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El demócrata y la democracia
o El demócrata y la vida pública
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Historia de la Filosofía Antigua Jesús Aguilera Quintero
demócrata también debe administrar su vida privada y esto, evidentemente, acarrea una
responsabilidad pero también unos derechos. Así, la responsabilidad ante los demás,
aunque no sea tan directa como en su trabajo público, no desaparece en el ámbito
particular.
La nueva antropología
o Democracia y valores
Por otro lado, se suprime la vinculación del nexo natural entre la acción y sus
consecuencias y se comienza a vincular a la intención de la que partió quien la realizó
para valorarla moralmente. De este modo, el fracaso deja atrás su carácter peyorativo
propio de la época heroica, donde probablemente alguien se habría quitado la vida antes
que presentarse derrotado ante los suyos y exponerse a la posibilidad de burlas y
lamentos.
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El demócrata era un ser excepcional. Un ser que, por ejemplo, estaba capacitado
para dirigir su propia vida; para elegir desde la Asamblea la propia vida política de la
ciudad; capaz de no resignarse ante el dolor, ante los avatares de las circunstancias de la
vida y producir frente a este dolor sistemas de placer individuales y colectivos con los
que mitigar las penas; capaz de cooperar con los demás; capaz de construir nuevos
sistemas de valores donde lo bueno y lo malo no tenían por qué estar relacionados
directamente con el éxito.
La peste fue una enfermedad nueva que Atenas nunca había conocido en su
historia. Unos morían por falta de cuidados y otros a pesar de estar perfectamente
atendidos. Ninguna constitución se mostró con suficiente fuerza frente al mal (la peste):
los individuos llegaron a perder la conciencia y la noción de sí mismos. Tucídides relata
los fenómenos de la peste y desmenuza la sintomatología de la enfermedad
construyendo, a su vez, toda una historia social: la historia como terapia. Mediante la
objetivación de la enfermedad se previenen sus consecuencias en el futuro si ésta vuelve
a aparecer.
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Este escenario terrible en que el ser humano deja de algún modo de ser humano,
sin embargo, provoca que entre aquellos que están vivos y tienen relación con los
enfermos y los propios enfermos se produzcan fenómenos de altruismo nunca
imaginados: a pesar de la posibilidad de contagio, un gran número de personas están
dispuestas a ayudar. Ahora bien, los que ayudaban morían y los que no sobrevivían. De
este modo, comprobamos que la enfermedad no contempla el bien. Comprobamos,
pues, que la vida, el vivir, es el valor fundamental.
Vemos que las cosas en Atenas se complican. Cuando alcanza a los campesinos
la devastación es mayor y éstos tienen que trasladarse al interior de la ciudad para ser
atendidos.
Hay que justificar, de algún modo, el dominio, y éste sólo puede basarse en la
grandeza de los hechos de la comunidad. Los atenienses creen que si aceptan
tácitamente la fuerza que tienen, ya no tendrán la necesidad de demostrar la grandeza de
su Imperio. Así, acuden directos al centro del discurso para ver lo que éste ha de
mencionar y cómo debe hacerlo. Hablan de lo posible, que lo establecen los fuertes (en
este caso, los atenienses) y que los débiles (los melios) obedecen. Los fuertes imponen
su voluntad y los débiles obedecen. Si embargo, lo útil exige que no se acabe con el
bien común.
Los melios intentarán persuadir a los atenienses de que aquello que les parece
razonable tiene que ser útil y bueno para los propios atenienses. Los atenienses, por el
contrario, no se preocupan por el fin de su Impero (más tarde sí que reconocen que los
imperios vienen y van pero no en este momento).
Una isla tan débil como la de Melos tan sólo quiere conservar su autonomía e
independencia. Los atenienses intentan convencer a los melios de que no van a sufrir y
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no les van a dar muerte (también aquí la vida, la supervivencia de los melios, es lo que
se ofrece, apareciendo aquí la vida aparece como valor dominante que se impone en un
contexto práctico). Los fuertes, de algún modo, ‘’dejan vivir’’ a los débiles.
También podemos observar que los valores morales cuando entran en el ámbito
de la política dejan de ser morales (semejanza con El Príncipe de Maquiavelo). El
problema de los melios no es que no sepan razonar (saben hacerlo) sino que su posición
es la débil. Los atenienses le dirán que en el fondo del contexto subyace la desigualdad:
quien es fuerte impone las reglas que el débil obedece.