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Naa ntll

DOCTRINA MARIANA
DEL VATICANO II
II

sociEDiDMmimocict Esrtíou

E D I T O RI A L C O C U L S A
MADRID
I mp. H i j o s (Je V i c e n t e Mas . — H e r m o s a , 4 y 6 . — M a d r i d - 8
ESIUaiOSMm
UlNOS-Segunili época-fámen mili

DOCTRINA MARIANA
DEL VATICANO II

T omo II: E s t u d io de c u e s t io n e s selectas

POR LA

SOCiEDiDM
lRIOlOBIGil ESPIÍOU

EDITORIAL C O CU LS A
M A D R I D -1 9 6 6
C O N D IC IO N E S D E V E N T A

Suscriptores antiguas perm anentes ................................................. 175,00


Para los no suscriptores según catálogo y condiciones generales.
UN PROLOGO INNECESARIO

Dice el P. Ga. Garcés, en su Meodologla C ientífica G e ­


neral (ed. 2.‘s pág. 127) que, en el prólogo, “ debe declarar
el Autor el fin que se propone, los lectores a quienes se d i­
rige, el m étodo que sigue y, en general, todo aquello que
pueda ayudar a los lectores a com prender la índole del
libro y su más acertado uso” .
Pues bien: los vols. 27 y 28 de E stu d io s M a r ia n o s ven la
luz al mismo tiem po; y, entre los dos, recogen la abundante
y segura doctrina del Congreso M ariológico Internacional
celebrado en Compostela, del 25 al 29 de agosto de 1965. La
ocasión del congreso y cuanto pueda interesar a nuestros
amigos sobre el fin, m ateria y m étodo del volum en presente,
lo han visto ya en el prólogo del anterior volumen, con el
cual el presente form a un todo.
En ambos colaboran plumas nacionales y extranjeras de
prestigio internacional en el campo de la teología m ariana.
El volum en 27 ha recogido temas de índole más general,
trazando normas y form ando criterios que ayuden a la rec­
ta exégesis del texto conciliar.
Este volum en 28 ofrece ya unos modelos de tem as p a r­
ticulares cuya lectura nos persuade de que el cap. V I I I de
la “ Lum en gentiu m ” sign ifica si una m eta del m ovim iento
m ariológico-m ariano (del cual fueron los Papas del últim o
siglo los prim eros e indiscutibles prom otores); pero nos
persuade tam bién de que el texto m ariano del Concilio
significa, con igual certeza, un punto firm e de partida para
la teologia m ariana del porvenir.
De esto no dudará ciertam ente quien sepa valorar el ava n ­
ce sustantivo introducido en ella por el Vaticano II, al
convertir en doctrina de la Iglesia un grande acervo de
proposiciones y una criteriologia que cierto sector, hasta
ahora, podia desdeñar como “ cosas de teólogos” . Quien
haya vivido el Concilio por dentro y recuerde las opuestas
actitudes fren te a la Asociación de M aria con el Redentor,
a su M ediación, a su M aternidad sobre la Iglesia, etc., etc.,
entiende bien lo que decimos.
El elenco de autores y de temas de ambos volúmenes
sinópticam ente pueden contem plarse en el siguiente cua­
dro. Y para un prólogo no necesario, sobra con lo dicho.
PO^KJNCIAS Día, CONGKKSO
M A R IO LO G IC O IM EK ^JA -
CIO-NAI.. COMPOSTELA. 1965.
Prólogo general a los dos tomos.

N. G.» G arcés, C. M. F. : La S. M. Espafiola, de sus orígenes


a su actividad en el Concilio.

R . C a b r a l , s . i .: Consideraciaries sobre la inclusión del te x ­


to sobre Ntra. Sra., en la constitucióri sobre la Iglesia.

José B essu ti, O. S. M .: Vicisitudes del capítulo sobre la V ir ­


gen en el C oncilio Vaticano 11.

C arlos B a lic , O. F. M .: El cap. V I I I dé la constitución “L u ­


men ge ntiun i" comparado con el p rim e r esquema de la
B. Virgen Madre de la Iglesia.

G erardo P h ilii’s : El espíritu que alienta en el cap. V I H de


la “ L um en gentium ".

Uso de la Sgda. Escritura en el cap. V I I I de la “L u m en ge n ­


t iu m ” :

En el A. T., P e d r o F r a n q u e s a , C. M. F.
En el N. T., S e b a s t i á n B a r t i n a , S . J.

E n r i q u e d e l S do. C., O. C. D .: Los principios mariológicos en


el cap. mariano del Conc. Vaticano II.

R ene L a u r e n t in : El cap. de Beata Virgine ante los requeri­


mientos de renovación conciliar.
S e v e k i a n o d e l p á r a m o , S. i .: La Virgen en la historia de la
salvación.

M a r c e lia n o L l a m e r a , o . P .: Lugar de la mariolugia en la


Teologia Católica.

Jorge F r énaud , O. S. B .: En la econoniia de la salvación, la


fu n ció n propia de Maria es siempre de Madre.

Ju a n E s q u e r d a : La maternidad espiritual de Maria. Posihles


explicitaciones del texto conciliar.

O l e g a r io D o m í n g u e z , O. M . I.; La mediación mariana en el


texto conciliar.

B ernardo M o n se g ú , C. P. : Valor teológico en la pro clam a­


ción de María Madre de la Iglesia.

L a u r e n t in o H e r r á n : Visión c on ju nta de las relaciones M a -


ria-Iglesia en la doctrina conciliar.

M a n u e l G a r r i d o , O . S. B . : Lugar de la Virgen en la Iglesia,


según San Juan Damasceno.

José M. D elgado, O. de M .: El titulo de "L a Pe re grin a " y su


contenido teológico.
LA VIRGEN EN L A H I S T O R I A DE L A
SALV AC IO N (1)

por el R. P. Severiano del P áramo, S. J.

El tema, que se me ha confiado es amplio. Abarca todo


el apartado segundo del capítulo octavo de la Constitución
dogm ática “ Lumen gentiu m ” del Concilio Ecuménico V a ti­
cano segundo (nn. 55-59). La doctrina que aqui se expone
está muy condensada y su explanación habria de ocupar­
nos muchas páginas. M i trabajo por lo tan to ha de ser n e­
cesariam ente de síntesis, si hemos de recorrer todos los
puntos que en este apartodo se tocan.
Com ienza la Constitución por indicar las fuentes, en las
que se nos describe el puesto que la M adre del Salvador
ocupa en la historia de nuestra salud. Son estas dos, a
saber, los Libros sagrados del Antiguo y Nuevo Testam ento
y la veneranda tradición. El conjunto de noticias que ambas
fuentes nos ofrecen sobre el tema, nos dan a conocer de
una m anera clara, aunque sin p erfila r ciertas modalidades,
(1 ) S a c r o s R iic lu in C/Onciliuni o c c o n ie n ic u in V a lic a n u n i II, C on st i( ut io (iot;in at ira
tic E c c le s in . c. V l l l . D e B e a t a M u r í a V i r g i n e D e i p u r a in ii ii/slcrio C l r r i s t i et ICcrlc-
siae. ¡ I . D e niu7ierc B. V i r g i n i í i in o c c o i i o m i a s a ln li s . A A S 57 (H)G5) nn. 55-59.
que dejan a nuestra investigación y a la disputa de los m or­
tales, el oficio que la V irgen desempeña en la economía
de la salvación de los hombres.
Los libros del A ntigu o Testam ento nos describen la his­
toria de la salud desde la promesa hecha a nuestros p ri­
meros padres, después de su pecado. Len ta y progresiva­
m ente se va dibujando después en el transcurso de la h is­
toria del pueblo escogido la figu ra del Salvador futuro y
a su lado la de su Santísim a Madre. Pero estos antiguos
documentos, advierte la Constitución, hay que leerlos e in ­
terpretarlos tal como se nos proponen por la Iglesia y a la
luz de la revelación más plena, que nos ofrece el Nuevo T es­
tam ento. Esta sugerencia herm enéutica es de capital im ­
portancia para la recta interpretación de los pasajes bíb li­
cos, a que se refiere inm ediatam ente después la Consti­
tución.
En la historia del A ntigu o Testam ento señala tres ja lo ­
nes fundam entales, que son como otros tantos hitos que
m arcan el cam ino de las profecías mesiánicas; la promesa
del Génesis 3, 15 y las profecías de la M adre V irgen en
Is. 7, 14 y en Miqueas 5, 2. 3. No es mi intención detenerm e
en la exposición de estos tres pasajes, sobradam ente cono­
cidos y comentados en más de una semana m aríológica;
pero sí creo oportunas algunas observaciones sobre ellos ya
que en su interpretación se fundan principalm ente las
doctrinas m arianas de los PP. y escritores antiguos, que,
se citan en la Constitución.
El prim ero y más antiguo documento bíblico es del G é­
nesis 3, 15: Pongo (o pondré) enemistad entre ti 7j la m ujer,
entre tu linaje y el suyo; éste te a,plastará la cabeza, y tú
le acecharás a él el calcañal. Que aquí se tra ta de una ene­
m istad y lucha entre el dem onio y su lin a je por una parte y
la m ujer y su descendencia por otra, es m an ifiesto; no solo
por el contexto, sino tam bién por la misma interpretación
judia y sotare todo por la del Nuevo Testam ento .El autor
del libro de la Sabiduría alude expresam ente a este pasaje
cuando escribe: P o r envidia del diablo la muerte entró en
el mundo (2, 24). Y el Eclesiástico: De la m u je r proviene
el p rin c ip io del pecado, y por su causa m orim os todos (25, 23).
El mismo Cristo d ijo de Satanás: Fue un homicida desde
un prin cipio (Jn 8, 44). Y San Juan en el Apocalipsis: Fue
arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado
diablo y Satanás (12, 9). Y en otro sitio del mismo A pocalip­
sis: y se apoderó (e l ángel) del dragón, la serpiente a n t i­
gua, que es el diablo y Satanás (20, 2) (2). En esta lucha la
descendencia de la m ujer, según el texto, saldrá vencedora.
El sentido m ariológico del pasaje lo da por supuesto la
Constitución al afirm ar categóricam ente: “ Ipsa (la V irgen )
sub hac luce, iam prophetice adumbratur in promissione,
lapsis in peccatum prim is parentibus data de victoria super
serpentem ” . Estas palabras tienen algún parecido con las de
Pío X I I en la Constitución dogm ática “ M unificentissim us
Deus” : “ M áxim e illud m em orándum est, inde a saeculo I I
M ariam Virginem a SS. PP. veluti novam H evam proponi
novo Adae, etsi subiectam, arctissime coniunctam in cer-
tam lne illo adversus inferorum hostem, quod, quemadmo-
dum in protoevangelio praesignificatur, ad plenissimam de-
venturum erat victoriam de peccato ac de m orte” (3).
Pío X I I fundam enta el dogm a de la Asunción de la Virgen
entre otros, en este pasaje del Antiguo Testam ento, en el
que se nos presenta a M aría unida estrecham ente a su H ijo,
como la nueva Eva, que en unión del nueva Adán, lucha
(21 P u e d e n ver^íe t a n ib ir a J n 12, 31-33; R o 5, 12-31; I C o 15, 23-45; C o l 2, 14-15;
1 T i 2, 14; H e 2. 14. IT),
(3 ) A A S 42 (1950) 768.
con el enem igo infern al y le vence. El Papa apoya esta in ­
terpretación en los SS. PP., desde el siglo II.
Tres años más tarde, en la Encíclica “ Fulgens corona” ,
acude a este mismo texto para probar la realeza de M aría:
“ Prim o autem, dice, huius doctrinae fundam entum in ipsis
Sacris L itteris cernitur, in quibus rerum om nium Creator
Deus, post miserum Adae casum, tentatorem corrup-
toremque serpentem hisce verbis alloquitur, quae non
pauci ex SS. PP. Ecclesiaeque Doctores atque plurim i pro-
batí interpretes ad Deiparam Virginem referu n t: In im ic i -
tias ponarn ín te r te et m ulierem, et semen tuurn et semen
illius: ipsa canter et caput tuurn, et tu insidiaberis calcaneo
eius (4). En este documento se m atiza, atenuándolo, lo que
en el anterior se decía de los SS. PP. no ya los PP. en gen e­
ral desde el siglo II, sino no pocos de los SS. PP., a los cuales
se añaden, cosa que no se hacía en el anterior, los Doctores
de la Iglesia y muchísimos acreditados comentaristas.
El mismo pensam iento había desarrollado ya Pío I X en
la Bula dogm ática “ In effa b ilis Deus” , fundado tam bién en
la interpretación de los SS. PP. y Escritores de la Iglesia,
quienes “ docuere divino hoc oráculo clare aperteque prae-
m onstratum fuisse misericordem hum ani generis Redem -
ptorem, scilicet U nigenitum Dei Fílium Christum lesum, ac
designatam Beatissim am eius M atrem Virginem M ariam , ac
símul ipsissimas utriusque contra diabolum inim icitias in-
signiter expressas. Quodcirca, sicut Christus Dei hom ínum -
que M ediator, hum ana assumpta natura, delens quod ad-
versus nos erat chirographum decreti, illud cruci trium phator
a ffix it, sic sanctissima V irgo arctissim o el índíssolubilí
vinculo cum Eo coniuncta, una cum Illo et per Illum sem ­
piternas contra venenosum serpentem inim icitias oxercens,

(4 ) AAS 4r> (lü f)3 l f)7ü.


ac de ipso plenissime triumphans, illius caput im m aculato
pede co n triv it” (5).
Todos estos documentos pontificios ven en el protoevan-
gelio la doctrina de la asociación de la Virgen con Cristo en
la obra de nuestra salud.
Se ha dicho a propósito de la bula de Pío I X y lo mismo
podría decirse de la Constitución dogm ática “ M u nificen tis-
■simus Deus” que los Papas sólo afirm an que entre los PP. y
Escritores eclesiásticos hay algunos que han interpretado
en sentido m ariológico este texto, pero que no dicen que
este consentim iento sea unánime, ni siquiera que éste sea
el sentir de la m ayor parte (6). Sea de esto lo que fuera, lo
que no se puede negar es que el sentir de estos PP., sean
muchos o pocos, lo hacen suyo los Papas en documentos
dogm áticos como son los de Pío I X y Pío X II. Añádase a
esto la antigüedad de algunos de estos testimonios, que,
como veremos, pertenecen a los siglos segundo y tercero y
la unanim idad casi absoluta de los teólogos y Com entaris­
tas de la Escritura a p a rtir de la edad m edia hasta nuestros
días. Con razón, pues, la Constitución del Vaticano segundo,
que comentamos, afirm a categóricam ente, sin referencia
alguna a los PP. y escritores de la antigüedad, que “ Ipsa
(la V irgen) iam prophetíce adumbratur in promissione, lap-
sis in peccatum prim is parentibus data de victoria super
serpentem ” .
En qué palabras y en qué sentido hemos de ver en el
(5 ) A c t a P i i I X , 1. 607.
(6 ) E l P . D r e w n i a k e n su e s tu d io . D i e m a r i o l o y i s c h e D e u t u n g v o n G e n . 3, 15 iii
d c r V d t e r z e i t . B r e s la u . 1934, n ie g a qu e e n t r e lo s P P , h a y a u n a n im id a d en la in t e r ­
p r e t a c ió n d e l p r o t o e v a n g e lio . P o s t e r io r m e n t e el P , H . L f n n e r z en su a r t ic u lo . N u in
in Bulla "In eífa b ilis Dens" d o c e a t u r vnnscnsxis P a t r u i n in e xplicund is verbis
( i f ’ n. 3. 15 de B. V i r g i n e en • G r e g o r ia n u m " 24 il943> 347-366. s o s tie n e qu e n o h a y
lu í c o n s e n tim ie n to . C o n t r a e s ta c o n c lu s ió n e l P . G . R o s c h in i. en “ M a r ia n u m ” 7
(1944 56-96, e s c r ib ió un t r a b a jo . S u H ’i n t e r p r e l a z i o n e p a t r i s t í c a de l P r o t o v a n g e l o .
l.e c o n te s tó el P L k n n f r z en u n n u e v o a r t ic u lo en “ G r e g o r ia n u m ” 27 (1946i 300-318.
ul qu e v o lv ió a r e s p o n d e r I I o s c h i n i en " M a r ia n u m ” 9 (1946) 243 ss. V é a s e ta m b ié n
s o b re e s ta c o n t ie n d a la o b r a d e e.sto ú lfin io La M a d o v j i a . v o l. TI, 58 ss.. R o m a 1953.
texto profetizada a la Santísim a V irgen no lo indica la
Constitución. Pero teniendo en cuenta la m anera cómo une
esta proíecia con las de Isaías 1, 14 y de Miqueas 5, 2, 3, me
inclinaría a creer que supone, o al menos sugiere, que la
palabra m ulier del protoevangelio hay que entenderla de
la Santísim a V irgen en un sentido intentado por Dios, autor
principal de la Escritura. E fectivam en te la m ujer del p roto­
evangelio es, según la Constitución, la misma que la de
Isaías y Miqueas; “ S im iliter haec est Virgo, quae concipiet
et pariet Filium , cuius nom en vocabitur Em m anuel” (Is.,
7, 14; Miq., 5, 2. 3, Mt. 1, 22. 23). Ahora bien, apenas cabe
dudar, como veremos, de que la V irgen de Isaías y la m ujer
que dará a luz de Miqueas es en sentido literal directo, la
Santísim a Virgen.
Por lo demás el exam en atento del contexto mismo del
Génesis parece excluir el parecer de los que opinan que la
m ujer de que se habla es exclusivam ente Eva. De hecho
las enemistades que se describen entre el demonio y la
m ujer son personales, profundas, implacables, duraderas
hasta un futuro indeterm inado en que la victoria será de la
descendencia de la m ujer y actuará en el m om ento de cum ­
plirse la profecía, pero que está ya presente en la m ente
del que habla, es decir de Dios. El uso del artículo en este
caso queda perfectam ente justificado, aunque el nombre
m u je r no se refiera a la del contexto inm ediato, Eva, ya que
señala concretam ente a aquella que con su m irada divina
ve Dios junto a Cristo vencedor, como Eva estaba junto a
Adán vencido.
Al lado de Satanás y de la m ujer aparece la descenden­
cia de ambos. Satanás y su descendencia, es decir, sus se-
K\iidores y los malos ángeles, serán vencidos por la m ujer
y su de.seendencia. Flsta podría entenderse en absoluto el
género humano, como han querido algunos, y sólo el Mesías
en cuanto que por su naturaleza humana, recibida de su
madre, es el representante más calificado de la humanidad.
Parece con todo que a la luz de la historia y sobre todo de
la posterior revelación no se puede decir que el género hu­
mano como tal haya salido vencedor en la lucha con S a ta ­
nás. Más verosím il parece la interpretación que supone se
trata de un personaje concreto, que no puede ser otro que
el Mesías. Sí se insiste en el paralelism o entre la descen­
dencia del diablo y la de la mujer, podremos decir que la
lucha comienza con Cristo y se continuará hasta el fin del
mundo por los miembros de su cuerpo místico, los cristianos.
Este parece ser el sentir de San Ireneo cuando escríbre:
■Quando Filíus Deí incarnatus est et homo factus, longam
hominum expositionem in seipso recapitu lavit en com pen­
dio nobis salutem praestans, ut quod perdideramus in Adam
id est secundum im aginem et sim ilítudinem esse Deí, hoc
in Christo lesu reciperem us” (7).
Tendrem os en este caso que el sentido directo del texto
se refiere según la intención del autor principal a la futura
Madre del Redentor, la V irgen y al mismo Redentor Cristo
Jesús.
Pero, aun en el supuesto de que el análisis filológico no
nos llevase a esta conclusión, tengam os en cuenta que la
investigación del sentido de un texto, sobre todo cuando
se trata de una profecía, no ha de basarse únicam ente en la
filología ni en el contexto inm ediato o m ediato, sino tam bién
en la interpretación dada por los PP. y DD. de la Iglesia y por
su mismo m agisterio. Así lo enseña expresam ente Pío X I I en
la Encíclica “ Divino a fila n te Spiritu ” . Dice asi; “ Sacrarum
autem L itteran u n exegetae, memores de verbo divinitus
inspirato hic agi, cuius custodia ot in terpretatio ab ipso
(7 ) A(in. I l a r r . 3. IS. I M G 7. 932
Deo Ecclesiae commisa est, non minus diligenter rationem
habeant explanationum et declarationum m agisterii Eccle-
siae, item que explanationis a Sanctis Patribus datae, atque
analogiae í'idei, ut Leo X I I I in Encyclicis Litteris “ Providen-
tissimus Deus” sapientissime an im ad vertit” (8). Algunos in ­
térpretes m odernos han querido in vestigar el sentido de este
texto únicam ente por el análisis gram atical de las palabras
y por el contexto inm ediato. Asi han llegado a concluir que
en el protoevangelio la m ujer de que se habla es Eva y
únicam ente Eva. Ver a llí a M aría les parece a lo más una
piadosa acom odación (9). La Comisión P o n tific ia B íblica
en la Instrucción dada a los Profesores de Sagrada Escri­
tura, dice aludiendo a este falso principio de herm enéutica:
“ In determ inando autem sensu littera li textuum ne vía illa
incedat quam, pro dolor, hodie non pauci sequuntur exege-
tae, ut non habeant rationem nisi ipsorum verborum et
proxim i contextus, sed sedulo antiquas illas normas ante
oculos habeat quas Summus Po n tifex Pius X I I gl. r. in
L itte ris encyclicis D ivino affiante S piritu denuo inculcavit,
nempe ut accurate dispiciat exegeta quid Sacra Scriptura
in aliis assimilibus locis doceat, quae eiusdem textus sit ex-
plicatio apud SS. Patres et in traditione catholica, quid
analogía fid ei postulet, quid demum, si casus fert, ipsum
m agisterium Ecclesiae de illo textu statu erit” (10). Este
mismo criterio parece insinuar la Constitución al advertir
que estas antiguas profecías han do interpretarse “ sub luce

18) E B 551.
(9 ) C I. P . H i-.in isch , D a s B u c h Geiiesit;. 1930; W . G oosst;N .s, D e c o o p e r a t U m e
i m m e d i a t a m a i r i s R e d e m p t o r i s a d r e d e m p t i o n e m . o h i e c t i v a m , 1939, p . 9 7; F . C eu p -
PENS, O . P .. D e M a r i o l o g i a B i h l i c a , 1948, p. 60. E l P . A . C o lu n g .\ , O . P-, e n su
c o m e n t a r i o a l G é n e s is ( B i b l i a c o m e n t a d a J. P e n t a t e u c o . B A C ) d ic e a p r o p ó s it o de
la m u je r d el p r o i a e v a n g e l i o : “ e l p r o b le m a se h a o s c u r e c id o p o r el in t e r é s d e los
m a r i o l ó g i s t a s en v e r e n e l t e x t o a la S a n t ís im a V ir g e n e n s e n t id o l i t e r a l ” (p . 95).
E l p o r su p a r t e c r e e q u e e l s e n t id o m a r io ló g ic o c!e la p r o m e s a n o e.^tá ta n tu en la
p a la b r a m u j e r , c u a n to en la o t r a l i n a j e {p . 97i.
(1 0 ) EI3 598.
iilterioris et plenae revelationis” . Si el intérprete católico
no puede echar en olvido estas normas herm enéuticas tan
lundam entales, mucho menos ha de hacerlo al pretender
explicar un texto como este de tanta transcendencia para
la Teología Católica.
Se impone, pues, un recuerdo, aunque sea rápido y som e­
ro a la tradición y al m agisterio de la Iglesia sobre este
problema. Esta tradición ha sido investigada principalm en­
te en los últimos tiempos, después de la Bula dogm ática
"In efí'ab ilis Deus” de Pió I X (11). El prim er representnte
de la interpretación m ariológica es S. Justino (12), a quien
sigue S. Ireneo (13), tal vez, como sospechan algunos, si­
guiendo las pisadas de Papias (14). Encontram os en estos
primeros y antiquísim os Padres, la idea de la recirculación
o recapitulación, según la cual nuestra salud se opera de
un modo sem ejante a aquel por el que nos vino la ruina. Por
medio de la V irgen Eva vino la perdición, por m edio de la
Virgen M aria nos viene la salud. De esta manera, al nuevo
Adán como define S. Pablo al Redentor (Ro. 5, 12-21; ICo 15,
22. 4.5), asocian la nueva Eva, M aría, como sugiere el mismo
Apóstol, cuando escribe: Envió Dios a su Hijo, nacido de
II 11(1 ?nujer (G a 4,4).
A estos PP. más antiguos se van uniendo en los sucesi­
vos siglos otros muchos de las más diversas Iglesias orien­
tales y occidentales, los cuales, explícita y form alm ente ven
('u la m ujer del protoevangelio a la Virgen. Así, por enum e­
rar solo unos pocos de diversas regiones. Tertu lian o (15) y
lili C f . T . G a i .l u s , S . J.. i J i t e r f r c L a t i o m a r i o l o c j i c a P r o t o e v a n g e l i i ( G e n . 3. 15)
h - i i i p o r e p o s l - p a t r i s t i e o u s q u e a d C o n c i l i u m T r i d e n t i n n m . R o m a e . 1949. I n t e r p r e t a -
l i o i n a r i o l o g i c a P r o t o e v a n g e l i i p o & t t r i d c n t i n u m n a q u e ad d e i i n i t i o n e m d o g m a ü c a v i
! m m a c ú la t e le C o n c e p t i o n i s . R o m a e . 1951^, v o l. I - I I .
•12) D i a l , c i i m T r y p h . M G 6, 709.
A d v . H a e r . 3. 32. 1, M G 7. 1175.S.
lU i C f. W a l t i : r H . B rRCH ARD T, M a r i a e n el p e n s a m i e n t o de los P a d r e s Ü r i e n -
írs, t*n " M a r i o l o g i a " de J. B . C a r o l. B A O , 1904.
m ;)i D e c a r n e C h r i s t i , 17, M L 2. 782.
S. Cipriano (16) en A fric a ; S. Efrén (17) en M esopotam ia;
on Chipre S. Epifanio (18); S. León M. (19) en Ita lia ; en
Francia S. Ireneo (20) y en España Prudencio (21) y S. Is i­
doro de Sevilla (22). L o cual demuestra que esta in terp re­
tación m ariológica no es de uno u otro Padre aislado, sino
que se conocia y predicaba en la Iglesia universal.
Es verdad que después de la época propiam ente patrís­
tica, siguió un periodo de relativo silencio sobre el proble­
ma, debido en parte al desconocimiento de los escritores
antiguos, principalm ente griegos, pero en la edad media, la
autoridad de S. Bernardo, S. Buenaventura y S. Alberto
M., resucitan con nuevo em puje la corriente patrística, de
suerte que años antes del Concilio de Trento, la in terp re­
tación m ariológica puede decirse común entre los Teólogos
y Com entaristas de la Escritura.
Esta corriente arrolladora sigue en los siglos áureos de
la exegesis católica 16 y 17; y aun en el período de decaden­
cia, que se inicia a mediados del siglo 18, la m ayor parte
de los intérpretes se m antienen fieles a esta interpretación,
que com ienza a llam arse ya tradicional.
Con la Bula “ In effa b ilis Deus” la interpretación m ario­
lógica del protoevangelio recibe nuevo refuerzo y se ofrece
a los Com entaristas Teólogos ocasión favorable para estu­
diar con más profundidad y detenim iento el texto gene-
siaco. Es cierto que la interpretación tradicional se ha en ­
contrado en estos últimos tiempos, aun dentro del campo
católico, fren te a un criticism o intransigente y exagerado,
que se niega a adm itir otro sentido, que el que se desprende
(161 A d Q u i r i n u m , 2. 9. M L 2, 742s.
(1 1 ) O p e r a , e d it. L a n iy I I I , 983; I I , 437. 455-45T.
(1 8 ) A d v . l í a e r . p a n a r i u m , l l a e r . 78, M G 42. 727s.
(191 S e r j n . 22. I n n a t. D o m . 2. 1. M L 54. 104.
(201 A d v . l l a e r . ///,. 23, 7; V 22. I. M G 7. 9G4. III4 . 1179.
(2 1 ) C a lh cn irr. E d ic . b ilin ^ ü o (!(í la BAC!. V o l. f)H. p. 12.
(221 (^ u u c s t u i n v s i,i G r u 5 5-7. M L li'A, 221.
(U'l examen filológico de las palabras y su contexto inm e­
diato. Pero el recto sentido y las normas herm enéuticas
dictadas por el m agisterio de la Iglesia se van im poniendo
y podemos afirm ar que hoy existe un consentim iento m o-
ralinente unánime de com entaristas y Teólogos en adm itir
la interpretación m ariológica del protoevangelio.
A lo cual ha contribuido de una m anera decisiva la au­
toridad de los últimos Romanos Pontífices, León X I I I en su
Mnciclica “ Augustissimae V irgin is” sobre el rosario (23),
H. Pío X en la Encíclica “ Ad diem íllu m ” en el quinquagé-
simo aniversario de la definición de la Inm aculada (24),
Pío X I en la Encíclica “ D ivini Redem ptorís” (25) y Pío X I I
en las “ Mystici corporis” (26), “ Muníficentíssim us Deus” (28),
y “ Ad coeli reginam ” (29). A estos testim onios podríamos
añadir los postulados de 113 Padres del Concilio V aticano I
('11 los que pedían la definición dogm ática de la Asunción
luiidándose precisam ente en el protoevangelio (30).
Como conclusión de todo lo dicho podemos afirm ar que
a la luz de la tradición patrística y católica y de las ense-
iianzas de los Romanos P on tífices las palabras del protoe-
vangelío m u je r y descendencia de la m u je r se refieren en
un sentido genuino y propio intentado por el mismo Dios,
autor de las Escrituras a la Madre del Redentor, M aría, y
a su H ijo Jesucristo. Que este sentido haya de llamarse li­
teral, o típico, o sentido literal pleno, seguirá discutiéndose
('litro los comentaristas, pero no se puede dudar que la in-
t,('nción del autor principal, Dios, fue señalar en este texto

A A S :í O (1897-8) 12!).
<241 A A S :í Q n 9 0 3 -4 ) 462.
A A S 29 (1937> 65s. 96.
(261 A A S 35 (1943) 198.
<271 A A S 42 (1950) 768.
(2111 A A S 45 (1953) 579.
)2'M A A S 46 (1954) 634,s.
(¡lOI C f. H k n ’1'RICHT-de M ü ü s. ¡ ’c I i f i o n e s de Á : < s u i i t p t i i n i c ( • o r p o r e a U. l'. M a riu c
III c ii e lu m a d S. S e d e m d e l a t a c . R o m a e , 1942. I. p p . 97-104.
de una m anera term inante a la Madre del reparador del
pecado de nuestros prim eros padres.

II

La profecía contenida en el protoevangelio recibe nueva


luz y precisión en la de Isaías 7, 10-25, que se ha tenido
siempre con razón como la más im portante profecía m e-
siánica y m ariológica después de la del Génesis. El texto
literalm en te traducido del origin al hebreo es como sigue;
He aquí que la m u je r (v ir g e n ) grávida da a luz y le llama
Em m anuel (7, 14). No es esta ocasión de exam inar los varios
problemas exegéticos que suscita el examen de este famoso
texto. La literatu ra a que ha dado lugar es inmensa (31). A
nuestro propósito bastará recordar que entre los católicos
no puede haber duda de que se trata de una profecía m e-
siáníca y m ariológica. Pío V I condenó la sentencia de aque­
llos autores que sostenían que la profecía de Isaías “ non
ad V irgineum Deiparae partum, quem prophetae omnes an-
nuntiaverunt, non ad verum Emmanuelem, Christum Do-
minum ullo sensu, sive littera li sive typico pertin ere” (32).
No fa lta n autores en nuestros dias que se contentan con
una interpretación típica del texto (33), pero la m ayor
parte de los autores modernos prefieren el sentido literal
directo (34).
E fectivam en te el oráculo se dirige ante todo no al rey

(3 1 ) B i b lio g r a f ía a b u n d a n te y m o d e r n a p u e d e v e r s e en G . R o s c h in i, L u M a ­
d o n n a . v o l. I I . p. 74s.
(3 2 ) E B 74.
(3 3 ) C f . S t e i m a n n , L e pr o p J ii 't e I s a i e , sa v ie , son o e u v r e et so n t e v ip s , e n
“ L e c t i o d i v i n a ” , 5, P a r ís il9 5 0 i, 90. T a m b ié n P . A u r a y - J . S t e i m a n n , Is ai e. e n ‘‘ L a
S a in t e B ib le d e J e r u s a le n " . P a r ís . 1951.
(3 4 ) C f . M . G a r c í a C o r d e r o . O . P ., B i b l i a c o m e n t a d a . I I I . I,i5ro,v p r o l é t i c o s .
B A C , p . 113s.
Acciz, incrédulo, sino a la casa de David, que Acaz rep re­
senta Indignam ente. El signo anunciado es doble; el cas-
tifío con la invasión de los asirios (7, 14-24) y la salud re-
|)i(\sontada por el niño que va a nacer. Enmanuel, signo
valedero para toda la dinastía, que rebasa por lo tanto las
circunstancias históricas del vaticinio. Y ah vé estará con
:ni pueblo, Enmanuel = Dios con nosotros, aun cuando los
('.¡(Tcitos enemigos invaden el pais. Este Enmanuel no puede
ser i)or lo tanto ni Ecequias, ni un h ijo de Isaías, ni un niño
cualquiera próximo a nacer en Israel, hipótesis que han
propuesto algunos autores, pero que no se avienen de nin-
i'iui modo con el contexto (35). Enmanuel es un rey daví-
(iico que se describe m inuciosam ente en los ce. nueve al
once con tales características, que solo convienen al Mesías,
(Cristo Jesús. Isaías en el estilo profético tradicional anun­
cia como presente un suceso que se realizará siglos más
larde (36). La joven nubil halmá, m adre del Enmanuel, es
virgen, como tradujeron ios 70, parcénos y como tal la creyó
la antigua tradición judaica y con ella la tradición cris-
U;ina, como aparece claram ente por S. M ateo: Todo esto
sucedió (la concepción virgin a l de Cristo por otara del Es­
píritu Santo) para que se cumpliese lo que había dicho el
Señor por el p ro feta : he aquí que ima virgen estará en
cinta y dará a luz un h ijo y se llamará E nm anu el"
(M t 1, 25).
Es verdad que el texto hebreo de Isaías no pone de relie-
v(' la concepción virginal, sin em bargo de alguna m anera
l;i im plica o supone, ya que no hace alusión alguna al padre
(U' Enmanuel, a quien, según el uso de la época, com petía el
derecho exclusivo de im poner el nombre al h ijo ; por el con-
Cf J. CoppFNs. Tm PropJiétie de To’ A l m a h . Is.. VII. 14-17. en "E p h T h L o v”

C l, M . G a r c ía C o r d e r o . O . P .. O p . c i l .. ]), i n .
trario, en este caso es la madre quien se lo impone (Is 7, 14).
El p rofeta se contenta para designar a la m adre con e]
nombre halrná, joven nubil, norm alm ente virgen y no el de
bethuláh, virgen, tal vez porque este térm ino excluia la
idea de parto. Por lo tanto la m ente del profeta se proyecta
directam ente sobre el Mesías y consiguientem ente la don­
cella o virgen su m adre es Maria.
Unos treinta años más tarde el profeta Miqueas (5 1 ss),
habla m isteriosam ente de aquella mujer, que ha de dar a
luz; Mas tú, Belén, Efrata, eres pequeña para fig u ra r entre
los millares de Judá, de tí me saldrá quien ha de ser d o m i­
nador de Israel, cuyos origenes vienen de antaño, desde los
dias antiguos. P o r eso los entregará (e l enem igo) hasta el
m om e n to en que dé a luz, la que a luz ha de dar. El carácter
m esiánico de este pasaje lo conocemos por la tradición ju ­
dia, como se deduce de M a t 2, 5, cuando los sacerdotes y
escribas responden a la pregunta de Herodes sobre el sitio
dónde ha de nacer el futuro rey de los judíos; de Jn 7, 41.
42, cuando algunos judíos se muestran reacios a creer que
Jesús sea el Mesías, pues saben por este pasaje de la Escri­
tura que el Mesías ha de ser descendiente de D avid y ha
de nacer en Belén, circunstancia que ignoraban de la vida de
Jesús, creyendo que era galileo nazaretano. Lo mismo sabe­
mos por algunos documentos talmúdicos (37) y por la uná­
nim e tradición cristiana (38).
El dom inador de que Miqueas habla no es otro que el
Mesías, como se comprueba por todo el contexto, en el que
se le atribuyen caracteres idénticos a los de Enmanuel de

Í3 7 ) C f. L . R e in k k , D i e 7nesHianischeu W e i s s a y u v g e n des A T .. T . '.i. 1861


p. 350.
(:íH) C f. S. J u s r. : D i a l o g . c u n i T r y p l i . 78. M G G. 058. TKiM tii,. A ü v . Ju d .. o 12;
M L . 2. r m . EnSMn.. D e iiio n s tr . c v i i n n . 2, 4, 51 M G 22. lÜ 7 s ,; S. C iii dk Jkii.. C í i -
i h c c h . ¡ I . D e F i l i o D e l U n i g e n í l o , 20. M G 33. 715.s. ; S. J, C h u is o s t .. l l o v í , in dicii i
n a t. 2. M G 56. 389.
Lsuías. Por consiguiente la que va a dar a luz es la madre
del dominador, ya que las calam idades que sufre el pueblo
cesarán cuando parturiens pariet, es decir, cuando nazca el
dominador, que no es otro que el Mesías. Por otra parte el
paralelism o con Isaías 7, 14 es m anifiesto. Ambos anuncian
('1 origen del futuro libertador, que será de la fa m ilia de
David y reinará sobre Israel, traerá la paz perfecta (Is. 9,
(i; M iq 5, 1-5). La desolación de la tierra durará hasta la
llegada del libertador (Is 7, 14. 15; M iq 5, 2). Isaías contem ­
pla a la Virgen dando a luz al h ijo y le muestra como ins-
l.nimento de la salud divina (Is 7, 14) y Miqueas tiene ante
los ojos a la misma madre, que da a luz a su hijo, a quien
Yuhvé escoge para llevar a cabo la misma salud (M q 5. 4).
La profecía es por lo tanto m esiánica en sentido literal
directo y consiguientem ente la m u je r que va a dar a luz es
la Santísim a Virgen. Esta es la opinión hoy común entre
lo.s com entaristas católicos (39).

III

Otros dos rasgos fundados en los libros del Antiguo Tes-


lamento, nos presenta la Constitución, para dibujar
la figura de la V irgen en el m arco de la econom ía de la
salud. “ Ipsa (V irg o ) praecellít ínter hum iles ac pauperes
Doniini, qui salutem cum fíducia ab Eo sperant et acci-
piuiit” . Gran parte de los jefes del pueblo judío esperaban
un Mesías político, que les librase del vulgo extranjero. Pero
.sobre todo en el pueblo bajo y hum ilde no fa ltaron nunca
personas piadosas, que m iraban en el futuro Mesías al liber-
l:ulor do la esclavitud del pecado. En este sector de los po-

C {!l) C f. M. G a U (.ÍA CORDfclKü, o p . d i., p. 1221.


bres y despreciados se habiari reconcentrado las esencias
más puras del judaism o; la fe en Y ah vé, el anhelo de una
renovación espiritual del pueblo y del mundo entero. Los
pobres, los anaioin de los salmos, eran la porción p riv ile ­
giada del pueblo de Dios, con m iras a la salud universal
m esián ica ; form aban aquel resto escogido, al que con tanta
frecuencia aluden los profetas, que sólo m erece el nombre
de pueblo de Dios, del que la Virgen era la representación
más legitim a y suprema.
En los mismos Evangelios encontram os modelos adm i­
rables de estos legítim os hijos de Abraham . Zacarías e
Isabel eran ambos justos ante Dios, y llevaban inia vida
con form e a los mandamientos y preceptos del Señor de m ía
manera irreprochable (Le. 1, 6). Simeón era un hombre ju s ­
to y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel (Le. 2, 25).
Ana la profetisa no salía del templo, sirviendo a Dios, día y
noche con ayunos y oraciones (Le. 2, 37), y al reconocer al
Mesías en aquel niño que la V irgen llevaba a presentar en
el tem plo hablaba de él a todos los que esperaban la libera­
ción de Israel (Le. 2, 38). N atanael era, según el testim onio
del mismo Cristo, verdadero israelita sin dolo (Jn. 1. 47).
I.os Apóstoles y prim eros seguidores de Cristo pertenecían
sin duda a este grupo de almas escogidas, que conservaban
la legitim a piedad y fe religiosa, aunque las predicaciones
de los altos jefes religiosos hubiesen enturbiado en sus
m entes el verdadero concepto del Mesías libertador espi­
ritual.
L a Virgen, dice la Constitución, sobresale entre estos
pobres y humildes, que esperan con fe y confianza la salud
mesiánica. Su cántico, el M agníficat, es el m ejor testim onio.
En él repite los tem as de los anaioim, de aquellos pequeños
y pobres de Yahvéh, que el Antiguo Testam ento alaba por
sil piedad, su honradez, su fe y su esperanza en el nuevo
ri'ino espiritual que había de inaugurar el Mesías. Ella m is­
ma reconoce su indignidad y abyección cuando exclam a:
porque ha puesto su 7nirada en la bajeza de su esclava (L u ­
cas, 1, 48) y a continuación añade: recordando las promesas
iiu'siánicas del Antiguo Testam ento: su misericordia de
(icneración en generación -para con los que le temen. Obtuvo
1(1 victoria con su brazo, dispersó a los que se enorgullecían
(•II los pensamientos de sus corazones. A rro jó del trono a los
¡xnlerosos y ensalzó a los humildes; a los hambrieiitos llenó
(le bienes y despidió a los ricos con las manos vacias (Le., 1,
•l')-53). En este m agnífico himno, lleno de alusiones a pasa­
jes mesiánicos del Antiguo Testam ento, resalta la firm eza
(le la fe y confianza de la Virgen, el profundo conocim iento
((uc tenía su espíritu de la naturaleza de la salud m esiánica
y el agradecim iento de su alma por el inmenso beneficio
(|ue a ella y al mundo entero hacía Dios con la encarnación
del Verbo en su purísimo seno.
Incidentalm ente llam a tam bién a la Virgen la Constitu­
ción, aludiendo sin duda a varios pasajes del Antigua Tes-
tlímenlo, praecelsa Filia Sion, al afirm ar que la V irgen es
como la linea divisoria de las dos economías cuando el H ijo
(le Dios toma de ella la naturaleza hum ana para librar con
los misterios de su carne al hom bre del pecado: “ Cum ipsa
tándem praecelsa F ilia Sion, post diuturnam exspectatio-
lu'in promissionis, com plentur tém pora et nova instauratur
occonomia, quoniam Filius Del hum anam naturam ex ea
:issumpsit, ut m ysteriis carnis suae hom inem a peccato 11-
IxTaret” .
El térm ino “ Sión” , “ H ija de Sión” , es frecuente en el
Antiguo Testam ento para denom inar a la ciudad de Jerusa-
Icii, centro político y religioso de Israel. Los salmos celebran
frecuentem ente a esta ciudad como residencia de Y a h vé;
Dios está en medio de ella (Ps. 45, G); Grande es el Señor y
muy digno de ser alabado en la ciudad de nuestro Dios
(Ps. 467, 2). Se la llam a m adre de todas la naciones (Ps. 86)
y se la describe como fuente de gozo, de paz, de todos los
bienes para todos los pueblos, figu ra m agn ifica de la Ig le ­
sia (10).
Concretam ente en Joel 2, 21-27; Sofonias 3, 14-17 y
Zacarías 9, 9. 10, a los cuales probablem ente alude la Cons­
titución, el térm ino “ H ija de Sión” se tom a por m etonim ia
por los habitantes de Jerusalén. Los tres pasajes encierran
el mismo argum ento y tienen su parecido con los Salmos
que acabamos de citar. Su tem a es el anuncio de la alegría
mesiánica, porque Y ah veh viene ya a residir en Sión como
rey y como señor. El pasaje de Zacarias es ciertam ente en
sentido literal directo, como se deduce de los Evangelistas
S. M ateo y S. Juan, que ven su cum plim iento en la entrada
triu n fal de Cristo en Jerusalén el día de ramos (M t. 21, 2-7);
Jn. 12, 14. 16). Lo mismo nos enseña la tradición p a trísti­
ca (41). El profeta exhorta a la alegría a los habitantes de
la ciudad santa, por la llegada de su rey, justo, salvador y
humilde. Es muy de notar que algunos PP. iden tifican a la
H ija de Sión con el nuevo Israel, la Iglesia, porque e fe c tiv a ­
m ente la venida de Cristo a la que sin duda se refiere el
profeta, va estrecham ente unida al establecim iento de su
reino, la Iglesia. Pero de aquí no se sigue como pretenden
algunos teólogos y m ariólogos modernos, una asim ilación
exagerada de M aría con la Iglesia en la obra de nuestra

(4 0 ) C f. J. K r o o n . S. J-, H o m o c í f i o m o i i a i n s c s t i n ea ( P s . H(¡. 5 ) e n V D . JV
(1924). 32fi-:^27.
1411 S. JuKT.. A p o l . I. 34. M G 6. 383: S. Cn>K,. T c s L í m . a d v . ¡u( !. . c. X X V I I I .
M L 4. 7 49; E uskh.. De7n<>ns(r. c v a i i q .. L . I X . M G .'37. 707: S. J. C k is o s t .. C o n i r a
Juci. e l (j c n i. . M G 49. 81H; I n M a l í . h o v i . X X . M G 57. 286; h o m . L X V J . M G 58.
627; S. JER., C o m v i e n t . i n E v. M a t i . , L . IT l. c. X X I , M L 26. 152.
•siilviición, como si la obra de la V irgen se redujese a una
pnrii pasividad o receptividad con exclusión de toda e fi­
ciente colaboración activa en la obra redentora de su divino
IIl,)o (42).
Kl anuncio de un pueblo nuevo, la Iglesia, está clara-
mi'nto expresado en el últim o versículo del salmo 21: H a-
lihirá (m i alm a) del Señor a la generación fu tu ra y anun-
cidrá su justicia al pueblo que ha de nacer. Esto es lo que
hizo el Señor (Ps. 21, 32).
Notemos que las prim eras palabras del salm o: Dios mió,
Dios mío, ¿por qué me has abandonado? En hebreo: Eli, Eli
hiiinuah sabctani, pudieron escucharlas los que estaban al
|)1(‘ do la cruz, después que Jesús había dicho: M u jer, ahí
nenes a tu h ijo (Jn. 19, 26). El fin a l del salmo arroja por lo
lanto una luz indirecta sobre el nacim iento del nuevo pue­
blo, la Iglesia, en el calvario, en presencia de la m adre del
Salvador presentada por él mismo como la m ujer que recibe
en S. Juan a todo el nuevo pueblo que predice el salmo (43).
Volviendo a los pasajes de los tres profetas menores que
acabamos de mencionar, es sugerente la com paración que
,s(' ha hecho entre ellos, más particularm ente entre los de
Solonias y Zacarías y entre la narración de S. Lucas de la
Aiuinciación (44). Efectivam ente, el Evangelista (1, 26-38)
emplea en la descripción térm inos muy afines a los de estos
liioletas, de donde puede inferirse que en su m ente había
ima doble identificación, de M aría con la H ija de Sión y de
■lesús con Yahveh, rey, señor y salvador. La H ija de Sión,
pí'i'sonificacíón abstracta de Israel, vendría en este caso a
(121 Cf. G . R o s c h i n i , D i c c . m a r . , p. 411.
i I :íi H. C a z k i . l k s . P S. S .. F i l i e de S i o n e t T h é o l o q i e m a r i u l e ú a n ^ l a B i h l e . en
K iu d r s M t ir ia le s ” 21 (1 4 9 6 4 K 51-71.
iííi S. L y o n n i t . S. J., L e r c c i t de V A m w n t i a t i o n e t l a y n a te rn i té d i v i n e de la
V i r r a i ’ . en ‘ A in i d ii C le r y é ” (1956). 33-48; R . L a u r k n t in , S t n i c t n r e et T h e o -
iir L nv ., ¡ - I I . P a r is . 1957. p p. 148-163.
representar a M aría, que recibe del ángel, en nombre del
nuevo Israel, la Iglesia, la alegre nueva del cum plim iento
de la promesa mesiánica. La habitación de Y ah veh en m e­
dio de la H ija de Sión, se realiza plenam ente en el m isterio
de la encarnación del Verbo en el seno de Maria, y en el
nombre que la m adre le impone, Jesús, equivalente al Em-
manuel, Dios con nosotros, de Isaias.

IV

Pasa después la Constitución a describir la cooperación


activa de M aria en la obra de la redención. El acto inicial
de esta cooperación, presupuesta su predestinación para la
divina m aternidad, fue su libre aceptación y consentim ien­
to a la propuesta de ángel, expresada en aquellas palabras:
He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra
(Le. 1, 38). De esta suerte, añade la Constitución, “ como una
m ujer contribuyó a la muerte, otra contribuye a la vida, lo
que se cumple perfectisim am ente en la M adre de Jesús, que
tra jo al mundo a la misma vida, que lo renueva todo” . Este
es el origen y principio de los dones sobrenatvirales, con que
la proclam an adornada los SS. Padres. Asi S. Germ án de
Constantinopla la llam a: “ tota prorsus munda omnique
carens reprehensione” (45). Y en otro sitio: “ Non enim tan -
tum dolet anim a cum a corpore avellitur, quantus dolor est
te privari, oh im m aculatissim a” (4C). Anastasio de A n tio -
quia en el sermón 3." sobre la anunciación llam a a la V irgen
“ solam illam Inter virgines gratiosam , pulchram, im m acu-
latam , sanctam Dei G enitricem M ariam ” (47). Y S. Andrés

(451 Hotn. in A n n u n t . D eip a ra e. MG 98, 328.


i4 {)) I n D o r n i . 2. M G 98. 357.
(4 7 ) M G 89. 1388.
( 'Iclcii.sí', hablando del nacim iento de la Virgen dice: “ A pe-
nilsti, Domine, vulvam Sarae, praebens Isaac í'ructum in
,'icn('ctute; sed et hodie ipse Salvator, fecundum vulvae
li lid mil im m aculatam tuam m atrem dedisti prae An­
im e" (48). S. Soíronio en la oración segunda sobre la anim -
lincion, nos presenta una preciosa exposición oratoria, so-
Ini' l;i.s excelencias de la Virgen (49). Nos contentarem os
i'un ('.sto.s breves y significativos rasgos: “ Nemo sicut tu
..iiii-lihite ornatus ost, nemo sicíit tu pu rificante gratia
|ii:iro(;cupatus est” .
Adornada asi M aria con estos esplendores de santidad
(Ir.sdc el prim er instante de su concepción, y saludada por
i l ángel, por orden del mismo Dios, como llena de gracia
( I ,(■ 1, 28), recibe el m ensaje angélico, al que con fe y hum il-
iliid da su consentim iento: Ecce ancilla D om ini, fia t m ih i
srciíiidiun verbum tunvi (L e 1, 38). Este fia t lleva consigo
iinic lodo el consentim iento libre a la divina m aternidad;
I I1 ,sc|>undo térm ino una entrega total, como esclava del
.'icnor, a la voluntad salvifica de Dios, fin de la encarnación,
V iiii;i consagración absoluta a la persona y obra de su H ijo
V niii.s concretam ente aún al m isterio de la redención del
i’.riu ro liumano. Y todo esto, elevada por la om nipotente
i'i iiciit di' Dios, bajo la dirección de su mismo h ijo cooperan­
do Juntamente con él; suh Ipso et cían Ipso.
I.íi.s SS. PP. com entan esta cooperación de la Virgen a
iiiirstia salud, no como si su actitud hubiera sido m era-
inciili' pasiva, es decir, solo por haber aceptado la m ater-
nl(l;id divina, sino por un acto de fe libre y obedencia. Asi
heneo: “ Oboediens et sibi et universo generi humano
r:iii:;:i l'ucta est salutis” (50). Y en otro sitio: “ Evae inobe-
Iii;i Can m B . V. N a t ,, 4. M G 97. 1H21.
•I’" M( i av. 32:rí.
....... 1''; I h i r r . 11!. •/, M G 7,
dientiae nodus solutionem accepit per obedientiam Mariae.
Quod enim a lliga vit virgo Eva per Incredulitatem , hoc Virgo
M aria solvit per fid em ” (51). Estos o parecidos conceptos se
encuentran repetidos en los más antiguos Padres y Escri­
tores de la Iglesia (52).
Este paralelism o con Eva, con sus fecundas enseñanzas
se va repitiendo y am pliando a través de los siglos. Cono­
cido es aquel dicho axiom ático de Tertu lian o: “ Deus im a g i­
nera suam a diabolo captam, aemula operatione recupera-
vit. In virginem adhuc Eva, irrepserat verbum a edificato-
rium m ortis; in virginem aeque introducendum erat Dei
Verbum exstructorium vita e; ut quod per eiusdem sexum
abierat in perditionem , per eumdem sexum redigeretur in
salutem. C rediderat Eva serpenti, credidit M aria Gabrieii.
Quod illa credendo deliquit, haec credendo delevit (53).
En el siglo 2." S. Justino escribía: “ Eva cum virgo esset
et incorrupta, sermone serpentis concepto, inobedientiam
et m ortem peperit. M aria autem virgo, cum fidem et gau-
dium peperisset, nuntianti angelo G abriel laetum nuntium,
nempe Spiritum Dom ini in eam superventurum et virtutem
altissim i ei obumbraturam ideoque id quod nasceretur ex
ea sanctum, esse Filium Dei, respondit: f ia t niihi secundum
verbum tnmn... Verbum caro factum est m inisterio V irg i-
nis, ut inobedientia, cuius causa diabolus fuit, eo modo quo
incepta est, finem h a b eret” (54).
S. Ireneo, casi siempre que habla de la redención lle ­
vada a cabo por Jesucristo, establece el paralelism o entre
Adán y Cristo, entre Eva y M aria: “ Necesse ergo fuit, Do-
minum ad perditam ovem venientem et tantae dispositio-

<5U Jl).
(52t C f. A .-M . DT’ in n ir , O . P .. Les í o f u i a w r n t s bibU<itn's dit tilrr / nn na l dt'
N o u v f l l r H r r . en • R o r h S c R e l’ . 39 (1 9 5 H . 49-Ü4.
/>(• l u r n r C U risti. c. .\ V I¡. M L 1>. 7H2.
( ) D ia l, cuí n T r y p h .. M G (]. /UÜ-712
iiis rociipitulationem facientem ... illum ipsum hom inem
•alvaro qui l'actus fu erat secundum im aginem et slm ilitu-
(llnoin eius, inim icitias posuit inter serpentem et m ulierem
i'l semen eius, observantes invicem : illo quidem cui m orde-
ii'tiii- planta et potente calcare caput inim ici, altero vero
inordcnte et occidente et interpediente, ingressus hominis,
(|iioadusque venit semen praedestinatum , caput eius, quod
luil. partus M ariae (55).
Kn esta obra reparadora del semen mulieris tuvo parte
María: “ Ñeque enim iuste victus fuisset inimicus, nisi
(Christus) ex m ullere hom o esset, qui vic it eum. P er m ulie-
icm enim hom ini dominatus est ab initio, semetipsum con-
11arium statuens hom ini, propter hoc et Dominus sem etip-
■;um Filium hom inis co n fitetu r” (56).
Ksta tradición apostólica se va conservando y aclarando
('II el correr de los siglos. Es sign ificativo el testim onio de
s. F^pifanio: “ Haec (M a ría ) est quam adum brat Eva, quae
viventium m ater quodam aenigm atis involucro nuncupatur.
Siquidem Eva tum viventium est appellata m ater, cum iam
illud audisset: térra es et in terram revertería (G n 3, 19) post
admissum videlicet peccatum. Quod adm iratione dignum
est, post illam offensionem , tam praeclarum ei nomen at-
I ributum. Ac si exteriora dum taxat et sensibus obvia consi­
deres, ab eadem hac Eva totius est in terris hum ani gene-
l is origo deducta. R evera tam en a M aria Virgine vita ipsa
(\st in mundum introducta, ut viventem pariat, et viven -
líum m ater sit appellata. Quocirca viventium m ater
adumbrata sim ilitudine M aria dicitu r” . Y añade; “ Aliud
vi'i'o praeterea in utraque, Eva scilicet et Maria, considerari
potest, et quidem adm iratione dignum ; siquidem Eva ge-
ifif)! A(iv. }¡ ( io r. I. ¡n . c. X X I I I . MG 7. Í)5Í).
(f)<)l II).
neri hom inum causam m ortis attulit, per quam mors est
in orbem terrarum inyecta; M aria vitae causam praebuit,
per quam vita est nobis ipsa producta. Ob id Filius Dei in
huno mundum adven it: E t ubi almndavit delictiim siiper-
abundavit gra tia” (R o 5, 20) (57).

S. Jerónim o condensa el mismo pensam iento en estas


expresiones; “ Postquam V irgo concepit in útero, et peperit
nobis puerum, cuius im pe riu m in humeros eius (Is 9, 6),
D eum fo rte m , patrern f u t u r i saeculi, soluta m aledictio est.
Mors per E vam ; vita per M ariam ” (58). De parecida m a­
nera se expresa S. Agu stín: “ Decipiendo hom ini propina-
tum est venenum per fem inam . Compenset fem ina decepti
per se hom inis peccatum, generando Christum ” (59). Y en
otro sitio: “ P er sexum fem ineum cecidit homo, per sexum
fem ineum reparatus est homo, quia virgo Christum pepere-
rat, fem in a resurrexisse nuntiabat” (60). Y am pliando más
estos conceptos escribe en otro sitio: “ Haec est, quae sola
m eruit m ater et sponsa vocari, haec prim ae m atris damna
resolvit, haec hom ini perdito redem ptionem adduxit. M ater
enim generis nostri salutem edidit mundo. Auctrix peccati
Eva, auctrix m eriti M ariae. Eva occidendo obfuit, M aria v i­
vifica n d o profuit. Illa percussit, ista sanavit. Haec enim
m irab ili atque inaestim abili modo omnium rerum et suum
peperit Salvatorem ” (61). Y en otro sitio: “ Per fem inam
mors, per fem inam vita : per Evam interitus, per M ariam
salus. Illa corrupta secuta est seductorem, haec integra
peperit Salvatorem . Illa poculum a serpente propinatum 11-
benter accepit, et viro tradidit, ex quo simul m ereretur oc-

i5 7 l ü a e r . 76, IS, M G 42, 728.


(6 8 ) £ p i s t . 22, 21, M L 22, 408.
Í5 9 ) S e r m . 51, 2. 3. M L 38, 335
(6 0 ) S e r v j . 323, 2, M L 38, 1108.
(0 1 ) S e r m . 208, M L 39. 2130
i ldi; hace gratia coelesti desuper infusa, vitam protulit,
|iiT (|uam caro mortua, possit resuscitari (62).
SiMiiejuntes conceptos encontram os tam bién en S. C irilo
(Ir .liTusalén: “ Per virginem Evam subiit m ors; opportebat
|i('i virginem, seu potius de virgine prodire vita m ; ut sicut
Illalli (Iccepit serpens, ita et huic G abriel bonum nuntium
iiilc r r c t” (63). Y S. Juan Crisóstomo; “ Per m ortem mors
ilc h'hi i'st, per m aledictum m aledictum sublatum est, et
(l:il:i Ix nedictio; per esum nuper eiecti fueramus, per esum
I iiiMi.s iiitroducti fuimus. Virgo nos paradiso expulit, per
viir.incin vitam aeternam invenimus. Per quae condem nati
•.iiiiiiis, per ea fuimus coron ati” (64). S. Juan Damasceno
nliiiiida en los mimos pensamientos.
lli'inos podido observar, principalm ente en los testim o-
111(1.'; (le los más antiguos PP. (S. Justino, Tertuliano, S. Ire-
iii (i), (|iir según ellos el consentim iento de la Virgen a la
PKipui'.sta del ángel, supone en ella un acto de fe en la rea-
li/.acióii del m isterio de la encarnación del Verbo en sus
imi iNlmas entrañas y un asentim iento absoluto al plan de
la .'laliKl de los hombres, a cuya realización desde aquel
indiiiciito olla quedaba incorporada. Dios quiso que de este
a rlo (ir i(> y obediencia de la Virgen, dependiese nuestra
Ir ;lauración. Como bellam ente escribe S. Bernardo, el m un­
do i'iilrro estaba interesado en la respuesta de la V irgen al
aii|.-i“l: "lícce o ffertu r tibi pretium salutis nostrae: statim
lllinabiinur, si consentís... Hoc totus mundus, tuis genibus
piovdliiUis, exspectat. Neo inm érito, quando ex ore pendet
iim salus universorum ” (66). Sto. Tom ás ve tam bién en
i l coiisriitim ien to de la V irgen la salvación de todo el gé-
iU'.!i l>r C. I V , M L 40. 655
mu i'iith rv h 12. 15. M G 33. 741.
H .ii !n l's. 44. 7. M G 55. 193.
Hitiii. 2 iii d o n n . B. M . V.. 3. M G 96. 728.
iit(,i IhMii. s i i p c r Misíius est. 4. 8. M I. 183. H3.
ñero hum ano: “ Consensus Beatae Virginis, qui per annun-
tiíitionem requircbíitur, actus singularis personao erat in
niultitudinis salutem redundans, imo totius humani gene-
ris” (67).
E fectivam en te el consentim iento de la V irgen a las
palabras del ángel no era una actitud m eram ente pasiva y
personal; era una adhesión firm e, absoluta y libre a la obra
del H ijo, que im plicaba en si misma un valor social en favor
de la humanidad, como lo im plicaba el mismo m isterio de
la encarnación. Si el Verbo tomó carne para ser D ios-R e-
dentor, M aria consintió en ser la M adre de este Redentor,
como ta l: “ Ideo, dice Pió X I, Christi M ater delecta est, ut
redim endi generis hum ani consors effic e re tu r” (68).

Un breve análisis de la escena de la Anunciación, des­


crita por S. Lucas nos con firm a en esta conclusión (69). El
mensaje angélico instruye a la V irgen sobre las cualidades
que va a tener el H ijo que concebirá por obra del Espí­
ritu Santo. Le vondrás por nombre Jesús. Será grande y se
llamará el H ijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trojio
de David su padre, y reinará sobre la casa de Jacob p o r los
siglos de los siglos, y su reino no tendrá fin (L e I, 31-33).
Todas estas expresiones del ángel son alusiones claras a
profecías mesiánicas del Antiguo Testam ento. (Véase prin-

<67) 3 S e n t . , dist . 3, 2. 3, s. 2. sol, 2. P a r e c id o p e n s a m ie n t o e n c o n t r a m o s en


S. A l i ) i : r t o M . : “ S c ir e d esicleram u.s q u id sui v e l d e su o in h a c o p e r a t io n e cu ni
D o m in o h a b u e r it (B . V ir g o ). E l d ic im u s q iio d d ú o ; c o n s e n s u m v id e lic e t h u m ilis
c a r it a t is e t fid e m in d u b it a t a m p r o m is s a e v e r i t a t i s " ( I n L e . I. 28). T a m b ié n S a n
liuK N A V K N TiiR A ; “ V ir g in is íe c u n d a t io f a c t a est, D e o e f f i c i e n i e e t V ir g in e c o n sen -
t io n t e ; u t r e p a r a t io la p s u i r e s p o n d e r e t ” d n L o . 1, 25, n. 40i. C o n c is a m e n te el
P . T o i.i:d o ; “ N o n e n im a lit e r v o lu it D e u s h o m o l i e r i p r o n o b is , q u a m B. V ir y in c
lib e r e c o n s e n t ie n t e ” ( I n L e . I. A n n o t. 112). I-o m is m o d ic e S.an P i:d k o C a n is io ;
•'H u ic tu n tu m a e t e r n a s a i)ie n t ia d e f e r r e v o lu U . ut n o n n is i illiu s a.‘^;;ensu a c c e d e n te ,
r e d e m p t io n is n o s t r a e m y s te r iu m in c h o a r e t u r . h o c e s t. u( s c ie n s e l volen.s illa íie r c t
m a t e r E n im a n u e lis " f D e M a r i a V. i i i c o m p a r d b i l i . ?,. 1),
(681 C a r t a a l C a r e l . B i n c t . A A S 25 (1933). HO.
(6 9 ) C f. T . G a t.i.tts , s . J.. /Irf " p r i v c i p i u n i y n d t r r i n h ' " r c d m ip t io n is tih ip c tira r.
en -'Divu.s T h o m a s P l . " 57 (1954). 230-261.
i'lliulincnlc Is 9, G, 7; 2 Sam 7, 12. 13; Sal 88, 29. 30. 37; 131,
II. Kz 34, 23-24; Is 49, 6; Dan 7, 13. 14, etc.).

I,;i Virgen entendió perfectam ente que el H ijo que iba


II i'DMCí'bir era el Mesías, que venia como Salvador al mun-
(lii, .Icsús. el Enmanuel de Isaías. Asi lo significó pocos días
Miii.s larde, cuando en su cántico de acción de gracias enco-
iiilii .singularmente la m isericordia de Dios para con los
lHiiiil)r(‘s y especialmente para con el pueblo escogido. Tom ó
su (impuro a Israel su siervo, acordándose de la viise-
iiftiKlid como lo hahia prom etido a nuestros padres, en Ja-
i'iir de Abrahün y de su posteridad para siempre (L e 1, 54).

esta m isericordia traía consigo el perdón de los pe-


niilo.s y por lo tanto nuestra liberación o rescate del poder
di' Sil tanas, lo podemos deducir del cántico de Zacarías,
piK'.s lio hemos de pensar que el conocim iento que el padre
ilrl Haulista tuvo de la naturaleza del Mesías, fuese m ayor
i|iir i'l (lue tenia la Virgen. Ahora bien, el Salvador que se
iiiiiiiicia on el Benedictus como ya presente en el mundo,
vli'iK' para obrar nuestra salvación (L e 1, 68), para que
///i/c.s' de nuestros enemigos sirvainos a Dios sin temor, en
,‘1111111(1(1(1 y justicia en su acatamiento toda nuestra vida
(vv. 74. 75), y para dar a su pueblo el con ocim iento de su
•inliid (’ii la remisión de sus pecados (v. 77). La m isericordia
(Ir Dios, es sin duda la misma de que habla la Virgen en el
l\lii(/iiijicat. Por otra parte tenemos que el ángel, hablando
mil.': Iiirdc a S. José del m isterio de la encarnación, le ex-
...... claram ente la naturaleza del H ijo que M aría ha con-
i i'l)l(U), explicando el alcance de su nom bre: Dará a luz un
lilli), (I (iuie?i pondrás por nombre Jesús; porque él salvará
(I su pueblo de sus pecados (M t 1, 21).

.SiibcMuos además que Cristo dio comienzo a su obra re ­


dentora en el prim er instante de su existencia, como lo dice
S. Pablo:
Al entrar en el m undo dice: S a crificio y ofrenda no qu i­
siste, pero me has form ado un cuerpo. Holocaustos y sacri­
ficios p o r los pecados no te agradaron. Entonces d ije : Heme
aqui presente, está escrito de m i en el volum en del libro;
quiero hacer, oh Dios, tu voluntad. Después de decir más
arriba que sacrificios y oblaciones y holocaustos por los p e ­
cados no quisiste, ni te han agradado, los cuales son o f r e ­
cidos según la ley, entonces ha dicho: He aqui que vengo
para hacer tu voluntad. Abroga lo primero, para que esté en
pie lo segundo. En virtu d de la cual voluntad somos san ti­
ficados mediante la oblación del cuerpo de Cristo una vez
para siempre (H e 10, 5-10).
El pensam iento de S. Pablo, basado en las palabras del
salmo 39, 7-9, es claro. El H ijo de Dios, tom ando nuestra n a ­
turaleza humana, abrogó los sacrificios, oblaciones y h o ­
locaustos por los pecados que prescribía la antigua ley. La
voluntad de Dios en la nueva es el sacrificio de su H ijo, que
para eso ha tom ado un cuerpo pasible y m ortal como el de
los demás hombres. Esta oblación y sacrificio del cuerpo de
Cristo es el m edio de que Dios se ha servido para nuestra
salud y santificación interna. L a V irgen con su f ia t aceptó
de buen grado el que ese cuerpo apto para el padecer y ser
victim a, que había de tom ar el Verbo, se form ase de su p ro ­
pia carne y sangre en sus purísimas entrañas y se unió de
todo corazón a todos los actos salvíficos de su H ijo (70).
¿Podremos afirm ar, según esto, que M aría, se unió ya
desde el m om ento de la encarnación a los futuros dolores y

(7 0 ) C f. C. D i l l e n s c h n e i d e r . C. SS. R ., L e m y s t é r e de n o i r e D a m e e t n o t r e
d é v o t i o n r n a r i a l e , P a r ís , 1961. p . 9 0; P S t r a t e r . S . J., Q u o ^ n o d o M a r i a l e s u m i n -
f a r i t e m t a m q u a m S a l v a t o r e m e t V i c t i m a m a g n o v e r i t , V D 26 (1948). 44-48.
lili I iiiiicnLos de Cristo en la pasión y en la cruz? (71). Si el
imiili.sls lilológico del texto solo nos lleva a adm itir el con-
■ifiiiiinlciito de M aría a la m aternidad de Cristo Redentor,
iiliiiíi consideraciones pueden ayudarnos a penetrar más
liondiinicntc en el sentido pleno, que por ventura pueda
iriicr el pasaje. E fectivam en te hemos de creer que la V irgen
i nlahii preparada por su conocim iento de las Sagradas Es-
( I lliini.s, (lue muestra en su cántico el M a gníficat, para en-
li iiilci |)('itectamente todo lo que encerraban las palabras
ilri En su retiro de N azaret rezaría con frecuencia,
niiiM) .solían hacerlo los israelitas piadosos, los salmos. Aho-
111 hlcn, nadie como ella penetraría todo el alcance de los
Miiliiio.s inosiánicos, concretam ente el del salmo 21, en el que
(•(in lí'Tinínos tan realistas se describen los sufrim ientos del
lili uro salvador. En el servicio religioso de las sinagogas se
li iiiii .sí'cciones de los profetas, entre los cuales el más co-
iHiculo (MU Isaías, como se desprende de las frecuentes citas
ijiii’ (le (M tenemos en el Nuevo Testam ento. A l escuchar la
lii(ilcci;i del siervo de Y avh é (c. 53), o al leerla y m editarla
iilrnhm ien te en su retiro de Nazaret, es de creer que la V ir-
|irii. in llena de gracia, la Inm aculada desde el prim er ins-
Ilililí' (le su concepción, gozaba de singulares ilustraciones
lid Ivspiritu Santo para penetrar su más hondo sentido (72).
No iiaroce, pues, infundada la opinión de aquellos auto-
M".. (|ii(' en el fía t de la V irgen ven ya un conocim iento por
lo menos global y una aceptación de los dolores y padeci-
n iin ilo de Cristo en su pasión. Así por ejem plo el P. A lfonso
.Miiliiirron: “ Est etiam m agnitudo anim i B. Virginis in his

i /l i S olH o e s te p r o b le m a p u e d e n v e r s e G . R o s c h in i, L a C o r r e d e n t r i c c . R i s p o s t a
•i f i
r lio i . S. J. al P . L e n n e r z , S. J. s ul la C o r r e d e n z i o n e , '‘ M a r ia n u m ’ ’ 51 Í1941),
iniMiui. ,1 M . BovER. s. J.. D e i p a r a e V i r g i n i s c o n s e n s u s . c o r r e d e m p t i o n i s a c m e -
h n i d a m c n U n n . M a d r id . 1942. p. 3 0: P - H . B o r z i . C. S S . R ., M a r i a l i o -
"< I '<<11 cdr n/plri.v. R o m a e . 1931. p. 45.
('1 ('. n)i-L[:NS('Tii:iDER. M a r i e au s e r r i c c de n o t r e R é d e m p i i o n . Ut47. p. 293.
vorbis d em on strata: noverat enim prudentissim a Virgo,
m atrem Messiae m agnis doloribus et torm entis, super om -
nes mulleres esse exponendam, qula non semel legerat In
prophetls, Crlstum flagellandum , conspuendum, cru clflgen -
dum et omnes F illi Inlurias in m atrem allquo modo detor-
quendas... Quae Beatisslm a Virgo, quae haec m inim e igno-
rabat, non potuit nisi ab excelso et constanti anim o d ic e re ;
Fiat m ih i secundum verbiim tuuvi (73).
Entre los autores modernos, por citar alguno, el P. Julio
Lebretón sugiere los mismos pensam ientos: Se pregunta:
¿Qué horizonte divisaba la Virgen un poco más lejos de este
inm ediato porvenir al pronunciar su fíat? Ella no lo dijo,
pero sin tem eridad se puede afirm ar que Dios, que la am a­
ba y la respetaba infin itam en te, no la puso, sin saberlo ella,
en el cam ino del calvario. A l p rofetizar Simeón, un año más
tarde, que una espada de dolor atravesarla su alma, no hizo
sin duda otra cosa que recordarla revelaciones más in t i­
m as” (74). León X I I I , en la Encíclica “ lucunda sem per” ,
insinúa el mismo pensam iento: “ In G etsem ani horto ubi
lesus pavet, m oeretque ad m ortem et in praetorio ubi fia -
gris caeditur, spinea corona compungitur, supplicio m ul-
ctatur, abest quidem M aría, talla vero iam diu habet cognita
et perspecta. Quum enim se Deo vel ancillam ad m atris
officiu m exhibuit, vel totam cum F ilio in tem plo de-
vovit, utroque ex facto iam tum consors cum eo exstitit
laboriosae pro humano genere expiationis, ex quo etiam in
acerbissimis F ilii angoribus et cruciamentis, m áxim e anim o
condoluisse dubitandum non est” (75).

(7 3 ) C o m m e n t . in Exmnq. l l i s l o r . T . J II . de I n j m i t U i et j m r r U i u [ ) . N . Truel.
¡X . E c c c a n c i l l a D o v i i v i . p. 93.
(7 4 ) L a V id a y d o c l r i v a de J c s u c r i s t d n u e s t r o S e ñ o r , M a d r id . 1952. p. lis .
(7r>) ASS 27 (1 8 9 3 - 9 5 ). 178.
Ivslu com paración de la V irgen con su H ijo en la obra de
iMic.sIra salud, que, como acabamos de ver, comenzó en el
iiioiiH'iito de la concepción virgin al de Cristo, continuó des-
piH'.s incesantem ente durante toda su vida, llegando a su
punto (uilminante en el calvario, m anifestándose después
lie la Ascensión del Señor a los cielos en la oración, que ele-
vu al cielo desde el cenáculo en unión con los Apóstoles y
(ll.'icipuios para im petrar la venida del Espiritu Santo sobre
hi naciente Iglesia y sigue ahora desde el cielo después de
Mil n'oiiosa asunción en cuerpo y alma.

l.a Constitución escoge algunos de los hechos de la in-


I a lie la de Cristo y de su vida pública, en los que se destaca
I IIII mus relieve esta coooperación de M aría. En prim er lu-
(i.ai la ('scena de la visitación de la Virgen a Sta. Isabel
d.i' I, 14-45). Claram ente atribuye el Evangelista a la pre-
■irnrla y saludo de la V irgen los efectos sobrenaturales
i|ii(' (Icscnibe; Tan pronto como Isabel oyó el saludo de
Milita, saltó el niño en su se?io, e Isabel quedó llena del
Kniiiiilu Santo (L e 1, 41). El h ijo que esperaba quedó santi-
lli'ado en el seno de su madre, como el ángel había reve-
lailo a Zacarías (L e 1, 15). La madre recibe tam bién ilus-
I I ai ioiu's singulares del mismo Espiritu, por las que conoce
1 I iin.siciio de la encarnación efectuado en el seno de M aría
V jiiochuna a esta bienaventurada por la fe en el cum ­
plim iento de las promesas hechas en favor de la salud del
iiiiindo. K1 P. A lfonso Salm erón sintetiza en estas breves
palabras el sentido de este pasaje: “ Tantum considera ac
perpcnde quantae virtutis cst B. Virginis sermo et oratio,
qui ceu instrumentum quoddam divinitatis rcplet Spiritu
Santo m atrem cum íoetu suo” (76). Y León X I I I en la E n­
cíclica “ Augustissimae V irgin is” , dice: “ Nec dubiis honoris
significationibus Unigenitus Dei Filius sanctissimam M a ­
trem est prosecutus. Nam et dum privatam in terris vitam
egit, ipsam adscivit utriusque prodigii adm inistram , quae
tum primum p a tr a v it: alterum gratiae, quo ad M ariae salu-
tationem exultavit iní'ans in útero Elisabeth” (77). Y en la
“ lucunda sem per” : “ loannes in útero m aterno sanctifica-
tur charism ate insigni, lectisque donis ad vias D om ini pa-
randas instruitur: haec tam en contingunt ex salutatione
Mariae, cognatam divino a ffla tu visentis” (78).

Sigue una breve alusión al m isterio del nacim iento de


Cristo en Belén y a la adoración de los pastores y de los
magos. Los ángeles anuncian a los pastores la venida al
mundo del Salvador: Os anuncio una gran alegría para
vosotros y para todo el pueblo, que os ha nacido hoy un
Salvador que es el Mesías Señor en la ciudad de David
(L e 2, 10. 11). Y que esta buena nueva era para todos los
hombres lo declaró aquel coro de voces angélicas, que a la ­
baban a Dios d icien d o: Gloria a Dios en las alturas y en la
tierra paz entre los hombres objeto de la divina benevo­
lencia (L e 2, 14). La alegría de la victoria del semen m u lie -
ris, Cristo, sobre Satanás afectaba a toda la humanidad.
A llí en la gruta los pastores encontraron al Salvador en
brazos de su M adre M aría, que se le ofrece para que le con­
tem plen y adoren. Lo mismo acaece con los magos, quienes
encuentran al niño con su madre María y cayendo de r o d i-

Í761 O p . c ií., p . 119,


(7 7 ) A S S 30 (1897-98), 129.
i78> C f- n. 75.
Hits /(' nfrexieron sus dones, oro, incienso y m irra (M t 2,
II lü).
Lü Virgen es tam bién la que les presenta al Niño en su
iríi,ii/,(), indicando que con ella y por ella habían conseguido
el n icu rn tro de aquel rey de los judíos por quien habían
pri'KUiitado en Jerusalén, que no era otro que el Mesías,
iii|U('l principe y dominador, que, según había predicho M i-
luiccria en Belén.
( 'onicntando el nacim iento de Cristo y relacionándolo
I iin el protoevangelío, escribía S. León M .: “ Quae n a tivivi-
ln;, Icinporalis illi n a tivita tí divinae et sem piternae nihíl
iiiiiiuit, nigil contulit, sed totam se reparando hom ini qui
i'iiil (i('('('i)tus im pendit; ut et m ortem vínceret, et diabo-
liiin, (|ui inortís habebat ímperium, sua vírtute destrueret...
<'.... . . quippe est de Spirítu Sancto íntra uterum m atrís
Viri'.liii.s, qui illum ita salva virgin itate edidit, quemadm o-
ilimi .salva virgin itate concepit” (76).
I.i) ini.smo insinúa León X I I I en la Encíclica “ lucunda
Mi'iripcr” : “ In lucem tándem editur Cristus, exspectatio gen-
liinii, i<x Virgine editu r; eiusque ad incunabula pastores et
inai’ l, priinitiae fidei, píe festinantes, In fa n tem inv e niunt
rIIIII María Matre eius" (80). Y Pío X I I en la Encíclica
MvnIk'í corporis” : “ Ipsa fuit, quae Christum Dominum,
iiiin in virgíneo grem io suo Ecclesíae Capitis dignítate
iinialuin edidit; eumque recens natum, iís qui primum ex
.liidacoium ethnicorum que gentibus adoraturi advenerant,
l ’ Miplu'lain, Regem, Sacerdotem que p orrexit” (81).
i':.;ta cooperación de la V irgen en la obra de nuestra sa­
lud, aparece aún con más claridad en el m isterio de la pu-
illlcacion de María. La oblación que en aquella ocasión
. ,' 11 l 'i ii s l x x v n i ad F i a r . ep. C o n »/ .. M L 54. 759.
■Hit (I II 'iTv
MH. A A S :{[) (19431. 247.
hizo de su H ijo como prim ogénito, tiene su parecido con
la que el mismo H ijo hizo a su entrada en el mundo, como
nos la describe la carta a los Hebreos (10, 5-10) y hemos
visto más arriba. Esta oblación precedía a la inm olación
sangrienta de la victim a, que había de hacerse en el G ól-
gota, y era, dice acertadam ente el P. Roschiní (82), como
el ofertorio de aquella gran Misa, que había de tener su
m om ento más solemne en la cruz (83).

Había, pues, entre aquella oblación y la de la cruz una


relación íntim a, que expresó Simeón en las palabras que d i­
rigió a la V irgen : Este está destinado para caída y levan­
tam ien to de muchos en Israel, y para ser un signo de c o n ­
tradición y a ti misma una espada te atravesará el corazón,
para que se revelen los pensamientos de muchos corazones
(Le. 2, 34-35). Estas palabras se dirigen exclusivam ente a
María, para indicar que ella sola, por un titulo único esta­
ba asociada al destino doloroso del Hijo, por ser colabora­
dora directa con Cristo en la redención. H ay tam bién una
alusión, al señalar a aquel niño como signo de contradic­
ción, a la enem istad y lucha predicha en el protoevangelío
entre Satanás y su descendencia por una parte y M aría
y su descendencia, Jesús, por otra. Esta lucha servirá para
distinguir la descendencia del demonio de la descendencia
de la Virgen, que encabeza Cristo y la form an todos sus
seguidores. Simeón predice a M aría que está llam ada a t e ­
ner una intim a comunicación y consorcio en los su frim ien ­
tos de Cristo en el calvario y esto en orden a la obra misma
redentora que Cristo llevaría a cabo con su muerte en la
cruz (83).

(M2) Vi>l. ¡ l . V 2Í»7.


(H:V> C f. R . G 'M iA ’ s. S. .1,. D e u '/rs» rcrb on u it Lv. 1’ . 1’ 5, vornnuiuc niDHienhi
m u r i o l o g i c o , B ib l. (1948). 220-239.
I':i último episodio de la in fan cia de Jesús en el que la
( '(Mi.sl II lición ve de algún modo la unión de la V irgen con su
lll|() cii la obra de nuestra salud, es la pérdida del Niño en
i'l li'm|)lo a los 12 años. Hace resaltar el dolor de los padres
Miii'lii y José, la ocupación del Niño durante aquellos dias
i'ii las cosas de su Padre, la oscuridad de las palabras de
Cii'ilo, cuyo alcance no com prendieron M aría y José y fi-
iiiilm ciilc la reflexión de la Madre, que conservaba m e-
ililiiliunda todas estas cosas en su corazón (L e 2, 51). Quiso
■li'Miis iMi esta ocasión poner de nuevo ante los ojos de la
VliKi'ii camino que habla de seguir en la ejecución de la
niIIII (le luiostra redención, que no era otro que el del dolor
V Miici Hi<'io, conform e a la voluntad de su Padre y en este
«iicriiicio había de tom ar ella parte muy principal, como lo
i'Mtlilla ya tomando en aquel episodio del templo.

A,si como el comienzo de los m ilagros del Verbo encar-


niiili) c'ii ('1 orden de la gracia, como fue la santificación del
lliiiiliNla on el seno de su madre y el conocim iento del mis-
li'iiii (le la Encarnación que recibió Isabel, llena del Espí-
illii Ha uto, tuvo lugar con la intervención directa de la
ViiM.' ! ' ; asi tam bién en la vida pública de Cristo el com ien-
/II lie sus m ilagros en el orden de la naturaleza, se debe
iiiiiiliicii u una intercesión directa de M aría. En las bodas de
Ciiiui (.Iti 2, 1-15), Jesús anticipa la hora de obrar milagros,
i'iiiivlrl Icndo el agua en vino, gracias a las preces de su ben-
iliiii Madre, que fueron como el vehículo de aquella prim era
iiiiiiilicsl,ación del poder de Cristo por la que manifestó su
tlhiiid 1/ sus discípulos creyeron en él (v. I I). Cualquiera que
'iiMi la liilcrprotación que se dé a las palabras que Cristo diri-
|iln a ai Madre, hay que adm itir que la expresión de M aría
I liiiini non habe.nt, encerraba de una m anera o de otra una
súplica, que fue la causa de que Jesús obrase el prodigio. Esto
suponen las palabras de la Constitución y las que antes Pió X I I
habia escrito en la Encíclica “ M ystici corporis” : “ Ac praete-
rea U nigena eius, eius m aternis precibus “ in Gana G a lilea e”
concedens m irabile signum patravit, quo, creüiderunt in
eum discipuli eius” (84).

En el decurso de la predicación de Cristo, añade la Cons­


titución, la V irgen recibió de su H ijo aquella enseñanza por
la que colocando su reino por encim a de los vínculos de la
carne y de la sangre, proclam aba bienaventurados a los que
escuchaban y ponían en práctica la palabra de Dios, como
lo habia hecho con toda fidelidad la V irgen (L e 2, 19. 51).
Alude la Constitución a la escena que nos describe S. Lucas
en 11, 27. 28. Una m ujer del pueblo, entusiasmada con la
predicación de Jesús exclam a: Dichoso el vientre que te
llevó y los pechos que te am am m itaron (v. 27). A lo que
contestó Jesús: Mas bien dichosos los que oyen la palabra
de Dios y la guardan (v. 28).
Dos glorias de la V irgen resaltan en este episodio; una
su m aternidad, otra su fid elid ad a los designios de Dios
anunciados por Jesús. Para esta m ujer del pueblo la g ra n ­
deza del H ijo repercute en la Madre. ¡Qué gloría para M a ­
ría haber llevado en su seno, nutrido y alim entado al H ijo
de Dios! L a respuesta de Jesús de índole general, es aplica­
ble singularm ente a M aría, som etida a la voluntad divina
desde el f ia t de la anunciación, hasta la aceptación dolorosa
del sacrificio de su H ijo en el calvario.
De esta suerte la V irgen en su peregrinación por este
mundo cam inó llen a de fe siempre fielm en te unida a su
H ijo hasta la Cruz, "ubi non síne divino consílío, dice la

(H4) AAS 35 (1943). 247.


( 'un,‘ I il,lición, stetit (Jn 19, 25) vehem enter cum U nigénito
nuil roiidoluit et sacrificio Eius se m aterno anim o sociavit,
vliilm u o de se genitae im m olationi am anter consentiens;
iir (Iciiuiin ab eodem Christo lesu in cruce m oriente uti
iiiiilcr (liscipulo, hisce verbis data est: Mulier, ecce filius
hius (.111 1<), 26. 27)” .
'l'(i(l;i.s las acciones de Cristo durante su vida en la tie-
I ni inl luyeron poderosam ente en la obra de nuestra salud,
peíII rsUi tuvo su Último com plem ento con la m uerte del
llriiiir i'u lu cruz. Este acto d efin itivo de nuestra redención,
i'iii iiiKi consecuencia lógica del prim er acto de la misma,
iiui' iiu' lu encarnación del Verbo en el seno de la Santísim a
ViiK' ii. Aliora bien, como la Virgen cooperó con su fía t a la
i'iiiiiu la en el mundo del redentor como tal, asi tam bién
i iKiprrd de una m anera directa a la consumación del sacri-
liriii n i la cruz. Esta cooperación y activa participación de
Miiiiii hi .sugiere suficientem ente el Evangelista cuando
lili !■ F.sidba ju n to a la cruz de Jesús su madre y la h e rm a -
mi i/c sil madre, María la de Cleofás y María la Magdalena
( II), ;!:)). Stahat iuxta crucem, no ciertam ente para prestar
iiiixilui liiunano alguno a su H ijo, lo cual era imposible, ni
inini aliviar con su presencia sus torm entos; sino más
lilrii liara testim oniar con su presencia que asi como le ha-
hiH (lado generosam ente la vida para salud de los hombres,
ii;ii laiiibién le ofrecía ahora a la m uerte al Eterno Padre
pilla el mismo fin.
Ai|ii('lla victim a que se ofrecía sobre el ara de la cruz,
i'iii ali',() suyo, era su H ijo. Aquella sangre que se derram aba
:.iiliir ('! inundo para pu rificarle de sus pecados, había m a-
1 lili 1(1 como de su fuente de su corazón y de sus purísimas
ciilianas. Pió X I I en la Encíclica “ M ystici corporis” , des-
iiiMillii iiiannificam onte este pensamiento. Dice así: “ Ipsa
(D eip ara) fuit, quae vel propriae, vel hereditariae labis ex-
pors, arctissime semper cum F ilio suo coniuiicta, oumdem
in GolgoLha, una cum m aternorum iurium m aternique am o-
ris sul holocausto, nova veluti Eva, pro ómnibus Adae fi-
liis, m iserando eius lapsu foedatis, A eterno P a tri ob tu lit;
ita quidem, ut quae corpore erat nostri Capitis m ater, spi-
ritu facta esset, ob novum etiam doloris gloriaeque titu -
lum, eius membrorum omnium m ater” (85). Y poco des­
pués: “ Ipsa denique immensos dolores suos fo rti fidentique
anim o tolerando, magis quam Cristi fideles omnes, vera
R egina m artyrum , adimplevit ea quae desunt passionuni
Christi... pro corpore eius, quod est Ecclesia Col. 1, 24) ac
mysticum C hristi corpus, e scisso Corde Servatoris nostri
natum (C f. O ff. Ssmi. Cordis in him no ad vesp.) eadem
m aterna cura impensaque caritate prosecuta est, quae in
cunabulis puerulum lesum lactantem refo vit atque nu-
tr iv it” (86).
El mismo pensam iento había desarrollado antes
León X I I I en la Encíclica “ lucunda sem per” : “ Ceterum,
praesente ipsa et spectante, divinum illud sacrificium erat
conficiendum , cui victim am de se generosa aluerat; quod
in eisdem m ysteriis postremum flebiliusque obversatur:
stabat iiLXta criicem lesu Maria M a ter eius, quae tacta in
nos caritate immensa ut suscíperet filios, Filíum suum ultro
obtulit iustitíae divínae, cum eo comm oríens corde, doloris
gladio tran sfixa” (87).
In tim am en te unida a esta presencia y compasión de la
V irgen en el Calvario, está la doctrina de su m aternidad
espiritual, a la que alude la Constitución en varios pasajes
(nn. 43, 54, 60, 62, 63 y 69) y en este que comentam os con

(851 A A S nr> (lí)4 3 l, 2’17-2-IB.


(»G ) /f5.
(H7» C f. n. 75.
Iii clin (io ,Tn 19, 25-27. Esta m aternidad tiene su principio
V como más arriba hemos indicado, en el j ia t de la
AimticiiU'ión, pero obtuvo su plena realización en el calva-
I lii l,a Virgen, m ediante su compasión con el Redentor cla-
vikIo en hi cruz y la oblación voluntaria que hizo de la vida
lie ;;ii Hijo, quedó constituida por este nuevo título, madre
r'ipii II u;il de toda la humanidad. El mismo Cristo en las
luiliihriis a su M adre: M u jer, ahí tienes a tu hijo, y a
fl .liiiiii: ahí tienes a tu madre, nos dejó en la persona
ili' ,M. Juan este precioso legado. D ejando a un lado las dis-
i ii.sioncs que sobre este texto existen entre los com enta-
I i'ilii.s y ateniéndonos al m agisterio de la Iglesia, claram ente
c'X|ii('.s;ido por los Romanos Pontífices, como veremos, ju z-
niiiiui.s (lue la persona de S. Juan representa a todo el gé-
iiiTo luunano, no en un sentido m eram ente acom odaticio,
i'unio ((lúcren algunos, sino en un sentido intentado por el
iiil'tnio ('rlsto al pronunciarlas, ya sea este sentido típico, ya
IIIn a l pleno, ya sim plem ente literal directo.
I.o.s textos pontificios que se pueden aducir son nume-
Mi’io.s. Nos contentarem os con algunos pocos de los más
ilM.iiilIcativos. Benedicto X IV en la Bula “ Gloriosae D om i­
nar" (iice: “ Catholica Ecclesia, Sancti Spiritus m agisterio
riliKia, ('adem (V irgin em ) tamquam am antissim am m a ­
lí nii. extrem a Sponsi sui m orientis voce sibi relictam , filia -
llM pictatls affectu prosequi sudiosissime semper professa
i'.Hl" (HH). p ío V I I I en la Bula “ Praesentissimus” : Ipsa enim
m alcr tiostra, m ater píetatís et gratiae, m ater m íserícor-
diai', cui nos tradídít Christus ín cruce m oriturus” (89). Con
iiia.s clariíiad aún León X I I I , en la Encíclica “ Octobrí m en-
■ic": "raU'in denique se dtedit ipsa (V irg o ) quae eam in -

H iilla n in n R o m . 2.
Ih íi, 11K¡
m ensi laboris hereditatem , a m oriente F ilio relictam , m agno
com plexa animo, m aterna in omnes o ffic ia confestim coepit
impendere. Tam carae m isericordiae consilium in M aria di-
vinitus institutum et Christi testam enti ratum, inde ab
in itio Sancti Apostoli... senserunt” (90). Y en la Encíclica
“ Adiu tricem populi” dice term inan tem ente: “ In Joanne
autem, quod perpetuo sensit Ecclesia, designavit Christus
personam generis hum ani” (91). Lo mismo en la Encíclica
“ Augustissimae V irg in is” ; “ Cum (Christus) supremo vitae
suae publicae tempus novum conderet testamentum , divino
sanguine obsignandum. Eamdem dilecto A postelo com m i-
sit, verbis illis dulcissimis; Ecce m a te r tua” (92).
De Pío X I podríam os aducir varios testim onios (93). Nos
contentarem os con lo que escribió en la Epístola “ Séptim o
abeunte saeculo” : “ M aria V irgo sub cruce N ati omnium
hom inum m ater constituta, pie sollem niterque recoli-
tu r” (94). La misma doctrina expuso, como vimos. Pío X I I
en la Encíclica “ M ystíci corporis” : “ Ita quidem, ut quae
corpore erat nostri Capitis mater, spiritu fa cta esset, ob
novum etiam doloris gloríaeque titulum, Eius m em brorum
omnium m ater” (95).
Esta doctrina de la m aternidad espiritual de M aria está
contenida im plícitam ente en el paralelism o Eva-M aría, ya
que, como hemos visto, los escritores antiguos contraponían
a Eva, causa de la muerte, a M aría causa de la vida y por
esta razón muchos de ellos le aplicaron el título de m ater
v iventium en el orden de la vida sobrenatural. Lo mismo
digamos de los numerosos testim onios en los que se llam a a

190) A 8 S 24 (1891-92), 196


(9 1 ) A S S 28 (1895-96), 130.
(9 2 ) A S S 30 (1897-98), 129
(9 3 ) C f. l u í . a p o s t . " E x p l o r a i a re s e s t ” , A S S 15 (1923). 1 0 4 s.; E n e . “ Q u a d
prim an", A A S 17 (1925). 604; E p is t " S a e c u l o r i u n m n x q u i n t u m " A A S 23 (1931), 10.
(9 4 ) A A S 25 (1933). 435.
(9 5 ) C f. n. 84.
Iii Virgen, M adre de los miembros del cuerpo m ístico de
Cristo (96). Pero de esta m aternidad espiritual de la V irgen
liahhi la Constitución con más am plitud en otro apartado,
(inr c;ie fuera del que se me ha encomendado.
Después de la m uerte de Cristo y de su Ascensión a los
ciclos, la prim era efusión del Espíritu Santo sobre la Ig le -
iihi. lio se obró sin la cooperación de la Virgen. S. Lucas en
liiM Hechos (1, 14) describe cómo los discípulos perseveraban
hxhis ellos en la oración, con algunas mujeres y María, la
Miiilrr de Jesús. León X I I I en la Encíclica “ lucunda sem-
pi'i ", que parece han tenido ante la vista los redactores de
i'Nlii |)iute de la Constitución, dice a propósito de este pa-
Mtijc: “ Quoniam vero hum anae redem ptionis sacramentum
non ;inte perfectum erit quam promissus a Christo Spiritus
ilniu'liis advenerit, ipsam idcirco in m em ori Coenaculo con-
icniplamus, ubi simul cum Apostolis pro eisque postulans
inciüirrabili gem itu, eiusdem P a ra cliti am plitudinem m a-
lunil Kcclesiae, supremum Cristi donum, thesaurum nullo
Icmpoi'o defecturum ” (97).
Y Pió X I I en la Encíclica “ M ystici corporis” , con más
rmici.sión expresa la misma doctrina: “ Ipsa fuit, quae va -
Ihlis.siiiii.s suis precibus im petravit, ut D ivin i Redem ptoris
Mpiritu.s, iam in cruce datus, recens ortae Ecclesiae prodi-
k I:i III)iik muneribus Pentecostes die con ferretu r” (98).
l''in;ilmente la Constitución, trayendo de nuevo a la m e-
iiiiii la el dogma de la Inm aculada Concepción de M aría, de-
iinulo |)or Pío I X en la Bula “ In efa b ilis” (99), nos presenta
II María, después de su Asunción en cuerpo y alm a a los
( leio.s, definida por P ío X I I en la Constitución Apostólica
iiMH c i C, D i i . i . e n s c h n e i d e r . C. SS, R . L e viystére de notre-D am e. c. VI La
•i i r i n i i f s p i r i t u v l l e U7iiverselle de n o í r e - D a y n c , 160-194.
' , I A S S '11 (18941, 179.
■■'li' A A S ¡i'-) (1943). 247.
-t-n A v ia P i í I X . /. p. 616.
“ M unificentissim us Deus” (100), exaltada como R eina del
universo en la Encíclica “ Ad coeli R egin am ” (101), para
que de esta suerte se pareciese más a su H ijo, Señor de los
que dom inan (A p 19, 16) y vencedor del pecado y de la
muerte.
L a V irgen por lo tanto, entronizada como Reina al lado
de su H ijo, sigue ahora en el cielo interesándose por la sa­
lud espiritual de los hijos que Jesús le encomendó en la
cruz. P ío X I I recuerda a este propósito en su Encíclica las
hermosas palabras con que Pío I X en la Bula “ In effa b ilis
Deus” desarrolla este pensam iento: “ M aternum sane ge-
rens animum nostraeque salutis negotia tractans, de u ni­
verso humano genere est sollicita, coeli terraeque R egina a
Dom ino constituta, ac super omnes Angelorum choros
Sanctorumque Coelitum ordines exaltata, adstans a dexte-
ris u nigeniti F ilii sui Dom ini Nostri lesu Christi, m aternis
suis precibus validissim e im petrat, et quod quaerit invenit,
ac fru strar! non potest” (102).

(100) A A S 42 (1960) 753-771.


(101) A A S 46 (1954) 633-636.
(1021 A c t a P i i J X . 1. p. 618
Í,UGAI{ ÜK LA M \ rj()lA )(;iA
i,\
TKOI.OGIA CA'l’Ol.lCA.
I I K i A R DE L A M A R IO LO G IA EN L A
TEOLOGIA CA TO LI CA

por el R. P. M a r c e l ia n o L l a m e r a , O. P.

I N T R O D U C C I O N (*)

l,¡i li'cha de 29 de octubre de 1963 será célebre en la


hi ,l()i i:i de la M ariología. Ese día el Concilio Vaticano I I
■II' pronunció sobre la siguiente cuestión: “ Place a los P a -
(liiv, (lue el esquema sobre la B ienaventurada M aría Virgen,
M 11(1I I ' de la Iglesia, se adapte de tal modo que form e el
VI del Esquema Do Ecclesia” ? De los 2.193 Padres,

i'i NCITA BIBLIOGRAFICA

Aim\m\. .1, A . S. 1 .; D e q u a c s i i o n c m a r i c t l i i n h o d i e r n a v i t a E c c le s t a e . R o m a , 1964.


f ilm lititigia y le(i lo( ;i( i, en M a r i o l o g í a (??i t o r n o a l C o n c i l i o , E st. M a r . 26 dOBfi)
I 11?
A i'iir ..., J M .. C. M , F. ; P e r s p e c t i v a s n i a r i o l ó g i c a s de h o y y ü c m a ñ a n a , E j)h . M a r .
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i>i'i 'v r , F . s. T .; P oñ tion et strjictu re d u t r a i t é m a r i a l e . B u ll. S o c, F r . E t. M a r . 2
' 1 l,
I ' i i r gi i N, R. : La question m ariale. P a r ís . 1963.
votaron a fa vo r de la inserción 1.114 y en contra 1.074. Un
conocido com entarista observa; “ La asamblea que vota o r­
dinariam ente el pla cel por más del 90 por 100, se encontraba
dividida, por prim era vez, en dos partes casi iguales como
por una espada de doble í'ilo. Esta ruptura de la u nanim i­
dad a propósito de Aquella a quien el esquema se com pla­
cía en llam ar Madre de la Unidad causó una especie de
consternación cuyo eco se expandió am pliam ente” (1).
¿Tan im portante es el lugar de exposición de la doctrina
m ariana como para m otivar una contraposición tan grave
de criterios en un Concilio ecuménico? No por cierto. El
encuadram iento de la m ariologia tiene su im portancia;
pero lo que dividia al Concilio no era el lugar, sino la doc­
trin a misma m ariana, en cuanto podía quedar condiciona­
da por el lugar. Se daba el caso curioso de que los em pe­
ñados en cam biarlo (esto es, en que no lo tuviera especial,
sino el común de la Iglesia) eran los que negaban trascen­
dencia al cambio. Demasiada ingenuidad. Pero no era p re­
cisam ente el cauce, sino el agua, lo que contraponía los
L fb o n , J. ; L ' v l a b o r a l U m d 'u ii t r a i t e t h é o l o ^ i q v e de M a r i o l o g i c e s t - c l l c po sib le? .
J o u rn é e s S a c e r d o L a ie s M a r ia lo s . U ln a n t , 1952. p. 15 ss.
M OURAUX. A .; Q u e ll e s s o n t les c o i i d i t U m s de la v a l c u r d ' u n t r a i t e t h é o l o y i q u e de
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T i i o m a s . J. ; Q u e ll e est la v i e i l l e u r e s í r n c t u r e i n t e r n e d ' u n t r a i t e t h é o l o g i q u e de
m a r i o l o g i e ? . Jou rn ée.s S a c. M a r . D in a n t. 1952. 113 s.s.
W A iK FN B A fH , A . P ., J. A . C-\ N o v i c o n a t u s c i r c a m a r i o l o g i a n i , M a r ía n u in 12 (1950',
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V o M .K R T . c . , S . l. : L a e s t r u c t u r a c i e i i i i f i c a de l a m a r i o l o g i a . en C a r o l , M a r i o l o -
giu , B .A .C .. M a d r id . 1964. pp. 402-430.
(1 ) R . L a i i r k n t i n . L a V i e r g c a u C o n c i l i e . P u r is , 1965, p. 16.
pareceres. Era simple y claram ente que la fá cil cesión en la
cuestión del lugar, podia com prom eter la concepción y v a ­
loración misma del m isterio mariano. Y es que desde hacia
años, una nueva teoria m ariológica llam ada eclesiotipismo,
t rataba de explicar a la V irgen por el módulo de la Iglesia
imponiendo a los m isterios m arianos unas delim itaciones
rclesiales que no le van, porque las trasciende incom para-
l)lemente. Porque la V irgen pertenece ciertam ente, a su
modo, a la Iglesia; pero es a la vez M adre de Dios y Madre
de la misma Iglesia (2). El Congreso M ariológico In tern a cio­
nal de Lourdes, celebrado el año 1958, sobre el tem a María
1/ 1(1 Iglesia, había demostrado la tensa oposición entre estos
nuevos m ariólogos eclesiotipistas y los llamados por ellos
rristotipistas (3). El Secretario de la Sociedad M ariológica
española, escribía al presentar los trabajos de nuestros co-
Icuas: “ Hubimos de lam entar la discrepancia de varios au-
lor('s, cuyo deplorable m inim ism o los m antiene en una pos­
tura que no acertam os cómo pueda concillarse ni con re ­
petidas y claras enseñanzas de los Romanos Pon tífices ni
con las más legitim as y seguras conclusiones de la teolo-
Kia" (4).
l,a disensión de Lourdes preparaba la de Roma. La del
Congreso explica la del Concilio. Si hubo discordia sobre
el lugar del esquema m ariano conciliar fue porque lo habia
•,ohn' el lugar de M aría en la econom ía cristiana y el de la
niariología en la teología católica. Por los días de la célebre
votación, las críticas contra el m ovim iento m ariológico y la
literatura teológica que lo representaba, habían hecho ex­
plosión en el libro de Laurentin La question viariale. La

( Mr . M. o. i>. La V ir g e n , en el C o n v ilio V a íífu n o II. T c o l. E sp. 9


. p I!):? ss.
I II <’ l ■•EpluíMicriüt's M a r io lo g ic a c ” (1951H. p.
iii 'E s tu d io s M a r ia n o s ” , 2ü (1959), p. V i l .
intención conciliar clol libro es confesión explícita del mismo
autor (5). El antim ovim iento m ariano pretendía au tori­
zarse en una actitud restrictiva, si no regresiva, del m is­
m ísimo Concilio. Seria el único recurso para contrapesar
el peso enorme de las encíclicas marianas.
Pero no hacemos historia conciliar. Es la m otivación de
nuestro tem a la que nos entretiene. Y esta m otivación (de
la que el caso conciliar es el caso m ayor) está en la critica
a que se hallaba y se h alla som etida la m ariologia moderna.
¿Qué se alega contra ella, que haga a nuestro propósito?
La acusación principal que afecta a la m ariologia misma
es de excesiva especialización, autonomía e mdependencia
que la desliga y extraña de la teología. Con su peculiar
estilo fiscal lo dice asi Lau ren tin:

‘ II s’a g il seulenu’nt de m anifestor l ’existence d ’un problémo


dont les mariologues se doivent d ’étre conscients. Un fossé s’est-
creusé enlre théologie et m ariologie. C ette derniere s’est déve-
lopée, considérablem ent en vase dos. II existe finalem ent entre
ces deux disciplines tant d'ignoranne reciproque, de divergences,
ct parfois d'ho.stilité, qu’on éi)rouvcrai( le líesoin d'une .sorte
d ’oecuméuisine ad intia. Certes, il iie s'agit ¡>as de m ettre en
(lueslion la commune adhesión au dogme calholique, qui est,
sans reserve de p art el d'autre. Mais i)sych<jIogiqiiement, les oi>-
liques, les m entalités, les inéthodes, le langage et les doctrines
rec’us, sont si d ifféren ts qu'il n ’est pas sensiblenient moins dif-
l'icile d’établir un vrai dialogue entre ces catholiques aux opti-
ques dlvei’ses, qu'eulre thcologiens de oonfessious différentes,
luie des difl'icullés étant i ’espéce de désintérét dans lequel trop
de théologiens reléguent la m ariologie.” (G).

En su estructura se la critica de cristotipista, es decir, de

Í5 ) " J ’ a í le s e n t im e n t d e d e v o ir á l ’ E g lis e c e t e f f o r t d e v é r it é d ’ a u t a n t q u ’ un
schf^nia m a r ia l e s t a u p r o g r a m m e d e V a t ic a n I I . ” (p . 12.)
(6 ) L a q u e s t i o n m a r i a b l e , p. 35.
darnos una V irgen demasiado parecida a Cristo, su Hi.io, y
demasiado poco parecida a la Iglesia.
£?í su método, se la inculpa de especulativis?no, es decir
de fa lta de fundam entación positiva (bíblica, litúrgica, p a ­
trística, h istórica); de propensión dialéctica y racionalista;
de afán m aximalista.
La respuesta fá cil a estas denuncias seria la de; /;jeor
eres t ú ! ; o la de señalar las m anchas en los ojos que las
ven. Denunciar a los denunciantes. Asi, en la acusación de
l:i m ariología como tratado teológico peculiar, se podría de-
im nciar el prejuicio an ticien tífico de los acusadores, no sólo
contra la m ariología, sino contra la teología que ellos tie n ­
den a reducir a una historia sagrada o a una glosa bíblica
interlineal. En la denuncia del cristotipísmo, se podría d e­
latar un eclesiotipismo unilateral y sistemático, que des­
naturaliza el m isterio m aríano. En la denuncia de especu-
lativismo, se podría descubrir como inspiración un p ositi­
vismo que adolece de literalism o, de historícism o, de agnos-
l icismo antírracional y antím etafisico, de antíescolasticísmo.
cl.i’étera. Y a fe que para cada inculpación cabria acotar
Icxlos de los denunciantes (7).
Pero este procedim iento de defensa, que excusa acusan­
do, tiene poca garantía de equidad y no satisface las exí-
I', encías de la verdad que son aquí las de la medida. ¿No
podría ocurrir que los dos pliegos contrapuestos de cargos
lucran verdaderos? Lo serían los cargos, no los descargos.
1,0 peor en este pleito ha sido la anim osidad y la exagera­
ción. Lo m ejor será que no sigamos exagerando contra los
(li'inás y que todos entrem os sinceram ente en cuenta con
nosotros mismos. Aunque, gracias a Dios, no se hayan de

(.1 Cl . J. A. Df A i . d a ma , S. i.. De (¡uaeslíoiic m u r ia l i. 19G4; Id.; M ario-


¡''HHt II Iro lo g ia en M a riología en I o n i o al C o n c i l i o . E.st. M a r . 26 il!)():)i
reconocer extremismos sistemáticos, podremos reconocer pro­
pensiones que deban ser m ejor moderadas. Con esta actitud,
se logrará no sólo un equilibrio, sino una suma y una arm o­
nización de valores. La teología positiva es muy buena; la
especulativa muy buena tam bién; la positivo-especulativa,
la m ejor y hasta la única verdadera.
Con este espiritu sereno y comprensivo, quisiéramos re ­
visar hoy el problem a que nos incum be: el de la debida
localización teológica de la m ariologia. No vamos a d e fe n ­
der a la m ariologia actual de la denuncia de dislocación que
pesa sobre ella. Vamos a estudiar con serena objetividad,
cuál es el lugar que le corresponde a la m ariologia en la
teología católica. La denuncia no es el objeto, sino la oca­
sión de nuestro estudio.

L E l p r o b l e m a y l a s t e n t a t iv a s d e s o l u c ió n

La vida y la historia preceden a sus teorizaciones. La


V irgen tuvo siempre en la Iglesia un puesto de honor como
correspondía al que tiene en la revelación divina y en la
historia de la salvación. Pero la V irgen pasó por las m an i­
festaciones todas de la vida de la Iglesia antes de ser estu­
diada cien tíficam en te en tratados estrictam ente teológicos.
Estos fueron precedidos por las catequesis, las festividades,
las hom ilías, los sermones, los tratados apologéticos, las
declaraciones conciliares, los Mariales, Laudes, Himnos, e t­
cétera. Con los grandes escolásticos, especialm ente con San­
to Tomás, se inician las cuestiones estrictam ente teológicas,
De Beata Virgine, que se van desarrollando orgánicam ente
hasta constituir una teología m ariana integral. La ocasión
lugar de estas disquisiciones teológicas m arianas era el
V i‘ l
'VniUido De Verbo Incarnato. Santo Tom ás ju stifica así en
l;i Suma (8) sus cuestiones marianas. “ A l considerar lo que
el H ijo de Dios Encarnado hizo y padeció en la naturaleza
liumana, consideraremos prim eram ente su entrada en el
mundo... y en ésta, prim ero su concepción... y respecto de
i'.sta, y en prim er térm ino, procede alguna consideración
¡icíMca de la madre que lo concibió... esto es: de su santi-
(liut, de su virginidad, de su desposorio, del anuncio de su
m iiternidad” . Quedaba claro para siempre, que en conside-
üición al H ijo, la teología debia considerar tam bién a su
Madre. Y así, y en esa dependencia, lo fue haciendo duran-
li' varios siglos. A l parecer, fue Suárez el prim ero en pro­
yectar y ensayar un tratado m ariológico desligado del De
Verbo In ca rna to (9), aunque luego lo incorporó refundido
V m ejorado en su gran tratado De mysteriis vitae Christi.
l':i desarrollo alcanzado por la teología m ariana en la obra
(le Stiárez, explica y ju stifica el hecho de la “ separación” de
los tratados m ariológicos que se consuma en el siglo X V I I
(10). Fue el resultado de una feliz y natural evolución. Un
hecho cien tífico totalm ente legitim o e irreversible m al que
li'.s pese a ciertos críticos de esta hora, cuya actitud les
rxpone a ser reprochados de regresivos. L a adultez en la
m ariologia como en todo lo que es capaz de ella, es desen­
volvim iento natural no desnaturalización. No tiene por qué
•ser menos teología la m ariologia por ir en tratado o en v o ­
lumen propio (11). La m ariologia no puede no ser teología.
Otras son las exigencias indispensables.

IMI ;í . q, 27. p r o l .
(!») C f . D e A i -d a m a . 1u « . ci t . p. 26.
(11)1 P lá c id o N i o i d o p a r e c e s er. se^iún D e A ld a in a . e l p r im e r o en u s a r e l té r m in o
en su o b ra . S i n n m a S ü c r a e M a r i o l i m i a e . 1002 i C f 1. c it, p ü.
lili Cf r D i: D e q u a e n t i o n e m i i r i a l t . {). f)tí.
Sentido del problema.

Muchas veces no se concuerda en las soluciones porque


no se concuerda previam ente en el sentido de los problemas.
¿Cuál es el del lugar de la m ariología en la teología? La
duda podría versar sobre la pertenencia misma de la m a rio­
logía a la teología. ¿Le corresponde un lugar al estudio de
la V irgen en la teología cristiana? ¿Es la Virgen sujeto te o ­
lógico, es decir, objeto y m isterio que deba ser investigado
por la teología?
A l problem a así entendido es unánime la respuesta a fir ­
m ativa de los teólogos católicos. M aría es la introductora
de Dios en la historia del género humano. Es la M adre de
Dios humanado. Y esta m aternidad divina hace de M aría
el punto de convergencia y de encuentro entre Dios y la
humanidad. L a hace Dadora de Dios. Por eso el D on de
Dios, que es el m isterio cristiano, es inexplicable sin M aría.
A su vez, M aría sólo es explicable a la luz de su m aternidad.
A la luz del Verbo de Dios que se le da como H ijo, para d á r­
senos a todos como divinizador. La m aternidad divina v in ­
cula a M aría con Cristo en la universalidad de su misterio,
en el tiem po y en la eternidad. Por eso observa muy bien
P h ilip s : “ La doctrina sagrada no sería com pleta ni guarda­
ría su equilibrio sintético si recusara considerar la vía con ­
creta por la que llegó hasta el género humano la unión
deifica. El cam ino m ariano no es un desvio. Sin el dogm a
de la V irgen M adre, la revelación perdería el punto y el
instante de su inserción en la humanidad. El Verbo se
encarna tan realm ente, que en la estirpe pecadora selec­
cionó a una m ujer sin pecado, la cual fue verdaderísim a-
m ente su madre. La m ariología, por tanto, demuestra irre-
i u.siil))einente su derecho teológico, por su índole teocén-
l i i(!u y cristocéntrica, por su dimensión histórica y trans-
liistórica, por su carácter sintético y eclesial” (12).
Mas si a la V irgen le corresponde un lugar en la teolo-
M.iii ¿cuál es ese lugar? ¿Dónde ha de estudiar la teología
(1 ini.slerio de M aría? Esta pregunta que expresa el sentido
lui'ci.so del problema, supone que, en derredor del m isterio
iliviiio que se nos revc,a en C risto; en derredor, diríamos,
ilrl .sol de la teología, hay m últiples submisterios o m isterios
fuil(élites, dependientes todos, en diverso grado, del m isterio
i i'iilral, interdependientes y arm onizados entre sí y orde-
n:uUanente situados en el sistem a explicativo o teológico
(Ir la revelación solar de la teología. ¿Cuál es el que le co-
iicsponde a la V irgen Madre?
Son varias las soluciones indicables que recordamos a
I (liliUuiación, sin enjuiciarlas de momento.

1.' Un tratado peculiar. Es el procedim iento prevalen-


Ic, aunque fue, como vimos, el últim o en ensayarse. Ta m -
liu n vimos ya que este procedim iento es criticado hoy acer-
hiiiiu'iitc por im grupo de teólogos que le acusan de auto-
iKiniKstno o aislacionism o teológico. A l juicio de estos c rí­
neos la m ariología actual seria algo así como im islote
i(li lim en te incom im icado del continente de la teología, des­
vinculado por tanto, según ellos, del m isterio central que
(■:; ('I niisterio de Dios y de Cristo.

Desintegración y distribución de la problem ática


IIIuriana. Los patrocinadores de esta solución, sugieren que
l:is cuestiones m arianas habrían de ser estudiadas, según

'I i j . p i r n . i p s . Di? m a r i o l o g í a i n c o n t c x l u h n d iern a e theolog ia e. En De M a rio -


.7 n c c i i m e n i s m o . R o m a . 19G2. p . 19-20,
su dependiencia o afinidad, en los diversos tratados teoló­
gicos correspondientes (13). Por ejem plo:
— la m aternidad de M aría en el tratado del Verbo E n­
carnado,
— la concepción inm aculada de M aria en el tratado del
pecado original.
— la gracia de M aria en el tratado de la gracia de
Cristo.
— la asunción en la escatologia.
Con este criterio, la m ayoría de los temas m arianos
coincidirían con los cristológicos. Por eso muchos gen era­
lizan como única esta solución cristológica.

3.-' In teg ra ció n de la Mariología en la Cristologla. Es­


te encuadram iento se propugna de diversas maneras.

a) Como enclave m ariológico, com pacto y unitario den­


tro de la teología de Cristo a im itación de Santo Tom ás y
de otros grandes doctores escolásticos, aunque con la am ­
pliación tem ática que reclam a la m ariología moderna. La
ten tativa de Suárez seria el prim er gran m odelo de este
método.

b) Como subtratado dependiente y paralelo al del V e r­


bo Encarnado, planteando y resolviendo las cuestiones m a-
riológicas a continuación y a la luz o analogía de las cristo-
lógicas (14).

c) Como subtratado en parte simultáneo o aunado y


en parte adicional al de Cristo. Se estudiaría aunadam ente
la predestinación inseparable de Jesús y de Maria. El resto

(1 3 ) CT. B o n n íc h o n . lu ^ a r c it a d o e n n u e s tr a N o t a h i h J x o q r á j U ' a .
(1 4 ) C f. M . C u e r v o , O . P ., I n t r o d u c c i ó n g e n e r a } a l T r a t a d o d e l V o r b o E iir a r -
n a d o . S u m a b ilin g ü e , to m , X I B A C M a d r id . 1960. p, 10-11. C í. R i'rn .^ k d y P iin / i-
PON. o . p ., la y a r e s c it a d o s f*n N o t a b i h U o c / r á f i c a .
ele los temas m arianos se pospondría luego agrupadam ente,
(■11 fiel paralelism o ideológico (15).

4.“ In teg ra ció n de la mariologla en la eclesiología. En


(\sta línea se sitúa el m oderno eclesiotipismo. María, rea li-
'/ución personal perfecta de la Iglesia, es su culminación,
■su figu ra y su tipo y modelo. Ha de ser estudiada, por tanto,
en el ám bito del m isterio eclesial (16). Esta inm ersión de
María en la Iglesia complace a los herm anos disidentes.
Moehler advierte que “ esta m ariología está en la línea de la
If'lesia in d ivisa” (17).
Lo aceptable o inaceptable— a nuestro ju icio— de estas
I cntativas se verá por la que nosotros vamos a razonar. Lo
liaremos muy concisam ente en unos principios o presu­
puestos y en unas conclusiones resultantes.

2. PRESUPUESTOS DE SOLUCION.

Prim er presupuesto: El lugar de M a ría en la teología es


i'l correspondiente al que Dios le asignó en el plan o eco-
n.oinía de la Encarnación rederitora, que nos es conocido
lior la misma revelación.
Teología y revelación. La teología es ciencia explicativa
(!(' la revelación que Dios nos ha hecho de sí mismo, y co­
mo tal, enteram ente dependiente, en su función form al, de
l;i misma revelación. Sólo Dios se sabe a sí mismo. Nosotros
solo podemos saber de El lo que se haya dignado revelarnos,
ni saber más y m ejor sino entendiendo m ejor su revela-

(IT)) cr. J. 'nioMAs. liig-, r i L en lu iostra híh liográ fica .


(K ;i D e este p a r ec e r eR C h . J o u u n k t . L ’E g lise d u Verhe in v a rn é , 2. p. 393.
1.( 1 Vir r( /{^ a u c o r n r d e V E cjllsc en " N o v a e í v e t e r a ” . 25 i l 9 5 0 ) |i. ^í),
(17) M fn ta H d a d m oderna y fíp a u f/ fH h a ción . H erdor. B aicelcm u , 19G4, p. 23a,
ción. Hace al caso la reflexión de Juan: “ La gracia y la
verdad vino por Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás. Dios
U nigénito que está en el seno del Padre, ése nos lo ha dado
a conocer” (Jn. 1, 17-18) Pablo, a su vez, nos habla de una
sabiduría “ divina, misteriosa, escondida que no es de este
siglo” , porque “ las cosas de Dios nadie las conoce sino el
Espíritu de Dios” . Este Espíritu que “ todo lo escudriña, has­
ta las profundidades de Dios” es el que nos ha revelado la
verdad de Dios (1 Cor. 2, 7, 10). La teología que se nutre de
esta sabiduría revelada, deja de serlo en cuanto deja de ser
conocim iento de lo revelado por Dios a la luz de la m ism a
revelación. Y por eso mismo, tanto es más perfecta cuanto
más hondam ente penetra en los m isterios revelados. L a
teología, en resumen, es el esclarecim iento de la revelación
divina, m ediante el esfuerzo de la intehgencia cristiana
guiada por la fe.
María en la revelación y en la teología. M aria es sujeto
de revelación al lado de su H ijo divino. A su lado (predes­
tinada para su encarnación, llevándole en su seno, dándole
a luz, conviviendo con El, asistiendo a su sacrificio...) la
encuentra y ha de contem plarla el teólogo. No somos libres
para inventar o para construir a nuestras preferencias la
m ariología, porque la ha inventado y la ha construido Dios.
Nuestra hum ilde y sublime incumbencia es captar fie lm e n ­
te el m isterio de la V irgen tal como Dios lo concibió. Lo qui­
so y lo realizó. El lugar y las condiciones de M aría en la
teología, son las señaladas por la revelación a la que halló
(¡rada delante de El (Le. 1, 30). No hay otra m ariología
auténtica que la aprendida en la escuela de la revelación,
interpretada por la tradición, por el m agisterio, por la vida
misma de la Iglesia.
Economía sahuidora y Encarnación. p]l plan divino que
Dios nos ha m anifestado por la revelación a través de los
siglos, y que se cumple en la plenitud de los tiempos, se
lí'sume en dos palabras: E ncarnación redentora. Cristo, el
Hijo de Dios Humanado, es el M isterio central de la reve­
lación. Todas las Escrituras se refieren a Cristo, concentran
su luz en Cristo, se cifran en un solo nom bre: ¡C risto! El
encierra y re fle ja todos los arcanos divinos. En El está
escondida y accesible, a la vez, toda la sabiduría de Dios
(Cr. Col. 2, 31). El es tam bién el único nombre que significa
y causa la salvación de los hombres (C f. Act. 4, 12). Cristo,
en suma, es el M anifestador y el Dador de Dios al género
humano pecador, y el reconciliador y unidor de los hombres
ix'cadores a Dios. Oigám oslo a San Pablo; “ El Padre nos
libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al reino del
Hijo de su amor, en quien tenemos la redención y la rem i­
sión de los pecados; que es la im agen de Dios invisible, p r i­
mogénito de toda criatu ra; porque en El fueron creadas
l;is cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles,
los tronos, las dominaciones, los principados, las potesta­
des; todo fue creado por El y para El. El es antes que todo
y lodo subsiste en El. El es la cabeza del cuerpo de la Ig le ­
sia ; El es el principio, el prim ogénito de los muertos, para
que tenga la prim acía sobre todas las cosas. Y plugo al
r:i(iie que en El habítase toda la plenitud y por El recon-
eiliiir consigo, pacificando por la sangre de su cruz todas
l;is cosas, asi las de la tierra como las del cíelo” (Col. 1,
i:i 20). Este es, como dice el mismo apóstol, el “ m isterio
escondido desde los siglos y desde las generaciones... el
niislerio de Cristo en m edio de nosotros, esperanza de la
i;l(iria" (Col. 2, 26-27).
("listo es, pues, el plan universal de Dios. Todo tiene en
MI sM .sentido y realidad divinos. Nada lo tiene fuera de El.
Sorprender la significación en Cristo de los diveresos m is­
terios que nos descubre la revelación es el quehacer de la
teología.
Sorprender la significación y realidad en Cristo del m is­
terio de M aria es el quehacer de la teología m ariana o de la
m ariologia.
Pero subamos escalonadam ente para subir con más se­
guridad.

Segundo presupuesto: A la luz de la revelación, la razón


de ser y la misión esencial de María es ser Madre del H ijo
de Dios, Jesucristo, Salvador de los hombres.
Del Génesis al Apocalipsis discurre el proceso de la re­
velación divina. En el Génesis se nos da el prim er vislum ­
bre y en el Apocalipsis el últim o esplendor de la figu ra de
M a ría; y en el uno y en el otro y en todos los oráculos in ­
term edios que aluden a Ella, aparece siempre en su condi­
ción esencial de M adre del Salvador. En la brumosa alusión
genesiaca a los planes salvificos divinos, es la M adre de la
Descendencia liberadora que aplastará un día la cabeza de
la serpiente (Gen. 3, 15). En la visión apocalíptica, vestida
ya del sol y coronada de estrellas, es la M adre del “ varón
que ha de apacentar a todas las naciones” ; del “ H ijo que
fue arrebatado a Dios y a su trono” (Apoc. 12, 5).
De las revelaciones interm edias, indudablem ente m a-
rianas, sobresalen las de Isaías y tam bién las de Miqueas,
Sofonías y Zacarías. La misteriosa virgen de Isaías es la
M adre dichosa del Enmanuel (Dios con nosotros), el Niño
portentoso, “ Dios fu erte” que nos será dado por Dios
(C f. Is. 7, 14; 9, 6-7). Miqueas anuncia al rey pacífico “ que
apacentará con la fo rta leza de Y avé y con la m ajestad del
nom bie de Y a v é ” y que señoreará en Isra el“ cuando la que
ha de parir parirá” (C f. Miq. 5, 2-4). En Sofonias y en Z a ­
carías la futura M adre del Salvador está figurada en la
H ija de Sión a cuyo seno descenderá Y a v é “ como poderoso
salvador” (C f. Sof. 3, 14-18; Zac. 2, 10).
A la hora cumbre de los siglos, que es la hora de la E n­
carnación, M aria es la agraciada de Dios, bendita entre
todas las mujeres, escogida por M adre üel H ijo de Dios que
se llam ará Jesús (C f. Le. 1, 26 ss.) “ porque salvará a su
pueblo de sus pecados” (M t. 1, 21).
L a prim era conocedora del m isterio obrado en Maria,
Isabel, la define ya como la Madre del Señor. “ ¿De dónde a
mi que la madre de mi Señor venga a m í?” (Le. 1, 43). M aria
misma, m agn ifica al Señor por la m aravilla de la m atern i­
dad divina, obrada en ella por el Om nipotente. Y p ro fe ti­
za, que por esta portentosa m aternidad, la llam arán bien­
aventurada todas las generaciones.
Para Juan, Jesús es el Verbo hecho carne que habitó
entre nosotros, expresión de la gloria del Padre como U n i­
génito suyo, lleno de gracia y de verdad que nos la comu­
nica a todos (C f. Jn. 1, 14, 16). Y para el mismo Juan, M a ­
ría es la M u jer-M ad re: la Madre de Jesús, el H ijo de Dios
(Jn. 20, 30). Con esa titulación, se refiere a ella en el m i­
lagro de Caná (Jn. 2, 3-5) y en la despedida del Calvario.
“ Estaba junto a la Cruz de Jesús, su M adre” (Jn. 19, 25).
Pablo, en una de sus síntesis geniales, desbordantes de
sentido, cifra tam bién en la m aternidad de Cristo Redentor
la función providencial de la M u jer: “ A l llegar, dice, la
plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de n m -
jer, nacido bajo la ley, para redim ir a los que estaban bajo
la ley, para que recibiésemos la adopción de h ijo s”
(G al. 4, 4-5).
De todos modos, el Sol de la revelación y de la historia
neotestam entaria, es Jesús. Y ante la in fin ita luz del Dios-
Hombre, la figu ra de M aría aparece como en la penumbra.
Pero, como advierte Jouassard, “ de hecho el mundo cristiano
tenia a su disposición un dato inicial y esencial: M aria ha
sido la M adre de Jesús... Lo bastante con la ayuda del Es­
p íritu ...” (18). Con esta ayuda, la Iglesia ve en Cristo al
Señor, al Kyrios glorioso que se habia hum illado hasta la
Encarnación y hasta la Cruz y, triu nfad or de la muerte,
reinaba om nipotente a la derecha del Padre. Para esta m is­
ma Iglesia, M aria tenía un nombre propio, personalísim o y
singularísim o que ya le había sido dado por Isabel bajo la
inspiración del Espíritu Santo: lu Madre del Señor. Muy
pronto, aunque no podemos datar el día, este título se a l­
ternó con el no menos verdadero y d efin itivo de theotocos.
M adre de Dios. A principios del siglo I I aparece ya como
acostumbrado (19) y la reacción heretical contra su tre ­
m enda significación, fue la ocasión de su consagración p er­
petua en el Concilio de Efeso.
No hay para qué decir que ni en la fe consciente del
teólogo ni en la espontánea del simple fie l ha variado
esta definición de M aria. Ella es la Madre de Jesucristo,
Nuestro Señor. La Madre de Dios. Es la definición sustan­
cial que nos da de ella la Palabra de Dios.

Tercer presupuesto. La vi7iculación m aternal de Maria


con Cristo, su Hijo, R ed en tor del inundo, lo condiciona todo
en ella. Todo lo que es respecto de Dios, en si misma y res­
pecto de la humanidad lo es com o exigencia o resultado de
su condición de Madre de Cristo.
No ha habido persona hum ana tan persona, tan de si
(1 8 ) JouAss.\RD. M a r i e á t r a v e r s l a p a t r i s t i q u e , en “ M a r i a ” ( M a n c i r ) I . p. 152.
(1 9 i C f. JouAssAiiD , ib. p. 185 s.i.— S. A la m e d a , L ü V i r g e n c u la b i b l i a y e n lo
v r i m i t i v a I g l e s i a , B a r c e lo n a , 1939, p. 29 Iss.. 338 ss.
misma, tan peculiar como M aría. Es como decir que M aría
ha poseído la más perfecta personalidad hum ana de la
historia. Sin mengua de esta soberana autonomía, auto-
posesión y peculiaridad, hay que decir que no ha habido
persona hum ana más de Dios y más de la hum anidad e n ­
tera que M aría. Peculiaridad y universalidad no sólo no se
excluyen sino que se corresponden y aúnan en el ser sin ­
gularísim o de M aría. Todo en ella, con ser propísimo, dice
referencia a Dios y a los hombres. Es una verdad que con­
viene tener presente para superar la contraposición con
que tropiezan muchos teólogos entre la singularidad y la
universalidad de María. Siendo más suya que ninguno, es
más de todos que nadie.
Sigamos. Esta trip le dimensión de M aría: la suya p er­
sonal, la divina y la social o eclesial, tienen su explica­
ción fundam ental y su entronque radical en el ser y en el
destino m aternal de la V irgen respecto del Verbo-H um a-
nado, Jesucristo, nuestro Salvador. L a m aternidad divina
es la explicación total de María.

Condiciones personales de naturaleza y de gracia.

M aría;
- vino a la existencia humana para ser Madre de Dios;
- - fue m ujer para ser M adre de Dios;
- - fue h ija de Adán para ser M adre de Dios
— fue judía, descendiente de Abraham y de D avid para
ser M adre de Dios;
— nació en determ inado tiem po y lugar, de tales p a ­
dres y en tal am biente fam iliar, social, religioso, cul­
tural, etc., etc., para ser M adre de Dios.
— tuvo las condiciones peculiares de cuerpo y las cua­
lidades singulares de alma para ser Madre de Dios.
Fue, en una palabra, todo lo que fue y tuvo todo lo que
tuvo en lo humano, para ser M adre del H ijo de Dios. Jesús
es la razón total de la existencia y de la condición humana
de Maria.

Condiciones sobrenaturales.

Y si el destino m aternal condiciona la naturaleza, más


aún condiciona la gracia o sobrenaturaleza de Maria.
— M aria preside con Cristo la predestinación salvifica de
Dios, por ser inseparable del H ijo, esto es, porque ha de ser
M adre de Dios humanado.
— M aria es llena de gracia desde el prim er instante de
su ser natural porque ha de ser M adre de D ios;
— M aría, no obstante ser h ija de Adán pecador, es p re­
servada de pecado porque ha de ser la M adre de Dios.
— M aria es invulnerable a todo mal, ajena al hecho y
al peligro de todo pecado personal, porque ha de ser Madre
de Dios.
— M aria es V irgen integérrim a, precisam ente porque
ha de ser M adre de Dios.
— M aría es, sin embargo, V irgen desposada, porque asi
le conviene para su destino de M adre virgin a l de Dios.
— M aria es personificación de la hum ildad, de la m an ­
sedumbre, de la fe, de la esperanza, del amor divino y hu­
m ano: de todas las virtudes que se proponen y elogian en
los siervos y pobres de Y avé, porque ha de ser la M adre y
la prim era y m áxim a díscipula del M aestro de las B ien ­
aventuranzas, el Hom bre Dios.
— M aria, en suma, es la bendita entre todas las m u­
jeres, colmo de gracias, dones y privilegios divinos, porque
ha de ser la M adre de Dios.
Toda la excelencia sobrenatural de M aria es como el es­
plendor connatural de su divina maternidad.
No se diga que estas inferencias en serie, desestiman
la gratuidad de las donaciones divinas. Todas, por el con­
trario, presuponen y se fundan en que es la Agraciada por
antonomasia: la que halló tanta gracia a los ojos de Dios,
que la escogió para la M aternidad de su mismo H ijo
(Cf. Le. 1, 30-31).
Tam poco olvidam os que cada una de esas donaciones
ha de ser explicada por sus m otivos propios, por sus deri­
vaciones eclesiales y, sobre todo, por su fundam entación en
el texto y en el contexto de la revelación. Todas esas expli­
caciones peculiares han de ser atendidas, aducidas y va lo­
radas oportunamente. Pero ahora decimos que en todas
ellas hay una clave común de explicación que es el m isterio
nuclear de M aria; su m aternidad divina. Vemos y atesti­
guamos la peculiaridad de las ram as; pero, por aprioristico
que parezca, no podemos no ver ni callar que todas nacen
de un común tronco vital. Para no verlo tendríam os que
cerrar los ojos y preferim os tenerlos abiertos.

La 7naterniclad y la relación de Maria con Dios.

Maria es lo más divina que puede ser una criatura sin


■ser Dios. Y lo es porque, después de la donación y unión
hipostática, no cabe m ayor donación y unión de Dios con
una criatura que la donación y unión filia l por la que el
Verbo se dio como H ijo a su Madre divina. Es, pues, la m a ­
ternidad de M aria, la que establece la com penetración in e­
fable y el entrañam iento vita l entre M aria y su H ijo, en la
repercusión, al modo m aternal, en M aria de las condiciones
divinas y divinizadoras de Jesús, que la hacen llena de g ra ­
cia y la consocian indisolublem ente a su m isión y a su obra
salvadora. El ásemej am iento de gracia entre la M adre y
el H ijo es tan profundo, tan pleno, tan configurador, que
com porta y deriva en un ásemej am iento y en una com par­
tición de destino y misión. La m aternidad divina con la
gracia m aternal que reclam a y conlleva, transfiere a María,
su modo m aternal, los fines de la Encarnación. Maria, por
ser M adre de Jesús, es su asociada providencial en la rege­
neración de la humanidad.

M a ría y la Iglesia.

Con lo dicho estamos ya diciendo lo tercero que nos p ro ­


pusimos decir: que la vinculación m aternal de M aria con
Cristo es la que causa y explica su vinculación vital con la
lylesia.
L a m ariologia que se ha llam ado a sí misma eclesioii-
pica, tiene la aspiración y cree tener la ven taja de hacer
más comprensible el m isterio de M aria y su vinculación con
el m isterio de la Iglesia, a la luz del mismo m isterio eclesial.
Por recta que sea esta pretensión, no nos parece acertada y
eficaz, por estas razones, entre otras.

L» El m isterio de M aria,

—■ antecede al de la Iglesia en su constitución, pues an ­


tes que a la Iglesia, aunque como iniciación y raiz de ella,
hizo Dios a M aría;
— la antecede en perfección, porque M aría es superior
en dignidad, gracia y privilegios a la Iglesia.
— la antecede en la eficien cia salvifica, no sólo porque
la de M aria se inicia y ve rifica am pliam ente antes, sino
porque la de la Iglesia es resultado de la de M aria asocia­
da a la de Cristo.
La contem plación, pues, del m isterio de la Iglesia, no
es recurso adecuado para la debida inteligen cia del m is­
terio de Maria.

2.“ Es particularm ente inexplicable por las condiciones


del m isterio eclesial y por las relaciones de la Iglesia con
Cristo, la vinculación peculiarisim a con Cristo de Maria,
que es la de M adre divina con su H ijo Dios. Esta vin cu la­
ción sólo se puede vislum brar por la repercusión vita l del
m isterio del H ijo sobre el m isterio de la Madre.

3.^' La tercera comprobación de la in eficacia del m éto­


do eclesiotípico, atañe directam ente a nuestro propósito,
y puede expresarse así; Las relaciones de M aría con la Ig le ­
sia son consecuencia y derivación de las que M aria tiene
con Cristo. No pueden, por tanto, ser descubiertas y jus-
tiljreciadas por la sola consideración del m isterio eclesial.
M aria es lo que es en la Iglesia y para la Iglesia, por lo
que es en Cristo y para Cristo. La vinculación m aternal que
entraña y consocia su vida y su misión con la vida y la
misión de Cristo, proyecta vitalm ente su m isterio sobre el
m isterio de la Iglesia.
Esta vinculación m aternal de M aria con su H ijo divino.
Redentor del mundo, es, naturalm ente, la de la única m a ­
ternidad divina real y concreta que la teología conoce: la
m aternidad in tegral que, en su simple realidad, es a la vez
lisica, moral, hum ana y sobrehumana, tal como la recla ­
maban las condiciones humanas y divinas del H ijo de Dios
hecho H ijo del hombre. Es, en una palabra, la m aternidad
divina cum plida por M aria en la historia de la salvación
en fie l verificación de la predestinación divina redentora
y en total acuerdo con las predicciones de la Revelación.
M aría es la M adre real y verdadera del Dios hum anado real
y verdadero, y lo es con todos los antecedentes y con todos
los consecuentes de su condición y de su función m aternal.
T a l M adre para tal Hijo. M aternidad totalm ente ordenada
y subordinada a la existencia histórica y al com etido p ro ­
videncial del Hijo.
A l H ijo, pues, y a su com etido hay que m irar para a di­
vin ar quién y cómo y para qué es su M adre (20). Es de tal
im portancia este principio del condicionam iento universal
del m isterio de M aria por el m isterio de Cristo, que cede­
mos a la ocurrencia de com probarlo con ejem plos antes de
hora. Señalam os el prim ero en Belén. En un pesebre hay un
niño y a su lado está su joven madre. Son muchas las g en ­
tes que los ven. ¿Quiénes de estas gentes se form arán idea
de quién es aquella Madre? Solam ente quienes sepan la
condición extraordinaria del Hijo. Solam ente, quizás, y
tanto cuanto, los pastores y los Magos.
El segundo ejem plo lo situamos en Nazareth. M ora y
trabaja alli una sencilla fa m ilia artesana: un m atrim onio
con un h ijo : José, M aria y Jesús. ¿Por qué M aria pasa des­
apercibida, como una madre cualquiera? Porque Jesús, su
H ijo divino, pasa alli desapercibido como un h ijo cual­
quiera.
(2 0 » C f. V o i,i,i:k t. I C s t n i r t u r a r i e n i i j i c u de U( m a r i o U n j i a cmi "M u n o l o g i a ” d e
C a r o l B A C . M a d r id . 1964. p. 421s.s. -“ M a r ía , d ic e Sc'hm.mts. e n t r a a t o r n ia r p a r t e de
la h is t o r ia d e la s a lv a c ió n a t r a v é s d e C r is to . L o qu e E lla es y s ig n i f i c a q u e d a
d e t e r m in a d o p o r su r e la c ió n a C r is t o ,,. S u f ig u r a lle v a el s e llo d e C r is to . El d e s tin o
y c u rs o de su v id a e s tá n m a r c a d o s p o r C r is to . E l H i j o d e D io s h u m a n a d o se c o n ­
v i r t i ó en fo r m a d e c is iv a de v id a p a r a e s ta M u je r . L a fiy u r o de M a r ia d eb o in t e r ­
p r e t a r s e d e s d e e l Iie c h o de la E n c a r n a c ió n .” ( L a V i r g e n M a r i a , p . 34 — 2a e d )
En cambio, volvam os atrás y evoquemos el episodio de
Aín Karim , donde M aría visita a su prim a Is a b e l: “ Así que
oyó Isabel el saludo de María, saltó el niño en su seno, e
Isabel se llenó del Espíritu Santo y clam ó con fuerte voz:
Bendita tú entre las m ujeres y bendito el fru to de tu v ie n ­
tre. ¿De dónde a m i que la Madre de m i Señor venga a m í?”
(Le. 1, 41-43). ¿Cómo y por qué sabe Isabel la grandeza de
María? Porque sabe que su H ijo es el Señor. Porque sabe
que es la Madre de su Señor.
Consideremos el últim o ejem plo en el Calvario. A llí, cru­
cificado, agoniza un hom bre todavía joven, a la vista de su
Madre que se llam a María. ¿Quién es y qué representa allí
aquella m ujer? Solam ente puede responder a estas pregu n­
tas quien pueda contestar estas otras: ¿Quién es y para
qué ha sido crucificado el H ijo?
Estos ejemplos, en su pura sencillez, evidencian con ir r e ­
cusable claridad que M aría solo es comprensible a la luz de
Jesús; que es la luz del H ijo la que ilum ina a la Madre.
Y con perdón por la digresión de los ejem plos y tom an­
do de nuevo el hilo, reafirm am os que la relación de M aría
con la Iglesia depende y deriva tam bién de la que María,
por su divina m aternidad, tiene con su H ijo y solo por ella
(\s adecuadam ente explicable. Para persuadirlo insinuába­
mos antes y am pliam os ahora que el entrañam íento que
María tiene con la Iglesia proviene del que tiene con Jesús,
cuya vida se am plía en la de la Iglesia como en su pie-
roma o com plem entacíón, o (con fórm ula aún más paulina)
como en un gran cuerpo u organism o vivo.
La regeneración de todos los hombres por su asim ila­
ción o incorporación en este inmenso Organism o divino-
liuinano por la influencia vivifica d ora de Cristo, es el
inli'nto y el efecto de la Encarnación y de toda la obra re­
dentera del Hom bre Dios. El H ijo de Dios se ha hecho h om ­
bre para ser principio o cabeza de la vivifica ció n divina u ni­
versal de los hombres. L a Iglesia es la am plificación vital
de la Encarnación, por cuanto es la comunión de los h om ­
bres humanados en la participación de la vida divina del
Dios Encarnado.
En este entronque vita l de Cristo con la hum anidad a
El incorporada, que es su Iglesia, se incluye y establece la
vinculación vita l con la Iglesia de M aría, en virtud y e f i­
ciencia de su divina m aternidad. Esta dice referencia p r i­
m ordial e inm ediata a la generación humana del Verbo, al
que confiere la naturaleza hum ana; peEO en esta ordena­
ción teológica esencial van incluidos los fines y efectos que
son propios e inseparables de la Encarnación. Por esta d iv i­
na teología, la prestación m aternal de M aría no la liga
sólo con su H ijo, el Cristo personal, sino con el Cristo co­
lectivo y universal que es resultado de la misma en ca r­
nación, por cuanto la hum anidad asumida personalm ente
por Cristo contiene virtualm ente toda la hum anidad cris­
tiana. Si ahondamos en el m isterio veremos que la actua­
ción m aternal de M aría, no solo se ordena a la incorpora­
ción del género humano al Verbo de la Vida, para su divina
vivifica ción o regeneración, sino que interviene e fe c tiv a ­
m ente en su realización porque es ella (la generación m a ­
ternal) la que confiere el género humano al Verbo al en ­
carnarle en la naturaleza humana.

Queda, pues, M aria m aternalm ente vinculada con la


Iglesia en la Encarnación, no sólo porque su com penetra­
ción m aternal con su H ijo el Cristo personal, la com pene­
tra inseparablem ente con su H ijo el Cristo universal, sino
jjorque su misma actuación m aternal generadora del Cristo
personal, es tam bién y a la par, generadora del Cristo u n iver­
sal que es la hum anidad cristianizada: la Iglesia de Cristo.
L a m aternidad que es divina en cuanto engendra al Verbo
Dios en la naturaleza humana, es a la vez m aternidad es­
piritual de todos los cristianos, por cuanto es incorporadora
de todos los hombres a Cristo.
María, por tanto, en la Encarnación, al constituirse en
Madre del Hombre Dios, del Nuevo Adán, se constituye en
Madre de todos los hombres en El divinizados.
He aquí cómo las relaciones de M aria con la Iglesia
tienen su única explicación radical y satisfactoria en su
vinculación m aternal con Cristo.
Fácil es intuir que esa vinculación m aternal de M aria
con la Iglesia que sorprendemos en la Encarnación, recla ­
ma y conlleva todas las otras que se pueden y se saben se­
ñalar y cuya consideración no es de este momento.
Sólo creemos oportuno añadir que la tipicidad o ejem -
plaridad de M aría sobre la Iglesia (no de la Iglesia sobre
M aria) carecería de contenido y significación, desligada de
su función de m aternidad espiritual. Es la perfección y la
actuación de M adre la que hace de M aría no sólo tipo o
modelo, sino m odelo m aternal que h a de ser reproducido
con asem ejam iento filia l. Modelo, por tanto, que no sólo se
propone pasivam ente a la im itación, sino que interviene ac-
tivam ente, corporalm ente, m aternalm ente en la m odela­
ción o form ación de los h ijos: M odeladora m aternal.
Con estos principios será fá cil fija r en breves y ordena­
das conclusiones, el encuadram iento teológico apropiado de
la m ariologia.
Conclusión 1." La m ariologia (estudio teológico del rnis-
terio de M a ría ) es un tratado esencialmente dependiente y
subordinado de la cristología (estudio teológico del misterio
de Cristo).

De la verdad de esta conclusión responden los presu­


puestos hasta ahora explicados. Si M aría en todo su m is­
terio es esencialm ente dependiente del m isterio de Cristo,
es ya obvio que el conocim iento de M aría sólo puede ser
satisfactoriam ente conseguido en dependencia del cono­
cim iento teológico del m isterio de Cristo. Para saber lo que
es y le compete a la M adre de Cristo, hay que saber p revia ­
m ente lo que es y lo que le com pete a Cristo, su H ijo divino,
razón única de la existencia, de la condición y del destino
de su Madre. El m isterio de M aria es un m isterio satélite
que gira siempre y en todo en derredor del m isterio de
Jesús. M aría es la que es y como es, porque asi lo exige el
m isterio de su H ijo. No es razón nada apriorística, aunque
lo parezca, pues tiene en su abono toda la historia de la
salvación, en la que M aria aparece sólo y siempre como
M adre predestinada del Salvador, prom etido por Dios, es­
perado por la humanidad, dado al mundo por ella. Lo dice
asi el Concilio Vaticano I I : “ La Sagrada Escritura del A n ­
tiguo y del Nuevo Testam ento y la venerable Tradición,
muestran en form a cada vez más clara el oficio de la Madre
del Salvador en la econom ía de la salvación y, por así d e­
cirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo T e s­
tam ento describen la historia de la Salvación en la cual so
propai'a, paso a paso, el advenim iento de Cristo al inundo.
Estos prim eros documentos, tal como son leídos en la Ig le ­
sia y son entendidos bajo la luz de una u lterior y más plena
revelación, cada vez con m ayor claridad, ilum inan la figura
de la m ujer M adre del R edentor; ella misma, bajo esta
luz es insinuada proféticam ente en la promesa de victoria
sobre la serpiente, dada a nuestros prim eros padres caidos
en pecado. Asi tam bién ella es la V irgen que concebirá y
dará a luz un H ijo cuyo nombre será Enmanuel. Ella misma
sobresale entre los hum ildes y pobres del Señor, que de El
esperan con confianza la salvación. En fin, con ella, excel­
sa H ija de Sión, tras larga espera de la promesa, se cumple
la plenitud de los tiem pos y se inaugura la nueva economía,
cuando el H ijo de Dios asumió de ella la naturaleza humana
para librar al hombre del pecado m ediante los m isterios de
su carne” (21). Respalda tam bién esta conclusión, toda
la tradición eclesial. Sabido es que en los prim eros siglos
fue la preocupación de la Iglesia por la defensa y con ­
solidación de los dogmas cristológicos la que ocasionó la
ilustración de los m isterios marianos, en especial de la v ir ­
ginidad y de la m aternidad divina de María. El titu lo de
theotocos, M adre de Dios, no fue proclam ado en Efeso ni
repetido en Calcedonia, sino como salvaguardia del sentido
católico de la unión de la naturaleza divina y hum ana en
Cristo. El anatem a efesiano dice asi; “ Si quis non c o n fite -
tur, Deum esse secundum veritatem Emmanuel, et p ropter
hoc Dei geiiitricem sanctam Virginem (gen u it enim carna-
liter carnem factum qui est ex Deo Verbum) anathem a
sit” (22). Tam bién fueron los m isterios de Cristo los que
i2 1 i C o n s l. L u m e n (¡ e n t í i u n . n. 55.
(2 2 ) D en / . 252, C í. ib. 3 0 1 .- - " S e c o m p r e iu ie . d ic e ScHM Atrs, qu o la iirlu ra c lrtn
V i)r o í'u n (ii/ a c ió n de las oue.sLione.s iiia r io ló t* ic a s c o r r ie s e n p u r a lc lu s a lu a c la r a -
r ió n y p r o lu r id iz a r ió ii d e la s c u e s tio n e s ci'isl.ológica.s en la a n t ic u a Ig le s ia . L o s
C onciliü.s d e E le s o y C a lc e d o n ia , en los qu e se t r a t ó d e la v e r d a d e r a in t e lig e n c ia
i'e C r is to , p r o p o r c io n a r o n a la ín a iio lo t ;u i n u e v o s y e t ic a r e s iniputso.K, . t l.a V i r i n ’n
M ü -' ia p. ;{5i - C lr . V a t ic a n o II, C o n s i Luinrn n
m otivaron la sucesiva ilum inación de la figu ra de M aría en
los escritos de los Padres. Y en pos de ellos los grandes D oc­
tores escolásticos introdujeron la costumbre de intercalar
las cuestiones m ariológicas más fundam entales en el tra ­
tado De Verbo Incarnato. Y aún cuando el desarrollo
orgánico de la m ariologia la condujo a una estructura in te ­
gral propia, esta independencia m aterial no obstó a su con­
natural dependencia form a l respecto de la Cristología.
Cristo no ilum ina menos las m ariologias segregadas que las
interpuestas. La reacción reciente que m oteja a la m ario-
logia tradicional de cristotipism o es una confirm ación de
que, para los m ariólogos. Cristo ha sido siempre la luz de
M aria. Y la C ristologia la luz de la m ariologia.
Ha sido y tiene que ser así, por la sencilla y cabal razón
de que el m isterio de M aría, la V irgen M adre divina, es un
m isterio derivado del M isterio de Cristo, su H ijo, el H om bre-
Dios, Salvador de los hombres. Siendo el m isterio de M aría
consecuente al de Cristo, las condiciones de M aria son con­
secuentes a las de Cristo. M aria es lo que el m isterio de Cristo
exige que sea. Por eso los problemas m ariológicos tienen su
clave de solución en las soluciones cristológicas. Las con­
clusiones cristológicas son principios de las conclusiones
mariológicas. Nos complace la coincidencia en este punto
con el Dr. Schmaus: “ Cualquier afirm ación válida sobre
M aría se realiza, pues, a la luz de Cristo. L a in teligen cia de
M aría depende esencialm ente de la in teligen cia de Cristo.
Por tanto, quien no participe de la fe católica en la Encar­
nación, no puede com prender la m ariologia católica. E v i­
dentem ente, la comprensión del dogm a m ariano es una
señal para saber si se ha tom ado realm ente en serio el
dogm a cristológico y si se ha aceptado en su plenitud. Una
cristología, a la que fa lte com pletam ente el m atiz m ariano,
despierta la sospecha de no estar dispuesta a aceptar sin
disminución ni reserva la revelación de Cristo, que se nos
presenta en la Sagrada Escritura.
La m ariologia es, pues, una consecuencia de la cristolo-
Kia. Es la cristologia desarrollada” (23).
Esta afirm ación general se confirm a fácilm ente con la
confrontación tem ática particular. He aquí un rápido elen ­
co comprobatorio.

1." La predestinación de M aría está esencialm ente m o ti­


vada y comprendida en la predestinación de Cristo, y sólo es
explicable a su luz (24).

2." La naturaleza, la eficiencia, la dignidad de la m a-


l ernidad divina, sólo se aprecian adecuadam ente a la luz de
la im ión hipostática (25).

3." La gracia de M aría, su alcance, los dones y carísmas


(|ue conlleva, tienen su raíz y su m edida y, por ende, su ex­
plicación, en la unión m aternal de M aría con Cristo, p rin ­
cipio universal de gratifica ción que desborda su in flu jo
['■ratificante en su M adre (26).
4." La incom patibilidad de M aría con todo pecado, sea
original o personal, tiene su causa en la santidad de Cristo,
cxigitiva de la santidad de su divina M adre (27).
.5." L a condición y el alcance de las virtudes de M aría:
(!(' su endiosam iento teologal, de toda su fisonom ía virtuosa

i2:¡) L a V i r g e n M a r í a , p. 34-35. “ E l lu g a r d e M a r ía , y. p o r ta n t o , e l lu y a r de
iii in a r ia lo g ía , e s tá e n e l c o r a z ó n d e l m is t e r io . A h o r a b ie n , e l m is t e r io , seg ú n
;>iin P a b lo , es D io s qu e se d a a n o s o tr o s en C r is to y en e l C r is t o c o n t in u a d o qu e
r . l¡i Ig le s ia . M a r i a se e n c u e n t r a e n e l se n o m is m o d e la c r is t o lo g ia la c u a l te r -
iiiim i en la e c le s io lo g ia . N o p o d r ía m o s v e r e n la S a n t ís im a V ir g e n M a r í a m á s que
iii r a d ic a c ió n in m e d ia t a d e l S a lv a d o r y de la Ig le s ia . N in g ú n t e ó lo g o c a t ó lic o la
i.;i ro n .s id c ra d o n u n c a fu e r a d e e s te c e n t r o d e n u e s tr a s a lv a c ió n " ( L u g a r do la M a -
ii'ii<i(/ia . . ) E n “ E s tu d io s M a r ia n o s ” , 10 (1950). p. 8.
C f. C o n c il. V a t ic a n o I I , C o n s t. L m n e n q c n t i u m , c a ]). 8. n. Gl,
(l!r)) C í’. ib. n. 53. 63, 66.
ilUil C f, ib. n, 53. 56. 66 y 67.
crn C f. ib. n. 53 y 56.
hum ana y sobrenatural, de la m aternalidad esencial de toda
su vida moral, en su com penetración m aternal con Cristo
tiene todo su porqué (28).

6.° L a soteriología m ariana en su originación, en su ín ­


dole, en sus funciones, sólo en la teología cristológica de la
redención, alcanzan sentido y declaración (29).
Más en concreto;
a) La M aternidad espiritual de M aría, derivada de su
m aternidad divina y form alizada en la plenitud de su gracia
m aternal, alcanza plena ju stificación e ilum inación en la
capitalidad vivifica d ora de Cristo (30).
b) La corredención, en su existencia, en su naturaleza,
en sus modos y por ende, en su explicación, es totalm ente
dependiente de la teología que explica la redención obrada
por Cristo (31).
Sólo al re fle jo de la naturaleza y alcance del m érito re-
dentivo de Cristo, es posible plantear y resolver el problem a
del m érito corredentivo de María.
c) La posibilidad, el hecho, las condiciones de una m e­
diación m ariana que lo sea de verdad, ¿cómo se podrán d i­
lucidar si no, por una adecuada teología de la m ediación de
Cristo? (32).

7." El triu n fo de M a r ía :
— su resurrección anticipada.
— su asunción en cuerpo y alma a los cielos.
— su singular bienaventuranza.
— su realeza,

(281 C f. ib. n. 5G, 58. 61. U3, C5.


(2 9 ) C f. ib. n. 57. 5B. 61.
f3 0 ) C f. ib. n. 61. 62. 53.
(311 C l. ib. n. G1
(3 2 ) C f. ib. n. 60. 62.
tienen en el triu n fo de Cristo: en su resurrección, en su
ascensión, en su gloria, en su reinado, la clave explicativa
connatural y satisfactoria (33).

8.“ El culto de M aría en la Iglesia, no es sino la actitud


de reconocimiento, correspondencia y aprovecham iento de
la participación de M aria en la excelencia de Cristo, por su
m aternidad divina, y de la cooperación universal y perpe­
tua de M aría con Cristo, en la obra de salvación (34).
A pesar de su brevedad y de ser m eram ente indicativo,
c.ste cotejo tem ático evidencia que la cristologia es la ilu m i­
nación integral de la m ariología; que la teología de M aria
i'.s un tratado esencialm ente dependiente y subordinado a
la teología de Cristo.

J
‘ ." ConclxLSióii: La mariología trasciende la eclesioloyia
1/ no puede ser encuadrada adecuadamente en ella.

Ksta trascendencia o superioridad se aprecia prin cipal­


mente :

a) en el estudio de la condición y destino de M aría en


relación con Cristo. M aria no com parte con nadie su singu­
lar condición y destino de M adre divina. La Iglesia entera
c.s resultado y fruto de este soberano m isterio que eleva a la
Vli^cn a la esfera de lo divino, y le confiere una dignidad
rii cierto modo infinita. Bien dijo el R elator del Capitulo
luariano conciliar que en el estudio de la relación de M aría

iT.h (: f . ib. n. 59. 08.


i;H ) C f. ib . n. 66, 07. 53.
con el Verbo Encarnado, “ la m ariologia sobrepasa a la ccle-
siologia” (35).
b) Tam bién la m ariologia trasciende a la eclesiolcgia
en el estadio de la gracia y perfección que corresponde a la
V irgen por su condición y destino de M adre divina; pues
son incom parablem ente superiores a las de la Iglesia.
c) En el estudio de las funciones que M aria com parte
con Cristo en beneficio de la Iglesia, cuales son, la m atern i­
dad espiritual, la cooperación salvifica, la m ediación, la
glorificación anticipada, el reinado universal.
En todo ésto M aría es dependiente de Cristo, y la Iglesia
dependiente de María.
d) En el estudio de las mismas condiciones en que M a ­
ría coincide con la Iglesia, por cuanto la supera en ellas
incom parablem ente, siendo su tipo y m odelo en ellas. La
m ejor declaración de este punto sería la que nos da el Con­
cilio V aticano I I en los números 63, 64 y 65 de la Constitu­
ción “ Lumen gentiu m ” , donde afirm a y explica que la “ S an ­
tísim a Virgen por el don y la prerrogativa de su m aternidad
divina, con la que está unida al H ijo Redentor, y por sus
singulares gracias y dones, está unida tam bién intim am ente
a la Iglesia. M aría es tipo de la Ig lesia ...” (36).
Si M aria es el m odelo de la Iglesia, es la Iglesia la que
se ha de explicar por M aria; no M aria la que se ha de expli­
car por la Iglesia. (37).

Ci5> M a u n c e R o y . a r z o b . de Q u e b e c . H e l a t i o s u p e r c a p u l V III fích en i. de


E c c le s ia . D e B e a t a M a r ía V ir g in e D e ip a r a in m y s t e r io C h i i s t i et E c c lc s ia e . T y p is
P o lig l. V a t ic a n is . 1964. H e a q u í sus p a l a b r a s ; “ E x a lt e r a iz a r le , a d lia n c c o n n e -
x io n e m e x p lic a n d a m í M a i i a e cu m m y s t e r io E c c le s ia e ) n ec e s s e est lU e x p r o fe s s o
c o n s id e r e t u r n u m u s D e ip a r e in ii>so m y s t e r io V e r b i in r a r n a t i. S ed siib h o c a s p e c tii
e x p o s it io in a r io tiic a t r a c la t io n e n i d e E r r le s ia c x c e d i l . " P u ” , 5.
(ütíi C o n s t. L u i n i 'i i q e n l i u m . n. G3
(3 7 ) C ír . n u e s ir o c o m e n t a r io a l n. ü3. B. A . C. M a d r id . líMití.
Lu verdad y .su coiiocim icnto siguen el orden y jerarquía
de las realidades. Aquí es el m isterio de M aria el que es an ­
terior, superior y causal respecto del m isterio de la Iglesia.
K.s, por tanto, M aria la que en unión y asociación con Cristo
explica la Iglesia, y no viceversa.
Una nueva apelación a las funciones eclesiales de M aria:
m aternidad espiritual, corredención, m ediación, reinado,
patentiza la dependencia que tiene la Iglesia de M aría y la
('(■lesiologia de la m ariologia.
De los mismos títulos tan p ieíeríd os por algunos m arió-
lügos, como el de “ íigura de la Ig lesia ” , “ tipo de la Ig lesia ” ,
,s(' concluye la misma subordinación de lo eclesial a lo m a-
riano. Es más bien el m odelo el que condiciona y explica
lo m odelado; no lo m odelado lo que condiciona y explica el
modelo.

:í.' conclusión. La mariologia y la eclesiologia deben es­


tudiarse en la interdependencia y conexión ín tim a que
lid ie n entre si en la economía de la salvación el misterio
de Maria y el misterio de la, Iglesia.

Son dos m isterios distintos. Son dos misterios ín tim a ­


mente conexos. Hay que salvar la distinción y hay que re­
saltar la conexión. En ésta caben todas las interdependen­
cias, todas las coincidencias, todas las semejanzas. Pero no
e;ib(' esa unidad o identidad de M aría con la Iglesia que han
lle!’:ado a propugnar algunos eclesiotipistas alemanes, p a r­
ticularm ente Alois M üller (38). Este, identificando la m a-
lernídad de M aría y de la Iglesia, atribuye a ésta la m ater-

h U -i-lc s 'ia -M ü ri ( ( (Ur h U n iic if ' M a ría s und (lie K irc h c


nidad divina por una extraña confusión entre gracia y
m aternidad y entre Cristo fisico y Cristo m ístico (39). Id e n ­
tifica rlas no es esclarecerlas, sino confundirlas; ni es
com penetrarlas, sino desnaturalizarlas.
Ta n to la distinción como la com penetración del m isterio
de M aría y del m isterio de la Iglesia, les viene del m isterio
fon ta l de entrambos que es la Encarnación. En ella, el V e r­
bo se da a M aria como H ijo. M aría le da m aternalm ente la
naturaleza humana. Esta naturaleza contiene radicalm ente
la nueva hum anidad divinizada que es la Iglesia. Un m iste­
rio en tres misterios. Cristo, H ijo de M aría, es principio
vita l de la Iglesia. M aría es orígínadora de la Iglesia en
Cristo. La Iglesia es la extensión vita l de Cristo y de María,
i Qué distintos y qué unidos! Nadie confunda a los que Dios
ha hecho distintos. Nadie separe a los que Dios ha hecho
unidos.
La diferen cia y la conexión continúan. La gracia de Cris­
to reverbera con llenez sobre su Madre. Cristo es espejo v i­
viente de Maria. Pero M aria es re fle jo perfecto de Cristo y
como tal, m odelo vivo de la Iglesia. Su tipo ideal como rea ­
lización cabal de la gracia de Cristo. Su m odelo m aternal,
como ejem plo y fuente a la vez. De esta interdependencia y
com penetración radical derivan otras innum erables en toda
la am plitud de ambos misterios. La Iglesia está hecha de
semejos m arianos que sería un placer descubrir y señalar.
Uno muy fim dam ental, sabiam ente valorado por el cato­
licismo y que proviene en ambas del sentido profundo de
la Encarnación, es el ser una y otra, en connatural depen­
dencia y com penetración, cooperadoras de la obra salvifica
de Cristo. Los protestantes recrim inan esta coincidencia de

Vni,i,i:[M , I ' i i t K ú p i o de la in,(i.ri»l<)yia. E ii " M í t r i o l o f / 'm " Uc


C arol, B A C ., M a d r id . p. 462-68. C L Id ., M a r i a y l a I g l e s i a . Ib . p. 956-57.
ambos m isterios: esta concepción de la Iglesia a im agen de
M aria, cuando ellos conciben a M aría a im agen y sem ejan­
za de la Iglesia, y de una iglesia que lo recibe todo y no da
nada, que es pura obra de Cristo sin cooperación alguna con
El. Para K a rl Barth, advierte el P. Ham er, o. p., “ el dogma
m ariológico católico no es solam ente una excrecencia de la
teología, sino cabalm ente el dogm a central de la Iglesia
romana, a partir del cual es preciso ju zgar su conjunto. Lo
que concierne a la V irgen no es fortu ito o periférico: M aría
es la expresión más clara de la “ h e re jía ” católica, el tipo y
resumen de la doctrina de la cooperación de la criatura
humana a la redención; y, en consecuencia, la síntesis ta m ­
bién de la concepción de la Iglesia católica... La coopera­
ción de la Virgen “ que ha m erecido llevar a Nuestro Señor
.Jesucristo” es intensam ente subrayada por la devoción y
la teología católicas, que resaltan en ella como acto p rin ­
cipal el consentim iento de M aría al m ensaje de la anuncia­
ción. Por añadidura, cuando la V irgen acepta la encarn a­
ción, no habla solam ente en nom bre propio, sino en nombre
(Icl conjunto de la hum anidad a la que se ofrece la salud.
Poniendo de relieve esta conexión, la teología católica a fir ­
ma, por el mismo hecho, el lazo profundo que existe entre
la cooperación de la V irgen y la del resto de los hombres...
I':i i)aralelísm o tradicional entre M aria y la Iglesia ha lla ­
mado igualm ente la atención de B arth... De una parte y
(le otra, se da un poder sobre el cuerpo real de Cristo. De
una parte y de otra estamos en presencia de fuente de g ra ­
cia: la V irgen por su intercesión todopoderosa, la Iglesia
p o r su poder sacram ental. Por la misma razón, la fe ca tó­
lica otorga a M aría y a la Iglesia una dignidad y una auto­
ridad que la fe protestante no cree poder atribuir más que
a Cristo. Este paralelism o asi concebido es parte de la ló ­
gica misma dcl catolicism o: la m aternidad de M aría r e ­
clam a la m aternidad de la Iglesia y viceversa. Para el
m ismo Barth, no es un hecho casual el que bajo un mismo
pon tificado hayan sido definidas la Inm aculada Concep­
ción y la in falib ilid ad p o n tificia ” (40).
Exageraciones a parte, el alegato barthiano es certero.
La asociación cooperativa de M aria con Cristo se continúa
en la Iglesia toda. Sólo que, como ob.serva atinadam ente el
P. Congar, los protestantes, no consideran como se merece,
que la cooperación de M aria y de la Iglesia, radica en otra
cooperación prim ordial de la que son efecto y com plem en­
to; la de la hum anidad misma de Cristo. “ Los protestantes,
dice el gran ecum enista dominico, critican nuestra con­
cepción de la Iglesia, y todavía más nuestra devoción y
nuestra teología marianas, pero sin considerarlas unidas
a su raíz, que es el dogm a cristológico y el papel de la hu­
m anidad de Cristo en la econom ía de la salvación. Para
nosotros, precisam ente porque la santa hum anidad de C ris­
to, unida a su divinidad sin confusión ni división, es el
órgano de nuestra salvación y de toda la comunicación de
la gracia, M aria con ella y la Iglesia después de ella, des­
em peñan el papel que nuestra doctrina les reconoce” (41).

Esta connatural concatenación entre si de los tres m is­


terios, ha de tenerse presentísim a en su estudio teológico
para no desnaturalizarlos. Son interdependientes. Sólo pue­
den ser acertadam ente comprendidos en su interdepen-
Í40> J. H a m e r, o . P .. M a r i o l o g i c e t L h é o l o g i e p r o t e s t a n t e . E n " D i v u s T h o m u s "
(le F r ib u r g o - S u iz a . 30 Í1952) 347-368, p. 359-60.
(4 1 ) I.- M . C o n g a r . O . P . . C r i s t o . M a r í a y la Ig l e s i a , B a r c e lo n a , 1964. p. 30-31.
" H a e c e s t. d ic e G . P h i l i p s , s y n e i g i a c a t h o lic a d e q u a th e o io g i r e í'o r m a t l in ju s tc
in d ig n a n t u r . q u a . u t f a t e t u r n o tis s im u s e o ru m . K . B a r t h s c ilic e t . D e ig e n it r ix
V i r g o f i t p r in c ip iu m . ty p u s , p e r s o n if ic a t io e t v e lu t s u m m a t o t iu s E c c le s ia e . Q u a ii-
diu p r o t e s t a n t e s r u U u m m a t r is n o s lr a e M a r ia e n o n a g n o s c e n t. ñ e q u e p le n o o re
(i(‘ n u ilr e E c c le s ia lo q u i p o t e r u n t .” D e M a r i o l o g i a iii c o n t e x t u h o d 'i e r n u e t h e o lo g ia e .
E]\ D e m a ñ o l o g i u e t o e c m n e n i s m o , R o m a . lf>62. p . 18.
ciencia. El m isterio fundam ental es el de la Encarnación.
Pero la Encarnación no se da sin la m aternidad de María.
Tam poco se cumple sin que resulte de ella la Iglesia. De
Cristo provienen las condiciones de M aría su M adre; de
Cristo y de M aría provienen las condiciones de la Iglesia.
Ilustran y autorizan nuestro pensam iento estas solemnes
palabras de Pablo V I: “ La esencia íntim a (de la Iglesia), la
principal fuente de su eficacia santificadora, ha de buscar-
■s(‘ en su unión intim a con Cristo; unión que no podemos
pi'nsar separada de Aquella que es la M adre del Verbo E n­
carnado y que Cristo mismo quiso tan íntim am ente unida
a Si para nuestra salvación. Asi ha de encuadrarse en la
visión de la Iglesia la contem plación amorosa de las m ara ­
villas que Dios obró en su Madre. Y el conocim iento de la
víM dadera doctrina católica sobre la bienaventurada Virgen
María será siempre la clave para la exacta inteligen cia del
mi.sterio de Cristo y de la Iglesia.” (42).
Resulta, en d efin itiva, que el m isterio de M aría se p ro­
yecta vitalm ente sobre el m isterio de la Iglesia. La m ario-
loi'ia, por tanto, so pena de fa lla r en su cometido, ha de
::()ri)r(;iider y señalar la virtualidad eclesial del m isterio
iiiariano. Ha de m ostrar que la vida de la Virgen, como M a ­
dre, refluye sobre la vida de la Iglesia; que la santidad
períectisim a de la V irgen como de ejem plar y modelo, ha
de ser revivida por la Iglesia (43). La eclesiología, a su vez,
lia de reconocer y señalar las dependencias y condiciona­
mientos marianos del m isterio de la Iglesia.
Digamos, en suma, que por ser M aría la M adre y Modelo
de la Iglesia, la m ariología ilustra el m isterio de la Iglesia
como se ilustra la naturaleza de un ser por su causa ejem -
( r>) n/sT, r l a u n v r a IT l Ses. V a t ic . TI.
(i'ii ( ' I. Si i i MMT.s. L a Virr/Pii M a r í a , p, ; Roschini, La Madre de Di os. Ma -
•ümI I. p. 11.
piar y eficiente. Y por ser la Iglesia h ija e im agen de M aría,
la eclesiologia ilustra la m ariologia como se ilustra la natu ­
raleza de un ser por lo que es efecto y trasunto suyo.

4.» Conclusión. En una teología sistemática integral, la


m ariologia ha de ser estudiada entre la cristologia y la
eclesiologia.

Es ya una pura precisión o un corolario. M aría, por el


m isterio esencial de su m aternidad, es esencialm ente in te r­
m edia entre Cristo y la Iglesia. Interm edia, naturalm ente,
para imirlos, no para separarlos. Ese puesto suyo esencial en
el designio divino y en la historia salvifica, ha de ser res­
petado y esclarecido por la ciencia teológica. La cristologia
debe ilum inar la m ariologia, y ésta debe corroborar la cris-
tología. A su vez, la m ariologia junto con la cristologia debe
ilum inar la eclesiologia y ésta debe corroborar la m ariolo­
gia y la cristologia (44).

5." Conclusión. El acoplamiento m aterial eiitre la m a ­


riologia y la cristologia es de im portan cia secundaria, con
tal que se salve rigurosamente su interdependencia formal.

Adm itida la dependencia doctrinal de la m ariologia res­


pecto de la cristologia (correspondiente a la dependencia
real entre el m isterio de M aría y el de Cristo), ¿cómo se ha

(44> T h . K h o i ; l i : r . ob^^e^va a t i n a d a m e n t e : “ L e s n iy.stcres de la fo i nc s o n t p a s


(io c a n to n s séparó.s, des s p c c ia lit é s .s c ie n tifiq u e s . l\ n ’ y a qu u n e fo i. un E s p r it. L o
n iy s tó r e d e M a r ic n 'e s t a p r é h e n d é qu e d a n s le n i y s t r i e du C h r is t nt en in t im e
r o r r c la t io n a v e c le m y s t r r e d e r E ^ lis e . c e lu i du p e u p le d e D ie n d es l ’ A n c ie n n c
A llia n c c . e l c elu i d e p e c h e d a n s le q u e l E v c e n t r a in a r h u n ia n it c . ” (M a lcrjiilc
a p i r i t u e ll e , en “ M a r i a ” (M a n o i r ) to iu . V I , p . 591.
de m aterializar esa dependencia en la disposición efectiva
de la teología de la Virgen? Ha de hacerse:
— ¿por vía de enclave en la cristología?
— ¿a modo de tratado paralelo?
— ¿en form a de tratado adicional?
— ¿con carácter de tratado teológico propio?
P ara todos estos procedim ientos puede haber razones
más o menos considerables, no fáciles de cotejar y preferir,
menos de ser apreciadas con unanimidad. Nosotros diremos
luego nuestra preferencia, aunque sin darle una im portan ­
cia desmesurada. La verdadera im portancia está en salva­
guardar la dependencia form al entre ambos tratados como
lo impone la dependencia real entre ambos misterios. M aría
sólo puede ser vista como es, a la luz de Cristo, su H ijo
divino, Salvador del mundo. Es toda relativa al H ijo. Se d e­
fine por relación al H ijo. Es sencillam ente su Madre. P e n ­
samos con Philips que “ el tratado más bello de m ariología
será aquel que se amolde más fielm en te a esta dependencia
('.sencial con relación al m isterio de Jesús” (45).

(!■•' conclusión. El estudio del misterio de María en t r a ­


tado propio, no sólo es legitim o, sino conveniente.

Desde el siglo X V II, como ya dijim os, comenzó a elabo­


rarse el estudio teológico de la V irgen en tratado especial,
integrado en el conjunto de la teología en dependencia e
independencia a la vez de los demás y como los demás tr a ­
tados. Este procedim iento fue prevaleciendo en los siglos
posteriores, sobre todo en el siglo X IX , y es ya casi el único

(4 f)i G. P H u .iP s, L u d u r (le la m a r i o l o q U t . E.st, M a r . 10 (19501, p 11. C f. De


a l to m o V I . d e M a r ía ( M . a n o i r » P a r ís . I9 ü l. p. 10-11.
en vigor en nuestros días. R ecientem ente algunos autores
han criticado con dureza esta costumbre, poniendo en tela
de ju icio su legitim id ad y su eficacia (46).

Legitim idad de la m ariologia “separada” .

A nuestro entender legitim a un tratado teológico propio,


especial o “ separado” lo que es sujeto o m isterio teológico
especial, por su peculiar relación con Dios como principio o
como fin , por ser objeto especial de la revelación divina y
de los lugares comunes de la teologia y cuyo estudio puede
constituir un conjunto doctrinal estrictam ente científico.
Por estos títulos la m ariologia no sólo es tratado especial
legítim o, sino el más legítim o de todos, fuera de los que v e r­
san sobre el mismo Dios o sobre Jesucristo. Reparem os en
ello.
Después y en razón de Cristo, la V irgen es la obra m áx i­
m a de Dios en el orden de la naturaleza y de la gracia. Su
relación con Dios es tan singular y tan im par como lo e v i­
dencia su condición de M adre divina. El m isterio mismo de
Dios y el de Dios Humanado, tienen su re fle jo más esplen­
doroso en la Virgen M adre llena de gracia. M aría sola es
más deiform e y más cristíform e que las criaturas todas de
Dios. El Señor es con ella.
Sabido es y basta recordarlo, que M aría, como M adre del
Salvador venidero y como M adre del Salvador venido, es
después y junto con Cristo personaje prim ordial de la his-
(4 6 ) C h . M o e l l e r h a e s c r i t o ; “ L o s qu e d u r a n te el s ig lo X I X , s o b re to d o , h a n
q u it a d o a la m a r io lo g ia su m is ió n (d e e s c la v a d e la t e o lo g ía i p a r a h a c e r d e e lla
a lg o c o m o u n a e s p e c ia lid a d c e r r a d a , l a h a n c o n d u c id o a la v e z a la m is e r ia y a
e s t e r ilid a d . A p a r t i r d el s ig lo X V I I se h a c a v a d o u n lo s o e n t r e t e o lo g ía y m a r io lo -
g í a . . . ” ( M e n t a l i d a d m o d e r n a y e v a n g e l i z a c i ó n , p. 225) C f, L a u u e n t in , L a q u c s t l o n
m a r í ü l e , p. 26 ss,. 108.
toria salvifica y objeto, al mismo nivel, de la revelación
divina. Con esta misma prim acía se ocupan de ella la tra ­
dición, la liturgia, el m agisterio y los lugares o fuentes co­
munes de la ciencia teológica. De ellas, pues, con especial
abundancia, se nutre la m ariologia.
Tam bién es justo razonar que si M aria, por su a llega ­
miento m aternal al Verbo Humanado, su Hijo, es la más
allegada a Dios en perfección (47), tam bién lo es en la ve r­
dad. En ningún tratado teológico, por tanto, tienen m ayor
vigencia los principios de la ciencia teológica que en la m a-
riología. M aria es la criatura más sem ejante a Dios. La
m ariologia el tratado más teológico, luego de los que versan
•sobre el mismo Dios.
Favorece además el carácter cien tífico de la m ariologia
la trabazón y unidad de sus verdades, puro reflejo de la
unidad del ser y de la misión de María. La perfección y la
unidad son tam bién proporcionales en los seres. El m isterio
(!(' M aría no sólo recibe del m isterio de Cristo la m áxima
|)erfección, sino la m áxim a unidad. Valen tam bién aquí las
leyes fundam entales de correspondencia y analogía entre
ambos m isterios que hemos form ulado y expuesto otras
voces (48). La m aternidad divina y la m aternidad espiritual
(luo constituyen el ser y la misión de M aría, son im prontas
vivas de la unión hipostática y de la capitalidad de gracia
(!(' Cristo. La m aternidad divina es pura dependencia de la
11I l i o n hipostática en su realidad, en su condición y en sus
virtualidades. Sem ejantem ente lo es la m aternidad espiritual
de M aría de la capitalidad de gracia de Cristo. Esta dependen­
cia fundam enta una analogía general fecim disim a entre
ambos misterios. La m aternidad divina y la m aternidad es-
' 47! Cl . S a nto T o m á s . 3. q. 27 a 5.
I W.) ('!' iM i nc i pa l i i i o r i t f Ln /no l r r i i i d a t l espiritual de Mari a. K,-.! Mi i r , 3
■ i 'H l i , i> óí-
piritual son a M aría lo que la unión hipostática y la ca p ita ­
lidad de gracia son a Cristo. Y esta resonancia vital
que el m isterio de Cristo tiene en el de M aria, se prosigue
en una consonancia dinám ica que parangona y aduna toda
la eficien cia salviñ ca de ambos misterios. La gracia llena
m aternal de M aria incluye y unifica todas las virtualidades
soteriológicas de M aría como la gracia capital de Cristo (de
la que procede y a la que sirve) incluye y unifica todas las
virtualidades soteriológicas de Cristo.
De este, modo, la m aternidad que, como realidad, cons­
tituye el ser y la misión de María, como principio teológico,
contiene virtualm ente toda la m ariología y da coherencia,
hom ogeneidad y unidad a su desarrollo ideológico. La rad i­
cación cristológica de este principio generador de la m ario-
logia, hace imposible todo peligro y desvanece todo recelo
de autonomismo.
Todo ésto, no sólo demuestra que la m ariología es un tra ­
tado tan legitim o o tan teológico como los otros, no re fe ­
rentes a Dios mismo, sino más legítim o y más teológico que
todos ellos, porque nada ni nadie participa tanto de Dios
como M aría ni, por tanto, hay verdad más ilum inada por la
de Dios que la suya. Nadie niega la autenticidad teológica
de la eclesiología, de la angelologia, de la escatología, etce-
tera, etc. Nosotros afirm am os que superiores y más autén­
ticos son los títulos teológico-cien tíficos de la m ariología.

Conveniencia del estudio propio o “ separado” .

A la m ariología le corresponde piso propio en la mansión


de la ciencia teologal. Es, pues, conveniente concedérselo.
El derecho postula el hecho. Es su alojam iento adecuado.
Concretando conveniencias, sobresalen como más a ten ­
dibles :

1.“ La dignidad misma de la Virgen y la trascendencia


de su m isterio que aparecen más reconocidas al otorgarles
un tratado peculiar, tam bién otorgado a otros misterios
menos excelentes.

2.“ La m ayor facilidad para un estudio orgánico, hom o-


¡íéneo e integral.

3.'' La m ayor facilid ad para la docencia y el aprendizaje.

Y ésto podría bastar si, por cortesía, no debiéramos pres-


Uir atención a los reparos ya m encionados de ciertos c r íti­
cos. Acusan a la m ariologia “ separada” m oderna de “ espe-
cialización” , es decir, de estructuración independiente de la
tí'ologia; de lo que podríam os llam ar separatismo teológico.
I.a consecuencia sería, dicho en breve, una m ariologia des-
icologizada.
No negaríam os la gravedad del crimen, si fu era cierto.
I’cro, ¿lo es? Los que lo denuncian no han aducido pruebas
(lUc lo sean. Dan más bien la im presión de perseguir un
liuitasma amedrentador. ¿Dónde están esas m ariologias
desmembradas del árbol teológico? Y si no pueden aducir
una como prueba (que seria una excepción) ¿por qué lanzan
lii acusación general contra todas?
Ciertam ente, la “ especialización” aunque fa cilita el en-
I iíliK'cimiento particular, expone al em pobrecim iento gene-
I III. Y siendo más o menos viable según los campos o disci­
plinas, (MI ninguna lo es menos que en teología por ser como
r.i, ;i la vez, la más universal y la más unitaria de las cien-
(■l;i;:. I‘;n ella no es posible saber mucho de una parte o
tratado particular, sin saber m uchísimo de toda la teología
en general. A quien pregunte cómo ha de especializarse en
un tratado teológico, se le ha de aconsejar que se g en erali­
ce cuanto pueda y, tanto más, cuanto m ayor haya de ser
su especialización. El teólogo que haya tenido que p rofu n ­
dizar en un m isterio teológico, sabe que los principios de
solución hay que buscarlos muy lejos de los problemas.

L o dicho antes de ahora de la vinculación del m isterio


de M aría con los demás m isterios y en especial con el de
Cristo, demuestra, sin más, que una m ariología cie n tífica ­
m ente autónom a carece absolutam ente de sentido. A caba­
mos casi de ver que el m isterio central de M aría, que es su
m aternidad divino-espiritual, es una derivación real e ideo­
lógica del m isterio de Cristo, su H ijo divino.

Pero esto mismo, como tam bién prevenimos, es una g a ­


ran tía connatural, casi una autovacuna contra todo riesgo
de desconexión teológica o de autonomismo m ariológico.
El Padre José A ntonio de Aldam a, razona adm irablem ente
a este propósito:

“ L a Índole misma de los problem as m ariológicos no perm iten im


estudio separado de la teología. ¿Quién puede tratar de la elección
y de la predestinación de M aría, ignorando los problemas de la di­
vina predestinación? ¿Quién investigará la concepción inmaculada
de M aría descuidando el tratado teológico, ya histórico ya especu­
lativo, del pecado original? ¿Quién la m aternidad d ivin a sin la
consideración de la unión hipostática? ¿Quién la gracia, quién el
m érito de la Virgen? M ás aún, ¿quién se ocupará de la m ediación o
de la corredención, desentendiéndose del tratado teológico de la re­
dención de Cristo? Todo esto es imposible. L a m ariología es parte de
la teología, no sólo en razón del método, sino, prim ero y necesaria­
mente, en razón de la materia. Sus problemas son parte de proble­
mas teológicos más amplios. No se ha cavado, pues, ningún foso
entre la m ariotogia y la teología. Si alguno se da, será entre ciertos
m ariólogos y ciertos teólogos, Y . en verdad, que en los m aríólogos
nunca encontré ni ignorancia ni hostilidad de la teología admitida.
Lo que no puedo decir con sinceridad d e ciertos teólogos respecto
de la m ariología” (49).

Sigan, pues, tranquilos los mariólogos, que sus m ariolo-


gias m aterialm ente “ separadas” , son perfectam ente legi-
liinas, pueden ser muy convenientes y no tienen por qué
no ser form alm ente unidísimas a la teología. La m ariolo-
Kía es form alm ente inseparable de la teología, como M aría
( s realm ente inseparable de Cristo y, en Cristo, de Dios.
"A rc to et indissolubili vin cu lo cinn Christo c on ju n c ta " (50).

En conclusión de nuestras conclusiones, recordamos una


consideración que el Concilio Vaticano I I dirige a todos y
iiiKi exhortación que dirige a los teólogos y predicadores. La
cotisideración para todos dice así: “ La Iglesia, reflexion an ­
do sobre M aría y contem plándola en la luz del Verbo hecho
hombre, llena de veneración, entra más profundam ente en
( I sumo m isterio de la Encarnación y se asem eja más y
ma.s a su Esposo. Porque M aría que, habiendo entrado ín ­
timam ente en la historia de la salvación, en cierta m anera
iinc y re fle ja en si los más grandes m isterios de la fe,
niii'iitras es predicada y honrada atrae a los creyentes h a ­
ría .su H ijo y su sacrificio y hacia el amor del P a d re” (51).
A los teólogos y predicadores de la divina palabra los
"cxliorta encarecidam ente a que se abstengan con cuidado
lie toda falsa exageración como, tam bién de una excesiva
rsl ri'choz m ental, al considerar la singular dignidad de la

i l üi De (¡ u a e s tí o ii e m a r i a l i . R o m a , 1964, p. 56.
I >iM PÍO I X . B u la ¡ n e f f a b i l i s De u s . D o c . M a r ., n. 285.
' •ii C oTisl. L u n i r n ( j e n t i u m , n. 65.
M adre de Dios. C ultivando el estudio de la Sagrada Escri­
tura, de los santos Padres y Doctores y de las liturgias do
la Iglesia, bajo la dirección del M agisterio, ilustren recta ­
m ente los oficios y privilegios de la santísim a V irgen, que
siempre dicen referencia a Cristo, origen de toda verdad,
santidad y piedad” (52).
Damos por no dicho en nuestro escrito cuanto pudiera
disentir de esta norm a de la Iglesia.

(5 2 ) Ib ., n. fi7.
LA F l i ^ ( ; l ( ) ^ PHOIM \ l)K M \H1 V
KS S IE M I’ KK l)K MADKK.
I.N L A E C O N O M I A DE L A SALVACION, L A
l üNCION PROPIA DE L A SANTISIMA VIRGEN
ES SIEMPRE DE M A D R E

Por Dom J orge F r énaud, O. S. B.,


P rior de Solesmes.

I':i texto conciliar del capitulo V I I I de la Constitución


l.iuncii geyitium declara, con apropiados y felices términos,
i'l íin que, al hablar de la Virgen, se propusieron los Padres:

“ Ideo Sacrosancta Synodus, doctrinara de Ecclesia


in qua divinus Redem ptor salutem operatur exponens,
illustrare sedulo in ten d it tum munus Beatae Virginis
in inysterio In c a rn a ti Verbi et Corporis Mystici, tum
hornmum redernptorum o fflc ia erga Deiparam, m atrem
Christi et m atrem hom in um , m áxim e fid eliu m ” .

l'nstas lineas m antienen, y con razón, la tradicional dis-


I I l i c i ó n entre m ater Christi y m ater hom in m n , que pone a
:.;ilvo los dos aspectos de la m aternidad M aría: de un modo
c.s madre de Cristo, y de otro modo lo es de los fieles. Pero
rinpicza afirm ando que la V irgen ejerce una sola función
iiiniNiis) en el m isterio único que abarca el del Verbo En-
iMi iiado y el de su cuerpo místico. Y es que, efectivam ente,
María es, a la vez. M adre perfecta de Dios y de los hombres,
por una sola e idéntica actividad, aunque la relación a cada
uno de los térm inos sea de naturaleza diferente. Y la cues­
tión esencial a la que el capitulo quiere responder es ésta:
¿Cuál es el papel o el oficio propio de M aría en todo el m is­
terio de la salvación?
A nte todo, veam os cómo responde el texto conciliar. Los
Padres se adelantan a decirnos, que no presentarán una
doctrina m ariológica com pleta y que se abstendrán de d iri­
m ir puntos doctrinales todavía discutidos entre los teólogos.
Por eso, todo a lo largo del capítulo (escrupulosam ente fie l
al propósito antedicho) no se construye una síntesis aca­
bada que intente reducir a un solo principio el conjunto de
las enseñanzas. Es cierto— y el P. Enrique del Sagrado Co­
razón lo ha demostrado herm osam ente— , es cierto que se
utilizarán y se pondrán de relieve todos los grandes p rin ci­
pios ya reconocidos por los m ariólogos; pero el texto bus­
cará más una descripción analítica en que serán enum e­
rados y descritos los diferentes aspectos de la m isión de
M aría en el m isterio cristiano. Y el texto guardará reserva
sobre el punto que— según la expresión de Pablo V I en el
texto italiano de su discurso del 21 de noviem bre de 1964—
hubiera “ sellado” todos los elem entos doctrínales conver­
gentes que la Constitución había recordado. Fue el mismo
Papa quien tom ó la in iciativa de ese coronam iento d octri­
nal a que hemos aludido, proclam ando a la Santísim a V ir ­
gen M aría “ Madre de la Ig lesia ” .
M i intención ahora no es ni com entar dicha proclam a­
ción, ni probar su harm onía profunda con el texto con­
ciliar. Quiero sólo destacar el principio de unidad que se
desprende naturalm ente de la enseñanza que es común al
Cuerpo de los Obispos y al Papa, su Cabeza suprema. P r in ­
cipio muy sencillo y a todos muy fa m ilia r; pero que siem ­
pre es útil rea firm ar al acabar una exposición analítica.
para saborear m ejor, a la luz de la fe, toda la hermosura y
riqueza del m isterio de María. Y me apresuro a decirlo:
Este principio no es un punto de partida a priori, para una
deducción lógica; sino un punto a donde ha llegado la
atenta reflexión de la Iglesia sobre el dato revelado. Pues
bien, el principio puede enunciarse asi: “ La función ( 7 7 1 U -
nus) y el lugar (locus) propios de la V irgen en el m isterio
del Verbo Encarnado y su Cuerpo Mistico, son el de una
madre, el de la M adre por excelencia” . M adre de Dios R e ­
dentor y M adre de todos los redimidos, M aria ejercerá esta
función m aternal con toda la universalidad que le señaló
el plan divino de nuestra salvación; y será una función ex-
Irictam ente propia de María,
1." porque Ella la ejerce siempre y en todas partes,

2." porque sólo a Ella toca el ejercerla con tal grado do


perfección y universalidad.

l'íste principio así afirm ado, es una respuesta a la cues-


liuii que proponía el párrafo 54 del capítulo V III, sobre
i'l IIInñus de M aría en la economía de la salvación. Respues-
l;i objetivam ente idéntica a la que nos dieron la Constitu-
11(111 conciliar y la Alocución pon tificia del 21 de noviem -
lH ('. Pero la m anera de form ular la respuesta será diferente,
porciue— como verem os enseguida— la Constitución Lum en
(/('iiliinn lo hace detallando los variados aspectos que des-
i ul)i iiuos en las relaciones de M aría con Cristo y con la
h’ U'sia. Pablo V I, en su discurso, se detiene e insiste, sobre
l(i()o, en el título de “ M adre de la Ig lesia ” que proclam ó so-
Irimii'inente. Nosotros tratarem os más bien de expresar el
misino contenido, en una afirm ación única y global, inten-
liindo un esfuerzo de síntesis y subrayando más todavía
l;i liai inonía m aravillosa de todos los aspectos ya conocidos.
I.— EL PA PE L M A T E R N A L DE M A R IA EN L A C O N S T I­
T U C IO N C O N C ILIA R .

Veamos, ante todo, la insistencia con que todos los p á ­


rrafos del capítulo V I I I (cada uno bajo su especial punto
de vista) aluden a la función m aternal que M aría desem ­
peña en orden a Cristo y en orden a los miem bros de su
Cuerpo Místico.
En el prooem ium del capitulo, y solo en el núm. 52, esta
función se significa por tres veces:
Prim eram ente citando el célebre texto de San Pablo a
los G álatas: “ M isit F ilium suum ex M ullere... ut adoptio-
nern filioru m reciperem us” (IV , 4-5). La única vez que San
Pablo habla de la Virgen, es para a firm ar que es verdadera
Madre del Salvador; y eso, precisam ente, para que nosotros
llegásemos a ser hijos adoptivos. Texto capital, que sitúa
con exactitud a M aría en todo el m isterio de la salvación.
Después en el artículo del Símbolo de la f e : “ Et incarna-
tus est de Spiritu Sancto ex M aría V irg in e” : que es la a fir ­
m ación tradicional y clásica de la m aternidad divina de la
Virgen.
Por últim o las solemnes palabras del A n áfora eucaris-
tica : “ Et in prim is gloriosae semper Virginis M ariae, G e-
netrícis Del et Dom ini nostri lesu C hristi” : expresión téc­
nica en que se llam a a M aría no sólo M adre de Dios, sino
M adre de Nuestro Señor y Redentor.
El p árrafo siguiente (n. 53) vuelve todavía sobre la m is­
m a idea y con precisión más grande: “ V irgo M aría, quae
angelo nuntíante Verburn corde et corpore suscepit et V i-
tam mundo protulit, ut vera M a te r Del ac Redem ptoris ag-
noscitur et honoratur... Hoc summo m uñere ac dignitate
ditatur ut sit G e n itrix Dei F i l ii . . . ” La función de M adre de
Dios aquí se afirm a y se presenta con una fin alidad bien
defin id a: se trata de salvar al mundo dándole la V ida; y
para esto es M adre la Virgen. Esta dignidad de Madre será
la razón de todos sus demás privilegios. Seguidam ente y en
('1 mismo párrafo, se reproduce el conocido texto de San
Agustín, en el libro De Virginitate, considerado siempre
como una de las más felices expresiones de la m aternidad
c.sinritual de Nuestra Señora: “ plañe m ater m em brorum
( ( ’hristi), ...quia cooperata est caritate iit fideles in Ecclesia
iKiscerentur, quae illius Capitis sunt m em bra” . Y term ina
el párrafo con una proposición muy inspirada de la Bula
aurea Gloriosae Dominae, de B enedicto X IV , sobre la cual
volveremos más adelante; “ eamque Catholica Ecclesia, a
Spiritu Sancto edocta, filia li pietatis a ffectu tanquam m a -
Irr.ni amantissimam prosequitur” .
Sobre el núm. 54 notamos solam ente la fórm ula ya clá-
■sica,: “ Deipara, mater Christi et jnater hom inurn” .
Con el núm. 55 com ienza la parte segunda del capitulo,
(|ii(' recoge los fundam entos escrituristicos de la doctrina
iniiriana. En prim er lugar adúcense los documentos tom a­
dos del Antiguo Testam ento, que “ qualiter in Ecclesia le-
(’ unt.ur et sub luce ulterioris et plenae revelationis in tel-
lil’ untur, clarius pedetentim in lucem proferunt figuram
iiiiilieris, matris Redeniptoris” . Estas últim as palabras re-
.■;uni(‘u exactam ente lo esencial de la prim era revelación
todavia im plícita del m isterio; y es notable que el sig n ifi­
cado de M aría se concentra en la función de “ M adre del
lícdcntor” . M aría será tam bién, por excelencia, la “ H ija de
•Sion" con la cual y en la cual “ nova instauratur oeconomia,
i|liando Filius Del huvianam naturam ex ea assurnpsit, ut
inysl('riis carnis suae hom inem a peccato liberaret” . La
lii'i'.spí'ctiva de la salvación fundam entalm ente se m an tie­
ne siempre la m ism a; y, en ella, la V irgen ocupa siempre el
mismo puesto: el de M adre que da al mundo su Redentor.
A l evocar el relato de la Anunciación, el núm. 56 p re­
senta a M aría llenando el acto prim ero y esencial de su fu n ­
ción de Madre. Ese acto fue, en prim er térm ino, el libre
consentim iento otorgado por M aria, en virtud del cual ip~
savi Vitarn, om nia renovantem , mundo e f fu d it ” , m erecien­
do desde entonces ser llam ada “ D eipara” , M adre de Dios.
M aria, obedeciendo a la voz de Dios, “ fa cta est m ater lesu,
ac salvificam voluntatem Dei, pleno corde et nullo retar-
data peccato, complectens, semetipsam ut Dom ini ancillam
personae et operi F ilii sui tota liter devovit, sub ipso et cum
ipso, om nipotentis gratia, m ysterio redem ptionis inser-
viens” . Todo este servicio, por el cual tiene la V irgen tan
grande parte en la obra de la redención, pertenece prop ia­
m ente a su condición personal de M adre perfecta del Dios-
Salvador. Y llenando las exigencias de su m isión m aternal,
es como M a ría — según el pensam iento de San Ireneo antes
citado— “ sibi et universo generi humano causa fa cta est
salutis” , realizando, en fin, el hermoso titulo de “ M adre de
los vivien tes” que proféticam ente se había dado a Eva.
El párrafo siguiente (n. 57) muestra el lugar que tuvo
M aria en los principales m isterios de la in fan cia de Jesús.
Es la Deipara, la madre divina que presenta su prim ogé­
nito a los Pastores y a los M agos; la que lo ofrece a Dios
en el tem plo y lo pone en brazos del anciano Simeón. Es
tam bién la Madre que buscará con dolorosa ansiedad y en ­
contrará con alegría inefable al H ijo desaparecido m om en­
táneam ente, cuyas palabras y misterios conservará luego
en su corazón, m editándolas con ternura.
El núm. 58 afirm a que “ M a te r eius signanter apparet” :
en el comienzo de la vida pública de Cristo para alcanzar,
con sus ruegos, el prim er m ilagro del Salvador; después, a
lo hifíí'o de la predicación, escuchando y guardando la pa­
labra de Dios; y al fin, sobre todo, junto a la Cruz “ non
•■iliH' divino consilio stetit, vehem enter cum U nigénito suo
coiidoluit et sacrificio Eius se m aterno anmio sociavit, V ic-
limao de se genitae im m olationi am anter consentiens; ac
(Icinum ab eodem Christo lesu in cruce m oriente uti m ater
(liscipulo, hisce verbis data est: Mulier, ecce filius tuus” . En
todas partes, es la Madre, en cuanto Madre, que está pre-
.'iciite e interviene ante su H ijo o por sus hijos. Por último,
en {'[ Cenáculo, después de la Ascensión, los Apóstoles se
juntan en oración, “ cum M aria M a tre lesu” : M aría tam bién
en m edio de la Iglesia naciente, a titu lo de Madre.
Volverem os rápidam ente sobre algunos detalles de estas
enseñanzas escrituristicas para subrayar su alcalce. Ahora
ii'lctigam os sólo el “ espíritu” dentro del cual son citados
por (>1 Concilio: se tra ta siempre de mostrarnos a la Madre
cumpliendo su función m aternal al lado de su H ijo.

Con el núm 60 em pieza una nueva parte del capítulo que


expone las relaciones entre M aría y la Iglesia. Desde las
primeras lineas se habla del “ m aternum viunus erga hom i-
nc.s ' que, lejos de atentar contra la m ediación única de Je-
■iicri.slo, la pondrá más de m anifiesto.
I':i párrafo 61 describe la función de M aría en la R eden ­
ción, que es precisam ente el tem a de nuestro estudio. Aquí
eslorzoso citar por entero el pasaje en que se funda toda la
doctrina del capítulo;

"B eata Virgo, ab aeterno una cum divini Verbi incarnationo


liuiqiiam M a t e r D ei praedevStinala, d ivin ae P roviden liae consilio
iii.s in ierris e xstilii a lm a d i v i n i R e d e m p l o r i s M a t e r , singulariler
prac alii.s generosa socia el humilis ancilia Doniini. Clii'istuin
iuiiici'p}i‘iis, (leiierniis, alcns, in l,eni)>lo P a iri sisl.ens, F U i o q u e í¡no
in cruce ynorienti com-patiens, operi SaLvaloris ^ingulari proraus
modo cooperata est, oboedientia, spe et l'lagranti caritate, ad
v itam anim arum supernaturalem restaurandam. Quam ob causara
m a ter nobis In ordine gratiae exstitit” .

Estas líneas, muy estudiadas por cierto, nos muestran


a M aría asociada constantem ente a la obra de Cristo; al
lado de Jesús y en su obra, M aría es, a la vez, madre y
asociada. Pero estas dos palabras no hablan de dos fu n cio­
nes diferen tes: porque su función de m adre perfectísim a
del D ios-Redentor im plica la de com pañera inseparable en
la obra redentora. M aría, al cum plir su misión m aternal,
fue “ prae aliis generosa soda et ancilla D om ini” ; para Ella,
la única m anera posible de acom pañar y servir al Señor,
era haciéndolo m aternalm ente, ni podía ser de otro modo.
Por eso cuando el Concilio enseña que M aría “ operi Salva-
toris singulari prorsus modo cooperata est” , el alcance de
ese modo del todo singular no significa sólo una superiori­
dad m eram ente cu antitativa o intensiva de los sentimientos
de la V irgen ; significa, sobre todo, el carácter totalm ente
distinto, el aspecto o m atiz cu alitativo de la cooperación
propia de la Virgen, porque, entre todas las criaturas, sola
M aría podía y debía servir y asistir a Jesús m aternalm ente.
Cierto, el texto conciliar no declara explícitam ente estas
precisiones. Su intención directa y obvia es m ostrar la p re­
sencia continuada de M aría al lado de Jesús, cuando éste
realiza nuestra redención. Pero está claro que se trata de la
presencia de una m adre; más; el conjunto del texto y, sobre
todo, los ejem plos seleccionados (concipiens, generans,
alens, in tem plo sístens. Filio m orienti com patiens) mues­
tran por si solos que la cooperación prestada por M aría, es
una cooperación m aternal.
Las últimas palabras del párrafo, que abren una nueva
perspectiva, confirm an y com pletan lo que ya se ha dicho:
los actos que M aría pone como asociada y compañera de
Cristo en su obra, son los actos m aternales...: m aternales
lodavia en otro sentido, en cuanto por ellos precisam ente
ob rem ” , es madre de todos Jiosotros en el orden de
lii fíiacia.
Y si alguien todavía dudase acerca del carácter univer-
:.;il y perm anente de la función m aternal de la Virgen, el
pi iiu'ipio del párrafo siguiente (n. 02) bastaría para devol­
v im o s la seguridad más absolta:

"H aec autem in gratiae oeconom ia m atcrnitas M a ria e indesi-


in 'iile r 'perdurat, inde a consensu quem in AnnuntiaUone fid eliter
¡jiacbuit. queniQue sub cruce incunctanter sustinuit. usque ad per-
pi'luam om niinn electorum consummalionein. In caplis enim
iissumpla saluiiíerum hoc munus non deposuit, sed m uUiplici
mi crcesfiione .«ua pergU in aeternae paUitis doni.s nobi.'i ronci-
liandis” .

T i alase claram ente de una función m aternal: “ Haec...


iii:iti'riiitas” . Y se precisa que, después de haber durado
ludo a lo largo de la vida terrestre de M aría, se prolonga
inlnlcrniinpidam ente en el cielo, en donde la Virgen, ac-
lii;iiul() siempre como M adre con su intercesión, "m atern a
cai'ilate de fratribus F ilii sui adhuc peregrinantibus...
n in il (lonec ad felicem patriara perducantur” . La oración
(Ir la Virgen será m aternal en un doble sentido: 1." porque
l;i <lii l¡',(' una Madre a su H ijo ; 2." porqxie es la oración de
lin a Madre por sus hijos. Y en las últim as líneas del párrafo
:.r declaran la eficacia y fruto de esa incesante interce-
■1(111 iiiat('rnal: “ Ut hoc m aterno su ffu lti praesidio M ediato-
ii iiiliiuiiis adhaereant” . Lejos de desviarnos o separarnos
(le Cri.slo Mediador, la intervención de su Madre y M adre
iiiicslia l,i('ne como efecto el darnos a Jesús y unirnos más
intim am ente con El. El don de Je.sús a todos lo.s hombres
se hará siempre por Maria.
Podía temerse que el núm. 63 que nos muestra a M aria
como “ tipo de la Ig lesia ” no hablase ya de M aría como M a ­
dre, desde que ya no la considera en relación a su divino
H ijo ; pero, muy al contrario, es precisam ente bajo este
aspecto de “ madre virgin al de Dios y de los hom bres” como
será la V irgen m odelo excelentísim o de la Iglesia:

"B eata autem V irgo dívinae m a tern ita tis d o w et viuiiere, quo
cuín F ilio R edem ptore unitur, suisque singuiaribus gratiis et
muneribus, etiam cum Ecclesia intim e coniungitur. D eipara (pa­
labra escogida con toda intención y en sentido muy fo r m a l: la
M adre de Dios, en cuanto tal) est Ecclesiae typus” .

El texto precisa a continuación, que M aria es m odelo


por su fe, su caridad y su perfecta unión con Jesucristo.
¿No lo será, pues, por su función de M adre?— Sería fácil con­
testar que en M aria, la fe, la caridad y la unión con Cristo
integran su función de M adre; “ prius m ente quam ventre
concepit” . Pero el mismo texto conciliar desarrolla y escla­
rece su penam iento; M aría es modelo de la Iglesia porque
ésta, a sem ejanza de M aría, es tam bién madre y V irgen ;
“ Beata V irgo M aria praecessit em inenter et singulariter,
tum vírginis tum m atris exem plar praebens” . M aria como
madre es m odelo de la Iglesia ; y si lo es tam bién como v ir ­
gen, no hay que olvidar tam poco que, en M aria, la v ir g i­
nidad es un elem ento de la excepcional perfección y de la
pureza sublime que justam ente pertenece a su maternidad.
Pero sigamos la lectura de ese p árrafo para darnos
cuenta de la insistencia con que el Concilio vuelve a su idea
fija ; “ Filiu m autem peperit quem Deus posuit prim ogeni-
tum in multis fratribus, fidelibus nempe, ad (¡nos (ji'jncndos
et educa lulos iiiateruo aiiiore conperatur” . Estas últimas
p:ilubra,s expresan, del modo más propio y exacto, cómo la
Virtícn es modelo de la Iglesia, es decir, en cuanto coopera
;il nacim iento y educación de los herm anos de Jesucristo.
liem os dicho más arriba, que M aria es para la Iglesia
modelo excelentisim o y “ sobreem inente” . Porque, efec tiv a -
Ilíente, hay un aspecto de la m aternidad divina que sobre­
pasa en absoluto las posibilidades de la Iglesia, aspecto en
el cual la Iglesia jam ás podrá asem ejarse a la Señora. Nos
iclí'rim os, claro está, al aspecto ontológico de la m atern i­
dad divina, por el cual M aría es madre, según la carne, de
I )i()s hecho hombre.
Ciertam ente M aria que llevó a cabo acción tan m aravi-
llo.sa,es m iem bro de la Iglesia; pero sus funciones m ater-
n;il(\s sobre el Verbo de Dios, no las realizó como m iem bro
ni como instrumento de la Iglesia. Hizolo a título riguro-
.'íiuncnte propio y exclusivo de madre natural de Dios, que
Ir otorga un lugar único en el plan divino. La Iglesia, como
l;il. lU) puede realizar este acto trascendental.
I'lxcluido ese elem ento inim itable, es verdad que la Ig le -
:.ia, acogiendo en su seno a los nuevos cristianos, engendra
I .spiritualmente a Cristo en sus almas y, en cierto sentido
inalógico, prolonga el acto m aternal de María.
Y en esto radica, ya lo hemos dicho, su más subida ejem -
plaridad, en cuanto la Virgen, siendo madre espiritual de
i-uantos se unen como miembros a Cristo, Cabeza del Cuer­
po Místico, es realm ente el prim er m odelo y el prototipo de
l:i Iglesia, que es, a su vez, madre espiritual de todos los
cristianos.
Ksta idea la encontram os nuevam ente, pero en sentido
inverso, en el núm G4 que considera a la Iglesia como im a-
r.cn de Maria, porque, como ella, “ per Verbum Del fid eliter
riinc('ptimi et ipsa í'it m ater” . Este párrafo y el que le p re­
cede dan mucha luz; en ellos se fundam enta un argum ento
teológico muy seguro para dem ostrar que la m aternidad de
la Iglesia es una participación de la perfecta m aternidad de
Nuestra Señora. Esta verdad, sobre la cual habremos de v o l­
ver, m erecería ser explotada a fondo, para m antener el
desarrollo de la m ariologia en el sentido propuesto por la
Constitución conciliar.

L a tercera parte del capitulo se cierra con un hermoso


p árrafo (n. 65) que presenta a M aría como guía y, en cierta
m anera, como ejem plar del apóstol cristiano. La idea u ti­
lizada es siempre la m ism a: la Iglesia, ocupada en su tra ­
bajo apostólico, está siem pre m irando a M aría, porque la
V irgen — en cuanto m adre— es tam bién su m odelo: “ Unde
etiam in opere apostolico Ecclesia ad eam respícit quae
yenuit Christum ideo de Spiritu Sancto conceptum et de
V irgín e natum ut per Ecclesiam in cordibus quoque fid e-
lium nascatur et crescat” . Y es que todo apostolado cristia ­
no verdadero consiste en cooperar al nacim iento y desarro­
llo de Cristo en las almas. Por lo que el texto conciliar de­
duce inm ediatam ente esta consecuencia, im portantísim a
desde el punto de vista pastoral; “ Quae Virgo, in sua vita
exemplum exstitit m aterni illius affectus quo cuncti in m is-
sione apostólica Ecclesiae cooperantes ad regenerandos ho-
mines aním entur op ortet” .

La cuarta parte del capitulo está dedicada al culto de la


Virgen. El texto persevera en las mismas consideraciones
que colocan siempre en prim er plano la m aternidad de M a ­
ría. Desde el principio, el núm. 66 presenta a M aría como
M adre: “ M aría... utpote sanctissima Dei M a te r quae m ys-
teriís Christi in terfu it speciali cultu ab Ecclesia m érito ho-
n oratu r...” Y precisam ente porque se dirige a la M adre de
Cri.slo, que dice siempre relación al Redentor, el culto que
d;i a la Virgen, lejos de dism inuir el culto que a Dios se
IribiiUi, será por sí mismo una alabanza a Jesucristo: h on ­
rar a la Madre, en cuanto madre, es honrar al H ijo. A lgo
iiiá.s: el culto m ariano no será una m era señal de afecto
.'iciisiblero: su fundam ento único sólido es la fe, por la cual
"ii(t Dei G enitricis excellentiam agnoscendam adducimur
i l ;i(l lilialem erga matrern nostram amorem eiusque im ita -
iioiu'in excitam ur” (n. 64). El culto así tributado a la Madre
(le (h is to tendrá por efecto hacer que nos sintamos cada vez
iii;i.s hijos suyos y, consiguientem ente, cada vez más her-
niiiuo.s de Jesús, su Prim ogénito.

I ,;i quinta y últim a parte del capítulo alude a los h erm a­


no;: .separados, especialmente de los orientales que, como
iKisotros, sienten una devoción profunda a la Madre de
“ qui ad cultum Deiparae semper virginis férvido ac
ili’volo anim o concurrunt” . En este punto han perm anecido
ili'Ic.s a su tradición patrística y litúrgica, cuyos testim o-
nlo.s habremos de citar muy pronto.
I.a.s últimas líneas que preparan ya la conclusión del
i ;ipiluU), exhortan insistentem ente a todos los cristianos a
(III ii'ir- .sus oraciones “ ad M atrem Dei et hom inum ” a fin de
i|iii' “ apud Filíum suum in tercedat” para que se digne reu-
nii a todos los hombres en el único Pueblo de Dios. Así la
unidiid plena y perfecta, con miras a la cual se reunió el
( 'iiiicilio, será el fru to últim o de la m aternidad universal
lie María.
I .;i lí'ctura rápida del últim o capítulo de la Constitución
l.iiiiK'ii (/eiitiuni nos ha llevado a esta sencilla constatación:
idíln.s his i-elacíones que presenta el texto conciliar entre
y los varios aspectos del m isterio de la salvación h a ­
cen in terven ir a la V irgen en su cualidad de Madre. Una
inducción legitim a perm ite concluir a esta verdad: que el
papel, el lugar, la m isión propia, el vim m s proprhnti de M a-
ria en dicho m isterio es siempre el de “ M adre” . No que
M aría no ejerciera ningún otro papel ni realizase ningún
otro acto que, por su m isma naturaleza, no fuera necesa­
riam ente m aternal. Un acto de fe o de amor, una oración,
incluso un estado de asociación perm anente no incluyen
forzosam ente y por su naturaleza el carácter m aternal.
Pero en María, esos diversos actos y papeles revisten siem ­
pre y necesarim ente ese carácter, no sólo porque es una
m adre quien los realiza, sino tam bién porque M aría los
pone de un modo y con una fin alid ad m aternales. Todo
acto de M aría contribuye a hacerla perfectam ente Madre.
En ese sentido precisam ente, creemos que la palabra
“ m adre” , por sí sola es una síntesis fin a l de la doctrina m a-
riana. Por sí sola no lo dice todo; pero dice algo que se
encuentra en todo, algo que da carácter a todo: al estado,
a la conducta, a la actividad, al fin propio de M aría. Aunque
form e parte en el orden de la salvación, form a parte como
Madre. Su misma perfecta bienaventuranza será tam bién la
do la más bienaventurada de las m adres: “ B eata M a ter” .

II.-E L PA P E L DE M A R IA , SEGUN L A ALO CU CIO N


P O N T IF IC IA DE 21 DE N O VIEM B R E DE 19G4.

D irigida a la Asam blea conciliar reunida en sesión pú­


blica, la alocución p o n tificia de 21 de noviem bre de 1964,
que proclam a a M aría Madre de la Iglesia, corona e ilustra,
de modo m aravilloso, la doctrina contenida en el texto de la
Constitución. El Padre Santo recuerda, en prim er lugar, el
lili a Que se ordenaba el capitulo V I I I : “ Ut... ad unum qua-
n1 ac, tani amplum corpus redigeret doctrinam catholicam
el rea lociim B. M. V irgin i in mysterio Christi et Ecclesiae
I ribuendum” . Señala seguidamente, que no se acertaría a
conlom plar el rostro de la Iglesia sin adm irar las m a ra vi­
llas que Dios obró en su propia M adre tan estrecham ente
unida a la obra de la salvación. Y afirm a que precisam ente
la clara exposición doctrinal de la Constitución sobre las
relaciones entre M aria y la Iglesia le ha convencido que
íií'i ia oportuna la proclam ación que se disponía a hacer “ ut
Intel- hoc Concilium expressis verbis vmnus m aternuvi an-
niintiaretur quod Beata Virgo M aria in populo christiano
l’i'rit". Es el Papa quien habla, en un Concilio, y en térm inos
I orinales. Apoyándose en el contenido de la Constitución,
ri'Npoiide sobre un punto preciso a la cuestión que el Con-
i llld había planteado y quería resolver. Y responde form u-
limdo un título sumamente glorioso para la Virgen, que
'■tnlniIrUi quadam brevitate eximium locum exprim it quem
Dciparae in Ecclesia proprhim esse hoc Concilium ag-
iioi'il". Las últimas palabras son muy im portantes: el
Ululo expresará, en adm irable compendio, el lugar propio
(|iie el Concilio mismo asigna a la Virgen en la Iglesia. No
ailade el Papa una doctrina nueva, ni siquiera puede decir­
le (|ue cxplicite el pensam iento del C oncilio: ese pen-
.•iiiiiiiento el Papa lo concentra y resume en dos palabras:
Mal.í'r Kcclesiae” .
l,a lórm ula de proclam ación, sin revestir el carácter de
lina (lelinicíón ex cathedra, es sin em bargo solemnísima.
N(líese también el pequeño inciso “ quí eam M a trem am an -
li^slnidin appellant” . Estas palabras recuerdan el fin al del
niiin !>:) d(‘ la Constitución, que a su vez evocaba la Bulla
Aiiiea (!(' Benedicto X IV . Pero m ientras la Comisión con­
ciliar parece no haber introducido la expresión jnater
aviantissima, en la últim a revisión del esquema y después
de largas discusiones, más que en una suposición ambigua,
el Papa, al contrario, pone las mismas palabras en un con­
texto que quita toda am bigüedad y hace del m ate r am an -
tissima un equivalente del mater Ecclesiae. Aquí es d ifícil
no ver que el Papa hace una interpretación auténtica del
texto conciliar que, precisam ente, quiere resumir.
Y nota el Papa que con este nombre de “ M adre” es como
los fieles y la Iglesia entera gustan invocar a M aría. Y de
verdad este hermoso nom bre “ ad germ anam m arianam pie-
tatis rationem pertinet, cum dignitate ipsa, qua M aria
utpote M a te r Verbi incarna ti praedita est, firm ite r in n ita -
tur” . Encontramos nuevam ente la verdad central que— co­
mo hemos visto en en núm. 61 de la Constitución— consti­
tuye toda la base de la doctrina m ariana del Concilio. P a ­
blo V I lo repetirá intencionadam ente:

“ Sicüt enini d ivina M a tern íta s causa est cur M aria singulares
prorsus cum Christo rationes habeat eademque praesens adsit
in humanae salutis opere a Christo lesu p e ra c to : ita pariter e
d ivina n m tern ila te praesertirn eae p rofluunl rationes quae inter
M ariain et Ecclesiam in terced u n t: quandoquidem M aria M a le r
C h risti est qui, statim ac in ipsius v irgin a li útero Iminanam na-
turam assumpsit, Sibi ut C apiti adiunxit corpus suum mysticuin
quod est Ecclesia. M aria igitur, u tpote M a te r C h risti, M a te r
e tia m fidelinm. a c pa storum o m n iu m , soilicet Ecclesiae, habenda
est” .

Para el Papa, como para el Concilio, cuando interviene


M aria, está siempre en juego la m aternidad. Por eso P a ­
blo V I señalará la convergencia de su alocución con la
Constitución L um en gentium , con palabras muy sig n ifica ­
tivas: “ ...post Constitutionem de Ecclesia rite prom ulgatam ,
cui quidem, M ariam omnium Fidelium et Pastorum, seu
iMTlc.siae Mutrem declartindo, veluti fastiyimn irnposui-
iims” . El titulo de “ M adre de la Ig lesia ” — que, en M aría, se
¡i|)oy;i on el de M adre de Dios como en fundam ento nece-
■mIi io sella y corona ( “ scelle” , en el texto italiano) la doc-
IniKi inariana de la Constitución y hace resaltar el p rin ci­
pio de unidad que se desprende: M aria, siempre y en todo,
r;; Madre.

III. -EL O F IC IO DE M A R IA EN LOS DOCUM ENTOS DE


L A RE VELAC IO N C R IS T IA N A .

l':i principio que acabamos de recoger de la Constitución


conciliar y de la alocución p o n tificia no es ningún descu-
1)1 imií'nto en la doctrina y m entalidad cristiana. L o h alla-
1110,s fundado en las enseñanzas de todos los documentos de
i;i i-cvolación, tanto escrituristicos como tradicionales. Un
(Icirnido estudio de tales documentos rebasaría, con mucho,
los lunites de nuestro artículo. Nos lim itarem os a esbozar
.innuiiiamente algunas grandes líneas de esta investigación
(le Icologtapo.sitiva.

;i) Testirnonios bíblicos.

Utia lectura atenta de los libros sagrados, del Nuevo Tes-


l:iincnlo especialmente, perm itiría com pletar fácilm ente la
d(' testimonios de Escritura alegados en los núms. 55-59
(le la (Constitución. En el Evangelio de la In fa n cia, por
ejemplo, la actitud m aternal de M aría se m anifiesta no
•.olaincnte en la Anunciación y el nacim iento sino tam bién
( II el relato de la V isitación; “ Unde hoc m ihi ut veniat
Miilt'r n o m in i mei ad m e” .
::mi dos madres que se encuentran y m utuam ente se
ayudan en el cinnplim iento de sus deberes maternales. Es
la madre llevando a su h ijo a quien nos m an ifiesta la n a ­
rración de la huida a Egipto. En el Tem plo, donde M aria
acaba de presentarlo, es la M adre quien lo pone en los b ra ­
zos temblorosos de Sim eón: escena conm ovedora en que
M aria ejerce de m anera expresa su m ediación m aternal cu­
yo principal acto es en tregar a Jesús su H ijo en fa vo r de
todos los hombres. Después de la escena de Cana, durante
la cual M aría vuelve a intervenir como Madre, los diálogos
del Evangelio en los cuales algunos han creído ver una es­
pecie de retraim iento del Señor respecto de su Madre, prue­
ban, al contrario, la sublime perfección de la m aternidad
de M aría en la cual la fe, la obediencia y la caridad tu vie­
ron un significado m ayor que las m odalidades corporales.
Sobre todo habría que m editar largam ente la perícope m a-
riana de la Pasión según San Juan y debería notarse la
insistencia del evangelista en la palbra “ m adre” in ten cio­
nadam ente repetida hasta cuatro veces: “ Stabat iuxta Cru-
ecm lesu M a te r eius... Cum vídisset ergo lesus Matreni
...dicit M a tri suae: Mulier, ecce filíus tuus. Deínde dicit
discípulo: Ecce M a ter tu a” . Verdaderam ente fue allí, en el
Calvario, donde se nos reveló plenam ente la verdad de la
in tegral m aternidad de María.
Debiéramos recordar nuevam ente el versículo de San
Pablo a los G álatas “ factus ex m ullere” y, sobre todo, el
cap. X I I del Apocalipsis que, en la m edida en que lo con­
siente la interpretación m ariológíca, muestra a Maria, M a ­
dre del Salvador, contribuyendo, en cuanto Madre, al aplas­
tam iento d efin itivo del dem onio y al establecim iento del
R eino de Dios. Varios exegetas de nuestros días, relacion an­
do la “ m u jer” del Génesis (3, 15) con la que aparece en
Cana, en el C alvario en el Apocalipsis, creen descubrir, bajo
('.Sil pulabra misteriosa, una como síntesis m isteriosa de to ­
da la revelación bíblica sobre la Virgen. Y el teólogo des­
cubrirá fácilm ente que la “ m u jer” así revelada, lo es siem-
pn- en su función de Madre.

b) Símbolos y definiciones de fe.

Idéntica verdad brota de todas las fórm ulas solemnes


Clin que el m agisterio eclesiástico ha declarado su fe en el
nii.st('rio de María. Desde los orígenes de la Iglesia hasta el
XV, hay dos fórm ulas equivalentes que resumen toda la
<n.s('ñanza oficia l de la Iglesia sobre la V irgen : “ Natus (o
cdiu'cptus, incarnatus) ex M aria V irgin e ” y “ Th eotocos”
(I)cip a ra Madre de Dios). Durante todo ese tiempo, la fe
cxi)licita de la Iglesia se concentró sobre el dogm a único de
l:i iiKiternidad divina y virgin al de María. Y la virginidad
lile siempre afirm ada como signo de la perfecta e integral
iii;il('rnidad ejercida por M aría sobre Dios. Cuando el Con­
cilio de Trento exceptúe expresam ente a M aría de todo p e­
cado actual, y cuando los Papas Pío I X y Pío X I I definan
■.(ilciimemente la Concepción Inm aculada o la Asunción
c(iii)oral, tendrán siempre buen cuidado de relacionar ex-
liccham cnte estos privilegios al de la m aternidad divina
de hi cual serán ellos como preparación, condición o coro-
ii;iinl('nto.

c) La liturgia bizantina.

’lOda.s las liturgias católicas otorgan un puesto de honor


id culto de la Virgen. Todas celebran a porfía su santidad,
.11 virginal pureza, su fe, su obediencia, su realeza. En el
VI nparccerán las fiestas particulares de la N atividad de
M.ii ia, de su Presentación en el Tem plo, de la Anunciación,
del encuentro con Simeón, de la Dorm ición... Pero en todas
estas celebraciones, el tem a principal y constante es siem ­
pre el de la M adre virgin a l de Dios. No pudiendo hacer a h o­
ra un “ excursus” por todas las liturgias, nos lim itam os a
algunos testim onios que nos sum inistran las liturgias b i­
zantina, rom ana y mozárabe.
La litu rgia bizantina es en la que tiene más lugar el
culto a la Virgen. Pues bien, dicho culto se funda constan­
tem ente en el oficio propio de M adre que tuvo M aría en el
m isterio de nuestra salvación. Podrían aducirse numerosos
textos entre los m illares de la Theotokia, repartidos por t o ­
dos los oficios del año. He aquí algunos ejem plos caracte­
rísticos tomados de la obra de M e r c e n ie r y P a r ís intitulada
“ La priére des Eglises de rite byzantin” editada en el P r io ­
rato de Am ay-sur-M euse, B é lg ic a :

“ Joaquín y A n a están d e fiesta porque han traído al mundo


las prim icias de nuestra salvación, la única M ad re de Dios... H oy
ha brotado de A n a una ram a d iv in a : la M adre de Dios, salvador
de los hom bres" (Vísperas de la N atividad, O. c., tom. I I, 1,
pág. 4).
“ H oy la gracia com ienza a dar su fruto, mostrando al mundo
la M adre de Dios por quieii. la iie rra se une con el cielo, para la
salvación de las alm as" (Segund. Visp. de la N atividad, ibid., p, 7).
De la descendencia de D avid nace hoy la M ad re de la V id a :
Aquélla que disipa las tinieblas... Aqu élla p o r cuya m ediación
hemos sida deificados y libres de la m u erte (Ibid., pp. 8-9).
“ V irgen M ad re de Dios, que habéis traído al mundo al Salva­
dor, Vos habéis borrado la antigua m aldición de Eva, porque sois
M ad re de la benevolencia del Padre, que lleváis en vuestro seno
al Verbo de Dios hum anado". (N a tivid a d de N. S e ñ o r ; T rop ario
d e Laudes. Ibid., p. 135).
“ Salve, M adre de Dios y Virgen, llena de g r a c ia : porque de ti
ha salido C risto n u estro Dios, Sol de Justicia, que ilum ina a
cuantos están en la,s tinieblas” . (H ypapanthe, Segund. Visp.,;
ibid. p. 209).
“ Cristo que existe antes de todas las cosas, es ofrecido a Dios
su Padre por la V irgen su Madre, como un h ijo ,..” . (Hypapanthe.
T rop ario del him no 1."; ibid. p. 213;.
“ Sin separaros del seno de vuestro P ad re en la divinidad, os
habéis dignado ser llevado e n brazos d e la s ie m p re V iry e n y
fu is te is -puesto e n ruanos d e S im e ó n quien, de esta suerte, recibió
la d ivin id ad " (H ypapanthe, Lau d es; ibid. 221).
“ Nosotros, oh Virgen ; celebramos tu concepción (d e Cristw,
celebramos tu alum bram iento que nos libró de la corrupción, de
la destrucción y de la cárcel sombria del in fiern o” (Ascensión,
O. C., tom. II, 2, p. 350).
“ Con razón os aclamamos, oh M a d r e d e D ios, y confesamos que
fu im o s salvados p o r ti, V irgen purísim a" (Sábado de Lázaro.
O. c., Ibid. p. 64).
"L o que anticipadam ente se m ostró sobre el monte al Legisla­
dor, en la zarza en llamas, fue el p a r to d e la s ie m p re v ir g e n p a ra
s a lu d d e n o sotro s los fieles” (Lunes S a n to ; ibid. p. 111).
“ Com o nosotros no podemos hablar confiadam ente por nues­
tros muchos pecados, insistid Vos ante A q u é l q u e n a c ió de Vos,
V irg e n M a d r e de D io s : porque puede mucho la súplica de una
M ad re para aplacar al Señor” (Viernes Santo ; ibid. p. 173).

(i) La liturgia romana.

El culto m ariano en la litu rgia rom ana no fue siempre


tan uniform e como en Oriente. En su desarrollo hubo cierta
evolución. En un principio, está de tal suerte centrado en
la m aternidad divina, que la única fiesta litúrgica de la
V irgen es la m isma fiesta de Navidad. Por eso las piezas
más antiguas de esta solem nidad han conservado hasta
nuestros días el lugar destacado que entonces se daba a la
Virgen. Basta recordar algunos de los responsos de m a i­
tines;

“ H odie nobis caelorum Re.x de Virgin e nasci dignatus est...”


"B eata D el G en itrix M aria, cuius viscera intacta permanent.
hodie genuit Salvatorem saeculi.”
"S an cta et im m aculata virginitas, quibus te laudibus efferam
n escio: quia quem caeli capere non poterant, tuo grem io con-
tulisti".
"B oata viscera M ariae Virginis. quar ijortavcrunt a p lrn ii
P alris P iliu m : el beata ubera quae laclaverunL C hrisluiii Do-
m inum : Qui liodie pro salule mundi do Virgin e nasci digiialus
est".

Todos conocen la adm irable an tilon a que se canta para


el segundo salmo de Laudes:

"G e n u il puérpera Regem , cui noiiien acleniuin, el gaudia Ma-


Iris habens cum virginitatls honore...”

Pero muy pronto se consagró a la V irgen un día espe­


cial intitulado “ In natale Sanctae M a riae” : es el dia octavo
de Navidad. Se nos han conservado las más antiguas o ra ­
ciones de esta prim era misa de la Virgen. Todavia está en
uso una del Sacram entarlo G regoriano:

"Deus qui salutis aeternae, beatae M ariae virg in ila te íoeeuiida.


humano generi praeniia praesU tisU : tribue quaesumus ut ipsani
pro nobis intercedere senliamus. per quam meruimus Aucloreni
vitae suscipere, Dom inum nostrum lesum Christum ” .

Otras, acaso más antiguas, se nos han transm itido a


través de los Sacram entarlos Galicanos:

•'Onuiipolens sem pilerne Deus qui lerrenis corporibus Verbi


lui verilatem per venerabilem M ariam conjungi voluisti..."
■• qui B ealae M ariae uleri obum bratione cunctum nnmduin
illuuiinare dignalus est...”
"...Q u i Beatae M ariae viscera splendoris sui veritate rep levit..."
(M isal de Bobbio, edic. Lowe, nn. 124, 125a, 127>.

Los mismos libros nos han transm itido tam bién un h e r­


moso prefacio que se expresa asi:

“ üuolnis enini gavisa est niunerilius: niiralur qviod Vir-'o con-


eepit, laetatur quod dedil R edem p toreiii" (Ibid. ii. 128).
Todos estos estim onios de las preces litúrgicas más an ­
tiguas de la Iglesia rom ana a la V irgen coinciden en cele­
brar a la Madre virgin al del Dios Redentor. Lo mismo hacen
tam bién las hermosas antífonas que rezamos todavía en
laudes del prim ero de enero, tom adas casi todas de la litu r­
gia bizantina.

“ O a d in ir a b ile c o m m e r c iu m : C reator g e n e ris h u m a n i. anima-


lu m Corpus su m en s, de V irgin e n a s c i d lg n a t u s e st..."
•'Quando natus esl inel'íabiliter ex Virgine, tune im pletae sunt
•scripturae: sicut pluvia in vellus descendisti, ut salvuin laceres
genus hum anum ..."
“ G erm inavit radix lesse... V irgo peperil S a lva torem ...”
"Ecce M aría genuit nobis S a lva torem ...’'
•'Magnuin hereditatis m ysteriu m : teniplum D ei l'actus uterus
nescieiis v iru m : non esl pollutus ex ea carnem assuniens..."

Con todo, algo más tarde durante la segunda m itad del


s. V II, cuando los Papas originarios de Oriente in trod u je­
ron en Roma las fiestas de la Pu rificación, de la Anun cia­
ción, de la Asunción y N atividad de María, se conservaron
numerosas oraciones de la antigua litu rgia rom ana y de la
liturgia bizantina que celebraban a la Madre de Dios. Pero
las nuevas aportaciones estaban tom adas de los oficios de
vírgenes m ártires ya veneradas en Roma. Ta l fue el caso
particularm ente de los cantos de la misa “ Vultum tuum ”
que fue durante mucho tiem po la misa cantada en las fie s ­
tas de la Virgen. De ahí tam bién que los bellos responsorios
de la Asunción no hablan sino de la Virgen.
En cambio, en el s. X se vuelve claram ente a la idea fu n ­
dam ental de la M aternidad divina. Eso nos granjeó el h er­
moso introito “ Salve sancta Paren s” tom ado de un poema
de Sedulio, el Gradual “ B eata es” , el O fertorio “ Félix nam -
que est” , y la Comunión “ Beata viscera” . Un poco antes, el
an tifon ario del Oficio, al menos en los monasterios, acogió
los himnos que todavía usamos;

"O gloriosa Dom ina, excelsa super sidera


Qui te creavit provide, lactasti sacro ubere.
Quod E va tristis abstulit, T u reddis alm o G erm ine...
V itam datam per Virginem , gentes redem ptae plaudite” .

Más popular fue todavía el “ A ve maris E tella ” cuya es­


tro fa “ M onstra te esse M atrem ” traduce de modo perfecto
la disposición m aternal perm anente de la gloriosa Virgen.
Una bendición del oficio de la Virgen para el sábado d e­
clara en térm inos concisos pero exactos el sentido profundo
de todo el culto litúrgico de nuestra Señora; “ Per V irginem
M atrem , concedat nobis salutem et pacem ” .

o) La liturgia mozárabe.

Si el honor debido a la litu rgia rom ana me ha obligado


a citarla en prim er térm ino, seria injusto si no mencionase
de m anera especialisim a a la liturgia mozárabe que es, en­
tre todas, la más “ teológica” . El “ oracional V isigótico” y el
"L ib er Sacram entorum m ozarabicus” presentan numerosos
textos m arianos inspirados por el mismo fundam ental p en ­
sam iento ; M aría, M adre virgin a l de Dios, contribuye con su
m aternidad a la realización de nuestra salvación. Don G on ­
zalo Gironés, a quien he tenido la alegría de conocer aquí
(en Com postela), había ya notado este hecho, en el capítu ­
lo segundo de su tesis; “La Virgen María en la L itu rg ia
Mozárabe" (Valencia, 1964). Muestra, en particular, la m i­
sión y lugar de M aría, con relación a la Iglesia, precisa­
m ente en cuanto Madre. Y o no puedo sino rem itir a su
exposición lim itándom e ahora a citar algunos textos:
“ lesus, virtutum om nium Deus, qui per Beatae G enitricis tuae
m ysterium consecras Ubi generationes populorum " (O racional
visigótico, núm. 216. Barcelona, 1946).
"O sacratissima V crbi ancilla et M ater, quam ostendit genera-
tio V irgin em el virginitas com probat Genitricein, pábulo pietalks
sinu concurrentem ad le populum suscipe. T u profusis pietalum
visceribus pascito gregem, quem suo Pilius ex te progrediens mer-
catus est sanguine: T u praebes ubera creandis quae N utrix
íacta ps C reatoris” (Ibid. n. 233).
,"Iesu Dom ine, qui nasciturus ex V irgin e et caput seri)pnti.s
antiqui et loüus delicü contagia proculcasti, dum T e oblaUonem
novam V irgo M ater parturiret in terris, quam exulare cupiebat
serpens e sedibus suis” (Ibid. n. 214).
"D om in e lesu Christe. qui magnum in inundo per M atrem
tuam miraculum praebuisti, dum in medio eius te habitaturum
proniittis, ex cuius incorrupto u lero nasceris, dum eam et con-
cipiendo et pariendo M atrem efficis. et decus v irgin italis non
a d im is : da quaesumus petitionibus nostris, ut ipsa T ib i pro
nobis dignas d eferat preces, quae. T e parturiendo. nomen pro-
m rru il accipere G en itricis” (Ibid., n. 224).

Habríam os de citar entera la misa “ Erigamus quaeso”


para e l día de Santa M aría ( F é r o t i n , Líb e r mozarahlcus sa-
cram entorum , columnas 50-53) para comprobar que esta
misa es una larga m editación sobre la m aternidad divina
y virginal. Varias piezas de la misa "Ecce nunc tem pus”
j)ara la fiesta de N avidad están consagradas al mismo m is­
terio. Recordemos sólo la larga com paración desarrollada,
en la “ Illa tío ” , entre M aría y la Iglesia:

■Parlu.s M ariae, l'ructus Ecclesiae"


Qui ab illa editur, sub isla suscipitur.
Qui per illam pusillus egreditur, per islam m irifice dilalatu r...
...In illa infans, in isla gigans...
Concessit et ipsi quod concessum est G e n itilr ic i: Iinpleri, non
violari, parere, non corrum pi...” (Ibid. colm. ,56-57).

Este mismo pensam iento que relaciona la m aternidad de


la Iglesia con la m aternidad virginal de M aria se halla en
el sit-iiionte precioso texto del p re la d o de la vig ilia pascual:

• Quos m atutino partu per gratiam spiritalem hac nocte i¡ro-


generat M ater Ecclesia, sine corruptione concipiens, et cum gau-
dio parens: exprim ens in se utique í'ormam Virgin is Genitricis
absque ullo luim anae contagionis fecunda conceplu" ilbid..
colm. 250).

f) Los Padres orientales.

El rápido examen que hemos esbozado a través de las


liturgias nos ha m ostrado ya el sentido profundo de la
doctrina m ariana recogida y m editada por la Iglesia. El
estudio de los textos patristicos perm ite una constatación
muy sem ejante. Tam bién ahora nos lim itam os a algunas
muestras espigadas en la abundante literatu ra m ariana.
Es notable que San Ign acio de Antioquía, cada vez que
alude a la Virgen, ha de referirse a su m aternidad virginal.
Para él, M aria fue M adre de Cristo a fin de constituirse tes­
tim onio vivo y perpetuo del realism o de la encarnación re­
dentora. M aria, con sola su presencia m aternal, es una
refutación del docetismo, la prim era y más peligrosa h ere­
jía de la Iglesia naciente. Jesucristo es hom bre verdadero
y tiene verdadera carne, ya que nació de M aria:

"M edicus autem unus est et carnalis el spiritualis, genitus et


ingenitus. in carne existens Deus, in m orle vita vera el e\ M aria
el de Deo... lesu.s Christus Dominus noster" íEJcs., 7i.

P ara San Ireneo, M aria, como Madre, era necesaria p a ­


ra que se realizase la R ed en ción :

“ ul non alia plasm alio l'ieret ñeque alia pla.sniatio e.s.si'l quod
salvarelur, sed eadeni ip.sa recapilulareUir, sérvala siinililu dine”
I A í i r . H a n - c x . . I I I , el, n. 10. P G 7, !ll)5i.
Era la raza humana, caída en el pecado, la que debía
rescatarse a si misma por uno de sus miembros. Pues bien,
nuestro R edentor no fue m iem bro de la raza humana sino
por la m aternidad de M aría. Esta m aternidad era pues n e­
cesaria para nuestra redención.
Sabemos que más adelante en Efeso, fue solem nem ente
definido el dogm a de la M aternidad divina, como elem ento
inherente al m isterio de la Encarnación que, para los P a ­
dres griegos, era el m om ento prim ero y principal de la
Redención.
Aún reconociendo el debido lugar al sacrificio del C al­
vario, ellos veían cumplirse la restauración y divinización
del género humano pecador en la misma encarnación del
Verbo. En esta perspectiva, aparecía claram ente que M aria
cooperaba en lo más intim o del m isterio de la salvación,
por el mero hecho de concebir y dar a luz al Salvador. Para
ellos, pues, la presencia de la V irgen al pie de la Cruz no
era sino presencia de una M adre que, por serlo, continuaba,
al lado de su H ijo, cooperando a salvar a los hombres caídos
en el pecado. Por esta razón creía San Atanasio, que si el
H ijo del Padre no hubiera tomado la humana naturaleza
en el seno de una V irgen que descendiera ella misma de
Adán, el hombre no habría sido redim ido (O ra tio de In c a r -
natione V e rU , nn. 8-9. P G 25, 101-111). Y San C irilo lo dirá
con m ayor énfasis;

"N o lo digo sin fundam ento: si eJ U n igénito no se hubiese


lieclio como uno de nosotros— y esto no podía hacerlo sino na­
ciendo, según la naturaleza humana, de una m ujer— no ¡ludiéra­
mos participar de .sus riquezas" ( Adv. Nesto7-ii hlasplit'mias,
lib V, c. 1. P G 7(i, 22--23I,

Quizás hoy no osaríamos ser tan categóricos. Sin em bar­


co es cierto que nuestra redención para ser acabadamente
perfecta, debía hacerse por un h ijo de Adán incorporado a
nuestra raza, como nacido del seno de M aría Virgen. Es,
pues cierto que M aría, por su m aternidad y en cuanto M a ­
dre, desempeñó un papel necesario en la realización plena
de nuestra salvación.
San Juan Damasceno, en la prim era hom ilía sobre la
Natividad, se hace eco de toda esta tradición griega, a fir ­
m ando que nos salvó la Encarnación del Verbo, la cual se
realizó todo a lo largo de la vida de Jesús; y, en ese sentido,
M aría trabajó continuam ente en esa encarnación, a título
de Madre. Ahí radica el que sea M aría causa de nuestra
salvación:

"H aec enim fem in a D ei M ater futura est, porta lucis, fons vi-
tae, et fem inarum crim en abolebit... V itam natura potiorem ha-
bebls! Habebis autem non tib í ipsi, quippe quae non tuiipsius
causa genita sis. Quocirca Deo lianc habebis, cuius gratia in
mundum prodiisti: ut orbis universi saluti obsequaris, Deique
antiquum consiliuni, nim irum Incarnationis Verb i ac nostrae
deificationis, per te im pleatur” (P G 96, R74-675).

San Juan Damasceno fue uno de los grandes Doctores


de la M ediación m ariana: pero él la sitúa en la función
m aternal ejercida de continuo por M aría en el m isterio
perm anente de la Encarnación deificante. Puede decirse
que su pensam iento es una síntesis de la teología oriental
de la Theotocos.

g) D o c trm a viariana en Occidente.

Los Padres latinos perm anecieron fieles a esa doctrina;


pero hicieron menos hincapié en la m aternidad física, o
m ejor, ontológica de M aría. Siguiendo a San Agustín, con­
siderando igualm ente la m aternidad de orden psicológico
y espiritual que la V irgen llenó sin cesar respecto de los
fieles seguidores de Cristo.. Es cabalm ente el sentido del
texto clásico tom ado del lib ro “ De sancta v irg in ita te ” por
el n. 53 de la C onstitución con ciliar. Por lo demás, sabemos
en qué térm inos m ás sugestiivos y delicados celebró el santo
Doctor la m atern id ad de Niuestra Señora, en los sermones
de Navidad.
En su estudio sobre la M a tern id a d Espiritual en la T r a ­
dición P a trís tic a (Etudes M ariales, X V I (1959), pp. 55-85),
Mons. Jorge Jouassard citó el herm oso texto de San L ea n ­
dro de S evilla dirigido a su herm ana Florentina, para pro­
ponerle a M a ría com o m odelo de vírgenes, precisam ente por
su m atern id ad v irg in a l;

•'Gaudet et M a ría M ater Dom ini, apex et specim en virgin ila-


tis, incorruptionis mater, iquae exem plo suo gen u it et m anet
in tegra... G en u it Sponsumi et virgo est, P a rit quotidie spon-
sa et virg o est. F é lix ille venter qui novit gign ere et non co-
n-umpi. B eata illa í'oecundiltas, quae pariendo im plevit niundum,
h a ered ita vit cáelos, neo aimisit velam en virg in ita tis” (P L 72,
877 CD ).

En esas líneas se adivinan no sólo expresiones del prefacio


m ozárabe de N avidad citado más arriba, sino el mismo em ­
peño por unir la doctrin a dle la devoción m ariana con el
m isterio de la m aternidad virgin a l.
En la m ism a lín ea se m o vía la predicación del B. A m b ro­
sio H autperto, abad de San V icente de Vulturno, cuando
describía a la V irgen depositiando m aternalm ente a su H ijo
en brazos del santo anciano Sim eón:

" (M a r ía ) o ffe r t autem iDominum prophetarum prophetae.


o ífe r t U nicum uni, imo omniibus in uno, quae ómnibus eumdem
p eperit Salvatorem . N on emim desinit huc usque o ffe rre quem
genuit, rum suis sanctis intercessioníbus eumdem Redem ptorem
electis uniri f a c i t : et. u t verum fatear, m aterno affectu id ipsum
pUssima facit. Oiunes eniui íilios d ep iita t qiios divina gratia
ClirisU) con.social. Quando enini non ipsa n ialcr elecloruin, quae
P ra lre n i genuiC eorum ?" (S e rv io de P u rijic ., n. 7 P L 89, 1927).

No podría expresai’se de modo más exacto el papel de


M aría en la historia de la salvación: a saber, dar su H ijo
prim ogénito a cuantos, recibiéndolo de Ella, se harán ta m ­
bién hijos suyos. En esta función todo es m aternal.
No puedo detenerm e en la abundante literatu ra m aria-
na de la Edad Media. Puede verse el documentado estudio
del P. Enrique Barré, publicado en Etudes M ariales de 1959
(págs. 87 a 11-). Una observación propuesta por el Autor de
ese bello trabajo, me parece resumir acabadam ente las con­
clusiones que se desprenden de los textos allí citados: “ Por
salvar al mundo, el H ijo de Dios hizose h ijo de M aría y h e r­
mano n u estro; y en esa m ism a intención, con ese fin, M aría
fue hecha Madre de Jesús y M adre nuestra” (Ibid., p. 100).
Renuncio a tantos hermosos textos. Llam o la atención
sobre la fuerte expresión em pleada por San Anselm o en
una de sus oraciones, cuando da a M aría el expresivo título
de “ Parens salutis” (O ratio 52, n. 8). El m ism o había in d i­
cado, unas lineas antes, el sentido profundo de estas dos
palabras: “ Non est enim reconciliatio, nisi quem tu casta
concepisti; non est iu stificatio, nisi quem tu integra in
Utero fovisti; non est enim salus, nisi quem tu, Virgo, pepe-
risti” (Ibideb). El sentido obvio de estas lineas es, ante todo,
que M aría es M adre de Aquel que es nuestra reconciliación,
nuestra ju stificación, nuestra salvación. Pero el pensa­
m iento va más adelante y dem uestra que en toda esta obra,
el papel de M aría es por com pleto el de una Madre. Es el
mismo sentido que habrem os de dar a la expresión “ M ater
g ra tía e” que se halla frecuentem ente en los sermones, las
oraciones e himnos consagrados a M aria; eru el orden o plan
de la gracia, el oficio singularísim o y constainte de M aría es
el de Madre.

H) Las Encíclicas y alocuciones papales.

Las rápidas indicaciones que acabamos de espigar, re­


corriendo los antiguos siglos de la Iglesia podrían co n ti­
nuarse y enriquecerse, siguiendo el desenvolvim iento hom o­
géneo de la doctrina m ariana hasta nuestros días. Hubiera
sido particularm ente interesante recoger el pensam iento
de los Teológos sobre el punto que nos ocupa. La m aríología
de Santo Tomás, encajada toda ella en su teo lo g ía del V e r­
bo Encarnado, muestra que, para el Santo Doctor, el lugar
y función de la V irgen en la econom ía de lai salvación esta­
ban centrados en la m aternidad divina de M aría. A l term i­
nar nuestra investigación positiva, para em palm ar con los
documentos del Concilio y de Pablo V I de los que hemos
partido, recordarem os algunos pasajes característicos de las
encíclicas y alocuciones m arianas más recientes, que tanto
han contribuido al actual desarrollo de la doctrin a y de la
piedad actuales hacia Nuestra Señora.
Comencemos por una afirm ación de L eón X I I I , en la
encíclica “ Supremi Apostolatus” , que por una ilación nece­
saria, hace depender de la m aternidad diviina toda la fu n ­
ción salvífíca de M aría; “ R evera p rim evae labis expers,
Virgo, adlecta Del M ater et hoc ideo servan di hominum gc-
neris consors fa c ta ” .
El Papa enuncia aqui el llam ado “ p rin cipio de consorcio’’
en virtud del cual M aría está ín tim am en te asociada a su
H ijo en todas las etapas de la obra redentora. Pero lo pone
en conexión directa con el estado de M adre de Dios: “ hoc
ideo” , es decir, porque fue elegida M adre de Dios, por eso
precisam ente se asoció al Salvador en toda su vida. No
ciertam ente porque haya un nexo m etafisico entre la n o­
ción abstracta de m aternidad divina y de asociada a la
obra de la redención; pero en la concatenación concreta
de las realidades, tal como fueron ordenadas desde la ete r­
nidad por el plan divino, el papel de asociada se une al o f i ­
cio concreto de M adre de un Dios Salvador y a ese titulo se
ejerce.
En la encíclica “ Octobri mense” el mismo Papa, después
de haber afirm ado que la Encarnación no se hubiese re a li­
zado sin el consentim iento de M aría, concluye:
“ Se puede a firm ar con toda precisión que, por voluntad
divina, del inmenso tesoro de gracias acumulado por Nues­
tro Señor no se nos concede nada sino por M aría... Y así,
como no se puede ir al Padre sino por el H ijo, tam poco se
puede ir al H ijo sino por la M adre” .
El mismo documento dice poco más adelante:

"H abiéndola elegido por M adre de su H ijo, Dios le inlu ndió


unos sentimienlo.s del todo maternales que no respiran sino com­
pasión e indulgencia. P or su parte, así la quiso Jesús, pues
aceptó el estar .sometido a M aría y obedecei’la como un Hi.jo
a su M a d re ; y así lo proclam ó desde lo alto de la Cruz,
cuando con fió a sus cuidados y a su am or a todo el género
humano".

San Pío X, en la encíclica “ Ad diem illu m ” señaló de


m anera aún más profunda, los estrechos lazos que unen la
m aternidad divina con la m aternidad espiritual y salvifica
de M aría, viendo en estos dos aspectos de una sola m a tern i­
dad in tegral toda la m isión confiada a M aría en el plano de
la salvación. En una de sus últim as cartas, escrita a los p e­
regrinos de Lourdes en 1914, afirm aba que
■‘M aria jam ás arrancó de su corazón m aterno la ternura con
que, hasta el últim o aliento, contribuyó tan solícitam ente a fo r ­
mar la Esposa que su H ijo acababa de adquirir con su divina
sangre".

Asi María, durante su vida terrestre y aún después de


subida al cielo, sigue envolviendo a la Iglesia de Cristo en el
mismo m aternal amor que sentía hacia Jesucristo su H ijo.
Durante su breve pontificado, Benedicto X V , en su en cí­
clica “ Fausto appetente die” , escrita en ocasión del cen te­
nario del nacim iento de Santo Domingo, asegura que la
Iglesia “ acostumbra saludar a M aría Madre de gracia” : ya
hemos notado antes el significado profundo de esta e x ­
presión.
No citaré las innum erables afirm aciones de Pío X I I en
ese mismo sentido. Tam bién él enseña que “ M aria fue ele­
gida Madre de Dios para ser asociada” a toda la obra reden­
tora de su H ijo (E ncíclica “ Ad caeli R egín am ” ). Será, pues,
la M adre de Dios, como tal, la que intervendrá en la obra de
la salvación; y su papel será, en todo, el de una Madre.
En el radiom ensaje dirigido al Congreso M ariano de
Canadá (19 de junio de 1947) ponderaba el privilegio de la
M aternidad divina, diciendo:

“ L a gracia de la divina m aternidad es la llave que abre a la


débil investigación humana las grandes riquezas del corazón de
M aria, la que despierta y exige para E lla la más profunda re­
verencia... Cuando la viigen cita de N azaret balbuceó su fia t al
m ensaje del Angel y el Verbo se hizo carne en su seno, Ella fue
no sólo M adre de Dios en el orden físico de la naturaleza, sino
también, en el orden sobrenatural de la gracia, se proclamó
m adre de todos los Que, por m edio del Espíritu Santo, constitui­
rían un solo cuerpo con su divino H ijo por Cabeza. L a M adre de
la Cabeza seria tam bién m adre de los m iem b ros; la M adre de
la V id seria m adre de los sarm ientos” (C fr, D ocum entos M a ria ­
nos, n. 754. pp. 602-603).
En la encíclica Fulyens corona (8 de septiembre, 1953)
vuelve al mismo pensam iento:

•‘ . . . ( ‘ X hoc ipso sublimi DPiparao muiiei'e, velu li e x arcano fon tr


üinpidissimo, om nia p roíluere videntur privilegia et gratiae,
quae eius animum eiusque vitam praecellenti modo praecellentíque
ration e exornarunt” (C fr. D ocum entos M arianos, n. 851, pág. 7091.

Asi mismo, en la alocución dirigida a las H ijas de María,


el 17 de ju lio de 1954;
“ Por haber sido destinada para M adre de Dios, recibió
de su divino H ijo todos los dones de la naturaleza y de la
gracia... El F ia t de la Encarnación, su colaboración en la
obra de su H ijo, la intensidad de sus sufrim ientos, que au­
m entaron durante la Pasión, y esa m uerte del alm a que
Ella experim entó en el Calvario, habían abierto el corazón de
M aría al amor universal de la humanidad, y la decisión de
su H ijo, im prim ió el sello de la om nipotencia a su m atern i­
dad de gracia. Desde entonces el inmenso poder de in terce­
sión que, después de Jesús, le confiere su título de Madre,
la consagra toda entera a salvar a aquellos que Jesús le
muestra todavía desde el cielo, diciéndole: “ Mujer, ahi tie ­
nes a tus h ijos” [Docxunentos Marianos, n. 881, pág. 755 y
n. 884, pág. 759).
La encíclica Ad caeli Reginam (11 octubre de 1954) cita
las siguientes expresivas líneas entresacadas del “ De Exce-
llen tia Virginis M a ríae” de Eadm ero;

"C om o Dios, creando con su poder todas las cosas es Padre y


Sefior de lodo, asi M aría, reparando con sus m éritos todas la.s
cosas, es M adre y Señora de todo” (C fr. D ocum entos M arianos,
n. 902, pág. 801).

El buen Papa Juan X X I I I estaba tan persuadido de la


universal extensión de la m aternidad de M aría, que cuan­
tas veces habla de Ella, tenía la costumbre de llam arla
“ Madre de Dios y M adre nuestra” . Algunas fórm ulas de sus
discursos son verdaderam ente aptas para poner de relieve
la extensión de su oficio m aternal. Véase, por ejem plo, la
alocución del 2 de febrero de 1959, en Santa M aría la M ayor:

"E l amor de Cristo es am or de M a r ía : El, el divino S a lv a d o r;


M aria. su M adre y, a la luz de la Redención, M adre nuestra uni­
versal” (C fr. B e r t e t t o , A cta M a ria n a loannis P P . X X I I I . n, 61,
pág. 37),

En el R adio-M ensaje al Congreso M ariano de Lisieux


(9 de punió de 1961) desarrolla el tem a con más am plitud:

“ Indudablemente, vosotros habéis m editado con fruto el últim o


testam ento del Señor que, en el instante supremo de la muerte,
d eja su M adre al mundo como M adre universal de cuantos cree­
rán en El y form arán su Iglesia santa, católica y apostólica.
M ad re del Salvador, la V irgen M aria participó íntim am ente en
la obra redentora por la cual Jesucristo nos hacia a todos m iem ­
bros suyos y nos llam aba a ser hijos de Dios. Y como una madre
que desea siempre a sus hijos los m ejores bienes, M aria, con su
adm irable ejem plo y con su poder de intercesión, nos conduce
siempre a la perfección de la caridad. C orporalm ente M adre de
Cristo, y espiritualm ente M adre de su Cuerpo místico que es la
Iglesia, la M adre de Dios es verdaderam ente M adre nuestra”
(C f. B e r t e t t o , O. c„ nn. 449-450, pág. 254),

Unas semanas antes de su muerte, subrayaba, una vez


más, el lugar privilegiado de la m aternidad divina en los
planes de D io s :”

‘‘M isión de m isericordia y salvación (la de M aria), que se cen­


tra en el altísim o privilegio de la m aternidad divina ; designio
de perdón y de reconciliación, ya que el Padre celestial, al en­
viar a su H ijo para redim ir al mundo, eligió a M aria como
prim era colaboradora de la voluntad salvifica de Dios, En Ella
se une el cielo con la tierra : y ¡)or medio de Ella se unió a la
humanidad el divino S a lva dor” ( B e r t e t t o . O. c,, n, 829, pág. 469).
Estas últimas palabras resumen de modo conciso pero
exacto, toda la función de M aría en la econom ía de la sa l­
vación; y toda esa función es precisam ente m aternal.
La alocución conciliar de 21 de noviem bre de 1964 que
ya hemos estudiado en la prim era parte de nuestro estudio,
nos ha m ostrado con qué empeño ha procurado reducir
todo el m isterio m ariano a la m aternidad divina su S a n ti­
dad Pablo V I. Seis semanas antes de la clausura de la te r­
cera Sesión, cuando la Comisión conciliar daba los últim os
retoques al esquema, Pablo V I, con ocasión de la fiesta del
Rosario, pronunciaba un discurso en la audiencia pública,
en el cual establecía cierta com paración entre “ la misión
universal y suprema de M aria en el plan de nuestra salva­
ción, y la función propia del sacerdocio” . Interesa mucho
parar m ientes en los térm inos que empleó para describir
esta m isión de la Santísim a V irgen :

“ ¿Qué relaciones y qué diferencias m edian entre la M atern i­


dad de M aría (m aternidad que llega a ser universal por la dig­
nidad y el am or del puesto que Dios le señalara en el plano de
la R edención) y el sacerdocio apostólico constituido tam bién por
Dios para ser instrumento de com unicación salvadora entre Dios
y los hombres? M aria da el Cristo a la h u m an id ad ; y tam bién
se lo da el Sacerdocio, pero de manera muy diversa, como es
c la r o : M aria m ediante la Encarnación y m ediante la efusión de
gracia de la cual la colm ó nuestro Señor... ; m inisterio (el de la
V irgen ) que prim eram ente engendra a Cristo en la carne y,
después, por las vías misteriosas del amor, lo comunica a las
almas llamadas a la salvación” (C fr. L ’Osservatore Rom ano, 9 de
octubre de 1964, pág. 1.

Engendrar a Cristo y darlo a las almas: en resumen,


tal es el o ficio y m isión de M aría: y llenándolos, es siempre
Madre.
IV .— C O NG RUEN CIAS TE O LO G IC A S Y C O RO LARIO S
DE L A F U N C IO N M A T E R N A L DE M A R IA .

Nuestra sumaria investigación a través de los documen­


tos que nos ha dado o conservado la tradición cristiana re ­
feren te al oficio de M aría en el m isterio de la redención,
nos da pie para intentar un esfuerzo teológico especulativo
ordenado a penetrar, por la analogía de la fe y la reflexión,
en la verdad ya reconocida, a fin de sacar las consecuencias
de la misma. Aquí y ahora yo no puedo acom eter un esfu er­
zo sem ejante y, una vez más, me ceñiré a pocas sugerencias
que podrían servir de m arco a un estudio más profundo.
L a prim era razón por que, en la obra de la redención,
M aría es M adre siem pre y en todo, hállase en la raíz misma
de la Encarnación redentora; la in fin ita bondad de Dios.
Dios que amó a los hombres de tal suerte que les dio a su
Unigénito, quiso dárnoslo del modo más perfecto y más
apto para m overnos a recibirlo. Poniéndose a nuestro a l­
cance y conociendo m ejor que nosotros mismos las p refe-
i’cncias recónditas del corazón humano, nos dio a su H ijo,
y con El nos lo dio todo, por m edio de una Madre. De esa
m anera no sólo nos colmó de dones sin medida, sino que
quiso que todos esos bienes nos viniesen, a la vez, de la
O m nipotencia m isericordiosa del Padre celestial y de las
manos siempre abiertas de una M adre am ante y cariñosa.
Para que acogiésemos más fácilm ente al Salvador, quiso él
presentársenos en brazos de Aquella que es Madre suya y
Madre nuestra.
La segunda razón fúndase en la sublimidad y transcen­
dencia de la dignidad de Madre de Dios, a la cual fue M aría
(•ratuitamente predestinada. Esta función es tan sublime
(hace em parentar a la V irgen con el orden de la unión h i-
postática), que domina y penetra todo el ser y todo el obrar
de María. La M adre de Dios es la Madre perfecta, en el
sentido de que en Ella todo concurre a la perfección de su
m aternidad, y de que Ella no hace nada que, de una m a­
nera u otra, no esté relacionado con la m aternidad o por
ella finalizado. La M adre de Dios es Madre de tal suerte,
que lo es en cuanto ella realiza.
Un tercer titulo de conveniencia hállase en el designio
providencial según el cual M aria fue elegida M adre de Dios
para realizar la Redención más perfecta. Convenia, en
efecto, a la perfección de este rescate considerado como
una satisfacción, que Aquel que se ofrecía a Dios en vez
de nosotros, fuese tam bién El h ijo de Adán y hombre como
nosotros, herm ano nuestro según la carne. Con este título
podía plenam ente representarnos y pagar la deuda en nom ­
bre nuestro. Y si para esto fue M aría M adre de Cristo, por
su misma m aternidad se encontró ella envuelta y coope­
rando en la obra de redención que su H ijo llevaría a cabo.
Madre del Redentor, en cuanto Redentor, debía por solo
este título acom pañarle todo a lo largo de su carrera.
Puede encontrarse una cuarta conveniencia en la pro­
funda analogía según la cual la Iglesia im ita a María. M a ­
dre ocupada siempre en regenerar y educar a los cristianos,
la Iglesia tiene a M aría por modelo. M ejor dicho: la m a ter­
nidad espiritual de la Iglesia que tiene su prim era fuente
en la fecundidad inagotable de Dios, deriva tam bién de la
m aternidad virgin al de María. Sobre este punto, entre M a ­
ria y la Iglesia m edia no solam ente una semejanza, sino
una participación y causalidad (sin precisar ahora la natu ­
raleza física o m oral de esta causalidad). Incluso puede de­
cirse que si M aria es M adre de Dios (Theotocos), por un t i­
tulo único e im participable, por otro titulo, es la Iglesia
quien, en M aría y por María, ejerce por vez prim era y del
modo más perfecto su m aternidad espiritual sobre nosotros.
Desde luego es legítim o pensar que si la Iglesia, como Ig le ­
sia, en el orden de la gracia es siempre madre, con más ra ­
zón M aría desempeña tam bién ininterrum pidam ente esta
misma m aternidad.
Aunque de menos valor, porque es de orden sicológico
y natural, queremos anotar una últim a razón de convenien­
cia, aunque no sea más que para adm irar la Sabiduría de
Dios que trata a cada ser según pide su naturaleza. La
razón a que aludimos es que M aría es m ujer y, en cierta
manera, el papel propio de la m ujer es ser madre. Y pues
Dios quiso dar lugar en la obra redentora a una mujer, con­
venía que ese lugar o m isión fu era el de madre. C iertam en­
te la m aternidad puede ejercerse de varias m aneras; pero,
sin duda alguna, la más alta y excelente es la que sim ultá­
neam ente une fecundidad con entereza virginal. Tal, por
ejem plo, la m aternidad de tantas almas vírgenes por su
solo amor espiritual y por la irradiación apostólica que de él
brota. Pues bien: esta m aternidad se realizó del modo más
adm irable y eficaz en la V irgen María, Madre virgin a l de
Dios según la carne, y madre espiritual de todos los h om ­
bres. He aquí por qué la M ujer asociada al R edentor no
podía asociársele sino como Madre.
Como conclusión general de nuestro estudio, a esta lista
-ciertam ente incom pleta— de las razones de conveniencia
por que la función de M aría debía ser siempre m aternal,
(lueremos añadir breves palabras sobre dos consecuencias
evidentes de la verdad destacada en nuestra exposición.
La consecuencia prim era podría enunciarse de este m o­
do: Dado que M aría es siempre M adre en la obra de la sal­
vación, todas las form as de concurso salvífico revestirán un
carácter m aternal, y ese carácter será, en todo y por todo,
el m atiz propio y distintivo de sus intervenciones.
M atern al será, en prim er térm ino, la ofrenda sacrifical
que, subordinadam ente pero en estrecha unión con su d i­
vino H ijo, presentará la Virgen. Asi, como M adre intervino
M aria al presentar a su H ijo en el Tem plo y en la Cruz.
Asi también, la oración de M aría es una oración m ater­
nal; es una Madre que, por serlo, acude al H ijo de sus e n ­
trañas, en favor de los que son hijos suyos espirituales. Esos
títulos comunican a la oración de la V irgen una eficacia
tan grande, que se llam a a M aría la “ O m nipotentia supplex” .
El m érito sobrenatural de M aría en fa vo r nuestro es
tam bién m érito m aternal, como fundado en los derechos
propios de una m adre y constituido por un acto de amor
m aternal. Por esta causa, sin igualar el m érito de condigni­
dad perfecta que com pete a Cristo por su dignidad de H ijo
de Dios y por la excelencia de su graicía capital, sobrepasa
ciertam ente el m érito de simple congruencia con que los
justos pueden m erecer por sus hermanos. Por ser m aternal,
el m érito de la V irgen posee un carácter, un valor y una
eficacia especial que lo sitúan inm ediatam ente después del
m érito de Cristo y muy por encim a del m érito de los demás
santos.
En fin, y sobre todo, la caridad teologal de M aría (y otro
tanto cabría decir de la fe y de la esperanza que poseyó y
ejercitó en el curso de su vida terrestre), con título propio
y exclusivo, posee este carácter m aternal; sola M aria puede
y debe am ar a Dios como a su H ijo ; y esta caridad, teologal
y juntam ente m aternal, hace que ame a todos los hombres
como a hijos suyos.
La segunda consecuencia que quisiéramos destacar, se
refiere al título de “ M adre de la Ig lesia ” solem nem ente
proclam ado por Pablo VI. Conocemos las vacilaciones por
que algunos teólogos y algunos Padres conciliares se resis­
tían a aceptar el título en la Constitución L um en gentium.
Según ellos, M aría no podía ser Madre sino de la Iglesia
m ilitante. En particular no veían cómo podía ser M adre de
los Angeles. Pablo V I mismo tuvo en cuenta esas vacilacio-
iio.s declarando a M aría M adre de la Iglesia, es decir, “ de lo.s
Pastores y de los fieles” .
Reconocemos la exquisita delicadeza del Padre Santo
(Hie se abstuvo de dirim ir controversias: pero se violentaría
su pensam iento si en la fórm ula se viera una negación de
la m aternidad de M aría sobre los santos y los ángeles. El
problema queda en píe y los teólogos pueden seguir su in ­
vestigación. Y creemos que, en virtud de los puntos ya
asegurados, pueden ensanchar el campo de la certidumbre.
Un prim er punto, sobre el que, a nuestro juicio, no cabe
(luda, es el siguiente: Puesto que M aría es Madre de los
l ’;istores y de los fíeles, es Madre tam bién de todos los san­
ios. rivídentem ente, la obra de generación y educación en
los santos está totalm ente acabada. Pero una Madre no
(leja de serlo cuando sus hijos llegan a la edad adulta: la
inaternídad no es sólo una función transitoria: es también
una relación y un estado permanente. M aría sigue siendo
Madre de Dios después de la Ascensión y de la Asunción. Lo
i's Incluso de modo más perfecto, en cuanto ahora éontem -
p l a con plena claridad de qué H ijo fue hecha Madre. Pues

(le igual manera, en el Cielo seguirá siendo siempre Madre


lie Indos los santos a quienes Ella espíritualm ente regeneró
a la vida de la gracia: y los santos todos la honrarán e te r­
na m riite como a Aíadre. Creo que ésta es una verdad teoló-
i’ icainente cierta.
M a s coiniilejo es el problema de la m aternidad esiiiritual
de M aría en relación con los ángeles. Se puede pensar que
la Virgen os su Madre, puesto que tam bién ellos son m iem ­
bros del Cuerpo M ístico de Cristo, y la M adre de la Cabeza
lo es tam bién de los miembros. Sin embargo, la afirm ación
debe m atizarse: el caso de los ángeles no es idéntico al de
los hom bres: su naturaleza no perm ite hablar de un alum ­
bram iento ni de una educación ni siquiera espiritual. M aría
no rogó ni m ereció por ellos. Su m aternidad respecto de los
ángeles parece reducirse al ejercicio de la m aternidad sobre
Cristo al cual los ángeles deben su vida de gracia cuya p le­
nitud se halla sólo en Jesucristo y que, en la actual econo­
mía, toda ella, finalm ente, se ordena al mismo Cristo. En el
cielo, la vida bienaventurada de los ángeles se colma con un
contem plar a Dios visto en su Verbo, cuya M adre es María.
En esa m irada, M aría se les presenta, de buenas a primeras,
bajo su título de Madre. Estas razones creemos que bastan
para que, en un sentido analógico pero form al, pueda a fir ­
marse que M aría es M adre de los ángeles. La expresión,
realm ente no es muy usada. Y o no la he hallado más que
en una alocución de Pío X I I dirigida el 6 de octubre de 1940
a un grupo de la Acción C atólica fem enina italiana. “ La
Iglesia y los ángeles— decía el Papa— la saludan con los
nombres de Reina y M adre” . El titulo que habitualm ente se
le da es el de “ Reina de los ángeles” ; pero tam bién aquí
hemos de aplicar lo que decíamos, hace un instante, de las
otras grandezas de M a ría: su realeza “ es esencialm ente
m atern a l” (P ío X II, Radiom ensaje a Fátim a, 13 de mayo
de 1946). Según la conm ovedora expresión de Santa Teresa
del Niño Jesús, M aría, incluso cuando es Reina, es siempre
“ más Madre que R ein a ” .
MATERNIDAD DE MARTA
SOHRK LA I GLESI A,
Y POSIRLES AVANCES.
IA M ATERNID AD ESPIRITUAL DE M A R I A
SOlUíE LOS FIELES Y SOBRE LA IGLESIA. POSL
UM S AVANCES Y EXPLICITACIONES DEL TEXTO
M A R I A N O C O N C I L I A R DEL V A T I C A N O II

Por el D r . Ju an E sq u erd a, Pbro.

l'il toma que se me ha señalado pertenece a la problem á-


licii directam ente tratada por el Concilio: “ el Sacrosanto
Minodo, al exponer la doctrina de la Iglesia, en la cual el
niviiu) Redentor realiza la salvación, quiere aclarar cuida-
(lii.sim u 'iite tanto la misión de la Bienaventurada Virgen
M ana en el m isterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo
M i . ' i l i c o , como los detreres de los redimidos hacia la Madre
cli' Dio.s, Madre de Cristo y M adre de los hombres, en espe-
c ial (Ir los creyentes” (Constitución “ Lumen G en tiu m ” ,
V III. n," 54).
Im' l-riita, pues, de estudiar la aportación del texto con-
riliar a c.sta verdad m ariana que se acostumbra a ca lificar
(le "iiia t(‘ rnidad espiritual” . “ La claridad de ideas y delica-
(li /a (le .sentimientos” que pide Paulo V I para tra ta r el
lema miiriano, creo se ha de aplicar especialmente al tema
i|iir no.s ocupa (1).

<i t i ’ M i o V I, A lo v x ic ió n a la D e le c ia c ió ii Romana para rJ Co nf/rcso de S a n t o


i;. I I I í)!). ‘ 'I.j’O s .s e rv íito re R o m a n o ” . 17-7IT-G5.
El tem a me parece muy interesante en la actualidad,
pero no quiero silenciar las dificultades que se me ocurren
o que, al menos, se me ocurrieron antes de em pezar este
trabajo de investigación. Por una parte, el texto conciliar,
como es sabido, ha esquivado a sabiendas el títu lo de “ M a ­
dre de la Ig lesia ” . Subrayo la palabra “ titu lo” , para distin­
guirlo de la doctrina. Este silenciam iento del titu lo m aria-
no, no sólo en el encabezam iento del capitulo sino tam bién
en la redacción de los diversos números, se deberá a algún
m otivo. Para mí, pues, hubiera sido más fá cil que el trabajo
encomendado se me hubiera titu lado así; La m aternidad
espiritual de M aría sobre los fieles en el texto conciliar.
Hubiera sido menos comprometido.
Por otra parte, el mismo texto conciliar dice que no tiene
la intención de “ dirim ir las cuestiones no llevadas a una
plena luz por el trabajo de los teólogos. Conservan, pues, su
derecho las sentencias que se proponen librem ente en las
Escuelas católicas sobre Aquella que en la Santa Iglesia ocupa
después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nos­
otros” (1. c.). Entonces ¿cómo se puede in ten tar la búsqueda
en el texto conciliar de posibles avances y explicitaciones?
Esta nueva dificu ltad hace al título de este trabajo sospe­
choso de partidism o y de querer sacar más consecuencias
de las posibles.
No obstante, acepto el título del trabajo tal como se me
ha propuesto. Sinceram ente, no tenía mucha esperanza de
éxito antes de com enzar la investigación. Pero, después de
leer cuidadosamente el texto conciliar repetidas veces, de
estudiar los esquemas m arianos anteriores y la evolución
del texto a base de las enmiendas, intervenciones, etc., des­
pués de estudiar tam bién las posibles fuentes del texto con­
cilia r y la in tí'iiiretación auténtica de algunas intorvencio-
nes pontificias, creo que el título de mi trabajo es acertado
y puede dar pie a una investigación muy provechosa. Así
lo he intentado realizar.
Hay algo que debo declarar desde un principio. En mis
estudios anteriores sobre la m aternidad espiritual de María,
siempre había visto en los textos patristícos, m agisteriales
y teológicos, el sentido de M adre de los fieles en cuanto que
form an parte del Cuerpo Místico. Por tanto, al menos en
general, la m aternidad espiritual de M aría tiene sentido de
m aternidad sobre la Iglesia, de algún modo. El Santo Padre,
al glosar el texto conciliar en la proclam ación de M aría
como Madre de la Iglesia, parte precisam ente de este con­
cepto de m aternidad espiritual que era común en los tra ta ­
distas de m ariología (2).
Durante la exposición del tema, como podrá constatarse
enseguida, enm arco la doctrina en el ambiente histórico
conciliar , luego paso a estudiarlo en el texto aprobado t e ­
niendo en cuenta sus vicisitudes con todo detalle, recojo
después el m agisterio de Paulo V I sobre la verdad m ariana
y, finalm ente, con toda modestia, procuro resumir lo que
me parece algo de avance y explicitación en este tem a m a-
ríano.
De intento he callado cuanto ha podido oscurecer el am ­
biente y las intervenciones conciliares a la vista del público
inform ado por crónicas y folletos. Lo he callado, además de
que no se trata de m aterial científico, porque en la in te r­
vención real de los Padres nada o apenas se ha reflejado.
Todos queremos presentar los temas m arianos con o b je­
tividad siguiendo las directrices del Papa Pío X I I citadas
en el texto conciliar (n." 67). He procurado presentar el

(2 ) C lr . c tiu n í : H om ilía cu el di u de la Pu rifica ción . 2-11-65; AAy 57 (líM5b)


248-253.
tem a sin achacar a otros, posturas precoiiciliares en un
sentido u otro. P a rto de una realidad, el texto del Concilio,
y de esta realidad eclesial sólo Dios sabe a quién debe a tr i­
buirse el mérito. Nos basta, como buenos hijos de M aria y
de la Iglesia, saber que el dato revelado acerca del M isterio
de Cristo, nacido de M aria, ha sido explicitado para viv e n ­
cia de los que form am os el Cuerpo M istico de Cristo y anda­
mos hacia la plenitud en El, con esa ayuda mutua que se
llam a caridad y que tiene su m ejor am biente cuando se vive
en espíritu de fa m ilia bajo la m irada de la Madre.

C O N T E X TO H IS T O R IC O C O N C ILIAR .

Es d ifícil poder dar un juicio exacto sobre los aconteci­


m ientos que se refieren al capítulo m ariano de la Constitu­
ción “ Lumen G en tiu m ” . Sobre todo teniendo en cuenta que
muchos detalles de im portancia suma escapan al observa­
dor más vivaz y que todavía no pueden estudiarse las actas
completas del Concilio. Nos ceñimos a nuestro tema, la
maternidad espiritual de Maria, y solam ente aportam os los
datos que pueden dar alguna luz a esta verdad m ariana tai
como ha sido expuesta en el texto conciliar (3).

L a doctrina m ariana había de quedar como capítulo de


la Constitución dogm ática sobre la Iglesia, según votación
del 29 de octubre de 1963. El texto debería ser adaptado
para incluirlo en dicha Constitución. Como, de hecho, la
adaptación fue tan profunda que puede considerarse una

(3 ) L a s v ic is it u d e s d el t e x t o m a r ia n o a n te s de la 3." s esió n c o n c ilia r , p u e d e n


v e r s e en : G a r c í a G a r c í j s . N . , L a v e r d a d t e o l ó g i c a ? n a r ia n a . P r e s e n t a c ió n a l a
M a r i o l o g i a de J. B. C a r o i. (M a d r id , B A C , 19G4). A lg u n a s r e fe r e n c ia s e n : Aidam .\
J. A-, M a r í a . M a d r e de la !c/lesia. “ R a z ó n y F e " , n. 806 (m a r z o . 1965). 271-282.
verdadera transform ación, prescindimos del texto anterior
a la 2.» sesión conciliar (4).
La subcomisión encargada de adaptar el texto m ariano
a ia Constitución De Ecclesia, estaba constituida por los
Cardenales Santos y Konig, y por los Excmos. Doum ith y
Theas. Encom endaron el trabajo a dos peritos de ambas
tendencias. Estos peritos redactaron cinco textos sucesivos
y la últim a redacción se im prim ió (tras las discusiones de
marzo de 1964) en un fascículo De Ecclesia. Después de
otras discusiones y enmiendas, fue aprobado por la C om i­
sión D octrinal el dia 6 de junio de 1964. Ambos textos (lla ­
mados “ p rio r” y “ em endatus” ) fueron entregados a los P a ­
dres antes de la 3." sesión conciliar (5).
En cuanto se refiere a la m aternidad espiritual de M a ­
ría, en el texto llam ado “ p rior” encontram os la idea que
quedará d efin itivam en te en el texto aprobado: “ eamque
Catholica Ecclesia, a Spiritu Sancto edocta, filia li pietatis
a ffectu prosequi semper professa est” (6). Pero en el texto
“ em endatus” se recalca, con un “ se” , que es la misma I g le ­
sia la que profesa afecto filia l a María. No obstante, el texto
irá recibiendo algún retoque posterior.
Es interesantísim a la relación que se hace de cada uno
de ios apartados del texto ofrecido a los Padres antes de la
sesión conciliar. En ella se recalca la conexión íntim a de
M aría a la obra salvifica de Cristo. De tal m anera que es
ésta la clave para entender el capitulo m ariano; “ totius
ilaque doctrinae fundam entum est incarnatio redem ptiva
(luacum B eata V irgo intrinsecus connectitur” (7). De esta
unión de M aría con Cristo Redentor, “ nacen en la Iglesia

i-li C fr . C i r c a s c h e m a C(> )i¡<(itutioiiis d o g i n a t i c a e de B. M . V. M a t r c E c c l c s i a c .


V o tu n i R c v . P . C a r o li B a lic . P e r i t i ( T y p i s P o ly g lo t is V a t ic a n is . 1963).
iM Sch ritw . C n i i s i i t u t i o n i f i de E c c l e s i a ( T y p i s P o ly g lo t is V a t ic a n is , 1964).
Hii ll ud ., |). 198.
(71 Ih id .. p. 210.
los fieles; por ello, es M adre de los miembros del Cuerpo
M ístico” , según la expresión de San Agustín que quedará
en el texto definitivo. Esta es la idea de M aría M adre de la
Iglesia que muchos Padres querrán quede tam bién expresa­
da textualm ente.
Se recalca tam bién la presencia de M aría junto a la cruz.
El consentim iento de M aría y su compasión tienen sentido
de asociación a Cristo. Por esto en este texto p rim itivo (lu e ­
go desaparecía la expresión) se dice que Juan es figu ra de
los fieles al recibir a M aría por M adre: “ atque discípulo,
fidelíum figurae, a Christo m oriente velutí m ater datur” (8).
L a m aternidad espiritual de M aría se recalca continua­
mente. No solam ente en la m isión m aternal de M aría ahora
en el cielo, sino aún al hablar de M aría como tipo de la
Iglesia, precisam ente como M adre que es de los herm anos
de Cristo.
En plena sesión conciliar, el día 16 de septiem bre de 1964,
Mons. M aurice Roy, Arzobispo de Quebec, hizo la presenta­
ción del esquema con una relación que subraya unos puntos
de vista interesantísim os (9). “ Expositio m ariologica, decía,
tractationem De Ecclesia excedit... Christotypica et Eccle-
siotypica in terpretatio se invicem nullo modo excludunt,
sed com plent” . Recalca, asimismo, el significado del con­
sentim iento de M aría en la Anunciación. Consentim iento
que redundó en bien de todos los hombres. La cooperación
de M aría a la obra salvífica (que nos da la vida nueva) tiene
lugar principalm ente en el consentim iento de la Anun cia­
ción, en la oblación que hizo de Cristo en la Cruz y en la
perpetua intercesión en el cielo.
Tras la relación de Mons. Maurice Roy, comenzó el de-

(81 lt) i(l .. I). 21:J.


(9 ) R e l a t i o su p e r c a p u l V I I I s v h e m a t i s D e E c c l e s i a ('I'y p . P o l. V a t ic ., p. 1964).
bate conciliar sobre el texto presentado a los Padres. A un­
que el capítulo m ariano fue tem a de intervenciones en la
segunda sesión, sin olvidar todo el contexto histórico de la
célebre votación del 29 de octubre de 1963, y aunque los
“ libelos” repartidos por las diversas tendencias pusieran el
tem a en incandescencia, en realidad el debate conciliar
sobre el tem a m ariano fue relativam ente corto (dias 16 y 17
de septiembre de 1964). Con la particularidad, según m i m o­
desto parecer, que las opiniones de los Padres no discrepan
más que en cuestiones de conveniencia o estilística. Bien es
verdad que aun las mismas cuestiones estilísticas y de fo r ­
ma, responden a alguna tendencia tal vez no tan sólida;
pero, es un hecho: al interven ir los Padres en el aula (que
es cuando actúan como Padres) aparece la fe común en la
doctrina m ariana. Quien no conociera los “ dimes y diretes”
de folios o folletos y lo que se había escrito en algunos li­
bros editados “ ad hoc” , se encontraría que la intervención
de los Padres en el aula conciliar es sumamente positiva.
Voy a resumir aquí las intervenciones de los Padres en
los dos días del debate. Sólo recalco lo referente a la m a te r­
nidad espiritual de María. Lo presento para tener una idea
de conjunto, sin perjuicio de que más adelante analicemos
et texto de las enmiendas presentadas.
Dia 16 de septieinbre de 6194. 81 Congrecjación General.
C ardenal E . R u f f i n i abrió el debate diciendo que el texto

no sitúa en su verdadera luz el m otiv o por el que los fieles


jiLstainente invocan a María como Madre. E. W y szy n sk i,

Cardenal Arzobispo de Varsovia, en nombre de 70 obispos


polacos, pide una definición sobre María como Madre de la
Iglesia; con ello se atribuye a M aría el lugar más alto des­
pués de Cristo y el más cercano a nosotros; ello fa cilita ría
la unión de los cristianos. R. S ilv a H e n r íq u e z , Cardenal A r ­
zobispo de Santiago de Chile, en nom bre del Cardenal
Quintero y de 43 obispos de Am érica Latina, dice que m ere­
ce el m ayor asentim iento el haber puesto la maternidad
divina de M aría como el fundam ento de todo el tratado.
O. Marqués, Arzobispo de Puebla de los Angeles (M éjico),
propone una declaración más explícita sobre la m aternidad
espiritual de María en la economia de la gracia, idea que ya
está en el texto. C. M ingo, Arzobispo de M onreale (Ita lia )
pide se ponga como titulo “ M atar Ecclesiae” , pues que res­
pondería m ejor a las relaciones entre M aría y Cristo en la
obra sa lvífica ; la omisión del titulo no tiene ju stificación
alguna. Muchos otros Padres piden el títu lo “ M ater Eccle-
siae” (com o veremos al estudiar los modos y enmiendas),
aunque otros no hablan del título del capítulo, sino del
título m ariano que puede expresarse dentro del capítulo:
P. M. Cambiaghi (Obispo de N ovara), J. H ervás (Obispo de
Ciudad R eal), E. N eczey (A dm inistrador Apostólico de N i-
tra-Checoeslovaquia) (10).
Día 17 de septiembre de 1964. 82 Congregaeió?i General.
El C a r d e n a l S u e n e n s , Arzobispo de Malinas, desea que que­
de más clara la m aternidad espiritual de M aría tal como
continúa ejerciéndose en la Iglesia; el M agisterio eclesiás­
tico y la creencia de los fieles no está expresada con su fi­
ciencia en el texto; asimismo ha de quedar patente la rela ­
ción entre la m aternidad espiritual de M aría y el aposto­
lado; Cristo nace y crece hoy m ísticam ente como en su día
ocurrió “ de Spiritu Sancto ex M aria V irg in e ” . Otros padres
siguen recalcando el título de M aría como Madre de la
Iglesia ( M o n s . V a n L i e r d e , M o n s . G a s p a r r i ). El P. A l f o n s o
M ontá, Superior General de los siervos de M aria, pide más
abundancia de textos acerca de la maternidad espiritual de
ÍIO ) C fr .. -‘E c c l c s i a " , 2 6 -IX -6 4 , p . 17-19.
M aría; Ella es m odelo y tipo de la Iglesia en virtud de su
m aternidad espiritual. T a l vez la intervención doctrinal
más sistem ática acerca de M aría Madre de la Iglesia es la
del Exmo. R. García d e Castro, Arzobispo de G ranada; se
aducen para corroborar el títu lo: Sumos Pontífices, T ra d i­
ción, M agisterio, teología, y resuelve las objeciones. L. Cas-
TÁN, Obispo de Sigüenza-G uadalajara, en nombre de 80 P a ­
dres, cerró el debate a favor del título “ M ater Ecclesíae”
diciendo que el esquema es inconsecuente, puesto que su­
prime el título y afirm a la doctrina sobre la m aternidad de
M aría respecto a la Iglesia Cuerpo M ís tic o ; su intervención
dilucidó la objeción acerca de la m aternidad espiritual
como m etáfora (11).
Después del debate conciliar, se recogieron todas las en­
miendas propuestas y se sumaron a los documentos p re­
sentados antes de iniciar la sesión 3.“ y que hacen referen ­
cia al texto mariano. El total de intervenciones en el debate
suman 70 y las observaciones recogidas llegan al número de
400. Con todo este m aterial, la Comisión com petente p erfec­
cionó el texto y lo presentó de nuevo a los Padres antes de
la votación del 29 de octubre de 1964 (12).
De las enmiendas presentadas insisten mucha.s en el t i ­
tulo (a l menos dentro del capitulo) de “ M ater Ecclesíae” ,
sí bien es verdad que otras enmiendas se oponen. Pero el
texto quedó muy m ejorado. Asi, por ejem plo, se dice que la
Iglesia reconoce a M aría “ tanquam m atrem am antissim am ”
(es texto añadido), y de esta manera, dice la relación, “ ae-
quívalenter exprím itur munus m aternum M ariae erga
Ecclesiam, id est erga omnes eius Pastores atque fid e-

(1 1 ) Ibiú... p. 19-21. E l t e x t o c o m p le t o d e la in t e r v e n c ió n d el Aiv^ohispo úe


G ia n a d n , p. 29.
M 2i Tc .vli/s e jn c n d a lu s cupitis V l l l schcm aUs C o n stil iid o n ís De Kc c lc sía c(
U r l a t i o n r s iT y p . P o l. V a t ir ., 1964».
les” (13). Creo es im portantísim a esta aclaración, porque en
ella so ve el por qué de la adición que quedará d e fin itiv a ­
m ente en el texto aprobado. Es decir, en el Concilio se ha
aprobado que M aría es Madre de la Iglesia, aunque ello se
diga con palabras equivalentes.
La m aternidad espiritual de M aría queda explicada de
m odo más arm ónico con unos ligeros retoques en que
aparece M aria como Madre en el orden de la gracia, M adre
de Cristo y Madre de los hombres, especialm ente de los cre­
yentes. El texto del Card. Suenens sobre la m aternidad es­
piritual y el apostolado fue admitido.
Asi llegam os a la votación del día 29 de octubre de 1964
(e l mismo día de la votación m ariana del año anterior).
Los Padres tuvieron en sus manos el texto retocado como
hemos indicado anteriorm ente. La votación dio como resul­
tado: 1.559 votos a favor, 10 en contra, 521 que asienten
pero piden retoques ( “ modos” ).
L a Comisión com petente volvió a estudiar los 521 “ m o­
dos” , con toda detención, e im prim ió los retoques que adm i­
tía, dando razón de la admisión o del rechazam iento. No
todos los “ modos” piden algo especial, pues muchos de ellos
se agrupan aquí y allí pidiendo algo concreto, por ejem plo,
los numerosos que piden se diga expresam ente “ M ater
Ecclesiae” . Pero todos ellos son estudiados y, en caso de no
adm itirlos, se da la razón conveniente. No se trata de ra ­
zones que deban convencer por si mismas, sino sencilla­
m ente las razones que parecen convenientes a la Comisión,
la cual actúa con competencia. Siempre cabe la lim itación
humana, pero siempre se ha de adm itir la acción de Dios
por medio de causas segundas. Y, salvadas estas observacio-

(13 ) Ibit l. , p. 27.


lU's, concretém onos en un hecho concreto: 172 “ modos”
piden se diga “ M ater Ecclesiae” , 22 “ modos” piden que se
nuide una frase para que no aparezca la fórm ula ni equi­
valentem ente (n." 53, fin a l); pero los que piden el título
Muuiano se distribuyen en cuatro lugares donde piden la
inserción (con lo que no aparece tan “ aplastante” la p e ti­
ción); la comisión contestó diciendo que seguiría la “ vía
m edia” para concordar con todos... (14).
Con la explicación del texto aprobado anteriorm ente
(cuando se dice que el texto equivale a la m aternidad de
María sobre la Iglesia, como hemos visto anteriorm ente)
y con el número de modos presentados, más la petición de
Padres para que se proclam ara a M aria M adre de la Iglesia,
no es de extrañar que el Santo Padre se decidiera por la
proclam ación del títu lo ya que la doctrina fue notada por
todos en el texto conciliar.
Los “ modos” de la votación del día 29 influyeron en a l­
gunos retoques que se refieren a la m aternidad espiritual.
Así, por ejem plo, cuando se recalca que los fieles nacen de
M aría en cuanto que son “ miem bros de aquella Cabeza”
(C risto) (n." 53) y algunos retoques más que analizarem os
(;uando estudiemos cada uno de los números. Son retoques
concedidos a los que pedían más claridad respecto a la
m aternidad de M aría sobre la Iglesia.
El día 19 de noviem bre de 1964 se procedió a la votación
anterior a la clausura del Concilio, hechas ya las correc­
ciones oportunas. El resultado fu e: 2.096 a favor, 23 en
contra, 1 nulo. Pero el día 21, en la votación d e fin itiva ;
2.151 a favor, 5 en contra. El mismo día, en la misma clau-

(1 4 ) Schema C on slitn liou is D oípnaticac D e Ecclesia. M o d i a P a t r i b i u pro-


¡hi^ití a (7<>m7Uis.si<)/te d o c t r i n a n e x a m i n a t i . C a p u t V I H D e H. M V- D e i p a r n e iii
Mi/sterii) C h n ^ t i c t E v c le s iu v (T y p . P o l. V a l i r . . 19(i4i.
sura, el Papa Paulo V I proclam ó solem nem ente a M aría
como “ Madre de la Ig lesia ” (15).

EL T E X T O C O N C IL IA R

L a intención prim ordial del texto conciliar es “ aclarar


cuidadosamente tanto la m isión de la B ienaventurada V ir ­
gen M aría en el m isterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo
místico, como los deberes de los hombres redimidos hacia la
M adre de Dios, M adre de Cristo y M adre de los hombres,
en especial de los creyentes” ... (16). Vemos, pues, que la
m aternidad de M aría entra de lleno en el texto conciliar.
La visión cristotipica y eclesiológíca se com plem entan, por
la sencilla razón de que si M aría es Madre de los miembros
del Cuerpo Mistico, lo es porque es M adre de Cristo Cabeza
del mismo Cuerpo. Toda la cooperación de M aría a la obra
salvifica de Cristo term ina en cooperar a la transmisión de
vida sobrenatural. Quien haya leído el texto conciliar verá
en esta afirm ación el resumen de todo él.
Podríam os sistem atizar el texto conciliar analizándolo
por conceptos en un orden lógico. Pero preferim os seguir
paso a paso todos los 7 iú m e r o s del capítulo mariano para
descubrir en ellos el aspecto de maternidad espiritual de
Maria. Estudiaremos el contenido doctrinal a la luz de las
intervenciones, cambio de texto, “ modos” y enmiendas.
No pueden olvidarse las fuentes del mismo texto conciliar
(escriturísticas, patrísticas, m agisteriales...). Y harem os r e ­
ferencia a los estudios teológicos actuales para ver de en-
il5 ) T e x t o c o n c ilia r de la C o n s t i t u c i ó n D o e i v i á t i v a “ L í i m e n G c n t i m n " n n b r c l a
¡ O l e . s i a : A A S 67 (1965) 5-75. T e x t o d e l D i s c u r s o d e l P a p a P a i i l a V I p r o c l a m a n d o a
M a r í a M a d r e d e l a I g l e s i a : A A S 56 (1964). 1007-1018.
<16) N r o . 54.— V é a s e e l t e x t o de la C o n s iit u c ió n D o ^ m á lic a D e E ccle.sia en )a
b iljlio g r a f ia de la n o t a a n t e r io r , P a r a n o m u lt ip lic a r la s ñ o la s , eilariM iio.s o r d in a r ia ­
m e n te e l n ú m e r o c o r r e s p o n d ie n t e del c a p . VITT, .sin m ás.
contrar un posible avance o explicación de las verdades
marianas.
El Concilio no ha querido “ proponer una doctrina com -
l)leta sobre María, ni tam poco dirim ir las cuestiones no lle ­
vadas a una plena luz por el trabajo de los teólogos”
(n .’ 54). Hay cuestiones que, en un m om ento dado, por el
cruce de tendencias ajenas a la misma teología, han podido
llamarse inexactam ente “ cuestiones discutidas” . No es a
estas “ cuestiones” a las que se refiere el texto conciliar.
Pensamos, por ejem plo, en las expresiones ambiguas que,
con ocasión del Concilio, se dejaron en el am biente; la m a ­
ternidad espiritual de M aría como m etáfora, etc. Estas
cuestiones discutidas a las que hace referencia el Concilio
son cuestiones de escuela seriam ente teológica, como por
ejem plo si M aría se ha de estudiar preferentem ente bajo
el punto de vista cristológico o eclesial.
En el texto conciliar aparecen dogmas marianos, verd a ­
des creídas por la Iglesia, explicaciones m arginales, textos
citados sin adentrarse en el sentido más profundo, etc. El
Concilio constata, en el capítulo m ariano, ordinariam ente,
la fe de la Iglesia o el hecho salvífico tal como está en la
Escritura, Tradición, etc. Para evitar confusiones, conviene
citar la nota dada por la Comisión D octrinal ya en el 6 de
marzo de 1964 para la Constitución De Ecclesia:

“ Ratione habita moris conciliaris ac praesentis


Concílií finis pastoralis, haec S. Synodus ea tantum de
rebus fid ei vel morum ab Ecclesia tenenda definit,
quae ut talla aperte ipsa declaraverít.
Cetera autem, quae S. Synodus proponit, utpote Su-
prem i Ecclesiae M agisterii doctrinam , omnes ac sin-
guli christifideles excípere et am plecti debent iuxta
ipsius S. Synodi mentem , quae sive ex subiecta m a te­
ria sive ex dicendi ratione innotescit, secnndum n or­
mas theologicae in terpretation is” (17).

Sentido amoroso epifánico del Misterio de Cristo (n." 52).

Después de citar a San Pablo (G al. 4, 4), y el símbolo


constantinopolitano, que nos exponen el M isterio de Cristo
“ factum ex m ullere” y “ ex M aria V irg in e” , nos dice el Con­
cilio que este mismo M isterio de Cristo, en la circunstancia
m ariana, se prolonga en la Iglesia. La Iglesia m an ifiesta
y da lo que e s : el M isterio de Cristo prolongado. P o r eso, en
la Iglesia se venera a M aría M adre de Cristo Dios.
Dios es Amor, y el M isterio de la Encarnación del Verbo
es obra de su amor. La “ plenitud de los tiem pos” indica el
m om ento cumbre de la historia salvífica o de las in terven ­
ciones de Dios Am or en la historia de la humanidad. Dios se
m an ifiesta y se acerca al hom bre hasta hacerse como él, y
se acerca en las mismas circunstancias de “ hecho h ijo de
m u jer” . De la Encarnación, en circunstancia m ariana, viene
al hombre la salvación: “ ut adoptionem filioru m recipere-
mus” . El M isterio de Cristo, nacido de M aría, es la epifanía
y cercanía de Dios Amor. Dios se sirve, para salvarnos, de
nuestras mismas circunstancias, es decir, de una hu m ani­
dad tom ada de M aría por obra del Espíritu Santo que es
Am or personal en el m isterio trinitario.
L a Iglesia prolonga el M isterio de Cristo tal como e s : en
circunstancia m ariana. O m ejor, el M isterio de Cristo, in te­
gral, abarca la prolongación en la Iglesia que es su Cuerpo
Místico. Por esto en la Iglesia, sensibilización de Cristo,
(171 E x A c t i s C o n c i l i i . N o lif io a t ío n e s l'a c ta e ab E x c m o , S e c r e t a r io G e n e r a l!
S S . C o n c ilii in C o n g r e y a lio n e G e n o r a li C X X I I I d ie i X V I n o v . \0>U. C fr . D or d<‘ l
C o n c V a t io . I I . 4 (H a r r e lo n a , E s le ía . I9tíf>i. 2üG.
aparece y se comunica el M isterio de Cristo tal como es.
A hí se fundam enta la veneración que la Iglesia siente para
con M aria la M adre de Dios Redentor.
El m isterio de M aria m anifiesta, en nuestra propia c ir ­
cunstancia, tal como es el M isterio de Cristo. Desencarnar
el M isterio de Cristo aminorando su hum anidad o su sacra-
m entalidad eclesial, es lo mismo que querer prescindir del
am biente m aterno de que se ha rodeado en su obra sal-
vifica.
L a m aternidad espiritual de M aria se insinúa ya en las
prim eras palabras del texto conciliar al subrayar dos aspec­
tos; 1.") que la vida sobrenatural nos viene de Cristo p reci­
samente en cuanto nacido de M a ria; 2° “ que este m isterio
de salvación se revela y continúa en la Ig lesia ” .
En esta introducción al capítulo m ariano se quiere h a ­
cer notar la conexión con los capítulos anteriores que tra ­
taban de la Iglesia. Aunque anteriorm ente se quería el
esquema m ariano independiente, ahora queda al fin al de la
Constitución De Ecclesia. En el esquema entregado a los
Padres antes de la 3.^' sesión conciliar se da la razón de e llo ;
“ Ita iustificatur factum , quod tractatio de B. Virgine in
Constitutione De Ecclesia collocatur, et quidem in fine,
quasi coronidis instar, quia illa quae est M ater Dei et simul
m ater eorum qui “ populum D ei” constituunt ac typus et
exem plar Ecclesiae” ... (18).
L a linea bíblica que se descubre a través de todo el texto
conciliar, no radica en la m ultitud de textos escrituristicos
citados, sino en el sentido teológico bíblico de la epifanía y
cercanía de Dios Am or a los hombres. Es la acción de Dios
en la historia salvífica que culm ina en Cristo. L a Antigua
A lianza culm ina en la Nueva: Cristo Redentor. La Palabra

(181 ScUem a (.'íiiis lilid io iu x Ilc K rclcs ia . p. 2111 (R cla tio K eTieralis).
personal de Dios A m or es el Verbo que se hace carne “ ex
M a ria ” . Es una constante del amor de Dios. El M isterio de
la Encarnación adquiere su luz plena en la cercanía de Dios
a los hombres en su misma circunstancia. Este es el sentido
de la doctrina del concilio de C alcedonia: Cristo es con­
substancial al Padre, pero tam bién consubstancial a nos­
otros por razón de su hum anidad que tom ó en el seno de
M aria en orden a nuestra salvación (19). La carta de
S. León que sirvió de base a la discusión conciliar en C al­
cedonia indica tam bién el mismo aspecto: “ totus in suis,
totus in nostris” , pero “ ex útero virginis g en ito” (20).
M aría pertenece al M isterio de Cristo prolongado en la
Iglesia. Precisam ente porque el M isterio de Cristo se pro­
longa integralm ente en su Cuerpo Místico, y M aría p erte­
nece integralm ente a él. La pertenencia de M aría al m is­
terio de Cristo que se prolonga en la Iglesia es precisam ente
en el sentido de m aternidad. Ella, por ser M adre de Cristo
Cabeza, continúa su m isión en el Cuerpo Místico. Dios con-
tiniia su obra salvífica en el M isterio de Cristo prolongado,
pero en las mismas circunstancias m aternales-m arianas de
la Encarnación-Redención.
L a m aternidad divina de M aría m an ifiesta y da el M is­
terio de Cristo tal como es. Pero la m aternidad divina de
M aria no es una idea abstracta, sino un hecho salvífico
(1 9 ) '‘ tíequenU '.s i^ lL iir saiictü.s PatrC'S, u n iim e iin d e n iq u e r o n fit e j- i F iliu n i o(,
d o n iin u in iio s tr u iii Ie.';um C h r iíjtu n i c on son a n t-p r o in n e s cioceinu s, e u iu lo íu q u o p c r-
íe c L u m in d e it a t e . eL e u n d e m p e r fe c t u m in h u in a n it u t e ... c o n s u b s la n t ia le n i P a L r i
K ecu n d u m d e it a t e n , c o n s u b s t a n t ia le m n o b is e u n d e m s e c u n d u m h u m a n it a t e m ... a n te
s a e c u la q u id e m d e P a t r e g e n itu m s eo u n d u n i d e it a le n i, in n o v is s in ú s a u te m d ieb u s
e u n d e m p r o p t e r n os e t p r o p t e r n o s t r a m .salu tcm e x M a v ia V ir g in e D e i yo-n itrice
s e c u n d a n ! liu in a n ila t e n i" . . . (M <;i. V I I . 115. B s ; E. S < n w \ 5 : T Z . A c t a C o n c i l i o r u v i
O e c u i n e n i c o r u m , t. I I . v o l. 2. p a r s 2. p, 12-14).
(201 " I n in t e g r a e r g o v e r i Iio m in is p e r t e r t a q u e n a t u r a veru.s n a tu s e s t D eu s,
to tu s in suis. to tu s in n o s t r i s , N o v a a u te m n a t iv i t a t e g e n e r a t u s : q u ia in v io la t a
v i r g in it a s c o n c u p is c e n tia m n e s c iv it. c a r n is n ia t e r ia m m in is t r a v it . A s s u in p ta e s t de
m a t r o D o m in i n a t u r a , n o n c u lp a ; n e c in D o m in o Ie.su C h r is to . e x ú t e r o v ir í- in is
g e n it o . q u ia n a t iv it a s e s t m ir a b ílis , id e o e s t n o s tr i n a t u r a d is s im ili.s ... E t s ic u t
V e r b u m a d a e q u a lit a t e m p a t e r n a e g lo r ia e n o n r e o o d it. it a r a r o n a t u r a m n o s ir i '^en eris
n o n r o liíiu it ” , (M s t. V , 1371. D s ; P L f)4, 755 s ; A . C. O ., t. I I . par.s, 1. p. lM-33).
relacionado con el M isterio in tegral de Cristo. Por ello tiene
una prolongación en el Cuerpo Místico. L a m aternidad es­
piritual de M aría m an ifiesta y da el sentido amoroso del
M isterio de Cristo.
La Iglesia es prolongación del M isterio de Cristo. Es la
Iglesia de los signos sacramentales. L a Iglesia es esencial­
mente signo que m an ifiesta y da el M isterio de Cristo en
toda su integridad. Si M aría pertenece al M isterio de Cristo
como Madre, en la Iglesia, signo de Cristo, ha de m an ifes­
tarse este aspecto m ariano. T a l es la conciencia de la Iglesia
a través de todos los siglos. No una conciencia sujetiva, sino
una reflexión ante el dato revelado que ella misma guarda
asistida por el Espíritu Santo. Por eso la introducción del
texto conciliar m ariano dice: “ Quod salutis divinum m yste-
rium notais revelatur et continuatur in Eccesia, quam Do-
ininus ut Corpus suum constituít, et in qua fideles Chrísto
Capiti adhaerentes atque cum ómnibus sanctis Eíus commu-
nicantes, m em oriam etíam venerentur oportet “ in prim is
^’loriosae semper Vírginis M ariae, G enitricís Dei et Dom ini
nostrí lesu C hristi” ” (n." 52). En la sacram entalídad de la
Iglesia (signo sensible y com unicativo de Cristo) ha de apa­
recer el M isterio de M aría (es decir, el M isterio de Cristo
“ factum ex m u llere” ) para que verdaderam ente aparezca el
M isterio de Cristo en toda su integridad (21).

María Madre del Cuerpo M ístico que es la Iglesia (n.“ 53).

M aría, por haber dado su consentim iento en la Encar­


nación y por haber sido asociada a la obra salvífica de Cris­
to, “ entregó la V ida al mundo” y “ está unida a todos los

(2 1 ) C fr . L a v i a t e r n i d a d de M a r í a y Ici s a c r a i n r . n t a l i d a d de la i g l e s i a , E.studios
M a r ia n o s , 2G (5 965) 231-274.
hom bres” como Madre. Ella, según la frase de San Agustín
(átadu por el texto conciliar, “ es verdaderam ente la Madre
de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor
a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros
de aquella Cabeza” . Por esto, además de ser “ m iem bro so­
breem inente y del todo singular de la Ig lesia ” , es tam bién
M adre del Cuerpo Místico. A M aría “ la Iglesia católica, e n ­
señada por el Espíritu Santo, honra con filia l y piadoso
afecto como a M adre am antísim a” . Y todo esto por los
m éritos de Cristo Redentor,
Lo que prim eram ente salta a la vista en este texto del
n." 53, es la afirm ación últim a que, a todas luces, es la a fir ­
m ación de M aría como M adre de la Iglesia. Las frases a n ­
teriores son una preparación: “ entregó la vida al m undo” ,
“ es M adre de Dios R eden tor” , “ es verdaderam ente M adre de
los miembros de Cristo... Cabeza” . Pero se recalcan ta m ­
bién el consentim iento de M aría en la Anunciación (d el que
depende el “ entregó la Vida al m undo” ) y la cooperación
general de M aría, sobre todo en la Cruz ( “ por haber coo­
perado con su am or” ). Esta m aternidad de M aría es sobre
la Iglesia porque se dice expresam ente que ha cooperado“ a
que naciesen en la Iglesia los fieles que son miembros de
aquella Cabeza” .
Que no se trata de una afirm ación hecha de pasada, ni
de una explicación m etafórica, se deduce de la expresión
“ la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo honra
con filia l y piadoso afecto (a M aría) como a M adre am an­
tísim a” . Esta enseñanza del Espíritu Santo ciertam ente es
una verdad de /e. Será cuestión de delim itar la m ente del
Concilio, pero, en este caso, la m ente del Concilio expresa
una verdad enseñada por el Espíritu Santo.
Las razones que .se dan para apoyar la m aternidad de
M aría sobre el Cuerpo Místico son las siguientes: el consen­
tim iento en la Anunciación precisam ente a ser M adre de
Dios Redentor (Cabeza del Cuerpo M ístico), la cooperación
con Cristo R edentor en la transmisión de la vida sobrena­
tural. El sentido de maternidad tam bién queda explícito:
dar la vida al mundo, hacer nacer en la Iglesia a los fieles,
cercanía a los hombres. La conciencia eclesial respecto a
la m aternidad espiritual de M aría aparece en que la Iglesia,
enseñada por el Espíritu Santo, honra a M aría con afecto
filial.
El fin al del texto del esquema en el mes de m arzo del
año 1964 (textus prior) era: “ eamque Catholíca Ecclesia, a
Spirítu Sancto edocta, fília li píetatis a ffectu prosequi sem-
per professa est” . En junio del mismo año se retoca lig era ­
m ente (textus emendatus) añadiendo un “ se” para indicar
que es la Iglesia misma la que honra a M aría: “ se p ro­
sequi” ...
Después del debate conciliar se añadieron las palabras
“ tanquam m atrem am antissím am ” , pedidas por muchos
padres y tomadas de la Bula Aurea de Benedicto X IV (22).
En cambio se quitó, tam bién a petición de varios Padres, la
palabra “ sem per” porque “ cultus B. Vírgiis tribus príoríbus
saeculis víx apparet” . No tuvo efecto la petición de otros
sobre cam biar la palabra “ Ig lesia ” por “ pueblo cristia ­
no” (23).
Después de la votación del 29 de octubre de 1964, algunos
modos se refieren al texto qiie comentamos. La única m o­
dificación que se adm itió (referen te a la m aternidad espiri­
tual) fue p erfila r el texto de San Agustín: “ quae illius Capí-

(2 2 ) ( i l o r i o í i a e D o m i n a c . 27 s c p t.. lí)4H. C l'r. D o c u m e n to s M a r ia n o s (M u íiric i,


l!>r)4) n.-' 210.
(2 :i) C fr . t e x t o p r e s e n t a d o u lo s P a d r e s c o n c ilia r e s a n t e s de la v o t a c i ó n ; T c x í u s
r n i c n r í a i u s . . . , p. 16-17.
tis m em bra sunt” , en lugar de “ qui huius Capitis m em bra
sunt” , y com pletarlo con ‘’plane m ater m em brorum (C hris-
t l)” , con lo que el texto queda más com pleto y se puede con­
cluir m ejor (dicen los “ modos” ) la m aternidad espiritual de
María. Estas adiciones m ejoraron el texto precisam ente
para que apareciera la m aternidad espiritual de M aría por
haber cooperado con su amor a la obra salvifica de Cristo
Cabeza. La m ejora fue debida a 102 Padres que pidieron
la adición en el sentido de causalidad que hemos in d ica­
do (24).
Hubo otras enmiendas que no se adm itieron y nos in te-
teresa recordar para ver el por qué y entender m ejor el sen­
tido del texto aprobado definitivam ente. Un Padre propuso
un ligero retoque en la frase inicial del n.“ 53 para que se
viera el nexo causal entre el consentim iento de M aría y su
m aternidad; pero la respuesta de la Comisión es: “ iam suf-
ficien ter expressum in textu approbato” . 19 Padres piden
otros retoques en la frase que se refiere a la unión de M aría
con Cristo Salvador para que se vea m ejor la relación de
M aría con la Iglesia precisam ente en el terreno sa lvífico; la
respuesta es: “ Illud munus relate ad Ecclesiam in fin e
phraseos explicite indicatur. Stet ergo textus” (25).
La frase fin a l del n." 53, en que la Iglesia reconoce a
M aría como a su Madre amantísim a, recogió muchos modos
en sentido favorable y desfavorable. Algunos piden que se
diga aquí claram ente que M aría es M adre de la Iglesia
(11 Padres).
Adem ás del título de M adre de la Iglesia, pedían estos
Padres alguna adición: “ immo ut M ater Ecclesiae am an-
tissim a nom inatur” (1 Padre), o bien, “ tanquam m atrem

(2 4 ) C fr . S c h o l i ü C oiistilutioiiis D o civiaticac D e EccJcsia. M od i... p. 5-G.


(2 5 ) I d id .. p. 5.
suam” (5 Padres), “ tanquam veram M a trem ” (3 Padres),
“ nam et dicitur et est M ater Ecclesiae” (2 Padres) etc.
Por el contrario, 22 Padres pedían se cam biara el texto de
m anera que no apareciera la fórm ula “ M ater Ecclesiae” ni
expresa ni equivalente. Es digno de notar que estos Padres
que piden la exclusión de la fórm ula “ M ater Ecclesiae” , in ­
dican que se diga: M adre de los fieles, de los hombres, de
los Pastores y fieles, etc. (26).
El texto de S. Agustín que se cita en el número que c o ­
mentamos, se encuentra en De Sancta Virginitate,
cap. 6 (27). El texto com pleto nos da nueva luz sobre la
idea de S. Agustín. Precisam ente por ser M aría M adre del
Cuerpo M ístico es m odelo y tipo de la Iglesia m adre:
...“ plañe m ater mem brorum eius quod nos sumus; quia coo-
perata est charitate, ut fideles in Ecclesia nascerentur,
quae illius capitis m em bra sunt; corpore vero ipsius
capitis mater. Oportebat enim caput nostrum propter insigne
miraculum secundum carnem nasci de virgine, quo sig n ifi-
caret mem bra sua de virgin e Ecclesia secundum spiritum
nascitura” .
L a idea es muy frecuente en S. Agustín. D entro del m is­
mo tratado, en el capítulo segundo, ya la había dicho:
(Ecclesia) “ quae im itatu r m atrem v iri sui et dom ini sui.
Nam Ecclesia quoque et m ater et virgo est... M aria corpo-
raliter caput huius corporis peperit; Ecclesia spiritu aliter
m em bra illius capitis parit. In utraque virgin itas fecu ndi-
tatem non im p e d it; in utraque fecunditas virgin itatem non
adim it.” M aría es, pues, tipo de la Iglesia, porque es Madre
de Cristo Cabeza del Cuerpo Místico. Vem os que la idea de
tipo no sólo no excluye la idea de m adre (causalidad) sino

Jbkl., p. G.
(27) PL 40. :m.
que la presupone. Es una idea plenam ente agustiniana que
nos puede dar mucha luz cuando tratem os más adelante,
en el número 63 y 64, de la relación entre la m aternidad de
M aría y la m aternidad de la Iglesia (28).
La m aternidad espiritual de M aria se explicará más
adelante (n." 61), aunque la idea sale en casi todos los nú­
meros. En el presente número ya se esbozan todas las ra-
zones teológicas de la m ism a : el asentim iento para ser M a ­
dre del Redentor y la cooperación con Cristo Cabeza en la
trasm isión de la vida sobrenatural. Tan to el consentim ien­
to como la cooperación a la obra salvifica quedan m ejor
explicados en números posteriores. Pero creo que la in te r­
vención de los Padres en el sentido de m aternidad espiri­
tual queda más patente en este número que en los demás.
La labor teológica realizada durante siglos no dice m u­
cho más que el texto conciliar. La m aternidad de M aría te r ­
m ina form alm ente en Cristo Cabeza y Redentor. L a coope­
ración de María a la obra salvifica es específicamente m a ­
ternal. Es decir, y en esto estamos en el mismo texto
conciliar, si M aría fue asociada a Cristo en la obra sa lvi­
fica lo fue en cuanto es su Madre. Su cooperación a la
transmisión de la vida sobrenatural es form alm ente una
cooperación m aternal. La m aternidad de M aria se apoya en
una realidad sobrenatural, y, por tanto, no queda en el
campo de las m etáforas, aunque si en el de la analogía
(com o todo el campo sobrenatural).
La especulación teológica sistem atiza el dato revelado
distinguiendo como tres etapas en la m aternidad espiritual
de M aría: en la Encarnación (consentim iento) se encuentra
(281 Cfr. Kpi sl ol d de S a t i Juan. 1. 2: Sermón lí)2. 2; Sermón 2ri. «. oír, Lii
id c ii, e le M h í ' íji. t ip o (ie hi It ;le .s ia e ii c u a n to M a c lr o , j)iu ’ d o v c i ’.sc (í. s t .iu iia d a . ;
S.. S a n Agustín i/ su c c l c s i o l o g i a m ariuiia. L ii C u u lu d de D i o s . 170 (líK K li
4^4-463.
el elem ento constitutivo esencial; en la Cruz (oblación, tes­
tam ento de Cristo) encontram os el elem ento integral com ­
pletivo y la proclam ación; en el cielo, el ejercicio actual de
la m aternidad (am or y solicitud m aternal). Tam bién el
Concilio hablará de estas etapas, como iremos viendo. Lo
que la labor teológica expone en fórm ulas técnicas, el
Concilio lo desarrolla hilvanando los datos revelados que
constituyen el hecho salvií'ico del M isterio de Cristo. Nada
impide pensar que la labor teológica durante siglos (que
parte siempre del dato revelado) ha hecho posible la expli-
citación del dato revelado. Ciertam ente, el que el Concilio
cite unos datos revelados en un orden concreto y bajo una
idea central (M aria asociada como Madre a la obra salvi-
lica ) tiene una im portancia capital (29).

La intención del Concilio: aclarar la misión de María


en el Misterio del Verbo encarnado y del Cuerpo Místico
(n." 54).

La m aternidad espiritual de M aria form a parte in te­


grante de su misión en el M isterio de Cristo Redentor y Ca­
beza del Cuerpo Mistico. Precisam ente porque el capitulo
m ariano form a parte de la Constitución De Ecclesia, se
estudia a M aría en su misión m aternal a Cristo Dios y al
Cuerpo M istico que es la Iglesia. Los deberes que de ahi sur­
gen respecto a los creyentes se concretizan en las relaciones
filiales para quien es “ Madre de los hombres, especialmente
(291 El esl.ad o a c t u a l d e la e s i'o c u la c ió n Ic^olój^ica p u ed e v e rs o en la b jb lio ” i a f i a
qun c iL a in o s a c o n t in u a c ió n : Ai-d.ama. J. A .. ' M a l c r h c c i e s i a r " . E p h e in e r id e s M a r io -
lo g ic a e , 14 (1964) 441-465. G R tG O u io i>f; J k sú s C h u ( !(• k aüo. N a ( } i r a l e ~ a de la v i a l c r -
n id ü d e s p i r i t u a l de M a r í a . E s lu d io s M a r ia n o s . 7 (191H) 121 s. L i.am kra M .. La v ia -
t c r n i d a d e s p i r i t u a l de M a r i a . E.'-tudios M a ria n o .s . .'j il!)4 4 i 68-162, S íM ía siiá n W ..
M a i r r n i d a d o ^ p i r i t u a l de M a r i a . M a r i o l o a i a (M a d r id . B A C . 19641 711-7")!*. Vom.kk'i
c:., T f ie p la c e o j a u r L a d y in tl iv i n y s ti c a l ho dy. M u r ía n Slu die.s, !5 (1952i, V c a s e
la iu b ié n lo s m a n u a le s ; A la s lr u e y . A ld a m a . M c r k e lb a c h , R o s c h in i...
de los creyentes” . Si el Concilio no quiere" dirim ir las cues­
tiones no llevadas a una plena luz por el trabajo de los teó ­
logos” , y, no obstante, “ quiere aclarar cuidadosamente la
m isión de la Bienaventurada Virgen M aría... M adre de los
hom bres” ... ( “ illustrare sedulo in ten d it” ...), ello quiere d e­
cir que la m aternidad espiritual de M aría (de que se h a ­
blará “ sedulo” en el capítulo) no pertenece a cuestiones
discutidas.
Entra, pues, en las intenciones del Concilio, aclarar la
misión de M aría en el Cuerpo M ístico precisam ente como
Madre, puesto que los deberes de los miembros de dicho
Cuerpo tienen relación filia l para con Ella a quien se llama
explícitam ente M adre de los hombres, pero principalm ente
de los que creen en Cristo.
El número que comentam os presenta la síntesis del c a ­
pítulo m ariano: 1) m isión de M aría en el m isterio de Cristo
Redentor (n.° 60-65); 2) m isión de M aría en la Iglesia Cuer­
po M ístico (n.° 60-65); 3) deberes de los hombres para con
M aría (n.“ 66-69). Pero todo ello bajo el punto de vista
maternal. Toda esta m isión de M aría en la obra salvífica,
deriva de su m aternidad divina y espiritual ( “ Madre de
Dios, M adre de Cristo y M adre de los hom bres” ).
El aspecto eclesial de la m aternidad espiritual de M aría
queda muy marcado. Cristo Redentor realiza la salvación
en la Iglesia ( “ in qua divinus Redem ptor salutem opera-
tur” ). Pero, como se ve, es aspecto esencialm ente crístoló-
gico (C risto que se prolonga en la Iglesia). Por esto, es decir,
por la misión de M aría en la obra de la salvación que Cristo
continúa en la Iglesia, M aría “ en la Santa Iglesia ocupa,
después de Cristo, el lugar más alto y el más cercano a nos­
otros” . Si M aría es la persona hum ana más cercana a Cristo
como Redentor (con todos los privilegios extraordinarios)
lo es por haber sido asociada a la obra sa lvifica ; pero, p re­
cisam ente por esto, es M aría la persona más cercana a nos­
otros después de Cristo. La m aternidad divina y espiritual
de M aría, por ser m aternidad salvifica (enrolada en la obra
salvifica), tiene carácter de cercanía a Cristo y a los h om ­
bres. El Misterio de Cristo aparece, en María Madre, como
la epifanía y la cercanía de Dios a los hombres.
En la m aternidad espiritual de M aría se ven sus p riv i­
legios como medios de cercanía a Cristo y a nosotros. P a r ti­
cipando del M isterio de Cristo, aún en aquello en que nos­
otros no podemos participar (m aternidad divin a...), sus
privilegios no la alejan de nosotros, antes la acercan mucho
más. El concepto de privilegio cristiano tiene carácter de
servicio (instru m entalidad) precisam ente porque es p a rtic i­
pación del M isterio de la Encarnación que es cercanía de
Dios a los hombres en sus mismas circunstancias. Con esta
idea, tan repetida por Paulo V I (30) no es teológico (n i está
en la línea bíblica) callar un p rivilegio m ariano por el solo
hecho de que sería Ella distinta de nosotros; porque, en el
cristianismo, la distinción de carismas significa posibilidad
de ser instrum ento de Cristo Redentor.
Que la m aternidad espiritual de M aría no pertence a las
cuestiones discutidas, queda patente en la misma intención
del Concilio, como acabamos de indicar. Si el Concilio va a
aclarar la misión de M aría en el Cuerpo Místico, que es m i­
sión m aternal, y dice expresam ente que no quiere aclarar
cuestiones discutidas, por lo menos no entra en este campo
la m aternidad espiritual de M aría, siempre que se explique
en los térm inos y lim ites del mismo Concilio.
La certeza respecto a las verdades enseñadas por el Con-
D i s c u r s o en ¡n c l a v s v r n ríe la 2 . ‘ .sí’ .sái/j c o u c í l i a r . 4 - X II- 6 3 ; A A S 56
L a nií.snia uí(*a se i-epitc en el Di.-<curso de c lu iis u ra lie !ii sesi(')n cuaiu.M
isü'oehitiio a M a f i a M a tir e d e la I g l e s i a ; A A S 56 i 19G4) U)()7-101H.
cilio (según la nota explicativa a que hemos hecho alusión
hace poco) aparece en el mismo texto siguiendo las normas
generales teológicas respecto al M agisterio eclesiástico.
Ahora bien, en el número anterior (n." 53) la m aternidad
espiritual de M aria, además de no entrar entre las cuestiones
discutidas, es calificad a con una expresión única en todo el
capitulo m ariano y aún en la Constitución De Ecclesia:
“ eamque Catholica Ecclesia, a Spiritu Sancto edocta, filia li
pietatis a ffeetu tanquam m atrem amantissimam prose-
quitur” .
En el texto conciliar mismo, pues, tenemos el fu n d a­
m ento para decir que se trata de una verdad sólidam ente
afirm ada por la Iglesia, enseñada por el Espíritu Santo, y,
consiguientem ente, se trata de una verdad de fe (ta l es la
calificación que le dan todos los tratadistas hasta el Con­
cilio). La cuestión consistirá en explicar el sentido de la
m aternidad espiritual de M a r ia ; pero de ello hablarem os en
los números sucesivos. De momento, nos basta recalcar el
valor de fe de la m aternidad espiritual de María. La frase
del Concilio está tom ada de la Bula Gloriosae Doininae de
Benedicto X IV (31). No estará de más recoger otras a fir ­
maciones parecidas de los Romanos Pon tífices que no pue­
den clasicarse entre las afirm aciones hechas al azar o en
sentido retórico:
“ Así, pues, la Iglesia, por m edio principalm ente del R o ­
sario, siempre ha encontrado en Ella a la m adre de gracia
y a la madre de m isericordia, precisam ente tal cual ha t e ­
nido costumbre de saludarla” (32).
“ El profundo m isterio de la inagotable caridad de Jesu­
cristo se revela tam bién espléndidam ente en aquella cir-
V óase la ñ o la 22.
(32t en e .
I 3 i :n i :u i ( T () X V . Fausto a vp v lcn lc. 2 9 -V I-in 21 ; AAy VA. :i2!>. C ír. Do-
c u r n c u t o s M u r i a n o s . n .' 567. Loh su brayaü o.s son n u e s tro s .
cunstancia de haber querido, próxim o ya a la muerte, con-
liiir su Madre al discípulo Juan... Según la interpretación
constante de la Iglesia, Jesucristo designó en la persona de
,Iuan a todo el género humano, y más especialm ente a
;uiiiellos hombres que habrían de estar ligados con El por
los lazos de la f e ” (33).
Pero la afirm ación de que M aría es nuestra Madre espiri­
tual, M adre de la Iglesia, M adre del Cuerpo Místico, es tan
Irccuente en los documentos pontificios, que es inútil que­
rer resumir sus afirm aciones. Pueden verse en cualquier
nuinual y en algunos estudios especializados (34).
De la doctrina pon tificia sobre la m aternidad espiritual
(lo María, se dedu ce: 1." El mismo sentido real de la m ater-
t-ornidad espiritual. 2.") No hay indicio alguno de que los
Papas usen el texto de lo. 19, 26-27 en sentido acom odaticio,
sino que lo consideran en sentido escriturístico genuino.
:í.’) En el calvario M aría es proclam ada M adre según el tes­
tam ento de Jesús. 4.") En el C alvario se ha de distinguir el
testamento de Jesús, de la oblación hecha por María.
.5.") M aría, al engendrar a Cristo Cabeza, engendra al Cuer-
po M ístico (P ío X, Pío X I I ). 6.“) La inauguración de la m a­
ternidad espiritual de M aría es cuando com ienza a ser M a­
dre de Dios. 7.") Argum entos de la m aternidad espiritual:
consentim iento de la Encarnación, compasión y oblación
en la Cruz, testam ento de Cristo. 8.") M aría, que nos e n ­
gendró y dio a luz en cuanto a la vida sobrenatural (com o
instrumento de Cristo) sigue ahora su cuidado m aternal
(intercesión). 9.“) La m aternidad espiritual de M aría es una
verdad inconcusa, es la fe de la Iglesia (B enedicto X IV ).

Cl'.ii LI'Ó n X I I I . e n r . A d i u t r i c c j n p o p u l i , 5 - IX - l» 9 5 . A A S 2H. 130, D o c . M a r i a n o s .


ti." 426.
CM) C fr . SiaiAS'i'iÁN W .. o. c.. 7 2 » ss. A ld a m a . J. A ., a. o., y : M a r i o l o f i i a , S a c r a r
T h r o i o f j i a e S u v ir n u . I I I iB A C ).
L a frecuencia con que el Papa Juan X X I I I y el Papa
Paulo V I, se refieren explícitam ente a M aría como M adre
de los fieles, y aún como M adre de la Iglesia, sigue en la
linea de la enseñanza tradicional y m agisterial sobre esta
verdad de fe.

Ante estas afirm aciones de los Romanos Pontífices, y


ante la doctrina explícita del Concilio (v a a tra tar de la
m aternidad espiritual continuam ente) no cabe posibilidad
de incluir esta verdad de fe entre las cuestiones discutidas
en las escuelas católicas.

En el número que comentam os aparece la visión cris-


totípica y eclesiológica del m isterio de M aría. Ambos as­
pectos se com plem entan. L a relación que hizo del texto el
Arzobispo de Quebec, Mons. Maurice Roy, hace resaltar la
doble visión y la conexión mutua. Precisam ente aparece la
visión eclesial del m isterio de M aría porque el M isterio de
Cristo se prolonga en la Iglesia. Con ello se explica el por
qué del título de la Constitución; “ La B. V. M aría, M adre
de Dios, en el M isterio de Cristo y de la Ig lesia ” . Este títu lo
abarca mucho más que el de “ M ater Ecclesiae” . Esta p re­
rrogativa m ariana, tan querida por gran número de Padres,
no podía ponerse como título por la sencilla razón que el
esquema abarca mucho más. Pero ello no quita el que el
titulo siguiera siendo la m ejor expresión do la doctrina del
mismo capítulo m ariano referen te a la m aternidad espiri­
tual. Todavía en los “ modos” de la votación del día 29 de
octubre de 1964 piden que en el titulo del capítulo aparezca
la “ M ater Ecclesiae” . Por eso la respuesta que se dio a este
modo fu e: “ Titulus prout iacet, iterum iam approbatus,
accuratim m ateriae expositae respondet. Non tantum de
relatione B. V irgín is ad Ecclesiavi agitur, sed etiam de eius
i('latione ad incarnationem Verbi. Haec ultim a relatio est
riuidamentum omnium ceterorum ” (35).
En el texto presentado a los Padres antes del debate
conciliar, se decía: “ m atrem Christi et fid eliu m ” . Pero, en
l;i.s enmiendas presentadas tras el debate, varios Padres p i­
den se diga “ M ater fid eliu m ” . El texto, pues, quedó asi:
"M atrem Christi et m atrem íid eliu m ” . La razón que daban
I ra qvie es diversa aplicación de la m aternidad de M aría
( :i Cristo y a los fieles).
En la votación del 29 de octubre de 1964, 16 Padres piden
■s(‘ diga “ M atrem Ecclesiae” , en lugar de “ m atrem fid eliu m ” .
F’ ero como la razón que dan es que M aría es Madre de
todos los hombres y no sólo de los fieles, el texto se m o­
dificó ya d efin itivam en te en: “ m atrem Christi et m atrem
hominum, m áxime fid eliu m ” . Es una de tantas veces en que
varios Padres piden la inclusión del titulo de “ M ater Eccle-
,siae” , pero al no centrarse en un texto concreto (unos lo
piden en el titulo, otros en el número anterior, otras des­
pués) quedan contrarrestados por otras peticiones.

La Madre del Salvador en la historia y economía de la


salvación (n.“ 55 s).

La m aternidad de M aría respecto al Salvador aparece en


la Sagrada Escritura y en la Tradición. En los documentos
escriturarios, leídos en la Iglesia y vistos a la luz del Nuevo
Testam ento, em erge de una m anera cada vez más clara la
figura de M aría como M adre del Salvador en la economía
de la salvación. El protoevangelio y la profecía sobre la
V irgen M adre del Enmanuel dan ya un m atiz a esta reía-
SrfiriiKi D i x n n u l icai- De ¡ ■: ccl <‘ s ¡ a . M odi . , p.
ción de M aría con la obra del Salvador; M aría, la excelsa
H ija de Sión, personificación de Israel, es la señal con la
que se inaugura la nueva econom ía “ cuando el H ijo de
Dios asumió de ella la naturaleza humana para librar al
hombre del pecado m ediante los m isterios de su carne” .
Tenemos, pues, aquí a M aría asociada a la obra salvífica
que nos trae la vida sobrenatural.
En este texto no queda explicado el sentido de asociación
de M aría a la obra salvífica. Pero ya aparece claro que es
en calidad de Madre del Salvador en la que M aría es aso­
ciada. La naturaleza humana asumida por el H ijo de Dios,
fue tom ada de María. Pero no sólo m aterialm ente, sino en
cuanto Ella fue asociada al Salvador. La fin alid ad de la
salvación ( “ para librar al hom bre del pecado m ediante los
misterios de su carne” ) está ligada íntim am ente a M aría en
cuanto M adre del Salvador.
El argum ento escriturístico se irá am pliando con nueva
luz proveniente del consentim iento de M aría en la Encar­
nación, en toda la vida de Jesús y, especialmente, en la
cruz. Sólo con esta nueva luz (de la revelación neotesta-
m entaria en la Iglesia) puede verse la m aternidad de M aría
como instrum ento en la econom ía de la salvación. Por esto,
en la relación del esquema presentado a los Padres antes
de la 3.‘' sesión, se decía: “ Ex documentis biblicís illustra-
tur progressus in revelatione de M aría; sed expresse nota-
tur quod líbri ínspirati in Ecclesia Catholíca, sícut oportet,
sub lumine plenae revelationís leguntur et secundum m en-
tem Traditionis intellegu ntu r” (36). Y en la relación de
Mons. Mauríce Roy el día 16 de septiembre de 1964, al in i­
ciar el debate conciliar, venía a exponer la misma idea:
“ S. Pagina autem legitur, ut oportet et apud catholicos in-
CiGi S c J u 'iiia C .'o i i .'i t i t u t i o u i s l) t‘ ¡ '' c c l r s i o . p, 211.
i'oncussum est, sub lumine com pletae revelationis et expo-
■silionis SS. P a tm m et M agisterii eclesiastici” (37).
En las enmiendas presentadas durante el debate conci­
liar, hay una de im portancia para nuestro tema, y que fue
;idmitida. El texto anterior decia: “ guando Filius Dei hu-
nianam naturam assumpsit” . Pues bien, se pide la añadidura
do “ ex ea ” para que aparezca cómo la nueva econom ía se
instaura con M aria (la M adre del Salvador). El texto d e fin i­
tivo es: “ quando Filius Dei hum anam naturam ex ea assum­
psit” .
La cita de Gen. 3, 15 tiene en el texto conciliar el sentido
de que M aria fue asociada, como Madre del Redentor, a la
obra de salvación. La profecía sólo insinúa lo que más tarde
quedará en plena luz. ¿Puede servirnos este texto para
afianzar el sentido de m aternidad espiritual de M aría?
Desde luego, al menos si se tiene en cuenta que el C onci­
lio hablará luego de dicha m aternidad precisam ente por
haber colaborado a la obra de nuestra salvación. ¿Cuál es el
valor que de dicho texto sacaban los teólogos hasta el p re ­
sente?
Esta m ujer singular que aparece junto al Salvador como
Madre, irá recibiendo diversos m atices durante la historia
de la salvación. L a teología de San Juan tiene a la vista a
esta m ujer singular (Cana, cruz. Apocalipsis). Precisam en­
te el sentido m esiánico de estos textos joánicos aparece en
la palabra “ m ulier” , entre otros datos. Juan ha ido reflex io ­
nando sobre los datos de revelación para sacar nueva luz.
Pero de ellos hablarem os al explicar lo. 19, 25-27. Lo misma
“ H ija de Sión ” (cita d a por el Concilio) es esta m ujer singu­
lar asociada como Madre al Salvador.
No vamos a detenernos en el sentido m ariano del texto

(37» H e l a t i d su pt 'r c a p u t V IH iiC/iemutis D e Kc c le s ia . p. 6.


del protoevangelio (¿litera l, tipleo, plenior?). Nos basta con
saber que este texto es verdaderam ente m esiánico y que se
refiere tam bién (doctrin a conciliar) a M aría como Madre
del Salvador. Pero vamos a resumir la teología m arlana
actual sobre la m aternidad espiritual a la luz de Gen. 3, 15.
El “ sem en” , la descendencia de la m ujer, es Cristo. Pero
hay, además, un doble aspecto; m aternal y universal. El
aspecto m aternal aparece en que Cristo es h ijo de M aría
( “ semen m ulíeris” ). El Salvador nace de M aría, “ factum ex
m uliere” como dirá San Pablo en texto paralelo (G al. 4, 4).
El aspecto universal queda claro en el hecho que Cristo
salva a todos (todos los descendientes de Adán). Pero estos
descendientes de Adán están ligados a Cristo Cabeza.
M aría queda asociada a su “ descendencia” en cuanto a
las “ enem istades” con el demonio, por tanto en cuanto a la
salvación. La victoria de Cristo tiene relación con María,
puesto que es el “ semen m ulíeris” . M aría es M adre por estar
asociada a Cristo Redentor y cooperar con El a la transm i­
sión de vida sobrenatural.
El argum ento, pues, podría basarse en que M aría es M a ­
dre de Cristo Cabeza y que existe unión vita l entre Cristo
Cabeza y sus miembros. L a confirm ación del sentido de
m aternidad en Gen. 3, 15, podría encontrarse en San Pablo
com parando Gal. 4, 4 ( “ factum ex m u liere” ) y Rom. 5, 15.17
(todos los descendientes de Adán vivificad os en Cristo) (38).

La maternidad espiritual de María en la Anunciación (n.“ 56).

El consentim iento de M aría para que se realizara la En­


carnación del Verbo, fue querido por Dios de m anera que

(38) C fr . R á h \ n o s . r , , j. a m a t c i n i ú a d e s p i r i t u a l de M a r í a en el Prot^icrangclio
y en S a n J u a n . K sM u iios M a r ia n o s . 7 (1948) 15 s.
M;iria contribuyó a darnos la vida sobrenatural. Por su f i ­
delidad a la Palabra de Dios, M aría fue hecha M adre del
.Salvador y asociada a su obra salvifica. Pero no es un ins-
I nim ento pasivo, sino verdadera cooperadora a la salvación
humana. Por eso M aría es “ M adre de los vivien tes” puesto
(lue "por M aría nos viene la vid a ” .
En este apartado de la doctrina conciliar se recalcan
varias ideas o aspectos del hecho salvifico. Por una parte,
Dios quiere el consentim iento de M a ría: “ El Padre de las
itiisericordias quiso que precediera a la Encarnación la
aceptación de parte de la M adre predestinada” . Pero este
consentim iento (d el que se volverá a hablar en el núm. 62)
i‘S en orden a que “ contribuyera a la vid a ” . “P o r eso es Madre
de los vivien tes” . La cooperación de M aría (fe y obediencia)
no es m eram ente ejem plar (no es instrum ento pasivo). De
la misma m anera que M aría es verdaderamente M adre de
Dios, es verdadera cooperadora a la obra salvifica como M a ­
dre. El consentim iento de M aría es a todo el m ensaje del
ángel: ser M adre del Salvador con todas las consecuencias.
Su fe y obediencia (su fidelidad a la Palabra) son condición
Ijara que se dé la Encarnación del Verbo para salvarnos. Su
colaboración es estrictam ente m aternal.
En la relación del esquema presentado a los Padres an­
tes de la 3.-' sesión conciliar se recalca esta unión de María,
como Madre, al Redentor, y se pone como fundam ento de lo
que se va a decir: “ totius itaque doctrinae fundam entum
est incarnatio redem ptiva, quacum B. V irgo intrinsecus
connectitur” (39). Y se subraya asimismo el consentim ien­
to de M aría a esta m aternidad: “ Reapse acceptatio B. V ir-
ginis íncarnationem praecessit, ut secundum desiderium
Commissionís nunc modo positivo edicitur” . (40).

C^í)i Schrnta ConsI i t ut io n is De F.ccIpsíü, }> 210.


(4 0 ) Ib id ., 211.
L a doctrina patrística sobre la “ Nueva E va” se presentó
a los Pudres con la serie de textos explícitos de los que aho­
ra ha quedado solam ente la referencia b ib liográfica en la
nota. Es una doctrina tan explícita en la Tradición, que no
puede menos de recalcarse en su doble aspecto: asociada a
la obra salvífica, M adre porque es instrum ento de la nueva
vida en Cristo.
En las enmiendas propuestas al capítulo m ariano, con
ocasión del debate conciliar, una pedía la supresión de las
palabras “ et operi F ilii sui” (cuando se dice que M aría “ se
consagró totalm ente a la Persona y a la obra de su H i j o ” ).
Con ello hubiera quedado disminuida la asociación de M a ­
ría a la obra salvífica. Pero el texto quedó ileso y se dio la
siguiente explicación: “ quae tam en verba iu stificantur ex-
tenore narrationis de A nnu ntiatione” (41). Este “ ex tenore
n arrationís” , alude, sin duda, al contexto am biental de la
Encarnación: a M aría se le pide un consentim iento al M is­
terio de Cristo que es hecho salvífico, y de este consenti­
m iento depende, en cierta manera, nuestra salvación. Esta­
mos en la línea de Encarnación que es de vocación divina
sobre la instrumentalidad humana (en este caso, de la ins-
trum entalidad de M aría). Esta exégesis es avalada por los
Santos Padres, desde San Ireneo.
Son varias las veces que en el texto conciliar se hace
referencia al consentim iento de M aría en la Encarnación
con cierta causalidad en cuanto a la trasm isión de vida
sobrenatural. Y a en el número 53, según hemos com entado
más arriba, se recalcó el nexo causal entre recibir M aría en
su seno al Verbo de Dios y el ser M adre de los miembros del
Cuerpo Místico. En el n. ‘ 62 se hablará de la m aternidad es-

(4 1 ) T e x t n s e m e n ü a t n s . . . , p . 18.
piritual de M aría que “ perdura sin cesar en la econom ía de
l¡i gracia, desde el m om ento en que prestó fie l asentim iento
en la Anunciación” ...
Tan to la doctrina patrística, como el M agisterio, como
l;i elaboración teológica han hecho hincapié en el consenti­
m iento de M aría como texto de su m aternidad espiritual.
Hi los textos de Escritura se han de interpretar según la luz
(i('l Espíritu Santo que habita en la Iglesia, pocos textos se
encontrarán que ofrezcan una interpretación tan constan-
U-, tan uniform e y tan autoritativa.
La doctrina de Santo Tom ás ha sido repetida solem ne­
mente por los Romanos P on tífices: “ per annuntiationem
('xpetebatur consensus Virginis loco totius hum anae natu-
rae” (42). Así, por ejem plo, para no m ultiplicar las citas de
León X I I I , Pío X I I la repite en la encíclica Mystici C orpo-
ris Christi: “ consensit loco totius humanae naturae, ut
quoddam spirituale m atrim onium ínter Filium Del et hu-
manam naturam haberetu r” (43). Pero la doctrina del A n ­
gélico es un resumen de la doctrina patrística y tradicional.
Creo que la doctrina patrística (rep etida en la teología
y en el M agisterio) podría resumirse así: el consentim iento
de M aría es en nom bre de toda la h u m an id ad; su consenti­
miento tiene universal efica cia ; su consentim iento term i­
na form alm ente en la Redención (44). T a l es el ambiente
tradicional en que se mueve el texto conciliar.
El texto evangélico se ha de considerar no como una
ideología sino como un hecho salvifico. Es todo un am bien­
te mesiánico el que describe, puesto que se trata de Dios

142) I I I . q, 30, a. 1.
(4 3 ) A A S 35 (1943) 247.
(4 4 ) B o v f r J, M ., L a i n a l c n i i d d d c s p i r i l n a l (I r M a r i u c u Zos ¡ ' a d r e s (¡ri cy os . E.s-
tu d io s M a r ia n o s . 7 (1948) 91-104 G a k k k ta L a m a t e r n i d a d e s p i r i t u a l de M a r i a
e n los P a d r e s l a t i n o s , E s tu d io s M a r ia n o s , 7 (1948) 105-120.
Salvador que se hace hom bre de M aría para salvarnos. H as­
ta los privilegios de M aría (plenitud de gracia) tiene sen­
tido m aternal, en cuanto que la disponen para el consen­
tim iento a la m aternidad in tegral (de Cristo Cabeza). Todo
el am biente soteriológico está ordenado a obtener de M aría
el consentim iento. Y M aría queda libre, puesto que Dios
quiere no un instrum ento pasivo, sino totalm ente activo.
El consentim iento de M aría es “ secundum verbum tuum ” ,
es decir, a todo lo que el ángel le ha anunciado (le ha anun­
ciado el hecho salvífico de la salvación en Cristo).

Todo el contexto indica tam bién el sentido soteriológico


m aternal. El “ fe c it m ihi m agna que potens est” se refiere a
la historia de la salvación ( “ sicut locutus est ad patres nos-
tros” ) que tiene su punto culm inante en la Encarnación.
Ella ha consentido a todo este m isterio como instrum ento
personal m aternal ( “ m ih i” ). En el m agn ífica t, pues, M aría
demuestra un conocim iento del hecho salvífico que se ha
realizado en Ella para el bien de todos los hombres.

El consentim iento de M aría es para que se inicie la R e ­


dención, es decir, para que se dé la regeneración de los re­
dimidos. Pero su consentim iento es esencialm ente m ater­
n al: para ser M adre del Salvador. Por eso, la instrum en-
talidad de M aría en el orden de la gracia es instru m ental!-
dad m aternal, tan real como su misma m aternalidad divina
puesto que está fundada en ella. Esta form alidad m aternal
del consentim iento de M aría está fundada en la exégesis
constante, en la interpretación tradicional, como hemos
visto.
Podríam os decir que el consentim iento de M aría es a ser
M adre del Redentor en cuanto tal. Por eso term ina en Cris­
to Cabeza. Se ofrece M aría plenam ente para esta colabora-
(■ion, adm ite todas las consecuencias y deberes m ater­
nos (45).
El texto de S. Ireneo, citado por el Concilio, dice: “ obe-
(liens et sibi et universo generi hum ano causa fa cta est
siiiutis” (46). En el contexto habla S. Iren eo del Cristo Ca­
beza : “ Ipse est qui omnes gentes exinde ab Adam dispersas,
('I, universas linguas, et generationem hom inum cum ipso
Adam in semetipso recapitulatus est” (47). Esta recapitu­
lación de toda la hum anidad en Cristo, es una de las ideas
favoritas en la cristología de San Ireneo. Fruto de la V irgen
Madre es no sólo la hum anidad individual de Cristo, sino
toda la hum anidad recapitulada en El.
La cita de S. Ireneo recuerda todos los otros textos r e fe ­
rentes a la m aternidad espiritual de M aría (48). Son textos
clásicos en los manuales de M ariologia, aunque hay autores
que se inclinan por la interpretación eclesiológica (49).
Hay dos aspectos de la doctrina patrística referentes a
la m aternidad de M aría y que recalca el Concilio: 1.") M a ­
ría Nueva E va; 2.") El consentim iento de M aría en rep re­
sentación de toda la humanidad. Del prim er aspecto ofrece
el texto conciliar una serie de citas que no vamos a repetir.
En cuanto al consentim iento de M aría, nos hemos referido
a bib liografía que puede consultarse con facilidad. Pero

(4 5 ) P u e d e n v e r s e a b u n d a n te s c ita s d e P a d r e s . S u m o s P o n t íf ic e s y te ó lo g o s en
c u a lq u ie r m a n u a l de M a r io lo g ia . v . g., e n A l d a m a J. A . , o. c.. c a p . I I I , a, 1.
(4 6 ) A d v . H a e r . , I I I , 22. 4 ; P G 7, 959 A ; H a r v e y . 2. 123.
(4 7 ) Id id ., I I I . a a .3 ; P G 7. 957-958: H a r v e y . 2, 123.
(481 Ib id .. I V . 33. 12: P G 7. 1180; H a r v e y . 2, 2 6 6 ; I V . 33. 4 ; P G 7. 1074-1075;
H a r v e y , 2.259-2.260.
149) B o v e r J . M ., o . c. G a ltie r P ,, L a i n a l c r n i t é de g r á c e daii s S. I r é n é e ,
M ó m o ir e s e t r a p p o r t s du C o n g r e s M a r i a l ten u á B ru s e lle s 1921, v o l. 1 (B r u s e la s .
11122) 41-45. G e n e v o i s M . A .. L a m a t e r n i t é u n i v e r s e l l e de M a r i e s c l o n sainL I r é n é e .
R e v u e T h o m is t e . 41 (1936) 26-51. O ’ C o n n o r . W . R .. T h e s p i r i t u a l v i a l e r n i t y o f
O u r L a d y i n T r a d i t i o n , M a r ia n S tu d ie s , 3 (1952) 143-145. S e b a s t i á n W .. o . c ..
p. 746-750. E s te ú lt im o t r a b a j o re s u m e a s i : “ T r e s p u n to s e s e n c ia le s c a r a c t e r iz a n la
d o c t r in a de S a n I r e n e o a c e r c a d e la m a t e r n id a d e s p i r i t u a l ; 1) su b a se es la r e c a -
p ih fla c ió n de l a h u m a n ic 'a d en C r is t o ; 2) su o r ig e n , la m a t e r n id a d d iv in a , d e la
r u a l e s u n a p r o lo n g a c ió n ; ;ii su n a U ir a le / a . l a m o d a lid a d do u n a v e rc ia d o ra g e n e -
¡a n ó n (ís p iritu a l’' i)i. "SOI,
lo que ha de quedar claro es que la interpretación tra d icio­
nal del hecho de la Anunciación está, sin ninguna polém ica
en los Padres, de parte de la m aternidad espiritual de M a-
ria. Es más, la doctrina patrística recalca mucho más la
m aternidad de M aria en la Anunciación que en el Calvario.
Continuamos en la linea bíblica comenzada por el Con­
cilio: “ El Padre de las m isericordias” ... Dios Am or se m an i­
fiesta y se acerca “ asi” a los hom bres: en el m isterio de la
Encarnación con circunstancia m ariana m aternal. R ech a ­
zar la instrum entalidad de M aria “ a p rio ri” sería ponerse
en contra del M isterio de Cristo que se prolonga en la Ig le ­
sia. L a ep ifanía y cercanía de Dios tienen su punto cu lm i­
nante en la Encarnación con todas las circunstancias que­
ridas por Dios (50).

Maria, com o Madre, siempre unida a Cristo en la obra sal-


vifica (n.“ 57-59).

“ La unión de la Madre con el H ijo en la obra de sa lva­


ción se m anifiesta desde el m om ento de la concepción v ir ­
ginal de Cristo hasta su m uerte” ... (n." 57). El texto con ci­
liar aplica este principio general, sin perder de vista que tal
asociación es una cooperación activa de M aría en todos los
momentos de su vida y aún después de su glorifica ción :
concepción virginal, nacim iento de Cristo, ofrecim ien to en
el tem plo y profecía de Simeón, pérdida de niño Jesús,
Caná, fidelidad a la Palabra divina, Calvario, Pentecostés,
Asunción y glorificación en el cielo.
Toda la vida aparece como un ejercicio de su m aterni-

(501 B o v k h , J. M-, D c i p u r a c V i r g i n t s vonscusii.s ( M a d r i d . 1942». IÍ-i v k ík .a , A.. L a


iiia/rniiílaíl c>ip iri lu (tl de A Í « r / « en S a n L u c a s 1, 26-SH y c u el A p o c a l i s p s is 12.
K slu d ios M tirian os. 7 i l 9 4 H ) {54-90. N i c o l á s . M . J . . L e c o u c c p t i n l é g r a l i¡c la M a l c r -
nitc divine. R e v u c T h o i n i s l e , 62 (1937) 58-93; 230-272.
(l;id peculiar hacia Cristo Salvador como Cabeza del Cuerpo
MisUco. La unión de M aría con Cristo en la obra salvifica
c.s precisam ente como Madre. De esta afirm ación se sacará
liK'fíO la consecuencia: “ M adre nuestra en el orden de la
I', rucia”(n.o 61).
Al hablar de Cana, el texto habla de la m isericordia y de
l;i intercesión de M aria como Madre. Y precisam ente apare­
ce el designio divino, de elevar a M aría por encim a del
oiden de la naturaleza (com o M adre), al cam biar Jesús el
eiiloque de las palabras de la m ujer del pueblo que llamó
l)ienaventurada a su Madre. M aria es bienaventurada más
bien por haber sido fie l a la Palabra de Dios (que la escogió
para Madre del Salvador) y, por tanto, la asoció como M a ­
dre a la obra salvifica.
La m anifestación más plena de esta verdad tiene lugar
eii el m om ento del sacrificio de Cristo en la cruz y en el
testam ento del mismo Jesús. El texto conciliar distingue los
dos momentos recalcando más la asociación de M aria al
■sacrificio de Cristo: “ Asi tam bién la Bienaventurada V ir­
gen avanzó en la peregrinación de la fe y m antuvo fie lm e n ­
te la unión con su H ijo hasta la Cruz, en donde, no sin de-
•signio divino, se m antuvo de pie (cfr. lo. 19, 25), se condolió
vehem entem ente con su U nigénito y se asoció con corazón
m aternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la in m o­
lación de la víctim a engendrada por Ella misma, y, por fin,
fue dada como M adre al discípulo por el mismo Cristo Jesús
moribundo en la Cruz con estas palabras: “ ¡M ujer, he ahí a
tu h i j o ! ” (lo . 19, 26-27)” (n." 58).
L a asociación de M aria a la obra salvifica, en el m om en­
to de la Cruz, se recalca en el Concilio bajo diversos aspec­
tos, todos ellos de sentido m aternal: aparece la interioridad
de M aria (com o prolongación del consentim iento de la
Anunciación), está asociada precisam ente a la obra reden­
tora, su consentim iento es expresam ente en el plan sa lvífi-
00, la victim a es engendrada por Ella, Ella se une a la in m o­
lación. Las palabras de Cristo por las que encarga a M aria
el cuidado de Juan, quedan al fin al del texto conciliar sin
ningún aditam en to; pero la linea doctrinal es de sentido
salvifico, de otro modo, no se hubieran citado aqui, puesto
que se explica la unión de M aría en la obra salvifica (no se
citan las palabras dirigidas a Juan).
La unión de M aría con Cristo en la obra salvifica, como
Madre, continúa en la preparación de Pentecostés y luego
en el cielo (Asunta y Reina). A l hablar de Pentecostés, el
texto conciliar hace referencia expresa a la Anunciación,
cuando el Espíritu Santo la cubrió con su sombra. ¿Podría
verse aquí una relación eclesial de la m aternidad de M aría?
Por lo menos, aparece M aría, M adre del Salvador, unida a
la obra salvifica de Cristo en el m om ento en que la Iglesia
se proclam a (Pentecostés). En el cielo, M aría Inm aculada
y Asunta, se asem eja a Cristo que ha triu nfado sobre el
pecado y la muerte. Tenem os esbozado de nuevo el sentido
tipológico de la m aternidad de M aria (M adre y tipo de la
Iglesia) (51).
En la relación del esquema presentado a los Padres a n ­
tes de la 3." sesión conciliar se dice; “ Praesertim efertur
jjraesentia Mariae sub cruce, quando cum F ilio suo condo-
let. Eius sacrificio se consociat et im m olationi am anter con-
sentit, atque discípulo, fidelium fígurae, a Christo m oriente
veluti m ater datur” (52). Se distingue, pues, la presencia de
M aría y el testam ento de Cristo. Pero en la presencia de
M aría se recalca la asociación al sacrificio y el consentí-
(T)!) P u e d o c o m p a r a r s e el m n n r>9 c o n e l n ú i n . 4 de la m ism a C onstitución
"I.um en G en tiu m ".
<52i S c h c m a C o n s l i t u t i o n i s D e E c c l e s i a , ] ). 213.
m iento “ um anter” en la inm olación. Esta afirm ación últim a
.se habla expresado más arriba en la misma relación; “ B ea­
ta Virgo, ut ex genealogiis evangeliorum patet simul unitur
cum hominibus in stirpe Adae peccatoris, et quidem non
tantum physice, sed etiam m oraliter, in quantum ex ca rita ­
te cuni Redem ptore cooperatur, ut fideles in Ecclesia
nascantur” (53). La cooperación activa de M aría (su amor
m aterno) se ejerce toda la vida.
De esta cooperación de M aria se concluirá más adelante
(n." 61 actual) la m aternidad espiritual de M aria recordan­
do la Anunciación, la oblación en la Cruz y la inteixesión en
el cielo.
Una de las enmiendas presentadas con ocasión del deba­
te conciliar, pedía una mutuación del texto de suerte que
apareciera la fe de M aría como constitutivo de la m a tern i­
dad espiritual. La enm ienda retocaba el texto del esquema
de esta suerte: “ Ita etiam B. Virgo in peregrinatione fidei
processit, suamque uníonem cum F ilio fid eliter sustinuit
usque ad crucem, ubi non sine divino consílio stetit, et sic
vere m ater fidei om n iu m nostriun effecta est (R om . 4, 11),
(¡nía et ipsa in fide illa nos praecessit, qua, renascimur et
sumus filii D ei” (y suprimía lo restante puesto que se repite
más abajo). Pero la Comisión contestó: “ A dm ittitu r prim a
pars huius correctionis, non vero altera : ’et sic’ ...” (54). Si
se hubiera adm itido la enmienda, entonces la m aternidad
espiritual de M aría hubiera quedado como ejem plar de
nuestra fe por la que renacemos a la vida nueva. Al recha­
zar la enmienda, en su segunda parte, queda patente la
m ente del Concilio de querer resaltar la causalidad de M aria
en nuestra vida sobrenatural no precisam ente como ejem plo

I,"):-}! ll) i( i.. ]). líK l.


(341 Tc.vt us e i i i r n d a l u s . . . . p. 19.
de fe sino como verdadera cooperadora en la obra salvilica.
No obstante, esta cooperación moral instrum ental de M aria
es tam bién por m edio de su fe (la parte de la enm ienda ad m i­
tida), es decir, M aria es instrum ento activo del que se sirve
Dios para nuestra salvación (fe , caridad, etc).
O tra enmienda, en la misma fecha, proponía la añadi­
dura de: “ simulque ei ut filius vicissim datus est discipu-
lus” . Pero la Comisión la juzgó innecesaria sin especificar
más. Ciertam ente el texto conciliar explica la misión de
M aria en la obra salvifica y, consecuentemente, no era n e­
cesario añadir el texto que se refiere a los deberes de
Juan (55).
En la votación del 29 de octubre de 1964 se presentaron
algunos “ modos” referentes al texto que comentamos. Asi,
por ejem plo, dos Padres pidieron que se suprim ieran las
palabras que se refieren a la m isericordia de M aria en
Cana ( “ m isericordia perm ota” ) “ quia gratuite dicitu r” , pero
quedó el texto sin mutación. Asimismo, otro Padre pedia la
supresión de la intercesión de M aria ( “ intercessione sua” )
“ ne dirim atur a Concilio quaestio ab exegetis libere dispu-
ta ta ” : petición que no fue aceptada (56).
Si, en cambio, tuvo efecto un modo (avalad o por 12 P a ­
dres) que pidió la supresión de “ fidelium fig u ra e” (que se
refiere a San Juan) porque “ non certo constat nec ex sacro
textu nec ex documentis T ra d ition is” . Otros Padres pedían
más bien que se añadiera una enm ienda para sign ificar que
se “ proclam aba” a M aría Madre. La Comisión suprimió las
palabras “ fidelium figu rae” (sin decir que aceptaba la ex­
plicación dada) y especificó así: “ Scribatur: ...uti M ater
discípulo his verbis data est: M u lie r ecce filius tiius! (cfr.
(r)5 l Ib id - , 1). 1}) .s.
(5 6 ) Scficma Constitutionis... Modi..., p. 1-13.
lo. 19, 26-27). “ Data est” videtur locutio magis expressa et
iiitiin ior” (57).
No creo que con la supresión de “ fidelium fig u ra e” pue-
(l:i argüirse a fa vo r de la razón presentada por el “ m odo”
(de que no consta por el texto sagrado ni por la Tradición
(lue San Juan sea figu ra de los fieles). En prim er lugar
|)orque en la supresión de las palabras no se indica que se
lí'aliza por esta razón precisam ente. En segundo lugar,
porque los modos presentados por otros Padres (de que se
diga que M aría es proclam ada o declarada M adre) no se
aceptan por la razón de que las palabras “ data est” son más
('xpresivas e intim as (por tanto, según la mente de la c o ­
rrección, no se excluye el que María fue 'proclamada Madre,
SÍ710 que se a firm a ). En tercer lugar, porque, como verem os
enseguida, el texto escrituristico y la Tradición avalan la
figura de Juan como representativa de los fieles. La Com i-
■sión no quiso entrar en otras aclaraciones y prefirió citar
explícitam ente el texto evangélico (que no se citaba en el
texto anterior) para señalar el dato revelado textualm ente
como está en el texto sagrado.
El texto conciliar cita a Pío X I I en la Mystici Corporis
Christi. El texto de Pío X I I recalca el aspecto de Cristo C a­
beza del Cuerpo M ístíco y, por tanto, M aría Madre del Cuer­
po Místico. Citamos solam ente el texto paralelo a la escena
del C alvario (aunque el Papa habla tam bién de la A nun cia­
ción y de C a n á ); “ Ella fue la que, líbre de toda m ancha
personal y original, unida siempre estrechísim am ente con su
H ijo, lo ofreció, como nueva Eva, al Eterno Padre en el G ól-
gota, juntam ente con el holocausto de sus derechos m a ter­
nos y de su m aterno amor, por todos los hijos de Adán,
manchados con su deplorable pecado; de tal suerte que la

(57) Ibld,, p. 13.


que era M adre corporal de nuestra Cabeza, fuera, por un
nuevo titu lo de dolor y de gloria, M adre espiritual de todos
sus m iem bros” (58). Y continúa el Papa explicando la m i­
sión m aternal de M aría en Pentecostés (sentido de m ater­
nidad sobre la Iglesia ) y en el cielo. El texto conciliar, pues,
tiene a la vista el fragm ento de la Mystici Corporis Christi.
Los textos de los Sumos pontífices que explican la m a ­
ternidad espiritual de M aría apoyándose en el Calvario, son
muy expresivos (59). Precisam ente en el mismo texto con­
ciliar se dice (n.“ 53) que “ la Iglesia católica, enseñada por
el Espíritu Santo, honra con filia l afecto de piedad como a
M adre am antisim a” a María. Y estas palabras, según hemos
estudiado más arriba constatando los esquemas anteriores,
están tomadas de la Bula Gloriosae Dominae de B enedic­
to X IV . Vamos a transcribir integras las palabras p o n tifi­
cias, pero hemos de notar que el Papa se refiere al testa­
m ento de Cristo en la Cruz:
...“ sic etiam Catholica Ecclesia, Sancti Spiritus m agis­
terio edocta, eamdem, et tamquam Dom iní ac Redem ptoris
sui Parentem caelique ac terrae Reginam impensíssimis
obsequiís colere, et tamquam am antissim am M atrem , extre­
ma Sponsi sui m oríentis voce sibi relictam , fília lis pietatis
a ffectu prosequi studiosissime semper professa est"... (GO).
En los textos a que aludimos en las notas, los Sumos
Pontífices, Pablo V I tam bién, hablan expresa y frecu en te­
m ente de testam ento de Cristo, y de Juan como figu ra de
los fieles. ¿Cuál es la exégesis del texto escrituristico? Desde

(5 8 ) A A S 25, 246.
(59) Vicie su p ra , n o t a 33 y 34 V i d e los di sc u rs os de P a u l o V I . que c o m e n t a n el
ti t u l o de “ M a r í a M a d r e de l a i í j l e s i a ” , c o m o los h e m o s e s t u d i a d o en n u e s t r o o pú sc u lo
' L a V i r g e n del V a t i c a j i o H " , p á g . 87 ss.
(60) B ü l l a r i u m , 2. 428. C f r . D o c u m e n t o s M a r i a n o s , n ú m . 121. P a u l o V I . en el
d is c u r s o de c l a u s u r a de l a 3.“ se si ón c o n c i l i a r y en el r a c ii o m e n s a je de c la u s u r a
del C o n g r e s o M a r i a n o M a r i o l ó g i c o de S a n t o D o m i n g o , se r o f i e n ' a J u a n c o m o a
fig u r a de la Iglesia.
liii'f>o se ha de distinguir un doble aspecto en la m aternidad
(lo M aría al pie de la Cruz; su asociación a Cristo Salvador
como M adre y el testam ento de Cristo. Sobre el prim er as­
pecto creo no puede haber ninguna duda: M aría aparece
rii el texto evangélico (confirm ado por el concilio) como
asociada a la obra salvífica. Respecto al testam ento de
('i'isto (¿es San Juan figu ra de los fieles y, por tanto, Cristo
nos deja en testam ento a su M adre?) ha habido diversas
iiilcrpretaciones. Los textos pontificios hablan claram ente
(le testam ento de Cristo. Por tanto, adm itiendo el sentido
mariano del pasaje escriturario, queda la posibilidad de un
sentido acom odaticio, típico, literal, pleno... Ha habido
Santos Padres que han preferido el sentido literal sólo para
■luán como persona particular (sin excluir positivam ente el
sentido m ariano de m aternidad espiritual); San Juan Cri-
so.stomo, San C irilo A lejandrino, San Agustín... Pero la
fxcgesis más actual prefiere el sentido literal mariano. En
eii'cto, de unos años a esta parte, son muchos los estudios
en torno al evangelio de San Juan que han puesto en luz
t):\stante clara una m ariologia muy rica precisam ente en la
linou que expone el C oncilio; M aría asociada a la obra sal-
vi Tica de Cristo como M adre (61).
K1 contexto rem oto de la escena evangélica podemos
encontrarlo en la escena de Caná (e l evangelio de Juan t ie ­
n e una trabazón especial). Caná es el principio de la vida

iníblica, la cruz es el final. En ambas escenas aparece el tí-

m;1i B o v r u , J. M., " M u j e r , h e a h i a t u h i j o " ' . M a t e r n i d a d de M a r í a p a r a c on


/!<■. h o m b r e s , se g ú n S. J u a n 19. 2G-27, E s tu d io s E c le s iá s tic o s , 1 (1922) 5-18. G. '\tCH-
’ ii; i>.. D i c geisti(/e M u t t e r s c h a f t M a r í a s . E i n B e i t r a g z u r E r k l á r u n g v o n l o , 19.
'I. : . / c l l s c i n - i l t f i i i- K a t h o l. T h c o lo g ic . 47 fl9 5 3 i 391-429. G o l d i , M . d i : . Bases
''ihln/ucs de la v i n t e r n i t é s p i r i t u e l l e de M a r i e . E lu d e s M a r ia le s . 16 |1959) 35-53.
i;i A.. S p i r i t u a l i s M a r i a e S a J i c i m s i m a e m a i e r n i l a s . T h e o l o g i a e i o a n n e a e i7i~
‘ ■■lifiatio exec/etica: en D e M a r i a et O e c u n i c n i s m n (R o m a e , 1962) 71-120. L ea i., I..
I h i i l d Virí/o o m u i u n i s p i r i t u a l i s M a t e r e x ¡ o . 19. 26-27, V e r b u m D o m in i. 27 (1949;
’ S r i i l i d i ) ¡ i l c r a j v i a r i o l ó g i c o d r Jn. 19. 26-27, E s tu d io s R íb lir o s , 11 (1952'»
tulo de “ m u jer” , peculiar y original. La hora de Cristo es
cuando com ienza a dar los bienes mesiánicos (vin o nuevo).
En ambas escenas aparece el carácter m esiánico de la m u ­
jer. El m ilagro, de que es intercesora M aria, tiene valor
salvifico, y no sólo de favor privado.
El con texto p róxim o nos coloca en el perfeccionm iento
de la obra salvifica de Cristo. El “ sciens” (62) ( “sabiendo
Jesús que ha llegado su h ora ...” ) indica la ciencia de Cristo
acerca del perfeccionam iento de la obra salvifica. Con la
escena de darnos a M aría por Madre, todo se ha cumplido
ya. Si el evan gelio de San Juan es la m anifestación del
amor de Dios en Cristo, el amor “ in fin em ” de Cristo se
desarrolla en la Pasión ( “ nadie tiene m ayor am or” ). La
escena de M aria form a parte de la ep ifan ía del amor de
Dios (lín ea de San Juan y línea del Concilio V aticano II).
El “ in fin em dilexit eos” es el comienzo del fin ; el “ consum-
m atum est” es el perfecionam iento de la revelación del su­
premo amor. De esta revelación form a parte M aria como
M adre espiritual.
En el texto encontram os datos claros sobre la m atern i­
dad espiritual de María. Y a el texto conciliar dice que el
“ estar en p ie” de M aría “ no fue sin designio d ivin o” . La
cercanía de M aría y Juan a la cruz contrastan con el cuadro
de las otras m ujeres que estaban “ aspicientes” , es decir,
como testigos. Jesús habla prim eram ente a M aría. No es un
encargo fa m ilia r lo que realiza Jesús, puesto que llam a a
M aría con el título h on orífico de “ m ulier” . En el evangelio
de San Juan, la palabra “ ecce” presenta una persona con
una misión singular. Cristo m an ifiesta algo oculto hasta
ahora: la nueva m aternidad y la nueva filiación . Juan no
habla de M aria como persona aparte, .sino de la Madre de

(62) lo. ly . 28; cfr. 13, 1. 3; 1». 4.


.Ii'sús. Las personas en San Juan acostumbran a ser tipo
(le u Ik o ; por eso él mismo es el tipo de todo discípulo (e l dis­
cípulo a quien amaba Jesús). En fin, son tantos los datos
joiinicos que tienen un valor salvífico que creo no queda
más solución que adm itir el sentido literal, al menos, el
M'titido que San Juan le quiso dar a la escena.

San Juan escribió el evangelio después de muchos años.


Su texto inspirado no excluye la reflexión del Apóstol, bajo
l;i luz del Espíritu Santo, en circunstancias eclesiales de la
prim itiva Iglesia. Juan nos cuenta los hechos de la vida de
.lí'sús, a veces, con esta proyección eclesial. En la m ente del
autor inspirado (sentido literal) la escena del C alvario en
(lue M aría es dada como Madre a Juan, es la culm inación
(!(' la obra sa lfifica de Cristo, es el sumo acto de amor según
el ‘in fin em dilexit eos” . M aria es, verdaderam ente, la M a ­
dre de los creyentes, es decir, de los que han encontrado
personalmente a Cristo.

Puesto que San Juan nos presenta todos los detalles del
(Calvario como el cum plim iento de la Escritura, cabe pre-
uuntar ¿qué Escritura se cumplió con el testam ento de
CJristo, con la declaración de M aría como M adre? T a l vez la
|)ista nos la podría ofrecer la palabra “ m ulier” . En efecto,
el título no es de una persona particular, sino de una perso­
na que tiene carácter mesiánico. M aria se presenta con
una misión, una función concreta en el plano salvífico. Creo
se ha de ver un paralelism o entre la escena del Calvario,
Cana, Gen. 3, 15; Gen. 3, 20; Ps. 87, 5 (Sion M a ter); Apoc. 12.
M aría es la M ujer por excelencia anunciada junto al Mesías
Salvador, que personifica las esperanzas mesiánicas y al
mismo Israel antiguo y nuevo (Ig lesia ), es la M adre de los
vivientes o nueva Eva... M aria será Madre espiritual, de
hecho, desde el m om ento en que em pezarán a existir los
herm anos espirituales de Cristo.

María es nuestra Madre en el orden de la gracia (n." 60-62).

“ La m isión m aternal de M aría hacia los hombres...


muestra la eficacia de la única m ediación de C risto” (n.“ 60).
Esta m isión m aternal de M aría es de “ in flu jo sa lvífico ” ,
pero de suerte que no es exigido por ninguna ley (com o si
Dios necesitara de alguien), sino que es más bien fru to de
la voluntad de Dios y de la sobreabundancia de los m éritos
y m ediación de Cristo. En este sentido, la m aternidad es­
piritual de M aría “ fom enta la unión inm ediata de los cre­
yentes con Cristo” (íbid).
Con el número 60 del texto conciliar se com ienza a acla ­
rar la relación de M aría para con la Iglesia. Pero se quiere
recalcar que esta m isión m aternal no hace más que m os­
trar la eficacia de Cristo M ediador que ha querido asociar
a M aría tam bién en la obra salvífica eclesial, es decir, a
su prolongación en el Cuerpo Místico. La m isión m aternal
de M aría, aclarada en los números anteriores en cuanto a
la historia de la salvación especialm ente en la vida de Cris­
to, continúa ahora en la Iglesia que es el Cuerpo del Señor.
Se quiere aclarar que esta m isión m ariana no entorpece la
obra de Cristo, sino que la m anifiesta. El concepto de ins-
trum entalidad que late en la doctrina conciliar no es de se­
paración ni de rémora, sino de ep ifan ía y cercanía. Lo m is­
mo se ha de decir de la m ediación m ariana de que se habla
en el número 62. Resumiendo, la m isión m aternal de M a r ía :
1.°) muestra la eficacia de la m ediación de Cristo; 2.") tiene
su origen prim ero en la voluntad amorosa de Dios en los
méritos de C risto; 3.“) se apoya en la m ediación de Cristo;
} ; ) fom enta la unión inm ediata de los creyentes con Cristo.
En el número 61 se concretiza toda la doctrina m ariana
anterior y se saca como conclusión la m aternidad de M aría
en el orden de la gracia. “ M aría es M adre en el orden de la
gracia” porque:

1. ) fue “ predestinada desde la eternidad cual M adre de


Dios junto con la Encarnación del Verbo” ...

2.") fue “ en la tierra la esclarecida M adre del D ivino


Fíedentor” .

3.’) fue “ en form a singular la generosa colaboradora e n ­


tre todas las creaturas y la hum ilde esclava del Señor” .

4. ) fue M adre “ concibiendo a Cristo, engendrándolo, a li­


mentándolo, presentándolo en el tem plo al Padre, padeciendo
con su H ijo m ientras El m oría en la Cruz” ...

5.’) fue Madre porque “ colaboró en form a del todo sin­


gular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida
caridad en la restauración de la vida sobrenatural de las
almas” (en los m om entos arriba indicados).
“ Por tal m otivo (concluye el texto conciliar) es nuestra
Madre en el orden de la gracia ” .
Sólo quisiéramos anotar que cuanto se ha dicho en los
números anteriores, con el estudio que hemos presentado
(sobre todo referen te al consentim iento de M aría y a su
presencia activa al pie de la Cruz) es una premisa de la que
■se concluye, sin ninguna duda, la m aternidad espiritual de
María respecto a los miembros del Cuerpo Místico. M aría
es Madre del Cuerpo M ístico (de la Iglesia) fu n d am en tal­
mente porque está asociada covio Madre a Cristo Salvador.
Su colaboración en la obra salvifica es m aternal. Su m ater­
nidad no es una m etáfora, sino que corresponde a una rea ­
lidad sobrenatural que nos muestra y comunica el M isterio
de Cristo en una circunstancia concreta de Encarnación;
es circunstancia m ariana m aternal y eclesial. El texto con­
cillar recalca que M aría colabora como M adre (fu n d am en ­
to: M adre de Dios Redentor) con una colaboración “ del
todo singular” , es decir, la colaboración específica de quien
es (E lla sola) M adre de Dios Redentor y asociada como tal
a la obra salvifica. Todos los momentos de la vida de M aria
tienen relación a la obra salvifica (e l texto conciliar em ­
pieza en la predestinación). Toda su razón de ser, todos los
momentos de su existir, dicen relación directa y esencial a su
m aternidad en el orden de la gracia.
Se apunta en el texto que M aría colabora interiorm ente
“ por la obediencia, por la fe, por la esperanza y la encen­
dida caridad” . Pero esta colaboración no es m eram ente
ejem plar, puesto que se dice que es un “ in flu jo sa lvífico ”
( “ salutaris influxus” ). Y no se puede reducir a m era ejem -
plaridad todo cuanto el Concilio ha dicho de la asociación
de M aría a la obra salvifica. Dios quiso el consentim iento
de M aría (n." 56), como quiso su intercesión y su consen­
tim iento en la oblación de Cristo V íctim a (n .“ 58); en este
consentim iento (querido por Dios como instrum ento de
gracia) M aría es tam bién ejem plo para los demás de fid e ­
lidad a la Palabra divina.
La m aternidad de María, respecto a los miem bros del
Cuerpo Místico, perdura: “ Y esta m aternidad de M aría
perdura sin cesar en la econom ía de la gracia, desde el m o­
m ento en que prestó fie l asentim iento en la Anunciación,
y lo m antuvo al pie de la Cruz, hasta la consumación p er­
fecta do todos los (;legidos” (n." 62). Y la razón de esta con-
Inulidad la señala el mismo C oncilio; “ pues una vez rec i­
bida en los cielos, no dejó su oficio salvador, sino que con­
tinúa alcanzándonos por su m últiple intercesión los dones
(le la eterna salvación” (ibid.). Esta intercesión de María,
(iue tiene su raíz en la colaboración activa prestada en la
vida terrena, continúa con el amor m aternal característico
Miyo: “ Por su amor m aterno cuida de los herm anos de su
Hijo que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias
y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la
patria fe liz ” (ibid.). Y continúa el Concilio explicando esta
mediación de M aría ( “ Abogada, Auxiliadora, Socorro, M e­
dianera” ), como participación analógica de la única m edia­
ción de Cristo, pero subraya que se trata de una “ protección
inaternal” . Vemos, pues, en el n." 62, que la m aternidad
('.spirítual de M aría se relaciona de nuevo con la A nuncia­
ción y con la Cruz y se explica su ejercicio actual (in te rc e ­
sión, amor m aterno, protección m aternal).
En la relación oral de Mons. M aurice Roy (IG de sep­
tiembre de 1964), al iniciar el debate conciliar, subrayaba:
"Secunda Pars capitis agit directe de relatione B. Virginis
íul Ecclesiam, et im prim ís insístít super cooperationein
U. Virginis universalem, ín consensu ín ítíalí ad íncarnatío-
nem Redem ptoris, ín oblatione sa crificíí ín cruce peracta, et
in perpetua íntercessíone coelesti” (63). Tenemos, pues, los
tres momentos de la m aternidad espiritual de M aría (sobre
la Iglesia ): Anunciación, Cruz, cielo. Es casi lo mismo que
se había dicho en la relación general sobre el esquema pre-
•sentado a los Padres antes de la 3." sesión: ...“ cooperatio
Deíparae cum F ilio suo in his terris pressius consideratur.
Fuit ením pro Christo Redem ptore hum ílis “ ancilla Dom í-

(03) R ela lio tttiper c a p u l V IH sc ficinatÍH D e K c c l c s i a . j). ü.


n i” et singulariter prae aliis socia Eius, ut ex variis eius
terrestris vltae actibus, fide ac caritate anlm atis, commons-
tratur. Qua propter iure m ater nostra in ordine gratiae vo-
catur” (64).
Un modo presentado con ocasión del debate conciliar y
avalado por unos 32 Padres cambió algo el texto añadiendo
“ erga hom ines” , con lo que quedó el texto más claro. Otro
modo propuso la adición “ sed virtutem eius ostendit” , con
lo que la instrum entalidad m aternal de M aría aparece como
epifan ia de Cristo; Te x to anterior: “ M ariae autem m ater-
num munus hanc C hristi unicam m ediationem nullo modo
obscurat nec m inuit, sed ex to liit” ...
Texto d e fin itiv o : “ M ariae ergo m aternum munus erga
hom ines hanc C hristi unicam m ediationem nullo modo obs­
curat nec m inuit, sed virtutem eius ostendit” ... (y añade, al
fin a l: unionem im v ie d ia ta m '’).
La línea bíblica trazada por el Concilio, desde el com ien­
zo del capítulo m ariano, queda cada vez más clara al p re­
sentar la m aternidad espiritual de M aría como ep ifanía y
cercanía del M isterio de Cristo, puesto que por M aría se
muestra la eficacia de la obra salvífica y vamos, por Ella
precisamente, directam ente a Cristo. Se enriquece el con­
cepto de instrum entalidad cristiana en el sentido de
Sto. Tom ás (la causalidad de la creatura muestra la fuerza
de la Causa trascendente), de suerte que M aría no separa
sino que une mucho más y m ejor a Cristo.
El debate conciliar, con las enmiendas presentadas, in ­
fluyó tam bién en que quedara más clara de doctrina de la
m aternidad espiritual de M aría precisam ente en el orden
de la gracia. El texto anterior parecía derivar la m aterni-
(64) Scheina C onsiilu tion is De Ecclesia. p, 214.
(I;id espiritual de M aria casi exclusivam ente del consenti-
mií'nto en la Anunciación para ser M adre del Redentor.
Con unos ligeros retoques y, sobre todo, colocando al fin al
l;i frase clave ( “ quam ob causam m ater nobis in ordine gra-
liiie ex stitit” ) hace resaltar que toda la vida de M aría aso­
nada a Cristo Redentor es fundam ento y ejercicio de su
m aternidad espiritual.
El ejercicio m aterno de M aria en el cielo se presenta
como ejercicio de su amor m aterno iniciado en la tierra;
■'Kius autem as.seritur munus m aternum M ariae erga ho-
mines post eius assumptionem perdurare, quia perdurat
CHIS caritas” (65).
Y en este texto (n." 62) cuando 121 Padres presentaron
('11 la votación del 29 de octubre de 1964) un modo en que
■s(' pedia la inclusión de M aria como M adre de la Iglesia:
"Raneta Ecclesia, Dei genitricis gloriam ac Evae secundae
munus considerans, Beatam Virginem M atrem Ecclesiae,
auxilium christianorum , veram sub Christo mundi Reginam
agnoscit” . Apuntan como razón; “ ne textus im m erito con-
(Icscendat irenismo, et nim is tim ide procedat” (66). Pero el
modo no fue aceptado porque otros Padres {en otra ocasió?i)
1)0 querían la inclusión del título; “ Quia ex utraque parte
moventur difficu ltates, opportet quod textus probatus
revera via?n medlam sequitur” ... Esta respuesta de la Co­
misión se refiere c on ju ntam ente a los que pedían la m edia­
ción más explícita (de lo que no hacemos m ención por no
s('r nuestro tem a) y a los que pedían el título de “ M adre de
la Iglesia ” .
La labor teológica hasta el m om ento no abarca mucho
más allá de lo que el texto conciliar aclara o, al menos in -

M;f)i !l) id .
'G6i Svhenm... p. IG s.
sinúa. Es un hecho eclesial totahnente cierto la existencia
de la m aternidad espiritual de María. Es la fe de la Iglesia,
aunque, en cuanto a la naturaleza de esta m aternidad, pue­
da haber terreno inescrutable (com o en el M isterio de Cris­
to). Es un hecho la fe de la Iglesia acerca de la influencia
de M aria en la comunicación de la vida sobrenatural a los
hombres. Y, además, esta influencia salvifica se realiza por
una acción verdaderam ente m aternal, puesto que está aso­
ciada como Madre a la obra salvifica. Esta m aternidad de
M aria tiene relación hacia cada uno de nosotros en particu ­
lar y en cuanto somos miembros del Cuerpo M ístico todos
juntos.
La explicitación teológica ha ido elaborando hu m ilde­
m ente una triple pregunta: ¿es M aría causa verdadera de
la gracia y en qué sentido?, ¿a dónde llega esta causalidad?,
¿es esta causalidad form alm ente m aternal? Lo que la labor
teológica ha ido investigando, ciertam ente está insinuado,
al menos, en el texto conciliar como hemos estudiado; M a ­
ria tiene un i n f lu jo salvijico que llega a todos los creyentes
por medio de una acción verdaderame7ite maternal (es
asociada en cuanto Madre, influye en la regeneración).
Partim os siempre de la noción cristiana de regeneración
sobrenatural; tenemos una vida nueva en Cristo que nos
hace hijos de Dios. Cristo es causa instrum ental de esta
regeneración y asocia a su Madre para el mismo fin. La
asociación de M aria no es de una m era adopción, ni de sola
intercesión, ni de sola relación con Cristo en cuanto tom a
carne humana de Ella. H ay algo más; este algo más es cie r­
tam ente una intervención de M aria (por voluntad de Dios,
por los m éritos de Cristo) con una influencia personal en el
origen de la vida sobrenatural.
Podríam os decir que la plenitud de gracia de M aría es
niuterna, en cuanto recibe de Cristo el impulso de poder ser
instrumento de nuestra regeneración. El in flu jo personal
m aterno de M aria tiene lugar fundam entalm ente en el con-
■sontimiento de M aría m antenido al pie de la cruz (n.“ 62),
y continúa “ hasta la consumación perfecta de todos los
elegidos” (ibid.). La acción m aterna de M aria está d eterm i­
nada tam bién por la capitalidad de Cristo, puesto que Ella
(la a luz a Cristo Cabeza y queda asociada a El como Madre.
K1 objeto de la m aternidad de M aria es el mismo (en plano
de subordinación y dependencia) que el de la capitalidad de
Cristo. Es decir, la vida sobrenatural se engendra en nos­
otros en virtud de la capitalidad de Cristo y con influencia
( no separada de Cristo) de M aria como Madre. Es, pues, una
causalidad moral, no de m era intercesión, sino de asocia­
ción como M adre a Cristo Salvador en la obra de la regen e­
ración sobrenatural. M aria, como Madre, es instrum ento de
gracia, sin que esta instrum entalidad aminore para nada la
influencia directa e inm ediata de Dios y de Cristo C a­
beza (67).
la m aternidad espiritual de M aría está en la línea de su
m aternidad divina. Podemos decir que M aria es Madre de
Dios en sentido pleno: M adre de Cristo tal como es (Dios,
Cabeza, Salvador...). No seria plenamente Madre de Dios
Salvador si no pudiera ser y llam arse verdaderam ente M a ­
dre espiritual de los hombres, del Cuerpo M ístico (G8).

i()7) Si'BASTiÁN W .. L a m a l e r n i d u i ! e s p i r i t u a l de M a r i a . E n : Cmu)i., .J. H.. M a r i o -


h xi ia ( M a d r i d . B A C . 19641 711-759
C fr . N K oi .Á s .J- H-. L e y i i y . s f r r c de M a r i e . n i i / x l c r c de ( / r a e r . Et nd es M a i i a i e N
7:S-93. P o r e j e m p l o , en la p á g i n a 90; ' Av an l, tout. c1 .sans b c a u c o u p in si st er
il fa u t .souligner que c ’e.st p a r g r á c e . et p a r une g r á c c du C h rí st . que M a n e es l ap p e lé e
;i jo u e r un tel r ol e et q u ’e ll e le jo u e en e f f e t . Qu e sa ‘• n ia te rn it é s p i r i t u e l l e ” c:ócoule
c!e .'>a “ m a t e r n i l ó d i v i n e ” e l en so it le p r o l e n g e m e n t n a t u r e l. c el a est, c e r t a in . niais
nc la p la c e en a u c u n e f a c ó n á l ' é g a r d de D ic u d a n s la s i t u a t i o n d'u n a y a n t droit,
«li -lant ct. in dc po nd an i, ; col a si u n if ie í.out. siiiiplcnienl. que le iiu'-nio a m n u r di vi n
(|Ui u ia lu it oi n cn t, T a l'ail M e r e du V e r b o in c a r n c e( r cd ni np te ur . Tn f a i l . en lui ti.
)>Hr lui. M e r e des h o n im e s r a c h e t c s e t c o o p é r a t r i c e d e la r é d e m p t i o n ” .
Sentido eclesial de la maternidad espiritual de María
(n." 63)

Todo el capítulo m ariano tiene sentido eclesial. Precisa­


m ente por esto form a parte de la Constitución “ Lumen
gentiu m ” sobre la Iglesia. El sentido eclesial deriva y se
com plem enta con el sentido cristológico, puesto que Cristo
se prolonga en la Iglesia. La fin alidad del capitulo m ariano
es “ aclarar cuidadosamente tanto la misión de la B ienaven­
turada V irgen M aria en el m isterio del Verbo Encarnado y
del Cuerpo Místico, como los deberes de los hombres red im i­
dos hacía la M adre de Dios, M adre de Cristo y M adre de los
hombres, en especial de los creyentes” ... (n." 54). Esta m i­
sión de M aría es m aternal y se funda en la asociación como
M adre a la obra salvífica de Cristo (m isión m atern a l” ...,
“ in flu jo sa lvífico” ..., “ unión de la Madre con el H ijo en la
obra de la salvación” ..., etc., etc.). Ella “ es verdaderam ente
Madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con
su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son
miembros de aquella cabeza” (n." 53). Por esto, a M aria “ la
Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con
filia l afecto de piedad como a Madre am antísim a” (ibid.).
El Concilio, pues, aclara que la misión de Maria es de
oficio m aternal respecto a la Iglesia que es el Cuerpo M ísti­
co de Cristo. Pero esta m aternidad de M aria respecto a la
Iglesia tiene otros aspectos además del aspecto de causali­
dad, aunque relacionados con la m aternidad de M aría hacia
la Iglesia : “ La Bienaventurada Virgen, por el don y la p re­
rrogativa de la m aternidad divina, con la que está unida al
H ijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está
unida tam bién intim am ente a la Iglesia. La Madre de Dios
(\s tipo de la Ig lesia ” ... (n." 63). La Iglesia es madre y virgen,
poro “ la B ienaventurada V irgen M aria la precedió, m os­
trando en form a em inente y singular el modelo de la virgen
// de la m adre” (ibid.). La m aternidad de M aria es, pues,
modelo (a l menos) de la m aternidad de la Iglesia que es el
Cuerpo M ístico; pero M aria es modelo de la m aternidad de
l;i Iglesia porque Ella es Madre verdaderam ente (no sólo
con el ejem plo) de los miembros del Cuerpo M ístico: “ Dio
n luz al H ijo, a quien Dios constituyó como prim ogénito
cutre muchos hermanos (Rom . 9, 29); a saber: los fieles, a
cuya generación y educación coopera con m aterno am or”
(ibid.). M aría, pues, da a luz a Cristo “ prim ogénito entre
muchos herm anos” y, por esto, está unida íntim am ente a la
Iglesia (com o M adre y m odelo) a quien precede (com o V ir ­
gen y M adre) en form a em inente y singular.
La Iglesia es madre en el sentido m in isteria l: por la P a ­
labra de Dios y por los sacramentos, "engendra para la vida
nueva e inm ortal a los hijos concebidos por el Espíritu
Santo y nacidos de Dios” n.“ 64). Esta m aternidad de la
Iglesia es distinta de la de Maria. La Iglesia pone los signos
sacram entales para que pueda darse la regeneración que
proviene de Cristo quien, a su vez, asoció a su Madre en esta
obra salvífica. Por esto, la Iglesia im ita a M aría, aunque la
m aternidad es en otro plano ( “ em inente y singular” en
Maria). En este signo sacram ental que pone la Iglesia, ha de
m anifestarse y donarse el M isterio de Cristo integral, es
decir, en circunstancia m ariana m aternal (n." 52).
En el número 65 se exponen las virtudes que la Iglesia
debe im itar de M aría: “ La Iglesia, reflexionando piadosa­
mente .sobre Ella y contem plándola en la luz del Verbo
hecho hombre, llena de veneración, entra más profu n da­
m ente en el sumo M isterio de la Encarnación y se asem eja
más y más a su Esposo” . Se detallan luego las virtudes de la
fe, la esperanza, caridad, obediencia a la voluntad divina.
Pero, luego, hay un párrafo (propuesto por el Card. Sue-
nens, como veremos luego) que relaciona la obra apostólica
(por la que es madre la Iglesia) con la m aternidad espiri­
tual de M aría como m odelo y como causa de la m isma m a ­
ternidad de la Iglesia:
“ Unde etiam in opere suo apostolico Ecclesia ad Eam
m érito respiclt, quae geniiit Christum, ideo de Spiritu Sanc-
to conceptum et de Virgine natum, ut per Ecclesiain in cor-
dibus quoque fidelium nascatur et crescat. Quae V irgo in
sua vita exemplum exstitit m aterni illius affectus, quo
cuncti in missione apostólica Ecclesiae cooperantes ad re-
generandos hom ines anim entur op ortet” (n." 65; los subra­
yados son nuestros).
Que en estos números de la Constitución se hable con­
ju ntam ente de M aría como M adre y como tipo de la Iglesia
(aunque no se intercalara, por razones ya apuntadas, el
titulo de “ M ater Ecclesiae” ) aparece en la relación del es­
quema presentado a los Padres antes de la 3." sesión conci­
lia r: “ Ita iu stificatu r factu, quod tractatio de B. Virgine in
Constítutione De Ecclesia collocatur, et quidem in fine,
quasi coronidis instar, quia illa quae est M ater Dei est simul
m ater eorum qui “ populum D ei” constituunt ac typus et
exem plar Ecclesiae” (69). Y que el ser m odelo de la Iglesia
dice relación íntim a al título de M adre de los miembros del
Cuerno Místico, queda tam bién indicado en la explicación
del texto presentado: “ Deinde M aría proponítur ut virgo,
non tantum corpore sed etiam corde, scilicet fide et oboe-
dientia, fíd elitate et caritate. Est símul mater, scilicet
(69) Schcm u C iinxiilu lion ia Ue E t x l v u i u , p, 218.
Christi ipsius secundum carnem, at etiam m ater fratrum
I'Uiis cooperatione sua spiritiiali. Est igitu r ipsa typus Eccle-
•siac duplici titulo connexo” (70).
Más arriba hemos copiado el últim o párrafo del n." 65 en
•su texto actual definitivo. En él hemos hecho notar la cau­
salidad de la m aternidad de M aria en la m aternidad de la
Iglesia. El texto propuesto por el Cardenal Suenens subra­
yaba más bien el aspecto de apostolado (im ita ción del a fe c ­
to m aterno de M a ría ): “ Unde etiam in opere suo apostolico
ud Eam m érito respicit, quae genuit Christum ideo de Spi-
ritu Sancto conceptum et de V irgine in sua vita exemplum
('xstitit m aterni illius affectus, quo cuncti in missione apos­
tólica Ecclesiae cooperantes ad regenerandos homines an i­
mar! oporteret” (71). Algunos Padres, en los modos presen­
tados el 29 de octubre, pidieron la supresión o, al menos, el
cambio de la frase. La Comisión cambió el texto tal como
lo hemos transcrito arriba, en el que se ve una relación
más íntim a entre la m aternidad espiritual de M aría y la
m aternidad m inisterial de la Iglesia (72).

María com o tipo de la Iglesia es uno de los temas más


desarrollados en los trabajos actuales (73). No creo que esté
desglosado del tem a M aría M adre de la Iglesia, antes bien,
se complem entan. M aría es m odelo de la Iglesia porque es
Madre. La regeneración espiritual (que nos viene de Cristo
quien asoció a M aría en esta obra salvífica) se realiza cuan-

noi Ib id ,, p. 216.
i71i T e x t u s e m e n d a t u s . .. p. 24.
i72i S c lie v ia C o t i s t i t u t i o n i s . .. M o d i.... p, 17.
(7 :í) El le m a ‘M a i í a tip o de la Ig le s ia " tie n e im irh a b ib lio (¿rafía. El a rlic u lo que
fila m o s a c o n tiiu ia c ió n lec oi^e la m ás P h i l i p s G . . M a r t e e t V E g l is e .
iin p o rL an te :
M a riii. VIT, 3G3-42Ü, Véase M a r i e e t l ’ E q l i s e . E l u d e s M a r i a l e s , 9 -11 ( P a r i s .
ta m b ié n ;
M IÓ 1-H Í5 3). E s t u d i o s M a ria n o s. 18 (195 7 ). M a r ía e t E c c lc s ia (C ong reso de Lourdes,
( R o m a . 1959 1. A l m a S o d a C r i s t i. A c t a C o n g . M a r i o l . M a r . R o m a e a n n o s a n c t o
11)50 ro l(;l)ra ti; vol. X I iR o m a e . 19fí3). No o l)s la n le , e s la b ib lio g ra lia . a veres, trata
ro n ju n ta m e n u * la c a u s a lid a d .v el p a ra le lism o en tre M u ria y la ig le s ia.
do la Iglesia ahora (estam os en tiem po de signo o “ sacra­
m entos” ) pone el signo sacram ental. No seria posible la
m aternidad m inisterial de la Iglesia si no hubiera regen e­
ración realizada por Cristo en la circunstancias m arianas
indicadas. Lo mismo puede decirse del tem a María H ija de
Sión (74). Este titu lo m ariano, avalado por el Concilio
(n." 55), tiene sentido m aternal (v. g. Ps. 87; Is. 66, 8, etc.).
San Pablo en G álatas 4, hace referencia a la m aternidad de
Jerusalén (v. 26) y cita a Isaías 54, 1 en el mismo sentido
(V . 27), con lo que puede verse la relación del versículo 4
( “ factum ex m u llere” ) con el titulo veterotestam entario. El
salmo que Jesús recitó en la cruz (22, v. 32) habla del n a ­
cim iento de un pueblo nuevo. San Juan en Apocalipsis 12
parece indicar una relación entre M aría y la Iglesia : la
H ija de Sión. M aría (la m ujer) personifica a la Iglesia
(Sión). T a l vez por ahí encontraríam os la explicación del
sufrim iento (dolores de parto) de la m ujer del Apocalipsis
(relación al Calvario y a Is. 66, 7-9).
Por esto, la relación de M aría con la Iglesia arranca de
su m aternidad eclesial para prolongarse a ser tipo o m odelo
precisam ente porque es M adre del Cuerpo M ístico de Cristo.
“ Cuando se dice que M aría es la suprema realización de la
Iglesia, queremos con ello decir que M aría es en la Iglesia
más M adre que la Iglesia, más Esposa que la Iglesia, más
Virgen que la Iglesia. Queremos con ello decir que es Madre,
Esposa y Virgen, antes que la Iglesia y para la Iglesia ; que
si la Iglesia es Madre, Esposa y Virgen lo es principalm ente
en ella y por ella ” (75).
La verdad que define más claram ente las relaciones en ­
tre M aría y la Iglesia, es que Ella aparece como “ verissim e
(74) C a z e l l e s H.. F i l i e de S i o i i et t h é o l o g i e i n a r i a l e dan.s la B ib le . Et iu ie s Ma-
r i a l e s (1964) 51-71.
(75) J o u R N n C h . , T e o l o g í a de la l i jl e a ia (B ilhati, I2ü-127.
<iiil(l('in m ater Ecclesiae” (76). La m aternidad espiritual de
María es una prolongación de la m aternidad sobre Cristo
( ’;it)(‘za Redentor. La m aternidad espiritual de M aría, en
ciKuito que se refiere a los fieles que form an el Cuerpo Mis-
I ICO, se llam a m aternidad sobre la Iglesia. Es el sentido so­
cial soteriológico el que reclama que la maternidad espiri-
liKil de María se llame propiamente maternidad sobre la
¡(ih'.sia. Como hemos indicado repetidam ente, Maria es M a-
(Irc de Dios, M adre del Salvador, M adre de la Cabeza del
ciiorpo M ístico (M adre de la Iglesia) etc., porque Cristo es
ni!>endrado y dado a luz con estas prerrogativas. En fuerza
(li‘ la argum entación estamos en la misma linea de la m ater­
nidad divina (77).
Esta causalidad de M aría respecto a la Iglesia aparece
<n todo el texto conciliar cuando se explica la misión m a ­
lí'm a l de M aría en la obra salvífica. La misma idea de
"U po” no puede desglosarse de la m aternidad como causa
m.slrumental. Lo acabamos de ver. Por eso, la Iglesia m ira
;i Maria para im itarla y para obtener, por medio de Ella, las
r,racias necesarias. Esta es la últim a idea que explica el
Concilio en el capítulo m ariano cuando habla del culto y
ilri'oción a Maria.
No se trata sólo del culto y devoción de los fieles en par-
licular, pues se dice expresam ente que es la Iglesia quien
tributa este culto a M aria M adre: “ M aría, que por la gracia
d(' Dios después de su Hijo, fue exaltada por sobre todos
los ángeles y los hombres, en cuanto que es la Santísim a

(7ÜI Li.ón X TII, ene. Adhiirivevi popwZI, ASS 28 (1895-189G) i:^0. Cl'r. otras citas
. 11- Juan X X lll. P ;o XT. B on ociicto X V. San P ío X. León X líl. B en ed icto X IV
'ii- e m ú s (;o c itas de teó lo go s y D octores) en: A i.dam a J. A.. M a t e r Ecc le si ac . Ephe-
ih t'iu le s M a n o lo^ ic a e . 14 (19Ü4) 4- 41 -46 6.
( TVi C fr. Ai.dam a J. M ., a. c. V o li,e;rt C.. M a ria y la l y l c s i a . E n ; M a ri o lo f /i a
( M u c ii'id . BAC, 1964) 921-9G 6. V id e : S a n c t a M a r i a . E cc le s ia e M a t e r (O p e i'a el K tiu iio
t'ia li'; M a i'iíilo ííU 'u e H isp a n a c, M a triti. 1964) <son votos p resentados para los
{-on ciliafO M Véase ta m b ién la h i h l i o t ’. i ' a ü a de la n ota TA-
M adre de Dios, que intervin o en los m isterios de Cristo, con
razón es honrada con especial culto por la Ig lesia ” (n .’ G(i).
Los fieles, en cuanto form an parte de la Iglesia, han de fo ­
m entar una auténtica devoción hacia la V irgen porque es
su M adre: “ Recuerden, pues, los fieles que la verdadera d e­
voción no consiste ni en un afecto estéril y transitorio, ni
en una vana credulidad, sino que procede de la fe verd a ­
dera, por la que somos conducidos a conocer la excelencia
de la Madre de Dios y somos excitados a un amor filia l
hacia nuestra M adre y a la im itación de sus virtudes”
(n. " G7). Con esta devoción a M aría Madre se alcanzará la
unidad de los cristianos y la venida de todos los hombres
al rebaño de Cristo; “ O frezcan todos los fieles súplicas in ­
sistentes a la M adre de Dios y M adre de los hombres, para
que Ella, que estuvo presente en las prim eras oraciones de
la Iglesia, ahora tam bién... interceda ante su H ijo para que
las fam ilias de todos los pueblos, tanto los que se honran
con el nombre cristiano, como los que aún ignoran al S a lva ­
dor, sean felizm en te congregados con paz y concordia en
un solo pueblo de Dios, para gloria de la Santísim a e in d i­
vidua T rin id a d ” (n." 69). En este sentido, M aria es “ im agen
y principio de la Iglesia que ha de ser consumada en el
futuro siglo... signo de esperanza segura y de consuelo”
(n." 68) (*).

CONCLUSION

El texto m ariano conciliar nos aclara la maternidad es­


piritual de M aria en el sentido salvífico y eclesial. La linea
bíblica en que se mueve el capítulo m ariano nos explícita el
( •) K. sl a ( i e i i i o s t r a r i ó n q u j p u e d e u e r i r s e e x h a u . s l i v u , el u u u - r l a p r o - i ^ u c r i. n lu
in is n m l i n i i r a d e a n á l i s i s tlel M u ^ i i s t e r i o d e P a u l o V i . e n el Ju t m i . k. u 'La
V irgen d e l V a l i r a n ü I I " . l i i l h a i ) . 19Gt¡, p á y s 87 111
hecho salvífico que se refiere al M isterio de la Encarnación
en cuanto que es “ de Spiritu Sancto ex María V irg in e " y
prolongado en la Iglesia.
Creo que el documento conciliar, al exponer la fe de la
Iglesia, lia enriquecido la tesis m ariana sobre la m aternidad
('.spiritual en una linea dinám ica más bien que en los deta­
lles; linea biblica de cercanía y epifanía (instrum entalidad
m ariana), línea de historia de salvación (sentido salvífico),
linea eclesial. Creo es un verdadero avance aunque no, tal
vez, en el sentido de dilucidar unas discusiones técnicas,
.sino en el sentido de prestar a los teólogos unas perspecti­
vas más enriquecedoras por las que es posible poder replan­
tear los problemas con más garantía de éxito.
El texto m ariano conciliar ha dilucidado algunas cues­
tiones que nunca habían sido problem a hasta el presente;
ha disipado alguna neblina de últim a hora que propiam en­
te no había llegado a ser discusión de escuela. Asi, por
ejemplo, en cuanto a la realidad (no m etáfora) de la m ater­
nidad espiritual y a su causalidad verdadera más allá de
la causalidad ejem plar.
A l recalcar el aspecto eclesial com unitario de la m ater­
nidad espiritual, esta prerrogativa m ariana aparece con
nueva luz, de suerte que María, precisam ente por sus p r i­
vilegios, está más cerca de nosotros porque contribuye a
nuestra regeneración. La devoción a M aría recibe una luz
más auténtica, precisam ente por esta visión eclesial, que
hace descubrir en nuestra M adre el m isterio Pascual de
Cristo como obra salvifica que llega hasta nuestra misma
circunstancia. El verdadero sentido de Iglesia, que es espon­
jarse en el sentido de Encarnación, se aprende m ejor al
conocer, am ar e im itar ol M isterio de Cristo que se nos
iiKUiifiesta y se nos da por M aría Madre.
La m aternidad divina de M aría se explica hasta las úl­
tim as consecuencias maternales. Ella es Madre de Dios
plenam ente porque está asociada como M adre a la obra
salvifica de este Dios hecho hombre, nuestro Hermano,
nuestra Cabeza, nuestro Redentor, para hacernos a nos­
otros hijos de Dios por la regeneración sobrenatural.
El campo m ariano ha quedado más despojado de proble­
m ática empobrecedora. El dato revelado no ha sido expli-
citado plenam ente (no lo puede estar nunca en el período
de la Iglesia en m archa), pero los teólogos tienen a su dis­
posición, al menos en una investigación honrada y seria,
un punto de partida para penetrar m ejor el sentido de ep i­
fa n ía y cercanía (sentido m aternal) del M isterio de Cristo.
LA M E D IA C IO N M AH TA\\
S EG l i iN
EL C. \ ATlCAiNO IL
COMO QUEDA L A MEDIACION DE M A R IA
EN EL CAPITULO VIII

por el R. P. Olegario D o m ín g u e z , O. M. I.

l'ln un congreso destinado a estudiar el tem a de la doc-


liiiKi mariológica del Concilio Vaticano I I parece obligado
11 i i t a r la cuestión de la M ediación m ariana. No sólo por la
iiiiportancia intrínseca de tal prerrogativa, sino por las
discusiones de que fue objeto por parte de Padres y teólo-
Kos del Concilio, y por la enseñanza precisa que sobre ella
nos deja el texto de la Constitución L um en Gentium.
Como era de prever, dadas las actuales tendencias en­
contradas de los m ariólogos, los temas m arianos en torno a
l os c.uales se suscitó más vivam ente el debate, fueron los re-
icrontes a la posición trascendente de la V irgen sobre la
hílesia, concretam ente los tres atributos, intim am ente li­
bados entre si y complem entarios, de M a te r Ecclesiae,
Corredem ptrix y M e d ia trix gratiarum. De los tres, acaso
lúe el últim o el más debatido y el menos afortunado
('II la redacción d e fin itiva del texto; lo cual no podía menos
de defraudar en parte la expectación de un buen sector del
pueblo cristiano, basada en la enseñanza de los últimos
Pontífices y en la raigam bre tradicional de una doctrina
que se tenía como de fe o próxim a a la fe.
Por eso el enunciado de esta ponencia parece un poco
intencionado: ¿Cómo queda la M ediación en el capitulo
8." (le la Constitución De Ecclesiu? D eja en trever que el te ­
ma fue sometido a discusión intensa y que fue objeto de
podas en la asamblea conciliar. ¿Qué es lo que, tras el en ­
fren tam ien to de opiniones diversas, ha quedado sancionado
acerca de la M ediación m ariana? De la doctrina gen eral­
m ente adm itida por los teólogos y profesada por el pueblo
fie l ¿qué es lo que ha recibido el refrendo oficia l del C on­
cilio?
Es sabido que, respecto a la inclusión del tem a de la
M ediación m ariana en la Constitución conciliar, se dieron
entre los Padres y peritos tres posturas fundam entales, que,
esquematizadas, pueden verse traducidas en las tres fórm u ­
las usuales de votación : placet, non placet, placet iuxta
modum.
Estaban en prim er térm ino los promotores de la M e d ia ­
ción que deseaban del Concilio la declaración neta y te r ­
m inante de que M aría es m ediadora de todas las gracias.
Algunos, incluso, querían una definición dogm ática de este
aserto. Más de 500 peticiones habían llegado a Rom a con
ocasión del Concilio solicitando la declaración solemne de
la M ediación universal de M aría. Las razones en que apo­
yaban su petición eran teológicas, por un lado, y de índole
devocional-pastoral, por otro. El arraigo tradicional del t í ­
tulo de Medianera, la utilización del mismo por el pueblo
cristiano y por la misma Liturgia, los frecuentes docum en­
tos del M agisterio, y, en particular de los últimos Pontífices,
abrían un cam ino sólido y seguro para la solemne propo­
sición de la doctrina. Asi las cosas, el pueblo fie l se sentiría
defraudado en su vivo deseo de honrar a M aría si el C on­
cilio om itiera en su declaración este punto (1).

(1) P u e d e v e r s e la e x p o s ic ió n s u c in ta de los a r g u m e n t o s en el f a s c i c u l o S a i i c t a
M a r i a E cc lc s ia e M a l a r , o p e r a e t s tu d io S o c i e t a t i s M a r i o l o g i c a e H i s p a n a e . M a t r i t i .
1964. 49-67.
Frente a esa corriente m ilitaron varios grupos de Padres
que deseaban se excluyera del esquema la doctrina o, por
lo menos, el titulo de M aría Mediadora. Les parecía una
doctrina sin bastante base en las fuentes, ambigua y e ri­
zada de graves dificultades teológicas. Pero, más que nada,
se les representaba como inoportuna y perjudicial para el
diálogo con los hermanos separados, quienes podrían h allar
en la declaración conciliar una nueva piedra de escánda­
lo (2). Es típica, a este respecto, la postura del Cardenal
Bea que, adm itiendo la prerrogativa, quería sin embargo
que quedara excluida de la declaración conciliar, por m o ti­
vos ecuménicos.
Como no era fá cil llegar a un acuerdo entre ambas co­
rrientes antagónicas, ni que una de las dos lograra el asen­
tim iento unánime de la Asamblea, se abrió paso una solu­
ción de compromiso, una propuesta de tipo conciliatorio:
se a firm aría la doctrina, pero en la form a más genérica p o­
sible, evitando todo riesgo teológico, añadiendo precisiones
que evitaran a los acatólicos el escándalo o la m olesta im ­
presión de que se menoscabara de algún modo la verdad re ­
velada del Unico Mediador, e insertando el titulo de M ed ia ­
dora entre otros usuale.s que no ofrecían dificultad. Esta
fue la “ vía m edia” que prevaleció, la única, al parecer, que
podría proponerse al debate conciliar con la garan tía de
lograr la unanim idad requerida (3).
(2) L a s i)i' in c ip a k ís d ific iill,a do s n a c i d a s de la p r e o c u p a c i ó n c c u in ó n ic a son nien-
c i o n í i d a s y r e s u e l t a s co in pc nr üo sr .n' pnt e en la m i s m a o b r a S a n c t a M a r í a E c c l e s ia c
M a t c r 76-83: 90-92.
(3) IjOs d o c u m e n t o s r e f e r e n t e s al e s q u e m a c o n c i l i a r r e f l e j a n bi en las d i v e r s a s
( e n d e n c i a s y el e s f u e r / o p o r l o g r a r u n a f ó r m u l a a c e p t a b l e p a r a t o d o s ; cf. S c l i c m a
C o n s l i t u d o u i s d o g m a t i c a e úc B c a i ü M a ñ a V ir g 'i n e M a t r e E c c l e s i a e , 1963. n. 3. con
las n o t a s c o r r e s p o n d i e n t e s ip. 22-26); Em e . n d a t i o i i e s a C o n c i l i i P a t r i b u s s c r ip f o
c r J i i b i t a e s u p c r s c h c m a C o n .' it ít u t i o n i s d o g m a t i c a e de B e a t a M a r í a V i r g i n e M a t r c
?:cclesiae. 1963. p. 28-35 ; T e x t u s e m e n d a t u s c a p i t i s V I I I s c h e m a t i s C o n s i i t u t i o n i s
ele E c c le s ia c t r e la t i o n e s . 1964, p. 20-23; M o d i a P a t r i b u s c o n c i l i a r i b u s p r o p o s i -
ti a C o m m i s i o n e d o c t r i n a n e x a m i n a t i . 1964. p. 15-18.— El C a r d e n a l F r in g s , i n t e r v i -
n ie n f' o en n o m b r e de m á s de 70 P a d r e s , hi 7o n o t a r qu e só lo “ p o r la v ía m e d i a ”
en el t e x t o c o n c i l i a r e r a posil^le l o g r a r la u n a n i m i d a d r e q u e r i d a Cl'. T e x i u s
c ' u c n d a t u s . 15. 28.
T a l es, en rápido esbozo, el contexto histórico en el que
surgió el últim o esquema del capitulo 8.", que obtuvo am plia
m ayoría en el escrutinio del 29 de cotubre de 1964 y que,
tras las enmiendas aprobadas en la votación del 19 de n o­
viembre, pasó a ser texto de la Constitución dogm ática con
la prom ulgación del dia 21. Si este contexto histórico expli­
ca e ilustra la elaboración de la declaración conciliar, y si
puede ser útil para precisar el alcance y sentido de la m is­
ma, no puede, con todo, decirnos la últim a palabra sobre
el alcance ob jetivo del texto aprobado. Este puede rebasar con
mucho la intención de quienes propusieron la fórm ula o de
la Comisión que elaboró el esquema; pues el sentido autén­
tico de un texto conciliar es el que pretendió darle el C ole­
gio Episcopal como tal, y no ya el que tuviera en la m ente
de tal determ inado grupo o tendencia. Y la intención del
C oncilio— m ientras no se demuestre lo contrario— es la que
expresan en su sentido obvio y ob jetivo las fórm ulas m is­
mas suscritas.
A ellas, pues, me atendré en prim er lugar para desarro­
lla r el tema. Seguiré paso a paso los números de la C onsti­
tución Lum en Gentiurn que se refieren a la M ediación m a-
riana, intentando exponer y analizar el alcance y contenido
teológico de los mismos. Tendré en cuenta discretam ente
y de form a subsidiaria la documentación conciliar que ha
llegado a mis manos. De m i modesta exposición resultará
esta conclusión global, que luego aparecerá debidam ente
calibrada y m atizada: El Concilio d ijo si a la M ediación;
un sí con sordina, es verdad; pero que im p lica una aporta­
ción teológica apreciable.
Antes de entrar en el análisis y exposición del texto, es
preciso delim itar brevem ente el concepto de m ediación tal
como va a ser entendido y utilizado en el presente estudio.
P h eám bu lo : D e l im it a c ió n del co ncepto de M e d ia c ió n

M a r ia n a .

Dos acepciones tiene el concepto de m ediación en la


tí'ologia m ariana: una general, que es la más adecuada y
propia, y otra más restringida y particular.
En su sentido pleno y adecuado, la m ediación com pren­
do toda la actuación de M aria directam ente ordenada a
unir a los hombres con Dios, a partir de su singularisim a
intervención en la encarnación del Verbo. Es decir, abarca
toda la colaboración e in flu jo ejercido por Ella en la co­
municación de la gracia a los hombres. En este sentido,
mediación y m aternidad espiritual designan en realidad
un mismo atributo de M aria, del que son sólo aspectos o
lorm alidades distintas; su asociación pasada y presente
a la obra de Cristo M ediadoi, su intervención en la comu­
nicación de la vida sobrenatural a los hombres.
Esta m ediación m ariana tiene dos etapas, cada una de
las cuales lleva consigo una form a distinta de colaboración
(' influjo. La prim era fue la asociación al R edentor en la
obtención o adquisición de la vida divina para el mundo
(la llam ada “ corredención” ); la segunda es la cooperación
en la distribución actual de la gracia, la intervención e je r ­
cida desde el cielo por M aria como dispensadora de los
bienes de la Redención. A esta segunda función medianera,
que es consecuencia y com plem ento de la anterior, es a la
que se suele restringir el nombre de M ediación en M ariolo-
gia; no porque sea la parte más im portante o fundam ental
(que no lo es), sino porque la prim era tiene otras designa­
ciones técnicas como asociación a la redención o, más corto,
corredención.
En este últim o sentido restringido tomo la M ediación en
mi trabajo. Tendría inmenso interés un estudio sobre toda
la actuación m edianera de M aría tal como queda expresada
en la Constitución conciliar; pero seria un tem a demasiado
vasto, y además a la m ediación corredentiva se refieren ya
algunas ponencias del presente Congreso. Creo que el solo
punto de la m ediación celeste merece ya cum plidam ente
nuestra atención particular.
Se trata, pues, aquí de la doctrina del Concilio sobre la
cooperación de M aría en la concesión y distribución de las
gracias a los hombres. Y, más concretam ente, de la coope­
ración actual, celeste. La Constitución habla tam bién de
algunas intervenciones de orden salvifíco ejercidas por M a ­
ría durante su vida te rre n a l: en la visitación a Isabel, en la
N atividad ( “ cuando... muestra a los pastores y magos a su
H ijo prim ogén ito” ), en la presentación, en las bodas de
Caná, en el Cenáculo (4). Pero, sin negar ni dism inuir la
im portancia y significado de las mismas, prescindo aquí de
ellas, lim itándom e a la M ediación ejercida desde la Asun­
ción, m isterio que ha colocado a M aría en una situación de
privilegiada asociación a Cristo M ediador glorioso, y que
por razón de la visión beatifica otorga a la Virgen una ca ­
pacidad del todo peculiar para in terven ir en el Reino de la
gracia.
La m ediación celeste de M aría comporta, por lo menos,
la intercesión, que es una influencia o intervención en el
orden de la causalidad moral. Muchos autores adm iten ade­
más cierta causalidad instrum ental física, es decir, un in ­
flu jo directo sobre la misma gracia producida en el hombre.
Estos incluyen en la M ediación dos actividades distintas:
la de im petración (M a ría ruega por nosotros, es nuestra
abogada, es la om nipotencia suplicante) y la de dispensación
(41 N. 57 y

218
(M aria nos dispensa o distribuye las gracias; éstas nos llegan
por sus manos). Naturalm ente, el concilio prescindió de esta
cuestión discutida (5 ); por eso sólo de modo m arginal se to ­
cará en el trabajo.
Hecha esta precisión prelim inar, entrem os en el examen
del texto conciliar.

E x p o s ic ió n del t e x to de l a C o n s t it u c ió n .

El titulo de Mediadora sólo aparece una vez, en el núm e­


ro 62. Pero a la M ediación de M aria se refieren tam bién los
números 60, 63 y 69. Vamos a estudiar el contenido de los
cuatro apartados por su orden.

N. 60: Mediadora por gracia del Unico Mediador.

■'Unicus est M edlator noster secundum verba Apostoli... Ma-


riae autein maternum munus erga hoinines hanc C hristi uni-
cam m ediationem nullo modo obscurat nec minuit, sed virlu lem
eius üstendit. Omnis enim salutaris Beatae Vlrginis iníluxus in
hoinines non ex aliqua rei necessitate. sed ex beneplácito divino
exorilur et ex superabundanlia meritorum C liristi profluil, Eius
inediationi innitilur, ab illa om nino dependet, ex eademque Lo-
lam virtu lem h a u r it: unionem autem im m ediatam credentiuni
cum Christo nullo modo im pedit sed fovet."

Con este párrafo se abre la sección 3.» del capitulo 8. La


sección anterior habia expuesto la función de M aria en el
m isterio de Cristo; es decir, las relaciones de la Virgen con

(5t C o m o se n o t a en el p r o e m i o de l cap. 8, el C o n c i l i o n o i n t e n t a •p r o p o n e r un a
d o c t r i n a c o m p l e t a a c e r c a de M a r i a . ni d i r i m i r la s cu es ti o n e s n o l l e v a d a s a ún a
p le n a luz p o r el t r a b a j o de los t e ó l o g o s ” (n. 54).
M p s i r v o pn el traba .’ o do la e d ic ió n C n n c ü in V a ti c a n o ! l . C c i n s l i t u c i n n e s . Deere-
lt, s. D e c l o rd v i o n e s . . B. A. C^. M a d r i d 1965. P e r o m e a p a r t o (-n vana-^ (ica.sKUU's do
hi v e r s i ó n que d i c h a o b r a o í r e c e . p o r h a l l a r l a d e f i c i e n t e .
Cristo como Madre y como asociada a El en la econom ía de
la salvación. En ésta tercera, como el titulo "D e Beata V ir -
gine et Ecclesia" indica, se exponen las relaciones entre
M aria y la Iglesia.
Se com ienza desbrozando el terreno, poniendo bien a
salvo, con toda clase de precisiones teológicas, la singulari­
dad trascendente de la Mediación de Cristo, que en ningún
modo puede quedar oscurecida o menoscabada. Cuanto,
pues, se atribuya a M aria en el orden de la gracia y de la
salvación, ha de guardar la debida distancia y proporción
de una subordinación esencial respecto a la intervención
propia y exclusiva de Cristo Redentor. Salvado esto, el ca ­
m ino queda abierto y expedito; pero sin esto es imposible
dar un paso en m ariologia.
L a insistencia en las precauciones teológicas responde a
una clara preocupación ecumenista. A nada parecen tan
sensibles nuestros herm anos separados como a que, de cual­
quiera form a que sea, se vea oscurecida la verdad revelada
de que Cristo es el único M ediador y Redentor. Y dentro del
catolicismo, nada como este tem or suscita la desconfianza
de cierto sector teológico para con la llam ada concepción
“ cristotipica” de la m ariologia. Era, pues, conveniente y
hasta obligado abrir el capitulo de las relaciones entre
M aria y la Iglesia recordando y dejando bien asentado, sin
dar lugar a equívocos, el axiom a paulino del "Unus M e -
diator".
Establecida la categoría singular y trascendente de la
M ediación salvifíca de Cristo, cabe ya hablar de la M ed ia ­
ción de María. Y el texto conciliar se refiere a esta m edia­
ción en su sentido más am plio con la sign ifica tiva y h erm o­
sa fórm ula de "m isión m a te rn a l” (m aternum munus erga
hom ines) y con la más genérica, aunque equivalente, de
"i7ifhijo salvífico en fa vo r de los hom bres” . Aquí se encierra
lodo lo que atañe a la función vivifica n te ejercida por
M aría en la Iglesia y en la humanidad, toda la cooperación
por Ella prestada a la obra salvadora de Cristo.
De esta cooperación se afirm a que, lejos de em pañar o
menoscabar la única m ediación de Cristo, la ensalza o pone
de relieve más bien, m ostrando su eficacia. Es una a firm a ­
ción elem ental que los M ariólogos de todos los tiempos, al
propugnar la m aternidad espiritual, la corredención y la
mediación, han tenido en la boca y en la mente. Mas no
basta afirm ar para hacer teología; ni basta la intención
más recta para garantizar la rectitud de una idea. Por eso,
la reiterada protesta de dichos m ariólogos no logró siempre
desterrar desconfianzas e inquietudes: ¿no se pone rea l­
m ente en peligro la m ediación singular de Cristo cuando
junto a ella se quiere colocar la m ediación de una criatura?
Si esta m ediación aporta algo positivo ¿no se niega la p le ­
nitud de aquélla?
L a Constitución, teniendo en cuenta tales dificultades,
precisa el sentido de la m ediación m ariana y expone las ra ­
zones por las cuales “ de ninguna m anera oscurece ni dis­
minuye la única m ediación de Cristo” . Estas razones son
las mismas en que se vienen apoyando tradicionalm ente los
teólogos, y que se pueden ver expuestas en cualquier buen
manual de m ariologla (6). Pero, por el valor que adquieren
en el documento conciliar, interesa que las recojam os b re­
vem ente. Son, en síntesis, estas tres; 1.“ ; la m ediación de
M aría no es de suyo n ecesaria; 2.“ : es dependiente de la de
Cristo; 3.“ : no im pide la unión inm ediata con Este.

(Gi P u e d e n verse, p o r e j e m p lo : M k r k f l b a c h , M a rio lo g ia . B ilb ao . 1954. n . 169-170;


A i . A S T R U K Y , T r a t a d o de la S u n t í s i t n a V ir g e n . M a d r i d . 1952. p. 7 2 1; A i . u a m a , Sa c ra e
T h e o lo g la e S n t t n n a . n i.. M a r i o l o g i a . M a d r i d , 1956, n. 144, 150; H k u v í.-L a rn k 'o i.,
M í i m i u l e T h i u t l o g i u e P o y u i n i i c a e . Tí. P a r í s . 1964, n . 665.
1.“ ; El in flu jo salvífico de M aría no procede, como el de
Cristo, de la naturaleza intrínseca de sus actos, sino de una
positiva y libérrim a ordenación de Dios: “ no brota de una
necesidad real, sino del divino beneplácito” . No tiene, por
tanto, la m isma eficacia intrínseca, el mismo valor de con-
dígnidad ni el mismo carácter de necesidad que poseen los
actos redentores de Cristo. Cristo, supuesta la exigencia
divina de una satisfacción condigna, es M ediador absoluta­
m ente necesario; M aría es necesaria como M ediadora ú ni­
cam ente en la hipótesis de que Dios haya dispuesto lib re­
m ente asociarla al M ediador prim ero. Cristo es M ediador
sufícientísim o: sus actos llevan en sí mismos, por la d ig n i­
dad in fin ita de la Persona del Verbo, una eficacia redentora
ilim ita d a ; la actuación personal de M aría, por sublime y
extraordinaria que sea, no lleva intrínsecam ente en sí m is­
ma sem ejante valor redentivo y sem ejante suficiencia.

2.“ El in flu jo salvífico de M aría depende totalm ente de


la m ediación de Cristo, de la que deriva toda su eficacia. No
es Ella una causa independiente que pueda aportar algo por
su cuenta a la salvación obrada por su Hijo. Todo cuanto
M aría es, tiene y obra en el orden de la comunicación de la
vida divina a las almas, lo es por Cristo, lo recibe de Cristo,
lo obra en necesaria y continua dependencia de Cristo:
“ fluye de la superabundancia de los m éritos de Cristo, se
funda en su m ediación, y de ella saca toda su virtu d ” . Por
eso, más abajo, en el n. 62 se dice que la función m aternal
y m edianera de M aría es una m isión subordinada ( “ munus
subordinatum ” ), y se explica dicha m isión como una p a rti­
cipación analógica singular en la m ediación única del R e ­
dentor. En resumen, entre la causalidad salvífíca de Cristo
y la que se atribuye a M aría no hay paridad, ni coordína-
ción, ni adición ni m ezcla; no son dos cantidades que se
.suman o dos corrientes que confluyen. L a relación que se da
entre ambas es análoga a la que existe entre el Ser pleno y
el ser participado que totalm ente depende del mismo. De
;ihi que, como la excelencia y la causalidad de las criaturas
no añade nada al ser y al obrar del Creador, sino que úni­
camente m anifiesta su bondad y su poder; asi la excelente
intervención de M aría en la obra salvifica viene a m anifes-
l.ur y poner en m ayor relieve el poder y la eficacia del M e ­
diador y su bondad com unicativa: “ iñrtuteni eius osten-
dit" (7).

3.“ ; la tercera razón aducida por el texto es una conse-


r.uencia im portante de las dos precedentes. T a l vez hasta
.ihora no se habia reparado suficientem ente en ella, ni se
la había expresado con tanta nitidez: la m ediación de M a-
i'iLi "lejos de im pedirla, fom enta la unión inm ediata de los
creyentes con C risto” . Me parece que la fórm ula es fe licísi­
ma para evitar la fá c il figuración de un escalón interm edio
o de una antesala obligada entre los fieles y el Salvador.
Todos los medios m ateriales unen m anteniendo la distancia
catre los extremos. Toda m ediación htm iana supone tam bién
una distancia moral, que no queda anulada por el medianero.
Pero la m ediación m aternal de M aría, por ser una redim -
(iuncia y participación de la Cristo, sin consistencia en sí
misma, conecta necesaria e inm ediatam ente a los fieles con
('1 mismo Redentor. A lgo así como sucede en la acción sa-

(Ti E n la r e d a c c i ó n p r e c e d e n t e se d e c í a ; “ h a n c C h r i s t i u n ic an i m c d i a t i o n e n i
ruin o b s c u r a t ne c m i n u i t , sed e x t o l l i t ” ( T e x t u s e m e n d a tu s . n. 54 ); y en la a n t e r i o r :
i m m e i i s ’iDn e x t o l l i t " in . 50). A vario.s P a d r e s les d e s a g r a d a b a es a e x p r e s i ó n que
p o d í a s u g e r i r la id e a de un e n r u n ' .b r a m i e n t o o p e r f e c c i ó n a ñ a d i d a a lu m e d i a c i ó n
i.i: ( ’ríKto. El t e x t o actv ial es nuis p r e c i s o ; l a m e d i a c i ó n de M a r i a pone- de m a n i -
ii e s to la e f i c a c i a y p o d e r de la m e d i a c i ó n de C r i s t o ( c o m o , se gú n S. T o m á s , la
c u u sa lid ad de la s c r i a t u r a s m u e s t r a l a v i r t u d de l a C a u s a p r i m e r a ) ; p e r o e s t a nia-
ni l' c s ta ri ó n " e n g r a n d e c e ” y “ ensaliva” en el c o n o c i m i e n t o de lo s h o m b r e s al U n i c o
M i‘ ' '; a d o r . y en os le s e n t id o el " r x t o l l i t " e r a en r e a l i d a d acc‘])tal')le.
cram ental, en la que la intervención del m inistro no resta
nada a la causalidad directa de Cristo. Aqui no cabe que­
darse en el puente o en la a n tesa la ; tenemos que prescindir
de toda figu ración espacial. Recibir el in flu jo salvífico de
M aría no es otra cosa que recibir el del mismo Cristo. No
tiene uno que hacerse h ijo de M aría para llegar a ser des­
pués, m ediante ello, h ijo de Dios; sino que, salva la p rio ri­
dad en el plano de la causalidad dispositiva (sin ésta no
habria propiam ente m ediación), ser atendidos por M aria
es recibir por Cristo y en Cristo alguna gracia de la R eden ­
ción; y ser engendrados por Ella es, ipso facto, recibir por
Cristo y en Cristo la vida sobrenatural, la filia ción divina.
Siendo el ser de M aría esencialm ente ordenado y orientado
a la Persona y a la obra de Cristo, “ com pletam ente relativo
a Dios y a Cristo, nuestro único M ediador” (8), resulta im ­
posible que su intervención estorbe la unión inm ediata de
los fieles con su Hijo, lo mismo que es imposible que se
ejerza sin dependencia esencial respecto de El. Mas no sólo
no la impide, sino que la favorece y fom enta, ya que la fu n ­
ción social de la gracia de M aria no es sino la expresión más
humana, más cercana a nosotros, más “ condescendiente”
con nuestra naturaleza, de la gracia redentora de Cristo, la
cual bañando a M aría y sirviéndose libre y m isteriosam en­
te de Ella se acerca a nosotros con un encantador m atiz
m aternal. Esta gracia m aternal no puede menos de acer­
carnos ontológica y psicológicam ente a la fuente de toda
Redención, “ de cuya plenitud recibimos todos” (Jo. 1, 16).

(8t P a ü i . o V I . D i a c n r s n de c l a u s u r a de la 3." e t a p a c o n c i l i a r : "Es p eci aln u 'n ti ?


q u e r e m o s qu e a p a r e z c a c o n t o d a c l a r i d a d qu e M a n a , s i e r v a l iu m i l d e del S e ñ o r , está
c o m p le la n ie n le r e fe r id a ( t o t a m s p e c ta re ) a Dios y a Cristo, único M e d ia d o r y He-
d e n t o r n u e s t r o ” .— L a r e f e r e n c i a a la u n i ó n í m n e ü i a t a con C r i s t o n o in ip eü id u ])or
la i n e d ia c ió it de M a r i a se in c l u y ó Pii la ú l t i m a r e d a c c i ó n del e.squema u lí ct ic ió n
(lt‘ v a n o s P a d r e s ; la C o m i s i ó n r a / o n a asi en f o r m a s u c i n t a la m o d i f i c a c i ó n ; " U n i o
s c i l i c e t h o n i i n i s iusti cuín C h r i s l o est o n l o l o j ’ ica et nitiil l u i b e l i n i c r p o s i li it n , Ul
auLtMU r o u l i / f t u r . li V i r g o c a r i t a t e c o o p t ' r a l u r " (T e . v h i s c m c n d a t u s , j ) . 21 1.
Con estas precisiones, teniendo en cuenta que la M edia­
ción de M aría proviene entera del Unico Mediador, queda el
camino expedito para hablar de la actuación de M aria en
lodo el orden de la gracia. Lo dicho vale para la m ediación
entendida integralm ente en su sentido más amplio, por eso
la Constitución lo señala precisam ente en el com ienzo de
hi doctrina sobre M aría y la Iglesia. Vale, por consiguiente,
para la m ediación en el sentido restringido de que aquí nos
ocupamos. El texto mismo en su continuidad lógica lo exige,
;il comparar con la m ediación de Cristo el “ munus m ater-
iium ” y el “ salutaris influxus” de M aria, y al afirm ar luego
que esa función m aternal, ejercida en la asociación a la
Redención (n. 61), “ perdura sin cesar” por la intercesión
en el Cielo (n. 62).

N. 62: Mediadora celestial, Abogada, Auxiliadora.

Una vez desbrozado el camino, el texto conciliar pasa a


exponer la función de M aría en el orden salvífico. El n. 61
bosqueja rápidam ente la prim era etapa de la m aternidad
('spiritual, indicando su raíz; la m aternidad divina; sus
diversas actuaciones: “ Concibiendo a Cristo, dándolo a luz,
alim entándolo, presentándolo en el tem plo al Padre, pade­
ciendo con su H ijo m ientras El m oría en la cruz” ; y su in ­
trínseca naturaleza: “ cooperó en fo rm a del todo singular en
¡a obra del Salvador... para restaurar la vida sobrenatural
de las almas” . Y concluye: “ Por esta causa, fue para nos­
otros madre en el orden de la gracia ” .
En este contexto se inserta la doctrina sobre la m ed ia­
ción en su sentido restringido, como función particular
consiguiente de la singular asociación de M aria a la obra
salvífica, como com etido integran te de su espiritual m a ­
ternidad.

"H aec autem in gratiae oecononiia m aternitas M ariae inde-


sinenter perdurat, inde a consensu quem in Annuntiatione fide-
liter praebuit, quemque sub cruce incunctanter sustinuit, usque
ad perpetuam om nium electorum consummationem. In caelis
enim assumpta salutiterum hoc munua non deposuit, sed mul-
tiplici intercessione sua p ergit in aeternae salutis donis nobis
conciliandis. M atern a sua caritate de íratribu s F ilii sui adhuc
peregrinantibus necnon in periculis et angustiis versantibus cu-
rat, doñee ad felicem p atriam perducantur, Propterea B. V irgo
in Ecclesia, titulis Advocatae, Auxiliatricis, Adiutricis, M ediatri-
cis invocatur. Quod lam en ila intelligitur, ut dign itati et effica-
citati Christi unius M ediatoris n iliil deroget, nihU superaddat.”

El texto com ienza señalando la conexión Intim a entre la


colaboración generosa y sin par prestada pov M aría en los
m isterios de la encarnación y de la redención (cooperación
en la redención ob jetiva ), y la intervención actual en la
econom ía de la gracia (cooperación en la redención subje­
tiv a ): ésta es la continuación de aquélla; y ambas son
funciones de una m isma m aternidad, que comenzó a e je r ­
cerse en la Anunciación y que ha de perdurar sin cesar
“ hasta la consumación d efin itiva de todos los elegidos” , es
decir, hasta el fin de los tiempos.
Así quedan enunciados tres atributos de la M ediación
celeste de M aría:

1.': esta m ediación es una fu n ció n de la maternidad espi­


ritu a l:

2.":está natural y vitalm ente enlazada con la corredención


(la m aternidad, que ha comenzado en N azaret y en el C al­
vario, perdura precisam ente por el ejercicio de la m ed ia­
ción) ;
3.": es una actuación 'perenne; durará hasta que todos los
elegidos hayan conseguido la meta.

Después se nos explica en qué consiste la m ediación;


■'Pues una vez recibida en los cielos, no dejó este oficio, sino
que continúa alcanzándonos, por su m últiple intercesión,
los dones de la eterna salvación” . El “ salutiferum munus” o
íunción salvífica de que aquí se nos habla equivale a bierta­
m ente al “ m aternum munus” del n. 60. Ahora en el cielo
M aria ejerce esa íunción m aternal alcanzándonos los dones
de la eterna salvación: éste es el objeto que se asigna a la
intervención perenne de la Virgen. La fórm ula, em pleada
sin restricción ni determ inación alguna, parece im plicar, o
por lo menos insinuar, que se trata de una intervención
universal en el ám bito de la gracia. En “ los dones de la
eterna salvación” es obvio entender, si nada se opone por
otro concepto, toda clase de gracias y todas las gracias en
particular. Es verdad que en el esquema se om itió in ten cio­
nadam ente la proclam ación expresa de la universalidad,
que muchos pedían con insistencia y que se había insertado
aunque en un sentido poco preciso— en el esquema p rim e­
ro (9 ); ciertos teólogos, en efecto, encontraban gran d ifi­
cultad en atribuir a la intervención de M aria determinadas
gracias, señaladam ente las sacramentales. Pero estimo que

(9 ) El e s q u e m a clLstribuido e n la p r i m e r a se sió n de l C o n c il io , despuc.s de h a b e r


m e n c i o n a d o p o r do;> v ec es de u n a n . a ñ e r a g e n e r a l la M e d i a c i ó n ( " c a e l e s t i u m qu oq ue
^ r a t i a r u m a d m i n i s t r a et d i s p e n s a t r i x iu re m e r i t o q u e s a l u t a t u r ” ; " I t a n o n i m m e r i t o
ab E c c le s ia b e a t is s im a V i r g o g r a t i a r u m M e d i a i r i x n u n c u p a t u r ” ). e x p o n e m á s de te ni -
(Uiincnt.e la d o c t r i n a co n es ta s p a l a b r a s ; “ C u m it a q u e h a e c h u m il is '• A nc ill a Do-
m in i ’ ... o m n i u v i g r a t i a r u m M e d i a t r i x n u n c u p a t u r e o qu od s o c i a t a í'uit C h r i s t o in
lilis a c q u ir e n d is , c u m q u e a d v o c a t a n o s t r a et m i s e r i c o r d i a e m a t e r ab E cc le s ia in vo -
c a lu r . q u o n i a m e t i a m nu n c C h r i s t i g lo r io s i in c a e li s s o c ia m a n e n s . p r o ó m n ib u s p e r
C h r i s t u m in t e r c e d it . i t a un ifi o n n i i b u s c/ratiis co n / e r e n d i s ad s it m a t e r n a c a r it a s
B. Vir tíinis , nu ll o m o d o m e d i a t i o u n ic i n o s t r i M e d i a t o r i s , ,, o b s c u r a t u r v e l mi-
lu iitur. S c h e v i a C o n s t i t n t i o n i s D o g m a t i c a e de B e a t a M a r í a M a t r e E c c l e s ia e . 1953.
n. 8-9 (9 4 - 9 5 ). A q u í se e n u n c i a c l a r a m e n t e la u n i v e r s a l i d a d de la m e d i a c i ó n , t a n t o
(*n la fas e de la a d q u i s i c i ó n de g r a c i a s c o m o en la de d is t r ib u c ió n ; p e r o p a r e c e q u e d a r
un t a n t o d e s v a i d o el s e n t i d o de la i n t e r v e n c i ó n a c t u a l ; la " a s i s t e n c i a de la c a r i d a d
m a t e r n a ” en t o d a c o n c e s ió n de g r a c i a s ¿ d a r a/ ón p io n a de la M e d i a c i ó n c el es te de
M a r i a en el s e n t id o t r a d i c i o n a l ?
la expresión utilizada en el texto conciliar no sería justa ni
veidaderu si sign ificara ‘‘algunas de las gracias” , “ algunos
dones salvií'icos” , es decir, si no im plicara una universali­
dad cuando menos relativa. De suyo la fórm ula deja m argen
para posibles excepciones, acaso exigidas por la naturaleza
de las cosas; y en esta acepción exceptiva habian entendido
el “ omnium gratiaru m ” algunos teólogos (10); mas las ex­
cepciones no pueden suponerse sin más, sino que deben
positivam ente probarse. Otros elementos, como luego ve re­
mos, apoyan el alcance universal de la mediación.
El modo en que se realiza el in flu jo m ediador de M aria
queda expresado con las palabras “ m ultiplici intercessione” .
Que la V irgen intervenga en la salvación de los hombres
con sus ruegos y su poderosa intercesión, es una verdad tra ­
dicional y aceptada en la Iglesia y que no presenta d ificu l­
tad alguna seria. Por supuesto, de tal intercesión vale lo
dicho arriba de la acción general salvifica de M aria: no
es exigida por una necesidad interna, ni es independiente
de la de Cristo, que “ está presente ahora ante la faz de
Dios en fa vo r nuestro” (Heb. IX , 24) y “ siempre vive para
in terceder” por sus redimidos (Heb. V II, 25). La actividad
intercesora es lo m inim o imprescindible para que se salve
el concepto de la m ediación m ariana; y es tam bién su fi­
ciente de suyo para que se pueda llam ar con razón m edia­
dora a la Virgen. Toda intercesión auténtica es en realidad
(l O j N o c r e o qu e se a s u í i c i e n t e a f i r m a r l a u n i v e r s a l i d a d m o r a l , q u e a l g u n o s
a u t o r e s s o s t i e n e n ; se t r a t a de u n a u n i v e r s a l i d a d r e a l m e n t e m a t e m á t i c a , p e r o ésta,
al f u n d a r s e en u n a le y g e n e r a l , n o e x c l u y e n e c e s a r i a m e n t e t o d a e x c e p c ió n . Co n
¡ )r e c is ió n dic e M k r k k l b a i u ; ‘' T a l m a n e r a de h a b l a r con r e s t r i c c i ó n no ti en e n i n g ú n
f u n d a m e n t o . P o r lo qu e debe h a b l a r s e de o t r a m a n e r a , a s a b e r : q u e t o d a s y c a d a
u n a de la s g r a c i a s nos v i e n e n c o n n a t u r a l m e n t e y p o r le y g e n e r a l . i) or m e d i o de
M a r i a . . . sin que. n o obs(,anle. n o s a t r e v a m o s a a f i r m a r q u e n o pu e d e i'e a li za rs e de
o t r o m o d o , de u n a m a n e r a c o m p l e t a m e n t e e x c e p c i o n a l o r a r í s i m a . ( . . . ) A sí q u iz á
no es iju po si bl e que, de u n a m a n e r a c o m p l e t a m e n t e e x c e p c i o n a l , dé l a g r a c i a sin
p r e v i o a c l o de u n a e s i ) e r i a l i n t e r c e s i ó n y d is p o s i c i ó n de la S a n t í s i m a V i r g e n , po r
m á s que. p o r ley g e n e r a l , lo i i u b i e r a e s l a b l e c i d o de o t r a m a n e r a ; p e r o de un a
(‘ x c f 'p c ió n (!e o.^íe ¡género n(» h a y n i n g ú n i n d i c i o ” . ^ í a r l o U n j i a . l íi l l i a o lí) 5l, n. 1!).')
Cf . A i .a s t i i i m : y , T r a t a d a do la V i r ( j e n S a n t í s i m a , 19r)'2, p.
una m ediación; por eso Cristo en el cielo interpelando por
nosotros ejerce función de M ediador y P o n tífice ; y Maria,
•solicitando para nosotros de Cristo y, con Cristo, de Dios
favores y gracias, realiza indudablem ente oficio de m e­
dianera.
El texto dice— intencionadam ente, según la Comisión—
"inulti'plici ijitercessione” . La expresión no parece del todo
clara, ya que de suyo podría referirse a una m ultiplicación
num érica de actos o a m últiples form as o modos de in te r­
cesión, diversos ya por la m anera en que el sujeto in tervie­
ne, ya por los casos variados a los que presta atención y
remedio. Estimo que la intercesión de M aría es juúltiple, no
sólo porque Ella m ultiplica generosam ente sus instancias,
como M adre solicita, sino tam bién porque atiende a los
hombres en toda la com pleja gam a de sus necesidades con­
cretas y en todas las fases del desarrollo espiritual: defen ­
diéndolos contra los enemigos, socorriéndolos en los peligros
y tentaciones, procurándoles bienes tem porales y bienes
eternos, facilitándoles la conversión, ayudándoles a perse­
verar y a crecer en gracia, en una palabra solicitando para
todos y para cada uno los dones necesarios y convenientes
en cada situación precisa. A esta m últiple o m ultiform e in ­
tercesión responde la m ultiplicidad de apelativos dados por
el pueblo cristiano a M aria: Abogada, Socorro, Refugio,
Consuelo, Patrona, Auxiliadora, Protectora, etc.
Respecto a la form a de intercesión, se ha de adm itir en
M aria aquella doble especie de oración que comúnmente
distinguen los teólogos al hablar de la m ediación celeste de
Cristo: M aria con Cristo intercede por nosotros virtual e
im plícitam ente, presentando a Dios los m éritos obtenidos
en su asociación a la obra redentora; y explícita y fo rm a l­
mente, solicitando gracias determ inadas para cada hombre.
Puesto que Ella en la visión beatifica atiende a todo el des­
arrollo de la econom ía de la salvación, en la que está im p li­
cada, nada le im pide seguir constantem ente con su efecto
y solicitud a todos los redimidos, ni, por tanto, interceder
por cada uno de ellos.
Siendo muchos los teólogos que piensan que la in terce­
sión no agota la actuación m edianera de María, era natural
que desearan una fórm ula más am plia en que cupieran otras
form as de influencia. Se propuso la expresión “ m ultiplici
in t e r v e n tu " , que podria sign ificar tanto el in flu jo m oral de
intercesión como otros influjos más directos en el orden de
la casualidad eficien te (instrum entalidad intencional o f í ­
sica). Con eso se abriría expresam ente la puerta a todas las
opiniones defendidas por los teólogos. La enm ienda pro­
puesta fue rechazada por la razón de que el texto tenía ca ­
rácter asertivo, y no exclusivo; por lo que la puerta no
quedaba cerrada, aunque el Concilio no la abriera positiva­
mente. Podrán, pues, los teólogos seguir defendiendo con
plena libertad sus diversas posturas, sin apoyarse ni unos ni
otros en la autoridad del Vaticano I I (11).
Las palabras que siguen: “ Por su amor inatcrno cuida
de los hermanos de su H ijo que todavía peregrinan y se
debaten entre peligros y angustias; hasta que sean llevados
a la patria fe liz ” nos indican a un tiem po la raíz y el valor
de la intercesión de M aría. El amor m aterno a unos hijos
que están necesitados y en peligro, es la disposición interna
que mueve y aprem ia al corazón de M aría a interponer sus
súplicas fervientes. Y esa misma caridad— plena, cual co­
rresponde a la plenitud de gracia de M a ría — avalora onto-
(11) C f . M o d i 63 y 64. P r o p o n í a n 37 P a d r e s que se a ñ a d i e r a al t e x t o la f r a s e ;
“ o in n iu m g r a t i a r u m a d m i n i s t r a e t d i s p e n s a t r i x ” . R e s p o n d e la C o m is ió n qu e esta.s
l^alab ras " i m p l i c a n i ... c x u l i c a t i o n e s Ihe ol ot íic as , de qu ib us te x tu s n o n iu d irat"
( M o d o 641.
lúgicaiiicnte esas súplicas, dándolos una efica cia irresisti­
ble (12), Sugestivam ente el texto, en lugar de hijos, dice
"los hermmios de su H i j o ” , con lo que se insinúa que el
amor solicito de M aría a los hombres es sencillam ente la
prolongación o proyección natural de su amor m aterno a
Cristo, su Prim ogénito.
Aquí se patentiza la universalidad de la m ediación res­
pecto a los hombres, beneficiarios de ella: hasta donde se
extiende la caridad m aterna de María, hasta donde alcanza
la fa m ilia de los herm anos de Jesús, y hasta donde llega en
éstos la necesidad y la situación penosa y precaria, hasta
allí llega el cuidado y la solicitud de M aría, y, por tanto, su
intercesión y valim iento. Y en esta herm osa tarea de m e­
dianera Ella seguirá em peñada hasta que todos sus hijos
alcancen la m eta, “ hasta la consumación perfecta de todos
los elegidos” .
Una vez afirm ada la intercesión y señalada su raíz psi­
cológica— la caridad m aterna— , el texto concluye con toda
naturalidad y llaneza; “ Por eso la Bienaventurada Virgen
en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, A u xi­
liadora, Socorro, M ediadora” . Teniendo en cuenta la in te r­
vención de M aría en favor de sus hijos, la Iglesia, con plena
razón y derecho, aclam a a la V irgen con esos dulces a pela­
tivos que designan la solicitud amorosa y la intercesión
constante de la Madre celeste.
Se nos dan cuatro nombres casi equivalentes, escogidos
entre los más frecuentes y tradicionales, como expresión de
la función y de la actividad de M aría en la vida de los
hombres. De los cuatro títulos se ha servido profusam ente
la devoción del pueblo fie l; pero teológicam ente el más in ­
teresante es el últim o, el de M ediadora, que tiene expresión
M21 Cf . M Er .K HL B. i CH , n. 191: A l a s t r u e y . p. 712-781.
o ficia l en la Liturgia, que ha suscitado sólidas exposiciones
y tratados, que ha alcanzado gran relieve en la m ariologia
de nuestro siglo, y logrado unos contornos ideológicos p reci­
sos, que ha entrado en varios documentos m agisteriales de
los papas. Es un titulo con innegable solera teológica, de
que carecen los otros (13).
Pero este título, con su profundo contenido doctrinal,
podria suscitar anim osidad y suspicacias en los herm anos
separados, entusiastas propugnadores del “ Unus M e d ia tor” .
De ahi que las razones ecuménicas aconsejaran cierta m o­
deración en el uso del térm ino. Por otro lado, la piedad de
los fieles parecia exigir que se destacara m ejor su sentido
y alcance.
En el en frentam iento de posturas, al parecer irredu cti­
bles, entre los que pedían una declaración solemne de la
prerrogativa “ M e d ia trix ornnium gra tiarinn” , y los que abo­
gaban por la supresión de la doctrina y especialm ente del
térm ino, surgió esta solución de comprom iso: se aducirá el
título de Mediatrix, pero se le quitaría relieve y garra teo­
lógica, colocándolo entre varios otros tam bién tradicionales,
pero inocuos y poco sospechosos. Y así se elaboró, de hecho,
el texto.
Sin embargo, opino que, a pesar de las m otivaciones ecu-
menistas que intervinieron, y a pesar de la intención de los
teólogos que redactaron el texto, éste sigue dando a la m e­
diación su verdadero relieve teológico y su puesto de p re­
em inencia. Aunque el atributo de Mediadora se ponga el
(13) N o a l c a n z o a r o m p r e n d e r las r e s e r v a s y r e p a r o s que ad u c e R . L a i j i u - n i i n
p a r a a t e n u a r el s i g n i f i c a d o t e o l ó g i c o del c o n c e p t o de M e d i a d o r a : ni las ra/.onos
e n que se p u e d e a p o y a r p a r a a f i i ' i n a r qu e ese t í t u l o t i e n e m e n o s a r r a i g o en la
t r a d i c i ó n Í L a V i e r g e a u C o n c i l c , Pa r ís . 1!)G5, p. 115-124; 1271. Es f á c i l v e r qu e lo.s
t re s a t r i b u i o s a ñ a d i d o s al de M e d i a d o r a s u p o n e n c o m o b a s e o n t o l ó g i c a la ni('-
( li ac ió n y son a s p e c to s p e c u l i a r e s y c o n s e c u e n c i a s de ella. Y es t a m b i é n t á r il vím'
qu e n i n g u n o de e ll o s t ie n e un a p o y o l i t ú r g i c o y t e o l ó g i c o p a r e c i d o al qu e t i e n e lu
m e d ia c ió n .
último de la serie, todo el contexto indica que es el principal,
por lo que varias versiones encabezan con razón el n. 62 con
el ep ígra fe: Mediadora. A la m ediación se refiere la in m e­
diata nueva alusión al “ unus M ed ia tor” , cuya dignidad y
eficacia no debe quedar menoscabada. Y a la m ediación
precisam ente se refieren los documentos pontificios a lega ­
dos en la nota correspondiente. Por otro lado, sólo ese con­
cepto tiene el respaldo de una elaboración doctrinal técnica.
Los otros títulos que form an su cortejo, lejos de deslucir el
sentido teológico de la m ediación, lo abrillantan más bien
expresando algunos m atices y m anifestaciones diversas de
ella.
M aría es Abogada, como desde San Ireneo han afirm ado
muchos Padres y escritores eclesiásticos, como canta la
em otiva invocación de la S a lv e : Eia, ergo, advocata riostra.
Y lo es porque presenta nuestras causas a la atención de
Cristo y de Dios, exponiendo nuestras necesidades y peligros
y apoyando nuestras peticiones con su intercesión poderosí­
sima. Un sentido parecido tiene el título de Patrona.

M aría es Auxiliadora y Socorro, protección, amparo,


ayuda de los hombres, por cuanto atiende con amorosa so­
licitud y con eficaz valim ento a todos los que se ven en
aprietos y dificultades, en riesgos y tentaciones.
Y M aría es Mediadora: es el título fin al que los abarca
y sintetiza todos, añadiéndoles una profunda resonancia
teológica que nos sitúa en el centro mismo de la sig n ifica ­
ción salvifica de María. Como toda la obra redentora de
Cristo se cifra en su actuación de Mediador que restableció
los lazos rotos entre Dios y los hombres por m edio de su
sangre y ahora sigue desde el cielo aplicando y distribu­
yendo los frutos de la salud, así la obra de M aría, tan sin­
gularm ente asociada a su H ijo, se puede cifra r en que, a
una con El pero dependiendo de El, ha sido y sigue siendo
Mediadora. Con este titulo se expresa la actuación salvífica
total de M aría en cuanto asociada a Cristo M ediador y coo­
peradora en su obra con aquella plenitud que insinúa m a g ­
níficam ente la Constitución en el n. 56: “ Abrazando la
voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin im ­
pedim ento de pecado alguno, se consagró totalm ente a si
misma, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de
su H ijo, sirviendo al m isterio de la Redención con El y bajo
El, por la gracia de Dios om nipotente” . Y si el nombre de
M ediadora se aplica a M aría especialm ente por su actual
intervención en el campo de la gracia, indica, no obstante,
la conexión íntim a entre esa actuación siempre presente y
la anterior consumada en el Calvario.
En d efin itiva, el Concilio reconoce solem nem ente el a tri­
buto de M ediadora en M aría, como anhelaba una parte con­
siderable del pueblo cristiano; como tem ían, sin embargo,
algunos doctores católicos, muy sensibles a las repercusio­
nes ecumenistas. Pero ¿cuál es el alcance y el contenido
teológico de ese atributo en la Constitución conciliar? Creo
que no puede ser otro que el que tiene en el sentido del
pueblo fiel, adoctrinado por sus pastores y, sobre todo, por
los Sumos Pontífices. En efecto, al aprobarse sin expresa
restricción un titulo em pleado por la Liturgia, de uso co­
rriente en la devoción popular, estudiado y precisado por
los teólogos, propuesto en documentos pontificios, se aprue­
ba im plícitam ente la doctrina que com únm ente se juzga
encerrada en tal título.
En concreto, nuestro texto aduce en nota, como base
autoritativa, algunos de los documentos en que los últimos
papas han expuesto más claram ente la doctrina de la m e-
(liación, es decir, las encíclicas Adiutricern popiili de
León X I I I , Ad diern illm n de S. Pío X, y Miserentissirnus de
Pío X I, y el m ensaje radiofónico de Pío X I I del 13 de m ayo
de 1946. Es obvio que acudamos a estos documentos para
precisar el alcance que el Concilio quiso dar al titulo de
Mediadora. En todo.s ellos se da a M aría este título, y en
todos ellos se habla del inmenso poder y eficacia de su v a ­
lim iento en la distribución o aplicación de los bienes salví-
l'icos; en ninguno se insinúa que la m ediación de María,
supuesta la necesaria dependencia respecto de la de Cristo,
sea lim itada o restringida; y en alguno de ellos, singu lar­
mente en el de San Pío X , se dice expresam ente que es
universal.
He aquí lo más sustancial de los textos alegad os:

A d iu tric e rn p o p u li: “ N am inde (desde el cielo), divino consilio,


sic illa caepit advigilare Ecclesiae, sic nobis adesse et favere
mater. ut quae sacram enti humanae redem ptionis patrandi ad­
ministra fuerat, eadem gratiae ex illo in omne tempus derivan-
dae esset parlter adm inistra, permissa el paene immensa potes-
tate... H inc rectissime delata ei in om ni gente omnique ritu
ampia praeconia, su ffragio crescentia saeculorum : inter multa,
ipsam d o m in a m n o s tra m , m e d ia tr ic e m n a s tra m ... ipsam d o n o -
r u v i D e i esse c o n c ilia t r ic e m " (14).

A d d icrn illu n i: “ Ex hac auLem M arlain inter et Cliristum


com munione dolorum ac voluntatis, prom eruit illa ut reparati'ix
perditi orbis dignissim e fieret, atque ideo universorum mune-
rum dispensatrix, quae nobis lesus nece et sanguine compara-
vit... P ro ea. quam diximus, dolorum atque aerumnarum M atris
cum F ilio communione, hoc V irgin i augustae datum est, ut sit
to tiu s te r r a r u m orb is p o te n tis s im a ap7id U n ig e n itu m F ili u m
s u in n m e d ia tr ix et c o n c ilia t r ix ” (15).
M is e r e n tls s iim is : "Cuius Nos confisi apud Christum depreca-
tione qui unus cum sit M e d ia to r D e i et h o m in u m ( I Tim . 2. 5>

(1-1) C f. H. M\RÍW, D n c v m e n l n s m n r i a n o s . M a d r i d . B. A. C.. 1954. n. 427.


iLf)» C l . H. M a r í n , ib., a. 488. L a i t U i i n a l 'i ' us e . s ul ^ r a y a c l a e s t a I o u u u Ul
(‘ t r a íle P í o I X . B u l a I n c j f a b i l i s .
suam sibi M atrem adsciscere voluit peccatorum advocataiii, gra-
tiaeque m inistram ac m ediatricem ” (16\
Bendito scja o S c iih o r : “ ...E com o Senhor seja bendita Aqucla
que E le constituiu M ae de misericordia, R ainh a r Advogada nos-
sa amorosissima, M edianeira de suas gracas, Diapenaadora dos
spus tesou ros!” (17).

Me parece suficiente la lectura de estos textos para


ver: lo poco sospechoso que es para el m agisterio de la
Iglesia el titulo de M ediadora; lo profundam ente arraigada
que está la doctrina de la m ediación en la teología do la
asociación de M aria a la obra redentora; lo universal que
es en su extensión la intervención m edianera de la Virgen.
Universorum m unerum dispensatrix la llam a S. Pío X . Y
Pió X I I en el citado radiom ensaje dice que M aria es Reina
del universo por gracia, por Cristo, con Cristo y subordina­
dam ente a Cristo... “ E o seu reino é vasto como o de seu
Filho e Deus, pois que de seu dom inio nada se exclue” (18).
Varios otros documentos pontificios podríam os alegar,
mas ello excederla el ám bito de este trabajo (19). U nica­
m ente quiero notar que algunos, como la encíclica Octobri
mense de León X I I I , insisten con tal fuerza en la u niver­
salidad de la intervención de Maria, que la expresan con
fórm ulas exclusivas;

"E x qiio luin minus vere propricqiie a líirm a rc licel, iiiliil pror-
■su.s d r ijerniagno illo om iiis gratiae thesauro, queiii aU u lit Domi-
nus..., nihil nobis, nisi per M ariam. Deo sic volente, im prrti-
r i" (20).

(16) Cf. H. M a i i í n . ib., n. (iüS.


Im C f. H. M,^iUN. ib.. II. 7:!4-
(18) Cf. H. M a r í n , ib., n. r. i l .
i l 9i Pueden vei'se v a r i o s d on u n ei it o. s il ic in s rofog uio :- po r A. I^u is \
M. GM{KiiKi. en S a n c t a M a r i a K c c l c s i a c M o l e r . 55-59; r>()-(>:i Tanil)i(>n acon in añ it hí i
al os qu en ui p r i m e r o D o H. Virí>inc una d o c u n i c n l a c i ó n b a s t a n t e cojMo.sa; S c h r i n a
C o i i s d t . , p. 2:^-2(j 1109-1121. C f. A i . A S T i u n : Y , p. (Í29-631 ; R o iu ci i A i n ) . en M a r i o l o q i a
t J . li. C u r o l ) . M a d r i d . 1064. p. 807-H14.
(20) C f. H. M a r í n , n. 376.
Opino que la mera inserción del título de M ediadora en
( I contexto doctrinal de la Constitución Liunen G entium
(■(III referencia expresa al sentir de la Iglesia y a documen­
tos tan claros del M agisterio, lleva im plícita la afirm ación
del alcance universal de la actuación m edianera de Maria.
I’ iies, salvo m eliori iudicio, no entiendo cómo el atributo de
Mediadora reconocido por el Concilio pueda desligarse del
■sí-ntido que tiene en la Liturgia, en la teología común, en el
•sentido del pueblo cristiano y en los documentos de los p a ­
pas. Aunque los que elaboraron el texto no pretendieran
afirm arla y evitaran adrede la expresión ovin iu m gra tia -
rinn, de hecho dejaron afirm ada la doctrina tradicional
sobre la m ediación celeste de la Virgen, que podría expre­
sarse en esta fórm u la: ‘^Todas las gracias nos vienen por
Maria, por obra de su m aternal intercesión” .
Por otro lado, el mismo contexto doctrinal en que se
inserta el título insinúa de algún modo la extensión u ni­
versal de la mediación, ya que considera a ésta como una
función de la m aternidad espiritual y como una derivación
connatural de la asociación a la redención; y siendo así,
parece lógico que la actuación m edianera se extienda tanto
cuanto la misma redención.
La universalidad así afirm ada no excluye necesaria­
m ente toda salvedad, pero la salvedad no puede suponerse;
ha de probarse en cada caso.
El deseo de evitar cualquier escrúpulo o falsa concep­
ción hizo que junto al título de M ediadora el Concilio aña­
diera nuevam ente una precisión teológica: “ Lo cual, sin
embargo, se entiende de m anera que nada quite ni agregue
a la dignidad y eficacia de Cristo, único Mediador. Porque
ninguna criatura puede connumerarse jam ás con el Verbo
encarnado y R edentor” . No dándose hom ogeneidad entre
la m ediación de Cristo y la de M aría, ésta no puede sum ar­
se ni restarse de aquélla, como anteriorm ente se había
indicado. Aquí el texto introduce dos bellas analogías para
explicar cómo no hay contradicción entre la realidad del
Mediador Unico y la realidad de María Mediadora: la m e­
diación de M aría es una participación analógica de la de
C risto;

"N u lla enim crealu ra cum Verbo IncarnaLo ac Redem ptore


connum erari unquain p o te s t; sed sicut sacerdotium C hristi va-
riis modis tum a ministris, tum a íid e li populo participatur, et
sicut una bonitas D el in creaturis modis dlversis realiter d iífun-
ditur, ita etiam única m ediatio Redem ptoris non excludit, sed
suscitat variam apud creaturas participatam px único íon te co-
operationem ” .

La unicidad de la función m ediadora de Cristo excluye


toda otra m ediación en su mismo plano o nivel, toda m u lti­
plicidad unívoca, toda conjunción que añada algo externo;
no excluye una participación de grado in ferior que depen­
da integram ente de aquella que es y sigue siendo causa
única y universal en su orden. Esta participación es fruto
y m anifestación de la eficacia salvífíca y m edianera de
Cristo: fruto o desbordam iento “ suscitado" por la acción de
Cristo, y no añadido de fuera.

Hemos de agradecer al Concilio esta explicación lum ino­


sa, apta para el diálogo ecuménico porque no sólo da razón
de la intervención salvifica de M aría, sino tam bién de toda
la m ediación de la Iglesia en la obra de la salvación del
mundo. Supuesta la participación analógica, no hay d ifi­
cultad en adm itir diversos grados y form as de mediación,
como hay una escala inmensa de grados de bondad y de
belleza en las criaturas. Esta exposición conciliar nos invita
;i superar las im aginaciones y a evitar las expresiones que
tengan sabor de univocidad, al tratar de la doctrina de la
mediación m ariana.
El n. 62 concluye m anifestando la profesión explícita
(|\;e hace la Iglesia de esa función singular de M aria: p ro­
fesión no m eram ente teórica sino práctica y en algún modo
rxperim ental y vivencial, que mueve a la Iglesia misma a
iccom endarla con calor a los fieles:

“ T a le autem munus subordinatum M ariae Ecclesia p rofiteri


non cJubltat, iugiter experitur et fidelium cordi commendat, ut
hoc m aterno fuJti praesidio M ediatori ac S a lva lori intimius ad-
haereant” .

La Iglesia no tem e profesar la intervención salvifica de


Maria en el pasado ni el presente. Es más, “ la experim en­
ta sin cesar” . ¿De qué form a? No creo que quiera el texto
iiludir precisam ente a una experiencia sensible (com o se ha
(lado con frecuencia en la historia de la Iglesia, y en nues-
Ini época, en Lourdes y Fátim a, por ejem p lo); pero, sin
( xi'luir m anifestaciones de este orden, esas palabras se
II'rieren sin duda a una vivencia de fe que muestra a la
Iglesia (y a los fieles que más viven de su espíritu) la p re­
sencia siempre activa y solícita de la M adre celeste en todas
hi.s necesidades, angustias y peligros de sus hijos.
Consciente de esa continua solicitud m aternal de María,
la Iglesia recom ienda a los fieles, “ al corazón de los fieles”
que debería conm overse profundam ente por la siempre
crrcana generosidad de tal M adre— el recurso continuo a
l;is bondades y a los cuidados de la poderosa Medianera,
Ahogada y Protectora.
Mas el acudir a M aria no distanciará a los fieles de
Cristo, ni ontológica ni psicológicam eente; al revés, hará
precisam ente “ que se unan con m ayor intim idad a Cristo
M ediador y S alvador” . M aria será el cam ino más directo
y más corto para que los hombres se lleguen a Cristo, p o r­
que todo el ser de Ella está ontológica y vitalm ente ordenado
al Salvador, de quien recibe su gracia de Madre y M edian e­
ra. Este es el sentido profundo del conocido axiom a cristia ­
no: Ad lesinn per Mariavi.
A hi tenemos la doctrina del n. 62. Bella, precisa, lum ino­
sa y amplia, aun dentro del m arco un poco estrecho en el
que ciertas preocupaciones teológicas quisieron encerrarla.
Podríam os decir que el contenido ob jetivo de la verdad cris­
tiana de la m ediación hace, en cierto modo, saltar los m ol­
des en que se la intentó verter. En otras palabras, el alcance
im plícito de la doctrina va mucho más allá de lo que las fó r ­
mulas— acaso un poco tím idas— expresan a prim era vista.
En el n. 62 nos queda dicho todo lo sustancial respecto
a la mediación. Pero en los números siguientes se nos dan
algunas otras afirm aciones que vienen a com pletar e ilu m i­
nar lo aquí expuesto.

N. C¡3: María, tipo de la Iglesia por su maternidad inrginal.

Después de hablar del in f lu jo o eficien cia de M aría sobre


las almas, el Concilio pone de relieve su ejemplaridad res­
pecto de la Iglesia. En esto tenemos otra clase de m ediación
ejercida por la V irgen : la m ediación propia de un ideal
prototipico que sirve de estimulo y aliciente en la prosecu­
ción de la perfección, en el acercam iento m oral a lo Absolu­
to. El ejem i)lar eterno de la Iglesia hay que buscarlo en la
comunidad do amor, de dicha y de fecundidad que form an
l;i.s tres Personas divinas; pero el m odelo creado que retrata
perfectam ente en la tierra la comunión con Dios y la fe ­
cundidad espiritual es María.

"D eipara est Ecclesiae typus... in ordine scUicet fidei, caritatis


et perfeclae cum Christo unionis. In m ysterio enlm Ecclesiae.
quae et ipsa iure m ater vocatur et virgo. B eata V irgo M aria
praecessit, em inenter et singulariter tum virginis tum matris
exem plar praebens. Credens enim et obediens ipsum P iliu m Pa-
tris in terris genuit. . Piliu m autem peperit, quem Deus posuit
prim ogenitum in multis fratribus (Rom . 8, 29), fidelibus nempe,
ad quos gignendos et educandos m aterno amore cooperatur".

El m isterio de la Iglesia, santa y virgin a l por su adhesión


a Dios, prolifica por su acción santificadora y vivifica n te
en las almas, reproduce analógicam ente, en una escala in ­
ferior, el m isterio de M aria M adre V irgen del H ijo de Dios.
Llena de gracia, llena de fe y de caridad, siempre obediente
a los designios del cielo, M aría es m odelo perfecto y sobre­
em inente de santidad, de pureza, de total unión a Dios. Y
engendrando y dando a luz al Salvador, al Prim ogénito, es
el arquetipo inalcanzable de toda fecundidad espiritual.

M aria es el ideal señero y trascendente que la Iglesia


tiene ante sus ojos para realizar su propia obra; m irando
a María, “ contem plando su arcana santidad e im itando su
caridad... tam bién ella— la Iglesia — se hace M adre... Y
tam bién ella es virg en ” (n. 64). Por eso los fieles que in ­
tentan santificarse “ levantan sus ojos hacia M a ría ” ; m edi­
tando sobre Ella, la Iglesia “ se va asem ejando más y más a
su Esposo” , y fija n d o en Ella su m irada, procura im itar su
afecto m aterno cuando por la acción apostólica coopera en
la regeneración de los hombres (n. 65).

Esta m ediación de ejem plaridad viene a ser el com ple­


m entó ontológico y psicológico de la m ediación de eficiencia
antes señalada: ambas a dos son constitutivo de la m ater­
nidad espiritual. La gracia que se nos comunica, se nos da
en dependencia vita l de M aria y nos configu ra con E lla; y,
por otro lado, nuestro deseo de acercarnos a Ella, de p a rti­
cipar de su excelsa bondad y belleza, nos lleva a tender a la
plenitud de nuestro ser de gracia. M aría glorifica d a en los
cielos es a un tiem po “ im agen y principio de la Ig lesia ” en
su estado triu nfante, y luz y consuelo “ para el Pueblo de Dios
que peregrin a” (n. 68)..

Respecto a la influencia típica de M aria sobre la Iglesia


y sobre cada uno de los fieles no hay dificultades. Una cosa,
sin embargo, podemos notar acerca de la m aternidad con
que la Iglesia im ita a M aría: es claro que por la m aternidad
divina M aria transciende in fin itam en te a la Iglesia, que de
ningún modo es m adre de Jesús en sentido propio. L a m a­
ternidad de M aria eleva a Esta al orden hipostático; la de
la Iglesia se sitúa en el plano ordinario de la gracia. T a m ­
bién la m aternidad espiritual de M aria im plica un género
de actuación im p a rticip a b le: la asociación singular a Cristo
en el hecho mismo de la Redención (21). Respecto a la a p li­
cación de los frutos de salvación, M aría y la Iglesia son
m adres; y se da entre ambas m aternidades una analogía
propia, por su intervención conjunta en la regeneración
actual de los hombres. De M aria se nos dice en el número
que comentamos que “ coopera con m aterno amor a la gen e­
ración y educación de los fieles” . De la Iglesia se nos dice

i21i E s Útil n o t a r , p a r a e v i t a r un eq uivor.o f á c i l en lu t e n d e n c i a '‘e c l e s i o t i p i c a ” ,


qu e M a r i a es pJ’e c i s a m e n t e t i p o de l a I g l e s i a en a q u e ll a s co sas e n que lu t r a s c ie n d e ,
c o m o h a t)b s e r v a d o c o n a c i e r t o A i . d a m a . S á n e l a M a r i a , E c d e s i a M a t c r . p. 41 ;
“ Huec p r a e c is e . in q u i b u s B. V i r g o i n v e n i t u r t r a n s c o n c l e r e EcclCí^iafii, oa sunt.
qu ib u s ip.sa v e r e c o n s t i t u i t u r t y p u s E c c l e si a e . Q u a s i hcilicet ea. q u a e a B. V i r g i n e
l i u n t in o r d i n e h y p o s t a t i c o . t y p u s s i n t e o r ii m , q u a e a b E c c lc s l a f i u n t in o r d in e
y r a t i a e . qui illlus o r d i n i s extcn.sio es t e t v e r e a n t i t y p u s ”
|)Gco más abajo que por ella debe nacer y crecer también
Cristo “ en los corazones de los fie les” y que, por su misión
;ipostólica, coopera “ para regenerar a los hom bres” (n. 65).
La Iglesia, pues, im ita a M aría en cuanto es M ediadora
(l(,‘ las gracias. Y, por consiguiente, la debe im itar en la dis­
posición psicológica de donde dim ana una actuación m isio-
iK'ra solicita y efica z: M aría “ coopera con m aterno am or”
(n. 63); la Iglesia, y todos los fieles que tienen parte en el
ministerio apostólico, deben estar animados de un “ afecto
iiiatíMno” sem ejante (n. 65) (22).

N. 69: Recurso de la Iglesia a la mediación de María.

La últim a parte de la Constitución (capítulos IV y V)


I rata del culto que la Iglesia rinde a la V irgen y de la espe-
i;iii/,a que en Ella pone. Aquí se nos vuelve a presentar la
iiK'diación, pero no ya de m anera directa, sino en la conse-
l ut'ncia que de ella brota inm ediatam ente para nosotros. Sí
Min ia es nuestra Abogada y M edianera, es obvio que recu­
rramos a su auxilio, que solicitem os confiadam ente su po-
ilcrosa intercesión en nuestras necesidades continuas. El
recurso y la invocación suponen como base la eficacia m e-
(iiiidora de María, y son el reconocim iento práctico y oblí-
Kiulo de esa verdad teológica. Así, por una parte, el culto
I r:idicíonal dado a M aría, culto en el que la invocación tiene
i'.'.'.n " Q u a e V i r g o in sua v i t a e x e m p l u m e x s t i t i t m a t e r n i illiiis at'l'ectus, q uo
. i i n r h III niis s io ne a p o s t ó l i c a E c c le s ia e c o o p e r a n t e s ad re g e n e ra n c io s h o n ii n e s ani-
iH.'iiiui- o p o r t e t " . E l t e x t o se r e f i e r e al e j e m p l o d a d o p o r la V i r g e n e n s 7l v id a tc -
po r q u e e l a f e c t o m a t e r n o q u e a c t u a l m e n t e b r o t a de su c o r a z ó n g l o r i f i c a d o
tn* r\ lina r e a l i d a d de o r d e n e x p e r i m e n t a l , y p o r q u e la s i t u a c i ó n e n qu e se h a l l a
• I ii|mV,(i)1 de h o y se a s e m e j a a a q u e l l a en qu e e s t u v o M a r i a m i e n t r a s f u e v i a d o r a .
V nn u a q u e l l a en q u e v i v e c o m o c o m p r e n s o r a . — El h e r m o s o p á r r a f o so b re el
..pn-.i uiiiiio que c i e r r a el n. 65 se debe a la i n t e r v e n c i ó n del C a r d e n a l Sue nens.
í I r< i i i t s e. incn da tiis..., p. 24. A l g u i e n o b j e t ó qu e el " a f e c t o m a t e r n o ” no p a r e c í a
Miiiv p n i p i o p a r u v a r o n e s ; m a s la c o m i s i ó n Ví-cordó el t e x t o (ie Sa n Pul)lo, G a ! . 4.
iti \huli. p. 19.
tanto relieve, es m anifestación de la creencia en la m edia­
ción m ariana; y, por otra parte, la creencia en este con te­
nido del m isterio m ariano exige que el culto dado a la
M adre de Dios revista, entre otras, la form a de un recurso
confiado a Aquélla que es Madre, Abogada, Protectora y
M ediadora nuestra.
En el n. 66 el Concilio nos dice, con alusión expresa a la
bella y antiquísim a fórm ula de deprecación m ariana que es el
el Sub tuiim praesidium, que al amparo de la V irgen se
vienen acogiendo los fieles de todas las generaciones en sus
peligros y necesidades, contando con el poderoso socorro
de la M adre de Dios: “ sub cuius praesidium fideles in cunc-
tis periculis et necessitatibus suis deprecantes confu giunt” .
El breve n. 68 presenta a M aría glorifica d a como im agen
y comienzo de la Iglesia triu nfante, pero tam bién como es­
peranza y consuelo de la Iglesia peregrina y m ilita n te; “ Ita
his in terris, quoadusque advenerit dies Domini, tamquam
signum certae spei et solatii pregrinanti Populo Dei praelu-
ce t” . Se habla aquí directam ente de una función de ejem -
plaridad, pero me parece que el tenor de la frase rebasa el
concepto de influencia ejem plar o típica y envuelve va g a ­
m ente la idea de alguna intervención activa. Porque en el
uso corriente las expresiones esperanza y consuelo llevan
asociado el sentido de ayuda, apoyo, protección. Y M aría
derram a la luz de la esperanza y el gozo del consuelo sobre
sus hijos del destierro, no sólo como ideal espléndido de
santidad y como portento de gloria, sino tam bién— y más
aún— como M adre que anim a y ayuda con su poderoso so­
corro, con su eficacísim o valim iento.
Y el n. 69 cierra con broche de oro la Constitución p i
diendo a todos los fieles que encom ienden a la celestial M e ­
dianera la gran empresa de la Iglesia; la integración del
I', enero humano en la unidad del Pueblo de Dios para gloria
(le la Trinidad.

"U n iversi chrisUfideles supplicaUones inslanU's ad M alrem Dci


et M atrein hominuin eííundan l, ul Ipsa, quae p iim itiis Ecclesiar
precibus suis adstilit. nunc quoque in cáelo super omnes beatos
el angelos exaltata, in omnium Sanctorum Communionp aijud
Piliu m suum intercedat, doñee cunctae íam iliae populorum, sive
christiano nomine decorantur, sive quae Salvatorem suum adliuc
ignorant, cum pace et concordia in unum Populum D el feliciter
congregentur, ad gloriara Sanctissim ae el individuae T r in ila lis ” .

Este párrafo (que sustituye, recogiendo su contenido


sustancial, un texto anterior más am plio dedicado a La
Santísima Virgen y la unidad) (23), después de m ostrar el
gozo del Concilio por el honor tributado a M aría por los
hermanos separados y más especialm ente por los Orientales,
exhorta a los fieles todos a acudir con súplicas insistentes
a la Madre de Dios y Madre de los hombres. Esta doble m a ­
ternidad es el título prim ordial invocado por la Iglesia para
iundar su recurso a la Virgen. El objeto de las súplicas es
la asistencia y protección de esa Madre en la realización
del Reino de Dios, en la congregación de todos los hombres
(>n el único Pueblo de Dios. La Iglesia pone en las manos de
María y confia a su corazón m aternal la propia obra, toda
la tarea de salvación universal que pesa sobre ella. María,
la intercesora que atendió solicita a la Iglesia cuando daba
sus primeros pasos, ahora desde su trono de gloria no d e ja ­
rá de interceder por ella para que alcance su plenitud sal-
vifica y glorificad ora de Dios.
La m ediación celeste de M aría viene aquí precisada por
dos m atices o m odalidades no señalados anteriorm ente: es
(2 3 ' S c fie m a C o n .s tilu t io n is de B. M. V. 1963. n. (i |M a r í a Sanrfás.sinia F a u l r i x
uni t n M s c h r i s t i u n a e | . E n Ui r e d a c c i ó n .si^uicnlc, íic h c in a C o i i s t i t u l i o n í s d e I C c c lc s ia r ,
li)G4, n. 52 I D e B e a t a V i r g i n e e l Un il -u le j.
una m ediación que se ejerce “ en la Comunión de todos los
Santos” , y una m ediación de M aria “ ante su H ijo ” . L a p ri­
m era indicación parece querer explicitar que la in terven ­
ción de la V irgen se inserta dentro de la m últiple influencia
que la comunidad celeste irradia sobre la comunidad pere­
grinante. M aria, lo m ejor y más santo de la Iglesia, no está
al m argen de la comunión de los santos, sino que, bajo Cris­
to, la preside y la enriquece con sus dones eximios y con su
efica cia inigualable.
La otra indicación, “ apud F iliu m ” , revela de m anera con­
creta la esencial dependencia en que se halla la m ediación
intercesora de M aría respecto de la de Cristo, y pone de
relieve una form alidad o aspecto peculiar de la m ediación
m ariana a que hacen referen cia muchos documentos de la
tradición católica. Pió I X llam ó a M aría “ potentissim a apud
U nigenitum suum M ediatrix ac C on ciliatrix” ; y León X I I I ,
“ ad M ediatorem M ed ia trix” (24). M aría es m edianera ante
Dios y lo es ante Cristo: ante Dios, como socia de Cristo
R edentor; ante Cristo, como M adre del mismo que con
amoroso empeño acerca las almas a El y les procura el
favor de El con ruegos irresistibles. No son dos in terven ­
ciones distintas, sino una misma con dos virtualidades, que
responden al doble papel de M adre y de Esposa o socia que
M aria ejerce para con Cristo Redentor.
A l m argen ya de la Constitución Lum en Gentiurn, pero
intim am ente vinculado con ella, el discurso de Pablo V I en
la sesión de clausura de la tercera etapa conciliar, toca
tam bién el tem a de la m ediación m ariana en algunos as­
pectos interesantes;

a) El Papa expresa su gratitu d a la M adre de la Iglesia

(2 4 ) H. M a r ín , n. 30ü, 444. C f, P í o X , ib., n. 488.


“ por la amorosa asistencia que nos ha prodigado durante
este últim o periodo con ciliar” (25);

b) eleva a ella la m irada “ con ánim o lleno de confianza


y amor filia l” , porque “ ella, que nos dio con Cristo la fuente
de la gracia, no dejará de socorrer a la Iglesia... que se em ­
peña con nuevos ánimos en su m isión de salvación” (26);

c) ensalza la proxim idad de M aría a los hombres, sus


hermanos, y ve en Ella el espejo de todas las virtudes ev a n ­
gélicas, el m odelo perfecto al que la Iglesia se ha de ir ase­
m ejando en su vida y obras para adherirse plenam ente a
Cristo (27);

d) recordando la consagración de Pío X I I , pretende


“ confiar a los cuidados de la M adre celestial toda la fa m ilia
humana, con sus problemas y sus afanes, con sus legítim as
aspiraciones y ardientes esperanzas” ; y le dirige una fe r ­
viente invocación recom endando a su Corazón la Iglesia y
el mundo entero: “ Acuérdate de todos tus h ijos; avala sus
preces ante D ios...” “ Intercede ante tu H ijo U nigénito, M e­
diador de nuestra reconciliación con el P a d re...” (28);

e) recalca con claridad que M aría es del todo relativa


a Cristo, “ único M ediador y R edentor nuestro” , y que la de­
voción a Ella, “ lejos de ser un fin en sí misma, es un m edio
esencialm ente ordenado a orientar las almas hacia Cristo,
y de esta form a unirlas al Padre, en el amor del Espíritu
Santo” (29);

í) term ina anhelando que de toda la Iglesia se alce a


Dios “ un majestuoso him no de alabanza y agradecim iento” ,
f25) C o n c i l i o V a t i c a n o I I , B . A . C .. M a n a . M a d r e de la ig l e s i a , p. 787-796, n . 32.
(2 6 ) Ib ., n . 28.
(2 7 ) C f. ib ., n. 29 y 32.
('J8I //)., n. 3-1. 35. ^8, 41.
c ’ in I h.. n. 3:^.
porque “ grandes cosas ha obrado el Señor por medio tuyo,
clem ente, piadosa y dulce V irgen M a ría ” (30).

S ín t e s is y c o n c l u s ió n

Tras la breve explanación y análisis de los puntos re fe ­


rentes a la m ediación, podemos recoger en síntesis la apor­
tación del Concilio acerca de esta doctrina.

1." El títu lo : Queda solem nem ente confirm ado y consa­


grado el titulo de Mediadora, aunque no con el relieve y
plenitud que deseaban sus promotores. Y este título se con­
sagra a sabiendas y a pesar de las dificultades que entraña
para los herm anos separados, y de las reservas m an ifesta ­
das por algunos teólogos.— No se consagra, en cambio, la
expresión plena “ M e d ia trix om n iu m gra tiariun” anhelada
por muchos.

2." La realidad del hecho es clara y expresam ente a fir ­


m ada: M aría interviene en la concesión de los bienes salvi-
ficos a los hombres (n. 62; cf. n. 69).

3." La naturaleza de la m ediación: a) en su aspecto


genérico es una influencia ejercida por M aría en la conce­
sión de la gracia a los hom bres; influencia que se sitúa en
un plano singular, esencialm ente in ferior y subordinado al
de la intervención de Cristo, Unico Mediador, de la cual se
deriva como participación analógica (n. 60 y 62); y esen­
cialm ente superior al plano de todas las demás m ediaciones
realizadas por las criaturas, por basarse en la dignidad
única y en la misión del todo singular de la Madre de Dios
y generosa colaboradora del R edentor (cf. n. 61 y 66).
Iliül Ib ., n. 43.
b) en su d eten nm ación más especifica, la actuación
m edianera de M aria se define como una “ intercesión m ú lti­
p le” o m ultiform e que nos alcanza “ los dones de la eterna
salvación” (n. 62; cf. n. 69). M aria con el in flu jo m oral de
su oración atrae sobre las almas los beneficios de la gracia
redentora. ¿Hay además otras form as de influjo, alguna
clase de eficien cia fisica? El Concilio no lo excluye, pero n a­
da afirm a a ese respecto. Si expresa, en cambio, la Consti­
tución una influencia en el orden de la causalidad ejem plar
que se entrelaza con la acción intercesora y la com pleta: la
V irgen es “ tipo de la Ig lesia ” , m odelo esplendoroso de p er­
fección cristiana, que arrastra en pos de si los corazones
hacia Cristo (n. 63-65).

4." El alcance o extensión de la M ediación m ariana:


a) respecto a los sujetos que se benefician de ella, es u n i­
versal: llega a todos los hombres, pues todos son “ hermanos
de su H i]o ” y por ello se ven envueltos en su caridad m a ­
terna; de ahi que perdure sin cesar “ hasta la consumación
d efin itiva de todos los elegidos" (n. 62);

b) respecto al objeto, es decir, a la gracia, no se señala


expresam ente hasta dónde alcance la intervención de M a ­
ría, pero razones de peso parecen requerir que el texto con­
ciliar haya de entenderse en el sentido de una m ediación
universal: M aria m edianera de todas las gracias. En efecto:

1. Se dice que Ella nos alcanza “ los dones salvificos” ,


sin restricción (n. 62);

2. se alude al sentir de la Iglesia, que invoca a M aria


con los títulos de Abogada, Auxiliadora, M ediadora
(n. 62); y el sentir de la Iglesia— expresado en la m is­
m a L itu rg ia — da a esas expresiones extensión u ni­
versal ;

3. se hace referencia a algunos documentos pontificios


que hablan expresam ente de m ediación universal
(señaladam ente la Ad diem illum de S. Pió X ) (n. 62,
nota 16);

4. se aduce la m ediación como función do la m atern i­


dad espiritual: “ esta m aternidad de M aría en la
econom ía déla gracia, perdura sin cesar...” (n. 62);
por tanto, si a todo el orden de la gracia se extiende
la m aternidad, a todo él parece se ha de extender la
mediación. ¿Qué m otivo puede haber para restringir
la intervención m edianera de M aría en la aplicación
de la gracia, cuando Ella estuvo tan intim am ente
asociada al Redentor en la adquisición de la misma,
“ sirviendo al m isterio de la Redención, con El y
bajo E l” ? (n. 56).

5.” Los fundamentos teológicos a los que, en form a más


o menos expresa, recurre el Concilio son: a) el titulo de
M ediadora utilizado por la Iglesia (n. 62); b) la m atern i­
dad espiritual, de la cual la m ediación es una función p a r­
ticular (n. 62); c) la corredención, que halla su com ple­
m ento y natural continuación en la m ediación actual
incesante (n. 56, 61, 62); d) la caridad m aterna que mueve
constantem ente a M aría a m irar por sus hijos desterrados
“ que se debaten entre peligros y angustias, hasta que sean
llevados a la patria fe liz ” (n. 62; cf. 63 y 65); delicadam ente
se insinúa que este amor m aterno de M aría a los hombres
es fru to y prolongación del am or a Cristo su Prim ogén ito
(n. 62, 63 y 65).
6." Una consecuencia para el culto m ariano: de la e f i ­
cacia m ediadora de M aría se deriva el deber de los fieles
todos de reconocer con gratitu d dicha intervención m a ter­
nal y de recurrir a Ella con filia l confianza, ya para a lcan ­
zar la plena adhesión personal a Cristo, ya para obtener la
plena dilatación de la Iglesia (n. 62, 67 y 69). Otra conse­
cuencia, que m ira particularm ente a los que se dedican al
apostolado, es que deben im itar el ejem plo del afecto m a­
terno con que M aría “ coopera a la generación y educación”
de los fíeles (n. 63 y 65).

7.' La lim itación teológica elem ental, en que insiste el


documento conciliar es que la m ediación de M aría “ no os­
curece ni menoscaba la única m ediación de C risto” , por
estar esencialm ente supeditada a ésta y ser una p a rticip a ­
ción analógica de la misma, que no im pide la unión in m e­
diata de los fíeles con Cristo sino que la fom enta (n. 60 y 62;
cfr. 66 y 69). La m ediación de M aría es una m ediación su­
bordinada.

Esto es lo que el Concilio nos deja acerca de la m edia­


ción celeste de M aría. ¿Es poco? ¿Es mucho?... Depende
del punto de m ira donde nos situemos.
Desde el torreón alzado por los deseos fervien tes de m u­
chos hijos de M aría empeñados en lograr una proclam ación
plenaria y d efin itiva de esa prerrogativa, la enseñanza con­
ciliar se ha quedado corta: se reduce a un program a m í­
nimo, im prescindible para que no quedara m anca o com ­
prom etida la profesión de fe de la Iglesia.
M irada, en cambio, desde el observatorio conciliar donde
se registraban con precisión las corrientes ecuménicas y las
reacciones por ellas ocasionadas en un sector im portante de
la teología católica, la aportación del capitulo 8 no es tan
escasa ni tan desvaida como pudiera parecer a un lector
superficial. Teniendo en cuenta el condicionam iento con­
creto y la orientación del Vaticano II, creo se puede afirm ar
que su doctrina sobre la m ediación sin gn ifica un logro po­
sitivo no despreciable, como se desprende de la modesta ex­
posición que he intentado.

Hemos de agradecer al Concilio que haya sancionado


con su autoridad lo esencial sobre un tem a ciertam ente
tradicional, mas no exento de dificultades teológicas. Que
no sólo no haya cerrado puerta alguna, sino que haya abier­
to, siquiera tim ida y parcam ente, un cam ino seguro para
la elucidación de este aspecto tan im portante del m isterio
m ariano. Que haya proclam ado expresa y oficialm ente una
doctrina que, según el sentir de buenos teólogos, pertenecía
ya a la fe por el m agisterio ordinario de la Iglesia (31). Y
que haya insertado esa proclam ación en un contexto teoló­
gico en el que la doctrina alcanza un contenido que rebasa
la significación de las fórm ulas. Podemos regocijarnos de
que en “ el him no incom parable de alabanza en honor de
M a ría ” tejido por el Vaticano I I (32), figu re la estrofa rela ­
tiva a la intervención celestial de la M adre de la Iglesia,
de la clem ente, piadosa y dulce V irgen María.

(31) C f. A l. DAMA. M a r i a U m i a , n. 195; Mkhki:i.jíac'm. n. líJü; U oi ji ci ia ii d . en Ma-


rialogia ( C a r o l ) . p. 818. 82H.
(3 2 ) PA13L0 V I. d is c u rs o c ita d o , n. 2U.
VAÍ.OR TEOLOGICO D E LA
PROCI.AMACION D E MARIA
M ADRE DE LA IG LESIA .
V A L O R TEOLOGICO DE L A PR O C LA M A C IO N
DE M A R IA MADRE DE L A IGLESIA

por B ernardo M o n se g ú , C. P.

S ig n if ic a d o de l a p r o c l a m a c ió n de P a b lo VI

Creo que hoy más que nunca es oportuno y hasta nece­


sario recordar a los fieles, entre los cuales pongo n a tu ral­
m ente y con doblado m otivo a los teólogos, la im portancia
capital que para toda labor auténticam ente teológica tiene
el m agisterio, sobre todo el m agisterio pontificio.
Por muy teólogo que uno se sienta, no debe olvidar nun­
ca que no hay seguro cam ino en teología si no es partiendo
de las enseñanzas del M agisterio y poniéndose a cada paso
en confrontación con él. Y a suplir esta seguridad no bastan
ni el mucho conocim iento de la Escritura ni el mucho cono­
cim iento de la Tradición o de los documentos históricos
testificativos de la misma. Por la sencilla razón, de que
sólo el M agisterio nos da la garantía católica de nuestra
ciencia teológica, aún de esa que dice fundarse en la Escri-
ra o en los Padres.
He dicho que hoy más que nunca conviene recordar esto,
porque salta a ojos vistas la necesidad que de ello tenemos.
Quien siga de cerca la labor teológica de estos últimos tiem ­
pos, la que muchos teólogos han llevado a cabo con obras
fundam entales, ya de sentido positivo ya especulativo, cen­
tradas prevalentem ente sobre el estudio de las fuentes o
empeñadas en conciliar la verdad teológica con la circuns­
tancia histórica de nuestro tiempo, tiem po de predom inio
de lo existencial sobre lo esencial, de lo evolutivo sobre lo per­
m anente, de lo com unitario sobre lo jerárquico, de lo que es
invención personal sobre lo que es oferta m agistral o herencia
tradicional, no podrá por menos de observar que prevalece, en
mucha de la literatu ra teológica hoy más en boga y jaleada,
un sentido teológico de tanta preferen cia y sim patía por lo
que llam an conocim iento de las fuentes y vitalización de la
teología, como indiferencia, poco respeto y hasta resen ti­
m iento o hastío hacia el M agisterio pontificio, al menos si
no procede ex cathedra.
¿Será m enester que traigam os aquí en confirm ación h e ­
chos y dichos de la hora preconciliar, singularm ente de la
que discurre bajo el signo de la Hum ani generis, de la con­
ciliar, paraconciliar y hasta posconciliar?
Leyendo ciertos libros y publicaciones, escuchando cier­
tos sermones y conferencias, siguiendo ciertas conversacio­
nes y reacciones, no cabe duda que se recoge una penosa
im presión acerca de la poca consideración y fa lta de en tu ­
siasmo que se siente, en algunos sectores que m eten mucho
ruido, por el m agisterio p on tificio y la citación de sus do­
cumentos.
Como no se trate de definiciones solemnes, se los esca­
motea, se los silencia o se los reduce lo más posible en sig ­
nificación y alcance. No diré que haya una auténtica con­
ju ra del silencio o un clim a de hostilidad m an ifiesta; pero
lo parece. Obedece ello, a mi entender, más que a resisten-
cía o antipatía al M agisterio pontificio, no muy presumible
on autores y sectores católicos, a demasiado gusto o prurito
de aquietar y tener favorables a gentes que están fuera del
campo católico y a las que el prim ado y la in falib ilid ad pon­
tific ia les resultan siempre antipáticos y poco digeribles.
Los fervores unionistas o ecuménicos, de suyo santísimos
y dignos de ser com partidos por todos, pueden tener este
inconveniente, si no se m oderan debidam ente. A fuerza de
querer m ostrar sim patía y comprensión con los que quere­
mos traer a nuestro campo, podemos mostrarnos displicen­
tes o antipáticos con los que ya están en él. Y el ecumenis-
mo puede degenerar en un irenism o que haga peligrar la
causa por la que queremos trabajar.
Ta n to se quiere ponderar las buenas intenciones y lo
mucho de aceptable que hay o pudo haber en m ovim ientos
de signo anticatólico o antipapal, que llega uno, sin darse
cuenta, a excederse en el elogio a los que sustancialm ente
erraron, y en la censura a los que sólo accidentalm ente o en
cosa accidental se equivocaron.
Y, entonces, surge un como regusto secreto por el espíri­
tu antíconform ista que traía la reform a protestante, y nos
hallam os con católicos de sabor protestante: tal es la m a ­
nera que tienen de expresarse acerca de Rom a y sus abusos,
de T ren to y sus imposiciones doctrinales o sus im postacio­
nes prácticas. Y ya no es la sombra de Ign acio o de Carlos
Borrom eo la que vaga entre los afanes reform istas de m u­
chos católicos, sino más bien la de Erasmo o de Lutero. T al
es el espíritu de resentim iento, tedio o disgusto que parecen
m ostrar contra todo aquello y todos aquellos que llevaron
ul fracaso la reform a protestante. Y, naturalm ente, el Papa
y su Curia son las principales víctim as de ese resentim iento.
Quien dice esto de la Reform a, otro tanto puedo decir a
propósito de la ciencia m oderna y de las filosofías hoy en
boga, así como acerca del empeño por poner a la Iglesia al
día, haciéndola m archar al unísono con lo que se ha dado
en llam ar signos de los tiempos, “ signa tem porum ” , ajus­
tando sus cuadros doctrinales, disciplinares y litúrgicos a
los módulos de las nuevas filosofías, de los nuevos gustos
dem ocráticos, de las nuevas tendencias personalistas y co­
m unitarias que corren por el mundo.
A tanto puede llegar el ansia de m odernizarse, que acabe
uno por desarraigarse de la tradición, haciendo revolución
en vez de renovación. T a n del tiem po puede uno sentirse,
que pierda el sentido de lo eterno. Tan to puede uno ceder a
la tentación de la problem ática moderna, que convierta a
la Iglesia misma en problema. Tan to querer que la Iglesia
se ocupe de la cosa mundana, que llegue a mundanizarse.
Y así, oí decir a un ilustre prelado en una de las reuniones
paraconciliares, se está dando el caso de que, para algunos, el
tenor de la cabecera que da título al fam oso esquema X I I I
no parece ser: “ De la Iglesia en el mundo de h o y ” , sino más
bien: “ Del mundo de hoy en la Ig lesia ” .
Sin duda por esto se vio obligado Pablo V I a dar una voz
de alerta en la Encíclica “ Ecclesíam suam” , poniendo en
guardia contra el grave peligro de ceder a la fascinación
de la vida profana, pensando que la “ reform a de la Iglesia
debe consistir principalm ente en la adaptación de sus cos­
tumbres a las de los mundanos” . El conform ism o con el
mundo m oderno— decía el Papa— les parece a algunos “ in e­
ludible y prudente” , Y esto se m an ifiesta así en el campo
filosófico como en el práctico. H ay un naturalism o que
am enaza la concepción original del cristianism o, porque
atenta contra el carácter absoluto de los principios cristia ­
nos y contra lo que está en la práctica de una tradición
cristiana de siglos. De ahí la pretensión de algunos por
querer cam biar las estructuras de la Iglesia o renovarlas al
menos por vía carism ática, soñando “ renovaciones a r t ifi­
ciosas en el diseño constitu tivo” de la m isma y sin m ira ­
m iento a la jerarquía. De ahí una especie de relativism o
dogm ático. De ahí el triu n fo de una llam ada m oral de
situación. De ahí, en fin, el deseo de m odernizarse renun­
ciando a las form as propias de la vida cristiana, para adop­
tar las mundanas.
Olvidan no pocos— comentaba tam bién monseñor A les-
sandrini en “ L ’Osservatore della D om eníca” que el sentido
católico consiste en llevar el espíritu de la Iglesia a las t a ­
reas humanas, y no en im pregnar las cuestiones eclesiásti­
cas de intereses temporales. Hay que cristianizar el mundo,
no hacer m undano el cristianismo.

Los C O N T R A S T E S C O N C IL IA R E S

Decimos esto para encuadrar debidam ente lo que es


efectivam en te objeto de nuestro breve estudio acerca del
alcance doctrinal que ha de darse a la declaración del P o n ­
tífice Pablo VI, proclam ando solem nem ente a María, Madre
de la Iglesia.
Los que antes del Concilio, durante el Concilio y después
del Concilio, lo mismo de palabra que por escrito, en a ctivi­
dad conciliar o paraconciliar, preparando y previniendo
declaraciones o bien exam inando y haciendo com entarios a
declaraciones ya oficialm en te hechas, se han dejado llevar
o influenciar con exceso por esos aires, un poco contam ina­
dos del virus antirom ano, antipapalista y antijerárquico,
que está en la entraña de la reform a protestante y que hace
fá cil presa en quienes se dejan fascinar por la autarquía de
la ciencia moderna, el culto casi idolátrico a la libertad p er­
sonal o el m ito de la dem ocracia, triu nfante hoy en la m a ­
yoría de las comunidades políticas de Occidente, todos es­
tos, digo, trataron, por una parte y en un prim er tiempo, de
evitar que llegara una declaración expresa y solemne, en
Concilio, de la m aternidad de M aría sobre toda la Iglesia;
y en un segundo tiempo, tratan de desvirtuar o atenuar lo
más posible el peso y la transcendencia de la intervención
pontificia, proclam ando a M aría M adre de la Iglesia.
No revelam os ningún secreto si decimos que, consecuen­
tes con esa tónica de reserva, silencio o m alhum or que h e ­
mos denunciado en algunos teólogos católicos fren te a los
documentos del M agisterio pontificio, fueron ellos o los
influenciados por ellos (quizás guiados de la más pura y
apostólica de las intenciones, en esto no nos m etem os) los
que se m ovieron y trabajaron incansablem ente por que sa­
liese adelante un esquema o un capítulo m ariano conciliar,
en el que la voz del m agisterio pon tificio se oyese lo menos
posible, dándonos una m ariología más del gusto protestante
que del católico, circunscrita a decirnos de la V irgen aquello
no más que ya es un dogm a m ariano irreversible o que de
ella hallam os escrito en fuentes anteriores a la reform a
protestante, y aún m ejor, a la consumación del cisma entre
la Iglesia de Rom a y la de Oriente.
A l no prosperar este empeño, concentraron su esfuerzo
en reducir lo más posible la contribución m aríológica, apor­
tada por el Concilio, a base de usufructuar enseñanzas de
los últim os romanos pontífices no comprom etidos en una
definición ex cathedra. Y así, lucharon con tesón y denuedo
porque que ninguna nueva verdad dogm ática fuese fo rm u ­
lada por el Concilio a propósito de la Virgen, por más que
estuviese patente en el ejercicio ordinario del m agisterio
pontifical. De ahí que ni la m ediación universal de María,
ni la corredención, ni su m aternidad sobre toda la Iglesia
prosperaran en la form a que cabia esperar, a juzgar por las
declaraciones previas del m agisterio pontificio, y según
tenían perfecto derecho teológico a conseguirlo.
Si ello ha sido un bien, con vistas a conseguir la ansiada
unión de las Iglesias, que todos anhelamos pero por la que
no todos trabajam os con identidad de caminos y criterios
sábelo Dios. Lo único que sabemos es que hubo gran con ­
traste de opiniones y de criterios en torno al cómo habia de
hablarse de la V irgen en el Concilio. Y que, por este contras­
te, no se dijo lo que se podia haber dicho, ni todo lo que el
pueblo católico esperaba ni siquiera lo que esperaba y de­
seaba el mismo je fe de ese pueblo y cabeza del Concilio Su
Santidad Pablo VI.
Todo el mundo recuerda la despedida de Pablo V I a los
Padres Conciliares en Santa M aría la Mayor, al térm ino de
la segunda sesión conciliar, en la que form uló expresamente
su deseo de ver en la próxim a sesión, saludada la V irgen
como “ M adre de la Ig lesia ” . Y el 11 de octubre de 1964, a la
hora de la discusión fin al sobre el capítulo de la Virgen,
próxim a a cerrarse la tercera sesión, hablando a los pere­
grinos que se agolpaban ante su ventana en la plaza de San
Pedro, m anifestó, todavía con más viveza, este su deseo,
que parecía ser clara invitación a los Padres Conciliares a
refrendar con su voto este títu lo mariano. Hace quince s i­
glos— vino a decir el Papa— el Concilio de Efeso proclam ó la
m aternidad de M aría referid a al Hom bre-Dios, Jesucristo.
El Concilio, en curso ante nuestros ojos, nos hace pensar
en otra m aternidad más amplia. “ M aría— d ijo— no es sola­
m ente Madre de Dios, sino que es tam bién M adre de la
Iglesia y de toda la hum anidad” . Y asi en otras ocasiones.
Sin em bargo el Concilio no se resolvió a aceptar ese t í­
tulo m ariano, así acuñado y consagrado previam ente por el
m agisterio pontificio. ¿Quiere ello decir que el texto con­
ciliar niegue la doctrina supuesta por ese título o que los
Padres conciliares contradigan al m agisterio pon tificio que
se pronunció en fa vo r de ese título m ariano? No, en abso­
luto. La doctrina conciliar autoriza plenam ente ese título
y lo que bajo él se esconde. Y fue el mismo Pablo V I el que
se encargó de decírnoslo a la hora misma en que, actuando
como cabeza del Concilio y je fe de toda la Iglesia, decretó
que la V irgen viniese saludada en adelante con esta nueva
advocación.

L a d o c t r in a c o n c il ia r

En efecto, si es cierto que a la proclam ación solemne de la


m aternidad de M aría sobre toda la Iglesia llega el Papa
cediendo a un deseo personal suyo y a las instancias de m u­
chísimos Padres Conciliares, así como a los piadosos anhe­
los de gran parte del pueblo cristiano, tam bién lo es que su
decisión va anclada y m ovida por la doctrina conciliar
acerca de la Iglesia y de María.
L a Constitución sobre la Iglesia resume la más ardua y
m agn ífica labor realizada por el Vaticano II. El m isterio
del Cuerpo M ístico queda en ella sintetizado, analizado, d e­
clarado y form ulado con un esfuerzo a un tiem po piadoso
y sabio, que tiene en cuenta los datos de la Escritura y la
Tradición. Ningún aspecto eclesial pasa desapercibido. La
Iglesia m isterio y la Iglesia institución se ilustran y escla­
recen de form a que aparece en toda su grandeza la realidad
del Cuerpo M ístico de Cristo, como reino estable y p rogre­
sivo a la vez, donde lo divino y lo hum ano se funden en una
unidad perfecta, para re fle ja r sobre la hum anidad creyente
el designio y diseño de la Encarnación y la Redención, el
Cristo total, en una palabra, que dijo San Agustin.
Pues bien, el capitulo sobre la Virgen está como sello,
coronam iento y vértice de toda la labor conciliar acerca de
la Iglesia. Es algo asi como el m anto m aternal de M aria
sobre la Iglesia. La doctrina m ariana en él form ulada su­
pone la más vasta síntesis que ningún Concilio haya dedi­
cado a la Virgen. Lo que ésta representa en el m isterio de
Cristo y de la Iglesia, tiene aquí su expresión. Si el C onci­
lio se habia propuesto como fin dogm ático capital darnos
clara noticia de lo que la Iglesia es, el Concilio da testim o­
nio, con este capitulo sobre la Virgen, de que la Iglesia ni
existe ni se entiende sino es con dependencia y a la luz de
M aria Santísima.
Si la realidad eclesial no se agota con su estructura j e ­
rárquica, con su liturgia, con sus sacram entos y con sus
ordenanzas ju rídicas; si su esencia más in tim a— como dice
el Papa— y la principal fuente de su eficacia santificadora
las ha visto el Concálio en lo que la Iglesia es por orden a
Cristo, a quien la Iglesia permanece unida y quien en la
Iglesia se perpetúa, entonces no podemos pensar en modo
alguno la Iglesia separada de aquella que es la M adre del
Verbo Encarnado. Como “ encarnación social de Cristo” ,
según frase de Sertillanges, la Iglesia es perennem ente
Cristo vivo en m edio de nosotros, encarnándose en nosotros.
Y M aria no puede dejar de ejercer su función m aternal con
relación al cuerpo de la Iglesia, que es, en resumidas cuen­
tas, Cuerpo de Cristo. Y Cristo pertenece siempre a María.
“ Rehusar a M aria— decía en una fam osa conferencia el
Padre M anteau-Bonam y, O. P.— en cuanto es M adre del
Cristo total, el título de “ M adre de Dios y M adre de la I g le ­
sia” , im plicarla dos errores. Equivaldría a negar, prim ero,
que la Iglesia form a por así decirlo una sola persona en
Cristo, renovando, con relación a la Iglesia, el error de
Nestorio con respecto a Cristo. Y en segundo lugar equ ival­
dría a negar que la Iglesia sea algo divino-hum ano, con­
sustancial al Padre según la unidad personal que posee en
el Verbo Encarnado, consustancial a M a ría ( la m ujer de
quien participa la misión m aternal, haciéndonos, por los
sacramentos de la fe, miem bros vivos de un Cuerpo, hu m a­
nam ente, si bien m ísticam ente organ izado” (1). Con Cristo
la Iglesia form a, por su lado más íntim o y sustancial, que
es la vertien te pneum ática, una sola unidad: la unidad
del Cristo total. Luego la que es M adre de Cristo es ta m ­
bién necesariam ente M adre de la Iglesia.
Esa unión tan singular— recuerda Jean R ichard— se fu n ­
dam enta en el hecho prim ordial de la Encarnación, por el
que la personalidad divina del Verbo se adueña totalm ente
de la naturaleza hum ana recibida en el seno de María. No
toma el Verbo su naturaleza humana en función puram ente
individual, sino como condición para hacer suyos por su
m edio a la muchedumbre de hombres que recibirán, como
M aría, el don de Dios. Todos conservarán su personalidad
individual propia, pero enm arcada dentro de esa otra p e r­
sonalidad moral, propia de cuantos form an en la unidad
m isteriosa del Cuerpo Místico. Por eso en este se re fle ja el
yo de Cristo, según aquello de los Actos de los Apóstoles:
" Y o soy el Cristo a quien tú persigues” (2).
El capitulo conciliar sobre la Virgen, encuadrado en la
Constitución dogm ática sobre la Iglesia, no está sólo para
(11 M ANT^:All-B^N■^M Y. C). P .. L ( i V i c r y c M a r i r . M e r e Un Chrisi esi M ere de
D u ' u c t de l'IC<jlisc. H h o n c o tc , S c c i é t a r i a t du R o s a i r c , Puri.s, l!>tí4.
(2 ) A c t . 9, 5.
dem ostrar que sin M aría no se conoce debidam ente lo que
es la Iglesia y que ella es “ la parte mayor, la parte m ejor, la
parte más principal y más selecta” (3) de la Iglesia, sino
tam bién para probar que sin la V irgen ni la doctrina de la
Iglesia es perfectam ente comprensible. “ Así— dice el P a ­
pa— ha de encuadrarse en la visión de la Iglesia la contem ­
plación amorosa de las m aravillas que Dios ha obrado en su
Santa Madre. Y el conocim iento de la verdadera doctrina
católica sobre M aría será siempre la llave de la perfecta
comprensión del m isterio de Cristo y de la Iglesia ” (4).

L a d e c is ió n d e l P a pa

Por consiguiente, decidiéndose el Papa en plena sesión


pública a consagrar a M aría el titulo de “ Madre de la Ig le ­
sia” , lejos de ir contra el espíritu y la letra del esquema
conciliar, lo que hace es explicítar lo que en él se halla ya
contenido. Cosa que tam bién el Papa afirm a expresam ente
cuando dice que “ la reflexión sobre estas estrechas rela ­
ciones de M aría con la Iglesia, tan claram ente establecidas
por la actual constitución con ciliar” , es lo que le ofrece pie
para satisfacer su deseo y el del pueblo cristiano, haciendo
declaración explícita, durante el Concilio, de la función
m aternal que la V irgen ejerce sobre el pueblo cristiano.
“ A este fin hemos creído oportuno consagrar, en esta m is­
ma sesión pública, un título en honor de la Virgen, sugerido
por diferentes partes del orbe católico, y particularm ente
entrañable para Nos, pues con síntesis m aravillosa expresa
(3 ) P o r t i o m a x i v i a . p a r t i ó <yptivut. p a r t i ó p r c a c i p i i a . p a r t í a elccí.issiyitu. R trria i-
111 . in A p o c . 1, VTT, c. 12. P L H)9. C ii, p o r P a b lo V I en el D is c u r s o C o n c ilia r
c tn iis n ra n c io la (e r r o r ii S e s ió n d el V a lic a n n l i . C1‘ . •‘ E c c lc s iir ’ N rs. 1.220-1.221.
|). 5 (1 ‘ÍÜ4).
(4 ) D is c u r s o c o n c ilia r u t s u p ra .
el puesto ¡)rivilegiado que este Concilio ha reconocido a la
V irgen en la Santa Iglesia.
“ Así pues, para gloria de la Virgen y consuelo nuestro,
Nos proclam am os a M aría Santísim a M adre de la Iglesia,
es decir, M adre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fie ­
les como de los pastores, que la llam an M adre amorosa, y
queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada
por todo el pueblo cristiano con este gratísim o títu lo” .
Seguidam ente reconoce el Papa que el título no es n in ­
guna novedad, pues la piedad de los fieles ya hace tiem po
que viene haciendo uso de él. L o que significa, que “ p erte­
nece en verdad a la esencia genuina de la devoción m aria-
n a ” : y se ju stifica “ por la dignidad misma de la M adre del
Verbo Encarnado” ; m aternidad que es el fundam ento p rin ­
cipal de los privilegios y de la singular posición de M aría
en la Iglesia. “ M aría, pues, como M adre de Cristo, es M a ­
dre tam bién de los fieles y de todos los pastores; es decir,
de la Ig lesia ” .
Te x to y c on texto de la proclam ación de M a ría como
“ M adre de la Ig lesia ” van al unísono y están en la misma
linea conciliar refleja d a y subrayada por el acápite mismo
que lleva el capitulo dedicado a “ la Bienaventurada Virgen
M aría, M adre de Dios, en el M isterio de Cristo y de la
Ig lesia ” .
En el misterio de Cristo y de la Iglesia, M aría, M adre de
Dios, aparece y es realm ente M adre de Cristo y M adre de la
Iglesia. De un modo m adre de Cristo y de otro madre de
la Iglesia, pues no estamos en el terreno de la univocidad
sino de la analogía. Pero en ambos casos realm ente Madre,
porque una misma realidad sustantiva o esencial es lo que
está en juego en la doble función m aternal de M aría, aun­
que haya diferen cia esencial en el funcionam iento de esa
doble m aternidad.

La realidad única esencial es la del único m isterio cris­


tiano que tanto Cristo como la Iglesia presencializan. Cris­
to, encarnado en el seno de M aria, y Cristo encarnado en
el seno de la Iglesia son un mismo Cristo en dos momentos
diferentes y con revelaciones o m anifestaciones diferen tes;
como el Cristo del C alvario y el Cristo del altar no son dos
personalidades distintas, sino la misma persona aunque
con presencialización diferente. Aquí y allí se hace sustan­
cialm ente una misma cosa, aunque de distinta manera.

El Cristo de la Iglesia y el Cristo de M aria son tam bién


un mismo Cristo, aunque con modahdades diferentes. La
“ encarnación social” de Cristo en su Iglesia y su encarna­
ción en el seno de M aria difieren profundam ente, eso es
cierto. En modo alguno pueden reducirse a la misma ca te­
goría ni encerrarse en un mismo esquema. Pero esa su p ro­
funda y radical distinción hay que salvarla sin negar que el
Cristo de la Iglesia y el Cristo de M aria son el mismo Cristo:
La expresión plena del gran m isterio cristiano, el Cristo
total.

y, si es el mismo Cristo, la que está como Madre del


Cristo fisico, del Cristo de N azaret y del Calvario, tiene que
estarlo tam bién como M adre del Cristo Mistico, o sea la
Iglesia; porque ésta está como prolongación y plenificación
de aquel Cristo que nació de M aria V irgen y como perpetua
y social expresión, asi como continuación y aplicación, de
la misma obra redentora de Cristo, según aquello del V a ti­
cano I en la Constitución Pastor aeternus: El Pastor eterno
y guardián de nuestras almas decretó ed ificar la Santa
Iglesia, para convertir en perenne la obra saludable de la
Redención (5).
Por la unidad misteriosa y esencial que vige entre Cristo
y su Iglesia, y el nexo de dependencia y subordinación que
tiene el Cuerpo M ístico con respecto al cuerpo real de Cris­
to, de cuya inm olación en la Cruz proviene el sacram ento
de la Iglesia, es posible concebir de alguna m anera cómo la
que es M adre del Cristo físico puede serlo tam bién del Cris­
to Místico. Y no sólo concebirlo como posible, sino incluso
como real y obligado. M áxim e cuando el M agisterio y el
buen sentido del pueblo cristiano vienen en apoyo de la
pura especulación teológica.
En el sacram ento de la Iglesia se perpetúa y prolonga el
sacram ento de la divino-hum anidad del Verbo. Cambian
signos y apariencias, pero la realidad intim a significada es
la misma. Cristo y su misterio, que son el Cristo y el m iste­
rio de M aría, tienen su doblaje m ístico y social en el m iste­
rio de su Iglesia. Si la acción m aternal de M aría se embebe
en el m isterio de Cristo, ¿cómo podremos sustraerla del
m isterio cristiano de la Iglesia?
Oportunas son las m agnificas consideraciones de Schee-
ben a este propósito. La cooperación de M aría a la obra de
la Encarnación y a la obra m isma de la Redención suponen
“ una actividad verdaderam ente m atern a l” respecto de todos
los cristianos redimidos. M aternidad de orden espiritual,
pero real. Colabora con Cristo, padre espiritual de la hum a­
nidad redimida, tan íntim a y verdaderam ente que viene a
hacer en el orden sobrenatural lo que en el natural hace
una madre uniendo a los h ijos con el padre. “ Por ser madre
de Cristo, es tam bién m adre espiritual de los hombres... La
trabazón orgánica entre M aría y los hombres, realizada en
Cristo y por Cristo, es asimismo el fundam ento y constituye
la esencia viva de su m aternidad espiritual, del mismo m o­
do que en Cristo su carácter de Verbo Encarnado y de cabe­
za sobrenatural de la hum anidad son la base y constituyen
lo más intim o de su paternidad espiritual. Cristo vino a ser,
en sentido pleno, el padre de la hum anidad por su muerte
sacrifical, en la que se hizo comunicable por la efusión de su
sangre la fuerza divina que en El habitaba. M aría vino a ser
plenam ente la madre espiritual de la humanidad, al ser
portadora del sacrificio de Cristo en su corazón y al atraer
la fuerza de este divino sacrificio sobre la hum anidad” (6).
En el marco eclesiológico.— Si la Iglesia está como form a
de ensam blam iento colectivo de todos en Cristo y, según ex­
presión de Solovief, form a unidad con Cristo, es por así
decirlo un Cristo, no vemos cómo es posible dejar de co n fe­
sar la m aternidad de M aría sobre ella. La Iglesia no es sólo
suma de creyentes, es tam bién una form a superior de unión
y de comunión entre ellos que trasciende los cuadros pura­
m ente morales de la unidad, aunque sin llegar a la unidad
hipostática. Es una unidad m ística y por tanto m isteriosa
que hace de la totalidad eclesial algo sui generis, en cuanto
en ella se presencializan Cristo y su gracia, y de esa to ta li­
dad hay que decir a M aría verdaderam ente madre, M adre
de la Iglesia y madre tam bién de los fieles todos.
A lo que no se opone el que la Iglesia se diga tam bién
madre de los creyentes, porque la m aternidad espiritual de
M aría sobre la Iglesia transciende y es de un orden superior
al de ésta, como ya lo notó con su gran penetración Schee-
ben. M adre la Iglesia y Madre M aría. Pero la m aternidad de
M aría sobre el pueblo cristiano es de radicación más pro­
funda y tiene un signo de prioridad sobre la de la Iglesia. La
(fj) M. J. Sc-hki:i!i:n-C. F k c k i'S , Madre y Espt)s(i del Verbo. B i!t)u o , 1955, p. 245.
razón es doble: una, la m ayor unión de M aría con Cristo,
padre espiritual de la hum anidad; otra, la de que M aría
concurre a la unión de la Iglesia con Cristo, resulta m adre
de ella, colaborando de m anera fundam ental a lograr la
inserción de todos en Cristo y a la redención de todos por
Cristo m ediante la Encarnación y su contribución a la obra
redentora. Si la Iglesia trabaja por aplicar a cada uno la
obra redentora, M aría concurrió con Cristo a nuestra re ­
dención y a hacer posible la m aternidad salvífica de la Iglesia.
Mas porque M aría es al mismo tiem po m iem bro de la
Iglesia y m iem bro principal, como observa el mismo Schee-
ben, por eso ambas m aternidades confluyen, lo mismo que
confluyen paternidad de Cristo y paternidad de Dios con
relación a los hombres. “ Pero aun así la m aternidad de
M aría es la raíz y el alm a de la m aternidad de la Iglesia
en tal form a que ésta solam ente puede darse y actuar, por­
que la m aternidad de M aría queda incluida en ella y en ella
es a ctiva ” (7).
L a posición singular de M aría en el m isterio de nuestra
redención y el más sublime modo de redención que a ella le
alcanzó, es lo que explica cosas que parecen incom patibles;
ser a un tiem po M aría h ija y M adre de la Iglesia.
El texto conciliar, aun rehusando consagrar la expresión
verbal de M aría, “ M adre de la Ig lesia ” , acepta y hasta fu n ­
dam enta la doctrina teológica bajo ella contenida. Nos dice
en efecto en el proemio, hablando de la bienaventurada
V irgen y la Iglesia, que la M adre del Dios Redentor, aunque
redimida, goza de una redención preem inente sobre los de­
más redim idos; y tiene, sola, la suma prerrogativa de una
relación peculiarisím a con las tres Personas de la Trinidad,
que la hace acreedora a un don de gracia excelentísimo.
n ) Id, Ib., |). 249.
Y perteneciendo al lin aje de los redimidos, “ es verdade­
ram ente madre dfe los miembros de Cristo por haber coope­
rado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que
son miem bros de aquella cabeza, por lo que tam bién es sa­
ludada como m iem bro sobreem inente y de todo singular de
la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísim o en la íe y
caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíri­
tu Santo, honra con filia l afecto de piedad como a Madre
am antisim a” (8). La reconoce “ M adre de Cristo y M adre de
los hombres, en especial de los creyentes” (9).
Y en el número 6, párrafo tercero, hablando de la m a­
ternidad espiritual de M aría, vuelve a fundam entar esa
m aternidad en su singular predestinación a M adre de Dios
encarnado y en la generosa colaboración prestada a la obra
de nuestra redención, que nos tra jo la vida sobrenatural.
■Por tal m otivo es nuestra Madre en el orden de la gracia ” .
Por otra parte, la consideración que el texto conciliar
hace de M aría como tipo de la Iglesia y de su fecundidad
sobrenatural, en el número 64, lleva a la m isma conclusión;
porque si la Iglesia no es pura adm inistración ni m ero orga ­
nismo jin’idico sino realidad óntica misteriosa o m ística que
comunica vida verdadera, entonces M aría, verdadero tipo
y prototipo de la Iglesia, es una m adre verdadera, en la que
personalmejite se ejem plariza y tip ifica la función m a ter­
nal que la Madre de Cristo ejerce con respecto a los cristia ­
nos y a la Iglesia toda, como ploroma de Cristo y hecha una
unidad m ística con EL
Teniendo todo esto en cuenta ¿se extrañará nadie de que
Pablo V I llegara a la proclam ación form al de M aría M adre
de la Iglesia, partiendo, como él mismo dijo en su discurso
(}j) (h)nsHtuUo (Itxiniüficd </r Kc í ' l r . s i d P . VriT, n. 53. T ra d . (Ip "F C C n jF S T A o i:.
( ' )i VIH, tt. r.-i y ()1.
de esas estrechas relaciones de M aría con la Iglesia, “ tan
claram ente establecidas por la actual Consitnción conci­
liar?”
En linea pastoral.— Esta proclam ación cumple, por lo
demás, m aravillosam ente con la doble función del M agiste­
rio. Recoge en prim er lugar el sentir y la creencia del pue­
blo cristiano, saludando a la Virgen M aría como M adre de
la Iglesia y m anifestando su deseo de que este título le fu e­
ra consagrado, uno de los caminos que el M agisterio suele
seguir para dar con la verdad ob jetiva que quiere proponer­
nos. Y en segundo lugar, sirve para hacer ver claro lo que
acaso el pueblo sólo ve confusam ente, o dar seguridad a las
vacilaciones de los teólogos, o, tam bién, para poner acuerdo
allí donde antes no lo había, otra vertiente m agistral que
no podemos perder nunca de vista. “ La palabra del Papa
singularm ente— dice André Richard— no es sólo testim onio
oficia l de un acuerdo ya existente. Puede tam bién provocar
el acuerdo perfecto y consciente, que antes no existía bajo
determ inada form a. La fe del Papa arrastra la de la comu­
nidad, no es únicam ente llevada por e lla ”
Quien tiene el perfecto sentido de la Iglesia sabe que
sólo sintiendo con ella y como ella tiene perfecto sentido
teológico y por ende sentido auténtico de la Escritura y
la Tradición. La ciencia teológica sólo tiene rigor teológico
cuando acata este poder prevalente del M agisterio. “ El re­
conocim iento del M agisterio eclesiástico por parte del teó ­
logo— dice Schmaus— , considerado como hom bre de cien ­
cia, es la única actitud ob jetiva y justa, puesto que es la
Iglesia quien le comunica la Revelación. Sometiéndose a las
prescripciones de la Iglesia se está sujetando a los dictados
de la verdad: la Iglesia autorizada por la Verdad Suma que
es Dios, tiene garantizada su actuación. La T eología fu nda­
m ental es la encargada de m ostrar que la actitud del teólo­
go es racional al someterse a las prescripciones eclesiásti­
cas” (10).

Estas prescripciones y este M agisterio no tiene una sola


form a de expresión, sino varias. Incluso el mismo m agiste­
rio pon tificio puede ejercerse de distintas m aneras y a
distinto nivel. Por él puede verse, en consecuencia, com pro­
m etido y condicionado el teólogo de distinta m anera y en
diverso grado. Pero lo que no puede hacer nunca es saltarse
por alto el M agisterio ni dejar de considerarlo muy a ten ta ­
m ente cuando se pronuncia, sobre todo ex profeso acerca de
alguna m ateria. No sólo la definición ex cathedra reclam a
nuestro asentim iento, sino tam bién otras definiciones o d e­
claraciones pontificias que sin ser dogm a de fe dan c e rti­
dumbre teológica.

A lc an c e d o g m á t ic o de la p r o c l a m a c ió n

¿Qué pensar, según esto, de la proclam ación hecha por


Pablo V I de M aria M adre de la Iglesia?
Para poner en su punto el valor de esta declaración pon­
tificia, hecha en plena sesión pública conciliar, hay que
partir del hecho, nuevo verdaderam ente en la historia de
los Concilios, de que el Vaticano I I se p re fijó como norm a
no llegar a la prom ulgación de ningún nuevo dogm a ni al
lanzam iento de nuevos anatemas. Por consiguiente, no hay
posibilidad de encontrar en él nuevas definiciones dogm á­
ticas rigurosam ente tales. Nótese que subrayamos lo de
nuevas. Porque puede muy bien hacer suyas el Concilio de-
(lO l M S i'iiMAifS. Tt'dJdQ id d ()(,n ,a tic a , l. n. 55. M a d r i f i , 19í>().
finiciones ya establecidas, sin que ello autorice para hablar
de definiciones nuevas.
Esto quiere decir, y se dijo oficialm ente, que cada cosa
dogm ática propuesta o definida por este Concilio ha de
medirse y valorarse con arreglo a las leyes de la herm enéu­
tica conciliar, sin perder de vista el principio sentado de
que no se quieren prom ulgar nuevos dogmas ni lanzar nue­
vos anatemas.
Por consiguiente, los capítulos doctrinales de esta Santa
Asam blea tienen todo el valor teológico que com pete y se
atribuye a la enseñanza del M agisterio solemne de la Iglesia
reunida en Concilio, a tenor de lo que pida de suyo el texto
y contexto de cada una de las enseñanzas dogmáticas. Pero
sólo queda definido solem nem ente aquello, relativo a la
fe y a las buenas costumbres, que como tal fuere declarado
expresam ente por el Concilio. Todas las demás cosas que
este Santo Sínodo propone, como enseñanza dim anada del
Supremo M agisterio Eclesiástico, hay que recibirlas y abra­
zarlas con ánim o sincero y sumiso, según la m ente conciliar,
que aparecerá por el modo de hablar y por el tenor de la
m ateria misma tratada, siguiendo las normas de la in te r­
pretación teológica.
Asi consta por la nota oficia l de la Comisión D octrinal
del Concilio respondiendo a los que habían demandado una
declaración conciliar sobre la calificación teológica de las
constituciones o decretos aprobados. Nada hay, pues, en
ellos de fe, a no ser que así expresam ente lo declare, en
un caso determ inado, el Concilio.

“ Cetera autem, quae S. Synodus proponit, utpote


Supremi Ecclesiae M agisterii doctrinam , omnes ac
singuli christifideles excipere et am plectí debent iuxta
ipsius S. Synodi mentem, quae sive ex subiecta m a te­
ria sive ex dicendi ratione innotescit, secundum nor­
mas theologicae interpretationis” .

Y no está de más hacer notar que a esta declaración


sigue la fam osa nota explicativa previa, en conform idad
con la cual, por determ inación personal del P on tífice, h e ­
cha suya por la Comisión doctrinal, deberá interpretarse
lo concerniente a la Colegialidad y al Colegio, de que se
ocupa el capítulo tercero de la Constitución,

P r o c l a m a c ió n P o n t i f i c i a y C o n c il ia r

De todo ello se desprende una enseñanza clara muy a


nuestro propósito: La proclam ación pon tificia de M aría
Madre de la Iglesia no es una definición dogm ática propia­
m ente dicha, porque como tal non aperte declarata fuit. Y
esto ya se la considere como enseñanza papal propiam ente
dicha o como enseñanza conciliar. Ni Papa ni Concilio han
querido d efin ir nuevos dogmas.
Pero, esto supuesto, ¿en qué categoría m agisterial hemos
de colocar esa proclam ación hecha por Pablo VI?
Que no está en el texto propiam ente conciliar, sometido
a deliberación y votación de los Padres y aprobado públi­
camente, es cosa clara. No está, digo, en su expresión fo r ­
mal. Pues nos consta que de intento se rehuyó por la C om i­
sión D octrinal una redacción textual que declarara a M aría
M adre de la Iglesia. Si está o no contenida virtual, form al e
im plícitam ente, es otra cosa, y puede discutirse.
El hecho cierto es que sem ejante expresión no aparece
en el texto votado por los Padres. Y bajo este punto de vista
tienen razón los que afirm an que no es una enseñanza del
Concilio, porque los Padres o miembros del Concilio no la
votaron ni firm aron.
¿Pero autoriza ese hecho cierto, o sea: que la proclam a­
ción de M aría M adre de la Iglesia no se halla en el texto
conciliar, a afirm ar que no tiene nada que ver con la ense­
ñanza conciliar?
Creemos que no, y esto por dos razones potísimas que
saltan a la vista y resisten el m ejor análisis teológico.
La prim era, porque pertenece de lleno al contexto con­
cilia r; la segunda, porque, aunque su form ulación precisa,
nace del Papa personalm ente, la hace el Papa en un acto
conciliar, y actuando precisam ente como Jefe de la Iglesia
y Cabeza del Concilio. Y si el texto m ariano del capítulo V I I I
de la Constitución De Ecclesia sube de los Padres con cilia­
res al Papa, el texto de la proclam ación pon tificia baja del
Papa a los Padres conciliares, que, por aclam ación la h ic ie­
ron suya.
Tenemos, pues, por verdaderam ente pon tíficia -con ciliar
la proclam ación de M aría como Madre de la Iglesia, porque
ella se verificó en plena sesión conciliar, sesión solemne y
pública, cuando más el Concilio alcanza su plena expresión
conciliar, que es cuando actúan los Padres juntam ente con
el Papa, presente por sí mismo y no por delegados, ejerciendo
el P o n tífice verdaderam ente la función propia de cabeza,
que es la de dirigir, in flu ir y dictar. A llí estaba, justam ente,
como Cabeza de toda la Iglesia y como Cabeza especifica del
Concilio.
Pudo el Papa haber hecho esta proclam ación en un acto
extraconciliar, en la solemne función m ariana de por la
tarde en Santa M aría la M ayor; pero no, prefirió y escogió
de intento la hora dol Concilio y el acto más solemne de

?JC,
concilio para rubricar precisam ente la significación conci­
lia r de su in iciativa y arrastrar consigo la aprobación de los
Padres conciliares, como efectivam en te aconteció, en una
ovación clamorosa, espectacular y unánime, que paten tiza ­
ba bien cuáles eran los íntim os sentim ientos de la gran
m ayoria de los Padres.
Decimos todo esto no para hacer depender el valor dog­
m ático de la proclam ación hecha por el Papa de su im plica­
ción conciliar, sino para que quede bien claro que la procla­
m ación de la m aternidad de M aría sobre la Iglesia reúne en
si m atices y concom itantes de tan alta significación que
transciende los cuadros de una enseñanza ordinaria del
Pon tífice, entrando en los confines del M agisterio extraor­
dinario, cual es el conciliar, sin ser una definición ex ca-
thedra.
Si no se la quiere decir enseñanza propiam ente conciliar,
por las razones anteriorm ente apuntadas, hay que recono­
cerla como enseñanza P o n tificio-con ciliar, tam bién por las
razones ya dichas, en cuanto fru to del m agisterio pon tificio
ejerciéndose en un acto conciliar y determinándose, por
in iciativa papal, como V icario de Cristo y como Cabeza del
Concilio.
Si a esto añadimos que todo el contexto de la proclam a­
ción, esto es, la doctrina contenida en el capítulo conciliar
sobre la Virgen, concuerda m aravillosam ente y da, en otros
términos, lo que el título consagrado por el Papa significa,
entonces hay que concluir que la proclam ación p on tificia
goza de la misma autoridad doctrinal que gozan las ense­
ñanzas dogm áticas del Vaticano I I en la Constitución dog­
m ática De Ecclesia. El discurso del Papa pertenece a las
actas oficiales del Concilio, y no hay form a de reducir su
alcance, considerándolo uno de tantos discursos que pueden
pronunciar los papas, ni simple expresión de un pío afecto
personal del Papa Pablo V I para con la Virgen, según a l­
guien se ha atrevido a decir.
Este discurso es, todo él, coronam iento de la tercera
sesión conciliar, pieza puesta en linea conciliar, com entario
auténtico al texto conciliar, sobre todo en ese punto preciso
de la declaración de M aria Madre de la Iglesia, por el que
el texto del Concilio queda gráficam ente expresado según
su espíritu, sin opción ya para el teólogo ni el cristiano a
opinar distintam ente de lo que lo hizo el Papa proclam ando
a M aría Madre de la Iglesia.
El hecho de que el Papa, consciente de las vacilaciones,
indecisiones o reservas de los Padres, singularm ente de
aquellos que en la Comisión se resistieron a presentar en el
aula conciliar un texto con la adopción de ese título, se re­
solviera a adoptarlo por su cuenta, im poniéndolo en un acto
conciliar con las palabras más claras y solemnes, es argu ­
m ento irrefragab le de que quiso zan ja r la cuestión, d iri­
miendo disputas de los teólogos y poniendo fin a las va cila ­
ciones acerca de su verdad y su oportunidad en el marco
del Concilio.
Usando de su condición de cabeza del Concilio y en el
ejercicio del auténtico m agisterio doctrinal que le compete
como a Doctor de la Iglesia universal, Pablo V I quiso pro­
clam ar y proclamó, “ para gloria de la V irgen y nuestra sa­
tisfacción ” , a M aria M AD RE DE LA IG LE S IA . Lo que no
es sólo un título, ni tam poco titulo nuevo en la piedad cris­
tiana, ya que “ Maria, como M adre de Cristo, es tam bién
M adre de todos los fieles y pastores, es decir, de la Ig lesia ” .
De donde se desprende que, para el Papa, es el nexo en ­
tre Cristo y María, esto es una concepción cristotípica de la
Virgen, más que eclesiotipica, lo que le lleva a declararla
Madre de la Iglesia.
Pero no es esto tem a de nuestro trabajo. Lo que a nos­
otros im porta, es dejar bien sentado que la proclam ación
pon tificia reviste carácter de m agisterio auténtico estric­
tam ente dicho. Y que este m agisterio es, en el caso, p o n tifi-
l'icio-conciliar. Por consiguiente debe recibirse e in terp re­
tarse según las reglas de la herm enéutica teológico- conci­
liar, recordadas por el Concilio mismo, a través de la
Comisión doctrinal, en su Declaración del 6 de m arzo de
1964, ratificad a el 16 de nov. del mismo año. El Papa no
hizo mas que com pletar al Concilio, actuando a un tiem po
como Cabeza del Concilio y como V icario de Cristo. El re­
glam ento no condiciona su intervención conciliar.
Nos encontram os fren te a un acto de m agisterio p o n ti­
fic io que deliberadam ente se coloca en la linea conciliar del
V aticano II. Por consiguiente no trata de im poner un nuevo
dogma, anatem atizando a quienes piensen de contraria m a ­
nera, pues eso no está en el espíritu del Vaticano I I y eso
expresam ente se nos ha dicho de antemano.
Pero la deliberada intención de no proclam ar nuevos
dogmas no priva a esta proclam ación pon tificia ni de su
carácter conciliar ni del peso inherente a todo acto conci­
liar. Tenem os aquí un caso único y excepcional del ejercicio
ordinario del Rom ano P o n tífice a nivel conciliar, por tanto
ordinario y extraordinario a la vez. Lo mismo que tenemos
en este Concho un caso extraordinario de enseñanza
conciliar que no quiere llegar a nuevas definiciones ni
a lanzar nuevos anatemas. Quiere sin em bargo que a sus
enseñanzas se las reconozca todo el peso y trascendencia
de una docencia extraordinaria del M agisterio.
La proclam ación de M aria Madre de la Iglesia, hecha
por Pablo V I, participa, en consecuencia, del peso especí-
í'ico de una enseñanza auténtica y exprofeso del supremo
m agisterio ordinario del P on tífice, como Jefe y Maestro
universal de la Iglesia, y participa tam bién de alguna m a­
nera del peso especifico de una enseñanza conciliar, porque
el Papa quiso deliberadam ente proclam arla en Concilio,
actuando como Cabeza del Concilio y com prom etiendo a
todo el cuerpo conciliar.
Y estando asi las cosas, opinamos que la m aternidad de
M aría sobre toda la Iglesia o, lo que es lo mismo, la procla­
m ación de M aría Madre de la Iglesia, hecha por Pablo V I
en pleno Concilio, supone y es ya una doctrina católica
próxivia a la fe, como otras doctrinas recogidas en texto
conciliar.
Y contra tan alto M agisterio, ya ninguna otra opinión
teológica en contrario goza de probabilidad ni puede d efen ­
derse en católico. La Iglesia católica es ante todo una
institución jerárquica y es la subordinación a la autoridad
del m agisterio auténtico, aunque no sea más que ordinario,
en m ateria de fe y de costumbres lo que garantiza la fo r ­
mación de una conciencia auténticam ente católica y lo que
nos asegura que estamos en posesión del verdadero sentir
de Cristo teniendo el sentido de su Iglesia. Apoyado en ese
m agisterio, todo teólogo puede cam inar seguro. Y ese m a ­
gisterio le basta de prueba segura. En cambio, en contra de
él, nada hay seguro y resulta muy com prom etido pretender
aportar pruebas en contrario. Más d ifícil aún, contar con
argum entos racionales o personales que obliguen a disentir
de la enseñanza o ficia l de la Iglesia.
No hay opinión teológica que goce de probabilidad p rác­
tica desde el m om ento en que el m agisterio auténtico se
pronuncia en contra, por boca de la suprema autoridad.
En síntesis pues; La parte sigue al todo. No se puede
dar desde luego, a la proclam ación pon tificia m ayor valor
dogm ático que el que tiene la misma Constitución dogm á­
tica De Ecclesia. T a n to más que esa proclam ación no form a
parte del texto mismo conciliar de la Constitución. Es así
que la Constitución dogm ática de Ecclesia no propone n in ­
guna doctrina de modo in falib le como una definición dog­
mática, luego tam poco entra en este terreno la proclam a­
ción hecha por el Papa de M aría Madre de la Iglesia, aun
cuando se la considere form alm ente parte integrante de
esa Constitución.
Queda, pues, la Constitución dogm ática del Vaticano II,
por intención y decisión expresa del mismo Concilio, en un
plano doctrinal in ferior al de la Constitución Pastor aeter-
nus del Vaticano I y capítulos sim ilares de Trento. Y sobre
este sentim iento se votaron sus capítulos y con esa condi­
ción los aprobó el Papa, como lo dio a entender expresa­
m ente en el discurso de clausura, al decir: “ Congruebat
denique ratio ad id faciendum adhibita; ita quídem m inim e
dubitemus— ratione habita explícatíonum quae additae sunt
sive ad verba usurpata interpretanda, sive ad vim theologi-
carn doctrinae propositae tribuendam secundum Concilii
vie n te m — m inim e dubitemus, dícimus, auxiliante Deo, hanc
de Ecclesia Constitutionem prom ulgare” . (AAS., 66 (1964),
1009).
Pero sin alcanzar esa nota de infalibilidad, lo mismo los
capítulos de la Constitución que esta declaración sobre
M aría Madre de la Iglesia es doctrina católica propuesta
por el M agisterio: en los capítulos, suponiendo el Colegio
la Cabeza, en la proclam ación, com prom etiendo la Cabeza
al colegio.
Y en punto a obligatoriedad, cosa independíente de la
nota de censura teológica aplicable a una enseñanza del
M agisterio, bueno será reproducir lo que Pablo V I dijo ex­
presamente en su alocución del 12 de enero de 1966 (cf. “ Ec-
clesia” , 29 de en ero); “ H ay quienes se preguntan cuál es
la autoridad, la calificación teológica que el Concilio ha
querido artibuir a sus enseñanzas, sabiendo que ha evitado
dar definiciones dogm áticas solemnes, con el peso de la
in falib ilid ad del m agisterio eclesiástico. La respuesta es
sabida para el que recuerde la declaración conciliar del 6 de
m arzo de 1964, repetida el 6 de noviem bre de 1964. Dado el
carácter pastoral del C oncilio se ha evitado pronunciar de
form a extraordinaria dogmas dotados con la nota de in fa li­
bilidad; pero, sin embargo, ha fortalecido sus enseñanzas
con la autoridad del supremo m agisterio ordin ario; m agis­
terio ordinario y plenam ente auténtico, que debe ser acep­
tado dócil y sinceram ente por todos los fieles, de acuerdo
con el deseo del Concilio sobre la naturaleza y fines de cada
docum ento” .
LAS RKI>AC1()NES M AR IA -IG I.K SJA

EN L A
rjO C 'l'H I\ A I)K1> V A T 1 ( :A ^ ( ) 11.

(V IS IO N nK c o n j u n t o )
VISION CONJUNTA DE LAS RELACIONES
M A R IA-IG LE S IA EN L A D O CTRINA QUE
RECOGE LA “ LUMEN GENTIUM” , C. VIII

Dr. Laurentino M.» H errán

PR EC ISIO N ES P R E L IM IN A R E S (* )

Sím bolo y ■protección simbólica.

L a Iglesia es una realidad com pleja que se nos ofrece,


tanto en la Biblia como en la Predicación, bajo form as sim ­
bólicas.
Y símbolo— conviene que lo recordemos ahora de un
m anera especial— es el instrum ento del conocim iento sim ­
bólico: conocim iento que, como generalm ente se admite,
tiene plena valencia en el conjunto gnoseológico normal, y
que, por tanto, com plem enta el conocim iento de signo in-
telectualista y precisivo.

B IB L IO G R A F IA .

C a r o l , J. B ., M a r i o l o g i a . B A C , 242. M a d r id . 1954.
G iK O N É s , G .. E n r a y o a o b r e e l p r o b l e m a f u n d a m e n t a l d e l a M a r o i l o g i a . V a le n c ia , 19S1.
j o u R N K i . C H ., T h e o l o g i e d e V E g l i s e : tra ü . d e J. G o it ia , DescU*e, B ilb a o . 1962.
LA U R i:N H N , H .. L a V i e r g e a u C o n c i l e . P a r ís , 1965.
LuüAc, H .. M é d i t a t i o n s u r l ' E g i i s e ; tr a d . d e J. Z o r it a . D e s c lé e . B ilb a o . 1964.
E s t u d i o s M a r i a n o s . M a r i o l o g i a e n t o r n o a l C o n c i l i o . M a d r id . 1965.
SOCIEDAD M a r i o l ü c ; i c a E s p a ñ o l a , S a n c t a M a r i a , E c c l e s i a e M a t e r ; M a d r id , 1964,
Pues el símbolo es un acercam iento existencial a una
realidad viva, y por tanto com pleja, difusa en sus contornos
y difícil, sí ya no imposible, de captar totalm ente en puras
categorías intelectuales.

En símbolos se nos presentan, p. e., tantas veces,


esas “ connaturales experiencias” de que nos habla la
“ Ecclesíam suam” y que son una participación del
don p rofético de Cristo, del cual participa todo su
Cuerpo M ístico (1).

Por todo lo cual el intento de encerrar en puros esque­


mas abstractos la totalidad existencial que nos acerca el
símbolo, lo sabemos condenado al fracaso.
Pero al mismo tiem po esa riqueza de contenido del sím ­
bolo ofrece otro peligro debido a su elasticidad p lu riva­
lente.
Esta elasticidad y plurivalencia posibilita al símbolo el
ser capaz de ofrecernos esa riqueza varia de los aspectos
distintos de una realidad tan rica.
Pero, cuando siguiendo una linea vita l que nos descubre
el símbolo, creemos tocar tierra, entonces mismo se nos
abren otras posibilidades que nos desvela precisam ente la
elasticidad de ese símbolo, cuya eficien cia así no parece
agotarse jamás.
Piénsese ahora lo que ocurrirá si un mismo símbolo nos
acerca realidades distintas pero de alguna m anera conco­
m itantes.
Si no procedemos con suma cautela, nos expondremos a
equipolar realidades distintas prescindiendo de lím ites d i­
ferenciantes que, en sana lógica y en realidad existencial,
son urgentes tener en cuenta.
(1) A A S 56 (19C 4 ) 624.

286
Cristo, p. e., es LU Z y luz somos nosotros. Con el mismo
símbolo se presentan en el Evangelio estas dos realidades.
Pero trasladar a nuestra luz todas las propiedades de la
Luz que alum bra las intim idades eternas de la Trinidad,
nos llevaría a un panteísm o gnóstico o a unas am bigüeda­
des que no tolera la sensatez de cualquier teología. Por
eso hace tiem po los teólogos elaboraron reglas precisas para
la analogía; reglas de prudencia intelectual que no pode­
mos arrinconar alegrem ente.
Pensemos ahora que la Iglesia y la Virgen son el Paraíso
de Dios, la Ciudad de Dios, la nueva H ija de Sión, la M u je r
del Apocalipsis que da a luz al Mesías, etc., etc. ...

La proyección simbólica.

En este caso las cautelas se im ponen por doble m otivo.


La V irgen M aría tiene una personalidad histórica tan
definida que pudo con su esposo inscribirse en un censo;
nació de una fam ilia israelita en un pueblo de G alilea, y
hasta pudiéramos rastrear un análisis sicom étrico a base
de los datos que nos ofrecen los evangelistas.
Pero al mismo tiem po esa persona llam ada M aría y n a ­
tural de Nazaret, tenía una función social única y señera.
Por una parte, sobre ella confluían las anticipaciones
sim bolizantes— los tipos— de toda una serie de profecías,
sucesos y personajes, que ciertam ente contribuyen a escla­
recer esa fxjnción que Dios le venía preparando en la h is­
toria de la salvación, enm arcándola en un m edio histórico
perfectam ente definido.
Por otra parte la Literatu ra y Litu rgia cristianas— desde
sictupre^-ha venido usando, al hablar de la M adre del S a l­
vador, unos símbolos que se em plean tam bién al hablar de
la Iglesia.
Se impone, pues, que al hacer teología con base y sensa­
tez, hagam os la trasposición del plano sim bólico a los es­
quemas abstrayentes e intelectuales, usando esas cautelas
que indicábamos para no caer en ambigüedades que, lejos
de esclarecer, em brollan el conocim iento precisivo.

Datos que tener en ciieiita.

1.— M aría, aquella muchacha de Nazaret, pese a sus li ­


m itaciones de creatura, “ ab initio et ante saecula” , había
sido pensada en su función de z e o t o k o s ; m aternidad
que la relaciona con Dios de una m anera única e irrepetible.
Ello, en térm inos de escuela, es una relación real que entre
M aría y Dios establece un lazo que los aproxima, de una
m anera que no tiene parigual en esa linea de aproxim ación
a Dios, que llamam os santidad.
Expliqúese como se quiera, esa dimensión d iv in o -m a te r ­
nal de la muchacha M aría la coloca dentro del orden hipos-
tático. Y además, y por eso mismo, como M aría está pen ­
sada y planeada en madre-Dios, esa divino-m aternidad
trasm uta el ser de M aría, de tal m anera que todo el ser y
el existir de M aría está divino-m aternizado.
Ahora bien, en Dios todo es santidad.
De donde deducimos que es imposible im aginar siquiera
una m adre-de-D íos no santificada (P ero no en el sentido de
una santificación que adviniera en un después como quiera
que se le im agine: sino una santificación, no digamos an á­
loga, sino que nos recuerda la de la Hum anidad do Cristo).
Claro que esta santificación se debe a la redención de
Cristo. No faltab a más. Pero a esa redención que, para su
eíicacia, necesitaba que la hum anidad se incorporara a la
D ivinidad en la persona que engendró precisam ente la
ZEOTOKOS.

Dicho en otros términos, y más expeditivos.


La santidad de la Purisim a, lo mismo que la de los “ pe­
cadores” por los que la Purísim a intercede, se origina de la
redención del mismo Cristo. Pero la santidad de la Virgen
es por ser, y para ser, Madre del Dios Salvador. Y asi es, no
sólo anterior a la de todos los que form an la Iglesia, sino
de otro signo.
a) En prim er lugar no es sacramental. No le viene a la
V irgen m ediante los signos santificantes que confecciona
y adm inistra la Iglesia por su Jerarquía. La santidad de la
Virgen, la que la capacita para ser m adre-de-Dios, le viene
directam ente de Dios, anteriorm ente a todo sacram ento
de los que instituirla después su H ijo Cristo.
b) Ni siquiera le viene de la Fe, que es la que justifica.
No sabemos cómo en los niños ju stifica la Fe que exige
todo sacramento, esa Fe que exigia Jesús a los que se acer­
caban a El y sin la cual dice san Pablo es imposible acer­
carse al Señor.
La fe de la V irgen nace en la tierra de esa santificación
previa a todo acto consciente de M aría. Por eso, aunque p a re­
cida a la santificación de los infantes que se bautizan, la
santificación de M aría es totalm ente aparte del resto de
los redimidos.

c) Porque no es gracia de miemhro, usando im térm ino


ya generalizado; es gracia de Madre de Dios, la cual es
exclusiva e irrepetible.
Y lo entendemos asi.
L a redención de Cristo, de una m anera misteriosa, re ­
vierte sobre su Madre. Y, en vez de rescatarla liberándola
de un pecado que hubiera debido contraer por h ija de Adán
(en el supuesto de no ser predestinada a M adre-de-D ios),
lo que hace es elevarla a un plano de excepción, donde la
santidad es una exigencia de esa m aternización constitu­
cional del ser de M aría que nos recuerda la L itu rgia:
“ ...Corpus et anim am ut dignum F ilii tui habitaculum e fíic i
m ereretur praeparasti...”
Su puesto, pues, el especifico y el irrepetible en la his­
toria de la salvación, el prim ero y el suyo propio es, no ser
h ija de Dios, sino su M adre: destinación y dignidad que la
san tifica a Ella sola y de una m anera p riva tiva : no cierta ­
m ente fu era y aparte del ám bito de la salvación universal,
sino para que esa salvación pudiera realizarse al estilo de
Dios.
L a santidad de M aría es un quid que la pervade y pen e­
tra, de tal form a que excluye de ella toda m ancha, y, según
piensan varios Padres, la virginiza, hasta el punto que sólo
de Dios pudiera ser tocada y fecundada la Virgo In t e m e ­
rata, la V irgen siempre M adre o la M adre siem pre Virgen.

2.— Vamos a hablar constantem ente de la Iglesia. Y sa­


bemos que Iglesia es un vocablo que no siem pre designa
la m isma realidad o la m isma parcela de una misma rea ­
lidad.
Decimos la Santa Madre Iglesia y afirm am os que la
Iglesia somos nosotros. Y es claro que entre la Iglesia que
form am os nosotros y la que nos ha hecho pertenecer a esa
Iglesia tiene que haber una d iferen cia: como la hay entre
la engendrante y lo engendrado.
Decimos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo y al mismo
tiem po decimos que es su Esposa. Y evidentem ente las dos
realidades, si no queremos caer en una palabrería n om ina­
lista, han de tener m atices diferenciadores.
Conviene, pues, precisar de qué realidad tratam os al
in ten tar el estudio de las relaciones completas entre la V ir ­
gen y la Iglesia.
Porque, si por Iglesia entendemos el conjunto de Cabeza
y miem bros que san Agustín llam ó el C r i s t o t o t a l , las
relaciones no serán las mismas que si por Iglesia entende­
mos la reunión de los que, gracias a la redención de Cristo,
han conseguido la salvación o han sido santificados (p o r­
que, como puede verse, tam poco es lo mismo recibir la sal­
vación que ser santificados que de suyo supone una san ti­
dad adveniente y no constituyente).
En el prim er sentido la V irgen trasciende de la Iglesia
porque Ella es la M adre de Cristo en su totalidad.
En el segundo es claro que la V irgen form a, si bien “ in
prim is” , en el cortejo de los innum erables que siguen al
Cordero en su gloria.
En el prim er sentido M aría es la Madre. Según el se­
gundo, la podríamos llam ar miembro, aunque preem inente.

3. L a aparente antinom ia de m iem bro y m adre se da,


aunque menos acentuada, en cada uno de los que se in ser­
tan en el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Cada uno es
h ijo de esa Iglesia, y cada uno tam bién form a parte del
conjunto que engendra y hacer crecer al Cristo de la fe que
habita en los corazones de los que creen. “ Esos son m i m a ­
dre y mis herm anos” .
Pero las relaciones de la V irgen con la Iglesia, siempre
en un paralelism o muy distinto, son tam bién esa antinom ia
de ser Ella la M adre y un miembro, siquiera especial y ao-
bi'oeminente.
Y esta antinom ia la resuelve la realidad viva de María
Madre de Dios Savador. La Virgen fue pensada si­
m ultáneam ente com o persona y como misterio (a l igual de
Cristo) y todo ello se conjunta en esa realidad que la
B iblia llam a m u je r y los evangelistas, invariablem ente María
de qua natus est Christus.
L a Iglesia, si no siempre con claridad, siempre y en todo
m om ento, esos dos aspectos los siente unidos en perfecta
síntesis, y asi los proclam a cuando, p. e., en la Misa profesa
su vinculación con los bienaventurados de la Gloria, ante
todo con la prim era de ellos, la Santa Madre de Dios,
a quien la Iglesia se dirige como Reina por encim a y al m is­
mo tiem po en cercanía de m isericordia m aternal, cercana
como una madre y al mismo tiem po tan alejada de nuestra
condición de pecadores que sólo Ella, de entre los hombres,
es la toda santa, m ientras que nosotros, la Iglesia, somos los
pecadores que acudimos al trono de su piedad m aternal e
intercesora.

MUNUS B. V IR G IN IS IN M Y S T E R IO IN C A R N A T I V E R B I
ET C O R PO R IS M Y S T IC I

1 .— “ ...S U P E R E M IN E N S PRORSUSQUE SINGULARE MEMBRIIM”

María y la h/lesía Jerárquica.

Al pensar en la Virgen como m iem bro de la Iglesia, os


urgente desde el principio elim inar toda la sombra que el
concepto jurídico de m iem bro trae de suyección, som eti­
m iento a la Jerarquía. Y a sabemos que no se identifican
ios conceptos de m iem bro y súbdito, y los lazos que ligan a
la V irgen con la Iglesia hay que buscarlos en un plano m e­
ta jurídico.
Ni siquiera históricam ente íue de verdad súbdita de la
Jerarquía la V irgen Santísim a. Nos referim os al tiem po que
viviera la V irgen después de Pentecostés.
Ella, ciertam ente, tom aria parte en el culto que de iure
presidia la Jerarquía, y creemos com ería la Eucaristía, sobre
la cual solam ente el sacerdocio tiene com petencia o poder
sacram ental.
Pero, aun entonces, entre los miembros súbditos y la
M adre-siem pre, había una gran diferencia.
El derecho a la participación en la Eucaristía lo con­
fiere la gracia bautismal que hace al cristiano participar en
el sacerdocio de Cristo. La Virgen, como sabemos, tenía la
gracia anteriorm ente a todo sacramento. Y , en rigor, la
jurisdicción de los Apóstoles no podría alcanzar a la que se­
guía siendo, sigue siendo, Madre de la Iglesia. Ella, dice
Pablo V I, “ precede y supera al sacerdocio; está en un plano
de excelencia superior y de eficien cia d iferen te” (2).
La Eucaristía vinculaba a la V irgen con los cristianos
con una nueva modalidad, es cierto. En la V irgen no era
inoperante la fuerza del signo que tiende a consumar a
los creyentes en la comunión con Cristo, y, en Cristo y por
Cristo, con toda la Trinidad. Pero esos mismos cristianos
que comulgaban, entonces mismo seguían diciendo reía-

(2 ) P.AIII. O V I; A lo cu ció n de !) el e oct.. lí)64. L ’O .s s e rv a to re R on u in o. 9-X-1ÍK54;


"E v id c n tc n io n tc M a ria f. dopo C risto c per vl rtt i di C risto, al v e r i ice di qiiesta
eco n o in ia di su lvc/ za; precede e .su pera il s acerd o / io ; E lla é ad un p ian o di ecce-
lle n z a s u p c r io r c c d i e f f i c i c n z a d iic r c n t c a d c s s o ...”
ción de hijos a Madre, en esa misma gracia salvadora que
entonces obraba la m odalidad sacram ental de la Comunión.

No podemos, pues, entender la razón de m iem bro en la


V irgen por su inserción sacram ental o jurídica a la Iglesia
visible.
Pero tampoco podemos contentarnos con ver en la V ir ­
gen M aria una más de los que “ aunque en grado y form as
distintas, estamos unidos en la misma caridad para con
Dios y para con el prójim o y cantam os el mismo him no de
alabanza a nuestro D ios” (n. 49).
Efectivam ente, todos los redim idos— de antes o después
de Cristo— , unos peregrinantes ahora, purificándose otros
o contem plando ya claram ente la G loria del Padre, todos
nos unimos en el Espíritu que derram a en nuestros cora ­
zones la Caridad que nos vincula en el Cuerpo uno, y todos
contribuimos al crecim iento de ese mismo Cuerpo hasta
tanto que llegue a la talla señalada por el Padre.
Así es. Y en este sentido m etaju rídico podemos hablar
de la Virgen como m iem bro de esa congregación universal
que form a la Iglesia única (n. 50), la “ fa m ilia de Dios que
nos unimos en mutua caridad y en la misma alabanza a la
T rin id a d ” (n. 51), vocación esta y esencia de la Iglesia.
Pero entonces se ve claro que, si la V irgen es m iem bro
de la Iglesia, es el más em inente de esta com un ión que
constituye el Cuerpo, cuya cabeza es el mismo Cristo.
Esto aparece en cuatro momentos, que son otras tantas
relaciones que vinculan a M aría Santísim a con la Iglesia.
Resto de Isabel y prim era célula del Organismo.

Según la visión unitaria de los dos Testam entos, que


siempre predicó la Iglesia, los hechos y personajes de la
A ntigu a Alian/a, junto con las Profecías, proyectaban su
significación anticipada sobre el Nuevo Testam ento.
Y asi el Pueblo de Dios, que Y avé se escogiera en Abra-
hán, era en bloque el tipo del Pueblo en que plenam ente se
iban a realizar las promesas del A ltísim o (n. 9).
Pero la realización de estas promesas exigía en el P u e­
blo una santidad exclusivam ente intransigente, una dis­
ponibilidad absoluta en base de una Fe sin regateos como
la de Abrahán, cuya Descendencia sería entonces h ijo de
la Fe que justifica. T a l santidad la venía urgiendo Y avé,
cada vez con más apremio, en la orden del principio de la
organización: “ Sed santos, porque yo Y a v é soy santo” .
Exigencias cada vez más concretas, cuya honda p rofu n d i­
dad iban desvelando los profetas, a m edida que se acer­
caba el día grande del Señor.
Porque el Pueblo del Antiguo Testam ento, incom pren­
siblem ente tan renitente, necesitaba llegar a la cumbre de
una santidad tal que fuera posible el encuentro del Dios
tres veces santo con el Pueblo debidam ente santificado por
la Fe.
Y de toda la masa Y a v é se iba segregando un “ resto”
en que, llegado la plenitud de los tiempos, y en el fru to de
la M ujer, se iba a hacer la inserción de la Hum anidad en la
Divinidad.
Dios, aunque puede, no hace las cosas de repente. Así
se ve clara esa espiritualización progresiva en el Pueblo que
(‘outinuam ente Y avé está segregando de la contam inación
de los gentiles, y se hace a base de una intensificación de
las virtudes fundam entales de la Nueva A lian za: fe abso­
lutam ente confiada, esperanza contra todas las evidencias
y amor puro y absoluto al Dios que ama a su Pueblo con
celos de enamorado.
Por ello los Santos del Pueblo de Dios, desde Abrahán a
Zacarías, van intensificando acum ulativam ente las v irtu ­
des del Reino de Dios, virtudes que se irían a concentrar
de una m anera prodigiosa e inigualable, en el corazón de
aquella creatura que Dios se escogiera con especial p re­
dilección— “ elegit eam et praeelegit eam ” — para ser sim ul­
táneam ente, la concentración del Pueblo a que pertenecía
por la sangre, y la prim era célula del Nuevo Organism o que
Dios pensaba. Y ella explica la santidad original de la V ir ­
gen, no por singular menos cum ulativa: no por personal, de
menos proyección social.
Porque la Virgen fue el prim er ser a quien llenó la G ra ­
cia de Cristo: cristiana mites de Cristo, pues la santidad
que siempre la poseyó totalm en te— cuerpo y alm a— , no era
•sólo por ser “ la h ija predilecta del Padre y el Sagrario del
Espíritu Santo” (n. 53), sino sobre todo y antes que nada por
ser y para ser la M adre de Dios Salvador, quien la redim ía
a Ella de un modo peculiar y eminente.
Aquel original “ don de gracia tan exim ia que antecede
con mucho a todas las creaturas celestiales y terrenas”
(n. 53), era el fruto prim ero y más excelso de la redención
de Cristo, que la posibilitaba m erecer ser hecha digna M a ­
dre del Creador.
Y asi la Virgen, “ electa in salutem ” , como la Iglesia afirm a
por labios de san Ambrosio, iniciaba en sí m isma (y ya an ­
tes de nacer el mismo Salvador) la serie incontable de los
que, gracias a la sangre del Redentor, cantan sus m iseri­
cordias de generación en generación. Y al mismo tiem po era
la últim a en la serie de los que, por la reversión de esa g ra ­
cia, recibirían a su tiem po la liberación de lo que les im ­
pedia la plenitud de esa redención.
Pero entre todos y Ella hay una diferencia.
Los demás somos rescatados. Ella fue preservada de la
inclusión en el Pecado. Para que a los ojos del cielo y de
la tierra apareciera fulgurante la gloria sin sombra del
Paraíso de Dios, la obra m aestra en la Nueva Creación, que
inauguraba el Verbo con la santificación del Tem plo, en el
cual su propio Corazón iniciarla el culto de la Nueva
Alianza.
T ie rra sacerdotal el Corazón de la V irgen M aría, exenta
por lo mismo de todo diezmo y contribución, la V irgen era,
en frase de Journet (3), la prim era onda que, ampliándose,
iba a constituir el océano del Pueblo de Dios, lin a je real,
nación santa, pueblo sacerdotal.
Toda la gracia de la Redención, pues, estuvo recapitu ­
lada en M aria, hasta el m om ento en que el Padre y el Verbo,
por la acción del Espíritu, crearon el sacram ento de la sal­
vación; el instrum ento santísim o capaz de trasfundir a los
hombres la gracia, que en plenitud absoluta, por su hipós-
tación con el Verbo, poseería la hum anidad de Cristo, fruto
de la fe y de la capacidad m aternal de María.
Por esto pensamos que, si la Hum anidad de Cristo fue el
prim e r sacrainento (4) (que revelaba la G loria del Padre y
confería la G racia), el cuerpo y el alm a de M aría, en cierto
sentido hicieron lo mismo antes del nacim iento de Cristo.
Asi explicamos la santificación del Bautista que se
vincula, según pensamos, a la salutación de la Virgen M a-

(o l J ouH N i.T, C li.. T h r o l i > ( / i c d e r K ^ l i s c . p . 127.


(4 ) C onsi. U e L it u i( / ia . A A S 5G <1964) 99-lÜÜ.
clre, a aquellas palabras trasmisoras de la eficiencia presen­
cial de Cristo escondido. Todo tan sem ejante a lo que ocu­
rre en los sacramentos que usa la Iglesia.

Representación nupcial.

Pero en la historia de la salvación, la Virgen, preparada


convenientem ente, iba a tener un papel plenam ente ecle-
siológico, el decisivo y fundam ental.
La doctrina es harto conocida, y nos contentam os con
insinuarla.
La Encarnación es presentada en la doctrina de más r a i­
gam bre como un m atrim onio entre la Hum anidad y la D i­
vinidad, quienes se dan el ósculo m atrim onial en la persona
del Verbo.
Pero esta alianza m atrim onial, para serlo, necesitaba el
consentim iento de las dos partes. Consentim iento que, de
parte de la Hum anidad, presta M aría en nombre de esa
Hum anidad que va a ser asumida por el Verbo. Es, pues
M aría, no sólo el tálam o nupcial donde se consuma el m a ­
trim onio, sino la representante cualificada de la Esposa del
Verbo.
A hora bien. Esta hum anidad concreta, que el Verbo
asume y form a el Espíritu Santo en las entrañas de la V ir ­
gen Madre, al prestar su útero y la fe de su asentim iento,
es al mismo tiem po la Hum anidad total que Cristo se in ­
corpora para hacerse cabeza de la nueva progenie, que no
nace ni de la concupiscencia ni del deseo del hom bre sino
de Dios. Y solam ente en ese supuesto, es posible la vicarie-
dad salvadora de Cristo que se hace Pecado para borrárselo
a toda la humanidad.
Y es de esa Humanidad, m ísticam ente incorporada a
Cristo, de la que la V irgen es la representante. Es una doc­
trina adm itida unánimente, y que santo Tom ás form uló
con rigor definitivo.
El papel, pues, de la Virgen, como representante de la
la Iglesia que se engendraba en el m om ento de la Encarna­
ción, no es la de un instrum ento m eram ente pasivo (n. 56);
ni la de una representación sin más títulos que la exclusiva
designación del mismo Dios. (En un m atrim onio por pode­
res vale sólo con designación del poderdante; en este cree­
mos que no valdría una mera designación por parte de
Dios). Por eso la V irgen M adre tiene un titulo v ita l: nada
menos que la elección predestinante del Altísim o, quien,
en virtud retroactiva de la redención de Cristo, la elevó
a un nivel por encim a de una persona norm al, por santa
que se la im agine. Todo en la V irgen estaba pensado en
función del M isterio de Cristo. Por eso M aría era la Madre
de la Esposa, la representante única que podía haber de
una hum anidad que sólo existía en los planes de Dios y en
el óvulo m aternal que iba a ser divinam ente fecundado,
previo el consentim iento de la M adre de esa Humanidad.
Madre por tanto de todos los que en un futuro próximo
iban a vivir la vida de Cristo (n. 56), prim ogénito, por ello,
de muchos hermanos, es a saber, la m ultitud de fieles a
cuya generación y educación coopera M aría con verdadero
amor de madre (n. 63).

“ Typus et exemplar expectatissimum ” ,

“ en el orden de la fe, la caridad y la perfecta unión con


C risto” (n. 63).
Es claro, que de aquella santidad m aternal de M aría re­
fluye, para sus relaciones vitales, una ordenación interna
que las hace colm ada y perfectam ente religiosas. Es decir,
que sus relaciones para con Dios, durante la vida m ortal,
estaban inform adas por esa ordenación que llamam os v i r ­
tud. Y la V irgen M aría las tuvo todas y en una form a aca­
bada. Tan to que la Iglesia no hace otra cosa que tra tar de
im itarlas, en esa m aravillosa tensión que la hace progresar
constantem ente, consciente, sin embargo, como recuerda
Pablo V I, de soportar un rostro humano jam ás su ficien te­
m ente perfecto (5). Pues esta aspiración a una “ hum ilde y
profunda plenitud cristiana” que es vocación de la Iglesia
toda (n. 39), en M aría fue realidad colmada. Así la V irgen
es la obra m aestra del Corazón de Dios, la única en que,
como proclam a Pablo VI, se adecúa exactam ente la idea d i­
vina y la realización hum ana (6).
Pero no por capricho de Dios enamorado. Si “ en M aría
encontram os todas las riquezas que la Iglesia representa,
posee y dispensa” (7) es porque Dios quiso que M aría no sólo
fuera su Madre sino la im agen de la Iglesia, espejo y aspi­
ración de todos los hijos de Dios.
Es M aría, pues, la im agen que la Iglesia trata de realizar
en todos y en cada uno de sus miembros. Pero sólo lo consigue
colectivam ente, y esto solam ente cuando haya llegado el
tiem po en que el Cuerpo de Cristo cobre su dim ensión se­
ñalada y perfección d e fin itiva (n. 48); cuando M aría, la
siempre Madre, haya dado a luz y contribuido con su m e­
diación celeste a la perfecta consumación de los elegidos
(n. 62), los hermanos de su H ijo, por quienes ahora in ter­
cede en la gloria celeste.
(T)) K crlcsia n i. snaiii. A A S (19(J4> ( i l 2 .
K¡l P,\in,() V I , H o m i l í a H - lü- l í» G4 ( E c r l e s i i i . 1.211) M M G l l p. il.
(7) Jci., A l o v u c i ó i i , 2 7- 5- 19 64 ( E c c l e s i a , 1.1Ü5 ( 19 64 J i). U).
Con pleno derecho. Porque Ella realizó en sí la p e rfec­
ción ascética “ obedeciendo en todo a la voluntad del Padre,
entregándose totalm ente a la gloria de Dios y al servicio
del p rójim o” (40), como insistentem ente inculca la L u m e n
G e n t iu m .

Por eso los fieles levantan los ojos a M aría, la Madre, que
brilla ante toda la comunidad de los elegidos como modelo
de virtudes (n. 65), ya que “ habiendo entrado íntim am ente
en la historia de la salvación, en cierta m anera reúne en sí
y reverbera las mayores exigencias de la F e” .

“ Intercessio7iis a u x iliu m ” (n. 50).

Uno de los dogmas más consoladores que fluyen de esa


comunión vita l que form a el Cuerpo Místico, es el que r e ­
cuerda la L u m e n G e n t i u m : los bienaventurados “ rec i­
bidos ya en la P a tria y presentes al Señor, por m edio de
El, con El y en El no cesan de interceder por nosotros ante
el Padre, presentando por m edio del único M ediador entre
los hombres y Dios, Cristo Jesús, los m éritos que en la tie ­
rra consiguieron” (n. 49). Y de esta intercesión, la Iglesia
peregrinante que avanza hacía la unión con Dios Padre,
recibe para el cam ino los auxilios oportunos. No es sólo,
pues, el ejem plo que estimula, es el valim iento de los que
nos precedieron en la fe y duermen el sueño de la paz, es­
perando la resurrección, el que hace realidad esa com unión
(le los santos que proclam am os en el Credo.
Pero la eficacia de esa intervención se apoya, lo hemos
visto, en los m éritos que en la tierra consiguieron “ com ple­
tando en su propia carne, en favor del Cuerpo de Cristo que
os la Iglesia, lo que fa lta a las tribulaciones del Señor”
(ibid.). Convencim iento que confiesa la Iglesia en el canon
de la M isa— “ m eritis precibusque susceptis”— y en las ora ­
ciones de todo el ciclo santoral.
Pero es claro que, de todos los bienaventurados, ninguna
tan valiosa como la intercesión de la Bienaventurada M a ­
dre de Dios. “ M ú ltip le” la dice la Constitución (n. 62).
Y es m últiple porque muchos son los m erecim ientos de
N. Señora, “ Ella que conoció las penas y tribulaciones de
aqui abajo, la fa tig a del tra b a jo cotidiano, las incom odida­
des y estrecheces de la pobreza, los dolores del C alva­
rio” (8 ); y el valor de estos m erecim ientos incalculable, en
razón de la gracia que los avalora, esa gracia de la Madre
de Dios que antecede con mucho a la de todas las otras
creaturas (n. 53). Y m últiple además, porque este o ficio de
intercesión lo ejerce en función de los distintos vínculos
que la ligan con la Iglesia :
“ cum F ilio in opere salutari coniunctio” (n. 57).
“ in gratiae oeconomia m atern itas”
“ m aterna caritas”
•‘m aternum praesidium ” (n. 62).
Entre los clásicos de la predicación cristiana y ca tc­
quesis pastoral, esta función de “ Abogada, Auxiliadora,
Ayudadora, M edianera” (n. 62) es frecuente que se la com ­
pare, para entenderla m ejor, al papel que ejercieron las
grandes m ujeres de la Biblia, descubriendo en ellas la p ro ­
yección significante de lo que iba a ser la Orante por an ­
tonomasia. Y recordaban a Betsabé, a Ester; a aquella Su-
nam itis que introdujo la astucia de Joab en la presencia
de D avid para aplacar la justa cólera del padre, ofendido
y apesadumbrado por el fra tricid io de Absalón. Y recorda-

(B) Id-, M e i t s e m a i o , A A S 67 (1965) 357.


ban a Abigail, la que intercedió ante David enojado, y salvó
la vida de Nabal.

Es bonito hacer siquiera un resumen de uno de los


autos m arianos más hondos en que Calderón plasmó
la más pura m ariologia del Barroco.
Luzbel, conocedor de los planes de Dios sobre la
salvación del Hom bre— un Mesías nacerá de una v ir ­
gen— , en la historia de David barrunta “ más luces
que sombras” del porvenir.
Y entonces trata de averiguar el futuro por la histo­
ria y por su proyección ya que D avid es “ el A m ado” ,
Nabal “ El Insensato” y A b igail “ la Madre de la ale­
g ría ” .

Con eso va descubriendo, en acciones sucesivas, la con-


íian za en Dios de David, la apacible condición de Abigail,
siempre “ de pobres intercesora” y “ piadosa madre de t o ­
dos” , la insensata avaricia de Nabal, la castidad de Abigail,
quien, en un juego de prendas entre los pastores, descubre
su lim pieza original al anticiparse, sin errar, “ preservando
la caída” .
Hasta que llega el m om ento crucial del auto.
D avid ham briento y huyendo de Saúl, llega con sus m es­
nadas a las posesiones de Nabal a pedirle rem edie su nece­
sidad y la de sus hombres. Nabal se niega en redondo. Y,
cuando David se apresta a tom ar el desquite del avaro in ­
sensato, sale Abigail al encuentro de la mesnada llevando
vino, panes y Tm cordero.

Y Abigail a los pies de David dice;


cum pliendo con dos afectos
de esposa y de compasiva,
tu necesidad reparo
y su condición esquiva
disculpo, para que así,
tú de m i el favor recibas,
y él de ti el furor aplaque
con que vengar solicitas
su respuesta...
m erezca la que se hum illa,
la que ruega, la que llora,
la que intercede y suspira
que Nabal y sus criados
vivan por esta vez.

Y David co n testa :

V iv a n ;
y no sólo ellos, pero
todos cuantos de ti fian,
¡oh prodigiosa m ujer!
mi desenojo y su vida.
Si fuera Nabal el mundo,
puesta tú entre él y mis iras,
el mundo, Abigail, viviera
seguro de m i ju sticia;
porque tú bastaras sola
a librarle, que bendita
eres entre las mujeres,
toda hermosa y toda rica
de dones espirituales.
Y porque veas si estima
los que le ofreces, m i amor
es justo que los admita.
Tom ad, tom ad las viandas
que nos ofrece benigna
la piedad de una mujer,
para que m ejor se diga
que es de A bigail el nombre,
cuando para unos pida
y a otros dé, ser para todos
la madre de la alegría.

Y, cuando espantado Luzbel, tra ta de averiguar el m is­


terio de que una m ujer basta a salvar a los que en ella fían,
la “ piadosa madre de todos” , coronada sobre una peña de la
que mana una fuente, entre la Liberalidad y la Castidad,
contesta a la pregunta de qué es tal m isterio:

L lega r las piedades mías


perennes corriendo siempre
a ser fuentes de aguas vivas (9).

Una intuición que llega a la entraña del problema. P o r­


que en defin itiva, si la base de la intercesión de los santos
son sus méritos, suyos de verdad como demuestra la doc­
trina católica, los m éritos de la Gloriosa son los que adqui­
rió precisam ente en el ejercicio de su destino en la histo­
ria de la salvación, y que la Lum en G e n tiu m resume;
“ La B ienaventurada V irgen M aría, predestinada desde
toda la eternidad juntam ente con la encarnación del Verbo
divino para Madre de Dios, por designio de la divina P r o v i­
dencia, fue en esta tierra la dichosa madre del divino Re-
i' ji C a i . di - . h ó n 1) 1. i.A Autos s ii ri a n H M i t a U ' s ; M atlrid 19f)2, p. (>50.
dentor, generosa colaboradora que se distingue de una
m anera única entre los demás (colaboradores) y humilde
esclava del Señor. Concibiendo a Cristo, engendrándole,
alim entándole, presentándole al Padre en el templo, com ­
padeciendo con su H ijo al m orir en la cruz, cooperó a la
obra del Salvador de un modo totalm ente único, con su fe,
esperanza, y ardiente caridad, en la restauración de la vida
sobrenatural de las almas. Por lo cual es nuestra madre
en el orden de la gra cia ” (n. 61).

Lo cual nos introduce en la segunda sección de esta


1.“ parte, en que estudiamos “ estas estrechas relaciones de
M aría y la Ig lesia ” , “ llave, como dice el Papa, de la exacta
comprensión del m isterio de Cristo y de Ig lesia ” (10).

2.----“ M A T E R M E M B R O R U M C H R I S T i”

“ L a divina m aternidad es el fundam ento, dice Pablo V I,


de su especial relación con Cristo y de su presencia en la
econom ía de la salvación operada por Cristo; y tam bién
constituye el fundam ento principal de las relaciones de
M aría con la Iglesia, por ser M adre de Aquel que desde el
prim er instante de la encarnación en su seno virgin a l se
constituyó en cabeza del Cuerpo Místico, que es la Iglesia.
M aría, pues, como M adre de Cristo, es M adre de los fieles
y de los pastores, es decir, de la Ig lesia ” (11).

(1 0 ) P a b lo V I , D i s c u r s o e n la c l a u s u r a de la 3.“ s es ió n del V a t i c a n o I I . A A S 56
il9 6 4 t 1015.
ill) Ib id .
Relaciones de María con la Trinidad.

L a L um en G e n tiu m dice expresam ente: “ predestinada


como M adre de Dios desde toda la eternidad y ju n ta ­
m ente con la encarnación del Verbo d ivin o” (n. 61), “ y por
lo mismo h ija predilecta del Pa d re” (n. 53).
L a Litu rgia nos tiene acostumbrados a esta sublime con­
sideración; la de ver a M aría “ in in itio viaru m ” , la prim o­
génita de todas las creaturas, exactam ente como el H agió-
grafo contem plaba a la Sabiduría. Y a lo hemos dicho v a ­
rias veces: no lo consideramos como una acom odación más
o menos ingeniosa, más o menos afortunada; hay una in ­
tim a relación que el sentido de los fieles descubre entre
la Sabiduría y la Sedes Sapientiae, que nos asegura que ahí,
en la Biblia, Dios pensaba en aquella Mujer, im agen de Dios
perfectisim a (en cuanto es capaz una pura creatura) y que
sería el m olde m aternal de la Sabiduría Encarnada, y por
tanto im agen de la Iglesia, prolongación en el tiem po y en
la eternidad de este Verbo encarnado, im agen de su sus­
tancia.

O prim a V irgo condita


E Conditoris spíritu,
Praedestinata Altissim i
Gestare in alvo Filium .

( I Vísperas de la Asunción)

Rerum supremo in vertice Princeps opus form osior


Regina, Virgo, sisteris. Verbo creanti praenites,
Exuberanter omnium Praedestinata Filium
D ítata p u lcritu d in e: Qui protu lit te, gignere.

I M aitines de la R ealeza de M aríai


Natviralm ente la L itu rgia antigua no expresa con tal cla ­
ridad el pensamiento. Pero el germ en está, p. e., en aquel
“ O gloriosa V irginum — sublimis Ínter sidera” o en aquella
a n tífon a “ Congratulam ini mihi, omnes que diligitis D om i-
n u m : Quia cum essem parvula, placui Altissim o, et de meis
visceribus genui Deum et hom inem ” (fie sta de la Circun­
cisión). “ G enuit puerpera Regem , cui nom en aeternum ...;
nec prim am sim ilem visa est, nec habere sequentem ” (fie s ­
ta de Navidad).

Esto es lo que queremos decir cuando llamam os a la


V irgen la Predilecta del Padre. Pero esta predilección, aun­
que gratuita, de ninguna m anera caprichosa, era n atu ral­
m ente en función de su destino soteriológico. M aria era,
en efecto, “ la nueva creatura o nueva creación que plas­
m ara el Espíritu de D ios” (n. 65), a cuyo arquetipo se iban
a m odelar los que nacen, en la nueva creación, de la re­
generación del mismo Espíritu.

Porque en esta nueva creación o nuevo Paraíso, Ella Iba


a ser la M adre de los vivientes (n. 56), ya que, gracias a su
obediencia, a su fe y caridad, en su corazón de M adre el Es­
píritu que al principio fecundaba las aguas, iba a engendrar
al Prim ogén ito y a los herm anos que en El se injertaran,
por participar en la hum anidad y en la gracia que de la
Cabeza reflu iría a los miembros.

Por donde la Virgen, M adre del Cristo total, era el sagra­


rio y la esposa del Espíritu Santo (n. 53): la Esposa necesa­
riam ente toda santa (pues todo al contacto de Dios se sa n ti­
fica), de cuyo seno lo que nacería iba a ser santo por eso
mismo, y, como en la Ciudad Santa, iban a nacer este y el
otro, y todos, santificados por este nacim iento, con razón
la iban a llam ar Madre (Salm o 86).
Todo lo cual, que es una realidad incuestionable, no es
posible concebirlo sin que adm itam os que M aria, por su m a-
ternización existencial, haya entrado en ese orden que la
T eología viene llam ando hipostático: ya que sólo así po­
dremos salvar, sin menoscabo de su inm anencia, la trascen­
dencia abosoluta de la Madre de Dios.
Volvem os a citar unas palabras de Pablo V I: “ Quien m e­
dite en este binom io “ M aría y la Ig lesia ” , encontrará ra ­
zones bellísimas para unir sus dos térm inos a una viva ad­
m iración del designio de Dios, que quiso la cooperación h u ­
mana, la de María, la de la Iglesia, para el cum plim iento
de la Redención; encontrará en la tradición secular de la
teología y la liturgia referidos muchas veces a M aría y a
la Iglesia los mismos sím bolos...; en M aría, sobre todo, t e ­
nemos a la Madre virgin al de Cristo; en la Iglesia a la m a­
dre virgin al de los cristianos, siendo natural aquella
m aternidad y esta m í s t i c a . (12).

Maternidad "prorsus aiiifiularis’’.

E fectivam en te la Iglesia tam bién es llamada, y lo es.


Madre de Cristo.
Pero la m aternidad de la Purísim a es ciertam ente dis­
tinta de la de la Iglesia. Y conviene insistir para evitar en-
trecruzam ientos de ambigüedades en sus funciones.
La m aternidad de M aría la V irgen term ina en Jesús, ese
hombre divino del Evangelio, esa persona divina subsisten­
te en dos naturalezas, quien, aun en la comunicación m ís­
tica con su Cuerpo, que es la Iglesia, sigue siempre siendo
distinto del resto de su cuerpo e incom unicable como lo es
(1 2 ) Id ., D is c u i' s o c i i la a u d i c n v i u ( j c n c r a l , 27-5-iy64 E c c le s ia , 1.195 (1964) i>. lU.
toda la persona, A l incorporarnos a Cristo por el Bautismo,
ni perdemos nuestra personalidad ni se nos comunica la
personalidad de Jesús en una “ conm ixtio” como soñaran a l­
gunos pensadores al explicar la unión hipostática.
L a Iglesia, en cambio, es la comunidad que nos aplica
la gracia por la cual vive Cristo en nuestros corazones, o
por la que nosotros vivim os en Cristo, pero por la fe. M ien ­
tras M aría es la verdadera madre de aquel Jesús, a quien
gestó en su seno, alim entó con su leche y que ahora está
sentado a la derecha del Padre, y quien sólo por gracia (que,
en térm inos de escuela, es un accidente) vive en cada uno
de sus miembros.
Por ello, la m aternidad de M aría sobre Jesús, ya lo h e ­
mos recordado, establece entre m adre e h ijo relaciones de
un orden totalm ente distinto de las que existen entre los
fieles y Cristo, aunque ellos, en cierto sentido, puedan ser
llamados, no sólo hermanos, sino madre de Cristo. Pero
siempre hay modos de decir, conform e a unas reglas que
nunca conviene olvidar.
Lo mismo que en las relaciones de M aría con el Espíritu
Santo. Su poder, según el Evangelio, la hizo sombra y ello
influ yó en la operación en que el Verbo asumía para sí a la
naturaleza hum ana: acontecim iento y realidad única e
irrepetible (com o es la generación de cualquier persona en
el seno de su m adre), que sólo de una m anera análoga re ­
pite y prolonga la Iglesia, cuando decimos que el Espíritu
Santo fecunda las aguas del Bautismo para el nacim iento
de cada nuevo h ijo de Dios.
Es decir, que las relaciones que la V irgen M aría tiene
con la Santísim a Trinidad, estrictam ente personales aun­
que en función de su destino soteriológico m aternal, tras­
cienden evidentem ente las que la Iglesia tiene con la m is­
ma Trinidad en su acción sobre los fieles que form an la
Iglesia.
Ahora bien. Cuando hablamos de la m aternidad de M a ­
ría con respecto a nosotros, lo hacemos pensando en la
Gracia, por la que vivim os en Cristo y de Cristo, y ade­
más en las gracias que constantem ente coadyuvan a que
esa G racia vaya desarrollándose hasta la eclosión de la
Vida Eterna.
Y es entonces cuando las dos m aternidades pueden con­
fundirse, porque ambas inciden sobre una m isma realidad,
y alguien entonces pudiera pensar que una de las dos so­
braba.
Pero ni se confunden ni se excluyen, y las dos son, no
dos madres, sino una m ism a m aternidad que actúa sobre
un mismo Cristo, en su com plejidad m ística, que comenzó
en N azaret y no term inará de form arse hasta la consuma­
ción de todos los elegidos. De donde, cuando se habla de
M aría, la M adre y de la M adre Iglesia, no es precisam ente
que usemos una form a m etafórica de analogía, sino que
intercam biam os palabras, en virtud, como decía ya Schee-
ben, de cierta pericoresis, según la cual todo lo que se dice
de M aría se puede afirm ar de la Iglesia, y todo lo que a fir ­
man de la Iglesia, se puede predicar de M aría la siempre
M adre (13).
Pero teniendo en cuenta estas puntualizaciones:
L a Iglesia es m adre colectivamente
a) por los sacramentos que tienen función de ins­
trum entos y que adm inistran “ in persona C h risti” los
jerarcas de la comunidad cristiana.
b) por los m erecim ientos y oraciones que se van
il3 ( . H., M é d i l a U n v s u r l ' E q U s c . c. I X ip. 2fi6 ss).
acumulando en el tesoro de la Iglesia y que consiguen
im petratoriam ente los miembros de la comunidad.

M aria es madre personalmente


a) porque engendró— y por cierto consciente y m e­
ritoriam en te— a Cristo cabeza, de cuya plenitud fluye
la vida a todos los miembros de la Iglesia.

b) porque con sus m erecim ientos coopera con Cris­


to a la salvación de toda la comunidad cristiana, del
todo el género hum ano; y por tanto
c) a Ella se deben, en la m edida que después vere­
mos, esa G racia y los sacramentos y oraciones que
aplica y distribuye la M adre Iglesia.

L a Iglesia, pues, es M adre porque la Virgen es M adre de


la Iglesia, y la m aternidad de ésta no es más que la p a rti­
cipación y prolongación, en el tiempo, de la M aternidad
Divina, de la que toda inaternidad tiene su origen.
Y asi entendemos perfectam ente el lugar y función de
M aria en la Iglesia, el más alto después de Cristo (n. 54),
que trasciende, sin menoscabo de la inm anencia, la Iglesia
toda, ya que la V irgen es, con todas las consecuencias, la
M adre de Dios, a quien la Iglesia con su Cabeza, que es
Cristo, debe su origen.
Y por eso, lejos de oscurecer la m aternidad de la Iglesia,
M aría M adre la esclarece y hermosea, como com entaba San
Buenaventura: “ Sicut sol praecedit et decorat corpora to-
tius machinae mundanalis, sic B eata V irgo praecellit et deco­
rat m em bra totius Ecclesiae” (14). Y es que, como afirm a

(141 S. liuKNAVi'iNTíiKA. Dc liü tiv ila Lc B. M a rin e V irg iiiis; edi c. Qi u ifs ich i. t. J.X,
n. 712.
el mismo Doctor en otro lugar, “ plenitud^o quac í'uit in V ii-
gine M aría redundavit in totam Ecclesia™ ” (15).

Corredención de Marta la Madre.

La Iglesia, pues, es nuestra M adre po^'Q^e la Virgen es la


fuente y el origen de esa m aternidad; Y- cuando nacemos
a la vida de Dios, la Iglesia no hace ot'i'a cosa que repetir
la encarnación del Verbo, incorporándor'^os a nosotros, in d i­
viduos de la Humanidad, a la Divinidad* Q^e tomó carne en
y del seno de la Madre, la única Madre.
Precisam ente es esta originación la coloca a M aria
la M adre en ese puesto tan cercano a no'®otros, el m ayor que
pueda im aginarse (n. 54). Porque nada ™ás cerca del agua
que el m anantial, nadie más cerca de ui^^o que la madre, de
quien el h ijo es la prolongación en la existencia.
Y la V irgen es verdadera madre nuí^stra, porque la g ra ­
cia con que vivim os participando de la vida de Dios es algo
que Ella nos da de lo suyo y que nos haP^ ^ semejantes.
La afirm ación pudiera parecer a v e ’^turada. Pero la L i ­
turgia afirm a constantem ente que Mar'i^- m ereció la m a ter­
nidad ( “ Quem m eruisti portare” ...), y m erecim iento hace
que el m érito sea de quien lo merece, a^ menos en la m edida
que lo merece. Y, si es verdad el aforism o que “ filii m atri-
zan t” , la gracia por la que somos crisíiíorm es, repitám oslo
una vez más, nos hace sem ejantes a lylaría, pues esa gracia
estuvo como represada en M aria anteS de trasfundirse so­
bre nosotros.
Y sólo en este supuesto la poder>‘‘OS llam ar con toda
verdad Madre.
iir>) Id-, I n l'urilU atunH ': l. IV, üDl.
En esa gracia que, en último térm ino nos cristiform a,
Santa M aría, de una m anera única y singular, cooperó d i­
rectamente, y no sólo para si (com o colaboramos todos, y
m eritoriam ente por cierto), sino para todo el género hum a­
no. L a V irgen “ et sibi et universo generi humano causa fu it
salutis” afirm a la Constitución, repitiendo unas palabras
de San Ireneo (n. 56).
La Virgen, pues, es Madre, porque nos corredime.
Usamos el térm ino que evita la Constitución vaticana,
porque expresa rápida y acertadam ente lo que queremos
expresar.
La Virgen M aria es causa, co-e ficie n te casi nos a treve­
ríamos a decir en term inología de escuela, conscientes del
riesgo que este cum ofrece al concepto de co-redención y
co-eficiencia.
Pero la Constitución repetidas veces afirm a la in terven ­
ción real y eficien te de la M adre en la econom ía de la g ra ­
cia, en nuestra salvación. Y esta eficiencia ?naternal se
afirm a del mismo acto con que engendra y da a luz a Cristo
en toda su com plejidad de Cuerpo Místico.
Sobre este pim to (aunque en la palabra no se coincida)
de la eficien cia real sobre la generación del Cristo total,
m ediante su consentim iento y servicio genero.so a la obra
redentora del Salvador, y no solam ente con la prestación
de sus entrañas a la generación de un niño, estamos todos
de acuerdo, y sustancialm ente nadie puede ponerlo en duda
después del documento conciliar.

S ingulariter prae aliis generosa soda.

Pero la Iglesia engendrada con Cristo en el seno de M a ­


ría de Nazaret, no nació, como afirm a la L iteratu ra cristia ­
na, hasta que brotó en sangre y agua del Corazón do Cristo
m uerto (nn. 3.6.41).
Pero alli tam bién estaba la Madre. “ Suamque unionem
cum F ilio fid eliter sustinuit usque ad crucem, ubi non sine
divino consilio stetit, vehem enter cum F ilio suo condoluit
et sacrificio eius se m aterno anim o sociavit, victim ae inm o-
lationi amantar consentiens” (n. 58) (16). Y fue este acto la
culm inación de su cooperación a la obra salvadora de Cris­
to, por donde resultó nuestra madre en el orden de la g ra ­
cia (n. 61).
La Virgen, entonces, coopera a la Redención. Pero no
como los demás miembros de ese Cuerpo, la Santa Madre
Iglesia, que colectivam ente colaboran a la Redención. La
Virgen, lo proclam a la Constitución, “ se distingue en un
puesto aparte” , singulariter, singulari prorsus modo.
Es decir, de un modo que sólo a Ella le compete y que la
hace Madre con una m aternidad distinta de la de la Ig le ­
sia: esa que de una m anera análoga y como reflejo y co n ti­
nuación de la m aternidad m ariana, se puede aplicar a la
Iglesia. Y asi dice Scheeben y repite Lubac; “ La m aternidad
de la Iglesia obra sobre la base y por virtud de la de M aria,
y la de M aria continúa obrando en y por la de la Ig le ­
sia” (17).
Es, pues, la de la Virgen una cooperación estrictam ente
m aternal, de tal m anera que la gracia por la que nosotros
vivim os en Cristo, nos viene, claro es, de nuestra unión con
Cristo, pero gracias a la colaboración de M aria, siempre
Madre.
A los m ariólogos toca— y queda abierto el sugestivo ca ­
m ino— esclarecer el modo y los lím ites de esta, digamos,
ilRi pvBio VT, C ario rv la coronación de la Viroen de la Esperanza. Ecrlesia.
1 .1 !).’) (1 S H Í4 I p. 5.
(171 Luii.\( , o. c.. |). 297.
corredención, de esta cooperación totalm ente singular y
única de la que es Madre de la Iglesia.
Pero en esta investigación habrá que salvar siempre la
realidad verdaderisima de este "m aternum munus erga ho-
m ines” . Función que hay que explicar en la linea de lo que
llamam os m e d i a c i ó n : que no oscurece para nada, ni
rebaja en lo más m ínim o ni disminuye un ápice, sino que la
exalta y la m agnifica, y le da un tono de calor humano (18),
a la única m ediación de Cristo Redentor, que, para su total
y com pleta eficiencia, no excluye sino que exige una coope­
ración, diversa según la diversidad de funciones y ca tego­
rías en la Iglesia.
Y la función de la Virgen en la Iglesia es la de Madre de
Dios Salvador.

Indessinenter perdurat.

Esta m ediación, ahora en el cielo, la ejerce evid en te­


mente por aquella intercesión, tam bién única y aparte, que
desempeña con esta fuerza que la Tradición ha consagrado
en la expresión de Om nipoten cia Suplicante.
Y, como sus cuidados e intercesión nacen de su m atern i­
dad en la econom ía de la gracia (n. 62), su vigilan cia atenta
se extiende adonde llega esa m aternidad: a todos los h om ­
bres, y en especial a los cristianos.
Ahora b ie n : la intercesión va encam inada a la salvación
personal de cada uno. Por donde las gracias que, según la
doctrina católica, cada uno necesita para conseguir esa sal­
vación, son fru to de esa intercesión m edianera de la Virgen.
Es un razonam iento que creemos perfectam ente legitim o.
Pero este oficio que nuestra Abogada ejerce para con nos-
(IH ) PniiLO V I , A A S 57 (1Í)G5) l), 25Ü.
otros desde su gloria del cielo, ¿no es más que de intercesora?
¿No podremos, más bien, pensar, en esa corriente del pen ­
sam iento tan antiguo, que la Virgen Gloriosa es dispensa­
dora de esas gracias de salvación que Ella nos consigue?
En el campo teológico, siguen aún divergentes las o p i­
niones sobre la naturaleza de este aspecto de la materyildad
celeste de Nuestra Señora. Y , m ientras la Iglesia no se
defina en un sentido, cabe sostener lo que a cada teólogo
le parezca más hom ogéneo con el conjunto dogm ático que
la Iglesia nos propone en su magisterio, a una con el senti­
do de la fe que la piedad del pueblo expresa en su devoción
a Santa María.
Los Papas, en cadena ininterrum pida en los últimos
tiempos, exponen un convencim iento que hay que tener en
cuenta, sobre “ su intercesión cerca de Jesús, “ único m edia­
dor entre Dios y los hom bres” , que quiso asociarse a su
propia Madre como abogada de pecadores, como dispensa­
dora y m edianera de la gracia” (19). El últim o es Pablo V I
que en su enciclica Mense maio a firm a: “ M aría Santísim a
ha sido constituida por El (Señor) adm inistradora y dispen­
sadora generosa de los tesoros de su m isericordia” (20).
Personalm ente pensamos que sólo en este supuesto es
cntendible la verdadera m aternidad de M aría sobre la Ig le ­
sia y sobre cada uno de sus miembros.
Porque sólo adm itiendo que Ella intervenga activa y
realm ente en la distribución de la Gracia, pensamos, puede
proclam arse a la V irgen Madre, Reina, según las palabras
de Pío X I I : “ De este consorcio con Cristo le viene el oficio
real, por el cual puede Ella dispensar los tesoros del reino
del D ivino Redentor. Finalm ente, de esta asociación con
(1 9 ) Pí(-) X I , M i s e r c n t i s s i m u s R e d e v i p t o r : A A S 20 (192H).
(20t p u n o V I . M e i i s c v i a i o . A A S 57 119C5) 357
Cristo le viene la in falib le eficacia de su intercesión m ater­
nal ante el H ijo y ante el P a d re” (21).
Así creemos que este “ salutaris influxus” de M aría en la
llegada de las gracias que necesita nuestra indigencia, es
algo de otra naturaleza que una m era intercesión por in fa ­
lible que se la suponga. Es un acto de dom inio sobre esas
gracias, de las que dispone como M adre y como R eina: pues
a ellas cooperó con sus méritos, desde N azaret hasta el C al­
vario, desde Pentecostés hasta el fin de los siglos, y en
cuya distribución interviene “ usque ad perpetuara omnium
electorum consum m ationem ” (n. 26). “ No ciertam ente por
necesidad m etafísica, sino por divino, beneplácito y por
dim anación de la sobreabundancia de los m éritos de Cristo,
en cuya unión se apoya, de ella totalm ente depende y de
ella bebe su virtu d” “ Y así la unión inm ediata de los fieles
con Cristo, esta actividad de la Virgen, no sólo no la ostacu-
liza, sino que la fo m en ta ” (n. 60).

Cavúno hacia Cristo de ida y vuelta.

Y es esta efectivam en te otra de las persuasiones en ra i­


zadas en el corazón del Pueblo de Dios, en cuyas almas la
Fe despierta un sentim iento o experiencia connatural, de
que, sí Cristo nos vino del Padre por m edio de M aría, para
llegar por Cristo hasta el Padre no hay m ejor senda que la
que tra jo Cristo.
Y la historia de los santos es una prueba fehacien te de
que la devoción m aríana los llevó a esa unión tan estupenda
que es la santidad heroica que caracteriza a los amigos de
Dios. Porque la devoción a la Virgen lleva a la Eucaristía
(2 1 ) P ío X II, Ad coeli R eginam . AAS 4G (1954).
“ fn ictu s ventris generosi” , y la Eucaristía nos sumerge en
la ola de unión que Cristo tiene con el Padre en el Espíritu
Santo.
Por ello la religión más auténtica de Cristo nada teme
de la m ediación m aternal de la H ija predilecta del Padre,
de la esposa del Espíritu Santo, de la M adre que com parte
con el Padre, la única, (una est colmnlia mea) la gen era­
ción del Verbo.

Y asi “ la Iglesia, pensando con piedad de Ella y con­


tem plándola a la luz del Verbo hecho carne, penetra más
dentro con veneración en lo más hondo del m isterio de la
Encarnación, y se conform a más y más con su Esposo. Pues
María, quien habiendo entrado tan íntim am ente en la his­
toria de la salvación, en cierta m anera reúne en sí y reve-
verbera las mayores exigencias de la fe, al ser predicada y
venerada, conduce a los creyentes hacia su H ijo y a su sa­
crificio, y los eleva al amor del Pa d re” (n. 65).
“ El culto de M aría no es un fin en sí mismo, sino el
cam ino maestro que nos conduce a Cristo y por El a la gloria
de Dios y al amor de la Ig lesia ” (22).

II

“ H O M IN U M RED EM PTO R U M O F F IC IA ER G A D E IP A R A M ”

Todo lo cual, íntim a y piadosamente considerado, nos


trae a esta segunda parte, en la que exponemos “ los deberes
de los redimidos para con la M adre de Dios, M adre de Cristo

tLüli Packj VI, ll^9 -1 9t^3 (K c r le s ia . i 19ü:^i p 1(1.


y M adre do los Hombres, en especial de los creyentes”
(n. 45).
Porque deberes son los que impone a los fieles la asocia­
ción que Dios planeó para M aría en la obra de salvación.
Deberes, por tanto, que hacen de la auténtica devoción a
Nuestra Señora una urgencia perentoria y dulcemente in ­
declinable. Deberes de h ijo para con su madre, que, si dul­
ces, no por eso dejan de ser obligatorios.
Y nada puede tem erse de una verdadera devoción a M a ­
ría, que, además, es una exigencia de un cristianism o rec­
tam ente entendido.
“ Todo encuentro con Ella no puede menos de term inar
en un encuentro con Cristo mismo” (23). “ No debemos nun­
ca olvidar quién es M aría en la historia de la salvación:
la Madre de Cristo, y por ello, la Madre de Dios, y por m a­
ravillosas relaciones espirituales, la Madre de los creyentes
y de los redimidos, la “ puerta del cielo” . La visión panorá­
m ica de la teología centrada en la humilde “ esclava del
Señor” no debe nunca desaparecer de nuestra m irada es­
piritual, si queremos com prender algo verdadero, auténtico,
avasallador de la criatura privilegiada sobre la cual se des­
cubre y detiene la trascendencia divina y adquiere re a li­
dad hum ana el Verbo de Dios” (24).
Cierto que puede caerse, y se ha caído, en exageraciones
supersticiosas. Pero avaloran la devoción de la Virgen, en
lo que tiene de necesario y estim ulante, además de la his­
toria de la santidad en la Iglesia (no hay santo al m argen
de esta devoción), incluso lo que pudieran parecer form as
superficiales y folklóricas, o restos de cultos ancestrales
de turbio y dudoso origen.

i2 3 i Id .. Me)i.sr nu iio . p,
(2-h Ic i. , A la c it c io ii al S c / n i i i a r i o Müiior de lionui, y-L’ -l9(>4. F crlcsia , 1 I7 í)
(1904) |). 11.
Mo refiero, en concreto ahora, a las peregrinaciones a
santuarios donde se veneran im ágenes con aureola legen ­
daria y casi mitica.
El hecho es, y cualquiera puede comprobarlo, que, ade­
más de las cam inatas con los pies descalzos y las velas que
arden a porfía ante la im agen y los exvotos con aire de
retidles, la peregrinación se com plem enta con confesiones
— tantas veces arreglo de una vida em pecatada— y con una
abundancia extraordinaria de comuniones que son un posi­
tivo, y personal, y litúrgico, acercarnento al M isterio de
Cristo.
Son hechos de fá cil comprobación (25).
C ierto que urge pu rificar el culto y las devociones. Pero,
por demasiada im paciencia, pudiera haber el peligro de que,
al pretender arrancar los liqúenes que se adhieren a la en ­
cina, descortezáram os su tronco y nos quedáramos sin ra ­
mas y sin encina.
Pero veamos ya los deberes que señala la “ L u m en g e n t iu m ”

V e n e r a c ió n .

El culto a la Virgen form a parte in tegral del culto que


la Iglesia, en Cristo y por Cristo, tributa al Padre.
Este culto, registrado históricam ente “ ab antiquissimis
tem poribus“ (n. 66), podemos afirm ar que es de siempre y
seguirá siempre m ientras la Iglesia siga viva.
Porque, m ientras en las asambleas se proclam e la P a la ­
bra, en ellas sonará el nombre de la que ya desde Antiguo
se insinúa, siquiera en prenuncios y figuras, como Madre
Sobre o s l o p u n t o e s m u y i n t o r o s a n l . e l e e r e l (U‘ s a i ) a s i o n a ( { o e s L i i d i o d e . l a r -
nt ies 1 Mcrr ilr Ní^lrc J o i r ( (-. [it, ( ' a . l o n n u n . P aris, trad. ra^ follan a en
Ut:s clc (\
del R edentor (n. 55), y que luego “ interviene en los m iste­
rios de C risto” (n. 66), desde el m om ento de la Encarnación
hasta Pentecostés (nn. 57-59).
Y , m ientras le quede un residuo de agradecim iento, la
Iglesia honrará la m em oria de la que generosam ente se
consagró por entero a los planes de Dios en la salvación de
los hombres (nn. 57.58.62) con amor de verdadera madre. Y,
m ientras renueve la Eucaristía, la Iglesia dará las gracias
al Padre en unión con Cristo “ fructus ventris generosi” por
habernos dado una M adre que preparó generosam eente el
cuerpo y la sangre del sacrificio,y a quien debemos esa H u ­
m anidad divina que continuará en el cielo esa L itu rgia que
comenzó en el seno de una m ujer, la Mujer.

P or eso, como es in tim a e indisoluble la unión de la


M adre con el H ijo en la obra de la salvación (n. 57), no hay
que extrañarse que no puedan separarse en la L itu rgia que
repristina esa obra de Restauración, que es el M isterio P a s­
cual (Co7ist. De Sacra Liturgia, nn. 1.6.102).

Así el Adviento, sobre todo en los últimos días, está em ­


papado del recuerdo de la M adre Virgen anunciada por los
P rofetas que da a luz, entre resplandores de aurora en la
N avidad: m isterio que prolonga la Circuncisión y la E p ifa ­
nía, m isterios donde se hace im prescindible la presencia
de la Madre. Por M aría Cristo se m an ifiesta a los discípulos
en Caná (2.° dom. de Epifanía), y luego se oculta para apa­
recer discreta y fugazm ente en la Cuaresma, hasta reapa­
recer, negada la hora, al lado del Redentor en los misterios
de la Pasión y Resurrección. Y es em ocionante el recuerdo
patético de la V irgen M adre en el “ Pange lingu a” del Jueves
Santo, en el “ Crux fid elis” y la Passio del Viernes, en la
A ngélica de la V ig ilia Pascual (b a jo el símbolo de la “ m ater
apis” ) y en los resplandores de resurrección del “ Regina
ca eli” . Y al lado de los Apóstoles asiste a la Iglesia naciente,
donde otra vez el Espíritu Divino desciende sobre la Mujer.

“ En la celebración anual de los m isterios de Cristo, la


Santa M adre Iglesia venera con peculiar amor a la B ien ­
aventurada M aría Madre de Dios, quien está vinculada con
lazo indisoluble a la obra salvadora de su H ijo ; y en ella
adm ira y exalta el fruto más excelente de esa Redención, y
como en una im agen purísima en ella contem pla lo que,
toda entera, anhela y aspira ser” (L itu rgia, n. 106).

Por eso, además de esa inserción indisoluble en el ciclo


de los Misterios, la Iglesia va constelando, a lo largo del
año, la m em oria de los m isterios que prepararon o consu­
m aron su función soteriológica de cooperación: su Inm acu ­
lada Concepción, su N atividad, la Presentación en el
templo, la Anunciación, su Divina M aternidad, su Corazón
purísimo, y, finalm ente, su Asunción y coronación en los
cielos “ como Reina de todas las cosas para conform arse más
plenam ente con su H ijo, Dueño de los qtie dominan y ven ­
cedor del Pecado y de la M u erte” (n. 59).

Y esta os la explicación del por qué la Iglesia ha sancio­


nado con su autoridad d efin itiva e incorporado a su p lega­
ría oficia l antífonas, him nos y oraciones a la que “ m ereció
ser M adre de Dios” , y, aparte de las festividades del año
litúrgico, exhorta sin cansarse a “ estim ar en mucho las
prácticas y ejercicios de piedad hacia Ella, recomendados
en el curso de los siglos por el M agisterio” (n. 67), como lo
es, p. e., el Rosario, según nos ha recordado en dos ocasio­
nes Pablo V I (26).

f2 6 l P a b l o V I . A las c o n g r c q a c i o n c s n i a r i a n a s íE c c Ie s ia , 1.15B M í)63i ji. 10;


l l a n i i l i a e n la A s u n c i ó n , (E c c le s ia . 1.210 (196-1) p. 2 2 ; M e n s e ¡naio , p. 357.
Amam os a M aría, porque am ándola amamos algo muy
intim o de Cristo.
Am am os a M aría, porque, h ija predilecta del Padre, que­
remos en todo ponernos en línea con el querer de Dios, y
am ar lo que El ama y estim ar lo que El estim a en tanto.
Sabemos, en efecto, que El la quiere tanto que le ha
dado una gracia y una honra y un poder, después de Cristo,
superior con mucho al poder y a la gracia de todas las otras
creaturas (n. 66).
Am am os a M aría, porque, herm anos de Cristo, sabemos
que El restituyó al rango que m erecía la dulce obligación
de devolver a los padres el inestim able beneficio de la vida
(M t. 7, 8-12).
Am am os a M aría, y estamos alegres de esta obligación y
dulce yugo que, en nuestro nom bre aceptó San Juan al pie
de la Cruz, cuando nuestro Herm ano M ayor nos la dio por
Madre y perm itió que entráram os a ser coherederos de su
amor (S. R o b e r t o B e l l a r m i n o , “De septern verbis C h ris ti”).
Porque con este amor participado de Cristo, y solam ente
con él, pagaremos debidam ente los beneficios que a nuestra
M adre le debemos: el Fruto de su vientre que es nuestra
vida, la salvación que en Ella tiene su origen y com plem en­
to, la solicitud y desvelos m aternales con que, después de
darnos a luz entre dolores de parto laborioso, nos cuida n o­
che y día como madre amantísim a.
Y la amamos, en fin, porque, sin forzarlo, amamos la
cim a donde so meció nuestra in fan cia y a la m ujer que en
aquellos días sabemos que c u id ó --¡y de qué m an era! nues­
tro desvalim iento. Y este es el “ cortejo de los inás sencillos
sentimientos, los más dulces, los más puros y los más bellos
que el m isterio de la Encarnación nos autoriza a trasladar
de la esfera humana a la esfera religiosa” (27).
Y la amamos, en fin, porque la sabemos amable. Y M a ­
dre del Am or Hermoso, “ speciosa et suavis” , “ pulcra et d e­
cora” , Aurora, Palom a, Azucena, Torre de m arfil. Espejo
sin m ancha... todos esos piropos que acumula la L itu rgia
y la sólida piedad del Pueblo de Dios cuando quiere hablar
de la Madre, que lo es de Dios y nuestra. De hecho, gracias
a Ella, la Creación entera ha recibido una luz nueva. “ Quia
per In carn ati Verbi m ysterium nova m entis nostrae oculis
lux tuae claritatis in fu lsit” (P ref. de Navidad). Y fue Ella,
la V irgen María, quien “ Lumen aeternum mundo e ffu d it”
(P re f. de la Virgen). Y esta luz y esta alegría y este resplan­
dor es tan intenso que la misma G loria se perfum a con el
aroma de su presencia, Rosa M ística que tan m aravillosa­
m ente cantó el Dante

V idi a ’ lor giochi quivi ed a ’ lor cantí


ridere una bellczza, che letizia
era negli ochi tu tti gli altri san ti...
Riguarda omai nella faccia che a Chi'isto
piü si somiglia, che la sua chiarezza
sola ti puó disporre a veder Cristo,
lo vidi sopra leí tanta alegrezza
piovcr, portata nelle m entí sante
(•reate a trasvolai’ per quella altezza,
che quantunque io avea visto davante
di tanta am m irazion non m i sospese,
ne mi mostró di Dio tanto semblante.
(Paradiso X X X I, 133; X X X I I , 88).

(2 7 ) I d ., D i s c u r s o , 12-Ü-1DÜ3 (E cclc.sia , 1.15H (1963) p. 9.


Por eso recogemos animoso esta recom endación que el
C oncilio hace a nuestro corazón de hijos (n. 62), pues estamos
seguros de que este cariño hacia la M adre que nos dio a
Jesús no resta nada al am or total y absoluto que debemos
al amor de Dios, pues Ella, lo sabemos, es el corazón de sus
amores. Y el corazón de la Iglesia toda siente y experim enta
que es el Espíritu quien pone en sus afecciones una tenden­
cia indeclinable hacia la M u jer a quien, con razón, encuen­
tran amable de toda amabilidad. Y así saben con toda se­
guridad que ello no es ni una turbia in terferen cia ni una
sublim ación de fracasos sentimentales.
No debemos, pues, extrañarnos que haya hombres, y muy
recios, que hablen de la V irgen así: “ ¡M a d re !— L lám ala
fuerte, fu erte— . T e escucha, te ve en peligro quizá, y te
brinda, tu M adre Santa M aría, con la gracia de su H ijo, el
consuelo de su regazo, las ternuras de sus gracias: y te en­
contrarás reconfortado para la nueva lu cha” (28).
Es la experiencia de tantos santos, y tan sabios, que han
llegado a sentir un amor íntim o y tierno hacía la M a d re : un
San Juan Damasceno, un San Ildefonso, un San Bernardo,
un San Luis Grignon de M ontfort, un San A lfonso M aría de
Ligorio..., quienes han llegado a “ descubrir una relación
personal entre la V irgen y cada una de nuestras alm as; una
relación que cada alm a puede hacer de eficacia saludable,
siendo al mismo tiem po tributo de honor y amor a María,
y fuente de toda clase do gracias para el alma, si es bien
com prendida y cultivada... Esta confianza filia l y personal
con M aría, este breve, caluroso y siempre renaciente diálogo
con la Virgen, este modo de introducir su recuerdo, su
pensam iento, su im agen, su m irada profunda y m aternal

(28) M ons. E sc' r i v á . C a m h i o . 516.


en la celda de la religión personal, de la piedad intim a y se­
creta del espiritu es del todo habitual” (29).
Citemos, no más, el testim onio de un sabio, y no por
cierto m eridional, quien fren te a la M adre daba suelta a
todas las compuertas de su corazón enam orado: “ M aria, tu
illa m agna M aria, tu illa m aior beatarum M ariarum , tu illa
m axim a í'em inarum ; te, Dom ina m agna et valde m agna, te
vult cor meum amare, te cupit cor meum laudare, te deside-
rat venerari mens mea, te a ffe c ta t exorare anim a mea,
quia tuitioni tuae se com m endat tota substantia mea... O
nimis exaltata, quam sequi conatur affectu s anim ae meae,
que aufugis aciem m entís meae? O pulcra ad intuendum,
am abilis ad contemplandum, quo evadis capacitatem cordis
m ei? Praestolare Domina, in firm am anim am m eam te se-
quentem ...
Certe, lesu F ili Del et tu M ater eius, et vos vultis et
aequum est ut quidquid vos diligitis diligatu r a nobis. Ergo,
bone Fili, rogo te per dilectionem qua diligis M atrem tuam,
ut sicut tu vere diligis et d iligi vis eam : ita m ihi des ut
vero diligam eam. Bona M ater, rogo te per dilectionem qua
diligis Filium tu\im, ut sicut tu vere diligis et d iligi vis eum,
ita m ihi im petres ut vere diligam eum... M ater huius am a-
toris nostri, quae illum in ventre portare et in sinu m eruisti
lactare, an tu non poteris aut non voles poscenti amorem
eius et tuum im petrare?” (30).

I n v o c a c ió n .

Y asi, convencidos “ de que ninguno de los que han acu­


dido a su protección o im plorado su auxilio han sido des-
i29i P a i ;i ,() V I . A l S e n n n a r i o M a y o r d e R o m a (1. c., p . 12i.
(30) S. AN SKi.M d, O r a l i o i i c s s i v e m e d i i a l i o u c s : B A C . 100. p. o)2-318-324.
umpai'ados jam ás por su m isericordia", desde los tiemijos
más remotos han acudido los cristianos a invocarla con la
más indestructible con l ianza.
Y la literatu ra cristiana es un bosque, según la Imagen
de nuestro Berceo, con pruebas fehacientes de su sombra
protectora, páginas que atestiguan que no en vano se conlia
en la Madre de M isericordia quien, como recuerda una re­
ciente novela “ no se ha sentado en el cielo” (31), sino qu<;
vuelve continuam ente a enjugar el llanto de sus hijos, a
llorar con ellos y por ellos, a esos hijos a quien la p revarica­
ción de Eva arrojó a un valle de lágrimas.
Todos recordamos las palabras defin itivas de San 15ei--
luirdo en que, com entando el simbolismo del Lucero de la
mañana, nos exhorta a m irar a la Estrella, a invocar a
Maria.
Y nadie podrá llam arnos exagerados si afirm am os que
jam ás algún cristiano, a partir de la tarde del Calvario, en
los m om entos malos, y en los momentos buenos de la vida,
no se haya vuelto a la Madre, a llam arla bendita y a pedirle
su ayuda o a darle las gracias.
Es su nombre de los prim eros que aprenden los niños
cristianos, y los moribundos, si tienen conciencia de su si­
tuación, con su nombre se despiden del tiem po para entrar
en la eternidad.
Y — ¿en nombre de qué rechazar los sentim ientos nobles
y puros?— , para ver la fuerza que el amor tiene en la in v o ­
cación que mueve los corazones de los hijos de la Iglesia, es
interesante, p. e., entrar en un m onasterio cisterciense, a la
hora m ística del atardecer, y asistir a la plegaria con que la
comunidad se despide de las fatigas del día, saludando a la
Señora. Hombres recios, que hacen de su vida una ofrenda
CU) Hm nt PiEiJKi;, M .. Lo .s inicvos curas, (C a ra K , lííGrji p. 2 »5.
áspera en el servicio de Dios, vibran de luz y de entusiasmo
a los conmovedores acordes de la Salve.
Desde el “ Sub tuum praesidium ” hasta la últim a ja cu la ­
toria que brota encendida del corazón del cristiano más
sencillo, es el Espíritu que la inhabitó desde el principio
quien lleva al cristiano a la que no tiene más que ojos de
m isericordia para con los hijos de Dios, hijos suyos, que p e­
regrinan y se debaten entre peligros y angustias, y luchan
contra el Pecado, hasta que lleguen a la Pa tria l'eliz (n. ü2).
Y son los santos los que nos preceden con el ejem plo, y
pocas antologías tan conmovedoras como una que recogie­
ra, siquiera en esencia, esas efusiones amorosas y confiadas
de unos hombres, llenos de reciedumbre, que se acogían como
niños a su m isericordia y amorosa protección (n. 62).

O domina et m ater m isericordiae quae mundo edi-


disti Salvatorem , oratrix pro me dignanter assiste. Ad
tuiun gloriossisimum et singulare praesidium confu-
gio, et tu, piissima, meis precibus aures tuae pietatis
inclina. Vehem enter expavesco ne vita mea tuo dis-
pliceat Filio, et ideo deprecor ut sicut per Te se mundo
m an ifestavit, propter Te, quaeso, absque dilatatione
m isereatur m ei” (32).

i Mr r A c i Ó N .

Pero la “ verdadera devoción no consiste ni en un afecto


estéril y transitorio, ni en una vana credulidad, sino que
procede de la verdadera fe por la cual somos conducidos a
i:V2) S a n Odó n (le C ' l u n y ( y 9 4 2) . cit ad n p o r I í a k k i :, H. ¡'rieres ii t a r i a l c s üii Xc
^tvc lv . K i ) l i e i i i c r i ( l ' j s n u i r i o l o g i r a c , X ( lí í G O) , p. 20H.
reconocer la excelencia de ia Madre de Dios, y somos exci­
tados a un filia l am or hacia nuestra Madre y a la im itación
de sus virtudes” (n. 67).
Pudo pensarse en alguna ocasión que sólo invocarla
bastaría para una devoción salvadora. Pudo pensarse ta m ­
bién, dado el énfasis de los casos lím ites que divulgaron in ­
genuos ejem plarios m edievales y que han llegado hasta
nosotros en libros de devoción, que la simple invocación a
la Abogada del cielo resolvía las situaciones más desepera-
das. (Seam os comprensivos con esa m entalidad, y tratem os
de ver el subsuelo de verdad teológica que se oculta bajo
tanta m araña...)
Pero la piedad cristiana rectam ente ilum inada supo
siempre que ello no es más que un estilo paradógico de
hiperbolizar hasta dónde llega el poder y el amor de nuestra
M adre de misericordia.

Dadivosa Señora, y no me espanto,


teniendo que dar tanto, que lo fueses,
pues ni a alguno ni a todos dieron tanto;
tanto te dieron porque dieses tanto (33).

Era, y es, un convencim iento connatural a la piedad cris­


tiana.
Y esa piedad auténtica y ese .sentido de la fe que actúa
a ojos vistas en la Iglesia, so.he que la devoción term ina en
la im itación de las virtudes que adornan, como estrellas, la
figu ra resplandeciente de la M u jer que reina en el cielo.
Pues la V irgen M aría, que es tipo de la Iglesia, es asim is­
mo la im agen de lo que la Iglesia espera y aspira llegar a ser
(L itu rg ia , 103). Y “ m ientras la Iglesia ya llegó a la per-
i3 3 i V a i.d iv fls o , K logio de la Virgen.
lección en la persona de la Virgen Bienaventurada y es en
ella sin m ancha y sin arruga, los fieles de Cristo se esfu er­
zan todavía en crecer en santidad venciendo el pecado; y
por eso levantan sus ojos hacia M aría, la cual brilla ante
toda la comunidad de los elegidos como ejem plar de las
virtudes” (n. 65).
M aría, es, pues, cam ino hacia Cristo que, naturalm ente,
term ina en el Padre. Y esta fue la constante persuasión de
los santos que en la Iglesia labraron este axiom a: “ Ad
lesum per M a riam ” .

Persuasión tan universal y tan honda se apoya en un h e ­


cho de experiencia espiritual. Y es este.
Los santos que “ particioneros de nuestra humanidad,
se transform an más perfectam ente en la im agen de Cristo”
(n. 50)., todos, sin excepción, para llegar hasta esta co n for­
m ación con Cristo, han tenido como m odelo inm ediato el
"e je m p la r " más perfecto de cristianism o que ha podido rea ­
lizarse en la tierra. “ La madre de Dios es tipo de la Iglesia,
como ya enseñaba san Ambrosio, en orden a la fe, la c a ri­
dad y la perfecta unión con Cristo” (n. 63): verdad que re ­
pite varias veces, insistiendo, la lumen g e n t iu m .

Y nunca los cristianos encontraron un ostáculo para su


cristianización progresiva en la im itación de María. Porque,
según doctrina de san Luis G rígnon de M ontfort, (34) el
molde qu(' usó el Espíritu Santo para la form ación de Jesús,
es el mismo que usa en la conform ación con ese Jesús de
los cristianos, que viven de Dios por la vida que tuvo en su
plenitud la Santísim a Virgen en su corazón inmaculado,

(34) S an L uis G h ig nd n d¡ M o n i o r t , Tra ta d o de la ve rd ad era d cro ción a M a r í a .


BAC. 111 re . T T V II.
donde está cifrado
como en Madre de Dios, con em inencia,
todo por junto cuanto bueno lia sido
a las puras creaturas repartido (35).

Experiencia y doctrina que viene a corroborar la l u m i c n


ciENTiuM cuando afirm a que “ la Iglesia, buscando la gloria
de Cristo, se Irace más sem ejante a su excelso Tipo (o im a­
gen) avanzando de continuo en la fe, la esperanza, la ca ri­
dad, y buscando y siguiendo en todo la divina voluntad”
(n. 65).

i : í. íi FK^v [>iin',<i i.i, Cn i i n l r i a . - , i, i- .n - r l iiir t a - . de Ui Vinun h k i'x Iiii


.S'í'Horn. M a d r u l. 15!I7, l, 141
LUGAR. Dli L A V I R G E N HN L A I GL ESI A,
S EGUN S A N JUAN D A M A S C E N O

IKir el R d o , Padre Manuel G aüiudo B o n a ñ o , O. S. B.

INTRODUCCION

Sobre la m arlologia de San Juan Damasceno existe una literatura


nada despreciable, pero creemos que aun no se ha agolado la cantera.
H oy más que nunca se impone una revisión de los estudios patristicos.
especialm ente los relacionados con la m arlologia, para conseguir de
í'ste modo un contenido doctrinal uniform e y ensamblado con distin­
tas épocas y ver de este modo la gran aportación de los Santos Padres
a la ciencia m ariológica y el testim onio de la fe del pueblo cristiano.
U n estudio más detenido de las obras de los Santos Padres en cuestio­
nes mariolügicas hubiera ahorrado muchos esfuerzos inútiles y no
poca.s de.sorientaciones que han am argado la vida de no pocos cató­
licos y tal vez han impedido el acercam enlo de algunos cristianos a
la unidad de la Iglesia.

Al A ru b ieiila ción h istórica de la d octrin a de San Juan Damasceno.

Dejam os a un lado los datos biográficos de San Juan Damasceno.


Sólo haremos referencia a algunos de ellos en la exposición de su doc­
trina teológica.
Se ha repetido hasta la saciedad que la doctrina patrística a partir
del siglo V es menos rica que la anterior y con esto se intenta obscu­
recer uno de los jjeriodos más interesante de la vida cristiana. Es cier­
to que la decadencia de la cultura se acentúa rápidam ente, que el im­
perio se disgrega antes las invasiones de los pueblos bárbaros, que se
abre una sima entre O riente y Occidente, que el O rien te se encuentra
dividido por controversias teológicas mezcladas de rivalidades políticas
y nacionales que preparan la escisión de la cristiandad y su decai­
m iento ante el Islam. Sin embargo no se puede desconocer la impor­
tancia dogm ática y espiritual de los problemas que se plantean y de
las soluciones que se dieron. M ucho menos se los puede despreciar.
Al mismo tiem po que se enfrentan dos grandes p atriarca dos: A le ­
jan dría y Constantinopla, .se oponen también dos espiritualidades. Más
atentos a las realidades históricas del Evangelio, los teólogos de Antio-
quia se inclinan a una distinción más radical en C risto entre lo que
es del hombre y lo que es de Dios y a no reconocer entre uno y otro
más que una unión puram ente moral. Nestorio. patriarca de Cons­
tantinopla, rehuirá siempre hablar de unión “ física” o hipostática en
el sentido establecidos por San C irilo y negará, en consecuencia, que
M aría, m adre de Cristo, fuese ‘‘M ad re de Dios". F u e depuesto por el
Concilio de Efesos (431). La reacción m onofisita subsecuente llevó al
em perador M arciano a convocar en Calcedonia un nuevo Concilio (4511.
que, reunido en sesión bajo la presidencia de los legados del Papa
San León, defin ió la existencia en Cristo de dos naturalezas distintas
y ijerfectas, unidas sin confusión ni m ezcla en una sola persona o hi-
póstasis, el Dios Verbo, H ijo único de Dios. La teología antíoqueno-
roniana salió venc('dora de la teología alejandrina. En Calcedonia, la
resistencia del m onofisismo sirio egipcio engendraría interm inables
discusiones, la desm eiiiliración de la unidad del O riente cristiano y la
constitución de Iglesias separadas (nesloriana, jacoliitai que todavía
hoy siguen irreconciliables.
T od a lierejia o tixla desviación doctrinal de cualquiíT clase que sea
depende del concepto que nos hacemos de Di(xs y de nuestras relaciones
con El. En el orden natural todo está definido por el dogma de la crea­
ción ; en el orden sobrenatural todo está defin id o por el dogm a de la
Encarnación del Verbo con todos sus principios y todas sus consecuen­
cias. P or eso toda teología, toda liturgia, toda vida espiritual no es
más que la aplicación de estos dos principios que son el fundam ento
del cual dependen, respectivam ente, el orden natural y el orden so­
brenatural. N o podemos d ividir a Cristo. “ Todo espíritu que divide a
Jesús no es de D ios” (I, lo., 4, 3). Y en toda contienda crístológica y
m ariológica se ha pretendido “ d ivid ir” a Cristo. Es no entender la
llam ada “ vía incarnata’', cosa que tanto impide a los protestantes ser
consecuentes con el dalo revelado y lo m ism o podíamos decir de los que
se dejan llevar de un “ ecumenism o” sentim entalista.
L a ley d e la encarnación a firm a un misterioso y realisim o teandrls-
mo o unión entre lo divino y lo humano, tanto en el resultado d e las
relaciones entre D ios y el hom bre como en el camino que conduce a
este resultado. Lo divino toma, por decirlo así, cuerpo en lo humano
para elevar lo humano a un modo de ser y de obrar divinos. Cristo,
Verbo encarnado. hombre-Dios es el prototipo en el que la ley predicha
se verifica en grado sumo bajo todos sus a.spectos. En El la naturaleza
humana, desde el prim er instante de su ser fu e asumida por la natu­
raleza divina. Es el m isterio de aquella unión inaudita que la teología
llam a hipostática, por cuyo medio la naturaleza humana en Cristo
está toda com penetrada por la persona divina y como toda embebida
en la divinidad, no sólo en el orden del conocer y del querer, sino, más
radicalm ente aun, en el orden del ser. Es la santificación más real y
más plenaria que sea posible a ser creado. Es lo divino que baja a lo
humano en el modo más perfecto que pueda concebirse. Es por lo
mismo el teandrismo en su misma fuente y en su m áxim o prototipo,
del que todas las demás elevaciones al orden hipostático no podrán ser
sino im itaciones y participaciones. En el Sacram entarlo Ironiano se
encnenlra una oración para Ja fiesta de N avidad que sintetiza m aravi­
llosam ente el teandrismo de la encarnación y las consecuencias que
de allí se derivan : "O nm ipotens sem piterne Deus, qui in D om ini nostri
lesu-Christi filii tui n a tivitate tribuisti totius religionis initiun per-
í'ectionemque constare; da nobís. quaesumus, in eius i^nrlione censeri,
in quo totiu.s salnlis huinanae suinma consistit” (1), es decir. Cristo,
que aparece en el mundo el dia de Navidad, constituye no sólo la fuente
inicial de que se deriva lodo culto agradable a Dios (religionis initium),
sino tam bién la perfección m áxim a de este culto y de toda santificación
que Dios hace a los hombres ("perfectio; summaX Para los hombres
se trata de estar unidos a Cristo y de participar de su plenitud (in
eius portione censeri),
A m i juicio esta consideración del teandrismo de Cristo tal como se
planteó y se solucionó en estos tiempos inm ediatos a San Juan Damas-
ceno es de gran im portancia para la m ariologia y en general para
todas las m anifestaciones del dogma. El mismo Santo D octor cuyos

III Eli. M olittaei'K. I>. I.")!!. I I ' 124H.


puntos niariológicos exponemos en este (>sludio es uno de los ciuc
m ejor han prolundizado en la teología de la Encarnación, ctomo veremos
en seguida.
Este punto es el que separa tal ve-/ más ¡¡rotundam ente el catolicis­
mo del protestantism o; por eso en no pocos estudios sobre el ecumenis-
ino se nota una ilogicidad extraordinaria. En la profunda psicología
de todo protestantism o lógico consigo mi.smo existe, en efecto, un
desconocim iento radical de la ley de la encarnación. Porque en la rai/
del protestantism o existe el repudio de aceptar entre el alma indivi­
dual y Dios, cualquier interm ediario humano del que depende el alma
I s( ncialm ente en sus rrlaciones individualí's con Dios. Como si la
Hum anidad en Cristo. Homtjre-Dios, no fuese precisam ente ])ai'a todos
los hombres, en virtud de la misma encarnación, un interm ediario
esencial de quien, por voluntad divina, ningún individuo, después del
pecado original, ha podido, puede o podrá .jamás prescindir. Como
si aceptar la Biblia como Palabra de Dios y norma ob jetiva de fe (a
menos que se vacie sus significado en un sentido puramente subjetivo)
no im plicase ya acejitar tal interm ediario.
Una gran parte de los obstáculos que ha encontrado la sana mario-
logia depende de estas consideraciones, sin las cuales es imposible que
se entiendan la M ediación de la V irgen y en general todas sus ])rerro-
gativas con respecto a la Iglesia.

Bi Svitf'sis d octrin a l de Sati Juan namafici’no.

San Juan Damasceno es ante todo un teólogo y nada más qi


leólogo (2\ Si alguna vez trata de cueslion(>s filosóficas es si<-ni))re en
orden a la teología que la considera como una reina a la que sirv(“n
todas las demás ciencias humanas (3i. Esto no impide que su actividad
literaria se m anifieste en form as muy diversas. Su obra principal “ La
fuente del conocim iento” , resume en su parte tercera: “ De fid(' orto­
doxa" toda la teología g rie g a : fue el manual de teología dogm ática de
la Iglesia bizantina y eslava y el prim er intento de una sistematización
de la teología. Se Iradujo al latín en el siglo X I I y fue el medio de
transmisión al Occidente de todo lo esencial de la herencia de los
Padres.

i2 i Cír. .Ii'c.ii , n ’r c . pul utj i 'i i " J i ' ü n ¡ u i iiia •-( r ¡ ir ' , cdi
i:j) D i a l r t ' l i c d , P G . !)l, rú]2. B
Algunas de sus obras se lian perdido, otras son dudosas o apócrifas,
l)ero en esto tenemos que decir que es d iíic il dar un juicio exacto. No
Ijocos de sus escritos auténticos tienen correcciones y adiciones im por­
tantes, Su biógrafo del s, X nos dice que hacia el fin de su vida el
santo D octor hizo una revisión de sus escritos y retocó el fondo y la
form a (4). L a tradición manuscrita confirm a plenam ente esta a firm a ­
ción.
No nos entretenem os en hacer un recuento de sus obras ; más ade­
lante diremos algo sobre la autenticidad de algunos textos m arioló-
gicos.
En general se tiene un concepto bastante peyorativo de la doctrina
del Damasceno en el sentido de ser poco original. Son muchos los
autores de P atrología que lo consideran como un simple compilador.
Altaner, por ejemplo, dice de é l: “ Es el últim o gran teólogo de la
antigua Iglesia griega que goza de fam a universal. T a n decidido estaba
por la tradición, que realizó su program a de no querer decir nada pro­
pio, P or lo mismo no puede incluirse entre las personalidades creadoras
y que m arcan nuevos rumbos. Sin embargo, era un espíritu de una
universalidad sorprendente, que estaba capacitado, al mismo tiempo,
para reunir m ateriales y con fuerza creadora engarzarlos en un siste­
ma com pleto” (5), Sem ejante juicio, o tal vez más peyorativo se en­
cuentra en el P, Steidle (6). Sin embargo Jugie, que lo ha estudiado a
fondo, dice que el térm ino com pilador sólo puede aplicarse con justi­
cia en ciertas obras como los comentarios a San Pablo y los “ paralelos
sagrados” ; pero en modo alguno puede atribuirse a su m ejor obra
"D e fide orth od oxa” que es un resumen muy personal de las enseñan­
zas de los Padres griegos sobre los principales dogmas cristianos, deno­
tando un trabajo intenso de asim ilación y un esfuerzo genial para con­
densar en un lenguaje firm e, claro y preciso las verdades reveladas.
Y mucho menos puede atribuirse ese apelativo de com pilador para
obras polémicas y sus hom ilías que, en cuanto a la originalidad, pueden
com pararse con las de los Padres griegos más antiguos.
Se ha dicho tam bién que toda la doctrina teológica de San Juan

(4 ) V i t a , 36. c o l. 484, B .
(5 ) P a t r o l n f i i a . 4." ecl. e s p a ñ o la , p p . 443-444.
(G> " lo a n n e s . n ia x irn u s is tiu s p e r io d i E n rlp s ia e o r ie n t a lis 'r h e o lo ^ u s , K a i^ ien lia n i
m a{> n oru n i P a l.ru n i u r a e c o r u n i in se r e a s s u n ip s it, Id e a s , q iia s P u tr e s a e t a t is iin-
p r iin is a u r e a e u b iM iiin e p r o t u le r u n t , lo a n n c s d ilit íe n t e r c o lle g it , In su is o p e r ib u s
r e d e g it e t p o s to r is M tiip r iiiiis m e d io a o v o » t r a n s m is it . lo a n n e.s u squ e ad h o d ie r n u m
diern a u c L o r ita s s iin p lic it e r est t h e o lo g ir a E rrle .s ia e t>raerae. S a p ie n t ia n i p r a e s e r t im
v\ o p e rih u s N a lu u i/ o iii l ia iis it " Pat io hH / ui . p :íl9.
Damasceno se encuentra en su obra “ De íid e orth od oxa” y esto no
es exacto, pues muchas de sus afirm aciones dogmáticas y exposiciones
t(K)lógicas se encuentran en otras obras del Santo Doctor y no aparece
en la obra citada, como su pensam iento sobre el prim ado de San P e­
dro, etc. N i siquiera podemos adm itir que su doctrina m ariológica se
encuentra p rin c ip a im e 7 ite en esa obra, pues en no pocos sermones
expone los puntos principales de la M ariologia.

C) U óctrin a m xiriolóyica gm era l.

En prim er lugar tenemos que afirm a r que San Juan Damasceno es


por excelencia el teólogo de la Encarnación y esto es ya una ven taja
en orden a una m ariologia de gran valor. El m isterio de la Encarnación
es sobre el que habla más extensam ente de tal form a que casi se
encuentra en todos sus escritos de una form a o de otra.
En la época en que apareció San Juan Dam asceno la doctrina ma-
riología de los bizantinos habia conseguido su pleno desarrollo. Los
siglos siguientes no hicieron otra cosa que añadir algunas precisiones
a la enseñanza ya universalm ente recibida. D e esta enseñanza, nuestro
Doctor es un eco f i e l ; pero hay que decir en su alabanza que es mucho
más discreto y reservado en el empleo de las fuentes apócrifas que
muchos de sus predecesores y que la m ayor liarte de sus sucesores.
Conoce los apócrifos y los utiliza sin escrúioulos pero con un sentido
bastante justo de la crítica, tiene cuidado de descartar lo que a lodas
luces parece inverosimil. P or ejemplo, en una de sus hom ilías sobre la
D orm ición de la V irgen al contar, a su modo los últimos instantes y
la sei)ultura de la Virgen, tiene cuidado en ad vertir que él presenta
todo eso como ¡)iadosas conjeturas (7i. Sin embargo, en todo lo refe ­
ren te al dogm a su enseñanza es irreprochable.
Considera la m aternidad d ivina como un corolario de la unión
liipostática. L a virginidad perpetua de M aria es claram ente a firm a ­
da (8). Su doctrina sobre la Concepción inmaculada de la V irgen es
bien conocida (9). Con gran perspicacia dejó a un lado la opinión fun­
dada en una antigua exegesis origenista, de interpretar la p rofecía de
S im e ó n : una espada atravesará tu corazón, como una duda de la
Virgen sobre la divinidad de Cristo en el momento de la Pasión. Para

(7 t 2 .“ h o j n . ÍTi D o r n i i t . . 9. c o l. 763. A.
(8 ) D e f i d e o r t h o d o x a . lib ., I V . c o l. l l ü l .
I !H C fr . D T P , p a la b r a I m m a c u l é e C o n c e p t i o n , Cdl 920 1’ !
él, como para toda la tradición sana, la p rofecía de Sim eón es como
un símbolo de la compasión dolorosa de la m adre viendo a su H ijo,
que ella sabia era Dios, tratado como un crim inal (10). A firm a resuel­
tam ente la muerte de la Virgen, su gloriosa Asunción, su reinado y
mediación universal. Podemos decir sin tem or a errar, que San Juan
Damasceno nos da una M ariología com pleta tanto más de estimar
cuanto que conoció y asim iló todo cuanto los orientales habían dicho
liasta su época.

R liL A C IO N E S DE LA V IK G E N Y LA IG L E S IA

El P. de Lubac dice muy acertadam ente que: “ es muy digno de no­


tarse el hecho de que las mismas dudas que se observan respecto de la
Iglesia, se encuentran tam bién frecuentem ente en ciertos espíritus cre­
yentes respecto de la V irgen M aría. Y hablando más concretamente,
los reproches fundam entales que la R eform a dirige al concepto católico
de la Iglesia son los mismos que form ula al culto católico de la Virgen
Tem en que el papel que la fe tradicional reconoce a la Iglesia y el que
reconoce a M aría, constituya una misma especie de usurpación sacri­
lega. D icen que es idéntico el ataque que se ha dirigido contra la me­
diación tínica de Je.sucristo y contra la absoluta soberanía de Dios.
Si se trata, por ejemplo, de la justificación de cada fiel o de la venida
del Verbo entre nosotros ¿no será necesario creer que todo se prodtice
■'.'-olainente por la gracia de Dios y solam ente por operación del Espí­
ritu Santo, sin que ])ara nada intervenga la acción hum ana?" (ID . Es
precisam ente la falta de conciencia acerca de la "v ía incarnata" con
todas sus consecuencias, como dectiamos al iirincipio. La fe católica en
la Santísim a V irgen resume en tui caso privilegiado, la doctrina de
la cooperación humana a la Redención, ofrecien do de esta suerte como
lasíntesis o la idea m adre del dogma de la Iglesia (12). P or eso se

i l Ol D e j i d c o r l h o d o x i l , lib . IV . 14. col. 1161. C-D .


lili L u t f .r o . D i c t ü t ü super P i a l n i o s , in P s. 71. O p e r a ed. de W e iin a r . III
p. 46í}.E l P . C o n t a r d ice, a l c it a r e s te t e x t o , con ju s t a r a z ó n qu e " d a m o t iv o s p a ra
in q u ie ta r s e . L u t e r o r e c u r r e a la p r e t e r ic ió n p a r a t r a t a r de la m is ió n de M a r ia .v
de la I g l e s i a " . L e C l i r i s t . M a r i e e t l ’E(fUse. 1952, pp . 24-2S; N e w m a n o b s e r v a qu e
lo s p r im e r o s P a d r e s “ 0 0 c o n s id e r a n a la S m a . V ir g e n c o m o m e r o in s tr u in e n to
lis ic o de la E n c a r n a c ió n d e N u e s tr o S e ñ o r , s in o c o m o c a u s a in t e lig e n t e y r e s p o n ­
s a b le ..." C fr . D n c u i t e de la S a i n t e V i e r q e üans l ’ E(/lise c a t f i o l i q u e , tr a d , fr a n c e s a .
1908. p. 53. C tr . Di: Li'ii.\c. M c d i l o c i ó n s o b r e la I(/lcsia. tr a d , e.sp añ ola. D e s c lc e .
B ilb a o . 1958, p. 305.
(1 2 ) C fr . o . P .. M (i ri ol (¡ (/ ie c t TJn udo ui e p r o t e s t a n t e , en ''D iv u s T h o m a s "
I Frjh u i'y;()), sep 1952; P . N a i’ Ry, L a V i e r g e M a n e , dU7is le c a t J i o l i c i s m e coiiteni¡)i>-
ha i)odido afirm a r que ambas tienen que sostenerse o hundirse jun-
las 113). No liay, pues, por qué extrañarse de que la historia nos las
muestre como constantem ente asociadas, y que los desenvolvim ientos
que ellas adquieren en la conciencia común vayan frecuentem ente a
la par (14).
En todos los textos m ariológicos de San Juan Dam asceno que hemos
estudiado, siem pre aparece la V irgen en un lugar sobreem inente en la
Iglesia, y aunque no aparezca expresam ente el nombre de Iglesia, que­
da claram ente sobreentendido. Un estudio detenido sobre la com para­
ción M aria-Iglesia en los Santos Padres, las dos vírgenes, las dos M a­
dres nos lleva siempre a dos consecuencias: una a la semejanza y otra
a la superioridad por parte de la M ad re de Dios. Esto es lo que signi­
fica la fórm ula tan frecuente empleada por los P adres: “ L a Iglesia
im ita a la M a d re de Cristo” : Ecclesia im itatur M atrem Christi, C ier­
tam ente los lazos que existen entre la Iglesia y la V irgen M aría no son
solamente numerosos y estrechos, sino tam bién esenciales. Es cierto que
los mismos símbolos bíblicos se aplican sucesiva o simultáneamente,
y cada vez con m ayor profusión, a la Iglesia y a la V ir g e n ; pero
siempre de un modo preem inente a M aría sobre la Iglesia. Y esto en
atención a su gran prerrogativa de M ad re de Dios, M adre del Verbo
encarnado que es Cabeza de la Iglesia, y más directam ente en orden a
su m ediación universal, a su cooperación a la obra de la Redención, a
su m aternidad espiritual, a la distribución de las gracias y a su pre­
rrogativa y oficio de reina.
Estos son precisam ente los textos que exam inarem os en San Juan
Damasceno, pues nos dan una idea bastante clara del lugar preem i­
nente de la V irgen en la Iglesia, lugar único, como único es el lugar
de Cristo en ella, ya que es su Cabeza, pues “ es verdaderam ente M adre
de los miembros de Cristo por haber cooperado con su am or a que na­
ciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza” ,
como dice San Agustín (15) en un texto recogido en la Constitución
■'Lumen gentium ” del V aticano I I (16) o com o dice Paulo V I : “ Aque-

r a i n . en L e P r o t e s l a n t i s m e et la Viert/e M a r i e , p. 47, d o n d e d ic e : " T o d o se s o s tie n e


r o n la ló g ic a m á s s ó lid a en el s is te m a r o m a n o . L a I g le s ia d e R o m a , p o r u n a p ro -
lu n d a n e c e s iila d in t e r n a , es to d a e n u n a p ie z a la I g le s ia de la c o o p e r a c ió n h u m a n a
a la R e d e n c ió n , la I g le s ia de lo s m é r ito s , la Ig le s ia (iis p e n s a d o r a d e la s a lv a c ió n .
y la Ig le s ia de M a r i a " .
lU íi CH. ,7üuiíNi:r. L ’E q l i s e fíli V rrb c in ra n té , 11, p. 392,
(141 Dr: L u h a c , o , c .. p. 807.
(1 5 ) D e V i r i l í i i U a l e , (i. P L , 40. 399
lUil C a p . 8. a r l. .íS.
lia que en la Sania Iglesia ocupa, después de Cristo, el lugar más alto
y el más cercano a nosotros” (17), texto que tam bién ha sido recogido
en la citada Constitución; por eso es "m iem bro sobreem inente y del todo
singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacatísimo en la fe y
caridad" (18).

A) M a ría M edianera universal.

Por este titulo y prerrogativa, la Virgen no puede menos de ocupar


un lugar destacadísimo en la Iglesia. M ediador es aquel que ocupa el
m edio entre dos extremos, y que une a ambos ; según Santo T o m á s :
"al oficio de m ediador pertenece propiam ente jun tar y unir aquellos
entre los que es mediador, pues los extremos se unen en el m edio” (19).
Por lo cual en el m ediador podemos considerar dos cosas; 1.') la razón
de medio, por la que dista de los dos extremos, por lo que, de alguna
manera, es in ferior a uno y a la vez superior al otro (m ediación natural
y en p oten cia ); 2.') el acto de medio, o el papel y oficio de unir, en
cuanto que lleva las cosas que son de uno al otro (m ediación m oral y
en acto) (20).
San Juan Dam asceno enseña frecuentem ente esta prerrogativa y
oficio de la Virgen, con lo cual nos muestra a la V irgen en un lugar
enteram ente singular en la Iglesia, a sem ejanza de Cristo.

"U t enim ille (la c o b ) per extremas scalae partes caelum cum
Ierra copulatuin, et angelos per eam descendentes et ascendentes,
quin etiam illum qui vere fortis insuperabilisque est typice se-
cum luctantem v i d it ; sic tu quoque M ediatricis (iieaiTsyaaTO)
munus obiens effectaque D ei ad nos descendentis scala, ut de-
bilem nostram naturam assumeret sibique copularet el unirel,
adeoque hom inem mentem videntem Deum redderel, ea quae
d irem pla erant collegisti” (21).

El paralelism o es sorprendentem ente bello: M aria es la escala por


la que Dios vino al nmndo para salvar a los hombres y por la qu(> los
hombres suben hasta Dios, La V irgen ocupa el medio entre Dios y 1(js

(1 7 ) D is c u r s o e n e l C o n c ilio I4 -X II-6 H ) A A B .. 56, p. 37,


(1 8 ) C o n s t. “ L u m e n q e n t i u v i " , c a p . H. a r t . 53-
(l!l) S. t h . m . q. 26, a. 1.
(2 0 ) I b id . a r t . 2.
(3 1 ) H o m . 1 , i n D o n i M . D e i p a r a c : P G ., 96. 714.
hombres, porque, hecha M ad re de Dios, toea los contines de la divinidad
y por su condición de creaLura perm anece in fin itam en te distante de
D ios; y teniendo naturaleza humana, está, sin embargo, elevada por
encima de los hombres por su dignidad de M adre de Dios, y por la
plenitud de su gracia.
Adem ás con su cooperación nos une a Dios ; pues íu e medio entre
Dios y nosotros para unir al Verbo con la naturaleza humana, y asi,
por medio de su H ijo, unió y reconcilió a los hombres con Dios “ quae
direm pta ei-ant collegisti” . Es m ediadora ante Dios de los hombres por
una razón singular.
Podríam os traer otros textos, pero baste-'éste, ya que los que hemos
de presentar a continuación están tam bién relacionados con el O íicio
de M ediadora en la Virgen.
Y este trabajo sólo es una breve com unicación en esta efem érides
de la Sociedad M ariológica Española.

B ) co op e ra ció n de la V irgen a la O bra de la Redención.

Muchos modernos, según Merkelbach, hablan de la m ediación de la


Santísim a V irgen de una m anera restrictiva, como si fuese com ple­
tam ente sem ejante a la m ediación de los santos, de la que sólo se
distinguiría por el grado de excelencia, y se lim itaría al o fic io que
ahora ejerce en los cielos, a s a b e r: la intervención positiva en la
aplicación de la Redención, y la intercesión por la que pide, obtiene y
distribuye las gracias de la salvación ; juzgando falsam ente, o que
la obra ejercitada en la tierra, cooperando a la misma redención, está
fuera de su m ediación y que e,s adecuadam ente distinta de ésta, o tam­
bién que no cooperó verdaderam ente a la misma redención. Así no es
extraño que cuando se plantean la cuestión de las relaciones de la
V irgen con la Iglesia la dejen en un lugar ridiculo, en la escalinata
del presbiterio, en un rincón, un m iem bro más de la Iglesia.
N o hablan ni obran con rectitud los que así proceden con sus pala­
bras y con sus hechos. Pues la m ediación de la V irgen Santísim a, por
su misma naturaleza, no se lim ita a la distribución de los bienes, sino
que incluye todo don, y com prende toda operación que concurre a unir­
nos con Dios, y todos los demás modos con que en la tierra cooperó a
esto. M ás a ú n : asi como la m ediación de Cristo consiste prim aria y
principalm ente en la misma redención por la que nos reconcilió, y,
de manera consiguiente, en la aplicación de la obra redentora, en su
n il'.'rci'sióii Pii los ciflos, doudp ^slá sionipre vivo para interceder por
iM jsolr'is; del mismo modo tam bién la m ediación de la Santísim a
V irgen consiste prim ariam ente y principalm ente en concurrir con
Cristo a la obra principal y fontal, y sólo de una m anera consiguiente
en su intercesión con Cristo en los cielos, para obtenernos y derra­
m ar los frutos de la redención en particular. M e jo r a u n ; la intercesión
es el ejercicio de una m ediación especial, en cuanto que tiene su fu n­
dam ento en la cooperación de M aria a la redención, y por eso tiene
ella misma el derecho y el o fic io de aplicar los frutos de la reden­
ción (22).
E.ste es el camino seguido por el Damasceno, P or eso nos habla con
una claridad m eridiana acerca de la cooperación de la V irgen a la obra
de la redención. Tam bién aquí .sólo escogemos unos cuantos testi­
monios ;

•‘V itam natura potiorem habebis. Habebis autem non tibí ipsi,
quippe quae non tui ipsius causa genita s is : quodcirca Deo bene
habebis, cuius gratia in mundum p ro d iis ti; ut orbis universl
veluti obsequaris” (23).

T exto preciosísimo, pues, nos hace ver que toda la razón de ser de
la V irgen está ardenada a nuestra salvación.

“ Si enim gentiles daemonum per com m entitias fabulas clan-


culum animis illudentium, ac veritatem obscurantium, regum
Ítem nalalitios din.s om ni honoris genere prosequebantur, ac pro
sua quisque facúltate obiatis muneribus litabant, cum alioquin
humanani illi vitam in fe s la r e u t; quanto nos potiori iure Dei
Genitricití nalalem operae praetium est honorare, per quam uni-
versum m ortalíum genus redinlegratum est, per quam prim íge-
niae m atris Evae luctus in gaudium est commutatus? Illa nam-
que divinae sentcntiae decreto a u d iv it: In maeroribus p a r ie s ;
h a e c : Ave, gratia plena. Illa : Ad virum erit conversio t u a :
lia e c : Domínus tecum. Quídnam ígitur Verb i M atrí nisi verbum
et sermonem offeram us? omnís creatura una festive oblectetur
ac sacratissimum An nae laudet puerperium " (24).

122) M a r i o l o g i a , ed. e s p a ñ o la , D e s c lé e . B ilb a o , 1954, p p . 437-38.


(231 H o m . I . in. N a t i v . D e i v a r a e : P G ., 96. c o l. 675, A -B .
(241 I l o n i . 1. í n N o t i v . D e i p a r a e . P G . . 96, co l, 662-. B -C .
Y más ad elante;

"P rim igen iae parwiUa E vae em en d a tio! Tuo iiam que partu,
quae ceciderat, erecta esfc... Quamvis enim prim a E va praevari-
cationis rea extiteril, ac per eam mors, dum illa serpenti adver-
sus prim um parentem inserviret, ingressa s i t ; atlam en M aria,
divinae obsequeiis volunlati, deceptorem anguem ipsa decepil,
ac mundo im m orlalitatem in v e x il” (25).

Nuestro auUir abunda en el tenia y le saca todo el partido que pue­


de. Por eso en la segunda hom ilia sobre la D onnición de la V irgen
llega a poner en labios de Adán y Eva expresiones felicísim as en orden
a la intervención de la V irgen en la redención y salvación del género
h u m an o:

“ ...Tune quidem, tum, inquam. Adam et Eva nostri generis auc-


tores, exultantibus labiis alte exclam averu n t: B eata tu, filia,
quae violati m andali poenas nobis substulisti. T u m oríale corpus
a nobis sortita, im m ortalitatis indumentum nobis peperisti. Tu,
cum a lumbis nostris ortum acccpisses, nobis ut bene essemus
rependisti, dolores s o lv is ti; niortis fascias ru p is ti; ad veterem
sedem nos postlim inio revocasti. Nos paradísum clausimus, tu
ligno vitae iter patefecisti. P er nos ex laetis tristia v e n e ru n t;
ex tristibus contra laetiora per te redierunt... His universus
sanctorum chorus ap p lau d eb at: tu praedicationes nostras im-
plevisti. tu laetitiam quam praestolabamur, attulisti. P er te enim
m ortis vinculis soluti sumus. Veni ad nos, o d ivina vitam que
íerens supellex” (26).
"P e r te salutem nostram (Christus) est operatus” (27).

En los textos anteriores San Juan Damasceno no hace otra cosa


que proponer una doctrina bien arraigada en la tradición patrística
desde la más rem ota antigüedad c ris tia n a : M aria asociada a la re­
paración, pues concurrió al fin de la Encarnación, que es nuestra re­
dención, no sólo físicam ente, engendrando y alim entando a Cristo, sino
moralmente, por actos libres.
Asi como Eva estaba asociada a Adán en la caída y en la perdición,

(2S) Ib id-, (i71.


(20) //Oín. 2.” i i í ü o r m i l . D r i p a r a e , P G . . i)B. col. T¿’\, U-U.
(27) l l o v í . .?.■■ i n ü o r m i l . . 5, P G ., 9f>, c o l. 762.
M aría estuvo asociada a Cristo en la salvación del género humano. Es
cierto que nos perdió Adán solam ente y. pecando él. sin pecar Eva.
hubiéramos sido perdidos ta m b ié n ; pero de hecho, Eva cooperó a la
ruina por actos deliberados, asintiendo al demonio, desobedeciendo,
induciendo al hoíiibre al p e c a d o : asi. según la intención de Dios, nos
redim ió solam ente Cristo, y por eso hubiéramos sido redim idos tam­
bién sin M aría : pero, de hecho. M aría cooperó no como un instrum ento
puramente fisico. sino como causa libre, por actos deliberados, ya que,
asintiendo creyó al Angel : obedeciendo, consintió Ubérrim am ente en
la concepción de Cristo, y le vistió de carne pasible, y le alim entó y
guardó con muchos cuidados, induciéndole asi a redim irnos y a sal­
varnos.
Existe una diferencia entre Eva y M aría ; la prim era cooperó a la
caida por si misma, es decir, por su propia voluntad ; M aría concu­
rrió libre y m eritoriam ente a la obra de la redención, en virtud de la
grac'a de Dios por los méritos del Redentor. Y todo esto por dispo­
sición de la Providencia divina, de tal modo que puede llam arse m i­
nistro de Dios, y asi la llam an los Santos Padres, en orden a la salva­
ción del género humano.
Siendo esto así. es natural que a la Virgen le corresponda un lugar
todo singular en el Cuerpo M ístico de Cristo, en la Iglesia, pueblo
santo de Dios. N o es ninguna usurpación verla en ese lugar preem inen­
te. ni darla todos los apelativos con que la Iglesia durante todos los
siglos la ha honrado : sino una consecuencia lógica de su predestina­
ción como M adre del Verbo Encarnado y su socia en la obra de la
redención de los hombres.
Los textos antes citados de San Juan Dam asceno son un claro
testim onio de esa gloria sin par de la Virgen-M adre como cooperadora
a la obra de la redención.

C) M a lcrn id a d espiritual de la Santísim a Virgen.

La V irgen M aría se llam a y es verdaderam ente nuestra Madre, aun­


que de una m anera análoga, porque de algún modo nos ha comunicado
voluntariam ente la vida sobrenatural de la gracia, y ele este modo se
dice por analogía que nos engendró a ella.
Esto se atribuye a M aria por varios títulos que no voy a exponer
con gran extensión:
1." P or nuestro parnntc.sro espiritual con Cristo. Cristo nos adoptó
como hermanos para la vida divina con el P a d r e ; ni;is aún, por m iem ­
bros suyos, de tal manera que El es nuestra Cabeza (28) y formamos
un cuerpo m ístico con El (29). Para esto vino al mundo (30). Ahora
bien, M aria gestando a Cristo, autor de la vida sobrenatural, es verda­
dera causa de que C risto nos haya adoptado como hermanos en la vida
divina. Pues al consentir en la generación de su H ijo y en la m aterni­
dad respecto de El, consintió por eso mismo en la m aternidad espiritual
con respecto a los demás hombres.

2." P or haber cooperado a nuestra redención,— P or ello, como


dijim os anteriorm ente, nos proporciona la vida sobrenatural.
A esto tenemos que añadir su solicitud m aternal y su amor encen­
dido en orden a todo lo que se refiere a su H ijo y a su obra.
Algunos textos anteriores nos muestran cómo San Juan Damasceno
tenia conciencia cierta de esta m aternidad de la V irgen con respecto
a los demás hombres. Bastarían ellos solos para demostrarlo, pero po­
demos añadir algunos m ás:
M aria es aquella “ per quani mors expulsa est, v ita autem impor-
ta ta ” (31).
Pon e en los labios de la V irgen estas palabras:

“ T u íC hriste) charissimis meis filiis, quos tu fratres appellare


non dubitasti, m igrationis meae solatium esto” (32).

No im porta que en San Juan Damasceno no se encuentren otros


motivos por los cuales se deduzca la m aternidad espiritual de la V ir ­
gen sobre los demás hombres : sabemos que esa m aternidad como con­
secuencia de su compasión en el C alvario es bastante tardía y si hay
algún testim onio entre los Santos Padres, los testimonios basados en su
consentimiento a ser M adre del Verbo son los que más abundan y casi
dom inan por completo en el pensamiento de los Padres.
Ella en cierto modo nos concibió al consentir en ser hecha M adre
del Redentor. Cristo no vin o al mundo más que para comunicarnos
la vida sobrenatural y divina, para ser cabeza de todo el género hu-

128) E p h ., 4, 15.
(2 9 ) R o m ., 12, 5.
(3 0 ) l o . , 3, 15-16: 10. 10.
(3 1 ) U o m . 2 . ' ii i n n r m i l . D e i p a r a e . 16. P G ., 96, c o l. 746.
C!2i Il)ici.. co l. 1:í5.
inaiKi y ol iirimoi>('nilo entre muchos hennaiios, M aría, al consentir
en ser hecha M adre de Cristo, consintió por eso mismo en que nos
fuese comunicada a nosotros la, vida sobrenatural y divina ; más aún,
dio voluntariam ente su consentimiento a este fin a ella propuesto, e
intentado por Dios, por am or al género humano caido y por caridad
hacia nosotros.
M aría engendró al Cristo total, no sólo a su cuerpo real, sino tam ­
bién a su cuerpo mistico. P or lo cual asi como el cuerpo m istico es la
plenitud y el com plem ento de su cuerpo real y físico, asi en M aría la
M aternidad esiiirilual con respecto a los demás hombres es la pro­
longación de su M aternidad divina i33).
Con razón la Constitución “ Lum en gentíum ” en el capitulo dedicado
a la V irgen trae estas palabras de San A gustín: “ solam ente aquella
m ujer es M adre y virgen, no sólo en el espirita sino tam bién en el
cuerpo, Y m adre ciertam ente en el espíritu, no de nuestra cabeza, que
es el Salvador sino m adre de sus miembros, que somos nosotros,
porque cooperó por su amor, para que naciesen en la Iglesia los fieles,
que son sus m iem bros...” (34).
Como M adre del Cuerpo m istico de Cristo, que es la Iglesia. M aría
tiene en ella un puesto privilegiado y único. L a Santísim a Virgen, lo
sabemos, no posee como la Iglesia y bajo la misma form a los poderes
de santificación depositados por Cristo en manos de los Apóstoles. Ja­
más se la ha visto definiendo auténticam ente las creencias, celebrando
el sacrificio de la Eucaristía, adm inistrando los sacramentos, etc., etc.
Pero su preem inencia no pierde nada, queda igual, indiscutible, por­
que sus operaciones son de un orden superior. Y, además, la misma
fuerza santificadora de la Iglesia está relacionada con su cooperación
a la obra de la redención.
Luego tam bién por esta prerrogativa de la V irgen se la ha de dar
un lugar destacado en la Iglesia. Es una inconsecuencia arrinconarla,
no mencionarla, temer sus grandezas y la devoción de los pueblos hacia
la que es su M adre y por lo mismo tiene derecho a ser honrada como
tal y -sus hijos a que no se pongan obstáculos a los sentim ientos más
legítim os de su corazón. Ella form a parte de la Iglesia, como Cristo,
guardadas las debidas proporciones, pero también, como Cristo, guar­
dadas las debidas proporciones "p o tio re m pa rtem habet".

i: {3 i M k r k k i ,i ;A( I I . o, c .. pp. 401-403.


CM) /-/./), (le S á n e lo . Vír(iin U a íc, c. (5. P L .. 4U, c o l. :}<)!).
D) D istrib u ció n de las gracias.

Es lógico. Si M aría ha cooperado a la oljra de la salvación


y redención del genero humano, es natural que dislribuya las gracias
que nos vienen de ese hecho.
Pero, además hemos de adm itir en la V irgen una m ediación de in­
tercesión en un grado excepcional con respecto a los demás santos ya
que aventa.ja a los demás por su m ayor eficacia en la intercesión. Esta
mayor eficacia está en razón directa con la perfección de su gracia y
de su dignidad. Ahora bien, la V irgen Santísim a excede a todos los
Angeles y santos tomados juntam ente en dignidad y gracia : síguese que
su intercesión tiene mucho más eficacia, ya que, como dice Santo T o ­
más. cuanto los santos que están en el cielo tienen una caridad más
perfecta, tanto más oran por los viadores que pueden ser ayudados con
sus oraciones, y cuanto más unidos están a Dios tanto más eficaces
son sus súplicas" (35) y la V irgen Santísim a tiene una caridad perfec-
tlsima y está más unida a Dios por su más em inente dignidad de
M adre de Dios y por su plenitud de gracia, y supera con mucho a todos
los Angeles y Santos.
San Juan Damasceno nos habla m ultitud de veces de este oficio de
la V irgen y de su excelencia, por lo mismo, en la Iglesia :
En la hom ilía segunda sobre la Dorm ición de la V irgen pone en
labios de esta las palabras sigu ien tes:

"E go o ffíc in a m edlclnae aegrotantibus evasi. Ego fons sani-


tatum perennis. Ego daemonum profligatio. Ego iis qui ad me
confugiunt. civitas refugii. Accedite populi cum fide, et gratia-
rum dona affluentissim e haurlte... Ego universis evangelice
c la m o : quisquís morborum sanationem sitit. vitiorum anim ae
depulsionem, peccatorum abstersionem, quarumcumque calami-
tatum submotionom, regni caeiestí requiem, ad me cum fide
veniat donumque gratíae efíicacissim um exhauriat.. G audii fon-
tem ho.spitio excepl, iierennisque huius scaturiginis divitiis
a fflu o ..." (36).

N o de.ia el santo Doctor sin nombrar gracia alguna que la V irgen

(35) II-JI. q. H. U.
(3 6 ) P G .. ye. col, 746.
no punda o to r g a r ; pero sobre todo lo que más im presiona en este bello
pasaje de San Juan Damasceno es la seguridad que pone en las pa­
labras de la V irgen como Distribuidora general de los dones d e Dios.
No aparece ni una sola vez “ si m i H ijo los quiere” , "si es voluntad de Dios” ,
parece que Dios ha depositado esa Voluntad en manos de la Virgen. L o
cual no es extraño, pues su querer en este mundo y mucho más ahora,
R ein a en el cielo, siempre estuvo conform e con el deseo y querer de
Dios. Esto nos muestra hasta qué punto el Santo Doctor, y podemos
decir, la iglesia B izantina tenía y tiene una creencia firm ísim a en la
M ediación universal de la V irgen y que no hay gracia alguna que
Dios otorgue a los hombres sin pasar por manos de M aría, porque El
asi lo ha querido.
T ales manifestaciones, tales afirm aciones, tal fe en un pueblo y en
sus pastores y Doctores mas autorizados no puede pasarse por alto ni
descuidarse y lo que es peor, no puede despreciarse. Esto tam bién es
ecumenismo y de la m ejor ley. Es la Iglesia Oriental, en este caso, (y
podríamos decir otro tanto de la Iglesia O ccidental) la que nos habla
a través de sus Maestros y testigos más cualificados.
Aunque no presentamos todos los textos que podríamos traer para
con firm ar nuestra proposición, no queremos d eja r de citar los si­
guientes ;

“ P er hanc nobís cum eo (D eo) reconciliatio sancita, paxque et


gratia donata e s t: unde angelí una cum hominíbus choros agi-
tant, et qui prius contem plo eramus, D ei filii e ffe c ti sumus. Ex
ea vite uvam collegím u s: ex ea im m ortalítatis germ en excepi-
inus. Haec nobís om nia bona concilíavit. In hac Deus homo fac-
tus est. et homo Deus” (37).

Otras muchas veces nos presenta el Damasceno a la Virgen como


la fuente de cualquier auxilio sea tem poral o espiritual.
Tam bién aquí tenemos que venir a la misma consecuencia: S i la
V irgen goza ante Dios y ante los hombres de tan gran prerrogativa que
lodo se nos da por ella, no se la puede d ejar en un lugar secundario,
como una de tantas. T ien e en la Iglesia un lugar señaladísimo. Si
a cualquiera que nos hace un pequeño favor estamos obligados a ser de­
ferentes para con él, ¿cómo la Iglesia y en ella sus hijos más preclaros

(371 In Dorm t. D e ip o r u e .. I I I , n - 16, P G , 96, co l, 743,


habían de actuar tan ingratam ente? Una vez que se ha sentido, vivido,
la m ariologia. la doctrina m arial que la Iglesia ha enseñado siempre
por sus órganos más autorizados, brota espontáneam ente el dar a la
V irgen el lugar más em inente después de Cristo. Y esto no hay por
qué ocultarlo, porque en sano ecumenismo hay que dar lo que se tiene
y del modo que se tiene. N o hacer trampas. Esto no conduce a nada
bueno ni en orden a los que están separados ni con relación a lo.s iieles,

E) Realeza de la Virgen.

L a V irgen Santisinia no sólo es nuestra madre y nuestra medianera,


sino tam bién nuestra Reina, y no sólo de los hombres, sino de los
Angeles, de todas las criaturas, del cielo y de la tierra, y de todo el
universo. N o voy a detenerm e a hacer una exposición de esa prerro­
gativa. Y a esta simple comunicación está resultando bastante larga.
M aria es reina en un sentido verdadero y p ro p io ; no sólo por
razón de su dignidad y eminencia, en cuanto que es superior a todas
las criaturas por sus cualidades y excelencias y es la suprema y pri­
mera de todas como el principe y el rey ; o en un sentido más amplio,
porque la m adre del rey. o su esposa se llam e r e in a ; sino en un sentido
propio y estricto, en cuanto que está dotada d e autoridad y potestad
regia, y no por mero prim ado de honor, sino por verdadera potestad
de jurisdicción o de dominio, al que es necesario que todos sirvan y se
subordinen, porque puede im poner a otros su dom inación y a los .so­
metidos regirli's y gobernarles por derecho.
Es cierlíj que sólo Dios es rey y señor de lodas las criaturas absolu­
tam ente y por esencia. Ninguna criatura puede ser rey y señor de las
demás o del universo a no ser por una participación d<‘ la perfección
divina.
Cristo, Dios-Hombre, ha sido constituido por Dios rey del universo,
al cual están sometidas todas las potestades creadas de todos los
siglos y del que todos participan.
No me entretengo a señalar los titulos y motivos de la realeza de la
V irgen como son, su calidad de M adre de Dios. Socia de Cristo R e­
dentor. R elación con la T rin id ad Beatísima, etc., etc.
El oficio real de la Virgen debe concebirse analógicam ente con el
régim en y gobierno de Cristo, del que ella participa. Cristo R ey go­
bierna y ordena al fin común a toda la sociedad perfecta de la Iglesia
y de toda la humanidad. I,a Santísim a Virgen es participe del régim en
y gobierno de la Iglesia, y de esta ordenación al fin común y esto con
todo derecho: Esto es una consecuencia lógica de las prerrogativas y
ministerios de la Virgen en orden al Cuerpo M ístico de Cristo, que es
la Iglesia.
San Juan Damasceno nos lo afirm a repetidas veces en sus escritos
y nos muestra al mismo tiem po cómo esto da a la V irgen un grado
em inente en la Iglesia ;

■0¡)orU“bat denique Dei M atrein ea quae filii essent, possidere


ct ab Dmiiibu.s adorari. Quaniquam enim liaeredit£(s a parentibu.s
ad filios semper devolvitur, nunc lamen, u i eruditi cuiutdam,
verbis utar, sacrorum l'luminum fontes sursum religunt. Res
quijjpe omnes Filius M a lri m ancip avit” (38).

Y en otro lu g a r :

"Itaqu e gratia <Anna) Dom inam parit quae vere omnis crea-
turae D om ina facta sit, cum Creatoris M ater exstitit... P rofecto
vere et proprie D ei G rn itrix est et Domina, ómnibus creati.s
impnrat. quae M ater extitit Creatoris” i39).

En oíros muchos lugares de s\i,s obras la llama, reina. Señora, “ D o­


mina omnis crealui'ae (40i.
Por esto no os extraño que San Juan Damasceno vea a lodos los
ordene.' de la Iglesia rindiendo hom enaje de jileitesia a la Virgen romo
Reina y Señora de todos:

■'C^uodcirea t(' jirophelae p raedican t; tibi mini.strant a n g e li;


inserviunt apostoli...” (42).

En este sentido es como también la “ Lum en gentium ” , en el ca­


pitulo V I II , la lla m a : “ Reina del Universo, para que se asem ejara a
su H ijo, Señor de los que dom inan y vencedor del pecado y de la
m uerte".
H ay una hom ilía que se atribuyó a San Juan Damasceno después

(3 8 i H oi i!. 2." in D o r m i t . D a i p a r a c . P G .. 96. co l. 742.


(391 D e íi d e o r t h o c l o x a , P G ., 9G. c o l. 1158.
(4 0 ) C'fr. i)o r e j e m p l o : P G ., 94. co l, 1158-1199: 90. c o l 67(i, 091). 719. e t c . e tc .
i-Jl) ¡ l o m . in D u n n i l . l) t ‘ip(ira¿\ P G . 9tí, c o l 71-1
del testim onio acorde de los manuscritos, pero que modernamente,
como atestigua Laurentin, con un m étodo crítico más severo con un
resultado de un 55 por 100 en contra, se considera no auténtica. Como
d ije al principio en un resultado de esta Índole es dil'icil llegar a una
conclusión absolutamente cierta o por lo menos con mucha probabili­
dad cierta. De todas formas, sin prejuzgar una solución critica, damos
aqui algunos párrafos de esa hom ilia : al menos como un bello ex­
ponente de la teología bizantina en orden a la V irge n :

"Salvesis, sola Ínter reginas regina, quae regum quidem filia


es, universorum autem Regís M ater, ac religíosorum regum im-
peratorum robur. Salvesis sola ínter reginas regina, vestitu deau-
rato circumdata, ac varietate, veluti psalmorum cantor David
exclam avit. Salvesis, sola ínter mulleres benedicta, quae prim ae
Ijarentis Evae lapsum restaurasti. Salvesis. sola Ínter mulleres
benedicta, splendída atque mirabilis, quae sola Christum Deum
simul et hom inem síne v iri opera concepísti, et sine dolore pe-
peristi. Salvesis, sola vere ín ter mulíeres benedicta et gloriosa,
quae pura et sanctíssima, ternoque fulgore rad ianti Trin ítate,
nihil te flam m a laedente, conceptum genuisti. Salvesis, sola inter
mulleres benedicta, quae sola eum sine constructione com plexa
es. quem mundus capere nequit. Salvesis. sponsa sola a sponso
libera, quae in sponsali Canticorum libro iam olím relata es. Sal-
vesís, sola inter virgínes Virgo, quae ante partum, et ín partu,
et post partum, virgo permansísti. Salvesis. e portís sola porta clau-
sa. et sola e cívitatibus civitas turríbus munita... Ave, per quam nos
humíles et abiecti secundam Christí, .salutarique lum ine prae-
ditam generatíonem ea qua pars est relígione adoramus. Ave,
per quam nos mundi effectricem , vítae origínem , ac semper reg-
nantem T rin ítatem cognovimus. Ave, per quam nos Christianus
populus, P ilii tui ac Dei nomine donatí sumus. Ave. per quam ínter
unius, sanctae. catholicae, atque apostolícae Ecclesiae cives des-
cripti sumus... Ave, per quam nos puram ac tremendam carnem
ad tremendam adm odum mensam accedere audentes. particípamus.
Ave. per quam nos verum et im m ortalem panem gustamus. Ave, per
quam nos e ianuis in fern i ad cáelos evecti sumus. Ave. per quam
nos a m aledíctione redem ptí sumus et inexplicabilí laetítia dignatí
sum us..." (42).

(421 P G .. 9(1. co l. 655-658.


Plantearse el problem a del lugar de la V irgen en la Iglesia es lo
mismo que jugarse toda la M ariología, más aún toda la fe de la
Iglesia en el M isterio de la Virgen, dentro de la economía divina. No
se trata sólo de un nombre, de titulo más o menos, sino de las grandes
p rerrogativas de la V irgen Madre, El párrafo anterior nos daría mate­
rial riquísimo para elaborar toda una M ariología, y al mismo tiem po
nos señala que la V irgen es toda singularísim a por voluntad de Dios ;
que Ella es de la Iglesia, como lo es Cristo, pero que su lugar en ella
es único como único es el d e Cristo. Por Ella entramos en la Iglesia,
por Ella son tam bién los Sacram entos que la Iglesia tiene para realizar
su obra de santificación de los hombres. Todo en el dogm a católico
está ensamblado de tal form a que m inim izando algo en él se tam balea
lodo el edificio.
Con razón dice la Const. "Lu m en gentium ” ; “ es verdaderam ente
m adre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su am or a
que naciesen en la Iglesia los fíeles, que son miembros de aquella
Cabeza, porque tam bién es saludada como m iem bro sobreem inente y
del todo singular en la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en
la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu
Santo, honra con filia l a fecto de piedad como a M adre amantisi-
m a” (43).

(4 3 ) C a p . 8. a r t . 53.
EL T I T U L O DE “ L A P E R E G R I N A ” Y SU
CONTENIDO TEOLOGICO

P or el R. P. J. M . D elgado V aiiel a, O. de M.

I,a S. M. E. peregrina a Santiago, y al hacerlo, rinde tributo en sus


bodas jubilares a la divina Peregrina, advocación m ariana que ejerce
su patronazgo sobre Pontevedra (C apital y provincia). Se ha venido a
postrar en su mismo santuario. P ero mientras peregrinaba, sintió viva
su ayuda. Los peregrinos de antaño invocaban a Santa M aría. Y su fe
se vio recompensada por la presencia de la Señora, vestida con su
mismo traje, suavi'/.ando las asperezas y fatigas del camino. L o mismo
ha acontecido esta vez a la S. M. E. ¿ Y quién duda que. en el largo
cam ino de X X V años, el favor de la Señora la asistió siempre? Nuestros
votos son para que este m aternal in flu jo de la divina P eregrin a nos
siga bendiciendo. Nos explicamos, ahora, perfectam ente, que el Prelado
de la Archidiócesis compostelana haya puesto el presente Año Jacobeo
bajo el directo patronazgo de la Peregrina.
P ero hay más. para explanar el contenido teológico de este titulo.
Nos hemos propuesto desarrollar e; capitulo de la Constitución D ogm á­
tica Lum en G e n tiu m que versa sobre la Virgen Santísima, el capitu­
lo V I II . Ah ora bien, el capitulo V I I trata de la condictón escatológica
de la Iglesia p&regrinante. Y en este capitulo V I I se hace dos veces
mención de la V irgen Santísim a. L a Iglesia es peregrina. Tam bién la
V irgen Santísim a lo fue en su vida terrenal. ¿Cómo se enlazan ambos
temas? ¿En qué aspectos este tratado de la Iglesia peregrinante, y por
tanto de la V irgen Peregrina, en su sentido histórico, constituyen el
pórtico al m agnifico capitulo V I II , que fija nuestra fe y el módulo d(>
la ( nscñanza si'” \n'a acerca de los niislerios de la M adre de Dio.s?
Centrado f'l lem a m pl punto doctrinal qiio quiero desenvolver, en-
iro, sin más, en materia.

Dos T E K M IN O L O G ÍA S D O G M A T IC A S .

L a vida de la V irgen Santísim a se enmarca entre los m isterios de


la Inm aculada y de la Asunción. En los textos defin ilorios y dogmáticos
de ambos misterios, voy a señalar una doble term inología. Cuando se
d efine la Concepción Inm aculada de la V irgen es esencial tener en
cuenta y fija r el propio sentido del inciso; "p rim e r instante de su con­
ce p ció n " (D. 1641). En el texto defin itorio de la Asunción, las palabras:
-cu m p lid o el curso de su vida terren a " (A A S 42 (1950) 770) son absoluta­
m ente indispensables para inteligencia del misterio. Ambas term inolo­
gías caen en el ám bito del dogma. Señalan el com ienzo y el fin de la
peregrinación de la V irgen Santísima.
L a “ Iglesia peregrinante” recibe esta denom inación porque sus m iem ­
bros, los elementos que la integran, son “ peregrinos” . Pues bien, para
todos ellos existe un instante prim ero de la existencia humana terres­
tre, que es el instante de la concepción ; y un instante postrero, en que
se acaba el curso de la vida ten-ena. La term inología dogmática, nece­
saria para creer los m isterios de la Inm aculada y Asunción de la
V irgen Santísim a y que enmarcan su vida peregrinante, se verifica,
también, en cada m iem bro de la Iglesia, durante su existencia histó­
rica sobre la tierra, Y de aquí depende que la Iglesia reciba el c a lifi­
cativo de “ peregrin ante” , o “ peregrina” , que le corresponde nada más
que mient,ras vive el periodo de prueba, mientras m ilita contra el dolor,
el mal y la muerte, y mientras no llega el triunfo d efin itivo sobre esta
existencia humana y mundana, sujeta al pecado. Digo tam bién “ mun­
dana” , porque todas las criaturas gim en en espera de la glorificación
de los hijos de Dios, ya que ésta significará para ellas la hora de su
redención plena (Rom , 8, 18-19i.

T ,a m u e r t e . Su c o n c e p t o t e o l ó g ic o .

La.s eieiicia.s biológicas nos ofrecen el concepto de muerte como


acabam iento de un ciclo vital. S e aiilica también a la m uerle humana
esle sentido. V ale en una concepción puram ente materiali.sta de lodos
los integrantes del hombres, en una concepción m aterialista del espí­
ritu. Pero desde el m om ento en que al espíritu se le da una realidad
ontológica distinta de la m ateria, la supervivencia a lo que llam am os
"h ora de la m uerte” tiene que ser aceptada y de hecho lo íu e por todas
las culturas y civilizaciones antiguas. N o habría, pues, “ m u e rte " para
el espíritu. L a muerte, en este caso, seria separación de alm a y cuerpo,
'destrucción del yo, en cuanto expresa la unidad de composición, y
disolución de la materia. Un tal concepto de muerte se ha form ulado
sin tener en cuenta ninguna categoría teológica. Su base estaría en
una observación razonada y unas deducciones convincentes.

Entremos ya en el terreno teológico. Con el prim er instante de la


concepción se inicia un periodo de prueba. ¿P o r qué? H ay un plan
divino que dom ina y señorea todo el sucederse en el tiem po d e cada
una de las biografías humanas, y dom ina también la b iografía en con­
junto de la humanidad. El plan es uno y simplicisimo, por lo que a
Dios atañe ; pero com prende en su riqueza extensiva e intensiva todos
los instantes, todos los lugares y todas las modalidades de nuestra vida.
Y en este plan divino hay una determ inación eficaz, un destino im ­
puesto a cada uno de los hombres respecto de la vida eterna. A l acto
divino, que determ ina y destina, corresponde necesariam ente en la
criatura la real d eterm inación, el destino verdadero, real e h istórico
a la vida eterna, a la eterna posesión del reino de los cíelos. Esta real
ordenación constituye en la persona humana un elemento ontológíco
de su existencia concreta. Es en sí mismo sobrenatural. Corresponde
a todas las personas humanas y va a acompañarlas, sin posible sepa­
ración, en toda su existencia histórica sobre la tierra, en todo el
periodo de su vida peregrinante, A la realización de este destino su­
premo se subordinan todos los medios sobrenaturales. El mismo miste­
rio de Cristo, de la Iglesia y d e M aría, serian medios si se considera
la eterna glorificación del Padre. Pero si consideramos al Padre y todo
el m isterio trin itario en Cristo, en la Iglesia, en la V irgen M aría, en
este caso vienen a participar de la razón de fin.
Dentro de este am biente sobrenatural, engendrado por el destino d ivi­
no, la m uerte es el fin del periodo' de prueba, es el últim o instante de
este periodo, que se conecta inm ediatam ente con la existencia de tér­
mino, sin instantes ni tem porales ni ontológícos intermedios. Es un
acabam iento; pero no un acabam iento de la vida, sino de la prueba,
de la peregrinación, de la lucha, del m érito en orden a aum entar los
grados de gloria. Los conceptos biológicos han quedado trascendidos
por los éticos y religiosos.

I m p l ic a c io n e s u e l t é k m in o de la " p e k e g r in a c ió n ".

Nuestro peregrinar sobre la tierra— simbolizado en la literatura


religiosa por la vida transhuinante de los Patriarcas, dado su oficio
de pastores ; simbolizado por la peregrinación de Israel desde Egipto
a la tierra p ro m e tid a ; simbolizado por las peregrinaciones de los
creyentes de religiones no cristianas a los santuarios, eje y centro de
su fe, de su creencia : y, principalm ente, sim ljolizado por las peregri­
naciones a los santuarios de la cristiandad— como el peregrinar de la
V irgen M aria, tiene un término, P ero ¿cómo, en nosotros, y bajo qué
puntos de vista debe considerarse ese término? ¿Qué problemas implica?

a) Desde Dios.— s ig n ific a la ciilv iin a ció n del destino fijad o eter­
nam ente para ese viador, no como una persona aislada, sino ensam­
blada en el Cuerpo M ístico de Cristo, donde tiene razón de ser cual­
quier elem ento de la economía sobrenatural, de la cual el primero, el
más principal de los elementos es ese mismo destino a la vida eterna,
destino real, eficaz.
El hecho de llevar, por parte de Dios, hasta su término, el real des­
tino a la vida eterna, presupone que han sido dados a la persona
humana todos los medios necesarios para el logro de aquel destino.
No puede el O rdenador supremo fija r una meta, un fin , sin ordenar
al mismo los medios conducentes para lograrlo y conquistarlo.
En la vida sobrenatural consciente, personal y refleja o deliberada
— ya esta deliberación se apoye en uno mismo, o en un representante
legal (el caso del bautismo de los niños)— lo que acabamos de exponer,
no ofrece dificultad.
Los teólogos, cuando hablan de la actuación de la gracia, adm iten
un plano indeliberado, preconscíente, no propio de la personalidad
refleja, sino de la naturaleza humana que existe realm ente y vive, en
la que lo sobrenatural comienza a explayarse y a ejercer su influjo.
Ahondar en este terreno nos interesa sobre manera. Esa visión de los
teólogos se presta a un desarrollo riquísimo. Desde luego, cuando
Dios destina al que inicia su vida de prueba, al que comienza a existir
como un viador, a la vida eterna, realm ente en su naturaleza se pro­
duce esa ordenación. T oda su actividad consciente, reíleja, deliberada,
personal se va a m over sobre esa base. Y cuando llegue el instante postrero
de la etapa viadora, lo prim ero que va a urgir la divinidad y de lo
que, en d efin itiva, hay que dar cuenta, es del cum plim iento de aquel
destino.
Seria absurdo que este destino se quedase siempre en el plano de la
naturaleza, de lo indeliberado, de lo preconsciente. de lo direc­
to y espontáneo. L a persona responsable, en la evolución de nuestro ser,
corona la naturaleza existente y viviente. El destino divino tiene que
llegar necesariam ente al ám bito de la personalidad. Entonces el rñador
entra en el diálogo personal con Dios para responder, con la utilización
de los medios, al fin que le ha prefijado. Con el reconocim iento de
la aptitud que tienen los medios en orden al fin .
¿Se trata verdaderam ente de un absurdo? L a respuesta afirm ativa
— para nosotros evidente— , lleva a conclusiones de la m ayor transcen­
dencia en orden a la salvación de los que habiendo iniciado la etapa
viadora, mueran antes de que pueda ser atestiguado por nosotros el
ejercicio de su actividad personal. Nótese la restricción : que nosotro.s
podamos atestiguar su actividad personal, ya que no es lo mismo, no
equivale a que no la ejerzan de hecho. Cuantos mueren en el seno
materno, cuantos mueren antes del uso de razón y sin que nadie les
hubiese representado para la recepción de lo sobrenatural ¿cómo pasan
del estado de viadores al estado de término? Hay que dar una res­
puesta a esle problema, respuesta que nos llevaría a fija r el valor del
acto personal humano, deliberado, consciente en orden a la vida
eterna.

b) Desde el hom bre. En rigor ya estamos considerando las cosas


desde el hombre, entendiendo por hom bre no sólo la naturaleza, que
en su ser, en su actividad se subordina enteram ente a Dios, sino prin­
cipalm ente la personalidad consciente y refle ja del yo. ¿Qué significa
“ acabado el curso de la vida terrestre” , de la etapa viadora, de la pere­
grinación para cada uno de los hombres, en particular, y para todos
en conjunto? N o se trata de algo conjetural, sino de fija r teológicam ente
el significado de Iji term inología dogm ática “ acabado el curso de la
vida terrestre” — que sabemos que en la V irgen M aría fue en los ex-
plendores de la Asunción— cuando referim os dicha term inología a
nuestra etapa viadora, a todos y cada uno de los viadores.
En d efin itiva, en el más allá, no habrá más que cielo (í infierno.
que podemos Iraducir como “ único íin sobrenatural” (;on aspecto po­
sitivo, en el cielo ; con aspecto negativo, en el infierno. Este fin afecta
a nuestra personalidad responsable y consciente. P or lo tanto tuvo que
actuar ella, ejercer su libre arbitrio por lo menos en el últim o instante
de la prueba. Ahora bien, en ese últim o instante, la vida vegetativa y
sensitiva del elemento m aterial, no puede ofrecer el instrumento ma­
ravilloso de la m ateria. En consecuencia es necesario establecer un
acto personal, que sin el contacto con la materia, con el cuerpo- qui'
allí está y que Je pertenece—se ejerza con responsabilidad plena, cara
a Dios. Será el acto m eritorio humano por excelencia, plenam ente libre,
plenam ente responsable. Según él, porque con él term ina el periodo de
prueba. Dios decidirá la suerte eterna de un viador. Para fija r mía
tal categoría de acto, la teología m ariana viene en nuestro a u x ilio :
ese acto se ejercería según el modelo de la Inm aculada Concepción,
siguiendo a aquellos teólogos que la explican m ediante una aceptación
libre, responsable de la persona de la V irgen Santísima, cuyas fun­
ciones puram ente espirituales de su alma se actuaron de un modo ex­
traordinario. Esa explicación de la m ariología (del prim er instante de
la etapa viadora de la V irgen ) d ejaría de ser exclusiva de la Virgen
Inm aculada hallándose una actuación sim ilar en el últim o instante
de los que concluyen su etapa viadora sin el ejercicio actual e histórico
de su personalidad consciente, desarrollada de modo ordinario.
K1 prim er instante de la peregrinación de la V irgen Santísim a ven­
dría a ilum inar el últim o instante de la peregrinación de sus pobres
hijos de la tierra. Y ya una tal actuación no seria peculiar y privativa
de la V irgen Santísim a. M ás a ú n : los principios que regulan esa actua­
ción, como pertenecerían al plano esencial de la economía sobrenatural,
deben verificarse en todos los viadores. Aun aquellos que han recibido
libre y responsablemente los sacramentos y que han tenido m úllíj)les
actuaciones personales de su vida consciente en orden a los medios
sobrenaturales, su últim o instante de la etapa viadora se regularía por
los mismos principios. Porque en ese instante, además de los aspectos
personales anteriores, tiene que verificarse el orden esencial de la
economía sobrenatural. Y por consiguiente la elevación y vivificación
sobrenatural de la humana naturaleza en orden a la vida eterna, en
dependencia del destino real divino, tiene que ser secundado por la
actuación personal. Porque es la pers<3na la que va a posesionarse de
la vida eterna o de la m uerte eterna.
En la Constitución Lum en G e n tiu m . cap. II, núm. 14— que trata de
los íiefles católicos— , 15— de los cristianos no católicos— y 16— de los
no cristianos— ; se fija n los "elem entos de verdad y de s a n tifica ció n ”
que pertenecen a la Iglesia de Cristo, pero que pueden hallarse y con­
servarse fuei-a del catolicism o (C ír, cap, I, núm. 8), Existe en estos
elementos de verdad y santificación una urgencia a la verificación de
la unidad católica, de una parte, entre aquellos cristianos que no están
unidos y otra urgencia más Ironda a com pletarse en la verdad total
que es Cristo y la santificación total, que es también el Salvador. Todo
lo bueno y lo verdadero ha de culm inar en Cristo Jesús, prototipo de
la Verdad y de la Santidad. La doble urgencia: para restaurar la uni­
dad fJit iim im s in t) y para llegar t:odo lo humano, todo lo positivo a
la plenitud de Cristo, teniendo que adquirir esta plenitud los mismos
elementos buenos que se encuentran en los no cristianos, nos lleva a los
dos grandes quehaceres que tiene planteados hoy la Ig le s ia : el que­
hacer unionista, de una parte, y el misionero, por otra.
Si en la ciudad de la tierra los moradores de ella que han iniciado
su existencia histórica viadora no alcanza esa doble plenitud, reali­
zada en un orden social, en un orden visible, sin duda alguna la alcan­
zará en el último instante de esa etapa viadora, en el últim o momento
de su existencia peregrinante, y la adquirirán con plenitud de respon­
sabilidad. de deliberación, de reflexió n personales. D igo últim o ins­
tante, porque el momento inm ediatam ente posterior pertenece al más
allá. ¿Comprendem os ahora el por qué de esa aprem iante súplica que
la cristiandad ofrece tantas veces al dia a Nuestra S eñ ora: “ ruega
por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra m uerte” ? ¿Quién
más interesado puede estar en que nuestro últim o acto de la vida
peregrinante sea un abrazo con la D ivinidad, que la M adre de todos
los redimidos, de lodos los destinados al cielo, de todos los que poseen
la gracia precisa para salvarse?

L as d os c it a s d el c a p ít u l o V II.

He dicho ya que dos veces se citaba la V irgen Santísim a en el


cop. V I I de la Constitución Lum en G en tiu m . Y las dos cuando el
texto de la Constitución dogm ática desarrolla las relaciones de la
Iglesia peregrinante con la Iglesia celestial. A propósito de nuestro
consorcio y comunión en la unidad del Cuerpo Místico, con los bien­
aventurados, la Constitución señala una jerarquía que llam arem os
histórica o de testimonio. Los primeros que han recibido un culto pú­
blico en la Iglesia han sido los apóstoles y m ártires— todos los apóstoles
sufrieron m artirio— porque históricam ente tam bién fueron los primeros
en rubricar con su sangre el testim onio de su fe. Y en virtud de su
palabra y acción apostólica se extendió el reino de los cielos sobre la
tierra. L a Constitución, luego, añade: “ a ellos, junto con la bienaven­
turada V irgen M aria y los santos ángeles, profesó (la Iglesia) peculiar
veneración e im ploró piadosam ente el auxilio de su intercesión” (C api­
tulo V II, n." 50). El texto señala el orden histórico según el cual se
introdujo a los santos en la Iglesia. Aquí no podia dársele una preem i­
nencia a la V irgen Santísima, porque históricam ente no la tuvo.
Más adelante, y ya en el centro de lo que constituyó una de las pre­
ocupaciones del V aticano II, la reform a litúrgica y pastoral, (Cap. V II,
n." 50, final), con alusión al Canon de la Misa, aparece la jerarquía
de los moradores de la Ciudad eterna, de la Jerusalén c e les tia l: la
V irgen M aria, S an José, los Apóstoles, m ártires y santos todos.
¿P o r qué esta jerarquía? ¿P o r qué M aria aparece antes que los
apóstoles y que los m ártires? L a clave la tenemos en la recomendación
pastoral con que concluye este capitulo, n." 51, precisam ente acerca del
culto a lo,s Santos. Dice el texto. “ Enseñen, pues, a los fieles que el
auténtico culto a los sanios no consiste tanto en la m ultiplicidad de
los actos exteriores, cuanto en la intensidad de un amor práctico, por
el cual para m ayor bien nuestro y de la Iglesia, buscamos en los santos
“ el ejem plo de su vida", la “ participación de su intim idad” y “ la ayuda
de su intercesión” . No se trata, pues, de atenuar el culto latréutico,
sino de acentuarlo y am pliarlo en virtud de los tres capítulos m encio­
nados. Pues b ie n : ningún bienaventurado nos puede dar ejem plo de la
vida de Cristo Jesús en todos sus misterios m ejor y m ayor que su
M a d r e ; con ninguno tenemos, dentro de la unidad del cuerpo místico,
más y m ejor consorcio vital que con la V irgen M aría : finalm ente no
hay entre ellos intercesión tan poderosa como la de la M adre de Dios.
Y ese poder de intercesión, ese consorcio vital que nos hace sentirnos
•siempre a su lado, bajo su vigilan te mirada, bajo su m anto m aternal
y el ejem plo de la Virgen tienden a un único ob je tiv o: hacer que
nuestra peregrinación responda al plan divino sobre nosotros, que nos
destinó a la vida eterna, dándonos en la M adre de Dios, en los ángeles
y santos unos medios poderosos por los que podemos conseguir ese
supremo ideal.
M aría es el modelo de los peregrinos, por su ejem plo para nosotros,
por su consorcio con nosotros en la unidad del cuerpo místico, y por su
intercesión om nipotente ante el trono del Altísim o.
En la unidad de la acción litúrgica sacrificial— ya que uno mismo es
el sacrificio del cielo y de la tierra— destaca la V irgen en esa triple
fu n c ió n : modelo, consorcio, intercesión.

C o n c l u s ió n .

Nuestra Señora recibe el titu lo : la “ divina Peregrin a", porque lo


fue durante toda la etapa terrestre de su histórica existencia, enm ar­
cada entre las purezas de la Inm aculada y los esplendores de la Asun­
ción. Su peregrinar constituye el modelo de nuestra peregrinación, de
lodos y cada uno de los pasos que damos los pobres hijos de Eva en este
valle de lágrimas.
En nuestra peregrinación a Compostela. símbolo de la peregrinación
a la P atria celestial, invocando a Santa M aría, ella se nos presenta,
ella aparece al lado nuestro, con la esclavina y el bordón del peregrino.
Nuestra im aginación piadosam ente la contempla con los pobres y
sufridos atuendos de los peregrinos. Como modelo supremo de nuestro
caminar, es el “ peregrino número uno” .
L a conciencia de nuestra peregrinación y de que somos, mientras
vivim os sobre la tierra, peregrinos, dará a la vida cristiana la profun­
didad espiritual que Dios reclam a. Se usará de este mundo para vivir,
en cum plim iento de la voluntad divina ; pero todo uso se subordinará
a la llegada y conquista d e la P a tria celestial. N o cabe, en este caso,
adhesión d efin itiva de ninguna clase a las cosas de este mundo, sino
sólo la adhesión transitoria, pasajera, porque no está aquí nuestra mo­
rada defin itiva, sino que vamos de paso.
Y cuando el dolor nos acompaña, cuando visita al inocente, cuando
la hecatombe de una guerra destruye niños, fam ilias, ancianos... que
ningún mal habían hecho, guerra que fu e desencadenada por el con­
flic to entre los poderosos de la tierra, no se puede olvidar que tamtíiéu
esos niños, ancianos y hogares modelos de honradez, son viadores, ca­
minantes, están de paso, peregrinan hacia el más allá. Conquistan la
Patria celestial con la inm olación de su vidas. Y en ese dolor, en esa
inm olación Cristo continúa el misterio de su pasión, de su redención.
Esos niños y ancianos no están solos ; son solidarios de toda la huma­
nidad. Y como Cristo Jesús, el Santo y el Inocente por excelencia, sa­
tisface con sus sufrim ientos por todos, asi esos inocentes que sufren
continúan el m isterio del dolor en el H ijo de Dios. No hay nada injus­
to, sino que la bondad divina en ellos adquiere sentido redentor para
salvar a los hermanos. Acom pañan a Cristo en su Pasión, al Salvador
con su cruz a cuestas. Pero al mismo tiem po ese dolor y sufrim iento
convence con claridad de mediodía que esta existencia de prueba,
viadora, en fin, peregrinante, no constituye morada fija. Es en realidad
una existencia m inada por los cuatro costados: se va desmoronando
I50C0 a p o c o ; pero sabemos también que la paulatina disolución de
nuestra morada transitoria terrestre hace que se edifique y que adqui­
ramos nuestra morada d efin itiva celeste. P or esto para los que creen en
Cristo Salvador, para los que responden con su buena voluntad al
destino eficaz de Dios que nos ordena a la bienaventuranza, la muerte
no es tal muerte, sino que en ella la vida terrenal se muda, se trans­
forma, se convierte en vida celestial (O rd in a rio de la Misa, P re fa cio de
difuntos). Los conceptos biológicos han quedado totalm ente desborda­
dos por los teológicos,
¿Comprendem os ahora la riqueza de contenido teológico que se
encit'rra en la advocación m ariana “ L A D IV IN A P E R E G R IN A "?
Y saco, finalm ente, una im portante conclusión acerca de la “ reno­
vación teológica” . L a vida peregrinante constituye una etapa de trán­
sito. Este concepto afecta a todo el orden sobrenatural, a todas las
categorías teológicas. Lo defin itivo no es el Cristo terrestre, sino el
Cristo celeste, la vida del más allá, el estado de término.
Pues bien: hay algunos conceptos teológicos que sólo tienen ai)iica-
ción al estado de viador, a la existencia jieregrinante cristiana. Estos
concei)tos no conducen jam ás a una teologia d efin itiva, sino a una
teología provisional, transitoria, de desarrollo incoado que está ludiendo
su plenitud, su culminación, que reclam a el estado definitivo. Cuanto,
por ejemplo, se refiere a¡ pecado y su expiación, todos los asijectos
am artiocéntricos de la teologia, constituyen una “ teologia provisional".
,. Por que, en esos mismos temas en torno al pecado, no se desarrolla
el triunfo de Cristo? ¿La restitución de la gloria del Padre? ¿La vida
restaurada del m iem bro del Cuerpo M ístico? Los elementos dom inio o
realeza de Cristo, gloria del Padre, vida del miembro del cuerpo místico
obedecen al plan y destino divino que se fo rjó anteriorm ente a todas
las previsiones del pecado, y son elementos que aparecen en su plenitud
— y partiendo de esta plenitud se hacen inteligibles los grados parciales
y previos— en el más allá, en el estado de término.
El ahondam iento en las dos term inologías: “ prim er instante de la
concepción" y “ acabado el curso de la vida terrestre” , tomadas de textos
deíinitorios mariológicos, ilum inan el problema de la salvación de cada
uno de los humanos, pues en todos, en cuanto peregrinos, se verifica
indefectiblem ente esa doble term inología, como se verificó en la San­
tísima Virgen, la divina Peregrina, aunque en ella ciertam ente de un
modo singular. Expresan el principio y el térm ino de nueslra vida de
prueba.
L a consideración en torno a la Iglesia peregrinante, de la vida pe­
regrinan te de la Santísim a Virgen, de nuestra vida peregrinante, su­
gerida por el título “ la div¡na P eregrin a” , viene, de esta suerte, a ser
una de las claves de la renovación teológica en la que estamos obligados
a empeñarnos para secundar los propósitos del Concilio Vatican o I I (*),

L a s p r e c e d e n t e s c u a r t i l l a s se e. s c ri b ie io n p a r a se r le íd a s e n el a c t o d e h o m e ­
n a j e a la P a t r o n a de P o n t e v e d r a a qu e no s r e r e r i a n i o s en la p á g . 14 del v ol u n ie n .
N. de la D.
I NDI CE

Pag.

Prólogo .................................................................................................... 5
Cuadro sinóptico de los vols. 27." y 28." de Estudios M arianos ... 89

S e v e r i a n o d e l P á r a m o , S. I . : L a V i r g e n e n la H i s t o r i a d e
la S a l v a c i ó n .................................................................................. 11
I.— En el P rotoevan gelio ............................................................. 11
I I.— En Isaías y Miqueas .............................................................. 22
I I I . — En Sofonias. Zacarías, etc..................................................... 25
IV .— En la Anunciación ................................................................. 30
V.— En otros pasos del N. T .......................................................... 41

M a r c e l i a n o L la m e r a , O . P . : L u g a r d e la m a r i o l o g i a e n
la t e o l o g í a c a t ó l i c a ................................................................... 53
Introducción ..................................................................................... 55
1. El problema y tentativas desolución ....................................... 60
2. Presupuestos de solución ......................................................... 65
3. Conclusiones sobre el lugar de la m ariologia ........................ 80

D om J orge F r é n a u d , O . S. B . : L a fu n c ió n p r o p ia de
M a r i a es s ie m p r e d e M a d r e ................................................ 101
Introducción ..................................................................................... 103
I.— El papel m aternal de M aría en la Constitución Con­
ciliar ......................................................................................... 106
I I.— Item en la alocución pon tificia de 21-XI-1964 ................ 116
I I I . — En los documentos de la revelación cristiana ................ 119
IV .— Congruencias teológicas y corolarios de la función ma­
ternal de M a r í a ...................................................................... 139

D r . J u a n E s q u e r d a : M a t e r n i d a d d e M a r i a s o b r e la I g l e ­
s ia : p o s ib le s a v a n ce s y e x p lic ita c io n e s ....................... 145
Introducción ..................................................................................... 147
I. C ontexto histórico conciliar ................................................. 150
II. El texto conciliar ....................................................................... 15H
Conclusión ......................................................................................... 208
Pág.

O l e g a r io D o m ín g u e z , O . M . I . ; L a M e d ia ció n m a ria iia


s e g ú n e l C. V a t i c a n o I I ..................................................... 211
Introducción ................................................................................ 213
Delimitación del conceptxj de mediación mariana ................. 217
Exposición del texto de la Constitución .................................. 219
Síntesis y conclusión................................................................... 248

B e r n a r d o M o n s e g ú , C. P . : V a l o r t e o l ó g i c o de la p r o c l a ­
m a c i ó n de M a r í a , M a d r e de la I g l e s i a ...................... 253
Significado de la proclamación de Pablo V I ........................... 255
Los contrastes conciliares .......................................................... 259
L a doctrina conciliar .................................................................. 262
La, decisión del Papa .................................................................. 265
Alcance dogmático de la proclamación ..................................... 273
Proclamación pontificia y conciliar .......................................... 275

D r . L a u r e n t i n o H e r r á n : V i s i ó n c o n j w i t a de las r e l a c i o ­
nes M a ría -lg le s ia , en la “L u m en g e n tiu m " ............ 283
Precisiones preliminares ............................................................. 285
I .—Munus B. Virginis m mysterio verbi ¡ncarnuti el. Cor-
poris mystici :
1) Miembro eminente y del lodo s in g u la r ...................... '292
2) M adre de los miembros de C r is t o ................................ 306
I I .—Hominum ojjicia erga Deiparam ...................................... 319
V en eració n ............................................................................ 321
A m o r ..................................................................................... 324
Invocación ............................................................................ 327
Imitación ................................................. 329

M a n u e l G a r r i d o , O. S. B . : L u g a r de la V i r g e n en la
Iglesia, según S a n J u a n D a m a s c e n o
Introducción................................................................................. 333
Relaciones de la Virgen con la Iglesia ..................................... 339

J osé M . D e lg a d o , O . d e M .: E l t i t u l o de la " P e r e g r i n a ”
y su c o n t e n i d o t e o l ó g i c o .................................................... 354.
EN LA L I N E A O ESPIRITU
DE LA O B U A

“El texto de la “Lumen gentlum” no


“ pertenece a quienes contribuyeron a
redactarlo, ni siquiera a los Padres que
lo votaron, sino que pertenece a la
Iglesia entera que lo ha hecho suyo y
lo propone a todos, obispos, teólogos y
simples fieles, como expresión de su fe.
Ante la Constitución... lo primero es
una actitud de acatamiento, que nos
lleva a dejam os enseñar por el M a­
gisterio”.
(Dr. P h i l i p s , v o l. I, pág. 187)

“E n lo que se refiere al cap. 8.® de la


constitución “Lum en gentium”, pode^
mos ver de una m anera especial la
asistencia del Espíritu Santo, quien
de t a i suerte dispuso las cosas con
tanta suavidad, que por vez primera...
un concilio ecuménico presenta un es­
quema tan extenso, tan denso y tan
bien elaborado sobre la Sma. Virgen
María... Toca ahora a la Iglesia y a
los Teólogos deducir del esquema todas
las conclusiones y aplicar sus directri­
ces”.
(R evm o. P. B alic, vol. I, pág. 182-183)

“Sí pensamos que las discusiones ma-


riológicas del Concilio se centraron
precisamente en torno a la asociación
de M aría con Cristo en la obra íeden-
tora, y en la propiedad y exactitud del
título de M adre de la Iglesia, la tra­
yectoria del pensamiento y de la acción
de nuestra Sociedad Mariológica es
reconfortante y gloriosa”.

(O a r c I a O a r c é s , v o l. I , p&g. 82)

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