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La ética kantiana es distinta a la ética clásica, ya que no se funda en la noción de felicidad, sino en la
de deber mientras que la ética clásica es una ética de la felicidad.
Por eso para caracterizar en qué se basa el valor moral positivo de las acciones la hace a través del
criterio o "test" de moralidad.
El test de moralidad que imagina Kant es el siguiente: una acción es moral cuando responde
a motivos que pretenden valer universalmente, en el sentido de que haya que hacer eso siempre.
Según Kant, si la acción es realmente moral, se presupone que cualquier otra persona en esa misma
circunstancia tendría que haber hecho lo mismo.
Esto es lo que está en la base de la formulación del famoso "imperativo categórico"
kantiano. Kant llama categórico a este imperativo, porque manda en cualquier contexto, sin
restricciones. Es un imperativo que permite distinguir acciones morales de acciones inmorales. Kant
lo enuncia así: "obra de manera tal que la máxima de tu voluntad pueda convertirse al mismo
tiempo en principio de una legislación universal". Para Kant, lo opuesto de la motivación moral es
aquel tipo de motivación en la que el sujeto hace una excepción de sí mismo.
El test kantiano no habla de fines y medios, sino simplemente de universalizar el principio
subjetivo de esa acción: si se deja universalizar, la acción es moralmente lícita, aceptable. El kantiano
es un test que trata de distinguir la racionalidad moral de la estratégica; un test que por tanto va en
dirección contraria a la moral antigua, pues el test de moralidad de Aristóteles está en continuidad
con el de la racionalidad estratégica.
Kant, además de formular el test de moralidad basado en el principio de universalización,
establece una diferencia esencial entre cosas que por su naturaleza son fines en sí mismas y por eso
tienen dignidad, y cosas que por su naturaleza son fines relativos y por eso sólo tienen precio. Decía
Kant que todo en el reino de los fines es o fin absoluto o fin relativo y que, de esta manera, todo tiene
o dignidad o precio. Lo que tiene precio no tiene dignidad y lo que tiene dignidad no tiene precio:
esta es una intuición del kantismo que me parece fundamental. La dignidad se vincula con el carácter
de insustituibilidad: lo que tiene dignidad es insustituible; lo que tiene precio es reemplazable.
Desde este punto de vista, Kant reformula el imperativo categórico. La segunda formulación
del imperativo categórico dice así: "obra de modo tal que te valgas de la humanidad, tanto en tu
persona, como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin, y nunca
meramente como medio". Cuando se contrata a alguien, en cierta forma se lo toma como medio para
otra cosa, pero no se lo puede considerar como mera cosa, como un mero instrumento, sino que el
contrato tiene que considerar sus intereses, su futuro, su salud, etc.
Es decir, de aquí se deriva la existencia de deberes para con uno mismo en su calidad de persona: así
como hay tratos mediante los cuales cosificamos a los demás, hay tratos mediante los cuales nos
cosificamos a nosotros mismos, en ese tipo de trato nos estamos instrumentalizando y no hacemos
justicia a nuestro carácter de persona, de fin de valor absoluto y no relativo.
En resumen, tenemos dos estrategias de fundamentació n que parecen contrapuestas: por un lado la
referencia a la felicidad del modelo clá sico y por otro lado la referencia al deber. Hay que tener en
cuenta que hoy estamos situados en un horizonte que nos hace ver esto desde la perspectiva moderna,
que tiende a pensar que si no existiera la ética no tendríamos problema para ser felices y que la ética es
una serie de deberes que má s bien limitan el intento por ser feliz, porque ponen una serie de reparos
para el camino que se quiere seguir. En esta mentalidad las normas morales aparecen como un
obstá culo para la realizació n de la felicidad. Este esquema mental se ha hecho tan intuitivo que no nos
parece que sea posible otro.
Kant no expulsa totalmente la felicidad de la moral, sino que la expulsa del ámbito de la justificació n
moral, pero la vuelve a introducir cuando quiere explicar la motivació n moral. La pregunta para Kant en
este punto es la siguiente: suponiendo que obrar moralmente es obrar segú n deber ¿por qué un sujeto
estaría interesado en obrar así si a veces "le va peor", pensando modernamente? ¿qué es lo que obliga a
obrar segú n deber?
Kant reintroduce la noció n de felicidad en conexió n con el deber. Pero no lo hace en la ética, sino en la
teología moral, de la siguiente manera: ¿qué queda esperar para alguien que ha obrado siempre segú n
deber? Kant dice entonces que un postulado de la razó n prá ctica es la existencia de un Dios justo que
post mortem castigue al malo y premie al bueno. Así, pero es de índole teoló gica el punto mediante el
cual Kant hace converger la felicidad y el deber.