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INTRODUCCIÓN

Dice así la Escritura:

Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las
ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo:
En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos
aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas esta, de su
pobreza echó todo el sustento que tenía. (Lucas 21.1-4)

Jesús de Nazaret se encuentra delante del arca de las ofrendas. Posiblemente era un
salón ubicado en uno de los pórticos del atrio de las mujeres, en el templo de Dios en
Jerusalén.

Vamos a ubicarnos en el sitio, vamos a acercarnos a Jesús y a mirar la escena desde


su ángulo, vamos a poner atención para no perder detalle de las cosas que suceden,
pero sobre todo, vamos a guardar silencio para escuchar las palabras, las
explicaciones y la enseñanza del Maestro acerca de este evento.

Dice el versículo 1: Levantando los ojos, vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el
arca de las ofrendas. Marcos nos da importantes detalles adicionales: “Estando Jesús
sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el
arca; y muchos ricos echaban mucho” (Marcos 12.41). Jesús no simplemente “vio”,
como si fuera un evento circunstancial; Jesús “estaba sentado y miraba”, es decir:
estaba intencionalmente dedicado a observar con atención lo que estaba
sucediendo ante sus ojos.

La versión Peshitta de la Biblia dice: “Observando Jesús detenidamente…”. Jesús no


se encuentra en esta escena por casualidad, no estaba sentado descansando, no
miraba lo que hacían las personas como cuando miramos a la gente porque no
tenemos nada que hacer. Jesús estaba muy interesado en la escena porque quería
extraer de ella una profunda enseñanza espiritual para sus discípulos, y para
nosotros, casi dos mil años después.

¿Por qué tanto énfasis en el hecho de que Cristo observara esta escena con tanto
interés y detenimiento? Porque nos enseña que Dios observa las ofrendas de su
pueblo, que Dios está atento a lo que el hombre le ofrece en sacrificio. Ningún acto de
adoración de ninguno de sus hijos, carece de interés ante sus ojos.
Marcos asimismo, es el que nota que: “muchos ricos echaban mucho…”. Esta
abundancia de dinero echado en los recipientes, va a contrastar con lo que ofrecerá el
próximo oferente. Marcos nos dice:

Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante. (Marcos 12.42)

Ahora Lucas es más enfático y le llama “una viuda muy pobre…” (Lucas 21.2).
Históricamente, las mujeres viudas ocupan junto a los huérfanos el segmento más
desprotegido y de hecho oprimido de la sociedad. En el mundo pagano de la
antigüedad, no solo son olvidadas (incluso por su religión), sino aún sus derechos
son pisoteados, y severamente juzgadas por su sociedad cuando vuelven a casarse.

En el Antiguo Testamento, Jehová se manifiesta como el refugio, defensor y protector


de las viudas. Dice Salmos 146.9: “Jehová guarda a los extranjeros; Al huérfano y a
la viuda sostiene, Y el camino de los impíos trastorna”. La ley de Dios les
garantizaba ciertos derechos (ver Deuteronomio 10.18; 24.17). Dentro del judaísmo,
se les daba el derecho a vivir en la casa propiedad de su marido.

En el contexto tanto de Lucas como de Marcos, un poco antes de este evento, Jesús
había disputado con los escribas, de quienes dice: “que devoran las casas de las
viudas, y por pretexto hacen largas oraciones. Estos recibirán mayor condenación”
(Marcos 12.40; Lucas 20.47). Dice el Comentario de John MacArthur: “Jesús
denuncia la práctica codiciosa e inescrupulosa de los escribas. Los escribas
trabajaban a menudo en la administración de los bienes pertenecientes a las
viudas, lo que les daba la oportunidad de convencer a las atribuladas viudas de que
podrían servir a Dios apoyando al templo o el trabajo santo de escribas. En
cualquier caso, el escriba se beneficiaba económicamente y, en la práctica, robaba a
la viuda la herencia que le había dejado su marido”.

Concluimos entonces que las viudas, sobre todo en tiempos y lugares antiguos, vivían
de una forma muy precaria, con grandes necesidades y padeciendo graves injusticias.

A una de ellas, que no solo era profundamente pobre, sino que no tenía ninguna
fuente de ingresos, es a quien Jesús de Nazaret observa con atención. La ve depositar
en las ofrendas de Dios dos moneditas, que equivalían a un cuadrante.
Comenta nuestro hermano Bill H. Reeves: “Esta moneda fue la más pequeña
acuñada por los griegos. Dos de ellas valían un cuadrante, equivalente a la 64ª
parte de un denario. El denario representaba el sueldo de un día de trabajo”.
Imagínese que divide el salario base de un obrero en 64 partes, pues una de ellas fue
todo lo que esta viuda ofrendó, porque era todo lo que tenía. La Traducción en
Lenguaje Actual dice: “dos moneditas de muy poco valor”. La Biblia Al Día les llama
“dos insignificantes monedas de cobre”. Eso es a los ojos y juicio del hombre, una
ofrenda insignificante y de muy poco valor.

A pesar de eso, Jesús hace una declaración sorprendente. Dice el versículo 3: Y dijo:
En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos. Más precisa aún, la
versión de Marcos dice: “Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os
digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca”
(Marcos 12.43).

Llamando a sus discípulos. No enseña públicamente, sino que les habla a sus
discípulos. Como teniendo algo de suma importancia que comunicarles, como
diciendo: “acérquense, esta lección es para ustedes”.
De cierto os digo. Hablando algo con seriedad y solemnidad.
Esta viuda pobre echó más que todos. Recalcando la pobreza de esta mujer, dice que
ha echado más que los ricos.

Tal vez algún discípulo le hizo señas a otro, preguntándole a qué se puede estar
refiriendo el Señor. Y nosotros, que nos acercamos junto con los discípulos,
escuchamos esta declaración con gran sorpresa. ¿Cómo puede Cristo considerar que
esta viuda ha echado más que las abundantes ofrendas de los ricos?

Y Aquel que escudriña la mente y el corazón (Apocalipsis 2.23), y que sabe lo que hay
en el hombre (Juan 2.25), nos explica diciendo:

Porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo
que tenía, todo su sustento. (Marcos 12.44)

Los ricos echaban de lo que les sobraba. Es decir que dando mucho dinero o no
dando nada, ellos seguían exactamente igual. Nada había cambiado en ellos, de nada
se habían desprendido, no les había costado nada su “sacrificio”. Y todavía ¡se
dedicaban a anunciar públicamente que iban a ofrendar! (Mateo 6.2).

Ella en cambio, en el anonimato, había entregado todos sus recursos, todo su


sustento. Esas dos moneditas no era lo que le sobraba, era todo lo que tenía para su
alimentación, como dicen la mayoría de las versiones: “todo lo que tenía para vivir”.
Dice el comentarista William Hendricksen: “Según su estimación, las dos moneditas
de cobre eran diamantes brillantes”.
Y nosotros, que hemos estado ahí y permanecido en silencio, notamos muchísimos
detalles que llenarían fácilmente una serie de sermones:

Ella no se dio cuenta, pero fue observada hasta el corazón por el mismo Hijo de Dios.
Ella tal vez no lo pensó así, pero dio más que todos los ricos juntos.
Ella no lo supo, pero recibió la alabanza del Creador del Cielo y de la Tierra.
Ella no se enteró, pero su ejemplo quedó en las páginas de la Biblia para siempre.
Pero hay algo de lo que ella sí estaba consciente, que sí logró, y que sí buscaba bien:
ella agradó al corazón de Dios.

En cuestión de nuestra ofrenda a Dios, hay un factor o elemento más importante que
nuestro bolsillo o nuestras posibilidades: la disposición del corazón.

Parece como si la viuda pobre hubiera conocido el texto de Pablo que dice:

Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad,


porque Dios ama al dador alegre. (2Corintios 9.7)

La Biblia en Lenguaje Sencillo dice: “No tenemos que dar con tristeza ni por
obligación. ¡Dios ama al que da con alegría!” La ofrenda que motiva el amor de Dios
hacia el dador, es aquella que incluye la alegría al momento de darla.

Cuando a uno lo roban, entrega sus pertenencias con tristeza, por obligación y de
mala gana. Pero cuando uno entrega su ofrenda a Dios no debe ser así. No debe verlo
como una obligación, no debe hacerlo de mala gana, no debe pensar en que le va a
hacer falta. La viuda pobre no lo hizo obligada, no lo hizo triste, no lo hizo pensando
en que le iba a faltar. De ser así, se hubiera quedado con una de las dos moneditas.
Cuando uno retiene en su mano una de las dos monedas, es porque cree que le va a
hacer falta, y esto significa, además, que no confía en la bendición de Dios.

La alegría al ofrendar entonces, surge de nuestra fe y plena confianza en la fidelidad


de Dios. La viuda pobre ofrendó por fe en el poder sustentador de Dios y solo pensó
en la gloria debida a su Nombre. Ella pudo entregar todo su sustento, porque sabía
que contaba con un sustento mayor e inagotable.

Una ofrenda miserable no beneficia a Dios, ni a la iglesia ni al donante.


Dios no se agrada de la ofrenda de un corazón mezquino, egoísta, triste, incrédulo.
No tiene porqué aceptar tal ofrenda, ni ama a aquel que se atreve a darla.

Dios acepta la ofrenda de aquel que le pertenece:

Asimismo, hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las


iglesias de Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su
gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy
testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de
sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de
participar en este servicio para los santos. Y no como lo esperábamos, sino que a sí
mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de
Dios; (2Corintios 8.1-5)

Hay muchas cosas que notar, pero solo quiero referirme a la principal: la ofrenda que
agrada a Dios, viene de aquel que se ha entregado a Él. La Biblia en Lenguaje Sencillo
dice: “Hicieron más de lo que esperábamos. Primero se entregaron a sí mismos al
Señor, y después a nosotros. De este modo, hicieron lo que Dios esperaba de ellos”.

La viuda pobre era un ser que pertenecía a Dios en cuerpo y alma; ¿Cómo se le iba a
ocurrir quedarse con una monedita, cuando su corazón le pertenecía a Dios? ¿Cómo
iba ella a privarse de este gran privilegio de dar para el servicio de la casa de Dios?
Ella solo pensó en la gloria que merece el Dios Todopoderoso.

¿En qué piensa usted cuando deposita su ofrenda? ¿Cree usted que Dios tiene poder
para bendecirlo y satisfacer sus necesidades? ¿Pone en su corazón solamente la
glorificación del nombre de Dios? ¿Estaría usted dispuesto a ofrecerle a Dios todo
cuanto tiene? ¿Cree que alguien puede pertenecer a Dios, pero no sus recursos?

Cristo sigue estando atento a cada detalle de nuestra entrega, adoración y sacrificios.
Pero hermanos, ¿qué sentirá el Señor cuando ve nuestras ofrendas? ¿Qué mirará el
Señor en nuestro corazón? ¿Será la nuestra una ofrenda que Cristo alabe? Estimado
lector, ¿con qué corazón va a dar su siguiente ofrenda? Dios le bendiga y gracias por
su atención a este breve y sencillo estudio.

Tonalá, Jalisco – Octubre de 2019

https://sites.google.com/site/iglesiadecristoentonala/

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