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La Unión Soviética hacia la desintegración Con la muerte de Leonid Brezhnev

en 1982, se cerraba todo un ciclo en la historia de la Unión Soviética y se abría


una corta fase de transición, caracterizada por dos experiencias de gobierno con
orientaciones distintas y enfrentadas. La primera, la del reformista Yuri Andropov
(noviembre de 1982 a febrero de 1984), expresaba la exigencia de una
renovación indispensable para la URSS; la segunda, conservadora y continuista,
de Konstantín Chernenko (febrero de 1984 a febrero de 1985), suponía un
regreso a la era de Brezhnev. No obstante sus diferencias ideológicas sustancia-
les, ambos personajes —en particular Andropov— mostraron inquietud por
introducir modifica- ciones en el sistema.

Problemas del desarrollo económico Durante las décadas de 1970 y 1980, el


declive de la economía soviética se manifestó, en primer lugar, en la caída de la
productividad del trabajo y la desaceleración del crecimiento, la cual había
llegado (con dificultades) a situarse en 1% anual. La opinión de los críticos
soviéticos —compar- tida por los expertos occidentales— es que, a finales de la
década de 1970 y comienzos de la de 1980, existían en la URSS tres sectores
económicos muy sensibles que frenaban el crecimiento industrial: la metalurgia,
la construcción y el transporte. La agricultura representaba un segundo problema
y su falta de eficacia se puede explicar por cuatro elementos: 1. Falta de capitales
y de infraestructura. 2. Inadecuada estructura de la fuerza de trabajo agrícola,
causada por el abandono de los campesinos calificados. 3. Diferencia en precios
y salarios entre la agricultura y los restantes sectores productivos. 4. Excesiva
centralización del sector agrario. La URSS se vio afectada, asimismo, por las
consecuencias de una administración excesivamente centralizada y
burocratizada, cuya influencia negativa abarcó no sólo al conjunto de la
economía soviética, sino también a la de los países de Europa Central y Oriental.
Tales consecuencias fue- ron, entre otras, la falta de incentivos, el in
cumplimiento de las responsabilidades financieras, el mantenimiento de
empresas ineficaces —que sobrevivían gracias a los beneficios de las
compañías que sí eran rentables—, la lentitud de las transferencias tecnológicas
entre empresas y sectores productivos, así como la inadecuación entre la oferta
y la demanda. Estos elementos, unidos al ausentismo laboral y a la rigidez de la
administración planificada con su enorme despilfarro de recursos, hicieron ver a
un sector del partido y de la sociedad, la urgencia de un cambio estructural que
corrigiera el camino. Las posibilidades de esta renovación comenza- ron a
fortalecerse cuando Gorbachov asumió el poder, y anunció la perestroika y la
glasnost. Perestroika y glasnost: fin del socialismo real. Gorbachov inició su
labor po nien do en práctica el programa de reformas diseñado por Andropov, el
cual se centraba en la lucha contra la corrupción y en la imposición de medidas
disciplinarias en el trabajo. Sin embargo, poco después el líder soviético adoptó
una nueva actitud, más relajada y comprensiva que la de sus predeceso-res,
evidente tanto en su tolerancia hacia las críticas contra el sistema en los medios
de comunica-ción, como en la permisividad a la publicación de informes
científicos sobre el desastroso estado social y económico en que se encontraba
la Unión Soviética. En 1986, Gorbachov habló abiertamente ante el PCUS de la
necesidad de glasnost (transparen-cia) como una de las premisas básicas para
impulsar la perestroika o re cons trucción de la URSS. La perestroika produjo
cambios en los aspectos político y económico, y provocó el resurgimiento de los
nacionalismos en las repúblicas so viéticas y en los países satélites del sistema
en Europa Central y Oriental. En primera instancia se trató de resolver los
problemas económicos. Por ejem plo, la Ley de Empresas del Estado, aprobada
en 1987, pretendía rectificar la política de planificación centraliza-da, dar a las
empresas mayor autonomía y la opción de ce rrar las fábricas improductivas. A
conti- nuación se pusieron en práctica tres programas; el primero tenía como
propósito reducir el déficit fiscal, aumentar la oferta de bienes de consumo y
liberalizar el comercio exterior. El segundo se refería a los mismos objetivos, pero
establecía un calendario según el cual se habría de pasar a una economía de
mercado en el año 2000. El tercer programa, presentado en mayo de 1990,
también tenía relación con el tránsito hacia la economía de mercado,
puntualizando la transición en tres conceptos: la reforma de los sistemas
financiero y crediticio, la reforma del sistema de precios para aproximarlos a los
costos reales y una política compensatoria de asistencia social. Sin embargo, los
resultados de estos programas fueron muy modestos, debido en parte a que se
mantuvieron la planificación centralizada y los trámites burocráticos. Además, las
consecuencias del desastre nuclear de Chernobyl y un terremoto ocurrido en
Armenia, en diciembre de 1988, constituyeron obstáculos imprevistos en el
proceso de reforma de la economía de la federación. En el terreno político
destacan las reformas aprobadas por el PCUS, en junio de 1988, que abrieron
el camino a la democratización. En marzo de 1989, el pueblo soviético participó
en las
primeras elecciones libres celebradas desde 1917, y eligió un renovado
Congreso de Diputados del Pueblo, cuyos miembros deberían nombrar un nuevo
Soviet Supremo. Asimismo, se procedió a la elección de los órganos legis lativos
de las repúblicas y de los gobiernos locales. Tres meses después, Andréi
Gromiko abandonó el cargo de jefe de Estado, el cual desempeñaba desde 1985,
y Gorbachov le sucedió en el puesto a instancias del Congreso que, convocado
en ma yo, constituyó el Soviet Supremo y lo eligió presidente para un mandato
de cinco años.

Durante las décadas de 1970 y 1980, el declive de la economía soviética se


manifestó en la caída de la productividad y en la desaceleración del crecimiento.

Gorbachov planteó la necesidad de glasnost (transparencia) como una de las


premisas básicas para impulsar la Perestroika.

El 13 de marzo de 1990, el Congreso aprobó la reforma a la Constitución


estableciendo, por un lado, un régimen presidencialista donde la autoridad del
jefe de Estado se ubicaría por encima de la del PCUS y, por el otro, suprimiendo
la condición de éste como partido único. En el marco de estos acontecimientos
se formaron distintas fuerzas opositoras: una de ellas —en la que destacó Boris
Yeltsin— estaba conformada por grupos pertenecientes al PCUS y proponía
reformas radicales y rá pidas; la otra, también dentro del partido, presentaba una
posición conservadora en contra de las reformas. A toda la problemática antes
expuesta se agregó el surgimiento de los movimientos naciona-listas, en las
regiones no rusas que integraban el vasto territorio de la Unión Soviética,
resultado del estímulo que dio la glasnost a las manifestaciones de los
sentimientos de cada localidad, mismos que fueron adquiriendo mayor fuerza a
medida que se diluían los puntos de apoyo que habían sostenido al sistema
comunista: 1. La Constitución de la URSS, marco en el que debían encuadrarse
los textos legales de las repúblicas integrantes. 2. El ejército, elemento de
presión y coerción para el adoctrinamiento de la rusificación. 3. El liderazgo del
PCUS como símbolo de la centralización política de la Unión Soviética. Al
desmoronarse estos tres elementos esenciales en que se sostenía la unión,
surgió la reali-dad de la integración artificial del otrora Imperio Ruso y de su
detractor y —paradójicamente— heredero: el régimen soviético. Las tres
repúblicas del Báltico que fueron anexadas a territorio soviético en 1940 —
Estonia, Letonia y Lituania— fueron las primeras en manifestarse a favor de
reivindicaciones nacionalistas, en clara confrontación con el centro ruso. En las
tres repúblicas se formaron frentes populares, a los que se sumaron grupos
locales del PCUS que, utilizando un discurso cada vez más radical, obtuvie-ron
un amplio res paldo en las consultas electorales. Mientras tanto, la URSS se
encontraba al borde del colapso. En agosto de 1991, integrantes del sector duro
del PCUS, en el que se encontraban personas con altos cargos en el gobierno,
encabe- zaron un golpe de Estado, pusieron a Gorbachov bajo arresto
domiciliario e intentaron restaurar el control central comunista. Pero el mo
vimiento fracasó y tres días después los reformistas, enca- bezados por Boris
Yeltsin, devolvieron a Gorbachov al poder. El 5 de septiembre el Congreso de
Diputados del Pueblo acordó establecer un gobierno provisional donde el
Consejo de Estado, encabezado por Gorbachov y com- puesto por los
presidentes de las repúblicas participantes, ejercería poderes de emer- gencia.
Al día siguiente el Consejo reconoció la independencia de Lituania, Estonia y
Letonia, y a finales de ese mes, las tres repúblicas bálticas eran admitidas en la
ONU. El 8 de diciembre de 1991, los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia,
fir- maron en Kiev la disolución de la URSS y la creación de la Comunidad de
Estados Independientes (CEI). A este acuerdo se sumarían todas las repúblicas
ex soviéticas —Armenia, Azerbaiyán, Kazajstán, Kirguizistán, Moldavia,
Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán— con excepción de Georgia, la cual se
integró hasta 1994. El 1 de enero de 1992 entraba en vigor la CEI, dentro de la
cual emergía una potencia dominante, la Federación Rusa, y un hombre fuerte,
Boris Yeltsin.10

la URSS al borde del colapso, en agosto de 1991, integrantes del sector duro
comunista del PCUS encabezaron un golpe de Estado, sofocado por los
reformistas encabezados por Boris Yeltsin.

En diciembre de 1991, los presidentes de Rusia, Ucrania y Bielorrusia firmaron


la disolución de la URSS y la creación de la Comunidad de Estados
Independientes (CEI).

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