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Littérature Espagnole
El Jardín Quemado es una obra de teatro en cinco actos que se desarrolla en un asilo en la isla
ficcional de San Miguel. Escrita por Juan Mayorga en 1998, trata de la memoria, la historia y
de qué hacer con ellas, tema importante en la España del siglo XX desde la transición
democrática de la década de 1970, tras una dictadura que duró treinta y cinco años. El
mensaje de esta obra posmodernista se entiende más a través de los diálogos entre los
personajes, especialmente a través de las interacciones entre el señor Garay, viejo hombre a la
dirección del asilo, y el joven estudiante de medicina, Benet. Esas interacciones se desarrollan
durante toda la obra en la forma de choques y de conflictos, de discusiones y acusaciones,
tanto lexicales como morales o, a veces, físicas – interacciones dialécticas que permiten el
desarrollo de una reflexión sobre memoria e historia. Así pues, tras este comentario, vamos a
analizar El Jardín Quemado como un espacio conflictivo donde el autor abre la puerta a dos
elementos que libran una batalla, para traducir este combate en términos simbólicos. En la
primera parte, vamos a estudiar el conflicto entre realidad y fantasma; en la segunda parte,
analizaremos el conflicto entre generaciones; y en la tercera y ultima parte, trataremos de
hablar del conflicto entre vida y muerte, certeza y desconcierto.
1.
La obra se desarrolla en un asilo, ocupado por personas locas, alienadas por la guerra y la
dictadura: no viven en la misma realidad que Benet, el personaje prosaico de la historia, que
está muy conectado con la actualidad. Aunque hemos dicho que el mensaje de la obra se
traducía principalmente a través de los diálogos, en el conflicto entre realidad y quimera son
las didascalias las que juegan un papel extremamente importante. A la vez, informan al lector
de qué cosas existen y cuáles son una ilusión (como, por ejemplo, en la página 162, “Se
acerca a otro perro inexistente”: la didascalia nos permite adivinar, como lector y no como
espectador, que lo real de Don Oswaldo no es nuestra realidad); pero también juegan con la
ilusión, informándonos de que, aunque no son reales para nosotros, lo siguen siendo para los
internos (página 163, sigue con “Le quita el bozal, le da un caramelo, le abre la boca,
descubre sus dientes.” – todo eso no lo vemos, solo existe en la mente del interno, pero la
didascalia y, más tarde, la actuación de los actores, lo vuelve real). Las didascalias son
cruciales para entender que los internos no ven la realidad, describiendo cómo su percepción
entra en conflicto con la realidad y, especialmente con el muro del jardín y la fosa (lo vemos
en diferentes páginas, por ejemplo, en la 180: “cuya mirada atraviesa el muro”).
El conflicto entre realidad e ilusión se traduce también a través de los dos protagonistas: para
Benet, fantasmas y locuras son sinónimas de mentira y de engaño, prisiones de las cuales hace
falta liberarse. Para el señor Garay, la realidad es peligrosa, sinónima de sufrimiento y
abandono. Por ejemplo, en la página 181, la discusión entre Garay y Benet: “BENET:
Separaré a los sanos de los enfermos. (…) A los sanos, voy a sacarlos a la calle. GARAY: (…)
Estos hombres fueron vencidos. No pueden volver a un país que no fue posible.”. La frase de
Garay intercambia de nuevo los papeles de la realidad y la ficción, asegurando a Benet que
salir en la realidad sería condenar los internos a aún más enfermedad, aún más sufrimiento –
que la realidad, para ellos, es locura (prefieren pensar que los naranjos siguen estando en flor).
Realidad e ilusión se intercambian aún más en el personaje de Benet, que es, aparentemente,
la única persona sana en el asilo, pero que se encuentra en la posición del enajenado cuando
sus certezas empiezan a vacilar. Su realidad, su verdad, son tan importantes para él que las
defiende como un demente, gritando solo en el jardín en medio de otros internos,
suplicándoles ver algo que no existe: p. 181, “BENET: (Señalando el imaginario puerto.) Sólo
la muerte os aguarda. ¿No veis que el puerto ha cambiado de bandera? Locos, ¿no veis la
isla llena de enemigos? (…) (A Garay, con un gesto violento.) (…) Basta de brujerías,
¡Dígales la verdad! ¡La verdad!”. El personaje sano, supuestamente razonable, está en este
momento, al borde de un ataque de locura.
2.
3.
Como hemos dicho anteriormente, al inicio de la obra, Benet cree en un bien y un mal
fundamentales: ve todo en negro y blanco. Según su lógica, como Garay permitió que los
fascistas mataron a doce personas, tiene que ser condenado. Como no resistió frente a los
franquistas en el 39, es colaborador, los internos son presos y la isla es una cárcel. Garay, al
igual que su jardín quemado y sus cenizas eternales, ve todo de gris. Ve el mal en el bien y el
bien en el mal, como en la siguiente frase: “Es necesario que alguien venza en la guerra.
Porque si nadie vence, la guerra no acaba.”. Aquí entra en juego nuestro último conflicto: el
conflicto interno. Benet está convencido al principio de que matar a la gente es malo, pero
cuando se da cuenta de que Ferrater sigue viviendo y que eso contrasta con la realidad que se
había construido en la mente, observamos que hubiera preferido que Ferrater hubiera muerto
de verdad.
Eso nos da un vistazo del conflicto que se desarrolló en la mente de Garay y de los internos
desde 1939. Cuál es la mejor opción, ¿sobrevivir en un mundo donde perdieron todo o morir
luchando por su ideal? Garay intenta explicar que San Miguel se ha convertido en un lugar
suspendido entre esas dos opciones, una dimensión inmovilizada por la fuerza infinita de la
fuerza imparable y del objeto inamovible, que salir ahora sería una condena a una vida en
desfase, justo como la de Periquito Lila, el hombre estatua que se queda inmóvil en la playa
de San Miguel (p.179: “GARAY: ¿Sigue sin ver otra cosa que vacío? ¿Aún no ve lo que he
hecho crecer en él? En el vacío, yo he construido un hogar.”). Y da igual cuantas veces
intente explicar Garay su punto de vista a Benet, él no lo entiende. Muchas didascalias lo
precisan, “Benet no comprende.”, “Benet niega, no puede aceptar lo narrado por Garay”.
Para concluir, podemos decir que El Jardín Quemado es un espacio de conflicto, tanto al nivel
narrativo con las didascalias, como al nivel diegético con la oposición constante entre los
personajes y los temas.