Está en la página 1de 354

PERSPECTIVAS PARA EL DESARROLLO RURAL

LATINOAMERICANO
PERSPECTIVAS
PARA EL DESARROLLO
RURAL LATINOAMERICANO

Un homenaje
a Alexander Schejtman

María Ignacia Fernández


(editora)
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano: un homena-
je a Alexander Schejtman / Alexander Schejtman … [et al.]; editado
por María Ignacia Fernández. – 1a ed. – Ciudad Autónoma de
Buenos Aires: Teseo, 2019. 354 p.; 20 x 13 cm.
ISBN 978-987-723-192-2
1. Desarrollo Rural. 2. Economía Política. I. Schejtman, Alexander.
II. Fernández, María Ignacia, ed.
CDD 333

© Editorial Teseo, 2019


Buenos Aires, Argentina
Editorial Teseo
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra,
escríbanos a: info@editorialteseo.com
www.editorialteseo.com
ISBN: 9789877231922
Las opiniones y los contenidos incluidos en esta publicación son
responsabilidad exclusiva del/los autor/es.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano
TeseoPress Design (www.teseopress.com)

ExLibrisTeseoPress 88453. Sólo para uso personal


Índice

Nota de la edición............................................................................9
Prólogo ............................................................................................ 13
La conflictiva y nunca acabada construcción del orden
deseado ............................................................................................ 17
Alexander Schejtman

Primera parte. Economías campesinas............................ 29


Evolución de la economía campesina en América Latina. 31
Jorge Echenique L.
Cuatro preguntas en torno a la economía campesina........ 81
Martine Dirven
Schejtman: el posibilista ........................................................... 129
Gustavo Gordillo y Santiago Ruy Sánchez
Transición cafetalera en América Central. De haciendas
a una mayor presencia productiva de pequeños y
medianos productores .............................................................. 167
Eduardo Baumeister

Segunda parte. Seguridad alimentaria ........................... 199


La seguridad alimentaria en la agenda del desarrollo. 50
años de enfoques y prioridades diferenciados ................... 201
Margarita Flores
Perspectivas alimentarias en el mundo a comienzos del
siglo XXI ....................................................................................... 241
Jacques Chonchol

7
8 • Índice

Tercera parte. Desarrollo territorial .............................. 261


Una mirada crítica al desarrollo territorial rural .............. 263
Julio A. Berdegué
Programas sociales y desarrollo territorial ......................... 285
Carolina Trivelli
Cinco propuestas para estudiar los territorios rurales .... 323
Ricardo Abramovay

Reseñas biográficas .................................................................... 347

8
Nota de la edición

En octubre de 2016 se realizó en Santiago de Chile el


seminario Perspectivas para el Desarrollo Rural Latinoa-
mericano, con el que Rimisp – Centro Latinoamericano
para el Desarrollo Rural quiso rendir un sentido homenaje a
Alexander Schejtman, nuestro primer investigador emérito.
Alex o Schejtman, como lo llaman sus amigos, se des-
tacó por su innegable vocación por una región más justa,
forjando una importante carrera profesional y académica
en las áreas de economía campesina, agricultura de contra-
to, economía política de los sistemas alimentarios y de la
seguridad alimentaria, desarrollo rural y desarrollo territo-
rial rural, en organismos internacionales como FAO, FIDA,
BID y CEPAL.
Fue en Chile, su segunda patria, donde nuestro des-
tacado investigador vivió uno de los desafíos más trascen-
dentales de su vida y carrera profesional; bajo la dirección
del general Alberto Bachelet, Schejtman fue uno de los
profesionales responsables por el Sistema Nacional de Dis-
tribución de Alimentos del gobierno de Salvador Allende,
función que realizó con determinado profesionalismo hasta
el mismo día del golpe de Estado en septiembre de 1973.
Quienes tenemos el privilegio de conocerlo nos admi-
ramos de su sabiduría y capacidad intelectual, que se refleja
en su gran aporte al desarrollo rural latinoamericano. Pero
también de su calidez humana, profesionalismo y genero-
sidad. Un “posibilista”, como fue denominado por Gusta-
vo Gordillo, uno de los panelistas invitados al Seminario,
haciendo referencia al tremendo legado de Schejtman como
desarrollador de ideas y posibilitador de procesos.
Para este homenaje contamos con la destacada presen-
cia de especialistas internacionales, como Martine Dirven,
Eduardo Baumeister, Jorge Echeñique, Margarita Flores,

9
10 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Jacques Chonchol, Carolina Trivelli, Ricardo Abramovay,


Julio Berdegué y el ya mencionado Gustavo Gordillo, quie-
nes revisaron la trayectoria de Alexander en torno a temá-
ticas fundamentales del desarrollo rural: la economía cam-
pesina, la seguridad alimentaria y el desarrollo territorial.
Son sus generosas aportaciones las que se recogen en este
volumen, que resulta, al mismo tiempo, en un excelente
recorrido por lo que ha sido la evolución de la agenda de
investigación de Rimisp. Pero ninguno se queda en la revi-
sión hacia el pasado, todos avanzan también en la formu-
lación de propuestas de futuro, inspiradas en la reflexión
intelectual de Schejtman en diálogo con ellos y muchos
otros colegas de la región, que han dedicado su vida al desa-
rrollo de los territorios rurales de América Latina.
Este libro se organiza en tres apartados, cada uno cen-
trado en una de las temáticas antes mencionadas, centrales
en la trayectoria de investigación de Alexander. La primera
parte del libro: “Economías campesinas”, está integrada por
cuatro artículos. Jorge Echenique recorre la evolución de
la economía campesina en América Latina y nos presenta
el balance de los programas y políticas sectoriales de los
últimos 30 años, las definiciones, caracterizaciones y tipo-
logías que dan cuenta de la heterogeneidad de la agricultura
campesina, y examina las transformaciones más recientes
de los espacios rurales y su población, el nuevo rol de la
agricultura en el desarrollo y los cambios de tenencia en
la agricultura. A continuación Martine Dirven nos presenta
cuatro importantes preguntas sobre la economía campesina
que abordan las lógicas del campesinado, su participación
en los mercados, el círculo vicioso de pobreza y el fortale-
cimiento o extinción del campesinado, y concluye con una
reflexión sobre el surgimiento de los neo-campesinos, una
nueva generación de jóvenes altamente calificados que se
dedican a la agricultura. Por su parte, Gustavo Gordillo y
Santiago Ruy Sánchez se preguntan si frente a la crecien-
te mercantilización de los hogares campesinos y la expan-
sión de mecanismos de reproducción externos al ámbito
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 11

agrícola sigue siendo razonable y provechoso hablar de eco-


nomía campesina en México. Para dar respuesta, los auto-
res estudian la transformación de la economía campesina
mexicana a partir de la década de 1980-1990, y reflexio-
nan sobre los escenarios futuros para el campo mexicano.
Finalmente, Eduardo Baumeister, para mostrar los procesos
de fortalecimiento de pequeños y medianos productores de
café, toma los casos de la producción de café en Honduras y
Guatemala y analiza las inserciones espaciales del cultivo de
café, los desplazamientos campesinos, el trabajo temporal,
las migraciones y los cambios en la producción.
En la segunda parte del libro: “Seguridad alimentaria”,
Margarita Flores pasa revista de 50 años de enfoques y
prioridades diferenciadas sobre seguridad alimentaria, pre-
senta los cambios en la manera de plantear el problema
de la seguridad alimentaria, con el fin de identificar avan-
ces logrados y desafíos pendientes. Luego, Jacques Chon-
chol reflexiona sobre los retos del siglo XXI en materia
de seguridad alimentaria, el crecimiento demográfico, la
intensificación de la producción agrícola y la subalimen-
tación persistente.
La tercera y última parte: “Desarrollo territorial”, se
vincula con los años más recientes de reflexión intelectual
de Schejtman y se compone de tres artículos. El primero,
de Julio Berdegué, presenta un balance de los 20 años de
construcción de un enfoque territorial para el desarrollo
rural latinoamericano, y define los desafíos para una nueva
generación de políticas y programas de desarrollo territo-
rial rural en América Latina y el Caribe. En el segundo
artículo, Carolina Trivelli toma el caso de la provincia de
Quispicanchi en Perú, para discutir si los programas de
transferencias monetarias, más allá de su aporte a la reduc-
ción de la pobreza en el territorio, han aportado al proceso
de desarrollo territorial. Finalmente, Ricardo Abramovay
argumenta sobre rol potencial de los territorios rurales en
12 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

la emergencia de una economía regenerativa y dirigida al


desarrollo sustentable, y formula cinco propuestas para los
estudios sobre territoriales rurales en América Latina.
Antes de todos ellos, es el propio Schejtman quien,
en una síntesis de lo que fue su conferencia magistral en
el Seminario en que Rimisp le rindió homenaje se da a la
tarea de desarrollar dos de los principales hallazgos de su
trayectoria en su artículo “La conflictiva y nunca acabada
construcción del orden deseado”. Estos son el peso de la
matriz agraria en América Latina sobre la evolución de las
estructuras sociales y la relación economía neoclásica- neo-
liberalismo como obstáculo para alcanzar el orden deseado,
siendo este aquel que asegura que nadie debe quedar mar-
cado por el lugar en el que nace.

M. Ignacia Fernández G.
Directora ejecutiva
Rimisp – Centro Latinoamericano
para el Desarrollo Rural
Prólogo1

Hablar en nombre de los amigos de Alexander Schejtman


es una aventura osada que no puede cubrir la diversidad
de amistades que él ha construido a lo largo de su vida.
Voy a intentarlo.
El estupendo seminario de hoy es un reconocimiento
preciso y oportunamente feliz al importante aporte intelec-
tual de Alexander Schejtman. Alexander, Alejandro, Alex,
Alejo son los distintos nombres con que le llaman sus ami-
gos. Pero desde el Instituto Nacional hasta la Escuela de
Economía se le conoció simplemente como Schejtman. Así
se estableció y así lo dejaremos.
Schejtman trae consigo al menos dos cualidades de su
identidad judía: una apertura de espíritu excepcional y un
gran sentido del humor. Boliviano de nacimiento, chileno
más tarde y mexicano casi todos los días. Raíces y lugares,
estos, que han amoblado su itinerario intelectual. La hacien-
da, a sus ojos, parece seguir viva con elites agrarias que se
reproducen fuera del ámbito rural. Mantiene su preocu-
pación ─repito casi sus palabras─ por la agricultura fami-
liar y las asimetrías del poder. Lo inquieta la desigualdad
de acceso a los bienes materiales e inmateriales y el difí-
cil camino para superar las restricciones que las relaciones
mercantiles suelen imponer en los territorios. Su curiosidad
fortalecida por su formación marxista lo llevó a estudiar
esas estructuras de producción, intentar comprenderlas y
mostrar sus dinámicas rechazando cualquier historicismo.
En un mundo que suele destacar a políticos e intelectuales
que viajan recto de certidumbre en certidumbre, Schejtman,

1 Discurso de homenaje en el Seminario de Homenaje Alexander Schejtman, a


cargo de Selim Mohor, de parte de sus amigos.

13
14 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

por fortuna, es un hombre de dudas incesantes que gene-


ran y nutren análisis innovativos y rigurosos de los fenó-
menos sociales.
Ahora bien, estas sobresalientes cualidades no lo hacen
siempre un hombre sabio. Sus amigos le hemos dicho que
pasar de beber tequila a mezcal frío es un error. Schejtman,
antes de lanzarse en la defensa del mezcal, nos responde:
“Uds. tienen una concepción errada del error”, y vaya si nos
pasamos discutiendo un buen tiempo sobre la definición
del error, hasta que la sed nos obligue a rescatar el ver-
dadero debate etílico.
Amigo sólido, accesible y generosamente solidario; a
veces se recoge y nos parece lejano… por un tiempo. Hemos
aprendido a guardar su ausencia para reanudar, a su vuel-
ta, los buenos momentos que ofrece su amistad. Algunos
de nosotros hemos caminado a su lado por varios años,
hemos recorrido rutas polvorientas, dialogado con campe-
sinos pobres de muchos lugares y recibido mate y otras
hierbas de sus mujeres recias y generosas. Nos sentamos
ocasionalmente en mesas largas de hacendados poderosos y
hemos pasado tediosas horas con burócratas ministeriales y
otras más felices con técnicos dedicados y comprometidos
con las gentes de su tierra. La nostalgia ─ya hemos envejeci-
do un poco y nos la perdonamos─. la nostalgia digo, de tales
momentos, se desliza en nuestras conversaciones y com-
partimos sin amargura la frustración de aquellos que no
consiguieron los resultados que hubiesen querido. No hay
escepticismo alguno, Schejtman no se amilana y persevera
en el conocimiento y la explicación. No es raro encontrar-
lo, cualquier día, visitando Youtube para escuchar a David
Harvey y Tony Judt entre muchos otros. Busca y descubre
autores nuevos sin europeísmos ni veleidades imitativas.
Siempre ha estado en América Latina junto a los agraristas
que lo acompañan ─a veces críticamente─ sin olvidar a los
indígenas de la sierra, los morenos de la costa y los ladinos
de valles empobrecidos.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 15

Su paso, primero por ICIRA, luego por FAO y CEPAL,


dejó tempranamente la huella de su creatividad conceptual
y teórica. Impecable profesional que acuñó nuevos concep-
tos de seguridad alimentaria, hasta hoy vigentes, que per-
mitieron a FAO salir de una estrecha visión productivista.
Asimismo, su estudio mexicano de tipología de productores
influyó decisivamente en las discusiones sobre las políti-
cas públicas. Les permitió a muchos profesionales agríco-
las de FAO conocer la dinámica socioeconómica del sector
rural y en parte se puso fin a una mirada apocalíptica que
suponía a mediano plazo la desaparición de las economías
campesinas. Fortaleció entonces la agenda de la institución.
Contribuyó además en muchos temas, al debate sobre los
resultados e impactos de las reformas agrarias, al examen
de las nuevas relaciones de la finca con su entorno, el papel
de las instituciones, e incitó a la ampliación de los estudios
incorporando la cuestión urbano-rural, el empleo rural no
agrícola y otras que se desarrollarán aún más en conjunto
con los colegas de Rimisp cuando deja la FAO. Soy testigo
de cuán rica ayuda ha sido para jóvenes y menos jóvenes
profesionales compartir las ideas de Schejtman. Su maestro
Rafael Barahona vio en él un buen aprendiz y es hoy buen
profesor, temeroso de la hoja blanca, de expresión oral flo-
rida e inteligente. Además de leer sus trabajos, hay que oírlo.
Esperamos no perdernos nuevas ocasiones.
Los amigos envidiamos a este hombre que le saca pro-
vecho a la cotidianidad, platica con facilidad y cuenta con
talento historias entretenidas. Cocinero de paellas suculen-
tas, de quesadillas crepusculares y huevos rancheros picosos
por la mañana. Orgulloso hasta la vanidad de su excelente
tiramisú, se da sus tiempos y recibe con simpatía. Atento
cuidador de su familia, conserva el recuerdo de sus antepa-
sados víctimas de una europa cruel y desmedida. Afectuoso
y preocupado de las relaciones humanas, si lo habitan horas
negras ─a quien no─ no busca consuelo ni importunar a
nadie. Hombre de compromisos ciertos. Permítanme dejar
anotado su empeño en las tareas de gobierno en los duros
16 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

y difíciles tiempos de la Unidad Popular. La mayoría de


nosotros mantiene vivo cada uno de esos momentos en
nuestra memoria individual y colectiva. Schejtman fue un
alto responsable, bajo la dirección del general Bachelet, del
Sistema Nacional de Distribución de Alimentos. Tarea de
una dificultad mayúscula en esos tiempos, que Schejtman
asumió con decisión y compromiso hasta el día mismo del
golpe de Estado.
Agregaría para completar la historia de nuestro buen
amigo, que Schejtman ya era un personaje público por un
incidente simpático y peculiar. En efecto, aun estudiante,
fue un boliviano destacado en la portada del periódico más
popular de Chile. Hasta hoy hazaña por nadie repetida, esto
es, dejarse caer ─por miopía u otros menesteres─ con su
auto mini en un profundo hoyo de nuestra avenida prin-
cipal, la alameda Bernardo O’Higgins. Es, sin duda, una
persona de profundidades y un hombre original.
Querido Schejtman, seguramente piensas que exagero
en esta breve nota, pero no creo haberme sobrepasado;
más bien me quedé corto. En el nombre de tus amigos
recibe nuestro afecto, simpatía y agradecimiento por tu
valiosa amistad, que seguirá sin duda enriqueciéndonos por
muchos años más.

Selim Mohor H.
Santiago, 25 de octubre de 2016
La conflictiva y nunca acabada
construcción del orden deseado
ALEXANDER SCHEJTMAN

Resumen

Llevamos décadas preguntándonos qué hacer para que vas-


tos sectores marginados alcancen una mejor calidad de vida.
Tomando prestado el título de un trabajo de Norbert Lech-
ner de 1984, se establecen dos supuestos: que tenemos una
imagen, aunque sea utópica, del orden deseado y que exis-
ten caminos o procesos que apuntan hacia el logro de dicho
orden. El programa Cohesión Territorial de Rimisp, por
ejemplo, define la imagen del orden deseado como aquel
que asegura que nadie debe quedar marcado por el lugar en
el que nace y para ello las potencialidades de cada persona
deben desarrollarse al máximo, y deben crearse las condi-
ciones contextuales para que esas potencialidades puedan
expresarse.
En Chile, el confuso camino de construcción del orden
deseado se cerró bruscamente a partir del golpe de Esta-
do, que con mano militar, impuso el propio, creando las
condiciones para que las leyes del mercado reemplazaran
la política. En ese contexto, Rimisp planteó su serie de
trabajos sobre el desarrollo territorial, buscando encon-
trar los factores que explican las desigualdades regiona-
les. El presente artículo desarrolla y respalda dos de las
conclusiones del Proyecto de Dinámicas Territoriales: el
peso de la matriz agraria en América Latina sobre la evo-
lución de las estructuras sociales y la relación economía
neoclásica-neoliberalismo como obstáculo para alcanzar el
orden deseado.

17
18 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

El orden deseado

Alguien dijo alguna vez que la modestia era la vanidad de


los tontos y parece que debo ser tal pues, a pesar de que
hice lo inimaginable para evitar mi intervención en este
homenaje, no lo logré y me sometí a esa solicitud aceptando
el desafío con gran tensión y mucha dificultad, sabiendo de
las excelentes presentaciones que me precedieron a lo largo
de esta jornada. Buscando en qué apoyarme escogí el título
de un libro que, me pareció, permitiría entrar al tema del
desarrollo territorial por un camino indirecto. Yo diría, por
el camino de las utopías.
Me refiero al libro de Norbert Lechner, quien lamen-
tablemente ya no está con nosotros, que se llama La con-
flictiva y nunca acabada construcción del orden deseado. Este
título me pareció muy pertinente porque hace décadas que
nos hemos estado preguntando qué hacer para que vastos
sectores marginados alcanzaran una mejor vida existiendo
los recursos para alcanzarla.
Quiero además señalar en esta improvisada interven-
ción mis deudas intelectuales con tres personas que tampo-
co pueden estar físicamente presentes: Fernando Fajnzyl-
ber, el Viejo (Rafael) Baraona y Manuel Chiriboga.
El trabajo de Fernando Fajnzylber para CEPAL “Trans-
formación productiva con equidad” y el libro De la caja
negra al casillero vacío representaron, a juicio mío, el primer
manifiesto antineoliberal en América Latina a inicios de la
década de 1980. Este libro muestra que en la región, el casi-
llero de los países que lograron crecimiento y equidad en un
determinado lapso está vacío, mientras que en otros conti-
nentes existen países con la más diversa gama de institucio-
nes que lograron ambos objetivos, lo cual pone en cuestión
la receta neoliberal, de pretendido valor universal.
A Rafael Barahona y a Manuel Chiriboga les debo mi
iniciación en los temas agrarios y rurales, que al salir de la
universidad estaban lo más lejos posible de mis intenciones
centradas en la macroeconomía. Ambos contribuyeron a
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 19

abrir mis ojos y me enseñaron a mirar lo que yo no veía.


Entonces a Fernando le debo la visión de la transformación
productiva con equidad y a estos dos amigos mi mirada del
mundo de la hacienda y del campesinado.
Al asumir la conflictiva y nunca acabada construcción
del orden deseado como salvavidas para esta improvisada
reflexión, partimos de dos supuestos: que tenemos una ima-
gen, aunque sea utópica, del orden deseado y que existen
caminos o procesos que apuntan hacia el logro de dicho
orden. El programa Cohesión Territorial de Rimisp – Cen-
tro Latinoamericano para el Desarrollo Rural, por ejemplo,
define la imagen del orden deseado como aquel que asegura
que nadie debe quedar marcado por el lugar en el que nace
y para ello las potencialidades de cada persona deben desa-
rrollarse al máximo, y deben crearse las condiciones con-
textuales para que esas potencialidades puedan expresarse.
Desde hace casi 40 años que estamos en la búsqueda
de ese orden deseado. Desde mi tesis de grado en Econo-
mía en la Universidad de Chile, sobre el inquilinaje en el
Valle Central, ya entraba el debate entre las posturas de
los libros Desarrollo del subdesarrollo (Gunder Frank, 1967) y
Dependencia y desarrollo en América Latina (Cardos & Faletto,
1969) de la Cepal. Fue un debate muy vivo, con implica-
ciones profundas en la polarización de las organizaciones
de la izquierda, sobre el grado de desarrollo del capitalismo
y sobre si las tareas del momento eran de reformas para
enfrentar sus contradicciones más flagrantes (por ejemplo
las agrarias) o revolucionarias, de transición al socialismo.
Mi visión en esos años era de un cierto determinismo mar-
xista: que la relación entre estructura y agencia estaba per-
fectamente definida y que las estructuras eran las determi-
nantes. Incluso recuerdo conversaciones en el gabinete del
ministro de Economía en que se hacía referencia al debate
entre (Nikolai) Bujarin y (Yevgueni) Preobrazhensky sobre
industrialización soviética.
20 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

El golpe de Estado cerró bruscamente el confuso


camino de construcción del orden deseado y, con mano
militar, impuso el propio, creando las condiciones para que
las leyes del mercado reemplazaran la política, hasta que
esta reemergiera lenta y subordinada, en la búsqueda del
orden deseado. Es en ese contexto que Rimisp planteó su
serie de trabajos sobre el desarrollo territorial, buscando
encontrar los factores que explican las desigualdades regio-
nales. Comparto plenamente las conclusiones del proyecto
de dinámicas territoriales y solo quiero poner énfasis en
dos de ellas: el peso de la matriz agraria, en concreto, la
hacienda, sobre la evolución de las estructuras sociales y la
consolidación del neoliberalismo como discurso hegemó-
nico, fenómeno que en Chile se inicia antes que Thatcher y
Reagan fueran elegidos, y cuando aún no se había dictado el
catecismo al cual hemos rezado todos estos años.
Entonces una sociedad parida, por así decirlo, desde
su matriz agraria es objeto de la implementación de un
modelo nacido del cruce entre la economía neoclásica y el
liberalismo. Respecto de la matriz agraria, yo sé que mis
amigos peruanos, bolivianos y ecuatorianos dicen que estoy
hablando del pasado y que su impacto ya estaría supera-
do, pero tengo como testigo para el caso de Chile el libro
de una querida historiadora italiana titulado El sentimiento
aristocrático: elites chilenas frente al espejo (1860 1960) (Stabi-
li, 2003). Se trata de una elite que tiene la hacienda como
su referencia, aun cuando sus actividades sean la banca, la
industria, el comercio, etc., y donde el tema de los apelli-
dos aparece como elemento identificador por excelencia, al
extremo de que un capítulo completo del libro se llama “El
baile de los apellidos”.
Cuando digo que la hacienda fue muy determinante,
es porque creo que afectó, en primer lugar, la estructura de
poder. Hoy día podemos observar que muchos de los hijos,
nietos y bisnietos y muchos de los apellidos de hacendados
han sido presidentes de la república o parlamentarios, o
si no lo han sido, han estado en la fiesta de los que sí lo
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 21

eran. Entonces hay ahí una especie de compartimentalidad


y cierta endogamia, y si no endogamia, promiscuidad si
quieren ustedes, que se da en ese tipo de sociedad y en el que
también el poder empieza a trasladarse con referencia al
apellido y el apellido a ese riñón oligárquico de Chile cen-
tral que contiene la estructura de poder. Resulta revelador
el acuerdo de una reforma constitucional entre dos perso-
neros de partidos opuestos pero con apellidos reconocidos,
que en una influyente columna de opinión pública se señale,
y cito “no cabe duda que se sienten cómodos uno al lado
del otro, comparten el mismo habitus y sentido de clase: esa
rara sensación de que el curso del país descansa, en alguna
medida, sobre sus hombros” (Peña, 2012, ¶ 1).
En segundo lugar, determinó los patrones de acumula-
ción, es decir, la forma como se recreaban los procesos de
inversión de ganancias en el crecimiento. Este patrón de
hacienda es más bien rentista, con un impacto sobre la dis-
tribución del ingreso vigente hasta hoy, aun cuando corres-
ponden a dinámicas en las cuales la hacienda es como una
reliquia olvidada. Pero es evidente que en el proceso de
desarrollo de esta economía, en el inicio de la industrializa-
ción, esta nace al amparo de una estructura agraria en que
la hacienda es predominante.
En tercer lugar, la hacienda fue determinante en la
escasez y el carácter distorsionado de los estímulos a la
incorporación del progreso técnico. El estímulo rentista
que aparece muy tempranamente en las haciendas se tras-
lada también a otros espacios de la actividad pública con
la idea de ganancia a corto plazo, del proteccionismo a la
industria, con las ideas de la colusión entre industriales,
etc., en los cuales no solo vamos a encontrar colusión sino
que varios de los colusionados todavía pueden tener refe-
rencias, aunque sean muy tardías, a algunos de los viejos
apellidos hacendarios.
22 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

En cuarto lugar, limitó la reducida generación de


empresarios potenciales, pues la masa de colonos adscri-
tos y el minifundio circundante no constituyen una fuente
generosa de emprendedores autónomos.
Sobre estas dinámicas Barrington Moore Jr. (1966) tie-
ne este libro maravilloso, muy mal traducido al español,
Lord and Peasant in the Making of the Modern World, que
estudia el desarrollo de las sociedades modernas en cinco
naciones o países, entre los cuales está Estados Unidos, que
por contraste con otras experiencias, permite ver lo que
estoy señalado. En dicho país, lo que tenemos entre norte y
sur y que culmina en la guerra de secesión norteamericana
en verdad es una revolución capitalista. En el norte tenemos
una masa de pequeños productores agrícolas que tienen una
gran demanda de ropa y de instrumentos como el hacha
o la pistola colt con piezas intercambiables, es decir, una
creación industrial precisamente para dar cabida a una pro-
ducción masiva. El hacha para ir quitando los árboles; la
pistola, los indios que están cerca de los árboles. Tenemos
un avance de la pequeña y mediana producción que no solo
genera una demanda masiva de bienes industriales, sino que
además permite una especie de matrimonio muy fecundo
entre la agricultura y la industria naciente.
En el sur, lo que tenemos son plantaciones y esclavos.
Los esclavos con tapa rabo y los señores con demandas
satisfechas por las importaciones europeas. Todo esto es
una exageración, una caricaturización, pero como en la dis-
cusión con mis colegas siempre ha sido muy difícil con-
vencerlos, tengo que llegar a la caricatura para que por lo
menos el punto haga sentido.
Voy a parafrasear a Dieter Senghaas, quien alude a los
contrastes que se dan entre el desarrollo del norte y del
sur de varios países europeos, concluyendo que en lugares
donde había estructuras homogéneas, se generaron diná-
micas de industrialización muy poderosas, mientras que en
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 23

las estructuras heterogéneas o bimodales dominó el retra-


so, o la industrialización trunca, como la llama Fernan-
do Fajnzylber.
Senghaas compara la estructura homogénea en el caso
de Dinamarca con otras estructuras heterogéneas en las
fases iniciales del proceso de industrialización, señalando
que la modernización del agro partió de empresas fami-
liares viables y consolidadas, que aseguraron un creciente
incremento de la productividad en la agricultura orienta-
da a la exportación, primero, y la producción industrial,
después, desplazando a la artesanía local al punto que final-
mente una sociedad agraria que no disponía de ninguna
materia prima industrial se constituyó en una sociedad alta-
mente industrializada.
El autor confirma la idea de que las estructuras bimo-
dales tienen el defecto de generar socialmente estructuras
heterogéneas, en el sentido de que terminan por consolidar
el rentismo, el proteccionismo en el caso industrial o la
colusión, cuando ya ninguno de estos elementos funciona.
De lo anterior se desprende la coexistencia, por una
parte, de una estructura agraria de gran propiedad y por
otra, de una masiva pequeña propiedad con sus consistentes
opciones tecnológicas. Es por eso que podemos pensar que
el recorrido tecnológico en los países de América Latina fue
coherente con sus dotaciones de recursos. La Argentina, por
ejemplo, buscó elevar el rendimiento de la mano de obra,
mientras que seguramente Ecuador y El Salvador intenta-
ron elevar el rendimiento de la tierra. En este sentido el
desarrollo de la tecnología en nuestros países se movió en
la dirección de eficacia de recursos, pero a distancia sideral
de lo que era la frontera tecnológica, precisamente porque
había que hacer un híbrido que satisficiera a la gran propie-
dad y a la pequeña agricultura simultáneamente. Y ahí sur-
ge toda una iniciativa, muy loable pero bastante criticable,
de tener tecnologías adecuadas para pequeños productores
que termina a veces siendo más arqueología que tecnología
cuando las opciones de la ciencia van avanzando.
24 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Hasta aquí lo referido a la matriz agraria. Corresponde


ahora abordar aspectos de la relación economía neoclásica-
neoliberalismo como obstáculo para alcanzar el “orden
deseado”.
Buena parte de la fundamentación de la economía neo-
clásica se ha hecho sobre la base de modelos matemáti-
cos y se sofistica cada vez más, surgiendo una especie de
paradigma extremadamente científico que en términos de
complejidad, podríamos compararlo con las estimaciones
del clima. Sin embargo, cuando nos dicen que va a llover,
respondemos que es probable, pero respecto de los modelos
económicos confiamos plenamente en sus predicciones. Es
así como después de la crisis de 1980, creímos que el mundo
financiero se regulaba de manera automática y que no había
la más remota posibilidad o probabilidad estadística de que
hubiera la crisis que estamos viviendo todavía.
Esto muestra el grado de ideologízación que contiene
la formulación científica, lo que no impide que existan eco-
nomistas que validando dichos modelos, tengan opiniones
relativamente sensatas respecto a los problemas que expre-
san los países subdesarrollados, siendo capaces de hacer crí-
ticas a la dinámica del capitalismo sin perjuicio de que sus
fundamentos teóricos sean neoclásicos y que sus modelos
sean matemáticos, (Paul) Krugman es uno de ellos.
Retomando un tema que Lechner desarrolla muy bien,
debemos considerar las utopías y las subjetividades. El
observar cada uno de los hechos en función de las subjeti-
vidades creo que tiene que ver con lo que Julio (Berdegué) y
Carolina (Trivelli)1 mencionaban respecto al tema de defi-
nir el territorio: los elementos subjetivos que no tenemos
formas simples de medir, pero que son muy importantes
desde el punto de vista de cohesionar y de buscar proyec-
tos compartidos. Y eso en este mundo neoliberal ha sido
reemplazado por el mercado. Por tanto, lo que antes era
una discusión política ahora ha sido reemplazado por el

1 Ambos en este volumen.


Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 25

mercado y por que todos nos comportamos como si fuera


obvio que hay que comportarse, de acuerdo a las reglas
del mercado. Como Lechner (2015) señalaba, si efectiva-
mente te comportas de acuerdo a esas reglas te premian,
y si las violas te castigan. Entonces, la memoria colectiva
funciona como un proceso de interiorización de las normas
fácticas. Ella ‘aprende’ que las llamadas leyes del mercado
son normas inalterables, cuya agresión es castigada por el
mercado; una vez internalizado que el sistema económico
y el orden social están sustraídos de la decisión política, la
participación de la política carece de sentido en la cons-
trucción del futuro.
Frente a esto hay también economistas, en particular
Mariana Mazzucato, que en su libro de fácil comprensión y
divulgación, Enterpreneurial State (2011), pone en evidencia
la forma en que el Estado apoyó la creación de muchos de
los productos más innovadores que hoy se comercializan
en el mercado, como el IPhone, gran parte de los productos
farmacéuticos, la energía renovable y otros que han nacido
como investigaciones hechas por el Estado norteamericano
en sus distintos centros de investigación, y son después
patentados y comercializados por empresas que saben el
arte de vender. Pero el Estado termina mirando pasivamen-
te que muchos de sus recursos, que pudieran invertirse pre-
cisamente en proyectos de riesgo, proyectos que no tienen
digamos rentabilidades de corto plazo, se ven menoscaba-
dos porque muchas de esas empresas a veces ni siquiera
tributan lo que deberían tributar.
En conclusión, después de haber sido impregnado por
el manifiesto comunista a una edad muy temprana y haber
sido uno de los archimecanicistas en las relaciones entre
estructura y agencia, lo que puedo señalar es una frase que
Clinton decía a sus contrincantes “es la economía estú-
pidos”, y yo me dije a mí mismo “es el capitalismo tara-
do”, o sea que detrás de todos estos intentos siempre en
26 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

última instancia aparece ese tipo de fantasma que hoy día


se expresa en el mercado y en cuán internalizado tenemos
el mercado.
De aquí que son pertinentes las opiniones de David
Harvey, invitado a Chile hace poco tiempo, respecto de los
países que ha visitado, y que derivan de su lectura particular
del marxismo, rescatando la dialéctica marxista. Él habla de
por lo menos tres crisis o contradicciones que son críticas
en el capitalismo, en el sentido de que resolverlas implica
resolver también la continuidad acumuladora de este.
Primero, lo que él llama el crecimiento exponencial
del capital, cualquier cosa que crece a tasa exponencial, y
aquí me viene a la luz, precisamente, lo que está pasando en
materia de Internet, de chips, que los chips cada tantos años
aumentan la capacidad de memoria de manera exponencial
y sigue elevándose hasta un punto que la literatura llama
“singularidad”, o sea, es un tipo de situación impredecible
en términos de sus efectos.
Segundo, la contradicción entre el capital y la natura-
leza, tema en que Ricardo Abramovay en su presentación
(en este volumen), ha sido explícito y apasionado, siendo un
militante en esta causa, que yo tardé mucho en entender y
por la que hay que partir si queremos criticar el capitalismo.
Tercero, la revuelta, la alienación universal y la deshu-
manización. En síntesis, una distopía. A propósito de ello,
en una ocasión leí en el Financial Times que las distintas
escaseces de agua, petróleo, entre otras, están poniendo en
cuestión el crecimiento, al tiempo que surjen crecientes
disputas por su distribución.
Sobre esta distopía dramática un historiador como
(Yuval Noah) Harari en sus libros Sapiens (2014) y Homo
Deus (2016) señala que lo que comienza a aparecer es una
deshumanización progresiva, no en el sentido de lo liberal,
sino de la individualidad de la condición humana como
producto de la combinación de los avances en inteligen-
cia artificial y en las ciencias biológicas. Ello puede lle-
var a una situación en que un 80% de los humanos sean
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 27

perfectamente inútiles para la reproducción, de la economía


y de la sociedad, de modo que esta quede gobernada por
un pequeño núcleo, que tiene el dominio y el poder sobre
dichos avances y la sociedad.
Y entonces, si yo tengo cierto pesimismo, paradójica-
mente, siento que el capitalismo ha sido y es todavía, como
decía (William) Baumol, “una máquina de innovación” y
por lo tanto esa máquina de innovación, capaz de produ-
cir maravillas, tiende a autorreproducirse hasta el infinito,
hasta que estas contradicciones fatales terminen, digamos,
por generar conflictos de tal naturaleza que ni siquiera el
poder militar o el poder persuasivo de las potencias sean
capaces de frenar.

Bibliografía

Cardoso, F. H. y Faletto, E. (1969), Dependencia y desarrollo en


América Latina. Ensayo de interpretación sociológica, Bue-
nos Aires, Siglo XXI Editores.
Comisión Económica para América Latina y el Caribe
(CEPAL) (1990), Transformación productiva con equidad:
la tarea prioritaria del desarrollo de América Latina y el
Caribe en los años noventa, Santiago de Chile, Libros de
la CEPAL N° 25.
Fajnzylber, F. (1990), Industrialización en América Latina: de
la “caja negra” al “casillero vacío”: comparación de patrones
contemporáneos de industrialización, Santiago de Chile,
Cuadernos de la CEPAL, N° 60.
Gunder Frank, A. (1967), El desarrollo del subdesarrollo, Haba-
na, Pensamiento Crítico.
Harari, Y. N. (2014), Sapiens. De animales a dioses: Una breve
historia de la humanidad, Barcelona, Editorial Debate.
Harari, Y. N. (2016), Homo Deus: Breve historia del mañana,
Barcelona, Editorial Debate.
28 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Lechner, N. (1984), La conflictividad y nunca acabada cons-


trucción del orden deseado, Santiago de Chile, Ediciones
Ainavillo.
Lechner, N. (2015), Obras IV. Política y subjetividad,
1995-2003, Fondo de Cultura Económica, FLACSO
México.
Mazzucatto, M. (2011), Entrepreneurial State. Debunking
Public vs. Private Sector Myths, London & New York,
Anthem Press.
Moore, B. Jr, (1966), Social Origins of Dictatorship and Demo-
cracy: Lord and Peasant in the Making of the Modern World,
Boston, MA, Beacon Press.
Peña, C. (2012, 21 de enero), “Larraín y Walker: el
respingo conservador”, El Mercurio. Disponible en
línea: https://bit.ly/2FxtHEW.
Stabili, M. R. (2003), El Sentimiento Aristocrático: elites chilenas
frente al espejo (1860 1960), Santiago de Chile, Cen-
tro de Investigaciones Diego Barros Arana, Editorial
Andrés Bello.
Primera parte.
Economías campesinas
Evolución de la economía campesina
en América Latina
JORGE ECHENIQUE L.

Resumen

En el año internacional de la agricultura familiar se afirmó


que el 88% de las explotaciones agrícolas del mundo son
familiares; que estas proporcionan trabajo a la mayoría de
los activos agrícolas; y que representan el principal provee-
dor de alimentos básicos en los mercados del mundo. Ade-
más se puso de relieve su conocimiento de los ecosistemas,
su contribución a la seguridad alimentaria y al ordenamien-
to de los territorios.
Dada su importancia, en el artículo se repasan los
mayores procesos ocurridos en la agricultura y la rurali-
dad regional: procesos de reforma agraria y programas de
desarrollo rural integrado (DRI) que se desarrollaron hasta
1980; las grandes transformaciones en las políticas públicas
que se producen en las décadas de 1980 y 1990, que ponen
término al sesgo pro sustitución de importaciones indus-
triales en detrimento del crecimiento de las exportaciones
agropecuarias; las políticas sectoriales para impulsar la agri-
cultura regional y las políticas sociales para enfrentar la
pobreza rural que tienen lugar a partir de la década de 1990.
Luego se discute si el balance de los programas y políticas
sectoriales de los últimos 30 años tuvo alguna incidencia
positiva sobre la evolución de la agricultura familiar.
Dado que la agricultura familiar sigue siendo un con-
cepto borroso, poco estable, que representa una extrema
diversidad de formas de producción, en este artículo se pre-
sentan las definiciones, caracterizaciones y tipologías que

31
32 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

dan cuenta de la heterogeneidad de la agricultura campesi-


na. Con mayor detención se examinan las transformaciones
más recientes de los espacios rurales y su población, el nue-
vo rol de la agricultura en el desarrollo, y los cambios de
tenencia en la agricultura. Finalmente, se postulan ciertas
áreas que deben ser tomadas en cuenta en las futuras polí-
ticas públicas y programas territoriales, que resaltan por su
progresiva relevancia: medio ambiente y cambio climático,
agricultura de precisión y sustentabilidad, gestión y uso de
energías renovables, acuicultura y pesca artesanal, circuitos
cortos y comercio justo.

1. Introducción

Invitado por Rimisp al seminario en que se rendiría un


homenaje a Alejandro Schejtman por sus valiosos aportes
al estudio del desarrollo rural en América Latina, para lo
cual se me pedía colaborar con un artículo sobre la eco-
nomía campesina en la región, experimenté dos reacciones.
La primera obviamente favorable a participar en el evento
por sus motivaciones y muy en especial por haber compar-
tido con Alejandro una trayectoria amistosa y profesional
de casi 50 años, durante la cual incorporé muchos de sus
contribuciones al conocimiento de lo rural, reconociendo
en estas su amplio respaldo teórico, así como su inteligente
y rigurosa capacidad de análisis. La segunda reacción fue de
aprehensión, generada por cierto escepticismo frente a lo
que se podría agregar en un tema tan extensamente tratado,
en múltiples investigaciones de alta calidad y con diferentes
enfoques y disciplinas.
En razón de lo anterior, opté por recorrer “a vuelo de
pájaro” los procesos mayores ocurridos en la agricultura y la
ruralidad regional, desde los años setenta a la fecha, al igual
que las definiciones, caracterizaciones y tipologías, que dan
cuenta de la heterogeneidad de la agricultura campesina.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 33

Con mayor detención me dispuse a examinar las trans-


formaciones más recientes de los espacios rurales y de su
población, así como las tendencias de cambio que se han
expresado en el entorno de la economía campesina.
Aun sin mayores certezas con respecto al devenir de
transformaciones estructurales y fenómenos futuros, como
el cambio climático, la evolución de las innovaciones tec-
nológicas y la matriz energética, las renovadas exigencias
de sustentabilidad productiva, inocuidad de los alimentos
o mercados emergente, me pareció interesante incursionar
en estas temáticas y examinar sus posibles consecuencias
sobre la agricultura familiar.
Esta apuesta ha sido motivada en gran parte por la
experiencia de mi último trabajo en 2015, colaborando en
un programa para los próximos 10 años, de una fruticultu-
ra sustentable en la región de Valparaíso, en Chile central.
Experiencia que me ha sorprendido por los vertiginosos
cambios de los últimos años, en un sector siempre consi-
derado moderno y cuyos actores más gravitantes avisoran
escenarios futuros complejos e inciertos, con variaciones a
ritmos más acelerados que los del pasado.

2. Los campesinos “maestros de la supervivencia”


frente a los procesos políticos

Como afirmaba Wolf (1971), en muchas zonas del mundo


el campesinado todavía constituye “una espina dorsal del
orden social”. Aunque en los cuatro decenios transcurridos
desde esa sentencia, esta espina dorsal ha dejado de ser tal
en muchas latitudes, en América Latina sigue siendo efecti-
va en vastos territorios.
El quehacer campesino, como parte de una valiosa
estrategia de reproducción social, inventa nuevas iniciativas
y amplía los espacios geográficos para hacerlo, rehace las
tradiciones y también recurre a ellas, participa en nuevos
34 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

mercados, pero básicamente transita en los ámbitos de la


defensa y de la resistencia. En ello ha sido eficaz, pero esto
no ha sido suficiente, como afirmaba Warman (1987).
Sin el conocimiento (memoria) acumulado y la capaci-
dad de percepción del entorno, los campesinos no habrían
sobrevivido a los variados contextos históricos que les han
tocado. Esta capacidad de sobrevivencia se enfrenta a una
etapa histórica en la cual se les está negando la posibili-
dad de ejercerla. El capitalismo, sostenía Rafael Baraona
(1987, p. 181), “como cualquier otra formación social histó-
rica, no puede en cuanto tal, hacer campesinos. Solo puede
deshacerlos y con una intensidad y una escala no experi-
mentada antes”.
Con gran visión precursora, Fajnzylber (1983) postula-
ba que la gran heterogeneidad característica de la estructura
del agro regional ha sido acentuada con la modernización
capitalista, la que a través de su penetración ha polariza-
do, con pocas excepciones, la estructura dual de un sec-
tor empresarial moderno y otro campesino, incrementando
sus brecha tecnológicas y de productividad, desplazando a
los campesinos hacia áreas crecientemente marginales. Las
intervenciones y gasto público en infraestructura, subsidios
y créditos habrían acentuado esta polarización, median-
te un sesgo en general dirigido en favor de la agricultura
empresarial.

2.1. Reforma agraria y desarrollo rural integral


El presidente Kennedy en el mensaje expuesto en la Confe-
rencia de Punta del Este de 1960 sostuvo que la vida demo-
crática no reconocía a las instituciones que privilegiaban a
unos pocos desconociendo las necesidades de las mayorías,
y llamó a realizar cambios profundos y difíciles, como la
reforma agraria y tributaria, junto a amplios mejoramientos
en la salud, la educación y la vivienda. Este llamamiento,
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 35

con el cual se lanza la Alianza para el Progreso, inicia pro-


cesos de cambio en la tenencia de la tierra en general ate-
nuados por poderes dominantes.
Al margen de las reformas agrarias que acompañaron
procesos políticos de mayor envergadura: México
(1917-80), Guatemala (1952-54), Bolivia (1953-70), Cuba
(1959), Nicaragua (1979), el lanzamiento de otras reformas
de fines de los sesenta y principios de los setenta en varios
países de la región tiene alcances más profundos en Chile
(1966-73), que se retrotraen en parte con el golpe militar de
1973; y en Perú (1969-76) durante el gobierno de Velasco
Alvarado, cuando se afectaron en mayor grado territorios
de la costa y otras zonas de plantaciones. Los cambios de
tenencia en Brasil, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Vene-
zuela y República Dominicana tuvieron alcances variados
en cuanto a cobertura y traspaso de tierras a campesinos.
De Janvry (1981) y Chonchol (1994) ofrecen interesan-
tes tipologías y análisis de las reformas agrarias en América
Latina. Se desprende de estos estudios que, aun con el apoyo
político de EE.UU. y con los recursos económicos adicio-
nados por este al específico fin de la reforma, el rechazo
político de los grupos dominantes tuvo mayor energía para
frenar las transformaciones. No sorprende si, como desta-
caba el economista sueco Gunnar Myrdal en sus reflexiones
sobre este proceso, la reforma agraria no solo es precon-
dición para levantar la productividad agrícola, sino una
manera de socavar los fundamentos de la vieja estructura
de clases de una sociedad estancada (Barraclough, 1968).
Incluso en Chile, diversos analistas políticos han con-
cluido que la reforma agraria fue una de las causas fun-
damentales que incitaron a la derecha política a propiciar
el golpe militar.
En 1979, en la Conferencia Mundial sobre Reforma
Agraria y Desarrollo Rural (FAO), se constata que la primera
había perdido su impulso o se había eliminado de las opcio-
nes políticas en casi todos los países de América Latina.
Por el contrario, en el transcurso de los setenta y durante
36 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

los ochenta, se trasladan las iniciativas públicas hacia los


programas de Desarrollo Rural Integrado (DRI), que tienen
un apoyo político consensuado y que se presentan como
estrategia para enfrentar la pobreza rural y la migración
rural-urbana, así como una respuesta en favor de los peque-
ños productores marginados de los beneficios tecnológicos
y de productividad, atribuibles a la Revolución Verde.
Concurren a los DRI en la región las instituciones
financieras internacionales (BID, Banco Mundial) con mon-
tos significativos de crédito, complementando los recursos
propios aportados por los gobiernos y el apoyo de diver-
sas agencias internacionales. Entre 1975 y 1986 se imple-
mentan programas que, en comparación con otras políticas
rurales de la región, tienen una cobertura significativa en
México, Colombia, Venezuela, Ecuador, Honduras, Brasil,
Paraguay y Perú.
Las evaluaciones de estos programas indican que indu-
jeron impactos positivos en torno a nuevos accesos a infra-
estructura e insumos tecnológicos, contribución a la des-
centralización y participación de las comunidades en el
diseño y ejecución de sus actividades; y muy primordial-
mente, a la dotación de servicios inexistentes en las regiones
rurales, tales como: electricidad, agua potable, centros de
salud, unidades educativas y caminos. Se ha destacado ade-
más, como una externalidad genérica muy favorable para
los habitantes de regiones DRI, sus efectos en el mejora-
miento de las comunicaciones y flujos de bienes con la
sociedad mayor.
Sus limitaciones en cuanto a resultados más contun-
dentes se han atribuido a su carácter de proyectos especí-
ficos, mayormente locales y puntuales, discontinuos y des-
conectados de las estrategias nacionales, e incluso lo que
es peor, “en muchos casos han asumido finalidades contra-
dictorias con las políticas macroeconómicas y sectoriales
impulsadas simultáneamente” (BID, 1998, p. 7).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 37

Los procesos de reforma agraria y programas DRI


a pesar de sus limitaciones fueron, a mi juicio, los más
importantes para la economía campesina en términos de
recursos, cobertura y universabilidad de las intervencio-
nes públicas implementadas en América Latina durante el
último medio siglo.

2.2. La modernización capitalista y las políticas sociales


Las grandes transformaciones en las políticas públicas que
se producen en las décadas de 1980 y 1990, que ponen tér-
mino al sesgo pro sustitución de importaciones industriales
en detrimento del crecimiento de las exportaciones agro-
pecuarias, impulsan la apertura comercial y la reducción
del rol del Estado, junto a la privatización de los servicios
públicos. Este proceso de modernización capitalista involu-
cra con mayor intensidad a ciertas regiones.1
El impacto de estas medidas tuvo repercusiones
desiguales sobre el sector agropecuario. En los sectores más
competitivos, dotados de mayores y mejores recursos pro-
ductivos, que manejaban tecnologías más avanzadas y que
en muchos casos ya participaban en los mercados exter-
nos, la desregulación de la economía facilitó la expansión
de la producción y el aprovechamiento de las oportuni-
dades de mercado, a principios del nuevo siglo. En otros
sectores el impacto fue negativo por la competencia de bie-
nes importados y el término de recursos de apoyo público
(PIADAL, 2013).
En la agricultura regional, el papel más significativo
que ha correspondido al sector público desde la década de
1990 a la fecha ha estado relacionado con la investigación e
innovación tecnológica, la sanidad animal y vegetal, inocui-
dad de los alimentos y en algunos países, las inversiones

1 Centro-sur de Brasil, Pampa de Argentina, Uruguay, zona Central de Chile,


costa de Ecuador y Perú, sectores de la sierra de estos países y de Colombia,
parte de Venezuela, zona Pacífico de América Central, Norte de México
(Chonchol, 1994).
38 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

en riego y drenaje. En paralelo a estas políticas sectoria-


les, se han llevado a cabo planes para enfrentar la pobreza
rural, a través de políticas sociales que algunos han deno-
minado como compensatorias a la globalización, tales como
programas de transferencias condicionadas, instrumentos
pro-empleo, subsidios y pensiones a hogares y personas
más vulnerables.
Algunos programas más masivos han combinado
estas políticas sociales compensatorias con iniciativas
redistributivas y apoyos a la agricultura familiar como
Oportunidades en México y Bolsa Familia en Brasil.
En general los estudios regionales de FAO y CEPAL,
IICA y FIDA, al igual que las investigaciones a nivel
de países, son concluyentes en cuanto al gravitante
efecto de estas medidas en los ingresos de los hogares
rurales y su contribución determinante en la reducción
de la pobreza, a tal grado que al desaparecer, gran
parte de los que han superado el umbral de pobreza
volverían a ella.
Los apoyos directos a la producción de la agricul-
tura familiar (AF) han experimentado en muchos países
drásticas reducciones. En otros, se han desarrollado en
los últimos 25 años políticas específicas de apoyo a la
AF, como el PRONAF en Brasil, con créditos y asistencia
técnica; el Instituto de Desarrollo Agropecuario, INDAP,
en Chile, con una batería de iniciativas diferenciadas
para la producción familiar (SAT) y para los campesinos
de subsistencia (SAL); Alianza y Procampo en México,
con una batería amplia de instrumentos, los que según
las evaluaciones han tenido un sesgo recesivo.
Aun cuando se afirma que la frontera entre lo
urbano y lo rural es cada vez más difusa, la dicotomía
entre los servicios básicos en zonas urbanas y rurales
persiste en la mayor parte de la región. Las políticas
públicas, salvo excepciones, no han contribuido a la
reducción de estas brechas.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 39

Se puede sostener con cierta certeza que el balance


de los programas y políticas sectoriales de los últimos
30 años indica que estos no tuvieron mayores inci-
dencias positivas sobre la evolución de la agricultura
familiar, cuya trayectoria, como se verá más adelante, ha
continuado demostrando signos de debilitamiento. Este
sector, en un mercado de tierras abierto y funcional,
como el existente mayoritariamente en la región y sin el
apoyo de políticas públicas, siguió perdiendo sus patri-
monios de tierras, aguas y bosques.
Los DRI y políticas de combate a la pobreza rural sí
han tenido consecuencias más favorables para los seg-
mentos de hogares sin tierras y hogares de campesinos
de subsistencia, así como para el conjunto más marginal
de la población rural. Sin embargo, la persistencia de
subsidios y pensiones ha sido considerada por diversos
estudios como un peligro, por desincentivar la búsqueda
de ingresos autónomos, coincidiendo en que su supre-
sión debe ser paulatina, para evitar que sus beneficiarios
regresen a la condición de pobreza.

3. Caracterización y tipologías de la agricultura


familiar

La definición única acordada en la Conferencia de


FAO en 2014, declarado Año de la Agricultura Familiar
(AF), estableció:

la AF (incluyendo todas las actividades agrícolas basadas en la


familia) es una forma de organizar la agricultura, ganadería,
silvicultura, pesca, acuicultura y pastoreo, que es adminis-
trada y operada por una familia y sobre todo, que depende
preponderantemente del trabajo familiar, tanto de mujeres
como de hombres. La familia y la granja están vinculados,
40 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

como evolución y combinan funciones económicas, ambien-


tales, sociales y culturales (Salcedo, De la O. & Guzmán,
2014, p. 26).

Esta definición amplia, probablemente construida


incorporando diferentes visiones y conceptualizaciones
relativas al sector, se puede contrastar con la establecida
por T. Shanin hace más de 100 años y referida a la
unidad campesina rusa: “es una empresa de consumo-
trabajo, con las necesidades de consumo de la familia
como su objetivo y la fuerza de trabajo familiar como
medio de producción, con poco o ningún uso de trabajo
asalariado” (Schejtman, 1980, p. 125). La exhaustiva y
rigurosa caracterización que ofrece Schejtman (1982)2
de la agricultura campesina, que utiliza nueve elementos
de caracterización, permanece válida casi en plenitud
hasta hoy día, alterada tal vez por los incentivos de la
modernidad y capacidades erosivas del contacto con el
modelo dominante. Así por ejemplo, la capacidad de
sobrevivencia de la AF ha estado amenazada creciente-
mente por la dificultad para convertir en valor la fuerza
de trabajo marginal de la familia, por la desaparición de
los trabajadores familiares no remunerados, los hogares
rurales envejecidos o los hogares nucleares reducidos.
En términos operativos Schejtman opta por privi-
legiar la distinción más significativa que permite sepa-
rar al sector campesino del empresarial, es decir, la
circunstancia de que se contrate o no mano de obra
extrapredial en términos esenciales o no marginales.

2 Estos nueve elementos son: carácter familiar de la unidad productiva;


compromiso irrenunciable con la fuerza de trabajo familiar; intensi-
dad de trabajo y Ley de Chayanov; carácter parcialmente mercantil de
la producción; indivisibilidad del ingreso familiar; carácter intransfe-
rible de una parte del trabajo familiar; la forma peculiar de asumir el
riesgo; tecnología intensiva en mano de obra; pertenencia a grupo
territorial.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 41

Esta característica ha continuado siendo básicamente


utilizada por los estudiosos del tema para perfilar a
la AF.
Suscribiendo la visión clásica marxista, De Janvry
(1981) sugiere que la conceptualización de agricultura
campesina como la fracción transitoria de una clase
al interior del capitalismo es la más acertada. Rechaza
otros elementos de caracterización que circulaban en
la época, como la producción no orientada a generar
utilidades, sino a la reproducción simple; o el modo
de producción campesino, diferenciado por mantener
relaciones sociales específicas. Recoge, sí, otro elemento
comúnmente aceptado: que los campesinos participan
en un proceso productivo basado en la mano de obra
familiar donde el hogar constituye, en consecuencia, una
unidad de producción, consumo y reproducción.

3.1. Las tipologías de la agricultura familiar


Desde los inicios de la década de 1960 los estudios
reconocían en la AF su gran heterogeneidad, y bajo
diferentes metodologías, en su mayoría recurriendo a
censos agropecuarios y a escalas de tamaño, diferencia-
ron estratos o tipologías en su interior. Es así como
el estudio del Comité Interamericano de Desarrollo
Agrícola (CIDA), acerca de la tenencia de la tierra en
ocho países de América Latina, reconoció unidades cam-
pesinas familiares y subfamiliares, siendo las segundas
mayoritarias y definidas como minifundios sin capa-
cidad de asegurar mediante la producción propia la
subsistencia familiar.
En el trabajo en México, Schejtman (1982) dis-
tinguió cuatro categorías de unidades campesinas, en
función de su capacidad de reproducción de las condi-
ciones de vida y de trabajo, expresadas en la producción
de maíz. Estas unidades ocupaban menos de 25 jornales
externos al año y tenían cuatro estratos equivalentes
42 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

a superficie: i) infrasubsistencia, unidades incapaces de


satisfacer las necesidades alimenticias de una familia
promedio, que contaban con menos de 4 ha; ii) subsis-
tencia, unidades con recursos de tierra capaces de pro-
ducir para satisfacer el conjunto de necesidades básicas
del grupo familiar, con menos de 8 ha y más de 4 ha; iii)
estacionarias, unidades con tierra suficiente, que además
de saldar las necesidades básicas, eran capaces de gene-
rar un fondo de reposición para insumos y amortización
de medios de producción, tendrían de 8 a 12 ha; y
iv) excedentarias, que potencialmente podían acumular
después de cubrir las necesidades de reposición de la
familia y la unidad productiva, con más de 12 ha.
Además, se agregó a la tipología anterior un grupo
de agricultores transicionales, que contrataban fuerza de
trabajo de cierta consideración (de 25 a 500 jornadas/
año), suponiendo que esta contratación los alejaba de los
campesinos dependientes básicamente de la fuerza de
trabajo familiar y de los empresarios, que contrataban al
año más de 500 jornadas asalariadas.
Otra modalidad de clasificación es la que utiliza
De Janvry (1981) basada en los modos de producción
y clases sociales que han existido en la región después
de la Segunda Guerra Mundial, la cual indicaría dife-
rentes dinamismos a partir del desarrollo capitalista.
Así, se admiten cuatro tipos de unidades de lo que
podría ser la agricultura campesina (al margen de las
empresas capitalistas y proletariado rural), como se ve
en la siguiente tabla.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 43

Tabla 1. Tipos de agricultura familiar según modos de producción

Modos de Clases sociales Tipos de Dinámicas con


producción unidades avance del
capitalismo

Comunidad Campesinos Subsistencia Desapareciendo


primitiva integrados

Semifeudal Campesinos y Subsistencia Desapareciendo


medieros internos interna
a la unidad
precapitalista

Capitalista Pequeña Agricultura En proceso de


burguesía familiar diferenciación
campesina rica hacia semiproleta-
rios y en menor
número a empre-
sarios.

Campesinos -Infrasubsistencia Emergencia rápida


pobres individual e hacia proletarios
semiproletarios -Infrasubsistencia rurales. Reserva
en comunidades de mano de obra
de agricultores.

Fuente: extraído a partir de De Janvry (1981).

Los dos modos de producción precapitalistas estarían


cambiando rápidamente con el avance del capitalismo en la
agricultura y los procesos de reforma agraria.
Años más tarde, en 1996, Chiriboga distingue, en un
interesante análisis (como le era habitual) de los desafíos
de la AF frente a la globalización, las unidades campesinas
(minifundistas y campesinos pobres sin tierra) de la agri-
cultura familiar propiamente tal. Esta última obtiene sus
ingresos principalmente de la agricultura, ha incorporado
cambios tecnológicos (semillas mejoradas, agroquímicos),
dispone de suficiente tierra y en ciertos casos agua, produce
44 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

principalmente para el mercado y se asemeja a las unidades


campesinas en que realiza actividades productivas princi-
palmente con el concurso de la familia.
Chiriboga también establece diferencias en cuanto a
sus dinámicas, lo primeros proclives a procesos de prole-
tarización, los segundos con mayores potenciales de capi-
talización. Coincide con otras investigaciones en cuanto a
la gran importancia numérica de las unidades campesinas
en la región, con respecto a las explotaciones de la agri-
cultura familiar.
Los conceptos utilizados por Echenique y Romero
(2009) para caracterizar a la AF y distinguirla de la empresa
agropecuaria recurrían a cuatro atributos de la primera: uso
preponderante de fuerza de trabajo familiar; acceso limi-
tado a tierra, agua y capital;3 estrategias de supervivencias
de ingresos múltiples; heterogeneidad de sus componentes,
en cuanto a los niveles de ingresos, tamaños, articulación
con los mercados y mayor o menor ponderación de ingre-
sos agropecuarios de la producción propia, respecto a los
salarios y transferencias.
A partir de estos criterios se establecieron tres tipos
de AF: agricultura familiar de subsistencia (AFS), con bajo
potencial agropecuario y en descomposición; agricultura
familiar en transición (AFT), con dificultades para generar
excedentes que les permitan la reproducción de la familia
y de la unidad productiva; agricultura familiar consolidada
(AFC), que genera excedentes para avanzar hacia la capita-
lización de la unidad productiva.
En los seis países incluidos en la investigación seña-
lada,4 la AFS representaba el 62% de las unidades totales,
mientras que la proporción de AFT era del 26% y la de
AFC solo el 12%.

3 Exceptuando ciertas parcelas originadas en procesos de reforma agraria o


colonización.
4 Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México y Nicaragua.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 45

En un estudio que amplía el número de países, pues


agrega a Argentina, Bolivia, Guatemala, Paraguay y Perú a
los seis anteriores, A. Schejtman (2008), utilizando las mis-
mas tipologías, llega a proporciones parecidas: AFS 60,2%;
AFT 28,2% y AFC 11,6%.
Las dificultades para discriminar operativamente entre
AF y agricultura empresarial, empleando el criterio princi-
pal del uso preponderante de la fuerza de trabajo familiar
en relación con la asalariada, más aun para cuantificar la
importancia relativa de cada tipología de AF, ha sido perma-
nente en la región, por carencia de información estadística
confiable. Por ello se ha recurrido normalmente a estratos
de tamaño o ingresos, postulando ciertos criterios de equi-
valencia entre estos y requerimientos totales de jornadas,
versus disponibilidad de jornadas del hogar familiar. Estos
ejercicios incorporan cierto grado de discrecionalidad por
la recurrencia a cálculos, entre otros, de estructuras pro-
ductivas para las regiones y la consiguiente estimación de
jornadas demandadas en ellas por los diferentes sistemas
productivos, y por estimaciones (heroicas) de productividad
y precios (en el caso de ingresos).
En el caso de disponer de información por país de las
unidades productivas con datos de ocupación de mano de
obra asalariada y familiar (censos agropecuarios, encuestas
representativas o estudios de casos), se pueden hacer las
diferenciaciones casi directas. Un caso interesante ha sido el
estudio sobre Chile realizado por Berdegué y Rojas (2014),
recurriendo al Censo Agropecuario 2007 y a la Encuesta de
Caracterización Socioeconómica de Hogares, Casen, en el
cual se hicieron las diferenciaciones y cuantificaron tipolo-
gías con base directamente en el empleo de las unidades y a
su origen familiar y asalariado.
Entre los estudios más recientes acerca de la AF en
América Latina destacan dos por el número de países, por
sus definiciones y esfuerzos de cuantificación:
46 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

a. El primero, de Héctor Maletta (2011), comparte en


términos críticos las definiciones sobre AF utilizadas
en la región y recurre a las tres tipologías de Eche-
nique y Romero (2009) (AFS, AFT y AFC); aportando
ciertas cifras para dimensionar al sector. Los capítulos
referentes a las tendencias de la AF y políticas públicas
dirigidas a ella fueron ejemplificados en los casos de
Brasil, Colombia, Ecuador, El Salvador y México.
b. El otro (FIDA-Rimisp, 2014), además de las definicio-
nes conceptuales, incluye varias caracterizaciones de la
AF por país (Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guate-
mala y México), analiza semejanzas y diferencias entre
estas agriculturas familiares y propone políticas para
este estamento campesino.

En el marco de este último trabajo, Schneider (2014)


ofrece un esquema de las tipologías encontradas en los
estudios de países, con una estimación de la importancia
relativa de ingreso agrícola, para el conjunto de ellos, como
se ve a continuación.

Figura 1. Tipología de la agricultura familiar

Fuente: Schneider (2014, p. 27).


Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 47

3.2. Tipología de hogares rurales


Otra perspectiva de agrupación tipológica en América
Latina ha sido realizada por Rodríguez (2016). A partir
de encuestas de hogares de finales de la década recién
pasada, procesadas para doce países, preparó un análisis
del cambio estructural en el medio rural, en el cual
determinó cuatro tipos de economías rurales, teniendo
en cuenta los porcentajes de empleo rural en la agricul-
tura y las tasas de pobreza en el total de hogares rurales.
Los tipos resultantes son:

a. Agraria tradicional: más del 50% de los hogares


rurales son pobres y más del 50% de la población
rural está ocupada en la agricultura, con unidades
por cuenta propia dominantes: Bolivia, Guatemala,
Honduras y Paraguay.
b. Agrícolas diversificadas: menos del 20% de los hoga-
res rurales son pobres y más del 50% de la fuerza
de trabajo rural esta empleada en la agricultura,
mayoritariamente asalariada: Chile y Uruguay.
c. Rural diversificada: menos del 20% de los hogares
rurales son pobres y menos del 30% del empleo
rural es agrícola. Trabajo asalariado es más impor-
tantes que por cuenta propia en agricultura: Cos-
ta Rica.
d. Rural en transición: con nivel intermedio de pobre-
za rural (20 a 50%) y un alto grado de variación
en el porcentaje de ocupaciones agrícolas y no agrí-
colas, cuenta propia y asalariada: Brasil, Ecuador,
México, Panamá, Perú, República Dominicana.

Cada una de estas economías rurales fue caracte-


rizada por el tipo de hogares que domina en ellas, el
empleo prioritario que hacen de ellas, el nivel educativo
48 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

de los jefes de hogar, el porcentaje de mujeres que


laboran y la residencia urbana de los ocupados en la
agricultura.
Paralelamente, en el trabajo se distinguieron tipo-
logías de los hogares rurales y entre ellas se recono-
cieron cuatro categorías: i) hogares agrícolas, son aque-
llos cuyos miembros perciben el 100% de sus ingresos,
laborales y cuenta propia, de la agricultura; ii) hogares
no agrícolas, en los cuales el 100% de los ingresos no
provienen de la agricultura; iii) hogares pluriactivos,
cuyas fuentes de ingresos son agrícolas y no agrícolas;
y iv) hogares sin ingresos laborales y dependientes de
transferencias.

4. Trascendencia de la agricultura familiar

Las poblaciones campesinas son importantes desde el


punto de vista histórico, en razón a que la sociedad
industrial ha sido construida sobre los cimientos y rui-
nas de la sociedad campesina (Wolf, 1971).
La memoria campesina está en la base de nuestra
primera cultura, la que ha investido la toponimia de
miles de lugares de la región, ha dado nombre y sig-
nificado a sus entidades animales y vegetales, a las
cualidades de los terrenos, al transcurso y accidentes
de las estaciones climáticas en los territorios. Sin estas
referencias de base nuestra existencia no tendría estilo
(Baraona, 1986).
Cuando llegan los primeros europeos a América
no se encontraron una sola de las plantas cultivadas
en el viejo mundo, con la excepción probable de una
especie de frijol (Phaseolus vulgaris). En cambio se sor-
prendieron con una agricultura que desde Mesoamérica
hasta el extremo Sur de Chiloé hacía uso de material
vegetativo nativo, en parte con especies cultivadas y
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 49

en parte mediante la recolección de otras. En árboles


frutales aprovechaban más de cuarenta especies, algu-
nas hoy día tan universales como la palta o aguacate,
guayaba, papaya, chirimoya y tunas. En arbustivas, un
total de veintiún especies, entre ellas plátanos, vainilla,
piña, cacao, achiote, eran conocidas y aprovechadas.
Cultivos anuales como solanáceas (ají, tomate, pepino,
papa) cucurbitáceas (zapallo, calabaza), cereales (quinoa,
amaranto, madi) y otras plantas como algodón y coca
(R. Lachtman, 1936).
Hace centenares de años los Andes fueron uno de
los siete centros mundiales de domesticación de plantas
para el cultivo (Mesoamérica fue otro centro). Los incas
figuraban como los mejores agricultores del mundo. En
las laderas de la parte occidental de América del Sur, a
más de 5.000 de altura, en climas entre polar y tropical,
cultivaban casi tantas especies de plantas como lo hacían
en toda Asia (Vietmeyer, 1986).
La condición de custodios de la biodiversidad vege-
tal la conservan todavía los agricultores campesinos,
incluso cuando se trata de especies introducidas desde
otros continentes con posterioridad a la conquista. Los
especialistas que trabajan en jardines botánicos o los
colectores para bancos de germoplasma son hasta hoy
día testigos de esta realidad. Sin con ello negar que
los campesinos más pobres, en situaciones de vulne-
rabilidad, son importantes destructores de esta misma
biodiversidad y del agotamiento de los recursos natura-
les no renovables a su alcance.

4.1. La dimensión de la agricultura familiar


En el año internacional de la agricultura familiar, se ha
afirmado que el 88% de las explotaciones agrícolas del
mundo son familiares; que estas proporcionan trabajo a
la mayoría de los activos agrícolas y representan el prin-
cipal proveedor de alimentos básicos en los mercados
50 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

del mundo. Además se ha puesto de relieve su conoci-


miento de los ecosistemas, su contribución a la seguri-
dad alimentaria y al ordenamiento de los territorios.
La AF sigue siendo un concepto borroso, poco esta-
ble, que representa a una extrema diversidad de formas
de producción. Se necesita de una definición a escala
planetaria, compartida, que permita medir a largo plazo
sus contribuciones (CIRAD, 2014).
Hemos visto que en la región, se han intentado
cuantificaciones de este segmento de productores, en
diferentes épocas, con distintas metodologías y cobertu-
ra de países, por tanto no son comparables. Sí pueden
destacarse, por el número de países que cubren y por su
esfuerzo metodológico de utilizar conceptos y fuentes
homogéneas, algunos de los estudios ya mencionados.
En 1990, según M. Chiriboga, existían 17,3 millones
de unidades agropecuarias en la región, el 85,8% de ellas
podían clasificarse como campesinas: de estas un 62%
con recursos insuficientes (minifundios) y un 23,8% con
recursos suficientes.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 51

Tabla 2. América Latina. Nº de unidades y su superficie por tamaño.


Circa 1990 (porcentajes)

Conosur Brasil México Centro Región Total


Estratos América andina

Nº Sup. Nº Sup. Nº Sup. Nº Sup. Nº Sup. Nº Sup.

Minifundio 49,1 0,9 52,8 2,7 58,5 15,9 81,0 11,5 69,7 5,8 62,0 3,2

Pequeña 26,1 3,6 29,8 10,5 32,7 4,6 10,0 14,1 16,7 8,2 23,8 8,9
explotación

Mediana 15,9 20,3 16,5 43,1 5,1 33,3 8,1 37,7 11,1 28,9 11,8 33,4
explotación

Gran 8,9 75,2 0,9 43,7 3,7 46,2 0,9 36,7 2,5 57,1 2,4 54,5
explotación

100 100 100 100 100 100 100 100 100 100 100 100

Fuente: Chiriboga (1996).

La AF, en estricto rigor, era para Chiriboga la


denominada pequeña explotación, con el 23,8% de las
unidades y el 8,9% de la tierra. Su presencia en cuanto
a número sería mayor en México, pero en superficie
más importante en Centro América y Brasil. En el Cono
Sur, a pesar de la alta representación del minifundio
y explotaciones familiares (75%) estas controlarían en
conjunto solo el 4,5% de la superficie total.
Dos decenios más tarde con la información de las
encuestas de ingreso-gasto, se diferenciaron tipos de
hogares rurales en función del origen principal de los
ingresos (CEPAL, 2016): hogares agrícolas, asalariados,
cuenta propia, empleadores; hogares no agrícolas, ingre-
sos laborales no agrícolas; y hogares dependientes de
transferencia. El estudio estableció para doce países de
la región las proporciones de hogares rurales en cada
uno de los tipos, y llegó a los siguientes porcentajes.
52 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Tabla 3. Porcentaje de hogares rurales según fuentes de ingresos

Asalaria- Cuenta Emplea- Ocupa- Transfe- Total


do propia dor ciones no rencias
agrícola agrícola agrícola agrícolas

Bolivia 6,4 26,4 6,6 44,7 16,0 100

Brasil 13,0 17,6 5,4 33,8 30,1 100

Chile 24,9 10,3 4,0 40,2 20,5 100

Costa Rica 11,6 2,9 3,3 71,3 10,9 100

Ecuador 23,3 16,1 7,5 40,5 12,6 100

Guatemala 13,2 11,0 6,5 48,7 20,6 100

Honduras 11,4 20,1 1,9 44,4 22,2 100

México 8,2 3,5 7,6 58,4 22,4 100

Panamá 9,2 11,2 2,6 54,3 22,6 100

Paraguay 5,4 33,2 9,3 38,8 13,3 100

Rep. Domi- 3,1 17,3 1,6 59,9 18,1 100


nicana

Uruguay 24,0 22,5 18,3 20,4 14,8 100

Fuente: UDA, CEPAL (2016) con base en encuestas 2009-2011 (Obtenido


de cuadro A4).

De estos antecedentes se pueden deducir algunas afir-


maciones:
• Los hogares por cuenta propia o agricultura campesina
familiar representan proporciones bajas de los hogares
rurales, aunque cabría agregar los crecientes producto-
res campesinos con residencia urbana. Paraguay, Boli-
via y Uruguay tienen los porcentajes mayores.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 53

• Es muy significativa en casi todos los países, con


la excepción de Uruguay, la participación mayoritaria
(absoluta y relativa) de los hogares rurales con ingresos
no agrícolas, destacando en ello Costa Rica, República
Dominicana, México y Panamá.
• Los hogares dependientes de transferencias son muy
numerosos, con las mayores cifras en Brasil. En ocho
países (de doce) es más gravitante la proporción de
hogares dependientes de transferencias que los de
cuenta propia agrícolas, y en seis de ellos, estas superan
el 20% del ingreso total de los hogares.
• Aproximadamente el 40% de los hogares de cuenta
propia agrícola fueron clasificados como multiactivos,
en razón a la importancia de los otros ingresos dife-
rentes a la producción agrícola propia en el conjunto
de ingresos del hogar.

4.2. Las contribuciones de la agricultura familiar


El aporte de la AF en la producción de alimentos ha sido
destacado en general y estimado en diversos estudios regio-
nales, pero sin cobertura total de países. Además, la calidad
de la información y diversidad de definiciones de la AF
dificultan la validación plena de sus cifras.
En la investigación FAO/BID (2007) se establecieron
participaciones de la AF en el valor de la producción agro-
pecuaria total, en el amplio rango de 27% (Chile) a 67%
(Nicaragua); con valores intermedios de 38 y 39% (Brasil
y México, respectivamente). Estas contribuciones eran pre-
ponderantes en la AF en transición y AF consolidada.
La importancia relativa de los aportes por alimento
y por país varía, según la especialidad de sus agriculturas
campesinas, pero algunos productos básicos son más sig-
nificativos en general como aportación de la AF: maíz, fri-
jol, hortalizas, banana, papa y otros tubérculos. También se
valora la significación de la producción campesina de café,
cacao y caña de azúcar.
54 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

En razón a la estructura de producción de la AF, con


alto empleo de fuerza de trabajo, su colaboración al empleo
sectorial total es mayor que la que le corresponde en la
producción.
Ha cambiado el papel asignado a la AF en las políticas
de lucha contra la pobreza en América Latina. En el pasado,
en concreto a fines del siglo XX (CEPAL, FAO, OIT, 2010),
la pobreza rural se identificaba con los pequeños agriculto-
res con poca tierra y de zonas marginales; en la actualidad
se comprueba que los hogares rurales pobres adoptan muy
diversas formas de sobrevivencia, y aunque para muchos
con menor acceso a tierras la producción propia sigue sien-
do una base importante de sustentación, los salarios y trans-
ferencias son el complemento obligado para sobrevivir.
En la evolución de los ingresos de los hogares rurales
pobres durante el primer decenio del presente siglo, se
incrementaron más los ingresos no laborales (transferen-
cias, remesas, pensiones) que los laborales en la mayoría de
los países. Igualmente, al interior de los ingresos laborales,
crecieron más los ingresos salariales que los originados por
cuenta propia (FAO, 2013).
Sin embargo, la reducción de la pobreza rural fue
mayor cuando se dinamizaron actividades no tradicionales
y creció más el sector agrícola, tanto en el periodo precrisis
(2002-2008) como en el periodo posterior (2008-2010). En
menor grado, pero con una contribución relevante, fueron
las transferencias, especialmente en el periodo postcrisis,
las que tuvieron mayor impacto.
Conjuntamente a lo anterior, ha contribuido a esta
reducción de pobreza la confluencia de políticas rurales
relativamente ordenadas y en constante perfeccionamiento,
en un marco de políticas macro coherentes (CEPAL, 2016).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 55

5. Las transformaciones del entorno y las circundantes


a la agricultura familiar

En los últimos cuatro decenios las mutaciones del entorno


político, económico, ambiental y social de la agricultura
familiar han sido múltiples y profundas, e igualmente en el
seno de la familia campesina se ha producido una notoria
metamorfosis. Estos cambios han alterado también la orga-
nización de las formas de producción de la AF.
A continuación, se intenta hacer una síntesis de las
transformaciones más relevantes que han tenido inciden-
cia en la AF.

5.1. El nuevo rol de la agricultura en el desarrollo


La implantación de reformas económicas sustanciales en
la región, con posterioridad a la grave crisis mundial de
1982-1983, fue desarrollándose al compás de las orienta-
ciones políticas dominantes, con anterioridad al cambio de
siglo en la mayoría de los países latinoamericanos. La aper-
tura comercial y los acuerdos de libre comercio, las priva-
tizaciones y reducción de la incidencia del sector público
en apoyo de la agricultura tuvieron consecuencias dispares
en los países y en sus sectores productivos. Se produjeron
situaciones exitosas de articulación a los mercados más ren-
tables y crecimiento de productividad e ingresos, junto a
retrocesos económicos y sociales.
Las distintas respuestas al cambio, con ganadores y
perdedores, son en buena parte atribuibles a las diferentes
dotaciones de recursos entre países y territorios, a las disí-
miles estructuras de producción y capacidades de empren-
dimiento, a la infraestructura de comunicaciones con los
mercados y a la disponibilidad de tecnología en la oferta
mundial (menor para productos tropicales).
Los cambios en la sociedad mayor imponen nuevas
demandas sobre el desarrollo de la agricultura, asignándole
ciertos roles específicos (PIADAL, 2013):
56 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

a. Continuidad en sus contribuciones al PIB, generación


de divisas, con crecimiento de la producción y la pro-
ductividad de factores.
b. Mejoramiento de la seguridad alimentaria, con mayo-
res exigencias en cuanto a la respuesta a los consumi-
dores en torno a nutrición, sanidad e inocuidad.
c. Reducción de la pobreza rural y la vulnerabilidad de
los segmentos más desprotegidos: ancianos, mujeres,
pueblos originarios, jóvenes.
d. Fortalecimiento de la sustentabilidad de la agricultura,
protección del medio ambiente y la biodiversidad, tra-
zabilidad de los productos y huella ecológica de los
procesos productivos.
e. Progreso en el desarrollo de los territorios, que aportan
a la corrección de los desequilibrios y desigualdades.

En el contexto regional, estos cambios se desarrollaron


junto a transformaciones estructurales de sus economías,
singularizados en la diversificación de sus estructuras pro-
ductivas; mayores encadenamientos entre sus sectores pro-
ductivos; incremento de la importancia relativa de activi-
dades intensivas en conocimiento; e inserción en mercados
internacionales de mayor crecimiento.

5.2. Los cambios en los mercados y la oferta regional


Se estima que el intercambio internacional de alimentos ha
crecido 500% entre 1980 y 2010. El mercado se ha modi-
ficado profundamente en los últimos 20 años con la inclu-
sión de China y sus reestructuraciones internas: políticas de
apertura comercial; suscripción de acuerdos comerciales;
la reducción de compras del Estado, para su entrega a los
agronegocios y corporaciones alimentarias (GRAIN, 2014).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 57

China se ha transformado para la región en un mer-


cado prioritario, al mismo tiempo que sus decisiones de
política económica han contribuido (junto a Rusia y Euro-
pa) a la volatilidad de precios de los alimentos en los últi-
mos años.
El incremento de los ingresos en los países emergentes
(América Latina, Asia, Europa oriental, en menor grado
África) ha movilizado sustantivamente la demanda por ali-
mentos. Se ha proyectado un crecimiento mundial de un
80% del consumo de alimentos entre 2010-2050, como con-
secuencia de los mayores ingresos y el aumento vegetativo
de la población, con un serio reordenamiento del origen y
destino de estos bienes por la alta incidencia de los países
emergentes (55% del PIB mundial en 2050).
En la última década ha sido América Latina, junto a
EE.UU. y Canadá, la única región del mundo que ha incre-
mentado su exportación de alimentos (granos, soya, aceite,
carnes) y probablemente lo continuará haciendo porque la
región dispone del 30% del agua superficial del mundo y
de casi un tercio de la frontera agrícola potencial del pla-
neta (PIADAL, 2013).
A pesar de ello, el acelerado crecimiento de la agri-
cultura de varios países asiáticos y africanos, además de
las negativas condiciones climáticas en América Latina, han
venido afectando las exportaciones regionales de produc-
tos tropicales, entre ellos café, cacao, banano y piña. Esta
es una perspectiva a considerar en el largo plazo, estiman
los expertos.
La agricultura regional ha aumentado su productividad
e incrementado el valor agregado de sus productos agrí-
colas. Gran parte de esta variación se ha producido en la
agricultura comercial en los últimos años, asociada a la uti-
lización de OGM; labranza cero; producción en ambientes
protegidos; incorporación de TIC; empleo de la genética en
variedades más resistentes; junto al impulso en bioinsumos
sustitutos de agroquímicos y métodos de cultivos más ami-
gables con el medio ambiente (CEPAL, FAO, IICA, 2015).
58 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Los eslabones agroindustriales son los operadores del


80% del valor de los alimentos consumidos actualmente en
la región. Este sector agroalimentario ha experimentado un
significativo proceso de concentración y transnacionaliza-
ción. Se constata una progresiva importancia de cadenas
internacionales de valor, en la producción alimentaria y su
comercio (PIADAL, 2013).

5.3. La tenencia de la tierra y la agricultura familiar


Las teorías sobre las economías de escala en la agricultura
han venido evolucionando. En la década de 1960, en la
academia imperaba un cuasi consenso acerca de las deseco-
nomías de escala en la agricultura, argumento en favor de la
reforma agraria. Otros estudios optaron por la neutralidad.
En América Latina varios factores, como las restric-
ciones en el acceso a tecnologías y las falencias en edu-
cación, por ende, en capacidad de gestión, explicarían casi
sin excepción de rubros los inferiores rendimientos actua-
les en los predios de menor tamaño. Sin embargo, el uso
más intensivo del suelo por los pequeños podría explicar el
mayor valor de producción unitaria.
La baja productividad podría ser una razón para expli-
car la reducción del número de explotaciones y la pérdida
de superficie por parte de la agricultura familiar. Pero las
razones son más complejas. Solon Barraclogh, en los inicios
de la reforma agraria en América Latina, sostenía que tal
como la Iglesia católica predicaba el fin del pecado hace 20
siglos y este seguía más vital que nunca, los que pregonaban
el fin de los campesinos y su absorción por las grandes
explotaciones seguirían esperando “per secula, seculorum”.
Los niveles de concentración/extranjerización de la
tierra en los últimos años han crecido manifiestamente en
la región, lo cual contradice lo que sucedía hace 50 años
en la época de las reformas agrarias, afectando ahora sí a la
agricultura familiar. Ejemplares por su magnitud han sido
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 59

las pérdidas posteriores de tierras entregadas a campesinos,


en los procesos de reforma agraria de las zonas de mayor
valor agrícola de Chile y la Costa del Perú.
Los cambios de tenencia en la agricultura obedecen
predominantemente, hoy en día, al proceso expansivo de las
empresas agropecuarias y forestales exitosas y a las com-
pras de tierras por parte de conglomerados económicos
multisectoriales, los que amplían sus actividades hacia los
sectores más dinámicos de la economía (Soto Baquero &
Gómez, 2012).
La concentración mediante las compras de Estados
inversionistas (Land Grabbing) no se manifiesta con la fuerza
de otras regiones del mundo, solo se han observado ciertas
transacciones en Argentina (Arabia Saudita, Qatar, China y
Corea del Sur) y en Brasil. En Chile y Argentina, importan-
tes inversionistas extranjeros han comprado grandes exten-
siones de la Patagonia con fines conservacionistas y secun-
dariamente turísticos.
Otra forma de concentración observada en los últimos
años ha sido la expansión de las cadenas de valor dentro
de los países de la región, mediante el empleo de diferen-
tes mecanismos:

a. Las empresas translatinas que movilizan desde sus


sedes capital, tecnología, recursos humanos hacia otros
países, para expandir sus actividades. Los ejemplos
más evidentes son: empresas forestales de Chile y su
ampliación a Uruguay, Brasil y Argentina; arroceras
de Brasil y su expansión hacia vecinos (Misiones en
Argentina); azucareras de Costa Rica, hacia países de
Centroamérica (Soto Baquero & Gómez, 2012).
b. Los pools agrícolas de Argentina y Uruguay, que combi-
nan propiedad y renta de tierras para producir soya o
cereales, son modelos de empresas que gestionan alian-
zas con agricultores locales e instituciones financieras,
de modo que manejan grandes extensiones con tecno-
logías de vanguardia.
60 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

c. La migración de empresas a países con menores pre-


cios de la tierra, es el caso de Brasil y sus compras en
Paraguay y Bolivia.

Muchas son las otras modalidades en que la agricultura


familiar ha perdido sus tierras en los últimos 50 años, con-
tribuyendo con ello a la desaparición de productores cam-
pesinos o a su reconversión en agricultores part-time.5 Entre
ellas se distinguen:

a. La expansión de las empresas agropecuarias en bús-


queda de mayores escalas de diversidad climática y
de rubros productivos e, incluso, buscando la perma-
nencia de la fuerza de trabajo asalariada (rotación de
empleos).
b. El crecimiento de las urbanizaciones de grandes,
medianas y pequeñas ciudades. Condominios urbanos
de alto valor en ubicaciones privilegiadas; viviendas
populares, en terrenos exrurales para reducir costos. El
desarrollo de urbanizaciones turísticas en la montaña y
en el borde marítimo, de lagos y ríos.
c. El traslado a zonas rurales de actividades con resis-
tencia urbana: cárceles, vertederos de basura, plantas
de tratamiento de aguas servidas, centrales termoeléc-
tricas o cementerios.
d. Las parcelas de agrado o segundas residencias rurales,
de grupos urbanos con mayores ingresos, hacia perí-
metros cercanos de grandes y medianas ciudades.
e. En los últimos años se aprecia la ocupación de amplios
espacios rurales para producir energía renovable, en
parques eólicos y solares.

5 En Chile, en los 10 años transcurridos entre los Censos Agropecuarios de


1997 y 2007, la agricultura familiar perdió el 15% de sus tierras de riego y
12% de sus tierras de secano. Incluso las empresas medianas, también, per-
dieron 4% de sus tierras de riego y 9% de las de secano, en el mismo periodo.
Toda esta superficie se agregó a las extensiones controladas por empresas
grandes (Echenique y Romero, 2009).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 61

f. La extensión al medio rural de agroindustrias, alma-


cenamiento en frío, bodegas de insumos, parques
de maquinaria y otros servicios relacionados con la
modernización de la agricultura.
g. No deja de ser menor la pérdida de tierras campesinas
por coerción y violencia en zonas de conflicto, o por
vías ilegales.

A pesar de los múltiples valores culturales que vinculan


al hombre del campo con la tierra, las nuevas penetraciones
culturales provenientes del mercado y la publicidad, suma-
das al incremento en el precio de la tierra, se han traduci-
do en argumentos irresistibles, que estimulan la migración
urbana o la residencia rural con venta de tierras. Mayor
magnetismo tienen estas ventas de tierras campesinas si van
acompañadas de ofertas de empleo familiar.

5.4. Los cambios demográficos de la ruralidad


y la agricultura familiar
La población rural en América Latina y el Caribe es de 115
millones de personas, alrededor del 20% de la población
total. Se puede sostener con datos que la emigración rural
continúa en forma sostenida y persistente, producto de las
desigualdades urbano-rurales, con carácter selectivo: muje-
res y jóvenes con más educación son más propensos a ir a la
ciudad (Salcedo & Guzmán, 2014).
En casi todos los países latinoamericanos el número de
hogares vinculados a la agricultura se redujo en estos pri-
meros años del siglo XXI. Durante el periodo 2000-2012 se
manifiesta una evolución de la población activa en las zonas
rurales de América Latina, con las siguientes peculiaridades
(CEPAL, 2015; 2016):

a. En todos los países estudiados, salvo México, se reduce


el número de empleadores agrícolas.
62 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

b. Con la excepción de Bolivia, Colombia y Nicaragua,


en el resto de los países disminuye el porcentaje de
trabajadores agrícolas por cuenta propia y familiares
no remunerados.
c. Esta disminución alcanza magnitudes muy elevadas en
ciertos países: Brasil, de 36,4% a 25,2%; México, de
18,9% a 11,4%; Chile, de 17,6 a 10,7%.
d. En sentido opuesto, es mayor la participación de cuenta
propia no agrícola; salvo en México, Costa Rica, El
Salvador y Panamá.
e. Igualmente, con la salvedad de Colombia y Nicaragua,
el porcentaje de asalariados agrícolas se mantiene o
aminora en el resto de los países. Por el contrario, se
incrementa, en estos últimos, la proporción de asala-
riados no agrícolas. Crecen los sectores de servicios,
turismo e industria.
f. Los inactivos aumentan relativamente, en dimensiones
considerables en la mayoría de países. La gravedad
de esta evolución amerita investigaciones específicas,
especialmente examinar la repercusión en ella de las
transferencias.
g. Se aprecia mayor inserción laboral de la mujer rural,
aunque en muchos países esta es mayor en ocupacio-
nes no agrícolas, exceptuando los países andinos donde
prevalecen sistemas tradicionales de producción agro-
pecuaria, con altos niveles de ocupación femenina (más
de 45% de participación en Perú y Bolivia). Aun cuando
ha crecido en términos absolutos el empleo rural de la
mujer, este es aún menor a 30% en Chile, Colombia y
República Dominicana.

Se concluye de lo anterior que en la estructura del


empleo rural, la agricultura pierde ponderación (con la
excepción de Colombia y Nicaragua), aun cuando en la
mayoría de los países el sector continúa siendo la prin-
cipal fuente de trabajo. El retroceso relativo de la AF es
también un hecho.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 63

Esta contracción de los activos agrícolas y de los hoga-


res rurales dependientes de la agricultura es atribuida por
los estudios sectoriales, fundamentalmente, a tres causas:
la falta de oportunidades en la agricultura para los jóvenes
trabajadores más calificados; la mayor edad de la fuerza de
trabajo, cuya formación no coincide con los avances tecno-
lógicos de la agricultura moderna; y el envejecimiento de
los jefes de hogar vinculados a la AF.
Otros indicadores de transición demográfica relacio-
nados con los hogares y trabajadores rurales y agrícolas,
que confirman los supuestos anteriores, son los siguientes
(CEPAL, 2016):

a. Los menores de 15 años, entre 1970 y 2010, dismi-


nuyen en la población rural de todos los países; con
caídas mayores, cercanas a 14 puntos porcentuales, en
Brasil, Chile, Costa Rica, México, República Domini-
cana y Uruguay.
b. Se aumenta la edad media de los activos agrícolas por
cuenta propia, que dominan el rango de 50 a 55 años,
con creciente número de mayores a este rango. La edad
promedio de los jefes de hogar asalariados no agrícolas
es la menor de todos los tipos de hogares rurales.
c. La residencia urbana de empleadores, cuenta propia
y asalariados que laboran en la agricultura muestra
tendencias de ampliación. Esta evolución se relaciona-
ría con una mejoría de la infraestructura de comuni-
caciones en el medio rural y una mayor integración
urbano-rural.
d. El número de componentes del hogar rural se reduce
en la mayoría de países, y así se asimila a los hoga-
res urbanos.
e. El grupo con la menor transición demográfica, donde
los cambios anteriores son menos evidentes, lo encabe-
zan Guatemala y Honduras, acompañados de Bolivia,
Nicaragua y Paraguay.
64 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Estos últimos cinco países tienen un índice de pobreza


rural mayor a 50% y comparten una alta proporción de
pobreza en hogares agrícolas y menor en no agrícolas.
En los tres países con pobreza rural inferior al 20%
(Uruguay, Chile y Costa Rica), los mayores índices de
pobreza rural se presentan en los hogares dependientes de
transferencias y con bajos ingresos laborales.
En los países con pobreza rural intermedia, de 20 a
50%, se manifiestan dos situaciones:

a. En Brasil, México, Panamá y Perú, la incidencia de la


pobreza es mayor en hogares agrícolas.
b. En Ecuador y República Dominicana, los mayores
niveles de hogares pobres son dependientes de trans-
ferencias.

6. Proyecciones de futuro y agricultura familiar

Las políticas orientadas hacia un desarrollo positivo de la


AF en América Latina y el Caribe han sido formuladas con
amplia profusión y profundidad en varios de los estudios y
documentos sectoriales publicados en los últimos años, tan-
to por los organismos internacionales como por institucio-
nes privadas e investigadores. Muchos de ellos están inclui-
dos en la bibliografía consultada en el presente trabajo.
Desgraciadamente han abundado más las formulacio-
nes teóricas de estrategias políticas diferenciadas, de solu-
ciones e instrumentos programáticos, que su real imple-
mentación por parte de las instituciones públicas y actores
sociales involucrados en el sector.
Lo más probable es que esta distancia entre formula-
ciones de políticas, que en frecuentes ocasiones provienen
de instituciones y expertos cercanos al gobierno de turno,
sea atribuible a la débil gobernanza que prevalece en la
agricultura regional. “La política agrícola es una suma de
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 65

acuerdos parciales, construidos en una negociación frag-


mentada entre el Estado y sectores sociales de base estre-
cha”. En ellos están subrepresentados los actores sociales
con menos poder (PIADAL, 2013).
No hay espacio en este trabajo para recoger las pro-
puestas prioritarias de política pública, ni tampoco para
formular las propias. Sí es relevante subrayar que, además
del hecho de que existen variadas proposiciones de gran
validez y amplio espectro, en América Latina y el Caribe
hay múltiples experiencias concretas de programas e ins-
trumentos de política agropecuaria y rural. Varias de ellas,
aunque lamentablemente no todas, cuentan con evaluacio-
nes de procesos e impactos, cuyas enseñanzas son muy úti-
les para los diseños futuros.

6.1. La visión multisectorial del desarrollo rural


y la agricultura familiar
La nueva concepción de las políticas orientadas hacia el
desarrollo y fortalecimiento de la AF se inscribe en una
visión multisectorial de desarrollo territorial, con foco en
la ruralidad, pero tomando en cuenta las redes y articula-
ciones con las zonas urbanas. Esta perspectiva destaca la
importancia de lo siguiente:
• Impulsar, desde la base social, el amplio y variado
potencial de desarrollo de los territorios rurales.
• Reconocer la multiactividad económica y trascenden-
cia de empleos e ingresos agrícolas y no agrícolas.
• Valorizar los recursos naturales, así como su conserva-
ción y recuperación.
• Potenciar la identidad del patrimonio cultural del terri-
torio y transformarlo en activos.
• Priorizar la inclusión social y económica de sus habi-
tantes más postergados.
• Reforzar la descentralización y gobernanza local.
66 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

La visión personal de estos programas territoriales


rurales inscritos en políticas públicas y sus ejes estratégicos
ha sido expuesta sin mayor repercusión por el suscrito, con
ocasión de los programas de gobierno de los cuatrienios
pasados en Chile, la que en apretada síntesis ha sido como
se muestra en la tabla 4.

Tabla 4. Programas territoriales rurales inscritos en políticas públicas


y sus ejes estratégicos

Ejes estratégicos Contenidos

i. Desarrollo -Inversión en innovaciones tecnológicas que


silvoagropecuario incrementen productividad de factores, susten-
tabilidad y ahorro de agua.
-Extensión y acceso al financiamiento para la AF,
pequeños y medianos empresarios; inversión en
riego (pública y privada); preservación del patri-
monio sanitario (animal, vegetal y forestal).
-Impulso de alianzas público-privadas y universi-
dades y centros regionales, para I+D.
-Protección y rehabilitación de recursos natu-
rales.

ii. Inversiones públicas -Superación de brechas de servicios básicos


destinadas a urbano-rurales y desequilibrios territoriales en
educación y salud.
-Progresos de conectividad de zonas rurales (via-
lidad, telefonía celular, internet).
-Mejoramiento de espacios públicos, vivienda y
sus servicios esenciales. Bienestar rural.
-Establecer redes interconectadas de servicios.

iii. Estímulos territoriales -Fuentes de energías renovables alternativas:


eólicas, solares, biomasa, centrales hidráulicas
de paso.
-Turismo de intereses especiales ligados a cultu-
ra, patrimonio local, recursos naturales.
-Agregación de valor a producción primaria y
atracción de emprendimientos en torno a gené-
tica, bioinsumos, envases inteligentes.
-Creación de servicios financieros para favorecer
emprendimientos locales (jóvenes).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 67

iv. Inserción y participación -Ampliación de la inserción laboral de la mujer e


laboral incentivos específicos con este fin.
-Iniciativas laborales que promuevan la partici-
pación, especialización y productividad.
-Programas concertados con minorías étnicas
territoriales.

v. Transferencias -Identificación de grupos vulnerables y pobreza.


condicionadas y pensiones -Contribución a facilitar acceso a subsidios para
estos grupos.

Fuente: elaboración propia.

Se postulan a continuación ciertas áreas de interés,


que deben ser tomadas en cuenta en las futuras políticas
públicas y programas territoriales, las que resaltan por su
progresiva relevancia.
Todas ellas tendrían consecuencias para la AF, pero jus-
tamente su sentido y magnitud dependerá en gran medida
de las estrategias y medidas que se adopten para incor-
porarlas.

6.2. Medio ambiente y cambio climático


El medio ambiente mundial está dando claras muestras de
niveles de estrés críticos y amenazantes.
Las políticas ambientales han crecido en importancia,
pero en general sus enunciados distan de ser políticas públi-
cas y traducirse en acciones concretas; tampoco cuentan
con la institucionalidad suficiente para su implementación
(PIADAL, 2013). Esta es la corrección mayor a introducir.
Los otros grandes problemas a enfrentar son:

a. Los cambios en el uso del suelo, mayormente la defo-


restación y degradación forestal, son la mayor fuente
de emisiones de carbono (62%) y otros daños ambien-
tales que amenazan la biodiversidad en América Latina.
68 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

De los diez países más biodiversos del mundo, cinco


se encuentran en la región: Brasil, Colombia, Ecuador,
México y Perú (Nash, 2012).
b. Es un deber ineludible del quehacer futuro la reducción
de la huella ambiental, impulsada por la deforestación,
la expansión ganadera, la ampliación de la frontera
agrícola y las prácticas productivas no sustentables.
Entre 2000 y 2010, América Latina sufrió la tasa más
alta de deforestación, más de tres veces superior a la
tasa mundial en el mismo decenio. En 1990, era la
región más densamente forestada, pero ha sido supera-
da por Asia, Pacífico y Europa.
c. Los sectores agrícolas y ganaderos son causantes de
casi el 30% de todas las emisiones de gases de efecto
invernadero de origen humano, más que el sector
transporte e igual al energético, lo cual implica graves
consecuencias en el calentamiento global (Salcado &
Guzmán, 2014).
d. La tasa de urbanización de América Latina es una de
las mayores del mundo. La población urbana regional
pasó de 176 millones en 1972 a 391 millones en el año
2000 y se espera que alcance a 600 millones en 2030.
Esta gran expansión urbana ejercerá una presión brutal
sobre los suelos agrícolas, sobre todo en ausencia de
planos reguladores.
e. Hace tiempo que la comunidad internacional recono-
ció que la desertificación es uno de los mayores proble-
mas a escala mundial. Esta afecta a una gran cantidad
de países en América Latina. La región ostenta una de
las más altas tasas de erosión (por agua y viento), con un
promedio anual de 30 a 40 t. de suelo/ha, lo que excede
en gran medida la tasa de formación de suelo.
f. Los mayores problemas se manifiestan en Centroamé-
rica y en territorios andinos. Se precisa una urgen-
te política de restauración ecológica, que devuelva a
los ecosistemas degradados sus elementos y funciones.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 69

Esta debe ser acompañada de instrumentos operativos,


los que permitirían movilizar el empleo rural en estos
territorios vulnerables.
g. La minería ha sido históricamente una de las activida-
des más contaminantes, con alto impacto sobre suelos,
agua y vegetación, y ha ocasionado en la región graves
conflictos sociales en tierras campesinas. Las nuevas
tecnologías para la extracción de metales, más respe-
tuosas con el medio natural (uso de bacterias oxidantes
y especies vegetales), así como la regeneración de sue-
los (relaves) y tratamiento de aguas, son fundamentales
para evitar los daños colaterales.
h. La destrucción de materia orgánica por deforestación,
sobrepastoreo, agricultura intensiva con fertilizantes
inorgánicos y altas concentraciones de nitrógeno, junto
a su quema autorizada o clandestina por incendios,
afecta a millones de hectáreas de la región y con ello la
capacidad de retención de agua y la fertilidad. Las prác-
ticas que mantienen o incrementan la materia orgánica
son múltiples e importantes generadoras de empleo.

El inventario de la degradación de suelos en los países


de América Latina (Comisión Europea & FAO, 2014) es
desolador. Los niveles de desertificación, erosión, hidro-
morfismo, salinización, degradación, etc., alcanzan magni-
tudes de varios millones de hectáreas anuales, con proyec-
ciones de continuar a futuro en la mayoría de los países e
incluso de agravarse.

6.3. Cambio climático


En los modelos de simulación del cambio climático para la
región (3ª Conferencia Regional FAO, 2010), se estimaron
ciertos efectos, tales como:
70 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

• Reducción proyectada de productividad agropecuaria


del 30% en zonas tropicales y subtropicales, por efecto
de alza de temperatura.
• Aumento de la desertificación y salinización en zonas
áridas de Chile, Perú y noreste de Brasil.
• Incremento de niveles del mar, que afecta zonas rurales
pobres de los litorales.
• Aumento de frecuencia y gravedad de fenómenos cli-
máticos extremos (granizo, heladas, lluvias intensas y
huracanes). En los Andes, elevación de la isoterma,
menos acumulación de nieve y mayor escurrimiento
de agua de lluvia.

Las acciones para aminorar el ritmo de esta evolución y


reducir sus consecuencias incumben a todos los gobiernos
de la región y deben formar parte integral de las políticas de
desarrollo. Entre ellas destacan:
• La ampliación de parques nacionales y áreas protegi-
das, y el control con reducción de la desforestación.
• Las inversiones en conservación y recuperación de sue-
los, flora y fauna; con alto involucramiento de comuni-
dades locales e impacto en el empleo.
• La construcción de infraestructura de pequeños y
medianos embalses para almacenar escurrimientos
superficiales y recargar acuíferos.
• Las normativas sobre buen manejo de suelos y agua
(calidad y cantidad) y ampliación de prácticas de agri-
cultura sustentable.
• Inversiones y apoyo financiero para cambios en el uso
del suelo, producto de nuevas condiciones climáticas.
Por ejemplo, desplazamiento de frutales y viñas hacia
zonas meridionales de América del Sur.
• Investigaciones genéticas para nuevas variedades y
especies vegetales aptas para afrontar estos cambios
climáticos.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 71

La AF es muy vulnerable para adaptarse a los cambios


climáticos, por sus restricciones para reaccionar con nuevas
tecnologías y usos del suelo; pero también puede existir
mayor disposición de apoyos externos para enfrentarlos,
por su carácter de fuerza mayor que compromete al pla-
neta en pleno.

6.4. Agricultura de precisión y sustentabilidad


La agricultura sustentable6, universalmente aceptada y pro-
gresivamente exigida por la sociedad contemporánea, los
mercados y consumidores, plantea un conjunto complejo de
exigencias, entre las que destacan: el uso eficiente del agua,
el suelo y la energía; la reducción en el uso de agroquímicos;
las prácticas productivas amigables con el medio ambiente;
las relaciones laborales justas y dignas.
El cumplimiento de estas y otras exigencias, cre-
cientemente normadas por las autoridades agropecuarias,
ambientales y de salud, además, debe ser demostrado con
certificaciones de buenas prácticas, trazabilidad, inocuidad
y, más recientemente, comprobaciones de huellas ambien-
tales (agua, carbono). La certificación, práctica generalizada
para acceder a la mayoría de los mercados internacionales,
se está propagando a los mercados internos, en especial
como exigencia de las cadenas de supermercados y de con-
sumidores más demandantes.
La adopción de las tecnologías propias de la agricultura
de precisión, además de permitir avances substantivos en la
economía de insumos como el agua y los agroquímicos, con

6 En términos más precisos, se entiende por agricultura sustentable la que


respeta la sustentabilidad ambiental (protección de biodiversidad y recursos
naturales, uso eficiente de agua, suelo y energía, control de emisiones y pla-
gas con reducción y agroquímicos); sustentabilidad social (compromiso con
consumidores, trabajadores, comunidad del entorno); sustentabilidad eco-
nómica (eficiencia, rentabilidad; inocuidad alimentaria, microbiana y física).
72 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

la consiguiente reducción de costos y comprobados incre-


mentos de productividad, facilita y objetiviza los procesos
de certificación mencionados.
¿Cuáles son estas tecnologías?:
• Internet de las cosas. La automatización de la infor-
mación para un manejo más eficiente de factores pro-
ductivos implica: utilización de sensores inalámbricos
(agua, suelo, clima, aire); de activadores para intervenir
(bombas de agua, fertirrigadores); de dispositivos de
captura (drones, imágenes satelitales, redes metereoló-
gicas); computadores y software para ordenar bases de
datos, monitorear a control remoto e intervenir con
los activadores.
• Redes agrometereológicas que unifican la información
de diferentes estaciones privadas y públicas del terri-
torio, las que mediante tecnologías de radiofrecuencia
inalámbrica y su combinación con internet, utilizando
modelos de relación clima-agua, clima-desarrollo de
plagas, pueden prevenir y mitigar eventos climáticos
extremos, además de detectar la incidencia de plagas
en forma temprana.
• Control integrado de plagas y control biológico.
Emplea monitoreo y trampas (feromonas, engaños
sexuales y sensores) para implementar sistemas de
detección y seguimiento de la dinámica poblacional de
plagas y enfermedades. Hace uso de insectos y parásitos
benéficos, bioinsumos, progenitores estériles, etc., con
el fin de reducir el empleo de agroquímicos. Estas tec-
nologías, además de requerir de monitoreo especializa-
do, manejo de información metereológica y TIC, impli-
ca la creación de centros de reproducción de organis-
mos de control biológico.
• Diseño moderno de estructura de plantaciones, arqui-
tectura de árboles para manejo peatonal, para facilitar
labores y aumentar la productividad.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 73

• Montaje de plataformas tecnológicas territoriales para


asistencia técnica e intercambio de conocimientos
entre investigadores, productores y expertos. La pla-
taforma de gestión del conocimiento, dirigida priori-
tariamente a la AF y pequeños-medianos empresarios
agrícolas, estaría articulada en red y aprovecharía las
TIC para brindar mayor cobertura y rapidez al inter-
cambio de información.

La aplicación de una o la combinación de estas tec-


nologías ha demostrado en la agricultura de varios países
del Norte, y también en la región, reducciones en el uso
de agua del 50%, de insumos hasta del 40% y aumentos de
productividad laboral y del suelo, del orden del 20 al 30%
(FIA, MINAGRI, 2015).
La apropiación y aprovechamiento por parte de la AF
de estas tecnologías pueden ser directos, en la medida que
se haga un programa especial de apoyo para su imple-
mentación, o más indirecta, mediante su incorporación a
la plataforma del conocimiento para la captura y aplica-
ción de tecnologías. La agricultura de precisión implica una
amplia demanda de técnicos de diferentes niveles, especia-
lizados en el manejo de estos instrumentos tecnológicos,
tales como: sensores y drones; equipos de riego y fertiliza-
ción en línea; software y TIC; redes metereológicas. La oferta
de estos especialistas es en la actualidad muy reducida y
será una oportunidad laboral con mayores ingresos para
los jóvenes rurales.

6.5. Generación y uso de energías renovables


Los altos costos energéticos de la agricultura de riego y
la escasez de agua en muchos territorios han inducido la
creciente introducción de pequeñas instalaciones solares y
eólicas; en menor grado también la utilización de biomasa.
El aprovechamiento del potencial energético de los canales
de riego y otras corrientes de agua, mediante miniturbinas
74 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

móviles o pequeñas centrales de paso, ha sido también esti-


mulado por la posibilidad abierta en varios países de la
región de Net Billing, es decir, la generación de energía eléc-
trica e inyección de los excedentes no consumidos a la red
de distribución, lo cual permite minimizar pérdidas y costos
de transmisión, y así generar ingresos adicionales.
La desalinización de agua de mar con nuevas tecnolo-
gías de energía fotovoltaica, que eleva más agua diurna que
la consumida para generar por gravedad energía nocturna,
está permitiendo evitar el empleo de acumuladores de alto
costo. Es un sistema interesante en zonas costeras para pro-
veer agua potable rural. El uso más masivo de energía solar
para bombas de agua potable es una realidad en miles de
hogares campesinos de Chile y otros países de la región.

6.6. Acuicultura y pesca artesanal


En 2015 se habría producido un cambio significativo en
la oferta mundial de pescado, la producción de la acui-
cultura superaría el volumen total de capturas pesqueras.
Este fenómeno inédito, impensable hace 50 años, no tendrá
retroceso, por el contrario, se proyecta para el año 2022 que
el 55% del pescado disponible provendrá de la acuicultura,
para satisfacer una demanda creciente en todas las regiones
con excepción de Africa, la cual sería en ese año mayor en
22% al año de referencia, 2012 (OCDE, FAO, 2013).
La producción pesquera de América Latina en 2013
alcanzó a 15,5 millones de toneladas y de ellas la acuicultura
representó el 16%, pero en rápida expansión. Un total de
2,4 millones de familias dependen de ingresos generados
en estas actividades en la región y de estas el 90% están
ocupadas en producción acuícola o pesca de pequeña escala
(Salcedo & Guzmán, 2014).
La acuicultura y la pesca artesanal tienen gran capa-
cidad de dinamizar territorios rurales e inciden en tér-
minos relevantes en la alimentación y nutrición humana.
Sus impactos ambientales en los océanos y bordes costeros,
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 75

aunque infinitamente menores a los de las empresas indus-


triales, son corregibles en la medida que se implementen
programas que superen las prácticas no sustentables.
La protección y siembra de algas en zonas focalizadas,
los parques de protección marina, los centros de manejo
controlado, las áreas protegidas de reproducción y las vedas
son programas de gran repercusión ambiental y con intere-
santes perspectivas de empleo. La asistencia e intercambio
de conocimientos entre centros tecnológicos, universida-
des, pescadores y acuicultores deben ser parte de los pro-
gramas territoriales rurales, al igual que el financiamiento
para la innovación tecnológica de pequeños emprendedores
del mar y agua dulce.

6.7. Circuitos cortos y comercio justo


Se han expuesto en páginas anteriores las exigencias cre-
cientes de sanidad e inocuidad de los alimentos que plan-
tean los consumidores, y los consiguientes requerimien-
tos de trazabilidad y certificación de la sustentabilidad de
los procesos productivos que se están desarrollando en
el comercio internacional y en segmentos gradualmente
mayores de los mercados domésticos.
Para la AF, estas condiciones están constituyéndose (y
continuarán haciéndolo) en barreras de entrada a los mer-
cados más rentables, en ausencia de asistencia y apoyos para
superar estos requisitos.
Los esfuerzos por extender el comercio por la vía de
contratos de producción entre la AF y empresas agroindus-
triales, exportadoras o supermercados, intentados en varios
países de la región, han limitado sus proyecciones por
diversos factores, tales como: desconfianzas mutuas, falta
de volumen constante y calidad, carencia de fidelización de
la oferta a los compromisos, altos costos de transacción por
pequeña escala, dificultades asociativas de los productores;
son limitaciones que solo pueden ser abordadas con pro-
gramas públicos de apoyo a la AF.
76 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Las compras a los pequeños agricultores por parte de


entidades públicas, como escuelas con programas de comi-
da escolar, hospitales, fuerzas armadas, han tenido desde
principios del presente siglo, programas ejecutados en Bra-
sil (PAP) con volúmenes significativos (155.000 agriculto-
res de AF 2010); y del mismo modo en Colombia, Uru-
guay, Paraguay, Perú, Bolivia y Ecuador. El Programa Mun-
dial de Alimentos (PMA) también ha realizado compras en
Centroamérica a campesinos. Esta vasta experiencia ofrece
enseñanzas invaluables para su réplica en la región.
Los programas de circuito corto, algunos con decenios
de vigencia, para ventas directas de pequeños agricultores
con apoyo de gobiernos regionales, municipios y asociacio-
nes de productores y de consumidores, existen en Alema-
nia, Bélgica, EE.UU., Francia, Japón, Reino Unido. Varios
de ellos tienen programas especiales de entrega a consu-
midores, operan con sellos propios y normativas propias
de sanidad-calidad.
Las ventas directas en los predios de la AF, en ferias
locales y mercados especializados de pequeños agricultores,
también han proliferado en la región y deberán continuar
incentivándose en los programas de desarrollo.
Se han abierto nuevas vetas en torno a la valorización
de los productos locales, el patrimonio natural de los terri-
torios, la gastronomía y su identidad cultural. Los sellos
de origen geográfico de los productos, los sellos de peque-
ños productores campesinos con certificación y normativas
propias son instrumentos crecientemente más expandidos.
La producción para el autoconsumo, especialmente en
la AF de subsistencia, ha mostrado una clara tendencia a
desaparecer en muchos territorios de América Latina, ten-
dencia que debe ser revertida con estímulos y asesoría espe-
cializada, dada su trascendencia para la seguridad alimenta-
ria del hogar y del planeta.
Por último, lo que engloba estas diversas opciones es
el concepto de comercio justo, no como la iniciativa de un
grupo de ONG europeas, sino como un movimiento desde
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 77

la base social que privilegia una cadena alternativa de mer-


cado, que asegura la sustentabilidad de los productores de la
AF, que garantiza transparencia, trazabilidad y sanidad de
los alimentos, y que es apoyada por políticas públicas. Miles
de consumidores jóvenes en el mundo (Millennium) son sen-
sibles a la idea de comprar a campesinos sus alimentos, pero
este encuentro no se realiza por generación espontánea,
debe ser animado con estrategias de marketing.

Bibliografía

Alegrett, R. (2003), Evolución y tendencias de las reformas agra-


rias en América Latina, FAO, Roma.
Baraona, R. (1987), “Conocimiento campesino y sujeto
social campesino”, Revista Mexicana de Sociología, vol.
49, N° 1, pp. 167-190.
Barraclough, S. (1968), Notas sobre Tenencia de la Tierra en
América Latina, ICIRA, Santiago de Chile.
Bauer, A. (2004), Chile y algo más. Estudio de Historia Latinoa-
mericana, Instituto de Historia y Centro Barros Arana,
Santiago de Chile.
Banco Interamericano de Desarrollo (BID) (1998), Estrate-
gias para la Reducción de la Pobreza Rural, Washington
D.C. Disponible en línea: https://bit.ly/2QSmsK5.
Berdegué, J. & Rojas, F. (2014), La agricultura familiar en Chi-
le, en FIDA, Rimisp, La agricultura familiar en América
Latina. Un nuevo análisis comparativo, Roma, octubre.
CEPAL, FAO, OIT (2010), Políticas del mercado del trabajo y
pobreza rural en América Latina, Santiago de Chile.
CEPAL, FAO, IICA (2013), Perspectivas de la agricultura y del
desarrollo rural en las Américas: una mirada hacia América
Latina y el Caribe 2014, San José.
CEPAL, FAO, Cooperación Francesa (2014), Agrodiversidad,
Agricultura Familiar y Cambio Climático, Santiago de
Chile.
78 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Chiriboga, M. (1996), Desafíos de la pequeña agricultura fami-


liar frente a la globalización, ALACEA (Congreso), San
José, Costa Rica.
Chonchol, J. (1994), Sistemas agrarios en América Latina, Fon-
do de Cultura Económica, México D.F.
CIRAD (2014), “Caracterizar para apoyar mejor. Políticas
públicas para la agricultura familiar”, Perspective, N° 29,
noviembre, Montpellier.
Comisión Europea, FAO (2014), Atlas de los suelos de América
Latina y el Caribe, Luxemburgo.
De Janvry, A. (1981), The Agrarian Question and Reformism
in Latin America, Baltimore-London, The John Hopkins
University Press.
Echenique, J. & Romero, L. (2009), Evolución de la agricultura
familiar en Chile, 1997-2007, FAO, Santiago de Chile.
Fajnzylber, F. (1983), La industrialización trunca de América
Latina, Biblioteca Universitaria, CET México.
FAO, BID (2007), Políticas para la agriculturas familiar en
América Latina y el Caribe, Santiago de Chile.
FAO (2009), Boom agrícola y persistencia de la pobreza rural,
Roma.
Faiguenbaum, S.; Ortega, C. & Soto, F. (2013), Pobreza rural
y políticas públicas en América Latina y el Caribe, FAO,
Santiago de Chile.
FAO (2014), Anuario estadístico de América Latina y el Caribe
2014, Santiago de Chile.
FIA, MINAGRI (2015), INNOVA + AGRO, Santiago de
Chile.
FIDA, Rimisp (2014), La agricultura familiar en América Lati-
na. Un nuevo análisis comparativo, Roma, octubre.
FIDA, MERCOSUR (2015), De la visión a la acción, CLAEH,
Montevideo.
GRAIN (2015), Against the Grain. Corporations Replace Pea-
sants as the Vanguard of China New Food Security Agenda,
Barcelona.
ICIRA (1971), El hombre y la tierra en América Latina, San-
tiago de Chile.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 79

Latchman, R. (1936), La agricultura precolombina en Chile y


países vecinos, Universidad de Chile.
Maletta H. (2011), “Tendencias y perspectivas de la agricul-
tura familiar en América Latina”, Documento de Trabajo,
N° 1, Proyecto conocimiento y cambio en pobreza rural y
desarrollo, Rimisp, Santiago de Chile.
Nash, J. (2012), Una agricultura más verde para América Latina,
Washington D.C., Banco Mundial.
OCDE, FAO (2013), Perspectivas agrícolas 2013-2022, Univer-
sidad Autónoma de Chapingo, México.
PIADAL (2013), Agricultura y desarrollo en América Latina:
gobernanza y políticas, Buenos Aires, PIADAL-TESEO.
Rodríguez, A. (2016), “Transformaciones rurales y agricul-
tura familiar en América Latina: Una mirada a través
de las encuestas de hogares”, Serie Desarrollo Productivo,
N° 204, CEPAL, Santiago de Chile. Disponible en línea:
https://bit.ly/2MaICq6.
Salcedo, S. & Guzmán, L. (eds.) (2014), Agricultura familiar
en América Latina y el Caribe – Recomendaciones de
políticas, FAO, Santiago de Chile. Disponible en línea:
https://bit.ly/1iModzS.
Salcedo, S.; De la O, A. & Guzmán, L. (2014), “El concepto
de la agricultura familiar en América Latina y el Cari-
be”, en Salcedo, S. & Guzmán, L. (eds.), Agricultura fami-
liar en América Latina y el Caribe – Recomendaciones de
políticas, FAO, Santiago de Chile. Disponible en línea:
https://bit.ly/1iModzS.
Schejtman, A. (2013), Alcances sobre la agricultura familiar
campesina, Diálogo Rural Latinoamericano, San Salva-
dor.
Schejtman, A. (1982), Economía campesina y agricultura
empresarial: tipología de productores del agro mexicano,
México D.F., Siglo XXI Editores.
Schejtman, A. (1980), “Economía campesina: lógica interna,
articulación y persistencia”, Revista de la CEPAL, N° 11,
Santiago de Chile.
80 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Schneider, S. (2014), “La agricultura familiar en América


Latina”, en FIDA-Rimisp, La agricultura familiar en Amé-
rica Latina. Un nuevo análisis comparativo, Roma, octu-
bre.
Soto Baquero, F. & Gómez, S. (2012), Reflexiones sobre la con-
centración y extranjerización de la tierra en América Latina
y el Caribe, FAO, México.
Vía Campesina (2016), Informe Anual 2015, Waterfalls, Zim-
babwe.
Vietmeyer, N. (1986), “Los cultivos olvidados de los Incas”,
Carta Ganadera, vol. 23, N° 9, Bogotá.
Warman, A. (1987), Los campesinos en el umbral del nuevo
milenio, Colombia, Ministerio de Agricultura-DRI.
Wolf, E. (1971), Los campesinos, Barcelona, Editorial Labor
S.A. Disponible en línea: https://bit.ly/2uIdXIr.
Cuatro preguntas en torno
a la economía campesina1
MARTINE DIRVEN

Resumen

La economía campesina es un área de las ciencias eco-


nómicas que abarca una amplia gama de miradas teórico-
económicas y políticas. Según Chayanov, la agricultura
campesina se caracteriza por una lógica propia y distinta a
la de tipo capitalista. De esta forma, propone una caracte-
rización de ella, sin obviar que el mundo campesino, por
razones geográficas, ecológicas y culturales, y por factores
económicos, es sumamente heterogéneo.
El presente artículo plantea cuatro preguntas: en pri-
mer lugar, se cuestiona si gran parte de las “lógicas” o modos
de hacer y características que se le adscriben al campesi-
nado no se encuentran entre muchos microempresarios de
escasos recursos de cualquier rubro de la economía. Luego
se aborda la autarquía versus la participación en los merca-
dos de actores económicos con costos de transacción altos,
y se encuentra en ellos una respuesta de Homo economicus
frente a costos (de compra y de venta) que son distintos a
los precios de mercado. En tercer lugar, se aborda si hay
razones intrínsecas en la lógica campesina que llevan a la
pobreza (medida por ingresos) y, posiblemente, a un círculo
vicioso de pobreza. Finalmente, se discute si los campesinos

1 Si hubiera sido en inglés, el título habría sido “Peasant economics revisited”.


Escrito como contribución al Seminario en Homenaje a Alexander Schejt-
man “Economía campesina, seguridad alimentaria y desarrollo territorial”,
organizado por Rimisp en Santiago de Chile, 25 de octubre 2016.

81
82 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

son un grupo que –tarde o temprano– estaría en vías de


extinción debido, por un lado, a su lógica y, por el otro, a los
abusos de los capitalistas cuando tratan con él.
Paralelamente a los procesos de envejecimiento de los
“jefes de explotación” y la salida de la agricultura de los
estamentos más jóvenes, alentados por sus mayores niveles
de educación, en distintos países de la región se vislum-
bra el surgimiento de un nuevo “tipo de campesinado”, uno
conformado por jóvenes entusiastas e innovadores que se
dedican a la agricultura, muchos de ellos preocupados por
mejorar su comunidad y el medio ambiente, pero con carac-
terísticas muy diversas. Estos jóvenes son de –y comparten
varios códigos con– la generación de los “millennials”. El
artículo finaliza preguntándose: ¿se está frente a un movi-
miento de cierta envergadura hacia una “recampesinización
modernizada” que, de alguna manera, logrará organizarse e
influir sobre su entorno?

1. Introducción: definición de “economía campesina”

Si se postulara la existencia de una racionalidad universal, en lo


que a criterios de asignación de recursos se refiere, y si se estima-
ra que las diferencias de comportamiento entre los diversos tipos
de unidades solo son atribuibles a diferencias de escala y de dis-
ponibilidad de recursos, tendrían que catalogarse como puramen-
te “irracionales” una serie de fenómenos sustantivos, recurrentes
y empíricamente comprobables en áreas de economía campesina
(Schejtman, 1980, p. 123).

La economía campesina es un área de las ciencias eco-


nómicas que abarca una amplia gama de miradas teórico-
económicas y políticas. Estas van desde la economía neo-
clásica hasta la marxista, incluyendo supuestos sobre la
maximización de beneficios, la aversión al riesgo, preferen-
cias entre trabajo pesado y resultados productivos, prácti-
cas de mediería y de ayuda mutua. No suele ser tema de
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 83

los economistas mainstream, pero sí entre los economistas


especializados en el desarrollo, los sociólogos agrícolas y
los antropólogos.
Las limitaciones de las formulaciones de tipo dualista
y otras –que carecen de referencias teóricas para explicar el
funcionamiento interno del hogar, de la sociedad y de los
campesinos– o de la economía agrícola de corte neoclásico
–que se limita a aplicar a la economía campesina un para-
digma microeconómico idéntico al de cualquier otro tipo
de unidad de producción, con conclusiones que apuntan a
la irracionalidad del campesinado2– llevaron al desarrollo
de la teoría de la economía campesina.
Entre las distintas miradas hacia la economía cam-
pesina, la desarrollada por Chayanov3 ha prevalecido. Sin
dudas, con los trabajos derivados de su tesis –lectura obli-
gada en varias facultades a lo largo de América Latina, por
décadas (Schejtman, 1970) –, ha sido uno de los artífices de
esta difusión en la región.
Según esta mirada, la agricultura campesina se carac-
teriza por una lógica propia y distinta a la de tipo capi-
talista. En grandes líneas, sus puntos salientes se pueden
resumir como sigue:
• el trabajo se hace esencialmente con mano de obra
familiar;4

2 En los análisis económicos convencionales, la actividad económica de las


unidades campesinas resulta generalmente deficitaria. En efecto, al imputar
valores de mercado (al salario corriente) al esfuerzo invertido por el campe-
sino y su familia en su propia unidad, y la ganancia media (como remunera-
ción a su condición empresarial) para el “capital” avanzado, incurre en pér-
didas sistemáticas y “ se autoengaña” (Schejtman, 1980).
3 Alexander V. Chayanov (1888-1937), agrónomo y economista ruso que
–con base en el amplio conjunto de estadísticas recopiladas para apoyar la
reforma agraria dictada en 1861, trabajo de campo y discusiones académicas
y políticas con sus contemporáneos– desarrolló su propia visión sobre la
economía campesina (Thorner, 1965).
4 De hecho, Chayanov no considera la posibilidad de contratar mano de obra
extra familiar (Thorner, 1965).
84 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

• la producción y el consumo forman una unidad no


separarable y el (jefe del) hogar busca un balance entre
producción y consumo o, dicho de otra manera, entre
trabajo y consumo;5
• por ende, no obedece a la visión neoclásica de “maxi-
mizador de ganancias”, sino que ocupa la mano de obra
familiar hasta cubrir las necesidades de consumo (bio-
lógico y cultural) de todos los miembros del hogar, y un
fondo adicional para reponer los medios de producción
empleados en el ciclo productivo y afrontar eventuali-
dades (enfermedades, gastos ceremoniales, etc.);
• usa mano de obra de dos tipos –transable y no tran-
sable (ancianos, niños)–, con lo cual puede producir a
costos menores que el agricultor empresarial;6
• usa tierras marginales (en ladera, poco fértiles, apar-
tadas de la red vial)7 que no serían rentables para los
empresarios o no podrían ser trabajadas con sus téc-
nicas de producción;
• tiene gran aversión al riesgo, mostrando una correla-
ción positiva con mayores niveles de pobreza en acti-
vos.

5 Observamos una diferencia de acento entre los trabajos en español y en


inglés. Los primeros suelen enfatizar el balance producción-consumo y los
segundos el balance trabajo-consumo. Aunque son solo matices –ya que el
mayor/menor trabajo lleva a una mayor/menor producción–, el costo de
oportunidad del esfuerzo laboral se destaca algo más en los trabajos en
inglés.
6 Incluyendo el no-pago del salario mínimo, de horas extras, de contribucio-
nes a la seguridad social, de costos de traslado, de costos de reclutamiento y
despido, de adecuación del lugar de trabajo con baños, lugar para comer, etc.
Por otro lado, tiene que velar por el sustento de todas las personas del hogar
todo el año y no solo en épocas de necesidad de mano de obra.
7 ¿O ha sido confinado a tierras marginales por los procesos históricos? (ver
Birner y Resnick, 2010, por un análisis sobre las razones de economía políti-
ca que estarían detrás de la insuficiente voz, y por ende, atención e inversión
pública en la pequeña agricultura en los países en desarrollo).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 85

Esta caracterización general no debe obviar que el


mundo campesino es sumamente heterogéneo, por razones
geográficas, ecológicas y culturales, y por factores económi-
cos, como son las diferencias en los niveles de ingreso, en las
relaciones con el mercado y el capital, incluida la demanda
u oferta de mano de obra.
Tampoco se puede obviar que los campesinos –a lo
largo de la historia y en todas las culturas– han sido con-
siderados como el peldaño más bajo del escalafón social
y, en varios idiomas, la palabra “campesino” tiene un dejo
negativo.8 Esto, sin dudas, ha tenido efectos sobre cómo se
lo ha tratado en lo cotidiano, en las artes, en la opinión
pública y en las políticas.
Por último, por lo menos en francés, el uso de la palabra
“campesino” estaría en retroceso a partir de un auge a fines
del siglo XIX, con cierto repunte en la década de 1930.9
Asimismo, en español y en inglés, hay tendencia a reempla-
zar la palabra por otras expresiones consideradas sinónimas
o proxies, como agricultor familiar, de pequeña escala, de
subsistencia, etc.
Este trabajo se organiza en torno a cuatro pregun-
tas. Las dos primeras conforman, sin dudas, la parte más
controversial. Se cuestiona si gran parte de las “lógicas” o
modos de hacer y características que se le adscriben al cam-
pesinado no se encuentran entre muchos microempresa-
rios de escasos recursos de cualquier rubro de la economía.
Luego se aborda la autarquía versus la participación en los
mercados de actores económicos con costos de transacción

8 Por ejemplo, Merriam-Webster’s Learner’s Dictionary: “Peasant: a poor far-


mer or farm worker who has low social status; a person who is not educated
and has low social status”. En cambio, la Real Academia Española define
campesino como “una persona que vive y trabaja de forma habitual en el
campo”.
9 Desde mediados del siglo pasado, el uso de la palabra paysan tiene una ten-
dencia a disminuir (la-definition.fr, s.f.).
86 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

altos, y se encuentra en ellos una respuesta de Homo eco-


nomicus frente a costos (de compra y de venta) que son
distintos a los precios de mercado.
El tercer punto que se aborda es si hay razones intrín-
secas en la lógica campesina que llevan a la pobreza (medi-
da por ingresos) y, posiblemente, a un círculo vicioso de
pobreza.
Debido a sus características, muchos consideraron a los
campesinos como un grupo que –tarde o temprano– estaría
en vías de extinción debido, por un lado, a su lógica y, por
el otro, a los abusos de los capitalistas cuando tratan con él
–aprovechándose de su lógica y valoración distinta de los
activos, falta de información, atomización y necesidades–
al venderles tierras más caro y comprarles sus productos y
mano de obra más barato que el precio de mercado. Este es
el cuarto tema que se aborda en este documento, y se refiere
a América Latina, esencialmente.
Finalmente, en las conclusiones, se aborda una pregun-
ta adicional sobre la base de un reciente estudio en Chile:
si está surgiendo un grupo –minoritario, por cierto– de
entusiastas jóvenes “neo-campesinos”, innovadores, tecno-
logizados, algunos a tiempo parcial y, por ende, integrados
en distintos mercados de bienes, de servicios y de trabajo.

2. El campesinado: ¿microempresarios bajo grandes


restricciones? 10

La unidad campesina es, simultáneamente, una unidad de produc-


ción y de consumo, donde la actividad doméstica es inseparable de
la actividad productiva. La producción es emprendida sin empleo (o

10 Se usó una sola referencia en esta sección, por restricciones de tiempo pero,
sobre todo, porque –a juicio de la autora– reunía todos los elementos nece-
sarios para la discusión.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 87

con empleo marginal) de fuerza de trabajo asalariada (neta). Esta


característica, que condiciona muchas otras, es reconocida como
central por todos los autores […] (Schejtman, 1980, p. 124).

Algunos de los supuestos sobre la lógica de la economía


campesina, como esencialmente distinta de otros sistemas
de producción, son rebatibles.11 En particular, se hará un
símil entre lo que caracteriza al grueso de los microempre-
sarios con lo adscrito a la lógica campesina, y se encontrará
que muchos microempresarios tampoco parecen compor-
tarse como maximizadores de ganancias.12
Una de las explicaciones es que se desarrollan ciertas
idiosincrasias cuando –generación tras generación– los
hogares enfrentan escaseces de activos y una vida en con-
diciones paupérrimas o, incluso, al borde de la no sobrevi-
vencia (física). Si bien estas condiciones han sido –y siguen
siendo– preponderantes en gran parte del campesinado,
afectan también a muchas microempresas familiares no-
agrícolas, rurales o urbanas. Varias de las otras característi-
cas del campesinado también.
Grindle et al. (1986) describen a los pequeños y
microempresarios como un grupo diverso; muchos traba-
jan simultáneamente en múltiples actividades que generan
ingresos y a las cuales se dedican (o se cambian) por horas,
a diario o por temporada; sus negocios están a menudo

11 Según Thorner (1965), Chayanov pretendía extender su teoría a toda activi-


dad familiar (campesina o no). Sin embargo, el título del libro de Chayanov
al cual se refiere Thorner en su comentario remite solo a la agricultura (“Die
lehre von bäuerliche Wirtschaft: Versuch einer Theorie der Familienwirts-
chaft im Landbau”, P. Parey, Berlin, 1923).
12 Otro punto –que no se desarrollará acá– es que la búsqueda de la maximiza-
ción de producción y/o ganancias parece ser un fenómeno histórico relati-
vamente reciente y que, desde que empezó a ser parte de los objetivos de las
empresas, ha habido varios movimientos (hippie, las propuestas en Limits to
growth [1972] del Club de Roma, el Buen Vivir incluido en las Constitucio-
nes de Bolivia y Ecuador, varios grupos proambientalistas, Oxfam, etc.) que
han cuestionado la sabiduría del modelo maximizador y/o sus consecuen-
cias.
88 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

estrechamente vinculados con la familia (family-based eco-


nomies) y el empleo muchas veces proviene de la familia
nuclear o extendida.
Tienen tendencia a evadir riesgos,13 a no llevar una
contabilidad, a no separar las cuentas familiares de las cuen-
tas del negocio, y a usar las reservas del negocio en casos de
necesidad familiar, lo que podría ser una adaptación ade-
cuada a situaciones de pobreza, pero perjudica el negocio.
Las mismas ventajas de uso de mano de obra familiar
sobre la contratada mencionadas en los análisis sobre el
campesinado también son mencionadas por Grindle et al.
(1986). Añaden que la familia tiene ventajas para proveer
un aprendizaje a largo plazo, guardar los secretos de pro-
ducción y responder rápidamente a las condiciones eco-
nómicas o políticas.14 Muchas veces las percepciones de
los microempresarios sobre sus requerimientos difieren de
los identificados por terceros.15 Hay importantes razones
no-económicas para la diversidad de ocupaciones de los
microempresarios, entre ellas, el interés por la variedad (y,
también, no llamar la atención a competidores o vecinos

13 Añaden que los mejores análisis sobre aversión al riesgo en los países en
desarrollo son sobre los agricultores a pequeña escala, pero que la mayoría
de las conclusiones y lecciones también son válidas para los microempresa-
rios (Grindle et al., 1986).
14 Grindle et. al. (1986) también mencionan que algunos tipos de patrones cul-
turales familiares (fuerte jerarquía familiar o matrimonios estables, entre
otros) estarían más adecuados que otros para perpetuar los negocios fami-
liares. En contraste, quizás, en una encuesta a jóvenes agricultores por cuen-
ta propia o aspirantes a serlo (participantes de talleres organizados por
INDAP, Ministerio de Agricultura de Chile, en 2015), la proporción de jóve-
nes cuya madre es la propietaria de tierras sobrepasa de lejos la proporción
de mujeres propietarias de tierras en el país. Además, resaltó claramente que
el tema de la herencia de las tierras es tratado más frecuentemente en familia
cuando la madre es la titular, y esto le da al joven mayor claridad sobre su
futuro (Faiguenbaum et al., 2017).
15 Cuando se les pregunta cuáles son sus requerimientos, generalmente nom-
bran el crédito primero en orden de importancia. En cambio, no suelen
identificar sus lagunas gerenciales, de conocimientos, de información o en
habilidades. Tampoco generalmente mencionan la falta de demanda por sus
productos o servicios, aun si para un tercero este es un problema evidente
(Grindle et al., 1986 ).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 89

envidiosos). En contrapartida, asumen los costos de la falta


de experiencia (expertise), de especialización y de economías
de escala (Grindle et al., 1986).
En muchos análisis y estadísticas, la diversidad de acti-
vidades de una misma microempresa pasa desapercibida,
entre otros motivos, porque no se sigue indagando tras
recibir las respuestas sobre la primera actividad económica
mencionada. Según los estudios de Grindle et al. (1986),
la multiactividad,16 el trabajo a tiempo parcial o intermi-
tente, las relaciones estrechas entre familia y negocio son
especialmente importantes en el caso para las mujeres. Asi-
mismo, suele haber una correlación entre género y escala,
y se observa una concentración de mujeres en los negocios
de menor escala.17
Grindle et al. (1986) incluso clasifican el sector informal
de las microempresas en tres niveles bastante parecidos
a los usados para la agricultura campesina y familiar: i)
extremadamente marginal; ii) negocios que generan sufi-
cientes ingresos para que el propietario pueda hacer frente
a los requerimientos básicos de sus familiares; iii) nego-
cios que tienen la capacidad de crecer e incorporarse al
sector formal.
Grindle et al. (1986) también incursionan en la discu-
sión sobre la eficiencia relativa de las microempresas versus
las más grandes y sus distintas mediciones –una discusión
central en la economía agrícola–. Así, los pequeños empren-
dimientos suelen ser más intensivos en mano de obra y
menos intensivos en capital (aunque cuando se incluyen
los encadenamientos productivos y efectos multiplicadores,
la diferencia en las intensidades de uso de mano de obra

16 Ver el recuadro en Weller (2016, p. 51-54) sobre las segundas ocupaciones,


por sector, categoría ocupacional y sexo, aunque con acento en el empleo
agrícola, mientras Gómez-Oliver (2016) menciona que (en referencia a
México) gran parte de los residentes rurales ocupados en otros sectores eco-
nómicos también realizan actividades agropecuarias en el ámbito domésti-
co.
17 Lo mismo se observa en la agricultura.
90 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

generalmente se achican) y las empresas grandes general-


mente producen más por unidad de trabajo. En cambio, las
diferencias entre empresas grandes y pequeñas son menos
claras en términos de intensidad de producción por uni-
dad de capital, la cual varía mucho entre subsectores. La
productividad del capital puede disminuir y de la mano
aumentar cuando se inyecta capital a las micro- o pequeñas
empresas. Concluyen que la discusión sobre la eficiencia de
asignación y la eficiencia técnica18 suele ser fútil, porque
en las comparaciones la tecnología y el tipo de producto
deberían mantenerse constantes y ser comparables entre
empresas, lo que no resulta ser el caso.19
Un último comentario: Grindle et al. (1986) mencio-
nan las importantes diferencias que se observan en las
actitudes culturales de una sociedad versus otra, hacia el
emprendimiento, el individualismo o la colaboración gru-
pal, la jerarquía, la ostentación de riqueza, la innovación
o el mantenimiento de las tradiciones y de la estabilidad.
Lo adscriben a los efectos combinados del acceso a acti-
vos, clima, presiones demográficas, circunstancias políticas
e históricas –incluyendo los contactos con otras culturas o

18 Respectivamente: combinación de los insumos más eficiente en cuanto a


costos y maximización de la producción por unidad de insumo.
19 Para el sector agrícola, el High Level Panel of Experts on Food Security and
Nutrition (2011, p. 33) lo expresa así: “There is a long-standing and polari-
zed debate about farm size and productivity. Supporters of small-scale far-
ming describe dynamic smallholder production systems, in which adapta-
tion to new markets and changing environments is very evident, and point
to inefficient, extensive large farms with few workers, low wages and poor
productivity. Others argue that smallholder farming is outdated, and small
farms should be consolidated into fewer large holdings, gaining economies
of scale and mechanization. They contrast peasant farmers on marginal
land, who make insufficient profit to invest in their farm and adopt new
technology, with profitable large farms, accessing world markets, and provi-
ding employment and good wages to the rural people. These different views
are related to political positioning, interests and world view. But in real life,
both small and large farms may be either resource-poor or rich, use largely
manual methods or machinery, and use the land extensively or intensively.
Because of this great variation in farm types, false dichotomies between
small and large-scale should be avoided”.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 91

la colonización–, preceptos religiosos, etc. Estos son facto-


res que probablemente no han recibido la debida atención
en la literatura sobre la economía campesina (y menos en la
economía en general).
Más allá de las áreas en las cuales los microempresarios
de cualquier subsector parecen tener características en
común con las generalmente adscritas al campesinado, hay
algunas que son menos nítidas de lo que fueron descritas o
que se están debilitando. A continuación, se abordan algu-
nas relacionadas con la mano de obra. Es necesario hacer
hincapié acá en que Schejtman (1980) escribió sobre ellas
con matices y ya vislumbrando tendencias al cambio.
El trabajo con mano de obra familiar (solo mano de
obra familiar o esencialmente mano de obra familiar) es
fundamental en la definición del campesinado y de la agri-
cultura familiar. Intuitivamente, uno esperaría un número
reducido de asalariados en este tipo de explotaciones. Sin
embargo, según Lipton (2006), a pesar de que la relación
empleo asalariado/empleo familiar es menor en la agricul-
tura a pequeña escala que en la grande, la evidencia apunta a
que, por hectárea, hay una correlación positiva entre peque-
ña escala y empleo asalariado a nivel mundial.20
Otra noción considerada fundamental es que “[…] el
jefe de familia en una unidad campesina21 admite como dato
la fuerza familiar disponible y debe encontrar ocupación

20 Interesantemente, CEPAL/FAO/IICA (2013) introduce la categoría “peque-


ños empleadores” (además de “cuenta propia” y “empresarios”).
21 Varios estudios apuntan a ineficiencias persistentes en la asignación intrafa-
miliar de los recursos y que estas son fuertemente influenciadas por quien,
entre los miembros del hogar, controla los activos. También hay un crecien-
te consenso sobre la inadecuación de los modelos unitarios para describir
los procesos de decisión o de distribución de recursos al interior del hogar.
Por ahora, los esfuerzos se han dirigido a explicar las diferencias por las
relaciones entre sexos. Por extensión, esto podría aplicarse a las relaciones
de poder entre el jefe de hogar (o jefe de explotación) y todos los demás inte-
grantes del hogar (o de la familia extendida) que intervienen de alguna
manera en el consumo o en la producción. Según Johnston y Le Roux (2007,
p. 11), los modelos no-cooperativos serían los más indicados para ello, con-
siderando el hogar como integrado por un conjunto de agentes económicos
92 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

productiva para todos ellos” (Schejtman, 1980, p. 125).22 Sin


embargo, hoy en día, los jóvenes no necesariamente apre-
cian ser “usados como mano de obra barata”23 en el predio
familiar, sin mucha (o ninguna) voz (y menos voto) sobre
las decisiones de producción, comercialización, ni sobre
posibles innovaciones. Los niños también están menos dis-
ponibles para el trabajo, por su mayor asistencia a la escue-
la y los efectos de la opinión pública contraria al traba-
jo infantil. Los jóvenes –gracias, entre otros, a un notable
aumento de los años de educación formal cursados– tienen
otras perspectivas de empleo, lo que se refleja en la fuerte
caída de su participación, tanto en el empleo familiar no
remunerado como en las otras formas de empleo agrícola
(Weller, 2016).24
El éxodo fuera de la agricultura familiar que se observa
por parte de los jóvenes se debe al hecho de que hay “super-
numerarios”25 en algunos hogares. En otros hogares, son las

esencialmente separados, ligados por reivindicaciones recíprocas sobre los


ingresos, tierras, bienes y trabajo del hogar y, por lo tanto, marcados tanto
por la cooperación como por el conflicto.
22 Un ejemplo de los muchos matices que introduce Schejtman (1980) es que
añade (p. 136) “[…] mientras más lejos está de obtener el nivel de ingreso
(monetario y en especie) requerido para la reproducción en su propia uni-
dad, mayor será el número de jornadas que esté dispuesto a trabajar a cam-
bio de un salario”.
23 Expresión usada por los propios jóvenes en el “Seminario Internacional de
la Juventud Rural por la Reforma Agraria y el Crédito Agrario”, organizado
por CONTAG, Brasil, en octubre de 2013.
24 Es necesario poner estas tendencias también en el contexto demográfico de
las áreas rurales de América Latina. En todos los países, el número absoluto
de niños rurales está en descenso y, en casi todos los países, el número de
jóvenes rurales. Lo inverso es cierto para las personas de tercera edad. Entre
la población ocupada en la agricultura, estos fenómenos se refuerzan por las
decisiones (determinadas por las opciones o su falta) de migración o de tra-
bajo en empleo (rural) no agrícola (ERNA) para los jóvenes, y de seguir tra-
bajando para los mayores.
25 Miembros del hogar que –por razones de producción marginal decreciente
por unidad de trabajo adicional versus las necesidades de consumo– debe-
rán buscar trabajo fuera de la finca (ver Schejtman, 1980, gráfico 2, p. 127 y
el texto correspondiente) o, más drásticamente, salir del hogar. Schejtman
(1980, p. 139) lo describe así: “El crecimiento vegetativo de la población
campesina […] se traduce en una presión creciente sobre la tierra o, si se
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 93

aspiraciones de consumo que ya no son solo básicas –en


especial entre los jóvenes– las que los obligan a destinar
más integrantes del hogar al trabajo asalariado –en ERNA
de preferencia, por sus mejores condiciones–. Para otros,
todavía, la salida es parte de una estrategia –de los padres,
de los hijos o de ambos– para que los hijos tengan un mejor
pasar del que tuvieron sus padres.

3. Los costos de transacción: ¿una explicación


alternativa para (parte de) la “lógica campesina”?

[…] en el mercado de productos […] Allí los términos de intercambio,


o los precios relativos entre lo que vende y lo que compra, le han sido
y le son sistemáticamente desfavorables (Schejtman, 1980, p. 134).
Es evidente que mientras mayor sea la dependencia que la repro-
ducción de la unidad campesina tenga de insumos y de bienes
comprados, tanto mayor será –ceteris paribu–— la fuerza con
que consideraciones de tipo mercantil intervengan en las decisiones
sobre el qué y el cómo producir (Schejtman, 1980, p. 128).

Una de las características de los campesinos es que, típi-


camente, estarían solo parcialmente integrados en la eco-
nomía de mercado. Lo que se tratará de argumentar aquí
es que los costos de transacción (esencialmente invisibles
y con un desarrollo teórico posterior al de la economía

quiere, en un deterioro de la relación tierra/hombre, no solo en el sentido


de su disminución aritmética sino en el no menos sustantivo del deterioro
del potencial productivo de la tierra existente. En general, esta es una fuerza
coadyuvante a la descomposición campesina, pues la fragmentación –a la
que conduce la subdivisión parcelaria por crecimiento demográfico– es
signo ineludible de un incremento de la fragilidad o vulnerabilidad de la
economía campesina y el preámbulo de su desaparición”, y un joven chileno
de la etnia mapuche (UNICEF, 2007, p. 52) como sigue: “En la Comunidad
[…] somos 30 familias. Pero lo que pasa es que cada familia tiene como 10
hectáreas de tierra y después de eso la familia va teniendo hijos, 12 hijos, 13
hijos, y entonces esos hijos van a querer tierras. Se muere el padre y se tiene
que dividir la tierra y cada hijo se queda con una hectárea […]. Entonces no
tenemos proyectado de aquí al futuro: no vamos a tener tierras [...]”.
94 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

campesina) ayudan a explicar su autarquía o participación


parcial en los mercados y a precios diferentes a los de
mercado (o de equilibrio) y, también, son responsables de
gran parte de la aparente falta de lógica empresarial del
campesinado.
Como consecuencia de esta integración parcial en los
mercados –o posiblemente como parte de un círculo vicio-
so–, en las sociedades con una proporción significativa de
población campesina, la economía se caracteriza por tener
varios mercados imperfectos, incompletos o simplemente
faltantes (missing markets).
Según el tipo de mercado del que se trata, y de la direc-
ción de la transacción, los costos de transacción por unidad
serían neutros, a favor del productor a pequeña escala, o a
favor de la agricultura a gran escala.
Para la venta de productos, Escobal (2001) concluye
que los costos de transacción pueden llegar a representar
una proporción prohibitiva del producto transado y depen-
den del valor transado y del conocimiento de los precios
en los distintos mercados, de la reputación del “otro” (com-
prador o vendedor, según el caso), del idioma y códigos
usados en el mercado y, también, de la distancia y del esta-
do de los caminos. Parte de los costos de transacción son
variables y gran parte son fijos (búsqueda de información,
negociación –incluyendo el regateo–, supervisión). A los
costos de transacción se añaden otros, como: transporte
personal y de la mercancía, y comidas y alojamiento si el
mercado es lejano, las transacciones toman varios días para
concretarse o hay medios de transporte poco frecuentes
que obligan a quedarse en el mercado más allá de la dura-
ción de la transacción. Son los costos fijos los que hacen
que sean especialmente prohibitivos para transacciones de
poca monta.
Key, De Janvry y Sadoulet (2000) sugieren que hay una
suerte de banda en torno al precio de mercado, que aumenta
su costo de compra real y disminuye su precio de venta real.
En consecuencia, cuando el cambio de precio es insuficiente
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 95

para que el precio o costo real se traslade fuera de la “ban-


da”, los productores mostrarán una reacción inelástica al
cambio de precio 26 (ver el gráfico 1).

Gráfico 1. Autarquía o participación en el mercado según precio;


(a) solo costos de transacción proporcionales y (b) costos de transacción
fijos y proporcionales

Fuente: Key et al. (2000, p. 250).

Nota: En la banda en torno al precio p habrá autarquía e inelasticidad


de respuesta ante cambios en el precio si no sobrepasan los puntos C0
y B0, debido a los costos de transacción variables. La participación en el
mercado sigue la línea A-B0 para las compras y C0-D para las ventas.
En caso de costos de transacción fijos (de hecho siempre presentes) hay
otra banda de cantidad entre el punto B y C (o qb y qs) en que el hogar
producirá para autoconsumo (si tiene los activos necesarios). La “curva” de
oferta del hogar sigue la línea ABB’C’CD, con AB la cantidad de compra y
CD la cantidad de venta y B(B’C’)C la producción para autoconsumo para
los precios de mercado correspondientes.

La mano de obra familiar se puede dividir entre “tran-


sable” (la que podría ser contratada por terceros) y “no
transable” (la que no sería demandada por terceros –por

26 En su desarrollo sobre la base de un modelo empírico de productores de


maíz en México, los autores aún complejizan y matizan sus observaciones
(Key et al., 2000). Es importante mencionar que decidieron no incluir a los
productores de maíz con un predio menor que una hectárea, considerando
que son “productores jardineros”… ¡que responden a otra lógica!
96 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

razones legales, de baja productividad u otras– o la que


no se ofrecería a terceros –por razones de idiosincrasia u
otras–, esencialmente mujeres, niños, ancianos, lisiados y
enfermos).
Para la mano de obra “transable” se podría desarrollar
un esquema similar al de Key et al. (2000). Como en el caso
de la compra-venta de productos, la “banda de costos de
transacción” en torno al salario implica mayores costos que
el salario vigente para el que contrata y menores ingresos
reales que el salario pagado para el que trabaja. Para el que
busca trabajo, los costos de transacción están en función
de la distancia, de la dispersión geográfica, de los conoci-
mientos del mercado o del potencial empleador, de su capi-
tal social con vecinos u otros que también están buscando
empleo y su disposición a intercambiar informaciones fide-
dignas, etc. Para el que ya trabaja, hay que incluir también
eventuales costos de transporte y otros costos mayores a los
que incurriría en su predio familiar, como costos de comida
o de alojamiento, y el costo (¡o beneficio!) social de estar
alejado de la familia. Tal como para los bienes, la “banda
de costos de transacción” en torno al salario explicaría gran
parte del repliegue de la mano de obra “transable” en el
propio predio familiar y la aparente no respuesta a salarios
que, fuera del predio, son mayores (a primera vista) que el
valor producido en el predio. Viceversa, también explica-
ría por qué no contrata mano de obra ajena a la familiar
para producir a un costo salarial que, a primera vista, sería
menor que el valor de la producción adicional, excepto por
el trabajo de vecinos (pagados en dinero, en favores o en
reciprocidad de trabajo), para los cuales varios de los costos
de búsqueda y de evaluación son menores.27

27 Por supuesto, el empleador comercial también incurre en costos de transac-


ción en su búsqueda de trabajadores, su evaluación (screening) y su supervi-
sión. Generalmente, se considera que los costos de transacción asociados a
la supervisión disminuyen con el tamaño de la finca, por dos motivos: la
extensión a supervisar es menor, y los miembros del hogar –al conformar
una mayor proporción de la mano de obra total– tienen más personas por
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 97

Sin embargo, lo anterior implica una conclusión con-


traria a lo generalmente postulado en los escritos sobre la
economía campesina, ya que la consideración de los costos
de transacción llevaría al hogar campesino a tener un precio
de “venta” mayor al de mercado (y no menor, por el menor
costo de producción o menor salario de reserva).
Esta aparente contradicción podría explicarse de dos
maneras. Primero, tal como lo explica Schejtman (1980),
por el hecho de que el campesino usa mano de obra familiar
(que le cuesta –¿y reditúa?– menos que el costo de un asala-
riado) y tierras marginales (que un empresario con métodos
menos intensivos en mano de obra no podría explotar o no
le serían rentables explotar), puede ofrecer sus productos
(y su mano de obra) a un costo menor que el de mercado.
Esto no está considerado en el gráfico 1. Para una mejor
comprensión de la “lógica campesina” y la formulación de
política más adecuadas, el gráfico 1 debería pensarse con
dos precios: el de mercado para la agricultura comercial
y otro, inferior, para la economía campesina, al cual se le
aplicaría la banda de los costos de transacción tal como lo
desarrollan Key et al. (2000). Segundo, cuando los hogares
se enfrentan a la falta de algún producto o a restricciones
de efectivo, pueden estar obligados a incursionar en el mer-
cado (de productos o de trabajo) a precios no deseados, ni
deseables, pero sin tener alternativas.28 A mayor la penu-
ria, menor sería el precio de venta (o mayor el precio de

persona contratada para hacer la supervisión (Lipton, 2006). Pero estas


ventajas de la pequeña escala dependerían también de la naturaleza de las
relaciones intrahogar. Algunos estudios empíricos –para Asia– son poco
conclusivos, en el sentido de que distintos estudios llegan a distintas conclu-
siones sobre si la mano de obra familiar es más, menos o igualmente eficien-
te que los asalariados (Johnston & Le Roux, 2007), dependiendo seguramen-
te de los sistemas de remuneraciones y otras retribuciones o incentivos.
28 Sin darle el mismo sentido de urgencia, Schejtman (1980, p. 128) lo describe
así para productos de la dieta básica como maíz, frijol o trigo: “[…] el campe-
sino no define, en el momento de la cosecha, cuánto va al mercado y cuánto
al autoconsumo, sino que va sacando a la venta pequeños lotes de lo cose-
chado a medida que se le van presentando las necesidades de comprar y de
pagar”.
98 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

compra29) que el campesino (o cualquier otra persona en


apuros) estaría dispuesto a aceptar.30 Además, la aceptación
de un menor salario que el de mercado podría también
deberse a una baja autoestima, falta de información, engaño
por parte del contratante, así como a falta de otras alterna-
tivas (por no demanda, o por costos de transacción reales o
asumidos como exorbitantes).
Es necesario hacer hincapié también en que “el precio
de mercado”, en realidad, se puede traducir en precios muy
diferentes según el mercado, momento y los agentes involu-
crados, con valores que difieren a veces en varios múltiplos.
Generalmente, todo aquello no es conocido –o no es del
todo conocido– por el campesino, el cual se debe basar en
sus experiencias pasadas o en lo que escuchó decir.
Todos estos factores probablemente se superponen,
complicando (aún más) las posibilidades de observación a
través de estadísticas y, también, a través de la observación
directa. Además, las tradiciones (actitudinales) adquiridas
a través de los siglos también implican una “fricción” (es
decir, una reacción que no es inmediata) en la respuesta a
situaciones nuevas (incluyendo variaciones en los precios
y costos de transacción), a la cual hay que añadir el efec-
to de que generalmente se prefiere lo conocido sobre lo

29 Schejtman (2008) menciona que más del 80% de los agricultores de pequeña
escala serían compradores netos de alimentos.
30 La consecuencia es descrita por Schejtman (1980, p. 133-134) como: “La
articulación asume la forma de intercambios de bienes y servicios (o, si se
prefiere, de valores) entre los sectores, intercambios que se caracterizan por
ser asimétricos (o no equivalentes), y que conducen a transferencias de exce-
dentes del sector campesino al resto de la economía, como consecuencia de
una integración subordinada del sector de economía campesina al resto de
los elementos de la estructura (agricultura capitalista y complejo urbano-
industrial). Aunque la magnitud de la desigualdad en el intercambio, es
decir, la magnitud del excedente transferido del sector campesino al resto de
la sociedad por el mecanismo señalado, puede acrecentarse o disminuir en
función de la mayor o menor capacidad de regateo (fuerza social en el mer-
cado) que cada parte pueda ejercer en la relación mercantil, su origen está en
la lógica interna de la producción en cada sector y no en las relaciones de
mercado, que es donde se expresa”.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 99

desconocido o menos conocido (tanto en gustos por ciertas


variedades o modos de producción como en cuanto a las
transacciones y con quiénes se hace la transacción).

4. ¿Existe un círculo vicioso entre la lógica campesina


y la pobreza?

La vulnerabilidad del campesino a los efectos de un resultado adver-


so es tan extrema que su conducta como productor está guiada por
una especie de “algoritmo de supervivencia” que lo lleva a evadir
riesgos (Schejtman, 1980, p. 130).

Se ha escrito mucho sobre campesinado y pobreza, visto


desde “afuera” de su propia lógica (falta de tierras, tie-
rras marginales, falta de infraestructura y servicios, globa-
lización de los mercados, conveniencia para la agricultura
comercial y la agroindustria de tener un campesinado en
las inmediaciones que requiere “vender” mano de obra para
subsistir, etc.). Sin embargo, varias de las características
adscritas al campesinado tienen elementos –intrínsecos o
derivados– que implican “pobreza” según su medición por
ingresos. A continuación, se abordarán brevemente algunas
de estas características en relación con sus consecuencias
sobre la pobreza.
Una primera característica fundamental, tanto en la
lógica campesina como en los resultados de la medición
de pobreza por ingresos, es que los campesinos trabajarían
hasta lograr cubrir sus requerimientos para la subsisten-
cia, pero que –debido a la búsqueda de un equilibrio entre
trabajo (arduo)31 y consumo– no tendrían incentivos para

31 Schejtman (1980, p. 126) cita a A. Warman, quien expresa esta “ley” en los
siguientes términos: “Una vez satisfechos los requerimientos de subsistencia
el campesino suspende su producción. Por una parte, los rendimientos
decrecientes para la actividad más intensa determinan que todo ingreso adi-
cional sobre el mínimo de subsistencia demande un aumento desproporcio-
nado en la actividad […]”.
100 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

trabajar más allá. Tomado de modo literal, esto implica que


el campesinado no producirá más allá de alguna cantidad
que lo lleva –en términos monetarios– a estar entre la línea
de indigencia (valor de una canasta básica de alimentos) y
la línea de pobreza (valor de la canasta básica de alimentos
más algunos otros bienes y servicios básicos, como vivien-
da, vestimenta y transporte).32
Asimismo, la asignación prioritaria de la mano de obra
familiar “transable” al trabajo en el propio predio tiene
la misma consecuencia que en el caso anterior: si no hay
“supernumerarios” o necesidades de consumo insatisfechas
con la producción del hogar, no se generarán ingresos adi-
cionales al valor de la propia producción, lo que llevaría a
ingresos monetarios imputados (y un modo de vida) cer-
cano a la línea de indigencia o de pobreza.
Por otra parte, si aumenta la tierra disponible, en vez
de contratar mano de obra externa, la tendencia será seguir
trabajando con la mano de obra familiar, disminuyendo
las jornadas de trabajo por hectárea o dejando tierras sin
sembrar. Puede ser que la producción e ingresos aumen-
ten, pero probablemente no mucho más allá de la situación
anterior. En cambio, si contratara mano de obra (más que
marginalmente) dejaría de ser (considerado como) campe-
sino, agricultor familiar o cuenta propia agrícola ¿y, posi-
blemente también, pobre?
La aversión al riesgo incide sobre la no-innovación
y la no-especialización. Ambos llevan a un círculo vicio-
so de poco o nulo aumento de la productividad de la
mano de obra (tanto en términos físicos como moneta-
rios) y, por lo tanto, llevan a un no cambio del balance

32 En cambio, desde el punto de vista campesino, hay otras concepciones sobre


la pobreza que están magistralmente ilustradas en esta anécdota que le pasó
a un experto del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) con el
dirigente de una comunidad indígena del altiplano peruano. Este le dijo:
“Ud, doctorcito, ¡sí que es pobre! Seguro no tiene tierrita, ni animalitos, ni
familia o amigos que lo quieren, porque si no, ¡no estaría andando por aquí
tan solito por tanto tiempo!”.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 101

producción-consumo (dejando lo demás fijo: integrantes


del hogar, entre otros). Por otro lado, si cambiara positiva-
mente la productividad de la mano de obra del hogar, según
la lógica campesina, el hogar retiraría mano de obra de la
producción en el propio predio, sin necesariamente reasig-
nar la mano de obra transable a trabajos extrapredio.
La no (o poca y lenta) innovación lleva a la repetición
de prácticas que, si bien han permitido subsistir al cam-
pesinado por generaciones, no han llevado al “progreso”.
Muchas veces, las prácticas productivas y otras costumbres
no son las más adecuadas o sabias desde el punto de vista
medioambiental, de salud e ingesta de una dieta balanceada,
ni tampoco desde el punto de vista del ahorro (con miras
a capear años más difíciles u otros fines), como el gasto en
ceremonias, en fiestas, en tragos o apuestas.33
Casi siempre, la pobreza en activos implica también
una “pobreza en educación formal”, debido a dos razones
esenciales. El hogar no se puede permitir que los integran-
tes del hogar pasen años sin colaborar activamente en la
finca o no se puede permitir los gastos asociados a la educa-
ción formal (matrícula, transporte, uniforme, cuadernos).34
En segundo lugar, la mayor educación formal no reditúa en
ambientes no innovadores (Figueroa, 1986). Allí sirve más
la experiencia en el trabajo, la observación y el aprendizaje
tácito. Con lo cual allí también habría un círculo vicioso,
por la correlación positiva que varios estudios han observa-
do entre los años de educación formal cursados por el “jefe
de explotación” y el tipo de explotación (desde la explota-
ción de subsistencia hacia la comercial) así como el tamaño
de la explotación.35

33 Por otra parte, la visión según la cual los campesinos son pasivos y no se
adaptan a los cambios tampoco es correcta (ver Durston, 1996).
34 Los programas de transferencias condicionadas tratan de solventar, entre
otras, estas limitaciones.
35 Ver, por ejemplo, Qualitas (2009) para Chile, Sagarpa & FAO (2012) para
México y Leporati et al. (2014) para Colombia, México y Nicaragua.
102 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

También está el hecho de que la tierra es un bien finito


y que, en gran parte del mundo, la tierra que el campesi-
nado tiene a su disposición (junto con sus demás activos
y la tecnología usada) ya no permite mayores subdivisio-
nes sin mayor pauperización. Esto tiene como consecuencia
que –sin leyes o costumbres de mayorazgo o minorazgo–
cuando hay más de dos hijo/as por hogar o cuando hay
más de una generación de adultos de modo simultaneo, se
generan “supernumerarios” que tienen que encontrar otros
horizontes.36 Esto es agravado por (aparentes37) procesos de
pérdidas de tierras a favor de la agricultura empresarial, en
particular a favor de la gran agricultura, muchas veces en
manos de corporaciones.

5. Los campesinos: ¿un grupo que está en vías


de extinción?

[…] todas las corrientes que emergieron del liberalismo (léase libe-
rales propiamente dichos, racionalistas, positivistas, marxistas,38
etc.), postularon el carácter transicional del campesinado, al que
se consideraba como un segmento social condenado a desaparecer
–transformado en burguesía (algunos) o proletariado (los más)–
como resultado del dinamismo del desarrollo capitalista (Schejt-
man, 1980, p. 137).

36 Según el mismo Chayanov, su teoría era válida esencialmente para entornos


con baja densidad de habitantes y con un mercado de tierras relativamente
activo. En otros entornos requería de una revisión (Thorner, 1965, p. 235).
37 Se dice “aparente” acá porque, como se verá en la siguiente sección, la evi-
dencia no es tan clara y las estadísticas y análisis escasean.
38 Karl Marx (1863) escribió: “el campesino que produce con sus propios
medios de producción se transformará gradualmente en pequeño capitalista
que también explota el trabajo de otros o sufrirá la pérdida de sus medios de
producción y se transformará en un asalariado. Esta es la tendencia de una
sociedad en la cual el modo capitalista es el predominante” (mencionado en
Thorner, 1965, p. 233 desde la versión en inglés de “Theorien über der
Mehrwert”, Lawrence y Wishart, 1951, pp. 193-194).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 103

La pregunta acerca de si el campesinado se está fortalecien-


do, se encuentra estancado, o está en vías de extinción no
es fácil de responder. Lipton (2006), por ejemplo, expresa
su frustración sobre la falta de datos para comprobar o
desafiar las teorías y opiniones en torno al campesinado en
varios lugares de su artículo. En América Latina, aunque
la agricultura familiar (y también el campesinado) han sido
objeto de numerosos estudios y su importancia es indis-
cutible, los datos cuantitativos que permitan precisarlo y
dimensionarlo escasean, y más escasos aún son aquellos que
permiten analizar su evolución.
El sector es diverso y su caracterización es comple-
ja. Salcedo, De la O y Guzmán (2014) encontraron 36
definiciones de “agricultura familiar” a nivel mundial y
12 en América Latina. No obstante, hoy en día, se suele
usar como cuasi sinónimo, o concepto intercambiable,
a agricultura familiar, a pequeña escala,39 de subsis-
tencia,40 de pocos recursos, de bajos ingresos, de baja

39 Entre otros, 2 hectáreas de tierra agrícola y poco acceso a activos


(Banco Mundial, Rural Strategy, 2003) o 2 hectáreas tout court (IFPRI/
ODI/Imperial College Research Workshop, 2005). En cambio, Berde-
gué y Fuentealba (2011, pp. 8, 11 y 13) opinan que un umbral único y
de 2 hectáreas no sirve para América Latina, con su gran diversidad en
densidad de población, calidad de tierras y estructura de la tenencia.
Para ilustrar su punto citan, entre otros, un estudio de Scheinkerman,
quien fija el límite superior de la agricultura familiar hasta en 5.000
hectáreas para el Sur de la Patagonia (vale la pena notar acá que Amé-
rica Latina solo representa el 4% de todas las explotaciones agrícolas
en el mundo; Lowder et al., 2016, p. 21).
40 Berdegué y Fuentealba (2011) comentan que si bien hay cierto consen-
so sobre algunas características para la definición de la agricultura
familiar (explotaciones de poca superficie, con empleo totalmente o
esencialmente familiar), hay menos acuerdo sobre otros que son igual-
mente importantes para fines analíticos o de formulación de políticas,
como la posibilidad de que el hogar o la familia se sostenga con base
en su autoempleo en su propia finca. Añaden que estos análisis (según
tamaño y tipo de empleo) obvian otro punto crucial: que el desempeño
de la agricultura familiar no solo depende de sus propios activos, sino
de las características de su entorno inmediato, tanto socioeconómico
como biofísico. Schejtman (1980, p. 131) hace un comentario similar:
“La unidad campesina […] siempre aparece integrando un conjunto
104 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

intensidad de insumos y de baja intensidad de tecnolo-


gía (Nagayets, 2005).41 Una de las razones es que para
pasar de una fuente estadística a otra (esencialmente
censos agrícolas, por un lado, y encuestas de hogares o
de empleo, por el otro) es necesario usar proxies, ya que
ambas fuentes tienen distintos propósitos, categorías de
análisis, niveles de detalle, de cobertura y de frecuencia
en el tiempo. En ambos casos, diferenciar por la lógica
productiva (capitalista o campesina) es entre extremada-
mente complejo e imposible.
Análisis recientes sobre la base de los censos esti-
man que hay 15 millones de unidades familiares (Ber-
degué & Fuentealba, 2011) o 16,6 millones de unidades
agrícolas familiares sobre un total de 20,4 millones de
explotaciones agrícolas (Leporati et al., 2014). Por otro
lado, con base en encuestas de hogares, una estimación
gruesa para los veinte países de América Latina concluye
que, en 2012, había unos 21,6 millones de personas
rurales –mayores de 15 años– ocupadas en la agricultura
familiar, 11,1 millones de hombres y 4,4 millones de
mujeres por cuenta propia, a lo cual se suman familiares
no remunerados, respectivamente 2,7 millones de hom-
bres y 3,5 millones de mujeres42 (Dirven, 2016). A su

mayor de unidades, con las que comparte una base territorial común
[…] Se ha evitado el término comunidad rural o local, de uso tan
frecuente en la bibliografía, pues esta lleva implícita la idea de
que el grupo referido compartiría intereses comunes, lo que no
siempre ocurre”.
41 Lowder et al. (2016) critican el uso de “explotaciones familiares” y “de
pequeña escala” como sinónimos. A nivel mundial, concluyen que más
del 90% de las explotaciones agrícolas pueden ser consideradas como
familiares (sin asalariados) y 84% del total como pequeñas explotacio-
nes menos de 2 hectáreas). En cuanto a superficie, las diferencias son
mucho más grandes, con 75% de la superficie agrícola total en manos
de la agricultura familiar, pero solo 12% en manos de la pequeña agri-
cultura. Así, aunque hay una clara sobreposición entre ambas catego-
rías, de lejos no son iguales.
42 A estos números es necesario añadir la parte que corresponde a la
agricultura familiar del total de 11,2 millones de ocupados agrícolas
con residencia urbana (Dirven, 2016). CEPAL/FAO/IICA (2013) men-
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 105

vez, Leporati et al. (2014) estiman que, actualmente, la


agricultura familiar agrupa cerca del 81% de las explo-
taciones agrícolas en América Latina y el Caribe sobre
cerca de un cuarto de la superficie. El gráfico 2 ilustra
la participación de la agricultura familiar en el número
total de explotaciones, en la superficie, en el empleo43
y en el PIB sectorial.44

ciona que en Centroamérica, el 13% de los agricultores familiares


tienen una residencia urbana, con los extremos de 7% en Panamá y
18% en Costa Rica y El Salvador. El mismo estudio indica que un
tercio de los agricultores familiares en Centroamérica no son dueños
de las tierras que cultivan.
43 Los datos incluyen también la pesca y la acuicultura. Se estima que en
América Latina y el Caribe existen más de dos millones de pescadores
de pequeña escala. No obstante, pocos países tienen información que
permite dimensionar cuántos de estos pescadores son a la vez agricul-
tores familiares (Leporati et al., 2014, con base en OLDEPESCA, dis-
ponible en https://bit.ly/2QPRwd2).
44 Según Gómez-Oliver (2016, pp. 10-12), en México, la proporción de
las explotaciones familiares en el total sería aún mayor que lo indicado
en el gráfico 2, con 73% de unidades de subsistencia, más 18% de base
mercantil/familiar y el resto empresarial. La participación en las ven-
tas, en tanto, es inversa, con solo 7,5% por parte de la agricultura de
subsistencia, 18% por parte de la mercantil/familiar y 74% por parte
de la agricultura empresarial.
106 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Gráfico 2. América Latina y el Caribe, 17 países en torno a 2007:


peso de la agricultura familiar en el sector agrícola (en % del total
de, respectivamente, el número de explotaciones, el empleo,
la producción y la superficie)45

Fuentes: a) Número de explotaciones y superficie: Leporati et at. (2014,


pp. 37 y 39) con base en Antigua y Barbuda: CARDI (2008), Censo Agro-
pecuario 2007; Jamaica: Censo Agropecuario 2007; Santa Lucía: Census
of Agriculture 2007; Surinam: Censo Agrícola 2008; Guatemala: Censo
Nacional Agropecuario 2003; México: SAGARPA & FAO (2012); Pana-
má: Censo Nacional Agropecuario 2011; Colombia: Censo Agropecuario
2001; Ecuador: Censo Nacional Agropecuario 2000; Perú: Censo Nacio-
nal Agropecuario 2012; Argentina: Obschatko et al., 2007; Brasil: Censo
Agropecuario 2006; Chile: Censo Nacional Agropecuario y Forestal, 2007;
Paraguay: Censo Nacional Agropecuario 2008; Uruguay: Censo Nacional
Agropecuario 2011; Registro de productores familiares de Uruguay; b)
Producción y empleo: Leporati et al. (2014, pp. 46 y 49) con base en
Namdar-Iraní (2013).

Al igual que para la microempresa en general, se


suelen distinguir tres o cuatro segmentos al interior de
la agricultura familiar. Berdegué y Fuentealba (2011) los
clasifican en tres grandes grupos:

45 CEPAL/FAO/IICA (2013) abarcan las mismas dimensiones para trece paí-


ses, pero con cifras algo diferentes.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 107

• unos 10 millones de explotaciones de subsistencia


que abarcan unos 100 millones de hectáreas (o sea,
10 hectáreas en promedio por explotación), en las
cuales los hogares derivan una parte sustancial de
sus ingresos de empleos agrícolas (asalariados) o
no agrícolas, de transferencias privadas y/o de sub-
sidios sociales;46
• un grupo intermedio de 4 millones de explotaciones
sobre unos 200 millones de hectáreas (o sea, 50
hectáreas en promedio), integradas a los mercados
agrícolas aunque enfrentando restricciones sustan-
ciales debido a limitaciones en sus activos y en los
contextos locales en los que operan;
• aproximadamente un millón de explotaciones fami-
liares que emplean a algunos trabajadores perma-
nentes y que dirigen unos 100 millones de hectáreas
altamente productivas.

Berdegué y Fuentealba (2011) añaden que gran


parte de la agricultura familiar produce en contextos
altamente desfavorables, una conclusión compartida por
Buys et al. (2007), quienes estiman que, a principio
de los años 2000, un quinto de los agricultores de la
región tenía sus explotaciones en áreas de bajo potencial
productivo y mal acceso a mercados. CEPAL/FAO/IICA
(2013) incluso menciona que la agricultura familiar sería
una de las actividades productivas que enfrenta mayo-
res limitaciones, tanto productivas como comerciales y
socioeconómicas. A su vez, varios estudios señalan que
las etnias originarias se ubican en forma mayoritaria en
los segmentos más vulnerables de la agricultura familiar
(Leporati et al., 2014).

46 La participación del segmento de subsistencia en el valor de produc-


ción del sector agropecuario no superaría el 10%, en la mayoría de los
países, contribuyendo al 7,6% de la producción agropecuaria de Brasil,
el 10,3% en Chile, el 5,3% en Colombia y el 9,9% en Ecuador (Maletta,
2011; citado en Leporati et al., 2014).
108 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Por la información en el gráfico 2, la agricultura


familiar aportaría una proporción mayor al sector agrí-
cola total que su participación en la superficie agrí-
cola. Sin embargo, sendos análisis demuestran que,
en términos de productividad por hectárea sembrada,
la pequeña agricultura se queda atrás. Leporati et al.
(2014), por ejemplo, mencionan que los rendimientos
de la agricultura familiar serían, en promedio, un 30%
a 50% inferiores a los de la agricultura empresarial.
Esta aparente contradicción se explicaría por el uso más
intensivo de las hectáreas disponibles por parte de la
agricultura familiar.47
Todo lo anterior da cierta idea sobre la importancia
de la agricultura familiar y sus problemas, pero no
sobre su evolución.
A nivel mundial, Lipton (2006) concluye que –sobre
la base de la única fuente comparativa de datos a gran
escala (FAO World Census of Agriculture)– las pequeñas
explotaciones ocuparían porcentajes crecientes de tierra
agrícola en los países en vía de desarrollo, incluso en
periodos (y áreas geográficas) expuestos a un intenso
proceso de liberalización y globalización. En cambio,
Hazell (2011, p. 2) llega a la conclusión contraria, y una
de las cinco preguntas que hace es: “Cuán rápido debiera
ser la transición hacia explotaciones de mayor tamaño”.
Para América Latina, Schejtman (1980, p. 139)
–hace más de tres décadas– se mostraba más bien
pesimista:

47 Johnston y Le Roux (2007) mencionan que mientras los campesinos


pobres –por motivos de supervivencia física– tratarán de maximizar el
producto, los más grandes pueden estar (o haber estado) más interesa-
dos en los beneficios sociales y políticos de la tenencia de tierras que
en su producto económico, lo que explicaría la relación inversa entre
superficie y rendimientos. Sin embargo, a medida que las relaciones
capitalistas permean la agricultura, habrá agricultores capitalistas de
gran escala motivados en intensificar los rendimientos, lo que puede
llevar a la relación positiva entre superficie y rendimientos (por hectá-
rea sembrada y también por la superficie total de la explotación).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 109

[…] Para una mayoría, sin embargo, la dinámica de la


descomposición –expresada como pérdida progresiva de
su capacidad de autosustentación– se presenta inexorable
y solo es disimulada por la posibilidad, no siempre pre-
sente, de obtener ingresos extraparcelarios por parte del
productor o de los miembros de su familia.

Varios otros autores más recientes comparten este


pesimismo. Kay (2005), por ejemplo, afirma que la
mayoría de los agricultores familiares (campesinos) no
lograron competir con las importaciones, ni beneficiarse
de nuevas oportunidades de exportación.
Sin embargo, Berdegué y Fuentealba (2011) no
encuentran evidencias de un declino en los números de
la pequeña agricultura en la región. Asimismo, Weller
(2016) concluye que no hubo grandes cambios en térmi-
nos de ocupados en la agricultura familiar, con un leve
aumento en el número de ocupados por cuenta propia y
una disminución algo mayor en el número de familiares
no remunerados.48 No obstante, los análisis de FAO
(2014) sobre la superficie ocupada por la pequeña agri-
cultura apuntan en la dirección contraria. Finalmente,

48 La suma de las categorías “agricultores por cuenta propia” y “familia-


res no remunerados” para llegar a “ocupados en la agricultura fami-
liar” pareciera no deber causar problemas a primera vista. Sin embar-
go, los jóvenes “cuenta propia” en la agricultura reportados en las
encuestas de hogares duplican a los “jefe de explotación” del mismo
tramo etario según los censos agropecuarios (Dirven, 2016). A su vez,
en Chile por lo menos, a partir del grupo etario de 55 años, el número
de “jefes de explotación” más o menos duplica al de “agricultores por
cuenta propia” (con base en la CASEN y el Censo Agropecuario de
2007). Por otro lado, el uso de “agricultor por cuenta propia” no se
condice con la ley de Brasil o de Uruguay, por ejemplo, que conside-
ran “agricultor familiar” a todo aquel que contrata hasta dos asalaria-
dos permanentes. Además, Lowder et al. (2016), con base en el ejemplo
de Guatemala, correctamente hacen hincapié en que las encuestas de
hogares generalmente no incluyen datos sobre las explotaciones de
personas jurídicas (la mayoría de las cuales son empresas comerciales
grandes), con lo cual tienden a sobreestimar la contribución de las
explotaciones familiares en el total.
110 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

según Lowder, Skoet y Raney (2016), el tamaño pro-


medio de las explotaciones agrícolas habría disminuido
en la mayoría de los países en desarrollo entre 1960 y
2000. Esto incluye a América Latina y el Caribe hasta
1990, años entre los cuales el promedio para la región
habría disminuido desde 80 ha/explotación a 50 ha/
explotación, para luego aumentar a 54 ha/explotación.
En términos de los países, el aumento reciente tuvo
lugar en siete países, mientras que en dos no hubo una
evolución clara y, en el resto, hubo una disminución del
tamaño promedio. En los países de ingresos medio-altos
y altos, la tendencia ha sido hacia el aumento del tamaño
promedio (ver gráfico 3).
En varias subregiones (este y sur de Asia, África
subsahariana) un 70% a 80% de las explotaciones tienen
menos de 2 hectáreas, pero ocupan en conjunto 30%
a 40% de la tierra agrícola, pero en América Latina y
el Caribe, la distribución de la tierra es radicalmente
distinta y si bien hay relativamente menos explota-
ciones muy pequeñas, el grueso de la superficie está
en manos de unas pocas explotaciones muy grandes
(Lowder et al., 2016).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 111

Gráfico 3. Subregiones del mundo, 1960-2000: evolución del tamaño


promedio de las explotaciones agrícolas, según subregión geográfica
y subregión por ingresos

Fuente: Lowder et al. (2016, p. 22).

Compartimos la opinión de Lipton (2006), según la


cual ni el aumento en el número de explotaciones, ni una
disminución de su tamaño promedio es una buena vara para
saber si la pequeña agricultura es competitiva o eficiente.
Lo adecuado para ello es el aumento de la proporción de
tierras que ocupa. Si aumenta, se podría concluir que la
pequeña agricultura está mejorando su eficiencia o compe-
titividad relativa, aunque también se puede deber a nuevas
leyes, impuestos, subsidios u otras medidas que la favore-
cen (o viceversa).49 Si en el largo plazo logra mantenerse

49 Schejtman (1980, p. 138) lo expone así: “En general, las políticas que impli-
can subvenciones al sector campesino como el crédito con tasas preferen-
ciales, los precios de sostenimiento, la fijación de salarios mínimos (sobre
112 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

o aumentar su participación, sería una muestra de su efi-


ciencia y competitividad ex post, aun si en el inicio hubo
medidas que la favorecieron artificialmente. Sin embargo,
una revisión rápida de la distribución de tierras en América
Latina (medida por el índice de Gini) no muestra grandes
diferencias entre los países que pasaron por una reforma
agraria y los que no (ver Escobar, 2016).
Lipton (2006) también hace hincapié en que el creci-
miento de la población heredera de tierras no necesaria-
mente lleva a la minifundización, porque si las explota-
ciones de mayor tamaño son más eficientes, se esperaría
que muchos herederos vendan, arrienden o busquen otro
modo de transferir o consolidar las tierras hacia explota-
ciones más grandes. A su vez, Kay (2005), como muchos
otros autores, es enfático al concluir que, ante los proce-
sos de liberalización y globalización de las últimas déca-
das, la mayoría de los agricultores familiares (campesinos)
no lograron competir con las importaciones (más baratas
por menores aranceles, un tipo de cambio más real, nue-
vas logísticas comerciales y de transporte), ni beneficiar-
se de nuevas oportunidades de exportación (por falta de
información, saber hacer, economías de escala, capital y por
costos de transacción excesivos). Por otra parte, Martínez

todo si su cumplimiento se controla), etc., son acciones que tienden, en


general, a limitar o contrarrestar la descomposición de la unidad campesina
al permitir términos de intercambio, en diversos ámbitos, superiores a los
que alcanzarían en condiciones de mercado libre. La reforma agraria y
la colonización constituyen también, por lo menos en teoría, políticas de
freno a la descomposición e incluso de creación de unidades campesinas a
partir de la subdivisión de unidades territoriales mayores y del desarrollo
de una legislación y acción complementaria que ‘protege’ a las unidades
creadas. Por contraste con las acciones anteriores, la inversión pública en
regadío, la apertura de vías de comunicación y de opciones exportadoras,
han conducido con frecuencia a acentuar la exacción de recursos del sector
campesino tanto de un modo directo –apropiación de las áreas beneficiadas
por la agricultura empresarial–, como indirecto, a través de la acentuación
de las relaciones mercantiles (asimétricas) en el proceso de reproducción de
la economía campesina, y han incrementado, por esta vía, su vulnerabilidad”
(ver también Soto, 2005, sobre el impacto esperado de distintos incentivos
sobre el precio de la tierra).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 113

(2017), para Ecuador, hace un interesante análisis sobre la


suerte de “simbiosis” que surge entre agroindustrias empla-
zadas en áreas de alta densidad de población campesina y
las posibilidades de sobrevivencia de las pequeñas explo-
taciones agrícolas.
Sin embargo, un amplio conjunto de autores y estudios
asumen que existen significativas deseconomías de escala
en el uso de mano de obra, debido a problemas de super-
visión e incentivos. Como resultado, pequeños agricultores
tenderían a usar más intensivamente la mano de obra que
grandes y, en consecuencia, lograrían una mayor producti-
vidad por unidad de superficie. Según Johnston y Le Roux
(2007), en un entorno de cambio tecnológico, los grandes
tendrían una ventaja al inicio, pero esta sería temporaria.
Por otra parte, los costos de transacción para la compra
de bienes de capital (y el aprendizaje para su uso) son de
tipo más bien fijo, con lo que disminuirían a medida que el
tamaño de la explotación aumenta. Lo mismo pasa con la
negociación de préstamos, pues es más fácil programar el
uso (y mantenimiento) de un tractor (o flota de tractores) en
una explotación grande que en varias chicas.
Lipton (2006) concluye que cuando los incentivos lle-
van a una razón (ratio) alta de trabajo/capital en la explota-
ción –en áreas con altos niveles de pobreza o bajos salarios
relativos, o con limitaciones de tierras y/o agua–, tener
una explotación agrícola a pequeña escala tiene ventajas
netas (por los menores costos de transacción asociados al
empleo). Si los productores tienden hacia una razón baja
de trabajo/capital porque la mano de obra es relativamente
más cara que el capital, tener una explotación de mayor
tamaño tendría ventajas netas (por los menores costos de
transacción –fijos– asociados al capital).
114 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

A su vez, el progreso técnico, en particular el aumento


de los rendimientos, permitiría a un hogar vivir de una
menor superficie,50 pero esto no explicaría por qué los pro-
ductores optarían por menores superficies (excepto en el
caso de que no quieran o puedan contratar mano de obra
adicional), excepto si ser pequeño es más eficiente (Lip-
ton, 2006). En cambio, los aumentos en las “necesidades
de consumo” (desde el pago por servicios básicos –agua,
electricidad, etc. – hasta mayor consumo debido a cambios
de gustos y reducción de saber-hacer –o “querer-hacer” –
doméstico) aumentarían la superficie necesaria para suplir
las necesidades del hogar, aun si este se ha reducido en
número de integrantes, lo que ha sido una tendencia de
las últimas décadas.
El hecho es que, según los 17 estudios de caso enco-
mendados por FAO (2014) en la región, en las últimas
décadas se observa un fuerte proceso de concentración en
varios países, en especial en el Cono Sur (ver gráfico 4),
mientras que en otros sigue el proceso de mayor minifun-
dización, entre otros en México y Jamaica (FAO, 2014 y
Escobar, 2016).

50 Siempre y cuando se mantengan los precios relativos de sus productos, lo


que –históricamente– no ha sido el caso.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 115

Gráfico 4. Chile, Paraguay y Uruguay: tasa anual de variación del número


y superficie de las explotaciones agrícolas durante el período intercensal
(en %, por tramo de superficie por explotación)

Fuente: con base en Dirven (2014, pp. 156-157).

Los cambios que se observan en cuanto a los “jefes de


explotación” reflejan estos procesos y los retroalimentan.
Se destacan tres grandes tendencias en las últimas décadas:
el aumento de la proporción de mujeres “jefe de explota-
ción”, especialmente en la agricultura familiar;51 el notable
aumento del número de “jefes de explotación” de tercera
edad y, paralelamente, la disminución del número de “fami-
liares no remunerados” y de “jefes de explotación” jóvenes,
el paulatino aumento en los años de educación formal cur-
sados, reflejo de su aumento en las cohortes más jóvenes.

51 Así, por ejemplo, en Argentina, 12% de los jefes de explotación son mujeres,
pero en el sector menos capitalizado de la agricultura familiar el porcentaje
llega a 62%; en Brasil, 7% de los jefes de explotación son mujeres, pero la
proporción aumenta a 14% en la agricultura familiar; en Uruguay, 18% de
los jefes de explotación son mujeres, pero en la agricultura familiar son 32%
(Leporati et al., 2014).
116 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

En casi todos los países de la región, el empleo no-


agrícola ha aumentado en forma progresiva como ocu-
pación principal entre los ocupados rurales, en particular
entre los de mediana edad (30 a 50 años), y también la parte
de los ingresos no-agrícolas en los ingresos de la agricultura
familiar52 (CEPAL/FAO/IICA, 2013).53 De hecho, Leporati
et al. (2014) ven en ello un riesgo de paulatino abandono
de las actividades agrícolas por una proporción creciente de
agricultores familiares, frente al aumento de alternativas.54
Esta potencial vulnerabilidad de la agricultura familiar (y de
paso también de la agricultura comercial que depende de
asalariados) podría a su vez incidir en una mayor fragilidad
de los índices de seguridad alimentaria.
En términos de la participación de la agricultura fami-
liar en el empleo total, tomando el empleo asalariado más
los empleadores como proxy para la agricultura empresa-
rial, y el trabajo por cuenta propia (TCP) más el trabajo
familiar no remunerado (TFNR) como proxy para la agricul-
tura familiar, la tabla 1 muestra una evolución variopinta,
aunque con un número creciente de países con tendencia
hacia su disminución.

52 Es importante destacar también el papel que juegan las remesas. Así, por
ejemplo, entre 20% y 40% de los agricultores familiares reciben remesas en
Guatemala, El Salvador y Nicaragua (Leporati et al., 2014, p. 51), las que jue-
gan un papel importante en sus ingresos y, por ende también, en sus decisio-
nes de producción, consumo e incursión en el mercado laboral.
53 El Caribe muestra una evolución parecida. A modo de ejemplo, en Santa
Lucía, entre 1996-2007, la población agrícola que genera menos del 25% de
sus ingresos a partir de actividades agrícolas aumentó en más de 50% y la
proporción de hogares que percibe más del 75% de sus ingresos por la agri-
cultura disminuyó. En Antigua y Barbuda la situación se replica, y solo un
7% de las explotaciones perciben más del 75% de sus ingresos desde la agri-
cultura. Esto se evidencia especialmente en las explotaciones más fragmen-
tadas (0,0 a 0,25 ha; Leporati et al. 2014, p. 50).
54 Ver de Janvry (2004) para un intento de sistematización de la propensión al
uso de la mano de obra familiar en el propio predio o fuera de él, así como el
uso de mano de obra contratada, según el tipo de explotación y la reacción
esperada en los distintos tipos de explotación frente a un aumento en el sala-
rio (agrícola se subentiende, aunque se podría adaptar al no-agrícola o a un
aumento en ambos salarios).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 117

Tabla 1. América Latina (1995-2002 y 2002-2012): variación


de la participación de la economía familiar en el empleo agropecuario total

1995-2002 (10 países) 2002-2012 (14 países)

La pequeña agricultura Costa Rica Bolivia


aumenta (en % del El Salvador Colombia
empleo agropecuario Guatemala Guatemala
total) Panamá Paraguay
Perú Venezuela
Venezuela

La pequeña agricultura Bolivia Brasil


disminuye (en % del Brasil Chile
empleo agropecuario Chile Costa Rica
total) México Ecuador
El Salvador
Panamá
Perú
República Dominicana
Uruguay

Fuente: Weller, Jürgen (2016), gráfico 19, p. 42, con base en Encuestas
de Hogares.

La variación a nivel de países individuales mostrada


en la tabla 1 no se refleja en la situación de la región en
su conjunto. Para la región en su conjunto, Weller (2016)
concluye que –como promedio para los países analizados–
la agricultura familiar disminuye casi imperceptiblemente
(de 59,4% a 59,1%) entre el inicio y el final del período de
análisis. Como ya se constató, esta evolución se debe a la
disminución de los trabajadores familiares no remunerados
y al aumento de los trabajadores por cuenta propia y de los
asalariados. Por ende, se constata una reducción del número
de personas ocupadas por explotación familiar, lo cual, en
conjunto con las grandes tendencias demográficas, podría
ser interpretado como una muestra de pauperización y no
de fortalecimiento de la agricultura familiar. El hecho es
que, alrededor de 2010, la agricultura familiar era la moda-
lidad de empleo rural dominante en ocho de los catorce
118 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

países analizados por Rodríguez (2016) y representaba más


del 50% del empleo rural en Bolivia (73%), Perú (58%), Para-
guay (51%) y Brasil (50%).
La interpretación de estos grandes números y tenden-
cias no es fácil. No obstante, Weller (2016, p. 31) observa
que la evolución del empleo en la agricultura familiar como
proporción en el empleo agrícola total está negativamente
correlacionada con la proporción del empleo no-agrícola
en el empleo total. Esta correlación es congruente con una
interpretación de la economía campesina a lo Lewis (1954),
como segmento de baja productividad laboral marginal y
como reserva de fuerza laboral que tiende a “emigrar” hacia
actividades no agropecuarias, siendo esta migración mayor
cuando estas actividades no agrícolas se encuentran en
fuerte expansión (factor pull).
Por otra parte, la evolución del ERNA también está
relacionada con el grado de desarrollo rural local y el gra-
do de conectividad con los mercados, es decir, depende
de la localización geográfica, del dinamismo local (agríco-
la en particular) y de eventuales “motores de dinamismo”
externos. Mientras están aisladas, las localidades rurales son
diversificadas, teniendo que proveer bienes y servicios para
el consumo local. Pero a medida que aumenta la conectivi-
dad, aumentan las “importaciones” y “exportaciones”, inclu-
yendo los servicios turísticos y habitacionales, aunque en
suma, generalmente disminuye la diversificación. Más allá
de las actividades primarias y su primera transformación, la
tendencia de las áreas rurales es a proveer bienes y servicios
“no transables”, tales como restaurantes, iglesias, reparacio-
nes menores, escuelas, puestos de salud (Wiggins & Proc-
tor, 2001). Por otra parte, en varias zonas periurbanas se
desdibuja el ERNA, porque muchos de sus habitantes son
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 119

personas de perfil esencialmente urbano, que de “rural” solo


tienen su área de residencia (tipo condominio, parcela, etc.)
y que se trasladan a diario a la ciudad.55
En términos de ingresos, en las dos décadas que prece-
dieron a la “crisis alimentaria” de 2008, los hogares con “jefe”
ocupado en la agricultura por cuenta propia como ocupación
principal han visto un deterioro en su bienestar relativo con
respecto al resto de la población rural y un aumento de la brecha
de pobreza de varios puntos porcentuales en 11 de los 15 países
analizados (Berdegué & Fuentealba, 2011).56 A partir de 2008,
los (altos) índices de pobreza en la agricultura familiar habrían
disminuido, entre otros, por el efecto del aumento de los precios
agrícolas, por lo menos entre los vendedores netos de alimen-
tos. Hoy, se está probablemente frente a un nuevo empeora-
miento de sus ingresos, debido a las repercusiones en los mer-
cados nacionales de las disminuciones de precios de varios com-
modities agrícolas en el mercado internacional.

6. Conclusiones y ¿surgimiento de un “neo-campesino


millennial”?

“Más que ser un empresario, se trata del encanto de vivir en el campo”


(Joven agricultor en un taller organizado por INDAP/Ministerio
de Agricultura de Chile, 2015).

55 Start (2001) resumió estas distintas etapas en cuatro fases: fase 1: la econo-
mía es esencialmente rural y de subsistencia; fase 2: la agricultura u otro sec-
tor emerge y se moderniza, la productividad aumenta, se produce un sur-
plus y los ingresos aumentan, dinamizando la diversificación rural; fase 3:
con el aumento del poder de compra de los residentes rurales, sus preferen-
cias tienden a orientarse hacia productos y servicios más modernos/urba-
nos, y se producen escurrimientos (leakages) en la economía rural; fase 4: se
desarrollan nuevos encadenamientos hacia lo rural desde una economía
urbana congestionada y globalizada.
56 Sinembargo,enelmismoperíodo,labrechaentérminosdeaccesoaserviciosbási-
cos (educación, electricidad, etc.) entre los agricultores por cuenta propia y los
empleadoresagrícolas habríadisminuido(Berdegué&Fuentealba, 2011).
120 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Como resumen de las cuatro preguntas en torno a la eco-


nomía campesina y a la vez como conclusiones, se puede
aventurar lo que sigue, en torno al surgimiento de un nuevo
“tipo de campesino”.
Los microempresarios de otros sectores económicos
tienen varios elementos en común con algunas de las
características definitorias del campesinado. Entre ellos: la
dependencia preferente del trabajo familiar, incluyendo el
uso de empleo secundario o familiar no-transable; la mul-
tiactividad del hogar como conjunto o de los integrantes
del hogar de modo individual, a diario, por períodos o esta-
cionalmente; la no cabal separación entre los ingresos del
negocio y las necesidades de consumo del hogar; la aver-
sión al riesgo, etc. Estas similitudes estarían relacionadas
con el hecho de que comparten –muchas veces generación
tras generación– grandes limitaciones de activos y viven
muchas veces sumidos en pobreza, en entornos pobres e,
incluso, al filo de la sobrevivencia física. Todas estas simi-
litudes inducirían también respuestas parecidas. Una expli-
cación alternativa sería que muchos microempresarios tie-
nen antepasados relativamente recientes en el campesinado
y, por lo tanto, “arrastrarían” esta lógica particular en sus
quehaceres actuales.
Otra característica del campesinado es su poca partici-
pación en los distintos mercados, y cuando finalmente hace
una transacción, tendería a hacerlo –en detrimento suyo– a
precios que no son los del mercado. Incorporar los costos
de transacción57 a los precios y decisiones que enfrentan los
campesinos parece una vía promisoria para explicar (parte
de) la racionalidad campesina a través de la economía, en
especial lo que atañe a la autarquía o semiautarquía cam-
pesina (tanto en productos como en mano de obra) y su
(aparente) poca reacción ante cambios en los precios. En el
texto, se sugiere hacer el análisis en torno a dos precios,
el segundo situándose por debajo del de mercado, con el

57 Cuya teorización fue posterior a la de la economía campesina.


Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 121

fin de tomar en cuenta las observaciones empíricas en este


sentido, y las explicaciones teóricas de la economía cam-
pesina al respecto.
Varias de las características adscritas al campesinado
tienen elementos intrínsecos que implican “pobreza” según
la medición por ingresos. Entre ellas están: la no-
producción más allá de las necesidades básicas del hogar
(más un capital de reposición), por motivos de racionalidad
entre un esfuerzo laboral arduo y rendimientos marginales
decrecientes; la asignación prioritaria de la mano de obra
familiar transable a la explotación familiar; y, también, la
formación de círculos viciosos en torno a la no innovación
y no especialización, por temor al riesgo; y en torno a la
baja escolarización formal, porque es considerada poco útil
en entornos poco innovadores y porque el hogar no puede/
quiere prescindir del trabajo de sus niños y jóvenes durante
el horario escolar. Al mejorar el acceso a activos y disminuir
los riesgos, por un lado, y al disminuir los costos de transac-
ción, por el otro, se debería observar una lenta evolución
hacia nuevos comportamientos más cercanos a la maximi-
zación capitalista o, en su defecto, a una adscripción relati-
vamente explícita y asumida a elementos del buen vivir.
Si los campesinos (o más bien los pequeños agricultores
o agricultores familiares como proxy) son un grupo en “vías
de extinción” no es simple de responder con los datos a la
mano. La mayoría pertenece al segmento de subsistencia,
con recursos productivos limitados en calidad y cantidad, y
escaso acceso a capital, infraestructura y tecnologías. Apa-
rentemente hay procesos de minifundización en algunos
países, y de pérdida de superficie de tierras y de número
de hogares en otros. Para América Latina como un todo,
la participación de los ocupados en la agricultura familiar
en comparación con el total de ocupados en el sector agrí-
cola se habría mantenido a través de las últimas décadas,
acompañado por un proceso de profundización de bre-
chas de ingresos en comparación con otros hogares rurales
–con un corto respiro después de la “crisis alimentaria” de
122 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

2008–. La profundización de brechas tiene lugar sobre todo


en aquellos países que muestran un insuficiente dinamis-
mo del empleo no-agrícola (rural y/o urbano) con respecto
al aumento neto de la población económicamente activa.
Paralelamente, hay procesos de envejecimiento de los “jefes
de explotación” y una salida de la agricultura de los esta-
mentos más jóvenes, alentados por sus mayores niveles de
educación. Estos procesos están alertando a distintos tipos
de actores por sus múltiples implicaciones potenciales, que
van desde la seguridad alimentaria a nivel mundial hasta la
preservación de la cultura local.
Finalmente, en los distintos países de la región y tam-
bién en otras regiones del mundo, se está vislumbrando un
pequeño grupo –minoritario, por cierto– de jóvenes entu-
siastas e innovadores, que están en la agricultura por cuenta
propia o como pequeños empresarios (o anhelando serlo)
por opción y no porque las circunstancias los obligaron a
ello. Varios están activamente involucrados en mejorar sus
comunidades y localidades. A través de sus relatos, resalta el
entusiasmo, la vocación y la pasión por lo que hacen. Entre
ellos, hay algunos altamente tecnificados. Muchos dividen
su tiempo entre la agricultura y otras ocupaciones, en una
fórmula muy competitiva con respecto al régimen laboral/
reproductivo/comercial local. Casi todos están dispuestos
a trabajar duro, pero no hasta el sacrificio. Algunos son
hijos de campesinos y de agricultores familiares, otros son
urbanos y alejados del trabajo agrícola desde hace varias
generaciones. Muchos han “probado suerte en la ciudad”
y han decidido que esto no era “lo suyo”. Muchos tienen
estudios universitarios o terciarios, otros no, pero se han
ido informando y especializando. La mayoría son movidos
por preocupaciones medioambientales y, también, socio-
culturales, con la mirada en el buen vivir. Otros declaran
derechamente que no buscan la maximización de las ganan-
cias aunque, definitivamente, tampoco quieren vivir al filo
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 123

de la pobreza. Por ello, Manuel Canales58 los ha apodado


“neo-campesinos” (que son de –y comparten varios códigos
con– la generación de los “millennials”).
La pregunta es si se está frente a un movimiento de
cierta envergadura hacia una “recampesinización moderni-
zada” que, de alguna manera, logrará organizarse e influir
sobre su entorno, o, más bien, frente a un entusiasmo mino-
ritario y desarticulado que no tendrá mayores impactos. La
otra pregunta es si la sociedad (en el entorno directo de
los jóvenes –o sea, sus familiares y organizaciones loca-
les– y en el entorno más lejano –como iniciativas priva-
das, no-gubernamentales y, sobre todo, gubernamentales–)
estará dispuesta a crearles un espacio –suficiente– para que
puedan afianzarse. La segunda pregunta se hace tanto con
miras a estos “neo-campesinos millennials” como con miras
a los otros jóvenes, hijos y nietos de agricultores familiares
y campesinos “jefes de explotación” actuales.

Bibliografía

Berdegué, J. & Fuentealba, R. (2011), “Latin America: the


state of smallholders in agricultura”, en Conference on
New Directions for Smallholder Agriculture, Fondo Inter-
nacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), 24 y 25 de
enero, Roma.
Birner, R. & Resnick, D. (2010), “The political economy
of policies for smallholder agriculture”, World Develop-
ment, vol. 38, N° 10.
Buys, P.; Ferré, C.; Lanjouw, P. & Thomas, T. (2007), “Rural
Poverty and Geography: Towards some Stylized Facts
in the Developing World”, borrador preliminar, versión

58 Manuel Canales, sociólogo chileno, coinvestigador y coautor de Faiguen-


baum (2017).
124 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

5 de abril, como contribución al World Development


Report (2008): Agriculture and Development, Banco Mun-
dial, Washington, D.C.
CEPAL/FAO/IICA (2013), Perspectivas de la agricultura y del
desarrollo rural en las Américas: una mirada hacia América
Latina y el Caribe 2014, San José. Disponible en línea:
https://bit.ly/2RLTvE6.
De Janvry, A. (2004), “Peasant Households” (Part 1), Han-
dout #24, Econ 171/EEP 151, otoño.
Dirven, M. (2014), Dinámicas del mercado de tierras en los
países del Mercosur y Chile: una mirada analítica-crítica, en
Soto-Baquero y Gómez (eds.), Reflexiones sobre la con-
centración y extranjerización de la tierra en América Latina
y el Caribe, FAO. Disponible en línea: https://bit.ly/
1PB6Yq7.
Dirven, M. (2016), Juventud rural y empleo decente en América
Latina, FAO/RLC, Santiago de Chile. Disponible en
línea: https://bit.ly/1W3IB6I.
Durston, J. (1996), “Aportes de la antropología aplicada
al desarrollo campesino”, Revista de la CEPAL, N° 60,
Santiago de Chile.
Escobal, J. (2001), Costos de transacción en la agricultura perua-
na – Una primera aproximación a su medición e impacto,
Grupo de Análisis para el Desarrollo (GRADE), Docu-
mento de trabajo N° 30, Lima, Perú.
Escobar, G. (2016), “Estructura y tenencia de la tierra agrí-
cola en América Latina y el Caribe”, Perspectivas, Frie-
drich Ebert Stiftung, Buenos Aires, Argentina. Dispo-
nible en línea: https://bit.ly/2stAPdN.
Faiguenbaum, S.; Dirven, M.; Canales, M.; Espejo, A. &
Hernández, C. (2017), “Los nietos de la Reforma Agra-
ria. Empleo, realidad y sueños de la juventud rural en
Chile”, Serie Estudios y Documentos de Trabajo, N° 11,
INDAP, FAO, mayo.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 125

Figueroa, A. (1986), Productividad y educación en la agricultura


campesina de América Latina, Programa de Estudios
Conjuntos de Integración Económica Latinoamericana
(ECIEL), Río de Janeiro.
Gómez-Oliver, L. (2016), Evolución del empleo y de la pro-
ductividad en el sector agropecuario: el caso de México, en
Weller, J., Brechas y transformaciones: La evolución del
empleo agropecuario en América Latina, CEPAL, FIDA,
Santiago de Chile.
Grindle, M.; Shipton, P. & Mann, C. (1986), Capacity building
for resource institutions for small and micro enterprises –
A strategic overview paper, Harvard Institute for Interna-
tional Development (HIID) y U.S. Agency for Interna-
tional Development (USAID), Washington, D.C. Dispo-
nible en línea: https://bit.ly/2MaNKdQ.
Hazell, P. (2011), “Five big questions about five hundred
million small farms”, en Conference on New Directions for
Smallholder Agriculture, Fondo Internacional de Desa-
rrollo Agrícola (FIDA), 24 y 25 de enero, Roma.
High Level Panel of Experts on Food Security and Nutri-
tion of the Comittee on World Food Security (HLPE)
(2011), Land tenure and international investments in agri-
culture, Roma.
Johnston, D. & Le Roux, H. (2007), “Leaving the household
out of family labour? The implications for the size-
efficiency debate”, European Journal of Development
Research, vol. 19, N° 3.
Kay, C. (2005), “Reflections on rural poverty in Latin Ame-
rica”, European Journal of Development Research, vol. 17,
N° 2, junio.
Key, N.; Sadoulet, E. & de Janvry, A. (2000), “Transaction
costs and agricultural household supply response”,
American Journal of Agricultural Economics, vol. 82, N° 2,
mayo, Massachusetts, Blackwell Publishers.
Leporati, M.; Salcedo, S.; Jara, B.; Boero, V. & Muñoz, M.
(2014), “La agricultura familiar en cifras”, en Salcedo,
S. & Guzmán, L. (eds.), Agricultura familiar en América
126 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Latina y el Caribe – Recomendaciones de políticas, FAO,


Santiago de Chile. Disponible en línea: https://bit.ly/
1iModzS.
Lewis, W. A. (1954), “Economic development with unlimi-
ted supplies of labour”, Manchester School of Economics
and Social Studies, vol. 22.
Lipton, M. (2006), “Can Small Farmers Survive, Prosper, or
be the Key Channel to Cut Mass Poverty?”, eJADE (elec-
tronic Journal of Agricultural and Development Economics),
vol. 3, N° 1, pp. 58-85.
Lowder, S.; Skoet, J. & Raney, T. (2016), “The number,
size, and distribution of farms, smallholder farms, and
family farms worldwide”, World Development, vol. 87,
noviembre, pp. 16-29.
Martínez, L. (2017), “Agribusiness, Peasant Agriculture and
Labour Markets: Ecuador in Comparative Perspecti-
ve”, Journal of Agrarian Change, vol. 17, N° 4, octubre,
pp. 665 -800.
Nagayets, O. (2005), “Small farms: current status and key
trends”, Information brief prepared for the IFPRI/
ODI/Imperial College Research Workshop on The Future
of small farms, Wye College, UK, 26-29 de junio.
Qualitas (2009), Estudio de caracterización de los hogares de
las explotaciones silvoagropecuarias a partir del VII Censo
Nacional Agropecuario y Forestal, Informe final, agosto,
Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA), San-
tiago de Chile.
Rodríguez, A. (2016), “Transformaciones rurales y agricul-
tura familiar en América Latina: Una mirada a través
de las encuestas de hogares”, Serie Desarrollo Productivo,
N° 204, CEPAL, Santiago de Chile. Disponible en línea:
https://bit.ly/2MaICq6.
SAGARPA & FAO (2012), Diagnóstico del sector rural y pes-
quero – Identificación de la Problemática que atiende PRO-
CAMPO, México.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 127

Salcedo, S.; De la O, A. & Guzmán, L. (2014), El concepto


de la agricultura familiar en América Latina y el Caribe
en Salcedo, S. & Guzmán, L. (eds.), Agricultura fami-
liar en América Latina y el Caribe – Recomendaciones de
políticas, FAO, Santiago de Chile. Disponible en línea:
https://bit.ly/1iModzS.
Schejtman, A. (2008), “Alcances sobre la agricultura familiar
en América Latina”, Documento de Trabajo N° 21, Pro-
grama Dinámicas Territoriales Rurales, Rimisp – Centro
Latinoamericano para el Desarrollo Rural, Santiago,
Chile. Disponible en línea: https://bit.ly/1SkKcAH.
Schejtman, A. (1980), “Economía campesina: lógica interna,
articulación y persistencia”, Revista de la CEPAL, N° 11,
Santiago de Chile.
Schejtman, A. (1970), Hacienda and Peasant Economy, Uni-
versidad de Oxford.
Soto, F. & Gómez, S. (eds.) (2012), Reflexiones sobre la concen-
tración y extranjerización de la tierra en América Latina y
el Caribe, FAO, México.
Soto, R. (2005), “El precio de mercado de la tierra desde la
perspectiva económica”, Serie Desarrollo Productivo, N°
163, CEPAL, Santiago de Chile.
Start, D. (2001), “The Rise and Fall of the Rural Nonfarm
Economy: Poverty Impacts and Policy Options”. Deve-
lopment Policy Review, vol. 19, N° 4, ODI, Reino Unido.
Thorner, D. (1965), “A post-Marxian theory of peasant eco-
nomy – The school of A.V. Chayanov”, The Economic
Weekly, número anual, febrero, pp. 227-235.
UNICEF (2007), Pu Wechekeche Ñi Zugu. Identidad y discri-
minación en adolescentes mapuche, Santiago de Chile.
Weller, J. (2016), “Transformaciones y rezagos: la
evolución del empleo agropecuario en América Latina,
2002-2012”, Serie Macroeconomía y Desarrollo, N° 174,
CEPAL y FIDA, Santiago de Chile. Disponible en línea:
https://bit.ly/2Dbjbl8.
128 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Wiggins, S. & Proctor, S. (2001), “How Special Are Rural


Areas? The Economic Implications of Location for
Rural Development”, Development Policy Review, vol. 19,
N° 4.
Schejtman: el posibilista1
GUSTAVO GORDILLO Y SANTIAGO RUY SÁNCHEZ

[…] los manantiales de la libertad humana no están tan solo


donde los vio Marx, en las aspiraciones de las clases ascendientes
a conquistar el poder, sino tal vez aún más en los gemidos agóni-
cos de una clase que la ola del progreso está a punto de arrollar
(Moore, B. Jr., 2015).

Resumen

Frente a la creciente mercantilización de los hogares cam-


pesinos y la expansión de sus mecanismos de reproducción
externos al ámbito agrícola, ¿en qué medida sigue siendo
razonable y provechoso hablar de economía campesina en
México? A partir de esta pregunta y de las contribuciones
a la investigación del campesinado de Alexander V. Chaya-
nov, Theodor Shanin, Eric Wolf y Alejandro Schejtman, el
presente artículo estudia la transformación de la economía
campesina mexicana a partir de los años ochenta y noventa,
período en que se desarrollaron reformas de carácter eco-
nómico e institucional.
Se identifican cuatros grandes cambios que contribu-
yeron a reconfigurar el perfil de los productores rurales
y la forma de funcionamiento de la economía campesina
en México. Estos son: las fuentes de ingreso para el hogar

1 Como señala Adelman (2013) en su biografía de Albert Hirschman, la “brú-


jula ética del posibilista era un concepto de libertad definida por Hirschman
como el derecho a un futuro no pronosticado”, la libertad de explorar desti-
nos no previstos o pronosticados por las leyes de hierro de las ciencias
sociales. El derecho a un futuro no pronosticado es en realidad un ejercicio
de reformismo adaptativo.

129
130 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

rural; la creciente pobreza rural y la desigualdad regional;


la migración y las remesas; y la feminización de las acti-
vidades productivas.
Finalmente, al reflexionar sobre los escenarios futuros
para el campo mexicano, se distinguen tres tendencias: los
campesinos mexicanos tienden a ser menos campesinos y
más productores rurales con base en el núcleo familiar, es
decir, están fuertemente orientados a la multiactividad pro-
ductiva; aun cuando la propiedad ejidal se mantiene e inclu-
so crece levemente, el mecanismo de gobernabilidad en el
campo articulado por el presidencialismo, las intervencio-
nes estatales y el corporativismo agrario se ha ido desmade-
jando sin que se cree una arreglo institucional alternativo;
y el debilitamiento de las formas de intervención estatal en
el campo y particularmente en el ejido permite el resurgi-
miento de la economía campesina y el afianzamiento de la
función de representación campesina del ejido.

1. Alejandro Schejtman y la economía campesina


en México

El itinerario intelectual de Alejandro Schejtman es un exce-


lente punto de partida para pensar los avatares de la econo-
mía campesina en América Latina en el cierre del siglo XX
e inicios del XXI. Las razones son múltiples, y muy signi-
ficativas para México, país donde se concentrará la mayor
parte de esta reflexión.
Antes de entrar en detalles, cabe subrayar la mirada
serena y equilibrada de Alejandro, quien concibe la inves-
tigación como una herramienta al servicio de la sociedad,
sin por ello prestar ninguna obediencia ideológica o dema-
gógica. Una mirada apasionada, dotada de un sano opti-
mismo escéptico que previene de dogmatismos tan comunes
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 131

entonces como hoy. Esta actitud de pensamiento franco e


independiente constituye hoy un singular estímulo para la
reflexión responsable y la crítica propositiva.
Un joven Alejandro Schejtman llega a México a princi-
pios de los años setenta para captar, con singular agudeza,
el efervescente movimiento social en el campo y el intenso
debate intelectual en torno a la crisis de reproducción de
la economía campesina y, poco después, de la producción
de alimentos misma.
En el periodo anterior, entre 1940 y 1970, el campo
mexicano había contribuido con creces al crecimiento eco-
nómico en las tres dimensiones clásicas: divisas, bienes y
mano de obra barata. Tras el fracaso de las respuestas a las
crisis basadas en la expansión del intervencionismo estatal
y el impulso de las asociaciones colectivas en los setenta, se
llevan a cabo en los noventa los “ajustes” cuyo énfasis casi
único era el papel de los mercados. Las reformas suponían
que la economía “abierta” crecería a un ritmo adecuado
para generar suficientes empleos formales en los sectores
secundarios y terciarios, para absorber la mano de obra
excedentaria del campo (Gordillo, 2014).
La visión de quienes consideraban que el mejor campo
era un campo sin campesinos –un campo que en términos
de producto interno, empleo y población fuera marginal–
fue contradicha por la realidad. Ni el crecimiento ni el
empleo formal estuvieron a la altura de las predicciones,
la población rural siguió aumentando en términos absolu-
tos, y persistió la propiedad campesina en pequeña escala
acompañada de una conversión de los productores rurales
en trabajadores informales precarios.
En el ámbito de la economía campesina en México es
referencia obligada el informe coordinado por Alejandro
en CEPAL en 1981 Economía campesina y agricultura empre-
sarial: Tipología de productores del agro mexicano, que más
tarde se convertiría en libro (Schejtman, 1982) y múltiples
artículos que alimentarían tanto el debate entre especialis-
tas como la discusión pública.
132 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Las aportaciones del informe son tan ricas como la


amplitud y la libertad de espíritu que guió su elaboración:
combina de manera original una reflexión histórica con una
rica documentación estadística y censal; aporta a partir de
información empírica y lecturas novedosas de los clásicos
una reformulación a los enconados, a veces excéntricos,
debates entre formalistas, estructuralistas, des– y campesinistas,
terceristas, continuistas; además, tiende puentes de investi-
gación económica de la dependencia, del indigenismo, del
modo de producción frecuentes con el debate público en
política y antropología en el México de la época. Huelga
decir, la tipología que propuso Alejandro constituyó un par-
teaguas para muchos que veíamos cómo la realidad rural
–necia, dinámica e imprevisible– se transformaba a un rit-
mo que rebasaba nuestras teorías y herramientas analíticas.
Nuevamente hoy, las dinámicas y los fenómenos que
enaltecen y padecen los habitantes de los territorios rurales
en América Latina desafían con singular ímpetu tanto las
instituciones y políticas como nuestro entendimiento. Esto
es particularmente cierto cuando pensamos las vigencias
y obsolescencias de la noción de economía campesina en
el mundo contemporáneo. La pregunta fundamental sigue
vigente, como lo han planteado diversos autores: frente a la
creciente “mercantilización” de los hogares “campesinos” y
la expansión de sus mecanismos de reproducción externos
al ámbito agrícola, ¿en qué medida sigue siendo razonable y
provechoso hablar de economía campesina?

2. Leer a Chayanov y a sus intérpretes


en la globalización

Un vistazo al informe de 1981 conduce inequívocamente


a la capacidad de Alejandro de hacer una lectura acuciosa,
renovadora y profunda de Alexander V. Chayanov. La déca-
da de los sesenta y setenta son un periodo de resurgimiento
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 133

de la obra del director del Instituto de Investigación Cientí-


fica de la Economía Agrícola de Moscú. También es cuando
se traducen sus obras al inglés, y una perspectiva “sustan-
tivista” en economía invita a repensar la vida rural desde
sus dinámicas contradictorias, más que desde la deducción
de modelos individualistas o materialistas. Este momento
excepcional, entre la muerte física de Chayanov –durante el
estalinismo– y su omisión deliberada a partir de los noventa
entre académicos y especialistas del desarrollo, abocados
a los ajustes estructurales, debe de entenderse en el mar-
co de la posguerra y los movimientos revolucionarios –en
México, China, Argelia, Vietnam, Bolivia– con alta parti-
cipación campesina.
Aunque parecieran obviedades, hoy como entonces es
necesario subrayar por lo menos tres contribuciones de la
profusa investigación de campesinado. Primero, el recha-
zo categórico a la tendencia a subordinar lo diferente: la
discriminación, la desigualdad social, el racismo y el pater-
nalismo han demostrado ser fenómenos persistentes, que
asumen nuevas formas, a pesar de avances sustantivos y
discursivos. Lo mismo aplica para la tendencia a arcaizar
–es decir, atribuir un carácter de “supervivencia” propio de
un pasado superado y en vías de desaparición– a aquello
que no se ajusta a los cánones dominantes de racionalidad,
formalidad, lucro o los ritmos de las reglas de la oferta y
la demanda. Esto pasa por un doble reconocimiento: por
un lado, sustituir en el análisis homogeneidad por hetero-
geneidad y linealidad por procesos diferenciados, frente a
dicotomías ordinarias, administrativas o “científicas”. Esos
“juegos de suma cero” lejos de ser “reflejos” del mundo
social son resultados de infinidad de acciones de construc-
ción –heredadas, sí, pero siempre por rehacer y reinventar
(Bourdieu, 1977). Por otro lado, de las limitaciones meto-
dológicas inherentes al estudio del funcionamiento econó-
mico de los hogares campesinos, en los cuales la fluidez y la
subjetividad dificultan cuantificaciones unívocas.
134 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Segundo, la necesidad de conceptualizar las lógicas de


las economías sociales, entre ellas la campesina, cuyas racio-
nalidades y legitimidades propias y distintas no se definen
por el Estado ni por el capital, aun cuando son intrínse-
cas a sus desarrollos. Las alteridades no admitidas –cuya
integración al sistema socioeconómico dominante es, por
decir lo menos, improbable– son factores fundamentales en
la persistencia del hambre y la marginación así como en
el crecimiento tan expansivo de la informalidad en nuestro
continente. La lógica campesina –como otras expresiones
económicas solidarias– no es maximizadora y acumulativa,
sino que opera a partir de razonamientos intrínsecos “más
sociales que económicos”. La renta, salarios y ganancias son
categorías inoperantes, el ingreso familiar total (en especie
o dinero) es indivisible.
Finalmente, cuestionar la problemática idea de inevita-
bilidad histórica por medio del rastreo de los factores que
contribuyen –en palabras de Schejtman– “a la persistencia,
recomposición y descomposición” de la economía campesi-
na. Esto es particularmente cierto en la reorganización de
la economía a escala global –no como un inexistente todo
global, sino como distintos segmentos integrados parcial-
mente–, que hace transitar la diversidad por un embudo
que incorpora aquello que puede ser comercializado o capi-
talizado para distintos propósitos. La “polarización clasista”,
el “ciclo demográfico” o la “diferenciación ocupacional” son
fuerzas o procesos que deben ser estudiados en su especi-
ficidad e historicidad. Como bien lo aplica Alejandro en el
informe, analizar las actividades de los campesinos a medi-
da que se esfuerzan por mantener sus medios de vida no
equivale a negar las presiones a las que se someten, ni a
emprender una romántica búsqueda de autenticidad.
La economía campesina en primer lugar es una pers-
pectiva de entrada “desde abajo”, un cuerpo teórico auxiliar
para conceptualizar procesos de cambio en una forma-
ción social compuesta por segmentos heterogéneos que res-
ponden a lógicas, a primera vista, contradictorias. Shanin
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 135

concibe al campesinado como un grupo social que se distin-


gue por no solo un patrón de vida específico, sino por pau-
tas cognitivas, de socialización y de aprendizaje intermedias
entre el tribalismo-nómada y las sociedades industrializa-
das. “Los campesinos persisten mientras de forma gradual
se transforman y se relacionan con la economía capitalista
que les envuelve, adentrándose en los más íntimo de su ser”
(Shanin, 1982, p. 417).
La definición de Eric Wolf trajo consigo un consenso
relativo y pasajero en cuanto al contenido del concepto de
campesino. Se trata de unidad de producción-consumo, que
emplea en lo fundamental el trabajo de sus propios miem-
bros, cuyos ciclos sostienen una interdependenica respecto
a los ciclos productivos dentro de una estructura política y
económica mayor (Wolf, 1999). Un modo de vida definido
por condiciones ligadas a la agricultura, cría de animales
y labores artesanales en pequeña escala, actividades privi-
legiadas sobre el trabajo asalariado. De ahí se desprenden
rasgos distintivos como el autoempleo extensivo, la diver-
sificación ocupacional y el ejercicio real del control sobre
una dotación mínima de medios de producción, entre ellos
la tierra.
La caracterización de la economía doméstica campe-
sina de Schejtman toca otros elementos fundamentales de
las reglas que gobiernan su funcionamiento interno. Las
unidades campesinas tienen una peculiar manera de inter-
nalizar riesgos, que devienen en sustento de la diversidad
de sistemas productivos rurales basados, no en la especiali-
zación, sino en la multiactividad y multifuncionalidad. Este
elemento incorpora el aprovechamiento de fuerza de traba-
jo (niños, ancianos, mujeres) o recursos (tierras marginales
con bajo potencial productivo) no susceptibles de valora-
ción en otros contextos.
Segundo, la familia campesina es una “unidad teleo-
lógica” –dice Chayanov (1966)– que tiende al equilibrio
entre subsistencia y trabajo penoso: el producto-trabajo es
la única categoría de ingreso accesible, no hay manera de
136 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

descomponerlo objetiva o analíticamente. A diferencia del


entrepreneur agrícola empresarial, el jefe de la unidad tiene
poco margen de acción para regular la fuerza de trabajo,
los despidos son inexistentes ante la falta de alternativas
laborales y se presupone cierto derecho de los miembros
de la familia a una parte de la propiedad de los medios de
producción. En una unidad que produce trabajo no remu-
nerado, la intensidad en el uso de factores está determinada
por el grado de satisfacción de las necesidades de repro-
ducción de la unidad familiar y la productiva, así como las
deudas o compromisos con terceros.
Tercero, la unidad campesina produce principalmente
para la subsistencia familiar y para alcanzar un cierto esta-
tus social dentro de un pequeño campo de relaciones socia-
les. Armando Bartra aclara: “después de una cuota mínima
indispensable para la supervivencia física las necesidades
subsiguientes tienen valores subjetivos decrecientes” (Bar-
tra, 2006, p. 320). En conjunto el campesino persigue algo
que se podría denominar “bienestar”. Para asegurar la inser-
ción familiar en relaciones comunitarias el campesino debe
cubrir el gasto ceremonial y un “fondo de renta” (en dinero
o especie, para el señor, hacendado o el Estado). La perte-
nencia a un grupo territorial provee condiciones de estabili-
dad a esta situación contradictoria y es un factor explicativo
crucial para la persistencia campesina.
El “mecanismo causal” fundamental de esos cambios
es, según el mismo Chayanov (1991), demográfico: las diná-
micas de sobrepoblación alteran el funcionamiento de la
economía campesina. Es decir, donde el tamaño histórica-
mente condicionado de la población campesina excede la
mano de obra necesaria para cultivar en niveles de intensi-
dad que permitan un ingreso neto acorde a las necesidades
de consumo familiar. En esas circunstancias la fuerza de
trabajo excedentaria tiene efectos disruptivos para la eco-
nomía campesina en su conjunto.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 137

Theodor Shanin (1990) sugiere tres patrones de meta-


morfosis estructural, más que de desaparición del campe-
sinado: primero, la eliminación gradual de los campesi-
nos por la competencia con la agricultura mecanizada en
gran escala, intensiva en capital, que concentra tanto tie-
rras cuanto productos, que adquiere los rasgos de “rama
industrial-empresarial”, donde no hay cabida a la recipro-
cidad o las consideraciones de vecindad. Segundo, la trans-
formación de los campesinos en un estrecho y profesiona-
lizado grupo ocupacional, un estrato de farmers, mientras
que la fuerza de trabajo excedentaria se coloca en la ciuda-
des. Este patrón supone la formación de dos estratos: en el
mejor de los casos, campesinos-medios que mediante figu-
ras cooperativas logran acceder a los mercados de produc-
tos; y, con mayor frecuencia, obreros-campesinos que com-
plementan actividades de subsistencia con salarios. Tercero,
un patrón caracterizado por una pauperización acumulati-
va del campesinado, en condiciones de oferta limitada de
empleo en la industria y los servicios y acumulación insu-
ficiente de capital.
Gustavo Esteva (1978) sugiere un patrón de transfor-
mación en América Latina próximo al tercer tipo, aunque
con posibilidades de confluencias con el primero y el segun-
do. Distinto a la formación del estrato de farmers o a la
gran empresa agrícola, en América Latina los campesinos
no tuvieron oportunidades económicas para desarrollarse
como clase a costa de las propiedades señoriales o de otros
campesinos. Si bien en la época colonial surgen emprendi-
mientos capitalistas rurales, la debilidad relativa de la clase
empresarial en formación, y la fuerza relativa de las comuni-
dades campesinas limitaron las posibilidades de que la pro-
ducción misma se organice de manera determinantemente
capitalista. Hasta hoy, no se han cumplido los requisitos de
esa “transición clásica”, la expoliación de los productores
directos, su separación radical de los medios de producción,
su transformación en trabajadores asalariados.
138 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Según Schejtman, la economía campesina no es “natu-


ral” o autárquica, más bien se articula con la economía en
su conjunto a través de dos mercados: productos y trabajo.
La articulación en ese contexto se entiende como siste-
mas de relaciones que entrelazan los sectores campesinos
y empresariales con el resto de la economía, formando un
todo integrado, cuya estructura y dinámica está condicio-
nada por las relaciones entre sus partes. Por eso, el fun-
cionamiento de los sistemas empresariales y campesino es
complementario, se ajustan y modifican mutuamente, en
un contexto de intervenciones estatales discursivamente pró-
ximas a los segundos, pero con un sesgo efectivo en favor
de los primeros.
Estos intercambios asimétricos conducen a transferen-
cias de excedente del sector campesino al resto de la econo-
mía. Los dos mecanismos de articulación –aclara Schejtman
(1980)– tienen un fondo común:

capacidad y disposición […] de la unidad campesina de sub-


valorar su tiempo de trabajo con respecto a los patrones
establecidos por las reglas de funcionamiento del sector capi-
talista, ya sea como fuerza de trabajo propiamente tal, o como
fuerza de trabajo materializada en los productos que entrega
al mercado (p. 137).

En el mercado de productos, el campesino es pro-


veedor o comprador de insumos y bienes finales con una
subvaloración “originaria” de sus productos. Si distintos
elementos para la reproducción son adquiridos en los mer-
cados de bienes y servicios, la unidad campesina busca limi-
tar la dependencia; privilegia la intensificación del trabajo
sobre la compra de insumos. En el mercado de trabajo,
con frecuencia, las “ventajas comparativas” de la agricultura
capitalista tienen como base los salarios inferiores al costo
de la mano de obra en otros sectores, la posibilidad de pagar
“jornales” solo por los días efectivamente trabajados y pasar
por alto todo tipo de prestaciones.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 139

Las dos tipologías de Alejandro Schejtman –tanto


la de carácter analítico-descriptivo como la clasificación-
propuestas de intervención– captan la esencia de los postu-
lados de Chayanov. Frente a tipologías previas, por ejemplo,
abandona con acierto el tamaño del predio como parámetro
único de clasificación. Pone en primer plano su utilidad
bajo el supuesto implícito de la tendencia socioeconómica
general, así como de las pautas de determinación mutua de
sus elementos. En ese sentido, el informe de CEPAL, al igual
que Chayanov, toman como referencia la penetración capi-
talista y creciente desagrarización de los hogares, al colocar
en su sexta y última categoría a los hogares que, sin aban-
donar del todo las actividades primarias en pequeña escala,
venden su fuerza de trabajo en el mercado, sin obtener
en conjunto ingresos suficientes para la supervivencia. En
cambio, en el estrato colocado en el polo opuesto Schejtman
ya no coloca a los farmers o al kulak, sino a la agricultu-
ra empresarial. En estas unidades el capital y la fuerza de
trabajo se encuentran claramente separados, las relaciones
entre unidades están reguladas por reglas mercantiles y uni-
versales, su producción es exclusivamente mercantil y el
riesgo entra en consideraciones probabilísticas.
Este esquema presenta una gradación que supera las
dualidades “agricultura de subsistencia-agricultura comer-
cial” o “agricultura viable-agricultura no viable”. Se pue-
den identificar al menos cuatro tipos de unidades donde
la fuerza de trabajo es fundamentalmente familiar y solo
se contrata mano de obra de forma marginal y eventual: i)
unidades de infrasubsistencia, cuyo potencial productivo es
insuficiente para la alimentación familiar; ii) de subsisten-
cia, cuyo potencial rebasa el requerido para la alimentación,
pero es insuficiente para generar un fondo de reposición;
iii) estacionarias, cuyas unidades son capaces de generar
un excedente por encima de las necesidades de consumo,
equivalente al fondo de reposición más ciertas reservas para
eventualidades; y, finalmente, iv) excedentarias, la unidad
tiene el potencial necesario para generar un excedente por
140 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

encima de sus necesidades de reproducción simple. Más


que optar por uno u otro estrato, Schejtman aplica un enfo-
que unificado, que aprovecha sinergias potenciales en los
vínculos de trabajo, aun cuando esto implique que la agri-
cultura quizá no es la mejor opción en todos los casos.
En ese sentido, el uso del concepto campesino trae
detrás tipologías o taxonomías, en tanto despliegue de un
campo de estudios con parámetros metodológicos y con-
ceptuales sofisticados. El referido informe de 1981 es, sin
duda, un punto de partida para tipologías posteriores como
la de Gordillo, De Janvry y Sadoulet (1999) sobre el ejido
mexicano entre 1990-1994 o la del reporte 2008 del Banco
Mundial Agricultura para el desarrollo.2
Más recientemente, el grupo de colegas alrededor del
objetivo estratégico sobre reducción de la pobreza de la
FAO propusieron una tipología que reconoce el espectro
diverso de los hogares que viven en pobreza rural y pro-
pone un amplio enfoque con estrategias diferenciadas en
apoyo a las formas de vida y al empoderamiento de esos
hogares rurales, de suerte que puedan (transitar) desde un
nivel de baja remuneración laboral y baja productividad a
uno con mejores remuneraciones y mayor productividad
(FAO, 2017).
En función de lo anterior proponen la siguiente tipo-
logía de hogares rurales: i) hogares con actividades comer-
ciales medianas y grandes; ii) hogares con actividades
comerciales en pequeña escala; iii) hogares con actividades
comerciales emergentes (con potencial para insertarse en
los mercados agrícolas pero con obstáculos en el acceso

2 El Informe sobre el Desarrollo Mundial 2008: Agricultura para el desarrollo del


Banco Mundial plantea cinco estrategias que siguen en general los hogares
rurales: participación activa en los mercados agrícolas (pequeños producto-
res orientados a los mercados), hogares compuestos por productores de
autosubsistencia; hogares orientados al mercado de trabajo que dependen
del salario agrícola o ingresos no agrícolas; hogares determinados por la
migración y el envío de remesas; y finalmente hogares diversificados que
obtienen ingresos de la agricultura, de las actividades no-agrícolas así como
de las remesas.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 141

a tierra, crédito, seguros, etc.); iv) hogares con actividades


de subsistencia con participación marginal en mercados, la
agricultura de subsistencia constituye una red de protec-
ción social (ingreso y seguridad alimentaria) y dependen
de otros ingresos, como salarios, actividades no-agrícolas,
remesas o transferencias públicas; v) hogares que no poseen
recursos como tierra y dependen totalmente de ingresos
no-agrícolas. Dependiendo de esos ingresos, estos hogares
pueden estar entre los más pobres o los más ricos en el
medio rural.
Lo más interesante es que la tipología de Alejandro
Schejtman anticipa o prefigura lo que serían tres elementos
indispensables a partir de la década de los noventa, para
analizar los hogares rurales campesinos: actividades no-
agrícolas, remesas y transferencias públicas.

3. Economía campesina y reformas estructurales

En los ochenta y noventa, los vertiginosos ritmos de cambio


económico e institucional contribuyeron enormemente a
reconfigurar los perfiles de los actores rurales y, muy parti-
cularmente, de los pequeños productores rurales. La globa-
lización trajo de nuevo a la escena a los campesinos y en la
era de la “acumulación flexible”, la noción de campesinado
se tornó más escurridiza. Ya desde 1982, Theodor Shanin
anticipó un llamado a la desconceptualización para explorar
sus márgenes y umbrales de ambivalencia. Más aún en un
contexto de capitalismo global, los requisitos en la defini-
ción de “campesinado” se vuelven menos operativos, princi-
palmente, tres: primero, la agricultura ha dejado en muchos
casos de ser la principal fuente de sustento; segundo, la
unidad familiar también se ha transformado así como su
organización económica y social del trabajo; y, finalmente,
la “vida aldeana” claramente no es la cultura específica de
las pequeñas comunidades rurales.
142 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

A partir de 1980, un rasgo distintivo de la reconfigu-


ración del Estado en la economía rural mexicana fue un
“periodo corto” (1985-1992) de liberalización con amplios
cambios –la eliminación de los sistemas de administra-
ción de precios de garantía; privatización o liquidación
de empresas públicas para compra, distribución y gestión
comercial– y, a partir de 1994, un “regreso paulatino” del
Estado por medio de programas de combate a la pobre-
za, transferencias directas e indirectas a productores y un
abanico de intervenciones económicas de distinta índole
(Léonard & Losch, 2009). Según Banco Mundial (2008):

la expectativa [del ajuste estructural desde los ochenta] era


que remover el Estado liberaría al mercado para que los acto-
res privados tomaran a su cargo estas funciones –reducien-
do sus costos, mejorando su calidad y eliminando su sesgo
regresivo. Con mucha frecuencia esto no sucedió. En algunos
lugares el retiro del Estado fue, en el mejor de los casos, tenta-
tivo, limitando la entrada del sector privado. En otras partes,
el sector privado surgió solo lenta y parcialmente –principal-
mente sirviendo a los agricultores comerciales, pero dejando
a muchos pequeños agricultores expuestos a las extendidas
fallas del mercado, a altos costos de transacción y riesgos y a
carencia de servicios. La existencia de mercados incompletos
y de brechas institucionales, impusieron elevados costos en
crecimiento perdido y en disminuciones de bienestar para los
pequeños agricultores, amenazaron su competitividad y en
muchos casos su supervivencia (p. 119).

En las últimas dos décadas, la acción pública en el cam-


po en México se caracterizó por un alto grado de fragmen-
tación. Por un lado, transferencias condicionadas –princi-
palmente, Progresa-Oportunidades-Prospera– y, por otro,
una multiplicidad de programas temáticos, regionalizados
y altamente focalizados. El resultado es una proliferación
de iniciativas desarticuladas que muchas veces reproducen
patrones regresivos de distribución (Fox & Haight, 2010). A
las transferencias públicas se suman las privadas, ligadas a
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 143

la migración a Estados Unidos, que han sostenido amplias


fracciones del mundo rural mexicano, a pesar de la pobreza
persistente.
El análisis que elaboraron Gordillo, De Janvry y Sadou-
let (1999) permite vislumbrar una “reacción campesina” en
la agricultura, así como el incremento de las estrategias de
reproducción no-agrícolas frente a la crisis y a la recon-
figuración del Estado entre 1990 y 1994.3 El diseño del
estudio buscó identificar el efecto inicial de las reformas de
1991-1992 sobre el balance del maíz en los hogares cam-
pesinos, así como estimar la importancia de ingresos emer-
gentes rurales y no-rurales (microemprendimientos, mer-
cado de trabajo y remesas). Los hallazgos que presenta el
estudio expresan un balance contrapuesto: una fuerte ten-
dencia hacia la diferenciación social y la prevalencia de la
economía campesina. Este último elemento es muy impor-
tante. Las estrategias de reproducción tras el “ajuste” eco-
nómico en el sector agrícola señalan las dificultades propias
–en términos de Chayanov– del “excedente” de mano de
obra. Por ejemplo, para enfrentar la crisis de rentabilidad,

3 El estudio parte de dos encuestas de hogares en el sector reformado mexi-


cano en 1990 y luego en 1994, focalizado exclusivamente en ejidatarios y
miembros de las comunidades indígenas. La encuesta de 1990 diseñada por
el INEGI, realizada por FAO y CEPAL en 1990, fue representativa del sector
ejidal y comunal a nivel nacional, estatal y por distrito de desarrollo rural
(DDR). Incluía a 5.007 ejidos y 35.090 ejidatarios y comuneros. En 1994 se
diseñó una encuesta de seguimiento a una submuestra de 275 ejidos a partir
de los 5.007 seleccionados en 1990 (Gordillo, De Janvry & Sadoulet, 1999, p.
38-40). En ese estudio se utiliza la superficie de tierra como la variable ini-
cial de clasificación, homogeneizando la tierra por su potencial productivo
en equivalentes nacionales de tierras de temporal, parecido a como lo había
planteado Schejtman hacía más de una década. En ese estudio se utilizaron
cinco categorías y en cada una se planteó qué porcentaje de la encuesta
corresponde a cada una: < de 2 ha ENTT (22,8%); 2 a 5 ha ENTT (34,4%); 5 a
10 ha ENTT(19,2%); 10 a 18 ha ENTT (16,6%); >18 ha ENTT (7,1%). En
algunas partes del estudio simplemente se usa una clasificación en dos gru-
pos: menos de 5 ha ENTT (57,1%) y más de 5 ha ENTT (42,9%). En otras,
cuando se busca definir una posible “clase media” en los ejidos y comunida-
des se reagrupa en tres segmentos: menos de 2 ha ENTT (22,8%), entre 2 y
10 ha ENTT (53,6%) y más de 10 ha ENTT (23,7%).
144 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

el sector ejidal optó por intensificar el uso de mano de obra


sobre inversiones en capital y una parte importante de la
producción de maíz se orientó al autoconsumo.
Los autores identificaron la consolidación de los sistemas
de producción campesina. Uno de los rasgos más notables en
el período 1990-1994 fue la expansión de la tierra sembrada
de maíz inducida por distorsiones en los precios que favore-
cían el maíz por sobre otros cultivos, debido a que el sistema
de precios de sostén fue eliminado en once cultivos pero se
mantuvo en el maíz y el frijol. El maíz fue en consecuencia
un cultivo relativamente atractivo durante esos 4 años. En
los ejidos resultó en un crecimiento del 20% en la superficie
cultivada con maíz en tierras de secano y un 68% en tierras
de riego. En las áreas de secano, 66% de ese incremento
corresponde al monocultivo y 34% al cultivo intercalado. La
especialización es típica de la agricultura comercial, en tan-
to que la diversificación es una característica de las econo-
mías campesinas. En las tierras irrigadas ejidales, 91% de la
expansión ocurrió en predios grandes bajo el monocultivo
y donde se desplazaron a cereales tradicionales como trigo
y también oleaginosas. En los predios pequeños creció el
maíz intercalado. De suerte que la respuesta a los incentivos
para producir maíz aceleró también el proceso de diferen-
ciación entre economía campesina en los pequeños predios
y agricultura comercial en los grandes predios, todos ellos
empero de carácter ejidal.
Es claro por los datos obtenidos que hubo en esos 4
años una severa regresión tecnológica en los ejidos en casi
todos los aspectos y en todo tipo de predio por tama-
ño. Mirando la evolución tecnológica en el maíz, la única
excepción a esta regresión tecnológica fue el crecimiento
en el uso de semillas mejoradas en los predios más grandes
de los ejidos. En el resto de los predios hubo una reduc-
ción drástica en el uso de agroquímicos y de fertilizantes.
El sector ejidal fue virtualmente abandonado en términos
de acceso a la asistencia técnica independientemente del
tamaño de los predios ejidales. Al mismo tiempo ocurrió
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 145

un incremento generalizado en el uso de trabajo manual y


una reducción en el uso de maquinaria agrícola. El sector
ejidal, en consecuencia, se enfrentó a la crisis de rentabili-
dad usando menos tecnología por unidad de producción y
recurriendo más a mano de obra familiar.
En el periodo, la producción de maíz tuvo una fuerte
orientación al autoconsumo. Para comprobar la prevalencia
de la economía campesina y la fuerte diferenciación social
en el sector ejidal el estudio revisó el grado de participa-
ción de los productores ejidales de maíz en el mercado de
ese producto tanto como vendedores y como compradores.
Se encontró que 28% de los productores eran vendedores
netos, en tanto que otro 13% compraba y vendía maíz según
la temporada. Otro 31% era autosuficiente, y usaba la mayor
parte del maíz para consumo doméstico (24%) y en menor
medida para su ganado (7%). Finalmente, un 27% de los
productores rurales eran compradores netos de maíz. Esto
revelaba una aguda diferenciación social en donde poco
más de una cuarta parte de los ejidatarios productores de
maíz participaban en el mercado solo como vendedores.
Los compradores netos, compradores-vendedores y auto-
suficientes eran pequeños productores con poco ganado y
poca tierra de riego. De suerte que la presencia de un econo-
mía campesina extendida jugaba un papel de amortiguador
en el proceso de adaptación aunque con resultados dife-
renciales entre las distintas categorías de hogares rurales
dependiendo de su inserción en el mercado.
En consecuencia, el estudio en cuestión presenta el
panorama de un sector ejidal en crisis entre 1990-1994
en los primeros años de un proceso de adaptación y
transformación derivado de las reformas impulsadas entre
1991-1992. Lo interesante de este diagnóstico ciertamen-
te “coyuntural” (ya que es un lapso relativamente corto de
análisis) es una reacción “campesina” al shock externo.
146 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

4. Expansión de la población rural y la propiedad ejidal


post 1992

La apertura económica en México fue particularmente asimé-


trica, imperfecta y pauperizadora: entre 1990 y 2015, los niveles
de bienestar se estancaron, el tejido social y las condiciones de
gobernabilidad se debilitaron a niveles alarmantes, el mercado
nunca alcanzó condiciones satisfactorias de competencia y el
gasto público, sumamente regresivo y asistencial, tuvo efectos
mínimos en términos de equidad y productividad. La pobla-
ción rural en México decrece en términos relativos –de 41,3%
en 1970 a 23% en 2015– y su tasa de crecimiento es menor al
promedio nacional. Sin embargo, a diferencia de muchos países
latinoamericanos, no ha dejado de crecer en términos absolu-
tos –de 19,9 millones en 1970 a 27,5 millones en 2015–, con
un crecimiento pronunciado entre 2005 y 2010 por aumentos
en la tasa de fertilidad, reducción de tasa de mortalidad y de los
flujos migratorios.4
A pesar de la importancia de las megaconcentraciones
urbanas se ha mantenido una persistente dispersión demográ-
fica a lo largo del siglo XX.5 En 2015, si tomamos umbrales de
ruralidad distintos a 2.500 habitantes, las cifras son importan-
tes: el 37,9% de la población nacional reside en localidades de
menos de 15.000 habitantes y observamos que esta represen-
taba el 53%, en localidades de menos de 100.000 habitantes. La
población nacional total representa desde 2000 el doble de la de
1970, el incremento de la densidad poblacional y los cambios
socioeconómicos –por ejemplo, la diversificación de activida-
des agrícolas y no agrícolas– ameritan modificar el criterio de
clasificación de 2.500 habitantes a los 15.000 habitantes pro-
puestos por Gordillo y Plassot (2017).

4 La tasa de fecundidad es de 4,0 en los 125 municipios con menor Índice de Desa-
rrollo Humano (IDH) frente a 2,1 en los municipios de mayor IDH. De igual forma,
el porcentaje de hijos fallecidos en mujeres de más de 12 años en los municipios de
menos IDH es más de dos veces mayor que en los 125 municipios de mayor IDH
(CensodePoblación2010).
5 Warman(2001) señala queen1910había70.000 pobladosrurales.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 147

Para sorpresa de muchos, la cancelación del reparto agra-


rio en 1991 no produjo el desmantelamiento del régimen
“social”6 que auguraron sus detractores, pero tampoco un dina-
mismo productivo y una distribución más eficiente de los acti-
vos de tierra. A pesar del supuesto componente “privatizador”
de la reforma de 1992, entre 1991 y 2007 se observó una expan-
sión moderada y constante –en términos de superficie, núcleos
y sujetos agrarios– de la propiedad ejidal y comunal, y solo el
2% de esta superficie adquirió el dominio pleno de la propie-
dad privada (tabla 1). Al comparar los resultados de los Censos
Ejidales 1991 y 2007, se observan un mayor número de ejidata-
rios y comuneros (20%), un incremento moderado del número
de núcleos agrarios (5%) y una expansión marginal de la exten-
sión territorial bajo régimen ejidal o comunal (3%). Esto consti-
tuye un verdadero desafío analítico.

Tabla 1. Comparativo entre superficie, núcleos y sujetos agrarios,


1991, 2001 y 2007

1991 2001 2007 1991-2007

Superficie total 103.290.099 105.052.370 105.948.306 2.658.207


(ha)

Ejidos y 29.983 30.305 31.514 1.531


comunidades

Ejidatarios y 3.523.636 3.873.054 4.210.830 687.194


comuneros

Posesionarios 959.101 1.442.807 1.442.807

Fuente: Censos Ejidales VII (1991), VIII (2003) y IX (2007), Instituto Nacio-
nal de Estadísticas y Geografía, INEGI.

6 Para este debate véase Téllez Kuenzler (1994), promotor, y Concheiro Bórquez y
TarríoGarcía(1998), detractoresdelprocesodeprivatizacióndelagro.
148 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

En 2013, el Ejecutivo federal estimó que existen 31.893


núcleos agrarios –29.533 ejidos y 2.360 comunidades–,
1.910 más de los registrados en 1991 (DOF, 16/12/2013 y
INEGI, 1991). Entre 1991 y 2007, el 68% de los núcleos
agrarios constituidos se concentraron en Chiapas (751) -
–como expresión de la respuesta gubernamental al levan-
tamiento zapatista–, San Luis Potosí (158) y Sonora (89).
En términos absolutos, el mayor incremento de áreas ejida-
les se reportó en Oaxaca (573.000 hectáreas), Chihuahua
(476.000 hectáreas) y Guerrero (439.000 hectáreas). En con-
traste, Campeche presenta una reducción del 8,6% de las
áreas ejidales (300.000 hectáreas), seguido por Coahuila
con 8,1% (581.000 hectáreas) y por Nuevo León con 5,8%
(128.000 hectáreas).
El artículo 135 de la Ley Agraria reconoce cuatro cate-
gorías legales de sujetos agrarios: ejidatarios, comuneros,
avecindados y posesionarios. Así, el Censo 2007 registró
5,65 millones de sujetos agrarios “formales” y “de hecho”, de
los cuales 4,21 millones son considerados ejidatarios. Entre
1991 y 2007, 2,13 millón de individuos fueron reconocidos
por las autoridades ejidales y comunales como integrantes
del sistema ejidal; entre ellos, 687.000 lo hicieron como eji-
datarios o comuneros y 1,44 millones como posesionarios.
Si observamos el número de ejidatarios y comuneros,
los estados con mayor expansión, en términos absolu-
tos, fueron Guerrero (90.479), Oaxaca (88.616) y Chiapas
(59.988). Si en los dos primeros casos el aumento se debe
al reconocimiento y adjudicación, por las asambleas, a ter-
ceros de tales derechos –una suerte de reparto social–, en
Chiapas el aumento está ligado a los 722 “nuevos ejidos”,
resultado de la política de compra de tierras, por medio de
fideicomisos, para grupos con demanda de tierra “histórica”
insatisfecha en el contexto del levantamiento zapatista de
1994 –reparto estatal “vía el mercado” (Reyes, 1998; 2001).
En contraste, en algunos estados se dio una disminución
del número total de ejidatarios –como en Nayarit (5.908),
Zacatecas (5.386) y Michoacán (2.981)–.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 149

La posibilidad de adoptar el dominio pleno, inaugurada


por la reforma constitucional de 1992, no desencadenó una
privatización masiva de tierras ejidales –según el Censo
2007–, a 16 años de la reforma solo el 4,5% de la superficie
adquirió esta categoría, aproximadamente 4,66 millones de
hectáreas. Incluso, para diciembre de 2013, los registros del
Registro Agrario Nacional (RAN) indican una proporción
menor: el 3%, que equivale a 2,86 millones de hectáreas.
Una interpretación inadecuada, que la comparación de los
censos permite disipar, es que la adopción del dominio
pleno desemboca en la compra-venta de tierras ejidales. No
parece existir una correlación entre ambas tendencias. En
escala nacional, entre 1997 y 2007, las tierras en dominio
pleno superan –por más de 1,56 millones de hectáreas– la
superficie reportada como vendida.
En los últimos años, han surgido investigaciones que
han dejado atrás las posturas polarizadas del debate en los
noventa y nos acercan a una comprensión más cabal de la
reforma al artículo 27 en 1992 y sus consecuencias no espe-
radas7 (Deininger & Bresciani, 2001; Appendini, 2010). Así,
es posible identificar cuatro elementos para proporcionar
una explicación más completa a los efectos no esperados
del cambio legal: primero, la consolidación de derechos y
el valor de la propiedad ejidal como patrimonio familiar;
segundo, el anclaje sociocultural y político a la tierra en
tanto vehículo de organización y gestión; tercero, la falta
de incentivos para la adquisición del dominio pleno o para
realizar ventas de acuerdo con la normatividad; y cuarto,
la creación de “nuevos” ejidos posteriores a 1992 resultado
de negociaciones entre grupos sociales, tribunales agrarios
y gobierno.

7 Con anterioridad a la reforma de 1992 al artículo 27 constitucional, las tie-


rras ejidales que rodean a la mayor parte de las ciudades mexicanas solo
podían incorporarse al desarrollo urbano mediante el mercado ilegal de
suelo. Con dicha reforma, por primera vez se permite la venta del suelo
ejidal y comunal [nota de la editora].
150 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Estos estudios tienen en común centrar el análisis en


los efectos directos e indirectos del Programa de Certifica-
ción de Derechos Ejidales y Titulación de Solares (Procede),
considerar a los sujetos agrarios como actores activos en
el proceso de implementación de la reforma y proponer la
construcción gradual de mercados de tierras ejidales.8 Kirs-
ten Appendini (2010), por ejemplo, sostiene que la certifi-
cación de derechos mediante Procede, más que promover
el traslado de la propiedad social a la privada, modificó
la asignación de la tierra en el interior de ejidos y comu-
nidades. Esto se debió a que el programa implicó mayor
seguridad en la tenencia y permitió la incorporación de un
mayor número de poseedores (posesionarios e hijos de eji-
datarios, por ejemplo). A pesar de condiciones económicas
adversas para la agricultura y la caída de su importancia
en la sustentación de los hogares rurales, las tierras ejidales
aportan alimentos y son una plataforma para la demanda
de financiamiento público para múltiples fines. Así, conso-
lidan su valor como patrimonio fundamental de las familias
campesinas (Appendini, 2010).
Otros analistas han insistido en las capacidades orga-
nizativas, de gestión y de movilización asociadas al eji-
do (Azuela, 1995; Léonard, 2011). Esto abarca la provi-
sión y acceso a bienes y servicios públicos –electricidad,
agua, vivienda– y subsidios de diferentes índoles –agrícolas,
ambientales, entre otros–. También se relaciona con pro-
testas en contra de proyectos que amenazan los intereses de
los sujetos agrarios, como en el caso de las expropiaciones
(Azuela, 2010). Nuevamente, a pesar de la pérdida relativa
de importancia respecto a otras instituciones –como los
municipios beneficiados por la descentralización (Torres-
Mazuera, 2009)–, el modelo ejidal o comunal en muchas
regiones involucra “capital social”: lógicas de organización
(autoridades, asambleas, etc.) y aprendizajes para la ges-
tión ante dependencias gubernamentales. Sin embargo, es

8 Para una revisión de la literatura, véase Ruy Sánchez (2015).


Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 151

importante tomar en cuenta que este modelo implica crite-


rios desiguales de integración y exclusión de los beneficios
derivados del régimen ejidal y comunal (Azuela, 1995).
Entre los tratos agrarios registrados en el RAN e
INEGI se pueden distinguir dos grandes conjuntos: aque-
llos en los que predominan los arrendamientos con fines
agropecuarios con frecuencia de corto plazo, a la palabra,
y en menor medida los cambios de dominio, es decir, las
ventas para fines de desarrollo urbano, turístico o industrial
extractivos (Plata Vázquez, 2013). Más que concentración
de la tierra, las unidades de producción se multiplicaron
y fraccionaron. Las agroindustrias encontraron en el con-
trol del proceso productivo la vía predilecta para concen-
trar indirectamente la tierra. Así, aprovechan la disponi-
bilidad de tierras arrendables para expandir o contraer la
producción en función de las fluctuaciones de los precios
en el mercado, mientras transfieren riesgos y costos a los
propietarios. Los esquemas de “agricultura por contrato”
–transferencias de semillas e insumos y/o cosechas com-
prometidas– se suman a la vasta capacidad de un puñado
de agroempresas para concentrar, procesar y comercializar
grandes volúmenes de producción (Robles, 2012).
Las creación de “nuevos” ejidos a partir de negociacio-
nes en torno a conflictos agrarios es un fenómeno residual.
Según datos del RAN,9 entre 1993 y 2014, se registraron
4.019 núcleos agrarios (es decir, cerca del 12% del número
total). Entre estos se pueden identificar dos grandes fuentes
de origen: por un lado, aquellos que se crearon por medio
de sentencias de tribunales agrarios (1.611) –en ejercicio de
facultades transitorias, es decir, los casos de rezago agrario–
y ejidos creados “vía acuerdos” (2.408) –mediante acuer-
dos de asamblea firmados ante notario, con base en distin-
tas figuras de incorporación de tierras al régimen ejidal o
cambios en el estatus de los núcleos agrarios–. Entre estos

9 Regristro Agrario Nacional, RAN, Información de solicitud 1511100002851,


6/04/2015.
152 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

últimos ejidos domina el proceso de constitución:10 1.778


ejidos creados con una superficie de 522.498 hectáreas y
76.824 beneficiarios directos. Como respuesta al levanta-
miento zapatista de 1994, se reporta una fuerte concentra-
ción de esos ejidos post 1992 en Chiapas: el 44% de la super-
ficie, el 61% de los ejidos y el 64% de los beneficiarios.

5. ¿Refuncionalización de la economía campesina?

En términos de estructura productiva agrícola, en los últi-


mos 25 años en México los sectores exportadores de hor-
talizas, frutas y, en menor medida, ganadería han expe-
rimentado las tasas de crecimiento y productividad más
importantes, mientras que los granos (maíz, frijol y sorgo)
para el mercado interno han tenido un crecimiento exiguo.
El mayor reto en términos de bienestar y productividad es
el sector de la pequeña producción. Los agricultores con
menos de 5 hectáreas representan el 22% de la superficie
total con actividad agropecuaria y forestal, los pequeños
productores y cerca del 85% del trabajo contratado por la
agricultura nacional, así como el 88% del trabajo familiar
en el sector.11A partir de estos distintos procesos podemos
identificar cuatros grandes cambios socio-económicos que
impactan el perfil de los productores rurales y la forma de
funcionamiento de la economía campesina en México.

10 Este proceso se fundamenta en los artículos 90, 91, 92 y 156 de la Ley Agra-
ria: los requisitos son que un grupo de veinte o más individuos participen en
su constitución y presenten un proyecto de reglamento interno, que cada
individuo aporte una superficie de tierras y todo se presente en escritura
pública para su inscripción en el RAN.
11 INEGI, Censo Agrícola y Ganadero 2007, México, disponible en https://bit.ly/
2qa62nS, consultado el 3 de octubre de 2013.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 153

5.1. Ingresos en los hogares rurales


En la última década ha habido una dramática transforma-
ción de las fuentes de ingreso para el hogar rural promedio.
El ingreso no salarial asociado a producción agrícola se ha
colapsado de 28,7% a 9,1% como proporción del ingreso
total de los hogares entre 1992 y 2004, mientras que el
ingreso total por unidad de producción agrícola (salarial y
no salarial) ha disminuido de casi 38% a apenas 17% del
ingreso total de los hogares.12
Los pobres extremos en el sector rural participan más
en actividades agrícolas, pero también obtienen una pro-
porción relativamente baja de su ingreso del sector (Scott,
2010). El quintil más pobre incorpora a más de la mitad
de los trabajadores agrícolas y el 60% de los hogares; el
decil más pobre integra a trabajadores agrícolas, aunque
solo el 26,6% de esos hogares reporta ingreso independiente
asociado a producción agrícola. Además, el 30% más pobre
de los hogares obtiene en promedio menos de una tercera
parte de su ingreso de actividades agrícolas.
“El salario por actividades no agrícolas representa la
principal fuente de ingreso para todos los deciles con excep-
ción del más pobre, y para este, la principal fuente de ingre-
so son las transferencias públicas” (Scott, 2010, p. 88). En
comparación con los hogares urbanos, los hogares rurales

12 Estos datos han sido elaborados por Scott (2010) con base en la Encuesta
Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares (ENIGH); la Encuesta Nacional
de Ocupación y Empleo (ENOE, 2008); y la Encuesta de Características
Socioeconómicas de los Hogares (ENCASEH, 2004), una amplia y detallada
encuesta que abarca hogares en las localidades que cubre el programa Opor-
tunidades. “Aunque esta última encuesta no es representativa a nivel nacio-
nal, es representativa de los productores en localidades rurales en condicio-
nes de pobreza” (Scott, 2010, p. 87).
154 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

obtienen una menor proporción de su ingreso del mercado


laboral (41%), y son más dependientes de las transferencias
(18%) y el autoempleo (18%).13
Según los datos de la ENIGH para el año 2014, las
fuentes de ingreso rural que más han crecido son los sala-
rios no-agrícolas y las transferencias públicas, específica-
mente. Las remuneraciones al trabajo subordinado repre-
sentan la mayor proporción del ingreso a partir del año
2006, sobrepasando el 60% y, sin embargo, se mantienen
alrededor de ese valor hasta 2014, cuando representan el
55,9%. La misma encuesta informa que, para 2014, el auto-
consumo representó el 8,3%; las transferencias en especie
el 37,2%; las remuneraciones en especie el 6% y el alqui-
ler de la vivienda el 48,5% (Gordillo, Méndez & Ruy Sán-
chez, 2015).
Un informe reciente de CEPAL confirma las tendencia
observada desde años en el mercado de trabajo rural en
América Latina:

El patrón de cambio más común en la estructura de distri-


bución de los hogares rurales durante la última década en
América Latina fue la reducción en la importancia relativa
de los hogares 100% agrícola-familiares vs. el incremento
en el porcentaje de hogares asalariados no agrícolas (Rodrí-
guez, 2016, p. 32).

En la primera década del siglo, se observa una reduc-


ción en el peso del empleo agrícola en el mercado laboral
rural, el incremento en el empleo de las mujeres (sobre
todo en actividades no agrícolas), el incremento del empleo
asalariado en detrimento del empleo por cuenta propia, y
el incremento de la residencia urbana entre los empleados
agrícolas. Estas transformaciones, que se presentan desde

13 En una encuesta realizada en 1994 se observaba que en el sector ejidal las


actividades no agrícolas generan en promedio el 55% del ingreso, el que
varía entre un 38% en los predios ejidales más grandes a 77% en los más
pequeños (Gordillo, De Janvry y Sadoulet, 2000).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 155

mediados de los ochenta, se consolidan a lo largo de la


década anterior en el mercado de trabajo rural (Carton de
Grammont, 2009).

5.2. La pobreza rural no cede y crece la desigualdad


regional
Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política
de Desarrollo Social (CONEVAL), en 2014 en México 55,3
millones de personas estaban en situación de pobreza, de
los cuales 43,9 se encuentran en situación de pobreza
moderada y 11,4 de pobreza extrema. De acuerdo con los
criterios de Carencia social, 22,4 millones de personas se
encuentran en rezago educativo, mientras que 21,8 millo-
nes carecen de acceso a servicios de salud, 70,1 millones
de mexicanos carecen de acceso a la seguridad social, 14,8
carecen de calidad y espacio suficiente en la vivienda, mien-
tras que 25,4 millones no cuentan con acceso a los ser-
vicios básicos en la vivienda. Finalmente, de acuerdo con
CONEVAL, 28 millones de personas carecen de acceso a
la alimentación. En términos generales, 24,6 millones de
mexicanos cuentan con un ingreso inferior a la línea de
bienestar mínimo, y 63,8 millones cuentan con un ingreso
inferior a la línea de bienestar general.14
La tasa de pobreza se dobla de localidades de más
de 15.000 habitantes a localidades de 2.500 a 15.000, se
dobla nuevamente cuando pasamos a pequeñas localidades
de menos de 2.500 habitantes (Banco Mundial, 2005). El
contraste entre las áreas rurales del norte y el sur muestra
una diferencia que multiplica casi diez veces las tasas de
pobreza extrema: de 6,5% en Baja California a cerca de 60%

14 Las estimaciones de CONEVAL se realizan con base en el Módulo de Con-


diciones Socioeconómicas de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de
los Hogares (MCS-ENIGH), 2014.
156 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

en Chiapas y Guerrero. Los ocho estados más pobres con-


centran el 64% de los pobres rurales y solo aportan el 18%
de PIB agrícola (Scott, 2010).
En cuanto a la concentración del ingreso, en 2008 el
valor del índice de Gini en el ámbito nacional fue de 0,506.
Respecto a la desigualdad rural medida en ingresos, esta se
incrementó significativamente entre 1994 y 2002. Esquivel,
Lustig y Scott (2009) señalan que esta regresó a los niveles
de 1994 en 2006. Es muy probable, como señala Scott (2010,
p. 86), que “las transferencias han contribuido a reducir
la desigualdad rural”. Esto reflejaría el papel de programas
como Oportunidades, PROCAMPO15 y las remesas.
Por mucho, los hogares más pobres en las localidades
rurales que están en Oportunidades-Prospera no son los
que no poseen tierra, sino los pequeños propietarios, espe-
cialmente los hogares con menos de 2 hectáreas. Estos
hogares también tienen una proporción mayor de pobla-
ción indígena y trabajadores agrícolas (más del 70% de estos
hogares reporta como ocupación principal de la cabeza del
hogar el trabajo agrícola), pero una proporción menor de
ejidatarios o comuneros.

5.3. Migración y remesas


Durante 1987-2001, la migración neta presentó un nivel
promedio de 250.000 emigrantes mexicanos anuales hacia
Estados Unidos, la cual aumentó hasta alcanzar la cifra
de 485.000 en 2000-2004. En los periodos posteriores la
migración neta disminuyó hasta 387.000 emigrantes mexi-
canos anuales en 2002-2006 (Leite & Giorguli, 2009). Según
los datos del Censo de Población 2010, entre 2000 y 2010
hubo una caída en el total de migrantes internacionales de
1,6 millones a 1,1, producto de una caída de emigrantes de

15 Empero, como se ha documentado, entre otros en el trabajo de Fox y Haight


(ed.) (2010), PROCAMPO es un programa regresivo en términos relativos.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 157

1,2 millones a 723.000 en ese período y de un aumento de


migrantes de retorno de 285.000 a 351.000 en esos años. Se
trata de una reducción promedio anual de 135 mil personas.
Las remesas juegan un papel estratégico en los ingresos
de los hogares rurales. Se estima que 52% de las familias
que reciben remesas residen en pueblos de menos de 2.500
habitantes. Estas familias reciben en promedio 2.372 dóla-
res por familia por año, que representa el 53% de su ingre-
so corriente (Leite & Giorguli, 2009).16 De acuerdo con el
Banco Mundial el monto total de remesas en 2010 bajará
a 22.500 millones de dólares de 27.000 millones en 2007.
Empero los pronósticos para 2011 y 2012 del propio Banco
Mundial indican un moderado ascenso en las remesas.

5.4. Feminización de las actividades productivas


Las mujeres tienden a constituir un eje decisivo en el impul-
so y la coordinación de actividades productivas en el medio
rural. Parte importante de lo anterior se debe a la migra-
ción internacional: en los hogares sin remesas provenientes
del extranjero, el número medio de hombres por cada cien
mujeres está prácticamente equilibrado (94%). En cambio,
en los hogares perceptores de remesas hay casi tres hombres
por cada cuatro mujeres.
A partir de la información que ofrece la Encuesta
Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), se observa que
la emigración internacional se da en menor medida en las
mujeres. Durante 2009, la tasa bruta de emigración de estas
fue de 2,4 por cada mil mujeres, mientras que la de los
hombres fue de 7,5 por cada mil varones.

16 Según el Banco de México, las remesas son la segunda forma más importan-
te en entrada de divisas. Ellas se han triplicado entre 1991y 2000, y han lle-
gado a los 6.200 millones de dólares. Una estimación de la Encuesta sobre
Migración en la Frontera Norte de México (EMIF) menciona que el 42% de
los emigrantes internacionales venían de zonas rurales (es más del doble de
probable que emigre fuera del país alguien del campo). Por ejemplo en 1996,
10% de todas las viviendas rurales reportaron que recibían remesas mien-
tras que menos del 4% de las viviendas urbanas reportaron lo mismo.
158 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

La inmigración internacional también presenta una


menor participación femenina. Durante el mismo periodo,
por cada mil mujeres residentes en el país arribaron 1,6,
mientras que en los hombres esta relación es de 5,5. Debido
a esto el saldo neto migratorio refleja una mayor pérdi-
da de población masculina (-2 por cada mil) que femenina
(-0,8 por cada mil).
Las mujeres que participan en la producción de bienes
y servicios (población ocupada) representa el 94,8% del total
de la PEA femenina, en tanto que 5,2% corresponde a muje-
res que buscan trabajo y no lo encuentran (tasa de desocu-
pación). En cuanto a la población ocupada, dos terceras
partes de las mujeres (64,8%) son subordinadas asalariadas,
una cuarta parte (25,8%) son trabajadoras independientes
(empleadoras o por cuenta propia); en los varones la pro-
porción de empleadores es mayor que en el caso de las
mujeres, 6,2% contra 2,4%, y el porcentaje de mujeres que
trabajan sin pago (9,4%)17 es cuatro puntos porcentuales
mayor al de los varones (5,1%).
Conforme a la ENOE, al segundo trimestre de 2010,
uno de cada cuatro hogares (25,5%) es encabezado por una
mujer; de estos, 8,4% de las jefas tienen menos de 30 años,
37,3% tienen de 30 a 49 años, 20,9% de 50 a 59 años, mien-
tras que la tercera parte (33,4%) son adultas mayores.18

17 Un trabajo realizado para la OCDE por Miranda (2011) en 29 países sobre


trabajo no pagado encuentra que Japón y México son los dos países que tie-
nen mayor número de horas de trabajo –que incluye trabajo pagado, trabajo
no pagado y tiempo de transportación al lugar de trabajo–, con 9 y 10 horas
al día; con 4,2 horas al día de trabajo no pagado México alcanza entre los
países analizados el nivel más alto; y en términos de la brecha de género en
lo que respecta al trabajo no pagado, esta es de 2 horas y 28 minutos de las
mujeres frente a los varones en promedio en los países estudiados, si bien
México junto a la India y Turquía son los países que mantienen la brecha de
género más alta: de 4,3 a 5 horas por cada 24 horas.
18 Para contextualizar estos datos en el ámbito internacional, un reciente estu-
dio de la FAO (2011) sobre la brecha de género en el mundo indica que “Las
mujeres representan, en promedio, el 4 % de la fuerza laboral agrícola en los
países en desarrollo (desde el 20% en América Latina hasta el 50% en Asia
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 159

6. Y venimos a contradecir…19

¿Cuáles son los escenarios futuros para el campo mexicano?


La respuesta a esta pregunta amerita un ensayo completo.
Pero de lo que hemos analizado podríamos apuntar tres
tendencias.
Los campesinos mexicanos tienden a ser menos cam-
pesinos y más productores rurales con base en el núcleo
familiar – en términos restrictivos o pensando más en la
familia ampliada–, es decir, fuertemente orientados a la
multiactividad. Empero, para los que cuentan con tierra en
propiedad o arrendamiento, el ingreso agrícola constituye
una especie de sucedáneo de una pensión o de un seguro
social. Incluso la agricultura de autoconsumo es en sí misma
un ingrediente clave para la diversificación productiva de
los habitantes rurales con tierra. Estos productores rurales
viven en un entorno mucho más integrado a los mercados
y a los flujos comerciales en territorios grandemente diver-
sificados desde pequeñas rancherías de menos de 500 habi-
tantes hasta pequeñas ciudades de hasta 15.000 habitantes.
Constituyen cerca del 38% de la población total de México
(Gordillo & Plassot, 2017).
No se entiende el campo mexicano sin entender el
ejido y sus multifacéticas funciones. Cualquier tipología de
productores rurales debe partir de entender el ejido como
institución clave del campo mexicano. En síntesis el ejido
es un aparato institucional creado por una parte de la diri-
gencia político militar triunfadora en la Revolución Mexi-
cana –la fracción cardenista–. Ha tenido una doble función:

oriental y África subsahariana). Su contribución a las labores agrícolas varía


aún más ampliamente dependiendo del cultivo y la actividad de que se
trate” (FAO, 2011, p. 6).
19 Es el título de libro de Arturo Warman. Relata Warman el origen de esta fra-
se. “En los viejos papeles coloniales comienzan [los indios] su alegato con
esta frase ‘… y venimos a contradecir’. Les valió de poco y perdieron la tierra
trozo a trozo, casi por terrones. Desde entonces los campesinos han estado
siempre presentes para contradecir […]” (Warman, 1976, p. 17).
160 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

como aparato de control político y como órgano de repre-


sentación campesina (Gordillo, 1988). Las dos funciones
contradictorias entre sí son el resultado de la mayor genia-
lidad en la creación del ejido. Así como la Iglesia católica
en su labor evangelizadora construyó los templos católicos
superpuestos sobre los lugares sagrados de los indios, del
mismo modo el Estado revolucionario mexicano constru-
yó el ejido superponiéndolo sobre la economía campesina.
El peso de cada una de las dos funciones dependió de la
inserción del ejido en las pautas de desarrollo económico
del país. En el auge del campo –gruesamente, 1940 a 1970–,
el ejido proveyó de alimentos y mano de obra barata al pro-
ceso naciente de industrialización en México. Así la función
de control político se impuso a la función de representa-
ción campesina. Desde 1970 hasta 1991 el ejido entró en
un largo proceso de desgaste y erosión. Ahí la función del
ejido como órgano de representación campesina se impuso
y creó las condiciones para las más amplias movilizaciones
campesinas desde la Revolución Mexicana (Gordillo, 1980;
Fox & Gordillo, 1989). La reforma constitucional de 1992
dio por concluido el ejido de la Revolución Mexicana en
un amplio, complejo y conflictivo proceso de negociación-
movilización (Gordillo, 1992). Desde entonces, aun cuando
la propiedad ejidal se mantiene e incluso crece levemente,
el mecanismo de gobernabilidad en el campo, articulado
por el presidencialismo, las intervenciones estatales y el
corporativismo agrario, se ha ido desmadejando sin que
se cree una arreglo institucional alternativo. A la crisis de
rentabilidad de la economía campesina se añade la crisis de
gobernabilidad en el campo.
El debilitamiento de las formas de intervención estatal
en el campo, y particularmente en el ejido, permitió el
resurgimiento de la economía campesina, lo cual permitió
afianzar la función de representación campesina del ejido.
Los rasgos típicos de esa economía campesina: mayor uso
de la mano de obra familiar, sistemas de cultivos intercala-
dos, multiactividad productiva, se vieron acompañados de
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 161

fuertes procesos de migración interna e internacional. Otra


vez los mercados de trabajo han jugado un papel central en
la inserción campesina en el desarrollo económico regional
y sobre todo binacional. Pero también la retracción de la
presencia estatal en el campo generó vacíos institucionales
que han sido llenados por la presencia directa de empresas
extractivas nacionales y trasnacionales, por nuevos cacicaz-
gos y por el crimen organizado. El dilema para el futuro del
campo mexicano se ve envuelto en un acertijo: la recons-
trucción de la gobernabilidad en el campo requiere de una
economía de pequeños productores rurales impulsada por
formas nuevas de intervenciones estatales.

Bibliografía

Adelman, J. (2013), Worldly Philosopher, The Odyssey of Albert


O. Hirschman, Princeton, Princeton University Press.
Appendini, K. (2010), “La regularización de la tierra después
de 1992: la apropiación campesina del Procede”, en
Antonio Yúnez (coord.), Los grandes problemas de México.
Tomo 11. Economía rural, México, Colmex.
Azuela, A. (2010), “Property in the Post-post-revolution:
Notes on the Crisis of the Constitutional Idea of Pro-
perty in Contemporary Mexico”, Texas Law Review, vol.
89, pp. 1915-1942.
Azuela, A. (1995), “Ciudadanía y gestión urbana en los
poblados rurales de Los Tuxtlas”, Estudios Sociológicos,
vol. XIII, N° 39, pp. 485-500.
Banco Mundial (2008), Informe sobre el Desarrollo Mundial
2008: Agricultura para el desarrollo, Washington D.C.,
Bogotá, World Bank-Mundi Prensa-Mayol Ediciones.
Bartra, A. (2006), El Capital en su laberinto. De la renta de la
tierra a la renta de la vida, México, Universidad Autóno-
ma de la Ciudad de México, Centro de Estudios para el
162 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimenta-


ria de la Cámara de Diputados, Editorial ITACA. Dis-
ponible en línea: https://bit.ly/2QQ0vLl.
Bourdieu, P. (1977), “Une classe objet”, en Actes de la recher-
che en sciences sociales, “La paysannerie, une classe objet”,
vol. 17-18, novembre, pp. 2-5.
Carton de Grammont, H. (2009), “La desagrarización
del campo mexicano”, Convergencia. Revista de Ciencias
Sociales, vol. 16, N° 50, mayo-agosto, pp. 13-55.
Chayanov, A.V. (1966), The theory of the peasant economy, The
American Economic Association, Homewood, Illinois.
Chayanov, A.V. (1991), The theory of Peasant Co-operatives,
Columbus, Ohio State University Press, Second World
Series.
Concheiro, L. & Tarrío, M. (coords.) (1998), Privatización en
el mundo rural: las historias de un desencuentro, México,
UAM-Xochimilco, 1998.
Deininger, K. & Bresciani, F. (2001), Mexico’s “Second Agra-
rian Reform”: Implementation and Impact, Washington
D.C., World Bank, Disponible en línea: https://bit.ly/
2DbmOb2.
Esteva, G. (1978), “¿Y si los campesinos existen?”, Comercio
Exterior, vol. 28, N° 6, pp. 699-713.
Esquivel, G.; Lustig, N. & Scott, J. (2009), México: A Decade
of Falling Inequality: Market Forces or State Action?, en
López, L. & Lustig, N. (eds.), Declining Inequality in Latin
America: A Decade of Progress?, Washington, D.C., Broo-
kings Institution Press, cap. 7.
FAO (2017), Trabajo Estratégico de la FAO para Reducir la
Pobreza Rural. Disponible en línea: https://bit.ly/2Rw8-
TF0.
FAO (2011), The State of Food and Agriculture 2010-2011.
Women in Agriculture. Closing the gender gap for deve-
lopment, Rome, Food and Agriculture Organization of
the United Nations. Disponible en línea: https://bit.ly/
LL9mfR.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 163

Fox, J. & Gordillo, G. (1989), “Between State and Market:


The Campesinos’ Quest for Autonomy in Rural Mexi-
co”, en Cornelius, W.; Gentleman, J. & Smith, P. (eds.),
Mexico’s Alternative Political Futures, La Jolla, Center for
U.S.- Mexican Studies.
Fox, J. & Haight, L. (coords.) (2010), Subsidios para la desigual-
dad. Las políticas públicas del maíz en México a partir
del libre comercio, Woodrow Wilson Center-UC Santa
Clara-CIDE.
Gordillo, G. (1980), “Pasado y presente del movimiento
campesino en México”, Cuadernos Políticos, N° 23,
enero- marzo, México, Editorial Era.
Gordillo, G. (1988), Unos campesinos al asalto del cielo, México
D.F., Ediciones siglo XXI.
Gordillo, G. (1992), Más allá de Zapata. Por una reforma cam-
pesina, México D.F., Editorial Cal y Arena.
Gordillo, G.; De Janvry, A. & Sadoulet, E. (1999), La segunda
reforma agraria de México: respuestas de familias y comuni-
dades, 1990-1994, Fondo de Cultura Económica, Méxi-
co.
Gordillo G. (2014), El campo: hechos, contrahechos, rehechos
y desechos, resumen de cinco artículos publicados entre
julio y septiembre de 2014 en La Jornada, México. Dis-
ponible en línea: https://bit.ly/2svvPFH.
Gordillo, G.; Méndez, O. J. & Ruy Sánchez, S. (2015), For-
taleciendo la coherencia entre la agricultura, las políticas y
programas de protección social en México, FAO, Roma.
Gordillo, G. & Plassot, T. (2017), “Migraciones internas:
un análisis espacio-temporal del periodo 1970-2015”,
Economía UNAM, vol. 14, N° 40, enero-abril.
Leite, P. & Giorguli, S. (2009), El estado de la migración: las
políticas públicas ante los retos de la migración mexicana a
Estados Unidos, Consejo Nacional de Población, México.
164 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Léonard, E. & Losch, B. (2009), “La inserción de la agri-


cultura mexicana en el mercado norteamericano: cam-
bios estructurales, mutaciones de la acción pública y
recomposición de la economía rural y regional”, Foro
Internacional, vol. XLIX, N° 1, pp. 5-46.
Léonard, E. (2011), “Un paisaje de las relaciones de poder:
Dinámica y diferenciación de las instituciones agrarias
en la sierra de los Tuxtlas”, Relaciones. Estudios de historia
y sociedad, vol. XXII, pp. 19-55.
Miranda, V. (2011), “Cooking, Caring and Volunteering:
Unpaid Work around the World”, OECD Social, Employ-
ment and Migration Working Papers, N° 116.
Moore, B. Jr. (2015), Los orígenes sociales de la dictadura y de
la democracia, El señor y el campesino en la formación del
mundo moderno, Barcelona, Editorial Ariel.
Plata Vázquez, J. (2013), “Mercado de tierras y propiedad
social: una discusión”, Anales de Antropología, vol. 47,
N° 2, pp. 9-38.
Reyes, M. (1998), “Los Acuerdos Agrarios en Chiapas: ¿una
política de contención social?”, en Reyes et al. (eds.),
Espacios disputados: transformaciones rurales en Chiapas,
México, UAM-Xochimilco, ECOSUR.
Reyes, M. (2001), “El movimiento zapatista y la redefinición
de la política agraria en Chiapas”, Revista Mexicana de
Sociología, vol. 63, N° 4, pp. 197-220.
Rodríguez, A. (2016), “Transformaciones rurales y agricul-
tura familiar en América Latina: Una mirada a través
de las encuestas de hogares”, Serie Desarrollo Productivo,
N° 204, CEPAL, Santiago de Chile. Disponible en línea:
https://bit.ly/2MaICq6.
Robles, H. (2012), “El Caso de México”, en Soto Baquero
& Gómez (eds.), Dinámicas del mercado de la tierra en
América Latina y El Caribe: concentración y extranjeriza-
ción, FAO, México, pp. 307-342. Disponible en línea:
https://bit.ly/1YVGArF.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 165

Ruy Sánchez, S. (2015), Política, legalidad y ambigüedad: Orí-


genes y surgimiento del Programa de Atención a Conflictos
Sociales en el Medio Rural (2000-2010), tesis de Maestría,
El Colegio de México, México.
Schejtman, A. (1982), Economía campesina y agricultura
empresarial: tipología de productores del agro mexicano,
México D.F., Siglo XXI Editores.
Schejtman, A. (1980), “Economía campesina: lógica interna,
articulación y persistencia”, Revista de la CEPAL, N° 11,
CEPAL, Santiago de Chile.
Scott, J. (2010), Subsidios agrícolas en México: ¿quién gana y
cuánto?, en Fox, J. & Haight, L. (coords), Subsidios para
la desigualdad. Las políticas públicas del maíz en México
a partir del libre comercio, Woodrow Wilson Center-UC
Santa Clara-CIDE. Disponible en línea: https://bit.ly/
2PJTex1.
Shanin, T. (1990), “Peasantry: Delineation of a Sociological
Concept”, en Defining Peasants: Essays Concerning Rural
Societies, Expolary Economies, and Learning from Them in
the Contemporary World, Oxford, UK, Blackwell.
Shanin, T. (1982), “Defining peasants: conceptualisations
and de‐conceptualisations: old and new in a Marxist
debate”, The Sociological Review, vol. 30, N° 3, pp.
407-432.
Téllez Kuenzler, L. (1994), La modernización del sector agrope-
cuario y forestal, Fondo de Cultura Económica, México.
Torres-Mazuera, G. (2009), “La territorialidad rural mexi-
cana en un contexto de descentralización y competen-
cia electoral”, Revista Mexicana de Sociología, vol. 71, N°
3, pp. 453-490.
Warman, A. (1976), Y venimos a contradecir. Los campesinos
de Morelos y el Estado nacional, México D.F., Ediciones
de La Casa Chata.
Warman, A. (2001), El campo mexicano en el siglo XX, México,
Fondo de Cultura Económica, México.
Wolf, E. (1999), Las luchas campesinas del siglo XX, Madrid,
Siglo XXI de España Editores.
Transición cafetalera
en América Central

De haciendas a una mayor presencia productiva


de pequeños y medianos productores

EDUARDO BAUMEISTER

Resumen

El café ocupa el primer lugar entre las exportaciones agro-


pecuarias agregadas de América Central. El principal insu-
mo del cultivo primario (antes del beneficiado agroindus-
trial) es la mano de obra, tanto en el cuidado del plantío,
principalmente en el momento de la cosecha, y en las labo-
res culturales del ciclo agrícola (limpiar, fertilizar, contro-
lar sombra).
El propósito principal de este trabajo es mostrar los
procesos de fortalecimiento de pequeños y medianos pro-
ductores de café en las últimas décadas, dentro de explo-
taciones donde predomina el trabajo y la organización del
proceso productivo por parte de los productores o sus fami-
liares, que en momentos de fuerte demanda contratan tem-
poralmente mano de obra. Se analizan las inserciones espa-
ciales del cultivo de café, los desplazamientos campesinos,
el trabajo temporal en el café, las migraciones internaciona-
les y los cambios en la producción.
Luego, se analizan los casos de la producción de café
en Honduras y Guatemala, a partir de los cuales se con-
cluye que el dinamismo productivo de algunas regiones, y
particularmente de estratos de pequeños y medianos pro-
ductores de café, se vincula a las variables demográficas

167
168 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

(expresadas a través de migraciones internas y externas),


espaciales (existencia de fronteras internas a las pequeñas
fincas y posibilidades de frontera agrícola, particularmen-
te en tierras altas), los antecedentes laborales en la propia
actividad cafetalera, y cambios en la demanda con mayores
preferencias por cafés producidos a más altura.

1. Contexto general

El café ha sido el clásico producto de exportación de Cen-


troamérica desde mediados del siglo XIX, y sigue ocupando
el primer lugar entre las exportaciones agropecuarias agre-
gadas de la región, a pesar de los efectos negativos de la
roya y las fuertes oscilaciones de los precios. También es
un importante generador de empleos temporales, lo cual
supone intensas migraciones dentro de los países y hacia los
países vecinos (fundamentalmente de nicaragüenses hacia
Costa Rica, de indígenas panameños hacia Costa Rica y de
guatemaltecos hacia México). Además, es considerado uno
de los pilares centrales en la adaptación al cambio climático
por su capacidad de mejorar agua y de constituirse en una
de las fuentes principales de áreas de bosque, entre otros
factores benéficos.1
El propósito principal de este trabajo es mostrar pro-
cesos de fortalecimiento de pequeños y medianos produc-
tores de café en las últimas décadas, englobables dentro
explotaciones donde predomina el trabajo y la organización
del proceso productivo por parte de los productores o sus
familiares, que en momentos de fuerte demanda contratan
temporalmente mano de obra.
El énfasis se establece sobre los casos de Guatemala
y Honduras, los dos principales productores de la región,
abarcando tanto situaciones donde siguen actuando gran-

1 En El Salvador el café es prácticamente la única área de bosques existente.


Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 169

des productores pero con menor peso productivo que en el


pasado, como es el caso de Guatemala, cuanto situaciones
donde los pequeños productores han aumentado su peso
pero sin presencia de grandes productores, como es el caso
de Honduras.
Los tipos de productores participantes en esta expan-
sión de agricultores familiares reconocen dos grupos prin-
cipales; en primer lugar, un estrato importante de pro-
ductores de granos básicos con áreas adicionales que se
fueron convirtiendo paulatinamente en cafetaleros, aunque
los otros rubros siguen siendo fundamentales; y en segundo
lugar, cuando el acceso a la tierra fue más amplio, por ser
zonas “nuevas”, anteriormente marginales para otros cul-
tivos comerciales, las áreas de café pueden ser de mayor
escala, siempre partiendo de productores de granos básicos
y de ganado en pequeña escala, diversificados hacia café.
El punto de partida clásico supone que en Guatemala y
El Salvador se observaba un predominio marcado de la gran
producción, con un perfil más intensivo en El Salvador y
más extensivo en Guatemala. Desde los años de la Segunda
Guerra Mundial hasta los años setenta del siglo pasado,
El Salvador logró los rendimientos de café por unidad de
superficie más alta del mundo.
Honduras era un productor marginal de café y no era
considerado, prácticamente, como un país cafetalero; se lo
caracterizaba por el peso de la gran plantación de encla-
ve bananera.
Nicaragua tuvo una importancia menor en la actividad
cafetalera, en comparación con Guatemala, El Salvador o
Costa Rica; históricamente el café se organizó fundamen-
talmente en grandes haciendas, más en la región del Pacífico
que en las montañas del centro y el norte, con bajos ren-
dimientos por unidad de superficie. Luego de 1960 hasta
la actualidad, el peso productivo se traslada hacia la región
central del país, donde se observa un peso importante de
170 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

pequeños y medianos productores, enfatizado como con-


secuencia de las reformas agrarias de los años ochenta y
noventa del siglo pasado.
Costa Rica era la “excepción”, con una producción
primaria sustentada en pequeños y medianos productores,
muy especializados en el cultivo del café, en el ámbito del
Valle Central, que luego de la Segunda Guerra Mundial,
con una importante participación del Estado, lograron altos
crecimientos en productividad.
En todos los casos, los procesos de beneficiado y
comercialización externa han estado en manos de sectores
más concentrados, muchas veces con presencia de empre-
sas compradoras internacionales, con capacidad también de
ofrecer créditos durante el ciclo anual al resto de la cadena
del café (compradores intermediarios y productores).
En ese marco, a lo largo de las últimas décadas, toman-
do como punto de partida los años sesenta del siglo pasado
se observan cambios que apuntan a una mayor presencia
de pequeños y medianos productores.2 Se pueden resumir
como grandes factores asociados: i) acceso evolutivo hacia
tierras nuevas, de frontera, que incluyen tierras altas no
incorporadas anteriormente; ii) diversificación al interior
de fincas anteriormente dedicadas exclusivamente a granos
básicos ; iii) fomento estatal en la ampliación de la infraes-
tructura de caminos que posibilitó luego la ampliación de
las redes de comercialización y transporte a los lugares de
procesamientos (beneficios) y a los puertos de exportación;
iv) el conocimiento adquirido y la obtención de semillas por

2 “Pequeños” comprende a productores donde la actividad permanente es


desarrollada por el productor y su familia, que contrata mano de obra esta-
cional fundamentalmente durante la cosecha, puede trabajar en América
Central parcelas de café inferiores a un poco más de 3 hectáreas (5 manza-
nas según la unidad de medida en la región), suelen vivir en la misma parcela
o en comunidades cercanas. Y “medianos” pueden trabajar cafetales hasta un
máximo superior de 20 hectáreas de extensión, con mayor utilización de
mano de obra contratada, pero con presencia cercana de la mano de obra
familiar en la organización del trabajo, transporte de insumos y de la pro-
ducción diaria del café en uva o pergamino o los centros de beneficiado.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 171

parte de trabajadores temporales del café que en sus luga-


res de origen desarrollaron el café; v) el apoyo de ingresos
familiares obtenidos dentro de los países o como remesas
internacionales.

1.1. Peculiaridades del café


El café, para tener resultados relativamente aceptables,
requiere en América Central de condiciones muy específi-
cas: una altura mínima con respecto el nivel del mar, lluvias
abundantes durante el período entre mayo y fines de octu-
bre, y luego requiere muy pocas lluvias para evitar que el
grano se caiga y se pierda, y otras condiciones (calidad de
suelos, niveles del viento, temperatura prevaleciente).
Es un cultivo permanente que requiere entre 3 y 4 años
mínimo desde que se forman los almácigos hasta que se
puede obtener la primera cosecha, que se eleva en los años
posteriores. El insumo principal del cultivo primario (antes
del beneficiado agroindustrial) es la mano de obra, tanto en
el cuidado del plantío como principalmente en el momento
de la cosecha, y en las labores culturales del ciclo agrícola
(limpiar, fertilizar, controlar sombra).
Se estima en la actualidad que alrededor del 70% de
los costos de producción están formados por los requeri-
mientos de mano de obra (Icafe, s.f). Y los plantíos nuevos
se pueden formar con los frutos recogidos en una cosecha
anterior, lo cual hace que muchos pequeños productores se
formaran a partir de trabajadores que cosechan el café y
se quedan con algunas cantidades de los frutos recogidos,
con los cuales posteriormente crearon su propia plantación
de pequeñas parcelas.
Cabe la pregunta: ¿si la implantación del café tiene
como principal insumo la fuerza de trabajo, por qué la
expansión importante de los productores de tipo familiar,
con la excepción de Costa Rica, se generalizó en los otros
países recién en las últimas décadas?
172 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

En primer lugar, en las situaciones con predominio de


haciendas se utilizaron distintas estrategias para controlar
la fuerza de trabajo, muchas veces sustentadas en distintas
formas de peonaje por deudas. Cesión de tierras dentro de
las grandes fincas, bajo la forma de colonato, que garan-
tizaba mano de obra permanente para las tareas regulares
del cultivo; formas de peonaje por deudas, que a cambio de
préstamos en dinero o adelanto de mercancías de consu-
mo básico, obligaban a los trabajadores a realizar tareas en
distintos momentos del ciclo productivo; o mecanismos de
separación del control de las tierras (para sembrar café u
otros rubros comerciales) que forzaban de hecho al trabajo
asalariado como mecanismo de sobrevivencia.
En segundo lugar, la producción de café supone nece-
sariamente la existencia de una red de comercialización
relativamente cercana a los productores ubicados en zonas
relativamente aisladas.
Hasta la Segunda Guerra Mundial todo esto suponía
en muchas zonas contar con animales de carga capaces de
trasladar hasta donde llegaba el ferrocarril, o posteriormen-
te a redes de caminos donde circulaban camiones de carga.
Cabe tener en cuenta que todo el paisaje de las zonas cafeta-
leras está formado por espacios de laderas, con pocas tierras
planas cercanas, lo cual dificulta y encarece la movilización
de la producción.
En América Central, vista en su conjunto, luego de
1960 se comienzan a generalizar caminos de todo tiem-
po que permiten “acercar” la comercialización a esas zonas
cafetaleras más aisladas.
En tercer lugar, y es probablemente uno de los factores
fundamentales, pasa por el hecho de que la producción de
café presupone que durante 4 o 5 años, el productor nuevo
tiene que esperar que “vegetativamente” la producción se
desarrolle por ese tiempo. De este modo, tiene que ser un
productor con tierra suficiente para generar su producción
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 173

de granos y vender parte de su producción y/o trabaja-


dor asalariado, y contar también con algún área adicional
para sembrar café.
Hay otros factores que han actuado en las modifica-
ciones de las formas de producción del café, donde cabe
mencionar las reformas agrarias de Nicaragua (1979-1990)
y El Salvador (1980-1996), además de las acciones desarro-
llistas de agencias estatales con asistencia técnica, créditos
y fundamentalmente ampliaciones y mantenimiento de las
redes de caminos secundarios y terciarios.

2. Inserciones espaciales, desplazamientos campesinos


y emergencia del café en pequeños productores

Los patrones históricos agrarios prevalecientes desplazaron


de manera permanente a sectores campesinos-mestizos e
indígenas de tierras planas de los valles más ubicados sobre
la vertiente del Pacífico, o de las partes bajas e intermedias
de las sierras de la región central, para empujarlos hacia
dos direcciones: las tierras serranas más altas (zonas del
occidente de Honduras o de departamentos como Huehue-
tenango en Guatemala), o hacia tierras más bajas: Izabal y
Petén en el caso de Guatemala; zonas del norte y el oriente
de Honduras; amplias zonas del antiguo departamento de
Zelaya de Nicaragua, hoy llamadas Regiones Autónomas del
Caribe Norte y Sur, y también en el departamento de Río
San Juan, y hacia la Costa Atlántica en el caso de Costa Rica.
Las tierras planas o de pendientes poco pronunciadas
de los valles se convirtieron primero a la actividad gana-
dera y posteriormente a rubros como la caña de azúcar y
el algodón; las partes un poco más altas de esta vertiente
Pacífica se convirtieron al café; mientras que en las tie-
rras más altas se fueron ubicando paulatinamente granos
174 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

básicos trabajados por sectores campesinos, en buena medi-


da semiasalariados, vinculados a los cultivos de exportación
(café, algodón, caña de azúcar).
El café se desarrolló en parte de la sierra, primero en
áreas más ubicadas en la vertiente del Pacífico, como la
Boca Costa de Guatemala, las cordilleras que atraviesan la
parte de El Salvador (del occidente hasta el oriente del país),
las sierras de Carazo, Granada y Managua en Nicaragua y el
Valle Central de Costa Rica, muchas veces en áreas inferio-
res a los 1.200 metros. En algunos países, particularmente
en El Salvador, incluyeron tierras más bajas, lo que dio lugar
al llamado café de bajío, en la actualidad fuertemente gol-
peado por el cambio climático.
En ese contexto, el campesinado, como productor de
granos básicos, fue paulatinamente desplazado hacia tierras
más altas o a las tierras bajas que miran hacia el Caribe,
mientras que un segmento se asentaba como “colonos” al
interior de las haciendas cafetaleras o ganaderas. La for-
mación de las haciendas dificultó mucho más la posibili-
dad de que el campesinado pudiera manejar recursos en
varios pisos ecológicos distintos, limitando las actividades
de recolección de frutos forestales diversos, miel, madera y
la caza de animales o la pesca.3

2.1. La fuerza de trabajo temporal


En muchos de los casos, la mano de obra del período de las
cosechas tenía que migrar desde lugares más lejanos hasta
las haciendas. En el caso de Guatemala, desde tierras más
altas del Altiplano a la zona serrana llamada Boca Costa. Se

3 Cabe recordar que la milpa indígena tradicional, organizada alrededor del


maíz y de otros cultivos ancestrales, como las calabazas, se complementaba
con las posibilidades de recoger productos de áreas de bosques o de los ríos,
que con la conformación de las grandes haciendas tuvieron un acceso
mucho más reducido y penalizado.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 175

llegó a calificar a Guatemala como uno de los países con


mayor proporción de movilidad temporal de mano de obra
agrícola en el mundo (Paige, 1978).
El trabajo temporal en el café también ha tenido un
componente de migraciones internacionales. La más anti-
gua es la migración de trabajadores guatemaltecos al sur
de México, fundamentalmente al estado de Chiapas (Cas-
tillo, 1992), más recientemente, desde los años noventa del
siglo pasado, las importantes migraciones de nicaragüenses
a los cortes de café en Costa Rica (Baumeister, Fernández
& Acuña, 2008), y a zonas cafetaleras del Sur de Honduras
(Mendoza, 2013). Estas experiencias laborales cafetaleras
les permitieron, en algunos casos, convertirse posterior-
mente en pequeños productores.

2.2. Evolución de la producción del café en América


Central
En la tabla 1 pueden observarse los cambios en la produc-
ción en los cinco países de Centroamérica. Lo más impor-
tante fue que Honduras pasó de la última posición en 1978
a la primera en la actualidad. En segundo lugar, se observa
el declive salvadoreño que pasa de la segunda posición en
1978 a la última en el presente.4
Costa Rica, Guatemala y Nicaragua5 han sufrido cam-
bios menores en las posiciones en el ranking regional. Sin
embargo, el volumen de café costarricense tiende a crecer a

4 Con el actual proceso de roya del café iniciado en 2013 se ha profundizado


la reducción de la producción de café de El Salvador (véase https://bit.ly/
26DlhBL). De manera comparativa cabe tener en cuenta que la caficultura
de El Salvador, por las propias limitaciones geográficas del país, tiene en la
actualidad un número de productores de café inferior a la que alcanzaba a
comienzos de los años sesenta del siglo pasado, pasando de 36.035 produc-
tores en 1958/61 a 17.281 en 2010, y sin crecimiento del área de café; algo
muy distinto a lo ocurrido en Honduras, Guatemala o Nicaragua.
5 Nicaragua muestra un fuerte crecimiento luego de 1990, debido a que en los
ochenta del siglo pasado en el marco de la guerra interna se redujo fuerte-
mente la producción de café.
176 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

ritmos menores que en los otros países, producto de la fuer-


te reducción de áreas de café en zonas semiurbanas del Valle
Central; esas tierras se han urbanizado y existe una mayor
concentración de la producción en cafés de calidad.

Tabla 1. Producción de café (toneladas métricas) 1978-2012

1978 1990 2000 2012

Tone- Ranking Tone- Ranking Tone- Ranking Tone- Ranking


ladas ladas ladas ladas

Costa 98,549 3 151,100 2 161,395 3 125,086 3


Rica

El 158,490 2 147,200 3 114,087 4 89,489 5


Salva-
dor

Guate- 169,636 1 202,400 1 312,060 1 248,000 2


mala

Hondu- 59,796 5 119,784 4 193,309 2 300,000 1


ras

Nica- 65,092 4 27,996 5 82,206 5 107,000 4


ragua

Fuente: FAOSTAT y cálculos propios del autor.

3. El caso del café en Honduras

Honduras es demostrativo de un proceso de expansión del café


centrado fundamentalmente en pequeños productores tradi-
cionales, provenientes de la siembra de granos básicos y de la
ganadería en pequeña escala, que se fueron incorporando a la
producción del café. Desde fines del siglo XIX la producción
de café existió en zonas del occidente del país, pero era una
producción bastante limitada. A lo largo de las últimas déca-
das, la proporción de cafetaleros fue creciendo, registrándose
alrededor de 30% del total de productores del país con alguna
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 177

actividad cafetalera (ver tabla 2). Se trata de la proporción más


elevada de la región, superior a la de Guatemala, Nicaragua o
El Salvador.
No existen datos posteriores a 1993 del número total de
productores, ya que no hay ningún censo agropecuario recien-
te. Una visión aproximada, que combina datos de productores a
partir del Censo de Población de 2014, con un total aproximado
de 396.000 agricultores (sumando trabajadores por cuenta pro-
pia y empleadores agropecuarios) y cafetaleros registrados, nos
arroja una proporción de 28% de cafetaleros dentro del total de
agricultores, cercana a la estimación de los años noventa.6
En la tabla 2 puede verse el fuerte crecimiento del número
de productores entre los años setenta y la actualidad, también
que el área cultivada se multiplica prácticamente por tres, entre
1974 y 2011.

Tabla 2. Evolución del número de productores de café en Honduras


(1965-2011)

Años Número de Porcentaje Área de Área por


cafetaleros del total de café (ha en productor
productores miles)

1965 49.806 27,9 81 1,6

1974 48.715 24,9 108 2,2

1993 95.238 30,0 151 1,6

2011-14 112.055 28,3 328 2,9

Fuente: censos agropecuarios 1965 a 1993, tomado de INE (Honduras);


2011, tomado de IHCAFE, áreas en producción tomadas de FAOSTAT.

6 DatosdelINE,CensodePoblaciónde2001ydeIHCAFEpara2011.
178 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

3.1. Movilidad geográfica de productores cafetaleros


Una de las interrogantes centrales es tratar de entender las
causas del fuerte dinamismo de productores y áreas en café
en un país con un fuerte peso del minifundio y el latifundio.
En 1993, cuando se levantó el último censo agropecuario,
las explotaciones de menos de 10 hectáreas de extensión
total representaban el 71% de todas las explotaciones y
sumaban solo el 15% de la superficie en fincas.7 Y precisa-
mente las fincas con café que tenían en 1993 una extensión
total inferior a 7 hectáreas sumaban el 44% de la superficie
de café de ese año. Si a este segmento se le suman las fincas
con una extensión total de hasta 35 hectáreas, se totalizaban
alrededor del 80% de toda la superficie de café reportada
por el Censo de 1993 (Baumeister et al., 1996).
En ese estrecho marco de acceso a la tierra, una de las
estrategias de los agricultores que se transformaron en par-
te en cafetaleros fue buscar tierras aptas para el café en luga-
res distintos de los que residían habitualmente, ya sea rea-
lizando cambios de departamentos, de municipios dentro
de un mismo departamento o cambios de comunidad aun
dentro de los mismos municipios de residencia habitual.8
Para esto se cuenta con datos de una encuesta levantada
en 1985, en el período de auge de la producción cafetalera
en zonas de dos departamentos muy representativos de la
producción de café como son Santa Bárbara y Comayagua,
que juntos representan en la actualidad cerca del 30% del
área total de café del país.

7 Disponible en https://bit.ly/2ClU1i7.
8 Cabe recordar que el área de café se triplicó entre 1974 y 2011, pasando de
108.000 hectáreas a 328.000, sin que existiera entre esos años ningún proce-
so de reforma agraria a favor de pequeños productores (véase cuadro 2). En
otras palabras, es producto de un cambio en el uso del suelo, tanto de anti-
guas áreas de granos básicos como de áreas de monte y bosques que fueron
transformadas en cafetales.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 179

Tabla 3. Movilidad geográfica de productores de los departamentos


de Santa Bárbara y Comayagua, hacia 1985

Área fincas Productores Edad actual Tiempo vivir Porcentaje de


(mzs) (1) Comayagua y promedio comunidad migrantes (5)
Santa Bárbara productores actual (años)
(2) (3) (4)

0a2 293 36 18 50,0

2a5 250 47 26 44,7

5 a 10 210 48 26 45,8

10 a 20 163 49 35 28,6

20 a 50 139 49 35 28,6

50 y más 66 53 31 41,5

Total 1.121 45 27 41,0

Fuente: Seligson, M. y Nesman, E. (1989) y cálculos propios del autor.

(1) Tamaño de las fincas de productores agropecuarios expresadas en


manzanas.
(2) Productores de la muestra en 1985 de los departamentos de Santa
Bárbara y Comayagua.
(3) Edad promedio de los productores por estrato.
(4) Años de vivir en la comunidad actual de los productores por estrato.
(5) Proporción de productores que cambió de comunidad .

Los datos desagregados por tamaño de las fincas per-


miten afirmar que la proporción de productores que vive en
una comunidad distinta a la de anterior residencia es mayor
entre los pequeños productores menores de diez manzanas
de extensión total, indicio de su búsqueda de áreas de tierra
para cultivar café (ver tabla 3).

3.2. El caso de la zona de Marcala, en el departamento


de La Paz
En la parte occidental de Honduras se ha desarrollado en
varios municipios, encabezados por el municipio de Mar-
cala, pero comprendiendo varios vecinos, una experiencia
180 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

de certificar una denominación de origen de café. Es la


primera que se realiza en Honduras y que ha contado con
la cooperación de España. En el marco de estos munici-
pios de muy elevada densidad poblacional, existe un amplio
sector de pequeños productores, en la tabla 4 se presentan
algunos datos que conectan con migraciones internas y con
remesas del exterior.
En el municipio de Marcala, el 19% de los productores
cafetaleros registrados por el Instituto Hondureño del Café
(IHCAFE) nacieron en otro municipio del mismo departa-
mento o en otro departamento del país.
A su vez, el 24% de los hogares del municipio reciben
remesas del exterior, muy por encima de la media nacional;
para el conjunto de los municipios se establece que el 26%
de los productores cafetaleros actuales viven en un munici-
pio o en un departamento diferente del que nacieron, y que
el 20% de los hogares recibe remesas del exterior. Ambas
variables estarían indicando estos vínculos con movilidades
geográficas internas o externas de familias vinculadas a la
actividad cafetalera en Honduras.9

9 Un caso muy interesante en el departamento de Comayagua, Honduras, se


encuentra en la familia Velásquez (véase https://bit.ly/2FupToX). El señor
Manuel Velásquez, actualmente con más de 70 años, un mediano productor
dedicado anteriormente a la ganadería, se trasladó desde tierras más bajas
del valle de Comayagua a una zona más elevada, donde comenzó la activi-
dad cafetalera. Uno de sus hijos, Guillermo, fue becado para estudios de
maestría en los Estados Unidos y posteriormente se quedó allí. En 2001,
cuando bajaron los precios del café, se inició, al comienzo de manera casual,
el transporte de café de la finca de Comayagua a los Estados Unidos, como
café oro, y se procedió a tostarlo y empacarlo en Estados Unidos, así se creó
una marca con el nombre de la familia. Eso permitió, paulatinamente, pagar
precios al café de la finca muy superiores a los percibidos en Honduras, dado
que el precio mayorista en Estados Unidos es muy superior al percibido en
Honduras. De manera paralela, los miembros de la familia en Comayagua
han desarrollado un proyecto de turismo rural que busca atraer también a
personas de Estados Unidos; la familia cuenta con una página web donde
promociona el café para su consumo en Estados Unidos y las posibilidades
de que en la finca se desarrolle el turismo rural.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 181

Tabla 4. Honduras, zona de influencia de la denominación de origen


del café Marcala, 2008-2012

Municipios Departa- Productores Migrantes Porcentaje Porcentaje


mento cafetaleros internos (2) migrantes de hogares
(1) internos (3) con
remesas
del
exterior (4)

Marcala La Paz 1.235 235 19,0 24

Chinacla La Paz 405 150 37,0 30

San José La Paz 685 243 35,5 3

Santiago La Paz 1.207 174 14,4 13


Puringla

Cabañas La Paz 130 52 40,0 12

Siguate- Comayagua 1.210 456 37,7 40


peque

Jesús de Intibucá 1.166 276 23,7 10


Otoro

TOTAL 6.038 1.586 26,3 20

Fuente: (1) IHCAFE, 2012; (2) productores donde el departamento o el


municipio de nacimiento no coincide donde producen en la actualidad;
(3) porcentaje de productores cafetaleros que son migrantes internos; (4)
diagnóstico de línea de base de la denominación de Origen Marcala (2008)
y FPCAL 2 para 2012.

4. Guatemala: cambios en el café y vínculos


con migraciones internas y externas

Es importante analizar los cambios cafetaleros de Gua-


temala porque muestran cómo pueden darse modificacio-
nes estructurales que, aunque parciales,10 pueden variar los

10 Con parciales se quiere indicar que si bien los pequeños productores se


incorporan a la producción del café, sin embargo, tienen un control limitado
de la cadena nacional del producto, ya que venden una parte importante del
182 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

niveles de ingreso de pequeños productores y crear ciertas


condiciones de capitalización de sus fincas, a partir de la
convergencia de varias dimensiones sociales y económicas
que actúan sin coordinación y particularmente sin mediar
políticas públicas explícitas significativas favorables a esos
cambios.11
Guatemala ha sido el lugar más típicamente ubicable
dentro del molde del dualismo estructural llamado también
dualismo institucional en la agricultura, en el sentido de
que los grandes terratenientes se apropiaron de la tierra
para los productos de agro-exportación, y el grueso de la
población campesina e indígena ha tenido un acceso muy
limitado a la tierra y necesitó trabajar en las fincas de los
grandes productores.
Históricamente esto pasó por varias modalidades: des-
de el trabajo forzado en el período colonial, el colonato,
basado en la sesión de una pequeña parcela de tierra dentro
de la gran propiedad a cambio de trabajar en el área
patronal, hasta las modalidades constituidas más recientes,
mayoritariamente por trabajadores asalariados temporales
totalmente ajenos a la finca patronal que realizan las tareas
permanentes de los cultivos o se incorporan en los momen-
tos de mayor demanda durante las cosechas.
En el caso particular de Guatemala y alrededor del
cultivo del café, se desarrollaron dos modalidades de colo-
nato: uno dentro de la propia finca, y otro en las llamadas
“fincas de mozos”, que se ubicaban en zonas no cafetaleras

café en “cereza” o en “pergamino”, sin completar el ciclo que termina con


café “oro” o “verde”, preparado para la exportación. Los pequeños producto-
res organizados y las cooperativas controlan solo el 15% de las exportacio-
nes del café, que sigue concentrada en grandes empresas, en buena medida
empresas trasnacionales (Muñoz, 2010).
11 ANACAFE, la gremial cafetalera, ha promovido los cafés de altura porque
tienen mejores precios que los convencionales, pero sin promover de mane-
ra explícita a los pequeños productores (Fischer y Victor, 2014), Aunque los
vínculos con cooperativas y bancos, como el BANRURAL, institución ante-
riormente exclusivamente estatal, han fortalecido a algunos sectores de
pequeños y medianos cafetaleros.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 183

donde se cedían tierras a colonos y se hacían adelantos en


dinero, con el objetivo de que estos trabajadores se incor-
poraran durante la cosecha a las labores de la finca pro-
piamente cafetalera.
La actividad cafetalera reflejaba esa estructura en el
sentido de que pocas, pero muy grandes fincas ubicadas en
la llamada Boca Costa (la franja de Sierra que se extiende
de forma paralela a la Costa Pacífica de Guatemala entre
la frontera con México y la frontera con El Salvador) con-
trolaban el grueso de la producción del café desde fines
del siglo XIX (Mcreery, 1983). Para 1979 se puede estimar
que el 75% del área de café estaba en fincas de más de 64
manzanas de extensión.12
La relevancia del caso de Guatemala es aún más signi-
ficativa que el de Honduras, porque en Guatemala se parte
de una estructura cafetalera fuertemente concentrada en
la producción del café, su procesamiento agroindustrial y
su comercialización; mientras que en el caso hondureño,
donde también se observa un avance importante de los
pequeños y medianos productores, esto se da en el marco
de una actividad cafetalera que nunca estuvo dominada por
grandes fincas. Se trata de la convergencia de dos proce-
sos básicos: i) cambios en los pesos regionales dentro de
Guatemala, con más presencia de zonas anteriormente más
marginales; ii) y cambios en la importancia de los distintos
estratos de productores, con más presencia de pequeños
productores.
Estos procesos tienen, a su vez, vínculos con cambios
en el uso del suelo por parte de distintos estratos de agri-
cultores, y la existencia de otras fuentes de ingresos para los
pequeños agricultores, en parte motivadas por su reducción
en el acceso a la tierra, donde se incluye también el rol
de remesas familiares producto de migraciones internas e
internacionales. Y todo esto no puede desvincularse de cier-
tas peculiaridades del café, que han agilizado estos cambios.

12 Cálculos propios del autor, basados en el Censo Agropecuario de 1979.


184 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

En su intervención en el Congreso Nacional del Café


2012, organizado por ANACFÉ, John Mellor (2012) resu-
me la magnitud e implicaciones de estos recientes cambios
guatemaltecos, señalando que

en el pasado las plantaciones de café estaban en partes más


bajas, en grandes extensiones, y eran grandes productores los
que gastaban sus ingresos incrementales en viajes o vehícu-
los. Los pequeños productores sí gastan sus ingresos en las
comunidades porque viven allí y requieren servicios de plo-
meros, conductores de buses, mecánicos y otros con los que
se dinamiza la economía local y generan empleo para perso-
nas que no tienen tierra.

En términos de actores involucrados y procesos de


cambio desarrollados, podemos distinguir (sin establecer
una causalidad jerárquica) en primer lugar, los cambios en
el mercado del café con la aparición de nuevas demandas
hacia cafés con sabores que se logran en producciones de
mayor altura que en el pasado.
En segundo lugar, pequeños y medianos productores
anteriormente marginales, que pasan a dedicarse al café
y disminuyen en parte la producción de los rubros de
subsistencia (maíz y frijol).13 Sin embargo, la apropiación
de ingresos adicionales por las calidades de los cafés más
demandados por el mercado internacional no necesaria-
mente llegará a los pequeños productores que siguen ven-
diendo su café en cereza o en pergamino. Un grupo de
cooperativas y asociaciones logra captar parte de esos mejo-
res precios, derivados de la calidad del café; sin embar-
go, se estima que el 85% del café es exportado por los

13 Entre 1950 y 1979, siguiendo a los censos agropecuarios, la parcela prome-


dio de maíz osciló entre 1,9 y 2,1 manzanas por finca de maíz; en 2003 había
descendido a 1,3 manzanas por finca; y obviamente este es el promedio de
todo el país y de todas las fincas. Entre los campesinos del Altiplano, estas
cifras han sido siempre inferiores.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 185

grandes exportadores y dentro del 15% restante se ubi-


can algunas cooperativas o formas similares de asociación
(Muñoz, 2010).

4.1 Ampliación del número de pequeños productores


La condición básica de estos productores es tener control
seguro sobre la tierra donde cultivan estas pequeñas par-
celas de café, porque este rubro es un cultivo permanente
que requiere de más de 3 años de maduración desde que se
preparan los almácigos de la planta hasta que se espera que
la mata pueda dar frutos que se puedan vender. Estas tierras
controladas por los pequeños productores tienen que estar
a alturas cercanas a los 1.400 metros, además de la necesi-
dad de otras condiciones de clima (lluvias y temperaturas)
y calidad de los suelos.
Son pequeños productores, incluyendo tanto indígenas
como ladinos mayoritariamente varones, ubicados en tie-
rras altas, que en sus historias personales y de sus familias se
han desempeñado como trabajadores, sobre todo tempora-
les, en el café, lo que garantizó cierto conocimiento mínimo
para emprender el cultivo de manera independiente.
Este avance numérico se está realizando desde hace
décadas, por lo menos desde los años sesenta del siglo pasa-
do, pero su peso productivo se ha observado más reciente-
mente debido a la reducción paralela de un estrato impor-
tante de grandes productores en zonas más bajas de la Boca
Costa. Reducción que se explica por sucesivas crisis del
café ante la caída de precios o ataques de roya, así como
por dificultades para administrar las fincas en un contexto
de guerra interna, particularmente en los años setenta y
ochenta del siglo pasado, cuando algunas fracciones de la
186 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

guerrilla tuvieron alguna incidencia sobre fincas cafetaleras,


principalmente en la zona conocida como la Costa Cuca, en
zonas cafetaleras del departamento de Quetzaltenango.14

Tabla 5. Indicadores seleccionados sobre la producción del café


en Guatemala (1950-2015)

Productores Áreade café Rendimiento % Porcentaje


Año cafetaleros (mzs) por Pequeños cafetaleros
manzana productores Total de
quintales/ productores
mz

1950 31.111 211.028 5,2 5,5 9

1964 65.491 292.404 6,2 Nd 16

1979 97.679 355.634 7,7 16,5 18

2003 171.334 362.194 9,9 37,7 21

2012-15 Nd 361.712 Nd +50% Nd

Fuente: censos agropecuarios y FAOSTAT. La estimación del peso de


pequeños productores se basa en el peso en producción de las fincas
cuya extensión total es inferior a 64 manzanas (45 hectáreas) que pueden
encuadrarse como agricultores familiares; el estrato superior de los agri-
cultores con menos de 64 manzanas; por ejemplo, el segmento que se
extiende entre 32 y 64 manzanas de extensión total tiene una media de 9,8
manzanas de café, y esta media es inferior en el estrato inferior a las 32
manzanas de extensión total. La proporción de pequeños productores en
2015 es un cálculo basado en entrevistas realizadas entre julio y agosto de
2016 con informantes calificados muy vinculados a la actividad cafetalera
que prefirieron el anonimato.

14 “En la década de 1970 y principios de los ochenta, hubo […] lucha sindical en
algunas fincas al igual que procesos de lucha armada insurgente y de contra-
insurgencia aguda” (Ordoñez, Loras, Ochoa, Loarca & Reyes, 2007, p. 155).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 187

4.2. Cambios en la demanda internacional del café


y de los tipos de café producidos por Guatemala
Los cambios en la demanda internacional han hecho
valorar más los cafés de altura, que en parte se producen
en zonas de pequeños productores que se benefician
parcialmente de los mayores precios de estos cafés, aun-
que esto es relativo porque buena parte de la produc-
ción sigue vendiéndose en café cereza. En 1978-1979
el 30% del café exportado por Guatemala correspondía
al tipo estrictamente duro, propio de las zonas más
altas; y para 2014-2015, se estima que representa el 81%
del café exportado;15 descendiendo de manera marcada
las categorías prima y extra prima, que provienen de
alturas más bajas.16

4.3. Cambios en el peso de las regiones cafetaleras


En el momento final del período clásicamente expor-
tador (1978), las regiones que abarcan geográficamente
el área montañosa que se extiende como parte de la
cadena de volcanes que recorren Guatemala de forma
paralela al Océano Pacífico, entre los límites con El Sal-
vador hasta la frontera con México, principalmente los
departamentos de San Marcos, Quetzaltenango, Suchi-
tepéquez, Guatemala y Santa Rosa, sumaban cerca del
87% de la producción del país. Para años más recientes
su peso ha disminuido al 68% de la producción del país,
pero con marcadas reducciones de zonas clásicas como
San Marcos, Quetzaltenango, Suchitepequez y Escuintla,
compensadas por el crecimiento de Santa Rosa, Jalapa
y Jutiapa; estos dos últimos departamentos, más típica-
mente de pequeños productores, pasaron de representar

15 Para 1986-1987, tomado de USAID, Evaluación del Café de Guatemala


1988, y para 2014-2015, estimado con datos de ANACAFE.
16 Basado en https://bit.ly/2VSsBcF.
188 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

en 1979 el 1,8% de la superficie nacional de café, al 5%


del total nacional en 2003, según datos de los censos
agropecuarios de ambos años.
A partir de los años ochenta se observan algunos
cambios importantes. En primer lugar, y de mayor
envergadura, fuertes oscilaciones de los precios del café
en todas las décadas posteriores a 1980 hasta el presen-
te; en segundo lugar, también los constantes ataques de
roya que han disminuido marcadamente la producción,
obligando en algunos casos al abandono de la actividad,
o en otros a renovar cafetales e invertir en grandes can-
tidades de fungicidas para combatir la enfermedad.
Un tercer factor, sumamente relevante, pasa por el
cambio del tipo de calidades de café producidas, lo cual
está directamente relacionado con la altura de siembra.
La demanda por las calidades de café estrictamente
duras, que se cultivan por encima de los 1.300 metros
sobre el nivel del mar, se ha incrementado en las últimas
décadas por cambios en las preferencias de consumido-
res en los países del norte.
Estos problemas, sumados a los problemas de segu-
ridad, han hecho que un segmento de las medianas y
grandes explotaciones de las regiones más tradicionales
se diversifiquen hacia otros rubros, con la consiguiente
disminución de su producción de café, hacia rubros
como hule, palma africana, cítricos.17

17 Para los cambios en las preferencias de los consumidores de ingresos


medios y altos de países del norte puede verse Roseberry (1996).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 189

Tabla 6. Distribución de la producción de café por regiones (1978-2010)


en porcentajes

Regiones 1978 2010

I. Quetzaltenango, San Marcos 34,5 8,5

II. Suchitepéquez, Retalhuleu, Sololá 17,4 9,7

III. Guatemala, Sacatepéquez, Chimaltenango, 19,5 18,9


Escuintla, Progreso

IV. Santa Rosa, Jalapa, Jutiapa 15,5 30,9

V. Huehuetenango, Quiché 5,7 15,6

VI. Alta y Baja Verapaz 6,3 4,1

VII. Zacapa, Chiquimula 1,1 12,2

TOTAL 100,0 100,0

Fuentes: 1978, tomado de Guerra Borges, p. 270; 2010, en Gobierno


de Guatemala, Análisis de la situación de la caficultura, impactos de la
roya y variaciones de precios de mercado (2013). Ambas fuentes basa-
das en ANACAFE.

Disminuye, en consecuencia, el peso de algunas zonas


tradicionales del occidente, y se observa un incremento de
zonas de mayor altura, principalmente de Huehuetenango,
y un fuerte crecimiento de zonas del oriente, particular-
mente de Zacapa y Chiquimula.
En síntesis, se dan cambios importantes en las bases
geográficas del café con menor peso de zonas tradicionales
y la emergencia de nuevas zonas de cultivo.

4.4. Procesos regionales dentro de Guatemala


En la actualidad, la producción de café de Huehuetenango
representa cerca del 13% de la producción del país, de modo
que ocupa el segundo lugar en términos del número de
190 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

productores. En décadas pasadas su peso fue menor, para


1986-1987 se estimaba que generaba el 7% de la producción
del país (USAID, 1988).
Entre los municipios importantes en la actividad cafe-
talera de pequeños productores se encuentran San Pedro
Necta, La Libertad y La Democracia, todos del departamen-
to de Huehuetenango, con una alta proporción de pequeños
cafetaleros que coexisten con un sector de medianos y gran-
des productores. En estos tres municipios hay fincas comer-
ciales conectadas a actividades turísticas que han ganado
muchas veces los mejores premios en la Taza de Excelencia
organizadas anualmente ANACAFE, y que generan poste-
riormente la subasta de cantidades reducidas de esos cafés
ganadores, que son compradas por empresas internaciona-
les para nichos de mercados exclusivos.18
En la tabla 7 puede apreciarse que las actividades cafe-
taleras están muy extendidas en los departamentos que pre-
sentan más dinamismo. Huehuetenango tiene un 33,6% de
sus fincas con alguna dedicación al café, algo similar ocu-
rre en Santa Rosa, Zacapa y Chiquimula; mientras que en
los clásicos departamentos de San Marcos, Quetzaltenango,
Suchitepéquez y el departamento de Guatemala, las propor-
ciones son mucho más bajas.
Es decir, en los departamentos con más dinamismo
en el incremento de la producción (Huehuetenango, Santa
Rosa, Zacapa y Chiquimula) se observa una mayor gene-
ralización de la actividad cafetalera entre las fincas allí
existentes. Para 1986-1987, los departamentos de Zacapa y
Chiquimula generaban alrededor del 2% del café de Guate-
mala (USAID, 1988); a comienzos de los años 2000, según
el Censo de 2003, representaban el 5,8% de la producción
nacional; mientras que para períodos aún más recientes,
suman cerca del 15% de la producción del país, indicios

18 La finca El Injerto, del municipio de La Libertad, ha ganado muchas veces el


primer lugar en la Taza de Excelencia de ANACAFE; es una finca con alre-
dedor de 300 manzanas de café (Villalobos, 2013).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 191

de su fuerte crecimiento relativo.19 Lo contrario ocurre en


los departamentos que presentan una retracción en su peso
productivo cafetalero (típicamente, San Marcos, Quetzalte-
nango, Suchitepéquez y Guatemala).

Tabla 7. Guatemala, distribución de fincas y volumen de producción


(1979-2003)

Departa- % Fincas con % Volumen producción dif.


mento café (2003) % 2003-1979
(1979) (2003)

San Marcos 18,5 24,0 15,7 -8,3

Quetzal- 6,2 10,0 6,6 -3,4


tenango

Suchite- 16,6 10,5 9,4 -1,0


péquez

Guatemala 14,7 5,9 5,6 -0,3

Santa Rosa 46,5 13,8 14,8 1,0

Chiquimula 26,7 0,2 3,1 2,9

Zacapa 31,9 1,1 2,7 1,6

Huehue- 33,6 2,5 8,4 6,0


tenango

País 20,6 100 100 0,0

Fuente: Censos Agropecuarios 1979 y 2003.

19 Son estimaciones que surgen de estadísticas de ANACAFE y del MAGA; en


2003 el Censo Agropecuario sumó 18.400 manzanas, y para la actualidad
ANACAFE estima cerca de 25.000 manzanas; pero ANACAFE calcula para
el café de estos dos departamentos un rendimiento más elevado que la
media nacional, bajo el argumento de que son cafetales más recientes, según
puede verse en https://bit.ly/2FzoUmu, consultado el 25 de julio de 2014.
192 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

4.5. Migración y remesas


Los datos disponibles muestran la confluencia de dinamis-
mo en la producción de café en los municipios de Huehue-
tenango, Zacapa y Chiquimula con lugares donde también
se observa una alta proporción de fincas con actividad cafe-
talera y presencia significativa de hogares con remesas. Esto
sugiere que las remesas ─incluyendo los ingresos por el
trabajo temporal en México─, como parte de los ingresos
de las familias productoras, han contribuido al fortaleci-
miento de la actividad cafetalera en pequeña escala en estos
municipios.

Tabla 8. Municipios de Huehuetenango, Zacapa y Chiquimula

Municipios Departamentos Porcentaje Porcentaje pro-


hogares remesas ductores con café
(2003)

La Libertad Huehuetenango 33* 69,2

La Democracia Huehuetenango 60* 77,2

San Pedro Necta Huehuetenango ND 87,1

La Unión Zacapa Alto* 76,8

Esquipulas Chiquimula Alto* 56,1

Fuente: hogares con remesas, tomado de los PDM de SEGEPLAN, son


datos de 2008. La imagen de remesas en La Unión y Zacapa, tomada
también de los PDM de SEGEPLAN. Porcentaje productores con café,
basado en el Censo 2003.

5. Consideraciones finales

La evidencia presentada para los casos de Honduras y


Guatemala sugiere que el dinamismo productivo de algu-
nas regiones, y particularmente de estratos de pequeños
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 193

y medianos productores de café, se vincula con procesos


de migraciones internas o externas que han posibilitado la
obtención de tierras o la generación de recursos adicio-
nales para fortalecer las capacidades productivas por parte
de productores tradicionalmente sembradores de granos
básicos, que mejoran algo sus ingresos y crean algún grado
de capitalización en pequeña escala con la expansión de
parcelas de café.20
Estas dinámicas hay que verlas como logros parciales
en los procesos de fortalecimiento de pequeños producto-
res, en este caso, mediante diferentes tipos de migraciones
en búsqueda de tierras y recursos monetarios adicionales.
Son parciales porque en la mayoría de los casos los pro-
ductores no tienen control de la cadena de valor, ni dentro
del país productor y mucho menos en el mercado inter-
nacional.
Observar estas dinámicas permite también tener una
mirada diferente sobre las consecuencias de las migracio-
nes de poblaciones rurales, muchas veces vistas como un
fenómeno negativo que se vincularía a las situaciones de
extrema vulnerabilidad que atraviesan muchos segmentos
rurales. Sin embargo, esa otra cara de las migraciones pue-
de considerarse como “positiva” en la medida en que logra
mejorar, aunque sea parcialmente, las condiciones de los
hogares y de las comunidades de origen.
Las migraciones también hay que verlas como instru-
mentos de acceso a otros mercados que los vínculos de los
migrantes pueden alcanzar, tanto en los mercados inter-
nos como regionales o en países más lejanos. En definitiva,
generalmente la forma de obtener mejores resultados eco-
nómicos es acercarse lo más que se pueda al consumidor
final del producto generado localmente.

20 Es significativo que una muestra de productores en pequeña escala de café


realizada recientemente en Guatemala indica que se autodefinen como cafe-
taleros solo el 24,4% de los cafetaleros entrevistados; el 51,2% se autodefinió
como agricultor, y como empresario solo el 6,1% (Fischer & Victor, 2014).
194 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Pensar que las rutas migratorias de personas hacia paí-


ses del norte pueda ser una ruta de salida de mercancías
que conecten comunidades de origen con residentes de esas
comunidades en otros países puede ser uno de los grandes
desafíos para potenciar productos como el café; solo pensar
el diferencial de precios entre el productor de base y los
precios del café en los supermercados o cafeterías de países
del norte da lugar a ese amplio espacio de intermediación.
En este trabajo se ha insistido en el peso de algunas
variables estructurales en la emergencia de pequeños cafe-
taleros en Guatemala y Honduras. Se sostiene el rol que
pueden haber jugado los procesos migratorios rurales den-
tro de los países, las posibilidades de ocupar tierras que
anteriormente no habían atraído la atención de medianos y
grandes productores, o los cambios en las preferencias de
los consumidores de los países del norte.
La emergencia de estos estratos de cafetaleros tiene que
ver, en buena medida, con dos factores, por un lado, con
el desplazamiento de productores de tierras intermedias
o más bajas, por el avance de rubros como la ganadería,
algodón o caña de azúcar, lo que los forzó a ubicarse en
tierras más altas que no eran buscadas por otros rubros. A
eso se une la ampliación de las redes de comercialización,
en buena medida por la ampliación de las redes de caminos,
para que estos pequeños y medianos productores puedan
conectarse con intermediarios-compradores.
A lo anterior se suman, más recientemente, los cambios
de preferencia de los consumidores más atraídos por café
de calidad, generalmente provenientes de zonas muy altas,
más altas que la expansión anterior del café.
Hay dos elementos adicionales que han jugado también
un papel en estos procesos. En primer lugar, en el caso
de Guatemala proyectos como PROZACHI, en el oriente,
y CUCHUMATANES, en el departamento de Huehuete-
nango, apoyados por el Fondo Internacional de Desarro-
llo Agrícola (FIDA), implementados con el Ministerio de
Agricultura (MAGA) e iniciados a comienzos de los años
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 195

noventa del siglo pasado, contribuyeron a la organización


de productores que ya tenían alguna actividad cafetalera, lo
que dio lugar a la formación de cooperativas; a la mejora
de la información de los precios del café, lo cual permitió
una mejor negociación entre los compradores tradicionales
y los pequeños productores; y a apoyos a algunos proce-
sos de renovación de cafetales. Todo esto limitado a los
grupos específicos atendidos en las áreas de intervención
de los proyectos.
En el caso de Honduras el rol del IHCAFE, como
institución público-privada encargada de la ampliación de
los caminos, ayudó a resolver el aislamiento de muchas
zonas productoras y mejorar la organización local de los
productores.
Sin embargo, parecería que las variables demográficas
(expresadas a través de migraciones internas y externas),
espaciales (existencia de fronteras internas a las pequeñas
fincas y posibilidades de frontera agrícola, particularmente
en tierras altas), y los antecedentes laborales de los prota-
gonistas, en la propia actividad cafetalera, han jugado un
rol central en estas expansiones de pequeños y medianos
cafetaleros en Guatemala y Honduras, que se combinan con
cambios en la demanda con mayores preferencias por cafés
producidos a más altura.

Bibliografía

Baumeister, E.; Fernández, E. & Acuña, G. (2008), Estudio


sobre las migraciones regionales de los nicaragüenses, Gua-
temala, Editorial de Ciencias Sociales.
Baumeister, E. et al. (1996), El gro Hhondureño y su futuro,
Tegucigalpa, Editorial Guaymuras, p. 276.
Baumeister, E. (1994), El café en Honduras, en Pérez Brignoli,
H. & Samper, M. (ed.), Tierra, Café y Sociedad, FLAC-
SO, San José.
196 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Castillo, M.A. (1992), Migraciones laborales en la frontera


Sur: ¿Un fenómeno en proceso de cambio?, en Muñoz, H.
(comp.), Población y sociedad en México, 1ra. ed., Col.
Las Ciencias Sociales, Coordinación de Humanidades,
UNAM – Grupo Editorial Miguel Ángel Porrúa, Méxi-
co, junio, pp. 173-192.
Fischer, E. & Victor, B. (2014), “High-End Coffee and
Smallholding Growers in Guatemala”, Latin American
Research Review, vol. 49, N° 1., Latin American Studies
Association.
Instituto del Café de Costa Rica (Icafe) (s.f.), Costo de
la actividad cafetalera, San José. Disponible en línea:
https://bit.ly/2RrcSmg.
Mellor, J. (julio de 2012), “Rol del caficultor en el desarrollo
rural de Guatemala”, Congreso Nacional del Café, Con-
greso llevado a cabo por ANACAFE, Ciudad de Gua-
temala.
Mendoza, R. (2013), “El Café en tiempos de roya”, Revista
Envío, N° 372, Universidad Centroamericana, UCA,
Marzo, Managua.
Muñoz, C. (2010), Aproximación a la cadena de valor del café de
Guatemala, CIRAD, CATIE, ANACAFE, Guatemala.
Mc Creery, D. (1983), “Debt Servitude in Rural Guatemala
1876-1936”, Hispanic American Historical Review, vol. 63,
N° 4, pp. 735-759.
Ordoñez, C.; Loras, E.; Ochoa, M.; Loarca, H. & Reyes, I.
(2007), “Acceso a la tierra y organización socioproduc-
tiva. Estudio Comparado en la Boca Costa Quetzalteca,
Guatemala”, Cuadernos Geográficos Universidad de Gra-
nada, N° 41, pp. 149-172.
Paige, J. (1978), Agrarian Revolutions, Social Movements and
Export Agriculture in the Underdeveloped World, New
York, The Free Press.
Paige, J. (1998), Coffee and Power, Revolution and the Rise
of Democracy in Central America , Cambridge, Harvard
University Press.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 197

Roseberry, W. (1996), “The Rise of Yuppie Coffees and the


Reimagination of Class in the United States”, Ameri-
can Anthropologist, New Series, vol. 98, N° 4, diciembre,
pp. 762-775.
Seligson, M. & Nesman, E. (1989), Land Titling in Honduras:
An Impact study in the Comayagua región, Madison, Land
Tenure Center.
USAID (1988), Evaluación del café de Guatemala, Documento
de trabajo, Guatemala.
Villalobos, R. (1 de septiembre de 2013), “Arturo Aguirre:
Nuestro café es adictivo”, Prensa Libre. Disponible en
línea: https://bit.ly/2AOjFMw.
Segunda parte.
Seguridad alimentaria
La seguridad alimentaria
en la agenda del desarrollo

50 años de enfoques y prioridades diferenciados

MARGARITA FLORES

Resumen

En el último medio siglo se han producido, al menos, dos


crisis alimentarias globales. Por su repercusión, ambas con-
vocaron a múltiples actores a proponer estrategias de solu-
ción a los problemas de falta de abasto global y de ham-
bre en muchas regiones. Sin embargo, aún hoy millones de
personas no puedan ejercer su derecho a la alimentación,
cuando este último fue declarado un derecho humano hace
casi 70 años por Naciones Unidas.
La crisis alimentaria de la década de 1970 se manifestó
en una oferta global insuficiente para cubrir la demanda y
en este contexto la discusión internacional sobre seguridad
alimentaria se centró en la suficiencia y la estabilidad de la
disponibilidad global de alimentos. En la década de 1980,
más que la oferta, el problema se definió en términos de
quién y cómo tiene acceso a los alimentos. En 1990, más
allá del aporte calórico de los alimentos, se incluyó en la
discusión el consumo y utilización de los alimentos y su
aporte al estado nutricional de las personas. Finalmente,
con la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, la visión
sobre la seguridad alimentaria y nutricional adquiere un
renovado carácter de urgencia.

201
202 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

En el presente trabajo se pasa revista a varios de los


cambios anotados en la manera de plantear el problema de
la seguridad alimentaria, con el fin de identificar avances
logrados y desafíos pendientes. Algunos son globales, pero
en su mayoría son de aplicación nacional y para los indivi-
duos. Algunos cambios se produjeron en forma simultánea
y otros siguen un cierto orden cronológico, que no es lineal.

1. Introducción

En el último medio siglo se han producido, al menos, dos


crisis alimentarias globales. La primera, a principios de la
década de 1970, fue de relativa corta duración pero de gran
impacto; la segunda, a mediados de la década de 2000, fue
más prolongada y de mayor alcance. Por su repercusión,
ambas convocaron a múltiples actores a proponer estrate-
gias de solución a los problemas de falta de abasto global
y de hambre en muchas regiones. Los países desarrolla-
dos y algunas economías emergentes estructurados en foros
como el G-8 y el G-20, sobre todo en este siglo, llevaron
la dirección en los debates que se ampliaron a los países en
desarrollo, a organismos regionales e internacionales como
Naciones Unidas. A lo largo de los años, y más en periodos
de crisis, las recomendaciones y los compromisos de los
países en los foros globales se han definido a partir de la
visión, el análisis y compresión del problema y, por supues-
to, del peso económico y político que ejercen. En ambos
casos, se hizo evidente la relevancia y la dimensión del pro-
blema alimentario y la necesidad de repensar su lugar en la
agenda del desarrollo.
El significado de la seguridad alimentaria y lo que se
busca con ella ha cambiado sustancialmente en los últimos
50 años y no todos los actores coinciden con la interpreta-
ción que se le da (CFS, 2012). Puede decirse que la comu-
nidad internacional ha mantenido vigente la preocupación
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 203

manifestada desde la primera conferencia de las Naciones


Unidas para la Alimentación y la Agricultura celebrada en
plena Guerra Mundial,1 de liberar a las personas del ham-
bre, y a favor de aquellos que por ser pobres o porque
enfrentan alguna circunstancia adversa coyuntural (econó-
mica, política, de la naturaleza) no tienen acceso a los ali-
mentos. Todo ello para ser considerado en el marco de
las políticas nacionales y en el de la cooperación para el
desarrollo, si bien no con la intensidad y con las políticas
requeridas. De ahí que con todo ello y los avances notables,
todavía el 11% de la población mundial padezca hambre
(FAO, FIDA y PMA, 2015).
Resulta paradójico que millones de personas no puedan
ejercer su derecho a la alimentación, cuando este último
fue declarado un derecho humano hace casi 70 años (ONU,
1948) y cuando desde 1976, momento en que entró en vigor
el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales (PIDESC),2 la garantía de esos derechos se volvió
vinculante para los países que lo han ratificado. Por si no
fuera suficiente el compromiso, la Cumbre Mundial sobre
la Alimentación (1996) adoptó la resolución de llevarlo a la
práctica; casi dos décadas después y tras 2 años de traba-
jo, en 2004 el Comité de Seguridad Alimentaria Mundial
(CFS, por sus siglas en inglés), con sede en la FAO, apro-
bó las “directrices voluntarias en apoyo para la realización
progresiva del derecho a una alimentación adecuada en el

1 Conferencia convocada por el gobierno de los Estados Unidos y celebrada


en Hot Springs, Virginia, Estados Unidos, en 1943.
2 El PIDESC fue aprobado en 1966. Los Estados parte reconocen que debe-
rían adoptarse medidas para garantizar “el derecho fundamental de toda
persona a estar protegida contra el hambre” (artículo 11). A diferencia del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP), el PIDESC fue
ambiguo en cuanto a las responsabilidades del Estado, entre otras cuestio-
nes, por ser su aplicación progresiva y de acuerdo con los recursos disponi-
bles (Grote, 2011). El tema fue retomado por la Cumbre Mundial de la Ali-
mentación de 1996 convocada por la FAO.
204 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

contexto de la seguridad alimentaria nacional”.3 Es relativa-


mente reciente que ambos conceptos –derecho y seguridad
alimentaria– se entrelacen en términos de política econó-
mica y social, sobre todo en los Objetivos de Desarrollo
Sustentable (ODS) de la Agenda 2030.
Pueden identificarse cambios que reflejan percepciones
diferentes sobre lo que pone en riesgo la seguridad alimen-
taria, primero del mundo, luego de los países y, finalmente,
de los hogares y las personas, y lo que significa en térmi-
nos de decisiones sobre acuerdos globales y de políticas
alimentarias nacionales. Estudiosos del tema de la seguri-
dad alimentaria identifican un conjunto de cambios que
se han producido en la perspectiva desde la cual se define
la seguridad alimentaria.4 El primero es el cambio de la
visión que pasa de lo global y nacional a la consideración
de lo local, el hogar y los individuos; en segundo lugar, el
paso de la búsqueda de una oferta suficiente y estable –en
algunos casos la autosuficiencia alimentaria– al acceso a los
alimentos como principio básico de la seguridad alimenta-
ria. En este sentido, se acerca al objetivo del derecho a la
alimentación. El tercero es el paso de indicadores objeti-
vos a percepciones subjetivas para medir el cumplimiento
del objetivo buscado, lo que implica también reconocer la
diversidad de formas de sobrevivencia de las personas, sus
necesidades y respuestas ante la inseguridad alimentaria, así
como las intervenciones de las políticas públicas (Maxwell,
1996). Un cuarto tema es la mayor visibilidad del compo-
nente nutricional que, aunque implícito para muchos en
el concepto de seguridad alimentaria, fue destacado cada
vez con mayor insistencia para subrayar el hecho de que

3 El Consejo de la FAO y luego la Conferencia también las aprobaron. A la


fecha este derecho es reconocido explícitamente en las constituciones
nacionales de 30 países, 16 de ellos en América Latina y el Caribe. Disponi-
ble en https://bit.ly/2FxHs6y.
4 Algunos de estos temas han sido tratados en un trabajo de la autora titulado
“Seguridad alimentaria: un concepto multidimensional”, publicado en 2017
por el Instituto de Investigaciones Económicas de la UNAM, México.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 205

el acceso a una cantidad suficiente de alimentos –medida


en energía– no equivale a una alimentación sana y que hoy
día la malnutrición no es solo desnutrición sino también
sobrepeso y obesidad, con la epidemiología que los acom-
paña. La atención a la inocuidad de los alimentos forma
parte de este desarrollo. En quinto término está el reconoci-
miento del impacto del cambio climático en la inestabilidad
de la producción de alimentos y la imperiosa necesidad de
incorporar la sostenibilidad en la producción agropecuaria
y pesquera, así como en el consumo.
En el presente trabajo se pasa revista a varios de los
cambios anotados en la manera de plantear el problema de
la seguridad alimentaria, con el fin de identificar avances
logrados y desafíos pendientes. Algunos son globales, pero
en su mayoría son de aplicación nacional y para los indivi-
duos. Algunos cambios se produjeron en forma simultánea
y otros siguen un cierto orden cronológico, que no es lineal.
En ese propósito se intenta incorporar algunas de las
valiosas aportaciones de Alexander Schejtman al análisis del
tema. Desde la División Agrícola Conjunta CEPAL-FAO,
Schejtman colaboró con el gobierno de México en la imple-
mentación del Sistema Alimentario Mexicano y coordinó
un proyecto de colaboración con los países centroamerica-
nos, denominado Estilos de Desarrollo y Sistemas Alimen-
tarios en América Latina (PREDESAL), implementado entre
fines de la década de 1970 y principios de la de 1980. Ale-
jandro es uno de los analistas latinoamericanos que mejor
ha contribuido a la comprensión del tema de la seguri-
dad alimentaria, adelantando con sus estudios y propuestas
metodológicas variaciones en la concepción de la seguri-
dad alimentaria, agregando la visión sistémica, el pilar del
“acceso” a los alimentos y la diferencia entre lo coyuntural
y lo crónico, aspectos que luego fueron incorporados por la
FAO y por el Banco Mundial en la década de 1980. A ellos se
suma la reflexión sobre la heterogeneidad de los actores que
participan en la cadena agroalimentaria y la consecuente
necesidad de diseñar políticas diferenciadas.
206 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

2. Por una disponibilidad global suficiente y estable


de alimentos: la seguridad alimentaria en la década
de 1970

La producción mundial de alimentos creció de manera


acelerada en las décadas de 1950 y 1960, con problemas
de escasa producción focalizados en algunas regiones y en
algunos años, y con un aumento de las existencias en los
países exportadores. A principios de la década de 1970
sobrevino una crisis alimentaria que se manifestó en una
oferta global insuficiente para cubrir la demanda. Fue la
“crisis de la escasez”. En 1972 se produjeron de manera
simultánea condiciones climatológicas adversas en varias
regiones del mundo, de tal forma que sequías e inunda-
ciones redujeron las cosechas por primera vez en más de
20 años.5 Al disminuir la oferta doméstica en los países
afectados, incluidos grandes consumidores como la Unión
Soviética, la demanda en los mercados internacionales de
cereales superó a la oferta, se redujeron en forma alarman-
te las reservas y los precios subieron rápidamente. Para
agravar la situación, los precios del petróleo escalaron al
mismo tiempo, lo cual repercutió en mayores costos de
producción de los alimentos. Por primera vez después de
la Segunda Guerra Mundial se temió se produjesen escasez
de alimentos y hambre.
Desde finales de la Guerra se venía discutiendo en los
foros de las Naciones Unidas cómo combinar el control o la
eliminación de los excedentes recurrentes en los principales
países productores con la atención a la demanda de los paí-
ses deficitarios, los cuales por falta de recursos enfrentaban
situaciones de hambre, y la creación de reservas internacio-
nales diseñadas con diferentes funciones (de estabilización
de precios y de emergencia). La experiencia del efecto catas-
trófico del colapso de los precios agrícolas del periodo entre

5 En lugar de crecer 2%, la producción se contrajo 3% (FAO, citado por Shaw,


2007).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 207

las dos guerras mundiales en los productores apuntaba a la


búsqueda de estabilidad de los precios en los mercados. Los
debates hasta mediados de la década de 1950 no permitie-
ron llegar a acuerdos sustantivos, reflejo de los intereses de
los países económicamente más fuertes y políticamente con
mayor peso –la tónica general a lo largo de los años–. Una
de las conclusiones fue que el Consejo de la Organización
de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricul-
tura (FAO) debería enfocarse al seguimiento de la situación
alimentaria en el mundo.
Un hecho de la mayor relevancia en esa época fue
el inicio del uso de los excedentes como ayuda alimenta-
ria, evitando así recurrir a la contracción de la producción
(Shaw, 2007).6
De alguna manera, las buenas cosechas de los dos años
subsiguientes (1973 y 1974) atenuaron la presión del pro-
blema alimentario. Quedó evidente, sin embargo, que había
que encontrar acuerdos mínimos sobre cómo conseguir un
equilibrio entre oferta y demanda –con mayor riesgo de una
producción insuficiente– y cómo eliminar el surgimiento
de hambrunas.
La discusión sobre el “problema alimentario” fue abor-
dada en la Conferencia Mundial de la Alimentación de 1974
convocada con prontitud por las Naciones Unidas a solici-
tud de los países no alineados (el G-77) y por el gobierno
de los Estados Unidos. El debate giró en torno a tres temas
centrales: i) cómo prevenir la amenaza de hambrunas y
escasez de alimentos como resultado de fluctuaciones ines-
peradas de las cosechas del planeta; ii) cómo lograr la estabi-
lidad de los mercados internacionales, contener los precios
y asegurar el balance entre oferta y demanda; iii) finalmen-
te, la viabilidad de establecer una nueva autoridad mundial

6 En 1954 el gobierno de los Estados Unidos aprobó la famosa ley PL.480,


Agricultural Trade Development and Assistance Act of 1954, que dio el marco
legal que articula la política interna del país con su política externa a través
de la ayuda alimentaria. El programa ha estado presente durante varias
décadas en América Latina y el Caribe y en otros países del mundo.
208 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

que diera seguimiento al problema alimentario, movilizara


recursos para el desarrollo agrícola, desarrollara un siste-
ma de información mundial sobre alimentación y de alerta
temprana y administrara la reserva mundial.
Es decir, el tema era la estabilidad de la disponibilidad
global. Por supuesto, la Declaración Final de la Conferencia
Mundial de la Alimentación (1974) proclama que

Todos los hombres, mujeres y niños tienen el derecho inalie-


nable a no padecer de hambre y malnutrición a fin de poder
desarrollarse plenamente y conservar sus facultades físicas
y mentales […] Y que es responsabilidad de los gobiernos
de trabajar coordinadamente para aumentar la producción
y para tener una distribución de alimentos más equitativa
y eficiente entre países y en cada uno de ellos (Conferencia
Mundial de la Alimentación, 1974).

El tema del hambre quedó en el ámbito de los progra-


mas y políticas nacionales y de la ayuda. La necesidad de
la cooperación fue reconocida con la creación del Fondo
Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) para financiar
proyectos agrícolas. Se aprobó la creación del Comité de
Seguridad Alimentaria Mundial (CFS) en el seno de la FAO
como foro de las Naciones Unidas para examinar en forma
continua la información sobre oferta, demanda y reserva
de alimentos básicos; evaluar periódicamente la adecua-
ción de las reservas actuales y sus proyecciones en países
exportadores e importadores y dar seguimiento a las polí-
ticas en seguridad alimentaria.7 Se estuvo de acuerdo en la
creación del sistema de información y de alerta temprana

7 La Conferencia también aprobó la creación del Consejo Alimentario Mun-


dial a nivel ministerial como órgano subsidiario de la Asamblea General de
las Naciones Unidas, a la que reportaba por vía del Consejo Económico y
Social. Se le asignó un papel de liderazgo en el tema alimentario que a la
postre resultó imposible de cumplir, con más de 30 instituciones internacio-
nales involucradas en el tema. Terminó sus funciones en 1993, las cuales
fueron redistribuidas entre la FAO y el Programa Mundial de Alimentos
(PMA).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 209

sobre alimentos y agricultura y en promover la formación


de una reserva de 10 millones de toneladas de cereales. Des-
de entonces, los países en desarrollo reclamaron su dere-
cho a la soberanía alimentaria (Flores, 1975). Para algunos
países la autosuficiencia alimentaria se volvió un objetivo
de política nacional.
La figura 1 describe el abordaje de la seguridad ali-
mentaria en la década de 1970. Refleja la afirmación de la
citada Declaración Final:

El bienestar de los pueblos del mundo depende ampliamente


de la producción y distribución adecuada de alimentos, así
como del establecimiento de un sistema de seguridad alimen-
taria mundial que asegure la disponibilidad adecuada, a pre-
cios razonables de alimentos, todo el tiempo, independien-
temente de fluctuaciones periódicas y desastres provocados
por el clima, y libre de presiones políticas y económicas, y
por lo tanto, debería facilitar entre otras cosas, el proceso de
desarrollo de los países en desarrollo (Conferencia Mundial
de la Alimentación, 1974).

Figura 1. Marco conceptual de la seguridad alimentaria de 1970


por una disponibilidad global de alimentos

Fuente: elaboración propia.


210 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Para aumentar la disponibilidad global, había que


fomentar la producción en los países en desarrollo; para
mantener la estabilidad en los mercados era indispensable
prever probables cambios en las cosechas y desarrollar, por
parte de los países exportadores, un programa de uso de
excedentes que incluía ayuda alimentaria de largo plazo y
la creación de una reserva mundial. El monto de la reserva
–con una asignación para emergencias– fue un compro-
miso, pero no su administración global, ya que significa-
ba una cesión de soberanía imposible de aceptar por las
grandes potencias.

3. El acceso a los alimentos: el tercer pilar


de la seguridad alimentaria en la década de 1980

En un mundo que empezaba a urbanizarse de manera acele-


rada, la producción de alimentos para abastecer al creciente
número de consumidores urbanos se convirtió en un tema
crítico. El equilibrio entre oferta y demanda globales siguió
siendo una preocupación constante, al igual que la atención
a emergencias por hambre; sin embargo, el panorama en los
años ochenta era muy diferente a la década previa. De la
escasez se pasó de nuevo a la sobreoferta y a la caída real de
los precios de los productos básicos. El lado positivo es que
se logró tomar conciencia de que una oferta suficiente no
basta para asegurar a la población sin poder adquisitivo el
acceso a los alimentos.
La contribución de Amartya Sen a principios de la
década de los ochenta fue decisiva para este fin. Sen for-
muló una visión diferente del problema alimentario a partir
del análisis de la evidencia de la coexistencia de exceden-
tes de alimentos con hambrunas en Bengala y Bangladesh
en década previas, así como del estudio de hambrunas y
sequías que se produjeron en la década de 1970 en varios
países africanos. Los análisis sobre producción, precios y
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 211

las características socioeconómicas de las familias afectadas


indicaron que la sequía –y la disminución de las cosechas–
no fue la causa principal del hambre. La disponibilidad de
alimentos era suficiente en los países, pero no en las regio-
nes más afectadas por la sequía, en donde predominaban
las familias indigentes sin el poder de ejercer sus prerro-
gativas o derechos para atraer productos a los mercados
locales. Más que la oferta, el problema se definió en térmi-
nos de quién y cómo tenía –tiene– acceso a los alimentos.
El hambruna se produjo ante la ausencia del ejercicio de
un derecho a la demanda efectiva de los pobladores y ante
la incapacidad de los gobiernos de instrumentar programas
para movilizar el producto donde era necesario.
En el contexto de los foros globales, en 1983 el director
general de la FAO propuso ampliar el concepto de segu-
ridad alimentaria en los siguientes términos: “el objetivo
último de la seguridad alimentaria mundial debería ser ase-
gurar que todas las personas, todo el tiempo, tengan acceso
físico y económico a los alimentos que necesitan” (Shaw,
2007, pp. 241-242). A la disponibilidad adecuada de alimen-
tos, la estabilidad en el suministro y en los mercados, se
sumó la seguridad en el acceso a los alimentos. La resolu-
ción fue adoptada por la conferencia de la FAO en 1983.
Los trabajos de Schejtman en América Latina contri-
buyeron definitivamente a la formulación de la propues-
ta de la FAO. De acuerdo con Schejtman (CEPAL, 1983),
para el análisis integral de la seguridad alimentaria había
que considerar cuatro tipos de problemas que surgen de
la combinación de, por una parte, el nivel de agregación
social implicado y, por otra, el horizonte temporal. De ahí
puede resultar un

problema de disponibilidad agregada (nacional, regional o local)


de los alimentos necesarios para satisfacer determinados cri-
terios normativos y, por otra, el problema del acceso individual
a los alimentos necesarios para cubrir los requerimientos
nutricionales básicos.
212 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Sobre la base de la experiencia latinoamericana, afirmó


que la solución del primero no es suficiente para la satisfac-
ción del segundo. Respecto a las dimensiones temporales,
precisó que el problema que se genera por las variaciones
cíclicas en la oferta interna o externa de alimentos constitu-
ye el concepto implícito en muchas de las proposiciones de
carácter regulatorio de nivel internacional planteadas como
acuerdos relativos a la seguridad alimentaria. Además está
el problema de la insuficiencia estructural o escasez crónica
(CEPAL, 1983).
La representación del cambio introducido en la con-
cepción de la seguridad alimentaria en la década de 1980
aparece en la figura 2.

Figura 2. El marco conceptual en la década de 1980. El acceso


a los alimentos: el tercer pilar de la seguridad alimentaria

Fuente: elaboración propia.

Schejtman también precisa cuatro aspectos clave para


apreciar qué se puede esperar de una política alimentaria y
los límites de algunas políticas asistenciales. Primero, que
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 213

siendo el problema más severo la falta crónica de acceso


a los alimentos, su solución escapa a lo que pueda hacerse
estrictamente en el ámbito de las políticas agroalimentarias,
pues depende del funcionamiento general de la economía y
de la prioridad que su solución tenga en el estilo de desa-
rrollo elegido. Esa observación se aplica con toda claridad
en el presente cuando se discute por qué elevar los salarios
mínimos (en México y en otros países) para que cumplan
efectivamente la función de cubrir las necesidades del tra-
bajador y su familia.
Segundo, que el énfasis se había colocado en la solución
de los obstáculos estructurales que impiden contar con una
disponibilidad nacional adecuada.
Tercero, propone una serie de características que debe-
ría tener el sistema alimentario: suficiencia de la oferta inter-
na de alimentos en volumen y composición para satisfacer
la demanda efectiva y la de quienes no pueden traducirla
en demanda en el mercado por falta de ingresos; autonomía
porque ha conseguido reducir a un mínimo la vulnerabili-
dad en el logro de la suficiencia de la oferta interna debido a
fenómenos generados por el mercado externo;8 confianza (o
estabilidad) porque dispone de mecanismos que neutralizan
las fluctuaciones cíclicas en los volúmenes de producción y
en los precios, en particular de los productos básicos en la
dieta de los sectores de menores ingresos; sostenible en el lar-
go plazo porque las condiciones de suficiencia, autonomía y
confiabilidad no se logran a costa de una explotación de los
recursos naturales que los dejen inservibles para generacio-
nes futuras; retoma así los principios de la Conferencia de
las Naciones Unidas sobre el Medio Humano (Estocolmo
1972) que ahora se recogen de nuevo con fuerza en los

8 Esa época corresponde a la de la búsqueda de la autosuficiencia alimentaria


en varios países de América Latina, como fue el caso del Sistema Alimenta-
rio de México (SAM). Más adelante Schejtman modificó su concepto de
autonomía por uno más flexible en el marco de la apertura de los mercados:
“autónoma a niveles política y económicamente aceptables de dependencia
para la sociedad” (Schejtman y Morón, 1996).
214 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Objetivos de Desarrollo Sustentable (ODS) de la Agenda


de Desarrollo 2030; y, sobre todo, equitativo, es decir que
asegure un mínimo universal de los nutrimentos indispen-
sables y que impida que el consumo de alimentos suntuarios
por algunos sectores impliquen el deterioro de los demás
atributos.9 Un verdadero hallazgo para la reflexión sobre
el modelo de consumo sustentable, vigente hoy día. Para la
disponibilidad de alimentos, a los cuatro primeros atributos
agrega la inocuidad.
La distinción de las características deseadas constituye
una herramienta metodológica que sigue siendo válida para
el análisis de la seguridad alimentaria y para proponer
líneas de trabajo para la formulación de políticas especí-
ficas.
Finalmente, los lineamientos propuestos por Schejt-
man introducen en el análisis la heterogeneidad de los acto-
res, tanto en la producción primaria como en la agroin-
dustrial, la comercialización y distribución, y en la produc-
ción de insumos. Su consideración, en cada caso, implica
la formulación de políticas diferenciadas que, desafortuna-
damente, se van desdibujando en el quehacer de la polí-
tica pública. Con excepciones notables de algunos países
latinoamericanos, la agricultura campesina y la agricultura
familiar compiten en desventaja con la agricultura comer-
cial por recursos públicos (Robles & Ruiz, 2012).
A los dos ejes de la seguridad alimentaria se agrega
así, con igual importancia, el acceso a los alimentos. La
preocupación global por la estabilidad de la disponibilidad
agregada se mantiene. Si bien en el análisis se introduce la
perspectiva de los sistemas alimentarios y la heterogeneidad
de los actores en el sistema, estos no se incluyen, necesaria-
mente, en los debates globales.
Una elaboración más detallada de la metodología es la
que aplicó Schejtman (1988) al análisis de la situación de la
seguridad alimentaria en América Latina a mediados de la

9 Esta visión fue ampliada por Schejtman (1994).


Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 215

década de 1980, época de las políticas de ajuste con carácter


recesivo, cuando el mercado alimentario mundial pasó de
una crisis de escasez a una de sobreoferta, con la consi-
guiente reposición de inventarios y el descenso de los pre-
cios reales de los principales alimentos transables. Los mer-
cados internacionales se caracterizaron por la volatilidad
cuando los países latinoamericanos habían aumentado su
dependencia de las importaciones y la magnitud del servicio
de la deuda externa limitaba su capacidad de compra.
En ese trabajo, Schejtman formula un conjunto de indi-
cadores para evaluar el grado de suficiencia, estabilidad,
autonomía, sustentabilidad y equidad que caracterizaron
a los sistemas alimentarios latinoamericanos entre 1960 y
1985. Al comparar estos indicadores con el conjunto de
30 indicadores de la seguridad alimentaria acordados en la
FAO (FAO, FIDA y PMA, 2014), se aprecia la relevancia de
los empleados por Schejtman, incluso con mayor contenido
para el análisis de autonomía que se ha trasladado al eje
de la estabilidad.

4. De lo global y lo nacional a los hogares


y los individuos: la utilización de los alimentos
y el estado nutricional

El análisis sobre los niveles de consumo de alimentos, las


deficiencias y requerimientos, las causas y consecuencias
de la desnutrición formó parte de los debates de los 44
países reunidos en la conferencia de Hot Spring en 1943.
Los países se preparaban para enfrentar las necesidades en
la posguerra. De ahí que pueda resultar extraño afirmar que
la incorporación de la cuarta dimensión de la seguridad
alimentaria, la utilización de los alimentos por el organismo
y la nutrición, sea relativamente reciente. Como ha quedado
anotado, en épocas de escasez se dio prioridad a la suficien-
cia y a la estabilidad en la disponibilidad de alimentos.
216 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

No está de más recordar que, independientemente de


los hallazgos de los académicos y de los analistas, ya sean
independientes o funcionarios de los gobiernos, o estudios
de las secretarías de los organismos internacionales, son las
decisiones de los Estados ─en general los miembros del CFS
para cuestiones relacionadas con la seguridad alimentaria─
las que fijan las prioridades y acotan el contenido de los
conceptos sobre los que se basan las resoluciones que adop-
tan y recomendaciones que emiten los gobiernos.
El cambio se empezó a producir a partir de la propuesta
del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNI-
CEF) en 1990 de un marco conceptual de las causas básicas,
subyacentes e inmediatas de la malnutrición con el fin de
orientar sus diferentes programas. Dicho marco fue incor-
porado en el ámbito global de la seguridad alimentaria –el
CFS– después de la Cumbre Mundial de la Alimentación
(1996). La Cumbre adoptó como definición de la seguridad
alimentaria la que se sigue empleando en la actualidad:

Existe seguridad alimentaria cuando todas las personas tie-


nen en todo momento acceso físico y económico a suficientes
alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades
alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos a fin
de llevar una vida activa y sana (FAO, 1996, ¶ 1).

Esta implica cuatro dimensiones: disponibilidad, acceso,


utilización y estabilidad.10
La resolución de la Cumbre que más trascendió fue el
compromiso de reducir a la mitad el número de personas con
hambre antes de 2015. Este compromiso fue incorporado en

10 A esta definición se le ha agregado el concepto de acceso social. Más adelante, los


Estados miembros del CFS confirmaron que “la dimensión nutricional es parte
integrante del concepto de seguridad alimentaria y de la labor del CFS” (FAO,
2009).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 217

el Objetivo del Desarrollo del Milenio, ODM Nº1, junto con la


reducción de la pobreza. En este caso la meta fue reducir a la
mitad la proporción de personas con hambre.11
En el marco de análisis no se había considerado suficiente-
mente el consumo y la utilización de los alimentos por el orga-
nismo, de modo que se permitiera identificar si, efectivamente,
se estaba avanzando en la reducción del hambre y sus secuelas
en la salud. Destaca por ello que, como producto de la Cumbre,
se haya ampliado la colaboración interinstitucional, que agregó
otras visiones al abordaje de la seguridad alimentaria. La figura
3 recoge en parte esa cooperación.

Figura 3. De lo global a los hogares y las personas: la utilización


de los alimentos y la nutrición. La seguridad alimentaria y nutricional
1990-2010

Fuente: elaboración propia sobre la base de SICIAV (2000).

11 Eltemadeindicadoressetrataenelsiguiente apartado.
218 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Son varios los elementos que enriquecen el análisis. Por


una parte, se trata de diferenciar entre las causas y la mani-
festación de la inseguridad alimentaria, sobre todo a nivel
del hogar y de las personas. Un elemento clave en términos
de formulación de políticas es la forma de ganarse la vida de
los hogares –o estrategias de sobrevivencia–, que se inserta
en un marco de referencia mucho más amplio de lo que
sucede en el contexto de los sistemas alimentarios. Es decir,
cómo repercuten los entornos nacional e internacional, las
políticas y acuerdos que inciden en el crecimiento econó-
mico, la creación de empleos, el derecho de las personas a la
alimentación, el funcionamiento de los mercados. Y temas
más específicos como regulaciones y normas, así como la
información indispensable para apreciar cuál es la realidad
en lo que se refiere a la disponibilidad de alimentos –con las
características propuestas por Schejtman–, la estabilidad de
los suministros, el acceso y la utilización.
En la seguridad alimentaria de los hogares y los indivi-
duos la visión de los nutriólogos, antropólogos, sociólogos
y economistas complementa el acercamiento a las condi-
ciones en que se realiza la seguridad alimentaria. Además
de factores económicos como los ingresos y los precios, las
elasticidades precio e ingreso de los alimentos, entran en
juego otros, como el saneamiento ambiental y el acceso al
agua potable, la inocuidad de los alimentos, los cuidados
en el hogar y la diversidad de la dieta. El mensaje es: se
pueden consumir las kilocalorías necesarias. Pero ¿son de
buena calidad? ¿Es sano el individuo y el ambiente en que
habita? ¿Hay agua potable en la casa o en la cercanía? Lo
que se come, ¿aporta los nutrientes, vitaminas y minera-
les necesarios? El resultado final es el estado nutricional
de las personas.
La relevancia de incluir esta dimensión en el análisis
de la seguridad alimentaria es que apunta de manera más
directa al resultado esperado y, por ende, al serio problema
que representa la malnutrición. La desnutrición infantil en
niños menores de 5 años, que se genera en los primeros mil
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 219

días de vida, ha sido una preocupación constante de los sis-


temas de salud nacionales, algunos con mejores resultados
que otros. El indicador clave es la desnutrición crónica o
retraso en el crecimiento de los niños menores de 5 años
(baja talla para la edad) como resultado de falta de alimen-
tos, de una dieta pobre en vitamina A, de minerales y por
enfermedad; le sigue la emaciación o desnutrición aguda
(bajo peso para la talla) también en menores de 5 años.
Con avances notables en América Latina, la desnutri-
ción crónica no ha sido eliminada del todo. De acuerdo
con datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS),
13,5 millones de niños menores de 5 años de la región
latinoamericana se encontraban en esta situación en 1990,
cifra que se redujo a 6,2 millones en 2015. En términos
porcentuales, la desnutrición crónica infantil en América
Latina y el Caribe se redujo en 12,9 puntos porcentuales en
los últimos 25 años, pasando de 24,5% en 1990 a 11,6% en
2015. Además, la prevalencia en la región ha sido siempre
inferior a la del resto de las regiones del mundo en desa-
rrollo (FAO, 2015).
Igualmente importante es el “hambre oculta”, llamada
así porque aun consumiendo suficientes calorías, no se
ingieren los micronutrientes (vitaminas y minerales esen-
ciales) que son indispensables para el desarrollo físico, inte-
lectual y social de las personas. Las carencias de vitamina A,
zinc, hierro y yodo son motivos de gran preocupación para
la salud pública. En América Latina la anemia por deficien-
cia de hierro se constituye como el problema nutricional
más prevalente, pues afecta al 44,5% de los niños y al 22,5%
de las mujeres en edad fértil (FAO, 2014).
La expresión opuesta de la malnutrición es el sobrepeso
y la obesidad. Al irse generalizando el modelo de consumo
rico en grasas, azúcar, sal y productos cárnicos y bajos en
fibra, el sobrepeso y luego la obesidad se han extendido en
el mundo, y América Latina no es la excepción. Un pro-
blema que afectaba a los estratos de ingresos altos ahora
lo padecen también los grupos de menores ingresos, niños,
220 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

adolescentes y adultos. El caso de México es extremo: 35%


de los niños y adolescentes tienen sobrepeso y obesidad;
y 6 de cada 10 hombres adultos y 7 mujeres adultas de
cada 10 están en la misma situación (Shamah et al., 2013).
El cambio en la dieta, el mayor consumo de calorías de
bajo costo con bajo contenido nutricional y la vida más
sedentaria de las personas –niños, adolescentes y adultos–
se ha convertido en un serio problema de salud pública. La
epidemiología cambia y el sistema de salud no da abasto
para atender el creciente número de casos de enfermedades
crónicas no transmisibles.
Con la atención específica, y no solamente “sobreen-
tendida”, a la utilización de los alimentos por los individuos
y a su estado nutricional, la visión de la seguridad alimenta-
ria tiende a dejar de ser “productivista” para ser realmente
multidimensional, aun cuando las políticas públicas siguen
siendo marcadamente sectoriales.
Un aspecto adicional a destacar en este ámbito es la
inocuidad. En los países europeos la palabra “seguridad”
estuvo asociada a la inocuidad desde la década de 1980. Un
vez garantizado el acceso a los alimentos, la población se
interesó más por la buena calidad de estos y la trazabilidad
se convirtió en la herramienta clave para vigilar la calidad y
el riesgo sanitario a lo largo de la cadena agroalimentaria.12
A nivel global, el Codex Alimentarius, establecido por la
FAO y la OMS en 1963 para elaborar normas alimentarias
internacionales armonizadas, protege la salud de los con-
sumidores y fomenta prácticas leales en el comercio de los
alimentos. En su elaboración participan científicos de todos
los países. Si bien constituyen la opinión autorizada a nivel

12 “La política de seguridad alimentaria de la Unión Europea tiene por objeto


garantizar a los ciudadanos una alimentación segura y nutritiva procedente
de plantas y animales sanos y, al mismo tiempo, ofrecer las mejores condi-
ciones posibles al sector alimentario, que es el mayor de Europa en términos
de producción y empleo […] La política de la UE protege la salud previnien-
do la contaminación de los alimentos y fomentando su higiene” (Comisión
Europea, 2014, p. 3).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 221

mundial, actualmente compiten con normas comerciales


privadas que exigen, sobre todo, tamaños, colores, empa-
ques, etiquetas, control de hormonas y antibióticos (según
los países) y, por supuesto, inocuidad.
La globalización en el suministro de alimentos ha
generado una mayor preocupación entre los consumidores
sobre la inocuidad de los alimentos. Ese tema se ha ido
incorporando con más fuerza para el consumo doméstico
en los países en desarrollo, después de haber sido condición
para el desarrollo de las exportaciones agroalimentarias.
Los sistemas de sanidad animal, vegetal, acuícola y pesque-
ra se han fortalecido en América Latina y el Caribe para
reducir los riesgos en la producción y en la salud públi-
ca. Asimismo, el sector salud interviene cada vez más en
la regulación, control y fomento sanitario de alimentos y
bebidas, suplementos alimenticios, materias primas y adi-
tivos que intervienen en su elaboración, su importación y
exportación, así como en la vigilancia y ordenamiento de
los establecimientos destinados al proceso de dichos pro-
ductos. Con todo, los avances son muy disímiles entre paí-
ses y hay un buen camino por recorrer.13

5. La seguridad alimentaria en la Agenda 2030

La visión sobre la seguridad alimentaria y nutricional


adquiere un carácter de urgencia asociado al cambio climá-
tico en la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, según
la cual la erradicación de la pobreza es el mayor desafío
para el desarrollo sostenible. El marco de análisis conserva
las cuatro dimensiones, no obstante, la Agenda introduce
mayores exigencias. Se vuelve más ambicioso el objetivo
de eliminar el hambre en el mundo hacia 2030 –no solo

13 A notar, por ejemplo, el vacío enorme en términos de inocuidad en la venta


de alimentos en la calle en los países de la región.
222 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

de reducirla14– y, sobre la base de nuevas evidencias, se


actualiza la preocupación por la suficiencia y la estabilidad
de la oferta alimentaria vinculada a dos fenómenos: por un
lado, el deterioro de la calidad de los recursos naturales y
los efectos del cambio climático y, por el lado del consu-
mo, el crecimiento demográfico, sobre todo de los grandes
países asiáticos, y la continuidad del modelo de consumo
dominante que demanda aumentos en la producción de ali-
mentos, si bien a menor ritmo que en el pasado.
La Agenda incorpora explícitamente el objetivo de
mejorar la nutrición; además de combatir a fondo la desnu-
trición, se requiere un esfuerzo considerable para reducir
rápidamente las altas tasas de sobrepeso y obesidad de la
población que gravitan sobre el bienestar de las personas y
las familias además de los sistemas de salud. En este caso,
la Agenda solo indica el caso de los niños menores de 5
años. Tratándose de una Agenda global que se adapta a las
realidades nacionales, reducir la obesidad será una meta en
el mediano plazo en los países afectados.
Además de eliminar el hambre y mejorar la nutri-
ción, el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) Nº
2 promueve la agricultura sostenible, la protección de
la diversidad genética y aborda cuestiones de comer-
cio agrícola, temas que no habían sido incluidos en
los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Formula como
meta para el año 2030:

asegurar la sostenibilidad de los sistemas de producción


de alimentos y aplicar prácticas agrícolas resilientes que
aumenten la producción y la productividad, contribuyan
al mantenimiento de los ecosistemas, fortalezcan la capa-
cidad de adaptación al cambio climático, los fenómenos

14 Para apreciar la dimensión de la meta, considérese que, de acuerdo con la


FAO, el 10% de la población mundial está subalimentada (2015). Esa propor-
ción es del 5,5% en América Latina y el Caribe, lo cual significa una reduc-
ción de 67% cuando se la compara con la reportada en 1990-1992.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 223

meteorológicos extremos, las sequías, las inundaciones y


otros desastres, y mejoren progresivamente la calidad de
la tierra y el suelo (PNUD, 2015).

La magnitud del reto puede ser enorme en cuanto


a cambios en el estilo de producir si las políticas nacio-
nales de desarrollo agrícola y ambiental no han incidido
ya en él y si no se ha logrado crear conciencia entre
los productores comerciales y tradicionales de incluir
como criterio de producción la sostenibilidad. Adicio-
nalmente, aún no se cuenta con indicadores para medir
los avances, fuera de la proporción de área agrícola bajo
esta forma de producción.
De acuerdo con los modelos de proyección de la
FAO se puede desarrollar un potencial de producción
suficiente para hacer frente al incremento esperado en
la demanda efectiva en el curso de las siguientes cinco
décadas, tomando en cuenta que la tasa de crecimiento
de la producción necesaria va a ser menor a la del pasa-
do: 1,3% anual entre 2005-07 y 2030. Por supuesto, para
materializarlo habrá que tomar medidas concretas, entre
otras, apoyo a la investigación agrícola (Alexandratos
& Bruinsma, 2012).
El 5º Informe del Grupo Intergubernamental de
Cambio Climático (Porter et al., 2014) confirma que
los datos observados y varios estudios indican que el
calentamiento del clima tiene efectos negativos en las
cosechas y generalmente reduce los rendimientos de los
cereales, aunque esto varía entre regiones y latitudes. El
cambio climático afecta las pesquerías y la acuacultura
a través del calentamiento gradual, la acidificación de
los océanos y los cambios en la frecuencia, intensidad
y localización de eventos extremos. Adicionalmente, los
desastres relacionados con el clima (sequía, inundacio-
nes que destruyen los activos) se han convertido en
conductores de la inseguridad alimentaria, tanto en lo
inmediato después del desastre como en el largo plazo.
224 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Por ello, a menos que se tomen medidas para que la


agricultura aumente su sostenibilidad, productividad y
resiliencia, los efectos del cambio climático compro-
meterán seriamente la producción de alimentos en los
países y las regiones que ya sufren una gran inseguridad
alimentaria (FAO, 2016a).
Otros objetivos de la Agenda también incluyen
metas vinculadas con la seguridad alimentaria. Por
ejemplo, el ODS Nº 6: “garantizar la disponibilidad y
la gestión sostenible del agua y el saneamiento”, es una
de las condiciones necesarias para la producción de
alimentos y su estabilidad, así como para contar con
condiciones sanitarias adecuadas para facilitar el buen
aprovechamiento de los alimentos en el hogar.
La visión sobre la oferta y la demanda de alimentos
se complementa con el ODS Nº 12: “garantizar moda-
lidades de producción y consumo sostenibles”, que nos
recuerda, entre otros, la importancia de lograr la gestión
sostenible y el uso eficiente de los recursos naturales a
través, por ejemplo, de la reducción del desperdicio de
alimentos, que representa, junto con las pérdidas post-
cosecha, el 30% de la producción mundial de alimentos.
Lo mismo puede decirse de los objetivos 14 y 15 sobre
los recursos marinos y los ecosistemas terrestres.
Con los elementos que se suman, se amplía el
marco de análisis de la seguridad alimentaria, como
aparece en la figura 4.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 225

Figura 4. La seguridad alimentaria y nutricional en la Agenda 2030

Fuente: elaboración propia.

El contexto internacional es una referencia constante


a considerar sobre cómo influye en la consecución de la
seguridad alimentaria nacional y, sobre todo, de los hoga-
res. La Agenda 2030 marca un hito al proponer una serie
de objetivos de desarrollo acordados, con la búsqueda de
la sostenibilidad y la eliminación de la pobreza. Se suma a
una serie de compromisos globales con efectos igualmente
importantes, entre ellos, el Acuerdo de París de 2015 sobre
cambio climático.
La disponibilidad de alimentos se verá condicionada
por las medidas que se adopten para mejorar la producti-
vidad y resiliencia de los sistemas productivos, recuperar
la calidad de los recursos naturales y adaptarse al cambio
226 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

climático. El consumo pareciera tener un comportamiento


independiente de la producción, sobre la cual el modelo de
consumo ejerce presión.
Todo esto reclama inversiones, una mayor dotación
de bienes públicos, en especial infraestructura, extensión,
tecnología e investigación agrícola aplicada. También exi-
ge incorporar prácticas agronómicas que incidan en una
mayor conservación de agua, suelos y recursos naturales en
general. La frontera agrícola no debe crecer a costa de la
biodiversidad, lo cual requiere estrategias territoriales cla-
ramente diferenciadas (Luiselli, 2016).

6. De la selección de indicadores de la seguridad


alimentaria

Los cambios en los enfoques sobre el significado de la segu-


ridad alimentaria y las prioridades que se le han otorgado
han marcado la elección de los indicadores que, en dife-
rentes momentos, han reflejado lo que se espera se cumpla
con ella. Hoy en día, después de más de una década de
consultas sobre cuáles son los indicadores que dan cuen-
ta de la situación, la FAO lista un conjunto de 30 que, se
espera, contribuyan a evaluar el desempeño de cada una de
las cuatro dimensiones de la seguridad alimentaria (FAO,
FIDA, PMA, 2014).
Se han hecho intentos por elaborar indicadores com-
puestos únicos de seguridad alimentaria, sin lograr un con-
senso sobre la pertinencia de la información que proporcio-
nan y su utilidad en términos de formulación de políticas.
Uno de ellos es el “Global Food Security Index”, desarro-
llado por la Unidad de Inteligencia de The Economist,15 el
cual es un modelo dinámico cuantitativo y cualitativo que

15 La elaboración es patrocinada por DuPont. La edición de 2016 es la quinta


que se ha publicado.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 227

incluye 28 indicadores sobre disponibilidad de alimentos,


su accesibilidad (por su precio) e inocuidad y calidad.16 La
puntuación se mide de 1 a 100, donde 100 marca la posición
más favorable. En 2016 los Estados Unidos tienen la mejor
posición, con 86,6 puntos. Entre los países latinoamerica-
nos, Chile es el mejor posicionado, en el lugar 24 (74,4),
le siguen Uruguay, Argentina, Costa Rica y México en los
lugares 36 a 39, con 68,4 a 68,1 puntos. Lo interesante a
notar es que entre Chile y los demás países anotados clasi-
fican, entre otros, Omán, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos.
Es decir, se trata de un índice que requiere examinarse
en sus componentes para mejor apreciar la conclusión del
lugar que ocupan (The Economist, 2016).
Otro caso de índice compuesto, más orientado al resul-
tado de la seguridad alimentaria es el Índice de Hambre
Global (Global Hunger Index), elaborado por el IFPRI con el
apoyo del International Food Policy Research Institute, con
sede en Washington, D.C. El índice incluye cuatro indicado-
res: prevalencia de subalimentación, bajo peso para la talla
en niños menores de 5 años, reflejo de desnutrición aguda;
baja talla para la edad en niños menores de 5 años, o des-
nutrición crónica, y la tasa de mortalidad de niños menores
de 5 años. En este caso, el rango más cercano a 1 está mejor
posicionado. De los 23 países latinoamericanos y del Caribe
reportados, cinco tienen un indicador inferior a 5 en 2016
(Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica y Cuba), México con un
puntaje de 7,2 es superado por Venezuela (7) y Uruguay (5,6)
(IFPRI, Concern Worldwide, Welthungerhilfe, 2016).
Si asociamos la elección de indicadores a los cambios
históricos descritos en el enfoque de la seguridad alimen-
taria, se puede identificar una priorización de indicadores

16 De acuerdo con sus creadores, el interés del Índice reside en dos cuestiones:
la primera es que incursiona en los factores subyacentes de la inseguridad
alimentaria; y la segunda, que emplea un factor de ajuste para las variaciones
globales en los precios de los alimentos con el fin de examinar los riesgos
que enfrentan los países en términos de la capacidad de compra de alimen-
tos a lo largo del año.
228 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

que corresponde al interés de cada momento. A partir de


la crisis de la escasez de alimentos de la década de 1970,
se puso énfasis en los indicadores sobre disponibilidad glo-
bal (oferta y demanda), variación de existencias y precios.
El CFS tuvo el encargo de darle seguimiento. Tradicional-
mente y hasta la reforma del Comité en 2009, el principal
punto de la agenda en cada sesión anual era la revisión de
la evaluación de la Seguridad Alimentaria Mundial. La base
del análisis era, justamente, los cambios en la producción
mundial de cereales, en la producción de cereales en los
países de bajos ingresos con déficit de alimentos (PBIDA),
el coeficiente existencias mundiales-utilización de cereales,
el coeficiente entre los suministros de los cinco grandes
exportadores de cereales y las necesidades normales del
mercado, así como los índices de precios de los cereales.
Los datos para 2006 y 2007 registraron algunos cam-
bios en la tendencia de la oferta, la demanda, las existencias
y los precios, que no fueron suficientes para anticipar la
llamada “crisis de los precios” de los productos básicos en
2008. La reducción en la oferta fue el resultado similar al
de la crisis de la escasez de la década de 1970: la apari-
ción simultánea de fenómenos climatológicos adversos en
varias parte del mundo, que disminuyeron las cosechas,
sobre todo de países exportadores; por su parte, el aumento
en la demanda fue el efecto acumulado del mayor consumo
en economías emergentes, principalmente China y el uso
de cereales y oleaginosas en la producción de biocombus-
tibles.17 La combinación de ambos fenómenos dio lugar al
aumento en los precios. El alza vertiginosa y la volatilidad
que caracterizó el movimiento de los precios de los ali-
mentos a lo largo de varios años estuvo asociada también a

17 El consumo de maíz para producir etanol en los Estados Unidos representa-


ba el 15% de la producción mundial en 2009 comparado con casi 3% 10 años
atrás (Alexandratos & Bruinsma, 2012).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 229

la especulación en los mercados de productos básicos que


resintieron el movimiento de capitales desde los mercados
secundarios de bienes raíces y la crisis financiera global.
Las respuestas de la comunidad internacional al alza
de los precios fue variada: desde el control temporal a las
exportaciones hasta la cooperación en forma de ayuda ali-
mentaria para atender situaciones de emergencia en países
deficitarios y compromisos de recursos adicionales para
aumentar la producción de alimentos en los países en desa-
rrollo. El G-20 dio particular atención al tema de la estabi-
lidad de los mercados, cuestión que se había quedado rela-
tivamente al margen, y propuso que, con la colaboración
de varios organismos internacionales, se creara un nuevo
Sistema de Información sobre Mercados Agrícolas para dar
seguimiento mensual a los mercados de trigo, maíz, arroz y
soya. Los informes tienen el propósito de mejorar la trans-
parencia de los mercados y detectar problemas que surjan y
que ameriten la atención de quienes formulan las políticas.18
Después de la Cumbre de 1996 y con el compromiso
de reducir a la mitad el número de personas con hambre
en el planeta, el indicador privilegiado de la seguridad ali-
mentaria fue de acceso a los alimentos. A partir de 1999 la
FAO empezó a producir el Informe sobre El Estado de la
Inseguridad Alimentaria en el Mundo,19 para lo cual utiliza el
indicador de la prevalencia de la subalimentación promedio
en cada país. Con base en la información estadística nacio-
nal para la formulación de las hojas de balance de alimen-
tos que reportan cuál es la disponibilidad diaria promedio
de alimentos por persona, por tipo de alimento y si es de
producción nacional o importada (descontando la exporta-
ción), la FAO calcula la probabilidad de que una persona de
la población de referencia elegida aleatoriamente consuma

18 El contenido de los informes y los organismos participantes se pueden con-


sultar en https://bit.ly/1EpMdHu.
19 Desde 2009 el informe es producto de la colaboración entre la FAO, el FIDA
y el Programa Mundial de Alimentos (PMA).
230 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

una cantidad de calorías inferior a la que necesita para llevar


una vida activa y sana. Con todo y algunas limitaciones,
sigue siendo la opción más viable para evaluar a escala
mundial el alcance de la privación alimentaria crónica.20
Entre otras limitaciones, solo se define en relación con la
disponibilidad de energía alimentaria y su distribución en
la población, sin considerar otros aspectos de la nutrición.
Emplea las necesidades energéticas para niveles mínimos
de actividad como referencia para la suficiencia de energía
alimentaria (FAO, FIDA y PMA, 2102 y 2015).21 Tampoco
está diseñado para distinguir si la energía es suficiente en
micronutrientes fundamentales.
El indicador de prevalencia de la subalimentación se
convirtió en la referencia del cumplimiento del ODM Nº 1
en alimentación y se mantiene como indicador de una de
las metas del ODS Nº 2, que pretende “poner fin al hambre,
lograr la seguridad alimentaria y la mejora de la nutrición y
promover la agricultura sostenible” (PNUD, 2015).
Recientemente la FAO ha empezado a estimar la inse-
guridad alimentaria de los adultos a partir de la propia
experiencia de la gente, una alternativa que se emplea en
varios países de América Latina al aplicar la Escala Latinoa-
mericana y Caribeña de la Seguridad Alimentaria (ELCSA)
para medir la seguridad alimentaria de los hogares y los
individuos.
Los principios en los que se basa la Escala son los
siguientes: por problemas de recursos

20 Como lo reconoce la propia FAO, el indicador tiene algunas limitaciones.


Por ello ha venido trabajando en mejorar su metodología con la colabora-
ción de expertos de todos el mundo, como se aprecia en el Informe de FAO,
FIDA y PMA (2102) y en los reportes de la División de Estadísticas de la
FAO.
21 El Informe de 2015 incluye un Anexo técnico que explica con detalle los
cambios introducidos en la metodología de estimación del Índice de preva-
lencia de subalimentación.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 231

los hogares experimentan en un comienzo incertidumbre y


preocupación en torno al acceso a los alimentos. Más adelan-
te, dadas las restricciones que experimentan, hacen ajustes en
la calidad de los alimentos que consumen, dejando de ingerir
una dieta variada. Al profundizarse la severidad de la insegu-
ridad alimentaria, los ajustes afectan la cantidad de alimentos
consumidos, se disminuyen las raciones que se ingieren o se
saltan tiempos de comida. Más adelante el hambre se hace
presente sin que se pueda satisfacer. Finalmente, cada una
de estas dimensiones llega a afectar a los niños, después de
que ha afectado a los adultos. Es decir, los niños son prote-
gidos, especialmente por la madre, hasta que la inseguridad
alimentaria alcanza niveles de severidad que hacen imposible
protegerlos (FAO, 2012, p. 13).

La incertidumbre da lugar a una inseguridad leve,


mientras que la reducción en calidad y cantidad sería mode-
rada, y la situación de hambre, severa. En México su esti-
mación a partir de la información que recoge el módulo
económico y social de la Encuesta de Ingresos y Gastos de
los Hogares (ENIGH) forma parte de la medición multi-
dimensional de la pobreza.22 Se caracteriza como carencia
alimentaria, uno de los componentes de la pobreza, la situa-
ción de inseguridad alimentaria moderada y severa.
Los dos indicadores –subalimentación y experiencia de
hambre– dan resultados muy diferentes debido a la infor-
mación que procesan y la metodología empleada. De ahí
la importancia de precisar qué se mide en cada caso. Para
poner un ejemplo, en México el indicador de subalimenta-
ción de la FAO indica que menos del 5% de la población no

22 Entre los antecedentes para el uso de esta herramienta, está el Módulo


Suplementario de Seguridad Alimentaria del Hogar (HFSSM) aplicado en
los Estados Unidos desde 1995.
232 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

consume la energía recomendada. En cambio, la carencia de


alimentación, medida según la propia experiencia, afecta al
24% de la población.23
Un tercer indicador de acceso a los alimentos es la rela-
ción entre ingresos y precios de los alimentos que forman
parte de una canasta básica. Se trata de un indicador indi-
recto de acceso.24 Los estudios sobre pobreza han empleado
esta metodología por años. El costo de una canasta de ali-
mentos individual determina la línea de pobreza extrema o
de bienestar mínimo. Es importante notar que a partir de
la crisis de los precios de los alimentos de 2008, el nivel
de su índice supera, en general, el índice de los precios
nacionales al consumidor.
Los indicadores de utilización de los alimentos reportan
sobre todo información sobre nutrición, carencia de micro-
nutrientes específicos, así como acceso al agua potable y
saneamiento. Como anotado antes, pese a que para algunos
–más que nada en el ámbito de los foros internacionales
sobre alimentación– el concepto de seguridad alimentaria
llevaba implícito el aspecto nutricional, su visibilidad en
el contexto de la seguridad alimentaria es relativamente
reciente. Eso no significa que, desde la perspectiva de la
salud, no se le hubiera dado seguimiento desde hace varias
décadas. Lo importante, en este caso, es el reconocimiento
de las relaciones que existen entre las diferentes dimensio-
nes de la seguridad alimentaria y nutricional.
Los principales indicadores que considera la FAO son:
el porcentaje de niños menores de 5 años que padecen emaciación;
el porcentaje de niños menores de 5 años que padecen retraso del
crecimiento; el porcentaje de niños menores de 5 años que padecen

23 En su proyecto Voices of the Hungry, puesto en marcha en 2013, la FAO pre-


tende aplicar la escala en 140 países por tratarse de un herramienta más sen-
cilla y de menor costo con resultados comparables. Para ello ha recurrido a
la encuesta Gallup y a las estadísticas nacionales (FAO, 2016).
24 En el caso de México la construcción de la canasta considera los hábitos ali-
mentarios urbanos y rurales por estratos de ingreso, y las recomendaciones
de consumo de nutrientes.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 233

insuficiencia ponderal; el acceso a fuentes de agua mejoradas y


acceso a servicios de saneamiento mejorados. A ellos se agrega
la prevalencia de anemia en mujeres embarazadas y en niños
menores de 5 años, así como falta de vitamina A y yodo. Es
decir, aún falta por incluir la otra faceta de la malnutrición,
que es el sobrepeso y la obesidad.
El acuerdo sobre la Agenda 2030 y sus objetivos de
desarrollo sustentable requiere de un marco de indicadores
globales y nacionales para evaluar los avances y logros en
las 169 metas fijadas. Un grupo interagencial y de expertos
ha propuesto un conjunto de 231 indicadores para medir el
progreso en cada uno de los objetivos. De ellos, alrededor de
25 indicadores están vinculados con la seguridad alimenta-
ria, distribuidos en seis de los objetivos.25
El ejercicio es muy demandante y, al mismo tiempo,
necesario ya que la información, su calidad y oportuni-
dad son clave para un seguimiento de la situación de la
seguridad alimentaria de conjunto y en cada una de sus
dimensiones, para identificar faltantes, prioridades y toma
de decisión de política.

7. Reflexiones finales

Es indiscutible que el tema de los alimentos, su producción


y consumo por quienes pueden expresar su demanda efec-
tiva y quienes no la tienen ha ido ganando presencia en
la agenda global del desarrollo, sobre todo en épocas de
crisis. La información y los elementos de análisis se han
enriquecido para entender mejor las causas y los efectos de

25 La lista de indicadores fue propuesta por un grupo interagencial y de exper-


tos externos como punto de partida para la discusión. Report of the Inter-
Agency and Expert Group on Sustainable Development Goal Indicators (E/
CN.3/2016/2/Rev.1), Annex. Puede consultarse en https://bit.ly/2FtDixC.
234 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

la sobreoferta, la escasez, los movimientos en los precios de


los alimentos y su volatilidad, así como su interacción con
otros mercados de productos y financieros.
Los excedentes de producción en diferentes épocas en
los países desarrollados han encontrado salidas de diferen-
te naturaleza, desde la ayuda alimentaria –muchas veces
articulada a objetivos políticos– al subsidio para dejar de
sembrar (en principio, ya desaparecido), o el destino a otros
fines no alimentarios, como la producción de biocombus-
tibles. En situaciones de emergencia humanitaria, la ayuda
alimentaria bilateral o la canalizada a través de organis-
mos de las Naciones Unidas y ONG ha sido una contri-
bución clave.
La escasez global de carácter coyuntural se recupera
con el tiempo, con diferentes grados de oportunidad según
su alcance, aunque la incidencia de fenómenos climatoló-
gicos hace de estos episodios una situación cada vez más
frecuente. Para los países que se ven afectados de manera
reiterada por condiciones adversas, su capacidad de recu-
peración o resiliencia se va deteriorando. Los más desfa-
vorecidos siguen siendo los países o regiones con escasez
estructural, por la calidad de sus recursos naturales o por la
falta de recursos financieros. La disponibilidad global sufi-
ciente convive con la escasez de alimentos nacional, regio-
nal y en los hogares.
Es sobre todo a partir de la mayor incorporación del
enfoque de derechos al desarrollo que se ejerce presión,
especialmente desde la sociedad, para deslindar el derecho
a la alimentación de los criterios de mercado y del manejo
político del acceso a los alimentos por los países deficitarios
y los grupos vulnerables.
La inseguridad alimentaria del 10% de la población
mundial y la malnutrición es una expresión de la desigual-
dad que caracteriza al desarrollo en esta segunda década del
siglo XXI. Los acuerdos globales para promover un desa-
rrollo sostenible requieren de la cooperación internacional
y, ante todo, de políticas nacionales. Llama la atención cómo
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 235

los foros regionales también formulan planes de seguridad


alimentaria, como el de la CELAC en América Latina y
el Caribe. Sin embargo, las intervenciones nacionales de
política siguen siendo, en muchos casos, desarticuladas y
sectoriales, sin contar con una verdadera política alimen-
taria que defina objetivos y metas de corto y largo plazo
que incidan en las cuatro dimensiones de la seguridad ali-
mentaria y que tengan expresión territorial. Eso no le resta
relevancia a programas de protección social, por ejemplo,
o al apoyo a la pequeña producción en algunos países con
asistencia técnica y programas institucionales de compra,
que tendría que extenderse a aquellos en donde predomina
la pequeña agricultura campesina y familiar y en donde
impera la pobreza rural.
La Agenda para el Desarrollo Sostenible, con su obje-
tivo 2 –y otros que lo complementan–, abre una excelente
oportunidad para que los países opten por un apoyo real al
logro de la seguridad alimentaria, la eliminación del ham-
bre y la malnutrición. La solución, como se ha anotado,
no reside únicamente en el campo agroalimentario, sino
en el contexto general del desarrollo de la economía, de la
creación de empleos de calidad y de salarios tales que den
sustento digno a las familias.
Un punto adicional para la reflexión es la conside-
ración de la ética cuando se trata de hambre y pobreza,
una dimensión que enriquece la percepción del reto que la
sociedad y los gobiernos tienen por delante.

Bibliografía

Alexandratos, N. & Bruinsma, J. (2012), “World agriculture


towards 2030/2050: the 2012 revision”, ESA Working
paper, N° 12-03, FAO, Roma.
236 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

CEPAL (1983), Lineamientos para el análisis integral del pro-


blema alimentario, PREDESAL, E/CEPAL/MEX/1983/
IN.1
Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CFS) (2009),
Reforma del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial –
Versión Final Comentarios al documento sobre la reforma
del CFS, 35º periodo de sesiones, CFS: 2009/2 Rev.
2, Roma.
Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CFS) (2012), En
buenos términos con la terminología: Seguridad alimentaria.
Seguridad nutricional. Seguridad alimentaria y nutrición.
Seguridad alimentaria y nutricional, 39º periodo de sesio-
nes, CFS/2012/39/4, Roma.
Comisión Europea (2014), Comprender las políticas de la
Unión Europea: Seguridad alimentaria, Bruselas, Unión
Europea.
Conferencia Mundial de la Alimentación (1974), Universal
Declaration on the Eradication of Hunger and Malnutrition,
Asamblea General de las Naciones Unidas. Disponible
en línea: https://bit.ly/2Fw4hIA.
FAO (1983), Twenty-second Session of the Conference, Resolu-
tion 2/83 on World Food Security, Rome, FAO. Disponible
en línea: https://bit.ly/2ANsVAG.
FAO (1996), Plan de Acción de la Cumbre Mundial sobre la Ali-
mentación, en Cumbre Mundial sobre la Alimentación,
13-17 noviembre, FAO, Roma.
FAO (2012), Escala Latinoamericana y Caribeña de Seguridad
Alimentaria (ELCSA): Manual de uso y aplicaciones, Comi-
té Científico de la ELCSA, mayo, FAO, Santiago de
Chile. Disponible en línea: https://bit.ly/1FzwCVI.
FAO (2014), Panorama de la seguridad alimentaria y nutricional
en América Latina y el Caribe 2014, FAO, Santiago de
Chile.
FAO (2015), Panorama de la inseguridad alimentaria en Amé-
rica Latina y el Caribe 2015. La región alcanza las metas
internacionales del hambre, FAO.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 237

FAO (2016), Métodos para la estimación de índices comparables


de prevalencia de la inseguridad alimentaria experimentada
por adultos en todo el mundo, FAO, Roma.
FAO (2016a), El estado mundial de la agricultura y la ali-
mentación 2016. Cambio climático, agricultura y seguridad
alimentaria, FAO, Roma.
FAO, FIDA, PMA (2015), El estado de la inseguridad alimenta-
ria en el mundo 2015. Cumplimiento de los objetivos inter-
nacionales para 2015 en relación con el hambre: balance de
los desiguales progresos, FAO, Roma.
FAO, FIDA & PMA (2014), El estado de la inseguridad ali-
mentaria en el mundo 2014. Fortalecimiento de un entorno
favorable para la seguridad alimentaria y la nutrición, FAO,
Roma.
Flores, E. (1975), La alimentación: problema mundial, Tes-
timonios del Fondo, Fondo de Cultura Económica,
México.
Flores, M. (2017), Seguridad alimentaria: un concepto multidi-
mensional, en Torres, F. (coord.), Implicaciones regionales
de la seguridad alimentaria en la estructura del desarrollo
económico de México, Universidad Nacional Autónoma
de México, Instituto de Investigaciones Económicas.
Grote, R. (2011), El Protocolo Facultativo del Pacto Inter-
nacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales:
¿hacia una aplicación más efectiva de los derechos sociales?,
en Bogdandy, Armin von et al. (coord.), Construcción
y papel de los derechos sociales fundamentales. Hacia un
ius constitutionale commune en América Latina, México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas-Max-
Plank Institut für ausländisches öffentliches Recht
und Völkerrecht-Instituto Iberoamericano de Dere-
cho Constitucional. Disponible en línea: https://bit.ly/
2M9UDvM.
IFPRI, Concern Worldwide, Welthungerhilfe (2016),
2016 Global Hunger Index. Getting to Zero Hunger,
Washington, D.C., Dublin, Bonn. Disponible en línea:
https://bit.ly/2HcTuVn.
238 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Maxwell, S. (1996), “Food Security: a Post-modern Perspec-


tive”, Food Policy, vol. 21, N° 2, Gran Bretaña, Elsevier.
Porter, J.; Xie, L.; Challinor, A.; Cochrane, K.; Howden, S.;
Iqbal, M.; Lobell, D. & Travasso, M. (2014), “Food secu-
rity and food production systems”, en Field, C.; Barros,
V.; Dokken, D.; Mach, K.; Mastrandrea, M.; Bilir, T.;
Chatterjee, M.; Ebi, K.; Estrada, Y.; Genova, R.; Girma,
B.; Kissel, E.; Levy, A.; MacCracken, S.; Mastrandrea, P.
& White, L. (eds.), Climate Change 2014: Impacts, Adapta-
tion, and Vulnerability. Part A: Global and Sectoral Aspects.
Contribution of Working Group II to the Fifth Assessment
Report of the Intergovernmental Panel on Climate Change,
Cambridge, United Kingdom and New York, Cambrid-
ge University Press, pp. 485-533.
Robles, H. & Ruiz, A. (2012), Presupuestos para la agricultura
familiar y campesina en México, OXFAM y CRECE,
México.
Sen, A. (1981), Poverty and Famines: An Essay on Entitlement
and Deprivation, Great Britain, Clarendon Press Oxford.
Shamah, T.; Rivera, J.; Mundo, V.; Cuevas, L.; Morales, M.;
Jiménez, A.; González de Cosío, T.; Escobar, L. & Gon-
zález, L. (2013), La doble carga de la malnutrición: desnu-
trición y obesidad, en SAGARPA, SEDESOL, INSP, FAO
(2013), Panorama de la seguridad alimentaria y nutricional
en México 2012, FAO, México.
Disponible en línea: https://bit.ly/2FB4QAe.
Shaw, D. (2007), World Food Security: A History Since 1945,
Great Britain, Palgrave MacMillan.
Schejtman, A. (1988), “La seguridad alimentaria: tendencias
e impacto de la crisis”, Revista de la CEPAL, N° 36,
CEPAL, Santiago de Chile.
Schejtman, A. (1994), Economía política de los sistemas alimen-
tarios en América Latina, FAO, Santiago de Chile.
Schejtman, A. & Morón, C. (1996), “Situación de la segu-
ridad alimentaria en América Latina”, en FAO-INTA,
Producción y manejo de datos de composición química de
alimentos en nutrición, FAO, Santiago de Chile.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 239

SICIAV (2000), Marco conceptual para comprender las posibles


causas de un bajo consumo de alimentos y de un estado
nutricional deficiente, FAO, Roma.
The Economist, Inteligence Unit (2016), Global Food Security
Index 2016. Disponible en línea: https://bit.ly/1lnWlsW.
ONU (1948), Declaración Universal de los Derechos Humanos,
Artículo 25.
Overseas Development Institute (1997), Global Hunger and
Food Security after the World Food Summit, Briefing Paper,
London, ODI. Disponible en línea: https://bit.ly/2Fx-
K846.
Universal Declaration on the Eradication of Hunger and
Malnutrition (1974), adoptada el 16 de noviembre de
1974 en la Conferencia Mundial de la Alimentación.
Perspectivas alimentarias en el mundo
a comienzos del siglo XXI
JACQUES CHONCHOL

Resumen

Los agricultores de todo el mundo utilizan distintas téc-


nicas y herramientas de producción agrícola, algunas más
modernas y eficientes que otras, y por tanto, difiere su
productividad. Los productos agrícolas que se consumen
también varían por región, siendo los cereales la principal
fuente energética del mundo. Sin embargo, estos no aportan
las proteínas necesarias para satisfacer todas las necesida-
des alimenticias.
Este artículo se pregunta si es posible alimentar a cada
habitante del planeta, y se responde en forma positiva. Al
aumentar la población se buscó sobre todo incrementar la
productividad de las tierras utilizando cultivos de mayor
rendimiento acompañado de nuevas técnicas de produc-
ción: regadío, fertilización, semillas seleccionadas y mejo-
radas, aplicación de productos de control de pestes y enfer-
medades, etc., todo lo cual condujo a una intensificación
de la producción agrícola. Sin embargo, todo ello se vio a
menudo acompañado de polución, erosión y salinización de
las tierras, de modo que a pesar de los progresos logrados en
la producción de alimentos, el hambre y la subalimentación
subsisten en el mundo en que vivimos.
El crecimiento demográfico continuará de 2000 a
2050, se agregarán 2,5 miles de millones de personas que
habrá que alimentar, será necesario que la producción de
alimentos en el mundo aumente en un 70% para satisfa-
cer las necesidades alimentarias globales. Para resolver el

241
242 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

problema de la seguridad alimentaria de una población que


en 2050 llegará a casi 9.000 millones de personas, una nueva
ecuación es necesaria.

1. La gran diversidad de formas y tipos de agricultura


y alimentación

La base de la alimentación humana es hoy como ayer la


producción agrícola y ganadera, la recolección de produc-
tos naturales, la caza y la pesca.
Pero muy poco hay en común entre los 28 millones
de agricultores del planeta que están equipados de tractores
(FAO, 2002) y todos sus complementos (semillas seleccio-
nadas, riego y fertilizantes, pesticidas y asesoría técnica),
lo que les permite cultivar superficies considerables, y los
250 millones que utilizan bueyes, caballos, mulas, camello
cebúes, búfalos y otros animales, que por lo tanto tienen
un acceso muy limitado a las técnicas modernas y, por otro
lado, los millones de agricultores que no pueden disponer
más que de la fuerza de sus brazos provistos de una hoz.
En Asia y África un campesino produce en promedio
dos toneladas de cereales por hectárea y obtiene en total
1,6 toneladas por año. En Francia ese mismo campesino
produce 8 toneladas por hectárea, en 100 hectáreas, o sea:
800 toneladas al año. La diferencia de productividad del
trabajo puede variar en la actualidad de 1 a 500, mientras
que en 1900 esa variación era entre 1 y 10.
Por otro lado, alimentarse es un problema bien dife-
rente según la región del planeta. Las Naciones Unidas
clasifican los países del mundo en siete grandes grupos ali-
mentarios en función de los productos dominantes en su
alimentación: i) 16 países, principalmente asiáticos, consu-
men de un modo preferente el arroz; ii) 25 países, principal-
mente en Euroasia y en África, privilegian el trigo; iii) China
y Egipto son más que nada consumidores de arroz y trigo;
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 243

iv) 25 países, sobre todo en América Latina, constituyen


la civilización del maíz; v) el área del sorgo y del mijo es
mucho más reducida, cuenta con algunos países y regiones
en África; vi) la mayor parte del África al sur del Sahara con-
sume además de cereales, raíces y tubérculos como man-
dioca, ñame, taro, patata dulce y plátano macho; vii) final-
mente, la mayoría de los países desarrollados se caracteriza
por una alimentación muy diversificada, con base en trigo,
maíz, leguminosas, leche, carne, frutas y legumbres (Europa
occidental, América del Norte y parte del Sur, Australia y
Nueva Zelandia). La carne, por otro lado, especialmente
de ave y de cerdo, está penetrando fuertemente en ciertos
países en desarrollo, como China.
Los cereales, fuente principal de la energía alimentaria
a nivel mundial, no son producidos solo para los seres
humanos (FAO, 2002). Los animales de crianza consumen
actualmente cerca del 44% del conjunto de sus cosechas, a
lo que se agrega, cada vez más, ciertas leguminosas, como
la soya.
Para alimentar a una persona se necesita, en promedio,
cerca de un kilogramo de cereales por día (330 kilos por
año en los países desarrollados y 173 kilos en los países en
desarrollo). Pero si los cereales son la base de la alimen-
tación humana, no son suficientes, puesto que no aportan
las proteínas necesarias para satisfacer todas las necesida-
des alimenticias. Entonces es imprescindible complementar
las dietas alimentarias. A lo largo del mundo, y según los
climas, se agregan a las dietas alimentarias diferentes legu-
minosas (porotos, arvejas, lentejas, maní y soya) que fijan
naturalmente el nitrógeno del aire. Además, son excelentes
proveedores de proteínas que pueden reemplazar en gran
parte las proteínas animales.
Después de las leguminosas vienen en la alimentación
humana los tubérculos, como papas, ñames, tapioca, entre
otros, y las raíces, como zanahorias, rábanos, habas y man-
dioca.
244 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

En un gran número de países la diversificación alimen-


taria llega hasta aquí. Los productos señalados son cocina-
dos en asociación, lo que constituye la base de la cultura
alimentaria de grandes civilizaciones. Para mejorar el gusto
de estos alimentos, cuyo consumo se hace a veces monó-
tono y desabrido, se agregan elementos picantes, como el
ají y otros condimentos y, según las estaciones, en los países
tropicales se agregan frutas y legumbres. Cuando el nivel de
vida aumenta, se agregan aceites de palma, de maní, de coco,
de soya, de maravilla o de sésamo. Las calorías suplementa-
rias consumidas en los países en desarrollo provienen sobre
todo de oleaginosas. Finalmente, cuando aumenta más se
consume carne y otros productos animales, como huevos
y productos lácteos. Esto se produce particularmente en
Asia, en Europa, en América del Norte y Latina. En cam-
bio, África al sur del Sahara, el Medio Oriente y África
del Norte, que tienen necesidad de aumentar su consumo
de proteínas, han tenido hasta ahora menos oportunidades
de diversificar su consumo alimentario. El consumo mun-
dial de pescado progresa también con diferencias aún más
importantes que las de carne.

2. ¿Es posible alimentar a cada habitante del planeta?

La respuesta a la pregunta que da título a esta sección es


sí. Para ello, a lo largo de la historia se recurrió a distintos
procedimientos. Después de la caza, la pesca y la recolec-
ción de productos naturales, y cuando comenzó el cultivo,
el procedimiento más antiguo fue el aumento de las tierras
cultivadas, para lo cual se recurría a distintos métodos: cul-
tivar tierras no utilizadas anteriormente, inclusive tierras
menos aptas para el cultivo, como tierras montañosas u
ocupadas por florestas. En muchas tierras montañosas se
hacían cultivos en terrazas, como encontramos en China
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 245

y entre los incas del Perú. A menudo se recurrió también


a colonizar tierras en otros continentes, como hicieron a
menudo los pueblos europeos.
Pero posteriormente, al aumentar la población se buscó
sobre todo incrementar la productividad de las tierras utili-
zando cultivos de mayor rendimiento acompañado de nue-
vas técnicas de producción: regadío, fertilización, semillas
seleccionadas y mejoradas, aplicación de productos de con-
trol de pestes y enfermedades, etc., todo lo cual condujo a
una intensificación de la producción agrícola. Sin embargo,
todo ello se vio a menudo acompañado de polución, erosión
y salinización de las tierras.
El aumento de la intensificación de cultivos, es decir, la
obtención de varias cosechas complementarias en un mis-
mo año, también fue utilizado donde se disponía de buenas
tierras y de condiciones climáticas favorables.
La disminución de las pérdidas de cosechas por malas
condiciones de conservación ha sido también un recurso
importante para aumentar la producción. La FAO (2013)
estima que a nivel mundial se pierde entre el 10 y el 15%
de las cosechas por las malas condiciones de conservación.
Esto puede llegar en algunos casos al 50% por pérdida de
granos, pudrición del stock, ataques de pájaros, roedores,
insectos o malas condiciones de cosecha y transporte a los
lugares de almacenaje.
Es posible también aumentar la producción de ali-
mentos al incrementar las superficies destinadas a ellos, en
detrimento de las tierras destinadas a cultivos no alimenta-
rios, como las utilizadas para la producción de combustibles
como el etanol o los textiles.
La propuesta más reciente, a partir de los años 1960,
para responder a las necesidades alimenticias del planeta y
en particular a la inquietud por las hambrunas y las esca-
seces futuras de alimentos después de la Segunda Guerra
Mundial, fue la llamada “Revolución Verde”.
246 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Esta puede ser vista como un conjunto de técnicas de


producción para la agricultura de riego en las regiones del
trópico húmedo con el empleo de

i. variedades de trigo y de arroz de tallo corto y alto


rendimiento;
ii. uso intensivo de fertilizantes y de productos de pro-
tección fitosanitaria;
iii. un conjunto de medidas de política agrícola de sos-
tenimiento que implican garantía de compra de las
cosechas por el sector público a un precio fijado con
anticipación;
iv. subsidios a los fertilizantes, a los productos de protec-
ción fitosanitarios y a los equipos de producción;
v. el acceso al crédito;
vi. la protección tarifaria; y
vii. un sistema desarrollado de vulgarización.

El modelo de la Revolución Verde se extendió ante


todo en Asia, donde las reformas agrarias y las inversiones
en riego han sido muy importantes. En todas partes las
políticas de apoyo han sido eficaces y el modelo técnico
se desenvolvió a base de variedades de alto rendimiento,
aportes significativos de fertilizantes y de productos fito-
sanitarios, lo que condujo a un incremento rápido de la
producción. En apenas dos decenios varios países alcanza-
ron la autosuficiencia alimentaria y dispusieron de exce-
dentes de cereales.
En América Latina las técnicas de la Revolución Verde
interesaron sobre todo a las grandes explotaciones, cuyos
responsables tenían una actitud empresarial, y que se orien-
taron especialmente a los mercados de exportación: pro-
ducción de maíz, de trigo, de soya, de algodón y de arroz.
El caso del aumento de la producción de maíz y de soya en
Brasil y en Argentina ha sido espectacular en los últimos
años (OECD/FAO, 2016).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 247

La crianza y la engorda de animales han tenido también


en América Latina un crecimiento espectacular, orientado
principalmente a la exportación. Argentina había comenza-
do sus exportaciones de carne antes de la Segunda Guerra
Mundial. La deforestación y la instalación de campos de
pastoreo en Brasil, en las zonas amazónicas y en América
Central han hecho aparecer nuevas formas extensivas de
crianza de animales destinados a la carne de exportación.

2.1. A pesar de los progresos logrados en la producción


de alimentos, el hambre y la subalimentación subsisten
en el mundo en que vivimos
Aun teniendo en consideración los progresos logrados en
la producción de alimentos con la Revolución Verde y otras
mejoras tecnológicas, así como el incremento de las super-
ficies cultivadas y del comercio internacional de produc-
tos alimenticios, el hambre y la subalimentación siguen
siendo una realidad en el mundo en que vivimos. Ello se
debe a diversos factores, entre los que destacan el aumen-
to poblacional, la pobreza y la muy desigual distribución
de los recursos productivos y de la población afectada por
el hambre.
En materia de aumento poblacional ─según FAO
(2009)─, entre 1956 y el año 2000 la población mundial
se duplicó, pasando de 2.519 a 6.071 miles de millones de
habitantes y se estima que aumentará a casi 9.000 millones
en 2050 (8.919.000 millones). ¿Cuál será el impacto de este
aumento poblacional en la demanda de alimentos? Variable
según las regiones, puesto que el incremento estimado de
la población no será igual en todas partes. Se estima que
el impacto del crecimiento poblacional significará, según
las regiones, una necesidad de multiplicar la producción de
alimentos entre el año 2000 y el año 2050 de 3,14 veces en
África, de 1,69 en Asia, de 1,80 en América Latina, de 1,31
en América del Norte, de 1,61 en Oceanía, de 0,91 en Euro-
pa y de 1,76 veces en el mundo globalmente considerado.
248 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Pero no toda la población consume igual cantidad de


alimentos. Ello depende del sexo, de la edad, de la actividad
que realiza y de varios otros factores como la cultura y los
hábitos alimentarios. Al impacto del crecimiento poblacio-
nal es preciso agregar el factor del aumento del consumo en
función de la composición de la población y de las modifi-
caciones de los regímenes alimentarios.
En síntesis, el efecto acumulativo del conjunto de estos
factores (crecimiento poblacional, aumento de las necesi-
dades alimentarias según la composición de la población y
las modificaciones de los regímenes alimentarios) se estima
que implicará en las diferentes regiones un efecto multi-
plicador acumulativo para alimentar a sus poblaciones en
2050 con respecto al año 2000 de 5,14 veces en África, de
2,34 en Asia, de 1,92 en América latina, de 1,31 en América
del Norte, de 1,61 en Oceanía, de 0,91 en Europa y de 2,25
veces para el conjunto de la población del mundo.
Vivir en un gran país exportador de productos agrí-
colas no evita que la población local pueda sufrir penurias
alimentarias. Los problemas de la distribución son impor-
tantes para la alimentación así como el aumento de la pro-
ducción. Brasil, por ejemplo, es un gran país exportador de
alimentos, que probablemente será uno de los graneros del
mundo en el siglo XXI. Sin embargo, hoy su gobierno se
plantea como objetivo alimentar a la totalidad de su pobla-
ción a través de un Plan de Acción denominado “Hambre
Cero”. En efecto, casi 15 millones de brasileros están subali-
mentados y 30 millones están mal alimentados. El progra-
ma social de ese Plan (Bolsa Familia) prevé transferir ingre-
sos a las familias necesitadas a cambio de asistencia escolar
frecuente y visitas médicas. Pero actuar sobre la demanda
no es suficiente. Es igualmente necesario aumentar la ofer-
ta a un precio reducido. Además, Brasil pretende exportar
cada vez más alimentos, por lo tanto, deberá aumentar su
producción en un 75% de aquí a 2050.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 249

Actualmente, una de cada siete personas no dispone


de alimentos suficientes, y la causa fundamental de esta
subalimentación es la pobreza. Con un nivel de ingreso de
hasta un dólar diario habría en el mundo 1.200 millones de
personas en situación de pobreza absoluta. Bajo dos dólares
diarios, el número de pobres llega a cerca de 3.000 millo-
nes. Los subalimentados se cuentan en torno a los 1.200
millones de personas.
En Asia, a pesar del rápido crecimiento económico de
los últimos decenios, el hambre y la subalimentación per-
sisten. En India, a pesar de sus políticas de redistribución
social, todavía no se ha logrado suprimir la pobreza. Ello es
el resultado de numerosos factores: en el terreno agrícola,
proviene de la escasez de ingresos en razón de la exigüidad
de las superficies agrícolas a medida que la población crece,
lo cual se deriva de los límites ecológicos para la produc-
ción en las zonas secas ─que cubren una buena parte del
país─ así como de los limitados rendimientos en las zonas
de la Revolución Verde. Hay también un gran número de
campesinos sin tierra.
En China se ha producido una rápida industrialización
y un gran crecimiento económico desde las reformas eco-
nómicas de 1978, lo que ha conducido a un importante des-
plazamiento de mano de obra rural hacia las grandes ciuda-
des de la costa. Actualmente, se busca mejorar los ingresos
agrícolas de la sociedad campesina donde se ha producido
una gran descomposición social, debido a que los subali-
mentados se encuentran sobre todo entre la población rural
pobre y los cesantes.
Indonesia, otro país con una gran población, a pesar
del enorme éxito de la Revolución Verde, la autosuficiencia
en arroz y el aumento de la producción de soya para la
alimentación humana, bajo la presión del Banco Mundial,
comenzó en la década de 1990 a renunciar a su política de
sostenimiento a la agricultura. La crisis de 1996 y la restric-
ción presupuestaria que implicó condenaron a la pobreza
a una parte importante de la población, de la cual un 55%
250 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

es rural. Estos han visto subir considerablemente el costo


de los fertilizantes y han enfrentado situaciones de sequía.
Además, el consumo de soya por habitante, alimento básico
de la población, ha disminuido considerablemente.
En África la crisis de los Estados, los conflictos civiles y
las guerras mantienen altos niveles de pobreza. Estos con-
flictos han sido numerosos en el oeste africano y en el África
de los grandes lagos. Los países que no han conocido la
guerra en los últimos 20 años son los únicos que han visto
aumentar su producción de alimentos.
También han influido negativamente las sequías per-
manentes en los países del Sahel y en el África austral,
las que constituyen los momentos extremos de una situa-
ción climática de aridez y de desertificación permanente.
La penuria de alimentos y de campos de pastoreo obliga
a los pastores a vender sus rebaños, y como los precios se
hunden, todos deben vender al mismo tiempo. El ganado
constituye la principal fuente de alimentación y el principal
capital de los campesinos.
El África de los grandes lagos y Etiopía conocen a la
vez desórdenes civiles ligados a la fuerte densidad de la
población. En Etiopía, por otra parte, en los últimos años se
ha observado un acaparamiento de grandes extensiones de
tierras fértiles por inversionistas extranjeros, provenientes
especialmente de los países árabes, con el fin de asegurar-
se un futuro abastecimiento alimenticio. Este fenómeno se
conoce como land grabbing. En Etiopía, el Estado es el dueño
de todas las tierras, en un país donde el 85% de la población
es rural, y desde finales de 2007, Addis Abeba lanzó un
plan de arriendo a largo plazo de una parte de sus tierras
a inversores internacionales. Estos inversores ─magnates
saudíes, indios y europeos─ cultivan con fines de exporta-
ción arroz, té, verduras, cereales, azúcar morena y plantas
para agrocarburantes, como la jatrofa y la palma aceite-
ra. Hasta 2011 habían sido asignadas aproximadamente un
millón de hectáreas y en los próximos años se estima lle-
gar a tres millones. Etiopía es el paraíso dorado de estos
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 251

inversores, debido a que el costo del canon de arriendo


de estas tierras es reducido (Liberti, 2015). La política de
land grabbing impulsada no mejora si no mínimamente las
necesidades alimenticias de la población rural, en la medida
en que una muy pequeña parte de ella es contratada como
mano de obra. Cabe señalar que estas políticas de land grab-
bing se están hoy extendiendo a otras partes del mundo
desde la selva amazónica a la Patagonia.
En África del Norte y en el Medio Oriente, por su
parte, las estructuras fundarias mantienen a los pequeños
agricultores en la pobreza y la subalimentación.
En la agricultura latinoamericana que dispone de espa-
cios y de recursos climáticos favorables la población rural
pobre proveniente de generaciones de trabajadores sin tie-
rras y de pequeños productores minifundistas se ha bene-
ficiado poco de las reformas agrarias realizadas en el siglo
XX. Una gran parte de ellos no ha conocido una evolución
positiva y continúa viviendo en condiciones de subalimen-
tación. Por otro lado, se ha producido una considerable
migración rural-urbana, muchos habitantes de la zona de
la amazonia brasilera, de la Costa Atlántica de América
Central o de la Araucanía chilena han emigrado, dado que
sus condiciones de vida y de alimentación en las zonas de
emigración son bastante precarias, ya sean ciudades o zonas
rurales (altiplano de Chiapas, altiplano guatemalteco, zonas
indígenas de Nicaragua y de los Andes). Todas estas zonas
viven en situación de crisis alimentaria casi permanente,
por la pobreza de las pequeñas explotaciones rurales o de
los suburbios en las aglomeraciones semiurbanas. Este es el
caso también de ciertas islas del Caribe, como Haití y las
Antillas. La pobreza se explica por la ausencia de soluciones
tecnológicas y económicas que permitan, a estas poblacio-
nes mejorar sus condiciones de vida. Según la FAO (2015)
en 2015 el 11% de la población de América Latina y el
Caribe se encuentra subalimentada.
252 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

2.2 Para resolver el problema de la seguridad


alimentaria de una población que en 2050 llegará a casi
9.000 millones de personas, una nueva ecuación
aumentaria es necesaria
Los progresos que han tenido lugar en la agricultura entre
1950 y 2000, mediante la combinación del incremento de
las áreas cultivadas y regadas, la mecanización, la selección
de especies, el mayor uso de semillas mejoradas, de fertili-
zantes y de pesticidas, etc., permitieron enfrentar un incre-
mento de la población mundial del 140%, reducir el porcen-
taje de población subalimentada y con hambre del 33% al
17% entre 1960 y 2000 e incrementar el consumo alimen-
tario medio de 2.450 a 2.800 calorías por persona al día.
Como el crecimiento demográfico continuará de 2000
a 2050, y se agregarán 2,5 miles de millones de personas que
habrá que alimentar, será necesario que la producción de
alimentos en el mundo aumente en un 70% para satisfacer
las necesidades alimentarias globales (FAO, 2009).
Un primer elemento para ello será el cultivo de nuevas
tierras. Esto es posible puesto que hoy día solo 1,4 miles
de millones de hectáreas de las 4,3 miles de millones tota-
les consideradas explotables lo están siendo. Y existen tie-
rras posibles de incorporar al cultivo en países tan diversos
como Rusia, Ucrania, Argentina, Brasil, Indonesia y nume-
rosas regiones de África. Igualmente, se estima que el calen-
tamiento global que se está produciendo en la actualidad
permitiría aumentar las superficies agrícolas en Canadá y
en Siberia, aunque también podría disminuirlas en varias
regiones subtropicales.
Pero la extensión de estas tierras cultivables encuentra
serios problemas económicos o ecológicos, sin contar los
políticos. En África se necesitará una enorme inversión en
riego, fertilizantes y equipamientos. En Brasil y en otros
lugares la deforestación para aumentar las tierras agrícolas
significa una pérdida importante de biodiversidad, con el
resultado de lograr a menudo suelos de calidad agrícola
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 253

muy mediocre. Por otra parte, a menudo no será fácil acce-


der a las tierras teóricamente cultivables. Ello exige gran-
des inversiones y los suelos obtenidos estarán fuertemente
degradados, situados en pendientes considerables y alejados
de los recursos acuíferos.
Según la FAO (2009), las tierras arables solo podrían
aumentar de ahora a 2050 en 120 millones de hectáreas
en los países en desarrollo. No hay que olvidar, por otra
parte, que el crecimiento y la extensión urbana así como los
sistemas de comunicación (carreteras y otros) disminuyen
considerablemente en muchos países del mundo las mejores
tierras agrícolas disponibles.
Mucho más que por el aumento de las tierras cultiva-
das, es sobre todo por el incremento de los rendimientos
por hectárea que se podrá aumentar la producción alimen-
taria mundial. Y como en los países de cultivo intensivo de
Asia, de América del Norte y de Europa, los rendimientos
de los cultivos son ya bastante altos, los mayores esfuerzos
en este sentido deberán concentrarse con prioridad en los
países africanos y sudamericanos.
Para ello tendrán que aumentarse las tierras regadas,
porque el 50% de la alimentación producida en la India e
Indonesia, el 70% en China y el 80% en Pakistán proviene de
tierras regadas. En cambio, solo el 5% de las tierras arables
de África al sur de Sahara están regadas.
En la medida en que el riego permite obtener rendi-
mientos de dos a cinco veces superiores a los de las tierras
no regadas, las posibilidades de incrementar la producción
en África son considerables, en especial si ello va acompa-
ñado del uso de fertilizantes, de semillas mejoradas y del
conjunto de las técnicas de la Revolución Verde. El empleo
de fertilizantes alcanzaba en 2007 a 250 kilos por hectárea
en promedio en Europa occidental y los Estados Unidos, a
73 kilos por hectárea en América Latina y no sobrepasaba
los 9 kilos por hectárea en el África al sur del Sahara.
254 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Otro elemento clave de una nueva ecuación alimentaria


es enfrentar y corregir el impacto de la actual mundializa-
ción de los sistemas alimentarios. Aun cuando los cereales
son en todo el mundo la base de la alimentación, el régi-
men alimenticio de los países industrializados se distingue
por un consumo elevado de carne y de productos lácteos.
Este nuevo régimen está progresando rápidamente en gran
número de países en desarrollo por la vía de la globaliza-
ción económica y cultural y del comercio internacional. Por
ejemplo, el consumo actual de carne ha evolucionado de 10
kilos anuales por persona en promedio en la decada de 1960
a 26 kilos al final de la década de 1990, y podría alcanzar 35
kilos por persona en 2030 (FAO, 2002).
Por otra parte, el consumo de productos lácteos ha
aumentado en el mismo período de 28 a 45 kilos y podría
superar los 60 kilos en 2030 (FAO, 2002). Esta convergencia
de los hábitos alimentarios es el resultado del impacto de
numerosos factores, sobre todo económicos, independien-
temente de la geografía, la historia, la cultura o la religión.
Muchos de estos cambios han sido inducidos por el desa-
rrollo del comercio internacional, por el modelo de agricul-
tura de los países desarrollados y por la promoción mundial
de los modelos de consumo occidentales impulsados por la
industria agroalimentaria (cadenas de restauración rápida,
platos precocinados, congelados o listos para cocer, distri-
bución a domicilio, etc.).
Cada vez más como consecuencia del aumento del con-
sumo de carne y de productos lácteos, los cereales no se
utilizan para el consumo humano directo sino que para la
producción de carnes y de lácteos. La producción de calo-
rías animales necesita de un consumo desproporcionado de
cereales y de leguminosas. Se necesitan 4 calorías vegetales
para producir 1 caloría de carne de ave o de cerdo y 11
calorías vegetales para producir 1 caloría de carne bovina.
Esto hace que la necesidad de cereales para la producción
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 255

animal aumente por lo menos en 50% entre 2000 y 2050,


lo cual se resta a la disponibilidad de cereales para el con-
sumo humano directo.
Al consumo de cereales habría que agregar el creciente
consumo de leguminosas, como la soya para la producción
animal. A este muy alto consumo de cereales para la pro-
ducción de carnes y de lácteos debe agregarse un nuevo
fenómeno de creciente importancia: el consumo de cereales
y otros productos agrícolas para la producción de agrocar-
burantes. Este es un hecho reciente que puede incremen-
tarse considerablemente a medida que las fuentes de ener-
gía fósiles se agoten y sus precios aumenten. Para mejorar
su seguridad energética y disminuir su dependencia de las
importaciones de petróleo, así como para reducir sus emi-
siones de C02, los países desarrollados y los principales paí-
ses emergentes han elegido desarrollar políticas activas de
sostenimiento a sus agricultores para el cultivo de produc-
tos vegetales destinados a producir agrocarburantes como
la caña de azúcar, el maíz, la colza, la palma aceitera, la beta-
rraga y otros. Esto presiona al alza de precios de todos estos
productos y penaliza a los consumidores de bajos ingresos
en lo que respecta a su alimentación.
Según algunas proyecciones, el aumento de la produc-
ción de etanol y de biodiesel de ahora a 2050 podría contri-
buir a aumentar en varios millones el número de niños en
edad preescolar que sufrirían de mala nutrición en África
subsahariana y en Asia del Sur. Si no representan hoy día
más que el 1,5% del total de energía utilizada en el trans-
porte caminero, los agrocarburantes de primera generación
emplean ya el 2% de las tierras arables mundiales y repre-
sentan el 7% del consumo mundial de cereales secundarios.
Un aspecto fundamental de una nueva ecuación que
permita enfrentar la seguridad alimentaria de ahora a 2050
es la disminución de las pérdidas postcosecha, así como de
almacenamiento, distribución y consumo. En la actualidad
se pierden anualmente por fallas de almacenamiento, distri-
bución y consumo alrededor de un tercio de los volúmenes
256 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

de productos cosechados. La FAO (2013) estimaba en 2011


que estas pérdidas alcanzaban las 1,3 miles de millones de
toneladas por año, es decir, el equivalente a la mitad de la
producción mundial de cereales, lo que se distribuía en una
mitad en los países industrializados y la otra mitad en los
países en desarrollo. En Europa, por ejemplo, cada consu-
midor malgasta entre 95 y 115 kilos de alimentos por año.
En los países en desarrollo se pierde entre el 15% y el
35% de la producción en el campo y otro 10% a 15% por
las fallas de transporte y almacenamiento (FAO, 2013). En
el caso de los cereales, las causas de pérdidas son múltiples:
pérdidas de granos antes o durante la cosecha, pérdidas
durante el almacenamiento, ataques de pájaros, de roedo-
res y de insectos.
En Asia, según la FAO, si se logran reducir en un déci-
mo las pérdidas de arroz postcosecha, se podrían recuperar
5 millones de toneladas de este alimento vital para dichos
países cada año. En la pesca también entre el 10 y el 90%
de los pescados obtenidos se pierde por ser impropio al
comercio y al consumo. En los países desarrollados, en los
cuales la producción y el almacenamiento son relativamen-
te eficaces, es en la distribución y en el consumo donde se
producen grandes pérdidas. En Estados Unidos, por ejem-
plo, se estima que cada hogar pierde el 14% de sus compras
alimentarias anuales, sin considerar las pérdidas de distri-
bución y de venta al por menor.
Por otra parte, será necesario enfrentar el impacto
negativo sobre los recursos productivos disponibles del
cambio climático. Aunque esto no puede ser considerado
como un fenómeno de largo plazo, muchas de sus conse-
cuencias las estamos viviendo en la actualidad y es necesa-
rio comenzar a enfrentarlas con políticas de largo plazo.
Por un lado, es cada vez más evidente que la dilatación
de las aguas oceánicas y el deshielo de los polos y de los
glaciares están produciendo una subida de las aguas mari-
nas, lo que amenaza a numerosos territorios agrícolas de
los bordes costeros. Este es un horizonte de mediano y
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 257

largo plazo que puede tener serias consecuencias para la


producción alimentaria de esas regiones, que están por otra
parte densamente pobladas. La situación es particularmente
preocupante en los deltas de numerosos ríos asiáticos (delta
de Ganges en Bangladesh, del Mekong en Vietnam y en las
planicies costeras de Java).
A esto se agrega el aumento de la frecuencia y de la
intensidad de los ciclones (Vietnam, Bengala, El Caribe y
el Golfo de México). También, se observa con frecuencia el
efecto de inundaciones debido a factores climáticos en dis-
tintas partes del mundo. Todo esto puede disminuir drás-
ticamente las cosechas en las regiones así afectadas, como
además dañar gravemente las tierras agrícolas utilizables
que allí se encuentran.
Las informaciones ahora disponibles sobre los regí-
menes de lluvias y de temperaturas hacen pensar que en
el mediano y largo plazo las regiones boreales y australes
podrían ver sus capacidades de producción agrícola aumen-
tadas y en las regiones tropicales podrían decrecer. Esto
beneficiaría a regiones hoy día poco pobladas y con débil
densidad poblacional como Canadá, China del norte y Sibe-
ria, y penalizaría a regiones tropicales o subtropicales como
África del oeste y austral, el subcontinente indio, China del
sur y Brasil en América Latina.
Finalmente, señalemos la necesidad de regular mejor la
ayuda y el comercio internacional. En un sistema de eco-
nomía capitalista y de libre mercado como es aquel en que
viven la mayor parte de los países del mundo actual, muchos
piensan que es el comercio internacional de alimentos el
que puede desempeñar un rol fundamental en la resolución
del problema de la subalimentación y del hambre. Cada país
debe producir aquello en lo cual es más eficiente y a través
del intercambio internacional se puede mejorar rápidamen-
te la situación alimenticia de los subalimentados.
Ello hace olvidar una serie de factores fundamentales
del hambre: que en los países en desarrollo la población
está creciendo más rápidamente que en los desarrollados;
258 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

que una parte importante de esta población son campesinos


sin tierras o con tierras insuficientes, con tecnologías aún
bastante primitivas; que el nivel de ingresos de estos pobres
rurales y de los crecientes pobres urbanos no les permite
satisfacer en el mercado sus necesidades básicas; y que a
menudo los conflictos políticos, las guerras y la violencia
agravan su situación de inseguridad y pobreza. Todo esto
amplía los problemas del hambre y de subalimentación. En
muchos casos más, que el comercio sea una ayuda inter-
nacional bien organizada permite atenuar las catástrofes
alimentarias resultado de malas cosechas, violencia, guerras
o factores climáticos.
Todos estos factores que hemos señalado: posibilidades
de aumentar las tierras cultivadas, de incrementar los ren-
dimientos, de corregir los aspectos negativos de los sistemas
alimentarios que tiendan a predominar en el mundo actual,
la no utilización de producciones agrícolas para obtener
biocombustibles, la disminución de las pérdidas postcose-
chas, de distribución y consumo alimentario, la necesidad
de políticas de largo plazo para enfrentar los aspectos nega-
tivos del cambio climático, y una mayor regulación de la
ayuda y del comercio internacional, son el conjunto de
aspectos que deben ser considerados en la formulación de
una política de seguridad alimentaria para la humanidad
hacia el año 2050.

Bibliografía

Chonchol, J. (1987), Le dèfi alimentaire, Ediciones Larrousse,


París.
Chonchol, J. (2003), “La lucha contra el hambre y la segu-
ridad alimentaria”, en Beneyto, J.V. (2003), Hacia una
sociedad global. Ediciones Taurus, Madrid.
FAO (2000), El estado mundial de la agricultura y la alimen-
tación 2000, Roma.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 259

FAO (2002), Agricultura mundial: hacia los años 2015/


2030, Roma.
FAO (2009), La agricultura mundial en la perspectiva del año
2050, Foro de Expertos de alto nivel, 12-13 de octu-
bre, Roma.
FAO (2013), The Food Wastage Footprint Impacts on natural
resources.
FAO (2015), Panorama de la Inseguridad Alimentaria en Amé-
rica Latina y el Caribe, La región alcanza las metas inter-
nacionales del hambre.
Liberti, S. (2015), Los nuevos amos de la tierra, Land Grab-
bing, Ediciones Taurus, Buenos Aires.
Griffon, M. (2006), Nourrir La Planète, Ediciones Odile
Jacob, París.
OECD/FAO (2016), OCDE-FAO Perspectivas Agrícolas
2016-2025, OECD Publishing, París.
Parmentier, B. (2007), Nourrir L`Humanité, Ediciones La
Decouverte, París.
Parmentier, B. (2011), Manger tous et bien, Ediciones Du
Seuil, París.
Rieff, D. (2015), El oprobio del hambre, alimentos, justicia y
dinero en el siglo XXI, Ediciones Taurus, Buenos Aires.
Raisson, V. (2010), Atlas des futurs du monde, Ediciones
Robert Laffont, París.
Tercera parte.
Desarrollo territorial
Una mirada crítica
al desarrollo territorial rural1
JULIO A. BERDEGUÉ

Resumen

La revisión crítica de la experiencia regional de desarrollo


rural a partir de 1996, y la construcción de una propuesta de
renovación a inicios de 2000, implicó una ruptura impor-
tante con la tradición intelectual agraria y rural imperante
hasta entonces. A partir de este proceso, se ensamblaron dos
afirmaciones, la primera ─que sintetizó el análisis positivo
de la nueva ruralidad─ fue: “lo rural no es lo mismo que
lo agrícola”. La segunda, de naturaleza normativa, señala-
ba que la promoción del desarrollo rural bajo las nuevas
condiciones de América Latina y el Caribe debe basarse en
un enfoque territorial.
Este artículo presenta los elementos esenciales de la
propuesta de desarrollo territorial rural de inicios de la
década del 2000. Luego realiza un balance que, a 20 años de
haberse iniciado la construcción de un enfoque territorial
para el desarrollo rural latinoamericano, muestra luces y
sombras. Finalmente, se definen los desafíos para una nueva
generación de políticas y programas de desarrollo territo-
rial rural en América Latina y el Caribe, entre los que des-
tacan la construcción de una arquitectura institucional para

1 En homenaje a mi querido amigo y maestro Alejandro Schejtman, quien me


ha obligado a pensar en serio, me ha hecho vivir algunos de los momentos
más entrañables de mi vida, y me permitió acompañarlo como segundo vio-
lín en e 2002 en la elaboración del documento “Desarrollo Territorial Rural”,
lo que dio curso a 15 años de trabajo dedicado a convertir esas ideas en reali-
dades.

263
264 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

el desarrollo territorial, así como la necesidad de impul-


sar como objetivo del desarrollo territorial la promoción
de transformaciones estructurales socialmente incluyentes,
que se hagan cargo de las temáticas de innovación y creci-
miento económico de una forma mucho más significativa
que la observada en la primera generación de programas de
desarrollo territorial.

1. Revisión y ruptura con la tradición intelectual


agraria y rural

En la década entre 1996 y 2007, aproximadamente, vivimos


en América Latina y el Caribe un fecundo momento de revi-
sión crítica de la experiencia regional de desarrollo rural, y
de construcción de una propuesta de renovación: el desa-
rrollo territorial rural.
Releyendo algunos de los textos principales que con-
densaron ese debate,2 es fácil concluir que se trató de un
diálogo sustentado en un esfuerzo muy serio por entender
las nuevas características de nuestras sociedades rurales,
que habían vivido cambios muy profundos y acelerados
desde la irrupción del credo neoliberal a inicios de la década

2 A riesgo de exclusiones injustas, puedo referirme a veinte trabajos que con-


sidero que reflejan bien la vasta producción de esta década: Boisier (1996):
modernidad y territorio; Graziano da Silva (1997): nueva ruralidad; De
Janvry, Gordillo y Sadoulet (1997): reformas de la estructura agraria y de las
economías rurales; Berdegué, Reardon y Escobar (1999): empleo rural no
agrícola; Sepúlveda et al. (1998): desarrollo a escala territorial; Schejtman
(1999): lo urbano en el desarrollo rural; Rimisp (1999): empleo rural no agrí-
cola y desarrollo territorial; Abramovay (1999): relaciones de proximidad,
capital social y territorios; Da Veiga (2002): desarrollo territorial y defini-
ción de ruralidad; IICA (2001): nueva ruralidad; Pérez (2001): nueva rurali-
dad; Chiriboga (2002): síntesis de aprendizajes del desarrollo rural; De
Janvry y Sadoulet (2002): desarrollo rural con enfoque territorial; Echeverri
y Ribero (2002): nueva ruralidad; Schejtman y Berdegué (2003 y 2004):
desarrollo territorial rural; Echeverría (2003): desarrollo territorial rural;
Caron (2005): tipología y delimitación de territorios, y Favareto (2007): crí-
tica de los paradigmas del desarrollo rural.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 265

de 1980. No es que esas lecturas de la realidad no estuvieran


influenciadas por las convicciones ideológicas o políticas de
cada uno de los que participamos en esa discusión, pero el
punto de partida de la construcción de alternativas fue, sin
duda, un esfuerzo por entender la ruralidad contemporánea
tal cual era. Tal vez fue la fuerza de la derrota que significó
la sucesión de dictaduras militares y de expansión acelerada
de las políticas neoliberales la que nos impulsó a una inusi-
tada disposición a poner en cuestión lo que hasta entonces
eran verdades reveladas.3
Distintos autores y equipos concentramos la atención
en aspectos diferentes de las sociedades rurales. Cada quien
tenía evidencias e interpretaciones sobre apenas una parte
de la realidad. Gracias a que se construyeron los espacios
y las condiciones para un diálogo de alcance realmente
latinoamericano, es que esas piezas pudieron contrastarse,4
debatirse y, finalmente, ensamblarse en dos afirmaciones
que hoy en día parecen banales, pero que implicaron una
ruptura importante con la tradición intelectual agraria y
rural imperante hasta entonces. La primera de ellas, que
sintetizó el análisis positivo de la nueva ruralidad, fue: “lo
rural no es lo mismo que lo agrícola”. La segunda, de natu-
raleza normativa, señalaba que la promoción del desarrollo
rural bajo las nuevas condiciones de América Latina y el
Caribe debe basarse en un enfoque territorial.

3 Viene al caso lo que dice Flaubert, citado por Yourcenar (2006) en Memorias
de Adriano, a propósito de otra época: “los dioses no estaban ya y Cristo no
estaba todavía, y de Cicerón a Marco Aurelio hubo un momento único en
que el hombre estuvo solo” (p. 166).
4 Destaco como ejemplo cuatro reuniones que tuvieron una fuerte influencia
en el impulso de este proceso: (a) Seminario sobre desarrollo del empleo
rural no agrícola en América Latina, Rimisp - BID - CEPAL - FAO, Santiago,
septiembre 1999; (b) Conferencia sobre el desarrollo de la economía rural y
la reducción de la pobreza, Asamblea de Gobernadores del BID, Nueva
Orleans, marzo, 2000; (c) Seminario Internacional Enfoque Territorial del
Desarrollo Rural, IICA y SAGARPA, Veracruz, marzo 2002; (d) Desarrollo
local y regional en América Latina: hacia la construcción de territorios com-
petitivos innovadores, ILPES, Quito, julio 2002.
266 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

2. Elementos esenciales de la propuesta de desarrollo


territorial a inicios de la década de 2000

Aunque en aquel momento se plantearon diversas defini-


ciones del enfoque de desarrollo territorial rural, me parece
que las versiones más influyentes coincidieron en incluir, de
una u otra forma, los siguientes elementos sustantivos:

a. Definición del territorio como un espacio socialmente


construido y, por ende, como un conjunto de estruc-
turas, instituciones y actores, más que como un espa-
cio con determinadas condiciones físico-biológicas (lo
cual diferencia el enfoque territorial de, por ejemplo, el
enfoque de cuencas).
b. Reconocimiento de la diversidad sectorial de la econo-
mía rural, incluyendo las actividades agrícolas en sen-
tido amplio, pero también otras actividades primarias,
los servicios y las manufacturas e industrias. Lo impor-
tante de esta constatación es que de ella deriva la pro-
puesta de que las políticas y programas de desarrollo
territorial no deben definirse a priori como enfocadas
en un solo sector, es decir, no pueden ser iniciativas
sectoriales. Esta afirmación separa el enfoque territo-
rial de las estrategias tradicionales de desarrollo rural,
las que eran (y son) de naturaleza sectorial y centradas
en actores y agendas agrarias, incluyendo aquellas que
consideraban que el desarrollo de la agricultura cam-
pesina, o de la agricultura familiar, debía ser el eje y
motor del desarrollo rural.
c. Valorización del papel de los espacios urbanos y de
las relaciones rurales-urbanas. Por decirlo más direc-
tamente, se proponía que el espacio de las políticas
de desarrollo rural es un continuo rural-urbano, que
incluye por cierto la “ruralidad profunda” pero tam-
bién los pueblos y las ciudades pequeñas y medianas de
la región. Esta afirmación conlleva al reconocimiento
del papel cada vez más importante y, debemos decirlo,
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 267

más influyente y determinante, de una diversidad de


actores, relaciones y actividades que tienen residen-
cia en el segmento urbano de los territorios rurales-
urbanos. Este énfasis en los gradientes y articulaciones
rurales-urbanas diferencia el enfoque territorial de las
propuestas de desarrollo local o de desarrollo basado
en la comunidad.
d. Las estrategias y programas de desarrollo de cada terri-
torio deben pensarse, construirse y conducirse desde
abajo, desde el territorio, aunque en diálogo e interac-
ción con las dinámicas supraterritoriales de todo tipo.
La primera razón que justifica esta centralidad de los
actores territoriales es el reconocimiento de que cada
territorio es una construcción social única y diferente
de las demás, con estructuras, instituciones y actores
distintivos, forjados a lo largo de la historia del territo-
rio. Cada estrategia o programa de desarrollo territo-
rial no tiene otra opción que internalizar esa particula-
ridad del territorio, y ello no se puede hacer sino desde
el territorio mismo.
e. La estrategia y el programa de desarrollo de cada terri-
torio incluyen la construcción de un actor territorial.
Se entiende que en cada territorio (producto en par-
te de lo señalado en los puntos 2 y 3 anteriores) hay
una diversidad de actores con intereses particulares y,
muchas veces, contrapuestos y en pugna. La estrategia
de desarrollo territorial no puede ser la suma de los
intereses particulares y, menos aún, la imposición de
las prioridades de algún actor en particular. La cons-
trucción de una agenda territorial supone, por ende,
la construcción en paralelo de un actor territorial que
exprese dicho programa de desarrollo. Esto no supo-
ne –como han criticado algunos– una negación del
conflicto social, sino que se propone que el conflicto
social debe tener alguna salida que, en una sociedad
268 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

democrática, tendría que ser expresiva, en mayor o


menor medida, de la diversidad de intereses contenidos
en el territorio.

A estas características medulares, Schejtman y Berde-


gué (2004) agregaban algunos otros criterios, que en verdad
se derivan o basan en los cinco ya mencionados: el desarro-
llo territorial implica procesos simultáneos de transforma-
ción productiva y de cambio institucional; reconocimiento
de una diversidad de estrategias de vida de los hogares rura-
les; importancia de la construcción de nuevas arquitecturas
institucionales para el desarrollo y, finalmente, el señala-
miento de que los programas de desarrollo territorial rural
debían concebirse como iniciativas de largo plazo.
Un último elemento sustantivo de las definiciones
generadas en la década 1996-2007 era el énfasis en la reduc-
ción de la pobreza rural como objetivo central del desarro-
llo territorial. Ello no podía ser de otra forma si recordamos
que, en 1980, al iniciarse el ciclo neoliberal, la pobreza en
América Latina y el Caribe afectaba al 59,8% de la población
rural, y que en 1997 esta había aumentado en cuatro puntos
porcentuales, en tanto que la extrema pobreza rural había
crecido en casi seis puntos porcentuales (CEPAL, 2017).
Enfrentar este desastre social era la tarea más urgente para
muchos de los comprometidos con el desarrollo rural, y eso,
sin duda, tuvo una influencia decisiva en la conceptualiza-
ción de las propuestas de desarrollo territorial.

3. Balance

El balance que podemos hacer a 20 años de haberse iniciado


la construcción de un enfoque territorial para el desarrollo
rural latinoamericano y caribeño tiene luces y sombras, y,
para ser francos, más sombras que las que uno quisiera.
En la columna del haber, destaco tres elementos:
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 269

a. El desarrollo territorial se ha consolidado como la


principal narrativa del desarrollo rural. El enfoque ha
sido asumido por centenares, si no es que miles, de ini-
ciativas, desde pequeños proyectos de ONG u organi-
zaciones sociales locales hasta grandes políticas, como
los programas de Territorios de Identidad y de Ciuda-
danía de Brasil, o los recientemente anunciados Pro-
gramas de Desarrollo con Enfoque Territorial (PDET)
en Colombia, uno de los ejes principales del proceso
de Reforma Rural Integral consignado en los Acuerdos
de Paz. Por primera vez, es una narrativa nacida en la
región (aunque con influencias internacionales, como
debe ser) y no es USAID o el Banco Mundial el que
orienta el desarrollo rural latinoamericano, como suce-
día con las propuestas de desarrollo rural integral o de
modernización agraria a partir de la Revolución Verde.
b. Estas iniciativas de desarrollo territorial hicieron un
aporte parcial pero importante a la recuperación de la
dimensión de desarrollo económico y de transforma-
ción productiva, como parte de las estrategias de lucha
contra la pobreza rural, especialmente en territorios
que no tenían las mayores ventajas comparativas de
cara a los mercados internacionales. Recordemos que
en la década de 1990, aún imperaba en la región la
regla impulsada por el Banco Mundial y por el Banco
Interamericano de Desarrollo, y acogida con mucha
fuerza por casi todos nuestros gobiernos, que señalaba
que el desarrollo productivo debía focalizarse en aque-
llos lugares, hogares, empresas o sectores con ventajas
comparativas en los mercados, y que para los demás,
los que en esos años se denominaban “inviables”, había
que dedicarse a crear redes de protección social.
c. Las iniciativas de desarrollo territorial tuvieron un
impacto indudable en la experimentación y la expan-
sión de arreglos institucionales más transparentes y
más participativos en las políticas de desarrollo rural.
Se facilitó el trabajo con una mayor diversidad de
270 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

actores sociales, y fuimos parte de la corriente de opi-


nión que impulsaba el diseño de políticas y programas
más “de abajo hacia arriba”.

En cuanto a los efectos e impactos sobre el bienestar


y las oportunidades de desarrollo, especialmente en terri-
torios rezagados, la verdad es que no es posible hacer un
balance confiable. Las políticas y programas de desarro-
llo territorial no hicieron ningún esfuerzo por superar la
nefasta tradición instalada desde la década de 1980 en el
mundo del desarrollo rural, según la cual invertir en eva-
luaciones de resultados e impactos rigurosas era no solo
innecesario, sino un pecado “economicista”. Sin quitar ni un
ápice de valor a las evaluaciones cualitativas y a los méto-
dos participativos de evaluación, la verdad es que estos,
por su naturaleza, usualmente no nos informan acerca de
la magnitud de los efectos e impactos sobre muchos indi-
cadores relevantes de bienestar y de expansión de opor-
tunidades. No sabemos, por lo tanto, si las iniciativas de
desarrollo territorial han sido más eficaces que otros enfo-
ques en transformar las condiciones y opciones de vida de
las personas y de los grupos sociales, en especial en terri-
torios rezagados. Esto no es un detalle menor, por muchos
motivos, y, entre otros, porque el enfoque territorial es más
complejo de implementar que los programas sectoriales o
los de desarrollo local, y, por tanto, es importante saber
si los resultados justifican el mayor esfuerzo requerido, y
rendir cuentas a la sociedad por ello.
De lo que no tengo duda es que las políticas, programas
y proyectos de desarrollo territorial, tal y como fueron apli-
cados en la práctica, no fueron capaces de resolver algunos
de los desafíos que eran suficientemente reconocidos en
los planteamientos conceptuales y metodológicos origina-
les. Quiero referirme a algunas brechas entre la propues-
ta y su aplicación práctica que me parecen especialmente
importantes:
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 271

a. Un buen número de iniciativas que se definen como de


desarrollo territorial han sido, en realidad, programas
sectoriales geográficamente focalizados.
Vale la pena hacer una precisión para entender esta
crítica: hay una diferencia entre la focalización geográ-
fica de políticas sectoriales y el desarrollo territorial.
Una política de apoyo especial a las escuelas públicas
en municipios rurales pobres, por ejemplo, es una ini-
ciativa sectorial de educación. Un programa de apoyo
al desarrollo de la agricultura familiar en determinadas
zonas de un país es una intervención sectorial. Una
política de conservación de cuencas es una política sec-
torial, y no de desarrollo territorial. La diferencia radi-
ca en que el desarrollo territorial se propone, ex ante,
el desarrollo del territorio como un todo, y no de una
de sus dimensiones. No es que sea mejor proponerse el
desarrollo del territorio que el desarrollo de sus escue-
las o de sus agricultores familiares o de sus cuencas,
solo digo que son cosas diferentes, complementarias sin
duda, pero diferentes.
Cabe señalar que, ex post, un programa territorial pue-
de, y muchas veces debe, priorizar ciertos sectores
o dimensiones de acción e inversión, para lograr la
transformación productiva e institucional del territo-
rio como un todo. Si la política se propone ex ante
el desarrollo de determinados territorios, usualmente
sucederá que como resultado del proceso de construc-
ción del actor territorial y de su estrategia o programa
de acción, deberán priorizarse ciertas variables, diná-
micas, o sectores que tienen el potencial mayor para ser
motores del desarrollo del conjunto. Así, dicha política
podrá y usualmente deberá traducirse en que el terri-
torio X opta por basar su desarrollo en la expansión
del turismo, el Y apuesta a la agricultura familiar, y el
Z a lo mejor a una economía diversificada sin claro
predominio de un sector en especial. Lo importante,
lo decisivo, es que los actores del territorio tengan la
272 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

opción y la oportunidad de elegir, y es esa condición


la que muchas políticas que se declaran “territoriales”
no han cumplido.
La razón principal de este sesgo sectorial de programas
autodeclarados territoriales es que han sido diseñados
e implementados por ministerios o agencias con un
mandato sectorial. Ello los lleva a privilegiar ciertos
objetivos y, como consecuencia, ciertos actores, acti-
vidades, métodos e inversiones, y a ser ciegos a todas
aquellas que no se ajustan al mandato sectorial del
responsable institucional de la política. La implemen-
tación de la Ley de Desarrollo Rural Sustentable, en
México, del Programa de Territorios de Identidad, en
Brasil, o del Programa de Desarrollo Territorial Indí-
gena, en Chile, son ejemplos de esta dificultad, lo cual
no quita que dichas experiencias hayan hecho innova-
ciones muy importantes que han tenido influencia más
allá de sus fronteras nacionales.
b. Las políticas y programas territoriales han tenido gran-
des dificultades para resolver fallas de coordinación
entre sectores de gobierno, entre niveles de gobierno
(nacional, provincial o estatal y local), entre tipos de
actores (privados, no gubernamentales y públicos), y
entre actores y actividades urbanas y rurales.
El desarrollo territorial es, principalmente, coordina-
ción de actores, acciones e inversiones sectoriales. Es
decir, una iniciativa de desarrollo territorial no tendrá
otro instrumental distinto a la inversión en salud, en
infraestructura, en desarrollo turístico o agrícola, en
fortalecimiento de los gobiernos locales, en empodera-
miento de los grupos sociales excluidos o en mejora-
miento de la gobernanza para dar espacio a la partici-
pación social. El valor agregado del desarrollo territo-
rial es su promesa de concertar y coordinar los actores,
las instituciones y los recursos y capacidades de estas
parcialidades, para impulsar una agenda propiamente
territorial que supere la suma de sus partes.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 273

La verdad es que nos quedamos muy cortos en el cum-


plimiento de esta promesa. Creo que hemos tenido al
menos tres problemas que nos han limitado. El primero
fue una confianza bastante ciega y, como descubrimos,
injustificada en el poder de instancias de participa-
ción y diálogo multiactores sin capacidad resolutiva o,
mejor dicho, sin poder de hacer cumplir lo resuelto.
Se invirtieron decenas de miles de horas de activis-
tas y dirigentes sociales en participar en innumerables
mesas de concertación de todo tipo, cuyos acuerdos no
tardaban mucho en desvanecerse y quedar reducidos a
buenas intenciones en el papel.
El segundo problema es que, en las instancias de parti-
cipación, normalmente faltaba un actor principal, aquel
con el poder suficiente, político y/o económico, para
decidir y actuar en el territorio de acuerdo con su
voluntad y sin tener que depender del beneplácito de
los demás.5
Finalmente, en el caso de la coordinación, tanto
pública-pública como pública-privada, descubrimos
que los Estados latinoamericanos y del Caribe carecen
de instrumentos políticos y, sobre todo, legales y admi-
nistrativos, que permitan formalizar acuerdos vincu-
lantes, exigibles y que comprometan el ejercicio de los
presupuestos, en ausencia de lo cual la coordinación
es flor de un día.
c. Inversiones limitadas en las capacidades de los actores
locales para planificar y gobernar el desarrollo de sus
territorios y limitado empoderamiento de los actores
territoriales para tomar decisiones. La propuesta de
desarrollo territorial rural suponía que los actores en el
territorio debían jugar un papel central en la construc-
ción y conducción de sus agendas de desarrollo.

5 Más recientemente se descubrieron otros medios, como el poder de la judi-


cialización de las diferencias o de la internacionalización del conflicto, para
forzar a los actores más poderosos al diálogo y a la negociación.
274 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Las iniciativas de desarrollo territorial, sin duda, se


beneficiaron de la corriente general que amplió los
espacios de participación social en las políticas públi-
cas. Sin embargo, dicha participación, en la mayoría de
los casos, ha sido básicamente de tipo consultivo. Los
espacios de decisión son escasos, y suelen estar limitados
a opciones de baja importancia estratégica: se puede
decidir si se opta por una u otra alternativa técnica
frente a algún problema particular, pero no se puede
decidir, por ejemplo, si se va a priorizar la agricultura
o el turismo o la manufactura en las asignaciones de
los presupuestos.
El proyecto de desarrollo territorial se sigue viendo
como una iniciativa de la agencia pública o privada
que lo financia, y no como un proyecto del territorio,
es decir, como una iniciativa donde los habitantes del
territorio definen su agenda de desarrollo, construyen
plataformas o coaliciones de acción colectiva inclusivas
de la diversidad de actores, y gestionan un conjunto de
recursos y capacidades para el logro de sus objetivos.
La clave aquí es el poder de decisión sobre la asigna-
ción de los recursos y la gestión de los presupuestos,
y en esta dimensión clave el desarrollo territorial se
quedó muy corto.
En parte, esto se relaciona con otras dos ausencias.
La primera es que por general los diseños de las polí-
ticas públicas en las que se enmarcan las iniciativas
de desarrollo territorial no incluyen recursos suficien-
tes para poder hacer inversiones de construcción y
fortalecimiento de actores colectivos territoriales que
sean verdaderamente transformadoras de la realidad
social inicial. El objetivo del proyecto usualmente tiene
que ver con alguna finalidad de bienestar o inclusión
social, o económica, o ambiental; la construcción del
actor colectivo territorial es una variable instrumen-
tal a dicho objetivo. Se hereda así una mala tradición
del desarrollo rural sectorial, en vez de entender que
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 275

el fortalecimiento de un actor colectivo territorial es,


en sí mismo, hacer desarrollo. Las capacitaciones de
corto plazo, la asesoría jurídica o técnica puntual, nada
de ello logra reemplazar lo que debería ser una agen-
da de construcción organizacional (un componente, en
lenguaje de proyecto) consustancial al proceso de desa-
rrollo territorial.
La segunda variable que incide en esta brecha entre
discurso y práctica es mucho mas difícil de resolver,
pues es más estructural. Se refiere al hecho de que la
legislación y la normativa de nuestras agencias del sec-
tor público están diseñadas por su filosofía política y
jurídica para minimizar el papel del sujeto social, redu-
ciéndolo a un rol de beneficiario que recibe los frutos
de las decisiones del agente del Estado, y considerán-
dolo de facto como un sujeto que no es digno de con-
fianza respecto de su capacidad para tomar decisiones,
para administrar o para actuar honorable y éticamente
cuando se trata de dineros públicos. Esta construcción
institucional de nuestros Estados es reforzada día a día
por las prácticas clientelares y por la corrupción que,
lamentablemente, aún caracterizan a una buena parte
del gasto público rural en muchos de nuestros países.

4. Una agenda para los próximos años

A la luz de lo discutido en las páginas anteriores, me


parece que tenemos que plantearnos una segunda genera-
ción de políticas y programas de desarrollo territorial rural
en América Latina y el Caribe. No se trata de ajustes en el
margen, sino de impulsar algunos cambios sustantivos, de
entre los cuales quiero proponer dos. El primero se refiere
a la arquitectura institucional para el desarrollo territorial,
y el segundo, al objetivo del desarrollo territorial.
276 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

La primera propuesta apunta a resolver, simultánea-


mente, el sesgo sectorial, las fallas de coordinación y la
posición periférica de los actores territoriales en la conduc-
ción del desarrollo territorial. A mi juicio, para impulsar
el desarrollo territorial es indispensable extraer la tuición
del desarrollo rural de los ministerios de agricultura. Estos
son, y tiene todo el sentido que sigan siendo, organismos
sectoriales, con objetivos sectoriales, cultura sectorial, capa-
cidades y experiencia sectorial, y relaciones privilegiadas
con actores sectoriales. Los ministerios de agricultura son,
y deberán seguir siendo, participantes muy importantes del
desarrollo rural, incluyendo el desarrollo territorial. Pero
deben ser parte de la misma forma en que lo son, por
ejemplo, los ministerios de infraestructura, de economía, de
medio ambiente o de inclusión social.
Eso nos lleva a preguntarnos cuál entonces debe ser
la plataforma institucional desde la que se agencie el desa-
rrollo territorial. La primera parte de la respuesta es una
negativa: no deber ser, en ningún caso, una “comisión inter-
ministerial”, porque la experiencia reiterada, casi universal,
es que dichos foros consultivos no tienen capacidad real
de tomar decisiones que afecten las conductas y los presu-
puestos de sus integrantes; son, en las mejores experiencias,
espacios útiles para el diálogo político intersectorial, pero
no plataformas de gestión de políticas públicas. Por otra
parte, no podemos pensar en nuevas agencias multisecto-
riales que prácticamente reproduzcan todas las dimensio-
nes del gobierno pero con foco rural.
Lo anterior nos deja varias opciones que no son exclu-
yentes. La primera alternativa consiste en agencias nacio-
nales especializadas que actúen en conjunto con entidades
público-privadas de carácter territorial. La agencia nacional
podría tener tareas acotadas pero muy importantes: (a) defi-
nir las prioridades territoriales para la asignación de recur-
sos en función de criterios de política pública; (b) hacer
las inversiones iniciales necesarias para la constitución y el
fortalecimiento de actores colectivos territoriales y para la
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 277

formulación de sus estrategias y programas de desarrollo


territorial; (c) suscribir convenios o contratos que permitan
transferir recursos al actor colectivo territorial, para que
sean administrados por este para la ejecución de la estrate-
gia y del programa de desarrollo territorial; (d) supervisar
y fiscalizar el buen uso de los recursos públicos, y (e) dar
seguimiento, evaluar y gestionar poniendo en valor el cono-
cimiento producido en los territorios.
La segunda fórmula es parecida a la primera, pero en
vez de descansar en una agencia nacional, se puede pensar
en agencias de los gobiernos provinciales, departamenta-
les o estatales. Esto supone que estos gobiernos tienen las
capacidades necesarias para conducir procesos como los
descritos, algo que en muchos de nuestros países es más
bien la excepción que la regla.
Una tercera formula se basa en la experiencia (que
no deja de tener complejidades) de los Contratos Plan en
Colombia (Departamento Nacional de Planeación, 2016).
En este caso, la plataforma institucional consiste en un
contrato o convenio jurídicamente vinculante, entre una o
más entidades del nivel nacional (representativas de varios
sectores) y uno o más gobiernos subnacionales. Cada Con-
trato Plan establece una instancia de gobernanza del plan
y una instancia ejecutiva o de gestión. El contrato define
la estrategia, el programa, las líneas de acción y las res-
ponsabilidades de las partes, que incluyen compromisos
presupuestarios. En la experiencia colombiana, los Contra-
tos Plan comprometen solamente entidades públicas y, por
ende, no resuelven el problema del débil protagonismo de
los actores territoriales de los sectores privados y sociales
y no gubernamentales. Sin embargo, debería ser posible
lograr que este tipo de arreglos se formulen como inicia-
tivas público-privadas.
Una cuarta fórmula, que podría eventualmente ensam-
blarse como un componente de cualquiera de las tres ante-
riores, consiste en establecer fondos que permitan cofinan-
ciar iniciativas de desarrollo territorial que surjan de las
278 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

iniciativas de gobiernos subnacionales, y/o de asociaciones


de estos, como es el caso de las mancomunidades de muni-
cipios en varios países centroamericanos, en conjunto con
actores privados y no gubernamentales. Este mecanismo
tiene la ventaja de que reconoce que en América Latina y
el Caribe, el Estado y los gobiernos nacionales ya no tienen
el monopolio de la acción pública en materia de desarrollo
territorial rural.
Lo importante, en todo caso, es conseguir que los
nuevos arreglos institucionales para el desarrollo territo-
rial rural no nazcan con un sello de origen sectorial y
que no excluyan a los actores territoriales del proceso de
toma de decisiones y de gestión de las iniciativas concre-
tas, incluyendo las decisiones sobre el destino y uso de los
presupuestos.
La segunda propuesta tiene que ver con el objetivo del
desarrollo territorial rural. Ya se ha señalado anteriormente
que el proceso del cual nace el enfoque territorial en Amé-
rica Latina y el Caribe tuvo lugar en un momento concreto
en el cual el problema central, para muchos de nosotros, era
el de la pobreza rural, que había crecido significativamente
en la región y en muchos países como consecuencia de los
procesos de ajuste estructural. No fue raro, por tanto, que
el objetivo de abatir la pobreza rural dominara en buen
grado el diseño del enfoque. Schejtman y Berdegué (2004),
por ejemplo, definieron el desarrollo territorial como “un
proceso de transformación productiva e institucional […]
cuyo fin es reducir la pobreza rural” (p. 30).
Hoy en día la pobreza rural sigue siendo significativa.
Según CEPAL (2017), 46% de la población rural de los paí-
ses de América Latina y el Caribe para los cuales tenemos
datos vive en condición de pobreza, y el 28% en pobreza
extrema. No cabe duda de que la eliminación de la pobre-
za es y debe seguir siendo un objetivo político de primer
orden. Pero también es cierto que al revés de lo que sucedía
en las décadas de 1980 y 1990, desde inicios del nuevo
siglo la pobreza rural ha venido disminuyendo en forma
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 279

importante, de modo que se ha reducido en 18 puntos por-


centuales la pobreza rural y en 13 la pobreza extrema rural,
siempre según los datos de CEPAL (2017).
En cambio, otros desafíos de política han ganado espa-
cio en la agenda pública, entre ellos, el combate de las
desigualdades sociales, económicas y políticas. Hoy en día
las propuestas más avanzadas de lucha contra la pobreza
postulan que las nuevas estrategias deben poner el acento
en la reducción de las desigualdades y en la remoción de las
barreras estructurales a la movilidad social.
Por otra parte, desde la década de 1980 en adelante, las
sociedades y las economías rurales han vivido cambios ver-
tiginosos, se han acelerado sus procesos de transformación
estructural. En un contexto de desigualdades estructurales
como las de nuestra región, no es casual que en la gran
mayoría de los países dichas transformaciones hayan sido
social y económicamente excluyentes.6
Ello me lleva a proponer la necesidad de que el desarro-
llo territorial rural asuma como objetivo central en Amé-
rica Latina y el Caribe la promoción de transformaciones
estructurales socialmente incluyentes. Esta es una agenda
que debe articular de mejor forma que en el pasado metas
en materia de crecimiento económico, inclusión social y
reducción de las desigualdades y de la pobreza, y en materia
de sustentabilidad ambiental.
Esta agenda, a su vez, demanda el reconocimiento de
una gama más amplia y diversa de actores del desarro-
llo territorial rural, en comparación con lo observado en
los años precedentes. No es posible pensar en iniciativas
orientadas a la transformación social incluyente si los pro-
yectos se construyen con una base social estrecha. Tam-
poco es posible la transformación estructural incluyente si
la agenda y el foco de acción son estrictamente agrarios y

6 Al respecto se puede consultar el capítulo 1 del Informe del Desarrollo Rural


del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (IFAD, 2016), que se refiere
a las transformaciones estructurales y rurales en América Latina y el Caribe.
280 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

no abarcan las relaciones con las ciudades, especialmente


aquellas medianas y pequeñas que juegan un papel central
en el desarrollo de sus entornos rurales. Para ser claro, una
agenda orientada a la transformación estructural incluyen-
te deberá superar la equivalencia, muchas veces observada,
entre programas de desarrollo territorial y programas de
fomento y apoyo a la agricultura familiar campesina.
Esta agenda de transformación estructural incluyente a
escala territorial deberá, además, hacerse cargo de las temá-
ticas de la innovación y del crecimiento económico de una
forma mucho más significativa que lo que se observó en la
primera generación de programas de desarrollo territorial,
con su énfasis en la reducción de la pobreza. De nuevo, la
propuesta es construir una nueva ecuación, más fecunda y
más apropiada a las realidades contemporáneas de la rurali-
dad latinoamericana y caribeña, entre las agendas distribu-
tivas y las agendas de crecimiento y de sustentabilidad.

5. Conclusión

Soy de la opinión de que el enfoque territorial es mucho


más relevante hoy en día que hace 15 o 20 años. Simple
y sencillamente, las sociedades rurales contemporáneas en
América Latina y el Caribe se han desarrollado de tal forma
que su complejidad supera toda posibilidad de contenerlas
en una mirada sectorial, o de darles respuestas de políticas
públicas desde una agenda que no sea multisectorial, rural-
urbana y profundamente diversificada de acuerdo con las
preferencias de los actores territoriales.
Al mismo tiempo, hemos aprendido mucho de la pri-
mera generación de políticas y programas de desarrollo
territorial. No todos los resultados son positivos, y muchas
de las expectativas iniciales no se realizaron como esperá-
bamos. Sería de ciegos, y de torpes, no proponernos una
corrección importante si es que queremos que el enfoque
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 281

territorial siga siendo relevante para la construcción de


sociedades rurales más justas, más sustentables y más pros-
peras.

Bibliografía

Abramovay, R. (1999), O Capital Social dos Territorios: repen-


sando o desenvolvimento rural, en IV Encontro da Socie-
dade Brasileira de Economia Política, Porto Alegre.
Berdegué, J.; Reardon T. & Escobar, G. (1999), Empleo e
Ingreso Rurales No Agrícolas en América Latina y el Caribe,
Documento para el Seminario “Desarrollo del Empleo
Rural No Agrícola” auspiciado por BID, CEPAL, FAO y
RIMISP, Santiago, Chile, 6-8 de septiembre de 1999.
Boisier, S. (1996), “Modernidad y territorio”, Cuadernos del
ILPES, N° 42, CEPAL, Santiago de Chile.
Caron, P. (2005), “A quels territoire s’intéressent les agro-
nomes? Le point de vue d’un géographe tropicaliste”,
Natures Sciences Sociétés, vol. 13, pp. 145-153.
CEPAL (2017), Panorama Social de América Latina 2016 (LC/
PUB.2017/12-P), CEPAL, Santiago de Chile.
Chiriboga, M. (2002), ¿Qué hemos aprendido del desarrollo
rural de los 90s? (manuscrito).
Da Veiga, J. (2002), “Cidades Imaginárias: O Brasil É Menos
Urbano Do Que Se Calcula”, GEOUSP – Espaço e Tempo,
N° 13, pp. 179-187, São Paulo.
De Janvry, A. & Sadoulet, E. (2002), El desarrollo rural con
una visión territorial, ponencia presentada en el Semi-
nario Internacional Enfoque Territorial del Desarro-
llo Rural, Boca del Río, Veracruz, México, octubre,
SAGARPA-IICA.
De Janvry, A.; Gordillo, G. & Sadoulet, E. (1997), “Mexico’s
Second Agrarian Reform: Household and Community
Responses”, Journal of Latin American Studies, vol. 30, N°
2, pp. 415-452.
282 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Gordillo, G.; De Janvry, A. & Sadoulet, E. (1999), La segunda


reforma agraria de México: respuestas de familias y comuni-
dades, 1990-1994, Fondo de Cultura Económica, Méxi-
co.
Departamento Nacional de Planeación (2016), Contratos
Plan. Un instrumento para la descentralización y el desarro-
llo en las regiones, DNP, Bogotá D.C.
Echeverri, R. & Ribero, M. (2002), Nueva ruralidad: visión
del Territorio en América Latina y el Caribe, Ciudad del
Saber, Panamá, CIDR/IICA.
Echeverría, R. (2003), “El enfoque territorial: una condición
necesaria para el desarrollo rural”, en Ramos, A.
(comp.), Desarrollo rural sostenible con enfoque territorial:
políticas y estrategias para Uruguay, Montevideo, IICA.
Favareto, A. (2007), Paradigmas do desenvolvimento rural em
questão, São Paulo, Editora Iglu, Fapesp.
Graziano da Silva, J. (1997), “O Novo Rural Brasilei-
ro”, Revista Nova economia, N° 7, vol. 1, mayo, pp. 43-81.
IICA (2001), “Nueva Ruralidad”, Serie Documentos concep-
tuales, marzo.
International Fund for Agricultural Development (IFAD)
(2016), Rural Development Report 2016, Fostering inclusive
rural transformation, IFAD, Roma.
Pérez, E. (2001), Hacia una nueva visión de lo rural, en Gia-
rraca, N. (ed.), ¿Una nueva ruralidad en América Latina?,
Buenos Aires, CLACSO.
Reardon, T.; Berdegué, J. & Escobar, G. (2001), “Rural
Nonfarm Employment and Incomes in Latin America”,
World Development, Special Issue, vol. 29, N° 3, marzo.
Schejtman (1999), “Las dimensiones urbanas en el desarro-
llo rural”, Revista de la Cepal, N° 67, pp. 15-32.
Schejtman, A. & Berdegué, J. (2004), Desarrollo territorial
rural, Rimisp – Centro Latinoamericano para el Desarro-
llo Rural, Santiago de Chile. Documento elaborado para
la División América Latina y el Caribe del FIDA y el
Departamento de Desarrollo Sustentable del BID.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 283

Sepúlveda, S.; Castro, A. & Rojas, P. (1998), “Metodología


para estimar el nivel de desarrollo sostenible en espa-
cios territoriales”, Cuadernos Técnicos, N° 4, IICA, Coro-
nado, Costa Rica
Yourcenar, M. (2006), Memorias de Adriano, Barcelona,
EDHASA.
Programas sociales
y desarrollo territorial
CAROLINA TRIVELLI1

Resumen

Desde mediados de la década de 1990 se han creado decenas


de programas sociales que buscan reducir la pobreza en
América Latina. El objetivo de este trabajo es discutir si
los programas sociales, en particular los de transferencias
monetarias, aportan al proceso de desarrollo territorial,
más allá de su contribución a reducir la pobreza en el terri-
torio. Para esto, se identifican siete características de los
programas de transferencia monetaria, cuatro asociadas a
su diseño (focalización geográfica y/o individual; transfe-
rencias en efectivo; de carácter permanente; relación de
beneficiarios con servicios) y tres derivadas de su imple-
mentación (empoderamiento; nuevas organizaciones; nue-
vos emprendimientos).
Luego, se discute si dichas características interactúan
positivamente con procesos de desarrollo territorial, y se
utiliza para ello el caso de la Provincia de Quispicanchi, en
Perú, donde se encuentra que algunas de las característi-
cas señaladas sí han contribuido a consolidar el desarrollo
territorial, al tiempo que permiten enfrentar, y en ciertos
casos mitigar, algunos de los procesos de diferenciación que
se pueden estar presentando como resultados del propio
proceso de desarrollo territorial.

1 Con la colaboración de Karem Peña.

285
286 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

1. Motivación

Los trabajos iniciales sobre desarrollo territorial buscaban


identificar un conjunto de características de los territorios y
de intervenciones en ellos que fuera posible asociar con una
mayor probabilidad de que pudieran salir adelante, desarro-
llarse, pero de una manera sostenida, sostenible e inclusiva.
En los trabajos sobre el hoy llamado enfoque territorial,
se discute el peso de determinadas características en cada
territorio y las condiciones iniciales mínimas requeridas
para desencadenar procesos de desarrollo (en la economía,
demografía, política y sociedad), y sobre todo el conjunto
de políticas e intervenciones que podrían activar o soste-
ner estos procesos de desarrollo y hacerlos sostenibles, a
la vez que lograr reducir la pobreza (y la desigualdad) en
dichos territorios.
En los trabajos que ha liderado Rimisp por casi dos
décadas, con fuerte influencia de Alejandro Schejtman, se
han explorado todas estas dimensiones, de modo que se ha
logrado un marco de análisis sólido y sofisticado, con fuerte
base teórica y empírica y con un continuo proceso de revi-
sión, de interpelación, que le permite mantener un enfoque
vivo con fuerte conexión con lo que pasa en la realidad,
en los territorios. Una revisión de los principales textos
producidos en este marco da cuenta de este proceso vivo
de reflexión teórica, contraste empírico y revisión continua
del enfoque territorial.2
Gracias a esta capacidad de no cerrar el tema, de seguir
explorando, es que nuevos asuntos se incorporan al debate
y al instrumental del enfoque territorial. Por ejemplo, la
importancia de las relaciones urbano-rurales es hoy una

2 Me refiero a estudios como los de Schejtman & Berdegué (2004), “Desarro-


llo territorial rural”; Berdegué & Schejtman (2008), “La desigualdad y la
pobreza como desafíos para el desarrollo terrritorial rural”; y Fernández,
Remy, Scott & Carriazo (2013), “Políticas de protección social y superación
de la pobreza para la inclusión social: una lectura crítica desde el enfoque de
cohesión territorial”.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 287

clave central para sostener los procesos de desarrollo terri-


torial, pero a la vez para dejar de exigirles a los territorios
rurales una dotación de servicios públicos y privados que
pueden no ser viables allí (por un tema de escala y disper-
sión principalmente), pero que pueden estar a su alcance
en una ciudad cercana. Para ellos la conectividad entre lo
rural y lo urbano se vuelve crucial. Como este ejemplo hay
otros, y seguirán surgiendo nuevas miradas y entradas que
enriquezcan el enfoque territorial.
Un tema relativamente poco discutido es el aporte –si
tienen alguno– de las políticas sociales a los procesos de
desarrollo territorial. El grueso de los estudios que se ha
preocupado por el tema ha discutido casi siempre la efecti-
vidad de estos programas públicos en lograr por sí mismos
procesos de reducción de pobreza y a través de ello aportar
a mejorar las condiciones de los territorios para su desa-
rrollo. Ignacia Fernández desde Rimisp y un conjunto de
colegas de otras entidades de la región han hecho significa-
tivos aportes en esta línea (Fernández et al., 2013).
El enfoque territorial propuesto por Rimisp ha contado
con una base empírica muy activa. Esta base, que ha inclui-
do estudios de tipo regional y nacional, el uso de sofisticada
data y estadísticas y un cuerpo de estudios de caso para no
perder de vista la complejidad de las interrelaciones y de las
dinámicas locales de los territorios, nos ha mantenido en
cuestionamiento del modelo inicial de Schejtman y Berde-
gué (2004) para enriquecerlo y complejizarlo.
Hoy tenemos ejemplos de territorios insertos en sendas
de progreso, sostenibilidad y mejora de la calidad de vida
y las oportunidades para sus pobladores. Hemos seguido
algunos de estos casos para entenderlos mejor, para enten-
der cuánto de sus éxitos depende de sus características y
condiciones y cuánto de lo que viene de fuera, del con-
texto, del crecimiento del país en que se insertan. Junto
con ello, tenemos cantidad de historias de territorios que
no logran articular un proceso de desarrollo o que inician
el proceso y luego no logran sostenerlo, a pesar de haber
288 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

enfrentado condiciones externas (favorables) similares a las


de los territorios exitosos. Mantener la mirada aguda en
ambos tipos de territorios es lo que permite articular este
enfoque territorial.
Los territorios exitosos, los que están en alguna medida
insertos en procesos de desarrollo territorial, tienen o cum-
plen, además de lo identificado inicialmente como clave
–articulación con mercados dinámicos y un marco insti-
tucional que favorece la concertación y cohesión–, algunas
otras características: cuentan con infraestructura mínima
que les permite articularse extraterritorialmente pero tam-
bién al interior del territorio; cuentan con activas relaciones
con alguna ciudad; han desarrollado coaliciones sociales
transformadoras; tienen un discurso atado a lo territorial,
entre otras cosas.
Sin embargo, hemos dicho poco sobre el rol que juegan
las políticas sociales. Fernández et al. (2013) hicieron un pri-
mer examen sobre el rol de políticas sociales en territorios
concretos y plantearon la importancia de estas políticas en
el logro de resultados clave para el desarrollo territorial, en
particular en la reducción de la pobreza. Se destacó, tam-
bién, que estas políticas traían a los territorios una expan-
sión de la cobertura de los servicios públicos derivados de
un mayor gasto público, así como la generación y el fortale-
cimiento de activos y capacidades de los que generalmente
carece la población en situación de pobreza.
En este contexto, el objetivo de este documento es dis-
cutir si los programas sociales, en particular los de transfe-
rencias monetarias (condicionadas o no) aportan (o pueden
aportar) al proceso de desarrollo territorial, más allá de su
aporte a través del solo logro de la reducción de la pobreza
en el territorio. Proponemos discutir si estos programas,
muy extendidos en América Latina, suman o si, por el con-
trario, interfieren en procesos relevantes para el desarrollo
territorial. Se trata de discutir si estas acciones de política
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 289

(social, de transferencias monetarias) pueden contribuir a


desencadenar procesos de desarrollo territorial o a soste-
nerlos en el tiempo.
Este asunto es relevante, entre otras razones, por la
escala y profusión de programas sociales, en particular de
transferencias, en América Latina, pero sobre todo porque
están aquí para quedarse. Estos programas, que se inicia-
ron a mediados de la década de 1990, tienen ya suficiente
recorrido y han generado evidencia relevante como para
discutir su rol e interacción con procesos relevantes para
sus usuarios directos (los propios receptores de las transfe-
rencias) y para sus entornos.
El documento se centra en la discusión acerca de los
mecanismos o características de estos programas sociales
que podrían estar actuando, en territorios en proceso de
desarrollo territorial, como una fuerza a favor, que suma,
que contribuye al proceso en marcha de desarrollo. En los
territorios que no están en un proceso de desarrollo territo-
rial, estos programas cumplen una función clave: protegen
a los más pobres y reducen su vulnerabilidad. Les permi-
ten a estos grupos en pobreza no empeorar a pesar de las
condiciones adversas de su entorno e incluso mejorar sus
condiciones de vida. Allí, los programas cumplen su rol pri-
migenio: asistir y proteger a los más pobres y con ello, ideal-
mente reducir los niveles de pobreza, como bien han señala-
do Fernández y sus colegas en sus trabajos sobre el tema.
El texto a continuación está organizado en cinco sec-
ciones. Luego de esta sección destinada a motivar la dis-
cusión que sigue, en la segunda discutimos brevemente
el alcance y características de los programas sociales, en
particular los de transferencias, para mostrar su relevan-
cia en América Latina. Más adelante, en la tercera sec-
ción, discutimos si dichas características pueden ser útiles
en procesos de desarrollo territorial. En la cuarta sección
volvemos sobre un territorio estudiado largamente, Quispi-
canchi en la sierra sur del Perú, para presentar en concreto
el rol (real o potencial) que podrían estar cumpliendo las
290 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

políticas sociales de transferencias monetarias como sopor-


te a procesos de desarrollo territorial. Finalmente, se esbo-
zan unas primeras conclusiones que han de abrir, ojalá,
mayor debate.

2. Los programas sociales

En los últimos 20 años hemos sido testigos de un fuerte


interés en prácticamente todos los países de la región por
expandir políticas sociales para apoyar procesos sostenidos
de reducción de pobreza. Si bien el tema de generar polí-
ticas para enfrentar la pobreza es de larga data en América
Latina, este cobró un nuevo énfasis durante el último ciclo
expansivo, donde se comprobó que el crecimiento econó-
mico, si bien clave para reducir la pobreza, no era suficiente
y que se requerían intervenciones focalizadas en ciertos
grupos vulnerables (como los adultos mayores en situación
de pobreza, por ejemplo) o intervenciones que corrigieran
fallas de los mercados o de los Estados que impiden una
asignación adecuada de los recursos (como la subinversión
en programas de desarrollo infantil temprano).
Este interés por los asuntos ligados a la superación
de la pobreza tuvo como correlato un incremento en las
inversiones y gastos sociales, que se explican también por la
mayor holgura de las cajas fiscales durante la fase expansiva
del ciclo económico en la región y la creación de una nueva
institucionalidad para hacerse cargo de estas políticas. Se
crean nuevos entes rectores, nuevos ministerios sociales y
se establecen estrategias y métricas en casi todos los paí-
ses para implementar y dar seguimiento a estas políticas
e instituciones.
Desde mediados de la década de 1990 a la fecha se han
creado decenas de programas sociales, que van desde pro-
gramas de protección (los más) hasta programas de desa-
rrollo productivo (los menos), con el objetivo de reducir
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 291

de manera sostenida la pobreza en América Latina. Es así


que, aunque con distintos grados de éxito, estos programas
han sido importantes también en el discurso y la estabilidad
política de los países de la región.
Si bien el grueso del descenso en las tasas de pobreza se
explica, de acuerdo con los estimados del Banco Mundial,
por las altas y sostenidas tasas de crecimiento de la región,
las políticas sociales han jugado un papel relevante por su
escala (sobre todo en países como México y Brasil) o por su
focalización en sectores particularmente vulnerables (como
Perú). Las políticas sociales han contribuido a un proceso
redistributivo en la mayor parte de los países y con ello se
ha logrado en la región lo que el Banco Mundial denomi-
nó un proceso de crecimiento inclusivo, pues se registró
un crecimiento más acelerado de los ingresos del 40% más
pobre respecto al crecimiento promedio (Cord, Genoni &
Rodriguez-Castelán, 2015).
En etapas de menor crecimiento, como las actuales,
estos programas sociales serán tan o más importantes en la
vida de sus usuarios. Las políticas sociales y redistributivas
se vuelven políticas de asistencia directa, defensivas y pro-
tectoras para los sectores más pobres de la región. Con las
cifras de limitado crecimiento observadas en años recientes
y con las proyecciones de crecimiento menos optimistas
para los años que vienen, se espera un estancamiento en las
tasas de reducción de la pobreza o incluso un incremento
de la pobreza en la región.3 Pobreza que probablemente no
podrá contar con programas con recursos crecientes, pues
el menor crecimiento está fuertemente relacionado con una
mayor restricción fiscal.

3 Los estimados del FMI y la CEPAL para 2016 son de crecimiento negativo
para la región, y para 2017 de apenas 1,5%, también para la región. Esto pro-
bablemente se traduzca en un incremento en las tasas de pobreza en la
región.
292 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

A pesar de que lo más probable es que no se destinen


recursos adicionales a los programas sociales, o que incluso
en algunos países estos sufran recortes, quienes continúen
recibiéndolos tendrán cierto margen de protección frente a
la crisis. Recordemos que si bien estos programas sociales
son importantes en el presupuesto, y han venido creciendo,
en promedio representan solo el 1,3% del PBI de América
Latina y el Caribe. Hay países que gastan más en ellos, como
Brasil, que les destina cerca del 2,6% de su PBI (se destaca
el programa de pensiones no contributivas), mientras que
otros gastan mucho menos, como Guatemala, que les desti-
na el 0,6% de su PBI, o Perú, el 0,8% de su PBI.4
Dentro de los programas sociales, hay una variedad
que va desde la entrega en especie de recursos a familias o
escuelas para apoyar programas de alimentación, de trans-
ferencias monetarias condicionadas y no condicionadas, de
empleo temporal y otros programas de asistencia social.
Destacan, desde mediados de la década de 1990, los lla-
mados programas de transferencias monetarias condicio-
nadas, que entregan un monto en efectivo a familias en
situación de pobreza a cambio de que estas cumplan con
ciertas condiciones, mayormente asociadas a la educación
y salud de los hijos. Estos programas se han extendido de
manera importante y hoy llegan a más de 25 millones de
hogares en la región.5
Una crítica recurrente a estos programas de transfe-
rencias monetarias condicionadas se refiere a los elevados
niveles de filtración que poseen. Es decir, llevan el bene-
ficio a muchos hogares que realmente no deberían estarlo
recibiendo. Hay países con elevados niveles de filtración,
que superan el 40%, y otros con niveles razonables (10%).
Stampini y Tornarolli (2012) destacan que si bien este tipo

4 Cifras extraídas de la base de datos ASPIRE del Banco Mundial, disponible


en https://bit.ly/2Mgi2Mk.
5 Ver Trivelli y Clausen (2014) para un recuento de la escala de los programas
de transferencias condicionadas por país.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 293

de programas siempre tendrá algún nivel de filtración, hay


que lograr sistemas de corrección que lleven este problema
a niveles razonables. Para varios autores, el principal pro-
blema es más bien el opuesto, la subcobertura. Es decir que
haya personas que calificando para el programa no lo estén
recibiendo. Buena parte de la expansión de estos programas
en la última década se ha dado buscando reducir los niveles
de subcobertura.
Estos programas han jugado un papel importante en
las políticas sociales por distintas razones, pero también
han despertado mucho debate sobre sus sostenibilidad, y
sobre la sostenibilidad de sus impactos en la vida de los
más pobres, pero principalmente se discute mucho acerca
de las reales posibilidades de que este tipo de intervenciones
generen procesos de desarrollo autónomo de las familias
receptoras. Por un lado, se reconocen los beneficios que
estos programas traen en el corto plazo (incremento del
consumo) y en el largo plazo (mejora de la educación y salud
de la siguiente generación), pero por otro, se señala que
los efectos de corto plazo son paliativos y no cambian las
condicionantes de la pobreza de las familias.
Diversos autores han reconocido que si bien estos pro-
gramas generan efectos positivos en algunas dimensiones
asociadas a mejoras sostenidas en condiciones de vida, no se
puede afirmar que logren sacar de la condición de pobreza
a sus receptores. Según el grupo de alto nivel de expertos
en seguridad alimentaria y nutrición (HLPE), gran parte del
monto recibido por transferencias monetarias condiciona-
das es asignado a necesidades básicas de consumo y el efecto
de la inversión no es suficiente para generar una trayectoria
de “graduación” por sí misma. De hecho, reconocen que las
transferencias monetarias condicionadas en Ruanda y Etio-
pía generan protección y construyen activos. Sin embargo,
los autores resaltan que para lograr la graduación se nece-
sita ofrecer un paquete completo de varias transferencias
monetarias condicionadas de modo que cubra aspectos de
294 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

la vida de la población vulnerable, por ejemplo, a través


de acceso al microcrédito para actividades generadoras de
ingreso (HLPE, 2012).
El recuento sistemático sobre evaluaciones de progra-
mas de transferencias monetarias condicionadas en el mun-
do, hecho por el Overseas Development Institute (ODI),
encuentra evidencia mixta que indica que algunos progra-
mas logran efectos positivos en varias dimensiones asocia-
das con la producción, el empleo, las finanzas y el empren-
dedurismo, y otros en los que no se encuentran efectos con
significancia estadística en estas dimensiones (ODI, 2016).
Claramente, este es un campo de mucho debate y donde
aún hay mucho por investigar.
En ese debate, y reconociendo la heterogeneidad de los
programas sociales en la región, tanto en su diseño, imple-
mentación y escala, se insertan los debates sobre los pro-
gramas de “graduación”.6 Estos programas no son otra cosa
que programas de desarrollo de medios de vida, muchos de
los cuales están siendo entregados a los receptores de los
programas de transferencias monetarias condicionadas.
Sin embargo, a partir de los debates sobre la relevancia
de los programas de “graduación” se ha abierto una intere-
sante discusión acerca de cómo desarrollar programas pro-
ductivos que, operando articuladamente con los progra-
mas de transferencias monetarias condicionadas, pudieran
generar la inserción de esas familias en procesos sostenidos

6 El término “graduación” alude a la opción de que los receptores de estos


programas logren mejoras sostenidas en sus niveles de vida y con ello pue-
dan “graduarse” de los programas de transferencias (ya no los necesitarían).
Como he mencionado en otro documento “el concepto de ‘graduación’ no
está exento de dificultades. En principio, los programas tradicionales de
transferencias monetarias condicionadas no están diseñados con un objeti-
vo de graduación. No existen mecanismos endógenos propios de este tipo
de políticas focalizadas que garanticen salidas sostenidas ni sostenibles de la
condición de pobreza” (Trivelli & Clausen, 2014).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 295

de mejora en sus condiciones de vida.7 Hay ya varios pro-


gramas de este tipo operando en el mundo y los primeros
resultados son tanto o más alentadores que los obtenidos
por los programas de “graduación” que se han implemen-
tado y evaluado (basados en el modelo desarrollado por
BRAC de Bangladesh). Este es un tema relativamente nuevo,
pero que ya está generando mucha discusión, no solo por
sus efectos de largo plazo, sino porque podrían implicar una
ruta de salida (y reducción) de los programas de transferen-
cias monetarias existentes actualmente.
Como veremos más adelante, los resultados de la pri-
mera evaluación de impacto de un programa de desarrollo
productivo en Perú que acompaña y complementa al pro-
grama de transferencias monetarias condicionadas encuen-
tra que el incremento en ingreso anual atribuible al progra-
ma de desarrollo productivo representa el 76% del monto
que las familias reciben del programa de transferencias
(Escobal & Ponce, 2016). Es decir, tiene un significativo
impacto en la generación de ingreso de las familias con
las que trabaja.

3. Los programas de transferencias monetarias


y el desarrollo territorial

Algunas de las características de los programas de trans-


ferencias monetarias pueden estar generando interaccio-
nes con procesos territoriales, tanto para favorecer como
para entorpecer procesos de desarrollo territorial. Si bien
los programas de transferencias, y sus impactos, han sido
ampliamente documentados, aquí no se trata de discutir
si constituyen intervenciones favorables para sus partici-
pantes (eso se ha demostrado en Trivelli y Clausen, 2014;

7 Destacan los programas Haku Wiñay en Perú y Territorios Productivos en


México, que se orientan específicamente a hogares que son parte de los pro-
gramas de transferencias monetarias condicionadas.
296 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

ODI, 2016 y en el libro publicado por Winder, Davis, Hyp-


her, Winters y Yablonski, 2016) sino si su presencia, y bajo
qué circunstancias, puede favorecer procesos de desarro-
llo territorial.
Los programas de transferencias, condicionadas y no
condicionadas, tienen la particularidad de ser intervencio-
nes relativamente sencillas y estandarizadas, por lo que
resulta simple caracterizarlas. Para discutir sus posibles
relaciones con procesos de desarrollo territorial, algunas de
sus características son de particular interés. Analizaremos a
continuación siete de ellas, cuatro se derivan de su diseño y
tres de las consecuencias de su implementación.
En primer lugar, los programas de transferencias son
programas focalizados. El contar con procesos de focali-
zación, individuales en su mayoría, permite llegar a los
hogares y personas que enfrentan las condiciones que el
programa busca atender. En la mayoría de los casos, los
criterios de focalización priorizan la condición de pobreza
y por ende tienden a concentrar su presencia en los estratos
menos favorecidos. En el diseño, estos programas entregan
beneficios directos a los más pobres y solo a ellos. Con
ello, se logra nivelar el piso de la distribución y elevarlo. Es
cierto, sin embargo, que en la práctica, en muchos países
de América Latina, estos programas enfrentan altos nive-
les de filtración (es decir, se entregan beneficios a quienes
no cumplen los criterios), tal como ha sido ampliamente
documentado en investigaciones como las del Banco Inter-
americano de Desarrollo (2012).
En el caso de programas adecuadamente focalizados,
estos constituyen una inyección de recursos líquidos en las
economías de los más pobres en un territorio. El hecho
de que las transferencias sean en dinero en efectivo es una
segunda característica relevante de los programas de trans-
ferencias. Los recursos transferidos a cada familia se utili-
zan principalmente para gastos corrientes, tal como ha sido
documentado en extenso por HLPE (2012) y ODI (2016)
con más de 25 evaluaciones de programas de transferencias
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 297

monetarias condicionadas que reportan impactos en el


nivel de gasto de los hogares receptores de la transferencia.
También, la evaluación del programa de pensiones no con-
tributivas en Perú, realizada por Innovations for Poverty
Action, encuentra un incremento en consumo atribuible al
programa de transferencias de 40%. Este gasto en consumo
tiende a suceder en mercados locales, ya sea en el lugar del
punto de pago o en los mercados de las localidades donde
viven las familias receptoras. El principal rubro de consumo
es en alimentos, por ello se tienden a dinamizar mercados
locales de alimentos. En el caso de programas con énfasis
rural, como en Perú, estos podrían estar creando demandas
locales de alimentos, y con ello incluso activando la oferta
de productos para ser comercializados en dichos merca-
dos. Por supuesto, el impacto en los mercados locales será
mayor en la medida en que el programa de transferencias
tenga una cobertura importante. Si nuestra preocupación
se centra en territorios con pobreza es probable que estos
programas tengan una presencia importante y, por ende,
que puedan ser relevantes para dinamizar mercados locales,
alimentarios y de servicios, al menos.
Una tercera característica del diseño de los programas
sociales de transferencias es que constituyen una fuente
sostenida de relación entre sus receptores y el Estado. En
los programas de transferencias monetarias condicionadas
estos suelen mantenerse por varios años, en algunos casos
durante todos los años que una familia cuente con niños
en edad escolar. Programas de transferencias no condicio-
nadas, como los de pensiones no contributivas, tienden a
ser de por vida. Esto se traduce en flujos permanentes de
recursos públicos a las familias más pobres de un territorio.
La permanencia es clave para asegurar que las familias los
usen como parte de su ingreso permanente y no como una
fuente extraordinaria de recursos. Por ello, lo incorporan
en su presupuesto y así no solo les es posible tomar mejo-
res decisiones (no estacionales, presupuestar gasto e inver-
sión, mantener pequeños saldos para atender emergencias,
298 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

comprometer gastos regulares como el pago de servicios


públicos, etc.) sino que se convierten en flujos regulares en
las economías locales, de modo que sostienen cierta escala
de los mercados locales.
Finalmente, la cuarta característica asociada al diseño
de los programas de transferencias tiene que ver con la
relación de estos con una estable y creciente demanda por
servicios públicos. Las transferencias monetarias condicio-
nadas generalmente exigen una relación permanente de los
usuarios con los servicios de salud y educación, lo que
muchas veces se traduce en una expansión de estos ser-
vicios que los beneficia a ellos, pero también al resto de
la población local. Asimismo, las transferencias monetarias
sostenidas permiten a los usuarios, por ejemplo, demandar
servicios públicos, como la electricidad, o privados, como
servicios de transporte, y así se activa una escala atractiva
para los proveedores de servicios.
En el mismo sentido, y dado que en casi todos los países
la entrega de estas transferencias se realiza a través del sis-
tema financiero, estos programas pueden estar activando
procesos de inclusión financiera, que por un lado mejoran
la capacidad de las familias más pobres de aprovechar opor-
tunidades de inversión y emprendimiento y a la vez reducen
su vulnerabilidad asociada a la presencia de eventos inespe-
rados, y por otro lado, aportan a una mayor demanda por
presencia de entidades financieras en los territorios, a tra-
vés de la mayor demanda local. Más presencia de entidades
y servicios financieros a nivel local favorece el mayor uso
de estos servicios por toda la población y reduce sus costos
de transacción (los abaratan).
Estas cuatro características asociadas al diseño de
los programas sociales de transferencias permiten pen-
sar en efectos positivos, favorables a procesos de desa-
rrollo territorial, en los territorios más pobres. Estos
efectos tienen que ver con la mejora sostenida de los
recursos de las familias más pobres: reducen su dife-
renciación frente a grupos más acomodados (mejora
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 299

distributiva) y nivelan sus ingresos a partir del monto de


la transferencia. Asimismo, estas transferencias impac-
tan favorablemente en los mercados locales (escala, con-
sumo de productos locales producidos por otros actores
locales, desarrollo de servicios públicos y privados, etc.).
Con ello, se logra que en los territorios los estratos más
pobres no solo no se queden especialmente rezagados,
sino incluso que participen y contribuyan con la escala
y sostenibilidad de los mercados locales y de la oferta
de servicios públicos y privados.
Además, hay al menos tres características adiciona-
les derivadas de la implementación de estos programas
que podrían tener un impacto en el desarrollo de terri-
torios pobres, aunque la relación es menos clara que en
el caso de las características anteriormente discutidas.
La primera de ellas se refiere al mayor empoderamiento
de los receptores de las transferencias. Hay una amplia
literatura que da cuenta de los efectos positivos en
niveles de empoderamiento de las mujeres que reciben
las transferencias monetarias condicionadas (Alcázar y
Espinoza, 2014; Farmer & Tiefenthaler, 1997; Aizer,
2007; Rodríguez, 2015). Este mayor empoderamiento se
asocia a mayores posibilidades de este grupo, tradicio-
nalmente excluido de las oportunidades económicas y
de participación política y social, de participar activa-
mente en procesos de decisión a nivel local, de inversión
privada y de participación política.
Otra característica derivada de la implementación
de estos programas es que los grupos de receptores, al
margen de los niveles de empoderamiento que logren,
se hacen visibles para las autoridades locales. Recor-
demos que son grupos que generalmente tienen una
relación directa con el gobierno nacional –encargado en
la mayoría de los casos de estos programas de transfe-
rencias– y como parte de esta relación se constituyen
en colectivos identificables a nivel local. Por ejemplo, en
el caso del programa de pensiones no contributivas en
300 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Perú, los adultos mayores receptores no solo se reúnen


para cobrar sus transferencias sino que en muchas loca-
lidades participan de actividades complementarias, en
algunos casos en alianza con los gobiernos locales, para
desarrollar actividades sociales y comunitarias.8
Este mayor empoderamiento y los nuevos espacios y
oportunidades de relación podrían estar creando nuevas
organizaciones y liderazgos. Si bien hay en la literatura
alguna discusión sobre si estas nuevas organizaciones y
liderazgos podrían estar minando estructuras tradicio-
nales de organización y participación, y de ese modo
poniendo en riesgo esquemas existentes de concertación
y cohesión social a nivel local, también podrían estar
trayendo nuevos actores a este tipo de espacios. Está
por verse cuál es el impacto de estas nuevas organi-
zaciones y grupos organizados en los espacios institu-
cionales a nivel local.
La tercera característica asociada a la implementa-
ción de estos programas de transferencia se refiere a
la posibilidad de que, como consecuencia de ellos, sus
receptores logren insertarse en sendas de superación de
la pobreza a partir del desarrollo de nuevos empren-
dimientos productivos o comerciales que incrementen
su capacidad de generación de nuevos ingresos (autóno-
mos). La literatura sobre los programas de transferencias
monetarias condicionadas encuentra algunos ejemplos,
pero no generalizables. Sin embargo, es posible que
hogares con varios años en este tipo de programas estén
poco a poco mejorando su base de activos productivos
y que estén buscando insertarse en mercados locales no
solo como consumidores, sino también como provee-
dores. Por ejemplo, Zegarra (2014) encuentra que para

8 En el caso del programa Pensión 65, se cuenta con un programa com-


plementario denominado Saberes Productivos, que permite a los
receptores de la transferencia reunirse e interactuar activamente entre
ellos y con la comunidad local.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 301

Perú los hogares rurales que han recibido el programa


de transferencias monetarias condicionadas por más de
2 años mejoran su dotación de activos productivos y
su capacidad de generación de ingreso agropecuario.
El autor encuentra también que este resultado solo se
observa en casos de hogares con jefatura masculina,
pues en los hogares con jefatura femenina (monoparen-
tales) no se registra ningún efecto en sus capacidades
productivas ni de generación de ingreso adicional a
la transferencia.
Es cierto, sin embargo, que hay un interés creciente
de los gobiernos por articular programas de transferen-
cias con programas de desarrollo productivo, para que a
través de ello las familias logren una mejora económica
sostenida y así puedan –a la larga– “graduarse” del
programa de transferencia (una vez que han abandonado
las condiciones de pobreza que los llevaron a ingresar
a él). Hay una vasta literatura sobre el potencial de esta
articulación entre programas de transferencias y pro-
gramas de desarrollo productivo o de emprendimientos
económicos, pero aún está por verse una implementa-
ción masiva de este tipo de programas articulados.9
Esta clase de iniciativas que articulan los programas
de transferencias con programas productivos puede ser
la clave para asegurar la sostenibilidad del impacto en
los mercados locales. Para dar una idea de las mag-
nitudes, en el caso peruano, el programa productivo
articulado al programa de transferencias –Haku Wiñay–
logra un conjunto de impactos positivos en las familias

9 Hay más de 58 iniciativas, en 37 países a nivel mundial, de los llama-


dos programas de “graduación”, que combinan esquemas de transfe-
rencias –para sostener el consumo de las familias participantes mien-
tras desarrollan sus emprendimientos productivos o comerciales– con
programas de desarrollo de medios de vida. Muchos de ellos tienen
evaluaciones iniciales muy positivas. Destacan los programas basados
en el modelo desarrollado por BRAC de Bangladesh. Ver más informa-
ción por ejemplo en https://bit.ly/2Rssd6a.
302 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

usuarias: un incremento en sus ingresos, mejora en la


dieta, mayor empoderamiento, mejor salud, entre otros,
de acuerdo con la evaluación de impacto realizada en
sus primeros años (Escobal & Ponce, 2016). Los ingresos
adicionales de las familias atribuibles a Haku Wiñay son
en promedio de 920 soles10 por año y constituyen una
fuente de ingresos permanentes. Si comparamos este
monto con el monto de la transferencias monetarias
condicionadas (1.200 soles11 por año) se podría pensar
que de contar con el programa productivo, los efectos
de la transferencias monetarias condicionadas sobre los
mercados locales podrían hacerse permanentes, pues
las transferencias monetarias condicionadas podrían ser
sustituidas por los ingresos generados por las familias
gracias a su participación en el programa productivo.
En la tabla 1 se resumen las siete características de
los programas de transferencias y sus posibles efectos
sobre los procesos de desarrollo territorial.

10 278,78 dólares (tasa de cambio: 3,30 soles por U$).


11 363,65 dólares (tasa de cambio: 3,30 soles por U$).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 303

Tabla 1. Características de diseño e implementación de los programas


de transferencias y sus potenciales efectos sobre el desarrollo territorial

Característica Efecto en el Mecanismo


proceso de
desarrollo
territorial

Focalización ✓✓ Llega a los hogares más pobres. Reciben


(geográfica y/o piso mínimo, mejora en niveles de
individual) desigualdad. Visibiliza nuevos grupos

En efectivo ✓✓ Inyección de circulante, incremento de


consumo local en mercados locales

Sostenidas, ✓✓ Reduce shocks y vulnerabilidad, estabiliza


permanentes consumo local

Relación con ✓✓ Demanda local por educación y salud,


servicios mayor demanda de servicios públicos (dado
que ahora pueden pagarlos), como agua,
electricidad y telefonía, y de servicios
privados, como servicios de transporte,
asistencia técnica y financieros

Empoderamiento ✓¿? Receptores de transferencia se hacen


visibles, tienen voz

Nuevas ✓¿? Nuevas redes, nuevos liderazgos con


organizaciones presencia local (pero basados en redes que
no han sido intermediadas por actores
locales)

Nuevos ✓¿? Incremento de ingreso autónomo y/o


emprendimientos mayor dotación de activos productivos

Fuente: elaboración propia.

Aunque en teoría estas características de los pro-


gramas de transferencias podrían estar interactuando
positivamente con procesos de desarrollo territorial,
además de estar cumpliendo su función de asistencia
a los grupos más pobres, resulta clave volver a los
territorios para verificar si estas interacciones se están
dando, y si van en el sentido esperado. Por ello volve-
mos a Quispicanchi.
304 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

4. Volvamos a Quispicanchi

Quispicanchi es una provincia de Cusco que estudiamos


hace 8 años cuando buscábamos territorios rurales con
potencial de desarrollo territorial (Hernández & Trivelli,
2011). En particular, escogimos Quispicanchi, que pre-
sentaba indicios de que le iba mejor, tenía además un
fuerte y sólido componente identitario y mostraba ini-
ciales desarrollos de procesos de puesta en valor de esta
identidad y de sus activos culturales, como parte de sus
estrategias de desarrollo. Era un territorio interesante,
más que por sus resultados, por su estrategia, su diversa
relación con la ciudad del Cusco y su identidad.
Luego de los análisis cuantitativos, Quispicanchi
no parecía tan exitoso. A pesar de lo prometedor de
aquello visto en el campo en términos de actividades
y desarrollo productivo, sus tasas de pobreza no pare-
cían reducirse de manera importante. De acuerdo con
Hernández y Trivelli (2011), la tasa de pobreza de la
provincia apenas había pasado de 75% en 1993 a 72% en
2007 y luego 64% en el mapa de pobreza oficial de 2009;
la desigualdad no parecía tampoco haber experimentado
grandes cambios.
Sin embargo, en el territorio se percibía progreso,
optimismo, sobre todo en algunos distritos en extremo
dinámicos. Parte del dinamismo se asociaba a la exis-
tencia de una carretera importante (que une Cusco y
Puno) y a la reciente llegada de la vía interoceánica
que se articulaba con esta antigua carretera. También al
crecimiento de Cusco, principal demandante de la pro-
ducción agropecuaria de Quispicanchi y cada vez más
demandante también de actividades de esparcimiento,
turismo y cultura. Cusco, conectado hoy en menos de
una hora con Quispicanchi, entre 1993 y 2007 pasó de
270.000 habitantes a 367.000. Quispicanchi, además de
producir alimentos para el mercado de Cusco, produce
espacios de recreo y de reafirmación de la identidad
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 305

local. El sector servicios crece diversificado ofrecien-


do al visitante cusqueño de clase media gastronomía,
recreos para pasar el día, medicina tradicional, fiestas
locales y celebraciones tradicionales (pagos a la tierra,
lugares sagrados, etc.), y mucho más (música, fiestas
patronales, patrimonio cultural que visitar, etc.). Como
se aprecia, la distribución de la población por niveles
socioeconómicos ha cambiado significativamente en la
región Cusco en la última década, y este cambio se refle-
ja en la actividad económica y social de Quispicanchi.

Gráfico 1. Evolución del gasto per cápita en Cusco


(2005-2015)

Fuente: ENAHO. Elaboración propia.


306 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Gráfico 2. Evolución del gasto per cápita en Cusco en el ámbito rural


(2005-2015)

Fuente: ENAHO. Elaboración propia.

Gráfico 3. Evolución del gasto per cápita en Cusco en el ámbito urbano


(2005-2015)

Fuente: ENAHO. Elaboración propia.


Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 307

Quispicanchi cuenta además con una política local


muy activa. Alcaldes que vienen de las zonas rurales y
articulan intereses variados, política local basada en la
noción de progreso y desarrollo rural y de una fuerte
identidad local (Asensio, 2016).
Han sido años buenos para Perú y para Quispi-
canchi. Crecimiento económico sostenido, expansión de
industrias extractivas que generan recursos que regresan
a las regiones para convertirse en inversión. Quispi-
canchi ha recibido importantes recursos a través de
este mecanismo, a pesar de que en su territorio no
hay explotaciones mineras ni gasíferas. Eso ha ayudado,
y se han tenido recursos sin conflicto socioambiental
derivado de la presencia de industrias extractivas. Los
alcaldes han podido hacer obras, pero además han gene-
rado empleo temporal para la población local en varias
de ellas. Sin embargo, dado el fin del ciclo de precios
altos de los minerales, es posible que estos montos
distribuidos a través del Canon sean menores y con ello
la capacidad de los alcaldes de sostener su capacidad de
inversión y de generación de oportunidades de empleo
temporal no calificado se vea reducida.
308 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Tabla 2. Ingresos de las municipalidades de Quispicanchi


por concepto de canon (2015)

Municipalidad Ingresos por canon Presupuesto total


sin canon

Quispicanchi – Urcos 11.159.276 14.320.432

Andahuaylillas 3.720.606 1.776.688

Camanti 2.214.815 2.321.621

Ccarhuayo 3.576.824 1.224.999

Ccatca 15.435.977 4.325.039

Cusipata 5.307.496 1.285.879

Huaro 3.390.225 1.176.945

Lucre 3.521.274 2.240.672

Marcapata 7.536.987 1.617.967

Ocongate 17.176.252 3.624.628

Oropesa 5.636.111 4.281.331

Quiquijana 10.786.717 2.875.349

QUISPICANCHI 89.462.560 41.071.550

Fuente: SIAF. Elaboración propia.

Durante varios años visitamos este territorio para enten-


der sus complejidades, sus oportunidades. Aprendimos mucho
y siempre quedamos desconcertados por cómo lo que se veía en
el territorio no se reflejaba en los resultados a nivel agregado.
Quizá llegamos muy temprano. En 2015, con la publicación del
mapa de pobreza 2013, vimos que habían cambiado las cosas
(ver tabla 3). La pobreza cedía, como habíamos visto en algunos
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 309

distritos más que en otros, y se mantenían en el poder grupos


fuertemente arraigados al territorio y a su ruralidad. La provin-
cia bajó de más de 70% de pobreza a entre 41 y 47%.

Tabla 3. Evolución de la pobreza en Quispicanchi, a nivel distrital

Provincia /Distrito Pobreza (2013)

Quispicanchi 41,2% – 47,2%

Marcapata 58,6% – 77,7%

Ccatca 56,2% – 69,5%

Ccarhuayo 52,8% – 68,9%

Quiquijana 52,9% – 63,7%

Ocongate 40,3% – 57,2%

Cusipata 36,5% – 50,2%

Huaro 33,3% – 45,8%

Lucre 26,9% – 42,3%

Andahuaylillas 24,9% – 39,0%

Urcos 21,0% – 32,2%

Camanti 12,9% – 20,6%

Oropesa 12,9% – 20,6%

Fuente: INEI. Elaboración propia.

De los estudios sobre este territorio se concluyen varias


preocupaciones, tres relevantes para lo que sigue. Primero, el
proceso de diferenciación social marcado por quienes sí logra-
ron insertarse en los nuevos (y viejos) circuitos comerciales y/o
tomar ventaja de los vínculos con Cusco, y quienes no lo hacían.
Segundo, dudas razonables sobre la continuidad de alcaldes de
origen rural que han conseguido mantener los equilibrios en el
territorio. Y tercero, la sostenibilidad de los mercados y proce-
sos de inversión local en ausencia (o con menos recursos dispo-
310 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

nibles) del Canon (dado el fin del ciclo de precios altos de com-
modities). Estos tres elementos podrían traducirse en que, una
vez más, las zonas más pobres y rurales, con menores opciones
de articularse con estas nuevas tendencias, queden rezagadas o
desconectadas de las oportunidades de desarrollo, se terminen
ampliando las brechas y con ello se ponga en riesgo el propio
proceso de desarrollo.
Es justamente en el marco de estas preocupaciones que
se abre un espacio interesante para discutir el rol de los pro-
gramas sociales en un territorio como Quispicanchi. En estos
mismos años, en particular en los últimos cuatro, hemos visto
en provincias altamente rurales y con pobreza, una nueva for-
ma de presencia del Estado: programas sociales. En la provin-
cia de Quispicanchi en 2012 había 8.247 usuarios del progra-
ma de transferencias monetarias condicionadas (Juntos), uno
que otro Wawawasi12 y alguna obra menor hecha con recursos
de Foncodes. Esta situación reflejaba la primera expansión del
programa de transferencias monetarias condicionadas y aún no
da cuenta de la expansión del programa de pensiones ni del pro-
grama de desarrollo productivo.13 Asimismo, algunas escuelas
primarias recibían alimentación escolar, algunos días del año
escolar (en promedio solo la mitad de los días del año escolar se
entregaba alimentación a los niños).
La creación del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social
en 2011 y la centralidad de los asuntos ligados con la inclusión
social en el gobierno 2011-2016 permitieron revisar, mejorar,
ampliar y ubicar a los programas sociales en un nuevo lugar
dentro de las políticas públicas. Esto se tradujo en compromisos
de recursos para reducir subcobertura y esquemas de mejora de
la calidad de toda prestación social.

12 Programadecuidadodiurnoparamenoresentre6mesesy5años.
13 En 2011, a la creación del MIDIS el programa Juntos tenía cerca de 485.000 usua-
rias y el programa de pensiones no contributivas estaba en gestación. Este nuevo
programa,Pensión65,cerróen2011concercade25.000 usuarios.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 311

En el caso de ámbitos como Quispicanchi esto se tradujo


en expansiones importantes en los programas y la creación de
algunos programas nuevos (en particular, es importante la crea-
ción del programa de pensiones no contributivas). Como se
observa en la tabla 4, en 2015, la oferta de programas socia-
les había crecido de manera importante y se había estabiliza-
do (dejaron de expandirse en cobertura). Esto supone inyeccio-
nes de recursos relevantes para la región, recursos además en
manos de los estratos menos favorecidos.

Tabla 4. Programas sociales en Quispicanchi (2012-2015)

Fuente: SIAF. Elaboración propia.

Solo los programas de transferencias monetarias (transfe-


rencias monetarias condicionadas y pensiones no contributi-
vas) implican una transferencia de recursos a las familias más
pobres de 16 millones de soles14 al año en la provincia de Quis-
picanchi. Lo que equivale al 19% de las transferencias que reci-
ben las municipalidades por concepto de Canon.
Más de 14% de los habitantes de Quispicanchi, que equiva-
le al 24% de los adultos que reciben estos recursos, los usan bási-
camente para consumo. Pero además, al ser programas foca-
lizados (Juntos geográficamente primero y luego individual-
mente y Pensión 65 solo individualmente) los usuarios –y los
recursos– se distribuyen en el territorio de modo tal que com-
pensan situaciones adversas. Como se puede ver en el cua-

14 4.848.484,84 dólares(tasadecambio:3,30solesporU$).
312 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

dro siguiente la presencia de receptores de estos programas de


transferencias pueden representar 30% de los adultos en los dis-
tritos más pobres y rurales y 3% en los menos pobres.

Tabla 5. Programas sociales y niveles de pobreza en Quispicanchi,


por distrito

Provincia / Pobreza (2013) Población Juntos Pensión Ratio


Distrito adulta 65 (J+P65)/
Pob.
adulta

Quispicanchi 41,2% – 47,2% 51.882 9.163 3.258 24%

Marcapata 58,6% – 77,7% 2.672 602 190 30%

Ccatca 56,2% – 69,5% 9.745 1.787 614 25%

Ccarhuayo 52,8% – 68,9% 1.644 422 149 35%

Quiquijana 52,9% – 63,7% 6.298 1.209 497 27%

Ocongate 40,3% – 57,2% 8.655 2.247 629 33%

Cusipata 36,5% – 50,2% 2.831 606 252 30%

Huaro 33,3% – 45,8% 2.749 354 123 17%

Lucre 26,9% – 42,3% 2.576 376 115 19%

Andahuaylillas 24,9% – 39,0% 3.173 630 175 25%

Urcos 21,0% – 32,2% 5.621 930 343 23%

Camanti 12,9% – 20,6% 1.463 0 48 3%

Oropesa 12,9% – 20,6% 4.455 0 123 3%

Fuente: SIAF. Elaboración propia.

Adicionalmente, el programa de alimentación escolar,


con la entrega de desayunos, libera recursos de las fami-
lias por un monto que bordea los 6,5 millones de soles15
por año. Finalmente, hay un programa productivo “Haku

15 1.969.696,97 dólares (tasa de cambio: 3,30 soles por U$).


Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 313

Wiñay” relativamente pequeño que ha trabajado ya con 4%


de los hogares de la provincia concentrados en un distri-
to (Ocongate, donde cerca del 10% de los adultos trabaja
con esta iniciativa).
Si bien los montos son importantes, más importante
es que estos recursos son estables y que quedan en manos
de los grupos más pobres. Los recursos de las transferen-
cias, entregados a través del Banco de la Nación, permi-
ten a estas familias iniciar procesos de interacción con el
sistema financiero, allí donde este está presente. También
les permite acceder a servicios básicos, que ahora pueden
pagar, y les da acceso a la salud (SIS). Son recursos que
además se convierten en flujos de consumo básicamente en
los mercados locales, donde el grueso de vendedores son
actores locales también.16
Además, los receptores de las transferencias están
organizados. Las señoras de Juntos trabajan alrededor de
madres líderes a través de las cuales obtienen información y
realizan actividades conjuntas. Los pensionistas se organi-
zan en algunos distritos con apoyo de los gobiernos locales
para participar de la vida de la comunidad. Más allá de los
resultados, estas organizaciones existen y son activas. Están
presentes. Se ha criticado mucho que sirven para activida-
des que pueden ser vistas como proselitistas, por ejemplo,
que participan en los desfiles locales, pero eso es ante todo
un reflejo de su organización, de su presencia en lo local,
de su existencia. En el caso de Pensión 65, los receptores
también se reúnen y actúan en grupos para solicitar expan-
sión de servicios públicos o en algunos distritos han logrado
trabajar con los gobiernos locales para instalar lo que se
llama el programa Saberes Productivos. En la provincia de
Quispicanchi hay ya cuatro distritos que cuentan con estos

16 Hernández y Trivelli (2011) y Asensio (2016) presentan las características de


los mercados locales, y muestran cómo el grueso del consumo referido a
necesidades básicas se da en los mercados locales, incluso distritales.
314 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

espacios comunales donde los adultos mayores se reúnen,


interactúan con la comunidad, transmiten conocimientos,
mantienen vivas las costumbres locales, etc.
Estudios demuestran que estas organizaciones generan
cambios, nuevas oportunidades y redes de apoyo, pero prin-
cipalmente visibilizan a ciudadanos que tradicionalmente
no se veían. Son nuevas organizaciones, que muchas veces
ponen en jaque a organizaciones tradicionales, son nuevos
liderazgos, que provienen de grupos excluidos. Los recepto-
res de las transferencias se han hecho visibles en el territo-
rio, para sus autoridades y para el resto de la sociedad local.
En Quispicanchi los programas sociales son parte de
las explicaciones de la mejora de indicadores de la pobla-
ción más pobre, pero también han permitido hacer que
estos ciudadanos se vuelvan actores activos de los merca-
dos locales, de la política y sociedad local. Son sobre todo
una suerte de esquema de protección frente a procesos de
invisibilización o abandono de lo rural al interior de este
territorio. Han ayudado a que los pobres de las zonas rura-
les ganen un espacio económico, social y político, pero dado
un contexto favorable, en lo económico y en lo político.
Los programas sociales de transferencias vienen jugan-
do un rol para cerrar brechas y para apoyar el proceso de
articulación de los más pobres del territorio con el proceso
de desarrollo territorial, pero además a través de esa articu-
lación están contribuyendo con la sostenibilidad del propio
proceso de desarrollo territorial, en términos económicos
(mercados) y políticos. Pero sobre esto hay que seguir inves-
tigando, y parece obligado volver a los territorios.

5. Conclusiones

Es difícil generar conclusiones de un texto cuyo propósito


es, mas bien, abrir un debate sobre el rol de las políticas
sociales, en particular las de transferencias monetarias, en
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 315

los procesos de desarrollo territorial en marcha. En este


documento no se analiza si los programas de transferencias
son efectivos para ayudar a los más pobres a mejorar sus
condiciones de vida, sino si estos programas contribuyen a
procesos de desarrollo territorial (que estén en marcha) y a
través de qué mecanismos.
Lo que encontramos es que algunas de las caracte-
rísticas de los programas de transferencias contribuyen a
consolidar el desarrollo territorial y permiten enfrentar, y
en ciertos casos mitigar, algunos de los procesos de diferen-
ciación que se pueden estar presentando como resultados
del propio proceso de desarrollo territorial.
Para que los programas sociales realmente contribuyan
con el desarrollo territorial tienen que operar adecuada-
mente, contar con esquemas de focalización adecuados y
tener continuidad y escala asegurada. Este no es siempre
el caso, en muchos países los gastos asociados a estos pro-
gramas, y en general a los sectores sociales, tienden a ser
procíclicos.
Programas de transferencias que operan adecuada-
mente pueden estar permitiendo o apoyando procesos que
contribuyen al desarrollo territorial:

1. Inyectan recursos líquidos (en efectivo) en las zonas


rurales de manera sostenida (y regularmente) y por
montos agregados importantes que se destinan básica-
mente al consumo. Este proceso fortalece los mercados
de consumo local, generando una masa importante de
consumidores para pequeños mercados locales y terri-
toriales, donde quienes venden son generalmente tam-
bién productores locales. En algunos casos, los recep-
tores de las transferencias también se insertan como
vendedores en estos mercados locales.
2. Visibilizan grupos de pobladores y permiten que estos
grupos se inserten en el plano político local. Son gru-
pos y organizaciones que generalmente han surgido
316 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

independientemente del poder local (focalización indi-


vidual centralizada) y, por ende, tienen una dinámica
distinta a la de las organizaciones tradicionales.
3. Empoderan a actores y generan nuevos grupos alre-
dedor de los receptores de estos programas. Hay que
investigar si estos actores tienen o no capacidad de
presión, si son relevantes dentro de las estrategias polí-
ticas de los actores locales. Es posible que también las
nuevas organizaciones puedan generar tensiones con
organizaciones tradicionales (y más antiguas) en las
que estos pobladores se apoyaban. Este mayor empo-
deramiento puede tener efectos sobre la cohesión y las
instituciones locales, pero también puede incrementar
las oportunidades económicas de los receptores de las
transferencias, contribuyendo al proceso de desarrollo
económico local. Hay aquí un campo importante para
seguir investigando.
4. Articulan (y visibilizan) otras demandas sociales hacia
el sector público. Esta articulación y nueva fuente de
presión tiende a incrementar la presencia y calidad de
algunos servicios públicos (educación y salud especial-
mente) pero también de los servicios básicos por los
que ahora pueden pagar. Igualmente, los receptores de
transferencias pueden estar permitiendo una deman-
da de escala suficiente para llevar determinados ser-
vicios privados al territorio (servicios financieros, por
ejemplo).

Estos aportes se ven en el caso de Quispicanchi, pero


necesitamos profundizar en su discusión y reconocer los
procesos que este tipo de programas pueden estar apoyando
en el marco de procesos de desarrollo territorial a partir de
mayor evidencia empírica, y a la vez identificar áreas en las
cuales los programas podrían estar introduciendo riesgos
también a los procesos de desarrollo territorial.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 317

Para cerrar, vale destacar algunos asuntos discutidos en


este texto. En primer lugar, hay que reconocer que quizás
fuimos demasiado pronto a Quispicanchi como para enten-
der las dinámicas que en ese territorio se desarrollaban. A
la luz de lo que ha pasado en estos últimos años, los cam-
bios se profundizan y consolidan, la pobreza retrocede, la
política local se mantiene y surgen nuevos cambios, como
la presencia de los programas sociales que se expandieron
entre 2012 y 2015. Tenemos una tarea pendiente, volver al
territorio y releer lo que vimos a inicios de esta década. Las
relaciones entre estas distintas dimensiones e intervencio-
nes son complejas y varían en el tiempo. La presencia de
estos programas era mínima cuando analizamos este terri-
torio en el campo.
En segundo lugar, en los estudios previos no vimos lo
que vendría con la extendida presencia de estos programas
y su potencial impacto en la creación de nuevos actores
económicos y sociales que se hacen parte del territorio y
de su dinámica. Hay que volver a ver las dinámicas de los
distintos grupos y las nuevas relaciones entre grupos (de
receptores y no receptores, entre receptores y autoridades
locales, etc.) para volver a discutir las coaliciones y procesos
de diálogo relevantes en el territorio.
En tercer lugar, estos programas sociales, en especial
los de transferencias monetarias, han creado nuevos merca-
dos locales que benefician a los receptores de las transferen-
cias pero también al resto. Hay más demanda por productos
locales, hay mercados locales más estables y de mayor esca-
la. Hay nuevas oportunidades. Queda la pregunta respecto
de la sostenibilidad de estos mercados. Hay que pregun-
tarse qué pasaría si estos programas se eliminan o reducen
su alcance. Tres posibles respuestas: primero, que efecti-
vamente la situación retroceda y vuelva el estado previo a
2012, que se creen nuevas diferenciaciones y exclusiones
al interior del territorio y se atente contra lo avanzado en
desarrollo territorial (dado el tradicional carácter procíclico
de los presupuestos sociales). Una segunda opción es que
318 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

estos mercados locales hayan alcanzado una escala suficien-


te y sean sostenibles en sí mismos, y más bien expandan las
oportunidades, no solo de consumo, sino de generación de
ingreso, para las poblaciones locales más pobres y vulne-
rables. Esto sería lo ideal pero aún no es claro que sea el
caso. Finalmente, una tercera opción es que los efectos de
mediano plazo de estos programas (acumulación de activos
productivos, desarrollo de nuevos emprendimientos, ren-
tabilización del capital humano de los hogares, etc.) o de
aquellos complementarios como el programa de desarrollo
Haku Wiñay, que hoy opera solo en Ocongate, logre que
estas familias generen ingresos de forma autónoma y con
ello capacidad de sostener estos niveles de consumo en el
largo plazo. Esta última opción requiere aún debate, pero a
la luz de los resultados de la evaluación de impacto de este
programa productivo, el incremento promedio de ingresos
autónomos en los hogares participantes alcanza el 75% del
valor que hoy entrega el programa de transferencias mone-
tarias condicionadas a hogares de similares características
(Escobal & Ponce, 2016). Es decir, si el programa produc-
tivo logra la cobertura requerida podría en el largo plazo
reemplazar al programa de transferencias como fuente de
ingreso para cubrir necesidades básicas de consumo de las
familias rurales en situación de pobreza.
En cualquiera de estos escenarios, la relevancia de los
programas en el marco de procesos de desarrollo territo-
rial puede cambiar, ojalá evolucionar hacia procesos mas
sostenibles y menos dependientes de la asignación de pre-
supuesto hacia ellos y de la voluntad política. Hay, por
ello, que volver al territorio para entender las dinámicas
actuales que han generado estos programas, e identificar
posibles derroteros futuros para dichas dinámicas en fun-
ción de la sostenibilidad de sus efectos en el proceso de
desarrollo territorial.
Finalmente, una de las principales conclusiones de
nuestro trabajo previo sobre Quispicanchi fue que uno de
los mayores riesgos al proceso de desarrollo territorial en
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 319

marcha estaba marcado por el proceso de diferenciación


que se venía dando en el territorio, donde los grupos más
pobres y vulnerables (y rurales) no estaban logrando inser-
tarse en los procesos de desarrollo, en particular en los rela-
cionados con los nuevos mercados y sus dinámicas. Como
hemos discutido en este documento, el hecho de que estos
programas tengan ciertas características, como que sean
intervenciones sostenidas en el tiempo, sean focalizados,
efectivamente lleguen a los más pobres, tengan la escala
suficiente y generen además nuevos espacios de diálogo,
demanda ya una visibilización para los sectores en mayor
pobreza y vulnerabilidad, que permite pensar que estos
programas podrían constituir un contrapeso a las fuerzas
diferenciadoras que observamos en el desarrollo territorial
de Quispicanchi.
Con lo dicho queda pensar en un conjunto de estra-
tegias empíricas para con ellas volver al territorio, e ir a
otros, y más que cerrar el estudio de este caso, usarlo para
continuar discutiendo las interrelaciones que generan esta
y otras intervenciones y situaciones en los territorios, en
especial en aquellos con porciones rurales significativas y
con bolsones de pobreza. Necesitamos identificar si, en
efecto, estos programas son relevantes, y a través de qué
mecanismos (más allá de proteger a los más pobres y aliviar
su condición de pobreza) están contribuyendo con procesos
en marcha de desarrollo territorial.
Finalmente, cerrar reconociendo un tema recurrente
que Alejandro Schejtman nos ha repetido en todos sus tra-
bajos y presentaciones, que es clave para entender el rol
de esta intervención –programas sociales de transferencia
monetarias–, y es que el desarrollo territorial requiere un
conjunto de condiciones e intervenciones que generen una
dinámica que lo favorezca. No hay una única intervención
o condición que active el proceso, es un conjunto complejo
y variado que está tras el proceso. El desarrollo territorial
es un medio para lograr progreso. ¿Qué nuevas dinámicas
generan estos programas sociales y cuáles de ellas realmente
320 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

se alinean con el desarrollo territorial?, es algo que recién


comenzamos a explorar, a pesar de que tenemos más de
20 años siguiendo este tipo de intervenciones en buena
parte de los territorios en los que exploramos opciones de
desarrollo territorial. El marco para el desarrollo territorial
del que partimos no miraba ni imaginaba estas formas de
inversión pública, de presencia del Estado. Ahí está la magia
del aporte inicial, que nos dejó muchas puertas abiertas para
seguir discutiéndolo.

Bibliografía

Aizer, A. (2007), “Wages, violence and health in the hou-


sehold”, Working Paper 13494. National Bureau of Eco-
nomic Research.
Alcázar, L. & Espinoza, K. (2014), “Impactos del programa
Juntos sobre el empoderamiento de la mujer”, Avances
de Investigacion: Metodologías de investigación y evaluación
de políticas y programas sociales.
Banco Interamericano de Desarrollo (BID) (2012), “The
growth of conditional cash transfers in Latin America
and the Caribbean: did they go too far?”, Social Protec-
tion and Health Division III. Título IV. Series. IDB-PB-185.
Berdegué, J. A. & Modrego Benito, F. (2012), De Yucatán
a Chiloé: dinámicas territoriales en América Latina, Bue-
nos Aires, Teseo.
Berdegué, J. A. & Schejtman, A. (2008), “La desigualdad y
la pobreza como desafíos para el desarrollo territorial
rural”, Documento de trabajo, N° 1, Programa Dinámicas
Territoriales Rurales.
Berdegué, J. A.; Escobal, J. & Bebbington, A. (2015), “Expli-
cando la diversidad espacial en el desarrollo rural lati-
noamericano: estructuras, instituciones y coaliciones”,
Serie documento de trabajo, N° 174.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 321

Berdegué, J.; Bebbington, A. & Escobal, J. (2015), “Growth,


Poverty and inequality in Sub-National Development:
Learning from Latin America’s Territories”, World
Development. Special issue, vol. 73, pp. 1-138.
Cord, L.; Genoni, M. & Rodriguez-Castelán, C. (2015), Pros-
peridad compartida y fin de la pobreza en América Latina y
el Caribe, Wahington D.C., Grupo Banco Mundial.
Escobal, J. & Ponce, C. (eds.) (2016), Combinando protección
social con generación de oportunidades económicas: una eva-
luación de los avances del programa Haku Wiñay, Lima,
GRADE.
Escobal, J.; Ponce, C. & Asensio, R. (2011), “Límites a la arti-
culación a mercados dinámicos en entornos de crecien-
te vulnerabilidad ambiental en el caso de la dinámica
territorial rural en la Sierra de Jauja, Junín”, Documen-
to de trabajo, N° 69, Programa Dinámicas Territoriales
Rurales.
Farmer, A. & Tiefenthaler, J. (1997), “An economic analysis
od domestic value”, Review of Social Economy.
Fernández, J.; Fernández, M. & Fuentealba, R. (2014),
“Arreglos político-institucionales para la superación de
trampas localizadas de pobreza monetaria: los terri-
torios de Cauquenes y Constitución en la región del
Maule en Chile”, Serie documentos de trabajo, N° 233,
Grupo de trabajo: Desarrollo con Cohesión territorial.
Programa Cohesión territorial para el desarrollo.
Fernández, I. (2010), “Una mirada comunal de la pobreza:
fuentes de ingreso y gestión municipal”, Serie Docu-
mento de trabajo, N° 97, Programa Dinámicas Territo-
riales Rurales.
Fernández, I. & Miranda, D. (2012), “Coaliciones, dinámicas
territoriales y desarrollo. El caso de la coalición salmo-
nera en Chiloé Central”, Documento de trabajo, N° 108,
Programa Dinámicas Territoriales Rurales.
Fernández, I.; Remy, M.; Scott, J. & Carriazo, F. (2013),
“Políticas de protección social y superación de la
pobreza para la inclusión social: una lectura crítica
322 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

desde el enfoque de cohesión territorial”, Serie Estu-


dios Territoriales, Documento de trabajo, N° 23, Programa
Cohésion Territorial para el Desarrollo.
Hernández, R. & Fernández, I. (2014), “¿Unidos podemos?
Coaliciones territoriales y desarrollo rural en América
Latina”, América Problema, vol. 38.
Hernandez, R. & Trivelli, C. (2011), “Crecimiento económi-
co, cohesión social y trayectorias divergentes Valle Sur
– Ocongate (Cuzco-Perú)”, Documento de trabajo, N° 65,
Programa Dinámicas Territoriales Rurales.
High Level Panel of Experts on Food Security and Nutri-
tion of the Comittee on World Food Security (HLPE) –
FAO (2012), Social protection for food security, Roma.
Overseas Development Institute (ODI) (2016), Cash trans-
fers: what does the evidence say? A rigorous review of pro-
gramme impact and the role of design and implementation
features, Londres, ODI.
Rodríguez, C. (2015), “Violencia intrafamiliar y transfe-
rencias monetarias condicionadas: El impacto de las
familias en Acción en Colombia”, Documento de trabajo
del BID, N° 621.
Schejtman, A. & Berdegué, J. A. (2004), “Desarrollo territo-
rial rural”, Debates y temas rurales, N° 1.
Stampini, M. & Tornarolli, L. (2012), “The growth of con-
ditional cash transfers in Latin America and the Carib-
bean: did they go too far?”, BID Policy Brief.
Trivelli, C. & Clausen, J. (2015), “De buenas políticas socia-
les a políticas articuladas para superar la pobreza: ¿qué
necesitamos para iniciar este tránsito?”, Documento de
trabajo N° 209, Serie de Política 10, Lima, Instituto de
Estudios Peruanos.
Winder, N.; Davis, B.; Hypher, N.; Winters, P. & Yablonski, J.
(2016), From evidence to action: The story of cash transfers
and impact valuation in Sub-Saharian Africa, Oxford.
Zegarra, E. (2014), “Efectos dinámicos del programa Juntos
en decisiones productivas de los hogares rurales del
Perú”, Concurso CIES.
Cinco propuestas para estudiar
los territorios rurales
RICARDO ABRAMOVAY1

Resumen

Por ser el continene de la megadiversidad bológica, y gra-


cias al potencial de la revolución digital, América Lati-
na puede avanzar hacia la industrialización basada en los
recursos naturales y transitar de una economía de la des-
trucción de la naturaleza a una del conocimiento de la natu-
raleza. El objetivo de este artículo es presentar los funda-
mentos para una perspectiva de valoración de las regiones
rurales como camino para la emergencia de una economía
renegerativa dirigida al desarrollo sustentable en América
Latina. Para esto, se formulan cinco propuestas para los
estudios territoriales rurales en América Latina.
Luego de apelar a la necesidad de superar el foco en
los ingresos como variable para medir la democratización
de las oportunidades y la desigualdad, se propone analizar
los impactos territoriales del crecimiento agropecuario vis a
vis la situación de los servicios ecosistémicos. Debido a que
una parte muy importante de la infraestructura latinoame-
ricana ha sido construida en condiciones socioambientales
que deprecian los territorios en donde se implantan, una
tercera propuesta es sistematizar los principales impactos
territoriales de estos trabajos de infraestructura.
Una cuarta propuesta parte de la noción de coaliciones
sociales e invita a identificar los efectos territoriales de las
coaliciones que están favoreciendo la emergencia de nuevas

1 Traducido por Adraino Doniez.

323
324 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

prácticas de gestión territorial. Finalmente, se apela a la


investigación científica y tecnológica, pero la investigación
como una herramienta clave para preservar los territorios y
regenerar los ecosistemas.

1. De una economía de la destrucción


a una del conocimiento de la naturaleza

Aunque haya pasado por una masiva reducción de la pobre-


za y de la miseria absoluta, no se puede decir que América
Latina haya alcanzado el objetivo de reducir las desigual-
dades que tan gravemente marcan su historia. Desde el ini-
cio de la primera década del milenio, en ningún lugar del
mundo el aumento en los ingresos del 40% más pobre de
la población fue mayor que en Latinoamérica, según cifras
del Banco Mundial (2015). Sin embargo, este inédito brote
equitativo fue efímero: el continente se encuentra en su
cuarto año consecutivo de bajo crecimiento y las conse-
cuencias de esta parálisis sobre el empleo y los ingresos
mostraron ser dramáticas. En la raíz de este desempeño
errático está, según este trabajo, la falta de preparación de
la región para un “crecimiento a largo plazo”. La dependen-
cia de productos objetos de comercialización (commodities)
agrícolas y minerales está entre los componentes decisivos
de esta falta de preparación.
El economista Dani Rodrik (2015) muestra que son
escasas las chances de que América Latina recupere el tiem-
po perdido y entre en la carrera competitiva de la manufac-
tura global en las áreas en las que los países asiáticos más se
destacaron desde el inicio del milenio.
Eso no significa, sin embargo, la condena del continen-
te a mantenerse como productor y exportador de productos
marcados por el bajo nivel de inteligencia e información. Y
en este sentido, los territorios rurales pueden desempeñar
un papel crucial.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 325

Carlota Pérez preconiza, en sus trabajos recientes


(2008), la industrialización basada en los recursos naturales.
Si hasta aquí, estos han sido encarados sistemáticamente
bajo la óptica de la “maldición”, eso no es una fatalidad. El
camino de lo que ella llama “industrialización intensiva en
recursos naturales” se apoya no solo en el hecho de que
somos el continente de la megadiversidad biológica, sino en
los potenciales que la revolución digital ofrece para nuestra
transición de una economía de la destrucción de la natura-
leza a una del conocimiento de la naturaleza (Becker, 2010).
Los territorios rurales son importantes en esta transición,
por formar parte de las redes y capacidades sociales que
permitirán que la era digital represente para nuestro conti-
nente un paso decisivo para la emergencia de una economía
regenerativa y dirigida al desarrollo sustentable. Los traba-
jos de Ralf Fücks (2015) y el del equipo dirigido por Carlos
Nobre (2016) van exactamente en la misma dirección de lo
que propone Carlota Pérez.
Las investigaciones recientes de Rimisp (2015) ─de las
cuales Alexander Schejtman ha sido una pieza clave─ cam-
bian la propia comprensión de las diferentes dinámicas en
las que se encuentran las regiones rurales latinoamericanas.
Exactamente por eso, tras estos años de investigación es
posible incorporar a esta reflexión dimensiones que muchas
veces están presentes en el trabajo realizado en determina-
das regiones, pero que, hasta aquí, aún no parecen haber
sido objeto de una reflexión sistemática.
Este texto formula cinco propuestas para los estudios
territoriales rurales en América Latina. Es probable que
varias de ellas ya estén siendo llevadas adelante por Rimisp.
El objetivo aquí es presentar los fundamentos más generales
para una perspectiva de valoración de las regiones rurales
como camino para el crecimiento económico dirigido al
desarrollo sustentable en América Latina.
326 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

2. Desigualdades en plural

Es comprensible que el Programa Dinámicas Territoriales


Rurales (Rimisp, 2007-2012)2 haya clasificado las unidades
territoriales con base en datos de ingresos, sobre todo los
que se originan en encuestas de hogares. Son los datos
más ampliamente disponibles y muchas veces representan
una especie de proxy de las propias desigualdades socia-
les. Dos problemas básicos resultan, sin embargo, del uso
de los ingresos y de las encuestas de hogares como base
para el análisis.
Lo primero es que las encuestas de hogares captan
mucho más los ingresos que la riqueza. Marcelo Medeiros
et al. (2015) muestran que los datos acerca de la desconcen-
tración de los ingresos en Brasil se tornan mucho menos
edificantes cuando el análisis se apoya en datos del Impues-
to sobre la Renta, de modo que se involucran con mucha
más precisión informaciones de los que se encuentran cerca
de la cima de la pirámide social. En esta dirección, sería
importante examinar si en aquellas regiones rurales que
exhiben crecimiento económico, disminución de la pobreza
y reducción de la desigualdad de ingresos, la riqueza tam-
bién fue mejor distribuida. Apoyarse solo en los ingresos
para medir esta democratización de las oportunidades y los
resultados del crecimiento económico puede ofrecer una
imagen distorsionada de la situación estudiada.

2 El Programa Dinámicas Territoriales Rurales fue un esfuerzo de investiga-


ción colaborativo que durante 5 años (2007-2012) convocó a más de 50
organizaciones en 11 países de América Latina, para explicar por qué agu-
nos territorios rurales de la región han logrado tener más crecimiento eco-
nómico, con más inclusión social y más sustentabilidad ambiental. El Pro-
grama contó con el apoyo financiero principal del Centro Internacional de
Investigaciones para el Desarrollo (IDRC-Canadá), así como de contribu-
ciones del Programa de Nueva Zelandia de Cooperación al Desarrollo y el
Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, FIDA, de Naciones Unidas
(nota de la edición).
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 327

Pero está claro que otras formas de desigualdad deben,


también, ser incorporadas al análisis. Es posible que mejo-
rías de ingresos correspondan de forma imperfecta y efíme-
ra a la movilidad social. Ferreira et al. (2013), por ejemplo,
muestran la vulnerabilidad (que se reveló trágicamente lue-
go de la publicación de su trabajo) de esta categoría social
cuyos ingresos y patrones de consumo se elevaron desde el
inicio del milenio en América Latina. Esta vulnerabilidad
no se refiere solo al hecho de que la entrada al mercado
del trabajo formal y la elevación de las ganancias de los
más pobres se da a partir de empleos de baja calificación.
El contrato social subyacente a la presente reducción de
la pobreza es fragmentario y no amplía las oportunidades
de participación social para sus beneficiarios. Además, al
menos en Brasil (pero, según Ferreira et al., este es un rasgo
latinoamericano) el aumento de los ingresos no fue acom-
pañado de la oferta de los bienes públicos, sin los cuales
no se puede hablar de desarrollo y expansión de las liberta-
des sustantivas de los seres humanos: educación y salud de
calidad, saneamiento básico, oportunidades crecientes de
interacción social, acceso a la justicia. Es flagrante el con-
traste entre el aumento de los ingresos y la precariedad de la
expansión de estos elementos que componen las libertades
sustantivas que definen la propia ciudadanía. El hecho de
que cuatro países de América Latina concentren el 25% de
los asesinatos por armas de fuego del mundo es revelador
en este sentido, así como la persistencia de la mitad de los
hogares brasileños sin saneamiento básico.
Es muy común que programas dirigidos específica-
mente a beneficiar a poblaciones pobres acaben por eterni-
zar los factores estructurales que bloquean su emancipación
social. Es el caso del programa brasileño “Mi casa, Mi vida”,
que consolida un patrón de dispersión territorial urbana
y metropolitana que confina a los pobres en áreas perifé-
ricas, poco densas, desprovistas de empleos y donde solo
ocupaciones poco calificadas suelen desarrollarse. Los cos-
tos socioambientales de este verdadero apartheid territorial
328 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

urbano se expresan no solo en el inmenso tiempo de des-


plazamiento de los más pobres al trabajo, sino en la escasez
de oportunidad resultante de ciudades que van en dirección
contraria a lo preconizado por el Hábitat: ciudades conec-
tadas, integradas y compactas.
Claro que en regiones rurales no es posible anhelar el
mismo grado de densidad poblacional que tienen las ciu-
dades. Eso da origen a una pregunta fundamental: ¿cómo
propiciar condiciones que permitan los mismos beneficios
resultantes de la densidad urbana en áreas rurales? Es pro-
bable que al menos parte de la respuesta esté en preparar
a sus habitantes no solo para la producción agropecuaria,
sino también para la gestión de los recursos ecosistémicos
fundamentales para toda la sociedad y de los cuales ellos
están mucho más cerca que los habitantes de las ciudades.
De la misma forma, la producción de calidad, que asocie
cada vez más la agropecuaria a la regeneración de servicios
ecosistémicos, tendrá un papel cada vez más importante en
las áreas rurales. Eso supone un ambiente en el que la agri-
cultura y la industria forestal dejen de vincularse a prácticas
rutinarias, muchas veces destructivas, y expresen no solo
conocimientos hasta aquí poco desarrollados en las áreas
rurales, sino coaliciones sociales dirigidas a su expansión.
Esta orientación que, hasta hace poco tiempo expre-
saba el deseo de algunos pocos grupos o de los que se
especializaban en la producción de nichos, va ganando una
dimensión y un alcance cada vez más significativos. Los
estudios territoriales del desarrollo rural latinoamericano
tendrán tanto más relevancia mientras más capaces sean de
analizar los obstáculos, los activos y, sobre todo, las coali-
ciones sociales que están liderando (y las que están resis-
tiendo) a este proceso de transición. Lo que está en juego
es mucho más que el bienestar de las poblaciones rurales,
es la capacidad que tendrán de apoyar sus ingresos no solo
en lo que producen, sino en el vínculo entre esta produc-
ción y la regeneración de los servicios ecosistémicos de los
cuales toda la sociedad depende y que fueron, hasta aquí,
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 329

sistemáticamente destruidos. Parte de los bajos precios con


los que la agropecuaria beneficia la vida social viene de
avances técnicos innegables, pero cuya base, con gran fre-
cuencia, está en el agotamiento sistemático de los recursos
que, cada vez más, la sociedad valora.

3. Impactos territoriales del crecimiento agropecuario

Es exactamente por eso que cuando Carlota Pérez (2008)


preconiza para América Latina la industrialización basada
en recursos natuales, no está simplemente haciendo una
apología al sector agropecuario tal cual hoy existe. No hay
duda de que, principalmente en la agricultura y la explota-
ción forestal (mucho más que en la pecuaria), hubo innova-
ciones significativas que permitieron en varios países (sobre
todo en Brasil y Argentina) un aumento de la producción
mucho mayor que la elevación en el área ocupada por estas
actividades. No son pocas las situaciones en las que este
aumento de producción trajo efectos multiplicadores que se
expresan en el establecimiento de manufacturas para asis-
tencia técnica a los equipamientos agrícolas, la industria-
lización de los productos y el crecimiento de municipios
medianos, beneficiados por la expansión de los ingresos
agropecuarios. La caída en los precios agrícolas resultan-
te de este proceso contribuye de manera importante a la
reducción de la pobreza en el continente. Además, meca-
nismos como la certificación ya adquieren importancia en
la oferta de algunos productos, de los cuales el café es el
más importante.
Estas constataciones no escamotean, sin embargo, la
distancia entre el patrón de crecimiento de la agricultura
latinoamericana y aquello que Carlota Pérez (2008) carac-
teriza como industrialización basada en recursos naturales.
Es creciente la toma de consciencia por parte de segmentos
expresivos del empresariado agrícola de los riesgos que esta
330 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

distancia tiene para el éxito de sus negocios. El surgimiento


de coaliciones dirigidas explícitamente a mejorar la gestión
de los recursos en los que se apoya la producción agrope-
cuaria –y no solo aumentar la producción, sea como sea– es
fundamental, como se verá un poco más adelante.
El crecimiento reciente de la agricultura, aunque apo-
yado en organizaciones capaces de fomentar la innovación
a gran escala, aún no acerca al sector (y por lo tanto a los
territorios donde este existe) a la economía del conocimien-
to y la información. En primer lugar, aunque la deforesta-
ción en la Amazonía brasileña haya caído significativamen-
te, esta aún ocurre a una escala incompatible con lo que se
podría esperar de la explotación de actividades primarias
que se apoyan en inteligencia y no en el empleo de técnicas
destructivas. Hay fuertes indicios de que la caída en la defo-
restación en la Amazonía brasileña no fue acompañada de
su reducción en otros países de América Latina.
El enfoque territorial utilizado en los trabajos Rimisp
(Ravnborg & Gómez, 2015) parte correctamente de la pre-
misa de que la deforestación no deriva solamente de opor-
tunidades económicas, sino del predominio, en las regiones
en las que ocurre, de coaliciones sociales y modelos men-
tales que la legitiman. La deforestación está acompañada,
con inmensa frecuencia, de una corrupción generalizada en
la falsificación de certificados de legalización de madera y
el uso de la violencia abierta contra los que se oponen a
estas prácticas. La violación de los derechos humanos es,
hoy en día, una práctica común que bloquea el desarrollo
territorial en muchas regiones de la Amazonía y no solo en
Brasil. Caracterizar las coaliciones sociales que determinan
estas formas destructivas de obtención de riqueza (así como
las que se oponen a estas) es especialmente importante en
la formulación de una estrategia en la que la biodiversi-
dad deja de ser destruida y pasa a ser valorada, como se
verá más abajo.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 331

Aunque no esté acompañado de la violencia que hasta


hoy marca la deforestación y la explotación ilegal de madera
en la Amazonía (pese a la reducción expresiva del área defo-
restada desde 2004 en Brasil), la destrucción de El Cerrado,
una ecorregión de sabana tropical en Brasil, es también un
rasgo de la expansión agrícola latinoamericana que la dis-
tancia de la economía del conocimiento. La expansión del
área de plantación de soja en el Matopiba (acrónimo para el
área situada en la confluencia de los estados de Maranhao,
Tocantins, Piauí y Bahia) entre 2000 y 2014 fue de 253%,
pasando de uno a 3,4 millones de hectáreas. Y la mayor par-
te de esta expansión se dio sobre vegetación nativa, como
muestra un reportaje de Betina Barros (2016).
Ahí también es fundamental el conocimiento de las
coaliciones sociales que lideran este proceso: El Cerrado
tiende a ser visto como frontera agrícola y no como manan-
tial responsable no solo de una rica biodiversidad, sino tam-
bién de la integridad de algunos de los más importantes
reservorios de agua del continente. En este sentido, es muy
importante el movimiento actual que pretende extender
el alcance de la moratoria de la soja desde la Amazonía
hacia El Cerrado. En un encuentro que reunió a producto-
res, compradores y ONG, el ministro de Medio Ambiente,
José Sarney Filho (2016), declaró: “la moratoria necesita ser
extendida hacia El Cerrado”. Un ejemplo de la importancia
de las coaliciones sociales para la transformación de los
comportamientos de los productores es el correo electró-
nico que la Asociación de Productores de Aceites Vege-
tales (ABIOVE) y Greenpeace recibieron de Keith Kenny,
vicepresidente global de sustentabilidad de McDonald’s, en
nombre de la European Soy Costumer Group, un día antes
de la reunión en la que la declaración de Sarney fue hecha:
“Esperamos ansiosamente discutir potenciales expansiones
del pacto más allá del bioma amazónico”. Eso en un con-
texto en el que, como muestra el reportaje de Betina Barros
(2016), El Cerrado ha sido un “no tema” de la industria de la
soja en las reuniones técnicas de la moratoria, es decir, algo
332 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

sobre lo que nadie quiere oír hablar. Hasta aquí imperaba


una especie de trade-off en el que preservar la Amazonía se
asociaba a devastar El Cerrado.
Pero además de la eliminación de vastas superficies de
vegetación nativa, el aumento de la producción de granos se
apoya en un inmenso consumo de plaguicidas, cuyos efec-
tos sobre la biodiversidad (y muchas veces sobre la salud
humana) son devastadores. El éxito productivo de la agri-
cultura brasileña no puede ser comprendido sin su posición
de campeón mundial en el uso de plaguicidas.
Se puede argumentar que esta gran dependencia de
insumos químicos por parte de la agricultura es un mal
inevitable, sin el cual la capacidad de abastecer a los mer-
cados brasileños e internacionales no sería alcanzada. El
problema de este razonamiento es que el modelo de cre-
cimiento de los más importantes sectores de la agricultura
en América Latina está amenazado, tanto por los cambios
climáticos como por la pérdida de la biodiversidad en la que
se apoya, y que exige el consumo creciente de productos
químicos para hacer viable la producción. La sequía que ya
dura algunos años en la principal región de expansión de
soja en Brasil, el ya citado Matopiba, es una señal de los
riesgos de este modelo. La sequía en Espírito Santo también
compromete la producción de café. Un informe reciente
del Climate Institute muestra que el riesgo de reducción en
la oferta ya preocupa a grandes compañías g lobales como
Lavazza y Starbucks (Watts, 2016). De manera general, las
regiones nordeste y sudeste de Brasil han ido sufriendo una
drástica pérdida de agua, cuyos efectos sobre la agricultura
son cada vez más nítidos (De Oliveira, 2015).
Uno de los más importantes desafíos para los estudios
territoriales rurales está en mapear y describir estas situa-
ciones, apuntando al hecho de que, muchas veces, el aumen-
to de los ingresos agropecuarios, aunque signifique una
reducción de la pobreza, se encuentra amenazado por
modelos productivos que buscan moldear la naturaleza
según las necesidades de las técnicas conocidas, lo que
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 333

resulta en una elevación creciente de los riesgos produc-


tivos. Este modelo, que orientó las más importantes inno-
vaciones tecnológicas de la agricultura contemporánea, se
encuentra hoy bajo una fuerte crítica y en su lugar emergen
técnicas productivas que buscan no solo reducir gradual-
mente el nivel de destrucción al que llegó la agricultura
contemporánea, sino también una producción que regenere
los servicios ecosistémicos sin los cuales la propia agricul-
tura no puede crecer.

4. Las grandes obras de infraestructura poco


benefician al medio rural

Una parte muy importante de la infraestructura latinoa-


mericana ha sido construida en condiciones socioambien-
tales que deprecian los territorios en donde se implantan.
Eso ocurrió especialmente en la Amazonía, donde gran-
des hidroeléctricas, carreteras, puertos y ferrocarriles traen
consecuencias doblemente nefastas.
Por un lado, atraen a poblaciones que se involucran
en su construcción y que, una vez terminados los trabajos,
avanzan sobre áreas de reserva legal en el esfuerzo de con-
seguir un medio de sobrevivencia. Además, muchas de estas
obras no benefician a las poblaciones locales, como es el
caso de las hidroeléctricas en la Amazonía. Simão Jatene,
el actual gobernador de Pará, fue enfático al decir que la
Amazonía es una especie de almojarifazgo, donde el país
viene a buscar energía y materias primas para su creci-
miento económico, con bajísima creación de valor para los
propios territorios de la región.
Teniendo en cuenta los planes de inversión que se
anuncian en la infraestructura latinoamericana (sobre todo
los que involucran capitales chinos), sería muy importante
una sistematización de los principales impactos territoria-
les de estos trabajos de infraestructura. Al mismo tiempo,
334 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

detectar junto a los actores locales comprometidos con el


desarrollo sustentable cuáles serían la infraestructura y las
inversiones públicas capaces de favorecer más actividades
generadoras de ingresos y regenerativas de los ecosistemas
sistemáticamente amenazados por los patrones predomi-
nantes de crecimiento económico.
Pero estos patrones predominantes son cada vez más
criticados. Es lo que se verá a continuación.

5. Coaliciones sociales para la agricultura regenerativa

La noción de coaliciones sociales es uno de los pilares teó-


ricos más importantes del trabajo desarrollado por Rimisp.
La investigación de campo localiza, en varias circunstan-
cias, a actores capaces de resistir a proyectos mineros que
hieren los intereses de las poblaciones locales, o estudia
las actitudes de diferentes tipos de organización ante cri-
sis como la que afectó la producción y las exportaciones
de salmón en Chiloé (Férnandez & Asensio, 2013). Sería
importante que la experiencia acumulada a partir de estos
estudios fuese ahora aplicada a las siguientes preguntas:
¿cuáles son las coaliciones sociales más activas en la emer-
gencia de nuevos modelos de producción agrícola, pecuaria
y forestal que marcan, de forma creciente, aunque minori-
taria a América Latina? ¿Cómo estas coaliciones se enraí-
zan territorialmente? ¿De qué manera ideas y proyectos
elaborados por organizaciones nacionales o internacionales
se expresan localmente? ¿Qué resistencias suscitan? ¿Qué
oportunidades son capaces de abrir?
Temas como la agroecología, el bienestar animal, la
explotación forestal sustentable, la certificación socioam-
biental de productos agrícolas e incluso las políticas públi-
cas que buscan remunerar a agricultores por los servi-
cios ecosistémicos que prestan están en el centro no solo
de las preocupaciones gubernamentales, sino también de
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 335

muchas asociaciones empresariales. La Asociación Argenti-


na de Productores en Siembra Directa (AAPRESID) realizó
su Congreso de 2016 bajo el signo de la resiliencia. En
el encuentro que marcó, en Brasil, el lanzamiento de la
Coalición Brasil Clima, Bosques y Agricultura fueron pre-
sentadas diversas iniciativas empresariales de producción
orgánica.
Lejos de constituirse estrictamente en nichos formados
por agricultores familiares, con limitada capacidad de
expresión en los mercados, ganan fuerza iniciativas que
involucran inversiones considerables. Es el caso, por ejem-
plo, de la Fazenda São Francisco (Hacienda San Francisco),
en el municipio de Sertaozinho, corazón de la caña de azú-
car del Estado de Sao Paulo. Es la mayor exportadora de
productos orgánicos del mundo, no usa ni un gramo de
fertilizantes químicos ni de plaguicidas, y opera en un área
de 17.000 hectáreas cortada por corredores que le permiten
concentrar la segunda mayor cantidad de especies de verte-
brados superiores de la región sudeste de Brasil, solo siendo
superada por el Parque Estatal do Japi.
La propia moratoria de la soja, en Brasil, que reúne
a Greenpeace y organizaciones de grandes productores, es
también un ejemplo expresivo de una idea central del Pro-
grama de Desarrollo Territorial Rural de Rimisp, que enfa-
tiza la diversidad de los actores como una de las bases del
proceso de desarrollo. La mesa redonda de la ganadería sus-
tentable es otro ejemplo en esta dirección. Para quien cono-
ce la fuerza y la influencia de las telenovelas en Brasil no
pasará desapercibido que durante casi todo el año 2016, la
Rede Globo exhibió un drama en torno al conflicto entre un
terrateniente-coronel nordestino tradicional, cuyas frutas
eran cosechadas con dosis escandalosas de plaguicidas, y su
nieto, un joven agrónomo que llega de Francia con el pro-
yecto de implantar en la región en la que se sitúa la hacienda
de su familia los principios de la agroecología, ¡y que no
duda en explicarle a un público, que puede llegar a 60 millo-
nes de personas, el significado de la palabra sintropía!
336 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Los compromisos asumidos por Brasil en la Conferen-


cia Climática de París no habrían sido posibles en ausencia
de coaliciones sociales que le diesen sustento. Los números
son gigantescos: hasta 2030, Brasil necesita recuperar 15
millones de hectáreas de pastos degradados y 12 millones
de hectáreas de áreas de preservación permanente y reserva
legal. Para cumplir las exigencias del nuevo Código Forestal
será necesario reforestar más de 20 millones de hectáreas
(un 2,3% del territorio nacional). Parte de esta reforesta-
ción podrá dedicarse a actividades productivas como la
generación de energía. Es lo que Penido y Azevedo (2016)
llaman “reservorios verdes”, áreas que podrían abastecer a
centrales termoeléctricas neutras en carbono, ya que sus
emisiones son neutralizadas por el propio crecimiento de
las plantas. Pero parte de la reforestación tendrá que ser
llevada adelante con especies nativas y eso va a exigir por
parte de los propietarios de tierra un aprendizaje inédito,
ya que sus prácticas rutinarias no pasan por la plantación
de especies nativas.
El potencial transformador de esta exigencia se mues-
tra bien en un programa del Instituto Socioambiental que,
en Xingu, organizó el contacto entre comunidades indíge-
nas (detentoras de los conocimientos sobre las semillas de
las especies nativas) y grandes proprietarios, para ampliar
las áreas de reforestación. Eran segmentos sociales hasta
entonces en conflicto. También por iniciativa de este insti-
tuto, junto con el Instituto de Manejo y Certificación Fores-
tal y Agrícola (IMAFLORA), fue implantado desde 2015
el sello Orígenes Brasil, que estimula el contacto entre las
grandes empresas compradoras de productos forestales y
las comunidades que los explotan para mejorar los precios,
eliminar a los intermediarios predatorios, mejorar las téc-
nicas de recolección y aprovechamiento de los productos, y
ampliar el conocimiento de los consumidores con respecto
a los productos. En el pan Wickbold que contiene casta-
ña de Pará, que llega diariamente a 60.000 consumidores,
puede ser encontrado un código QR en el que están los
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 337

retratos de las comunidades recolectoras de castaña e infor-


maciones importantes sobre los sistemas naturales donde el
producto se desarrolla.
Debido a que los límites de los modelos convencionales
de modernización agrícola son cada vez más evidentes, los
propios agricultores viven los efectos del calentamiento
global y los mercados amplían su exigencia en productos
limpios, está claro que las iniciativas que rompen con las
técnicas que marcaron el crecimiento agrícola de las últimas
décadas tienden a ampliarse. Con ellas, crece también la
urgencia de gestionar de forma sustentable los recursos de
los cuales la producción agropecuaria depende, y eso exige
un tipo de mano de obra diferente de aquel que hasta aquí
llevó adelante la agropecuaria. El agricultor cada vez más
tendrá que convertirse en un gestor de los ambientes en
los que sus actividades se desarrollan y no en un aplicador
mecánico de las técnicas en las que, hasta aquí, se apoyó la
inmensa artificialización de los ambientes naturales en los
que produce. Además, este cambio va a exigir equipamien-
tos y dispositivos igualmente diferentes de los que marca-
ron las formas convencionales de modernización agrícola.
Lo importante es que ya no se trata de iniciativas de
pioneros visionarios y aislados o de organizaciones con
influencia limitada. Se trata de un cambio cultural decisivo
en los propios modelos mentales de los actores, en lo que
se refiere a la gestión de los territorios y recursos bajo su
control e influencia.
Este proceso suscita una pregunta que podría ser abor-
dada de manera especialmente fértil por Rimisp: ¿cuáles
son los efectos territoriales de las coaliciones que están
favoreciendo la emergencia de nuevas prácticas de gestión
territorial? Describir las transformaciones que estos pro-
cesos traen a los diferentes territorios en los que cobran
vida es útil para comprender no solo las dinámicas de los
territorios rurales, sino también, de forma más general, los
propios caminos de la transición hacia una economía sus-
tentable. En el caso brasileño, por ejemplo, es preocupante
338 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

la ausencia de organizaciones sindicales o ligadas a los más


importantes movimientos sociales rurales de las coaliciones
que están liderando las transformaciones que comienzan
a ocurrir. Al mismo tiempo, a pesar del liderazgo ejercido
por significativas organizaciones empresariales y por seg-
mentos de las políticas de Estado en la dirección de una
agricultura baja en carbono, las representaciones parlamen-
tarias rurales, al menos en Brasil, ni de lejos acompañan esta
evolución positiva que ocurre en la sociedad civil.
En suma, son crecientes las señales de que los recursos
naturales, lejos de constituirse en una maldición que com-
prometa el crecimiento económico, pueden ser la base para
la innovación tecnológica dirigida al desarrollo sustentable
y orientada por la economía de recursos y el empeño en
hacer de la oferta de productos agropecuarios y forestal la
base para la regeneración de preciados servicios ecosisté-
micos que la sociedad (y los propios mercados) cada vez
valoran más. Pero, para eso, se necesitará mucha ciencia y
tecnología. Es lo que se verá a continuación.

6. Ciencia y tecnología

La modernización de la agricultura y las actividades fores-


tales se apoyó en poderosos dispositivos de investigación
científica y tecnológica de los cuales la Empresa Brasileira
de Pesquisa Agropecuária (EMBRAPA) es una de las más
importantes expresiones globales. Sin embargo, los están-
dares que dominan la investigación científica y las innova-
ciones tecnológicas se han ido transformando rápidamente.
Cada vez más la preocupación está en promover el desaco-
ple (decoupling) de la producción agropecuaria no solo del
uso de la tierra, sino también del empleo de fertilizantes
nitrogenados y plaguicidas. Pero la investigación actual no
avanza en la dirección de reducir el uso de insumos quími-
cos para la oferta de alimentos, fibras y energía. Esta tiene
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 339

la ambición de, por medio de la comprensión del funciona-


miento de los propios sistemas naturales, avanzar hacia la
supresión de estos insumos.
El ejemplo de la Hacienda San Francisco es ilustrativo.
El tipo de innovación que marca a la gran mayoría del sec-
tor de la caña de azúcar de Brasil hasta hoy se concentra
en la búsqueda de plántulas cada vez más productivas, aco-
pladas a productos químicos dirigidos a la fertilización y
el control de plagas. La aplicación de la vinaza como fer-
tilizante permite que se reduzca, pero no que se elimine el
uso de abonos químicos. Los impactos de los fertilizantes
nitrogenados sobre el agua, en el Estado de Sao Paulo, han
levantado la alerta de órganos ambientales. A pesar de todo
el esfuerzo de la investigación científica, Brasil, como ya
se ha señalado, es el campeón mundial en el consumo de
plaguicidas y la caña de azúcar es el tercer producto con
mayor uso de venenos, después del algodón y la soja.
Por su parte, en la Hacienda San Francisco, la inno-
vación es enteramente orientada a la búsqueda de la salud
del suelo y el conjunto del ambiente en el que se cultivan
los productos. Su principal protagonista, Leontino Balbo,
usa, para caracterizar esta orientación, lo que la familia
norteamericana Rodale, cuyo trabajo conoce de cerca, ha
denominado agricultura regenerativa. Razón por la cual se
opone radicalmente a la idea, cada vez más fuerte entre los
propietarios de ingenios paulistas, de que los transgénicos
son el camino para permitir un mayor avance en la pro-
ductividad. Usar transgénicos, dice él, es como poner un
revólver en las manos de un mono. Y es exactamente por
no limitarse a suprimir el uso de plaguicidas que las prác-
ticas de la Central Sao Francisco fueron caracterizadas, en
un reportaje de la revista Wired como postorgánicas: “Para
mí, el bosque siempre fue una inspiración”, dice Leontino
Balbo a Wired:
340 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

En el bosque tú no ves monocultivo. Hay cientos de organis-


mos creciendo juntos. Las toxinas secretadas por una planta
son tomadas y metabolizadas por otra. No me gusta usar la
palabra equilibrio. Da la impresión de algo estático. En vez
de eso, prefiero homeostasis, donde el sistema se autorregula,
en beneficio de todas las partes que crecen en su interior.
El residuo de las plantas vuelve al suelo y el suelo es un
sistema vivo que alimenta todo lo que crece en él (revista
Wired, 2013, ¶ 19).

La base de la transformación que permitió el éxito


ejemplar de esta hacienda es la investigación. Cuatro aspec-
tos fueron fundamentales. El primero fue el desarrollo de
cosechadoras que redujesen al mínimo la compactación
del suelo. El segundo se expresa en la formación de un
laboratorio entomológico que permitió un conocimiento
excepcionalmente refinado de los insectos que pueblan el
área. “Tenemos aquí nueve tipos de mariquita, que no son
encontradas habitualmente en los cañaverales. Estas encon-
traron aquí un hábitat favorable”, cuenta Balbo. “Nosotros
teníamos una especie de termita, ahora tenemos seis. Las
especies de hormiga saltaron de una a ocho. Todo hacenda-
do quiere sacar los insectos de la hacienda: yo quiero que
se queden aquí. La caña saludable es la que tiene muchos
insectos”. La diversidad biológica del área no está solamente
en los vertebrados superiores que la habitan, sino también
en el conocimiento de estos insectos y las lombrices: es con
orgullo que Leontino Balbo informa que hay hoy cerca de
un millón de lombrices por cada hectárea de tierra en la
Hacienda San Francisco y que la investigación ya detectó
en sus tierras 540 especies de insectos. En el reportaje de la
revista Wired (2013) aparece el laboratorio de donde vendrá
una avispa cuya función será inocular huevos en la oruga
que ataca la caña, permitiendo entonces su combate sin el
uso de plaguicidas.
El tercer vector de investigación es el que permite
registrar la inmensa cantidad de vertebrados superiores
que viven hoy al interior del cañaveral. El cuarto vector,
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 341

finalmente, es el que hizo posible compatibilizar la espe-


cialización cultural del área con la propia preservación de
la biodiversidad: lejos de ser ocupada por una superficie
continua de cultivo de caña de azúcar, la Hacienda San
Francisco está entrecortada por cerca de cincuenta peque-
ños bosques que actúan como corredores ecológicos para
la circulación de los animales y ayudan a la preservación
de la propia agua. Son 1.200 hectáreas, correspondientes a
nada menos que el 14% de toda la superficie de la hacienda.
Contrariamente a lo que se practica en las labranzas del
mar de caña paulista, en la Usina São Francisco la caña fue
retirada de las áreas de llanura de inundación y sustituida
por vegetación riparia semejante a la nativa (Machado &
Corazza, 2004).
Es en la productividad de la naturaleza donde se
encuentra el camino más promisorio de la economía del
siglo XXI. La observación de Ralf Fucks (2015) es funda-
mental no solo para las áreas forestales, sino también para el
conjunto de la producción y el consumo. Este muestra que
Alemania ha ido invirtiendo cada vez más en la bioecono-
mía y que en 2009 fue implantado en el país, bajo el lideraz-
go de la Academia Nacional de Ciencias y de Ingeniería, un
Consejo de Bioeconomía cuyo objetivo central es “usar el
potencial de sistemas biológicos para propósitos humanos,
sin destruirlos” (Fucks, 2005, p. 172). La idea central es que
la base de recursos de las sociedades modernas va a transitar
desde fósiles hacia materiales biológicos. Y eso no se refiere
solo a la generación de alimentos y fibras, sino a la propia
inspiración que el conocimiento de los procesos naturales
ofrece para innovaciones de los más variados tipos.
Un trabajo reciente liderado por Nobre (2016) y publi-
cado en la prestigiosa Proceedings of the National Academy
of Sciences (PNAS) muestra que la aplicación de las tec-
nologías típicas de aquello que Klaus Schwab ha estado
llamando 4ª Revolución Industrial será decisiva para que
la Amazonía escape del dilema entre mantener áreas pre-
servadas intactas y la devastación traída por los actuales
342 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

modelos de ocupación de su territorio, ya sea en la agri-


cultura, ganadería, explotación forestal o aquello a lo que
han conducido las grandes hidroeléctricas. La idea central
del trabajo de Nobre et al. (2016, p. 6) es que la Amazonía
debe ser vista como un

bien público de activos biológicos y diseños biomiméticos


(biomimetics design) que pueden propiciar la creación de pro-
ductos, servicios y plataformas de alto valor para mercados
actuales y nuevos aplicando una combinación disruptiva de
avanzadas tecnologías digitales, materiales y biológicas a sus
privilegiados activos biológicos y biomiméticos.

Este trabajo también cita aplicaciones que ya llegan a


mercados brasileños e internacionales.
El conocimiento necesario para la gestión de los recur-
sos materiales, energéticos y sobre todo bióticos de un terri-
torio es necesariamente local. A diferencia de las formas
de innovación características de la modernización agrícola
del siglo XX, las actuales van a exigir la combinación entre
dispositivos digitales poderosos y la capacidad de investi-
gación e innovación localizadas. La agricultura regenerati-
va y el tratamiento de la biodiversidad como “reserva de
valioso conocimiento biomimético capaz de alimentar un
nuevo modelo de desarrollo que beneficie a la población
local/indígena y el mundo como un todo” (Nobre et al.,
2016, p. 7) solo se hace viable en el cuadro de una relación
entre científicos, extensionistas y poblaciones locales que
no corresponda a lo que predominó durante las décadas
en las que la modernización agrícola estuvo marcada por
paquetes tecnológicos homogéneos.
Aquí también se trata de un tema estratégico no solo
para cada territorio, sino también para los caminos del cre-
cimiento económico de regiones biológicamente megadi-
versas en dirección al desarrollo sustentable. Es el camino,
en último análisis, para transformar la maldición de los
recursos naturales en una oportunidad estratégica del pro-
ceso de desarrollo.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 343

Bibliografía

Barros, B. (2016, 20 de octubre), “Depois da Amazônia,


‘moratória da soja’ chegará ao Cerrado”, Valor Eco-
nómico, p. B12, reportagem de Betina Barros.
Becker, B. (2010, 23 de junio), “Por uma economia baseada
no conhecimento da natureza”, entrevista com Bertha
Becker, EcoDebate. Disponible en línea: https://bit.ly/
2TQvcls/.
De la Torre, A.; Didier, T.; Ize, A.; Lederman, D. & Sch-
mukler, S. (2015), Latin America and the Rising South:
Changing World, Changing Priorities, Latin America and
Caribbean Studies, Washington, D.C., World Bank.
Disponible en línea: https://bit.ly/1BwqD05.
De Oliveira, R. (2015), “Estudo reitera escassez hídrica seve-
ra no Brasil”, Revista Pesquisa FAPESP. Disponible en
línea: https://bit.ly/1NbP0I5.
EcoDebate (2010), Por uma economia baseada no conhecimento
da natureza. Entrevista com Bertha Becker. Disponible en
línea: https://bit.ly/2VWqsfZ.
Fernández, M. & Asensio, R. (eds.) (2013), “¿Unidos pode-
mos? Desarrollo rural y coaliciones territoriales en
América Latina”, Lima, Instituto de Estudios Peruanos,
RIMISP, Serie América Problema, N° 38.
Ferreira, F.; Messina, J.; Rigolini, J.; López-Calva, L.; Lugo,
M. & Vakis, R. (2013), Economic Mobility and the Rise
of the Latin American Middle Class, Washington, D.C.,
World Bank Latin American and Caribbean Studies.
Disponible en línea: https://bit.ly/2Co9VJ3.
Fücks, R. (2015), Green Growth, Smart Growth. A New
Approach to Economics, Innovation and the Environment,
Londres, Anthem Press.
Machado, F. & Corazza, R. (2004), “Desafios tecnológicos,
organizacionais e financeiros da agricultura orgânica
no Brasil”, Revista Aportes, vol. IX, N° 26, pp. 21-40,
Puebla, México. Disponible en línea: https://bit.ly/
2SUkDxW.
344 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Medeiros, M.; Ferreira, P. & Avila, F. (2015), “O Topo da


Distribuição de Renda no Brasil: Primeiras Estimati-
vas com Dados Tributários e Comparação com Pesqui-
sas Domiciliares (2006-2012)”, Dados, vol. 58, N° 1, pp.
7-36. Disponible en línea: https://bit.ly/2Dc9HpZ.
Nobre, C.; Sampaio, G.; Borma, L.; Castilla-Rubio, J.; Silva,
J. &amp; Cardoso, M. (2016), “Land-use and climate
change risks in the Amazon and the need of a novel
sustainable development paradigm”, Proceedings of the
National Academy of Sciences, vol. 113, N° 39. Dispo-
nible en línea: https://bit.ly/2HdCsGW.
Penido, J. & Azevedo, T. (2016, 18 de octubre), “Os reser-
vatórios verdes”, Valor Económico, p. A12. Disponible en
línea: https://bit.ly/2RswIhh.
Pérez, C. (2010), “Technological dynamism and social inclu-
sion in Latin America: a resource-based production
development strategy”, CEPAL Review, N° 100, pp.
121-141. Disponible en línea: https://bit.ly/2ROSVVY.
Perez, C. (2015), The new context for industrializing around
natural resources: an opportunity for Latin America (and
other resource rich countries)?, The Other Canon Foun-
dation and Tallinn University of Technology Wor-
king Papers in Technology Governance and Eco-
nomic Dynamics 62, TUT Ragnar Nurkse School
of Innovation and Governance. Disponible en línea:
https://bit.ly/2FqvBZ3.
Ravnborg, H. & Gómez, L. (2015), “La importancia de la
inequidad para la gobernanza de los recursos natura-
les: Evidencia extraída de dos territorios nicaragüen-
ses”, Serie documento de trabajo, N° 169, Grupo de tra-
bajo Cohesión Territorial para el Desarrollo, Programa
Cohesión Territorial para el Desarrollo, Rimisp, San-
tiago, Chile.
Revista Canavieiros (2016, 20 de octubre), “Depois da Ama-
zônia, ‘moratória da soja’ chegará ao Cerrado”. Dispo-
nible en línea: https://bit.ly/2SReTF7.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 345

Revista Wired (2013, 14 de agosto), “Post-organic: Leontino


Balbo Junior’s green farming future”. Disponible en
línea: https://bit.ly/2SWFuR4.
Rimisp (2015), “Growth, Poverty and Inequality in Sub-
National Development: Learning from Latin America’s
Territories”, World Development, Programa Dinámicas
Territoriales Rurales (DTR), septiembre.
Rodrik, D. (2015), “Premature Deindustrialization”, Working
Paper 20935, National Bureau Of Economic Research,
Cambridge. Disponible en línea: https://bit.ly/
2QQTJVJ.
Watts, C. (2016), A Brewing Storm: The climate change risks
to coffee, The Climate Institute. Disponible en línea:
https://bit.ly/2SVC1Cl.
Reseñas biográficas

Ricardo Abramovay

Profesor del Departamento de Economía y del Programa de


Ciencia Ambiental de la Universidad de São Paulo. Además,
es investigador de CNPq (Consejo Nacional de Desarrollo
Científico y Tecnológico). Su área de investigación se rela-
ciona con impactos socioeconómicos del cambio climático,
responsabilidad y políticas medioambientales.

Eduardo Baumeister

Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad Católica


de Nijmegen, Holanda, y magíster en Sociología Rural por
el Comité Latinoamericano de Ciencias Sociales y Univer-
sidad de Costa Rica. Se especializa en temas de desarro-
llo rural, desarrollo social, migraciones internas y externas,
con concentración en los seis países de América Central.
Se desempeña como miembro del Consejo Consultivo y es
investigador asociado de INCEDE (Instituto Centroameri-
cano de Estudios Sociales y del Desarrollo).

Julio Berdegué

Doctorado en Ciencias Sociales por la Universidad de


Wageningen, Holanda. Los temas en los que ha trabajado
en los últimos años incluyen el desarrollo territorial, los

347
348 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

cambios en los mercados nacionales agroalimentarios y sus


impactos en los pequeños productores y empresarios, el
desempeño de las organizaciones económicas rurales y los
sistemas de innovación agrícola. Fue investigador principal
de Rimisp, donde coordina el Grupo de Trabajo de Cohe-
sión Territorial para el Desarrollo. Actualmente, es repre-
sentante regional para América Latina y el Caribe en la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación
y la Agricultura (FAO).

Jacques Chonchol

Profesor emérito de la Escuela de Altos Estudios de París.


Director del Doctorado en el Estudio de la Sociedades Lati-
noamericanas de la Universidad Arcis. Impulsor de la refor-
ma agraria como ministro de Agricultura del gobierno de
Salvador Allende, participó activamente en la redacción de
la ley de reforma. En el exilio trabajó como director del
Instituto de Altos Estudios de América Latina, en la Uni-
versidad de París.

Martine Dirven

Economista. Magíster en Planificación del Desarrollo del


Colegio para Países en Desarrollo, Bélgica. Especializada
en Planificación para el Desarrollo Rural y Relevo Gene-
racional. Trabajó en la CEPAL en Santiago de Chile, en
temas relacionados con el desarrollo agrícola y rural con
énfasis, por un lado, en sus aspectos socio-económicos y,
por el otro, en desarrollo territorial, cadenas de valor y
clusters productivos.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 349

Jorge Echenique

Ingeniero agrónomo por la Universidad Católica de Chile.


Postgrado en Economía Agraria en Irfred e Instituto de
Altos Estudios en Sorbonne, París, Francia. Desde 2010 se
desempeña como director de la Corporación Agraria para
el Desarrollo y como director de Consultorías Profesio-
nales Agraria.

Margarita Flores

Licenciada en Economía por la UNAM y doctora en Desa-


rrollo Económico y Social por la Universidad de París I,
Pantheon Sorbona. Cuenta con una vasta experiencia en
desarrollo rural y seguridad alimentaria. Por más de 20 años
trabajó con las Naciones Unidas. En la CEPAL fue directora
adjunta de la sede subregional en México. Con la FAO fue
directora de Análisis de la Seguridad Alimentaria y secreta-
ria del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial en Roma,
así como subdirectora para América Latina y el Caribe,
con sede en Chile. También fue funcionaria pública en el
gobierno de México, desempeñando varios cargos en el Sis-
tema Alimentario Mexicano, el sistema de Distribuidoras
CONASUPO, la Secretaría de Programación y Presupues-
to, y CONASUPO. Es secretaria académica e investigadora
en el Programa Universitario de Estudios del Desarrollo
(PUED) de la UNAM y profesora de la Especialización en
Desarrollo Social de la División de Posgrado de la Facultad
de Economía de la UNAM.
350 • Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano

Gustavo Gordillo

Doctor de Tercer Ciclo de la Escuela de Altos Estudios


de la Sorbona, Francia, en Desarrollo Económico. Experto
en desarrollo rural. Fue subsecretario de Política Sectorial
y Concertación de la Secretaría de Agricultura y Recur-
sos Hidráulicos y subsecretario de Organización y Desa-
rrollo Agrario en la Secretaría de la Reforma Agraria en
México. Es director de Desarrollo Rural en la Organización
de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación
(FAO) y subdirector general y representante regional de
la FAO para América Latina y el Caribe, en Santiago de
Chile. Es miembro del comité de asesores en planeación
estratégica convocado por el director general de la FAO,
en 2012-2014, y miembro del comité de expertos para la
Cruzada Nacional Contra el Hambre, entre 2013-2015. Es
investigador asociado de Rimisp desde 2014.

Santiago Ruy Sánchez

Licenciado en Antropología Social y máster en Ciencia


Política por el Centro de Estudios Internacionales del Cole-
gio de México. Se ha desempeñado como consultor para la
Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación
y la Agricultura (FAO) y como analista del Instituto Inter-
americano de Cooperación para la Agricultura (IICA). Tam-
bién se ha desempeñado como coordinador del proyecto
nacional “Voces por la diversidad”, de la Dirección General
de Educación Indígena de México.
Perspectivas para el desarrollo rural latinoamericano • 351

Alexander Schejtman

B. Litt en Economía por la Universidad de Oxford e inge-


niero comercial con mención en Economía por la Univer-
sidad de Chile. Ha sido profesor de Teoría Económica en
el CIDE de México, ha participado en proyectos relacio-
nados con los temas de economía campesina, agricultura
de contrato, economía política de los sistemas alimentarios
y de la seguridad alimentaria, desarrollo rural y desarrollo
territorial rural. Ha trabajado como funcionario en CEPAL
y FAO, y como consultor para FAO, FIDA, BID, CEPAL. Es
el primer investigador emérito de Rimisp – Centro Lati-
noamericano para el Desarrollo Rural.

Carolina Trivelli

Máster en Economía Agraria por la Pennsylvania State Uni-


versity y Bachiller en Ciencias Sociales con mención en
Economía por la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Tiene experiencia en temas de pobreza rural, en evaluacio-
nes de programas públicos y privados, programas sociales
y de desarrollo rural en diferentes países de Latinoaméri-
ca. Ha sido consultora para instituciones como Fundación
Ford, International Development Research Centre (IDRC),
Citi Foundation, USAID, BID, Banco Mundial, FIDA y FAO.
Fue ministra de Estado en la cartera de Desarrollo e Inclu-
sión Social en Perú. Fue también directora miembro del
Consejo Directivo del Instituto de Estudios Peruanos y pre-
sidenta del Seminario Permanente de Investigación Agraria
(Sepia) y de Condesan. Es, además, consejera Rimisp.
Powered by TCPDF (www.tcpdf.org)

También podría gustarte