saber quién, específicamente,
viaja entre las abadías. Odio enviaros de nuevo a patrullar, pero hasta que
llegue el día en que ellos se muevan, eso es lo mejor que podemos hacer.
—¿Maggie está lo suficientemente bien como para ir? —preguntó
Connor.
Gavin se unió a ellos.
—Maggie nunca ha tenido la habilidad de Molly como vidente, así que
no sabemos qué esperar.
—Algo poderoso debe estar operando aquí —dijo Will.
El grupo guardó silencio por un momento.
—Preparaos —dijo Will—. Saldremos mañana por la tarde para llegar
cuando las abadías estén un poco más tranquilas. Mientras tanto, haré lo
posible por ayudar a Maggie. Descansad un poco. Una de estas noches, nos
quedaremos despiertos después de que hagan su movimiento. Braden ha
dicho que se unirá a nosotros si Maggie no se encuentra lo suficientemente
bien.
Will se acercó a su esposa.
—Tengo que llevar a Maggie a nuestra habitación. —La alzó en brazos
y subió las escaleras, ignorando sus débiles protestas, y Gavin los siguió.
Cuando los demás estuvieron lejos como para no escuchar, Roddy se
volvió hacia Connor.
—¿Vienes a los establos conmigo?
La sugerencia pareció confundirlo, pero asintió y siguió a Roddy al
exterior.
—¿Qué hay en los establos?
—Te lo explicaré en cuanto estemos dentro.
No parecía haber nadie cerca, pero mientras avanzaban hacia el establo,
un chiquillo pasó volando junto a ellos con los ojos muy abiertos y
frenético.
—¿Steenie? —gritó Roddy—. ¿Pasa algo?
El chiquillo se detuvo para responderle.
—No, pero mamá ha dicho que debo alimentar a mi poni antes de que
yo pueda comer.
Por impulso, preguntó:
—¿Paddy se está comportando con normalidad?
Steenie ya había salido corriendo hacia la torre del homenaje, pero
aminoró la marcha para explicar lo que había visto.
—No, hoy está loco. Por eso me voy. No dejaba de empujarme, y luego
sacudió toda su crin y me empujó contra la pared. Él nunca había hecho eso
antes. Creo que quería que me fuera. Me ha asustado.
Roddy y Connor intercambiaron una mirada. Roddy musitó:
—O tal vez deseaba que encontraras a alguien.
—Bueno, os he encontrado a vosotros. Id a hacer feliz a mi poni. ¿Por
favor? —Se dio la vuelta y corrió hacia la torre.
El ceño fruncido de Connor le dijo que aún no entendía hacia dónde lo
estaba llevando Roddy.
—Ya lo verás.
Cuando abrieron la puerta del establo, se sorprendieron al escuchar un
jaleo proveniente del último establo. Solo había cinco establos, pero el
animal que estaba en el último estaba revolviendo la paja y dando a conocer
su descontento.
¿Podría ser Paddy?
Roddy y Connor se dirigieron hacia el final, pasando por delante de los
grandes caballos de guerra y las dos yeguas antes de detenerse en el último
puesto. Paddy pateó el suelo y emitió un relincho agudo como si lo
hubieran enviado a una tormenta sin jinete.
—Cálmate, muchacho —dijo Connor, acercándose a la puerta para
intentar acariciar su cabeza, pero Paddy no estaba dispuesto a aceptarlo.
Bufó a los dos, y luego suspiró como si les dijera que continuaran con lo
suyo.
Roddy susurró:
—Connor, te voy a pedir que no repitas lo que voy a decir.
—Está bien, pero ¿por qué susurras? —Las manos de Connor estaban
en sus caderas como si estuviera cuestionando la cordura de su primo.
—Porque no quiero que nadie más nos escuche, sobre todo porque no
estoy seguro de creérmelo yo mismo.
—¿Creer qué? —preguntó Connor, aunque su tono le dijo a Roddy que
estaba pensando en las apariciones de la abadía.
—¿No lo ves? La aparición en la que prefieres no pensar de la abadía
nos dijo que teníamos que ayudar a «ella». Segundo, Maggie, hermana de
una vidente, tiene un gran dolor de cabeza. Tercero, Rose está siendo
vigilada y protegida por un búho, y por último, Paddy está inquieto e
intranquilo. Todo esto tiene que ver con Rose. Algo realmente malo está
sucediendo en la abadía.
Paddy dejó escapar un fuerte suspiro como si dijera «Por fin, alguien lo
entiende».
Connor retrocedió dos pasos del poni, con los ojos muy abiertos.
—No sé de qué estás hablando. Todos sabemos lo que probablemente
está pasando en la abadía, y yo también tengo un mal presentimiento sobre
el lugar, así que no voy a estar en desacuerdo contigo en eso. Pero, ¿sugerir
que hay espíritus y fantasmas involucrados? No. No voy a estar de acuerdo
con eso. —Paddy finalmente cambió su mirada de Roddy a Connor, quien
rápidamente declaró—: ¿Y qué demonios tiene que ver ese caballo con todo
esto?
Roddy gimió y dijo:
—Si no crees que hay algún viejo espíritu guiando a esa bestia que está
protegiendo a Steenie, entonces tienes que pensar de nuevo. Un espíritu
envió a ese búho para proteger a Rose también. Estoy seguro de ello. Ahora
dime lo que recuerdas del fantasma que vimos, y me callaré.
Su primo utilizó la punta de su bota para empujar la paja y la tierra en
círculos en el centro del establo, y luego avanzó por el establo hasta donde
su caballo de guerra masticaba avena. Su caballo relinchó y se acercó a
saludarlo, y todo lo que Connor pudo hacer fue apoyar la cabeza en la cruz
de su caballo, frotarle la crin y cerrar los ojos.
Roddy no supo qué decir, así que permitió que los dos pasaran el
momento juntos. Un hombre y su caballo compartían un poderoso vínculo,
y sabía que lo que él estaba sugiriendo era más que creíble, especialmente
para alguien tan anclado en la realidad como Connor desde siempre.
Unos momentos después, su primo susurró:
—Ella dijo que debíamos ayudarla cuando ella llegara.
Roddy asintió.
—Rose. Ella se refería a Rose. El fantasma fue enviado a nosotros para
conseguir ayuda para una muchacha inocente. Y si no hacemos caso a su
mensaje y alejamos a Rose de la abadía, habrá algo más que búhos volando
salvajemente, ponis malhumorados y dolores de cabeza.
Paddy volvió a su avena con un profundo suspiro.
Connor susurró:
—Tienes razón. La ayudaremos. Pero mantén a ese poni lejos de mí. A
mí también me asusta.
Paddy resopló.
16

R ose durmió hasta tarde a la mañana siguiente, pero se levantó como


un rayo cuando la puerta fue abierta. Un avergonzado padre Seward la
miraba fijamente. Volvió a cerrar la puerta rápidamente, así que ella se
cubrió las piernas con su camisón de noche antes de que él abriera la puerta
por segunda vez.
El padre Seward estaba de pie, con una pequeña sonrisa en el rostro.
—Rose, veo que has dormido hasta tarde. Si eres tan amable, ¿podrías ir
a mi despacho dentro de un cuarto de hora? Necesito hablar contigo.
Ella fingió no entenderlo todo, así que la hermana Murreall, quien se
había acercado por detrás, hizo lo posible por transmitir el mensaje con las
manos y los dedos.
Rose asintió, y luego señaló la urna y la palangana.
El padre Seward cerró apresuradamente la puerta, así que ella comenzó
sus abluciones, haciendo todo lo posible por llegar a tiempo, pero se sentía
como si se moviera a cámara lenta. Repasó todo lo que había hablado con
Roddy, incluso todos los movimientos que él le había enseñado. Comprobó
que la daga siguiera completamente oculta bajo el soporte donde se hallaba
la urna. En cuanto tuviera la oportunidad, cosería un bolsillo en su vestido
como había sugerido Roddy.
Cuando estuvo lista, se dirigió al despacho del padre Seward en el
primer piso. La sangre en sus venas cobró vida, infundiendo miedo en su
corazón: ¿por qué la habían convocado? ¿Qué iba a pasar ahora? Pero se
obligó a mantener el rumbo.
No vio a nadie, aunque avanzó por el gran salón. No había ninguna
alumna, ya que era su hora habitual de quehaceres. Cada estudiante tenía
asignado un trabajo en la abadía de una u otra forma.
Llamó a la puerta y el padre Seward la abrió de golpe. La expresión de
su rostro era mucho más agradable de lo que ella había esperado. ¿De qué
se trataba esto? Un malestar trepó por su cuello. Le indicó que se sentara
frente al escritorio y cerró la puerta.
—Rose, me alegro de que hayas podido descansar esta mañana.
Deseaba hacerte saber la decisión que he tomado. Voy a permitir que
Constance vuelva a tu habitación. No deseo que estés sola. No puedes oír
cuando alguien se te acerca, así que estoy seguro de que esas desagradables
muchachas te pillaron por sorpresa. —Se detuvo un momento y la miró
desde el otro lado del escritorio—. ¿Estoy hablando demasiado rápido para
que puedas leer mis labios? Puedes… quedarte… con… Constance.
Ella observó sus labios, luego dejó que la gran sonrisa que había estado
conteniendo se extendiera por su rostro cuando él repitió sus noticias.
—Ahora, sé quién te ha hecho esto. Ada se presentó y nos contó todo.
Como confesó, no será castigada tan severamente como las otras dos. Sé
que todo fue idea de Euphemie.
Ella no reaccionó de ninguna manera, así que él se inclinó más cerca y
dijo:
—Euphemie. Castigada. —Luego, como si fuera un pensamiento
añadido, dijo—: Euphemie te hizo esto, ¿verdad?
Rose se miró las manos y asintió.
—Como lo sospechaba. Enviaré un mensaje a tu madre.
Rose luchó con todo el autocontrol que tenía para no reaccionar con
fuerza a sus palabras. Esto no saldría bien.
—No importa. Yo me encargaré de tu madre. Ella ya no me dirá cómo
manejar mis asuntos. Dejarte sola así fue una irresponsabilidad, y no
volverá a ocurrir. —Se dirigió a la puerta y la abrió, asomándose al pasillo
—. Constance, querida, por favor lleva a Rose a su habitación. Volverás a
quedarte con ella. Seguro que te has enterado de su ataque. Si escuchas
algún ruido extraño en medio de la noche, debes avisar a uno de los
guardias nocturnos inmediatamente. ¿Está claro?
—Sí, padre —respondió Constance. Rose pudo ver lo feliz que estaba
su amiga por poder volver a su cámara—. Si se me permite decirlo, ¿puedo
continuar con sus lecciones de lectura?
El padre Seward frunció el ceño y tiró de su barbilla por un momento,
luego dijo:
—No veo por qué no. La muchacha debe tener algo positivo en su vida.
Hablaré con su madre. Ahora, continuad, muchachas.
Las dos salieron del gran salón y se dirigieron a su habitación. En
cuanto llegaron, se apresuraron a entrar, cerraron la puerta tras ellas y se
abrazaron mientras Constance chillaba lo suficiente por las dos.

Roddy se durmió soñando con un par de ojos violetas. Después de pasar la


mayor parte de la noche anterior despierto, necesitaba descansar antes de
que volvieran a la abadía la noche siguiente. Cuando lo hicieran, esperaba
verla, aunque suponía que ya no estaría en la enfermería. Sus heridas no
habían sido graves.
Durmió a ratos, pero se despertó sudando. Había vuelto a tener la
pesadilla, pero esta vez había sido diferente. Esta vez, pudo recordar.
En el sueño, vio a Gracie salir volando por el extremo de la dársena. Se
sumergió y no salió enseguida. Ashlyn estaba de pie detrás de él y gritó:
—¡Mamá! ¡Roddy, haz algo!
Roddy se zambulló porque Ashlyn no era una gran nadadora en ese
momento. Evaluó su alrededor en busca de Gracie, pero no la encontró.
Subió a coger aire una vez, y lo único que pudo oír fueron los gritos
aterrorizados de Ashlyn, así que se sumergió de nuevo. Esta vez bajó
mucho más, y golpeó algo.
Recordaba haber sentido el brazo de Gracie. Ella agitó sus
extremidades, así que él cogió una de sus manos y tiró de ésta, pero ella no
se movió. Buscó la otra, pero terminó atrapado en la misma red que la
mantenía cautiva. Gracie lo acercó para poder abrazarlo, pero él no pudo
liberarse.
Todos los pensamientos sucedieron a cámara lenta: el recuerdo de la
sensación de impotencia, de agitar las extremidades, de las ganas de gritar a
pleno pulmón, de rezar para que alguien los salvara a los dos.
En ese momento, había sabido que estaba a punto de morir. El miedo se
sentía tan fresco como aquel día.
El sueño terminó como el recuerdo: con el fuerte brazo de su padre
empujándolo hacia la superficie.
Roddy no había muerto, ni tampoco Gracie.
Al secarse el sudor de la frente, se dio cuenta de que jadeaba como si
aún estuviera bajo el agua, aunque no estuviera cerca de ella.
Recordó todo: el miedo, la impotencia, la oscuridad. Quizá su miedo a
morir terminaría ahora que se había enfrentado a él.
Tal vez sus pesadillas terminarían por fin.
Rose y Constance bajaron de puntillas las escaleras en medio de la noche
siguiente, dirigiéndose a las profundidades de la abadía: los sótanos.
Los sótanos contenían barriles de ale, verduras y muchos otros tesoros.
Pero también era donde permanecían los castigados. Los encerraban en
el frío hasta que Dios, y la abadesa, les perdonaban sus pecados.
Rose había comunicado meticulosamente el mensaje de Roddy: que
ellas debían averiguar todo lo que pudieran sobre la abadía. Había
convencido a su amiga de que no tenían tiempo que perder porque las vidas
de las muchachas podían estar en juego. Habían acordado recorrer la abadía
por la noche y ver qué podían descubrir. Así que habían salido en su misión
tan pronto como cayó el sol. Constance incluso había hablado con un joven
guardia, quien había estaba encantado de mostrar su conocimiento de la
abadía, revelando el número de guardias que tenían, y el número de monjas.
No habían podido descubrir la identidad del rico benefactor, aunque
Constance sospechaba que podía ser la madre de Rose. Rose no estaba tan
convencida: aunque había oído al padre Seward hablar de un pago con su
madre, nunca había tenido conocimiento de sus riquezas.
Para la última parte de su exploración, habían venido aquí, a los
sótanos. Según Constance, una de las otras muchachas se había colado aquí
la noche anterior para ver a Euphemie. Al parecer, seis de las recámaras
estaban ocupadas, todas con muchachas castigadas. Podría haberle dicho
simplemente eso a Roddy, pero pensó que era mejor que lo verificaran
primero.
El corazón de Rose latía tan fuerte que resonaba en sus oídos mientras
se acercaban a las pequeñas recámaras agrupadas en un extremo de los
sótanos. Se acercó a la primera de las puertas, atreviéndose por fin a
asomarse al interior de la ventana empotrada, y luego se giró para mirar a
Constance.
La recámara estaba vacía.
Revisaron rápidamente el resto de las recámaras, para descubrir que
también estaban vacías.
Constance cogió la mano de Rose.
—¿Adónde han ido todas?
Rose tenía sus sospechas, pero necesitaba confirmarlas. Señaló la salida
y tiró de su amiga hacia ella.
Después de una larga búsqueda, localizaron al guardia de la lengua
inquieta, el que le había dado a Constance toda la información antes.
—He oído que han castigado a alguien por atacar a mi amiga —dijo
Constance.
El guardia asintió solemnemente.
—Sí, fue castigada, pero ella y su amiga han sido trasladadas. No las
volveréis a ver, así que tu amiga no debe preocuparse.
—Oh —dijo Constance—. Deseaba decirle lo que pienso de ella. Pobre
Rose. Qué experiencia tan terrible ha sufrido, y ni siquiera un guardia vio
todo el episodio. ¿Dónde estuviste tú cuando ocurrió?
La sonrisa del guardia desapareció y estrechó su mirada hacia
Constance.
—Nunca tendrás la oportunidad de hablar con ella. Júzgala si quieres,
pero no nos juzgues a los guardias. Tenemos órdenes de hacer mucho más
de lo que jamás podrías adivinar.
Constance agitó las pestañas hacia él, dejando que su mirada se
detuviera en sus brazos, como si estuviera admirada.
—¿Qué clase de cosas? No puedo ni imaginarlo.
Rose hizo lo posible por no sonreír ante la actuación de Constance.
—A veces debemos viajar a una abadía vecina. Tenemos tareas de las
que no tienes ni idea y nunca las tendrás. —Se cruzó de brazos y fulminó a
Constance con su larga nariz—. No es fácil.
Constance no se dejaba intimidar fácilmente.
—¿Abadía vecina? ¿Qué abadía es esa?
—Me informaron que era un plan del padre Seward y la madre abadesa.
Les dieron una gran cantidad de monedas para construir esta abadía.
Convirtieron las ruinas de un castillo en un hermoso lugar, pero el rey no…
No importa. No es para que las jovencitas lo sepan.
—Pero, ¿dónde está?
—En el suroeste. El rey no le ha puesto nombre, pero la llaman Abadía
de los Ángeles. Tendrá muchas novicias en el futuro, pero el padre ya ha
enviado a algunas muchachas allí.
Rose tenía que encontrar a Roddy.
17

D espués de muchas discusiones, se decidió que Maggie se quedaría en


el castillo Muir. En cambio, Braden y Gregor acompañarían a Will en el
viaje de regreso a la segunda abadía. Gavin se uniría al grupo de Roddy;
mientras que Will y Braden posiblemente no encontrarían nada por sus
esfuerzos, sabían que la Abadía de Sona era peligrosa. Tenía sentido enviar
al grupo más grande allí. Roddy haría todo lo posible por alejar a Rose de la
abadía para que ella pudiera mostrarles los alrededores de su castillo.
Consiguió convencer al resto de que Rose podría ayudarlos si estaba con
ellos. Era posible que la cueva contuviera más de lo que él había visto, así
que valía la pena explorarla. Había podido hacerlo sin mencionar el
fantasma que él y Connor habían visto.
Una vez que terminaran sus misiones por separado, debían reunirse
cerca del castillo MacDole.
Antes de partir, Maggie los llamó. Se sentó en una silla frente a la
chimenea, amasándose la frente.
—Este dolor de cabeza sigue empeorando, y he estado teniendo sueños
sobre barcos y muchachas, así que me temo que no podemos esperar más.
Nadie dijo nada.
—Entonces, buena suerte a todos. Yo me quedaré aquí con Cairstine, la
tía Celestina y el tío Brodie. Si recibimos más mensajes, el tío Brodie o yo
nos pondremos en contacto con vosotros.
Con las instrucciones claras, se dirigieron en grupo a los establos, con
un chiquillo saltando detrás de ellos.
Steenie alcanzó a Will, conocido por el muchacho como el Halconero
Salvaje.
—¿Llevas tus halcones contigo? ¿Cuál es más rápido? ¿Cuál es más
malo? Mira qué rápido puedo ser. —Levantó los brazos como si fueran las
alas de un pájaro, volando alrededor del patio y simulando descender y
cazar—. ¿Así, Halconero? —insistió el muchacho.
Roddy no pudo evitar sonreír. A Steenie le gustaban tanto las aves de
rapiña de Will que había decidido suprimir el nombre de Will y llamarlo
simplemente Halconero.
—¡Mira! Ahí vienen tus halcones. Los veo. —Saltó de arriba a abajo
mientras miraba al cielo, con los ojos puestos en el peregrino y luego en el
esmerejón más pequeño—. ¿Atacarán? ¿Los vas a llevar?
Braden se acercó a Steenie y lo rodeó con un brazo.
—Ahora, sé que amas a Will y a sus halcones, pero no lo molestes
demasiado. Supongo que irán con nosotros en todas las misiones.
Steenie se detuvo en seco, con el labio inferior sobresaliendo.
—Pero los amo. ¿No puedo seguirlos cuando ellos estén aquí?
Braden miró a Will, quien no parecía molesto por el muchacho.
—Por supuesto que puedes. Haz tus preguntas.
Will siempre esperaba a que Steenie sacara sus preguntas antes de
responder, probablemente porque sería infructuoso interrumpir al
muchacho. Cuando Steenie finalmente se quedó sin palabras, Will dijo:
—Ellos me siguen a todas partes, Steenie. Tu trabajo es quedarte y
proteger a las mujeres. Proteger a tu mamá y a la prima Maggie. Ella no se
siente bien. Tienes un gran trabajo por delante.
Steenie sacó el pecho.
—Haré un buen trabajo. Te ayudaré con los caballos. A Paddy le gusta
fingir que es grande como el caballo del abuelo, pero no puede ir con
vosotros.
El muchacho corrió delante de ellos hacia los establos, así que Connor
aprovechó la oportunidad para describir el claro a poca distancia del castillo
MacDole donde él y Roddy se habían reunido antes. Eso se adaptaría bien a
sus propósitos.
El grupo de Roddy partió varios minutos después. No hablaron mucho
hasta que llegaron a las afueras de la Abadía de Sona. Era casi medianoche,
pero tenían tiempo suficiente para entrar y luego dirigirse al lugar de
encuentro en el castillo MacDole.
—¿Debo colarme como la última vez? —le preguntó Daniel a Roddy.
—¿Confías en que él vaya contigo? —se mofó Gavin—. Es un
bromista, no es lo suficientemente serio. Yo soy el mejor para escabullirme
y obtener resultados. —Su amplia sonrisa les dijo a todos exactamente
quién era el bromista.
Connor se rio.
—Debiste haber oído hablar de todas las muchachas de aquí que se
están formando para ser monjas. Solo quieres colarte dentro para echarles
un vistazo.
La expresión de estupefacción de Gavin no engañó a ninguno de ellos.
Todos estaban acostumbrados a las payasadas de Gavin y Daniel. A los dos
les encantaba hacerse bromas, y eso divertía mucho a todos los primos.
—Bromea con él todo lo que quieras cuando haya sacado a Rose sin
incidentes —dijo Roddy—. Hasta entonces, estarás aquí con tu arco.
Gavin refunfuñó, pero no demasiado porque sabía que su reputación de
ser uno de los mejores arqueros de toda la tierra rivalizaba con la de su
madre y su hermana. Su objetivo era ganarle el título a ambas algún día,
pero ese día aún no había llegado.
Una vez que Connor y Gavin estuvieron en su sitio, Daniel y Roddy
siguieron el muro hasta la valla que rodeaba la parte trasera, y luego
sortearon la barrera de hierro forjado como habían hecho antes.
—Mierda, hay guardias adelante —susurró Daniel, indicando a Roddy
que se mantuviera agachado.
—¿Dónde? —Roddy giró la cabeza para buscar a la derecha de su
ubicación, pero Daniel salió disparado hacia la izquierda. Momentos
después, Roddy escuchó el gemido de un hombre noqueado por Daniel—.
¿Qué demonios? ¿Cómo lo has visto? —Maldición, pero Daniel tenía
talento.
Daniel, serio por una vez, respondió:
—No lo vi. Lo sentí. —Luego señaló a un lado y desapareció antes de
que Roddy pudiera preguntarle qué había visto exactamente.
Otro ruido sordo le indicó que Daniel había eliminado a otro guardia
con un golpe en la cabeza. Regresó en cuestión de segundos.
—También lo sentí a él.
—¿Y ahora? —susurró Roddy.
—Somos libres de movernos.
Casi habían llegado a la entrada trasera de la abadía cuando Daniel
levantó la mano para indicar que Roddy debía detenerse.
—Las muchachas —dijo, asintiendo.
Efectivamente, Rose y Constance aparecieron a la tenue luz de la luna,
deslizándose sin más.
Roddy salió de su escondite, no muy lejos de ellas. En cuanto lo vio,
Rose corrió hacia él y saltó a sus brazos, rodeándolo. Constance la siguió.
—Podríamos estar en problemas —dijo ella—. Los guardias nos están
buscando. Estuvimos merodeando por los sótanos anoche y lo hemos vuelto
a intentar esta noche, pero creo que nos han descubierto.
Roddy dejó a Rose en el suelo, aunque él se aferró a su mano.
—Te voy a llevar lejos de aquí. No me gusta todo lo que está pasando.
También espero que puedas mostrarnos tu cueva y todos los caminos que se
alejan de ella. Tiene que haber un lugar donde atraquen los barcos. Podría
ser el muelle físico que hemos visto, pero ¿hay un lugar dentro donde
podrían estar escondidos?
Rose asintió.
—Constance, ¿te gustaría venir con nosotros?
Ella asintió enérgicamente, ciñendo su manto con más fuerza a su
alrededor.
—Lo que sea que estén haciendo aquí, no está bien.
—Daniel, protégela y ayúdala a cruzar la valla. —Daniel se dobló por la
cintura y extendió el brazo como si fuera a escoltarla a un baile real.
Constance soltó una risita.
—Silencio, los dos —dijo Roddy, pero no pudo evitar sonreír. Daniel
sabía cómo aligerar un momento.
Unos instantes después y tras cruzar la valla, el grito de un guardia hizo
que toda la atención se centrara en ellos. Sabían que había unos treinta
guardias en la abadía, pero ésta era la primera vez que veían a más de dos.
De repente, aparecieron diez de la nada.
Corrieron hacia la parte delantera de la abadía, agachándose y rodeando
tantos arbustos como les fuera posible. Connor y Gavin estaban a caballo,
Connor con su espada desenvainada y Gavin listo con su arco, y habían
preparado los otros dos caballos para salir.
—Marchaos —dijo Connor—. Os cubriremos a los dos. Llevad a las
muchachas lejos de aquí.
Roddy no esperó. Subió a Rose a su caballo y montó detrás de ella,
enviando a su leal caballo de guerra lejos de la abadía con un relincho y un
bufido, prueba de que a la bestia le gustaban los desafíos. Daniel y
Constance estaban directamente detrás de ellos. Se lanzó hacia adelante sin
mirar atrás en busca de posibles perseguidores, siguiendo el camino que se
dirigía directamente hacia el lago y el castillo MacDole.
Una vez que estuvieron a una buena distancia y Connor y Gavin los
alcanzaron, Roddy redujo la velocidad de su caballo al galope.
Gavin tiró de su caballo a la par que el de Roddy, mientras Connor y
Daniel cabalgaban delante de ellos. Constance parecía estar profundamente
dormida delante de Daniel. Guiñando un ojo a Roddy, Gavin dijo:
—Ahora veo por qué te has convertido en un hombre tan religioso,
primo. Es toda una belleza.
Roddy apoyó su mano en la cintura de Rose.
—¿Siempre dices cosas así delante de las mujeres a las que ayudas?
Gavin se encogió de hombros mientras miraba primero a Rose y luego a
Roddy.
—¿Qué? Has dicho que es sorda. Si no puede oírme, no puedo herir sus
sentimientos. Además, ¿qué hay de malo en decir la verdad? Es hermosa.
Daniel se giró con una sonrisa, una que Roddy entendió pero Gavin no.
—¿Qué más dirías de la muchacha?
Gavin dijo:
—No lo sé. —Sus ojos se estrecharon hacia Daniel—. Podría decir
muchas cosas, supongo, pero tú primero, primo.
Se había dado cuenta de que había un truco, aunque no de cuál era.
Daniel vio el panorama completo, así que supo cuál era la mejor manera de
responder.
—Creo que ella es muy inteligente. —Le dedicó a Rose un asentimiento
de cabeza en señal de ánimo.
—Bueno, creo que ella probablemente tiene un buen culo —dijo Gavin
—. Pero no lo he visto. ¿A qué demonios juegas, Drummond?
Connor resopló mientras Roddy echaba la cabeza hacia atrás y se reía.
Se sentía bien reír, aunque el peligro estuviera justo delante de ellos.
Rose le sonrió a Gavin. Tiró de su oreja y luego lo señaló a él. Puedo
oírte.
Él se quedó mirando a Rose mientras ella repetía su gesto y dijo:
—¿Qué? ¿Qué está intentando decir, Roddy?
Connor pronunció lentamente:
—Que ella es más inteligente que tú. —Miró por encima del hombro, y
su sonrisa burlona hizo que Gavin se pusiera visiblemente nervioso.
Gavin soltó su siguiente frase tan rápido que todos se echaron a reír.
—Muy bien. Ella puede oírme. ¿Por qué demonios no lo dijisteis antes
de que hiciera el ridículo?
—Pensé que lo sabías. Lo discutimos en el castillo Muir —dijo Connor.
—No debí haber estado prestando atención.
Daniel se mofó:
—Y es la primera vez que eso ocurre.
Gavin miró a Rose de forma avergonzada.
—Mis disculpas. No pretendía ofender.
Rose levantó la mano y se encogió de hombros. Roddy tradujo por ella.
—Dice que no está molesta.
El grupo tuvo que acomodarse en un camino de una sola fila, así que
Connor se puso a la cabeza y Gavin ocupó el último lugar, asegurándose de
que las muchachas estuvieran a salvo en el centro.

Rose se apoyó en el enorme pecho que tenía detrás, decidiendo olvidar sus
preocupaciones y disfrutar del tiempo que tenía con Roddy.
Su madre estaría horrorizada por todo lo que había hecho con Roddy:
los besos que habían compartido y la forma en que sus cuerpos se
presionaban. Le diría que confesara su pecado.
Ella no estaba pecando.
Aunque sabía que era una inocente, nueva en esto del amor, reconocía
sus sentimientos por el hombre detrás de ella por lo que eran.
Se estaba enamorando de Roddy Grant, tal y como su padre le había
dicho que haría algún día. Él le había dado otro consejo: que disfrutara de
ese sentimiento todo el tiempo que pudiera, pues podía serle arrebatado de
un momento a otro. Después de haber hecho ese comentario, él había
mirado por encima del agua, lo que la había hecho cuestionar su
significado, pero ahora podía adivinarlo. Su matrimonio con su madre no
había sido perfecto.
Su padre debió haber visto finalmente a su madre como la mujer que
era, no la imagen amable y devota que mostraba a los demás. Su padre
debió haber visto la verdad mucho tiempo atrás.
Cerró los ojos, dejando que las ligeras bromas entre los primos la
invadieran mientras se concentraba en la sensación de los fuertes muslos de
Roddy rodeando sus caderas, evitando que se moviera demasiado mientras
la gran bestia avanzaba.
Ya había cabalgado con su padre antes, pero no había sido nada
parecido a esto.
Esto era muy sensual, algo que jamás había experimentado, moviéndose
al ritmo agradable de su protector. Disfrutando de la sensación de la mano
en su cadera, de su pecho contra su espalda, del suave retumbo de su voz
rebotando en su oído y de su risa vibrando a través de ella.
Empezaba a entender algunas de las cosas que Constance le había
explicado sobre los hombres y las mujeres y sobre cómo nacían los niños.
Si pasaba mucho más tiempo con Roddy Grant, estaría tan
profundamente enamorada de él que probablemente se marchitaría como
una flor cuando él la dejara una vez terminado esto. ¿Qué hombre desearía
vivir una vida con una mujer que no podía hablar?
La charla de los primos cambió de tono, así que ella abrió los ojos. No
estaban lejos de su castillo. El lugar que normalmente la hacía sentir una
maravillosa sensación de pertenencia le parecía casi extraño. Como si algo
estuviera a punto de cambiar.
Una vez que llegaron a un claro a poca distancia del lago, lo
suficientemente lejos del castillo MacDole como para no ser vistos, Rose
les indicó que se detuvieran y desmontaran. El olor del mar, el canto de los
pájaros y el estruendo de las olas conspiraron para decirle que estaban
cerca. La luz de la luna era intensa y realzaba los vuelos de los pájaros y los
murciélagos.
Rose hizo un gesto a Roddy y Constance, haciendo todo lo posible por
explicarse. Roddy tradujo:
—El barco en la noche tenía un faro que se podía ver desde su castillo.
—Cuando intentó explicar el resto de su historia, se movió demasiado
rápido para Roddy, pero Constance entendió.
Constance dijo:
—Ella bajó a las cuevas y no vio a nadie por allí, pero pudo oír el
sonido del llanto de las muchachas, pero parecía provenir de la dársena en
la costa.
Connor preguntó:
—Hemos visto esa dársena, Rose. ¿Conoces un camino cerca de esa
dársena? ¿Puedes guiarnos hasta allí sin que nos vean todos los de tu
castillo? ¿Hay algún lugar donde puedan esconder a las muchachas
mientras esperan el barco?
Ella gesticuló:
—Tal vez, pero podría haber dos lugares. Os mostraré uno, el otro está
dentro de la cueva.
—¿Estás segura de que no nos verán? —preguntó Gavin—. No estamos
equipados para una confrontación. Tenemos que conseguir información y
luego avisar a Will.
—Puedo decirte que es seguro —dijo Roddy—. Es donde ella y yo nos
conocimos. La vi en los acantilados y la seguí hasta las cuevas que pasan
por debajo de su casa. No había nadie más que Rose. Corrió hacia la cueva
y supongo que hay una entrada a su castillo debajo de ella porque
desapareció. La dársena está abajo, lejos del castillo.
Rose asintió.
—Guíe el camino, milady —dijo Connor—. Muéstranos dónde podrían
estar escondiendo a las muchachas.
18

R ose cogió la mano de Roddy y comenzó a dirigirse hacia la orilla,


pero él la detuvo.
—¿Quién se queda atrás?
—Yo no —dijo Daniel.
—Yo tampoco —dijo Gavin—. Quiero ver los acantilados.
Connor gimió.
—Bien. Me quedaré, aunque no es necesario. Este lugar está bien
alejado del camino habitual. De hecho, una vez que regreséis, Gavin puede
encontrar a Will y decirle que este será nuestro punto de encuentro.
Todos estuvieron de acuerdo y se volvieron para seguir a Rose. El
principio del camino era fácil de recorrer, pero cuanto más se acercaban al
agua, más empinado y traicionero era el descenso. Roddy tiró de su mano y
ella se giró para mirarlo.
—Más despacio. No conocemos estos caminos como tú, ni somos tan
ágiles.
Ella sonrió ante el cumplido y se tomó su tiempo, mirando de vez en
cuando hacia atrás para asegurarse de que la seguían. Cuando por fin
llegaron al fondo de la orilla rocosa, se pararon y miraron el agua airada, la
cual estaba agitada más de lo habitual.
Gavin silbó.
—Nunca he visto un lago agitarse así.
—Nuestro lago ciertamente no lo hace —dijo Roddy.
Rose señaló por encima de ellos hacia las nubes en rápido movimiento
mientras danzaban en la oscuridad de la noche. Se avecina una tormenta.
Roddy compartió los pensamientos de Rose con los demás, y le sorprendió
que él ya pudiera leerla muy bien.
Gavin dijo:
—No sé ni siquiera si podría nadar en esa agua. —Miró a Rose e hizo
gestos para preguntarle si nadaba en ella.
Ella asintió con la cabeza y gesticuló:
—Buena nadadora.
Roddy le dirigió una mirada de asombro y admiración.
—Yo también crecí en un lago y no estoy seguro de poder manejar esas
olas.
—No hay embarcaciones en el agua —dijo Daniel. Miró hacia el sur de
su ubicación y dijo—: La dársena está vacía. Rose, muéstranos las cuevas
cerca del castillo y luego nos reuniremos con Will. A ver qué ha
descubierto.
—Este es un camino traicionero —dijo Roddy—. Iré con Rose.
Comprobad nuestro lugar de encuentro para ver si hay alguna señal de Will,
luego reuníos conmigo en el claro.
El grupo se separó, prometiendo reunirse en menos de una hora.
Rose se movió rápidamente por el camino hacia su castillo desde la
orilla, encontrando fácilmente el sendero entre las rocas resbaladizas. Cada
vez que llegaba a un lugar traicionero, agitaba la mano en señal de
advertencia y reducía la velocidad. Cuando entraron en la cueva marina,
ella se llevó el dedo a los labios. A partir de ese momento, era posible que
alguien los oyera, aunque era poco probable que ocurriera en una noche tan
ventosa. Las dos antorchas habían permanecido encendidas, ayudándolos a
abrirse camino.
Rose respiró profundamente, aspirando el olor a tierra al que estaba tan
acostumbrada, mientras los recuerdos de sus excursiones de la infancia por
las cuevas la invadían. Su padre solía inventar historias sobre muchachas
con aletas viviendo en la cueva.
Amaba la superficie afilada sobre sus cabezas, hecha de rocas que
brillaban como diamantes oscuros cuando el pasadizo se iluminaba con el
fuego de las antorchas. Cómo deseaba compartir su amor por su tierra con
Roddy, pero no era el momento.
Cuando llegaron a la puerta que conducía a los sótanos del castillo, le
indicó a Roddy que esperara, señalándole que entraría sola.
—De ninguna manera —dijo Roddy—. Iré contigo.
Una vez que encontraron el camino hacia el pasillo conectado a su
sótano, ella se detuvo, levantando la mano hacia Roddy. Siempre podía oír
actividad desde este lugar. Desde aquí sabía exactamente quién estaba en el
sótano.
Esta noche, el silencio era inquietante.
¿Dónde estaba su madre?

Roddy había registrado el castillo con Rose y, para sorpresa de ambos,


estaba vacío. Ella lo condujo fuera del castillo y hacia arriba en una
dirección diferente, cerca del camino principal. Cuando encontraron la zona
principal, ella se desvió hacia un lado y lo llevó hasta un bosquecillo y
señaló. Una pequeña cabaña que probablemente había sido construida por
pescadores en las cercanías estaba escondida en el pequeño bosque. Podía
albergar fácilmente a seis u ocho muchachas. Había varios taburetes dentro,
prueba de que habían encontrado el escondite.
Hoy estaba vacío.
Poco más había allí, aparte de algunas estanterías con diferentes
herramientas, pequeños cuchillos y varios tipos de cuerda. Todo lo que
encontraron podía ser utilizado por los pescadores o por los secuestradores.
—Bien hecho, Rose —susurró Roddy mientras se inclinaba para besar
su mejilla—. Ellos podrían utilizar cualquiera de los dos lugares. —Le
indicó que guiara el camino de regreso al lugar de encuentro.
En cuanto encontraron el camino de regreso, Connor se acercó a ellos a
caballo. Los otros iban rápidamente detrás de él; Constance todavía
cabalgaba con Daniel.
—¿Qué pasa? —preguntó Roddy, reconociendo la sensación de
urgencia en el rostro de su primo.
—Noticias de Will. Creen que algo está a punto de suceder en la otra
abadía. Han visto un faro y esperan que el barco llegue a la orilla cerca de la
boca del fiordo. No en Loch Linnhe. Está a menos de una hora.
—¿La otra abadía está tan cerca del fiordo?
—No tan cerca como ésta, pero es un buen lugar para transportar su
carga sin ser vistos —dijo Daniel.
Rose liberó su mano de la de Roddy y sacudió la cabeza.
Roddy la miró, notando su inquietud. Ella volvió a sacudir la cabeza,
con más fuerza.
—¿Qué pasa?
Constance dijo:
—Ella no quiere ir. El guardia nos habló de la otra abadía.
—¿Dijo algo más al respecto? —preguntó Connor.
—Dijo que los guardias de la Abadía de Sona llevan a muchas de las
muchachas en formación para ser monjas allí. Las muchachas malas, dos de
las que atacaron a Rose, fueron enviadas allí. La otra noche todavía estaban
en su lugar de castigo, pero ahora han desaparecido. Tal vez han sido
llevabas a ese lugar.
—¿Quieres decir que ese es otro lugar utilizado para el castigo?
—No, no lo creo. Todavía lo están limpiando y preparando para más
novicias. Creo que las han enviado a trabajar allí. Es una parte normal de la
disciplina, trabajo duro para que se pueda realizar la obra de nuestro Señor.
Roddy tenía sus dudas, pero no quería agobiarla con la verdad. Con un
poco de suerte, evitarían que sucediera lo peor.
—No es necesario que ella vaya —dijo Connor—. Ninguno de vosotros
tiene que hacerlo. Podéis quedaros aquí hasta que regresemos. Gavin y
Daniel, preparad los caballos. Roddy, tienes cinco minutos. No esperaremos
más. Decide qué deseáis hacer con las muchachas.
Connor dio la vuelta a su montura y partió, sin esperar a los demás. Al
igual que su padre, cuando Connor tenía algo en mente, no se dejaba
influenciar.
Roddy se volvió hacia Rose.
—No quiero dejarte sola.
—No estará sola —dijo Constance—. Estaré aquí con Rose, y no hay
nadie aquí para molestarnos. —Daniel la ayudó a bajar de su montura, y
ella lo despidió con la mano mientras él y Gavin salían tras Connor.
Rose asintió con la cabeza, intentando decirle algo con sus gestos y sus
palabras gesticuladas. Él entendió una parte. Ella echaba de menos los
acantilados.
—Quiere caminar por los acantilados —dijo Constance—. El lugar que
más le recuerda a su padre. Me quedaré aquí con ella. Solo vuelve cuando
puedas.
—Con una condición —dijo Roddy, mirando a Rose a los ojos—: no
hablar con tu madre si ella vuelve.
Rose asintió, indicando que ellas se quedarían en la recámara del sótano
cerca de las cuevas en caso de que alguien volviera.
Roddy arqueó la ceja, mirando a Constance.
—Está bien. Esto no me gusta, pero prometo volver en cuanto pueda. —
Rodeó a Rose con sus brazos y la acercó. Por encima de su hombro, le dijo
a Constance—: Danos un minuto, por favor.
Constance se sonrojó y giró sobre sus talones, siguiendo el camino que
Connor había cogido hacia el lugar de encuentro.
Roddy no pudo soportar más. Acercó la cara de Rose y sus labios se
cerraron sobre los de ella en un beso devorador. Había sentido el suave roce
de su trasero contra él durante todo el camino desde la abadía y no podía
esperar más.
Ella separó los labios y suspiró, permitiendo que su lengua buscara la
suya. Sus lenguas se batieron en la oscuridad de la noche, como si ninguno
de sus problemas existiera y ellos dos fueran el mundo entero. Los labios de
Roddy trazaron un camino dejando de besos por su cuello hasta llegar a su
oreja, susurrando dulces palabras, y la respuesta de Rose fue inclinar la
cabeza hacia atrás para darle un mejor acceso a su cuello, y sus manos se
deslizaron hacia arriba para sujetar la túnica de Roddy. Él le cogió los
pechos a través de su manto, frustrado por no poder sentir su piel, pero se
arqueó contra él, diciéndole que estaba tan deseosa de él como él de ella.
—¡Roddy!
Daniel se acercó por detrás, llevando a su caballo por las riendas, así
que terminó el beso y dijo:
—Te prometo que volveré tan pronto como pueda.
Le dio un ligero beso en los labios y esperó con ella hasta que
Constance regresó. Las únicas palabras en las que él pudo pensar fueron:
—Ten cuidado.
Subió a su caballo y tiró de las riendas. Sin poder contenerse, miró hacia
atrás una vez y tuvo que sonreír. Constance tiraba de Rose hacia el castillo
mientras esta lo miraba fijamente. Ella levantó la mano en una breve
despedida antes de darse la vuelta.
Daniel resopló.
—¿Vas a darme las gracias?
Roddy acercó su caballo al de Daniel y dijo:
—¿Por qué? Ojalá hubieras tardado más.
Daniel pronunció lentamente:
—Si no hubiera llegado, te habrías acostado con ella, y os estaría
llevando a los dos a la abadía para casaros.
Roddy sacudió la cabeza, molesto por la insinuación.
—A veces eres un imbécil, Fantasma. Después de todo lo que soportó
mi madre, yo nunca trataría a una muchacha de esa manera. —Antes de
conocer a su padre, su madre había sido maltratada por un hombre malo. Su
padre le había contado la historia cuando tuvo edad suficiente para
entenderla.
Daniel arqueó una ceja hacia Roddy, y luego envió su caballo a todo
galope. Roddy hizo lo mismo, e igualó fácilmente su ritmo.
No habían viajado mucho cuando una extraña sensación se apoderó de
Roddy. Miró al cielo y observó que unos cuantos pájaros volaban en
círculos sobre su cabeza: los halcones y otro más. No podía deshacerse de
la extraña sensación, pero tampoco podía decidir exactamente qué hacer al
respecto.
Poco después, divisaron unos cuantos caballos más adelante. Braden y
Will habían desmontado y estaban hablando con Maggie, Gregor y el tío
Brodie.
Una vez que llegaron junto a ellos y desmontaron, Roddy preguntó:
—¿El dolor de cabeza se ha ido, Maggie?
Ella le dirigió una mirada que le dijo que la razón por la que estaba aquí
no era buena. Suspirando, susurró:
—Sí, mi dolor de cabeza está mejor, pero solo porque sé lo que está por
venir. —Les hizo un gesto para que se acercaran y pudieran hablar en voz
baja. Aunque no había nadie más, él supuso que hablar en voz alta podría
hacer que el dolor de cabeza de Maggie volviera a aparecer—. Me quedé
dormida y soñé con dos personas trabajando juntas en contra de una. Una
de ellas era miembro de la iglesia; hombre o mujer, no puedo estar segura.
La otra era muy rica, y estoy bastante segura de que era una mujer. Estaban
discutiendo sobre dos grandes cargamentos de muchachas. Algunas estaban
vestidas de monjas. Y vi otra cosa extraña. Un pájaro.
—¿Crees que era uno de mis halcones? —preguntó Will. Los halcones
emitieron un sonido en lo alto como si supieran que ellos eran el tema de
discusión.
Roddy los miró y, cuando uno de ellos bajó en picado, se dio cuenta de
que reconoció a la tercera ave de presa que los rodeaba.
Braden hizo eco de sus pensamientos:
—Es un búho.
—Diablos, no. —El estómago de Roddy se contrajo en respuesta al
suave «hoo» que el pájaro le dirigió. Supo de inmediato que era el mismo
búho que había visto en la abadía.
—¿Qué quiere? —musitó Braden, alejándose del grupo.
—No lo sé —dijo Roddy—. Pero voy a averiguarlo, si puedo.
—¡Mierda, Roddy! ¿Es el mismo que viste antes? —preguntó Daniel,
mientras todos miraban al cielo.
Roddy se frotó su áspera barba incipiente.
—Creo que sí, pero no lo sabré hasta que lo vea de cerca. Necesito ver
sus ojos.
—Entonces, lo traeremos aquí abajo —dijo Will. Su confianza era obvia
mientras se acercaba a su caballo—. Sabéis que yo confiaría en cualquier
advertencia o presagio de un pájaro.
La criatura se acercó en picado, ululando varias veces como si quisiera
llamar la atención de alguien.
Will sacó algo de la silla de su caballo y lo llevó hasta Roddy.
—Ten —dijo, colocando el trozo de tela en su brazo—. A ver si se posa.
—Lo acomodó con cuidado y dio un paso atrás—. Mantén el brazo en alto.
—¿Qué demonios tiene que ver un búho con todo esto? —preguntó
Gavin, aparentemente desconcertado.
El tío Brodie dijo:
—No cuestionas ciertas cosas, muchacho. Simplemente las aceptas, sea
cual sea la razón. Camina más lejos, Roddy. Él siente miedo del resto de
nosotros.
—Estoy de acuerdo —dijo Will—. Aléjate y levanta el brazo más alto.
Alejaré a mis halcones. —Agitó los brazos y las dos criaturas salieron
volando. El búho se acercó aún más—. Y cuando aterrice, el resto de
vosotros debéis guardar silencio. Esto es entre el búho y Roddy. —Les
indicó a todos que retrocedieran unos pasos.
El búho parecía tener las orejas altas y erguidas, aunque Roddy sabía
que solo eran plumas. Lo miró con asombro mientras descendía en picado,
casi posándose en su brazo, pero luego volvió a planear, como si
comprobara que todo era seguro.
—No te muevas, Roddy.
El pájaro empezó a emitir chasquidos intercalados con chillidos,
sonidos extraños que nunca había oído en pájaro.
—No va a atacarlo, ¿verdad, Will? —preguntó Maggie.
—No. Mantente firme, Roddy. Volará directamente hacia ti y luego
levantará las alas verticalmente para frenar su descenso. Sus garras irán
primero hacia ti.
Roddy se mantuvo quieto con el brazo extendido, aturdido mientras veía
al gran búho acercarse a él tal y como lo había descrito Will. Luchó contra
el impulso de huir de las garras del ave rapaz y se mantuvo firme hasta que
el gran pájaro se posó sobre la tela que Will le había proporcionado para
proteger su piel.
—¿Es el mismo, Roddy? —preguntó Daniel, pero Will lo hizo callar.
Roddy miró fijamente al gran pájaro, con las alas ahora metidas a los
lados, y sus ojos anaranjados y dorados fijos en los de Roddy.
—Saludos, amigo mío.
El búho volvió a chasquear su pico varias veces, levantando brevemente
las alas antes de volver a meterlas. No podía hablarle a Roddy de la manera
tradicional, pero él podía intuir su mensaje de la misma manera que podía
intuir el significado de los gestos y palabras gesticuladas de Rose.
—Rose está en problemas, ¿verdad? Quieres que vaya a por ella, ¿no?
El búho cerró los ojos como si estuviera aliviado y dijo «hoo» tres
veces.
19

R ose llevó a Constance a algunos de sus lugares favoritos en los


acantilados, demostrando su agilidad en las rocas. A su amiga le resultaba
más difícil trepar por las rocas, aunque quizá eso no era tan sorprendente.
Los vestidos que les habían dado en la abadía no eran precisamente
propicios para moverse libremente. Al atravesar otro conjunto de rocas
cerca de la orilla del lago, Rose vio algo por el rabillo del ojo. Levantó la
mano hacia su amiga. Ambas se detuvieron y Rose señaló hacia el lago.
Entonces lo vio de nuevo.
Un faro.
Constance jadeó.
—Lo he visto. —Su voz se redujo a un susurro—. ¿Esto es lo que ellos
están buscando, Rose?
Rose trazó las letras de la palabra «malo» en la palma de la mano de
Constance.
—Oh, no, si es malo, debemos irnos. Podemos ir tras Roddy. —Una
mirada de preocupación apareció en su rostro—. No, no tenemos caballos,
¿verdad? —Su dedo jugó con su labio inferior—. ¿Qué haremos? Será
mejor que nos escondamos. No deseo ver a tu madre. Aunque eso no
significa que ella esté aquí, ¿verdad? ¿Cuántos sirvientes trabajan para ella?
Rose levantó tres dedos, luego cogió la mano de su amiga y la llevó de
regreso a las cuevas. Podían colarse dentro del castillo y quedarse en los
sótanos. Allí podrían escuchar todo lo que ocurriera en el castillo o en las
cuevas.
Entraron en los sótanos del castillo y Rose condujo a Constance a una
pequeña recámara con dos camas.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Constance—. Hay un barco
viniendo hacia aquí. ¿Atracará aquí o en el otro lugar? ¿Por qué iba a
encender un faro? ¿A quién podría estar señalando? Aquí no hay nadie. No
lo entiendo. ¿Dónde están los muchachos? Los necesitamos.
Constance tendía a balbucear cuando estaba alterada, así que Rose la
dejó hacerlo. Entonces, escuchó la voz que había temido.
Su madre.
Estaba discutiendo con alguien, pero Rose no podía oír la otra voz.
—¿Por qué permitiste que la niña se fuera? Si tengo suerte, la tonta se
perderá en el bosque y será comida por una manada de lobos. Desde el día
en que nació, no ha sido más que un problema para mí
Constance se sacudió y le sujetó ambas manos.
—Rose, lo siento mucho —susurró.
Rose sacudió la cabeza, intentando decirle a su amiga que no se
compadeciera de ella. Sabía que su madre era una mujer cruel… y, sin
embargo, las palabras tenían mordacidad. Su propia madre le deseaba la
muerte.
—Y espero que no te conviertas en el tonto que era Walter. Mimó a esa
muchacha como si la hubiera parido él mismo,
—Ahora, Jean. Olvídate de tu hija por el momento. Debemos lidiar con
este intercambio. El otro fracasó, así que este debe seguir adelante si
quieres hacer dinero. Tu amigo en Inglaterra no podrá enviarnos otro barco
si no hacemos este envío. Podemos lidiar con Rose cuando aparezca, y lo
hará. Por ahora, debes seguirme. Nunca has tratado con estos hombres
antes, y créeme, no son lo que llamarías un grupo ético.
Rose y Constance se miraron con los ojos muy abiertos. ¿Constance
reconocía la voz de la misma manera que ella lo hacía?
—Padre Seward —susurró Constance—. Estoy asustada, Rose.
El habitual tono vengativo de su madre rebotó en los muros de piedra
del castillo.
—Tu abadía tiene guardias descuidados. ¿Cómo no notaron a una
muchacha saliendo a hurtadillas de una abadía? Por el amor de Dios, había
dos muchachas.
—Te lo he dicho, fueron robadas por varios jóvenes guerreros. Mis
guardias intentaron seguirlas, pero dos de los hombres perdieron la vida por
ello. No estaba dispuesto a perder a ninguno más hasta que se hiciera este
intercambio. Hay siete muchachas.
—Encuentra a mi hija y a su amiga y las venderemos también.
Constance jadeó y sujetó el brazo de Rose, el miedo en sus ojos era
claro, pero Rose no permitiría que su madre la controlara por más tiempo.
No la dejaría ganar, no cuando había demasiado en juego.
Palmeó la mano de Constance y gesticuló:
—No te preocupes. Los muchachos vendrán. —Esto pareció calmar un
poco a su amiga, pero aún estaba notablemente alterada. ¿Sería capaz de
mantener la calma cuando llegara el momento de actuar?
Rose comprobó la daga cosida dentro de su vestido. Ella estaría
tranquila, sin duda.
Su madre comenzó a pasearse, y el sonido de sus pisadas resonó en el
viejo castillo.
—¿A dónde llevarían esos muchachos a mi hija y a su amiga?
—No están aquí, dulzura. Deja de preocuparte por eso. De hecho,
tenemos el tiempo justo para un breve revolcón en tus sábanas antes de que
llegue el barco. No hay nadie más aquí, excepto tu mayordomo, y está
ocupado en el muelle.
—No. Tenemos que encontrarla. La quiero en el barco —dijo su madre
con una sorprendente vehemencia.
El Padre Seward dijo:
—No, lo hemos acordado. Ella no va a subir al barco. Quiero que se
quede.
—Lo sé, Bernard. Sé que le tienes cariño a la muchacha y deseas
mantenerla en la nueva abadía, pero he cambiado de opinión. Conseguiré
una buena moneda por ella. Ella ya sospecha y eso no me gusta. Quiero que
se vaya. ¿Y si lo recuerda?
El tono agradable del padre Seward cambió en un instante, y su voz fue
lo suficientemente fuerte como para cubrir el jadeo de Constance.
—No me importa si eso no te gusta. Teníamos un acuerdo y lo
cumplirás.
Las dos muchachas se miraron incrédulas.
—Bernard, ¿estás sugiriendo lo que creo? Ella es demasiado joven para
ti.
—Has dicho que deseas volver a Inglaterra. No tendrás que volver a
verla una vez que te vayas. Ella vivirá en la Abadía de los Ángeles. Le diré
que has muerto, si quieres. Pero no la abandonaré.

Roddy empujó su caballo hasta el punto de agotamiento, impulsado por el


temor de que algo le sucediera a Rose. No podía soportar la idea de que le
pasara algo, no se había dado cuenta de lo mucho que significaba para él.
Le había gustado bastante tenerla delante de él en su caballo y sostenerla en
sus brazos para besarla intensamente. ¿Por qué no le molestaba que ella no
pudiera hablar?
Porque no lo hacía. Los demás probablemente lo cuestionarían, tal vez
incluso lo llamarían tonto, pero era lista y pronto dominaría la lectura y la
escritura. Así podrían comunicarse.
Daniel y Connor estaban a su lado, y otro amigo, el búho, volaba justo
delante de él como si guiara el camino.
Will les gritó desde atrás. Acababan de llegar al punto más alto del lago,
lo que les daba una vista panorámica del agua. Roddy intentó entenderlo,
pero no pudo hasta que siguió la dirección que señalaba el dedo de Will.
El faro había pasado el lugar donde habían pensado que atracaría en el
fiordo y, en cambio, se dirigía directamente al castillo MacDole.
El chillido del búho llenó el aire.
Roddy se negó a dejar que el miedo lo afectara.
El búho los llevaría directamente a Rose.

Rose entreabrió la puerta de su habitación en los sótanos porque ya no


podía oír con claridad. La voz de su madre había bajado y había pasado por
alto algo que había dicho, pero el padre Seward le contestó con la suficiente
claridad como para ser escuchado hasta el lago.
—Jean, eres una mujer cruel. No puedo creer que alguien trate a su
propia hija como tú has tratado a esa dulce muchacha. Por el amor de Dios,
ella no puede oír ni hablar.
—¡Oh, tonto! Te he dicho que ella puede oír bastante bien. Solo la he
asustado lo suficiente como para que no vuelva a hablar. Me ayudaste a
asustarla, ¿o no lo recuerdas? La ataste y la sujetaste.
—Pero estaba tan medicada que no lo recuerda. ¿Ese recuerdo no te
atormenta? Oiré los gritos de esa niña el resto de mi vida.
Su madre comenzó a murmurar y a pasearse de nuevo, pero Rose
apenas podía oírla. Una sensación de malestar había empezado a recorrer
sus extremidades desde su centro. Algo se le quedó grabado en la mente,
algo que el padre Seward había dicho. Cómo la había sujetado. ¿Por qué?
¿Qué le había pasado a ella? Tenía que saberlo. Su madre no se saldría con
la suya con más secretos.
Hubo un ruido como si su madre hubiera dejado caer algo pesado, pero
el sonido se sintió lejano.
—Rose —dijo Constance, sacudiendo su brazo. Obviamente ya lo había
dicho varias veces—. ¿Rose? ¿Qué te ha hecho ella? ¡Oh, pobrecita! ¿Cómo
has sobrevivido para ser la dulce muchacha que eres con una madre tan
cruel?
De repente, las mentiras y los secretos pesaron demasiado. Sin pensarlo,
Rose empujó la puerta y subió la escalera con furia.
¿Qué le había hecho su madre?
20

R ose abrió la puerta al final de la escalera, se apresuró a atravesar las


cocinas y llegar al gran salón, donde se sorprendió al encontrar a su madre
sola.
Su madre se levantó de un salto de su asiento en una de las mesas de
caballete. La saludó muy apropiadamente, o eso pensó Rose.
—¡Perra loca! ¿Dónde has estado? Te he buscado por todas partes. ¿No
me has causado suficientes problemas? —Corrió hacia Rose y la sujetó por
el brazo, estrujándola lo suficiente como para magullar la piel. Tiró del otro
brazo hacia atrás para darle una bofetada.
Rose no le dio la oportunidad; en cambio, aprovechó su equilibrio para
empujar a la mujer, algo que claramente conmocionó a Lady MacDole
porque cayó contra la mesa, golpeándose la cabeza con fuerza.
Constance se acercó a ella, con ojos temerosos pero decididos, y le dijo
a su madre:
—Eres una perra cruel, ¿verdad? ¿Quién trata a su propia hija como tú
lo has hecho?
Su madre se apartó de la mesa y se acercó a Constance, alargando la
mano para abofetear a su amiga, pero Rose fue más rápida, capturando su
brazo y empujándola hacia atrás. Eso no fue suficiente para detener a su
frenética madre. Se abalanzó alrededor de la mesa en busca de Constance,
cogiéndola por el pelo y tirando de ella hacia atrás.
—Rose, harás lo que te digo o la lastimaré.
Al no tener ya miedo de la mujer, Rose acorraló la furia de su interior en
algo fuerte, gesticuló las palabras:
—Déjala. Ir.
Su madre se rio.
—Haré lo que quiera con ella. De hecho, hay un barco viniendo hacia
aquí. Si no haces lo que te pido, la venderé a los hombres de ese barco. Me
pagarán una buena moneda por ella. A menos que quieras perder a tu
amiga, harás caso a mis palabras. —Arrastró a Constance hasta la pared y
sacó una daga de una vitrina con armas. La sostuvo contra la espalda de
Constance.
Rose miró fijamente a su amiga, quien había empezado a temblar,
haciendo lo posible por decirle que fuera fuerte.
—Baja la escalera, Rose —dijo su madre—. Estaremos justo detrás de
ti. No huyas o apuñalaré a tu amiga por la espalda. Haz lo que te digo y no
le haré daño.
Rose sabía exactamente lo que su madre pretendía. Iba a encerrarlas en
la recámara del sótano.
Ella no podía permitir que eso sucediera. Tenía que detenerla antes de
que llegaran a la escalera. Rose redujo la velocidad de sus pasos solo para
molestar a su madre. Cómo odiaba que su hija no hiciera exactamente lo
que se le indicaba. Entonces, los ojos de Rose se posaron exactamente en lo
que necesitaba.
—Deja de retrasar lo inevitable, Rose —le espetó su madre—. Baja la
escalera y date prisa.
Para despistar un poco más a su madre, empezó a caminar de forma
extraña, tambaleándose de un lado a otro.
—Rose MacDole. ¡Obedece!
Rose siguió serpenteando, moviendo los brazos como si necesitara la
ayuda para mantenerse en equilibrio.
—¡Rose, te lo advierto!
Balanceó los brazos hacia un lado y luego hacia el otro, hacia adelante y
hacia atrás, dándose un amplio margen. En el último segundo, cogió dos
manzanas de una caja que había sobre una mesa y se las lanzó a su madre,
una de las cuales la alcanzó en la frente, y el golpe la obligó a soltar la daga.
Constance chilló y salió corriendo.
Utilizando uno de los movimientos que Roddy le había enseñado, Rose
cogió a su madre, la hizo girar y la inmovilizó en el suelo entre los cálamos.
Quitándole bruscamente la daga, la sostuvo contra la garganta de su madre.
Su madre escupió odio.
—Por una vez, me has sorprendido. No sabía que tuvieras la fuerza para
hacer algo así. Siempre has sido muy débil.
Rose no pudo soportar las viles palabras que salían de la boca de su
madre. Gesticuló las palabras que deseaba decirle, empezando por:
—Te odio. Cruel. —Luego miró a Constance para que la ayudara,
gesticulándole algunas palabras porque sabía que su amiga expresaría su
punto mejor de lo que ella podría hacerlo.
—Estaré encantada de decírselo por ti. ¿Cómo has podido ser tan mala?
Le dijiste que tener su período era un castigo por besar a un muchacho.
¿Cómo pudiste decir tal cosa? Tenías la intención de que se quedara en la
abadía para siempre, ¿no? Ella nunca dejaría de tener su período, así que
nunca regresaría aquí, ¿verdad? ¿Solo porque amabas al padre Seward?
¿Qué más deseas que le diga, Rose?
Constance comenzó a pasearse por el salón mientras Rose consideraba
qué más deseaba decirle a su madre, pero el jadeo de su amiga la detuvo.
—Oh, Rose. No…
Rose miró a su amiga, sin entender la razón por la que sonaba tan
inquieta. Constance miraba horrorizada algo que estaba en el suelo, en un
rincón, escondido detrás de varias mesas. Cómo deseaba poder gritar a su
amiga para que le dijera lo que estaba mirando, pero no podía. Como
siempre, las palabras se le atascaron en la garganta. Estaba tan
desconcertada por Constance que su agarre perdió fuerza sobre la daga en la
garganta de su madre, permitiendo que la odiosa mujer hablara.
Su madre dijo las palabras más escalofriantes que jamás había
escuchado.
—Tu amiga está mirando al padre Seward. Lo he matado.
Rose volvió a mirar a su madre.
—Hice lo mismo con tu padre.
La expresión en el rostro de su madre le hizo querer vomitar, pero peor
aún, su visión comenzó a enturbiarse. Su propia madre había matado a su
querido padre, y ahora había vuelto a matar. Volvió a mirar a Constance,
sorprendida al verla correr hacia la puerta con la mirada llena de miedo.
Todo lo que pudo pensar fue: Corre, Constance.
Cuando la puerta se abrió y su amiga desapareció, un dolor punzante
estalló en su cabeza.
El mundo se volvió negro.

Roddy fue el primero en llegar justo cuando un rayo atravesó el cielo lo


suficientemente brillante como para iluminar la zona. La vista le recordó la
noche en que él y Connor habían visto al fantasma, lo que le hizo
preguntarse qué más podría ocurrir. Un grito desgarrador atravesó el aire
cuando las nubes sobre ellos estallaron en un aguacero. El grito provenía de
una muchacha que corría sin rumbo por el sendero, insegura de qué camino
debía seguir, desacostumbrada al terreno accidentado. Todavía estaban lejos
del castillo, así que le sorprendió que ella hubiera llegado tan lejos.
Constance.
Sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.
Daniel y Roddy desmontaron y corrieron hacia ella. Daniel la levantó y
la abrazó con fuerza para que no huyera.
—Constance, cálmate. ¿Qué pasa? —gritó Daniel, pero la pobre
muchacha seguía gritando, con los puños cerrados como si quisiera golpear
algo.
O a alguien.
Roddy se dio cuenta de que la pequeña cabaña que Rose le había
mostrado no estaba lejos, así que la señaló porque les proporcionaría
cobertura contra la lluvia torrencial.
En cuanto estuvieron dentro, Roddy cogió la mano de Constance y le
dijo:
—Constance, ¿dónde está Rose?
Ella lo miró fijamente, el miedo en su rostro era tan evidente que
desgarró su ya agitado corazón. ¿Qué demonios le había pasado a Rose?
¿Habían llegado demasiado tarde?
Will, Maggie y el resto se unieron a ellos dentro de la pequeña cabaña
apenas capaz de contenerlos a todos. Constance seguía sacudiendo la
cabeza, murmurando incoherencias.
Daniel se sentó en un taburete en la esquina y acomodó a Constance en
su regazo. Luego le cogió suavemente la cara con una mano e hizo que lo
mirara.
—Constance, mírame. Soy Daniel. ¿Te acuerdas de mí? Os ayudé a ti y
a Rose en la abadía. Roddy y yo estamos aquí para ayudaros a las dos.
Hemos traído amigos con nosotros. ¿Te acuerdas de mí?
La mirada de Constance se fijó en la suya y asintió, tragando saliva.
—Bien. Rose. ¿Dónde está Rose? —Su tono era muy suave, diferente a
todo lo que Roddy había escuchado del bullicioso muchacho con el agudo
sentido del humor.
Después de tragar saliva un par de veces, Constance explicó finalmente:
—La madre de Rose. Ella ha matado al padre Seward. —Sujetó la parte
superior del brazo de Daniel—. Lo he visto a él. Caminé lejos de Rose, pasé
por delante de unas mesas y allí estaba, en el suelo. Había un charco de
sangre a su alrededor y un cuchillo cerca. Habían estado hablando de un
faro en el lago y de un intercambio. Pero los escuchamos y Rose quiso
enfrentarse a su madre. La retuvo a punta de cuchillo. La madre de Rose…
admitió haber matado al padre de Rose tiempo atrás, y Rose perdió la
concentración. Un hombre se acercó por detrás y la golpeó en la cabeza, y
yo corrí, y no sé a dónde se la han llevado y… Roddy, por favor, salva a
Rose.
Ya estaba paseándose de un lado a otro en el pequeño espacio que
tenían, listo para salir corriendo. Desesperado por llegar a ella.
—¿Hace cuánto tiempo, muchacha? —preguntó Will.
—Hace un rato. ¿Quizás un cuarto de hora o media hora?
Maggie respondió:
—Roddy, ¿puedes llevarnos a las cuevas y al muelle?
Roddy asintió.
—¿Quién es el nadador más fuerte? —preguntó Will.
Gavin, Daniel, Connor y Braden señalaron a Roddy.
Maggie dio sus instrucciones.
—Constance me mostrará dónde encontró al padre Seward. Buscaremos
a Rose dentro. Si no la encontramos, nos reuniremos con vosotros cuando
se sienta más tranquila. Connor, Braden y Roddy, bajad a los muelles. Will
y Gavin, id a un terreno más alto con vuestros arcos. Tío Brodie, ¿podrías tú
y Daniel actuar como nuestros vigías en la cueva? —Cuando él asintió, ella
continuó—: ¿Alguien ha visto un bote que pudiéramos usar si necesitamos
llegar a esa galera?
Daniel dijo:
—He visto un bote de remos cerca del muelle.
—Tenedlo en cuenta. Constance, sospechamos que ellos están
intercambiando muchachas. ¿Has oído algo más sobre sus planes? Quizás,
¿cuántas muchachas tienen?
Ella asintió, temblando.
—Siete. Su madre nos quería a Rose y a mí en ese barco también. —
Con la mano en la garganta, declaró—: Quería vender a su propia hija.

Rose se despertó con un horrible dolor de cabeza, con las manos y los pies
atados, algo que le resultaba dolorosamente familiar. Voces masculinas
resonaban a su alrededor, pero las ignoró, intentando averiguar a dónde la
habían llevado.
El ruido de las olas no tardó en hacerle saber que estaba en algún tipo de
barco. Levantó brevemente la cabeza para mirar a su alrededor, pero volvió
a dejarla caer sobre la superficie áspera cuando una descarga de dolor la
atravesó. Desgraciadamente, pudo determinar una cosa cuando levantó la
cabeza.
El barco era grande, con muchos remeros, y estaban lejos de la orilla.
—Una de ellas ha despertado —gritó una voz—. ¿Qué hago con ella?
Otro respondió:
—Nada. Es la que no puede hablar. No te preocupes.
Su mirada recorrió la zona que la rodeaba. Varias otras muchachas
estaban atadas y dormidas. Creyó reconocer a Ada y a otra chica que comía
tranquilamente sola, pero le resultaba difícil concentrarse entre el balanceo
del barco, su dolor de cabeza y los relámpagos en el cielo. Una tormenta
azotaba el barco, con relámpagos, truenos y lluvia torrencial. El viento se
aferraba a las velas y sacudía el barco. El barco era lo que su padre había
llamado una galera, y las muchachas estaban metidas en un espacio de
carga con una lona que pretendía protegerlas de la lluvia, pero ella seguía
empapada y temblando.
Volvió a levantar la cabeza, haciendo lo posible por no sacudirla, y
suspiró aliviada porque al menos Constance no estaba en el barco.
Tal vez había escapado. Cómo rezó para que así fuera. Lo último que
recordaba era ver a su amiga correr hacia la puerta mientras el dolor
irradiaba por su cabeza.
La daga que había sostenido contra la garganta de su madre
seguramente había desaparecido. A pesar de estar atada, se las arregló para
revisar su otra daga oculta que había guardado en su bota. Para su alivio, no
le habían quitado la segunda daga. Tenía una oportunidad.
Su madre. Había deseado matar a la malvada mujer que había asesinado
a su padre, pero no lo había hecho. Varias lágrimas se deslizaron por el
costado de su rostro y cayeron sobre el casco del barco, pero no podía
permitir que sus emociones la dominaran. Tenía que ser fuerte por Roddy y
Constance.
Y por ella misma.
Su madre, la bruja malvada, había tenido un amorío con el padre
Seward. El hombre que había sido tan amable con ella era un hombre malo.
La había deseado más que a su madre, y eso había enfurecido a lady
MacDole lo suficiente como para matarlo. Pero ellos habían dicho algo
sobre el pasado…
Algo oscuro y horrible se agitó en el fondo de su cerebro. Algo
demasiado horrible para comprenderlo.
Sentía la lengua hinchada y extraña en la boca, y se encontró pensando
en lo que Roddy le había preguntado sobre la punta de su lengua.
Alguien la había cortado.
En un instante, regresó a la mesa años atrás, luchando con las ataduras
en los pies y las manos, intentando patear a los dos hombres que la habían
atado, dos hombres que habían estado con su familia durante años. Había
gritado, llorado y pateado. El padre Seward recordaba ese grito.
Ella había tenido voz.
Su madre había gritado para que la escucharan por encima de los
lamentos de Rose.
—¡Sujetadla, he dicho! ¿Cuánto puede lastimar una pequeña muchacha?
Vio el cuchillo acercándose a ella, luego manos sujetando su cabeza a
ambos lados.
Y entonces recordó todo.
Esa noche también estuvo fuera durante una tormenta. Ella y su padre
estaban en los acantilados cuando la tormenta desató un diluvio.
Permanecieron allí de pie juntos, observando los relámpagos, pero después
de un breve lapso, él insistió en que ella regresara al castillo.
Ella aceptó porque no le gustaban demasiado las tormentas. En lugar de
dirigirse a su casa por la puerta principal, siguió el otro camino, el de los
sótanos. Justo antes de entrar en las cuevas, oyó la voz de su madre.
Cuando miró hacia atrás, vio a su madre de pie frente a su padre,
gritándole. Ella lo empujó y él estuvo a punto de perder el equilibrio, pero
en lugar de gritar a la mujer, hizo lo más honorable y se apartó, dirigiéndose
por el camino hacia las cuevas. Él ni siquiera dijo una palabra ante toda
aquella rabia violenta.
Rose cerró los ojos porque odiaba ver a sus padres pelearse. Cuando
finalmente los abrió, era demasiado tarde para gritar y advertir a su padre.
Su madre lo empujó fuertemente por detrás, arrojándolo por el borde del
acantilado hacia una muerte segura.
Un grito interminable brotó de Rose. Su querido padre estaba muerto.
Había visto a su propia madre cometer un asesinato. Gritó y gritó y apenas
pudo recordar lo que sucedió después hasta que se dio cuenta de que otro
hombre se dirigía directamente hacia ella: su mayordomo.
Su madre estaba furiosa con ella.
En estado de shock, ni siquiera intentó luchar contra el mayordomo
cuando éste la levantó y la llevó al gran salón, inmovilizándola a la mesa
mientras su madre ladraba instrucciones a todo el mundo. Luchó contra las
ataduras, pero perdió la batalla, con sangre cayendo por su brazo porque la
piel estaba abriéndose por la cuerda.
Su madre se acercó a ella con furia, gritándole al hombre que estaba
detrás de ella.
—¡Sujeta su cabeza!
Entonces, ella cogió la lengua de Rose con una extraña herramienta y
utilizó un cuchillo para cortarle la punta.
Rose gritó y chilló de dolor, tanto físico como emocional.
Su madre la dejó atada a la mesa durante toda la noche, con el destello
de los rayos paralizándola de miedo.
A la mañana siguiente, su madre bajó y le mostró la punta de su lengua,
toda ensangrentada, y le dijo:
—Ahora, si vuelves a mencionar una palabra de lo que has visto, te
cortaré toda la lengua y no podrás volver a hablar. Te enviaré a una isla y te
dejaré allí. Eres el diablo, lo juro.
Ella no recordaba mucho después de eso. Se encerró en sí misma, sin
hablar con nadie porque todos se volvieron contra ella. El mayordomo de su
madre, Harold, había participado en la crueldad. También había estado
presente otro hombre, cuya voz reconocía ahora como la del padre Seward.
A los doce años, ella no había adivinado la verdad. Su padre había
descubierto a su madre con otro hombre, y ella lo había matado en lugar de
afrontar las consecuencias.
El incidente había sido demasiado para ella.
Se convirtió en la niña perfecta, sin hablar, sin hacer ruido y pasando la
mayor parte del tiempo en el exterior. Hasta ahora, el recuerdo de aquel día
había permanecido profundamente enterrado, con el horror oculto para su
mente consciente.
Ya era hora de que esa farsa terminara. Nunca más dejaría que su madre
la guiara, nunca más creería todo lo que la retorcida mujer le dijera.
Rose sacó el cuchillo de su escondite y cortó sus ataduras. Luego golpeó
la lona hasta que esta cedió, permitiéndole incorporarse. Afortunadamente,
la tripulación la ignoró. Los hombres se esforzaban por controlar las velas y
el viento, sin tener en cuenta su carga. Se acercó al borde del barco y abrió
la boca, pero no salió nada.
No había perdido la capacidad de hablar del todo. La había enterrado en
lo más profundo de su ser para sobrevivir, pero ese tiempo había quedado
atrás. Sería fuerte por Roddy, por su padre y, sobre todo, por ella misma.
Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero las contuvo, motivándose a sí
misma. Volvió a intentarlo, abriendo la boca, intentando con todas sus
fuerzas emitir algún sonido, pero fue en vano. Pensando en empezar poco a
poco, intentó un zumbido, pero no consiguió ir más allá del pequeño
chirrido que siempre había sido capaz de expulsar.
Se inclinó hacia el borde del barco, en busca de la fuerza para proyectar
su voz.
Alguien la vio finalmente, pues oyó la voz de un hombre que gritaba:
—¡Cogedla! Sentadla, atadla. ¡Haced algo!
Dos hombres se abalanzaron directamente sobre ella, pero un búho bajó
en picado a través del viento que fluía y voló delante de ella. Justo cuando
uno de los bastardos alargó la mano para cogerla, el búho golpeó las manos
de la escoria con sus poderosas garras.
Su nuevo amigo. El búho tenía que ser el mismo que ella había
conocido en la abadía, y su padre lo había enviado para ayudarla.
Ella también lo haría por él.
Cerró los ojos, cogió fuerza de su vientre y abrió la boca. Para su
deleite, el grito más fuerte que había escuchado jamás brotó de sus propias
cuerdas vocales.
—¡Roddy —Estaba tan eufórica con su logro que reía y lloraba al
mismo tiempo porque estaba escuchando su propia voz melódica—.
¡Roddy, Roddy! Ayúdame!
Rose sí podía hablar.
21

R oddy, Connor y Braden se dirigieron a pie hacia la dársena, habiendo


dejado sus caballos sobre el camino del acantilado. Para su sorpresa, la
lechuza atravesó volando el agua, dejándolos. A medida que se acercaban al
borde del lago, una sensación inquietante se manifestó en el vientre de
Roddy. Su miedo a morir había vuelto.
El miedo a no poder hacer lo que tenía que hacer para salvar la vida de
Rose casi lo acobardó, pero no dejaría que lo detuviera.
Salvaría a Rose. La amaba.
Nunca había pensado en palabras más ciertas. Estaba enamorado de
Rose MacDole, y ese amor era lo suficientemente fuerte como para superar
cualquier tipo de miedo. Haría lo que fuera necesario para evitar que la
enviaran lejos en ese barco.
La tormenta arreció, con las olas chocando con tanta fuerza que les
resultaba difícil oír a cualquiera. Roddy bajó la mano a la empuñadura de su
espada al llegar al muelle.
—No hay ningún barco. ¡Todavía no ha llegado! —rugió, gritando para
que se le oyera por encima del estruendo de la tormenta.
Connor y Braden llegaron detrás de él, con sus miradas buscando en las
aguas agitadas y en la costa cualquier señal de un barco o de gente.
Nada.
Connor gritó y señaló hacia el centro del lago.
—Allí. ¡Una galera!
—Bien —dijo Braden—. Llegamos a tiempo. Los capturaremos cuando
desembarquen y pondremos fin a esto. Pero, ¿dónde están los hombres en la
orilla?
—¡Mierda! —gritó Roddy, dejando caer su espada al suelo. Comenzó a
quitarse la tela escocesa y la túnica, sin detenerse hasta que se quedó
solamente con los pantalones escoceses.
—¿Qué demonios, Roddy? —preguntó Connor, estupefacto—. ¿Qué
estás haciendo?
—El barco se está alejando de nosotros. Está muy lejos.
Se quitó una bota mientras Braden decía:
—No puedes ir tras él. Con esa vela izada, se mueve mucho más rápido
de lo que puedes nadar. Además, las olas son tan grandes que te superarán.
Tenemos que encontrar ese bote de remos.
Roddy se quitó la otra bota y discutió con su primo.
—Entonces busca un bote y ven detrás de mí. Yo voy a entrar.
—Piensa en esto, Roddy —dijo Connor—. Los relámpagos podrían
matarte en un instante. Y no sabes si Rose está en él. Podría estar dentro del
castillo.
Hizo una pausa, considerando la posibilidad de que Connor tuviera
razón, pero una voz acudió a él justo en ese momento, muy tenue pero clara
como una campana.
—¡Roddy!
Sin duda, estaba seguro de que conocía esa voz.
—Es Rose —dijo, asombrado—. Voy a buscarla. Busca ayuda para que
venga a por nosotros. No puedo regresar a todas las muchachas.
—No estás pensando con claridad —dijo Connor, cogiendo su brazo—.
Rose no puede hablar, ¿recuerdas?
Como para contradecir la afirmación de Connor, la voz lo llamó de
nuevo.
—¡Roddy, Roddy, ayúdame!
—Es Rose. Reconocería su voz en cualquier lugar. —Nunca se había
sentido tan seguro de algo en su vida. Su alma la reconocía, pero ¿cómo
podía explicar eso?
Braden dijo:
—Buena suerte. Iremos a buscar ayuda, pero ya tienes un poco.
Roddy se zambulló en el agua sin esperar a que Braden terminara su
comentario, pero éste le llegó un segundo más tarde mientras viajaba por el
agua.
—El búho, Roddy. Ha volado hasta aquí desde la zona cercana al barco
y ahora se dirige de nuevo al barco. Vamos a por el bote.
Cerró la boca y se concentró en sus brazadas, sacando fuerzas de sus
entrañas para mantenerse concentrado.
Rose lo necesitaba.
Y su dulce Rose podía hablar.

Rose se aseguró a sí misma que era tan fuerte como los demás. Había
soportado torturas, lavado de cerebro y más. Ella encontraría una manera de
salir de este barco.
El búho había salido volando, como si fuera llamado por algo, pero ella
había logrado detener a los dos atacantes. Le pateó la entrepierna a uno,
como le había enseñado Roddy, y golpeó al otro en la ingle con el puño.
Uno más se acercó a ella, por lo que cogió la daga que había utilizado para
cortar sus ataduras y le cortó la pierna, haciendo que la sangre empapara sus
pantalones escoceses. El bruto se apartó de ella, bramando.
Una voz la llamó desde las profundidades oscuras del fiordo.
—¿Rose? Ya voy.
¡Roddy! Oh, cómo lo amaba.
No podía esperar a usar su recién descubierta voz para decírselo.
Dos hombres más se acercaron a ella y, para su deleite, el búho volvió a
aparecer bajando en picado. Golpeó al hombre con una de sus garras
mientras un halcón se posaba en la cabeza del otro y lo picoteaba. El gran
zoquete chilló como un niño.
—¿Qué demonios les pasa a estos pájaros? —gritó alguien con una voz
llena de miedo. Otro pájaro se abalanzó y le cortó el brazo a alguien. El
pájaro volvió a acercarse, asustándolo tanto que saltó por encima de la
borda. Los hombres dejaron de remar para luchar contra las criaturas que
los atacaban desde arriba. Dos halcones y el querido búho no cedieron, sino
que siguieron lanzándose sobre los hombres, asustando a algunos más sobre
la borda. El búho se posó en la jarcia de la vela e intentó soltarla, pero no lo
consiguió. Rose se acercó con su daga y cortó la cuerda, derrumbando un
lado de la vela para frenar su curso.
El hombre que había estado a la cabeza de la embarcación gritó:
—¡Perra idiota! No me importa cuánto me den por ti. Vas a caer por la
borda.
Tres hombres se abalanzaron sobre ella. Rose pateó y gritó, luchando
contra ellos, pero un hombre consiguió cogerla del cuello. Ella lo mordió,
liberándose, y uno de sus compañeros graznó:
—¿No puedes controlar a una pequeña perra? ¿Es demasiado dura para
ti?
Una gran ola los golpeó, expulsando a dos de ellos por la borda,
salvándola a ella y dándole suficiente margen para tambalearse hacia la
parte delantera del barco. Aferrándose a la borda, pasó por encima de las
jóvenes que seguían atadas y dormidas. Cuando llegó al final, se dio cuenta
de que Euphemie era la última chica de la fila.
Se había despertado e incorporado con una expresión de sorpresa en su
rostro. La mordaza que tenía en la boca le impedía hablar, pero le hizo un
gesto a Rose para que se la quitara.
Debatió la conveniencia de hacer algo bueno por la muchacha que había
sido tan cruel, pero nadie merecía ser vendido como un objeto. Ni siquiera
Euphemie. Rose tiró de la tela y la arrojó por la borda, luego continuó su
camino.
—¡Rose! —la llamó Euphemie.
Rose se aferró a la borda para estabilizarse y se dio la vuelta para mirar
a la otra chica.
—Puedes oír y hablar —dijo la chica, afirmando lo evidente. Luego
hizo una pausa y dijo—: ¿Por qué estás siendo amable conmigo?
Rose se dio cuenta de que era el momento de empezar a hablar con todo
el mundo.
—Porque no soy para nada como tú. —Le dio la espalda y continuó
hasta el borde del barco.
—¡Lo siento, Rose! —gritó Euphemie—. Me he equivocado contigo.
Rose la ignoró, sin saber si debía creerle o no, pero no importaba. Tenía
que encontrar un camino para ponerse a salvo, y ese era su objetivo.
Llegó al final del bote y no pudo ir más lejos. Con la mirada fija en las
profundidades del agua, pensó brevemente en saltar, pero el hombre que
creía que era el capitán la cogió por detrás y cerró las manos sobre la
garganta para asfixiarla. Jadeando, arañó y pateó, pero estaba perdiendo la
batalla. Su visión se oscurecía a medida que él aumentaba la presión sobre
su tráquea.
Para su sorpresa, una forma gigantesca se asomó por la borda del barco
y se abalanzó directamente sobre el capitán, haciéndolo caer.
Roddy Grant había llegado.
Luchó como un poseído, golpeando con sus puños a todo aquel que se
acercaba y haciendo un rápido trabajo con los pocos hombres que
quedaban. Luego se volvió hacia Rose, con una sonrisa en el rostro.
¿Ella había visto algo tan maravilloso en su vida?
Otra ola los sorprendió y la hizo volar a sus brazos. La estrechó contra
él y susurró:
—Puedes hablar.
Y entonces ella le comunicó el pensamiento más importante de su
mente, solo por si su capacidad de hablar desaparecía de repente.
Ella sonrió y dijo:
—Te amo, Roddy Grant.
22

R oddy ayudó a Rose a subir al bote que Braden y Connor habían


localizado y remado hasta ellos. Para entonces la lluvia había disminuido
hasta convertirse en una ligera llovizna.
—Daniel y el tío Brodie han encontrado un bote más grande en las
cuevas —dijo Connor—. Están en camino para ayudar a las demás. Will ha
dicho que encontraría un tercer bote.
—Bien. He echado el ancla y tirado los pocos cadáveres por la borda.
Algunos de los villanos están haciendo lo posible por nadar hasta la orilla,
pero se han alejado de nosotros. La mayoría de las muchachas siguen
dormidas por algún brebaje que les dieron. Un par de hombres siguen vivos,
pero los hemos atado con la esperanza de que Maggie y Will puedan
obtener alguna información de ellos.
Braden miró hacia la galera que se balanceaba. No había movimiento en
el interior.
—Bien, porque creo que solo podemos llevaros a vosotros dos. No
quiero sobrecargar más este pequeño barco. No me arriesgaré a que zozobre
con estas olas. Os llevaremos de regreso, y luego traeremos una tripulación
más numerosa para remar este hasta la orilla.
Roddy se sentó en el centro y rodeó a Rose con sus brazos,
acomodándola en su regazo.
Mientras remaban de regreso a la orilla, Connor y Braden remando,
Connor dijo:
—Quería traer una manta escocesa seca, pero no pude localizar una.
Mirando a Roddy, Rose dijo:
—Estoy bien abrigada.
—Muchacha, has encontrado tu voz —dijo Braden—. La oímos viajar a
través del agua. ¡Bien hecho! Nunca había visto a Roddy actuar así, sin
pensar.
Connor dijo:
—Sí, perdiste todos esos miedos de golpe, ¿no es así, primo? Te
zambulliste en un lago marino agitado debido a la tormenta, sin importarte
que te cayera un rayo.
Roddy echó un vistazo a las olas contra las que luchaban para volver a
la orilla, y se dio cuenta del tamaño de las crestas y de la forma en la que el
agua seguía golpeando su pequeña embarcación. Miró a Braden frente a él.
—El agua estaba un poco agitada, pero no estaba tan mal. —El miedo a
morir se había apoderado de él mientras encontraban su camino por el
traicionero sendero hacia la orilla, pero había abandonado su ser para no
volver.
Braden musitó:
—Nunca he visto a mi padre caminar tanto. Ha dicho que tu padre lo
mataría por permitirte entrar en esa agua.
Roddy no pudo evitar reírse, pues sabía que nada lo habría detenido.
—No habría sido capaz de convencerme de que esperara. Fue
impulsado por el sonido de una vocecita al otro lado del agua.
—¿Una vocecita? —dijo Connor, chasqueando la lengua—. Era una voz
fuerte, no una vocecita.
Una vez que estuvieron cerca de la orilla, otra voz llegó hasta ellos.
—¿Rose? ¿Estás bien? Rose. Dime que es verdad que puedes hablar. —
Constance estaba de pie en el borde de las rocas, observándolos. Su cuerpo
estaba prácticamente temblando por los sollozos.
—Constance, me siento mejor que nunca. Deja de preocuparte —gritó
Rose, y una ola de aplausos siguió a su declaración.
Cuando llegaron a la orilla, Daniel y Will se acercaron para ayudarlos,
pero fueron apartados por la querida amiga de Rose, quien se acercó a ella
en cuanto Roddy la levantó por el costado del bote. Constance la cogió en
un abrazo de oso y lloró sobre su hombro.
—Me alegro de que estuviera lloviendo, de modo que ya estás mojada.
—Hizo una pausa para limpiarse las lágrimas—. Di algo más. ¿Por favor?
Rose dijo:
—Eres la mejor amiga que podría haber pedido.
—¡Oh, Rose! —chilló Constance y volvió a abrazar a su amiga—. Estás
empapada. Podemos ir a secarnos a la cabaña. Maggie ha entrado en tu
castillo y encontrado ropa seca para nosotras.
Constance la condujo por el sendero hasta la cabaña en lo alto de los
acantilados. Había gente reunida a su alrededor.
Roddy no podía estar más orgulloso de sus primos y de cómo se habían
unido para lograr algo tan importante.
—¿Cuántas, Roddy?
—Has salvado ocho más, Maggie.
—Hemos salvado.
Una voz áspera llegó hasta ellos.
—¡Ahí está ella! Ahí está mi querida hija. Ella les dirá que no tengo
nada que ver con esto. Ella no puede hablar, pero puede oír. Hacedle
preguntas y os lo dirá. —Levantó sus manos atadas para que todos las
vieran—. ¡Ella estuvo allí! Es una testigo. Desatadme para que pueda
abrazar a mi dulce niña. El padre Seward intentó matarme. ¡Matarme! Fue
en defensa propia.
Roddy se giró y miró fijamente a su desgraciada madre. Cómo deseaba
levantar a la mujer y arrojarla por el sendero, dejando que rebotara por la
grava, pero esta era la oportunidad de Rose de hablar por fin con su madre.
No le arrebataría el momento.
—Nos encontramos de nuevo. Rose, si yo fuera tú, la ignoraría y me
alejaría. Ella no merece tu esfuerzo.
Rose cogió la mano de Roddy con fuerza, y la furia cruzó su rostro.
—Oh, pero te equivocas en eso. Ella sí merece mi esfuerzo.

Rose estaba tan feliz de ver a Roddy que no había pensado en lo que haría
cuando volviera a ver a su madre. Numerosas ideas cruzaban en su mente,
pero una en particular pareció convencerla.
Se acercó a su madre mientras el silencio descendía sobre el grupo.
—No, mamá. Tú has matado al padre Seward, y también a mi querido
padre. Me asustaste tanto a los doce años que no hablé durante cinco años.
Ya no. Ahora te conozco por lo que eres. —Rose se volvió hacia Maggie y
Will—. Esta mujer empujó a mi padre por un acantilado hace cinco años, y
acaba de matar al padre Seward. Debe estar en la cárcel.
La única respuesta de su madre fue comenzar a reír. El sonido irritó los
nervios de Rose —un sonido perverso que deseaba poder sacarle a
bofetadas—, pero no deseaba ensuciarse las manos con la mujer. Lady
MacDole era tan vil y taimada que ya no permitiría que tuviera ningún
poder sobre ella. Incluso el poder del odio.
Rose sacudió la cabeza.
—No mereces mi esfuerzo. No quiero tener nada que ver contigo. —La
mano de Roddy se posó en la parte baja de su espalda, y su otra mano le
estrujó la cadera como apoyo.
La cabeza de su madre se inclinó hacia atrás con otra carcajada salvaje,
solo que esta vez, la risa se detuvo abruptamente. Gritó y volvió a levantar
la cara en un instante, con una expresión de puro horror en su rostro.
Escupió, escupió y chilló, y finalmente gritó:
—¡Harold, mata a ese asqueroso pájaro! Mira lo que me ha hecho.
Miró al cielo justo cuando un búho de orejas largas bajó en picado y
dejó caer otra gota de caca en un lado de la cara de su madre.
Todo el grupo estalló en carcajadas cuando el búho se abalanzó de
nuevo sobre la asquerosa mujer, haciendo que ésta se agachara y se lanzara
por reflejo contra el ave.
—¡Harold, Harold! Detén a esta bestia. Hija, será mejor que pongas fin
a esto o yo… yo…
Rose avanzó a zancadas y metió un sucio trozo de lona en la boca de su
madre.
—Cierra la boca o te cortaré la lengua.
Luego se dirigió a la entrada de su castillo.
Nunca miró hacia atrás.

Roddy siguió a Rose al interior de su castillo, pero, para su sorpresa, ella lo


condujo a través de los sótanos y hacia los acantilados. Se quedaron de pie
mirando el agua. Roddy se había dado cuenta rápidamente de que era el
lugar favorito de Rose.
Se acercó a ella por detrás y la rodeó con sus brazos, susurrándole al
oído:
—¿En qué estás pensando, mi amor?
Ella se giró y le rodeó el cuello con los brazos, poniéndose de puntillas
para darle un rápido beso en los labios. Apartándose ligeramente, dijo:
—Estoy pensando en lo mucho que te amo, Roddy Grant. Gracias por
creer en mí y apoyarme en todo esto. —Las lágrimas empañaron sus ojos.
—Si me amas la mitad de lo que yo te amo, tal vez consideres casarte
conmigo —susurró.
Rose lo miró fijamente, con la mandíbula floja.
—Umm, eso no puede ser bueno, Rose. ¿Es un no?
Ella continuó con la mirada fija, aunque esta vez él notó humedad
acumulándose en las esquinas de sus ojos.
—Por favor, no llores. Te amo con todo mi corazón. Podemos vivir
donde quieras. Te amaré y protegeré siempre. Nunca más tendrás que
preocuparte de que alguien te haga daño. —Volvió a besar sus labios—.
Porque siempre estaré ahí. —Hizo una pausa y añadió—: Si necesitas
pensarlo, puedo esperar un día o dos a que me respondas. Has pasado por
muchas cosas en los últimos quince días. —Diablos, el corazón se le había
subido lentamente a la garganta mientras esperaba su respuesta. No tenía ni
idea de lo que ella estaba pensando.
—Sí, Roddy —susurró. Entonces, ella se aferró con más firmeza a su
cuello y se lanzó a sus brazos—. Nada me haría más feliz.
—Rose, me has dado un susto de muerte. Pensé que ibas a rechazarme.
—Ella esbozó la sonrisa más amplia que él había visto en su hermoso rostro
—. ¡Oh, no, eres muy hermosa, muchacha!
—Temía que cambiaras de opinión. —Ella hizo una pausa y luego
añadió—: Admito que tengo miedo de no pertenecer a otro lugar más que
aquí. Temo no saber cómo viven otras personas. Constance me ha enseñado
mucho. ¿Estás dispuesto a ser paciente?
—Sin duda. Has vivido en el infierno durante demasiado tiempo. ¿No
sabías que el Clan Grant es su propio trozo de cielo? Hace un poco de frío
en el invierno, pero amarás mi clan, si vas por un tiempo corto. Pero
podemos volver aquí si quieres. Es tuyo por derecho.
—No. —Se dio la vuelta y miró al mar—. No deseo vivir aquí, pero sí
deseaba venir por última vez. El recuerdo de mi padre siempre estará en mi
corazón, donde pertenece.
Rose respiró profundamente y se volvió hacia el lago para disfrutar por
última vez de la belleza de su mirador. El aire le apartó el pelo oscuro de la
cara.
—Tengo muchos recuerdos gratos de mi padre aquí, pero los otros
recuerdos son tan horribles que no sé si podría soportarlos. Deseo estar lejos
de cualquier cosa que me recuerde a mi madre. ¿Me crees débil?
—¿Débil? ¡Diablos, no! No conozco a mucha gente que haya soportado
semejante trato y esté en su sano juicio. Todas las mentiras. El abuso. Era tu
madre. ¡Tu madre! Probablemente eres la persona más fuerte que conozco.
No te permitas volver a pensar eso.
—Gracias. —Se volvió de nuevo hacia él, con sus manos aún
entrelazadas—. Tú me has ayudado a superarlo.
Roddy miró al cielo e inclinó la cabeza hacia arriba.
—Alguien ha venido a verte.
Rose se giró y miró a su querida lechuza.
Roddy dijo:
—No sé si crees en espíritus y demás, pero yo sí. Olvidé decirte que tu
lechuza me siguió por el lago hacia la Abadía de los Ángeles. Por eso
volvimos tan rápido. Esa lechuza podría haberte salvado la vida.
Dejó caer la mano de Roddy y se acercó a la criatura cuando esta se
posó en la saliente rocosa detrás de ella.
—Hola. Has sido muy travieso antes, pero mamá se merecía todo lo que
le diste. Sé exactamente por qué lo hiciste.
El búho giró la cabeza hacia la derecha y volvió a mirarla.
—No finjas que no sabes de qué estoy hablando. También hiciste eso
por mí. Querías que yo sintiera que no necesitaba golpearla. Sabías que si la
golpeaba, viviría con eso el resto de mi vida. A pesar de todo, era mi madre.
—Parpadeó varias veces y tocó la garra de una pata—. Ha funcionado. Eso
molestó a mamá más que cualquier golpe que yo pudiera haberle dado. Su
corazón es de piedra. Muchas gracias. No me siento culpable. —Ella
levantó su mirada al cielo—. Siento mucho que todo eso le haya pasado a
papá. Me habría gustado tenerlo en mi vida para siempre. Yo no recordaba
el día en que mamá había causado su muerte. —Se acercó a la lechuza,
todavía mirándola fijamente—. No sé si eres el espíritu de mi padre o si él
te ha enviado, pero te daré un mensaje para que se lo lleves, porque quiero
que él entienda. Sé que esto puede molestarte, pero no quiero seguir
viviendo aquí. Mamá me ha hecho demasiado daño. Quiero irme lo más
lejos posible.
El pájaro la miró fijamente con sus grandes ojos, los cuales parecieron
repentinamente más anaranjados que dorados. Roddy podría jurar que el
animal había entendido cada palabra, y que su padre también la había oído.
Como si recibiera un mensaje de lo alto, el búho levantó una de sus garras y
la agitó —adelante, podría haber dicho—, antes de dejarla caer de nuevo
sobre la saliente. Luego se inclinó hacia delante y apoyó el pico en el
hombro de Rose.
—Gracias. Espero que me sigas a la tierra Grant.
El búho se inclinó hacia atrás, la miró fijamente e inclinó la cabeza.
Luego extendió sus alas y se elevó hacia el cielo.
Connor los llamó desde las cuevas.
—¡Roddy!
Como estaban en el punto más alto de los acantilados sobre las cuevas,
tuvieron que acercarse para escuchar lo que tenía que decir.
—Will y Maggie llevarán a la madre de Rose y a su mayordomo ante un
juez para ver qué otra información pueden obtener de ellos. También se
llevarán a los hombres de los botes. Rose, ¿tienes algo más que quieras
decirle antes de que se vaya?
—No, ya he dicho todo lo que tenía que decir. Gracias.
—Constance va a volver a la abadía para recoger sus cosas —añadió
Connor—. Daniel, Gavin y Gregor la escoltarán. ¿Hay algo que quieras de
allí? —Connor subió hasta ellos para que no tuvieran que gritar para ser
escuchados. Silbó—. ¡Qué gran vista desde aquí arriba!
—No, no necesito nada. Constance me traerá mis pocos objetos
personales. Gracias. —Se apoyó en Roddy, todavía incapaz de creer que
fueran a casarse.
Roddy dijo:
—¿Y las demás?
—Creo que se necesitará una hora para llevar a las otras muchachas a la
abadía. El tío Brodie, Braden y yo las llevaremos allí cuando estén listas.
Rose, ¿te quedarás aquí?
Ella sacudió la cabeza, rodeando con sus brazos la cintura de Roddy.
—No, Roddy me ha pedido que me case con él y he aceptado. Estaré
lista para partir en breve. ¿Quizás en una hora? Me gustaría quitarme esta
ropa mojada.
Connor estrechó los hombros de Roddy y les dijo a ambos:
—¡Felicidades! Entonces, ¿podéis reuniros con nosotros en la abadía en
unas dos horas?
—Sí, tendré todo listo para entonces.
—Si tienes demasiado, podemos dividirlo en varias alforjas. Tenemos
muchos caballos. ¿Te dejamos uno?
Rose sacudió la cabeza.
—Muchas de mis pertenencias están en la abadía. Estaremos bien.
Connor se despidió con un gesto de mano y regresó a través de las
cuevas al castillo.
Cuando se fue, Roddy dijo:
—¿Recogemos tus cosas?
—Sí, pero también deseo que nos convirtamos en una pareja casada.
Él dio un paso más cerca, deslizando el dorso de los dedos por una de
sus mejillas.
—Rose, ¿entiendes qué es lo que hacen las parejas casadas? ¿Sabes
cómo se hacen los bebés?
Rose se sonrojó con el tono de rosa más intenso que había visto jamás.
Iba a tener que ser extremadamente gentil con su pequeña tortolita.
23

R ose podía sentir que el rubor le cubría todo el cuerpo, pero no


permitiría que su incertidumbre cambiara nada. Amaba a este hombre con
todo su corazón y deseaba unirse a él. Estar en sus brazos era la experiencia
más placentera que había vivido.
—Constance me lo ha explicado. Aunque no lo entiendo todo, confío
plenamente en ti, Roddy. Sí, quiero esto. Te quiero a ti, y prefiero que nos
acostemos juntos aquí por primera vez. Creo que la encontraremos vacía. Se
han llevado a mi madre y a Harold. ¿Quién queda?
Roddy respiró hondo y dijo:
—Cuando entremos, lo comprobaremos para estar seguros. Entiendo tu
razonamiento, pero si hacemos esto, me gustaría que nos casáramos
rápidamente en la abadía. No arriesgaré tu reputación al esperar. Mi honor
como guerrero Grant no lo permitirá.
—Estoy de acuerdo si eso es lo que tú quieres.
—Sí, mi deseo es hacerte mía lo antes posible. —Cogió su mano pero le
indicó que guiara el camino.
Rose lo ayudó a sortear los acantilados y la cueva y luego lo condujo a
través de la torre hasta su recámara. Cuando ella atravesó el vestíbulo, lo
hizo como si tuviera una máscara cubriendo su rostro, no deseando ver
ninguna evidencia de lo que había sucedido. De la oscuridad que se había
desplegado en este lugar que había sido su hogar.
Roddy dijo:
—El cuerpo del sacerdote ya ha desaparecido, muchacha.
Una vez que estuvieron dentro de su habitación, Roddy encendió un
fuego en la chimenea. Como no la estaba viendo, ella se sintió lo
suficientemente valiente como para sacar rápidamente su vestido por
encima de su cabeza. Una vez hecho esto, se quitó el camisón y se metió en
la cama, deslizándose bajo las sábanas antes de que él pudiera verla. El
hecho de que un hombre, incluso el que iba a ser su marido, la viera con la
piel al descubierto la incomodaba, aunque Constance había insistido que así
era el matrimonio. Su otra insistencia era que sería doloroso para ella la
primera vez que se unieran. Después, había prometido, podría ser
agradable.
También le había explicado lo mucho que esto les gustaba a los
hombres.
Cómo rezaba para que Constance estuviera diciendo la verdad. Soportar
un poco de dolor para hacer feliz a Roddy era algo que haría con gusto.
Se tumbó de espaldas y se subió las mantas hasta la barbilla, cruzando
las manos sobre el vientre. La recámara estaba todavía a oscuras, aunque
pronto amanecería.
Una vez que Roddy encendió el fuego, se volvió para buscarla, y Rose
pudo notar que se sorprendió al encontrarla ya en la cama. Pero este hombre
al que ella amaba comenzó a quitarse lentamente su propia ropa, actuando
como si esto fuera normal y ya fueran una pareja casada desde hacía años.
Cerró los ojos para ser cortés, pero cuando echó un vistazo, él estaba
casi listo para subir a la cama. Si bien había esperado que su cuerpo la
asustara, se sintió complacida.
El hombre al que amaba era el más apuesto que había conocido, pero
ahora apreciaba lo que había estado oculto bajo su túnica y su tela escocesa
todo este tiempo. El pecho de Roddy estaba hecho de puro músculo, y el
vello seguía un patrón que bajaba por su abdomen plano y luego por sus
piernas. Nunca había visto la zona íntima de un hombre, así que no pudo
evitar quedarse mirando.
Roddy le dedicó una sonrisa burlona cuando la descubrió mirando.
—Te preguntaría si te gusta lo que estás viendo, pero me temo que
puedes estar un poco escandalizada. Tu vida ha estado bastante protegida.
Te prometo que encajaremos muy bien. Es mi trabajo asegurarme de eso.
No te preocupes.
Rose levantó su mirada para encontrarse con la suya. ¿Cómo había
adivinado lo que ella estaba pensando?
—Confío en ti, Roddy.
Él levantó la colcha y subió a su lado.
—Más tarde, desearé ver tu belleza, pero respeto tu modestia esta
noche. ¿Estás segura de que todavía quieres esto, Rose?
—Sí, más que nada. Deseo sentir nuestro amor. Así me lo explicó
Constance. —Ella hizo todo lo posible por ocultar sus ligeros temblores,
aunque temía que él lo hubiera notado.
—Si cambias de opinión, solo tienes que detenerme y terminaremos.
—Prefiero que me beses.
Roddy pasó los dedos por su pelo y se inclinó sobre ella, acercando sus
labios a los suyos. Sus labios eran suaves y cálidos, así que ella separó los
suyos, esperando que él la provocara con su lengua como había hecho
antes. Oh, cómo amaba estar así de cerca de él.
La hacía sentir especial, amada y deseada, todas las cosas de las que no
había tenido suficiente en su vida hasta ahora.
Inclinó su boca sobre la de Rose y profundizó, y su lengua buscó la
suya, y ella siguió sus pasos. Levantando la cabeza, él depositó besos desde
su mejilla hasta su cuello.
—Rose, quiero sentir tus pechos, saborearlos —susurró—. No te
asustes.
Sus manos le cogieron los pechos y su pulgar le acarició un pezón,
provocando extrañas sensaciones en ella. Su cuerpo asumió el control,
haciendo cosas que nunca habría esperado, arqueándose más hacia él. Un
extraño gemido salió de su propia garganta y Roddy gimió.
—Rose, ¿tienes idea de lo que me hace el sonido de tu voz? Esos dulces
sonidos me dicen que mi Rose es una mujer apasionada. —Se llevó su
pecho en la boca, chupándolo mientras ella se aferraba a él y gritaba su
nombre. Hizo lo mismo con el otro pecho hasta que se retorció debajo de él,
insegura de lo que ocurría en su interior—. ¿Qué es lo que deseas que haga?
Dímelo, amor.
Ella carraspeó:
—No lo sé. Haz lo que te dé placer. Quiero más, pero no puedo
describir qué o cómo…
Él se rio y su mano se deslizó hasta la zona entre sus piernas.
—Rose, estás lista para mí —dijo roncamente—. Esto dolerá al
principio, pero luego mejorará. ¿Confías en mí? —Se detuvo para mirarla a
los ojos, y ella estaba tan perdida en el amor que veía allí, el deseo de algo
más ardiendo dentro de ella, que todo lo que pudo hacer fue asentir.
Roddy le cogió las caderas y se acomodó entre sus piernas. Sintió su
dureza contra ella, la superficie aterciopelada provocando su entrada.
Deslizó la punta dentro de ella solo un poco y abrió las piernas porque lo
quería más cerca. En cuanto se abrió más, él empujó y ella sintió un
pequeño pinchazo.
Roddy se detuvo, jadeando por controlarse. El sudor cubría su frente,
pero seguía sosteniéndola, su piel tocándola por todas partes de una forma
tan sensual, tan salvaje, que ella no deseaba parar.
—Lo siento, Rose.
Se movió contra él, atrayéndolo hacia dentro y hacia fuera, y dijo:
—Yo no. Más, Roddy.
Roddy cerró los ojos y gimió, sujetando sus caderas y hundiéndose en
ella con un desenfreno salvaje que Rose amó, acelerando su ritmo hasta que
una insoportable sensación de necesidad amenazó con explotar dentro de
ella. Se sacudió un poco para que él la golpeara de forma acertada y, tras
unas cuentas embestidas más, Rose contuvo la respiración y explotó,
sumergiéndose en un abismo que no había sabido que existía. Roddy gritó
su nombre, gruñendo de placer.
Se aferró a él, aturdida por lo que acababan de compartir, por lo mucho
que ese hombre significaba para ella. Él le besó la frente y le dijo:
—¿Todavía te hago daño?
—No, Roddy, nunca podrías hacerme daño. —Rose deslizó el dedo por
la línea de su mandíbula, con la incipiente barba dorada áspera contra su
dedo, pero a ella le encantaba—. Creo que tendremos una vida maravillosa
juntos.

Una vez que llegaron a la abadía, Connor y Daniel los saludaron,


explicándoles que los demás habían regresado a la torre Braden. Les
informaron de todo lo que había ocurrido.
Connor dijo:
—Hay un sacerdote de visita aquí para ayudar durante quince días hasta
que ellos encuentren uno nuevo. Las muchachas han regresado, y todas
están agradecidas por nuestra ayuda, aunque muchas de ellas durmieron
durante gran parte del calvario. Una vez que les explicamos a dónde se
dirigían, su miedo no tuvo límites. La abadesa afirma no haber tenido
conocimiento de nada de esto, declarando que todo tuvo lugar en la Abadía
de los Ángeles del padre Seward, un lugar donde ella no era bienvenida.
Rose, ella sí confirmó que tu madre era la rica benefactora que dio al
sacerdote la moneda para construir la nueva abadía, de la que él tendría el
control exclusivo, lo que lo entusiasmaba. Por desgracia, la abadesa no
sabía nada de un inglés. Hemos interrogado a algunos de los monjes, pero
no sabían el nombre del hombre, dicen que él ha desaparecido. Al parecer,
al padre Seward no le gustaba tener que lidiar con la abadesa, quien
enfermó al enterarse de lo que él hizo con algunas de las muchachas.
Maggie y Will planean investigar todo con el juez, estoy seguro.
Probablemente acudirán al rey con lo que averigüen.
Rose preguntó:
—¿Constance está aquí? Necesito verla.
—Sí —dijo Daniel—. Ella está aquí, y ha optado por quedarse. Hemos
hecho todo lo posible para convencerla de que venga al Clan Grant con
nosotros, pero se ha negado. Tal vez te escuche a ti.
Rose se volvió hacia Roddy y le preguntó:
—¿Te importa que hable con ella a solas?
—No, adelante. —Cogió su mano y la estrechó—. Buscaré a ese
sacerdote.
—¿Por qué? —preguntó Daniel, con el ceño fruncido.
—Rose y yo vamos a casarnos, ahora mismo. No quiero esperar.
Connor asintió.
—Creo que es una idea brillante. Solo seréis retrasados por todo el
mundo en el Clan Grant. —Luego miró a Rose—. Eso en caso de que sea lo
que queráis los dos.
Rose se puso de puntillas para plantar un beso en los labios de Roddy.
—Nunca he deseado nada más.
—Ven —dijo Daniel—. Te llevaré con Constance mientras Connor lleva
a Roddy con el sacerdote. Después de todo lo que ha pasado, nos han
permitido viajar libremente dentro de la abadía durante dos días. Muchas
cosas van a cambiar por aquí.
Encontraron a Constance en un lugar extraño, saliendo de la capilla.
Tan pronto como las muchachas intercambiaron saludos, Daniel dijo:
—Iré a ver a ese sacerdote.
Rose pudo ver la humedad en sus mejillas y supo que su querida amiga
había estado llorando.
—¿Constance? ¿Qué pasa? ¿No estás contenta por todo lo que ha
pasado?
Constance se lanzó sobre ella para darle un fuerte abrazo.
—Rose, sabes que no puedo estar más feliz por ti. Puedes oír y puedes
hablar y te adoro. Tienes todo lo que yo he soñado: un hombre que te ama,
un nuevo clan. Me siento terriblemente mal por todo lo que tu madre te
obligó a soportar. Qué mujer tan horrible. —Exhaló una profunda bocanada
de aire lo suficientemente fuerte como para mover un rizo que había estado
sobre sus ojos—. Mi madre siempre estaba agobiada porque éramos
muchos, pero siempre supe que me amaba.
—Constance, no te preocupes por mí. Estoy enamorada de Roddy y me
ha pedido que me case con él. ¿Estarás a mi lado cuando nos casemos
mañana?
Su amiga le cogió las manos y dio unos brincos.
—¡Oh, Rose! Me alegro tanto por ti. Sí, no me lo perdería.
—Ven al Clan Grant con nosotros. Esperaba que te unieras a nosotros,
que encontraras un nuevo lugar para empezar de cero. Tal vez conozcas a
alguien allí, te cases y formes tu propia familia.
Constance suspiró profundamente, luego cogió la mano de Rose y
avanzó hacia el fondo de la capilla, tirando de ella.
—No puedo explicarlo, pero de repente, mi corazón me dice que tal vez
debería hacer mis votos. Cuando pienso en todo el mal que hay en el
mundo, y en una muchacha que viene aquí y que ha sido tratada como tú,
no puedo evitar pensar que tal vez yo pueda ser útil aquí. —Se quedó
mirando el altar y luego regresó la mirada a su amiga—. Todavía no estoy
segura, así que me gustaría quedarme aquí por un tiempo. Pero si cambio de
opinión y siento que no pertenezco, iré a visitarte.
—¿Lo prometes?
Constance abrazó a su amiga.
—Lo prometo. Aunque primero deseo encontrar a Daniel para que me
cuente lo que ha pasado con su brazo. Lo ha prometido.
Daniel asomó la cabeza por la esquina y dijo:
—No. No te lo contaré, a menos que estés en el Clan Grant. —Luego
sonrió a Rose—. Ahora, ella debe visitarte.
Daniel desapareció y Rose le susurró a su amiga:
—Debes venir. Creo que le gustas a Daniel.
A Constance se le llenaron los ojos de lágrimas y dijo:
—Eso no tendrá importancia para mí.
Rose se preguntó a qué se refería su amiga con esa declaración, pero
Roddy llegó a buscarlas para que conocieran al cura.
Probablemente nunca lo sabría.

A la mañana siguiente, Roddy y Rose se casaron en la abadía, en la parte


trasera cerca del seto. Connor y Daniel permanecieron junto a Roddy,
mientras que Constance se quedó al lado de Rose.
Nada más comenzar la ceremonia, ambos se alegraron de ver cómo un
búho se elevaba sobre ellos antes de posarse en la rama que había sobre el
banco.
El sacerdote había preguntado:
—¿Os molesta ese búho?
Sacudieron la cabeza al unísono y Roddy dijo:
—En absoluto. Por favor, continúe.
24

C uando por fin llegaron al Clan Grant, Roddy pudo sentir los ligeros
temblores en el cuerpo de Rose, así que le estrujó suavemente la cintura y le
susurró:
—Amarás este lugar. Ya verás.
Unos cuantos caballos se dirigían en su dirección. Pronto se les unieron
Jamie, Jake, Padraig y Magnus. Roddy susurró:
—Te presentaré cuando lleguemos a los establos.
Desmontaron cerca de los establos y fueron recibidos por varios Grant:
Roddy presentó a Jake y Jamie como los lairds de su nuevo clan, y ellos le
ofrecieron una cálida bienvenida. Los demás se quedaron para hacer el viaje
con ellos, ayudándoles con sus pertenencias.
El padre de Roddy rápidamente hizo que Rose se sintiera cómoda con
su trato amable.
—Bienvenida, Rose. Estamos encantados de tenerte aquí con nosotros.
Este es el hermano de Roddy, Padraig, y el marido de Ashlyn, Magnus. —
Mientras que el tío Alex podía ser intimidante, su padre y el tío Brodie eran
de lo más relajados.
Cuando Roddy sorprendió a Rose mirando los brazos de Magnus, dijo:
—No hay nada más grande que Magnus, pero tiene un corazón tan
suave como el de cualquier muchacha. No dejes que su tamaño te asuste.
Magnus fingió fulminar con la mirada a Roddy, pero no pudo soportar
la triste mirada durante mucho tiempo. Estalló en una cálida sonrisa y dijo:
—Bienvenida, Rose.
El padre de Roddy le dio una palmada en la espalda.
—Tu madre nos espera en la torre. —Una vez que llegaron, Roddy le
presentó a su madre.
—Estoy muy contenta de tenerte aquí. Quiero que sepas que vine aquí
yo sola al igual que tú, muerta de miedo por todos estos hombres gigantes,
y traje a dos pequeñas muchachas conmigo. Todo el mundo fue muy
amable. Amarás este lugar.
Roddy les dirigió una mirada tímida y dijo:
—Debo deciros algo, mamá y papá. Rose y yo nos hemos enamorado y,
como estábamos en la abadía, hicimos que un cura que estaba de visita nos
casara.
Sus padres parecieron atónitos, pero se recuperaron rápidamente,
sonriendo y abrazando a ambos.
—Me disculpo —dijo Rose—, pero yo tenía una querida amiga que
decidió quedarse en la abadía, y deseaba tenerla a mi lado.
Su madre dijo:
—Eso tiene mucho sentido. Aunque me sorprende, no podría estar más
contenta. Tú y Roddy parecéis muy felices. Entrad y sentaos junto a la
chimenea. Os traeremos algo de comer.
—Bueno —dijo su padre—. Tendremos que encontrar un lugar para que
vosotros dos viváis. Supongo que podéis vivir con nosotros durante un
tiempo, pero imagino que querréis un lugar propio. Iré a hablar con nuestros
lairds. —Su madre se fue con él a buscar comida para ellos.
Gracie bajó corriendo las escaleras, dirigiéndose directamente hacia
ellos.
—¡Roddy! ¡Me alegro mucho de verte! Y veo que has traído a alguien
contigo. Preséntanos, por favor.
—Esta es mi esposa, Rose. Hemos decidido vivir en el Clan Grant, así
que esperamos que todos nos den la bienvenida.
—¿Casados? ¿Tú, Roddy? Estoy muy sorprendida, pero muy feliz por
ti. —Le dio a Rose un rápido abrazo y dijo—: Mi hermano es maravilloso.
¡Has elegido bien! Estoy emocionada de tener otra hermana.
—Admito que estoy ansiosa —dijo Rose—. Mi vida ha sido muy
diferente a la de Roddy.
Haciendo honor a su nombre, Gracie dijo:
—No puedo esperar a escucharlo todo, pero por favor, discúlpame un
momento. Estoy preocupada por mi hermano. Roddy, ¿te siguen
molestando esas pesadillas?
Roddy sacó una silla para Gracie y se sentaron los tres juntos. Mientras
ella se ponía cómoda, él miró a Rose. No había pensado en el asunto, pero
se dio cuenta de que no había tenido una pesadilla en bastante tiempo.
—No, los sueños no me han perturbado desde que salté al lago para
ayudar a Rose.
—Bien, me alegro. Me quedé preocupada después de tu partida. Me
disculpo por no haberte hablado más de ello. Papá dijo que no lo recuerdas
en absoluto. Tal vez pueda ayudarte.
Roddy dijo:
—Me llevó bastante tiempo recordar lo que pasó. Algunos fragmentos
volvieron a mí, pero no todos. Recuerdo haberte encontrado bajo el agua.
Pero, ¿cómo quedaste enredada en la red a tanta profundidad?
Gracie levantó las cejas.
—¿No lo recuerdas?
—No. Recuerdo que Pa nos salvó, pero no recuerdo cómo empezó todo.
Gracie se inclinó y apoyó una mano en su antebrazo.
—Te cuento esto solo para ayudarte a entender tus pesadillas. Tú me
empujaste. Todo fue por diversión, ya que a menudo nos empujábamos al
agua. Saliste corriendo de la casa y me empujaste tan fuerte que salí
volando en una dirección extraña.
Roddy no podía estar más sorprendido por esta revelación. No
recordaba en absoluto haberla empujado. No era de extrañar que hubiera
tenido malos sueños sobre el incidente durante demasiado tiempo.
Él tenía la culpa.
Su querida hermana podría haber muerto por culpa de sus estúpidas
acciones.
Gracie debió ver las emociones en su rostro.
—Roddy, te perdoné hace mucho tiempo. Éramos pequeños y era la
forma en que todos jugábamos en el lago. De hecho, eso te causó esa
pequeña cicatriz sobre tu ojo. Por favor, no pienses en ello ni un momento
más. —Se levantó y se inclinó para besar su frente. Luego estrujó la mano
de Rose—. Bienvenida a la familia, Rose, y mis felicitaciones a ambos por
vuestra boda. Os deseo mucha felicidad.
—Por cierto, Rose. Serás tía del bebé que Gracie y Jamie esperan para
principios de la primavera. —Roddy dirigió su atención a su hermana—.
Gracie, serás una madre maravillosa.
—Mi agradecimiento, hermano. —Ella levantó la mano en un gesto de
despedida y se dirigió a la puerta principal.
Él miró a Rose y le cogió ambas manos, estrujándolas.
—Culpa. Era todo culpa.
Rose añadió:
—Y tú fuiste capaz de bloquearla toda para salvarme. Dudo que tus
pesadillas vuelvan a aparecer.

Rose estaba de pie en el extremo del lago, mirando su nueva casa de campo.
—Roddy, es preciosa. Me encanta. Tu clan la ha construido muy rápido.
Estoy muy agradecida.
Ella recordó el día que ellos habían llegado al Clan Grant.
Rose había quedado tan impresionada por la vista del Castillo Grant que
casi la había hecho llorar. La fortaleza contaba con al menos seis torres y la
muralla tenía los parapetos más impresionantes que había visto jamás. Le
había sorprendido la cantidad de gente que había salido a recibirlos desde el
pueblo, agitando las manos y gritando para darles la bienvenida. Gran parte
del terreno era montañoso y rocoso, por lo que no había muchos campos,
pero los que había estaban muy bien cuidados.
Había abundantes flores brillantes cerca de cada casa, con los intensos
colores del otoño pillándola por sorpresa. Hojas y ramas habían estado
trenzadas y entrelazadas en las puertas o en las puertas delanteras, casi tan
acogedoras como las sonrisas en el rostro de todos.
Ella había estado petrificada pensando que nunca podría encajar en un
lugar tan majestuoso, pero no podría haber estado más equivocada. Todos la
habían acogido, y ahora tenían su propio hogar.
Roddy se acercó y la rodeó con sus brazos, apoyando su cabeza en la de
ella mientras ambos contemplaban su nuevo lugar.
—No tenemos los regios acantilados de tu hogar, pero me encanta estar
cerca del agua. Podemos criar a nuestros hijos aquí, enseñarles a nadar.
—Sí, como mi padre hizo conmigo.
—Este lugar es perfecto. Mis padres no están lejos, mi hermana Ashlyn
y su familia están justo al final de la colina, y la zona que mi tío ha
construido para nadar está en el otro extremo.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás y le besó la barbilla.
—No más pesadillas, no más culpa. No para ninguno de los dos.
—No, no desde que me enamoré de ti, Rose. Eres lo mejor que me ha
pasado.
Contemplaron su nuevo hogar durante unos instantes más. Luego
Roddy la soltó y dijo:
—¡Espera! Me he olvidado de algo. Lo he construido para ti. Vuelvo
enseguida.
Corrió hacia el edificio que servía tanto de establo como de almacén.
Tras coger el desgarbado objeto, atravesó el camino de regreso y dijo:
—Teníamos madera de sobra, así que he hecho esto para ti.
Rose miró la creación en forma de T, deseando hacer eco de la evidente
emoción de Roddy, pero no tenía ni idea de lo que era.
—Roddy, veo que ha sido un gran esfuerzo, pero no tengo ni idea de
qué es.
Roddy levantó un dedo, pidiéndole que esperara, y luego buscó una pala
y cavó un agujero, metiendo el palo largo hasta el fondo y cubriéndolo con
tierra bien compactada. La sección T estaba encima.
Ella esperó pacientemente, con la esperanza de descubrir el propósito de
la cosa, pero simplemente no pudo. Tuvo que admitir su fracaso.
—¿Qué es? —preguntó, sintiéndose horrible por no entender.
Él frunció el ceño y dijo:
—Es una percha.
Él miró al cielo y dijo:
—Dale unos minutos. —Llegó a su lado y señaló al cielo.
Y, efectivamente, un búho apareció en lo alto varios minutos después,
volando libremente con el viento. Luego apuntó directamente hacia ellos y
se posó justo en la nueva percha.
Rose dijo:
—Saludos, amigo mío.
El búho levantó las alas una vez y dijo:
—Hoo.
EPÍLOGO

P rimavera de 1285

Alexander Grant estaba de pie bajo la gran chimenea del gran salón del
castillo de su clan, con las manos en la cadera mientras miraba el
armamento que había sobre la chimenea.
Su hermano Robbie se unió a él.
—Podría ser un gran día, hermano.
—Sí, mierda, Robbie. Sobre todo, rezo para que sea un día sano y feliz
para todos. O debería decir, siete días felices. Los niños tienen sus propias
mentes, como bien sabes. Llegarán aquí cuando estén listos y ni un
momento antes.
—Nunca se han dicho palabras más ciertas. Papá estaría orgulloso.
Una sonrisa cruzó el rostro de Alex al pensar en su querido padre. Había
sido estricto con sus hijos, pero siempre habían sabido que el hombre de la
corteza áspera tenía el corazón más blando de todos, especialmente cuando
se trataba de su madre.
—Me gusta la forma en que Jamie y Jake han dispuesto el armamento
—dijo Robbie, con la mirada clavada en la amplia chimenea de piedra. La
repisa de la chimenea estaba cubierta de velas aromáticas entre hojas verdes
secas y bayas cuidadosamente atadas con cintas por Maddie y Celestina.
Las diversas dagas, espadas y cuchillos estaban montados en la pared. Los
tapices que representaban el castillo en las cuatro estaciones, que su madre
había confeccionado mucho tiempo atrás, seguían decorando la larga pared
del salón. Aunque su castillo había crecido en tamaño, con torres añadidas y
un tercer piso, habían conservado muchas cosas de la torre original.
—Sí, ellos han hecho un buen trabajo. Papá estaría encantado de ver
algunas de sus mejores espadas colgadas allí para que todos las vean. Si tan
solo Maddie no hubiera insistido en que yo limpiara la sangre de ellas —
dijo Alex, con un poco de remordimiento en su tono.
—Tu espada pertenece allí por encima de las demás. ¿Crees que el
muchacho destinado a levantar esa poderosa espada nacerá hoy?
Alex estrechó el hombro de su hermano.
—Solo puedo esperar que el niño esté sano y nos traiga nuevas alegrías.
La voz de una mujer resonó detrás de él.
—No me engañas en absoluto, querido hermano. Deseas tener otra
pequeña muchacha para llevarla atada a tu pecho —dijo Brenna, la hermana
de Alex.
Alex la acercó para poder besar su frente.
—Espero que tengas un buen día, hermana, y que el Señor guíe tus
talentosas manos.

Al conocer la noticia de que los bebés iban a nacer casi al mismo tiempo,
Alex había convocado a sus hermanas, ambas renombradas sanadoras, para
que asistieran a Caralyn en los partos. Poco después de que Brenna llegara
con su marido Quade, su hermana Jennie, también la menor de la familia,
había llegado con toda su familia. Alex no había esperado mucho antes de
convocar a los mayores en su solar para darles la noticia.
—Hermanas —había anunciado, apenas capaz de mantener una cara
seria—. Tengo información para vosotras que solo conocen unos pocos
elegidos. Maddie y Caralyn saben la verdad, al igual que otros pocos, pero
no quiero que esto se comparta ampliamente hasta que llegue el momento.
Jennie había mirado a Brenna con extrañeza, pero habían esperado a
que Alex contara toda la historia.
—Como seguramente descubriréis, Jamie y Finlay han sido
insoportables en su constante competencia sobre cuál de ellos tendrá el
primer muchacho de la próxima generación de mis herederos. Han sido tan
odiosos al respecto que tanto Gracie como Kyla les han prohibido discutirlo
delante de ellas dos.
Aedan y Quade estallaron en carcajadas casi al mismo tiempo.
—Las lizas serán algo que habrá que ver —dijo Aedan.
Jennie calmó a su marido colocando su mano sobre la de él.
—Me gustaría escuchar qué más tiene que decir Alex. Creo que hay una
razón por la que nos ha llamado a las dos. Después de todo, ahora hay tres
sanadoras aquí para atender a dos mujeres que quizá no den a luz juntas.
Jennie inclinó la cabeza al ver la expresión de su hermano.
—Dilo, querido hermano. —Alex había sido como un padre para
Jennie, por lo que él a menudo cedía a sus caprichos, incluso a esta edad.
—Muy astuto de tu parte, Jennie. Debido a la competitividad entre
ellos, Jake nos ha hecho prometer a todos que guardemos su secreto.
Las dos hermanas jadearon al mismo tiempo, la emoción y la
incredulidad en sus rostros eran contagiosas.
Brenna buscó la mano de Quade y la estrujó.
—¿Tres? ¿Aline también está esperando?
Alex no intentó ocultar su propia emoción por la noticia. Aunque había
aprendido a ocultar sus emociones cuando era necesario, esta vez no pudo
hacerlo.
Asintió lentamente, moviendo la ceja hacia ellos.
—Caralyn ha dicho que las tres darán a luz más o menos al mismo
tiempo.
Jennie chilló como él había sabido que lo haría, pero luego se sentó y
susurró:
—Los niños toman sus propias decisiones sobre su salida del útero.
Aunque sería emocionante que dieran a luz juntas, las probabilidades son
escasas.
Alex asintió.
—Entendido, pero yo no quería correr el riesgo. Por favor, guardad el
secreto de Jake y Aline hasta que llegue el momento. Si no lo hacéis, Jamie
y Finlay serán aún más insoportables, y no quiero molestar a una pequeña
mujer en su último mes de embarazo. Aline ha hecho todo lo posible por
permanecer oculta, afirmando estar enferma, y lleva un tiempo usando
vestidos de gran tamaño. Hasta el momento, nadie ha sospechado nada.
Aquella reunión había sido hacía seis días, y hoy por fin había llegado
el momento. Gracie llevaba poco tiempo con dolores y Kyla había llamado
a su madre y a Caralyn para que la revisaran. Ambas habían sido puestas en
dos habitaciones con acceso al balcón por si necesitaban algo.
Al parecer, se había corrido la voz con rapidez, ya que la puerta de la
torre seguía abriéndose a pesar de ser medianoche. Roddy y Rose fueron los
últimos en llegar.
—¿Gracie está lista? —Roddy dirigió la pregunta a su padre mientras
ayudaba a Rose con su manto.
—Sí, creemos que es su hora y posiblemente también la de Kyla.
Alex amaba tener a muchos miembros de su clan juntos en la torre.
Era cierto que algunos de los nacimientos en esta torre habían sido
difíciles, pero tenía un buen presentimiento sobre este día. Una sensación
fabulosa.
Alex y Robbie dieron instrucciones para que sacaran comida y bebida
de las cocinas, y luego encendieron fuegos en dos chimeneas mientras
Quade Ramsay se acomodaba en una silla con una gran sonrisa, observando
todo el caos.
Una vez hecho eso, la reunión empezó a parecerse más a una
celebración. Alex cogió una ale y observó al grupo que parloteaba en el
salón; el entusiasmo de todos era contagioso. Estaban preparados para
cualquier cosa que pudiera venir, aunque Alex percibió un poco de tensión
en Caralyn, la mujer de Robbie. ¿Era porque su hija era la que iba a dar a
luz o porque el bebé podría ser el próximo heredero del título de laird?
Alex intentó calmar a su cuñada.
—Brenna ya está arriba con Gracie, Caralyn. Tómate tu tiempo. Ha
dicho que esto aún tardaría un poco. Ya sabes cómo puede ser esto con las
nuevas mamás. Kyla insiste en que es hora de que el bebé haga su
aparición, pero Maddie no debe estar preocupada todavía. Si lo estuviera,
estaría en el balcón dándome órdenes.
Caralyn se rio.
—Esta es primera vez para vosotros dos. El primer nieto y el segundo al
mismo tiempo. —Puso los ojos en blanco, diciéndole a Alex que también
estaba pensando en el tercer nieto, el que todavía era un secreto.
En ese momento, Finlay salió corriendo hacia la balaustrada con una
urgencia que llamó la atención de todos. Gritó:
—¡Tía Brenna, necesito a la tía Brenna!
Todo el grupo en el gran salón dejó lo que estaba haciendo para mirar al
frenético marido que estaba arriba. Solo Caralyn tuvo la entereza para
actuar. Se apresuró a subir las escaleras y preguntó:
—Finlay, ¿qué pasa?
—Kyla dice que va a tener al niño. ¿Qué debo hacer?
La inesperada complicación pareció calmar a Caralyn más de lo que la
desconcertó.
—Brenna está ocupada con Gracie. Iré a ver cómo está Kyla. —Caralyn
subió la escalera y condujo a un pálido Finlay de regreso a su habitación.
En ese momento, la pequeña esposa de Alex, tan hermosa como el día
de su boda, salió al balcón. Ella capturó su mirada y le dedicó una
inclinación de cabeza casi imperceptible, haciéndole saber que,
efectivamente, era el momento de Kyla.
Mientras miraba a la mujer que adoraba, muchos pensamientos cruzaron
su mente, por lo que se dirigió a la escalera sin dejar de mirar a Maddie.
Afortunadamente, ella lo vio y lo esperó con una sonrisa nerviosa en el
rostro.
Había visto esa misma sonrisa el día que se casó con ella, el día que
había luchado por traer a Elizabeth al mundo, y el día que se sentó a su lado
en el frío suelo después de que él recibiera una herida de espada casi mortal.
Amor no era una palabra lo suficientemente fuerte para expresar sus
sentimientos por esta mujer. Después de todos estos años, él sabía
exactamente lo que significaba esa sonrisa: ella estaba preocupada por todo
lo que les esperaba. Sus tres primeros hijos estaban a punto de ser padres y
ella temía que algo saliera mal. Él subió las escaleras para darle todo el
consuelo posible.
Cuando llegó a su lado, ella asintió levemente.
—Creo que será hoy, Alex.
Notó la lágrima en el rabillo del ojo de su compasiva esposa. La rodeó
con sus brazos y la levantó, provocando el mismo chillido que había
escuchado salir de ella muchas veces antes. Le plantó un beso en los labios,
preguntándose cómo podía saber más deliciosa cada día. El pequeño rugido
en el pasillo bajo ellos no lo detuvo, pero cedió a las sensibilidad de Maddie
como siempre hacía, sabiendo que, cuando la mirara, vería el profundo
rubor que cubría su rostro y descendía por su cuello. La deslizó hacia abajo
por su cuerpo y ella susurró:
—Alex, todos están mirando. —Él soltó un pequeño grito de guerra
Grant y aplaudió.
Se giró para asomarse a la barandilla del balcón y gritó para que todos
lo oyeran:
—¡Sí! Dos en un día. —No pudo evitar alzar la mirada hacia las vigas,
con una pequeña oración recitada en su mente para que todos estuvieran
sanos en este día trascendental.
¿O sería mañana?
Realmente no le importaba.
Maddie dijo:
—Debo volver a entrar. ¿No te ofenderá que Kyla no te quiera a su
lado?
Él volvió a girar, con los ojos muy abiertos y la mandíbula abierta.
—No, no estaré ahí dentro. —Volvió a bajar la escalera, disfrutando de
la imagen de todo su clann junto.
—¿Crees que ambas los tendrán hoy?
Alex resopló.
—Tal vez lo hagan. Las sanadoras tienen una forma de saberlo, pero yo
seguramente no. —¿Quién iba a decir que la pequeña mujer que había
traído a su clan hacía tantos años podría darle tanta alegría? Habían sido
bendecidos demasiadas veces a lo largo de los años y pronto contarían aún
más bendiciones. Hoy o mañana, a él no le importaba.
El grupo en el salón se extendió a medida que llegaban más y más
personas para celebrar.
Brodie y Celestina.
Nicol, el padre de Finlay.
Fergus y Davina.
En cuanto Finlay se enteró de que su hermano había llegado, bajó
volando las escaleras para saludarlo. Jamie escuchó sus voces, así que se
unió a ellos en la planta baja, dejando a su esposa por un momento.
Y así empezaron las fanfarronadas y las burlas.
Jamie comenzó.
—No podías dejarlo pasar, ¿verdad, Finlay? ¿Te has sentado en la
barriga de Kyla o algo así? Nosotros vamos a tener el primer muchacho.
Dile a tu mujer que puede tomarse su tiempo con la muchacha. No hay
razón para apresurarse. —Hizo todo lo posible por parecer tranquilo, pero
su repentina necesidad de pasearse se apoderó de él. Inició un pequeño
camino cerca de la escalera, con los brazos cruzados delante del pecho.
—¿Crees que yo le haría eso a tu hermana? —ladró Finlay—. Te
noquearía, Grant, si no fuera porque tu mujer está a punto de dar a luz.
Estás paseándote porque Kyla tendrá a nuestro muchacho primero. Mira si
no estoy diciendo la verdad. —Sus manos se posaron en las caderas y se
inclinó hacia delante, casi tocando a su amigo cada vez que Jamie pasaba
junto a él.
—¡Ni una palabra más, Finlay! —ladró Jamie.
Robbie esbozó una sonrisa en dirección a Alex y Brodie.
—Podemos sentarnos aquí junto a la chimenea y ver este espectáculo
durante días. Esperad a que aparezca Jake, entonces sí que empezarán.
Los tres hermanos apartaron unas cuantas sillas de la chimenea y las
giraron para mirar de frente a los dos futuros padres, con amplias sonrisas
en sus rostros.
—Me parece que va a ser un gran entretenimiento —bramó Alex. La
riña había continuado a pesar de todos los observadores no tan sutiles—.
Podríamos empezar a apostar. Sacad la moneda, muchachos, si estáis tan
seguros del resultado.
Brodie ayudó a Celestina a sentarse en una silla mientras charlaba con
sus dos hermanos.
—No me habría perdido esto por nada del mundo. Celestina no dejaba
de decirme que me calmara, pero yo no podía. Mirad a Nicol.
Nicol, quien pronto será abuelo, se paseaba detrás de Finlay,
mordiéndose una uña y mirando de vez en cuando hacia la puerta de la
habitación de Kyla.
Para sorpresa de todos, Jake salió disparado de la entrada de la recámara
de la torre al salón, su dormitorio habitual, llevando a Aline acunada en sus
brazos. La tía Jennie lo seguía.
Todo el grupo se detuvo a mirar. Jennie se apresuró a besar a Alex en la
mejilla.
—Oh, querido hermano, este es un gran día para ti. —Soltó una risita y
le dio una palmadita en el hombro mientras él miraba con emoción a Aline.
Jennie se acercó para cerrarle la boca—. Ella está un poco más cerca de lo
que pensaba Caralyn. Podrían nacer tres bebés en este día.
Roddy dijo:
—Pensé que había estado enferma durante la última luna.
Su padre soltó una risita.
—Tuve que guardar el secreto, muchacho, aunque no fue fácil.
Jennie se rio.
—No, Aline solo cargaba con una gran barriga que hacía lo posible por
ocultar con grandes vestidos.
Jake esbozó una sonrisa en dirección a su hermano y Finlay.
—Solo la mantuvimos escondida para no tener que escucharos a
vosotros dos. Fue su elección mantenerse alejada de los dos durante la
última luna. Pero yo no podría estar más contento de que lo hayamos
manejado de esta manera y nadie haya sospechado. Veremos quién tiene al
primer muchacho. —Cargó a su mujer escaleras arribas, con los hombros
erguidos, y su profunda risa resonó por el pasillo.
Finlay y Jamie corrieron a sujetarse a la barandilla mientras Jake subía a
su mujer por las escaleras.
—¿Lo has escondido?
—¿Tenías tanto miedo de nosotros que no pudiste decírselo a nadie?
Jake tardó un poco en responder.
—Sí, Aline no quería que discutierais con nosotros sobre si tendríamos
un muchacho o una muchacha. No nos importa lo que tengamos.
Un fuerte estruendo llamó la atención de todos.
—¡Muchachos! —gritó Alex, quien acababa de dar un pisotón en el
suelo—. Dejad a las futuras madres en paz, por favor.
Finlay y Jamie se apartaron de la barandilla de la escalera. Jamie se
sonrojó un poco y susurró:
—Mis disculpas, Aline.
Aline respondió con un largo gemido, con las manos cerradas en puños
sobre el vientre.
—Date prisa, Jake. Sé que la tía Jennie quería que subiéramos todas
juntas, ya que parece que vamos a tener a nuestros hijos el mismo día, pero
tienes que darte prisa o tendré a nuestro hijo en la escalera.
Jake recorrió el resto de la escalera y llevó a Aline a una recámara a la
derecha. Finlay y Kyla estaban en el extremo izquierdo y la recámara de
Jamie y Gracie en el centro.
Jennie revisó primero a Kyla y luego salió lo suficiente para inclinarse
sobre la barandilla.
—Las cosas están progresando bien. Maddie y Caralyn tienen todo bajo
control. —Se movió a la habitación de Gracie y luego volvió a salir para
darles otra actualización—. Gracie también está progresando bien. Brenna y
Ashlyn tienen todo bajo control. Voy a quedarme con Aline. Celestina, ¿te
importaría ayudarme?
Celestina saltó de alegría.
—¡Me encantaría!
Momentos después, Jake bajó volando las escaleras y se lanzó contra
Jamie y Finlay, quienes seguían discutiendo. Le dio un empujón a Jamie y
dijo:
—Y por eso Aline y yo lo mantuvimos en secreto. No quería que mi
mujer tuviera que escucharos a vosotros dos. Muchacho o muchacha, amaré
a los dos, aunque estoy bastante seguro de que tendremos al primer
muchacho.
—¡Maldita sea, Jake, eso ha sido poco honesto! —Finlay se pasó la
mano por el pelo rojo oscuro, con el sudor salpicando su frente—. No sabía
que tenía que preocuparme por vosotros dos, ambos. Uno ya es bastante
duro.
Alex se sentó en su silla y dejó que el cotorreo continuara durante unos
instantes, antes de soltar por fin:
—¡Sois unos tontos!
Al unísono, los tres futuros padres repitieron:
—¿Qué?
—¿Por qué? —preguntó Jake, con el desconcierto reflejado en su rostro.
—Porque vuestras esposas están allá arriba trabajando más duro que
nunca, y vosotros tres estáis aquí abajo actuando como si tener un bebé no
fuera nada. Si de verdad quisierais mostrar respeto a vuestra esposa,
estaríais a su lado limpiándole la frente y cogiéndole la mano. Yo nunca me
perdí el nacimiento de uno de mis hijos.
Los tres jóvenes intercambiaron miradas y luego se dirigieron hacia la
escalera al mismo tiempo, empujándose entre ellos en el camino.
Brodie dijo:
—Nunca sobrevivirán a esto, Alex.
Fue la noche más larga para Alex, aunque risas alegres abundaron en el
gran salón y hubo mucho consumo de ale. Estaba casi tan nervioso como su
querida esposa, aunque nunca lo admitiría ante nadie. Seis. Tenía que
preocuparse por seis miembros del clan. Tres nuevos y tres muchachas
dando a luz.
En un momento dado, Rose suspiró y dijo:
—Simplemente amo el clan Grant, marido. Todos se aman mucho,
aunque lo demuestran de diferentes maneras.
Finalmente, unas tres horas después, Celestina salió de la recámara de
Jake y Aline y anunció:
—¡Es un chiquillo!
La puerta del extremo opuesto se abrió y Maddie salió, se inclinó sobre
la barandilla y dijo:
—¡Es un muchacho!
En medio de los aplausos y la celebración, la tercera puerta se abrió y
Ashlyn salió de la recámara con la cara manchada de lágrimas.
—Es un niño.
La voz de Alex salió como un grito por encima de los demás.
—¡Brenna, Caralyn, Jennie!
Las tres sanadoras avanzaron un paso y Brenna, en medio de las otras
dos, preguntó:
—¿Qué pasa, Alex?
—¿Cuál ha sido el primero?
Toda la sala se calló en un instante, esperando su respuesta.
Brenna miró a Jennie, quien dijo:
—Yo diría que hace cinco minutos.
Caralyn se encogió de hombros.
—Yo diría lo mismo.
Brenna señaló con la cabeza al grupo.
—¡Ahí lo tenéis! Los tres muchachos han nacido exactamente al mismo
tiempo. Tendrás que lidiar con ello, Alex. Todos son tus nietos. —Las tres
sanadoras volvieron a sus habitaciones para terminar su trabajo.
No hubo palabra alguna en el salón; todos esperaban que Alex hablara y
declarara quién era su primer descendiente de la siguiente generación, pero
nunca lo hizo.
Jake salió volando de su habitación, declarando:
—Nuestro muchacho ha sido el primero.
Jamie debió oírlo, porque salió corriendo de su habitación.
—Nuestro muchacho es el primogénito.
La puerta de la habitación de Kyla y Finlay se abrió y Maddie y
Caralyn, ayudadas por una criada, sacaron a Finlay de la habitación. Lo
dejaron allí, en el balcón sobre el vestíbulo. Maddie se inclinó sobre el
borde y dijo:
—¡Nicol, ven a buscar a tu hijo! Se ha desmayado.
Alex sonrió con orgullo. La multitud que lo rodeaba esperaba su
pronunciamiento.
—Yo no podría haberlo planeado mejor que la naturaleza, y nunca
discuto con ella.
Se pasó una mano por su espesa cabellera y dijo:
—Tres muchachos nacidos exactamente al mismo tiempo. ¡Qué
bendición!

Y así, la historia fue contada generación tras generación.


Alasdair, hijo moreno de Jake (John) Grant y Aline Carron.
Elshander, hijo rubio de Jamie (James) Grant y Gracie Grant, y
Alick, hijo de pelo como el fuego de Kyla Grant y Finlay MacNicol.
Los tres nacieron el mismo día, a la misma hora, todos descendientes
del renombrado Alexander Grant, el mejor espadachín de toda la tierra.
Cuando llegue su momento, los tres liderarán juntos el Clan Grant para
ser uno de los clanes más fuertes de la historia de Escocia.
POSTFACIO

Queridos lectores,
Muchas gracias por leer Mentiras en las Highland y continuar en este
viaje conmigo. Si no lo habéis adivinado, la historia de Daniel y Constance
será la siguiente. Simplemente amo a estos dos personajes.
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto escribiendo una escena
como el epílogo. Adoro escribir desde el punto de vista de Alex. Es un
personaje estupendo, ¡si me permitís decirlo!
El epílogo es totalmente ficticio, por cierto. No he encontrado ninguna
situación similar en mi investigación. No tenía previsto escribirlo hasta la
mitad de la novela. La escena entre Roddy y Gracie me inspiró.
Originalmente, solo había planeado que Gracie estuviera embarazada.
Y sí, he escrito una serie protagonizada por Alasdair, Elshander y Alick.
Se trata de la serie Espadas en las Highland, ¡y no tardaréis en verla!
¡Feliz lectura!
Como siempre, las reseñas serían muy apreciadas. Suscribiros a mi
boletín de noticias en mi página web www.keiramontclair.com. Envío
boletines con cada nuevo lanzamiento.
Otra forma de recibir avisos sobre mis nuevos lanzamientos es
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NOVELAS DE KEIRA MONTCLAIR

Clan Grant

#1- RESCATADA POR UN HIGHLANDER - Alex y Maddie


#2 - CURANDO EL CORAZÓN DE UN HIGHLANDER - Brenna y
Quade
#3 - CARTAS DE AMOR DESDE LARGS - Brodie y Celestina
#4 - VIAJE A LAS HIGHLANDS - Robbie y Caralyn
#5 - CHISPAS EN LAS HIGHLANDS - Logan y Gwyneth
#6 - MI HIGHLANDER DESESPERADO- Micheil y Diana
#7 - LA ESTRELLA MÁS BRILLANTE DE LAS HIGHLANDS -Jennie y
Aedan
#8 – ARMONÍA EN LAS HIGHLANDS - Avelina y Drew

El Clan de las Highlands

Loki
Torrian
Lily
Jake
Ashlyn
Molly
Jamie & Gracie
Sorcha
Kyla
Bethia

LA BANDA DE PRIMOS

Venganza en las Highlands


Secuestro en las Highlands
Castigo en las Highlands
Mentiras en las Highlands
Fortaleza en las Highlands
Resiliencia en las Highlands
Devoción en las Highlands
Fuerza en las Highlands
SOBRE LA AUTORA

Keira Montclair es el seudónimo de una autora que reside en Carolina del Sur con su marido. Escribe
vertiginosos romances históricos, a menudo con niños como personajes secundarios.
Cuando no está escribiendo, prefiere pasar tiempo con sus nietos. Ha trabajado como profesora de
matemáticas en un instituto, como enfermera titulada y como gerente de oficina. Le encanta el ballet,
las matemáticas, los rompecabezas, aprender cualquier cosa nueva y crear nuevos personajes para
que sus lectores se enamoren de ellos.
Considera que su trabajo está bien hecho desde el momento en que sus lectores derraman
lágrimas con sus historias, ¡pero siempre hay un final feliz!
Su serie más vendida es una saga familiar que narra la historia de dos clanes de la Escocia
medieval a lo largo de tres generaciones y que ya cuenta con más de treinta libros.
Ponte en contacto con ella a través de su sitio web, www.keiramontclair.com
Copyright © 2022 por Keira Montclair
Traductora L.M. GUTEZ
Correctora: Cinta PLUMA

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