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pública1
Introducción2
Sin embargo, Smith ofrece un punto de vista adecuado para rastrear el surgimiento del
pensamiento moderno en economía pública. Los temas principales ya están presentes
y ordenados, desde el deber del soberano de ofrecer servicios públicos hasta los
métodos adecuados para obtener los ingresos necesarios. Lo que se hace en las
“Al conjunto de problemas que se centran en torno al proceso de ingreso - gasto del
Estado se le denomina tradicionalmente Finanzas Públicas. Aunque las operaciones del
erario público suponen flujos monetarios de ingresos y gastos, los problemas básicos no
son cuestiones financieras. Por tanto, debemos considerar nuestra tarea como una
investigación sobre los principios de la economía pública. O, más exactamente, sobre
aquellos aspectos de la política económica que surgen en las operaciones del
presupuesto público” (Musgrave, 1959, p.3).
Las Finanzas Públicas puede ser la rama más antigua de la economía. A ésta
contribuyeron los escolásticos (siglo XVI), los mercantilistas (siglo XVII), los
cameralistas y los fisiócratas con su propuesta de L’impôt unique. En Gran Bretaña las
contribuciones de Petty, Hobbes, Locke y Hume, precedieron el libro V de la Riqueza
de las Naciones de Smith, según Musgrave (en Palgrave, 1987), este es el primer
planteamiento moderno de las Finanzas Públicas; Ricardo y Mill continuaron el
pensamiento clásico. En la escuela neoclásica, Marshall y Pigou también dejaron su
estampa en el pensamiento británico de la economía de las finanzas públicas. Sin
mencionar el impacto de Keynes y la emergencia de la estabilización como una meta
de la política presupuestaria (Musgrave en Palgrave, 1987).
Sin embargo, hasta los años 1960, algunos autores prefirieron mantener la tradición
ortodoxa y titularon sus trabajos como “The Theory of Public Public Finance”, caso
(Musgrave 1959) y Buchanan (1976). Otros consideran equivalentes los términos
economía pública y finanzas públicas. A partir del trabajo de Musgrave (1959), se
encuentra que autores como Kolm (1964) y Johansen (1970) reemplazan el concepto
de finanzas públicas por uno más amplio: economía pública. Los autores más recientes
y reconocidos en este campo han titulado sus manuales como Economía pública:
Atkinson y Stigltz (1988), Auerbach (1987), Laffont (1990), Jha (1998) o Economía del
sector público: Boadway y Wildasi (1986), Brown y Jackson (1986) y Stigltz (1988).
Aquí se plantean dos interrogantes básicos: ¿por qué se necesita un sector público?
y, ¿qué reglas deberían emplearse para su conducción? Según Musgrave (1987), para
responder a estos interrogantes se requieren unos principios de economía del sector
Público. Ellos provendrán tanto de la economía del bienestar como de la ciencia
política y de las ciencias sociales. La historia del pensamiento económico en relación
con la producción de bienes públicos (sociales o colectivos) y los problemas de la
tributación y el gasto público, confirman la relevancia de estos aportes en la formación
de aquellos principios. La siguiente síntesis es una presentación esquemática de dicha
historia. Y aunque no se considera pertinente separar el gasto público de la tributación,
para efectos didácticos y pedagógicos se tratan por separado en este escrito.
1. El gasto público.
La pregunta central es ¿por qué ciertos bienes y servicios deben ser provistos a través
del presupuesto? Estos bienes y servicios pueden ser producidos por el sector público
o privado. En términos de propiedad, no interesa quien produce los bienes en cuestión,
nos dice Musgrave (1987). El punto crucial es que a los consumidores no se les impone
una carga directa por el acceso a dichos bienes. Dada la suposición general que la
preferencia de los consumidores sería la de pagar por la compensación (quid pro quo)
del mercado, ¿por qué estarían eligiendo la provisión presupuestaria en el caso de los
bienes públicos? (Musgrave en Palgrave, 1987). Desde una perspectiva histórica muy
somera, mostraremos algunas respuestas a esta pregunta central.
Adam Smith también examina porque ciertos servicios deben ser provistos por el
Estado. Esto incluye el sostenimiento de la corte, defensa, policía y educación básica
para los pobres. Mas general, el Estado debe proveer aquellas instituciones y
empresas públicas a través de las cuales se pueden tener altas ventajas para una gran
sociedad, son, sin embargo, de tal naturaleza que el beneficio nunca sería
compensado por el gasto de algún individuo (Musgrave, 1987). La razón del porque la
provisión privada no funcionaría permanece aún sin contestar.
El libro V de la riqueza de la Naciones de Smith (1776) se titula “De los ingresos del
Soberano o de la República”. El capítulo 1 trata de los “Gastos públicos”, el capítulo 2
“Sobre las fuentes de donde proceden los ingresos públicos”, y el capítulo 3 “De las
deudas públicas”. El capítulo de los gastos públicos está organizado en cuatro partes:
I. De los Gastos de Defensa. Según Smith (1776: 614), “La primera obligación del
Soberano, que es la de proteger la sociedad contra la violencia y de la invasión de
otras sociedades independientes, no puede realizarse por otro medio que el de la
fuerza militar. Los gastos requeridos por la fuerza militar son diferentes en periodos
distintos”.
II. De los gastos de Justicia. “La segunda obligación del Soberano, que consiste en
proteger, hasta donde sea posible, a los miembros de la sociedad contra las injusticias
y opresiones de cualquier otro oponente de ella, o sea el deber de establecer una recta
administración de justicia, implica dos clases diferentes de gastos en periodos distintos
de la sociedad: defensa de la institución de la propiedad y la protección de la persona
-desigualdades físicas y sociales” (Smith, 1176: 628). Para garantizar la independencia
del poder judicial se debe dotar a los tribunales con ingresos derivados de la propiedad;
pues, “el poder judicial no solamente debería estar separado sino ser independiente
del poder ejecutivo” (Smith, 1776: 639).
IV. De los gastos para sostener la dignidad del Soberano. “Los gastos destinados
a sostener la dignidad del soberano crecen en la medida que se incrementan los gastos
del pueblo y son mayores en una monarquía que en una república” (Smith 1776: 716).
1.1.3 John Stuart Mill (1806-1873). Mill analiza la sociedad y el sector público desde
una perspectiva diferente a la de Smith, a partir de los trabajos de los primeros
socialistas como Fourier, Owen y Sismondi. Mil, educado en la doctrina de Bentham,
defendió la difusión de la riqueza basada en el principio igualitario del utilitarismo. Para
Mill como Smith, “la norma general debería ser el laissez-faire: cada desviación de la
misma, a menos que sea necesaria para un gran bien, es un mal cierto”. Pero también
Smith, mostró importantes ejemplos en los que era preciso salirse de la norma. Estos
casos se dividen en funciones ordinarias y opcionales. Las funciones ordinarias
incluyen la provisión de un sistema legal o jurídico que garantice la vida, individualidad
y propiedad, lo cual es un prerrequisito del laissez-faire. Además, hay otras funciones
que con la aprobación general asumen los gobiernos y que conducen al interés
general. El sistema monetario, el sistema de pesos y medidas, la pavimentación y el
alumbrado de calles, la construcción de puertos, faros y diques, se citan como
ejemplos. Estas y otras funciones deben obedecer a la regla general: “la intervención
del gobierno nunca debería admitirse salvo cuando el interés sea muy grande” (Mill
1848: 800).
Mill considera aquellas situaciones en las cuales, a pesar del interés público por
determinados servicios, los individuos no encuentran interés en adelantarlos. Anticipa
así la discusión de las fallas del mercado debido a la inaplicabilidad de la exclusión,
pues, la exclusión sería ineficiente, igualmente si fuera aplicada, e ilustra la situación
con el caso de los faros y la dificultad para cobrar peajes. Aunque Smith como Mill
defendían la primacía del mercado y criticaban la ineficiencia de la acción
gubernamental, eran conscientes que la naturaleza de ciertos bienes exige la provisión
pública (Musgrave 1985, 1987).
En sus “Principios de Economía Política”, Mill titula el Libro Quinto, “Sobre la Influencia
del Gobierno”, y lo divide en once capítulos. En el capítulo once hace referencia a los
límites de las atribuciones del gobierno, “la cuestión de a que materias puede o debe
extenderse la intervención gubernamental en los asuntos de la sociedad, además de
aquellas que forzosamente le incumben” (Mill 1848: 804). Y aquí mismo nos dice que,
“la intervención puede extenderse hasta el control de la libertad de acción de los
individuos” (Mill 1848: 805).
Las diversas objeciones que presenta Mill a la intervención del gobierno apuntan
precisamente a las excepciones a la “máxima práctica de que los asuntos de la
sociedad pueden realizarse mejor por la acción privada y voluntaria” (1848: 835), en el
entendido, “que los individuos son los mejores jueces de sus propios intereses cuando
un individuo intenta decidir ahora de manera irrevocable qué será más conveniente
para sus intereses en algún futuro más o menos remoto” (Mill 1848: 820).
Una nueva perspectiva de las finanzas públicas y de los bienes públicos surge a partir
de la década de 1880 con base en las contribuciones de los escritores austriacos e
italianos, entre estos Sax (1883), Pantaleoni (1883), Mazzola (1890). Lo fundamental
de la nueva teoría es que, “dadas las preferencias individuales, el bienestar se
maximiza igualando la utilidad marginal al precio (costo marginal igual al precio). Esta
regla de eficiencia se aplica tanto a los bienes privados como a los públicos” (Musgrave
1985: 6). Sin embargo, existe una diferencia:
“En el caso de un bien privado, los bienes se venden a un precio uniforme, igualando
los consumidores individuales precio y utilidad marginal por medio de un ajuste en la
cantidad. Para el caso de los bienes públicos, el rasgo fundamental de la indivisibilidad,
exige que la misma cantidad esté disponible para todos los consumidores. Y dado que
la utilidad marginal de una misma cuantía varía entre ellos, el proceso igualitario
requiere fijar precios diferenciales. Así, la imposición según el beneficio se convierte
en la ley suprema de la economía fiscal” (Musgrave 1985: 10).
La base de la teoría moderna de los bienes públicos se establece una vez vinculados
los gastos públicos a la evaluación del consumidor. “Al formular la regla de la eficiencia
en términos de la imposición de acuerdo con el beneficio, se desvió la atención de la
exacta especificación de cómo influye la indivisibilidad sobre las condiciones de
eficiencia, condiciones que pueden satisfacerse con o sin la financiación según el
beneficio” (Musgrave 1985: 10).
“El último análisis es del Parlamento, quien decide acerca de la distribución del gasto
público en nuestro país. Aquí el estudio de la asignación de los recursos presupuestales
disponibles –así como de un monto dentro de ciertos límites- refleja la opinión sostenida
por la inteligencia promedia reunida en el Parlamento acerca de la escala de las
utilidades marginales de los diferentes gastos. Esta afirmación puede parecer algo
enigmática a un lector no familiarizado con la teoría económica del grado de utilidad,
desarrollada por Jevons y por Walras” (Pantaleoni 1883: 16)
1.2.3 Knut Wicksell (1851 – 1926). Wicksell (1896) rechazó el modelo de intercambio
voluntario de Sax (1887) y de Mazzola (1890), en el cual los impuestos son vistos como
pagos de precios. Mientras la provisión pública estaría en línea con las preferencias
individuales, no podría ser implementada según el intercambio voluntario (Musgrave
1987). Y según Hume, el intercambio no operaría para el caso de un gran número de
personas. Puesto que el nivel de servicios públicos disponibles para A no será afectado
significativamente para su propia contribución, por consiguiente, A no revelaría sus
preferencias por los servicios públicos, el consumidor aquí actúa como un free rider
(gorrón, colinchado).
“Si el individuo ha de gastar su dinero para usos privados y públicos de forma que su
satisfacción se lleve al máximo, obviamente no pagará nada en absoluto para los fines
públicos (por lo menos si no tenemos en cuenta las tasas y cargas similares. Tanto si
paga mucho como poco, afectará tan ligeramente al alcance de los servicios públicos
que para todos los fines prácticos el mismo no lo notará en absoluto. Naturalmente, si
todo el mundo hiciera lo mismo, el Estado pronto cesará sus funciones. La utilidad y la
utilidad marginal de los servicios públicos (los bienes públicos según Mazzola) para el
individuo dependen, pues, en el más alto grado de cuanto contribuyen los demás, pero
poco de cuanto contribuye él mismo”.
Sin embargo, Wicksell no consideró la regla del beneficio como una opción realista,
por cuanto la analogía con el mercado carecía de aplicación puesto que los individuos
no revelarían sus preferencias sin la inyección de un proceso político. “A través de la
votación se pediría a los consumidores que votaran un conjunto de opciones sobre un
espectro completo de cuotas impositivas y presupuesto, y la oferta se realizaría sobre
el conjunto que obtuviera el apoyo unánime. Como la solución no es realista, Wicksell
acepta una regla de unanimidad aproximada que permita defender los intereses de los
grupos minoritarios” (Musgrave, 1985, p.11).
1.2.4 Erik Lindahl (el precio Lindahl). Aunque la hipótesis simplista del intercambio
voluntario fuera rechazada por Wicksell, la formulación del intercambio voluntario fue
desarrollada por Lindahl (1919). Con alguna provisión dada de servicios públicos
disponibles para A y B, la curva de demanda de A puede ser vista por B como una
curva de provisión (Gráfica 1).
t = 100%
DA DB
E
t/c = T/C
t = 0%
C G
Cantidad
Fuente: Lindahl 1919
Para la aprobación de los gastos públicos por parte de los contribuyentes, resulta más
natural hacerlo de manera simultánea, es decir, todos los gastos a la vez. En otros
términos, la forma de cubrir el costo de los servicios públicos más importantes no se
determina por separado, sino junto con los servicios menos importantes y en ambos
casos según los mismos principios. Ahora, si algún interesado lograse que se
distribuya el costo de los servicios públicos más importantes de una forma más
favorable que el costo de los marginales, esto indicaría que el interesado ha defendido
sus propios intereses mejor que otros interesados y, por tanto, que la distribución del
poder político no es igualitaria (Lindahl, 1919).
Los autores de la teoría marginalista partían del supuesto que la actividad económica
eficiente debía regirse sólo por las reglas del mercado estimuladas por la teoría del
valor subjetivo. Por lo tanto, el proceso de ingreso y gasto del Estado se explicaba
como un fenómeno de valor y precios económicos, determinado fundamentalmente
por las mismas leyes que gobiernan el precio de mercado en la economía privada. Los
impuestos eran considerados como pagos más o menos voluntario prestados por los
individuos a cambio de servicios proporcionados por el gobierno de acuerdo con la
valoración individual (subjetiva) de los servicios públicos.
Si bien Pigou tampoco discutió este problema, por la forma en que emplea el concepto
de producto social neto, se podría deducir que se pueden sumar las satisfacciones
individuales, de manera similar a como Marshall utilizo el concepto del excedente del
consumidor. Pigou emplea el total y la distribución del dividendo nacional como un
indicador del bienestar económico total. Así, un aumento en el dividendo nacional total
de la comunidad, siempre y cuando no disminuya el dividendo que perciben los pobres
(porque tengan que trabajar más, por ejemplo), implica un aumento del bienestar
económico, y además, sostuvo que un aumento de la distribución del dividendo
nacional a favor de los pobres también aumentaría el bienestar económico.
Pigou a través de sus dos textos (“Economía del Bienestar”, 1920; y un “Estudio en
Finanzas Públicas”, 1928), introduce una nueva perspectiva de análisis, el concepto
de externalidades, como distinción entre producto neto privado y social. El producto
privado neto mide los beneficios y costos internalizados que se registran en los precios
de mercado. El producto social neto será mayor cuando nuevos beneficios van a parar
3 Excedente del consumidor: es la diferencia entre lo que una persona está dispuesta a pagar y lo que
tiene que pagar.
a personas distintas a las que toman parte en las transacciones comerciales y será
menor cuando los costos recaen en terceras personas, costos que no se resarcen y
que, por tanto, no se reflejan en el precio. Donde los beneficios sociales superan a los
privados, debe pagarse una prima por los beneficios adicionales (externos) que no se
reflejan en la demanda del mercado. Donde los costos sociales superan al costo
privado, conviene establecer un impuesto. Allí donde es adecuada una subvención, su
cuantía dependerá del grado de alejamiento entre producto privado y social. Así, los
instrumentos fiscales se convierten en un mecanismo para regular las externalidades,
bien sea de tipo costo o beneficio (Musgrave 1985: 12).
Así, aparece ésta nueva fase de desarrollo de las finanzas públicas en “La Economía
del Bienestar” de Pigou (1920), con el análisis de las externalidades. Los costos
externos y los beneficios quedan no contabilizados por el mercado y esto requiere su
corrección por la política pública. El aporte de Pigou renueva la discusión fiscal, esta
vez en relación con las externalidades al diferenciar entre costos privados y costos
sociales. Los gobiernos recurrirían a los instrumentos fiscales para compensar los
efectos de dichas externalidades (Musgrave, 1987).
En los años 30 del siglo XX parecía que la idea de la democracia liberal estaba
llegando a su fin, dando paso a un mundo radical de dictaduras en Europa: Fascistas,
nazistas y comunistas. Keynes un liberal convencido y practicante (pues había
impulsado el partido político liberal en Inglaterra que no prosperó), en defensa de esa
idea de democracia liberal, y para no permitir la entrada de las tendencias extremistas
a Inglaterra (bolchevismo o fascismo), y ante la “gran depresión” o crisis de demanda
agregada en Estados Unidos y Europa, y observando que las teorías económicas
clásicas no lograban dar respuestas a un sistema económico capitalista que intentaba
recuperarse exclusivamente por sus propios mecanismos internos, considero que la
salida se podría alcanzar a través del gasto gubernamental.
1.4.2 Paul Samuelson. Los aportes de Samuelson sobre gasto público y tributación
(“teoría pura del gasto público”, más conocida como la teoría de los bienes públicos)
se encuentran en una serie de trabajos, publicados en los años 1954, 1955, 1958 y
1969.
Según Samuelson (1958: 189), “el modelo que explotó en los artículos de los años
1954 y 1955, también es el modelo que Sax, Wicksell, Lindhal, Musgrave, Bowen y
otros economistas han considerado bajo la denominación de <<teoría del cambio
voluntario de la hacienda pública>>, es el modelo natural que debería formularse
dando un mayor énfasis a los efectos externos”.
Según Musgrave (1987), Samuelson ofrece una formulación más general que resuelve
simultáneamente los problemas de asignación y distribución. El tema de la distribución
es abordado en términos de bienestar y no de ingresos. El modelo de Lindahl por el
contrario separa los temas de asignación y distribución. La fase de separación de la
asignación de recursos (eficiencia) y la redistribución (equidad) de la política
presupuestaria fue ampliada para incluir la función de estabilización como una tercera
rama (Musgrave, 1959).
Samuelson (1969), sin embargo, observa que una de las pocas diferencias con
Musgrave es porque éste divide y trata las funciones (o ramas) fiscales del Gobierno
de asignación (eficiencia), distribución (equidad) y estabilización de manera separada,
pues de hecho él pretende elaborar una “teoría unificadora” entre eficiencia y equidad
mediante el principio del beneficio, para resolver también de manera unificada, los
problemas de tributación y gasto público.
Los criterios para una <buena imposición> encuentran como base las célebres
máximas de Smith: igualdad, certidumbre, comodidad en el pago y economía
recaudadora. La equidad o igualdad en la imposición deberían corresponder con los
beneficios recibidos y también reflejar la capacidad de pago, y en ambos casos se
discutió acerca de si la distribución de la carga debería ser proporcional progresiva.
“Además, fue necesario especificar un índice para medir el beneficio y la capacidad de
pago” (Musgrave 1985: 18).
Los Clásicos estudiaron primero las obligaciones del soberano (gasto público) y
después se dedicaron al análisis impositivo. “Con la imposición en función del beneficio
aplicable sólo a una pequeña parte del ingreso total, los criterios para una <buena
imposición> en la mayoría de los ingresos públicos tenían que desarrollarse con
independencia de los gastos” (Musgrave 1985: 18).
En el capítulo 2, “Sobre las fuentes de donde proceden los ingresos públicos”, del libro
V de la riqueza de la Naciones (1776), Adam Smith señala que toda renta proviene de
estas dos fuentes:
Según Smith (1776: 726-7), “existen cuatro máximas con respecto a los impuestos en
general”: 1) igualdad (equidad), 2) certidumbre, 3) comodidad del pago y, 4) economía
de la recaudación (eficiencia).
Aunque las máximas de Smith comienzan con la capacidad de pago avanzan hacia
una regla del beneficio. Sin embargo, para Smith la contribución se debe fijar en
proporción a los ingresos recibidos, excluye los ingresos salariales de subsistencia.
Otra exención la constituye el impuesto sobre los alquileres de vivienda. La mayoría
de autores contractualistas (Hobbes) apoyaron el punto de vista proporcional, también
lo hizo Bentham, partidario de la exención de los salarios de subsistencia.
Con base en las ideas iniciales de Adam Smith, las administraciones tributarias de los
países del mundo occidental contemplan cuatro criterios de eficiencia al escoger la
base de los impuestos: neutralidad (no perturbar el funcionamiento del mercado),
certeza (rendimiento futuro para el fisco), evidencia (conocimiento de los impuestos
por parte del contribuyente) y eficiencia administrativa (porcentaje de impuestos que
se destinan a gastos de recaudación).
Así, Adam Smith resume en cuatro las fuentes de ineficiencia tributaria: una
administración tributaria costosa, una carga tributaria que obstruya las actividades
económicas, una tributación excesiva y de tal naturaleza que estimule la evasión, y
una fiscalización excesiva de los contribuyentes. Estas fuentes de ineficiencia podrían,
según Smith tener como resultado paradójico que, “los impuestos llegan a ser con
frecuencia mucho más gravosos para el pueblo que ventajosos para el Soberano”
(Musgrave, 1987).
El principio de capacidad de pago tiene también una larga historia, Montesquieu y Say
fueron partidarios de la progresión, mientras que Bodin defendió una tributación
proporcional. Sin embargo la historia moderna de la capacidad de pago empieza con
la formulación de Mill. “Escribiendo en los años 1840, Mill fue sensible a una estructura
política y filosófica totalmente diferente a la de Adam Smith” (Musgrave 1985: 21).
Ricardo expresa diversas reservas y objeciones frente a los impuestos tanto directos
(impuestos a la renta de la tierra, los salarios, las utilidades) y a los impuestos
indirectos (impuestos al consumo -productos primos e impuestos diferentes a los
productos primos-).
Impuestos sobre productos primos: forma parte de los impuestos indirectos sobre
el consumo, que son los impuestos sobre bienes y artículos de consumo, como los
cereales, granos, productos de primera necesidad, y artículos diferentes a los
productos primos como calzado, carteras, etc.; que afectan el salario de los
trabajadores. El problema que evidencia Ricardo es que, “si no aumenta el precio del
producto primo en forma tal que compense al cultivador por el impuesto, él tendrá
naturalmente que abandonar un negocio cuyas utilidades estuviesen por debajo de la
tasa natural. Ello ocasionará una disminución de la oferta, hasta que la demanda, que
no ha sufrido disminución, produzca un alza tal en el precio del producto primo, que
haga su cultivo tan rentable como la misma inversión de capital, en cualquier otro
negocio” (1976, p. 118).
Ahora, el impuesto sobre el producto de la tierra operaría, según Ricardo, como sigue:
1. Elevaría el precio del producto primo por una cantidad igual al impuesto, y
encarecería por tanto en cada consumidor, proporcionalmente a su consumo.
2. Elevaría los salarios de la mano de obra, y disminuiría las utilidades.
Por tanto, según Ricardo, podrían sucintarse las siguientes objeciones a este impuesto
1. Que como eleva los salarios de la mano de obra y disminuye las utilidades, es un
impuesto desigual, dado que afecta los ingresos del granjero, del comerciante y del
fabricante, y no incide sobre el ingreso del terrateniente, del capitalista y otras
personas que gozan de ingresos fijos.
2. Que existiría un intervalo considerable entre el alza en el precio de los cereales y al
alza de los salarios, durante el cual el obrero se verá afectado por una gran escasez.
3. Que el alza de los salarios y la disminución de las utilidades desalienta la
acumulación, y tiene los mismos efectos perniciosos que la pobreza natural del suelo.
4. Que al elevar el precio del producto primo se elevarían los precios de todos los
bienes para cuta elaboración aquél se emplea y por tanto no podríamos competir en
un pie de igualdad con productores extranjeros, en el mercado mundial.
Un impuesto sobre las tierras sería desigual, y contrario a una de las cuatro máximas
acerca de los impuestos en general, a las cuales, según Adam Smith, habrían de
conformarse todos los impuestos. Son como sigue.
1º “Los ciudadanos de cualquier Estado deben contribuir al sostenimiento del gobierno,
en cuanto sea posible, en proporción a sus respectivas aptitudes”.
2º El impuesto que cada individuo esta obligado a pagar debe ser cierto y no arbitrario.
3º Todo impuesto debe cobrarse en el tiempo y de la manera que sean más cómodos
al contribuyente.
4º Toda contribución debe percibirse de tal forma que haya la menor diferencia posible
entre las sumas que salen del del bolsillo del contribuyente y las que ingresan en el
tesoro público. (Ricardo, 1976, p. 137-8).
Impuesto sobre las viviendas. Los impuestos sobre viviendas, incidirá sobre el
propietario, aunque graven al ocupante, frecuentemente inciden, por disminución de la
renta, sobre el propietario (Ricardo, 1976, p. 151).
Impuestos sobre el oro. Los impuestos sobre el oro son de dos clases: en uno se
grava la cantidad real de oro en circulación; en otra, la cantidad que actualmente
producen las minas. Ambas tienen una tendencia a reducir la cantidad, y aumentar el
valor del oro; pero en ninguno de los dos casos aumentará su valor hasta que la
cantidad se reduzca, y, por consiguiente, dichos impuestos incidirá durante algún
tiempo, hasta que la oferta disminuya, sobre los propietarios del dinero, pero, en fin de
cuentas, aquella parte que permanentemente incida sobre la cantidad, será pagada
por el propietario de la mina, como deducción de la renta, y por los compradores de
aquella porción de oro que se usa para contribuir a los goces de la humanidad, y que
no se aparta exclusivamente para servir de medio circulante (Ricardo, 1976, 1976, p.
150).
Impuestos sobre las utilidades. Los impuestos sobre aquellos bienes que
generalmente se denominan de lujo, inciden solamente sobre quienes hacen uso de
ellos. Un impuesto sobre el vino lo paga quien lo consume. (…) Del mismo modo un
impuesto sobre las utilidades del agricultor elevaría el precio de los cereales; un
impuesto sobre las utilidades de los fabricantes de paños, el precio de estos tejidos; y
si se estableciera un impuesto en proporción a las utilidades de todas las actividades
o profesiones, todos los artículos registrarían un aumento del precio (Ricardo, 1976, p.
154).
Si las utilidades de todos los negocios fueran gravadas, excepto las del granjero, todos
los bienes aumentarían su valor monetario, con excepción del producto primo. Al
gravar las utilidades del agricultor no se le grava más que si quedara exento del
impuesto sobre sus utilidades, y el terrateniente tiene un decidido interés en que
resulten gravadas las utilidades de sus colonos, pues sólo bajo esa condición puede
continuar él realmente exento (Ricardo, 1976, pp. 157 y 160).
Como los impuestos sobre los productos primos, los diezmos, los impuestos sobre los
salarios y sobre los productos necesarios para el granjero, al elevar los salarios
disminuirán las utilidades, todos, aunque no en igual grado, producirán los mismos
efectos (Ricardo, 1976, p. 161).
2.1.3 John Stuart Mill. En sus “Principios de economía política” (1848), del libro V
“sobre la influencia del Gobierno”, dedica 5 de sus 11 capítulos a la tributación.
Capítulo I. Las funciones del Gobierno en General. “Una de las cuestiones más
discutidas en el periodo actual, tanto en ciencia política como en el arte de gobernar,
es la de los límites que deben fijarse a las funciones y a acción de gobernar”. Para Mill,
“la exageración de las atribuciones del gobierno, donde más prevalece, tanto en teoría
como en la práctica, es entre las naciones del continente, mientras que en Inglaterra
ha predominado hasta ahora el espíritu contrario” (Mill, 2006, p. 681).
Comenta Mill que, “al intentar enumerar las funciones necesarias del gobierno, vemos
que son mucho más variadas” (Mill, 2006, p. 682). Entre estas, la protección contra la
violencia y el fraude (cumplimiento de contratos), la administración de justicia
(prevención y supresión de la fuerza y el fraude con el empleo apropiado de soldados,
policías y jueces); la función de acuñar la moneda; establecer los patronos de pesas y
medidas; pavimentar, alumbrar y limpiar las calles (municipios); levantar diques sobre
el mar y los ríos. A J. S. Mill, le preocupa que el gobierno rebase los límites de sus
funciones, con base en la doctrina, “según la cual los individuos son los que mejor
pueden cuidar de sus propios intereses sin que el gobierno pueda ocuparse de ellos
más que para impedir que otros los molesten, la doctrina en cuestión no puede nunca
aplicarse sino a las personas capaces de actuar por sí mismas (Mill, 2006, p. 685).
La intervención del gobierno a partir de sus funciones las examina Mill en tres partes:
1) los efectos económicos de la manera como los gobiernos realizan sus funciones
necesarias y reconocidas; y los medios adoptados para reunir los ingresos que son su
condición de existencia; 2) la naturaleza de las leyes para ordenar y regular la
propiedad y los contratos; 3) la judicatura y la policía para el cumplimiento de las leyes.
Capítulo II. De los principios generales de los impuestos. Comienza J. S. Mill citando
y acogiendo las cuatro máximas o principios, las cualidades que son de desear en un
sistema de impuestos, desde el punto de vista económico: 1) Los súbditos de cada
estado deben contribuir al sostenimiento del gobierno en una proporción lo más
cercana posible a sus respectivas capacidades: 2) El impuesto que cada individuo está
obligado a pagar debe ser fijo y no arbitrario; 3) Todo impuesto debe recaudarse en la
época y en la forma en las que es más probable que convenga su pago al
contribuyente; 4) Todo impuesto debe planearse de modo que la diferencia entre lo
que se recauda y lo que ingresa en el tesoro público del estado sea lo más pequeña
posible.
Los impuestos directos recaen sobre el ingreso o sobre el gasto. La mayor parte de
los impuestos sobre el gasto son indirectos. Las fuentes de ingresos son las rentas,
las ganancias y los salarios.
Los impuestos sobre los salarios y sus efectos son muy diferentes, según sean
gravados por el trabajo ordinario no calificado, de empleos calificados y privilegiados,
ya manuales, ya intelectuales. Mill )2006, p. 709) pregunta, “¿sobre quién recaerá el
impuesto? Según Adam Smith, sobre la comunidad en general en su carácter de
consumidor, ya que, según él, haría subir los precios en general”; para Mill, “un alza
de los salarios ocasionada por un impuesto, como cualquier otro aumento del costo
del trabajo, tiene que ser a costa de las ganancias”.
El impuesto sobre el ingreso, para que sea compatible con la justicia, debe cumplir tres
condiciones: 1) que se dejen libre de todo gravamen los ingresos inferiores a cierta
cantidad. 2) Los ingresos superiores a ese límite deben gravarse sólo en proporción a
sus excedentes por encima del mismo; 3) las sumas ahorradas del ingreso e invertidas,
deben estar exentas del impuesto.
Capítulo IV. De los impuestos sobre las mercancías. Se suele entender los que se
establecen sobre los productores o sobre los intermediarios (comerciantes), y pueden
ser por la producción interna, o por la importación, transporte; y se clasifican en
impuesto al consumo, derechos de aduana y derechos de tránsito y peaje.
Un impuesto sobre una mercancía puede consistir en una cantidad fija de dinero por
una cantidad determinada de mercancías, o que sea un impuesto ad valorem, hará
subir, por regla general el valor y el precio de la mercancía en una cantidad por lo
menos igual al importe del impuesto. Y el alza del precio, que es una consecuencia del
impuesto, hace siempre disminuir la demanda de la mercancía, lo cual termina por
impedir las mejoras en su producción; además que algunas, necesarias para el
trabajador terminan afectando su ingreso, el consumo, y la distribución de la riqueza.
Otros impuestos son los que gravan las comunicaciones (servicios postales),
impuestos sobre anuncios, impuestos sobre periódicos (que rechaza Mill, y hoy no
existen). Además de los impuestos generales del Estado, existen los impuestos
locales, que en la Inglaterra de entonces eran directos.
En 1897, el argumento fue resumido por Edgeworth. “Empezó por <la fórmula del
utilitarismo más pura, más deductiva, a partir de la cual Bentham se aproxima a la
igualdad>. Deduce después el sacrificio marginal igual o total mínimo como solución
óptima no como principio de justicia distributiva sino como una base teórica de partida”
(Musgrave 1985, p.22).
4
El sacrificio absoluto igual o total igual exige que a cada contribuyente (rico o pobre) el pago de
impuestos para financiar los gastos, debería reportarle una disminución de su renta de tal forma que
sufran una perdida absoluta igual de utilidad que los demás contribuyentes: U(y)-U(y-T) debe ser igual
para todos, suponiendo que U(y) es la función de utilidad de la renta, y T el impuesto. El sacrificio
proporcional igual exige que las unidades de utilidad de la renta pérdidas con el impuesto guarde la
misma proporción en relación con la utilidad de renta antes del impuesto o que sea igual para todos:
U(y)-U(Y-T)/U. El sacrifico marginal igual requiere que cada contribuyente pague un impuesto tal que
el sacrificio de todos los contribuyentes sea mínimo e igual para todos los contribuyentes: siendo d U
(y – T) / d (y – T).
sacrificio absoluto igual o sacrifico total igual, sacrificio proporcional igual, y sacrificio
marginal igual o sacrificio global mínimo.
Edgeworth no sólo aplico la regla del sacrificio marginal igual a la distribución del costo
de los servicios públicos, sino que la amplió a un sistema de transferencias que da
lugar a una distribución igual de la renta (Musgrave 1985: 9). La regla del sacrifico
marginal igual exige que el sacrifico total sea el mínimo, y entonces, se le puede
considerar también como una regla de eficiencia. De acuerdo con la visión utilitarista,
en lugar de hablar de sacrificio mínimo, podría hablarse también de maximización del
bienestar.
Edgeworth y Pigou con base en Bentham (1802) optaron por la regla del sacrificio
marginal igual, dada la premisa utilitaria que el menor sacrificio total (o un máximo nivel
de bienestar permanente) sería la meta de la conducta racional. Dado el supuesto
adicional de iguales niveles de utilidad, la formulación exige moverse hacia una igual
distribución (Musgrave, 1987).
La discusión sobre la capacidad de pago desapareció entonces, pero fue resumida por
Pigou (1928). Pigou aceptó como principio absoluto de la tributación el del sacrificio
mínimo, considerando como el equivalente a la norma general de que la política
pública debería orientarse hacia la maximización de bienes. Pigou (1928) exploró las
fórmulas impositivas susceptibles de aplicación a diversas reglas de equidad y volvió
sobre la discusión de Edgeworth en relación con el principio de “menor sacrificio total”
como guía de tributación, avalando la regla de igual sacrificio marginal.
Sin embargo, el tema de la distribución era tan básico como para ser excluido de la
economía, y la distribución de la carga impositiva tan central para, su vez, ser excluido
de las finanzas públicas. Las consideraciones distributivas entraron de nuevo por la
vía del bienestar social (Bergson, 1938). Suponiendo que la forma de esa función sea
acordada por la sociedad, se aplicó entonces el <punto de máxima felicidad> en la
frontera de utilidad (Samuelson, 1954). De manera más reciente, reapareció el uso de
pesos redistributivos en el análisis de costo beneficio (Weisbrod, 1968) y en los tipos
de imposición óptima sobre la renta. “Al postular una función de bienestar que refleja
el juicio social del valor (al que se llega mediante un proceso político basado en la
preferencia social de los votantes individuales), se evita la debatida premisa de la
medición cardinal y comparabilidad” (Musgrave 1985: 24).
5 Perdida muerta: pérdidas del excedente del consumidor y del productor, que no se transfieren a otras
partes. A veces, esta pérdida se denomina “carga excesiva” de un impuesto, y representa las pérdidas
adicionales que sufren los consumidores y los productores como resultado de un impuesto, por encima
de los ingresos tributarios reales que se han pagado (Nicholson, 2001). “La perdida muerta o la pérdida
de excedente del consumidor” como un triangulo bajo la curva de demanda fue anticipada por Dupuit
(1844) y Jenkin (1871), y fue desarrollada posteriormente por Marshall (1890). La moderna discusión
de pérdida muerta comenzó con el tratamiento de los efectos de las vallas de avisos de Pigou (1928).
Cómo lo mostró primero Ramsey (1927), la pérdida muerta se minimiza por imponer tasas de valores
diferenciales, semejante a reducir la producción de todas las mercancías en igual proporción. Después
de un intervalo cercano a los cincuenta años, esta regla puso las bases para la teoría de la tributación
óptima (Diamond y Mirrlees, 1971)”, (Musgrave 1987, 1059).
Marshall (1890) desarrollo el concepto de excedente del consumidor y advirtió sobre
el supuesto subyacente de la utilidad marginal de la renta constante. Después aplicó
el concepto al análisis impositivo, investigando si el equilibrio competitivo produce el
máximo bienestar, y señalo que el bienestar puede aumentarse ofreciendo una
subvención a las industrias de costos decrecientes y gravando a las de costos
crecientes. Añadió también, que la <pérdida neta> (atribuida ahora al exceso de
gravamen, pérdida de peso muerto o costo de eficiencia), de un gravamen sobre el
producto sería mayor en el caso de un bien de lujo que cuando se trata de un bien de
necesidad, ya que la demanda tiende a ser más elástica (Musgrave 1985: 31).
El problema ahora es cómo medir los niveles diferentes de capacidad de la que pueden
disponer los contribuyentes. La respuesta depende del grado de desarrollo de las
instituciones predominantes en cada país. Desde la edad media y hasta las leyes de
pobres isabelinas, la medición ha descansado en formas específicas de propiedad:
número de ventanas en las casas, de carruajes, de ganado, por ejemplo.
Posteriormente, se produjo un desplazamiento gradual hacia una perspectiva más
amplia de la propiedad, cómo renta de la propiedad, considerando la base imponible
en términos de flujos antes que de Stocks. Los desarrollos recientes (años treinta y
cuarenta del siglo XX) son considerados consecuencias directas de la evolución del
capitalismo industrial, financiero y comercial y de la economía monetaria.
De acuerdo con Keynes, si los gobiernos son renuentes a redistribuir de manera más
amplia la renta y la riqueza entre sus ciudadanos es debido en esencia a que existe la
creencia, que el desarrollo del proceso de capitalización depende, en alto grado, de la
fuerza de los incentivos que los individuos tengan para ahorrar, y así, el crecimiento
depende de lo que resulta superfluo para los ricos.
Con esta idea, Keynes considera que se elimina una de las principales justificaciones
para perpetuar las desigualdades de la riqueza, y esto se alcanzaría con un incremento
de los impuestos sobre la herencia, pues "existen ciertas razones que justifican la
desigualdad de renta que no se aplican a la desigualdad de patrimonios heredados".
Piketty (2014) comparte este criterio.
Durante una recesión se puede aumentar el gasto o bajar impuestos, o una mezcla de
ambas. Bajar los impuestos para que el dinero esté en las familias cuando más falta
hace y que así aumente el consumo privado. La recesión llega por el colapso del gasto
privado, eso es lo que las define. En estas condiciones, ¿cómo se alcanza el equilibrio?
O bien con un mayor nivel de ocupación, que implica un mayor gasto del gobierno (en
infraestructura por ejemplo), o bajando impuestos. La política depende si el problema
es por el lado de la demanda o de la oferta. Las dos alternativas pueden generar mayor
inflación. El efecto de un mayor gasto público, financiado con déficit fiscal (deuda
pública) implica mayor tasa de interés, pues el gobierno compite con el sector privado
por el ahorro nacional; y el efecto de bajar impuestos es más incierto, porque las
familias, si piensan que los problemas no se van a arreglar, tenderán a ahorrar más y
gastar menos (Mankiw, 2000).
El otro gran instrumento de la política fiscal es la tributación. Cuando el gobierno baja
los impuestos, aumentan los ingresos netos de los hogares. Éstos ahorran parte de
esta renta adicional, pero también gastan en bienes de consumo. La bajada de los
impuestos eleva el gasto de consumo, desplaza la curva de demanda agregada hacia
la derecha. Caso contrario, una subida de los impuestos reduce el gasto de consumo
y desplaza la curva de demanda agregada hacia la izquierda. El desplazamiento de la
demanda agregada, provocado por una modificación de los impuestos influyen el
efecto multiplicador y el efecto-expulsión. Cuando el gobierno baja los impuestos y
estimula el gasto de consumo, los ingresos y los beneficios aumentan, lo que estimula
aún más el gasto de consumo. Éste es el efecto multiplicador. Un aumento de la renta
eleva la demanda de dinero, lo que tiende a elevar los tipos de interés. La subida de
los tipos de interés reduce el gasto de inversión. Éste es el efecto-expulsión.
Dependiendo del efecto multiplicador y del efecto-expulsión, el desplazamiento de la
demanda agregada puede ser mayor o menor que la variación de los impuestos que
lo ha provocado.
En cuanto al consumo, John Stuart Mill sentó las bases de la doctrina moderna. Mill
rechazo el trato preferente de la renta temporal frente a la permanente, pero no que
toda la renta fuera tratada del mismo modo. Para Mill, el ahorro del trabajador
asalariado que no puede disminuir mucho su consumo y que ahorra para su vejez,
para ser tratado equitativamente debería estar exento; mientras las rentas de capital
deberían gravarse. Los ingresos obtenidos en vida deberían ser gravados tres cuartas
partes de lo aplicable a los ingresos procedentes de herencias.
Otro aspecto importante de los debates recientes es sobre quién recaen realmente los
impuestos, porque si bien tanto los gastos como los impuestos (presupuesto) se
aprueban en el legislativo a través de un proceso político y una legislación, otra cosa
diferente resulta de su incidencia. Por ejemplo, los impuestos sobre la nómina por lo
general se trasladan al trabajador (menor salario, menor empleo); el impuesto a la
renta puede terminar trasladándose a los consumidores, trabajadores e incluso a los
accionistas; los impuestos a la producción y al consumo los terminan asumiendo los
consumidores; es decir, los impuestos se pueden trasladar hacia atrás (trabajadores y
accionistas) o hacia delante (consumidores).
En síntesis, en cuanto a la evolución de las finanzas públicas en general y del sistema
tributario (teoría de la imposición) en particular, podemos diferenciar en su era
moderna varias etapas: la economía clásica (Smith, Ricardo y J. S. Mill), la economía
de la utilidad marginal (Bentham, Sax, Pantaleoni, Mazzola, Wicksell y Lindahl), la
economía neoclásica en sus diversos enfoques normativo y positivo con autores entre
muchos otros como Marshall, Pigou, Ramsey, Hotelling, Keynes, Fisher, Kaldor,
Samuelson, Musgrave, Pechman, Meade, Debreau, Harberger, Diamond, Mirrlees,
Feldstein, Atkinson, Stiglitz, Tanzi.
El término “finanzas públicas” desde los años 1960 comenzó a ser cuestionado por
cuanto para muchos especialistas no revela el alcance real de la disciplina. En su
reemplazo se ha reformulado por el de “nueva finanzas públicas” y por el de “economía
pública”, aunque con éste último se estaría reconociendo la existencia de dos sectores,
público y privado, que para algunos también sería artificial.
Siguiendo a Stiglitz (en Kaul, y Conceição 2006: xiv), el desafío que enfrentan las
nuevas finanzas públicas es enorme. Hay un sinfín de desafíos y las autoridades
nacionales ahora deben tomar en cuenta el mundo exterior cada vez que formulan sus
políticas tributarias y relativas al gasto. Las nuevas finanzas públicas discuten temas
como la ayuda para el desarrollo, los préstamos o subvenciones para los países en
desarrollo, cómo potenciar la participación del sector privado y la función de la
condicionalidad, entre otros.
El término economía pública, del mismo modo que sus ideas originales, parece haber
sido acuñado en Francia, una economía de mercado dotada por una historia con un
gran sector público, importantes empresas públicas, un servicio civil e instituciones
éticas, una ideología que favorecía un papel económico para el Estado, y cuerpos de
inteligencia-pública matemáticamente orientada a la dirección del Estado. Los
Fondements de l´Economie Publique, introduction à la thèorie du role economique de
l´Etat de Kolm (1964) probablemente el primero en usar el término en impreso, y la
Public Economics (1965) de Leif Johansen, le siguió pronto. Pero, de hecho, la
precedente Theory of Public Finance (1959) de Richard Musgrave fue economía
pública y una crucial marca en este campo. Desde 1966, provino bajo el rotulo de
economía pública, regulares reuniones, una asociación y una revista fundada por A.
B. Atkinson (Kolm, 1987).
la economía pública, aparte de la problemática de los bienes públicos tiene que ver
con otras variables esenciales como los fundamentos éticos; la relación entre la
economía y la política (economía política), decisiones políticas de economía (política
económica), donaciones y altruismo; políticas de redistribución y transferencias
públicas; externalidades; deuda pública; política macroeconómica y política fiscal;
análisis microeconómico de las fallas del mercado y fallas del gobierno; tributación y
gasto público; precios públicos, impuestos y producción. Así, la economía pública es
por muchas razones el campo más paradójico de la economía. Especializada en lo
que ha sido siempre el problema central de la disciplina: ¿qué debe hacer el mercado,
qué lo público, y cómo?
La economía pública, en una concepción más amplia, se constituye entonces en el
análisis del sector público, lo cual incluye los ingresos, la deuda y los gastos del sector
público como componentes del presupuesto y, a su vez, base del análisis de las
finanzas públicas. Cubre, además, todas las actuaciones del sector público:
actividades presupuestarias, de regulación, de diseño de políticas públicas, de gestión
de agencias públicas y de evaluación y control públicos. A partir del trabajo de
Musgrave (1959), se encuentra que autores como Kolm (1964) y Johansen (1970)
reemplazan el concepto de “finanzas públicas” por uno más amplio: “economía
pública”. Los autores más recientes y reconocidos en este campo han titulado sus
manuales como “Economía pública”: Atkinson y Stigltz (1988), Auerbach (1987),
Laffont (1990), Jha (1998) o “Economía del sector público”: Boadway y Wildasi (1986),
Brown y Jackson (1986) y Stigltz (1988).
Según Smith, “a comienzos del siglo XVIII, otra modalidad de crédito consistía en
hipotecar los ingresos o impuestos futuros a recaudar por el gobierno”. Caso similar se
presenta en Colombia, con las denominadas vigencias futuras para financiar obras
públicas con cargos a los presupuestos públicos de los años siguientes, o el caso de
la construcción y mantenimiento de las carreteras y de obras grandes, financiadas con
inversiones privadas, y para la recuperación del capital o ahorro invertido más los
intereses, se conceden concesiones (hipotecas) a largo plazo (20, 30 o más años)
sobre los peajes acordados y tarifas, lo que se conoce con el nombre de asociaciones
público – privadas, APP, mecanismos que no restringen la contratación de nuevas
deudas por parte de los gobiernos.
Para pagar o reducir la deuda, nos dice Smith que (1997, p. 830), “es necesario un
aumento muy considerable de ingresos o una disminución de los gastos. Los cambios
en la tributación pueden aumentar considerablemente el ingreso, aunque no de modo
suficiente”, y estas nuevas “cargas fiscales que se impusieron, no se reducen con el
tiempo” (caso en Colombia con el impuesto de gravamen a los movimientos financieros
o con el impuesto al patrimonio, creados hacia el año 2000, para financiar el conflicto
interno, de vigencia temporal, pero aún permanecen vigentes, ahora destinados a
financiar el déficit fiscal.
Para David Ricardo, “Cuando por medio de un préstamo, se recaudan 20 millones para
hacer frente a un año de guerra, son 20 millones los que se retiran del capital
productivo de la nación. El millón actual que se recauda en forma de impuestos, para
pagar los intereses de ese préstamo, simplemente se transfiere de quienes lo pagan
a quienes lo reciben, del contribuyente del impuesto al acreedor nacional. El gasto real
es de 20 millones, y no el interés que debe pagarse por ello. El país no será más rico
ni más pobre porque el interés se pague o no. El gobierno puede haber exigido de
inmediato los 20 millones en forma de impuestos; en este caso no habría sido
necesario recaudar impuestos anuales por un valor de un millón.” (1976, p. 184). Y
hace sus cálculos del préstamo al soberano de 20 millones de libras esterlinas a una
tasa de del 5% anual.
Según Ricardo, “el país se empobrece por el gasto profuso del gobierno y de los
individuos, así como por los empréstitos; en consecuencia, toda mediada para
promover la economía pública y la privada aliviará el malestar público pero constituye
un error y un engaño suponer que se puede eliminar una verdadera dificultad nacional,
transfiriéndola de una clase de la comunidad que justamente deberá soportarla, a los
de otra que, conforme a cualquier principio de equidad, no debería soportar más que
su parte” (1976, p. 185).
“Si los gastos de una guerra son 40 billones anuales, y la participación que una persona
ha de hacer para contribuir al gasto anual fuese 100 libras, procuraría, al ser requerido
la primera vez al pago de su parte, ahorrar rápidamente las 100 libras de su ingreso.
Mediante el sistema de préstamos, sólo se requiere el pago de interés de esas 100
libras, o sea 5 libras anuales, y considera que hace bastante con ahorrar 5 libras de su
gasto, y por lo tanto se engaña a asimismo si cree que es más rico que antes.” (1976,
p. 186).
“Un país que ha acumulado una cuantiosa deuda se halla en una situación más
artificial; y aunque la cuantía de los impuestos y precio aumentado del trabajo, puede
situarla -y creo que no la sitúa- en ninguna situación desventajosa con respecto a los
países extranjeros, sino la de pagar inevitablemente esos impuestos, intereses”
(Ricardo, 1976, p. 186).
En John Stuart Mill, “la cuestión de hasta qué punto es justo o conveniente procurar
dinero para los fines del gobierno no estableciendo impuestos de la importancia que
se precise, sino tomando una parte del capital del país bajo la forma de un empréstito
y cargando los ingresos públicos sólo con los intereses” (2006, p. 747). No discute Mill
sobre el tener que “hacer frente a las necesidades temporales del gobierno, por medio
de bonos de tesorería, por ejemplo, que se han de pagar en un año con el producto de
los impuestos. (…) sino “la conveniencia de contraer una deuda nacional de carácter
permanente”, de empréstitos que se han de amortizar poco a poco (2006, p. 748). Le
preocupa a J. S. Mill las consecuencias de la amortización: 1) cuando se toma prestado
de capital exterior, la acumulación futura de capital se enviará al extranjero (aquí no
plantea otras consecuencias); 2) cuando es de capital nacional, contrarresta el ahorro
que se habría invertido en forma de producción, empleo, o para inversión en el exterior;
y genera efectos sobre la tasa de interés interna, y la subida del interés, a su vez,
termina afectando la inversión y los precios de bienes de capital y de consumo (y por
esta vía al salario).
Otra forma de evitar el pago de deuda, que el mismo Mill describe es transfiriendo la
deuda a las futuras generaciones, aunque “la generación existente sólo está obligada
a pagar la deuda de sus antecesores con el activo que recibió de ellos, y no con el
producto de su propia actividad. (…) Aquellos que han heredado la propiedad de
determinados bienes, y es justo que se tenga esta diferencia al planear los impuestos,
como principio, y una forma de tenerlo en cuenta sería establecer un fuerte impuesto
sobre los legados y las herencias” (Mill, 2006, p. 751). No obstante, Mill argumenta
que esta forma puede resultar “fatal” para cualquier proyecto que se imagine para
extinguir la deuda por un impuesto general sobre la comunidad. “Además, una deuda
colectiva pagada por medio de impuestos repartida entre los individuos tiene la ventaja
que equivale a un seguro mutuo entre los contribuyentes” (Mill, 2006, p. 752). Si
disminuye la fortuna de un contribuyente, disminuye el impuesto que le corresponde;
si se arruina, cesa por completo, y se transfiere a otros miembros solventes de la
colectividad.
Continuando con este argumento, para Marx (1981), “la única parte de la llamada
riqueza nacional que entra real y verdaderamente en posesión colectiva de los pueblos
modernos es…la deuda pública”, al volverse colectivo su pago, y principio “sagrado”,
pues lo primero que se apropia en un presupuesto público es la amortización de la
misma. “Y al surgir las deudas del Estado, el pecado contra el Espíritu Santo, para el
que no hay remisión, cede el puesto al perjurio contra la deuda pública (Marx, 1981,
Vol. I, p. 641). Ahora, “como la deuda pública tiene que ser respaldada por los ingresos
del Estado, que han de cubrir los intereses y demás pagos anuales, el sistema e los
empréstitos públicos tenía que tener forzosamente su complemento en el moderno
sistema tributario. Los empréstitos permiten a los gobiernos hacer frente a gastos
extraordinarios sin que el contribuyente se dé cuenta de momento, pero provocan, a
la larga, un recargo en los tributos” (p. 643), que va girar posteriormente en torno a los
productos de primera necesidad, afectando los precios y los salarios.
Como la deuda pública, implica el pago del capital y los intereses, la tasa de interés se
define en Keynes como “la recompensa por privarse de liquidez durante un periodo
determinado; porque dicha tasa no es, en sí misma, más que la inversa de la
proporción que hay entre una suma de dinero y lo que se puede obtener por
desprenderse del control del dinero a cambio de una deuda, durante un periodo
determinado de tiempo (Keynes, 1983, 0. 151), o sea, varias tasas de interés para
diferentes periodos; o para deudas de diversos plazos. El factor negativo para Keynes,
son los relacionados con las consecuencias de un nivel inferior de precios sobre la
carga real de la deuda nacional y, por tanto, sobre los impuestos, con probabilidades
de ser contrarias a la confianza de los negocios.
5. Referencias bibliográficas