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“Los hombres no lloran”: análisis de narrativas de experiencia personal

Introducción
“Si una vuelta le toca hocicar
fuerza canejo, fuerza y no llore
que un hombre macho no debe llorar.”1

Sin lugar a dudas, este tango expresa más de lo que parece a simple vista, o a simple
oído. No sólo dice mucho de los hombres, sino que su alcance llega hasta la
delimitación de la figura opuesta que sí puede llorar: la mujer; y, tal vez lo más
importante, pone al descubierto estereotipos culturalmente aprendidos y afianzados en
el imaginario social de nuestro país, como así también de otros con características
similares.
Probablemente Althusser diría que fue el grupo dominante de determinada época, en
uso del poder del Estado, el que a través de los aparatos ideológicos nos persuadió de la
existencia del “macho argentino”, tipología materializada en canciones populares,
literatura, medios de comunicación, etc. De igual modo, ese mismo poder debió
otorgarle a su antagonista, el rol de la “la mujer sensiblera”.

Más allá de los posibles enfoques analíticos acerca del origen cultural de la mentada
oposición hombre=razón/mujer=sentimientos, nos interesa destacar que este
antagonismo también puede rastrearse en las estrategias lingüísticas empleadas por
ambos géneros a la hora de narrar.
En su texto “La transformación de la experiencia en la sintaxis narrativa” W. Labov
sostiene que las narrativas que implican experiencias personales de riesgo permiten el
despliegue, por parte del relator, de habilidades verbales. En el momento de construir
esa vivencia y de narrarla, los hablantes “parecen experimentar un revivir parcial de esa
experiencia, y ya no están libres para controlar su propio discurso”(Labov: 1972, s/n).
No obstante, estas habilidades no se expresan del mismo modo en todos los narradores,
ya que existen variables extralingüísticas que condicionan el uso del lenguaje y
producen en el discurso aspectos diferenciales a la luz de las comparaciones.

1
Gardel, C. y Romero, M. “Tomo y obligo” (tango) en 2 en 1 Carlos Gardel, EMI ODEÓN SAIC Arg.
1999
El siguiente análisis no tiene pretensiones de generalizar, sólo es un intento de
encontrar cierta regularidad dentro de los límites de nuestro acotado corpus,
circunstancia de la que somos totalmente conscientes.

Nuestro objetivo es analizar las evaluaciones dentro de narrativas de experiencia


personal (situaciones de robo) extraídas de un corpus de seis entrevistas tomadas cara a
cara, de acuerdo a variables extralingüísticas tales como edad, sexo, nivel
socioeconómico y nivel de escolarización. Como punto de partida del análisis se
adoptará la metodología propuesta en los artículos de W. Labov “The transformation of
Experience in Narrative Syntax” en Language in the Inner City, 1972 y “Some Further
Steps in Narrative Análisis”, 1997.

Hipótesis
Frente a experiencias similares, la cuestión del género parece imponer ciertos modos
de narrar que trascienden tanto las diferencias etarias, como los distintos niveles
socioeconómicos y de escolarización. Las mujeres presentan una clara tendencia a
explicitar los sentimientos y a priorizar el relato de la conmoción interna antes que las
acciones que la motivaron, mientras los hombres no manifiestan sus propias
sensaciones, sino que prefieren focalizar en las acciones ocurridas y en la construcción
del contrario.

Análisis
Las mujeres tienden a realizar más evaluaciones, como lo demuestra el siguiente
cuadro:
CL. EVALUATIVAS(*) TOTAL CL. PORCENTAJE
Mujeres
María Rosa 69 98 70%
Gloria 80 114 70%
Marina 116 167 69%
Hombres
Eugenio 52 87 59%
Gabriel 74 127 58%
Pablo 23 56 41%

(*) No hemos considerado las cláusulas que contienen emisiones rituales como
evaluativas para la confección del cuadro, ya que no son pertinentes para este análisis.

La cantidad de evaluaciones dentro de las narrativas evidencia la capacidad de los


narradores para expresar sus puntos de vista y para interpretar los sucesos, a la vez que
pone al descubierto los argumentos personales que sostienen la elección de esa
experiencia y no otra.

Las mujeres entrevistadas manifiestan explícitamente su miedo: María Rosa (MR), cl.
43 yo quedé pálida como un muerto; Marina (Ma), cl. 97 yo ahí me re asusté; Gloria
(G), cl. 40 más fue fue el susto, y cl. 113 claro fue más el susto que [lo que robaron].
Las narradoras no desean ocultar los sentimientos experimentados y el modo en el que
los sucesos las impactaron, sino todo lo contrario, ya que los mismos ocupan grandes
tramos de las narrativas: coda de MR (cláusulas 85-98), y cláusulas posteriores a el
nudo de la historia (43, 44, 47, 48, 53, 54, 55, 56); secuencias evaluativas de G (39-42,
103-113); secuencia evaluativa de Ma (153-157) y cláusulas 83 y 167.
La subjetividad no encubierta de las narraciones femeninas se sustenta en la
utilización de verbos que expresan el mundo interior: MR (cl. 9 parecerle, 10 distraerse,
12, 16, 17 y 61 pensar, 14 suponer, 29 asustarse, 32 dudar, 48 no saber qué hacer, 55
alterarse, 56 estar preocupado, 77 recordar, 86 impactarle, 90 y 94 gustar, 91 y 96
creer); G (cl. 56 acordarse, 82 tener idea, 103 querer, 104 llorar, 106 tener ganas); Ma
(cl. 17 parecerle, 25 sentir, 31, 56, 74, 104, 113 y 161 acordarse, 42 tener dudas, 44
preferir, 69, 119, 135 y 153 querer, 79 no poder creer, 83 hacérsele eterno, 97 asustarse,
154 y 167 temblar, 159 estar nervioso).
Al respecto podemos señalar que las tres mujeres relatan un pensamiento propio: MR
(16 y pensé “¡uy volvieron!”), G (65-66 y digo “¿para qué quieren el documento?”),
Ma (98 dije “¡uy!”). Por el contrario, en las entrevistas masculinas no aparece este
recurso [evaluación incrustada], excepto en la narrativa de Eugenio (E) donde los
pensamientos son atribuidos a terceros y no al narrador: (63-65 como para decir “bueno
yo les voy a dar la prenda esta plata así re..- se van”; 81-83 como diciendo “busco
trabajo quiero llenar una planilla de ingresar”).

Otra estrategia a considerar es la tendencia femenina a emplear el diálogo indirecto


más que el directo, y en los casos en que se utiliza este último, muchas veces se observa
una reinterpretación en los dichos o en la enunciación. De este modo lo sucedido y lo
hablado continúan pasando por el tamiz de la narradora, de un modo más evidente que
en las narrativas masculinas, en las que predomina una apariencia de objetividad,
fundada, entre otras cosas, en el empleo del discurso directo.
Podemos observar entonces que MR se abstiene del diálogo (tanto directo como
indirecto) y prefiere narrar los dichos: 43 y 44 yo quedé pálida como un muerto según
me dijo la gente; 79-81 me llamaron por teléfono y se rieron este de:: de todo lo que yo
llevaba adentro de la cartera.
G presenta 7 diálogos, de los cuales 4 son indirectos, más 2 comentarios narrados (22
querían otra cosa; 61, pedían las cosas).
En la narrativa de Ma encontramos 16 diálogos, de los cuales 3 son indirectos. De los
13 restantes, 5 tienen cierta mediación (32-34 que ahí mi amiga me dijo algo así como
“perdimos” o “nos van a afanar” o algo así; 52-55 le empezó a hablar muy mal a mi
amiga a decirle “apurate sacá ya plata”, 88-90 le explicó a la piba “no ves que no
puedo qué sé yo pa pa pa”, 122-125 yo me empecé a pelear con karina adentro del
cajero porque decía “pará no salgamos ahora qué sé yo”, 126-128 (diálogo al que
también le corresponde la interpretación de la elocución “me empecé a pelear”) e::
karina decía “pero no seas boluda hay que correrlos”. Asimismo realiza narraciones de
insultos (96 karina la puteó, 121 y:: karina empezó a las puteadas qué sé yo), y de dos
discusiones (62 bueno empezaron a discutir, 129 bueno empez..- n:: nada empezamos
una discusión).
Las tres entrevistas femeninas recurren a un tercero que con sus dichos o actos
convalida la sensación de temor o nerviosismo experimentada por la narradora en
cuestión: MR ( las ya citadas cláusulas 43 y 44); G (73-76 no nos podíamos acercar él::
por más que quería hacer algo no se podía mover tampoco); Ma (159 karina también
estaba bastante nerviosa).
La construcción del antagonista es dispar en los tres relatos (MR tiende a usar
cláusulas impersonales que borran al agente 71 que allí habían tirado todo, 79-80 me
llamaron por teléfono y se rieron, 83 me tiraron la cartera, sin embargo, en la
secuencia evaluativa 27-32 se elabora el tipo social de “ladrón”, mediante su
contrafigura, lo que llama la atención de la narradora; mientras que G abunda en
detalles que delinean perfectamente al contrario en cl.12 y 31 eran de la policía militar,
secuencia evaluativa 41-51 donde se menciona el momento histórico “eran tiempos de
la dictadura” y se describe el proceder habitual. Se desprende de esta descripción una
asignación de culpa polarizada ya que “el antagonista se presenta violando
completamente las normas sociales” (Labov: 1997) como lo ilustra ostensiblemente la
secuencia evaluativa 31-34. Ma señala explícitamente la agresividad del contrario en cl.
50-52 la piba era la que estaba más agresiva le empezó a hablar muy mal a mi amiga).
La estrategia de construcción del antagonista es funcional a la victimización
característica de las narrativas femeninas. Este rasgo se evidencia en el empleo de la
forma me: MR 26, 33, 34, 63, 79-80, 83; G presenta una notable oscilación entre las
formas nos y me o yo que la colocan en la posición más desfavorable del relato 13 y 14
nos, 15 me 16 nos 17 yo 21 me 41 me 42 me 62 me 68 nos 69 me; Ma 83, 153, 155.
Podemos señalar otros modos de construir la figura de la víctima, distintos en las tres
entrevistadas: el énfasis de G en marcar la diferencia con respecto a la otra persona que
sufrió el robo con ella (diferencia que se manifiesta en la mencionada oscilación de las
formas nos y me, como así también en 77 porque a él también lo tenían con un arma no
en la cabeza), el tiempo desembozadamente subjetivo de su respuesta a la pregunta
“¿cuánto duró el episodio?” 54 habré estado veinte minutos, las secuencias evaluativas
43-51 (que destaca el peligro contextual) y 78-84 (extensa especulación acerca del arma
que la apuntaba) ; la insistencia de Ma en relatar su actitud frente a sus victimarios (69
pero en ningún momento los quise mirar a la cara, del mismo tenor son las cláusulas
73, 99, 105, 106, 117, 119), demostrando a la vez temor pero también cierta sagacidad
que la distancia de su compañera, perfilada como impulsiva y poco reflexiva (ver 59,
62, 96, 121, 138), y la prolongada secuencia evaluativa que suspende la acción y revela
el sentimiento de desprotección (64-86).
Otra estrategia es la de expresar imposibilidad en algún sentido, o posibilidad acotada:
MR ( 53 e:: bueno volví como pude a mi casa); G (73 no nos podíamos acercar); Ma
(79 nada y me n:: me n:: no podía creer). El desdoblamiento es otro recurso que apunta
al sentimiento de vulnerabilidad experimentado: G (41 el verme con un:: arma en la
cabeza solo); Ma (157 estar encerrado en un lugar tan chiquito como un cajero) donde
el infinitivo contrasta en el paradigma con la forma conjugada “estaba encerrada”, y
sugiere este desdoblamiento, donde la Otra observa la escena; en MR podemos tomar el
comentario sobre su aspecto atribuido a otros como un modo de mirarse desde afuera
(43-44).
El conjeturar es una manera de exhibir la vida interior, el pensamiento, y se expresa en
el uso de proposiciones condicionales, verbos en modo subjuntivo y condicional. El
empleo de estas formas implica una evaluación (Labov: 1972): MR (11, 12, 28-32); G
(6, 7, 51, 54, 79-84); Ma (1, 5, 35, 43, 85, 86, 114, 141).

En contraposición con lo observado en las narrativas femeninas, en las masculinas


encontramos un predominio de los verbos de acción: E (14, 18 y 19 tener [con el sentido
de “tener acorralado”], 28 ir a parar, 29 arrear, 34 apuntar, 36 y 44 revisar, 37 y 79
meter, 67, 68 y 73 encerrar y cerrar); Gabriel (Gab) (14, 19 y 46 abrir, 23 meterse, 28 y
29 agarrar y tener [con el sentido de “tener acorralado”, 44 meter, 47 poner el arma, 60,
61 y 64 quemar [con el sentido de “matar”], 69 pegar un tiro, 56, 74 y 117 gritar y
empezar a los gritos, 79, 81 y 119 llevarse, 106 y 107 sacar, 109 y 110 arrasar, 120
destrozar); Pablo (P) (10 poner, 11 acercarse, 16 apuntar, 18, 19, 20, 23, 24 salir del
auto, 28 y 31 tirarse al piso, 32 revisar, 33 sacar, 34 pegar, 35 patear, 36 llevarse, 42
agarrar, 44 tirar piedras, 48 despertar, 51 y 53 aparecer).
Los verbos que expresan el mundo interior son menos frecuentes, y apuntan más al
aspecto racional que al sentimental: E (5 llamarle la atención, 6 atribuir, 11 empezar a
notar, 13 darse cuenta, 85 tener preciso algo); Gab (83 querer, 84 tener idea, 126
gustar); P (14 entender, 21 y 22 no saber qué hacer). En concordancia con esta
modalidad, encontramos que los narradores, generalmente, destacan la astucia en el
accionar: E (60-66 donde se describe la acción premeditada del socio, de la c. 60 –en
eso aparece mi socio- se deduce la sagacidad del narrador al aparentar ser un simple
empleado); Gab (41-45 donde se manifiesta la frialdad del jefe).
Si bien encontramos ciertas expresiones de sentimientos, suelen asociarse con
pérdidas materiales, y no con el temor, que jamás se explicita: Gab (87-89 onda que fue
un garrón total porque nos quedamos sin toda la información, 120 y 121 destrozaron
un montón de cosas fue:: fue un garrón digamos, 124 hay vidrios espejados qué sé yo
una paranoia bárbara, 125-127 fue un momento bastante feo y bueno realmente no me
gustaría volver a vivir una situación como esa); P (21, 22 como que no sabía qué hacer,
30 ¿qué iba a hacer?). En la narrativa de E no encontramos ninguna manifestación de
sus emociones, con respecto al momento vivido.
Los hombres prefieren utilizar el diálogo directo, como observamos en P (2 diálogos
directos, uno de los cuáles presenta la enunciación elidida 27-29, de manera que el
interlocutor vive la experiencia del narrador, y un comentario narrado 13-14 me dice
algo no le entendí); E (presenta 4 diálogos directos [del antagonista] en uno de los
cuales intercala cláusulas narrativas como si fuera enunciación elidida 69-74), 2
diálogos indirectos [del narrador] y un comentario narrado 8-10 pero después por las
cosas que decía y por lo que urgía).
Si bien Gab es el entrevistado que aporta mayor cantidad de cláusulas evaluativas, y
que presenta igual cantidad de diálogos directos e indirectos (4 directos y 4 indirectos),
no consideramos que se aparte del modelo hombre/narrador , ya que es en los dichos
donde transmite un alto grado de violencia, lo que contribuye a la construcción del
antagonista en la forma típica masculina: 59-61 que si ellos encontraban el arma lo
quemaban que lo quemaban, 62-64 decían “guacho no sé si encontramos el arma te
vamos a quemar qué sé yo, 68-69 “que no tengas un arma porque te vamos a pegar un
tiro con tu propio revó::lver”.

En relación con la construcción del antagonista, ésta se realiza mediante distintas


estrategias: E (señala la insistencia del contrario en 20 permanentemente decía 30
siempre preguntando 46 seguía insistiendo con, y la violencia con los imperativos del
diálogo directo 70, 72, 74 “no se muevan de acá” “no se muevan de acá” “cuidado con
asomarse”, y las acciones evaluativas 18 y 19 que tenía a los resto de los empleados
los tenía ahí en el pasillo, 29 nos arrió con la pistola, 67 nos encerraron a todos, 73
cerraron todo, 79 que estuvieron metiendo [asociado con “arrear”] en el baño a las
personas de abajo, 80 que entraron de una forma subrepticia, estas dos últimas
cláusulas corresponden a una secuencia evaluativa 79-83 que indica una asignación de
culpa integradora ; P (narra la violencia con los imperativos de los diálogos, enfatizados
por la repetición 18-20 “salí salí del auto salí del auto”, 28 y 29 “tirate al piso dame la
plata”, con acciones evaluativas 32 me revisaron 33 me sacaron la billetera el relo 34
medio como que me pegaron un poco 35 me patearon, y expresa una asignación de
culpa integrada en la secuencia evaluativa 37-40; a diferencia de los otros dos
narradores, Gab manifiesta una asignación de culpa polarizada, ya que a través de
cláusulas evaluativas diseminadas por toda la narrativa (22 uno era un pibe así como
bastante alterado 47 le pusieron el arma:: en así en la cara 56 y gritaban 74 ahí
empezaron a los gritos 81-83 se llevaron los diskettes que no sé para qué los querían
109 y 110 arrasaron con todo 114-117 el que encabezaba todo era este pibe que estaba
totalmente loco y gritaba todo el tiempo 120 destrozaron un montón de cosas) y de los
diálogos ya mencionados.
Esta manera de construir al oponente serviría a los fines de justificar la inacción del
narrador, imposibilitado por la violencia del otro.

Como ya hemos señalado, el miedo nunca se expresa, y la victimización se manifiesta


en pocas cláusulas: E (14 ya los tenía en la puerta de mi oficina, 28 todos fuimos a
parar a una sala contigua, 41 me agarró la carterita, 71 nos hicieron quedar ahí); Gab
(28 -29 que nos agarraron a todos, nos metieron, 90 bueno la cosa que estuvimos
encerrado aparte como una hora, 107 nos sacaron plata, 124 hay vidrios espejados
qué sé yo una paranoia bárbara – en esta cláusula es interesante observar el carácter
impersonal que le otorga al sentimiento- ); P (34 medio como que me pegaron un poco
– se observa una mitigación de lo sufrido).

Conclusión

Después de este exhaustivo análisis del presente corpus ha quedado demostrada


nuestra hipótesis: a la hora de mostrar sus sentimientos las mujeres son, generalmente,
más explícitas.
El carácter explícitamente subjetivo del punto de vista femenino, sobresale si se lo
contrasta con el enfoque masculino, tendiente a racionalizar los episodios personales.
Si consideramos que toda narración de experiencia personal es subjetiva, podemos ver
que los hombres no son “meros sujetos insensibles”, sino que cuando entra en juego el
componente emotivo tienden a mitigar sus sensaciones, dando al discurso apariencia de
objetividad.
Sólo nos resta agregar, que “los hombres no lloran”, pero lo harían si culturalmente
les estuviera permitido2.

2
2 Entendemos que, si bien hay resabios culturales, en la actualidad ya no es tan marcada la imposición
que recae sobre los hombres a la hora de demostrar sus sentimientos.
BIBLIOGRAFIA

Althusser, L. Escritos, Barcelona , Ed Laia, 1974.


Lavandera, B. Variación y significado, Buenos Aires, Hachette, 1984.
Lavandera, B. “Decir y aludir: una propuesta metodológica” en Filología 19/2, Buenos
Aires, 1985.
Labov, W. “The transformation of Experience in Narrative Syntax” en Language in the
Inner City, 1972
Labov, W. “Some Further Steps in Narrative Análisis”, 1997.

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