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LAS PRECIOSAS RIDICULAS

Son dos primas jóvenes, ávidas de vivir nuevas experiencias y encontrar una historia de
amor exitosa. Por ello han llegado a vivir a París con el padre de Magdelon, quien ha
decidido casarlas con un par de hombres de alcurnia y eminencia evidente. Sin embargo,
ellas buscan, a quien aún sea digno de las empresas del amor, no a dos simples burgueses.
El destino de ambas cambiará cuando un par de Condes aparezcan en sus vidas, para
darles una lección sobre las apariencias, y los engaños.

La Corrala del Mitote en el Centro Nacional de Las Artes, regresó con propuestas bastante
interesantes y al momento, de muy buena calidad. Y dado que el inmueble itinerante es
parte de la Compañía Nacional de Teatro, era de esperarse que en algún momento pasaran
por aquí con alguna producción. La elegida: Las preciosas ridículas de Molière, bajo la
dirección y adaptación de Octavio Michel.

Sería innecesario y absurdo pretender ahondar en un clásico, vaya, Molière no carece de


flores y loas precisamente. Pero es justo el discurso central de esta obra la que nos
recuerda la importancia de la figura de este artista y pensador francés para despertar a la
sociedad de la realidad absurda y ascética. Molière era un rebelde que buscaba
desenmascarar la falsedad, algo que bien podríamos aprender de él día a día.

En la historia clásica, estas damas jóvenes buscan encontrar el amor a través de lo que las
riquezas del mismo sean capaces de darles. Vaya, si dramas mexicanos como Rubí o
Teresa no estuvieran inspiradas en este tipo de personajes, sería incapaz de creerse. Así
que no les importa hacer la vista torcida para obtener los favores de quienes se dicen
Condes o ricos, sin importar saber más de ellos, que la cifra en sus arcones o bolsillos.

Michel logra rescatar la crítica del autor en un montaje donde la farsa y vis cómica suceden
con naturalidad, sin tonos engolados o sobreactuaciones. Como buen clásico, no se salva
de acciones físicas grandes para ilustrar su trama, pero suceden con la continuidad y dosis
exactas para no sacar al espectador del juego, al contario, lo invitan a seguir la pista.

Esta dirección no solo consigue hacer de un clásico del siglo XV una comedia ligera, sino
que se ancla de lo contemporáneo que tiene para hacerla efectiva, el público nunca pierde
interés, al contrario, se respira en el recinto esa complicidad del teatro abierto, donde las
reacciones del público terminan de nutrir las de los actores para dar el siguiente paso, algo
que no se logra fácilmente, y que se debe aplaudir con más espectadores.

Las preciosas ridículas es un atento recordatorio a no dejarse llevar por primeras


impresiones o juzgar por las apariencias, pero, sobre todo, una máxima a decidir sobre
nuestras propias acciones y analizar lo que queremos antes de lanzarnos de lleno. Una
puesta escénica que se agradece y alecciona sobre los riesgos de quedarse con la liebre,
sin verificar que no sea un gato.

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