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1995 Detras de La Mascara Familiar La F
1995 Detras de La Mascara Familiar La F
LA MASCARA
FAMILIAR
La familia rígida. Un modelo de
psicoterapia relacional
M. ANDOLFI
C. ANGELO
P. MENGHI
A. M. NICOLO-CORIGLIANO
Amorrortu editores
Médicos especializadas en psiquiatría in
fantil. los autores resumen en esta obra la
evolución que experimentó su labor conjun
ta desde 1974 en el Instituto de Terapia Fa
miliar de Roma Maurízio Andolfi (a quien
pertenecen casi todos los abundantes ejem
plos clínicos), director del mencionado Insti
tuto y de la revista 'Terapia famíliare, com
pletó su formación con Salvador Minuchin y
Jay Haley en la Child Guidance Clinic de
Filadelfía, así como en el Instituto Ackerman
y la Clínica Karen Horney de Nueva York.
Dedicados al principio al tratamiento de
trastornos moderados en niños y adolescen
tes, Andolfi y sus colegas trasladaron luego
su atención a las patologías graves y cróni
cas qué aparecen en lo que denominan «fa
milias de designación rígida«. Comprobaron
que cuando ponían en peligro los equilibrios
aKl ¡íí- i sistémicos consolidados tras la fachada fami
¿¥, . liar, sólo conseguían reforzar la estabilidad
de su «bastión»; pero si en el sistema tera
péutico por ellos conformado se convertían en
guardianes de la homeostasis, liberaban a la
familia de batallar contra los intentos de
cambio, y ella se volvía más «flexible». Esta
idea se inspiró en un filón de pensamiento
paradójico que tuvo aplicación clínica con
Watzlawick y Haley, y en Italia fue desarro
llado por Selvini Palazzoli y su escuela.
En todo grupo familiar, la diferenciación
individual y la cohesión grupal están garan
tizadas por el equilibrio dinámico entre los
mecanismos de diversificación y de estabili
zación. Si aquellos propenden a la variedad
de las interacciones, los segundos promueven
la repetición de remedios consuetudinarios.
La familia es un sistema en tras for-metelón
constante, que evoluciona merced a su capa
cidad de perder su estabilidad y luego recu
perarla, reorganizándose sobre nuevas bases.
Amorrortu editores
Buenos Aires
http://psicoalterno.blogspot.com/
ISBN 950-518-477-8
Impreso en los Talleres Gráficos Color Efe, Paso 192, Avellaneda, provincia
de Buenos Aires, en junio de 1995.
11 Prefacio
164 Conclusiones
169 Bibliografía.
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Palabras preliminares
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terapéutico como una propuesta menos heroica y más efectiva en este terreno,
tan difícil y tan fructífero, de la salud mental.
La aplicación de esta forma de trabajo, de pocas intervenciones, muy
movilizadora, tendiente a que la familia recupere con rapidez sus recursos
autonómicos, resulta ideal para la instrumentación institucional dentro de una
política sanitaria que valorice la eficacia y el cambio, y dé primacía a la
confianza en los recursos propios de los sistemas consultantes, más que a la
delegación en «expertos ». Por el contrario, no favorece ni la economía ni el
narcisismo del terapeuta que trabaja privadamente. Cada intervención
constituye una terapia en sí misma, y en consecuencia, ahí puede concluir el
trabajo del terapeuta consultado. Por otra parte, este no alienta en absoluto el
reconocimiento hacia sí mismo por los cambios logrados, de acuerdo con su
idea de que ellos se deben a la capacidad de la familia para obtenerlos.
Si bien el libro se refiere al trabajo con familias rígidas, en las que el miembro
sintomático aparece firmemente designado y clavado en su función, la
construcción del modelo de intervención define alternativas del accionar
terapéutico aplicables también a familias menos rígidas (véase verbigracia, el
uso de la metáfora y de los objetos metafóricos, etc.).
Por último, la casuística y las experiencias citadas en la obra remiten a familias
de una idiosincrasia muy semejante a la de las que nos consultan en la
Argentina, de estructura asimilable por ser muchas veces familias de origen
migratorio, provenientes de Europa meridional. La investigación clínica
permitirá delimitar los alcances de su aplicabilidad a grupos familiares de otros
orígenes étnicos y culturales, así como la discusión y la crítica seguirán
enriqueciendo este fecundo lugar científico constituido por la terapia familiar.
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Prefacio
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de un modo de vida relacional que, aunque inadecuado y disfuncional en cierto
nivel, podía interpretarse, en otro, como adecuado y funcional.
Llevamos la indagación tras la fachada de la familia y así comprobamos que
enfrentar y poner en peligro de manera directa los equilibrios sistémicos que se
habían consolidado con el paso del tiempo sólo tenía por consecuencia reforzar
la estabilidad de la «fortaleza» familiar.
En cambio, si en el sistema terapéutico neoformado nos convertíamos nosotros
mismos en guardianes de la homeostasis familiar, conseguíamos liberar a la
familia de la responsabilidad de enfrentar nuestras tentativas de cambio; en
otras palabras: si nos volvíamos «más rígidos», permitíamos a la familia
hacerse «más flexible».
Esta idea se inspiraba en un filón de pensamiento paradójico que había tenido
aplicación clínica a la familia de interacción esquizofrénica, primero con
Watzlawick, después con Haley y, de manera todavía más elaborada, con
Selvini Palazzoli y sus colaboradores.
En una tercera fase, la tentativa de comprender y de utilizar en sentido
terapéutico la complejidad del mundo familiar acicateó nuestra curiosidad y
nos llevó a examinar más a fondo cada uno de los componentes del sistema
terapéutico.
Entonces consideramos las funciones desempeñadas por los miembros de la
familia como el lugar de encuentro privilegiado entre el individuo y el sistema
de que forma parte, y así comenzamos a observar con mayor atención el
intrincado juego de interacción entre las misiones y los roles que el sistema
familiar atribuye a sus componentes.
Particularmente iluminadora en estos últimos años fue para nosotros la
enseñanza de Cari Whitaker, porque nos refirmaba en nuestros propios intentos
de descubrir una metarrealidad terapéutica en que se revelaran los potenciales
individuales de cada uno de los participantes.
Este libro es el resultado de la trayectoria que acabamos de exponer, pero
también servirá de punto de partida para nuevas investigaciones sobre el
individuo observado en su proceso de desarrollo en el seno de la familia.
El material clínico incluido en el volumen proviene en gran parte de Maurizio
Andolfi; en cambio, la elaboración teórica y la organización del libro son fruto
de un debate y de un intercambio dinámico entre los cuatro autores, cuyo
propósito ha sido ofrecer una contribución diferenciada en su estilo, pero
orgánica en su estructura.
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Introducción. Familia e individuo:
dos sistemas en evolución
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dos interactuantes consigue definir con respecto a quién se debe producir la
diferenciación. Sería el caso de un navegante que pretendiera definir su
posición sobre la base de un único punto de referencia. Aun en las situaciones
en que la relación parece diádica, por ejemplo en las familias de un solo
progenitor o en las parejas, comprobamos que cada uno de los miembros forma
parte de una amplia red de relaciones que incluye a las respectivas familias de
origen.
En la relación más circunscrita se reflejan los innumerables triángulos que cada
individuo integra en aquellas.
Toda familia va creando y deshaciendo sus propios triángulos relaciónales, y
estas peripecias condicionan la evolución de su estructura. En virtud de
interacciones que permiten a los miembros experimentar lo que está permitido
en la relación y lo que no, se forma una unidad sistémica gobernada por
modalidades de relación que son propias del sistema como tal y susceptibles de
nuevas formulaciones y adaptaciones con el paso del tiempo, según cambian
las necesidades de los miembros individuales y del grupo como un todo. La
posibilidad de variar estas modalidades relaciónales permite a cada quien
experimentar nuevas partes de sí mismo, en que se espeja el grado de
diferenciación adquirido en el interior de la familia.
Cabe suponer que, para diferenciarse, cada miembro tendrá que ensanchar y
deslindar un espacio personal por la vía de los intercambios con el exterior; así
definirá su identidad.
Esta se enriquecerá en la medida en que el individuo aprenda y experimente
nuevas modalidades relaciónales que le permitan variar las funciones que
cumple dentro de los sistemas a que pertenece, en momentos evolutivos
diversos y con personas diferentes, sin perder por ello el sentido de su personal
continuidad (Menghi, 1977).
La capacidad de trasladarse de un lugar a otro, de participar, de separarse, de
pertenecer a subsistemas diversos permite desempeñar funciones diferentes de
las que otros cumplen, trocar unas funciones por otras y adquirir nuevas,
proceso en el cual se expresarán aspectos más y más diferenciados del propio
sí-mismo. Esto enfrenta a la familia con fases de desorganización, necesarias
para modificar el equilibrio de un estadio y para alcanzar un equilibrio más
adecuado. En este proceso se pasa por períodos de inestabilidad en que son
reajustadas las relaciones de cohesión-diferenciación entre los miembros. Son
fases caracterizadas por la confusión y la incertidumbre, y por
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ello mismo señalan el paso hacia nuevos equilibrios funcionales que se alcanzarán
sólo si la familia puede tolerar el acrecentamiento de la diversidad entre sus
miembros.
La analogía con los fenómenos biológicos es sorprendente.
En efecto, los miembros de un sistema se comportan como las células de un
organismo en el curso de la evolución embriogenética. Un conjunto indiferenciado y
confuso se convierte poco a poco, sobre la base de informaciones provenientes del
núcleo y de los tejidos circundantes, en un órgano específico compuesto por células
que poseen características y fúnciones diferentes. De esta manera, la función cobra
una dimensión doble: es una característica de cierta célula, pero al mismo tiempo el
producto de la interacción con otras células y con el patrimonio genético. Del mismo
modo, en la evolución del ser humano, en virtud de un intercambio continuo de
conductas- informaciones, cada individuo, al par que se diferencia, adquiere una
identidad específica y funciones peculiares que evolucionan en el tiempo. Estas
fúnciones, que los miembros de un sistema han negociado tácitamente, permiten la
adaptación al ambiente y el despliegue de la vida de relación. La mudanza en las
fúnciones de uno de los miembros produce el cambio contemporáneo en las
fúnciones complementarias de los demás, y es lo que caracteriza tanto al proceso de
crecimiento del individuo cuanto a la continua reorganización del sistema familiar en
el curso del ciclo vital.
Pero no siempre esta evolución se puede producir. En efecto, a veces sucede que las
reglas de asociación que gobiernan al sistema familiar impiden la individuación y la
autonomía de los miembros. Esta falta de autonomía, expresada en la imposibilidad
de modificar las fúnciones con el paso del tiempo, determina que las personas
coexistan sólo en el nivel de funciones, esto es, las constriñe a vivir solamente en
fúnción de los demás. En una situación así, todos los miembros experimentan la
dificultad de afirmar y reconocer la identidad de sí mismos y de los demás; ninguno
podrá elegir libremente entre poner en escena ciertas funciones o dejar vacío el
papel, sino que estarán constreñidos a ser siempre como el sistema lo impone
(Pipemo, 1979).
Si de hecho los procesos de diferenciación se tienen que efectuar dentro de un
sistema en que preexisten expectativas específicas con respecto a las fúnciones de
cada
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quien, la individuación de los miembros tropezará con serios obstáculos. Por
ejemplo, si los padres obligan a un niño a comportarse de continuo como una
persona madura, exigiéndole las prestaciones de un adulto, el pequeño deberá
hacer un esfuerzo para adecuarse a esa demanda; este empeño será el precio
que tiene que pagar para mantener una relación en que le va mucho. Ahora
bien, el resultado final será una progresiva alienación en la función que le
asignaron; el desequilibrio entre la prestación que le demandan y la madurez
emotiva que debería acompañarla, pero que él no tiene, asimilará su conducta a
un recitado automático. Su situación se agravará con posterioridad si en algún
momento se le requieren prestaciones contradictorias con la conducta adulta;
por ejemplo, que siga siendo pequeñito y no alcance la maduración sexual.
Esto inevitablemente disminuirá su posibilidad de diferenciarse en todos los
campos en que las demandas son conflictivas o, por lo menos, muy
desequilibradas.
Si la función representa el conjunto de las conductas que dentro de una relación
satisfacen las demandas recíprocas, es evidente que, según las familias, puede
cobrar una connotación positiva o una negativa. En el primer caso, cada quien
adquiere poco a poco una imagen diferenciada de sí mismo, de los demás y de
sí respecto de los demás, que puede ser «proyectada» en el espacio. Esto
supone que cada uno sabe que puede compartir su espacio personal con el de
los demás, pero sin sentirse constreñido a existir sólo en función de ellos. Para
que el encuentro produzca un enriquecimiento recíproco, es necesario que no
se lo viva como una injerencia, sino que ocurra sobre la base de un intercambio
real en que cada participante da y recibe al mismo tiempo.
En cambio, la función cobra una connotación negativa cuando su asignación es
rígida e irreversible o cuando entra en contradicción con la función biológica;
es el caso en que la función paterna se asigna a un hijo y no al padre.
Esto determina una alienación progresiva del individuo más involucrado, a
expensas del desarrollo de su sí-mismo y de su espacio personal. Cuando este
proceso tiende a hacerse irreversible, rígido e indiferenciado, se engendra la
situación patológica. Si el hijo asume la función del padre —y no en momentos
de imperiosa necesidad, sino de manera indiscriminada y sin límites
temporales—, esa función se convertirá en una cárcel para él y
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para los demás. En estos casos, cada uno se erige en el artífice y la víctima de
idéntica «trampa funcional».
La falta de confines interpersonales nítidos que deriva de esta modalidad de relación
se traduce en la imposibilidad de participar libremente en relaciones de intimidad o
de separación. Mantener de manera continua una distancia de seguridad o, por el
contrario, determinar relaciones fusiónales, he ahí las conductas más comunes en
estos sistemas, en los que se confunde el espacio personal con el espacio de
interacción, el individuo con la función que desempeña, ser por sí mismo y ser en
función de los demás. La injerencia en el espacio personal ajeno y la simultánea
pérdida del propio se pueden convertir entonces en la única posibilidad de
coexistencia. La actitud protectora, la indiferencia, el rechazo, la victimización, la
locura, son primero atributos individuales constantes, y se vuelven después roles
estereotipados en un libreto siempre idéntico. Si esta modalidad relacional es la
principal o la única posible, el sistema se hará rígido en esa misma medida; la
necesidad vital de vivir en función recíproca hace más y más estériles los
intercambios de interacción, y menos definidas las fronteras, al tiempo que el espacio
personal se reduce hasta confundirse con el espacio de interacción.
Los miembros de estas familias se pueden comparar con un conjunto de recipientes.
Sumergidos en un líquido, sólo podrán flotar si las superficies que presentan
soluciones de continuidad permanecen soldadas entre sí (figura 1 ).
Figura 1.
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Por otro lado, si uno de los recipientes consiguiera soltarse y definir con nitidez
sus propios límites, los otros correrían el riesgo de irse al fondo (figura 2 ).
Figura 2.
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cios y de relaciones emotivas en el nivel de la pareja parental, y entre cada
cónyuge y sus propios progenitores.
Es que un sistema familiar no constituye una realidad bidimensional simple,
sino una realidad tridimensional más compleja, en que la historia de las
relaciones del pasado se encama en el presente para que se pueda desarrollar en
el futuro. En las familias en que los cambios de relación se perciben
amenazadores, se introduce una rigidez en los esquemas de interacción
presentes y en las funciones desempeñadas por cada miembro, que después
cristalizan en relaciones estereotipadas, a expensas de experiencias-
informaciones nuevas y diferenciadas.
Flexibilidad o rigidez de un sistema no son características intrínsecas de su
estructura, sino que se manifiestan ligadas con el dinamismo y las variaciones
de estado en un espacio y en un tiempo definidos; se las puede especificar por
referencia a la capacidad de tolerar una desorganización temporaria con miras a
una estabilidad nueva.
Un sistema que era flexible en el estadio A, acaso se vuelva rígido en el estadio
B (Andolfi et al., 1978). En este sentido cabe conjeturar que una patología
individual se manifestará a raíz de modificaciones o presiones intrasistémicas o
intersistémicas de determinadas entidades que corresponden a fases evolutivas
de la familia; estará entonces destinada a garantizar el mantenimiento de los
equilibrios funcionales adquiridos. De este modo, es posible que el sistema se
trasforme para no cambiar (Ashby, 1971); es decir, es posible que utilice el
input nuevo para introducir variaciones que no cuestionen ni modifiquen su
funcionamiento.
Ya hemos dicho que toda tensión, se origine en cambios intrasistémicos (el
nacimiento de los hijos, su adolescencia, su alejamiento del hogar, la
menopausia, la muerte de un familiar, el divorcio, etc.) o intersistémicos
(cambios de domicilio, modificaciones del ambiente o de las condiciones de
trabajo, profundas trasformaciones en el nivel de los valores, etc.), gravitará
sobre el funcionamiento familiar requiriendo un proceso de adaptación, es
decir, una trasformación de las reglas de asociación, susceptible de asegurar la
cohesión de la familia, por un lado, y de promover el crecimiento psicológico
de sus miembros, por el otro (Andolfi, 1977).
Frente a una posibilidad de cambio que el sistema en su conjunto percibe
traumática, una reacción es obrar de
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modo que uno de sus miembros asegure la mitigación del stress que aquella produce,
y lo asegure por la expresión de una sintomatología. Entre las familias que utilizan la
designación como respuesta a una demanda de cambio se pueden distinguir dos
tipos:
1. Familias en riesgo
2. Familias con designación rígida
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del niño representarán una válvula de seguridad para la pareja, que de este
modo podrá mantener a salvo la «armonía conyugal» . El hermano quizá se
sienta más autónomo fuera de casa, pero estará constreñido a desempeñar una
función limitadora en el subsistema de los hermanos; si la distancia entre su
manera de obrar como persona «grande» y la conducta infantil del hermano
menor es amplificada por las necesidades de los adultos, no podrá satisfacer sus
demandas de adolescente. Por otro lado, el paciente estará dispuesto a sacrificar
parte de su propia autonomía para llevar adelante, con su función de miembro
designado, la tarea de atraer sobre sí las dificultades de interacción de la
familia.
Este tipo de designación permanece fluctuante, por así decir, hasta el momento
en que la trayectoria vital de la familia pueda pasar de una persona a otra o de
una expresión sintomatológica a otra. Esto permite a los miembros del sistema
experimentar todavía una alternancia de funciones en virtud de la
reversibilidad de la relación normalidad-patología. No obstante, si este
mecanismo de designación, reversible y temporario, no consigue asegurar a la
familia la formación de ordenamientos estructurales satisfactorios, amenazará
con trasformarse en un mecanismo rígido, en que la identidad del paciente
designado y de los demás miembros de la familia será remplazada poco a poco
por funciones repetitivas, previsibles en alto grado. En esta trasformación del
mecanismo de designación, que de fluctuante se hace fijo, pesan sin duda los
influjos externos que pueden obrar como un refuerzo, confirmando a la familia
en el carácter ineluctable de sus propias soluciones.
Es muy frecuente que se demande terapia en esta fase de transición, a saber,
cuando aquel riesgo parece trasformarse en una certeza incontrovertible. En
este momento la intervención terapéutica puede promover un redescubrimiento
de potencialidades vitales dentro de un grupo familiar que se ha vuelto rígido,
pero, como cualquier otro input externo, puede por el contrario contribuir a
reforzar la condición estática de la familia, haciendo su aporte para que el
proceso se vuelva cronico (haley, 1980).
Familias con designación rígida. En este tipo de familia puede suceder que se
perciba catastrófico el paso de un
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Según lo que llevamos dicho, el comportamiento sintomático cobra un doble
significado; en efecto, si por una parte representa una trasformación funcional
para la cohesión, por la otra es señal de malestar y de sufrimiento a causa de las
restricciones que impone a todos los miembros del sistema. Es la tentativa de
fusionar aspectos contradictorios de la realidad familiar; es la expresión de un
conflicto entre las tendencias al mantenimiento y las tendencias a la ruptura de
los equilibrios adquiridos. Pero justamente en esta tentativa de «congelar», en
sus aspectos contradictorios, procesos que evolucionan en direcciones
opuestas, el síntoma puede ser interpretado como metáfora de inestabilidad,
como señal que indica la fragilidad del sistema. Por ello, la utilización del
síntoma se convertirá en uno de los objetivos prioritarios de la intervención ya
en la fase de formación del sistema terapéutico (Andolfi y Angelo, 1980).
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1. El diagnóstico: una hipótesis para
verificar en la intervención
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nes y de los problemas familiares muy diversas y contra
puestas. No es sino contraponiendo el terapeuta una ima
gen diferente de la que proporciona la familia como con
sigue que aflore la tensión sustentadora del proceso te
rapéutico.
Para los fines diagnósticos, también la reunión de infor
maciones adquiere, por lo mismo, una estructura diferente
de la tradicional: las preguntas ya no se hacen siguiendo
la inspiración del momento, para obtener una masa de
informaciones en que se confunden datos importantes con
los triviales; apuntan a los elementos que son testimonio
del conflicto entre tendencia a la cohesión y tendencia
a la diferenciación. La nueva imagen que se crea se con
vierte en el lugar de definición de las relaciones del siste
ma terapéutico. Si la familia sigue reproponiendo infor
maciones ligadas con la imagen que se ha formado de sus
propios problemas, al terapeuta le incumbe crear otra
imagen capaz de romper los circuitos repetitivos del sis
tema familiar.
El terapeuta utilizará entonces esta nueva imagen como
input desestabilizador, para investigar el modo en que el
sistema reacciona frente a ella. La respuesta de la familia
a esta operación terapéutica, y su capacidad para iniciar
o no un cambio, proporcionan indicaciones importantes
para evaluar su grado de rigidez. El peligro de que la
familia eventualmente reabsorba la intervención nos obliga
a redefinir de continuo nuestra hipótesis diagnóstica, en
lugar de aferramos a una definición. Debemos ser capa
ces de conceder valor parcial a nuestra hipótesis (Selvini
Palazzoli, 1980), no afirmarla como verdad, sino utilizarla
para introducir una complejidad nueva que ponga de ma
nifiesto posibilidades y alternativas ya presentes en el sis
tema. Con este procedimiento, el terapeuta introduce
imprevisibilidad y alternativas, pero es la familia la que
«verificará» la hipótesis diagnóstica reorganizándose sobre
contenidos y valores que forman parte de su patrimonio
existencial.
Trataremos de explicarnos mejor describiendo primero
lo que a nuestro parecer mueve a la familia a demandar
terapia, y después las posibles respuestas del terapeuta
a las expectativas del sistema familiar.
Ya dijimos que en las familias en que los cambios re
laciónales impuestos por el proceso de des'arrollo se per
ciben como una amenaza, se genera una rigidez cada vez
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le asignarán en el interior de la nueva estructura terapéu
tica. También él debe entrar en la representación de los
papeles como un actor más en quien se puedan proyectar
algunas de las funciones originariamente encarnadas por
un miembro de la familia (Andolfi y Angelo. 1980). El ob
jetivo es el mismo: evitar también en la interacción tera
péutica las contradicciones que cada uno teme vivir en el
nivel personal.
Contactos telefónicos con este o aquel miembro del sis
tema, cartas de presentación, comunicaciones directas o in
directas de otros profesionales, instituciones asistenciales o
amigos de la familia, he ahí algunos de los instrumentos,
en apariencia neutros, con que el sistema familiar puede
planificar anticipadamente las reglas de la relación y los
papeles que cada uno deberá representar. Esta programa
ción será tanto más previsible cuanto más rígida sea la
trama relacional del grupo familiar, que tenderá a encasi
llar al terapeuta en su propia estructura de reglas y fun
ciones aun antes del primer encuentro. Si lo que la fa
milia teme es cambiar y no lo contrario, paciente y fami
liares se presentarán unidos en la propuesta de un progra
ma de trabajo que no modifique los equilibrios adquiridos.
Si el terapeuta lo acepta, o si de algún modo se enreda
en él, terminará por ser un elemento de refuerzo de la
condición estática-patología de la familia. Por otro lado,
cada vez estamos más convencidos de que la facilidad con
que muchos terapeutas caen en el juego de los papeles
asignados no obedece sólo a su inexperiencia, sino, en
muchos casos, a exigencias del terapeuta semejantes a las
exigencias de la familia; nos referimos o la programación
de una relación estable en grado sumo, que no ponga en
peligro sus propias inseguridades. Con este proceder la
familia no aprende nada sustancialmente nuevo: sólo utiliza
con mayor refinamiento sus propios esquemas disfunciona
les, manteniendo intactos los roles asignados a cada miem
bro. Esto en perjuicio de la identidad personal de todos,
que es sustituida por funciones repetitivas y previsibles
en alto grado (Piperno, 1979). En un contexto así, será
también repetitiva y previsible la función desempeñada
por el terapeuta si siente parecido temor de cambiar y de
descubrir en sí mismo expresiones nuevas que pueda repre
sentar en la relación con los demás.
En otros casos, el ámbito en que se desenvuelve el en
cuentro puede definir de manera tan rígida las reglas
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decir al terapeuta un fracaso si toma iniciativas o forzarlo
a intentar lo imposible si se declara impotente. La expe
riencia nos ha enseñado que el primer escollo que se debe
salvar no es descubrir la manera de defendernos de una
familia a todas luces manipuladora, sino evitar la tentación
de recurrir a la defensa. En efecto, defensa y ataque son
aspectos complementarios de una misma modalidad rela
cional que inevitablemente desemboca en un antagonismo
estéril. Numerosísimos errores que hemos cometido en el
curso de los años, apreciables por la incapacidad de «al
canzar» a la familia en lo vivo de sus aprietos, nos han
convencido más y más de que el terapeuta, si en lugar
de reaccionar en alguno de los niveles con que la familia
entra en relación con él, se apropia de su íntegro meca
nismo paradójico, no tendrá necesidad de defenderse de
las respuestas de signo contrario de la familia, porque esta
quedará automáticamente privada de la única posibilidad
que tiene de contradecirlo (Andolfi y Menghi, 1977). Si
no es posible entrampar al terapeuta en un juego tan inú
til como paralizante, la familia quedará desarmada y de
berá descubrir otras modalidades de relación o interrum
pir enseguida la terapia. En cualquiera de los dos casos
sobrevendrá una situación de incertidumbre que puede
representar un punto de ruptura para la condición está
tica del sistema familiar. Si prescindimos de la forma
en que se realiza la intervención, nuestra línea estraté
gica recoge entonces en sí misma la contradicción de las
demandas, con lo que fuerza al sistema terapéutico a ope
rar en un nivel diverso, en que las contradicciones pueden
ser comprendidas y resueltas.
Como lo expuso brillantemente Selvini Palazzoli en su
artículo «Why a Long Interval between Sessions?» (1980),
también nosotros hemos introducido una notable variación
en el intervalo entre las sesiones con respecto a nuestra
práctica anterior, en que la terapia se prolongaba a veces
mucho en el tiempo, y el intervalo entre una sesión y otra
era muy pequeño «porque la familia no se podía arreglar
sola». En esa época no advertíamos que nosotros mismos
obrábamos como refuerzo de la condición estática de la
familia, y en consecuencia promovíamos la formación de
sistemas terapéuticos en que el terapeuta terminaba por
erigirse en guardián de la estabilidad emotiva de todos,
incluida la propia.
Hoy la marcha de nuestras terapias es muy diferente
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misma línea de la demanda de la familia, puede determi
nar el nacimiento de un fuerte vínculo: el terapeuta en
trará en los ámbitos más privados de la familia justa
mente porque es capaz de neutralizar sus defensas sin
quedar prisionero de ellas.
Si el terapeuta elige hacer terapia contemplando los
problemas de la familia desde adentro, deberá entrar en
los espacios familiares más recónditos pero también tomar
distancia y regresar a sus propios espacios. Este entrar y
salir, participar y separarse, empleado como modelo de en
cuentro, exige del terapeuta que se sienta a la vez entero
y divisible, y que madure técnicas y estrategias en el in
terior de sí en lugar de emplearlas para evitar individuarse
en el contexto terapéutico (Whitaker et al., 1969). Esto
significa colocarse en el nivel de la familia o bien en un
metanivel respecto de ella; significa ejercitar una función
terapéutica sin estar identificado con ella.
Tratemos de hacer más concreto, con un ejemplo, cuan
to venimos diciendo. Tony era un adulto joven puesto en
terapia porque presentaba un comportamiento psicòtico con
fases alternadas de catatonía. La madre, en un primer
contacto telefónico, refirió eme desde hacía algunos meses
él había adoptado una actitud muy extraña: no salía de
casa, rehusaba toda relación con ella y con los hermanos
hasta el punto de refugiarse en un mutismo total. La
madre presentó la situación como desesperada, pero de
claró confiar en que «el terapeuta lograría convencer al
hijo de que volviera a la normalidad». En la entrevista
participaron Tony, la madre, el hermano mayor, dos her
manas y la hija de cinco años de una de ellas. Tony asu
mió enseguida el papel central de paciente designado:
empezó a recorrer la sala de arriba abajo, lentamente, a
la vez que de tiempo en tiempo, con los ojos desorbita
dos, arrojaba miradas a sus familiares, que permanecían
sentados en un diván, acurrucados, como a la espera de
una respuesta resolutiva de parte del terapeuta. Este, en
lugar de ignorar el ostentoso paseo de Tony, prefirió per
manecer de pie en un ángulo de la sala, como queriendo
comunicar a los presentes que sólo Tony tenía el derecho
de decidir cómo y cuándo podía comenzar la consulta.
De hecho, el comportamiento del terapeuta tenía por efec
to amplificar la tensión ya presente y trasformarla en
un stress de interacción; en lugar de sufrirla o distenderla,
él mismo se convertía en su sostenedor.
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se habría reforzado la expectativa familiar, que quiere ver
fracasar al terapeuta para confirmar la ineluctabilidad de
la situación. En cambio, si se hubiera puesto a hablar
de Tony con la madre y los hermanos, inevitablemente
habría ahondado el foso entre los normales —los que ha
blaban— y el atípico que se negaba a hablar. Con su pe
dido de ayuda dirigido a los familiares, y justamente en el
campo en que se perfilaba su fracaso, el terapeuta desarti
culaba cualquier programa que la familia pudo pretender
poner en escena en la sesión. De este modo, la negativa
de Tony a hablar se definía implícitamente como un modo
diferente de comunicarse el muchacho; en consecuencia,
se obligaba a los demás a renunciar al papel de especta
dores para convertirse en protagonistas de una acción que
exigía de ellos una exposición directa. «Escuchar» aten
tamente a Tony, que no hablaba, y referir después al tera
peuta lo comprendido, constreñía a los demás miembros
de la familia a sacar a luz sus fantasmas personales, en
lugar de atrincherarse en informaciones prefabricadas e
impersonales, limitadas a la conducta del joven.
Pedir a los familiares que colaboraran, y pedírselo uti
lizando los mismos instrumentos que traían apercibidos
para la defensa del statu quo, era un modo de romper los
esquemas rígidos que impedían a cada uno de ellos indi
viduarse, y que no permitían que el paciente designado
se librara del papel de centinela de la fortaleza familiar.
Por otra parte, esto mismo es lo que la familia querría si
no tuviera miedo de perder las seguridades adquiridas
merced a la artificiosa descomposición de la realidad en
recuadros separados.
Si los familiares se resistían declarando que era impo
sible comunicarse con Tony sin utilizar palabras, el tera
peuta habría podido replicar que, si Tony era capaz de
hablar con la mirada, ellos también podían aprender algo
que él parecía hacer con tanta facilidad. En este sentido,
el problema del rehusamiento a hablar se redefiniría como
una capacidad, esto es, hablar sin palabras, que también
los demás podían aprender. Nadie podría negarse a hacer
la prueba, porque ello significaría asumir un papel explí
cito de no colaboración, contrario al deseo de cambiar.
En este nuevo contexto, tampoco el paciente designado
quedaba en libertad de representar su propia negativa a
hablar; en efecto, el terapeuta le habría podido pedir lo
mismo que pidió a los demás, a saber, que «se comuni
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cesos familiares más significativos en la trayectoria del
ciclo vital (Andolfi y Angelo, 1980).
Para ejemplificarlo referiremos la primera sesión con la
familia de Giorgio, un paciente psicótico de 26 años. Ade
más de él, se encontraban presentes en la entrevista su
padre, de 72 años, que llevaba un audífono y se sentó
aparte, encorvado el cuerpo y con la expresión de alguien
que se da por muerto bajo el peso de la edad; la madre,
que se sentó cerca del paciente y tenía aire muy afligido;
y el hermano mayor y su mujer, que tomaron a su cargo
presentar el «historial de la enfermedad». Destacaron el
aspecto orgánico, remitiendo sus primeras manifestaciones
al período que siguió a un trauma cerebral del enfermo
a consecuencia de un accidente que tuvo en la calle. Con
actitud idónea y un lenguaje rico en terminología psiquiá
trica («síndrome disociativo», «temáticas paranoides», etc.),
el hermano refirió los diagnósticos que se habían hecho y
enumeró los fármacos prescritos, al par que preguntaba
una y otra vez, junto con la madre, cuál podía ser la me
dicina más adecuada para Giorgio. El contexto que se
delineaba era de tipo «médico», con una connotación
orgánica de los síntomas. En ese punto el terapeuta inte
rrumpió la secuencia, con una pregunta que trastornó el
libreto que la familia proponía para la entrevista.
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do las funciones de cada miembro en el interior del sistema.
¿Cómo consigue el terapeuta intuir rápidamente la distri
bución y las características de las funciones recíprocas?
En el momento en que la familia se presenta, él recoge
una cantidad de elementos que extrae de actitudes ver
bales y no verbales y de estructuras relaciónales repetiti
vas; ellos le proporcionan la percepción de una Gestalt
abarcadora que tomará como término de referencia para
su trabajo de redefinición. En el caso que ahora consi
deramos, la actitud del padre y su posición espacial, la
conducta del hermano mayor, la proximidad del paciente
a la madre y su expresión obtusa, la ubicación de aquella
entre sus dos hijos: todos estos elementos, pues, indicaban
que el padre desde hacía tiempo había perdido su puesto
en la familia, y los dos hijos, con las funciones contra
puestas de «sabio» y de «tonto», habían sido comisionados
para cubrirlo. Entonces el terapeuta organizó activamente
los elementos proporcionados por la familia y construyó
una trama que poco a poco se iría enriqueciendo en el cur
so de la sesión. Es como si en el material que la familia
presenta existieran elementos de significado particularmen
te rico a los fines de la definición de las relaciones entre
los componentes; estos elementos nodales constituyen los
puntos de intersección de escenificaciones diversas que el
terapeuta y la familia, cada uno por su lado, tratan de
hacer representar, y en cuyo interior son alojados los datos
históricos.
Para aclarar mejor el concepto recurramos a la figura 3,
donde, en un espacio limitado, compartido parcialmente,
se representan dos diferentes modelos de vestido. Imagi
nemos que el círculo que los contiene encierra todos los
datos disponibles de la historia familiar. Si partimos del
presupuesto de que el modelo proporcionado por la fami
lia corresponde al vestido entero con falda, deslindado por
los círculos llenos y las líneas continuas, el construido por
el terapeuta corresponde al vestido en piezas, de blusa y
pantalones, representado por los puntos citados, y por los
círculos blancos y las líneas quebradas: como se advierte,
basta la introducción de algunos puntos «nodales» suple
mentarios para trazar contornos que modifiquen la Gestalt
y el significado de conjunto del dibujo. Valiéndose de los
puntos nodales como elementos estructurantes, la familia
tratará de proponer su propio «vestido»; .empezará enton
ces a describir sus características y demandará del tera-
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limitar a reestructurar los elementos que le ofrecen (Men-
ghi, 1977); pondrá de relieve los menos manifiestos, rele
gará a un segundo plano otros que aparecían destacados,
o modificará las secuencias en que se asocian. La estruc
tura de remplazo se va encarnando en imágenes aisladas
y apenas definidas, que hacen las veces de estímulo para
enriquecimientos que aportará la familia hasta que ter
mine por construir una nueva «armazón». Es justamente
la utilización de los datos ya presentes en la historia fa
miliar lo que promueve la formación de un estrecho víncu
lo asociativo entre terapeuta y pacientes, sin el cual la
terapia no podría proseguir. Algunas intervenciones que
parecen totalmente arbitrarias y quiebran las secuencias
interactivas no hacen otra cosa, en realidad, que traducir
al plano verbal cuanto el terapeuta ha percibido en el
nivel no verbal o en el nivel asociativo. Está claro que
la organización del material es un proceso activo del tera
peuta y por ello mismo recibe la influencia de su propia
historia y personalidad. En esté sentido se puede decir que
el terapeuta y su modo de percibir la realidad son los
«elementos externos» introducidos en el sistema.
Si preguntamos qué es lo que el terapeuta pretende al
canzar, la respuesta espontánea será que intenta modificar
las reglas de la familia. Sin embargo, e! que tiene expe
riencia en sistemas rígidos sabe cuan difícil es compro
bar ese cambio en el curso de la terapia; lo que se observa
es, a lo sumo, una variación de la intensidad con que ac
túan las reglas y, sobre todo, una trasformación de las fun
ciones asignadas a cada miembro. Si la terapia tiene éxito,
la rigidez inicial de la trama funcional de la familia es
remplazada poco a poco por una mayor elasticidad en
la atribución de las funciones singulares. Una estructura
familiar altamente estable es sustituida en el tiempo por
una organización nueva, la terapéutica, inestable y provi
sional. El proceso llegará a su término cuando los com
ponentes de la familia sean capaces de elegir, esto es,
cuando estén en condiciones de aceptar lo «imprevisible»
y esto forme parte de sus «reglas» (Andolfi y Angelo, 1980).
Para conseguirlo, tendrán que aprender a aprender, es
decir, modificar los esquemas sobre cuya base se desarro
llaba hasta ese momento la elaboración de sus experien
cias. Tamaño suceso explica las resistencias que la familia
opone; el problema principal es «cómo superarlas»: el
método que exponemos es una de las respuestas posibles.
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evolución de la relación (Whitaker, 1977). En la prácti
ca, si se quiere evitar que cada información nueva sea
organizada dentro de esquemas consabidos, la «lectura»
de las relaciones requiere nuevas y nuevas definiciones a
medida que se avanza.
Para definirse a sí misma, la familia utiliza modalidades
explícitas e implícitas; estas últimas consisten en todas
las actitudes y conductas no verbales que califican las
interacciones entre los familiares y entre estos y el tera
peuta. Este, a su vez, puede redefinir las relaciones en
el nivel explícito (casi siempre verbal) o implícito (casi
siempre no verbal); es lo que muestra el siguiente frag
mento de sesión.
Era la familia de un paciente psicòtico de 14 años; la
componían la madre, el padre, el paciente designado y su
hermano mayor, que en esa primera sesión no estuvo pre
sente. Desde el comienzo el paciente polarizó sobre sí la
atención con un comportamiento extravagante y un len
guaje incongruente, frente a lo cual los padres reacciona
ban con angustia y turbación.
T.: ¿Cuánto tiempo por día tienen que soportar esta mú
sica en casa?
Padre: Continuamente.
T.: ¿Cuántas horas, más o menos? (Hace esta pregunta
dirigiéndose al paciente.)
Cario: Depende de ellos, según cómo me irriten.
T.: Es decir que si te cansan demasiado, respondes «con
música».
Cario: Así, así; es cuestión de puntos de vista. Cuando
tienen que hablar conmigo, ellos dicen «eres siempre exa
gerado, dices siempre las mismas cosas, tienes una idea
fija». ¿Y qué? ¿Quiénes van al paraíso? ¡Los que tienen
una idea fija!
Padre: Pero, ¿eso qué significa?
Cario: Y bueno, en el paraíso... la justicia, la verdad,
¿saben ustedes dónde están? ¿De parte de quiénes están?
T. (con aire de indiferencia, haciendo como que no escu
cha, toma un cenicero de pie y se lo alcanza al paciente):
¿Puedes tenerlo un momento mientras hablo?
Cario: Con mucho gusto. (Toma el cenicero y lo sostiene
un poco levantado con una mano, con expresión de des
concierto, todo lo cual le hace adoptar una pose absurda
y ridicula.)
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consiguiente, ya la modalidad de recopilación de las infor
maciones importa una tentativa de redefinición.
Los diálogos que hemos reproducido ponen de mani
fiesto que, a diferencia de otras técnicas, el objetivo no
es lograr que los miembros de la familia se comuniquen
mejor entre sí o de manera más comprensible; en efecto,
la comunicación siempre es mediada por el terapeuta,
quien escoge el input que introducirá, recurriendo a pre
guntas que lo vehiculizan. No consideramos necesario un
cotejo o un diálogo entre las personas que asisten a la
sesión, como no sea para permitir al terapeuta recopilar
datos con miras a sus intervenciones o para imprimirles
mayor fuerza, utilizando lo que ha salido a la luz en el
curso de las interacciones. Es posible que los intercam
bios más útiles se produzcan de manera espontánea fuera
de las sesiones, por vía de la elaboración posterior de las
«definiciones» que el terapeuta dio de lo sucedido. De
hecho, el cambio consiste en el trabajo continuo que cada
miembro realiza para definirse respecto de la definición
dada por el terapeuta, lo que llevará a una mudanza de
los modelos de relación y de los valores en juego. Esto
importa modificar la distribución y la amplitud de los es
pacios personales, y liberar las valencias que hasta ese
momento permanecían ocupadas en funciones estereotipa
das de interacción.
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Madre: Justamente, todo es una gran confusión.
T.: Pero, ¿por qué en vez de hablar no desmenuza? ¿Se
sirve otra? (le ofrece, en la palma de la mano, otras colillas).
Madre: Entonces, ¿qué deben hacer estas personas además
de pedir asistencia?
T.: Desmenuzar...
Madre: Pero en algún momento se termina de desme
nuzar. ..
T.: No; de estas hay muchísimas, se las encuentra por
todas partes. Y están los que desmenuzan con las manos,
los que desmenuzan con el cerebro, desmenuzan siempre.
Están los que han desplazado todo dentro de las células
cerebrales. (Indica a la paciente anoréxica, y alude al he
cho de que «se hace la intelectual».) Hasta el punto de
comer con las células cerebrales, orinar con las células ce
rebrales, defecar con las células cerebrales y lamer las mi
gajas de los otros con las células cerebrales.
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Laura, enviada a consulta por problemas de «depresión y
auorexia». Desde el estallido de los primeros trastornos,
la familia, con el pretexto de la enfermedad de la hija,
vivía prácticamente separada; por consejo de una psicó-
loga, la niña había sido trasladada, con su madre, a casa
de unos parientes. Desde ese momento Laura obligó a
sus padres a turnarse a su lado. En la sesión estaban
presentes la paciente, sus padres, y sus hermanas Marina,
de 9 años, y Carla, de 5. En la primera parte de la en
trevista se había hablado de la importancia de la abuela
materna, que tenía una actitud «dulce» hacia Laura, afir
mación por otra parte desmentida por la paciente.
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der sobre qué podríamos trabajar juntos, porque todavía
no lo tengo en claro.
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ya gastados, con mayor razón en este momento, frente a la
necesidad de una terapia, la familia se sentirá amenazada
y unida más que nunca para evitar una crisis tan deseada
como temida.
Lo expuesto nos lleva a contemplar desde dos ángulos
diversos la necesidad de la intervención terapéutica. Por
un lado tenemos el sufrimiento real y, por el otro, la lógica
del funcionamiento familiar. Si para mantener la invaria-
bilidad de este última ya no basta la función del chivo
emisario, será preciso reunir fuerzas nuevas. Para conse
guirlo, el sistema familiar utiliza un viejo esquema: cen
tralizar a un solo individuo, con el fin de hacerle asumir
las tensiones de todos. Con un mecanismo semejante al
empleado con el paciente, estas familias son capaces de
trasferir sus tensiones a otra persona, situada fuera de su
núcleo, englobándola en la lógica de «ayúdanos porque ya
no sabemos qué hacer».
A menudo estas familias ya han buscado y encontrado
entre parientes y amigos, a los individuos más aptos para
proporcionar una asistencia que refuerza la estructura fa
miliar de siempre; pero en la mayoría de los casos, esos te
rapeutas improvisados abandonan precipitadamente el cam
po cuando la carga de las tensiones familiares se hace
gravosa. Es el momento en que se advierte la necesidad
de un genuino «profesional», uno que no abandone fácil
mente la lucha. Es decir, de alguien que por definición
se ocupe de curar al enfermo mental. Hete aquí, pues,
que la presencia del terapeuta permite a la familia des
viar, con un mecanismo análogo al empleado en el pa
ciente, la tensión que ella ya no puede contener en su
interior. De hecho, se pedirá al terapeuta que adminis
tre esa tensión de manera de no cuestionar los ordena
mientos precedentes, y todavía menos la definición de en
fermedad del paciente. Si el terapeuta se deja enredar en
la lógica familiar que discierne en el paciente la única
fuente de dificultades, él mismo se asemejará al enfermo:
será el portador de un malestar cuya correlación con los
problemas de los demás será de difícil averiguación.
Es así como designación del paciente y demanda de
terapia resultan ser dos momentos distintos en el tiempo,
pero análogos por su significado funcional; en efecto, en
uno como en el otro la familia trata de evitar la tensión
entre sus miembros eligiendo un portador oficial. En los
dos casos, el sistema familiar en su conjunto, justamente
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trictiva que hace la familia, sino que dondequiera que
preexista una inestabilidad, nuestro objetivo será acentuar
la; y en su ausencia, intentaremos sacarla a la luz. La fa
milia demanda estabilidad y nosotros le inducimos un
desequilibrio: una bomba en lugar de un remiendo.
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estas últimas nos permite apreciar las que podrían po
nernos en mayores dificultades, y «devolver» a la familia
mensajes que no la enfrenten a nosotros en esos planos,
sino que más bien calquen con fidelidad su estructura.
Las familias nos han enseñado la inutilidad de entrar
en competencia sobre «quién tiene más razón»; por eso
hemos elaborado una lógica de intervención que da la
razón a la familia en la incongruencia de sus mensajes,
de modo de constreñirla a soportar íntegramente su peso
(Andolfi y Menghi, 1977). En ese momento los propios
iniembros del grupo familiar sentirán menos amenazadora
y más liberadora una crisis real de sus relaciones recíprocas.
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Sobre la base de esta situación, el sistema familiar hace
sus demandas: «Ayúdennos a cambiar al paciente, sin in
terferir en las relaciones en que participa. Ayúdennos a
curarlo aunque sea imposible».
No hace mucho tiempo, la madre de un paciente esqui
zofrénico llamó por teléfono a nuestro Instituto para soli
citar terapia. Tanta fue la urgencia que supo comunicar,
que la secretaria que la atendió se sintió obligada a in
terrumpir la sesión de uno de nosotros para que la señora
pudiera hablar inmediatamente con un terapeuta. Le so
licitó una entrevista ya mismo, al tiempo que le comuni
caba que la situación se arrastraba sin cambios desde hacía
unos once años. Declaró además que había consultado
tantas clínicas y a tantos terapeutas que ya no tenía fe en
que su hijo curara. Agregó que esperaba que el doctor
no se pondría a indagar la relación de ella con sus hijos.
Dijo que se había hecho ya esa tentativa en Suiza, donde
no habían solucionado nada. Concluyó afirmando que
por lo menos en ese país se habían mostrado humanos,
mientras que en Italia todos habían dado muestras de un
cinismo increíble. Preguntada si el hijo había participado
en la decisión de emprender una nueva terapia, respondió
que nunca reaccionaba juiciosamente y que, si lo consul
taran, era probable que no consintiera y se podría haber
mostrado agresivo con ella.
No reparar en la incongruencia entre una demanda apa
rente de cambio y una demanda sustancial de inmutabi
lidad, entre una demanda de curación y una definición
más o menos explícita de incurabilidad, significa invaria
blemente caer en el juego homeostático que determina el
mantenimiento del paciente designado en la función de
enfermo. ¿De qué manera curaríamos al paciente si no
podemos modificar las reglas que sostienen su conducta?
Todas las veces que, ignorando las comunicaciones contra
dictorias que nos enviaron, aceptamos sin prevenciones un
papel terapéutico, la incurabilidad del paciente y la nor
malidad de la familia se convirtieron, tarde o temprano,
en un motivo de lucha entre dos bandos: por una parte,
el terapeuta empeñado en empujar al sistema a un cambio
más amplio, y por la otra la familia, empecinada en demos
trar su buena voluntad y el fracaso del terapeuta.
La tensión y la agresividad que estas situaciones suelen
generar en el terapeuta nos movieron a reparar en un he
cho asaz evidente: en el interior de las comunicaciones
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llamado telefónico es un ejemplo de lectura selectiva, co
mo la que decidimos hacer. En efecto, en ella se esco
gieron sólo los elementos que consideramos provocado
res; se dejaron de lado todos los demás, que el llamado
ofreció en abundancia. Y al mismo tiempo que el terapeu
ta los seleccionaba, los mensajes se utilizaron hasta con
vertirlos en la estructura vehiculizadora de la nueva in
teracción entre él y la madre.
Puesto que el carácter provocador de ciertas comunica
ciones familiares está expuesto a una valoración absoluta
mente subjetiva, entendimos que cada terapeuta podía res
ponder a la familia trabando con ella una relación perso
nal (Menghi, 1977). Como fruto de una relación entre
terapeuta y familia original e intensa desde todo punto de
vista, consideramos que nacería un nuevo esquema de co
municación, del cual el terapeuta, al tiempo que lo inte
graba como una de sus partes, tendría empero el control.
Resolvimos entonces que nuestra respuesta de contrapro
vocación utilizaría como punto de ataque del sistema jus
tamente al paciente designado: si la familia provocaba al
terapeuta y controlaba el sistema terapéutico por la vía
del paciente designado, también el terapeuta trataría, por
el mismo canal, de provocar a la familia y de controlar el
sistema terapéutico. En lugar de luchar contra la centrali-
dad, nos pareció que debíamos tratar de utilizarla. Pen
samos que un procedimiento eficaz para alcanzar el inte
rior de estos sistemas familiares podía consistir en mante
ner y acentuar la posición del chivo emisario, que sería
nuestra puerta de ingreso al sistema. Si este último lo había
comisionado para llevar todo el peso del fardo familiar y
lo había elegido mediador de toda interacción, lo mismo
haríamos nosotros, inmovilizándolo en su función. Así su
comportamiento, definido como involuntario, se volvería a
los ojos de la familia absolutamente voluntario. El que por
definición ocupaba una posición tan central a causa de su
incapacidad para desplegar una conducta adecuada y au
tónoma, debía ser enfrentado por el terapeuta en un
franco desafío que lo remacharía en su centralidad, a la
vez que la hacía aparecer enteramente intencional.
De este modo, la visión del problema y la relación tera-
peuta-familia experimentaban una radical redefinición en el
interior de una provocación tan intensa cuanto desequili-
bradora de todo el sistema familiar. La redefinición se in
tegraba en la provocación y era su resultado último.
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No sé como se hace el saludo piel roja; me parece a mí que
es así: ¡Huh jujú! (Emite un alarido de piel roja.)
Marcos: Pero, ¿quién se atreve a burlarse?
T.: ¡Ah!... ¿no hacen así?
Marcos (con voz gutural): ¡No hacer bromas!
T. (con ademán burlón): ¡Nooo! Pero si es una voz de
cowboy, no es la voz de un piel roja. (El padre y la ma
dre ríen.)
Marcos: ¡Sí que lo es! Esta es una voz de piel roja.
T.: En mi opinión no tienes gran competencia en la mate
ria. Debo decirte que durante doce años he visto filmes
de pieles rojas, y te aseguro que esa es la voz del viejo
del Oeste, y mal imitada, por añadidura.
Marcos: Pero yo...
T. (interrumpiéndolo): ¿Cómo te llamas? No te pregunto
por tu nombre artístico, sino por el otro.
Marcos: Nada de nombre artístico. Yo tengo dos nombres.
T.: Dime el primero.
Marcos (con tono enfático): Es el nombre del Santo Evan
gelista San Marcos.
T.: ¿Cuál es tu característica más importante... San
Marcos?
Marcos: ¡Ninguna característica!
T.: Oye, mi nombre es el de un santo mártir y virgen.
¿Tú qué eres?
Madre (a Marcos): ¡Qué bien recitas hoy!
T.: No señora, no me parece nada bien, es ridículo. (A
Marcos:) Sabes, a nuestro instituto viene mucha gente in
teresante, pero tú ni siquiera eres interesante, sólo eres
aburrido. Me habían dicho que eras imaginativo con los
apaches, tu mamá me había mencionado a los pieles rojas,
y en cambio te dedicas a los santos, a los temas clásicos.
Un aburrimiento mortal.
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tan caras a toda la familia. Además del carácter volunta
rio de su conducta, será preciso entonces atribuirle una
nueva función que lo señale como el controlador oficial de
la familia, como aquel sin cuyos afanes esta no se podría
manejar.
¿Pero de dónde proviene esta idea de atribuir al pacien
te designado esa función de regulador homeostático del
sistema familiar? Las propias familias nos la han indicado.
Nos han traído siempre la realidad de uno de sus miem
bros, que inmoviliza a los demás en torno de su propia
enfermedad. Pero la ambigüedad del mensaje familiar con
siste en justificar este resultado como fruto de la enfer
medad del paciente. Por eso mismo, nuestro objetivo prin
cipal consiste en redefinir su comportamiento como vo
luntario. Después será mucho más fácil traer a luz su
función dentro de la familia, puesto que es algo que ya
pertenece al patrimonio cognoscitivo de esta.
En síntesis, el terapeuta escinde en dos partes el men
saje de la familia: «El nos inmoviliza, pero no lo hace
adrede»; sólo admite la primera parte, y pone de relieve
su importancia. Si la función de «inmovilizar» se define
como necesaria e insustituible («Ningún otro en la casa
sabría desempeñarla tan bien»), el sistema quedará priva
do de su excusa para continuar un juego relacional que
necesita de un chivo emisario para mantenerse. «El pa
ciente designado es tan importante porque de manera
voluntaria y lógica lleva a cabo acciones útiles para el fun
cionamiento familiar.» No es, desde luego, una frase má
gica que podamos propinar al final de la sesión, sino que
representa el resultado último del trabajo realizado por el
terapeuta ya durante la primera entrevista. Esta inter
vención por un lado repropone provocadoramente al pa
ciente en su papel de centinela oficial del sistema y, por
el otro, subvierte implícitamente sus características.
Por medio de un esquema enteramente arbitrario, el te
rapeuta atribuye con exclusividad al paciente designado
la tarea de poner a la familia a salvo de variaciones in-
deseadas. Con la caricatura y el refuerzo de su función,
obtiene las informaciones sobre la organización familiar
que son necesarias para llevar la intervención más a fondo.
Observando la modalidad con que el sistema trasmite su
propia problemática, sea de manera espontánea o durante
la provocación del paciente designado, el terapeuta puede
vislumbrar la trama de interacción de la familia y formu
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Marcos (interrumpiéndolo): ¡Oh, depende de...
T.: Disculpe, pero querría una respuesta de él. (Señala
a Marcos.)
Marcos: Depende de ellos... si me irritan.
T.: Es decir que si te cansan demasiado, respondes...
a lo piel roja.
Marcos: Bueno... no justamente...
T.: Entonces, si haces el papel de Toro Sentado es porque
ellos, en tu opinión, hacen algo que todavía no sabemos.
Marcos: Ellos dicen... entre ellos dicen muchas cosas...
Madre (interrumpe al hijo y se dirige con afabilidad al
marido): Siempre ha sido un poco raro Marcos, ¿no crees?
Se parece a tu mamá...
T. (a Marcos): Pero tú, ¿te haces más el piel roja cuando
crees que tu mamá ya no soporta a tu padre, o cuando ella
se pone la máscara de la resignación?
Padre: Mi mujer considera que yo debería ser más enér
gico con Marcos.
T.: Por la manera en que se agita Toro Sentado, como
mínimo está pensando que su esposa lo considera un fra
casado... ¡qué más enérgico!
Padre: Nunca me ha tenido en mucho.
Marcos (se pone a gritar): Esta es seriedad, querido mío,
querido mío. No saben... son superficiales, son ateos.
El gobierno italiano... los comunistas...
T. (a Marcos): Linda tarea la que haces. Pero, ¿cómo se
te ha ocurrido que a tu padre no le basta la máscara del
fracasado deprimido y a tu madre la de resignada sonrien
te. ¿Desde cuándo empezaste a creer que si no haces tus
tristes caricaturas, ellos se destruirían?
Madre: Efectivamente, Marcos siempre fue muy apren
sivo. Cuando pequeño tenía la idea fija de que yo me
pudiera ir...
T. (a Marcos): ¡Ah! Fue entonces cuando empezaste a
pensar que eras esencial para la familia. Quizá no tuviste
toda la culpa... Si estás tan convencido, tendrás tus bue
nos motivos. No creo que te convenga cambiar de idea
y descansar, ni siquiera un momento.
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T. (indicando con la mano, sin volverse, a la paciente que
tiene a sus espaldas): ¿Cómo se llama?
Madre: Donatella.
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T. (al hermano): Vea, ha logrado que su madre, que tiene
58 años, se sienta como si tuviera 88... Su madre habla
como si tuviese un pie en la fosa.
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se tiende a considerar a las personas como víctimas de
poderes incontrolables.
Sigamos con la sesión de Donatella.
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Por su alianza con la mitad negativa de la ambivalencia
que las personas nutren hacia sus propias funciones, el
terapeuta la lleva hasta sus extremas consecuencias, mo
viendo a cada uno de los miembros a adentrarse de una
vez por todas en las limitaciones y los sufrimientos que
esas funciones traen aparejados. Sólo así se vuelve posible
optar por el cambio. Esta decisión, como por otra parte la
de no cambiar, es de índole emotiva, una suerte de reac
ción instintiva insoslayable en ese momento. La claridad
y la conciencia acerca de la razón por la cual se elige una
conducta y no otra llegan después, si es que llegan.
La provocación es un instrumento extraordinariamente
poderoso para crear estas condiciones emotivas porque
promueve la tensión en el interior de la familia. Posterior
mente es tarea del terapeuta ligar esta emotividad con algo
distinto de aquello a lo que antes adhería. Con anteriori
dad, cada uno de los miembros de la familia se sentía
constreñido a representar únicamente las funciones que
condecían con las funciones de los demás, y ese constre
ñimiento se mantenía por el miedo a tener que separarse.
Ahora el terapeuta crea una intensidad emotiva todavía
más fuerte, justamente porque la liga con el sufrimiento y
la carga que esas funciones determinan en el que las in
terpreta. Los actores de este recitado con libreto fijo son
provocados en el mismo terreno de sus caricaturas más es
tereotipadas; por eso se ven en la imposibilidad de culti
var la ilusión de que podrán desenvolverse dentro de las
funciones que se les han ido atribuyendo con el paso del
tiempo. Cada uno de los miembros de la familia debe en
tonces definirse con respecto a su propia ambigüedad, y
elegir. Ante todo, el paciente designado deberá hacerlo
entre dos caminos: mantenerse coherente hasta el final con
el papel de paciente, que sólo se puede diferenciar de los
demás por su enfermedad, o propender a su propia di
ferenciación, posible por la expresión de instancias inde
pendientes de las funciones que tiene asignadas.
Daremos un ejemplo en que la función del paciente de
signado, unida a la de los demás familiares, se convirtió
en el instrumento emotivamente más idóneo para moverlos
a definirse. Alberto, heroinómano de 20 años, permanecía
sentado en silencio entre sus padres, con una expresión de
culpa y de vergüenza. Con su actitud impedía que el pa
dre, la madre y la hermana mayor desplazaran a otra parte
su eje de atención: parecían paralizados por su presencia.
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nes de las personas y las mueve a identificarse con estas,
los miembros de la familia ya no pueden seguir confun
diendo la conducta con el individuo que la manifiesta. En
esa situación, ellos mismos reivindicarán una autonomía y
una dignidad que hasta ese momento habían sofocado.
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sonas con tres definiciones arbitrarias de las funciones de
cada una.
Bien sabemos que la elección de las definiciones depen
de de la específica personalidad del terapeuta, pero justa
mente esta abre la posibilidad de asociarse con la familia,
participando en el proceso terapéutico. En efecto, el tera
peuta participa sobre la base de los elementos que ha re
cogido de cada uno de los miembros de la familia, de las
emociones que estos le suscitan y de la intensidad de su
contacto personal con todo ello. Si después consigue con
jugar los datos recogidos de otra manera que la familia,
pero con no menor credibilidad e intensidad emotiva, te
rapeuta y familia participarán juntos en la construcción
de un sistema nuevo.
Muchas veces hemos oído decir que cierta intervención
es sistèmica y otra no; más aún, que una es «más sistèmi
ca» que la otra, en una lógica en que el juicio sobre «lo
sistèmico» parece derivar más del grado de asepsia del
terapeuta hacia los componentes de la familia, que de la
obediencia a un modelo circular. El presupuesto de ciertas
afirmaciones parece consistir en que mientras más distante
se mantenga el terapeuta de las emociones que experimenta
en la sesión, menor riesgo correrá de enredarse en una ló
gica lineal. Tememos, por nuestra parte, que esa actitud
no provenga del deseo de ser coherente con un modelo sis
tèmico, sino del miedo de no conseguirlo. En efecto, puede
suceder que esas reflexiones deriven de una escisión entre
un «pensar sistèmico» y un «sentir lineal», en verdad poco
compatibles.
Sólo si consideramos al individuo como un proceso emer
gente que siempre tiene la posibilidad de manifestarse de
maneras diversas, podremos utilizar con libertad nuestras
emociones frente a la conducta de alguien; y esto, con
arreglo al criterio de provocar la manifestación y no el ob
jeto (Dell, 1980). Pero si, por desdicha, aun declarándonos
sistémicos, confundimos las manifestaciones con los objetos,
recalaremos en la convicción de que las manifestaciones de
un individuo son inherentes sólo al individuo mismo; en
tonces intentaremos hacerlo cambiar, en lugar de modificar
las funciones que desempeña o lo que dice o hace; de este
modo quedaremos definitivamente bloqueados en un siste
ma de referencia digital en que el objeto ha cambiado, o
no lo ha hecho. Pero si realmente sentimos la enorme dife
rencia entre decir que cierto individuo es tonto y decir que
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y apoyar a los individuos, evitando cuidadosamente hacer
lo contrario (Menghi, 1977).
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¿Participar o apartarse?
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Zen en que el discípulo, en el primer grado de su apren
dizaje, recibía del maestro una tarea imposible: «Si man
tienes la cabeza baja te azotaré; si la alzas te azotaré».
Así como negar toda solución posible opera la metamor
fosis del discípulo, de igual modo la negación estratégica
mueve a la familia a desafiar la posición homeostática
adoptada por el terapeuta. En el afán de demostrarle
que es capaz de evolucionar en una perspectiva menos
pesimista, puede llegar a cuestionar y reestructurar defini
ciones y reglas que mantenían el statu quo.
La formación de la relación terapéutica, la mejoría del
paciente designado, la modificación de la trama funcional
intrafamiliar, el final de la terapia o el requerimiento de
una intervención nueva tras una interrupción, he ahí otras
tantas etapas de un proceso en que la negación puede obrar
a modo de estímulo para reconsiderar lo que se ha con
seguido, como punto de partida para una indagación ul
terior. Si esta intervención ha de resultar eficaz, es in
dispensable que se vehiculice en una relación intensa en
tre terapeuta y familia. Esta relación debe entonces servir
de marco esencial a la negación estratégica (Napier y Whi-
taker, 1981), que desprendida del lazo terapéutico puede
resultar una mera acción mecánica y hasta nociva si la
familia entiende que el terapeuta es indiferente a sus pro
blemas o incapaz de comprenderlos.
Para un terapeuta que haya decidido contemplar desde
adentro los problemas de la familia, entrar en los espacios
familiares y distanciarse de ellos son momentos inevitables
e inescindibles. Negar la terapia o el objetivo que se aca
ba de alcanzar son medios que permiten al terapeuta se
pararse de cuanto él mismo ha activado, dejando en manos
de la familia un trabajo que ya no estará mediado directa
mente por su presencia. Así como en la provocación parti
cipó para construir la relación con el paciente, igualmente
ahora parece separarse de cuanto ocurre, pero en realidad
no hace más que modificar su modalidad de participación;
de hecho hace ver que comprende las dificultades de la
familia, pero se niega como agente de cambio, con lo que
desafía a aquella a retomar la administración de sus pro
pios problemas. Así se determina una inversión de la ten
dencia: de protagonista que era, el terapeuta se convierte
en espectador de las iniciativas de la familia.
La alternancia de momentos de participación, en que el
terapeuta entra en el espacio emotivo de la familia (pro
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ferenciación en el ámbito del sistema terapéutico, hasta
que se llega a la separación final, es decir, a la escisión
del sistema terapéutico.
De lo contrario, la familia podría negar de antemano
la eficacia de las sesiones o el valor de los objetivos al
canzados (p. ej., la mejoría de los síntomas), y delegar
por completo en el terapeuta la responsabilidad del cam
bio; de esta manera se presentaría de nuevo como objeto
pasivo en manos de alguien que mientras más se afana en
el sentido del cambio, más contrariado es por un grupo
que se cohesiona para demostrar su propia impotencia.
Se llegaría a una suerte de tironeo de una misma soga con
el terapeuta, en que la inmovilidad obedecería a la posi
ción igual y contraria de los dos contendientes. Si aquel,
haciendo suya la lógica paradójica de la familia, suelta im
previstamente la presa, la familia se encontrará desequi
librada y movida a adoptar las posiciones de participación
activa que un momento antes pretendía delegarle. La ne
gación estratégica tiene justamente el significado de hacer
que el terapeuta «afloje la cuerda», anticipándose así a los
movimientos que la familia se preparaba a hacer.
La negación de la terapia
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to a hacer todo lo posible para obtener lo imposible, y
por eso mismo redefine las expectativas de todos.
Ilustrémoslo con un ejemplo. La familia Giovine (pa
dre, madre y dos hijos) demandó terapia porque los pa
dres, médicos los dos, estaban preocupados por su hijo
de 21 años, que había interrumpido los estudios y no
trabajaba. Habían andado mucho tiempo en busca del
«mago», pero enseguida descalificaban y rechazaban en
bloque cuantas experiencias terapéuticas habían empren
dido. Todos afirmaban que el único lunar que turbaba
su paz idílica era la actitud de Ferdinando. Negaban la
existencia de cualquier conflicto en la familia o expresa
ban este convencimiento de modo eufemístico con gran
despliegue de modales educados y recíproca condescen
dencia. El acuerdo para acudir a la terapia parecía el
máximo de los esfuerzos de que era capaz la familia, guia
da por la madre, jefe indiscutido de la situación. El diá
logo se entabló después que la madre había hablado con
tono competente acerca de la depresión del hijo, sus so-
inatizaciones y su hipocondría.
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peuta a entrar en colusión con la regla de «fingir educa
damente el intento de modificar la situación», puso a la
familia en una encrucijada: ayudar de verdad al terapeu
ta o interrumpir las sesiones.
La negación de la mejoría
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cíente en su función de vínculo entre los padres y de con
tinuidad histórica respecto de la familia paterna. Los
elementos de muerte que su sintomatología simbolizaba
eran, en efecto, un modo de expresar tanto la grave en
fermedad del padre, que todos conocían, pero de la que
no se podía hablar, como la arterioesclerosis de la abuela,
punto de apoyo primario de ese sistema. Y todo había
coincidido con un reacercamiento de la madre al padre
y a la familia de él. Así, se estaban constituyendo fron
teras nuevas entre familia nuclear y familia extensa, y en
tre la pareja parental y Elsa. Las sesiones habían produ
cido una mejoría sustancial en los síntomas de la mu
chacha, así como en las relaciones familiares y de pare
ja. En este punto, el terapeuta decidió negar la mejoría
y, para conferir más peso al aspecto paradójico de esa ne
gación, la escenificó en el ámbito de una sesión de al
muerzo. Toda la familia sintió curiosidad y participó
activamente en la preparación de esa comida especial.
Elsa se puso a ostentar su hambre como si pretendiera
comunicar que todo su problema era cosa del pasado. La
observación de esa actitud movió al terapeuta a intervenir
enseguida:
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Madre: Tú me consideras obligada, pero a mí me fastidia
esa obligación.
Padre: Si Elsa se queda sola en casa, mi mujer a las 22.20
empieza a decirme «debemos volver»; eso me causa pe
sadumbre, y entonces prefiero salir solo.
T. (a Elsa): ¿Comprendes ahora por qué es una tontería
que hagas intentos para sanar, aunque sean tan míseros
como estos? ¿Comprendes por qué debes seguir siendo
estúpida y pensar sólo en cuántos gramos incorporas o
cuánto vomitas? Nadie en esta casa está en condiciones
de prescindir de ti.
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□
9 Paciente designad«
O Miembro de la familia.
□u Terapeuta
de las interacciones dentro del sistema, según sus fases.
La familia que en la fase A se organizó en torno del pa
ciente designado, en la fase B se reorganiza en torno
del terapeuta. Si no es capaz de alcanzar la fase C, que
supone la separación de este último, tratará de estabili
zarse en el punto B. En ese caso la terminación del pro
ceso terapéutico debe ser promovida por el terapeuta por
medio de la ruptura de la organización anterior (fase B).
Frente al deseo de la familia de proseguir con las sesio
nes, que a menudo se expresa en la afirmación «todavía
quedan cosas por resolver; si no permanece con nosotros,
el paciente puede sufrir recaídas», el terapeuta tiene la
posibilidad de mantener la coherencia y continuidad de
la relación por la negación misma de su función terapéu
tica. Entonces podrá responder: «Sí, los veré dentro de
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dos meses, pero únicamente si son capaces de salir ade
lante solos y si el paciente está bien»; en la sesión que
siga, la enfermedad dejará de ser el canal privilegiado por
el cual la familia mantiene relación con el terapeuta.
Consideremos el caso de una familia cuya terapia, al
cabo de unos cuatro meses, parecía encaminada hacia una
conclusión satisfactoria. Reconsiderada la situación y eva
luados los resultados, el terapeuta pidió a la familia que
volviera pasados tres meses; el intervalo se debía utilizar
para consolidar las posiciones alcanzadas y resolver algu
nas dificultades señaladas por la propia familia en las úl
timas reuniones. Pero esa sesión sólo se realizaría si cada
uno de los miembros juzgaba positivo el empeño demos
trado por los demás para el logro de lo acordado entre
todos. En caso contrario, se pospondría. De esta manera,
se solicitaba a la familia que volviera a presentarse ante
el terapeuta sólo para comunicarle que de hecho ya no
tenía necesidad de él. Trascribiremos algunos pasajes de
esa reunión final.
100
La propia familia, como a menudo sucede, pareció su
gerir el rumbo por medio del paciente designado. Acordar
una nueva reunión para después de algunos meses le per
mitía sentir que el sistema terapéutico seguía vivo, con
la diferencia de que ahora el «terapeuta» era algo de lo
que el sistema familiar se había apropiado; así, poco a poco
desaparecía la necesidad de buscarlo fuera.
Si el terapeuta tiene el convencimiento de que la familia
alcanzó una organización nueva que le permite adminis
trar sus problemas de manera autónoma, ni siquiera una
recaída será motivo suficiente para reiniciar las sesiones.
En efecto, nos parece desaconsejable que el terapeuta
muerda el señuelo de sentirse tan necesario para un grupo
familiar de cuya evolución constituye un momento impor
tante por el hecho mismo de ser temporario. En estos
casos nos parece conveniente negar la reanudación de la
terapia definiendo la recaída como un intento de la familia
de volver a confiarle un rol ya superado.
El caso que a continuación expondremos ilustra la ne
gación de la recaída, procedimiento por el cual el tera
peuta procura reforzar los resultados ya alcanzados movien
do a la familia hacia la escisión definitiva del sistema te
rapéutico.
Esta familia había realizado una terapia familiar durante
unos dos años y medio a causa de la sintomatología esqui
zofrénica que presentaba María, la segunda de tres hijos.
En el momento de la primera intervención, la situación
parecía desesperada: la madre y los tres hijos, desde la ma
yor, Giovanna, de 32 años, hasta Franco, el menor, de 18,
dependían totalmente de los padres, y su vida emotiva y
de relación era confusa y se encerraba entre las cuatro
paredes de la casa. En la primera fase de la terapia, María,
en una suerte de pulseada con los terapeutas, había hecho
una fuerte regresión y pasado dos largos meses en cama;
en ese período debían darle de comer en la boca, era enco-
prética y enurética. Este estadio dejó paso, poco a poco,
a una serie de progresos, hasta que se produjo un genuino
cambio en la vida familiar. Los padres, que empezaron a
percibir su pensión jubilatoria, mantenían una relación más
serena y de tiempo en tiempo se permitían salir de va
caciones. Los tres hijos habían enfrentado, cada uno per
sonalmente, problemas de inserción social y laboral, y ha
bían tomado decisiones importantes: Giovanna, la mayor,
comenzó a dictar clases en una comarca lejos de Roma,
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T. (a Giovanna): Pero, ¿cuándo sucederá que en esta fa
milia alguien se interese por ti?
Giovanna: No sé. Es posible que no haya hecho nada para
llamar la atención.
T.: ¿Cuántos siglos crees que pasarán hasta que lo hagan?
Madre: Yo la ayudé cuando estuvo mal, por eso mismo
quedé mal yo después de la muerte de Antonio.
T.: Bla, bla, bla. Una persona no se siente mal por estar
cerca de la hermana o de su novio que muere. Estos mo
tivos son sanos y normales. (A Giovanna.) Siempre en
esta familia hay alguien que pasa por una situación más
difícil que la tuya, ¿te has dado cuenta? ¿Por qué no
pruebas de cambiar de lugar para ver cómo estás tú en
esa silla una vez al menos? ¿O tú (a María) tienes siem
pre necesidad de hacer el papel de tonta?
María: No, por cierto, es mejor que ella haga el papel de
tonta. Y por otra parte yo no soy tonta, sólo estoy deses
perada.
T.: Me gustaría saber si Giovanna no ha estado más deses
perada una vez.
María: Ella dice que no. La reina de estar mal soy siem
pre yo. No es culpa mía. No sé por qué Giovanna quiso
venir aquí; no sé si estaba preocupada por ella o por mí.
T.: Es el gran enigma; ¿qué crees tú?
María: Creo que está preocupada por ella misma y de
buena gana le cedo esta silla. (A Giovanna.) Te cedo esta
silla si la quieres, porque ya estoy harta de este papel de
primera actriz. ¿Quieres sentarte aquí?
Giovanna: No lo sé. En mi opinión, cuando una persona
ha pasado los treinta años, como es mi caso, no debe ocu
par el centro de la atención en medio de la familia.
María: Entonces, ¿qué querías hacer aquí?
Giovanna: Sobre todo quería venir porque se habla de
ciertas cosas que de otra manera nunca se enfrentan. Por
lo menos nos miramos a la cara. Pero yo no quiero esa
silla, me resulta incómoda porque quiero resolver de otro
modo mis dificultades. No veo por qué hay que ser siem
pre una actriz en medio de la familia.
Franco (es el hermano): Lo ves, Giovanna, siempre hay
alguien más dispuesto que tú a ocupar ese lugar.
Giovanna: Eso forma parte de la vida.
T.: ¡Justamente porque forma parte de la vida! En la vida
las emociones de las personas tienen una importancia muy
diversa; aquí, si María hace el teatro napolitano (eleva la
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5. Metáfora y objeto metafórico
en la terapia
El lenguaje metafórico
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En la metáfora, pues, tanto si es expresada por los pa
cientes en sus síntomas como si es el terapeuta quien los
enfrenta a ella, observamos operar mecanismos análo
gos a los que se activan en cada uno de nosotros cuando
se infringen las reglas que mantienen la coherencia de los
mensajes enviados por el interlocutor. En efecto, si a) yo
b) digo algo c) a alguien d) en una situación específica,
puedo evitar definir la relación negando uno de estos ele
mentos, o los cuatro. Puedo: a) negar que personalmente
comuniqué algo; b) negar que algo haya sido comunicado;
c) negar que haya sido comunicado al otro, y d) negar el
contexto en que se lo ha comunicado (Haley, 1974). Esto
no sólo es válido para el lenguaje verbal, sino para el no
verbal, en que cada elemento puede ser respetado en un
nivel y negado en otro.
En el caso del paciente sintomático, es manifiesto que
formalmente no envía mensaje alguno, puesto que su con
ducta no es voluntaria y, en consecuencia, «no es él»
quien comunica algo; no se establece una comunicación
estructurada de manera explícita y, por lo tanto, no se la
puede reconocer formalmente como tal; menos aún cuando
no está dirigida manifiestamente a la persona con quien
interactúa el paciente. Por otra parte, cuando el terapeuta
emplea la metáfora para responder al paciente, utiliza ese
mismo tipo de procedimiento, y la negación puede recaer
sobre uno o más aspectos formales de la comunicación.
La metáfora es trasmitida del mismo modo en que el pa
ciente manifiesta el síntoma; en virtud de su contexto y
de su forma, se afirman y niegan al mismo tiempo el con
tenido del mensaje o su destinatario (Bateson, 1976).
La metáfora literaria
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logras llorar quiere decir que... es menos seguro que
tendrás el fin de Don Quijote.
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La metáfora contextual
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el sillón.) Esta reunión será útil únicamente si ustedes,
o alguno de ustedes, logra salir del maleficio... ¿O todos
han renunciado ya... ?
Primer marido (con aire sorprendido): No entiendo.
T.: ¿Hay esperanza para ustedes? ¿Para quién hay más,
para quién menos?
Giulia (de 27 años, primogénita del primer matrimonio,
con tono fúnebre): Creo que cada uno de nosotros trata de
hacerse un camino para vivir bien.
T.: Sí, tú hablas de lo que uno busca, pero yo me refería
a lo que uno tiene. ¡No es lo misino!
Giulia; Creo que cada uno de nosotros vive... buscando.
T.: ¿Usted, por ejemplo, se ha librado del maleficio?
Giulia: ¿Qué entiende usted por maleficio? Este... este
malestar a causa de ciertos hechos de carácter familiar...
No, no me he librado; seguramente que no.
T.: ¿Es usted la que está más adentro?
Giulia: Sin duda que estoy muy mal. Hay cosas que pue
den ocurrir ahora pero que pueden traer consecuencias
después. Ella, la más pequeña, por ejemplo. (Mira a Sa
bina, la hernuinita de once años.)
T.: ¿Eso es como si pudiera producir daños a distancia?
Giulia: No lo sé, quizá los haya producido ya, pero los pue
de haber peores más adelante. Además de todo, siento
también la responsabilidad por ella. En cierto sentido es
una niña.
T.: ¿Que usted le haga de mamá a Sabina, forma parte
del maleficio?
Giulia: No es que le haga de mamá... a veces me preocu
po por todo lo que le sucede, además de lo que me toca.
T.: ¿Tiene hijos usted?
Giulia: No, no tengo. . . Creo que no quiero tenerlos por
que no estoy en condiciones... no tendría serenidad de
ánimo, no podría dar nada de bueno a mis hijos, creo.
T.: Quiere decir que el maleficio le ha llegado hasta el
útero. (Se dirige acto seguido a Grazia, la primogénita del
segundo matrimonio.) ¿Y tú cómo estás? ¿Tienes más es
peranzas de escapar del maleficio?
Grazia: Más o menos como ella. (Mira a Giulia.)
T.: Es decir que tampoco tú tendrás hijos.
Grazia: Más o menos como ella. (Mira a Giulia.)
T.: ¿Cuánto tiempo hace que actúa en ti el maleficio?
Grazia (con una mezcla de ira y resignación): Bueno, creo
que desde siempre o casi... ¡bah!, no lo sé con precisión.
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T. (en el momento de entrar): Ahora quiero jugar con us
tedes. Dejemos las sillas y sentémonos en el suelo. (Todos
lo hacen, riendo.) El juego será así: los grandes cuentan
un cuento a los niños... empiezo yo.
Madre: ¿Y quién sigue?
T.: Decidan ustedes... Había una vez un niño que no
sabía bien si papá tenía el hace-pipí o si lo tenía ma
má... ¿Quién sigue, mamá o papá?
Madre: Marco, debes escuchar.
Padre (a Marco): Entonces... Este niño que no sabía si
papá tenía el hace-pipí o la hace-pipí, ¿cómo se las arre
gla para saber lo que tiene papá? Se dice: «Si lo voy a
mirar cuando se desviste, lo averiguo. Pero si lo quiero
saber sin verlo desvestido, ¿qué hago?».
T.: ¿Continúa mamá?
Marco: Continúo yo. Ya lo sé: ¡es el hace-pipí!
Madre: ¿Quién lo tiene?
Marco: ¡Lo tiene papá, lo tiene papá!
Madre: Entonces este niño, en la duda, se pone los vesti
dos de mamá y la ropa de papá, pero la ropa de papá
se la pone debajo, y encima el vestido de mamá.
Marco: ¡No!
T.: Y tanto se empeña en ponerse los vestidos de mamá
encima y la ropa de papá debajo que consigue confundir
las ideas de todos; justamente porque sabe que si quiere
que todos se queden tranquilos, es mucho mejor usar la
pollera sola o los pantalones solos.
Padre: No lo sé, pero como usa la pollerita y los panta
lones, hace papel de hombre cuando le conviene, y papel
de mujer cuando le resulta cómodo, ¿o no?
T.: Eso es, sí.
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del dormitorio si es que está cerrado con llave; las llaves
del necessaire...
Madre: Eso es; varios tipos de llave...
T. (continuando): Puede dar o no dar las llaves a los de
más... ¿Ha entendido ahora lo que le pido?
Madre: Qué papeles tengo, en suma...
T.: Eso es, qué cosas abre usted y qué cosas cierra...
Madre: Las llaves las administro yo. (Se ríe.)
T.: ¿Cuáles?
Madre: Las llaves de casa.
T.: Sí, pero yo no conozco la casa. Podría tener veinte
habitaciones o sólo dos... yo no sé. También, algunas
llaves podrían ser más importantes que otras...
Madre: Déme un punto de apoyo, porque no... (Risas.)
Padre: La llave es figurativa.
T.: Usted quiere un punto de apoyo... ¿No tiene un
manojo de llaves en su bolso?
Madre: Sí... (Hurga en el bolso, y extrae un mazo de
llaves.)
T.: ¿Por qué no toma estas llaves y las distribuye...?
Vaya dando algunas llaves a los demás, y diga qué habi
taciones abren. Conserve las llaves que esté segura de
poseer, y dé a los demás las restantes. Al que no tenga
nada, no le dé nada.
Madre (empieza a desprender las llaves y a distribuirlas,
haciendo comentarios en voz alta): La llave de la cocina
la guardo para mí, sin discusión, porque a esta no me la
quita nadie... (Risas.) La llave de la sala por mitades,
porque una mitad es propiedad de mi hijo (el hijo mayor),
que no permite que se entre en cierto lugar de la habi
tación. ..
T.: Muy bien. Entonces dé media sala a Gianni.
Madre (continúa): A este señor (señala al paciente) le doy
la llave de mi dormitorio porque es su amo y propie
tario... A mi marido no sabría qué darle, porque...
Padre: Soy un desterrado... (Sonrisa intencionada.)
Madre: ¡Ah! Bueno, sí, él tiene su escritorio, un escritorio
donde hay mucho desorden y donde yo no puedo meter
los pies porque se me ponen los pelos de punta...
T.: ¿A quién no le conviene la llave que tiene, y querría
otra?
Padre: Yo ¡ejém!, la llave que ya no tengo, esa querría...
T.: ¿Qué llave querría?
Padre: La del dormitorio.
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mo tiempo se pone de relieve un sólido punto de refe
rencia sobre el cual se puede volver al cabo de cada
paréntesis de interacción.
Más que en la metáfora, en el objeto metafórico se evi
dencia la coexistencia de varios niveles de comunicación:
el predominio de informaciones en los planos visual y tác
til hace que se acentúe la contraposición entre el signifi
cado literal y material, y el simbólico del medio utilizado,
lo que produce confusión en el destinatario del mensaje,
que ya no sabe con exactitud a cuál de los dos niveles se
tiene que referir. Y como al mismo tiempo se le da tam
bién la posibilidad de hablar sobre aspectos significativos
de sus relaciones, se siente tan animado a enfrentarlas
como dueño de calibrar su intensidad. Esto es evidente
en particular cuando se utilizan como objetos muñecos,
cuya función de pantalla de proyección hemos mencionado
muchas veces. Por eso es importante que la elección del
medio representativo admita una referencia al mismo tiem
po muy precisa y muy vaga: un objeto será tanto más
eficaz cuanto más evoque algunos detalles de la situación,
de la relación o del personaje que está destinado a repre
sentar; y por otra parte, cuanto más apto sea para propo-
poner un contexto genérico y ambiguo. Esto aumentará
el grado de tensión y de confusión del interlocutor, que
es el presupuesto indispensable para la búsqueda de sig
nificados y de comportamientos diferentes.
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T.: Muy bien; tómela entonces. (La madre toma la pe
lota y la mira, perpleja.) Quizá debiera usar un poquito
esta pelota. Si la usa, puede que se le ocurra con más
facilidad. ¿Por qué no se la arroja a su marido o a su
hija? Verá que le acude alguna idea... Hay tanto espa
cio aquí, hagan lo que les parezca. (Los miembros de la
familia empiezan a jugar entre ellos arrojándose la pelota,
que casi siempre se desvía de su trayectoria.)
Carla (al cabo, dirigiéndose al terapeuta): ¿Será porque,
al contrario de las otras pelotas, esta pelota se mueve un
poco como ella quiere y no como uno lo espera?
T.: No me debes convencer a mí; trata de hablar contus
padres.
Carla: Yo no lo sé; le pregunto a usted si es verdad. . .
T.\ Yo te he pedido respuestas, no te pedí que me hagas
preguntas.
Madre: Lo único que puedo decir es que esta es una pe
lota fuera de lo común, una pelota diferente de lasdemás,
que tiene reacciones diferentes de las demás... Enton
ces, esa es una semejanza con Carla y su conducta .. .
Quizá, muchas veces ha reaccionado frente a los proble
mas, a las cosas... de manera diferente de lo que se suele
reaccionar.
Carla (al terapeuta): ¿Esta pelota tiene algo adentro que
la hace moverse así?
Padre: Prueba, oye. (La hija obedece, dando golpecitos
en la pelota.)
Carla: ¿Es otra pelota? ¿Y también yo tengo adentro algo
que me hace mover de manera tan extraña?
Padre: ¿En qué sentido?
Carla: No lo sé, la pelota... es ella la que dirige el jue
go; por mi parte, a veces creo ser grande y poder jugar
sola, a veces me engaño.
Padre: Si aceptamos esta versión, sería como decir que
nosotros nos engañamos con ella y es ella la que juega
con nosotros .. .
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T.: ¿Nunca le da nada de comer al papá?
Padre: ¿Sabe usted?, conmigo esas cosas no caminan; yo
no come, yo no soy tragón. El puede hacer lo que quiera,
yo sigo siendo así.
T. (a Paolo): ¿Nunca se te ocurre dar a otro la última
cosa que te queda para comer? (Paolo tiene en la mano
una banana; ante la pregunta, ofrece la banana a la madre.)
Madre (con expresión de ligero fastidio): No, a mí se me
pasa totalmente el hambre; en suma, no puedo...
Padre (al hijo, señalando la banana): Llévatela a casa, llé
vatela a casa.
T.: Entonces el problema que los trajo aquí es que los
adultos no quieren el alimento de los niños...
Madre: El problema es otro; estamos aquí porque nues
tros niños son tragones, y cuando paseamos por la calle
la gente se ríe viéndolos tan gruesos...
T.: Es claro; si los padres no comen nada, ¿cómo podrían
disminuir de peso los hijos, en vista de que ellos se lo
comen todo? (Al padre:) ¿Papá no puede comer ni si
quiera un trozo de banana?
Padre: ¿Debo comer ahora la banana?
T.: Sí.
Madre: ¿Hemos venido aquí para tomar la merienda? (Se
ríe.)
T.: Me gustaría saber qué les sucede a los hijitos si papá
se come un trozo de banana. ¿Les preocupa que papá se
ahogue, si come la banana?
Madre (sonríe): Me parece que usted nos pone en ri
dículo ...
T.: Bueno, todos nosotros tenemos una parte ridicula, y
puede ser entonces que usted tenga razón. Pero lo que a
mí me parece ridículo es que en esta familia sólo los hijos
coman, y los adultos no.
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ciones y sentimientos reales, etc. En fin, construimos con
nuestro interlocutor un juego en que poco a poco se deli
nean articulaciones precisas que forman los puntos de re
ferencia en torno de los cuales nos podemos mover en las
ulteriores exploraciones. Es un modo de percatarnos del
valor relativo de las cosas y de la realidad, y que en defi
nitiva nos permite «reírnos» también de lo que es «serio»
o... «debería serlo». Si conseguimos hacer humorismo
sobre nosotros mismos, nos redimensionaremos y podre
mos observarnos, lo que lleva a la aceptación de nues
tras inevitables contradicciones y es la premisa para su
superación.
Es fácil advertir, en las situaciones de que hemos infor
mado, que las extravagancias que contenían y el humoris
mo que de ellas brotaban pudieron convertirse en instru
mento de conocimiento. Si la realidad, y el sentimiento
de lo trágico que en ocasiones lleva adherida, se puede
trasformar en juego, quizá sea posible desatar el lazo de
las funciones estereotipadas de los diversos miembros del
sistema, y liberar potencialidades creadoras.
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seguido por fantasías sexuales y de muerte; se masturbaba
de manera ostensible, excitándose con ropas íntimas de la
madre; había expresado el deseo de mantener relaciones
sexuales con ella. Su designación era de antigua data y
estaba documentada por un gravoso currículo, que com
prendía diversos tipos de psicoterapia (desde la interven
ción farmacológica hasta la psicoanalítica), realizados por
conspicuos profesionales. No alcanzaron esos intentos pa
ra evitar varias internaciones en una clínica psiquiátrica.
La vida familiar hacía tiempo que estaba dominada por la
enfermedad de Giuseppe, que de continuo reclamaba
la atención de la madre y las intervenciones moralistas
del padre.
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en mis puterías, me puedo arreglar solo perfectamente
bien.
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peuta tiene firmemente la iniciativa en sus manos, e invita
al paciente a un enfrentamiento directo.]
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Giuseppe: Veintiocho.
T.: De veintiocho años. Si tuvieses diez años, yo podría
aceptar que permanecieras aquí en silencio, con cara de
bronca, mientras tus padres hablan acerca de ti; pero co
mo tienes veintiocho, no puedo aceptarlo. En consecuen
cia, o nos vemos obligados a interrumpir o es preciso que
hablemos del motivo por el cual estás con bronca.
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Giuseppe: Mi estado emotivo depende ...
T.: Quizá te lo debo explicar mejor: una persona puede
estar deprimida, preocupada, triste, pero si está con bronca
es seguro que no ha de colaborar. ¿Comprendes lo que
quiero decir? Esto es lo que me preocupa: si estás con
bronca no nos puedes ayudar. Papá, mamá, yo... si cual
quiera de nosotros estuviera con bronca no podría ayu
dar ... Si no enfrentamos el problema de la bronca no
puedo seguir adelante. ¡Hasta debí interrumpir a mamá,
que me hablaba de lo que sucedió en 1972!... Puede
ocurrir que estés con bronca conmigo ...
T.: Me gusta que digas las cosas con las palabras justas;
eres sincero.
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Giuseppe: Sí.
T.: No es lo mismo que tomarte por tarado.
Giuseppe: ... por tarado y al mismo tiempo me mandarían
a la mierda.
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Giuseppe: ¿Cómo dijo? ¿Que mis padres temen ... ?
T.: Tus padres en el fondo están preocupados porque no
eres capaz de ser adulto, de ser autónomo, y piensan que
si te mandan a la mierda podrías empeorar.
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[ . . . asístanos igualmente».]
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Giuseppe: Pero, ¿de qué manera embromaría?
T.: Embromar en el sentido de que tus padres tendrán
que acudir, llamar por teléfono, ocuparse de muchas co
sas... permanecer todo el tiempo alrededor tuyo...
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[El terapeuta insiste en la negación estratégica de la te
rapia. De este modo obliga a los miembros del sistema
a buscar, individuar y experimentar nuevas configuraciones
relaciónales y personales, que por el momento lo tienen a
él como punto de referencia.]
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tiría muy bien sin Giuseppe, con mi marido y mi hija, si
ella se quisiera quedar ...
T.: Y en esta situación, ¿cómo cree usted que se sentiría
su marido?
Madre: Bueno, en esta situación quizá se sentiría peor que
yo... El no ve tan bien el alejamiento de Giuseppe.
Padre: No, no, en estas condiciones, con tres tentativas de
suicidio... es preciso que alcance el mínimo de equili
brio ...
T.: Muy bien, oigamos a los hermanos.
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una terapia... Sobre todo temo por ti (señala a Giuseppe),
porque no querría que hicieses cosas aventuradas, que cam
biases tu conducta ... eso sería muy peligroso. Podría su
ceder que papá y mamá de repente se encontraran ante
un abismo ... Papá podría sufrir un colapso o mamá caería
en una depresión ... Acaso Franco se sintiera reabsorbido
por la familia, y comenzaría a descuidar su trabajo ... Gio
vanna podría perder su actitud reflexiva, descubrir que ya
no se siente capaz de llevar adelante las tareas en que se
ha comprometido, entrar en crisis con su novio y experi
mentar la necesidad de volver a casa para permanecer junto
a mamá... Andrea podría angustiarse con la idea de que
no consigue mejorar las cosas, y sentirse culpable.
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los demás tuvieran más libertad . .. Era, por así decir, el
punto de apoyo, mientras nosotros hacíamos en mayor me
dida lo que queríamos.
T.: ¿Quien de ustedes corre el riesgo de empeorar más si
la situación cambia?
Franco: Bueno, quizá mis padres.
Giovanna: Por lo menos papá tiene una profesión para
desahogarse . . . Creo que sería mamá ...
Giuseppe: Pero... ¿cómo explica usted mi conducta de
loco?
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Giuseppe: Sé perfectamente que si un día me pusiera a
hacer lo que hacen mis hermanos, lo lograría muy bien,
pero debería renunciar a ...
T.: A la función.
Giuseppe: No sé a qué... debería renunciar a un mundo
fantástico. ..
T.: A la función; y me parece que eres muy ingenuo cuan
do adoptas una conducta diferente. Ingenuo, porque te en
gañas creyendo que alguien pueda o quiera tener la función
que desempeñas tú... ¿Tienes algún nombre para su
gerir?
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almuerzo se puso a estudiar y fue al campo de deportes.
De regreso, retomó el estudio. Salió después de cenar, y
volvió a eso de las 24. Traía un humor aparentemente nor
mal, pero a la una de la madrugada vino a despertarnos
para que le diéramos un somnífero porque no podía dor
mir, estaba agitado. [ ... ]
»Ausencia de mi esposa, que ha ido a visitar a su sobrina.
Entonces me quedé en casa con Giuseppe. Preveía pasar
horas difíciles. En cambio, extrañamente, Giuseppe se vio
más distendido que de costumbre y por momentos hasta
en actitud de colaboración. Estuvo en su habitación, estu
diando. Yo no fui a verlo. No obstante nada sucedió. A la
noche cenamos juntos y hablamos sobre asuntos triviales.
Esto me lleva a la conclusión de que quizá nuestra insis
tencia con él lo induce a menudo a manifestaciones que
crean en nosotros, los familiares, un estado de preocupación
y de inquietud».
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Sólo que no se puede resistir pasivamente en una situación
absurda».
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ce: «Yo no me fío«, y puede ser que tenga sus razones.
Tanto más cuanto que el propio Giuseppe declara «Me ten
go que poner a trabajar»; y después «No lo consigo».
Madre: Sobre eso debo decir algo que he notado en él del
15 al 26... Ha pasado esos días positivamente; frecuentó
todas las mañanas el estudio de su hermano y permaneció
poco tiempo en casa.
Padre: ...¿no podemos fiarnos? De acuerdo; este mucha
cho puede hacer una locura mañana, pero, en efecto...
entre las demás cosas ha ocurrido también un hecho posi
tivo. Giuseppe ha triunfado en una causa, y nosotros nos
enteramos casualmente por los diarios... ni siquiera sa
bíamos que se ocupaba de esa manera del asunto... En
definitiva, creo que aun no haciéndonos ilusiones, como us
ted decía ... El mismo Franco, que siempre es objetivo y
nunca se desequilibra, ayer le dijo a mi esposa ...
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ció limitado de su función y creaba un creciente malestar.
Los padres empezaban a sentir la carga del control que
ejercían sobre Giuseppe: en la misma medida en que era
traído a la luz y prescrito por el terapeuta, se vivía con
cierto «sentido del ridículo», atestiguado por el siguiente
episodio, que refirió la madre:
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gados a este punto, que se vayan todos a la mierda, yo
acepto mi vida como es, y no me rompan más las pelotas;
en suma, maldita sea, yo no les rompo las pelotas a los
demás y que los demás no me las rompan a mí. Así esta
remos a mano.
T.: Me parece que Giuseppe a su modo dice que esta tarde
no tiene ganas de lloriquear. Me complace. No esperaba
esto.
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a. La carta debía ser leída todos los días en voz alta por
el padre o la madre en presencia de los otros dos;
b. de tiempo en tiempo debía seguir a la lectura una dis
cusión sobre las reflexiones que la carta provocaba en cada
uno de ellos;
c. en el caso de que Giuseppe se rehusara a participar, la
lectura debía ser hecha por los padres solos en el horario
establecido, pero en una habitación diferente o fuera de la
casa; y
d. sólo habría una sesión siguiente si se cumplía con esta
prescripción.
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La carta reforzaba y sancionaba la línea estratégica de
esta fase. Redefinía la conducta de Giuseppe calificándola
de creadora, y traía a la luz, por el hecho de prescribirlas,
las características funcionales del sistema familiar. Además,
presentaba una semejanza formal con los mensajes del pa
ciente designado, que hacía una cosa positiva pero simul
táneamente sentía la necesidad de definirla como negativa;
que tenía una conducta autónoma, pero enseguida debía
compensarla con una conducta sintomática. Por otra parte,
sólo formalmente la carta se dirigía a Giuseppe. El verda
dero destinatario era todo el sistema familiar, y de hecho
todo el sistema respondería a ella después. La tercera con
dición, la que indicaba que en ausencia de Giuseppe los
padres realizarían la lectura fuera de la casa, determinaba
para el padre y la madre una ocasión más para cotejarse
y reforzar su espacio de pareja, desvinculándose del hijo.
En efecto, los crecientes movimientos de Giuseppe en el
sentido de la autonomía exigían que paralelamente se
pudiera reestructurar el subsistema de la pareja. En las
posteriores reuniones con el marido y la esposa, el terapeu
ta, por el recurso de llevar hasta la exasperación la impo
sibilidad de un encuentro de pareja que no pasara por la
triangulación de Giuseppe (hecho reforzado por la lec
tura de la carta en la casa), traía al primer plano la exi
gencia de reencontrar espacios personales y espacios com
partidos que ya no se limitaran a conversaciones sobre la
patología del hijo.
En ese momento el terapeuta se valió de un abordaje
más típicamente estructural. En efecto, la verificación de
una estructura nueva está caracterizada por el abandono
de la función de regulador homeostático que el terapeuta
había desempeñado hasta ese momento, y por la capaci
dad de la familia para reorganizarse sin necesidad de uti
lizar la patología. En esta fase, la intervención estructural
consiste en supervisar las interacciones alternativas que la
familia actúa de manera autónoma en procura de un nuevo
equilibrio dinámico (Andolfi, 1977).
De uno de los informes escritos tras la lectura de la
carta, se infería que los padres habían alcanzado una com
prensión más clara. En efecto, observaba la madre:
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Padre: Tal vez ahora que nuestros hijos son grandes nos
podamos permitir un poco de tranquilidad, un poco de des
canso... Efectivamente, yo siempre he sido un poco jan
senista.
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veces había ido de visita a casa de su hermano mayor, que
vivía en una ciudad vecina y con quien había establecido
una relación significativa. Hacía proyectos de vacaciones
para el año siguiente; en particular, programaba con de
talle un viaje por el Lazio y la Umbría.
En una sesión de control, después de las vacaciones, los
padres afirmaron que habían aflorado tensiones a causa de
la «diversidad tan grande de nuestros caracteres», pero
también declararon que se sentían revitalizados por estas
discusiones. El padre sostuvo «haber redescubierto a Gio
vanna», la hija menor, y que había recuperado con ella
una relación que, sin quererlo él y sin advertirlo, se había
perdido prácticamente. Fue también el padre quien hizo
reflexiones sobre esta experiencia terapéutica cuando había
trascurrido un año, en una carta dirigida al terapeuta:
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mujeres —casi todos las tienen — ; el problema está en que
esperas no sé qué cosa de las mujeres. Quizás entonces
te conviene masturbarte con Playboy... Claro es que qui
zá no sea satisfactorio...
Giuseppe: Diría que en modo alguno lo es.
T.: Entonces el problema está justamente en la insatisfac
ción de que has hablado.
Giuseppe: S í . . . permanente insatisfacción.
T.: Sabes, en Playboy hay mujeres especiales. ¿Has visto
mujeres con celulitis en Playboy?
Giuseppe: No.
T.: .. .¿o una mujer que muestre los primeros signos de
la vejez?
Giuseppe: No, no, es evidente.
T.: Entonces, esas son supermujeres. A ti te gustan más
que las reales. Tienes un poco esa tendencia a ser «súper»
y extraordinario.
Giuseppe: Admito que es verdad lo que usted dice, que
yo quiero demasiado... Pero yo ahora... querría... Me
explicaré con un ejemplo concreto...
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culación de los hijos,1 debían enfrentar problemas viejos
y nuevos, pero sin necesitar ya de triangulaciones patoló
gicas. En ese momento el terapeuta pudo por fin declarar
se abiertamente favorable al cambio producido y felicitarse
de manera explícita con los miembros de la familia por
los esfuerzos hechos y los resultados conseguidos. Había
concluido su obra de desmantelamiento de la rigidez del
sistema, así como la simultánea apertura de alternativas
nuevas; pero la verificación última de la estructura nueva
compete a la familia y a los individuos que la componen
(Menghi, 1977).
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Conclusiones
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d. vuelve difícil o hasta imposible toda respuesta que
tienda a reproponer viejas reglas y comportamientos repe
titivos;
e. impide a la familia estabilizarse en torno de un equi
librio nuevo que sólo represente una trasformación funcio
nal idéntica a la precedente (Ashby, 1971);
f. trae a la luz fantasmas y miedos referidos al cambio,
atenuando su valor destructivo, y
g. activa el cotejo y la renegociación de deseos y ne
cesidades individuales que ya no se enmascaran tras la
patología de uno de los miembros.
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a activar esquemas nuevos de relación, sean internos o ex
ternos, y a idear soluciones futuras practicables, de las que
se podrá constituir en el punto de referencia con miras a
una verificación periódica.
La aparente simplicidad de las líneas terapéuticas y la
inteligibilidad de las intervenciones características de esta
fase podrían inducirnos a no valorar su importancia e in
currir en errores por precipitación y superficialidad. Los
movimientos del terapeuta, en efecto, deben favorecer aho
ra el alejamiento progresivo y, por lo tanto, una disminu
ción gradual del poder que antes había sido menester para
la intervención.
La escisión del sistema terapéutico trae aparejado, por
último, el redescubrimiento, en el interior de la familia,
de sus valencias autoterapéuticas, su capacidad para utili
zar los nuevos inputs, provenientes de su interior o del
exterior, como oportunidades de cambio y de crecimiento.
El objetivo final es que el proceso iniciado continúe sin
que sean ya necesarios los apoyos terapéuticos.
Para volver al caso de la familia Fraioli, nos parece pa
radigmático el modo en que poco a poco se redefinió el
comportamiento sintomático del paciente. Al comienzo, el
terapeuta, desde una posición central, lo redefinió como
lógico, voluntario y útil. Después, por una ampliación de
la tríada padre-madre-hijo al sistema familiar, que incluía
a los otros dos hermanos varones y a la hermana, redefinió
pragmáticamente el problema por referencia a un conflic
to generacional. Se pasó así de una indiferenciada emo
tividad familiar en tomo del síntoma, a una mayor dife
renciación de los conflictos. La vuelta a la tríada permitió
poner en relación la autonomía del hijo con la de los pa
dres, y esta redefinición del problema fue reforzada por
una clara división subsistémica entre la pareja y Giuseppe.
Todos estos cambios sobrevienen en un contexto en que
el terapeuta se mantiene en el polo homeostático y pres
cribe en clave provocadora las reglas disfuncionales del
sistema, al tiempo que niega estratégicamente cualquier
mejoría producida. El momento de giro fundamental en el
proceso terapéutico es aquel en que los miembros de la
familia modifican su percepción de la conducta del pa
ciente, es decir, cuando dejan de poner el acento en la
patología para considerar su significado relacional. Se pue
de iniciar entonces una búsqueda de autonomía, pero se
presentan junto a ella el miedo del cotejo y de la verifica
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Bibliografía *
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Obras en preparación