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OLVÍDALO SI PUEDES

VICTORIA LACACI
Copyright © 2022 Victoria Lacaci
victorialacaci@yahoo.com

Título original: Olvídalo si puedes


Escrito por Victoria Lacaci
Editado por Iria Domínguez González
Portada: Francisco Palma González

No se permite la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio o


procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el
alquiler o cualquier otra forma de cesión sin la autorización previa y por escrito de
los titulares del copyright.
Contenido
CAPÍTULO 1.
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3.
CAPÍTULO 4.
CAPÍTULO 5.
CAPÍTULO 6.
CAPÍTULO 7.
CAPÍTULO 8.
CAPÍTULO 9.
CAPÍTULO 10.
CAPÍTULO 11.
CAPÍTULO 12.
CAPÍTULO 13.
CAPÍTULO 14.
CAPÍTULO 15.
CAPÍTULO 16.
CAPÍTULO 17.
CAPÍTULO 18.
CAPÍTULO 19.
CAPÍTULO 20.
CAPÍTULO 21.
CAPÍTULO 22.
CAPÍTULO 23.
CAPÍTULO 24.
CAPÍTULO 25.
CAPÍTULO 26.
CAPÍTULO 27.
CAPÍTULO 28.
EPÍLOGO.
CAPÍTULO 1.
El gran Silver Star, situado en pleno corazón de la ciudad de
Madrid, era uno de los hoteles de cinco estrellas más chics y
vanguardistas de toda la capital española.
Inaugurado a bombo y platillo seis años atrás, ante la crema y
nata de la sociedad madrileña, su arquitectura moderna y
extravagante, sus amplios salones de estilo minimalista y sus
habitaciones suntuosas y confortables lo habían convertido en un
codiciado lugar para la celebración de bodas, congresos o
glamurosos eventos de todo tipo, además de tratarse del
alojamiento favorito de adinerados turistas.
El edificio, propiedad del matrimonio formado por Alessandro y
Francesca Ricci, formaba parte de una cadena hotelera que se
extendía por toda Europa y que constituía el pilar de una de las
fortunas más extensas de Italia.
Bianca, la hija menor de la familia Ricci, atravesaba en aquel
momento el lujoso vestíbulo del hotel buscando con la mirada a la
persona con la que se había citado aquella mañana. No le gustaba
que la hicieran esperar. Miró su reloj con extrañeza, conteniendo a
duras penas una mueca de fastidio. No era propio de Rafaela llegar
tarde; si algo caracterizaba a la abogada era la excesiva puntualidad
de la que hacía gala.
Decidió sentarse en uno de los sofás aterciopelados ubicados
enfrente de la recepción, entreteniéndose en observar el curioso
tráfico humano de aquellas horas. Le gustaba jugar consigo misma
a adivinar la nacionalidad de los turistas que entraban y salían
continuamente. Se fijó en una pareja con aspecto de
norteamericanos que revisaba atentamente un mapa de la ciudad
mientras pedían información al conserje del hotel, que parecía
aclarar sus dudas con total amabilidad. Acto seguido, detuvo la
mirada en un pequeño grupo de ciudadanos de algún país nórdico
que esperaban de forma paciente frente a la mesa de admisión a
que una de las recepcionistas, algo despistada, les prestara por fin
atención. Frunció el ceño tomando nota mental del detalle.
Hacía un año que ejercía la dirección del Silver Star. Había
retornado a los brazos de la siempre acogedora y animada Madrid
para huir del opresivo ambiente familiar y social del que vivía
rodeada en Milán, su ciudad natal. No era la primera vez que vivía
allí, pero habían pasado unos cuantos años desde aquello.
Su mente se distrajo durante unos minutos recordando los
tiempos en los que, una vez finalizados sus estudios universitarios y
después de un viaje a la capital de España, había decidido
establecerse allí para vivir con libertad, manteniéndolo en secreto y
dando rienda suelta a una época de noches interminables, planes
alocados y apasionados encuentros amorosos. Una sonrisa
nostálgica atravesó su rostro al vincular aquella etapa de su vida
con la única mujer de la que se había enamorado y a la que, en
aquel preciso momento, esperaba con gesto de infinita paciencia.
Aún le sorprendía cómo ambas habían sido capaces de reconducir
su ruptura y posterior reencuentro —algo tortuoso, por cierto—
hasta conseguir llegar al punto de una amistad honesta y sincera en
el que se encontraban en aquel momento.[1]
Pensó en las vueltas tan locas que podía llegar a dar la vida
mientras se levantaba para recibir a la responsable de su presencia
allí. La chica entró en aquel instante en el hall del hotel con cara
sofocada y paso apresurado.
—¡Rafaela Salcedo!, llegas casi veinte minutos tarde. ¡No es
propio de ti! —exclamó Bianca en perfecto español, aunque con un
ligero e inevitable acento italiano.
Hacía ya unos meses que había contratado al bufete de su
exnovia para tratar todas las cuestiones legales relacionadas con el
hotel, por lo que era rara la semana en la que no se reunieran al
menos una vez.
—¡Suerte que han sido solo veinte minutos! ¡Hay un tráfico del
diablo a estas horas! —se excusó mientras se retiraba la ondulada
melena castaña de la cara y se recolocaba la solapa de su
impecable americana. Siempre había tenido buen gusto para vestir;
incluso podría haber sido italiana—. Además, ya te he dicho que
necesitas un abogado que lleve temas de este tipo, no una
matrimonialista como yo. No sé por qué no has querido que viniera
Rodríguez, como la última vez.
—¿El del aliento a ajo? No, gracias. Te prefiero a ti, que eres
bastante más guapa… —declaró con cierta sorna—. Además, te veo
más capaz de apretar las tuercas al picapleitos ese que pretende
sacarme el hígado y que, por cierto, lleva un buen rato esperándote
en mi despacho.
—Gracias por la parte que me toca, pero te recuerdo que están
demandando al hotel por una buena suma —replicó Rafa frunciendo
el ceño con gesto serio caminando con prisa hacia la zona de los
ascensores.
—Todavía no entiendo cómo es posible que una panda de
caraduras haga un fiestón en una de mis suites, la destrocen,
alguien acabe estampado contra un cristal que está señalizado por
todos lados y todavía tenga la poca vergüenza de demandar al hotel
—se quejó Bianca sin molestarse en ocultar un tono de voz
furibundo.
—Tranquila; lo mejor es llegar a un acuerdo y ahorrarnos el juicio
—aseguró la abogada, revisando con ojo crítico su imagen en el
espejo del ascensor.
—¡Ni hablar! Ya te dije que no les pienso dar ni un euro. Prefiero
ir a juicio...
—No seas cabezota. Hazme caso, siempre es mejor un mal
acuerdo que un buen juicio. Además, tendrás que dejarte aconsejar
por mí, digo yo, si no, ¿para qué quieres que venga?
—Ya veremos… —replicó a regañadientes sin querer dar del
todo su brazo a torcer. Detestaba que le dijeran lo que tenía o no
que hacer.
—Y, por cierto, es mejor que no entres a la reunión, de lo
contrario no vas a conseguir otra cosa más que obstaculizar mi
trabajo y ponerme nerviosa —dijo Rafa con gesto sombrío.
Su exnovia era una de las pocas personas que no se dejaba
amedrentar por nadie, ni siquiera por ella. Quizás era aquella una de
las principales razones por las que la admiraba tanto como la
respetaba.
—Está bien, ¡haz lo que consideres! —se resignó tras unos
segundos de reflexión—. Ya sabes el camino, llámame cuando
acabes y me cuentas.
Bianca dio media vuelta y entró de nuevo en el ascensor. Pulsó
el botón de la novena planta. Allí, se encaminó por el largo pasillo
hasta llegar al despacho de Eva, la responsable de relaciones
públicas del hotel, que en aquel momento hablaba por teléfono con
las piernas cruzadas sobre su escritorio mientras estrujaba un
mechón pelirrojo entre los dedos. Enseguida le dio la bienvenida con
un cómplice guiño de ojo. Bajó las piernas de la mesa y le señaló
una de las dos sillas vacías estratégicamente colocadas frente a
ella.
Conocía a Eva desde el momento en el que había comenzado a
ejercer la dirección del hotel y lo que había empezado como una
relación meramente profesional se había convertido, con el
transcurso del tiempo, en una amistad más que consolidada. Su
carácter abierto y simpático invitaba a congeniar con ella de manera
casi irresistible.
La observó mientras hablaba por teléfono hasta que colgó el
aparato, recolocándose en su asiento y soltando un suspiro de
alivio.
—¡Madre de Dios! No veas cómo es la parejita que se casa el
próximo sábado. No se cansan de llamar una y otra vez para
repasar hasta el último detalle… —se quejó, poniendo los ojos en
blanco—. No sé cuál de los dos es peor: el novio parece idiota y la
novia se comporta como una auténtica paranoica. Sinceramente, a
veces creo que cobro poco —continuó hablando con descaro tras
soltar una risita maliciosa.
—¿Sabías que eres una de las relaciones públicas mejor
pagadas de toda la ciudad? —replicó Bianca, divertida. Su amiga
era una de las pocas personas que tenían la extraña virtud de
sacarle una sonrisa con poco que dijera.
—Eso es porque soy la mejor y lo sabes. Por cierto, ¿tú no
tendrías que estar con tu queridísima exnovia en estos momentos?
—¡Tendría!, pero me ha dejado fuera de la reunión. Dice que no
le dejo hacer bien su trabajo. ¡Ya ves tú!
—Seguro que algo de razón lleva… Me cae bien Rafa, sabe
manejarte. ¿Alguna vez la echas de menos? —planteó enlazando
las manos con gesto inquisitivo. Observó la mueca de desconcierto
de la italiana y aclaró—: Como pareja, quiero decir.
Buena pregunta.
—Supongo que ya no nos vemos de esa manera. Probablemente
sea esa la clave de nuestra amistad.
—Pues ya me explicarás un día de estos en qué consiste la clave
esa porque a mí todos mis ex me odian a muerte… —dijo Eva
alzando las cejas de forma bastante exagerada.
—¡Qué malo es el rencor! Por cierto, ¿cómo vas de novios
últimamente?
—Regular. Nada digno de comentar demasiado, la verdad. ¿Y
tú? Aún no te he perdonado que lo hayas dejado con la
farmacéutica aquella, con la de cremas tan increíbles que nos hacía
para la cara...
—Pues la tienes soltera y sin compromiso. Cuando quieras te
paso su contacto —replicó Bianca en tono burlón, pues de sobra
sabía que Eva era una convencida heterosexual y que, con su
escaso uno sesenta de estatura, una figura llena de curvas y un
modo de encarar la vida de lo más positivo, atraía al sexo masculino
como la miel a las moscas.
—¡No, gracias!, bastante tengo con los tíos como para meterme
en más jardines. Y ahora, dime, ¿algo nuevo en tu vida amorosa?
—Nada importante… —contestó sin faltar del todo a la verdad.
Siempre había sido reservada a la hora de comentar sus
aventuras amorosas, sobre todo cuando se trataba de affaires a los
que, por una razón u otra, les daba escasa importancia.
—¿Pero a ti qué te pasa? ¿Nunca vas a querer salir en serio con
alguien o qué?
—Puede que sí… Cuando aparezca la afortunada —contestó la
italiana con media sonrisa y los hombros encogidos.
—Madre de Dios, “la afortunada”. ¿En Italia sois todos así o solo
es cosa tuya?
—¿Así cómo?
—Con el ego del tamaño de un edificio.
—Umm… —Fingió considerar la cuestión por unos instantes
mientras se miraba atentamente las uñas—. ¡Tranquila!, tan solo
somos unos pocos elegidos los que nos podemos permitir ser así.
—¡Menos mal! Y, por cierto, ¿cómo tiene que ser la pobre
desgraciada, digo, la afortunada, para ser digna de ti?
—No lo tengo del todo claro, pero cuando la encuentre, lo
sabré…
—Pues ya me informarás cuando ocurra semejante
acontecimiento. Lo mismo tiembla la tierra, se abren las aguas y se
oculta el sol en pleno día, ¡vete tú a saber!
La carcajada que provocaron las palabras de su amiga se vio
interrumpida por la aparición de una chica atlética de pelo rizado y
castaño, vestida con mallas de gimnasia, que entró en el despacho
de forma atolondrada tras anunciar rápido su llegada con un par de
toques en el quicio de la puerta.
—Cat, ¿por qué vienes tan pronto? Creía que habíamos quedado
dentro de una hora —declaró Eva echando una rápida ojeada a su
reloj de pulsera.
—Me han cancelado el entrenamiento anterior, así que ¡soy toda
vuestra! — exclamó la chica abriendo teatralmente los brazos.
Cat era íntima amiga de Eva desde que ambas habían estudiado
en el colegio de su localidad natal: un pequeño pueblo costero a
orillas del Mediterráneo. Bianca sabía que, a partir del momento en
el que se habían trasladado a vivir a Madrid, la entrenadora había
logrado convertirse en una de las preparadoras físicas con más
seguidores en redes sociales, lo que implicaba una agenda laboral
repleta y clientes entre los que se contaban no pocos personajes del
mundo del espectáculo y de la jet-set madrileña.
—Estoy esperando a que termine la reunión de abogados, pero
podéis ir empezando sin mí —sugirió Bianca, pensando con pereza
en las innumerables sentadillas a las que era tan aficionada la
entrenadora y que, sin duda alguna, formarían parte de la tabla de
ejercicios del día. Desde que había contratado sus servicios
convivía con unas agujetas casi constantes, aunque los resultados
justificaban ampliamente todo esfuerzo realizado.
—¡Ni hablar! Tenéis que empezar a la vez. Os tengo preparado
un entrenamiento especial, así que te esperamos —replicó Cat
sonriendo con sadismo. Se dejó caer en la silla que quedaba libre.
—Me da miedo preguntar en qué consiste, casi prefiero no
saberlo —intervino Eva con una expresión de pavor, no del todo
fingida, en el rostro.
—Oh, vamos, ¡no seáis tan nenazas! Ya me lo agradeceréis
cuando luzcáis abdominales este verano.
—¡Lo que tú digas! —concedió la pelirroja antes de emitir un
hondo suspiro y alzar las manos en señal de rendición. Como si de
pronto se hubiese acordado de seguir un guion establecido, dio un
giro de 180 grados a la conversación—: Cambiando de tema,
Bianca, ¿tienes ya arquitectos para la reforma del piso 25?
Se refería a la reconversión que tenía planeada para la planta
número 25 del hotel. Quería transformar habitaciones estándar en
suntuosas suites de setenta metros cuadrados que ofrecieran todo
tipo de comodidades y que dieran respuesta a la creciente demanda
—por parte de determinados clientes— de un alojamiento algo más
exclusivo del habitual.
—Aún no. El proyecto que me presentaron el otro día no me
convence del todo —respondió con recelo, comenzando a imaginar
a qué obedecía el interés por parte de la chica.
—Acuérdate de lo que te comenté de la hermana de Cat: tiene
un estudio de arquitectura de lo más vanguardista. Seguro que te
encantaría su trabajo… —señaló Eva con voz persuasiva y brazos
cruzados en actitud expectante.
Así que se trataba de aquello. En su momento había hecho caso
omiso de la sugerencia porque no era partidaria de trabajar con
familiares de amigos; nada bueno solía salir de aquello. Además,
detestaba actuar por puro compromiso.
Se removió incómoda en su asiento aguantando la penetrante
mirada de Cat, fija en ella a modo de presión silenciosa. Era obvio
que las dos amigas se habían puesto previamente de acuerdo para
sacar a relucir el tema.
—Tengo una reunión con otro estudio de arquitectos el próximo
lunes, pero podría verme antes con ella y examinar sus ideas,
aunque no os prometo nada… —dijo, cautelosa.
Trató de disimular su fastidio, pero le incomodaba sentirse
obligada a hacer algo que a priori había descartado. Sentía el
suficiente aprecio hacia Cat como para evitar ofenderla, así que al
final iba a tener que entrevistarse con la famosa hermanita.
—¡Genial! —exclamó la entrenadora con expresión triunfal—,
¿Le digo, entonces, que te llame?
—No hace falta, que venga mañana por la mañana si le viene
bien. La espero a eso de la una y media. Que pregunte por mí en
recepción.
Tenía la costumbre de concertar las citas que deseaba abreviar a
última hora de la mañana, pues a esa hora se tendía siempre, de
manera natural, a tratar cualquier asunto con mayor rapidez.
—Te van a encantar sus ideas, ¡ya verás! —señaló Eva,
intercambiando una mirada cómplice con la entrenadora. Se levantó
con decisión—. ¿Y ahora, vamos a tomar algo ligero a la cafetería y
así cogemos fuerzas para el entrenamiento? Bianca invita…
—Un día de estos voy a obligaros a pagar, que lo sepáis —dijo
ella, levantándose sin poder reprimir una sonrisa divertida ante la
evidente encerrona que le habían preparado aquellas dos. Abrió la
puerta del despacho para ceder el paso a las amigas y se dirigió a
Cat—: Por cierto, no me has dicho cómo se llama tu hermana.
—Se llama Valeria.
Valeria.
Tiene nombre de chica repelente.
CAPÍTULO 2
—Ana, ¿qué opinas del diseño de estas escaleras para la casa
de los Casado? La idea se me ocurrió ayer por la noche, pero no sé
si son demasiado estrafalarias para ellos… —preguntó Valeria
enarcando las cejas hacia su socia y amiga, que parecía absorta en
meticulosas correcciones del gigantesco plano extendido sobre su
mesa de trabajo.
—Déjame que lo vea… Son preciosas, pero ya te digo que ese
par de carcamales van a querer algo más clásico. Guárdate la idea
para otra ocasión, que es buena.
—Me lo temía. ¿Tú crees que llegará el día en que podamos
elegir a nuestros clientes y no ellos a nosotras?
—No corras tanto, que aún nos queda para llegar a ese punto.
Además, no deberíamos quejarnos demasiado, que para el tiempo
que llevamos, no nos va del todo mal —replicó Ana con una sonrisa
de autocomplacencia.
Lo que decía su socia era rigurosamente cierto, por supuesto.
Habían estudiado juntas la carrera y siempre habían soñado con
montar un estudio de arquitectura, idea que finalmente habían
conseguido materializar hacía poco más de un par de años, cuando
ambas se despidieron de sus respectivos trabajos para poner en
práctica el proyecto del que tantas veces habían hablado. El hecho
de que a sus treinta y un años fueran sus propias jefas y
consiguieran llegar a fin de mes sin demasiados apuros constituía,
sin lugar a duda, una auténtica proeza.
La melodía de su teléfono móvil interrumpió la conversación de
forma repentina. Valeria descolgó el aparato con cierto alivio tras
comprobar que la llamada procedía de su hermana. Por un
momento, había temido que se tratara otra vez de su futura suegra,
que, según se aproximaba la fecha de la boda, parecía enloquecer
cada día un poco más.
—Cat, ¿qué tal?
—Tengo buenas noticias para Ana y para ti.
La expresiva voz de su hermana pequeña, desde el otro lado de
la línea, contenía un innegable tono de triunfo.
—¿A qué te refieres? —preguntó intrigada. Conociendo a su
hermana, podría tratarse de cualquier idiotez.
—¡A ver si lo adivinas!
—Tenemos un montón de trabajo, Cat. Dime lo que sea de una
vez… —replicó. Tenía demasiadas cosas que hacer como para
estar jugando a las adivinanzas.
—Eres una aburrida, ¿lo sabías? No sé ni cómo me molesto en
hacer algo por ti —se quejó Cat resignada antes de continuar—:
Tenéis una reunión mañana a la una y media con Bianca Ricci…
—¿En serio? ¿Cómo lo habéis conseguido? —preguntó sin
poder ocultar cierto nerviosismo.
Dedicó una mueca de satisfacción a Ana, que la miraba con
expresión desconcertada. Era consciente de que aquello podía ser
una gran oportunidad para ellas.
—¡Pues insistiendo un poco, obviamente! Te advierto que nos
debes una a Eva y a mí… —declaró la entrenadora con total
desparpajo.
—Será que no te hago yo a ti favores, so-caradura.
Y era cierto. Desde que tenía uso de razón, había sacado a su
descarada y alocada hermana menor de todo tipo de líos. Tan solo
se llevaban un año, pero no podían ser más diferentes: el carácter
extremadamente disciplinado y juicioso —incluso un tanto
cuadriculado— de la hermana mayor contrastaba con el más abierto
y espontáneo de la pequeña.
—¡Bueno, bueno! El caso, ahora, es que le gusten tus ideas.
¿Vais a ir las dos a la cita?
—No, seguramente iré sola; Ana tiene mañana una visita de
obra. Además, las reformas de interiores las suelo llevar yo —
explicó tras colocar el teléfono en manos libres para que su socia
pudiera seguir también el hilo de la conversación—. Y, ahora,
háblame de ella. ¿Cómo es?
—¿Bianca Ricci? Si me hicieras un poco de caso cuando te
hablo, lo mismo tendrías ya una idea al respecto… —replicó Cat de
manera airada.
Algo de razón tenía, aunque la irritante manía que tenía su
hermana de comentar todo yéndose por las ramas no le dejaba más
opción que desconectar mentalmente, de vez en cuando, de sus
interminables monólogos.
—¡Vale, vale!, pero cuéntame algo de ella para saber a qué me
enfrento. Quiero que me encargue el proyecto…
—Yo diría que es bastante peculiar.
—¿En qué sentido?
—¡Mejor juzgas tú misma! —reiteró Cat—. En cualquier caso, si
no le gusta lo que le muestres, te va a despachar enseguida. No es
de las que se anda con rodeos. Y haz el favor de no ir en plan
estirado, ¡que te conozco!
—¡No seas boba! —replicó con acritud, molesta ante el
comentario. Le fastidiaba que su hermana la tildara habitualmente
de antipática cuando no era así, o al menos eso pensaba.
—Bueno, sister, tengo que dejarte. Si quieres nos vemos
mañana por la noche para correr un rato y ya me cuentas qué tal te
ha ido en la entrevista.
Tenían la costumbre de quedar un par de veces a la semana
para hacer running por el parque de El Retiro. Solían aprovechar
para intercambiar todo tipo de confidencias.
—De acuerdo, mañana hablamos —se despidió antes de girar su
sillón hacia Ana, levantando los brazos de forma triunfal.
—Definitivamente, ¡tu hermana es una crack! No sé por qué te
quejas tanto de ella.
—No cantemos victoria antes de tiempo, que todavía no nos han
encargado el proyecto.
—Así que te entrevistas directamente con la directora del hotel…
—No es solo la directora. Su familia es la dueña de todos los
Silver Star. Creo que son italianos —explicó Valeria mientras se
esforzaba en recordar la información que, en su momento, le había
facilitado su hermana.
De pronto, sintió una enorme curiosidad por averiguar qué
aspecto tendría la italiana. Tecleó su nombre en el buscador de
Google.
—Se trata de peces gordos, entonces —declaró su socia con
gesto de curiosidad, arrimando su sillón al de Valeria para observar
también la pantalla del ordenador.
—Ni una foto suya. ¡Qué raro…! Tampoco de ningún miembro de
su familia. Ni siquiera tiene redes sociales, al menos con su nombre
auténtico —dijo Valeria con decepción tras unos minutos de
exhaustivo rastreo por la red.
—No es tan raro. Cada vez más gente elimina cualquier imagen
o información suya que pueda aparecer por internet.
El sonido del teléfono móvil interrumpió por segunda vez en la
última media hora la conversación con su socia, aunque en esta
ocasión decidió no descolgar el aparato tras constatar que, ahora sí,
se trataba de la madre de su novio.
—¿Doña Adela otra vez? ¿Por qué no se lo coges? —preguntó
Ana conteniendo una sonrisa tras haber adivinado la identidad de la
persona que llamaba.
—Porque es capaz de tenerme al teléfono el resto de la mañana.
Joder, ¡parece que se va a casar ella! Y Fran es incapaz de ponerle
freno…
—¡Oh, vamos!, lleváis cuatro años saliendo y ya sabes cómo es
su madre. Era obvio que iba a perder un poco la cabeza; se casa su
único hijo.
Conocía de sobra a su futura suegra, por su puesto, aunque una
cosa era coincidir con ella de tanto en cuando, y otra muy distinta,
contar con su ayuda para organizar una boda que amenazaba con
convertirse en un bodón de alto copete, muy alejado del enlace
sencillo y discreto que había convenido con Fran desde un principio.
—Ya podía ser la buena señora como mis padres, que no se
meten en nada y todo les parece bien… Claro que, al no vivir aquí,
poco pueden hacer.
—Tus padres jamás se meterían en nada, aunque vivieran aquí
—opinó de manera sensata Ana, que los conocía desde hacía
tiempo ya.
—¡Aún no me creo que me vaya a casar en menos de cuatro
meses!
—Si te digo la verdad, ¡yo tampoco! ¿Cuándo vas a dejar tu
apartamento y mudarte a casa de Fran?
—Mi contrato de alquiler finaliza un par de semanas después de
la boda, así que haré la mudanza después del viaje de novios. Fran
es muy tradicional con esas cosas, ya sabes, sobre todo de cara a
sus padres, aunque a mí me parece bien… —contestó antes de
levantarse y rebuscar entre sus carpetas para reunir el material que
pensaba llevar a la entrevista del Silver Star—. Y ahora, ¿me echas
una mano para preparar la reunión de mañana? —agregó mientras
trataba de quitarse de encima aquel no sé qué, aquella extraña
sensación que, de vez en cuando, parecía atosigarla según se
aproximaba la fecha de su futura boda.
Probablemente se tratase de los nervios previos a un
acontecimiento de tal magnitud, aunque a veces se preguntaba si no
se habría precipitado al aceptar la romántica proposición de
matrimonio que su novio le había planteado durante las pasadas
navidades. Quizá hubiera sido más sensato haber vivido un tiempo
juntos antes de dar un paso de tal envergadura, por mucho que, en
el fondo, se conociesen a la perfección.
Sacudió ligeramente la cabeza tratando de desechar de su
mente dudas tan desagradables. Se iba a casar con un tío increíble,
atractivo y cariñoso, ¿qué más quería? Sería el mejor padre para los
hijos que tuvieran, sin lugar a duda. Ni se creía la suerte que tenía.
Más le valía centrarse en la cita de mañana y dejar de dar tantas
vueltas a algo que, para bien o para mal, poco remedio tenía ya.
CAPÍTULO 3.
El tráfico en el centro de la ciudad aquella mañana era infernal.
Bianca estaba atrapada en un atasco donde apenas había
traspasado cinco semáforos durante la última media hora. Emitió un
hondo suspiro mientras se preguntaba, una vez más, en qué
momento se le había ocurrido la feliz idea de sacar el coche un
viernes para ir de compras. Maldijo nuevamente por lo bajo,
arrepintiéndose de una decisión tan estúpida, pero al menos con la
tranquilidad de encontrarse ya a tan solo una manzana del
aparcamiento del hotel. Amaba aquella ciudad por encima de todo,
pero en aquellos momentos la detestaba con toda su alma.
Lo peor de todo era que iba a llegar tarde a su cita con la
arquitecta. No es que le preocupara en exceso hacer esperar a los
demás, pero siempre había odiado la impuntualidad, tanto la propia
como la ajena; le parecía una falta de cortesía impropia de gente
civilizada.
Comenzó a perder la poca paciencia que le quedaba en el
momento en que observó que el coche de delante, un Mini Cooper
de color plateado que no hacía más que entorpecer la circulación,
se quedaba de nuevo inmóvil en vez de avanzar los pocos metros
despejados que dejaba el vehículo anterior al moverse.
Decidió tocar el claxon por tercera vez en los últimos cinco
minutos, descargando parte de la frustración que acumulaba con
cada segundo que transcurría encerrada en aquella trampa de acero
y asfalto.
Para su sorpresa, la conductora del Mini abrió repentinamente la
portezuela del vehículo y salió de él como un resorte. Se trataba de
una chica alta y delgada, con una media melena ondulada de color
rubio oscuro, que se acercaba con cara de pocos amigos. No se
molestó en desprenderse de las oscuras gafas Ray-ban que llevaba
puestas.
Observó que se detenía justo enfrente de su ventanilla tintada,
colocando los brazos en jarra con expresión desafiante. Vestía un
conjunto de pantalones anchos y camisa de manga francesa,
proyectando un look sencillo y elegante al mismo tiempo.
Bajó el cristal para afrontar el chaparrón que, sin duda alguna, le
venía encima. Tampoco tenía nada mejor que hacer.
—Disculpa… —comenzó la chica en tono molesto en cuanto la
ventanilla dejó de ser un obstáculo entre ambas. De pronto, se
quedó unos instantes en silencio con la boca ligeramente
entreabierta, como si algo le hubiese causado sorpresa, hasta que,
por fin, continuó hablando—: ¿Te das cuenta de que estamos en un
atasco y de que, por mucho que toques el claxon, es imposible que
avance más?
No pudo evitar considerar que la chica era bastante guapa, con
unos dientes muy blancos y un hoyito en mitad de la barbilla de lo
más curioso, aunque las gafas de sol le ocultaban parte del rostro y
dejaban abierta cierta incógnita al respecto.
Sabía que llevaba razón y que lo correcto sería pedirle disculpas,
pero se dejó llevar por su lado más belicoso y decidió plantar
batalla.
—Verás, el problema es que me pone nerviosa tu forma de
conducir. En el fondo, los atascos se forman por gente que conduce
como tú. Es decir, básicamente mal —replicó, adoptando media
sonrisa burlona.
Por un momento, la rubia pareció quedarse algo desconcertada,
aunque enseguida se recuperó adoptando una mueca de desagrado
y respondiendo con acritud:
—Lo que tú digas, rica, pero deja tranquilo el claxon, que lo
mismo en tu país es una costumbre, pero resulta que aquí hace
tiempo que nos hemos civilizado…
Debía de haber detectado su acento italiano.
—Yo creía que os habíamos civilizado nosotros hace ya siglos,
cuando os conquistamos y os aportamos nuestra cultura… —afirmó
con cierta sorna, refiriéndose a la remota época en la que Hispania
no era más que una provincia del antiguo Imperio Romano.
—Lástima que ya no seáis lo que erais, ¿no crees? —replicó la
chica mientras echaba un rápido vistazo lleno de inquietud a su
coche.
Aquello empezaba a ser una discusión bastante entretenida,
perfecta para amenizar el aburridísimo atasco.
—Aun así, ¡nos debéis tantas cosas…!
—Dudo mucho que a ti te debamos algo, sinceramente.
La rubia tenía carácter, desde luego. Pensó en algo ingenioso
para replicar, pero un sonoro pitido procedente del coche de detrás
le hizo cambiar de idea. El semáforo se había puesto en verde. La
chica hizo un gesto de desdén con la cabeza antes de dirigirse a su
coche mientras susurraba un “idiota” que logró escuchar con total
claridad.
Observó cómo arrancaba su vehículo hasta girar a la derecha por
la primera calle que cruzó, desapareciendo de su campo visual entre
el tráfico matutino.
Cuando por fin consiguió llegar hasta el garaje del hotel, apenas
diez minutos después, aparcó su vehículo con gesto distraído,
preguntándose todavía por el color que tendrían los ojos de la chica
del Mini.
Se iba a quedar con la duda.
Lástima.

Valeria atravesó las puertas giratorias del hotel Silver Star


mirando con angustia su reloj de pulsera. Llegaba quince minutos
tarde a la cita, aunque la culpa había sido de un atasco de mil
demonios en el que se había visto atrapada de la manera más
inesperada. Y encima, aquella idiota del Aston Martin que parecía
una puñetera actriz de cine había terminado por sacarla de sus
casillas.
Estúpida.
Renegó de su suerte mientras se acercaba directamente a la
mesa de recepción, situada en el extremo izquierdo del gigantesco
vestíbulo.
—Disculpe, tengo una cita con la señora Bianca Ricci. ¿Sabe
usted a dónde tengo que acudir? —dijo sin pérdida de tiempo a una
de las recepcionistas.
—¿Su nombre?
—Valeria de Luna.
—Espere un momento, por favor…
Observó a la chica mientras hablaba por teléfono, seguramente
anunciando su llegada. Era la primera vez que estaba allí, por lo que
aprovechó para echar un vistazo a su alrededor con ojo crítico,
constatando que el estilo futurista de la decoración del interior
contrastaba vivamente con el aspecto, más clásico, del exterior del
edificio.
—Señorita de Luna, suba usted al piso 26. La están esperando
—expuso la amable recepcionista tras colgar el teléfono, señalando
al mismo tiempo la zona de los ascensores.
—Gracias.
Atravesó el hall con paso decidido, esquivando en su camino a
un grupo de turistas que avanzaba con aire despistado. Las prisas y
el estrés la estaban haciendo sudar, cosa que detestaba
profundamente. Aprovechó que subía sola en el ascensor para
sacar un cepillito del bolso y pasárselo por el pelo cuidadosamente.
Se sacudió los pantalones impolutos para eliminar cualquier atisbo
de arruga.
El piso 26 estaba lleno de oficinas, pero enseguida apareció una
chica jovencita con gafas redondas y pinta de eficiente que,
obviamente, la estaba buscando.
—¿Valeria de Luna?
—Sí, soy yo.
—Por aquí, por favor, venga conmigo.
La siguió a lo largo de un interminable pasillo cercado por
despachos a ambos lados hasta detenerse en uno en el que la chica
asestó un par de golpecitos con los nudillos antes de abrir la puerta
sin esperar respuesta, invitándola a que entrara. Se retiró con una
despedida educada.
Rápido percibió que el despacho tenía un tamaño descomunal,
con amplios ventanales y fabulosas vistas de la ciudad. Aunque
apenas tuvo tiempo de fijarse en nada más, puesto que, en cuanto
posó la vista en la persona que estaba sentada al otro lado de la
amplia mesa acristalada que hacía de escritorio, se quedó
estupefacta.
No podía ser. Era la idiota del atasco.
¡Joder!
Por un momento, se arrepintió de no prestar más atención a las
conversaciones con su hermana porque Bianca Ricci no se parecía
en nada a la señora de mediana edad y aspecto estirado que se
había imaginado. Debía tener sus mismos años, más o menos; no
mucho más allá de los treinta, en cualquier caso.
Ya me puedo olvidar del proyecto.
La italiana debía de haberla reconocido a su vez, pues pareció
quedarse también paralizada mientras se dedicaba a evaluarla con
una mirada inquisitiva. Finalmente, reaccionó levantándose con
gesto decidido y una enigmática sonrisa.
—¿Valeria de Luna? —Su voz, ligeramente ronca y con un
innegable, aunque no excesivo, acento italiano, le pareció de lo más
particular.
—Sí. Y usted… digo, tú, debes ser Bianca Ricci —respondió
rectificando rápidamente el “usted” porque se sintió ridícula nada
más decirlo.
Se obligó a dar unos pasos al frente en respuesta al gesto de su
anfitriona, que se acercaba extendiendo el brazo derecho con
intención de estrecharle cortésmente la mano.
Observó que era alta también. Tenía una abundante y larga
melena morena que enmarcaba un rostro de innegable belleza. Los
ojos grandes, oscuros y de largas pestañas contrastaban con la
blancura de una piel ligeramente bronceada. Los labios,
voluptuosos, armonizaban a la perfección con una mandíbula que
reflejaba firmeza de carácter.
Probablemente fuese una de las mujeres, o debería decir chica,
más impresionantes con las que se había cruzado a lo largo de su
vida.
Soltó su mano con cierto apuro tras ser consciente del escrutinio
—absolutamente mutuo, por otra parte— al que estaba siendo
sometida desde hacía ya unos segundos.
—Encantada… —declaró la morena ladeando ligeramente la
cabeza en un gesto que consideró reflexivo, aunque también algo
socarrón.
—Lo mismo digo —consiguió responder tratando
desesperadamente de superar el estado de semi-idiotez en el que
se encontraba, no sabía si debido al recuerdo de la reciente
discusión en el atasco o si, simplemente, la incomodaba la
imponente presencia de su anfitriona.
Se preguntó si debía hacer algún tipo de alusión a lo ocurrido
entre ellas hacía unos escasos veinte minutos, pero algo en la
mirada de Bianca Ricci le hizo desechar la idea.
—Siéntate, por favor —ordenó su anfitriona señalando uno de los
modernísimos sillones de cuero situados frente a su escritorio.
Intuyó que debía estar acostumbrada a mandar, cosa que,
inexplicablemente, le molestó. Tuvo que forzarse a contener el
poderoso impulso de permanecer de pie como acto de rebeldía
porque comprendió que el gesto hubiese quedado bastante
absurdo.
—Gracias —repuso en tono gélido tomando asiento.
Fijó la vista en el juego de ajedrez colocado en un extremo de la
larguísima mesa. Era una auténtica obra de arte. Las figuras, de
jade, se distribuían sobre un tablero de mármol en una partida
inacabada.
—¿Sabes jugar? —preguntó su anfitriona con un brillo de interés
en la mirada tras haberse dejado caer suavemente en su butaca.
—Digamos que conozco las reglas —admitió modestamente. En
realidad, había ganado el torneo amateur de su universidad durante
dos años consecutivos, pero prefirió guardarse aquella información.
Se dejó llevar por la curiosidad—: ¿Quién es tu contrincante?
—Es mi padre. Juega con las blancas —aclaró Bianca fijando su
oscura y penetrante mirada en ella—. Me toca mover a mí, ¿qué
harías si estuvieses en mi lugar?
Tuvo la sensación de, de alguna manera, estar siendo puesta a
prueba. Examinó detenidamente el tablero tratando de obviar la
intimidante presencia de la chica, reflexionado en riguroso silencio
durante un par de minutos antes de pronunciarse.
—Movería el alfil. Nunca subestimes lo poderoso que puede ser
el alfil g7, ya sabes, la defensa siciliana.
Observó que la italiana analizaba concentrada la jugada hasta
que levantó la cara con expresión de reconocimiento.
—¡No está mal…! —exclamó ladeando de nuevo la cabeza—.
Me parece que sabes algo más que las reglas. Quizá lo
comprobemos algún día, quién sabe… —añadió, consiguiendo, por
algún extraño motivo, que se le erizara el vello de la nuca.
—Quizá… —repitió, sintiéndose algo incómoda y sin saber muy
bien qué decir.
—¿Quieres tomar algo? —le ofreció, levantándose y dirigiéndose
al mueble bar situado debajo de uno de los amplios ventanales.
El mono oscuro de tirantes y pantalón largo que llevaba puesto
dejaba entrever un cuerpo esbelto, con hombros firmes y brazos
contorneados.
—No, gracias.
—¿Seguro? ¿Agua? ¿Un refresco? —insistió la italiana
extrayendo un botellín de agua de la pequeña nevera y cogiendo un
par de vasos.
—Bueno, un poco de agua… —respondió tras un leve titubeo.
Se encontraba tensa, con una sensación que asoció
automáticamente a su infancia, cuando iba al colegio a la espera de
que la profesora preguntara la lección e intuía que no había
estudiado lo suficiente.
¡Deja de pensar tonterías!
No se consideraba en absoluto una persona insegura, pero los
latidos acelerados de su corazón le revelaban que, decididamente,
se encontraba fuera de su zona de confort.
—Eva me ha hablado de tu estudio de arquitectura y de ti en
particular… —afirmó Bianca levantando una ceja con aire travieso,
como si algo le divirtiera en secreto. Le molestó la posibilidad de que
tuviera la intención de tomarle un poco el pelo para después
despedirla con viento fresco.
Es muy capaz.
—Espero que solo haya dicho cosas buenas...
La contempló mientras servía el agua en ambos vasos en un
movimiento firme y controlado. Tenías las manos proporcionadas,
con una perfecta manicura de uñas cortas y lacadas con un blanco
casi transparente.
—Dice que eres una arquitecta práctica, imaginativa y con ideas
sorprendentes.
—Si lo ha dicho ella, seguro que es cierto —replicó con una
sonrisa forzada, tratando de trasmitir una confianza en sí misma que
estaba lejos de sentir.
—Seguro… —repitió Bianca con una chispita de burla algo
irritante en la mirada—. Por cierto, tienes un aire a tu hermana,
aunque tú tienes los ojos verdes. Con las gafas puestas, hubiese
jurado que eran azules… —prosiguió, sentándose de nuevo y
reclinándose hacia atrás con una sonrisa.
El comentario la dejó tan desconcertada que pudo sentir cómo el
rubor ascendía desagradablemente por el cuello hasta llegar a su
rostro. La entrevista no estaba transcurriendo, ni de lejos, por los
derroteros que había imaginado.
—Herencia de mi padre… —aclaró removiéndose incómoda en
la silla tras un leve carraspeo.
—Es una buena herencia —aseguró Bianca en un tono de voz
que parecía sincero, pero con una expresión socarrona en el rostro
que indicaba todo lo contrario.
Comenzaba a tener la desconcertante impresión de que la
italiana se burlaba de ella. ¿Qué se suponía que tenía que contestar
a semejante comentario?
—Te la cambio por la tuya. —Valeria hizo un gesto envolvente
con las manos, mirando a su alrededor y refiriéndose al mundo de lo
material.
Su respuesta pareció divertirla, haciendo relucir una sonrisa
genuina que realzó, si ello era posible, su belleza innegable. Se
preguntó por un momento cuántos hombres, o mujeres, habrían
perdido la cabeza por ella. Imaginaba que unos cuantos.
—¿Qué te parece si me enseñas algo de tu trabajo? —propuso
Bianca. Era obvio que se trataba de una persona desconcertante,
aunque no pudo dejar de respirar con alivio ante el hecho de que la
cita pareciera, por fin, reconducirse a un terreno un poco más
profesional.
—Claro. Ya sé que quieres remodelar una de las plantas del
hotel, ¿en qué estabas pensando exactamente?
—Quiero reconvertir casi todas las habitaciones en suites. Me
gustaría algo lujoso pero sofisticado, con un punto algo loco quizá,
pero siempre cómodas. Algo que sorprenda y armonice con el
espíritu del hotel.
—Entiendo el concepto. Yo apostaría por un minimalismo
envuelto en cierto exotismo. Si te parece, te voy a enseñar algunos
de los proyectos en los que he trabajado con anterioridad… —
propuso abriendo una de las dos grandes carpetas que tan
cuidadosamente había ordenado el día anterior.
Comenzó a sacar fotografías, dibujos y planos mientras realizaba
una meticulosa exposición de sus ideas y propuestas. Bianca Ricci
analizaba todo con ojo crítico en un absoluto mutismo que tan solo
interrumpía para formular, de vez en cuando, alguna pregunta.
Intentó en vano percibir si le agradaba o no lo que con tanta
atención inspeccionaba porque su rostro era impenetrable; podía
estar encantada u horrorizada.
Su proximidad le permitió captar el perfume que llevaba. Intentó
identificarlo, sin éxito, aunque constató que era una fragancia fresca
y suave. Aprovechó un momento en el que la chica parecía absorta
estudiando unos planos para contemplarla sin disimulo. El pelo le
caía a un lado de la cara como una oscura cascada y las pestañas,
largas y tupidas, creaban una pequeña sombra en sus mejillas. El
corazón le dio un pequeño vuelco cuando ella levantó la vista y
captó, a traición, el escrutinio al que estaba siendo sometida. Bajó
de nuevo la mirada tras esbozar una sonrisa divertida. Todo
transcurrió en apenas una fracción de segundo, tiempo suficiente
para notar que, de nuevo, el rubor se adueñaba de su cara como las
llamas de un incendio incontrolado.
Va a pensar que soy idiota.
Se jactaba de ser una persona serena y segura de sí misma,
pero desde que había puesto un pie en aquel despacho, la
sensación de descontrol que experimentaba y que se acrecentaba
cada segundo transcurrido era del todo desconcertante. Ansiaba
terminar aquella reunión de una vez por todas, pero deseaba el
proyecto con más ahínco aún que antes. Comprendió que lo que
anhelaba era la aprobación de Bianca Ricci, y que un rechazo por
su parte le molestaría más de lo que estaría dispuesta a admitir.
—Bien… —dijo la italiana, interrumpiendo sus reflexiones. Se
reclinó de nuevo en su sillón entrecruzando las manos en actitud
pensativa. La miró directamente a los ojos, intimidante—. ¿Cuándo
podrías comenzar?
Aquello le pilló de improviso. Se había imaginado que lo
meditaría algo más antes de decidirse, pero estaba claro que la
chica era muy poco predecible.
—Podría empezar enseguida —respondió haciendo un gran
esfuerzo para aguantar aquella mirada inquisitiva sin desviar la
vista.
—¿Qué tal el lunes? Necesitarás tomar medidas y todo eso,
imagino…
¿De verdad me ha contratado?
—El lunes, perfecto. ¿Te parece bien si vengo por la mañana?
—Por supuesto. Cintia te llamará para concretar la hora; es la
chica de gafas que te ha traído hasta aquí.
—De acuerdo —concedió, levantándose y dando por finalizada la
reunión.
Recogió apresuradamente sus carpetas mientras observaba de
reojo a Bianca Ricci, que se incorporaba también con la evidente
intención de acompañarla a la salida. Allí se detuvo, dudando por un
momento acerca de cómo debía despedirse, hasta que la italiana
solventó la situación abriendo cortésmente la puerta con una media
sonrisa.
—Te esperamos el lunes, entonces. Y ten cuidado con el coche,
que hoy es un día de atascos…
—Lo intentaré. Y gracias por… la oportunidad.
—A ti.
Recorrió el camino hasta llegar a la calle con un sentimiento de
algo parecido al alivio considerando lo extraño que había sido el
encuentro. Era obvio que Bianca Ricci era todo un personaje,
aunque no podría decir con seguridad si le había caído bien o, por el
contrario, rematadamente mal.
Y tampoco sabría decir exactamente el porqué de tan
desconcertante duda.

Así que tenía los ojos verdes.


Increíblemente verdes, además.
Ganaba sin las gafas de sol. Tenía una apariencia de niña seria y
formal que encajaba a la perfección con la actitud —un tanto
recelosa— con la que se había desenvuelto a lo largo de todo el
encuentro. Si tuviera que definirla de alguna manera, de todos
modos, tendría que utilizar necesariamente la palabra sexy.
La reconoció desde el mismo momento en el que entró en su
despacho, por supuesto, y aunque le había costado unos cuantos
segundos reaccionar y recuperarse de la sorpresa, de inmediato
reconsideró sus expectativas en relación con una entrevista que, a
priori, afrontaba más por cortesía que por otro motivo. Por fuerte que
todavía resonara en su cabeza el “idiota” que le había espetado la
arquitecta antes de entrar irritada en su coche, había ganado su
atención.
En realidad, el encuentro había sido muy estimulante, incluso le
hubiese gustado alargarlo, pero imaginaba que Eva estaría ya
esperándola para comer en el restaurante del hotel. Además, algo le
decía que Valeria de Luna estaba deseando marcharse,
seguramente debido al episodio del semáforo. No pudo evitar que
una perversa sonrisa asomara. Hacía tiempo que no le ocurría algo
tan divertido.
Y que no me cruzaba con alguien así…
No había tenido dudas a la hora de encargarle el proyecto. El
sentido de la estética de la arquitecta encajaba a la perfección con
el estilo innovador y vanguardista del Silver Star, aunque podría ser
que el innegable encanto de la chica hubiese tenido algo que ver en
su decisión, para qué negarlo.
Y ese hoyito tan curioso que tiene en la barbilla.
Estiró los brazos hacia atrás en un vano intento de descargar la
tensión de la espalda, fruto del entrenamiento del día anterior,
mientras reflexionaba sobre los inesperados encuentros que, a
veces, ofrecía la vida.
Estuvo unos segundos en esa postura, sin apenas moverse,
hasta que echó una ojeada a su reloj de pulsera y se obligó a
levantarse.
Caminó hasta el restaurante sin dejar de pensar ni por un solo
instante en la sugerente arquitecta. Deseaba saber más acerca de
ella, y, afortunadamente, estaba a punto de reunirse con alguien que
le podía proporcionar numerosa información al respecto.
—¿Y esta vez quién llega tarde, vamos a ver? —le recriminó Eva
en cuanto fue consciente de su llegada. Estaba sentada con cara de
aburrimiento en la mesa de siempre. Solían comer juntas
prácticamente todos los días—. Me he tomado la libertad de pedir
por ti, me estaba muriendo de hambre…
Cortó con la mano un pedazo de panecillo integral y se lo llevó
a la boca.
—¡Perdón, para una vez que soy yo! Además, tengo una buena
excusa: vengo de la reunión con Valeria de Luna…
—¿Con Valeria? ¿Y cómo ha ido? —preguntó Eva, interesada,
dejando de masticar.
—Pues la verdad es que bastante bien. Le he encargado el
proyecto.
—¿En serio? —El rostro de la chica revelaba una alegría
genuina. Era evidente que tan amiga debía ser de Cat como de su
hermana.
—En serio, me gusta su trabajo.
Me gustan más cosas de ella, en realidad.
—¡Te lo dije! Me alegro. ¿Qué te ha parecido ella?
—Bueno… parece seria y eficaz —contestó con la sensación de
que no le convenía explayarse más en su respuesta.
—Lo es —afirmó Eva, asintiendo con satisfacción—. Seguro que
te va a diseñar algo increíble.
—¿Desde cuándo la conoces? ¿También desde el colegio? —
preguntó cediendo al impulso de iniciar directamente un velado
interrogatorio sobre la reservada señorita de Luna.
—¡Claro! Val iba a un curso superior al de Cat y al mío.
Acudíamos a ella cada vez que nos metíamos en un lío. Siempre ha
sido la más responsable de las tres.
—Eso no es difícil, me parece —Bianca observaba al camarero
acercarse con sus pedidos antes de servirlos ceremoniosamente.
—¡Ey!, ¿qué insinúas? —se quejó su amiga señalándola con el
tenedor y fingiendo ofenderse ante sus palabras.
—¿Era buena estudiante? —continuó preguntando mientras
colocaba cuidadosamente la servilleta sobre las rodillas.
—La típica empollona. Bastante ligona también. Nunca le
perdonaré que se liara con uno de mis amores platónicos del cole,
aunque la última vez que lo vi, estaba rechoncho y llevaba una
barba feísima, debo admitirlo…
Vaya, vaya.
¿Heterosexual convencida?
—¿Y ahora? ¿Está con alguien? —preguntó con aire
despreocupado, como si la respuesta le fuera del todo indiferente,
mientras comenzaba a diseccionar con meticulosidad el entrecot.
—¡Oh, sí! De hecho, se casa el uno de septiembre.
¿Cómo?
—¡Vaya! Lo tiene a la vuelta de la esquina… —Dio un largo
sorbo al agua de su vaso, buscando la manera de recomponerse.
De pronto, tuvo la sensación de que el entrecot no estaba del
todo tierno y que a la ensalada le faltaba algo de aliño, aunque quizá
se tratase de que la información recibida la había decepcionado
demasiado.
¡Qué estupidez! Si apenas la conozco.
—¡Cierto! A Cat no le hace ninguna gracia; debe pensar que se
va a quedar sin hermana o algo parecido. Aunque algo tendrá que
ver la falta de feeling con su futuro cuñado.
No lo conozco, pero a mí también me cae fatal.
—¿Qué tal es él? —preguntó intentando disimular su fastidio
ante la inesperada noticia. Llegados a aquel punto, algo parecido al
masoquismo la empujaba a continuar indagando.
—Es médico, atractivo y podría decirse que simpático, pero creo
que Cat tiene algo de razón. Para mi gusto es demasiado
conservador, quizá —aclaró Eva en tono conspiratorio con los ojos
en blanco.
—¿Conservador?
—Sí. Él y su familia. Los padres son marqueses de no sé qué. A
Val le esperan unos suegros que son un regalo, por lo visto.
—Bueno, está claro que uno no tiene la culpa de los padres que
tiene —opinó Bianca recordando el carácter dictatorial de su propio
padre y la forma de ser, un tanto exasperante, de su madre.
—En eso llevas razón, pero por lo visto estos son unos plastas,
sobre todo la madre.
—¿Llevan mucho saliendo?
¿Por qué diablos sigo preguntando?
—Unos cuatro años, creo… ¿A qué viene tanto interés? —Eva
frunció el ceño, extrañada.
—A nada en particular, ¡simple curiosidad! —mintió de forma
descarada, pues conocía la increíble capacidad que tenía Eva para
sacar rápidamente conclusiones bastante certeras sobre todo lo que
pasaba a su alrededor. Había llegado el momento de cambiar de
tema—: ¿Qué tal está tu rissoto?
—¡Riquísimo! Por cierto, ¿sigue en pie la invitación a tu casa de
Sicilia? Porque como ahora nos digas que no, a Cat le da un infarto
que caerá sobre tu conciencia, que lo sepas.
—Sigue en pie. Y ya te he dicho varias veces que no es mi casa,
es de mis padres.
—Bueno, no voy a entrar en esos tecnicismos de ricos. La
cuestión es que dentro de unas semanas perderemos de vista tanto
asfalto y estaremos tomando el sol en la playa —señaló con una
amplia sonrisa, consciente de que semejante invitación demostraba
el creciente afecto de su compañera hacia ella.
—¿Y tu fiesta de cumpleaños? ¿Cómo van los preparativos?
Sabía que Eva estaba organizando una fiesta por todo lo alto en
una de las terrazas al aire libre del hotel para celebrar su trigésimo
cumpleaños, motivo por el que llevaba unos días muy ajetreada.
—Oh, ¡va a ser un fiestón de cuidado! Ya sabes: baile, alcohol y
mucho tío bueno para entrar con buen pie en la vejez, así que ni se
te ocurra perdértela.
Se preguntó si acudiría la arquitecta. Imaginaba que sí, aunque
sabía que no solía salir con Eva y con Cat, pues de ser así habría
coincidido con ella en algún momento anterior. Decidió reprimir las
ganas de preguntar al respecto. Además, lo más probable era que,
en todo caso, se presentara acompañada del novio.
De pronto, se sintió un poco idiota, se le estaban aguando las
ganas de acudir a la celebración. Quizás lo que le hiciese falta fuera
un buen polvo, así de claro, y olvidarse, de paso, de novias
casaderas a las que apenas conocía.
Exacto.
Terminó de comer fingiendo escuchar atentamente los
pormenores de una fiesta que prometía ser algo desmadrada
mientras su mente, para su exasperación, parecía empeñada en
recordar una y otra vez cada detalle de la increíble fisionomía de
Valeria de Luna.
CAPÍTULO 4.
—¿Qué tal si disminuimos un poco la velocidad? —propuso
Valeria con voz entrecortada mientras intentaba, inútilmente, seguir
el ritmo de su hermana. Llevaban ya tres vueltas completas al
circuito del parque del Retiro y empezaba a notar que el aire
accedía a sus pulmones con dificultad.
—¡No seas aguafiestas! —replicó Cat sin intención de reducir la
marcha y haciendo gala de un cardio más que envidiable. Siempre
había sido una auténtica máquina haciendo deporte.
—¡Si es que tengo flato! Vamos un rato andando y luego
seguimos… —insistió Valeria, implorante, apretándose con fuerza el
costado izquierdo.
—¡De acuerdo!, pero esto te va a costar cincuenta flexiones más
cuando acabemos —accedió su hermana disminuyendo la velocidad
hasta terminar caminando.
—¿Tratas así a todas tus clientas? Porque eres una especie de
nazi, ¿lo sabías?
—Por eso, precisamente, me pagan. Además, no deberías
quejarte tanto, tienes a una de las mejores entrenadoras de la
ciudad a tu servicio de forma gratuita —afirmó guiñando
pícaramente un ojo y señalándose a sí misma con gesto de
autocomplacencia.
Aún recordaba el disgusto de sus padres cuando Cat había
abandonado la carrera de Derecho para dedicarse a estudiar
Ciencias de la Actividad Física. Visto su éxito, era obvio que la
decisión había sido más que acertada.
—¡Me encanta tu modestia!
—Me alegra, sister, pero ¿qué tal si me cuentas ahora con más
detenimiento tu entrevista con Bianca Ricci? ¿Qué impresión te dio?
Aprovechó para recuperar por completo el aliento dando unos
cuantos pasos antes de responder, pues no podía evitar sentir cierto
desconcierto cada vez que recordaba su encuentro con la italiana.
—Tenías razón, es algo peculiar —contestó finalmente sin saber
muy bien qué decir—. Aunque no me habías dicho que es…
—¿Qué físicamente es la tía más impresionante que te has
echado a la cara?
—¡Eso lo dices tú! —replicó, incómoda—. Me refería a que no
me habías dicho que era tan joven… Pero bueno, lo importante es
que me ha contratado. Eso significa que este año las cuentas del
estudio van a estar, por fin, saneadas.
—¿Y todo gracias a quién? A tu hermanita favorita, ¡recuérdalo!
—Favorita porque no tengo otra. Aun así, te debo una.
—Pues entonces vente con Eva y conmigo una noche de
marcha, que hace un montón que no hacemos una salida de
chicas…
—¿Con vosotras dos? —exclamó Valeria sin poder ocultar el
horror en la voz. Sabía a la perfección lo que significaba salir con
ambas una noche de fiesta—. No estoy en el momento de perseguir
tíos por todos lados con cuatro copas de más, la verdad.
—Oh, vamos, ¡no me seas aburrida! Te prometo que seremos
buenas y que no trasnocharemos demasiado —insistió su hermana
con voz implorante.
Las conocía lo suficiente como para saber que aquello era una
mentira descarada. Se acostarían a las mil y al día siguiente
tendrían una reseca de mil demonios.
—Bueno, lo pensaré —mintió.
—¡Como quieras! —respondió Cat, resignada, comenzando a dar
pequeños saltitos laterales, impaciente—. Aunque deberías venir y
correrte una buena juerga antes de que te conviertas en una
aburridísima mujer casada…
—¿Pero se puede saber qué idea tienes del matrimonio? Voy a
seguir llevando exactamente la misma vida de siempre, para que te
enteres —repuso mientras se agachaba para ajustarse el cordón de
una de sus zapatillas.
—¡Si tú lo dices…! Y, hablando de eso… ¿Tú estás segura de lo
estás haciendo?
Otra vez con el mismo tema. Era consciente de la aversión que
su hermana sentía tanto por el matrimonio como por las relaciones
estables, aunque el evidente rechazo que manifestaba ante su
próximo enlace se explicaba más bien por la falta de conexión con
por futuro marido que por cualquier otra causa.
—¿Se puede saber por qué diablos me vuelves a sacar este
tema? Y, ya de paso, ¿qué tal si me explicas de una vez el motivo
por el que no te gusta Fran?
—¡No te pongas así, sister! —Cat le propinó un cariñoso codazo
en el costado—. Yo no he dicho que no me guste, es solo que no sé
si te veo con él; me parece un tío demasiado cuadriculado para ti,
¡eso es todo!
—¿Cuadriculado? ¿A qué te refieres?
—Pues no te sabría decir exactamente… Será atractivo, no lo
niego, y todo lo médico que quieras, pero no puedo dejar de pensar
que se te queda algo corto, que le falta un “hey”.
—¿Cómo que le falta un “hey”? ¿Qué tontería es esa? Y todos
esos con los que vas tú y que tienen una pinta de chulos que no
veas, ¿a esos no les falta un “hey”?
—Pues a muchos, sí… —admitió—. Pero no se me ocurre la
idiotez de casarme con ellos, la verdad.
—¡Habló la que nunca comete idioteces! Además, ¿quién te ha
pedido opinión? —replicó Valeria irritada dando una patada a una
pequeña piedra situada en mitad del camino antes de continuar
andando con gesto airado.
—Solo quiero asegurarme de que estás segura al cien por cien
de lo que haces, sister.
—Pero vamos a ver, ¿tú te crees que soy tonta? ¡Por supuesto
que sé lo que hago! Nadie me ha puesto una pistola en el pecho, te
lo aseguro.
—¡Está bien, está bien! Hablemos entonces de tu despedida de
soltera —concedió Cat tras levantar las manos en señal de rendición
e intentando, quizá, dar un giro a una conversación que amenazaba
con acabar en tragedia griega.
—¡Como que te voy a dejar que me la organices tú! Eres capaz
de hacer cualquier barbaridad… —replicó agriamente, aún molesta
con las opiniones de su hermana relativas a Fran.
—¡No seas boba! Pues claro que te la voy a organizar yo.
¡Menudo aburrimiento de fiesta sería en caso contrario! —afirmó la
entrenadora al tiempo que le empujaba suavemente el hombro
izquierdo a modo de fingido reproche.
—De acuerdo, pero hazlo con Eva, que no me fío de ti. ¡Y ni se
te ocurra organizar alguna guarrada!, que te conozco…—accedió,
dejándose ablandar. Nunca había sido capaz de enfadarse con su
hermana durante demasiado tiempo.
—Pero bueno, ¿por quién me tomas? ¡Por supuesto que tendrá
que haber guarradas en una despedida de soltera! —admitió Cat
tras soltar una breve carcajada y comenzando, de nuevo, a trotar
alegremente—. Y ahora, ¡vamos!, que nos quedan aún dos vueltas
completas, los fondos y los abdominales.
La observó alejarse durante unos instantes antes de seguir su
estela con paso elástico y cara de resignación, aunque no era, en
realidad, el ejercicio físico lo que le generaba aquella extraña
sensación de inquietud, sino otra cosa, algo tan abstracto e
impreciso que, por mucho que lo consideró, fue incapaz de
concretar.
CAPÍTULO 5.
—¡Desnúdate! —ordenó Bianca reclinándose hacia atrás en el
sofá con el fin de buscar una postura más cómoda para lo que tenía
en mente—, pero hazlo despacio…
Hizo el matiz bajando la voz a un susurro apenas audible sin
dejar de observar a la exótica morena de seductora sonrisa que
permanecía de pie en mitad del salón de su apartamento. Cristi
Gálvez era más atractiva al natural, pues en el papel que
representaba en la exitosa serie en la que trabajaba y que se emitía
en una conocida plataforma digital, siempre aparecía, para su gusto,
en exceso maquillada.
La había conocido un par de meses atrás en una fiesta
organizada en el hotel por la productora de la serie. Habían
comenzado entonces una prometedora aventura que se estaba
convirtiendo, después de tres o cuatro citas de alto voltaje, en unos
encuentros algo descafeinados. Empezaba a comprender que la
actriz no era, ni de lejos, tan interesante como el personaje que
interpretaba, lo que restaba parte del morbo de aquellos
esporádicos encuentros.
Era consciente de que sus devaneos amorosos no pasaban de
ser simples escarceos con escaso recorrido y nula proyección de
futuro. Y le encantaba. Podía actuar con total libertad por mucho
que aquella noche, por algún extraño motivo, llevara ya un buen rato
preguntándose si se encontraba lo suficientemente inspirada como
para afrontar lo que estaba a punto de pasar.
—¿Y tú? —preguntó la actriz con los brazos en jarra a modo de
protesta, aunque no se molestó en ocultar la expresión de deseo
que reflejaba su rostro.
—¿Qué tal si haces lo que te digo? —replicó con fastidio.
Deseó que la chica se molestara ante sus palabras e incluso que
se revelara de alguna manera, tal y como lo habría hecho el famoso
personaje que tan bien interpretaba.
Reconozco que, a veces, soy un poco capulla.
—¡Como quieras…! —accedió la chica antes de empezar a bajar
lentamente la cremallera del vestido.
Se dedicó a observar la escena con la pasión suavizada, como si
estuviera viendo una película que empezaba a resultar demasiado
larga.
—Y ahora, ¿qué te apetece que haga? —inquirió Cristi antes de
acercarse con la evidente intención de besarle los labios.
La imagen de unos ojos verdes enmarcados por una media
melena rubia atravesó su mente a la velocidad del rayo, provocando
que girara automáticamente la cara para evitar el contacto. Siempre
había considerado los besos en la boca como algo más personal, y,
por algún desconcertante motivo, su cerebro acababa de descartar
mantener semejante intimidad con la actriz.
¿Qué diablos me pasa?
—¿Qué te parece si dejas las rodillas en el suelo y me desnudas
de cintura para abajo…?
Más claro, agua.
La chica pareció vacilar durante unos instantes hasta que, por fin,
se arrodilló con una mueca traviesa y obedeció las órdenes. Bianca
echó la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y se dejó llevar al
tiempo que relajaba el cuerpo e imaginaba a la chica en el papel del
personaje con el que tantos éxitos estaba cosechando.
Bueno, no está nada mal, la verdad.

Tiempo después y ya en la cama, cuando su acompañante le


acariciaba la espalda de forma distraída mientras intentaba
inútilmente desarrollar una conversación en la que solo recibía
monosílabos como respuesta, decidió que había llegado el momento
de poner fin al encuentro.
—Cristi, es un poco tarde y mañana tengo una reunión
importante a primera hora, ¿te parece si le digo al chófer del hotel
que te lleva a casa? —propuso levantándose de la cama y
comenzando a vestirse una camiseta y unos pantalones cortos de
pijama.
—Si quieres, podría quedarme a dormir... —planteó la actriz, algo
contrariada, incorporándose sin molestarse en cubrir su cuerpo. Se
quedó sentada con las piernas cruzadas al estilo indio.
Mejor no.
—Ya te dije que sufro bastante insomnio. Prefiero dormir sola.
Siempre había sido de poco dormir, aunque no fuera aquella la
auténtica razón de su negativa: odiaba dormir acompañada. Tan
solo con Rafa había logrado acostumbrarse a compartir cama,
aunque aquello no había sido más que una excepción a la regla.
—Joder, ¿siempre eres así?
—¿Así cómo? —preguntó. Nunca le había gustado dar
demasiadas explicaciones respecto a su forma de actuar.
—No sé, tía, reconozco que eres la hostia de guapa, pero a
veces te comportas como una auténtica gilipollas, ¿lo sabías? —
aclaró su invitada antes de levantarse airada y empezar a vestirse
de forma apresurada.
¡Vaya!, por fin parecía sacar algo de carácter. Un poco tarde,
quizá.
Me repatea que me llamen “tía”.
—Siento que tengas esa percepción.
Bianca se acercó a ella para subirle la cremallera trasera del
ajustado vestido en un gesto que, contra todo pronóstico, pareció
enfadar aún más a la actriz. La chica terminó de arreglarse para
dirigirse a la salida sin mediar palabra. Allí se detuvo, titubeando
brevemente antes de preguntar:
—¿Quedamos otro día?
—Lo vamos viendo…
No debía ser la respuesta que esperaba, puesto que el portazo
que pegó al salir del apartamento debió escucharse en toda la
planta.
Se quedó inmóvil durante unos segundos hasta que una sonrisa
perversa asomó poco a poco. Al final, no había estado del todo mal
la cita. Quizá podría quedar de nuevo con ella, ¡quién sabía! Sin
embargo, su cabeza pareció elegir el momento para jugarle una
mala pasada, pues la repentina imagen de Valeria de Luna
mirándola fijamente con aire desafiante la empujó a desechar la
idea.
Se dirigió al armario con aire pensativo. Extrajo un juego limpio
de ropa de cama porque se consideraba incapaz de dormir en
sábanas compartidas con otra persona, por mucho que acabase de
acostarse con ella. Una manía tan contradictoria como otra
cualquiera.
Por un momento, se preguntó sobre las costumbres que tendría
la arquitecta en la intimidad de su dormitorio.
Más me vale olvidarme de ese asunto.
CAPÍTULO 6.
Bianca paseó la vista por el amplio vestíbulo del Silver Star
inspeccionando disimuladamente los quehaceres del personal. Los
lunes por la mañana solían ser bastante tranquilos y aquel no se
salía de la tónica general, a excepción de la actitud vigilante de las
recepcionistas del mostrador de admisión, que cuchicheaban por lo
bajo sin dejar de seguirla con la mirada.
Sabía que se encontraba en el punto de mira de todos los
trabajadores del hotel desde el mismo momento en el que había
tomado las riendas del establecimiento. Lo asumía y comprendía a
la perfección por mucho que, de vez en cuando, se preguntara si el
respeto que recibía por su parte era auténtico o, por el contrario, no
era más que puro teatro.
Imagino que habrá de todo.
Comprobó la hora en su reloj de pulsera: las diez y media. Sabía
que Cintia, su secretaria, había citado a la hermana de Cat a aquella
hora, por lo que se había rendido a su curiosidad y, sobre todo, al
deseo de encontrarse de nuevo con la arquitecta.
Bajó directamente al hall a esperar su llegada con la intención de
acompañarla en la visita. Fue en ese preciso momento cuando la
encontró franqueando la anchísima puerta giratoria de la entrada
principal. Caminaba con paso resuelto y aire distraído, apartándose
delicadamente un mechón de la cara mientras se dirigía en línea
recta a la zona de ascensores. Llevaba un cárdigan beige
desabrochado y un pantalón suelto que evidenciaban un aire de
“niña bien” que parecía destilar por los cuatro costados.
Decidió acercarse e interrumpir su recorrido tratando de que el
encuentro pareciera absolutamente casual. La cara de sorpresa que
adoptó Valeria al percatarse de su presencia la divirtió. Era obvio
que no esperaba, ni de lejos, encontrarla allí.
—¡Buenos días! —saludó echando mano de una impecable
sonrisa. Sabía que, cuando quería, podía ser de lo más simpática.
¿Acaso quiero serlo en esta ocasión?
Por supuesto que sí.
—Buenos días —saludó a su vez Valeria, ¿con voz algo cortada,
quizá?, arreglándose de nuevo el rebelde mechón de pelo que
parecía empeñado en cegar parte de su ojo izquierdo—. He
quedado con… con Cintia.
—Lo sé, pero ya que estoy aquí, si te parece te acompaño yo y
así ultimamos detalles.
—¡Claro! Me parece estupendo… —respondió la arquitecta
desviando por un momento la mirada. Se tocó brevemente la nariz
en un inconsciente gesto que revelaba cierta falsedad en sus
palabras.
La incomodo, pero ¿por qué?
Compartieron ascensor con una pareja de turistas, por lo que
aprovechó el forzoso silencio para estudiarla de reojo. Tenía unas
facciones curiosas: las cejas arqueadas resaltaban aquellos ojos tan
fascinantes, armonizando a la perfección con una nariz recta y una
boca de dentadura cuidada, aunque lo que más le llamaba la
atención era el marcado hoyuelo de la barbilla, algo poco habitual en
una mujer.
Tuvo el impulso de acercarse a ella y aspirar su olor, pero se
contentó con cederle educadamente el paso al llegar a la planta 25
para echar un rápido vistazo a la parte trasera de su cuerpo.
Después apresuró el paso para tomar la delantera y mostrarle, así,
las zonas a reformar.
Durante el transcurso de la siguiente hora no hizo otra cosa más
que seguir a la arquitecta por toda la planta contemplando cómo
tomaba todo tipo de mediciones y fotografías de forma precisa.
Interrumpía de vez en cuando su rutina para realizar anotaciones
con letra apretada en un pequeño cuaderno.
La chica trabajaba con gesto concentrado y en riguroso silencio.
Tan solo se dirigía a su anfitriona de vez en cuando para plantear
alguna pregunta, pero, por lo general, hacía caso omiso de su
presencia. Empezaba a resultarle tan sorprendente como irritante,
pues no estaba acostumbrada a que la ignorasen tan
deliberadamente.
Se preguntaba si semejante comportamiento era genuino o si
obedecería a algún motivo concreto. Aunque estuvo tentada a
retirarse a su despacho y dejar de perder el tiempo de aquella
manera, por algún extraño motivo decidió no hacerlo. Se quedó
esperando pacientemente a que Valeria finalizara de una vez por
todas sus mediciones.
—Bien, creo que ya he terminado… —anunció la arquitecta, por
fin, rompiendo el silencio que parecía reinar entre ambas desde
hacía ya un buen rato. Cerró de un golpe seco el manoseado
cuaderno.
—De acuerdo… ¿Cuánto crees que tardarás en hacerlo?
—Bueno, me llevará al menos un mes llevar a cabo el proyecto
con el presupuesto correspondiente, y cuatro o cinco más para
ejecutarlo. Eso, como mínimo… —contestó Valeria prudentemente
tras considerar la cuestión—. En septiembre me ausentaré de
Madrid los quince primeros días, pero dejaré a mi socia a cargo de
todo hasta mi vuelta.
—¿Por tu boda? Me comentó Eva que te casabas.
¡Enhorabuena! —se obligó a decir, a riesgo de que le saliera
urticaria en alguna parte del cuerpo.
—Gracias… —musitó tímidamente, cambiando el peso de una
pierna a otra en un gesto con pudor.
—Estarás en mitad de los preparativos…
—En realidad, se está ocupando la madre de mi novio. Yo estoy
más a lo mío, así que antes de que me vaya, el proyecto estará ya
en ejecución —aclaró llevando de nuevo la conversación al terreno
estrictamente profesional y lanzando una rápida ojeada al reloj. Era
obvio que no se sentía cómoda hablando de su vida privada; nada
que ver con su hermana, desde luego.
Curioso.
Le apetecía alargar la reunión un poco más. Pensó en invitarla a
tomar algo antes de que tuviera la absurda idea de despedirse,
dando por finalizado el encuentro.
—¿Te apetece tomar un café?
Valeria titubeó durante unos breves segundos antes de aceptar la
invitación con una expresión en el rostro por completo indescifrable
para Bianca.
—Claro, estupendo…
La azotea del Silver Star era, probablemente, uno de los lugares
más agradables de Madrid para tomarse un aperitivo mañanero bajo
los cálidos rayos de sol de finales del mes de mayo. Los sillones
anchos y cómodos, el ambiente tranquilo y acogedor, y las
espectaculares vistas hacia los cuatro puntos cardinales invitaban a
desconectar por un rato del frenético ritmo de vida de la ciudad.
—¿Qué quieres tomar? —preguntó Bianca en cuanto tomaron
asiento alrededor de una de las modernas mesas de centro
desplegadas a lo largo de la terraza.
—Un café solo con hielo.
—Un café solo con hielo y un capuchino con hielo también, por
favor —ordenó dirigiéndose al camarero que se había acercado
como una flecha tras haber notado su presencia—. Nunca he
entendido cómo los españoles preferís la dureza del café solo antes
que la suavidad del capuchino italiano…
Bianca le regaló una mueca algo burlona fijando de nuevo la
mirada en ella. A la luz del día, se percató de que el verde de sus
ojos se entremezclaba con unas motitas de gris, causando un efecto
óptico fascinante.
—Bueno, yo tampoco entiendo cómo los italianos preferís un vino
Chianti antes que un buen Rioja español —replicó la arquitecta con
un amago, por fin, de sonrisa.
—¡Touché! —exclamó con una risita. Levantó las manos a modo
de rendición—. Aunque te advierto que me gusta casi todo lo
español, que conste.
—¿Casi? ¿Hay algo que no? —inquirió Valeria con expresión
intrigada.
—Umm… Vuestra forma de conducir, por ejemplo, ¡es horrenda!
—contestó en tono socarrón.
—Pues ya es raro que conduzcamos mal, teniendo en cuenta
que nos civilizasteis vosotros hace más de dos mil años —replicó la
arquitecta con soltura, siguiéndole la broma. Tenía la impresión de
que, por fin, Valeria parecía adoptar una actitud relajada en su
presencia.
—¡Cierto! Y os dimos nuestro idioma, nuestras leyes… ¡Insisto!,
estáis en deuda con nosotros.
La conversación se interrumpió durante unos segundos, el
tiempo que tardó el camarero en servir las bebidas antes de dejarlas
a solas de nuevo.
—Así que te quedan tres meses para cambiar de estado civil,
¡guau! ¡Menudo paso! —reanudó Bianca la charla tras dar un breve
sorbo a su café.
Aquel tema le fastidiaba bastante, como cuando tenía una
pequeña piedra en el zapato que no dejaba de incomodarla, aunque
la curiosidad superaba ampliamente al rechazo.
—Cierto, un gran paso —confirmó Valeria adoptando de nuevo
una expresión adusta y sin querer entrar en más explicaciones.
—Una vez estuve prometida… o algo parecido.
Se arrepintió de haber hablado en cuanto las palabras salieron
de su boca. Prefería olvidar aquel lejano episodio.
—¿En serio? ¿Qué ocurrió? —preguntó la arquitecta, interesada,
entrecruzando las manos.
—Digamos que recuperé la cordura y deshice el entuerto.
Aunque casi mato a mis padres de un infarto —respondió con una
sonrisa divertida, intentando quitar hierro al asunto.
—¿Y por qué no seguiste adelante?
—Es una larga historia, pero la podría resumir diciéndote que
entendí que no era eso lo que quería, ni, en el fondo, lo quería a él.
¿Se puede saber por qué le estoy contado esto?
—¿Y qué es lo que en verdad querías?
De pronto, fue plenamente consciente de aquella mirada verdosa
clavada en la suya con atención absoluta y potente escalofrío le
recorrió la columna vertebral. Sintió el deseo de sincerarse y hablar
con claridad de aquella época confusa de su vida, pero algo le dijo
que no era el momento adecuado, por lo que se limitó a contestar de
forma ambigua:
—Algo distinto…
Tuvo la sensación de que la arquitecta quería preguntar algo
más, pero algo debió hacerle cambiar de opinión, pues tras emitir un
breve carraspeo retiró la vista pudorosamente y musitó:
—Bueno, a veces pasan esas cosas.
—Esas y otras muchas.
El ambiente, de pronto, parecía estar electrificado. Consideró
que, de alguna extraña manera, estaban manteniendo una
conversación paralela. Era algo extremadamente sutil, casi podría
decirse que subliminal, pero no por ello dejaba de ser real. Quizás la
arquitecta estuviera percibiendo algo similar, pues observó que se
removía inquieta en su asiento, respirando con alivio cuando
apareció de nuevo el camarero con una bandeja de riquísimas
pastas.
A partir de entonces, tan solo abordaron cuestiones relacionadas
con la arquitectura, la política y otros temas de actualidad sin entrar
en el terreno de lo personal, como si hubieran llegado tácitamente a
un acuerdo.
Le fascinaba la manera en que Valeria se expresaba: defendía
sus ideas con coherencia, exponiendo sus puntos de vista
razonando cada argumento. Podría haber sido, sin duda alguna, una
alumna aventajada de René Descartes y su corriente filosófica. Se
preguntó si alguna vez sería capaz de desmelenarse y en qué
situaciones lo haría. Apostaría a que sí, aunque —para su fastidio—
dudaba tener la oportunidad de comprobarlo.
En un momento dado observó que su invitada comprobaba la
hora en su reloj de pulsera, una sutil manera de anunciar la
finalización del encuentro. Una lástima, pues el tiempo transcurrido
en su compañía se le había hecho extremadamente corto. Cuando,
poco después, se despidió de ella en el vestíbulo del hotel, la siguió
con la mirada hasta que su silueta desapareció tras las puertas
giratorias. Se quedó unos instantes clavada en el mismo sitio con
expresión pensativa.

Valeria aparcó hábilmente su pequeño Mini Cooper enfrente de la


casa dando mentalmente las gracias a todos los dioses; encontrar
un sitio libre en su calle a aquellas horas del día era algo parecido a
un milagro.
Se había pasado todo el trayecto conduciendo de forma distraída
y analizando pormenorizadamente su encuentro con Bianca Ricci.
Estaba algo desconcertada porque, aunque su instinto la empujaba
a mantener cierta cautela y distancia —no sabía exactamente por
qué—, una parte de ella parecía haber empezado a rendirse ante la
atractiva personalidad de la italiana. Era obvio que aquella mujer no
dejaba indiferente a nadie, ni siquiera a ella, por mucho que se
pavonease de ser escasamente impresionable ante aquellas
personas que se salían de lo habitual. Bianca Ricci, para bien o para
mal, lo hacía.
Bajó del vehículo tras percatarse de que Fran estaba ya
esperándola. Permanecía apoyado en el portal de su casa con cara
de paciencia, agarrado a una bolsa con el logotipo de su restaurante
favorito. De nuevo, a su novio se le habían vuelto a olvidar las llaves
del apartamento.
—Nena, ¡llegas tarde! —dijo el hombre a modo de saludo.
Lo observó detenidamente sin poder ocultar cierta mueca de
satisfacción. A sus casi 37 años, Fran era un tío de lo más atractivo.
El traje de chaqueta gris marengo le quedaba a la perfección,
dejando intuir su cuerpo, esbelto y musculoso, en perfecta
consonancia con un pelo rubio cuidadosamente cepillado hacia un
lado y un bronceado que resaltaba el intenso azul de sus ojos.
—¿Otra vez las llaves?
—Pues sí, pero en cuanto te mudes a mi casa, dejaremos de
tener estos problemas —señaló con una amplia sonrisa antes de
acercarse y darle un suave beso en sus labios. Desprendía un ligero
olor a after shave muy agradable.
—Subamos. ¡Me muero de hambre!
Comprendió que había pasado la mañana con tensión, como si
hubiese corrido una media maratón que se traducía en un apetito
voraz. Atacó con ganas su lasaña de verduras mientras escuchaba
cómo Fran le explicaba, con todo lujo de detalles, su jornada laboral.
Agradeció el hecho de poder encerrarse en sus propios
pensamientos mientras fingía interesarse.
Estaban ya en el postre cuando decidió volver al mundo de los
vivos y dar un giro a la conversación:
—¿Qué te parece si dejamos de hablar del trabajo?
Desconectemos un poco, ¿de acuerdo?
—Perdona —se disculpó Fran con cara compungida—. A veces
se me olvida que soy un poco pesado, pero es que paso la mayor
parte del día en el hospital y me apetece compartir lo que me ha
pasado contigo…
—No pasa nada… —Valeria alargó el brazo por encima de la
mesa para cogerle la mano—. Por cierto, ¿vas a acompañarme a la
fiesta de cumpleaños de Eva? Acuérdate de que es el viernes que
viene.
—Lo siento, nena, tengo guardia en el hospital. No voy a poder ir,
al final —se excusó sin conseguir disimular del todo el alivio en su
voz. Sabía que a Fran no le gustaban demasiado las extravagantes
fiestas que organizaba su amiga. Casi era preferible así, pues juntar
a su novio con Eva y su hermana era como intentar mezclar agua y
aceite—. Y ahora, ¿qué te parece si nos echamos la siesta? Podría
darte un masaje en la espalda. Luego, ya veremos…
Puede que no sea mala idea…
Una vez más, consideró que tenía mucha suerte al estar con él.
Siempre le había conquistado lo atento que era y lo fácil que le
hacía la vida. Sabía que no era una relación basada en fuegos
artificiales, al menos de la forma en que sus amigas describían a
veces sus noviazgos, pero ¿quién los necesitaba? Como mujer
cerebral que se consideraba, el tema pasional no era algo a lo que
diera excesiva importancia. Valoraba mucho más otros aspectos de
una relación, como la complicidad, el respeto mutuo y la
camaradería. Le gustaba el sexo, por supuesto, y con su novio
estaba más que bien: ambos sabían lo que querían y cómo lo
querían, por mucho que a veces, en contadísimas ocasiones, tuviera
la extraña sensación de que algo brillaba por su ausencia.
Pasaron unos segundos antes de conseguir desechar aquellos
pensamientos de su mente y arrastrar a Fran camino al dormitorio.
Si había un día que necesitaba una buena sesión de sexo diurno,
era aquel. Aunque tampoco tenía del todo claro si en verdad era eso
lo que le apetecía.
CAPÍTULO 7.
La fiesta transcurría de manera agradable. La noche era cálida y
estrellada y la amplia terraza al aire libre del Silver Star, situada en
la azotea del edificio, rebosaba invitados de lo más variopintos.
Todos habían sido escogidos por Eva, una auténtica maestra a la
hora de organizar cualquier tipo de festejo o reunión.
—Sister, ¿te has fijado en esos dos tíos que están en la barra?
No hacen más que mirarnos —señaló Cat después de dar un largo
sorbo a su whisky con cola—. A mí me gusta el moreno de ojos
azules… Si quieres te dejo el rubio para ti, que ya sé que te van
más.
—No digas tonterías. No tengo otra cosa mejor que hacer,
vamos… —replicó Valeria algo molesta.
Siempre había estado en un punto muy alejado de la manera tan
liberal con la que su hermana afrontaba las relaciones amorosas.
—¡Joder!, que te vas a casar en nada ¿Por qué no echas una
cana al aire? ¡Seguro que te vendría genial! Ya tendrás tiempo de
convertirte en una aburridísima y fiel mujer casada.
—Pero bueno, ¿tú eres idiota o qué? ¿Cómo voy a hacer eso?
¿Acaso sabes lo qué implica respetar un compromiso?
—¡No me vengas otra vez con esas chorradas de la fidelidad, por
favor! Además, el rubito es una monada, más que el tuyo, incluso.
Yo, al menos, me lo pensaría. Ten en cuenta que, si nadie se entera,
es como si no hubiera ocurrido —afirmó la caradura antes de sacar
la lengua.
—Me enteraría yo, ¿no crees?
—Vale, vale, ¡como quieras, doña virtudes! Pero me encantaría
que, por una vez en tu vida, sacaras los pies del tiesto e hicieras
algo políticamente incorrecto…
—Tranquila, que para eso ya cubres tú el cupo de las dos. —
Pellizcó el brazo de su hermana en el brazo a modo de reprobación.
La irrupción de Eva, que venía acompañada de un pequeño
grupo de invitados con la intención de unirse a las hermanas,
paralizó de golpe la conversación. Era preferible así, porque cuando
a Cat le daba por pincharla con aquel tipo de temas, solían acabar
discutiendo.
—¿Cómo llevas esos treinta? —preguntó Valeria alegremente,
levantando su copa en honor de la cumpleañera.
—Fatal, ¡me siento viejísima! Voy a tener que contrarrestar la
edad con mucho sexo, más alcohol y algo de rock and roll —
respondió antes de presentar a sus acompañantes.
Valeria aprovechó el momento para echar un vistazo general a su
alrededor hasta constatar, una vez más, que Bianca Ricci no se
encontraba entre los presentes. Aquello le estaba empezando a
parecer algo extraño. El reloj marcaba ya las doce y media de la
noche y la italiana todavía no se había dignado a hacer acto de
presencia.
Bueno, ¿y mí que me importa?
Decidió integrarse en la conversación con Eva y el grupo que se
había formado a su alrededor. Cat se disculpó para acercarse a la
barra a por otra copa y, de paso, intercambiar miradas con el chico
de ojos azules, que no tuvo reparo en dejar colgado a su amigo para
acercársele con una gran sonrisa.
Tuvo claro que, a partir de ese momento, no sabría más de Cat
en toda la noche. Al menos, el chico tenía buena pinta, no como los
macarras con los que la había visto acompañada en los últimos
tiempos. Era obvio que tenían unos gustos muy dispares en lo que
se refería a hombres.
Transcurrió un buen rato en el que no hizo otra cosa más que
fingir escuchar con interés el intercambio de frases que giraba a su
alrededor hasta que optó por alejarse con la excusa de pedir otra
copa, a pesar de que aún tenía la anterior medio llena. Aprovechó
para dirigirse hacia uno de los extremos de la terraza y asomarse a
la calle, apoyada en la reluciente barandilla acristalada que rodeaba
el recinto. La panorámica que desde allí se disfrutaba de la ciudad
era impresionante. Se dedicó a apurar su copa mientras se dejaba
acariciar por la cálida brisa que fluía con suavidad a aquella altitud.
—Veo que a ti también te gustan estas vistas…
La inconfundible voz de Bianca Ricci susurrándole sobre su
hombro derecho le hizo girar la cabeza con brusquedad tras dar un
inevitable respingo. No la había sentido llegar, a pesar de que la
música en aquella zona de la azotea apenas era audible.
—Son sensacionales —consiguió articular intentando hacer caso
omiso de unas pulsaciones que parecían, de pronto, desbocadas.
Bianca se colocó a su lado, apoyándose también en la barandilla,
casi rozando su brazo con el hombro. Perdió la mirada en el paisaje
iluminado de la noche madrileña. Llevaba puesto un vestido oscuro
de cóctel que parecía hecho a medida, a juego con unas sandalias
planas que aportaban sencillez al conjunto. Contempló su perfil con
disimulo sin evitar admirar sus bien definidas facciones. La sonrisa
en el rostro de la italiana, algo burlona, la hizo reaccionar apartando
la vista de inmediato y alejándose unos centímetros de ella.
—¿Cansada de interactuar con el resto? —preguntó Bianca
girándose ligeramente hacia ella.
—Algo parecido… —respondió sin faltar a la verdad, pues había
estado mirando el reloj más de la cuenta durante la última hora.
—A mí también me pasa a veces —comentó la chica, haciendo
un gesto algo vago con la mano mientras echaba un rápido vistazo
al resto de invitados.
—¿Y qué haces cuando te sucede? —inquirió con curiosidad.
Estaba empezando a acostumbrarse a que las conversaciones con
ella transcurrieran por unos derroteros algo extraños.
—Busco alternativas…
Permanecieron en silencio durante unos incómodos segundos
mientras Valeria se devanaba los sesos buscando algo ocurrente
que decir cuando la conocida canción del “Cumpleaños feliz”
comenzó a resonar con fuerza entonada por un grupo de invitados.
Se miraron de reojo en tácito acuerdo antes de acercarse a los
cantantes y unirse a la felicitación a la cumpleañera, que saltaba de
alegría sin demasiado pudor.
Desde aquel momento, el destino quiso que se integraran por
separado en la fiesta sin volver a interactuar. Cuando, ya bien
entrada la madrugada, constató que la italiana no parecía tener
intención alguna de acercarse de nuevo a ella, consideró que había
llegado el momento de batirse en retirada e irse a casa; hacía ya un
buen rato que luchaba contra un sopor que parecía envolverla más
a cada segundo que pasaba.
Decidió marcharse a la francesa, encaminándose directamente a
la salida para esquivar las inevitables y largas despedidas con sus
conocidos. Sin embargo, uno de los amigos de Eva, algo pasado de
alcohol, tropezó a su lado derramando el contenido de la copa sobre
su pecho.
—¡Perdona! —se disculpó de inmediato antes de seguir su
camino como si nada hubiese ocurrido.
Joder.
Razón de más para irse, consideró sacudiéndose la camisa
inútilmente antes de levantar la vista y encontrarse cara a cara con
Bianca Ricci, que la miraba con la cabeza ladeada y expresión
risueña.
—¿Te dejo una camisa limpia?
Ni siquiera se le pasó por la mente aclarar que pensaba
abandonar la fiesta. La adrenalina comenzó a correr con fuerza por
sus venas, impidiéndole dar por finalizada la noche.
—Si no es mucha molestia…
Atravesaron la terraza y desaparecieron por una de las salidas.
Se dirigieron a la zona de escaleras para bajar un solo piso antes de
recorrer un ancho pasillo. Cuando su anfitriona por fin se detuvo,
abrió una puerta aparentemente blindada utilizando una llave
electrónica bastante psicodélica. Le cedió del paso de forma
educada al tiempo que apretaba el interruptor de la luz.
Entraron en lo que parecía ser la zona destinada al salón
mientras Valeria miraba a su alrededor con curiosidad, reconociendo
de inmediato diversas piezas del mobiliario firmadas por conocidos
diseñadores. Calculó que solo aquella estancia tendría
aproximadamente el mismo tamaño que todo su apartamento.
—Es precioso… —afirmó dando unos cuantos pasos al frente.
Acarició con suavidad uno de los tres sofás repartidos en forma de
“u”—. Veo que eres admiradora de los muebles de Mies Van Der
Rohe.
—Entre otras cosas, sí —confirmó ella—. Ven, vamos a buscar
algo para que te cambies. Me parece que debemos tener la misma
talla.
La siguió hasta entrar en su dormitorio, donde la observó
rebuscar en su vestidor hasta sacar una camisa blanca de una
conocida marca francesa. La dejó encima de la gigantesca cama
tamaño king antes de salir discretamente para que pudiera
cambiarse a solas.
Se deshizo de la prenda manchada mientras inspeccionaba a su
alrededor, algo intimidada al conocer de primera mano el espacio
más íntimo de Bianca Ricci. El dormitorio era lujoso y cómodo, en
perfecta armonía con el resto del apartamento. Se acercó a una
enorme lámina que había en una de las paredes y que enmarcaba
una fotografía de la propia Bianca practicando esquí acuático con un
bañador deportivo. La imagen hablaba de carácter, belleza y poder,
y, por alguna razón, le irritó.
Es una soberana narcisista.
Terminó de abrocharse los botones tratando de identificar la
extraña sensación que experimentaba al cubrirse con aquella
camisa prestada, tardando unos segundos en comprender que no
era otra cosa más que puro morbo.
Ella será una narcisista, pero a mí se me ocurren unas ideas
bastante raras.

Bianca esperaba con impaciencia a su invitaba mientras paseaba


por la terraza bajo la atenta mirada de Nerón, su atigrado gato color
gris, que parecía observar las idas y venidas de su dueña con aire
interesado.
Todavía estaba sorprendida consigo misma por haberse dejado
llevar por la súbita idea de invitar a la arquitecta a lo que en aquel
momento constituía su casa. No solía ser tan impulsiva, pero tenía
que admitir que la chica tenía un no sé qué de lo más irresistible, por
muy incapaz que fuera de explicar de qué podría tratarse. Era
guapa, por supuesto, aunque había salido con muchas otras que
nada tenían que envidiarle en ese aspecto y por las que apenas
había sentido emociones dignas de recordar. Se trataba de algo que
iba mucho más allá de su apariencia: un elemento nuevo, una
incógnita por resolver, algo no del todo definido.
—Madre mía, ¡qué pedazo gato! —exclamó Valeria asomándose
a la terraza.
Se acercó al felino, se agachó delante de él y tendió su mano
con la intención de acariciarle la cabeza. Estuvo a punto de
advertirla porque a su gato no le gustaban los extraños y pocos —o,
mejor dicho, pocas— eran los que conseguían ganárselo. Llevaba
con él casi cuatro años, desde que lo había encontrado asustado y
hambriento en un aparcamiento de Milán, y siempre le divertía
comprobar el efecto que sus ojos algo bizcos y un tamaño superior
al normal causaban en los demás. Por lo general, la gente se
alejaba espantada, y hacía bien, pues sabía que el animal era muy
capaz de pegar un buen zarpazo si se le cruzaba el cable.
Observó, para su sorpresa, que el felino se dejaba acariciar tras
husmear con curiosidad a la arquitecta.
—Veo que tienes buena mano con los animales…
—La tengo, aunque reconozco que este tiene cara de perverso
—afirmó levantándose de nuevo y esbozando una sonrisa—. Hacéis
buena pareja.
—Algo me dice que no es del todo un halago —replicó Bianca,
divertida, con una ceja alzada.
—¡Cuestión de opiniones!
De pronto, sintió su verde mirada clavada en ella de una forma
no del todo inocente. O al menos eso le pareció.
Como odio hacer conjeturas…
Permanecieron unos instantes en silencio, vigiladas por Nerón,
hasta que se obligó a romper su mutismo y ejercer de buena
anfitriona:
—¿Quieres tomar algo?
Desde luego, ni se le pasó por la cabeza la absurda idea de
hacer el amago de volver a la fiesta.
—No, gracias, tengo demasiadas Coca-Colas encima por hoy…
—Guardó las manos en los bolsillos de los pantalones, sin saber
muy bien qué hacer con ellas. Se fijó en un bulto extraño apoyado
sobre un trípode—. ¿Eso es un telescopio?
—Sí, ¿quieres mirar? Hoy hay casi luna llena… —propuso antes
de retirar la pequeña funda que lo cubría.
Se trataba de un regalo paterno de las anteriores navidades que
apenas había utilizado aún. Sabía que se trataba de una máquina
fabulosa, capaz de enfocar con especial nitidez hasta el más mínimo
detalle. Le llevó un buen rato realizar los ajustes pertinentes hasta
lograr colocarlo correctamente bajo la atenta mirada de su invitada,
que contemplaba con atención la parafernalia que requería el
sofisticado aparato.
Sacó un par de taburetes altos para poder observar de manera
cómoda. Hizo un gesto a Valeria para que tomara asiento a su lado.
Esperó a ver su reacción; a todo el mundo le impresionaba la
primera vez que contemplaba la luna de aquella manera.
—¡Dios! ¡Es increíble, se ven los cráteres a la perfección! —
exclamó Valeria.
Estuvieron largo rato observando por turnos las distintas zonas
del satélite e identificando algunas de ellas: el Mare Imbruim, el
cráter Tycho, el Copérnico y la Bahía del Arco Iris. En realidad, a
Bianca le interesaba mucho más entretenerse en estudiar las
facciones de su invitada, provocándose así una serie de incómodos
y algo mortificantes latigazos en el estómago.
¿Desde cuándo me comporto como una quinceañera?
—Te voy a enseñar la constelación de Casiopea —anunció
minutos después, manipulando el telescopio hasta enfocar el
objetivo buscado.
Le cedió el sitio a su invitada.
—Es impresionante, lo reconozco.
—¡Mira!, hoy también se puede ver a simple vista la constelación
del cisne. —Bianca señaló un punto determinado en la lejanía
haciendo un amplio dibujo con el dedo índice.
—¿Dónde? —preguntó Valeria mirando confusa el firmamento.
—¡Allí! Fíjate, se ven las alas perfectamente, debajo de aquella
estrella —trató de explicar, indicando varios puntos en el cielo
estrellado. Sabía que para un profano era difícil de ver.
—No lo veo…
—Espera.
Se levantó del asiento y se colocó a la espalda de la arquitecta
para sujetarle la mandíbula. Era la primera vez que la tocaba de
manera deliberada y el contacto le provocó cierto aturdimiento.
Tragó saliva y consiguió reaccionar girándole ligeramente la cara en
un ángulo de treinta grados a la derecha.
—¿Lo ves ahora?
Olía a champú y a gel de coco y su pelo, denso y algo
alborotado, le hacía cosquillas en la mejilla izquierda. El momento
era alucinante, al menos para ella, que desconocía por completo lo
qué estaría pasando por la cabeza de la arquitecta. Probablemente
estaría afanándose en ver el dichoso cisne, ajena por completo a su
estado de conmoción.
Mantuvo la postura durante unos segundos en absoluto silencio.
Por un momento, se preguntó si aquello estaba empezando a
parecer indecoroso.
—Sí, me parece que ya lo veo… —contestó finalmente Valeria en
un tono bastante dubitativo.
Se vio obligada a dar un paso atrás, deshaciendo el contacto con
cierto pesar. Cruzó los dedos mientras observaba cómo Valeria se
giraba con una expresión indescifrable en el rostro, rogando a Dios y
a todos los santos para que a la arquitecta no le diera por pensar
cosas raras. Solo le faltaba que se percatara de la atracción que
sentía hacia ella.
—Bien… —musitó sin saber, por una vez, qué decir. El ambiente
parecía investido de un repentino barniz de incomodidad y pudo
sentir sus pasos sobre las arenas movedizas.
—Es tarde. Hora de retirarse a casa —dijo Valeria tras unos
segundos, resolviendo de la extraña tensión.
—¡Claro! Te acompaño a la puerta.
Durante el camino hasta la salida, Bianca debatió consigo misma
la fórmula más adecuada para despedirse. No era partidaria de los
dos besos protocolarios que se daban tanto en Italia como en
España, aunque aquel día no le hubiese importado en absoluto
hacer uso de tal costumbre. Decidió que fuera su invitada la que
llevara la iniciativa.
—Gracias por todo. Ya te devolveré la camisa cuanto te… vea de
nuevo —dijo Valeria con timidez mientras Bianca abría la puerta.
—Sin problema —contestó sin poder ocultar una sonrisa burlona
al constatar el repentino apuro de la arquitecta.
Le pareció que hacía un pequeño amago de aproximación, quizá
para darle los consabidos dos besos, antes de cambiar de opinión.
La chica echó el cuerpo hacia atrás en un gesto desmañado.
—¡Nos vemos! Buenas noches —terminó por balbucear Valeria
para después salir precipitadamente y perderse a través del pasillo
iluminado.
¿Por qué es todo tan raro con ella?
CAPÍTULO 8.
—¿Se puede saber por qué desapareciste de mi fiesta de
cumpleaños sin despedirte? —preguntó Eva, repantingándose en su
asiento y reprimiendo un bostezo al mismo tiempo. La pelirroja no
era del todo persona, como solía decir, hasta que no se tomaba un
café bien cargado a primeras horas de la mañana, menos aún si era
lunes.
—Claro que me despedí, lo que pasa es que no te acuerdas —
mintió Bianca con descaro tras hacer una seña al camarero para
pedir el desayuno. Sabía que le traería lo de costumbre: tostadas
integrales con aceite de oliva y un capuchino.
—Umm… ¡Si tú lo dices…! Bueno, te perdono solo por pensar
que la semana que viene estaremos bañándonos en las
mediterráneas aguas de Sicilia. Por cierto, habrá sitios chulos para
salir alguna que otra noche, ¿verdad?
—Alguno hay.
—¡Genial! ¿Sabes lo qué vamos a ligar? Tú te puedes quedar
con todas las tías y Cat y yo con los tíos, así no discutimos. Es un
plan maravilloso, ¿a que sí? —propuso con una mueca algo
indecente.
¡Madre de Dios! Estaba claro que aquellas dos iban con la idea
de arrasar con el personal masculino de la isla italiana.
De pronto, se le ocurrió una idea increíblemente tentadora. Trató
de desecharla de inmediato porque no tenía claro que fuera del todo
apropiada, pero fracasó en el intento de forma estrepitosa. Durante
los siguientes minutos no hizo otra cosa más que darle vueltas a la
cabeza y hacer todo tipo de cavilaciones al respecto mientras
escuchaba el alegre parloteo de su amiga. Cuando finalmente
adoptó una decisión, cruzó los dedos antes de hablar.
—Por cierto, si le quieres decir a Valeria que venga al viaje, está
invitada…
Bueno, ya lo había dicho. Había tenido especial cuidado de
utilizar un tono casual, como si le diera exactamente igual el hecho
de que su invitación fuera o no aceptada. Sintió la mirada penetrante
y algo suspicaz de Eva sobre ella, así que optó por adoptar un
fingido aire de inocencia antes de comenzar a atacar sus tostadas.
—¿De verdad? ¡Es una grandísima idea! —manifestó ella tras
reflexionar unos instantes—. ¡Voy a llamar a Cat para comentárselo!
Sacó de inmediato el móvil del bolso y marcó el número de su
amiga.
Se preguntó si habría hecho bien planteando semejante
invitación. No tenía del todo claro el motivo exacto que la había
empujado a hacerlo, tan solo se había dejado llevar por una
corazonada. ¿Acaso pretendía hacerse amiga de la arquitecta? Otra
cosa parecía imposible. Seguía teniendo bien presente el asunto de
su novio, la boda y su notoria y aparente heterosexualidad.
Casi nada.
Claro que tampoco tenía ni idea de lo que podría contestar la
arquitecta a la invitación. ¡Menudo panorama! ¿Desde cuándo era
tan tonta como para fijarse en alguien tan fuera de su alcance? Se
sentía, quizá por primera vez en su vida, en clara desventaja en un
juego en el que no estaba acostumbrada a perder. La irritante y
desconcertante sensación de impotencia que empezaba a
experimentar le hizo torcer el gesto con acritud, obligándose de
inmediato a recomponerse al ver que Eva colgaba el teléfono tras
dar por finalizada la breve conversación.
—Dice Cat que mil gracias por la invitación, que hablará con su
hermana —anunció con una amplia sonrisa—. ¡No sabía que te
había caído tan bien!
—Bueno, en realidad solo compartimos un café el otro día, pero
me pareció una chica agradable…
—Agradable —repitió Eva en tono socarrón. No debía subestimar
a su amiga, era obvio que no tenía un pelo de tonta—. ¿En serio?
Cuidado.
—Tienes demasiada imaginación, ¿lo sabías? —Se esforzó por
adoptar una expresión de ingenuidad absoluta.
—¡Como quieras!, pero en el caso de que se te hayan pasado
ciertas ideas por la cabeza, lo tienes complicado… —dictaminó
reflexivamente Eva con los codos apoyados sobre la mesa y las
manos sujetando la barbilla.
—No sé de qué me hablas, en serio —aseguró Bianca imitando
con burla el gesto de su amiga.
¡Dios!, espero que no me crezca la nariz.
—De acuerdo —concedió ella dándose por vencida, aunque con
una innegable expresión de picardía en el rostro—. Bueno, creo que
voy a ponerme en marcha, que tengo que recibir a los del congreso
médico. Te veo luego en la comida.
El resto de la mañana la dedicó a apostar consigo misma sobre
la posibilidad de contar con la esplendorosa presencia de la
arquitecta en unas vacaciones que, de pronto, le parecían bastante
más apetecibles.
¿Y si dice que no?
Quizá fuese lo mejor. Aún le parecía escuchar la frase que,
medio en broma medio en serio, había pronunciado Eva durante el
desayuno: “lo tienes complicado”.
Ni siquiera lo iba a intentar, por supuesto. No es que respetara
demasiado los compromisos ajenos, sino que, en el fondo, dudaba
mucho que la arquitecta sintiera la extraña conexión que parecía
flotar en el ambiente cada vez que compartían tiempo y espacio.
Sospechaba amargamente que aquella percepción era unilateral.
Pues claro, ¿qué te pensabas?
De acuerdo, en el remoto caso de que a Valeria de Luna se le
ocurriera la feliz idea de aceptar su invitación, se limitaría a ejercer
de estupenda anfitriona y a probar su autocontrol para superar aquel
estúpido capricho. Sí, así era exactamente cómo se iba a comportar.
Además, se decía una y otra vez, el mundo estaba lleno de mujeres,
¡por favor!
A pesar de ello, no pudo evitar imaginar, con todo lujo de
detalles, a su potencial invitada vestida únicamente con un
minúsculo bikini.

—Pero bueno, ¿cómo pretendes que vaya si apenas la conozco?


—preguntó a su hermana tras comenzar a realizar los
correspondientes ejercicios de calentamiento previos a la carrera.
Se sumergió en un mar de dudas—. Además, me da vergüenza, la
verdad. ¿Seguro que os ha dicho que también estoy invitada?
—¡Que sí! Se lo ha comentado a Eva esta mañana. Debes
haberle caído en gracia, lo que ya es raro, la verdad —replicó Cat
adoptando una mueca algo descarada—. ¡Tampoco es que seas
miss simpatía…!
—¡Tú eres tonta! —afirmó Valeria en tono furibundo,
interrumpiendo momentáneamente las rotaciones que llevaba a
cabo alternativamente con ambos tobillos.
—¡Porque tú lo digas…! —contraatacó su hermana dedicándole
un gesto con el dedo corazón muy poco elegante, igual que cuando
eran pequeñas—. Entonces, ¿te vienes o no? Imagina lo qué es
viajar en avión privado, sin colas ni tiempos muertos en el
aeropuerto…
—Pues precisamente eso último no me hace sentir demasiado
cómoda, la verdad.
Siempre había pensado que el éxito debía alcanzarse por
méritos propios e imaginaba que el único mérito de Bianca Ricci era
ser hija de papá y de mamá, aunque no era eso lo que, en el fondo,
le preocupaba. En su cabeza, había una alarmante vocecita
advirtiéndole constantemente de que quizá no era del todo sensato
apuntarse al viaje. Ella, como persona juiciosa y prudente que se
consideraba, tenía la sana costumbre de obedecer cada vez que
escuchaba aquella voz susurrante.
—Oh, vamos, ¡menuda estupidez! No me puedo creer que seas
tan sosa como para anteponer esos principios tan rancios que
tienes, ¡por favor!
—Por no hablar de que a Fran no le va a hacer gracia que
desaparezca de pronto una semana en mitad de los preparativos de
boda… —continuó diciendo sin percatarse de que una parte de su
cerebro parecía haberse adelantado a su decisión.
—¿Fran?, ¡venga ya! Si te vas a empachar de él a partir de
septiembre. Lo vas a tener todos los días dándote la lata y
contándote cada vez que hace una ecografía. No creo que se hunda
el mundo porque te vengas una semana a un sitio alucinante y en
tan buena compañía, la verdad.
Era obvio que, además de una completa impertinente, su
hermana no era muy dada a aplicar filtro alguno a la hora de
exponer sus puntos de vista, aunque con el tiempo había llegado a
comprender que, al menos, solía tener parte de razón.
—¿Se puede saber por qué eres tan bruta diciendo las cosas? —
se quejó tras de darle un empujón, no del todo suave, en señal de
protesta.
—¡Está bien! Pues ya tendrás tiempo, a partir de septiembre, de
empezar una maravillosa vida con tu rubísimo e increíble futuro
marido y tener interesantísimas conversaciones sobre ginecología
—corrigió Cat adoptando con sorna una voz de falsete—. ¿Mejor
así?
Definitivamente, su hermana era una imbécil integral, pero no
pudo evitar soltar una breve carcajada antes de dar por válida la
corrección.
—Bien, entonces, ¿te vienes?
De nuevo le pareció escuchar aquella vocecita lanzándole
advertencias al oído. Abrió la boca para rechazar la invitación, pero
en apenas una milésima de segundo cambió de opinión y, para su
sorpresa, terminó por decir:
—De acuerdo, ¡me apunto!
—¡Genial! Nos lo vamos a pasar fenomenal, ya lo verás…
La alegría de su hermana era genuina, lo que consiguió atenuar,
al menos en parte, la incómoda sensación que experimentaba y que
asociaba a una decisión no del todo acertada.
—Tendré que llamar a Bianca por teléfono para agradecerle la
invitación…
—Luego te paso su número de teléfono. Y ahora, sister,
comencemos el circuito, que hoy nos espera una buena tanda de
abdominales al terminar.
Recorrió las cuatro vueltas de rigor hasta el sprint final,
realizando mentalmente un completo croquis del trabajo que quería
terminar antes del viaje, sin olvidarse de los últimos preparativos de
la boda. Sabía que esto último podía dejarlo en manos de su futura
suegra, aun a riesgo de que escogiera los arreglos florales más
ostentosos o contratara a toda una orquesta para la horterada de
baile que pretendía organizar.
Que haga lo que le dé la gana.
Volvió a casa imaginando la reacción de su novio al enterarse de
su próxima partida. De todos modos, como bien decía su hermana,
a partir de septiembre tendrían todo el tiempo del mundo para estar
juntos.

—No lo entiendo, Val… ¿En serio te vas a ir ahora? ¿Con la de


cosas que aún tenemos que organizar? —insistió Fran en un tono
de voz tan incrédulo como molesto, ignorando por completo los
maravillosos tortellini que le habían servido hacía ya un buen rato.
Se había arreglado con especial esmero y había citado a su
novio en aquel italiano que tanto le gustaba porque suponía que un
entorno favorable ayudaría a suavizar la inesperada noticia. Visto lo
visto, no había tenido demasiado éxito, pues llevaban discutiendo
prácticamente desde que habían llegado al restaurante. Había
imaginado que el viajecito no le iba a hacer ni pizca de gracia, desde
luego, pero tampoco había previsto una reacción tan exagerada por
su parte.
—¡Pero si me voy tan solo una semana, por Dios! Además,
seguro que a tu madre le hará muchísima ilusión encargarse de los
detalles que faltan —razonó Valeria, tratando de rebajar el evidente
enfado de Fran.
—Ya, pero a ella le gusta hacer las cosas contigo también. ¿Y
qué va a pensar que te vayas ahora, así de repente,
desentendiéndote de todo? Si ni siquiera hemos decidido el menú…
—Bueno, pues lo elegimos antes o después de que me vaya, ¡ya
ves tú el problema! —replicó cansada ya de tanto “pero” y sabiendo
a la perfección que no era aquel el auténtico motivo de la recelosa
actitud de su novio.
Tampoco es para tanto, joder.
—Además, ¿qué sabes en realidad de Bianca Ricci? He estado
indagando por internet y, por lo poco que dicen, su padre tiene mala
fama, ¿lo sabías? —declaró Fran torciendo el gesto y atacando por
la banda.
Por un momento se preguntó, no sin cierta malicia, si su novio
hubiese reaccionado igual en el caso de que la invitación lo hubiera
incluido a él también.
—Pues hijo, no, no lo sabía. Pero por internet también dicen que
tu hospital está lleno de medicuchos que hacen barbaridades con
los pacientes y no creo que sea cierto, ¿verdad? —protestó en un
sonoro suspiro.
—No es lo mismo. Además, a saber en qué plan vais, porque
conociendo a tu hermana y a su amiguita, seguro que te preparan
un viaje de despedida de soltera de echarse a temblar.
Ahí estaba. Eso era lo que en realidad le molestaba. En honor a
la verdad, entendía un poco la irritación de Fran, por lo que decidió
tratar de tranquilizarle antes de que la cosa fuera a más.
—¡Venga, cari! Dudo mucho que hagamos algo más que no sea
ver ruinas y estar tumbadas en la playa… Va a ser un plan de lo
más tranquilo. Además, me conoces lo suficiente como para saber
que puedes confiar en mí —aclaró en tono persuasivo, estirando el
brazo por encima de la mesa para agarrarle la mano y llevársela
sensualmente a los labios—. Antes de que te des cuenta, me
tendrás de vuelta.
—¡Está bien…! —musitó él con voz resignada tras unos instantes
de tenso silencio—. Pero hazme el favor de dedicarle un poco de
tiempo a mi madre estos días, que últimamente se queja de que
apenas le coges el teléfono.
No había conocido a una mujer tan pesada en los días de su
vida, desde luego.
—Es que estoy liadísima en el trabajo, en serio. De todas formas,
sacaré tiempo para quedar con ella, tranquilo —prometió aliviada
antes de comenzar a dar buena cuenta de su plato de espaguetis a
la carbonara.
Seguía teniendo una sensación extraña, un sexto sentido que le
avisaba de que aquella escapada no era del todo buena idea por
mucho que le apeteciera ir más de lo que en un principio estaba
dispuesta a admitir. Su actitud no se debía al maravilloso destino o
al lujoso medio de transporte, ni siquiera al hecho de viajar
acompañada de su hermana a la que en el fondo adoraba, sino más
bien al singular magnetismo que parecía emanar de la que iba a ser
su anfitriona.
Reflexionó sobre ello mientras caminaba solitaria en el trayecto
de vuelta al estudio, considerando que era el momento de hacer la
llamada que había estado retrasando durante todo el día.
Buscó el contacto que le había facilitado Cat el día anterior en el
teléfono móvil, marcando a continuación la opción de llamada.
Escuchó cuatro pitidos —con el corazón desbocado— antes de
identificar la inconfundible voz de Bianca Ricci en tono
desconcertado
—¿Quién es?
Era obvio que no tenía su número grabado en la lista de
contactos del móvil. De pronto, sintió un infantil ataque de
vergüenza. Balbuceó brevemente antes de conseguir articular:
—Ehh… ¡Hola!, soy Valeria.
Joder, ¡tranquilízate!
—Hola, ¿qué tal? —preguntó la italiana con un nuevo matiz en la
voz que le pareció denotar cierta alegría.
—Bien. Te llamaba para agradecerte la invitación a… a tu casa.
Al viaje, quiero decir —aclaró sintiéndose rematadamente idiota.
—La verdad es que me daba miedo ir sola con esas dos y pensé
que sería buena idea que viniera alguien más —respondió—. Cat
me ha dicho que, en principio, te apuntas, ¿es así?
—Sí, claro que sí... Intentaré enseñarte el proyecto preliminar de
la reforma, junto con el presupuesto, antes de irnos.
Iba a tener que trabajar a destajo para conseguirlo, por supuesto,
pero no le importaba demasiado. Además, después tendría una
semana completa en la que no pensaba hacer otra cosa más que
darse baños en la playa bajo el cálido sol mediterráneo.
—¡Fenomenal! De todas formas, no te estreses, una semana
antes o después no va a ningún lado…
—Aun así, lo intentaré. Y, bueno, una vez más, gracias por tu
invitación —dijo con la intención de terminar la conversación cuanto
antes porque no sabía muy bien qué más añadir.
—¡De nada! Vamos hablando. Ciao.
Colgó el teléfono un poco furiosa consigo misma. No entendía
por qué aquella mujer le provocaba aquellos ramalazos de
inseguridad tan absurdos. No era una actitud propia de ella. Podía
tratarse de su obediencia al deseo de cumplir con las expectativas
laborales que la italiana había puesto en ella, pero nunca le había
ocurrido con ningún otro cliente.
Fuera como fuese, se prometió que no le volvería a pasar.
El sonido de la melodía de su teléfono móvil le avivó de nuevo
los latidos del corazón. Extrajo el aparato de su bolsillo imaginando
que podía tratarse de ella otra vez. Lidió con las mil ideas que
comenzaron a revolotear alocadamente por su cabeza.
La decepción que experimentó tras constatar que no era Bianca
Ricci la autora de la llamada, sino la que pronto se convertiría en su
suegra, le resultó demasiado desconcertante.
Mierda.
Descolgó con gesto resignado, obligándose a contestar con
fingido entusiasmo.
—¿Qué tal, Adela?
Más le valía hacerle caso y tener la fiesta en paz con Fran. Sabía
de sobra que, si quería que su futuro matrimonio resultara
armonioso y duradero, estaba obligada a llevarse especialmente
bien con aquella mujer, por muy plasta que pudiera llegar a ser.
Veinte minutos después, consiguió dar por finalizada la tediosa
llamada. Se sentó en su mesa de trabajo y empezó sus tareas
forzándose a no pensar en otra cosa más que en la jornada que
tenía por delante. Lo hubiese conseguido si no llegara a ser por
aquella voz, un tanto ronca y con un suave e inconfundible acento
italiano, que escuchaba de vez en cuando y que no dejaba de
repetir: “Vamos hablando”.
CAPÍTULO 9.
El vuelo, después de una hora de trayecto, estaba siendo
tranquilo. Las condiciones atmosféricas eran buenas y el avión
apenas se movía mientras atravesaba el mar mediterráneo rumbo al
aeropuerto de Palermo, capital de la isla italiana de Sicilia. El trámite
de control de pasaportes que habían tenido que pasar antes del
embarque había sido rápido y conciso, una de las innumerables
ventajas de volar en vuelos privados.
El aparato estaba acondicionado para que viajaran con absoluta
comodidad un máximo de quince personas. Los cómodos y
espaciosos sillones se reclinaban hacia atrás para convertirse en
una cama digna del propio Morfeo, y la gigantesca pantalla plana
colgada de un extremo del techo permitía visualizar películas para
amenizar el trayecto.
Bianca observaba con interés a sus tres invitadas, intrigada ante
el comportamiento tan dispar que manifestaban: Eva y Cat se
habían dedicado, desde el mismo momento en que habían subido al
avión, a recorrer la cabina de pasajeros entre risas, toqueteándolo
todo y abriendo con curiosidad cada compartimento del avión.
Pensó en que solo les faltaba tirar de la manecilla de la salida de
emergencia. Por el contrario, Valeria se desenvolvía con absoluta
naturalidad, como si siempre hubiese viajado de aquella manera,
sentada en su sillón mirando con aire distraído por la ventanilla
mientras se acariciaba reflexivamente el labio inferior.
Desde el cumpleaños de Eva apenas había mantenido contacto
con ella, exceptuando un par de brevísimas conversaciones
telefónicas y una reunión, estrictamente profesional, de apenas
media hora. Le parecía que a veces conseguía conectar con la
arquitecta de manera palpable, en claro contraste con los momentos
en los que el hielo que emergía entre ambas se podía cortar con un
cuchillo caliente. Pero consideraba que tales extremos los
propiciaba de forma sutil la propia Valeria, algo que le sorprendía y
divertía a partes iguales, pues nunca le había pasado algo parecido
con nadie más; con nadie que le interesara, al menos.
Se preguntó, una vez más, a qué obedecería aquella actitud.
Ya lo averiguaré.
Había encargado un exhaustivo informe sobre Valeria de Luna
por medio de una discreta —y exclusiva— agencia de investigación,
sabiendo de sobra que la información era poder. Lo había estudiado
con atención, desde sus calificaciones en la universidad hasta su
curriculum profesional, pasando por el estado de sus finanzas y sin
olvidarse del novio, por supuesto: un ginecólogo con pinta de cursi y
cabello repeinado, hijo único de familia acomodada. El informe
también contenía todo lo publicado en sus redes sociales desde que
se había abierto los correspondientes perfiles, aunque no había
nada reseñable en aquel sentido, era obvio que no era de las que
exponían su vida por internet.
Sabía que lo que había hecho era poco ético por su parte. Por un
momento, se preguntó con cierto remordimiento qué pensaría
Valeria de ella si se enterara de que había ordenado hurgar de
aquella manera en su vida privada.
Decidió apartar a un lado aquellos pensamientos y se levantó del
asiento para ayudar a Cat con el mando del televisor.
—¡Espera! Se enciende así… —aclaró antes de que la
entrenadora acabara por estropear el sofisticado aparato. Le
devolvió el mando a distancia—. Tenéis un montón de películas en
el pendrive.
No tenía intención de ver una película. Tampoco tenía ganas de
empezar la novela policiaca que se había llevado para amenizar el
vuelo. Para qué negarlo, lo que de verdad le apetecía era charlar un
poco con la nueva invitada, que continuaba mirando por la ventanilla
ensimismada en sus pensamientos y aparentemente ajena a todo lo
que ocurría a su alrededor.
Por unos instantes, consideró si no sería una de esas personas
con miedo a volar, aunque no creía que fuese el caso. La contempló
con disimulo, buscando una excusa para acercarse a ella hasta que
finalmente se levantó con gesto decidido.
—¿Cómo va el vuelo? ¿Buenas vistas? —preguntó a sabiendas
de que en aquel momento apenas se veía nada más que un extenso
banco de nubes.
—Ahora mismo no demasiadas, la verdad —contestó Valeria
sonriendo al interrumpir el hilo de sus cavilaciones—. Aunque
siempre me ha parecido fascinante mirar por la ventanilla e imaginar
los sitios que sobrevolamos.
—Ya veo que no te interesa ver una película…
—No mucho. También te digo que, como la elija mi hermana,
¡estamos listas! —declaró enarcando cómicamente las cejas. Era la
primera vez que le veía hacer aquel gesto.
—¿Te apetece jugar una partida de ajedrez? Creo recordar que
te sabías las reglas… —propuso con aire despreocupado, fingiendo
desconocer por completo que su invitada había ganado un par de
veces el torneo universitario de maestros amateurs en la facultad.
—¡Claro! Aunque espero estar a tu altura —repuso Valeria sin
poder ocultar una chispita de diversión asomando a su verde
mirada. Desde luego, debía imaginar que le iba a dar una paliza en
toda regla.
Veremos.
Se sentaron en dos sillones al fondo de la cabina, los únicos que
rodeaban una pequeña mesa firmemente amarrada al suelo. El
ajedrez, de un tamaño considerable para ser magnético, lo había
llevado previsoramente en el equipaje de mano.
—Te dejo las blancas, si te parece bien —propuso al terminar de
colocar las piezas en el tablero.
Cuando no conocía el juego del rival, prefería jugar con las
negras y evitar realizar el primer movimiento.
—Como quieras —concedió Valeria antes de estirar el brazo
derecho y mover con decisión un peón, iniciando la partida.
Enseguida constató que se enfrentaba a una adversaria
formidable, aunque no le sorprendió; lo contrario la hubiese
decepcionado enormemente. Trató de no fijar demasiado la vista en
ella para evitar perder la concentración, nada deseaba más que
ganar. Valeria jugaba con expresión reflexiva, entrecerrando
ligeramente los ojos cada vez que movía una figura y acariciándose
de vez en cuando el labio inferior con el pulgar, en un ademán que
Bianca no podría calificar más que de rematadamente sexy. Sus
manos, de uñas cortas y sin pintar, se desplazaban por el tablero de
forma elegante.
Un sospechoso movimiento con el caballo blanco consiguió
disparar todas sus alarmas. Le llevó casi ocho minutos entender su
jugada.
Brillante.
Iba a tener que emplearse a fondo si no quería perder la partida,
así que decidió enfrascarse por completo en el juego, ignorando las
continuas risitas y comentarios de sus otras dos invitadas, que
parecían haber abandonado la película para pasar el rato en
animada charla.
Transcurrieron tres cuartos de hora antes de que Valeria
abandonara su riguroso mutismo, pronunciando tan solo una
palabra:
—Jaque.
La arquitecta exhibía una mal contenida sonrisa de triunfo que,
de alguna manera, conseguía magnificar su encanto. La imagen le
generó un vibrante escalofrío en la base del cuello. Se quedó algo
desubicada durante unos instantes hasta que se obligó a bajar de
nuevo la mirada al tablero, tratando de recomponerse.
Dejó transcurrir un par de minutos fingiendo analizar la jugada y
permitiendo, un tanto perversamente, que su rival saboreara lo que
sin duda alguna consideraba ya un triunfo indiscutible.
Cuando por fin decidió mover ceremoniosamente su alfil, lo hizo
anunciando al mismo tiempo:
—Jaque mate.
—¿Cómo…?
La cara de sorpresa de Valeria estudiando frenéticamente el
tablero era más que graciosa. Bianca tuvo que apelar a toda su
fuerza de voluntad para no soltar una carcajada, pues comprendía
que no sería demasiado elegante por su parte. Además, tenía la
ligera sensación de que su contrincante no era de las que se
tomaban bien la derrota. Dejó que analizara la jugada hasta que
pareció entender la trampa que tan hábilmente le había tendido.
—¿Lo ves ya? —preguntó de forma retórica, pues la cara de su
contrincante era bastante reveladora.
—Lo veo… —admitió Valeria con un atisbo de lo que parecía ser
furia en la voz.
—¡Juegas bien! Está claro que no se te han olvidado las reglas
del juego —señaló sin poder reprimir del todo una sonrisa burlona.
—No, no se me han olvidado, pero la próxima vez voy a ganarte
—amenazó Valeria frunciendo el ceño, dando por hecho que habría
una próxima vez.
—Si tú lo dices...
Se quedaron en silencio durante unos segundos, clavándose
mutuamente la vista en actitud desafiante. Parecía como si, por un
momento, hubiesen acordado tácitamente abandonar todo
convencionalismo, dejando en libertad aquella especie de
antagonismo que flotaba entre ambas desde el mismo día en el que
se habían conocido.
El extraño momento se interrumpió cuando Cat se aproximó
desde el otro lado de la cabina bostezando sin mucho disimulo y
despertando de paso a Nerón, que descansaba repantingado en
uno de los sillones.
—¡No sé cómo te ha enredado mi hermana para que juegues al
rollo este! —comentó dirigiéndose a Bianca con expresión cómplice.
—En realidad, se lo he propuesto yo —aclaro ella, devolviéndole
la sonrisa con los hombros encogidos.
—¿Y quién ha ganado? —intervino Eva, que se acercaba
también con cara de curiosidad.
—Ha ganado ella —admitió Valeria con gesto circunspecto.
Empezó a guardar con estoicismo las piezas del tablero en su caja.
—¿En serio? —preguntó Cat, algo asombrada, mirando a ambas
contrincantes con una mueca divertida—. Sister, ¿estás perdiendo
facultades o qué? Ya te dije que tanto preparativo de boda acabaría
por sorberte las neuronas…
—¿Tú eres idiota o qué? —respondió la arquitecta con furia
antes de propinar un fuerte pellizco a su hermana en el muslo.
—¡Ay! —se quejó Cat, frotándose la zona afectada con gesto
dolorido—. No sé si te está afectando a las neuronas, pero está
claro que te está agriando el carácter. Deberías plantearte si seguir
adelante, en serio te lo digo… —continuó en tono de mofa,
provocando de inmediato las risas de las otras dos, que seguían la
escena con interés a pesar del poco humor con el que parecía
recibir Valeria las bromistas palabras de su hermana.
—Tienes la gracia en el trasero….
—¿Os apetece comer algo? —propuso Bianca tratando de hacer
reinar de nuevo la paz en el ambiente.
—Sí, por favor, ¡me muero de hambre! —exclamó Eva
dirigiéndose a la nevera de la pequeña cocina situada al fondo de la
cabina, dando así por zanjada la pequeña disputa familiar.
Comieron unos bocadillos mientras charlaban alegremente de los
sitios que visitarían durante la próxima semana hasta que
escucharon la voz del copiloto informando de la inminente llegada.
Rogó a las pasajeras que se prepararan para el aterrizaje.
Bianca se dedicó a observar desde su ventanilla el inconfundible
contorno de la isla dejando volar su imaginación hasta límites
perturbadores, anticipándose quizá a lo que podría ocurrir durante
los siete días en los que conviviría con la causante de sus
cavilaciones.
Más vale que baje de la nube.

Aterrizaron en el aeropuerto internacional de Palermo a las siete


de la tarde, hora local. Era la primera vez que Valeria viajaba de
aquella manera, sin colas y sin desesperantes tiempos de espera,
aunque su ecológica conciencia medioambiental no dejaba de
protestar —más débilmente de lo que le hubiera enorgullecido—
contra aquella manera de desplazarse.
Un Jeep Wrangler de color rojo brillante las esperaba a la salida
del recinto aeroportuario. El vehículo estaba custodiado por un
amable siciliano que las recibió con una amplia sonrisa. Fue él
mismo el que colocó el equipaje en el maletero tras saludar
respetuosamente a Bianca y entregarle las llaves del coche.
Eva y Cat se acomodaron en la parte trasera del Jeep, entre
risas y comentarios jocosos, junto al trasportín de Nerón. Valeria
optó por acomodarse tranquilamente en el asiento del copiloto,
observando de reojo la soltura con la que Bianca arrancaba y se
incorporaba al caótico tráfico isleño.
Se dirigieron rumbo al sur de la isla. Sabía que era allí donde la
familia Ricci tenía su propiedad, a orillas del mar Mediterráneo, pues
el mar Tirreno se situaba al norte y el Jónico al este.
Realizaron el largo itinerario admirando la belleza del paisaje e
intercambiando opiniones sobre todo tipo de cuestiones. Hora y
media después, atravesaron una zona costera exclusivamente
residencial en donde cada casa que dejaban atrás era aún más
espectacular que la anterior. Valeria dedujo entonces que el trayecto
estaba llegando a su fin.
Bianca tomó una bifurcación para introducirse en un pequeño y
largo camino de tierra. Se detuvo tras un inmenso portón que abrió
con un pequeño mando a distancia.
Entraron en la propiedad admirando la fabulosa mansión que se
alzaba frente a una playa de arena dorada y agua turquesa que bien
podría acercarse al concepto de auténtico paraíso. También
distinguió una piscina rectangular situada a un lado de la casa y
que, desde aquella perspectiva, parecía tratarse de una pequeña
extensión del mar.
No pudo resistirse, en cuanto bajaron del vehículo, a imitar a Eva
y a Cat, que se acercaron de inmediato hasta la valla que separaba
el jardín de la playa. Mientras, Bianca aprovechó para soltar al
impaciente Nerón, que comenzó a corretear alegremente hasta
desaparecer entre los árboles.
Imaginaba que el lugar sería increíble, pero, siendo honesta, no
se había imaginado hasta qué punto. Observó que las casas más
cercanas estaban a una buena distancia, por lo que supuso que la
playa no sería demasiado frecuentada.
—¡Chicas…! —se vio obligada a decir tras unos minutos en los
que no hizo otra cosa más que mirar hipnóticamente el agua del mar
—. Vamos a por las maletas, que estamos quedando como unas
maleducadas.
—¡Espera!, estoy empezando a desintoxicarme de tanto asfalto
—manifestó Cat paseando la vista a su alrededor e inspirando
hondo el aire marino.
—Pues yo tengo curiosidad por ver la casa por dentro… —afirmó
Eva guiñando un ojo y dirigiéndose hacia el edificio con paso
decidido.
Decidió ir tras ella aprovechando para estudiar la modernísima
arquitectura de la construcción con ojo profesional. Por unos
instantes, reflexionó sobre la obscenidad que rodeaba tanta
ostentación, aunque decidió desechar de su mente cualquier dilema
al considerar que no era aquel el mejor momento para plantearse
cuestiones morales.
La casa se dividía en dos alturas y contenía cinco suites dobles,
cada una con baño incorporado. La cocina, de aspecto industrial y
enormes proporciones, se unía a un amplio salón con vistas al mar
que comunicaba, a su vez, con la zona de la piscina por medio de
un porche amueblado con tumbonas blancas. La decoración de la
casa, en esencia minimalista, se completaba con alguna que otra
pieza de artesanía local.
Se repartieron las suites siguiendo las indicaciones de su
anfitriona. Bianca y Eva se instalaron en el piso superior. Cat y
Valeria, en el inferior. Una vez acomodadas, deshicieron las maletas
y pudieron disfrutar de una ducha antes de organizar una cena
temprana, pues los bocadillos que habían tomado en el avión
estaban ya más que olvidados.
Valeria tardó apenas media hora en colocar su equipaje y
cambiarse tras inspeccionar meticulosamente su habitación. El
cuarto era espectacular, por supuesto, acorde con el resto de la
construcción. Se observó brevemente en el espejo antes de salir,
recolocándose con los dedos el encrespado cabello hasta quedar
medianamente satisfecha con el resultado. Por un momento, dudó si
acudir al dormitorio de su hermana, pero prefirió dirigirse
directamente al porche y esperar allí la llegada de las demás, pues
el sitio invitaba a disfrutar al aire libre del anochecer inminente.
Enseguida constató que Bianca se le había adelantado. Estaba
terminado de colocar los cubiertos en una ancha mesa de madera
rodeada de olivos. Imaginó que debían utilizarla habitualmente para
comer en el exterior durante la época veraniega.
—¿Te ayudo? —se ofreció cortésmente, acercándose de
inmediato.
—No te preocupes, ya está todo listo —respondió la italiana con
una sonrisa—. Por cierto, tenemos la despensa llena y hoy nos han
dejado la cena hecha, pero el resto de días habrá que cocinar o salir
por ahí a comer —añadió mientras alineaba cuidadosamente el
último cuchillo, colocándolo a la misma distancia del plato que los
anteriores.
—Nos arreglaremos, no hay problema —dijo metiéndose las
manos en los bolsillos de los shorts y sintiéndose, de pronto,
cohibida. ¿Cuándo demonios vendrían las otras dos?
—¿Por qué tardan tanto? —preguntó Bianca leyéndole el
pensamiento.
Encendió unas velas contra los mosquitos que generaban una
tenue y cálida iluminación.
—Deben de estar probando todos los grifos y abriendo cada
cajón —añadió ella encogiendo los hombros con resignación y
adoptando una cómica mueca que consiguió provocar la risa de la
italiana.
—¿Qué te parece el sitio? ¿Te gusta?
—¿Qué te puedo decir? Es precioso… —admitió mirando a su
alrededor.
La respuesta debió agradar a su anfitriona, que de inmediato
adoptó una sonrisa capaz de derretir un iceberg en pleno Ártico. No
se consideraba una persona que se dejara impresionar demasiado
por la belleza ajena, pero debía reconocer que con aquella mujer
era prácticamente imposible hacer caso omiso de su físico soberbio.
—Me alegro.
Permaneció en relativo silencio mientras ayudaba a Bianca a
terminar de colocar las servilletas y a llevar la comida a la mesa.
Aún recordaba lo ocurrido el día del cumpleaños de Eva, cuando
la morena le había sujetado la barbilla para guiarla en la
visualización de no sé qué cisne en el firmamento que, por
supuesto, no consiguió ver. Se había quedado por completo
paralizada, sin atreverse a mover un solo músculo, con el corazón
golpeando furiosamente su pecho. No había sido capaz de percibir
otra cosa más que aquella mano que la sujetaba con firmeza por el
mentón y el cálido aliento que acariciaba su oído derecho.
Había algo en aquel episodio que le provocaba cierta alarma,
como si un sexto sentido le advirtiera de la inminente llegada de un
velado peligro.
Respiró con alivió al escuchar las alegres y alborotadoras voces
de Cat y de Eva, que se acercaban cotilleando sin vergüenza alguna
sobre todo lo que encontraban a su paso. Aquellas dos parecían
estar en su salsa.
Cenaron a la luz de las velas y de una gigantesca luna llena. Una
suave y agradable brisa refrescaba el ambiente y el relajante sonido
del mar contribuía a generar un clima distendido en la conversación.
—Bueno, Bianca... —dijo Eva en un momento dado, levantando
ceremoniosamente su copa de vino blanco al dar por terminada la
cena—. Es el momento de decirte que estamos encantadas de ser
tus amigas y de que, a partir de ahora, nos puedes invitar aquí las
veces que quieras.
—¡Me añado a ese brindis! —intervino Cat de inmediato soltando
una risita.
Entre las dos, se habían terminado la botella de vino entera y era
obvio que comenzaban a sentir sus efectos.
—¡Por la amistad! —brindó Bianca siguiéndoles el juego. Levantó
su copa con la vista clavada en Valeria.
—¡Por la amistad! —repitió ella, obligándose a devolverle
serenamente la mirada durante unos instantes.
¿Se puede saber por qué me intimida tanto?
—Y, ahora, propongo que hagamos algo que estoy deseando
desde que hemos llegado… —propuso su hermana en tono
conspirativo, dejando en suspenso la frase.
Conociéndola, seguro que no sería buena idea.
—¿El qué, exactamente? —preguntó Bianca, intrigada.
—¡Bañarnos en el mar, por supuesto!
Cat se levantó con rapidez, cogió la mano de la italiana y la
arrastró hacia la playa. Las siguió una Eva que parecía acoger con
entusiasmo la propuesta.
—¿Y los bañadores…? —preguntó inútilmente Valeria, pues las
otras tres estaban ya camino a la arena, completamente ajenas a
sus palabras.
Durante unos segundos lidió con sus propias dudas antes de
decidirse a seguirlas, resignada. Temía lo que vendría a
continuación; al contrario que su hermana, nunca había sido
partidaria del nudismo y mucho menos con Bianca Ricci presente.
Para cuando llegó a la orilla del mar, Cat y Eva estaban ya
desnudas sin mostrar atisbo de pudor alguno. Por el contrario,
Bianca pareció pensárselo unos instantes al quedarse en ropa
interior, pero, viendo que las otras entraban ya en el agua, terminó
por desprenderse del resto de prendas e introducirse en las aguas
del Mediterráneo.
Valeria observó la escena completamente paralizada. Le hubiera
gustado poder apartar la vista con indiferencia, pero el espectáculo
de ver a Bianca Ricci desnudarse bajo la suave iluminación de la
luna llena era demasiado hipnótico como para obviarlo.
Notaba que un sentimiento de exasperación se apoderaba de
ella sin saber muy bien por qué y eso la desconcertó aún más que la
impactante imagen que acababa de contemplar.
¿Se puede saber qué me pasa?
—¡Sister! —La voz de su hermana, que la llamaba haciendo
aspavientos con los brazos desde el agua, la sacó de su repentino
letargo—. ¡Venga!, ¿a qué esperas?
—¡Anímate, está buenísima! —gritó a su vez Eva antes de
zambullir la cabeza bajo el agua.
Joder.
Comenzó a desabrocharse desganadamente los shorts antes de
que un repentino ataque de vergüenza le hiciera cambiar de idea.
Se dedicó a buscar desesperadamente una excusa para
escabullirse de allí cuanto antes.
—¡Chicas!, ahora vengo, que voy un momento al cuarto de
baño…
—¿Ahora? —escuchó gritar a la bocazas de Cat—. ¡Mira que
eres oportuna! En mi neceser tengo pastillas para el tránsito
intestinal, si te hacen falta.
En una de estas, la asesino, ¡lo juro!
Dio media vuelta sin dignarse a contestar, jurando mentalmente
algún tipo de venganza cruel contra aquella idiota integral que tenía
por hermana mientras caminaba de nuevo hacia la casa
escuchando las carcajadas de las otras dos, que reían sin disimulo.
¡Imbéciles!
Entró a su habitación sin intención de regresar a la playa y con la
idea de terminar de ordenar sus cosas. Sin embargo, tiempo
después, decidió salir de nuevo al porche. Allí se encontró a las
demás cómodamente tumbadas en las hamacas. Tenían el pelo aún
mojado y una toalla enrollada al pecho como única vestimenta.
—¡Te lo has perdido! El agua estaba increíble, Val —afirmó Eva
antes de dar un sorbo a una copa llena de un líquido blanquecino.
—Bueno, es que al final me he liado terminando de colocar mi
ropa —se excusó sin faltar del todo a la verdad.
—¿Quieres algo de beber? —le ofreció Bianca con una sonrisa
que le pareció algo socarrona; quizá estaba recordando lo de las
pastillas—. Hemos preparado unos cócteles de coco con ron,
aunque, tranquila, están muy rebajados.
Debía haberse percatado de que Valeria, al contrario que sus
otras dos invitadas, apenas bebía alcohol.
—Desmelénate por una vez, sister, ¡está riquísimo! —añadió Cat
en tono festivo.
—¡Claro!, probaré uno… —aceptó obviando olímpicamente a su
hermana y dirigiéndose a su anfitriona.
El cóctel, servido en una sofisticada copa por las firmes manos
de Bianca, tenía un sabor dulce y suave que invitaba a degustarlo a
pequeños sorbos. Por su parte, la noche, cálida y mágica, empujaba
a la conversación y a las confidencias, así que se dedicaron a
charlar relajadamente sobre lo divino y lo humano, dejándose llevar
por el ambiente sosegado y acariciante que envolvía el lugar.
Atendía con especial atención, y con cierto disimulo también, a
todo lo que hacía o decía la italiana. Constató que se trataba de una
persona mesurada en sus opiniones, con una gran capacidad para
exponer argumentos que, explicados por ella, parecían casi
incontestables. Hablaba en un tono de voz pausado, con aquel
magnético y ligero acento italiano que invitaba a escuchar sus
palabras.
—Bien, y ahora pasemos a hablar de cuestiones importantes…
—terció de pronto su hermana tras unos segundos en los que,
extrañamente, las cuatro se habían quedado en silencio. Dejó paso
a una expresión pícara —. Me refiero al amor y al sexo, ¿qué os
creíais?
—Yo de amor estoy fatal, aunque de sexo no ando mal del
todo… Por el hotel pasa mucho turista guapo —aclaró Eva con
cierto descaro mientras se servía su segundo cóctel de ron con
coco.
—Pues yo estoy fatal de las dos cosas, la verdad, así que espero
que, en lo que se refiere al sexo, me ponga al día estas vacaciones
—anunció Cat con voz esperanzada.
—Por aquí cerca hay un par de sitios para salir de copas.
Podríamos ir alguna noche, si queréis —propuso Bianca
divirtiéndose ante la sinceridad de las otras dos.
—¡Sí, por favor! Tengo curiosidad por conocer de cerca el
producto nacional —declaró la pelirroja enarcando las cejas.
—¿Y tú? ¿Cómo vas de amor y de sexo? —preguntó Cat con
desparpajo dirigiéndose a la italiana—. A mi hermana es inútil
preguntarle porque nunca cuenta nada, y menos aún de su querido
Franky —agregó tras soltar una risita impertinente. Siempre había
sido así, en cuanto se bebía un par de copas, se ponía tontísima.
—A ti, desde luego, no te pienso contar nada. De todos modos, si
quieres, podemos hablar de la panda de descerebrados con los que
te sueles juntar —contraatacó, entrando al trapo.
—No te pongas así, sister, ¡que no aguantas una…! Entonces,
Bianca, ¡cuéntanos! —continuó, dando por zanjado el breve
enganchón con su hermana y devolviendo de nuevo la atención a su
anfitriona, que observaba la escena con gesto divertido.
—Bueno, ahora mismo no tengo nada serio con nadie, si es a lo
que te refieres —aclaró Bianca tras unos instantes de reflexión—.
Aunque nunca se sabe cuándo pueden cambiar las cosas, por
supuesto.
Era obvio que Bianca era reservada en lo relativo a su vida
amorosa.
—¿Hay sitios en esta isla en los que pueda haber algo de tu
gusto? Porque podríamos visitar alguno… —propuso Cat guiñando
un ojo a su interlocutora con expresión cómplice.
¿De su gusto? ¿A qué se refería? ¿Qué gustos eran esos?
—Te aseguro que no le hace falta ir a ningún sitio concreto. ¡Doy
fe de ello! —afirmó Eva haciendo un gesto con las manos que
podría significar casi cualquier cosa.
¿De qué estaban hablando? Una inquietante idea traspasó su
mente a tal velocidad que ni siquiera fue capaz de retenerla el
tiempo suficiente como para analizarla.
—En esta isla hay locales de todo tipo, por supuesto —aseguró
Bianca dirigiéndose a Cat con una sonrisa enigmática.
Estaba a punto de preguntar a qué se referían exactamente
cuando el sonido de su teléfono móvil, bastante incongruente en
aquel ambiente, detuvo de golpe la conversación.
Mierda, ¡Fran…!
Se le había olvidado por completo llamarle.
Descolgó el aparato apresurada, alejándose de las otras de
inmediato y esperando que su novio no se molestase ante tal
descuido por su parte. Bastante mal le había sentado ya el viajecito
como para echar más leña al fuego. Charlaron un buen rato antes
de despedirse, no sin antes prometer llamarle todos los días.
Cuando regresó con las demás, comprobó que se dirigían ya a sus
habitaciones, cansadas y con cara de somnolencia.

Aquella noche le llevó un buen rato conseguir conciliar el sueño,


pues siempre le costaba aclimatarse a dormir en una cama extraña.
Se entretuvo en rememorar cada detalle del viaje mientras
escuchaba el relajante sonido del mar a través de la ventana
entornada. Cuando sintió que, por fin, se le cerraban los ojos, lo hizo
rememorando aquella imagen en la que Bianca Ricci se introducía
en aguas mediterráneas como Dios la había traído al mundo.
CAPÍTULO 10.
Bianca levantó otra vez la vista de la novela policiaca que tenía
entre manos. Tras haberlo considerado durante unos instantes,
decidió abandonar el libro emitiendo un hondo suspiro. Era inútil. No
conseguía concentrarse y no hacía otra cosa más que perder el hilo
del argumento de manera constante.
Estaba empezando a impacientarse. No llegaba a comprender
cómo era posible que sus tres invitadas no hubiesen dado, todavía,
señales de vida. Al igual que su madre, consideraba que dormir
demasiado era una enorme pérdida de tiempo, por lo que sus horas
de sueño se ceñían al mínimo imprescindible para estar
descansada.
Ojeó su reloj con cierto hastío. Había desayunado hacía un par
de horas ya y el aburrimiento hacía mella en ella. Por un momento,
consideró la posibilidad de llamar a la puerta de la arquitecta y
despertarla de una vez, puesto que era a ella, en verdad, a quien
esperaba.
¡Ni se te ocurra!
La noche anterior se le había pasado volando. Había sido la
primera ocasión que había tenido para observar a Valeria en una
actitud tan distendida, charlando de todo y bromeando alegremente.
Debía admitir que la arquitecta la fascinaba y atraía a partes iguales.
De todos modos, aquello no dejaba de ser un gran inconveniente.
Debía recordar que estaba fuera de su alcance y, además, aún tenía
presente la llamada del aguafiestas del novio a última hora de la
noche.
¿Qué me creía?, ¿que iba a desaparecer?
Más le valía olvidarse de ella, al menos en ese aspecto, y cuanto
antes lo hiciese, mejor. Se limitaría a ejercer de buena anfitriona y
nada más. Punto final.
El problema era que no estaba acostumbrada a olvidarse de algo
que deseara y, siendo honesta consigo misma, comenzaba a ser
consciente de lo mucho que deseaba a Valeria de Luna.
Más me vale asumirlo.
Una conclusión tan amarga la obligó a levantarse de la tumbona
con aire de fastidio antes de coger el bichero con la intención de
sacar al enorme abejorro que aleteaba con fuerza en el agua de la
piscina. Decidió sacarlo con vida, pero el ingrato bicharraco se
revolvió furiosamente contra su salvadora en cuanto estuvo libre.
Bianca se vio obligada a dar una rápida carrera alrededor de la
piscina huyendo del insecto hasta que se alejó de allí volando.
—Por cierto, ¡de nada! —musitó haciendo un gesto de enfado
con la mano, motivado más por sus recientes reflexiones acerca de
la arquitecta que por lo ocurrido con el repelente bicho.
—¡Tranquila!, el karma te devolverá la buena acción.
No había reparado en que la causante de sus pensamientos
llevaba unos segundos allí de pie, presenciando divertida toda la
escena. Lucía un aspecto bastante desenfadado, con el cabello
ondulado algo despeinado y un bikini como única indumentaria.
Tenía que admitir que le quedaba espectacularmente bien, dejando
a la vista la mayor parte de su cuerpo esbelto y fibroso; sin duda
alguna, fruto de una rigurosa rutina deportiva.
No me lo va a poner fácil.
Se permitió el lujo de contemplarla durante unos breves instantes
antes de tomar la palabra:
—No sé si he hecho del todo bien dejando libre semejante
monstruo… ¡Llevaba muy malas intenciones! En fin, ¿qué tal has
dormido?
—Increíblemente bien, la verdad. Hacía tiempo que no disfrutaba
de un sueño tan profundo —contestó Valeria recolocándose
nerviosamente la braguita del bikini, como si de pronto se
encontrara incómoda con su semi-desnudez.
—Veo que vienes preparada para darte un baño, ¿o prefieres
desayunar primero? —preguntó Bianca con algo de sorna,
recobrando el dominio de la situación y adoptando la mejor de sus
sonrisas.
—Creía que estarían Eva y Cat ya por aquí, la verdad… —dijo
Valeria mirando a su alrededor sin contestar a la pregunta.
Era evidente que, por algún motivo, la chica se sentía cohibida
cuando estaban a solas, lo que le divertía e intrigaba a partes
iguales. Decidió dejarse llevar por un impulso y agarrar su mano con
naturalidad, tirando de ella hacia la cocina.
—¡Está bien! Primero el desayuno, no te me vayas a desmayar
en el mar…
El contacto, cálido y seco, resultó electrizante para Bianca, que
sujetaba con firmeza la diestra de su invitada a la vez que
imaginaba su cara de sorpresa.
No tuvo más remedio que desasir la unión al llegar a la cocina,
aunque continuó sintiendo cierta picazón en la mano durante un
buen rato.
—¿Qué te apetece?
—Espera, voy a ponerme antes una camiseta.
Mejor quédate así.
—No te preocupes, aquí reina el estilo informal —aclaró abriendo
la despensa para inspeccionar su contenido—. Veo que tenemos un
poco de todo.
—¿Hay cereales con leche?
Vaya, eso sí que no lo esperaba. Hubiera apostado a que era de
las que tomaban tostadas integrales con zumo de naranja natural.
—¡Claro! ¿Integrales con leche semidesnatada? —trató de
adivinar.
—¡Perfecto! —contestó Valeria tomando asiento en uno de los
taburetes altos situados bajo la extensa barra de piedra negra que
hacía a veces de mesa de cocina.
Le sirvió el desayuno en su papel de buena anfitriona. La
sensación que experimentaba al observarla allí, sentada
tranquilamente en la cocina de su casa —bueno, no era del todo
suya, pero casi— mientras hablaban de todo un poco, era
demasiado placentera. Tuvo que obligarse a recordar, con cierto
pesar, la determinación que había adoptado con anterioridad
respecto a su actitud con aquella chica.
Es una posible amiga. Nada más.
—¿Qué tal, chicas? ¡Buenos días! ¿Qué hay de desayuno?
La llegada de Eva, que apareció con una sonrisa somnolienta en
la cara y con pinta de haberse levantado hacía escasos minutos,
interrumpió la conversación para gran pesar de la italiana.
—¡Buenos días! —saludó devolviéndole la sonrisa—. En ese
armario tienes tostadas y café; en la nevera, mantequilla y leche, y
ahí están los platos y los cubiertos —explicó al tiempo que señalaba
diversos puntos de la cocina.
Conocía a la perfección los gustos de su amiga, pero no hizo el
amago de prepararle nada, muy al contrario del comportamiento que
acababa de tener con Valeria. Se preguntó si esta última se habría
percatado del detalle.
—¿Cuál es el plan del día…? —inquirió ella tras empezar a abrir
armarios a diestro y siniestro e inspeccionar su contenido.
—Yo voto por un plan tranquilo: playa y piscina, que me lo pide el
cuerpo. Tenemos una semana entera para ver la isla, salir por ahí y
hacer todo lo que queráis… —propuso Valeria, empezando a
recoger los restos del desayuno para lavar sus cubiertos en la
gigantesca pila de acero inoxidable que destacaba en mitad de la
cocina.
—Yo también voto por ese plan… —declaró Bianca acercándose
a Eva para ayudarla con el manejo de la cafetera.
Consideraba que aquel era, sin lugar a duda, un plan perfecto:
todo el día en la playa sin otra cosa que hacer más que bañarse y
tumbarse bajo el sol. Y contemplar a Valeria de Luna en bikini, por
supuesto.
Tengo que dejar de pensar esas cosas, joder.
—¡Contad con mi voto también! —señaló la Eva con voz de alivio
—. Es más, pienso moverme bien poquito en el día de hoy. Lo digo
por Cat, que no sé si pretende que vayamos a correr o algo así.
—Ufff, ¡conmigo que no cuente! No pienso hacer ni un abdominal
en toda la semana —afirmó Valeria con cara de espanto.
—Pero ¡sister!, que hay que quemar los ron con coco que nos
tomamos ayer… —intervino repentinamente Cat, que irrumpía en
aquel momento en la estancia con pinta de estar más fresca que
una lechuga.
—¡Habla por ti, bonita!, que te tomaste dos o tres. Si te
moderaras un poco… —replicó Valeria.
—Pues ya te digo que no me pienso moderar para nada estas
vacaciones…
—Bueno, yo de momento me voy a dar un bañito en el mar. ¡Ese
agua tan clara me está llamando a gritos! —anunció Eva dando por
zanjada la conversación.
El día transcurrió, tal y como habían planeado, de forma tranquila
y sosegada, entre interminables baños de mar en las cálidas aguas
mediterráneas y relajadas charlas tumbadas en unas hamacas
comodísimas que parecían invitar constantemente al descanso.
Cenaron pescado a la brasa elaborado sobre una enorme
barbacoa de piedra situada en mitad del jardín. De postre, bebieron
unos estupendos capuchinos descafeinados preparados por la
propia Bianca, antes de jugar unas partidas a un juego de cartas
llamado “Uno”. Perdieron unos minutos explicando las reglas a la
italiana, la única de las cuatro que no sabía jugar.
Cuando se quisieron dar cuenta, había anochecido por completo
y un cielo despejado y cuajado de estrellas las empujaba a perder la
vista en él.
—¿Os habéis fijado en la luna? Da la sensación de ser más
grande que en Madrid —comentó Cat tras unos instantes de
contemplación en silencio.
—Eso es porque en Madrid no tenemos tiempo ni de mirarla —
replicó Eva en tono reflexivo, acercándose a la piscina para sentarse
en el borde con los pies dentro del agua.
Le pareció que Valeria se removía en su sitio algo inquieta.
Pensó que quizá estaba recordando los momentos pasados en la
terraza de su casa el día del cumpleaños de Eva.
O puede que me imagine cosas.
—¡Madre mía!, nos estamos poniendo un poco cursis. Creo que
me voy a servir mi primera y última copa antes de dormir. Hoy voy a
ser una niña buena —declaró Cat en su habitual tono jocoso antes
de levantarse rumbo a la cocina y dejar un silencio algo tenso a sus
espaldas.
—¡Chicas!, ¿venís? ¡El agua está caliente, es una pasada!
La bulliciosa y alegre voz de Eva, despojándose de la ropa hasta
quedarse en bikini, salvó oportunamente un nuevo y repentino
momento incómodo entre Bianca y Valeria.
—¡Claro! —exclamó la italiana de inmediato, aproximándose a la
piscina mientras se quitaba la camiseta para lanzarse de cabeza al
agua sin esperar a la respuesta de la arquitecta.
Necesitaba refrescar sus ideas, aunque fuera en un agua tan
templada como aquella.
CAPÍTULO 11.
—Sister, creo que me voy a poner tu falda azul —anuncio Cat
cuando llevaba ya medio armario revuelto.
—¿Se puede saber por qué no te pones tus cosas? No me he
traído ropa de sobra como para que me la ensucies, la verdad.
—¡No seas gruñona! Además, ¡yo te presto todo! Si quieres, ve a
mi cuarto y escoge lo que quieras, que no soy como tú….
—¿A esa leonera? —Imaginaba cómo debía estar su habitación
a aquellas alturas. Cat no se caracterizaba por ser una persona
demasiado ordenada, precisamente—. No, gracias. Coge lo que
quieras, pero encárgate de devolvérmelo lavado, que te conozco.
Observó a su hermana probarse la falda mientras se miraba en el
espejo con expresión complacida. Era obvio que se estaba vistiendo
de guerra, lo que significaba que habría por ahí suelto algún pobre
desgraciado que todavía no sabía lo que se le venía encima. Habían
reservado aquel viernes para dar una vuelta nocturna y tomarse
unas copas después de haber pasado tres días recorriendo la isla
con una guía de excepción; Bianca parecía conocer Sicilia como la
palma de su mano. Las visitas a algunas de las numerosas ruinas
diseminadas por todo el territorio habían hecho las delicias de
Valeria a pesar de las débiles protestas de Cat y de Eva, menos
partidarias de visitar tanto vestigio del antiguo Imperio Romano y
más de salir una noche a correrse una buena juerga.
—¿Tú vas a ir así…? —preguntó Cat evaluando el sencillo
atuendo de Valeria con ojo crítico.
Se había puesto unos shorts color beige, un polo blanco algo
ajustado y unas alpargatas planas del mismo color.
—Sí, ¿acaso voy mal?
—¡Demasiado soso para mi gusto! Pero no te queda mal y, al
final, es lo que cuenta. Además, para dar la nota ya estamos Eva y
yo, que somos las que queremos triunfar…
Aquellas dos llevaban todo el día en internet rebuscando sitios
para salir hasta que decidieron que la mejor opción era la sugerida
por Bianca desde el primer momento: un pub con una enorme
terraza y música en directo llamado Carpe Diem en donde, al
parecer, se reunían lugareños y turistas con ganas de marcha.
Rogaba secretamente para que su anfitriona fuera algo más
moderada en las salidas nocturnas que las otras dos. En caso
contrario, ya se veía cogiendo un taxi de vuelta a casa ella sola
porque no estaba por la labor de aguantar la noche a base de
copas, ni tampoco de pasarse las horas muertas tonteando con
otros tíos.
—Venga, vámonos ya. Seguro que nos están esperando —
propuso, implorante, cansada de los interminables rituales de su
hermana para terminar de emperifollarse.
Y era cierto, Bianca y Eva se encontraban en el porche
aguardado estoicamente su llegada. La segunda se había arreglado
muy en su línea, con un mono escotado que dejaba poco margen a
la imaginación y unos taconazos que ayudaban a suplir su no muy
elevada estatura. Por el contrario, Bianca llevaba un estiloso vestido
de tirantes que le llegaba a las rodillas y un par de zapatillas Veja
blancas que daban informalidad al conjunto. Observó que apenas se
había maquillado y que llevaba la abundante melena
cuidadosamente cepillada. El resultado era impresionante, por
supuesto. Dudada que hubiera algún hombre aquella noche que no
tuviera el impulso de girar la cabeza al cruzarse con ella e incluso
alguna que otra mujer también, aunque esta última consideración,
por alguna razón, le incomodó.
—¿Qué? ¿Arrancamos ya? —preguntó Eva en tono impaciente,
señalando la salida.
—¡Arranquemos!, no te vaya a dar un infarto por llegar cinco
minutos más tarde a donde quiera que vayamos —replicó Valeria,
divertida.
—Pues cinco minutos dan para mucho, sister, ¡nunca se sabe! —
intervino Cat en defensa de su íntima amiga. Se encaminaron hacia
el Jeep—. Por cierto, ¿puedo conducir yo? —preguntó dirigiéndose
a Bianca, que la miró con aire desconfiado.
—Ummm… Mejor otro día, en un trayecto más corto. Por aquí la
gente es un poco loca al volante —respondió, para gran alivio de las
demás, con una sonrisa de disculpa.
Tardaron apenas media hora en llegar a su destino. El Carpen
Diem era un pub de grandes dimensiones, con pista de baile en el
interior y una barra en el exterior donde un grupo de atractivas
camareras se afanaban a la hora de servir bebidas de todo tipo a
una clientela de lo más heterogénea.
El sitio derrochaba alegría y diversión. Las cuatro amigas se
dedicaron a inspeccionarlo todo con la mirada al ritmo de Shower de
Becky G. antes de tomar asiento en una de las mesas altas
desperdigadas a lo largo de la terraza.
Valeria era consciente de las miradas masculinas que atraían
desde todas las direcciones, aunque sospechaba que era Bianca,
con aquel aire de mujer inalcanzable, la que causaba mayor
sensación. Sin embargo, parecía ajena por completo a todo aquello.
Una sonriente camarera se acercó de inmediato para tomar nota
de sus pedidos, pasando rápidamente del italiano al español en
cuanto constató que las recién llegadas hablaban en aquel idioma.
—¿De México? —preguntó Bianca tras escuchar su acento.
—Sí, pero tú no eres española, eres de aquí… —respondió la
chica guiñándole un ojo, cómplice.
—¡Cierto!
—Bueno, esta noche voy a ser vuestra camarera. Me Llamo
Lucrecia. ¿Qué queréis tomar?
Hicieron sus pedidos mientras Eva y Cat ojeaban atentamente el
horizonte inspeccionado al personal masculino.
—¿Os habéis fijado en esos de ahí? —comentó Eva señalando
con un ligero movimiento de cabeza a un grupo de treintañeros que
las miraban desde la barra sin demasiado disimulo.
—¿Los griegos de la derecha? —preguntó Bianca tras echarles
un rápido vistazo.
—¿Cómo sabes que son griegos? —preguntó Cat
examinándolos detenidamente—. La verdad es que son monos,
sobre todo el del pantalón rojo…
—La manera de vestir, el físico… —respondió Bianca con
rotundidad.
—Aunque, bien pensado, prefiero a aquellos otros, los dos que
están pidiendo en la barra en este momento —señaló Eva
continuando con su particular análisis. Miró a Bianca de nuevo—.
¿De dónde dirías que son?
—Esos sí que son autóctonos.
—Pero bueno, ¿tú que eres?, ¿el oráculo de Delfos?
—Bueno, ahora lo comprobaremos porque parece que los
griegos vienen hacia aquí —replicó Bianca con un gesto que parecía
reflejar algo de pereza.
Efectivamente, los tres chicos se acercaron con paso decidido y
la mejor de sus sonrisas. El problema era que apenas hablaban
inglés, y no digamos ya español, por lo que se presentaron como
pudieron hasta que, echando mano de los signos, Cat les dio a
entender que se podían sentar con ellas.
—¡Madre mía!, pero ¿de dónde sale esta gente? Hasta mi
sobrino, que todavía va al parvulario, sabe más inglés que estos tres
pavos juntos —comentó Eva recolocándose el pelo con coquetería.
—¿Y qué más da? El rubito está bastante bueno —comentó Cat
con descaro tras guiñar un ojo al chico, que sonreía encantado—. ¡Y
el más moreno tiene tipazo!
—Os podíais cortar un poco, ¿no?, que lo mismo entienden más
de lo que parece —recriminó Valeria alzando las cejas.
—Dudo mucho que se enteren de algo… —opinó Bianca con
cierta sorna antes de pasear la vista por el local, aparentemente
poco interesada en los recién llegados.
Los chicos las miraban embobados, intercambiando entre ellos
alguna que otra frase en su idioma. El rubio, que se presentó como
Constantine y que aparentaba ser el que llevaba la voz cantante,
trató de entablar una especie de conversación con Bianca y Valeria,
momento en el Cat decidió intervenir sin miramiento alguno:
—Oye, tú, rubito, no te equivoques, que a esta de aquí no le van
los tíos y esta otra, además de estar comprometida, es demasiado
sosa como para echar una cana al aire…
¿Qué ha dicho?
El tal Constantine no se enteró de nada, por supuesto, pero el
comentario provocó de inmediato las risas de Eva y de Bianca, que
miraban de reojo tanto las caras de incomprensión de los helenos
como la expresión de absoluta sorpresa que reflejaba el semblante
de Valeria.
¿Que… no le van los tíos?
La noticia la dejó noqueada. Le dio vueltas a lo que acababa de
pasar. Entonces… ¿a Bianca le gustaban las chicas? ¿A eso era a
lo que se referían el otro día? ¿Cómo no había caído en ello? ¿Y
por qué no le había dicho nada Cat? Aunque, en realidad, ¿acaso
importaba?
¿Se puede saber por qué me hago tantas preguntas?
Sentía la mirada de la italiana fija en ella con expresión intrigada,
por lo que se obligó a reaccionar al comentario de su hermana
diciendo:
—Por mí, te los regalo a los tres con un lazo, guapita. ¡Son todos
tuyos!
El desconcertante momento fue oportunamente interrumpido con
la llegada de Lucrecia, que aparecía de nuevo haciendo equilibrios
con una bandeja llena de bebidas.
—¡Chicas!, os traigo lo vuestro —anunció dejando las copas en
la mesa—. ¿A estos les traigo algo también…?
—Pregúntales, a ver si eres capaz de entenderte con ellos —
apuntó Bianca, divertida.
—¿Whisky? —dijo simplemente la avispada camarera al tiempo
que hacía un gesto con las manos.
—Oh, ¡yes! —contestó uno de los dos fornidos morenos que se
había presentado como Darius.
—Pues yo no aguanto el aliento a whisky… —advirtió Eva con
una risita, imaginando quizá en qué podría acabar la cosa al
percatarse de cómo el moreno le miraba el escote.
—¡Le das un caramelo de menta! —intervino la ocurrente
mexicana antes de dar media vuelta dedicando una última mirada a
Bianca.
—Me parece que has triunfado. Y no solo con el griego… —
comentó Eva observando a la atractiva camarera alejarse.
—Con lo del griego opino lo mismo que Valeria, ¡os lo regalo! —
replicó Bianca alzando su copa en un silencioso brindis antes de dar
un pequeño sorbo.
¿Y con la camarera?
—¡Os tomo la palabra! —apuntó Cat agarrando, sin un ápice de
vergüenza, al encantadísimo rubio de la mano para arrastrarlo hasta
la pista de baile.
Aquella salida empezaba a ser un poco extraña y eso que no
había hecho más que empezar. De pronto, se sentía algo sofocada,
aunque no sabía si era debido a la bochornosa temperatura de
aquella noche, a los cócteles algo subidos de alcohol que les había
servido la tal Lucrecia o a algún otro motivo no identificado.
Necesitaba darse un respiro, por lo que dejó atrás al heterogéneo
cuarteto tras disculparse con la excusa de ir al cuarto de baño.
Atravesó el local sin prisa, aprovechando el momento para analizar
pormenorizadamente la información que acababa de recibir de la
italiana y que había conseguido activar, de alguna extraña manera,
una pequeña lucecita de alerta en algún lugar remoto de su cerebro.
Se le estaba ocurriendo una idea algo descabellada, una idea en
la que no podía dejar de pensar por mucho que lo intentara: ¿podría
ser que… Bianca Ricci se hubiese fijado en ella?
Y si es así, ¿qué más me da?
Al llegar a los aseos se dedicó a lavarse cuidadosamente las
manos, obligándose a desechar las turbulentas elucubraciones de
su cabeza. Más le valía no dar importancia a cosas que ni le
incumbían, ni le afectaban, se repitió.
Regresó tomándose su tiempo, aunque únicamente se encontró
con una Eva que reía a carcajadas tratando de entenderse con el tal
Darius. De los demás no había ni rastro. Paseó la mirada a su
alrededor hasta conseguir localizar a Bianca, sentada
tranquilamente en la barra en animada charla con la mexicana y
ajena a todo lo demás.
Suspiró con exasperación. Aquello tenía pinta de convertirse en
una velada de lo más aburrida, al menos para ella. Un movimiento
captado por el rabillo del ojo llamó de inmediato su atención. El
tercer griego, el más callado, un tío alto y atractivo, dueño de una
blanca y resplandeciente sonrisa, se acercaba a ella con gesto
tímido. En otra época, y en otras circunstancias, probablemente le
hubiese hecho caso, pero aquel día no quería saber nada ni de
griegos ni de nadie.
Esbozó un gesto de disculpa, negando ligeramente con la
cabeza mientras observaba cómo Bianca se aproximaba
rápidamente al rescate, casi dejando con la palabra en la boca a la
complaciente camarera.
—¡Eyy!, ¿qué hacías tanto tiempo en el baño? ¿Sigues con
problemas intestinales? —bromeó la italiana tomándola de la mano
y tirando de ella con fuerza ante la mirada decepcionada del chico.
—Estaba curioseando un poco por el club —admitió dejándose
arrastrar por ella, que parecía dirigirse decididamente a la pista de
baile—. ¿A dónde me llevas…?
Se temió lo peor. Odiaba bailar, al menos en público. Era algo
que le daba vergüenza y tan solo lo hacía en las escasísimas
ocasiones en las que llevaba una copa de más.
—Quiero ver si aparte de hacer buenos diseños y jugar
aceptablemente bien al ajedrez, también sabes bailar —explicó
Bianca con una mueca burlona.
—¿Es necesario…? —preguntó, resignada, tratando de librarse
de alguna manera de aquel suplicio.
—Si quieres te dejo otra vez con el griego, ¡tu verás! Además,
¿qué pasa? ¿No sabes?
La sonrisa de Bianca, entre traviesa y misteriosa, reflejaba
desafío. Le pareció obvio que le encantaba incomodarla.
—No he dicho que no sepa… —replicó con los ojos en blanco.
—¡Demuéstralo!
La pista de baile era grande y, afortunadamente, poco iluminada.
Bianca bailaba increíblemente bien, claro, ¿acaso podía ser de otra
manera? Se obligó a relajarse y a dejarse llevar por el ritmo de la
música, agradeciendo enormemente tanto la oscuridad reinante
como el hecho de que el riquísimo cóctel que había bebido
empezara a hacerle efecto. Sentía la mirada de su bella
acompañante fija en ella. Era una mirada un tanto enigmática,
producto, quizá, de secretos pensamientos. Le hubiera encantado
poder acceder a ellos, aunque solo pensar en eso consiguió erizarle
todo el vello del cuerpo.
¿Por qué últimamente experimentaba reacciones tan confusas?
La llegada de un ruidoso grupo de lugareños le proporcionó la
excusa perfecta para sujetar a Bianca del antebrazo y tirar de ella
hacia la salida. Era la primera vez que la tocaba de manera
deliberada, aunque evitó darle la mano; por algún motivo, no le
pareció apropiado.
Decidieron buscar a las otras sin demasiado éxito hasta que, tras
dar una vuelta por el recinto, localizaron a Cat abrazando al rubio en
muy buena sintonía, por lo que optaron por pedir un par de copas y
tomar asiento en una mesa esquinad, algo apartada de la bulliciosa
zona central del club.
Se había percatado de que Bianca apenas bebía, seguramente
consciente de que tendría que conducir a la vuelta. Por el contrario,
ella sentía el impulso de achisparse un poco, pues el mero hecho de
quedarse a solas con la italiana le provocaba una intranquilidad algo
infantil. Terminó su copa y levantó la mano para pedir otra a
Lucrecia, que no hacía más que aparecer cada dos por tres
regalando a Bianca innumerables sonrisas.
¡Que chica más descarada!
—Así que te gustan las mujeres… —No pudo evitar sacar a la
palestra el tema una vez que la camarera se hubo encaminado de
nuevo hacia la barra.
¿De verdad acabo de soltar eso?
No solía ser tan indiscreta, pero lo cierto era que sentía una
enorme curiosidad al respecto. Además, comenzaba a sentir los
efectos del alcohol y sabía que, para el resto del mundo, semejante
circunstancia significaba una especie de patente de corso para
hacer y decir lo que a una le viniera en gana. O casi.
—No todas. De hecho, muy pocas —aclaró Bianca con una
expresión divertida.
—¿Y los hombres? —continuó con su particular investigación,
rogando al mismo tiempo para que su interlocutora no se molestase
por el cariz de sus preguntas.
—No lo suficiente… —contestó irónica, entrecerrando los ojos y
sonriendo.
—¿Y lo de tu exnovio?
Aquello empezaba a tener visos de interrogatorio, pero la italiana
no parecía sentirse incómoda ante sus cuestiones.
—Eso pertenece a una época en la que era más joven y más
tonta. Y en la que todavía pensaba que era importante encajar en la
forma de vida de los demás.
—¡Me resulta difícil imaginar un ambiente en el que no pudieras
encajar! Si te lo propusieras, claro está —opinó Valeria tras unos
instantes de profunda reflexión en los que aprovechó para dar un
pequeño sorbo a su bebida.
—¿Eso es un piropo…? —planteó Bianca con una breve
carcajada.
—Más bien una consideración, aunque puedes tomártelo como
quieras —dijo mientras sacaba la pajita de su copa, casi vacía, para
juguetear con ella.
Permanecieron calladas unos segundos mirándose
disimuladamente de reojo, ambas sumidas en sus propios
pensamientos, hasta que Bianca se lanzó a preguntar:
—¿Y qué hay de ti? Te vas a casar en breve, ¿no te da miedo
dar ese paso?
La pregunta, un tanto a bocajarro, la dejó algo descolocada. En
aquel momento tenía la sensación de que su boda con Fran
pertenecía a un mundo muy lejano.
—Supongo que sí, aunque, si te digo la verdad, no es algo que
haya considerado en exceso. Simplemente se trata de la
continuación natural de una relación de cuatro años… —explicó sin
estar del todo convencida de sus propias palabras y absteniéndose
de aclarar que no había sido ella quien había tenido la iniciativa al
respecto.
—Entiendo… —murmuró Bianca con una expresión algo
sombría. Le dio la sensación de que estaba teniendo algún
pensamiento desagradable.
No le apetecía seguir hablando de su futura boda, pero deseaba
saber más cosas de la italiana y hacía un buen rato que había
traspasado el umbral de sensatez al que estaba acostumbrada, por
lo que, antes de pensárselo dos veces, preguntó:
—¿Te has enamorado alguna vez?
¡Ay, Dios!, ¿qué estoy diciendo?
La cara de sorpresa de la italiana, como reacción a una cuestión
tan profunda, le resultó muy relevadora. Pareció pensarse su
respuesta antes de musitar con tono neutro:
—Una vez… Hace tiempo ya.
Quizá no debería beber más.
—¿Es indiscreción si te pregunto de quién?
Por supuesto que es indiscreción.
—De una abogada… Vive en Madrid también.
No pudo impedir dejarse llevar por la curiosidad, así que continuó
preguntando.
—¿Y qué pasó exactamente…?
—Podría decirte lo mismo que antes: yo era más joven y mucho
más tonta. Lo fastidié por completo y cuando quise enmendar mi
error, ya era tarde. Aunque hoy en día pienso que era preferible así.
Ahora es buena amiga mía, tanto ella como su novia.
—¿En serio?
La conversación, que estaba pareciéndole especialmente
reveladora, quedó interrumpida por la inoportuna aparición de
Lucrecia, que traía un par de cócteles de color rojizo.
—¿Hemos pedido eso? —inquirió Valeria algo extrañada. Si no
recordaba mal, había encargado un gin-tonic muy rebajado.
—No, pero es mi cóctel favorito y a esta ronda invita la casa —
aclaró la chica dirigiéndose sin demasiado disimulo a una Bianca
algo indiferente a sus atenciones.
—¿Siempre te resulta tan fácil? —No pudo resistirse a indagar
en cuanto se quedaron de nuevo a solas.
Bianca la miró con gesto de incomprensión hasta que pareció
caer en la cuenta del sentido de su pregunta. Miró a la camarera.
—No siempre… —admitió sin aparente intención de extenderse
más allá en su respuesta.
—Así que, ¿existe por ahí alguna infeliz que se te ha resistido?
—insistió Valeria con bastante sorna saboreando el matiz a cereza
que tenía la bebida rojiza.
Observó que la italiana esbozaba una mueca entre sorprendida y
divertida, considerando, quizá, si le apetecía o no responder a
aquella cuestión tan íntima y directa.
¿Me estoy pasando?
—Todavía no —replicó, devolviéndole la mirada con una chispita
de chulería en aquellos increíbles ojos oscuros. Retiró la vista con
fastidio—. Aunque me empiezo a temer que para todo lo malo, suele
haber una primera vez.
Algo en aquellas palabras le provocó un súbito escalofrío. Se
preguntó si se referiría a alguien en concreto o si, por el contrario,
no hacía otra cosa más que generalizar. Aquella mujer la tenía un
poco desconcertada. Mejor dicho, lo que de verdad la
desconcertaba eran las reacciones que, de alguna manera, la
italiana conseguía provocar en ella.
Optó por dar un giro a la conversación. Comenzó a hablar de
cuestiones más insustanciales, aunque en honor a la verdad nunca
recordaría muy bien qué temas trataron exactamente, pues el cóctel
que había llevado Lucrecia parecía llevar dinamita pura. Cuando,
tiempo después, Bianca decidió con buen criterio que ya era hora de
regresar al redil, tardaron lo suyo en localizar y arrastrar hasta el
Jeep a las otras dos, empeñadas en alargar la salida un rato más.
El camino de vuelta lo hicieron prácticamente en silencio, con Cat
y Eva profundamente dormidas en el asiento trasero mientras
Valeria, acomodada en el asiento del copiloto, luchaba
afanosamente por permanecer despierta. Al menos, el ruido del
motor y el aire que entraba por su ventana no invitaban, en absoluto,
al sueño.
A mitad de trayecto se rindió y decidió cerrar los ojos cinco
minutos. Lo último en lo que pensó, antes de perder por completo la
consciencia, fue en el increíble perfil de la conductora.

Bianca manejaba el vehículo con especial cuidado, reduciendo la


velocidad considerablemente antes de tomar cada curva y
redoblando la atención al cruzarse con otros coches. Nunca le había
gustado circular de noche en carreteras de doble sentido.
Afortunadamente, el tráfico a aquellas horas de la madrugada era
bastante escaso. De vez en cuando, lanzaba una rápida ojeada a su
bella copiloto, que parecía ir algo adormilada hasta que, por fin,
cerró los ojos. No le extrañaba, era obvio que el alcohol había hecho
mella en ella.
Llevaba gran parte de la noche asistiendo mentalmente al
silencioso enfrentamiento que tenía lugar entre su sexto sentido y su
buen juicio. El primero, que rara vez se equivocaba, percibía que
algo mutuo y ostensible estaba ocurriendo entre ella y la arquitecta.
Por el contrario, el segundo le advertía que aquella sensación
provenía, exclusivamente, de su propia imaginación, y que Valeria
era ajena a ella por completo.
Menudo dilema.
Nunca se había encontrado ante una tesitura como aquella. Se
sentía atada de pies y manos; la opción de mover algún tipo de ficha
y salir de dudas no le parecía, en absoluto, prudente. No debía
olvidar que la chica era la hermana de Cat y que estaba con un pie
en el altar. Además, en el fondo estaba firmemente convencida de
que, por una vez, su casi infalible sexto sentido se equivocaba de
forma estrepitosa.
Torció el gesto con amargura, acelerando mecánicamente el
vehículo a modo de protesta silenciosa.
¡Dios!, ¿a quién se le ocurría casarse? O, mejor dicho, ¿por qué
se le había ocurrido precisamente a ella una idea tan estúpida?
Por no olvidarme de que puede que le gusten exclusivamente los
hombres.
Por un momento, recordó el pequeño interrogatorio al que la
había sometido aquella misma noche con relación a su vida
sentimental. Valeria parecía sorprendida e interesada a partes
iguales, aunque podía ser efecto de las dos copas de más que
llevaba encima. Además, ¿acaso no era lo más normal del mundo
que dos chicas de edad similar acabasen hablando de cosas como
aquellas? Por supuesto que sí, y quizá era el momento de dejar de
dar vueltas a una cuestión que no parecía tener recorrido alguno.
En cualquier caso, se conocía lo suficiente como para sospechar
que una de las cosas que más le atraía de Valeria era,
precisamente, el hecho de no poder tenerla. En cuanto transcurriera
una temporada sin coincidir con ella, pasaría página con facilidad.
Espero que sea así. Apretó fuertemente el volante como si de
aquella manera pudiera reforzar sus pensamientos.
Entró en el camino que daba acceso a la villa reduciendo mucho
la velocidad. Empezaba a tener sueño y esperaba no tardar
demasiado en conseguir que sus tres invitadas salieran del vehículo
rumbo a sus dormitorios.
En cuanto aparcó, se dedicó a zarandear a las chicas del asiento
trasero sin demasiados miramientos, comprendiendo que eran
capaces de seguir durmiendo durante toda la noche en una postura
tan incómoda. Cuando se espabilaron lo suficiente como para
dirigirse a la casa por su propio pie, se acercó hasta la puerta del
copiloto con la intención de ocuparse de Valeria, que continuaba
inmersa en el mundo de los sueños con una expresión de abandono
que le otorgaba un aire algo infantil.
Alargó la mano. Cedió al irresistible impulso de acariciar su cara,
pero se arrepintió a medio camino y dejó caer el brazo con gesto
resignado. No quería comportarse como una pervertida. Se limitó a
soltar el cinturón de seguridad y la sacudió por los hombros con
delicadeza hasta conseguir que, por fin, abriera los ojos.
—¿Ya hemos llegado? —balbuceó Valeria mirando a su
alrededor y tratando de ubicarse.
—¡Sanas y salvas! —afirmó Bianca en tono burlón mientras la
observaba salir del vehículo con cierta torpeza. Era obvio que
todavía no se había despejado del todo.
—¿Y las otras?
—Han entrado ya. Se caían de sueño.
—Vamos a la cama, entonces… —murmuró Valeria reprimiendo
un bostezo—. A dormir, quería decir… —puntualizó de inmediato
con cierto apuro.
¡Vaya, vaya! ¿Qué hubiera dicho Freud de eso?
—¡Buena idea! A dormir cada una en su cama, es decir, como
todos los días… —recalcó Bianca irónicamente, incapaz de dejar
pasar la ocasión de tomarle un poco el pelo.
—¿Siempre eres tan graciosa? —replicó la arquitecta con una
mirada de soslayo. Hubiera jurado que se estaba ruborizando, pero
la oscuridad de la noche le impidió comprobarlo.
—Es una de mis múltiples virtudes… —admitió, cediéndole el
paso al interior de la casa.
—¡Ya…! Bueno, me lo he pasado muy bien, la verdad —dijo
Valeria parada en mitad del hall toqueteando nerviosamente la
correa de su reloj de pulsera. Esbozó una sonrisa tímida—. Aunque,
la próxima vez, dile a tu amiga que no nos vuelva a servir el cóctel
ese de cerezas; era una especie de bomba de relojería.
—¿Mi amiga? —repitió Bianca arqueando las cejas.
—Yo creo que quería quitarme de en medio y dejarme fuera de
juego con esa bebida.
—Pues haber hecho como yo, que tan solo he pegado un par de
sorbos…
—¿Siempre eres tan prudente?
Era obvio que su invitada continuaba algo achispada y no podía
divertirle más.
—Con el alcohol, sí…
—¿Y con qué cosas no? —insistió Valeria dejando de dar guerra
a la correa del reloj y cruzando los brazos con gesto inquisitivo.
Estuvo a punto de decir: “con atractivas arquitectas que me
hacen dudar de mí misma”, pero se limitó a inspirar profundamente
antes de contestar con aire solemne:
—Esa pregunta es demasiado amplia, ¿no crees? Quizá
deberías concretarla un poco más…
A ver qué dices a eso.
La observó en silencio mientras parecía reflexionar con gesto
impenetrable. Hubiera asumido cualquier precio por saber lo que
pasaba por la cabeza de su interrogadora en aquellos precisos
instantes, pero la evidente imposibilidad de su deseo le obligaba a
conformarse y continuar elucubrando.
—Bueno… —murmuró Valeria, por fin, pasándose la mano por el
pelo—. Será mejor que me vaya a mi habitación… Es tardísimo.
—¡Claro! —respondió Bianca dándose el lujo, por un momento,
de contemplar detenidamente su rostro sin disimulos.
Y entonces ocurrió. Nunca supo en qué instante ni por qué su
cerebro emitió la orden, pero el caso es que bajó la mirada hasta
posarla en los labios de la arquitecta en un gesto poco dado a
interpretaciones. Duró apenas un par de segundos, lo suficiente
como para tomar conciencia de sus implicaciones antes de
arrepentirse, retirando de inmediato la mirada. Dio disimuladamente
un paso hacia atrás.
¿Pero se puede saber qué demonios estoy haciendo?
Cruzó los dedos para que Valeria estuviera lo suficientemente
borracha como para no haber notado el incómodo episodio. Observó
que asentía ligeramente con la cabeza murmurando un tímido
“buenas noches”. Dio media vuelta hacia su dormitorio.
Bianca respiró con alivio. No parecía que su invitada hubiese
percibido nada extraño. Se sentía, por primera vez en mucho
tiempo, como una auténtica idiota. Aquello tenía que acabar antes
de que metiera la pata.
Subió las escaleras arrepintiéndose amargamente de haberse
dejado llevar por el impulso de invitar a aquella chica al viaje. ¡Con
lo tranquila que estaría sin más preocupaciones que evitar
quemarse bajo el sol o decidir si se dejaba o no querer por
sonrientes camareras mexicanas!
Maldita sea.
CAPÍTULO 12.
El día siguiente transcurrió en absoluta calma. Apenas hicieron
otra cosa más que tumbarse perezosamente en las hamacas de la
piscina y lanzarse de vez en cuando a darse un buen chapuzón en
su agua cálida. Tan solo Bianca, la única de las cuatro que no tenía
una resaca de caballo, se aventuró a acercarse en bicicleta hasta el
pueblo más cercano para comprar algo de comida.
Había dedicado su tiempo a observar con disimulo el
comportamiento de Valeria. Mientras sus otras dos invitadas
hablaban por los codos comentando la salida de la noche anterior, la
arquitecta parecía sumida en sus propios pensamientos, ajena a la
conversación de las demás. Le había parecido percibir alguna que
otra mirada de reojo por su parte, aunque tampoco podría
confirmarlo con seguridad. Pensó que quizás había sido fruto de su
imaginación.
Lo que me faltaba.
Sabía que le vendría bien hablar de ello con alguien, el problema
era que, en aquel momento, tan solo podía hacerlo con una
persona.
Valoró el asunto durante gran parte de la tarde hasta que, una
vez se hubieron dado las buenas noches tras la acostumbrada
charla al aire libre, se dirigió con determinación al dormitorio de Eva
en vez de al suyo propio.
—Eva, tengo que hablar contigo… —anunció nada más entrar en
la habitación.
—¡Imagino a lo que vienes!, pero que sepas que ha sido sin
querer. Además, lo ha roto Cat, no yo, y ya estamos buscando por
internet uno parecido —se explicó atropelladamente su amiga
sentándose en el borde de la cama con cara de culpabilidad.
—¿Se puede saber de qué me estás hablando? —preguntó
desconcertada, cerrando la puerta tras de sí.
—Pues… de la figura del guerrero de cristal que había en la
entrada ¿No era de eso de lo que querías hablar?
—¿Habéis roto el guerrero? —preguntó de manera un poco
retórica. ¿A quién le importaba eso?—. Ni se os ocurra comprar
otro, ¡por Dios! Además, era espantoso, no sé de dónde diablos lo
sacó mi madre —continuó diciendo, restando importancia al asunto
y tomando también asiento al borde de la cama—. Se trata de otra
cosa…
—¡Menos mal! —exclamó Eva emitiendo un suspiro de alivio—.
Ya nos estábamos volviendo locas para encontrar otro igual, la
verdad. ¿De qué se trata, entonces?
—Verás… —comenzó a decir algo dubitativa, buscando las
palabras adecuadas.
Decidió que lo mejor sería exponer el asunto con sinceridad.
Sabía que el carácter aparentemente alocado y extravagante de su
amiga escondía un sentido común más que acreditado.
—¡Dispara de una vez! Me tienes intrigada.
—Necesito que alguien me diga que imagino cosas…
—Está bien: ¡imaginas cosas! Y ahora, ¿se puede saber por qué
tengo que decirte eso?
La expresión de curiosidad que reflejaba el rostro de la chica era
evidente, parecía estar esperando la revelación de los tres secretos
de la virgen de Fátima.
—Se trata de Valeria —confesó mirándose detenidamente las
uñas de la mano derecha y tratando de contener el rubor que
amenazaba con ascender por sus mejillas. Agradeció especialmente
su bronceado recién adquirido —. Tengo la sensación de que algo
está pasando entre nosotras, pero también sé que es una auténtica
locura.
—¡Guau! —exclamó Eva quedándose, literalmente, con la boca
abierta. Tardó unos cuantos segundos en terminar de asimilar la
noticia—. ¡Menuda bomba!, ¿estás segura?
—¿De qué? ¿De que en verdad sea así? ¡Por supuesto que no!
Probablemente no son más que fantasías mías, pero no puedo dejar
de pensarlo.
—Analicemos el asunto con detenimiento… —comenzó a decir
Eva, recuperándose poco a poco de la sorpresa. La señaló con el
dedo, acusativa—. A ti te gustó desde el primer día, ¡y no se te
ocurra negarlo!
—¡No es mi intención! —admitió Bianca levantando las manos en
un gesto de rendición.
—De acuerdo. Por otro lado, no me parece que seas de las que
malinterpretan ese tipo de situaciones, la verdad… —consideró
acariciándose pensativamente la barbilla—. Claro que también
puede que estés acostumbrada a que el común de los mortales
pierda el norte por ti y en esta ocasión no sea así…
—¡No seas boba! No pienso que alguien vaya por ahí perdiendo
el norte por mí y menos aún en este caso, la verdad.
—Todo ello sin perder de vista el tema de la boda y el novio,
claro está…
—¿Lo ves? Quizá tan solo tenía que oírselo decir a otra persona
para entender que no son más que imaginaciones mías… —dijo
Bianca dejándose caer de espaldas sobre la cama en un gesto
derrotista.
—Tampoco hay antecedentes de otras mujeres en su vida…
Salvo aquel asuntillo del campamento de verano en Inglaterra —
añadió Eva, siguiendo con su exposición.
Sonrió antes de tumbarse también boca arriba cruzando los
brazos debajo de la cabeza.
—¿Qué asuntillo?
—Fue hace ya un montón de años. Val tendría diecisiete y Cat y
yo dieciséis. Estuvimos un verano en un internado en Inglaterra y el
caso es que pillamos a Val besándose en el baño con otra chica de
su curso. Aunque, en honor a la verdad, ese colegio era como
Sodoma y Gomorra, yo también me enrollé con otra alumna y luego
nunca más he repetido.
—¿Y…?
—¿Y…? ¡Y yo qué sé!, la verdad es que nunca he hablado de
este tema con ella.
—¿Pudo haber algo más? ¿Sexo?
—No lo creo.
—¿Y después? ¿Con alguna chica más…?
—No que yo sepa, y te aseguro que lo sabría.
¡Vaya!, el dato era revelador, aunque no significaba
necesariamente que Valeria de Luna fuese bisexual. Conocía a unas
cuantas que, aun habiendo cruzado la frontera alguna que otra vez,
seguían adelante por el sendero de la estricta heterosexualidad.
—Creo que hice mal al invitarla a venir… —se lamentó Bianca
con la vista fija en un punto determinado del techo.
—Tampoco lo enfoques así. ¿Te has planteado tratar de hablar
sutilmente con ella sobre el tema?
—¿Sutilmente…? No tengo claro cómo podría hacer eso sin
descubrirme y sin incomodarla —admitió con impaciencia—. ¿Cómo
lo harías tú?
—¡Y yo qué sé! La que conoces a las tías eres tú… —replicó Eva
propinándole un cariñoso cachete en el brazo.
—Pues a esta me temo que no mucho, la verdad.
¿Y si siguiera el consejo de Eva? Quizá debería hacerlo. Al
menos así sabría con seguridad a qué atenerse y podría dejar de
pasar el día imaginando todas las posibilidades. Claro que también
podría olvidarse de todo y, una vez de vuelta a Madrid, perderla de
vista y delegar el asunto de la reforma en otra persona.
Quizá sea la mejor opción.
—De todas formas, gracias por escucharme. Necesitaba hablarlo
con alguien —añadió considerando que era el momento de finalizar
la conversación.
—No me des las gracias, tonta. ¡Aquí estoy para lo que quieras!
—¡De acuerdo! Y tú no le digas nada a Cat, no se vaya a ir de la
lengua con su hermana.
—Tranquila, no diré nada.
Aquella noche se acostó sin ápice de sueño, dedicándose a dar
vueltas por la cama algo desesperada hasta que decidió darse por
rendida y salir al porche a tumbarse en una de las confortables
hamacas. Allí se dejó arrullar por el placentero sonido de las olas
rompiendo contra la arena mientras acariciaba la suave cabeza de
Nerón, el único habitante de la casa que parecía compartir su
insomnio.
Valeria despertó de manera abrupta. Asumió con rapidez y alivio
que lo que acababa de soñar solo había tenido lugar en su
imaginación. La entrecortada respiración y la fina capa de sudor que
envolvía su cuerpo no eran más que lógicas secuelas de lo que
acababa de experimentar.
¡Madre de Dios!, ¿de verdad acababa de tener un sueño
calificado para mayores de dieciocho años en el que Bianca Ricci
era la principal protagonista? ¡Joder!, ¿no podía haber soñado con
Robert Pattison, por ejemplo?
Esto empieza a ser una especie de pesadilla.
Se levantó de la cama con un salto ágil, consciente de la
incómoda humedad en su entrepierna. Por un momento, sintió la
tentación de hacer algo al respecto, pero enseguida desechó la idea
al parecerle inapropiada.
Se observó en el espejo del baño mientras se remojaba la nuca
en el lavabo. Tenía los ojos brillantes, la cara sonrojada y los labios
algo hinchados. No era la primera vez que experimentaba aquel tipo
de sueños. Siendo sincera, lo que le perturbaba —mucho, además
— era que aquella condenada chica empezara a invadir sus
pensamientos hasta cuando dormía.
Quizá fuera el momento de reconocerse a sí misma una realidad
que la espantaba en la misma medida que la intrigaba.
Se sentía atraída por Bianca Ricci.
Mierda.
Volvió a la cama, analizando minuciosamente el problema desde
todos los ángulos posibles, puesto que, obviamente, aquello
constituía un inconveniente colosal. O quizá no. Podía no ser tan
raro el hecho de sentirse atraída por una mujer. De hecho, no era la
primera vez que le ocurría, aunque de aquello habían transcurrido
ya muchos años y ni siquiera la cosa había ido mucho más allá de
unos cuantos besos robados en su época adolescente.
Recordó la singular despedida que había tenido lugar con la
italiana la noche anterior, cuando se habían dado las buenas noches
tras volver del Carpe Diem. Tenía la sensación de que Bianca había
amagado con besarla... O algo parecido.
¿Podría ser?
Llevaba todo el día reflexionado sobre si la sensación había sido
real o si, por el contrario, no era más que fruto de su propia cabeza.
No podía olvidar que las dos copas de más que llevaba encima
podrían haber distorsionado su interpretación de la situación. En
cualquier caso, pensó que lo mejor era no dar demasiada
importancia al asunto. Era obvio que, a lo largo de la vida, se
cruzaría con personas que por un motivo u otro llamarían su
atención. Era algo que iba a ocurrir por muy comprometida o casada
que pudiera llegar a estar.
Cogió el teléfono móvil considerando la posibilidad de llamar a
Fran y conseguir la dosis de serenidad que tanto necesitaba, pero
rápido cambió de idea; su novio estaría ya dormido y, además,
quizás no era del todo indicado hablar con él en aquellos momentos.
Se levantó de nuevo al comprender lo inútil que resultaba intentar
conciliar el sueño. Pensó que le vendría bien dar un paseo nocturno
por la playa para relajarse y aclarar sus ideas.
Salió de su habitación con absoluto sigilo, atravesando parte de
la casa hasta llegar al exterior por medio de la acristalada puerta del
salón. De inmediato, sintió la caricia de la brisa nocturna contra su
cara y el placentero olor a mar inundando sus fosas nasales.
Permaneció inmóvil durante un buen rato, limitándose a fijar la
vista en el oscuro horizonte marino e intentando —sin demasiado
éxito— extraer de la mente a la causante de sus inquietudes. No
comprendía cómo era posible que le estuviera sucediendo aquello
en aquel preciso momento de su vida. Ella, que siempre se había
jactado de dominar sus emociones y de ser poco dada a
experimentar impulsos meramente pasionales, era incapaz de evitar
que el pulso se le acelerara cada vez que su anfitriona le dedicaba
una de sus sonrisas.
—¡Joder! —exclamó en voz alta, pateando con furia en el aire un
objeto imaginario.
Un sonido, apenas perceptible, amenazó con paralizarle el
corazón. Giró el cuerpo con rapidez hacia su lado derecho.
Descubrió que no estaba sola; su anfitriona se encontraba
cómodamente instalada en una de las hamacas, observándola con
aire divertido sin dejar de acariciar a Nerón, que también parecía
examinarla con interés.
—¿Insomnio? —preguntó Bianca con una ceja alzada.
—La verdad es que sí… —balbuceó al conseguir reaccionar ante
su sorprendente presencia.
No había imaginado que podría tener compañía y menos aún la
suya.
—¡Pues ya somos dos! Aunque yo siempre he sido de poco
dormir —dijo la chica encogiendo los hombros con resignación.
La penumbra de la noche le regalaba un poco de misterio a su
rostro y el fino pijama que llevaba dejaba entrever la curva de su
pecho.
No le mires justo ahí, joder.
—En realidad, me he despertado de una especie de… pesadilla.
Luego ya no podía volver a dormirme —aclaró tímidamente,
sintiéndose obligada a dar algún tipo de explicación.
—¿Pesadilla? ¿En qué consistía exactamente? —curioseó
Bianca encogiendo las piernas.
Dio unas palmaditas sobre el colchón de la tumbona en un gesto
dirigido ella, que aceptó la propuesta tomando asiento a su lado,
aunque a prudente distancia.
Mejor no te lo cuento.
—Tampoco me acuerdo demasiado bien… —mintió desviando la
mirada y considerando que cuanto antes cambiara el tema de
conversación, mejor.
—Has retirado la vista mientras te tocabas la nariz… —indicó la
italiana con perspicacia—. Es un gesto que sugiere el hecho de
estar mintiendo, ¿lo sabías?
—¿En serio? —preguntó a su vez con fingida inocencia mientras
se forzaba a mantener la vista fija en su interlocutora, sin pestañear
siquiera.
—En serio… —afirmó Bianca ladeando la cabeza
pensativamente.
Una vez más, no pudo de dejar de admirar su esplendorosa
belleza, desde aquellos ojos oscuros de profunda mirada hasta una
boca que parecía adoptar una permanente mueca burlona.
—¿Sabes una cosa? —continuó diciendo la italiana tras emitir un
hondo suspiro y echar relajadamente los brazos hacia atrás—. A
veces me encantaría que fuéramos más dados a quitarnos las
caretas y a expresarnos con total libertad, sin miedo a las posibles
consecuencias.
¿Cómo?
—¿A qué te refieres exactamente? —preguntó de forma
automática, tratando al mismo tiempo de controlar las palpitaciones
que, de pronto, parecían golpear alocadamente y de manera rítmica
su pecho.
—A todo y a nada en particular…
Bianca fijó la vista en el amplio y estrellado firmamento.
—¿Y, en particular, sobre qué tema querrías expresarte con
libertad? —insistió por completo intrigada. Percibía que su anfitriona
se estaba refiriendo a algo muy concreto que, además, tenía que ver
con ella.
—Mi padre dice que algunas preguntas solo deben plantearse
cuando una está segura de querer saber la respuesta… —respondió
Bianca clavando la vista en ella a modo de lo que le pareció una
advertencia.
Era obvio que, a no ser que estuviera malinterpretando por
completo la situación, Bianca Ricci le estaba enviando un mensaje
no del todo codificado. Por unos instantes, se debatió entre recoger
el guante y salir de dudas o, por el contrario, jugar al despiste y
obviar el tema.
Menudo dilema. Su sentido común le ordenaba finalizar aquella
conversación cuanto antes, pero un poderoso impulso le impedía
obedecer. Tan solo el recuerdo de Fran consiguió que la balanza se
inclinara hacia la opción que consideró más sensata. Decidió apartar
la mirada de su anfitriona.
—Tu padre es un hombre sabio, sin duda alguna.
—Él así se considera, desde luego.
—Será mejor que vuelva a la cama e intente dormir de nuevo —
se excusó levantándose y recolocándose la camiseta del pijama
algo nerviosa.
—Buenas noches —se despidió Bianca con una expresión de
cierta frialdad ¿y de decepción, quizá? antes de fijar de nuevo la
vista en el horizonte.
Tuvo la tentación de sentarse de nuevo y quedarse un rato más,
pero consiguió descartar el impulso. Se obligó a dirigirse a su
dormitorio sin demora.
Aquella noche apenas consiguió pegar ojo. Más de una vez tuvo
que controlar el casi irresistible deseo de salir de nuevo al porche y
comprobar si Bianca seguía allí, todavía inmersa en sus
pensamientos. Sabía que había hecho lo correcto, aunque lo que no
entendía muy bien era por qué, entonces, se sentía tan mal.
CAPÍTULO 13.
Valeria levantó la vista de la revista de historia que llevaba un
buen rato tratando de leer sin demasiado éxito. Las guerras púnicas
no conseguían acaparar su atención por mucho empeño que
pusiera en ello y la culpable de su escasa concentración se
encontraba tumbada frente a ella, bebiendo distraídamente un
refresco de cola en animada conversación con Eva, que se secaba
el pelo con una toalla de playa, aún mojado por su reciente baño en
la piscina.
Una vez más, se preguntó por qué Bianca se había pasado el día
prácticamente ignorándola. Seguía siendo extremadamente cortés y,
por supuesto, una excelente anfitriona, pero la camaradería que
había florecido tímidamente entre ambas durante los últimos días
parecía haber desaparecido casi por completo. Era como si, de
pronto, la italiana hubiese perdido cualquier tipo de interés en
estrechar lazos con ella. Aunque su conducta era bastante sutil,
Valeria lo había notado rápido.
Se preguntó si su comportamiento tendría algo que ver con la
extraña conversación que habían mantenido la madrugada anterior.
Algo le decía que sí. En cualquier caso, su actitud empezaba a
irritarla. Pensó que quizá debería hablar con ella, pero dudaba que
fuese buena idea, pues era obvio que Bianca podía llegar a ser muy
hermética. Además, ni siquiera sabría qué decirle exactamente.
Observó de reojo cómo la italiana se levantaba para darse un
chapuzón en la piscina. Tenía un cuerpo de proporciones
armoniosas, con una espalda bien formada que terminaba en unas
caderas algo estrechas. Se desplazaba con extremada elegancia
por medio de movimientos ágiles y coordinados, como si fuera ajena
a la posibilidad de cometer cualquier mínima torpeza. Incluso la
manera en la que se tiraba de cabeza al agua reflejaba un control
corporal absoluto.
Retiró la mirada molesta consigo misma, reprendiéndose
mentalmente por estar pendiente de lo que hacía o dejaba de hacer
su anfitriona. Se levantó de la hamaca para encaminarse a la cocina
sin poder disimular del todo el gesto de frustración. Necesitaba
beber un poco de agua y refrescar un poco sus ideas.
—Sister!, si vas a la cocina tráeme algo de merienda, porfi… —
Escuchó la voz implorante de su hermana a las espaldas. Era obvio
que Cat estaba en su salsa durante aquellas vacaciones.
—¿Qué quieres? -—preguntó, resignada, dando media vuelta de
mala gana.
—Un sándwich de jamón y queso me vale, con pan integral
tostado. ¡Ah, y con un poquito de mantequilla untada!
—¡Sí, claro…! —farfulló por lo bajo alejándose de nuevo. En
realidad, tampoco entendía por qué estaba de tan mal humor.
Preparó el emparedado con algo de descuido, colocando el
jamón sin demasiada delicadeza y olvidándose por completo de la
mantequilla. De vuelta a la zona del porche, su mirada tropezó con
el ajedrez magnético que habían utilizado en el avión. Lo cogió sin
pensárselo dos veces, intuyendo que la competitividad de la italiana
era la mejor manera para obligarla a que interactuara de nuevo con
ella.
—Gracias, sister, pero no pensarás que voy a jugar contigo a
eso, ¿verdad? Ya sabes que me aburre demasiado —dijo Cat en
cuanto le acercó su sándwich.
Nunca se le hubiera ocurrido semejante idea; su hermana era un
auténtico paquete en el ajedrez.
—Tranquila, que no.
Se acercó con paso decidido a Bianca, que acababa de salir de
la piscina y se secaba bajo los últimos rayos del sol de la tarde.
—Creo que me debes la revancha…
Señaló con la vista el juego que llevaba entre las manos. La otra
chica pareció considerar su propuesta durante unos instantes antes
de responder con una sonrisa perversa:
—¿Por qué no…?
No hubiese sido muy cortés por parte de su anfitriona haber
declinado su oferta y, si algo tenía claro acerca de Bianca Ricci, era
que poseía un sentido de la educación más que acusado.
Comenzó a colocar las piezas en el tablero lanzando vistazos
rápidos a la italiana. Mantenía un gesto inescrutable, como si se
esforzara en conservar cierta impasibilidad, por lo que decidió
pincharla un poco y observar cómo reaccionaba.
—Sabes que vas a perder, ¿verdad?
—¿Tú crees…? —replicó de inmediato su anfitriona con una
chispita de diversión asomando a sus ojos.
—¡Por supuesto que sí! —aseguró con una confianza no del todo
genuina.
Llevaba varios días dando vueltas a la partida que había perdido
durante la travesía en avión. Hacía tiempo que nadie le ganaba tan
fácilmente. No había imaginado ni de lejos el buen juego de su
contrincante, aunque ahora ya lo conocía y podía actuar con más
precaución.
—Muy bien, te dejo las blancas, Kaspárov… —manifestó Bianca
con benevolencia.
Era obvio que se consideraba imbatible.
¡Presuntuosa!
—No gracias, las blancas para ti —contestó con un gesto galante
de mano. En aquella ocasión, prefería no ser ella quien ejecutara el
primer movimiento.
La partida se desarrolló en absoluto silencio y con total
concentración, ajenas a la conversación de las otras dos, que
aprovecharon el momento para enviarse mensajes de voz con los
helenos del Carpe Diem utilizando un programa de traducción
bajado de internet.
Enseguida constató que la italiana jugaba constantemente a la
ofensiva. Parecía estar impaciente por ganar antes de tiempo, cosa
que, como buena jugadora que era, debía saber que era la mejor
manera de perder. Aun así, era una contrincante temible, por lo que
tuvo que echar mano de su mejor juego antes desplazar el caballo
por el tablero en un movimiento que, a la larga, sabía que le haría
triunfar.
A partir de aquel instante, la expresión de intranquilidad de su
rival fue en aumento y, cuando tiempo después, la italiana le ofreció
tablas, no las aceptó. La tenía acorralada y no tenía intención de
detenerse hasta conseguir su rendición.
—Enhorabuena… —dijo Bianca finalmente en tono de
desconcierto, como si le costara asumir la derrota.
Era evidente que no estaba acostumbrada a perder y algo le
decía que era algo que se podría aplicar a todas y cada una de las
facetas de su vida.
—¡Te lo dije! —exclamó con una arrogancia algo ajena a su
verdadera naturaleza. Por algún motivo sentía el irresistible impulso
de irritar a su anfitriona.
—¿Jugamos otra? —propuso Bianca con un ramalazo de fastidio
en la voz. Debía estar impaciente por resarcirse de la reciente
derrota.
—Mañana, mejor —respondió con una sonrisa de
autocomplacencia, levantándose al mismo tiempo para dar mayor
énfasis a sus palabras.
—Como quieras…
Vaya, vaya. Ni le gusta perder, ni le gusta que le digan que no.
—¿Quién ha ganado? —preguntó Cat, curiosa, al ver que su
hermana se aproximaba al borde de la piscina con una expresión
triunfal en el rostro.
—Pues yo, ¿quién iba a ser? — dijo Valeria, conteniendo a duras
penas la risa al observar a la italiana, que se acercaba con gesto de
resignación—. La próxima vez tendré que jugar a medio gas, para
que no se desanime…
Se dejó llevar por el infantil impulso de regocijarse en su victoria.
Sin embargo, no pudo seguir hablando porque un violento empujón
la hizo caer a la piscina con zapatillas y todo.
Salió escupiendo agua y escuchando las alegres carcajadas de
Cat y de Eva, que seguían divertidas la escena. Por un instante, no
supo muy bien cómo reaccionar, pero un incontrolable ataque de
risa la obligó a sujetarse al bordillo antes de acabar completamente
atragantada. Bianca se alejaba de allí con una expresión
imperturbable, como si nada extraño hubiese ocurrido.
Bianca entró en la casa haciendo caso omiso de las risas de sus
tres invitadas y tratando de aplacar la repentina e inexplicable ira
que se había adueñado momentáneamente de ella.
¿De verdad la he empujado vestida a la piscina?
Intentó recordar, sin éxito, la última vez que había cometido un
acto tal infantil. En realidad, no sabía qué era lo que la había puesto
tan furiosa, si el inesperado hecho de perder o el evidente
cachondeo que parecía traerse aquella idiota a su costa.
¡Si ni siquiera había querido jugar aquella estúpida partida, por
favor! Llevaba todo el santo día cumpliendo a rajatabla el plan que
tan concienzudamente había trazado: ser educada y agradable con
ella, pero sin estrechar confianzas. Total, ¿para qué? Era obvio que,
en cuanto regresaran a Madrid, cualquier contacto con la arquitecta
no dejaría de ser esporádico y, probablemente, profesional.
Además, lo más seguro era que siguiera con su vida, con sus planes
de boda y con el cursi de su novio...
¡Puaj!
Siendo sincera consigo misma, era esto último lo que de verdad
la llevaba de cabeza. La casi certeza de que Valeria se encontrase
fuera de su alcance le exasperaba cada vez más y el hecho de tener
la singular impresión de que entre ambas existía una especie de
fascinación mutua no hacía más que terminar de confundirla y
empeorar la situación.
Se sentía como un niño admirando su juguete favorito a través
de un acristalado escaparate sabiendo a ciencia cierta que, por
mucho que lo deseara, jamás lo conseguiría.
Cerró los puños con fuerza mientras intentaba controlar el
molesto sentimiento de frustración con el que parecía estar
condenada a lidiar en los últimos tiempos, maldiciendo por primera
vez el día en el que la arquitecta había irrumpido en su vida.
Un ruido a sus espaldas le hizo dar media vuelta. Valeria se
acercaba descalza con una toalla en la cintura, afanándose en
peinarse el empapado cabello con las manos.
—¡No sabía que tenías tan mal perder…! —Su tono de voz
contrastaba con el brillo juguetón de aquella mirada verdosa.
—Solo cuando sé que puedo ganar —replicó de inmediato con
los brazos cruzados.
Y era cierto. Era consciente de haber perdido, además de por el
buen juego de su adversaria, por un evidente exceso de confianza.
De todos modos, algo le decía que no estaban hablando
exclusivamente de ajedrez.
—¡Guau! Deberías tener cuidado, ¡dudo que tanta arrogancia
sea buena para la salud! —señaló Valeria apoyando
desenfadadamente los codos en la isla de la cocina. Parecía
divertirse bastante ante su irritación—. Y, por cierto, ¿lo de tirar a la
ganadora al agua es una costumbre de por aquí?
—¡Tranquila, solo mía! —aclaró manteniendo una expresión algo
sombría y sin la menor intención de pedir disculpas. Estaba
empezando a molestarle la actitud de su invitada.
Durante largos segundos ninguna hizo amago de añadir nada
más. Se limitaron a comunicarse soterradamente con un cruce de
miradas algo desafiante rodeadas de un ambiente que se colmaba
de extrañas corrientes eléctricas.
Valeria dejó escapar un elocuente suspiro antes de proponer:
—¡Está bien! ¿Te parece si hablamos de ello de una vez…?
—¿A qué te refieres?
La adrenalina comenzó a recorrer veloz por todo su cuerpo.
Enseguida se obligó a reaccionar con cautela al recordar la esquiva
actitud con la que se había comportado la arquitecta la madrugada
anterior. Valeria removía su cuerpo con inquietud, apartando la
mirada algo cohibida. Parecía no saber muy bien qué decir ni cómo
actuar. Incluso estuvo a punto de acudir en su rescate, pero decidió
contenerse y esperar.
¡Habla de una vez!
—Pues a… —empezó a decir, mirándose los pies con repentino
interés y buscando, quizá, las palabras adecuadas. Sus ojos
rogaban—. ¡Sabes perfectamente a lo que me refiero!
El momento se vio interrumpido por la inoportuna presencia de
Cat, que entraba en la cocina con el teléfono móvil en la mano en
busca de su hermana.
—¡Sister!, ponte al teléfono, que es mamá. Ya le he contado que
has cabreado a nuestra anfitriona y que te ha tirado a la piscina —
anunció con desfachatez guiñando alegremente un ojo a Bianca,
que respondió de forma silenciosa con una sonrisa algo forzada.
¿De verdad había salido por fin el tema? El corazón le
martilleaba con fuerza el pecho a pesar del profundo alivio que
experimentaba. Así que, al fin y al cabo, cabía la enorme posibilidad
que no fuesen fantasías suyas; algo estaba ocurriendo entre ellas
de forma recíproca. Aun así, una inquietante y repentina duda
consiguió amargarle la fiesta de mala manera: ¿y si Valeria se
estuviera refiriendo a otro asunto?
No puede ser.
Reflexionó sobre ello mientras contemplaba a su invitada alejarse
por el jardín hablando por teléfono.
No, no podía tratarse de otra cosa a no ser que Valeria de Luna
fuera rematadamente imbécil, cosa que, a priori, descartaba.
En cualquier caso, no tenía intención de pasar otra noche con la
duda.
Desde luego que no.

Eran apenas las doce y media de la noche cuando las cuatro


amigas se despidieron al pie de las escaleras antes de dirigirse a
sus respectivos dormitorios. El día había sido largo y la somnolencia
parecía haber hecho mella en Cat y en Eva, que llevaban un buen
rato con bostezos mal disimulados. Por el contrario, Valeria estaba
bien espabilada y sin poder quitarse de la cabeza el breve
intercambio de palabras que había mantenido con Bianca hacía
unas pocas horas.
Entró en su habitación intentando dilucidar el significado de la
mirada que le había dedicado la italiana tras darle las buenas
noches. Por cada minuto que pasaba se arrepentía un poco más de
haberse dejado llevar por aquella estúpida proposición de “hablar de
ello de una vez”. Madre de Dios, ¡con lo guapa que estaba callada!
Ahora, ¿qué le iba a decir? ¿Qué había tenido un sueño erótico muy
poco decoroso con ella? O, peor aún, ¿admitir que le atraía?
Pero ¿tú te estás escuchando?
Lo mejor sería olvidarse y dejarlo correr, volver a Madrid, a su
vida cotidiana, y dedicarse a ultimar los detalles de su boda con
Fran, el hombre de su vida.
Eso es.
Se puso el pijama tratando de no darle más importancia al asunto
por mucho que su cerebro se obstinase en jugarle malas pasada
mostrándole la imagen de Bianca Ricci constantemente en todos y
cada uno de sus pensamientos.
El brillo de la pantalla de su teléfono móvil se iluminó anunciando
la llegada de un mensaje. Se acercó a leerlo con prisa, sabiendo
instintivamente la identidad de quién lo había enviado aún antes de
comprobarlo.
Bianca R:
Te espero en la piscina.
Era un mensaje imperativo, propio de ella, como si tuviera la
certeza de que jamás recibiría una negativa por respuesta. Su lado
más indómito y rebelde le obligó a esperar unos minutos antes de
contestar. Nunca le había gustado asumir órdenes. Además, algo le
decía que no era del todo buena idea bailar al son que marcara
Bianca Ricci.
Se dedicó a cepillarse el pelo y a vestirse de nuevo mientras una
sonrisa iluminaba su rostro al imaginar a su anfitriona pendiente del
móvil con los nervios que regalaba un mensaje marcado como leído
desde hacía ya un buen rato. Cuando decidió responder, lo hizo con
dos escuetas palabras:
Ahora voy.
Se dirigió sigilosamente al porche para no despertar a Cat,
aunque, tal y como la había visto, lo más probable era que estuviera
ya en el séptimo sueño.
La encontró nada más salir. Estaba de pie al borde la piscina con
las manos metidas en los bolsillos de sus shorts y un gesto de
impaciencia en el rostro. Era evidente que no estaba acostumbrada
a que la hicieran esperar.
—¿Si me acerco corro peligro de que me tires otra vez al agua?
—se forzó a preguntar tratando de quitar hierro a la situación e
intentando dominar un nerviosismo del que no conseguía
desprenderse.
La italiana relajó los hombros antes de esbozar una media
sonrisa.
—De momento, no. Aunque nunca se sabe…
—Cierto, ¡nunca se sabe! —repitió con ironía, acercándose a ella
hasta quedar apenas a un metro de distancia.
La luz de la luna le permitía observar a la perfección la expresión
reservada de Bianca. Parecía tranquila, pero rápido advirtió que
cambiaba el peso de una pierna a otra en un movimiento de
expectación.
Se obligó a mantener la mirada fija en ella, ignorando a duras
penas el espeluznante calambre que notaba en la base de la
espalda.
—Hablemos… —propuso Bianca fijando la vista en el agua de la
piscina. Le pareció que, por primera vez desde que la conocía, se
encontraba algo cohibida.
Y ahora, ¿qué hago?
No tenía ni idea de cómo enfocar el asunto. ¿Qué podía decir?
“Me gustas, pero me caso en un par de meses, así que
olvidémoslo”.
Coño.
—De acuerdo… —dijo agachándose al borde de la piscina hasta
meter la mano dentro el agua, sin otra pretensión que la de ganar
algo de tiempo. Se había quedado completamente en blanco. Con
un tono apenas perceptible, solo lo suficiente como para que Bianca
lo oyera, murmuró—: ¡Qué complicado!
—Creo que, a veces, somos nosotros mismos quienes hacemos
las cosas más complicadas de lo que en realidad son…—consideró
Bianca. Se agachó también para sentarse a su lado con las piernas
cruzadas.
La observó de reojo, preguntándose si llegaría el día en el que
conseguiría ser inmune al extraño hechizo que parecía ejercer sobre
ella aquella mujer.
—Pero otras veces son bastante complejas...
—¿Es esta una de ellas? —preguntó Bianca con la cabeza
ligeramente ladeada. Ya se estaba acostumbrando a aquel gesto.
—Esta es una de ellas, sí.
—¿Por qué?
—Estoy segura de que tu padre también dice aquello de “no
preguntes algo cuando ya conoces la respuesta”.
—Pues eso, concretamente, no lo dice. ¿Qué tal si lo sueltas de
una vez?
—¡Está bien, como quieras! No solo tengo novio, sino que,
además, estoy comprometida… Y soy de las que respetan los
compromisos.
Ya lo he dicho.
Más clara no podía ser. Había expuesto sus cartas sobre la mesa
con total honestidad, en una especie de “sí, pero no puedo”.
—¡Entendido! Y yo soy de las que, en un momento dado, pueden
respetar los compromisos ajenos. Mientras existan, claro está —
declaró Bianca sonriendo burlonamente en una soterrada
declaración de intenciones.
Un hondo estremecimiento la sacudió con violencia tras escuchar
las palabras de la italiana, aunque no podría decir si se trataba de
una reacción corporal de puro deleite o, por el contrario, de
auténtico pánico.
Estuvo a punto de recalcar que su compromiso era más que
firme, pero por alguna extraña razón no lo hizo y se limitó a
comentar:
—Bueno, pues ya lo hemos hablado…
—Me queda una duda.
—¿Qué duda? —preguntó intrigada comenzando a dibujar
nerviosamente con el dedo circulitos en la superficie del agua.
—¿Conseguiste ver el cisne? Me refiero a la constelación, el día
del cumpleaños de Eva —aclaró Bianca al observar la cara de
desconcierto de su invitada. Era evidente que poseía la increíble
capacidad de confundirla de manera casi constante.
—¿Quedo muy mal si te digo que no? —respondió esbozando
una sonrisa.
—¡Ya me parecía a mí…!
—¿Esa era tu duda? ¿Alguna más?
—Ninguna más. El resto lo tengo bastante claro —respondió la
chica con una expresión en el rostro que no pudo descifrar.
—De acuerdo… —murmuró algo confundida. Imaginaba que su
anfitriona tendría ideas al respecto, pero no parecía tener intención
de comentar nada más.
—¿Tienes sueño?
—La verdad es que no…
—¿Te apetece dar un paseo por la playa?
La proposición era demasiado tentadora como para rechazarla y
la suave brisa mediterránea y el sonido de las olas invitaban a
aproximarse al mar.
—Claro…
¿Por qué no? Tampoco estoy haciendo nada malo.
El tacto de la arena bajo sus pies descalzos resultaba muy
agradable y el paseo por la desértica playa a aquellas horas de la
noche con Bianca Ricci como acompañante le generaba
sensaciones tan placenteras como inquietantes.
Ninguna de las dos volvió a hacer alusión al motivo que las había
llevado a aquella insólita cita, como si nada fuera de lo común
hubiese ocurrido entre ambas. Aun así, tenía la extraña sensación,
para bien o para mal, de haber cruzado a un territorio del que no
podría regresar.
Estaban ya a mitad del recorrido cuando Bianca giró
repentinamente la cabeza hacia atrás y, sin detenerse, susurró en
tono apremiante:
—¡Corre!, dame la mano…
Obedeció por puro instinto, analizando a la vez las alarmantes
posibilidades que cruzaban su cabeza a velocidad de vértigo.
—¿Qué pasa? —consiguió decir con un hilo de voz, sin atreverse
siquiera a mirar a sus espaldas.
—¡Nada!, simplemente me apetecía —aclaró la italiana
sonriendo con desfachatez y recuperando de nuevo su habitual tono
de voz.
—¡Pero bueno! —exclamó, indignada—. ¿Tú sabes el susto que
me has dado?
Intentó en vano soltarse de la mano de Bianca, que la sujetaba
con fuerza.
—¡Era una broma…! Además, pasear de la mano es algo
inocente, yo creo que está dentro del respeto a tu compromiso —
dijo sin molestarse en ocultar la evidente sorna de sus palabras.
Pocas cosas haría Bianca en su vida que pudieran ser calificadas
como inocentes. De todos modos, no pudo evitar considerar que el
gesto había tenido su gracia.
—¡Qué graciosa! Y ahora, si no te importa, suéltame… —se vio
obligada a exigir, siguiendo por fin los consejos del poco sentido
común que pudiera quedarle aquella noche.
—¿Por? ¿Acaso te doy miedo? —preguntó Bianca antes de
comenzar a caminar de nuevo tirando de ella y haciendo caso omiso
de su petición.
—No digas bobadas… —replicó, dándose por vencida.
Reanudó el paso colocándose a su altura hasta casi rozarle el
hombro e intentando no dar importancia al perturbador hecho de
estar paseando por la playa en plena madrugada agarrada de la
mano de Bianca Ricci.
Nunca consiguió recordar con nitidez la conversación que
mantuvieron después porque su cerebro parecía empeñado en
concentrarse únicamente en cada centímetro de su piel que estaba
en contacto directo con la mano izquierda de su acompañante. No
podía con claridad y olvidaba todo excepto el momento mismo que
estaba viviendo.
Al regresar a la casa tuvo la sensación de que apenas habían
transcurrido unos pocos minutos desde su partida, aunque
imaginaba que, como poco, habría pasado al menos una hora.
—Bien… —comenzó a despedirse Bianca con una expresión en
el rostro algo apesadumbrada—. Te devuelvo tu mano.
—¡Sana y salva, además! –exclamó, tratando de bromear y
eliminando así cualquier atisbo de trascendencia.
Porque no la tiene, ¿verdad?
—Buenas noches, que duermas bien —le deseó la italiana
cediéndole el paso educadamente al interior de la casa.
—Buenas noches.
Aquella madrugada tardó lo suyo en poder conciliar el sueño,
pero cuando finalmente lo consiguió, se abandonó con la insólita
sensación de tener una profunda quemadura en su mano derecha
que, para su sorpresa, no le dolía…
CAPÍTULO 14.
Despertó al recibir unos cabezazos reiterados y poco agradables
en la mandíbula propinados por Nerón, que parecía empeñado en
rescatar a su dueña de los brazos de Morfeo.
Abrió los ojos con parsimonia, estirando mecánicamente un
brazo hasta alcanzar su teléfono móvil y comprobar la hora. Eran
casi las once. Hacía tiempo que no se despertaba tan tarde, aunque
no le extrañaba teniendo en cuenta las horas a las que se había
acostado la madrugada anterior.
De inmediato, recordó lo ocurrido en su encuentro nocturno con
la arquitecta y una sonrisa de satisfacción asomó a su rostro. Por fin
había conseguido confirmar que, de una manera u otra, Valeria se
sentía atraída hacia ella.
Sin duda. Hay peores maneras de comenzar el día.
Claro que también estaba el pequeño detalle de que su invitada
hubiera manifestado, desde el minuto uno, su nula intención de
mover un dedo al respecto. Todo ello sin mencionar el fastidioso
hecho de que continuaba estando igual de comprometida que antes.
Ese sí que es un gran inconveniente.
Se levantó de la cama con el ceño fruncido. Se desprendió del
pijama con rabia antes de encaminarse al cuarto de baño.
Necesitaba meditar y ordenar sus ideas, así que decidió darse una
larguísima ducha en la que dejó que el agua cayera mansamente
sobre su cuerpo mientras perfilaba la estrategia a seguir. Era
evidente que se enfrentaba a una especie de larga partida de
ajedrez en la que un solo movimiento equivocado podría dar al
traste con todas sus intenciones, algo que, por descontado, debía
evitar.
Pensándolo bien, concluyó que podría ser incluso divertido. Por
fin había encontrado un desafío digno de ella. Al fin y al cabo,
conseguir que una boda se fuera al traste con tan poco margen de
tiempo no era, precisamente, una tarea fácil. Además, comprendía
la dificultad que entrañaba el sacar a Valeria del firme esquema
mental en el que, probablemente, tendría programada su vida.
Difícil, pero no imposible.
Se vistió rápidamente con unos shorts color caqui y una camiseta
blanca antes de bajar a la cocina. Se encontró allí a sus tres
invitadas, que la esperaban tomando café.
—¡Por fin despertó la bella durmiente! —exclamó Cat levantando
su taza de café como si estuviera brindando en honor de la recién
llegada.
—¿Pero tú no era que sufrías de insomnio? Llevamos más de
una hora preparadas y listas para la excursión —se quejó Eva
comprobando la hora de su reloj con impaciencia.
Habían dejado el último día del viaje para ir hasta Taormina, un
increíble lugar al noreste de la isla que Bianca conocía bien.
—¡Haber venido a buscarme! Menos mal que Nerón debía de
estar aburrido y le ha dado por despertarme… —replicó abriendo la
nevera para servirse un vaso de leche. Pensó en el hecho de que
Valeria no hubiera abierto la boca excepto para musitar un “hola”
apenas audible mientras miraba atentamente su taza de café.
—¡No me puedo creer que duermas con ese monstruo! A mí me
despierta un bicho así y lo mismo me voy al otro barrio del susto —
criticó Eva formando un amplio arco con las cejas.
—Hagamos la prueba mañana, a ver qué pasa… —replicó
Bianca con cierta sorna.
—¡Pero si es monísimo! —dijo Cat en defensa del felino—. Tan
solo tiene cara de malo, pero de eso no tiene la culpa. ¿A que no,
sister?
—Yo creo que tiene un aire a su dueña… —respondió ella
levantando su verde mirada hacia Bianca, que terminaba el vaso de
leche con premura.
¿Qué tacto tendrá ese hoyito que tiene en la barbilla? Esperaba
averiguarlo algún día. Aquello y algunas cosas más.
—Bueno, ¿qué tal si vamos arrancando? —propuso Eva,
siempre práctica, consultando de nuevo el reloj al constatar que su
anfitriona daba por terminado el frugal desayuno.
Arrancaron el Jeep una vez hubieron ocupado los sitios de
costumbre. Valeria se encargó de amenizar el viaje sintonizando
emisoras de música locales mientras Bianca les hablaba de la
historia de la ciudad y de las ruinas que iban a visitar.
Ya en el destino, la mañana transcurrió prácticamente volando.
Recorrieron las calles de la localidad visitando sitios como el teatro
griego, la todavía conservada muralla medieval o la famosa puerta
de Messina, lugar en el que aprovecharon para tomarse numerosas
fotografías.
Comieron en un pequeño restaurante en el que el maître
reconoció a Bianca de inmediato y les ofreció la mejor mesa de la
terraza, con vistas al mar, deshaciéndose en atenciones hacia las
cuatro chicas.
—Está claro que aquí te conocen bien… —señaló Cat con la
vista perdida en el bellísimo mar Mediterráneo.
—¡Podría acostumbrarme a venir más veces a esta isla, la
verdad! Nos dejamos invitar cuando quieras… —intervino Eva
guiñando un ojo a la italiana con cierto descaro. Al igual que las
demás, estaba disfrutando cada segundo de aquel viaje.
—Cuando queráis repetimos, por supuesto… —comentó Bianca
observando de reojo a una Valeria que no parecía tener intención de
hacer comentario alguno al respecto.
—¡No nos lo digas dos veces! —exclamó Cat alegremente antes
de abrir la carta y examinarla con detenimiento.
Comieron una deliciosa pasta alla norma y alla trapanese
mientras charlaban alegremente. A Bianca le gustaba el ambiente
de camaradería que había proliferado entre las cuatro durante los
últimos días. Observó que Valeria comía relajada y reía los
chistosos comentarios de las demás, muy al contrario de la tensa
actitud mantenida en los escasos momentos en los que se había
quedado a solas con ella durante la visita turística por la ciudad.
Imaginaba que lo ocurrido la madrugada anterior repercutía, de
alguna manera, en su comportamiento.
Me va a costar derribar esas barreras.
Era ya bien entrada la tarde cuando accedieron al antiguo teatro
greco-romano de la localidad. El monumento resistía con gran
valentía el paso de los siglos. Caminaron entre las ruinas
escuchando atentamente las explicaciones de Bianca sobre su
construcción en la época helenística y su reconstrucción en tiempos
de la dominación romana. Siempre le había gustado la historia y no
era la primera vez, ni sería la última, que visitaba aquella
impresionante construcción.
Finalizado el recorrido y una vez se hubieron cansado de hacer
fotos a diestro y siniestro, Valeria propuso subir de nuevo a la parte
más alta de la edificación para echar un último vistazo a la increíble
panorámica que desde allí se desfrutaba.
—Yo ya he tenido suficiente, sister. Me ha encantado el sitio,
pero estoy asada de calor y necesito una bebida bien fría.
—Yo también necesito beber, estoy sedienta —intervino Eva
quitándose por un momento la gorra y abanicándose con ella—. Id
vosotras. Os esperamos abajo tomando algo.
—Vale, nos vemos en un rato —aceptó Bianca mirando de
soslayo a su compañera, que asintió brevemente con la cabeza
antes de comenzar el ascenso por las escalinatas de piedra.
Subieron en silencio y sin detenerse hasta alcanzar la cima. Se
sentaron en el último escalón y permanecieron unos segundos
admirando las vistas antes de que Bianca sacase un botellín de
agua de la pequeña mochilita que llevaba en la espalda.
—¿Quieres? —ofreció desenroscando el tapón de la botella y
haciendo caso omiso a su habitual rechazo a compartir con alguien
más su bebida.
—Creía que eras escrupulosa… —comentó Valeria, como buena
observadora.
—No con todo el mundo —aclaró con una sonrisa. Cualquier
escrúpulo con ella estaba descartado por completo.
Valeria pareció considerar su ofrecimiento durante unos breves
instantes antes de agarrarlo con decisión y llevárselo a los labios.
Bianca bebió después con la sensación de que aquello era, por el
momento, lo más parecido a un beso que podría tener con su
acompañante. Aunque el agua no estaba fría, le supo
increíblemente bien.
Por primera vez, se preguntó sobre la verdadera naturaleza de
sus sentimientos hacia ella. Hasta aquel preciso instante no se
había detenido a reflexionar demasiado sobre ello porque no
parecía del todo sensato plantearse semejante cuestión cuando ni
siquiera estaba segura de poder conseguir un solo beso.
Decidió olvidarlo y disfrutar del momento contemplando la
magnífica vista de la edificación que tenía a sus pies con Valeria de
Luna sentada a su lado.
—Si estuviera aquí Napoleón, diría: “veintitrés siglos de historia
os contemplan” —dijo con voz grave, parafraseándolo.
—Quizá… —Se colocó un mechón rebelde tras la oreja con la
mirada perdida en las ruinas—. La verdad es que esta isla es
impresionante. Tiene algo que te atrapa y te hace querer volver.
—¡Lo sé! Aunque puede que tengas esa impresión por la
excelente compañía en la que te encuentras en estos momentos —
señaló con los hombros encogidos.
—¡Puede ser! —exclamó Valeria tras soltar una carcajada—.
Aunque yo podría decirte lo mismo…
La mueca que hizo acentuó el irresistible hoyito que marcaba su
mentón. Parecía evidente que le costaba relajarse cuando se
quedaban a solas, pero cuando lo conseguía, la química que fluía
en el ambiente tenía la fuerza de un glaciar fragmentado por el calor
del sol.
—¡Por supuesto!, no lo niego. De las dos, no soy yo la que
pretende hacer como si nada ocurriese… —declaró Bianca con una
entonación casual, la misma que utilizaría para comentar el estilo
corintio de las columnas del teatro o la cantidad de turistas que
recorrían, en aquella época del año, cada rincón de la isla.
—Es que, en el fondo, no ocurre nada —replicó Valeria tras unos
instantes de vacilación. Se pasó nerviosa el pulgar por los labios—.
O no va a ocurrir nada, si prefieres que lo diga así.
No estés tan segura.
—¡Guau, ya veo que tienes el poder de la predicción! —exclamó
sin molestarse en ocultar una nota de disgusto en la voz.
—¡Y yo veo que no te tomas bien que las cosas no salgan como
tú deseas!
Aunque tenía que reconocer que lo que decía era una verdad
como un templo, aquello no impedía que la frase le escociera lo
suyo.
Respiró un par de veces tratando de contener la irritación que
comenzaba a experimentar. Aún recordaba las rabietas que había
sufrido de niña cuando algo se le negaba, consecuencia, quizá, de
la permisiva educación recibida por parte de sus padres. Le había
costado bastante superar aquella actitud, pero era inevitable que, en
ocasiones, sintiera el mismo tipo de frustración.
Joder, ¡que ya no tengo siete años!
Consiguió dominarse tras reprenderse mentalmente por no saber
encajar de forma más filosófica aquellos pequeños reveses que,
inevitablemente, asestaba la vida. De todas maneras, comenzaba a
dudar seriamente de que una negativa definitiva por parte de Valeria
pudiera llegar a calificarse como un “pequeño revés”.
Decidió recomponerse y sacar la mejor de sus sonrisas antes de
replicar en tono cortés:
—¡Es posible!, aunque estoy trabajando en ello. ¿Te parece si
vamos en busca de las otras?
Iniciaron la bajada de la larga escalinata en riguroso silencio y
sumidas en sus propias cavilaciones. Se reunieron con Cat y con
Eva, que esperaban tranquilamente al pie de las ruinas, sentadas a
la sombra, bebiendo unos refrescos.
En el viaje de vuelta, condujo distraída y sin apenas intervenir en
la conversación. Estaba plenamente entregada a sus
maquinaciones mentales. Si quería tener alguna oportunidad con su
copiloto debía encarar el asunto más como una carrera de fondo
que como un sprint, lo que requería que se armara de algo de lo que
carecía casi por completo: paciencia.
Siempre había odiado los tiempos de espera cuando deseaba
algo, aunque se temía que, en esa ocasión, la impaciencia podría
ser su principal enemiga.

Aquella noche, la última antes del retorno a Madrid, la habitual


tertulia nocturna se alargó hasta bien entrada la madrugada, pero
cuando Cat comenzó a bostezar y Eva dejó de hablar por los codos
para acogerse a unos silencios cada vez más prolongados, Valeria
supo que la conversación tenía los minutos contados.
En realidad, no deseaba acostarse todavía. Hacerlo supondría
admitir que el viaje tocaba a su fin y eso era algo que le provocaba
una desazón inexplicable. Aunque se preguntaba constantemente
sobre el motivo de una sensación tan molesta, se veía incapaz de
llegar a una conclusión definitiva.
Era posible que le agobiase la vuelta al trabajo o el habitual
estrés de su vida cotidiana, sin olvidar los preparativos de una boda
que, gracias a la madre de Fran, comenzaba a parecerse cada vez
más a la de Sisi emperatriz.
Quizá sea eso.
Aunque también podría deberse al hecho de que al llegar a
Madrid perdería de vista a Bianca Ricci, algo que le generaba un
malestar difícilmente encajable en su bien estructurada y planificada
vida.
Con todo aquello metido en su cabeza, se estremeció,
encogiendo involuntariamente los hombros en un gesto poco acorde
con la cálida temperatura que imperaba en el ambiente.
—¡Chicas!, me voy a la cama. Estoy que me caigo —anunció
finalmente su hermana levantándose de su asiento con cara de
sueño.
—Lo mismo digo… —intervino Eva reprimiendo un bostezo—.
¿Vosotras qué hacéis? —preguntó dirigiéndose a Bianca y Valeria,
que se miraban de reojo con incomodidad.
—Yo aún no tengo sueño… —dijo Bianca, apartando a Nerón de
sus pies, empeñado en sacarle los cordones de sus zapatillas.
Por un momento, consideró que lo prudente sería retirarse a su
habitación y evitar quedarse a solas con la italiana, pero el hecho de
que, probablemente, aquella sería la última vez que tendría ocasión
de hacerlo fuera de un entorno estrictamente profesional la empujó
a dejarse llevar por la situación.
—Yo tampoco, creo que me voy a quedar un rato más —se
pronunció por fin, estirando los brazos hacia atrás en un intento de
relajar los hombros.
—Entonces, ¡buenas noches! —se despidió Eva antes de
encaminarse hacia el interior de la casa, siguiendo la estela de Cat.
—¡Buenas noches!
Transcurrieron unos pocos segundos en absoluto silencio hasta
que Bianca propuso con expresión desafiante:
—¿Qué tal un ajedrez? Deberíamos desempatar antes de volver,
¿no crees?
—¿En serio? ¿Ahora?
Eran casi las dos de la madrugada y, aunque no tenía sueño,
tampoco le apetecía demasiado devanarse los sesos de mala
manera contra aquella maníaca de la competitividad.
—¿Y por qué no? ¡Es una hora estupenda! Podemos jugar con
tiempo limitado: tres minutos máximo por movimiento.
—¡Está bien! Pero nada de tirarme a la piscina cuando pierdas
de nuevo, ¿ok? —respondió con sorna. Daba por supuesto que no
se tomaría del todo bien una nueva derrota.
—No deberías adelantarte tanto a los acontecimientos… —dijo
Bianca alzando una ceja—. Y si tan segura estás de tu victoria,
¡apostémonos algo!
—¡De acuerdo! ¿Qué quieres apostar?
¡Vaya!, aquello se ponía interesante. Se preguntó por el tipo de
apuestas que le gustaría realizar a la chica, aunque algo le decía
que no habría dinero de por medio.
La observó reflexionar durante unos segundos antes de sonreír
perversamente y proponer:
—Si gano yo, quiero un beso. Uno de verdad. Si ganas tú, elige
lo que quieras, de antemano admito lo que propongas. ¡Sin límites!
¡Hostias!
La proposición era tan turbadora como sorprendente,
exactamente igual que la taquicardia alocada que parecía haber
aflorado en el interior de su pecho como por arte de magia.
—¿Un beso…? —consiguió articular tras un leve balbuceo. Su
mente, completamente desbocada, se inundó con imágenes de
Bianca besándola de mil maneras diferentes.
—Sí, un beso, nada más que eso, tranquila… —aclaró algo
burlona jugueteando distraídamente con un hilo suelto de sus
shorts.
—No puedo jugarme eso —protestó de inmediato. Una cosa era
prestarse a un tonteo sin importancia y otra, muy distinta, entrar en
ciertos terrenos.
—¡Veo que no estás tan segura de tu juego!
—No se trata de eso. Simplemente no me puedo apostar ese tipo
de cosas.
—¿Tienes miedo de perder…? ¿O de perder y que te guste
cumplir la apuesta? —preguntó la chica con descaro tras entornar
los ojos.
Sabía que la estaba intentando provocar y aunque abrió la boca
para reafirmarse en su postura, de pronto tuvo el loco impulso de
aceptar el reto. Propuso a su vez una apuesta en contra que
consiguiera descolocar a su anfitriona. Agarró su teléfono móvil para
escribir una cifra con la que se podría pagar fácilmente un casoplón
en pleno centro de Madrid.
—Muy bien, ¡tú lo has querido! Si gano yo, quiero un cheque de
esta cantidad a una ONG, la que tú elijas me parecerá bien.
Repartamos un poco mejor el mundo, ¿por qué no?
La expresión de Bianca tras leer la cifra era de genuina sorpresa.
Ignoraba por completo si estaba en condiciones de cumplir tan
alegremente una apuesta de aquel calibre, pero sentía una enorme
curiosidad por conocer su reacción.
Consideró la propuesta durante apenas un par segundos antes
de que una sonrisa asomara a su rostro. Alargó el brazo derecho
con la mano extendida hacia delante en un evidente gesto de
aceptación.
—¡Trato hecho!
Le estrechó la mano admitiendo el insólito acuerdo aun sabiendo
que, probablemente, estaba jugando con fuego.
Espero no quemarme.
Bianca comenzó a colocar las piezas en silencio, con un gesto de
absoluta determinación, reflexionando, quizá, sobre la estrategia a
seguir durante la partida.
Iniciaron el juego sin intercambiar palabra y, tras unos cuantos
movimientos, Valeria comprendió que la limitación de tiempo a tres
minutos por jugada beneficiaba a la italiana, bastante más ofensiva
en su juego y algo menos reflexiva que su rival. Trató de defenderse
como pudo, pero a mitad de partida comprendió que estaba perdida.
—¿Qué tal si lo dejamos en tablas…? —propuso con la vana
esperanza de que su contrincante aceptara elegantemente el
empate.
—No, gracias, pero si quieres te puedes rendir ya.
—¡Sigamos, entonces!
—No estarás perdiendo a propósito, ¿verdad? —preguntó ella
disfrutando de su propio comentario y saboreando el momento sin
disimulo alguno.
¡Será idiota!
Encima, se permitía el lujo de andarse con mofas. Obvió el
comentario buscando la manera de evitar la catástrofe, pero, tras
cuatro movimientos más, no tuvo más remedio que darse por
vencida.
—Tú ganas. ¡Felicidades! —dijo en un tono de voz más indicado
para soltar una palabrota que para dar la enhorabuena.
—Gracias, se nota que me felicitas de corazón… —respondió
irónicamente Bianca, reclinada en su asiento con cara de
satisfacción.
¡Dios!, ¿qué había hecho? Sentía los nervios a flor de piel,
aunque no sabía si debido al conjunto de emociones que le
provocaba la idea de besarse con Bianca Ricci o al hecho de estar a
punto de traspasar los límites de lo que entendía como fidelidad a la
pareja.
¿Y ahora qué?
También pensó que un beso no tenía que ser para tanto. Estaba
segura de que Cat, por ejemplo, no le daría ninguna importancia.
Ella siempre decía aquello de “si nadie más se entera, es como si no
ocurriera”, aunque la dudosa moralidad de su hermana con relación
a los asuntos amorosos era bastante discutible.
Y luego estaba ese otro pequeño detalle, el que más le
preocupaba en realidad, pues su parte más oscura y osada se
sentía inclinada a llevar a cabo la apuesta. Aquella porción de ella
misma la inquietó aún más de lo que ya estaba. Trató de
convencerse de no era más que un simple beso. Viviría la
experiencia y después la olvidaría. La clave residía en no darle
mayor importancia de la que de verdad tenía.
Comenzó a recoger el tablero obviando la irritante expresión de
suficiencia que reflejaba el rostro de la contrincante, que la
observaba de manera calculadora.
—¿Y bien? —se vio casi obligada a decir, molesta ante el
repentino silencio de su compañera.
—¿Y bien…? —repitió Bianca enarcando las cejas con fingido
gesto de sorpresa. Chasqueó los dedos con los ojos bien abiertos,
como si acabara de recordarlo—. ¡Ah!, la apuesta...
Creo que empiezo a odiarla.
Tuvo el impulso de levantarse y largarse de allí sin añadir
palabra, pero su curiosidad por lo que podría venir a continuación le
impidió hacerlo.
—¿Te estás divirtiendo? —inquirió forzando una sonrisa no del
todo amistosa.
—¡Bastante! —reconoció Bianca con su recurrente mueca
perversa, una expresión que le podría abrir las puertas a la
interpretación de una seductora villana en una película policiaca.
—Se nota...
—¿Entramos? —propuso ella acompañada de un cortés gesto
con la mano antes de levantarse.
¿A dónde querría ir? ¿A su dormitorio, quizá? Obedeció,
intentando recuperar el control de unas piernas, que, de pronto,
sentía completamente acalambradas.
Atravesaron el salón hasta que su anfitriona se detuvo y dio
media vuelta, consiguiendo que ambas quedaran frente a frente a
pocos centímetros de distancia.
Así que iba a ser allí mismo. Casi mejor, en su dormitorio le
hubiese parecido más indecoroso de lo que, sin lugar a duda, ya
era. Durante unos cuantos segundos permanecieron en rigurosa
quietud, clavándose mutuamente la mirada y analizando cada
detalle de sus caras. El sonido lejano de las olas creaba un
ambiente subyugante y embriagador, y la penumbra que las rodeaba
invitaba a dejarse llevar por el fascinante momento.
Bianca levantó la mano derecha hasta rozarle con suavidad la
pequeña hendidura que tenía en la barbilla. La caricia le pareció tan
aterradora que reaccionó de manera instintiva, acercándose hasta
que sus cuerpos entraron prácticamente en contacto. Olía a colonia
fresca y jabón. Su boca, ligeramente entreabierta, prometía
sensaciones bastante secretas. Un profundo estremecimiento
recorrió su columna vertebral al percatarse del leve movimiento que
anunciaba la aproximación de los labios de Bianca a los suyos.
Entornó los ojos a la espera de un beso que, para su sorpresa,
nunca llegó, pues la chica se retiró dando un paso hacia atrás con
expresión inescrutable.
—¡Te perdono la apuesta! Digamos que soy más partidaria de los
besos que se dan libremente… —declaró solemnemente a través de
un suspiro apenas perceptible—. Buenas noches.
Se dio media vuelta y desapareció rumbo a su habitación,
dejando a una desconcertada Valeria plantada en mitad del salón.
Transcurrieron unos instantes en los que se mantuvo inmóvil, sin
apenas pestañear, tratando de asimilar la extraña escena que
acababa de vivir. Le hubiera encantado experimentar algo de alivio,
pero, en honor a la verdad, lo que sentía estaba bastante más cerca
de la decepción —y del enfado, quizá— que de cualquier otro tipo
de emoción.
¿Se puede saber qué ha pasado?
Un ruido a sus espaldas la hizo reaccionar y volver al mundo
terrenal. Se trataba de Nerón, que entraba saltando por una de las
ventanas y se acercaba a ella en busca de mimos. Se agachó a
acariciarlo mientras intentaba poner en orden sus ideas. Aquella
soberana y absoluta estupidez tenía que terminarse ya. Además, al
día siguiente se encontraría de vuelta a casa y no tenía intención de
perder ni cinco minutos más pensando en Bianca Ricci fuera de lo
exclusivamente relacionado con la reforma de su puñetero hotel.
¡Eso es!
Se encaminó a su habitación con gesto airado, obligándose a
liberar su mente de cualquier pensamiento relacionado con la
italiana cuando el destino, o quizás más bien el mismísimo demonio,
quiso que se diera de bruces con ella al atravesar el vestíbulo de
acceso a las escaleras. Como ninguna esperaba encontrarse con la
otra en la semioscuridad de la casa, chocaron con fuerza.
—¡Perdona!, no te había visto —se disculpó Bianca de inmediato
—. Creo que me he dejado a Nerón fuera...
—¡Yo tampoco te había visto! Y el gato está en el salón —aclaró
con el corazón a mil por hora, todavía recuperándose del susto que
acaba de recibir.
Al final me da un infarto, ¡verás!
—¿Aún no te has acostado? ¿Algo te inquieta, quizá…? —
preguntó Bianca recuperando rápidamente el dominio de la situación
y adoptando su habitual tono de burla, como si hubiera algo en todo
aquello que le hiciese muchísima gracia.
—¡Tranquila!, no hay nada que me pueda inquietar —replicó
molesta ante la sospecha de que aquella idiota se reía de ella.
Decidió seguir su camino y finalizar aquel encuentro de una vez,
pero un rápido movimiento de la otra chica consiguió que acabara
firmemente sujeta entre sus brazos y con su boca casi rozando la
suya.
—¡Me lo he pensado mejor y no, no te lo perdono! —murmuró
con aquella voz un tanto ronca e increíblemente atractiva.
En un gesto suave pero decidido, posó los labios sobre los
suyos.
De inmediato, sintió que su cuerpo reaccionaba al beso con
naturalidad, como si fuera algo que llevara tiempo anhelando.
¿De verdad está pasando esto?
Los labios de Bianca, cálidos y húmedos, se movían con una
cadencia lenta, recreándose en cada segundo. Sus manos, antes
inmóviles, comenzaron a acariciarle la espalda con soltura,
provocando que un fogonazo de pura electricidad recorriera
libremente cada milímetro de su piel.
Sintió la imperiosa necesidad de tocarla también de alguna
manera, así que posó las manos sobre sus caderas estrechando
aún más el contacto entre ambos cuerpos. En respuesta al
movimiento, notó que la italiana le lamía con delicadeza el labio
inferior, incitándole a entreabrir la boca, permitiendo que ambas
lenguas se enredaran en un beso que sintió como puro fuego.
A partir de entonces, se entregó al momento sin pensar más allá
de lo que estaba sucediendo entre aquellas cuatro paredes,
abandonando de paso todo atisbo de inhibición. Las manos de
Bianca rodaron para colocarse sobre sus glúteos mientras las
suyas, sin atreverse a llegar tan lejos, recorrían su espalda con la
misma suavidad que empleaba para explorar, sin prisas, el interior
de su boca.
Dios mío…
Unos pensamientos perturbadores para ella atravesaron
velozmente su mente en clara sincronía con la sensación de
humedad que comenzaba a percibir en la entrepierna. Un resquicio
de sensatez que todavía resistía valientemente en algún recóndito
lugar de su cerebro la alertó ante el evidente cariz que comenzaba a
desprender la escena. Recuperó el suficiente buen juicio como para
interrumpir el contacto con sutileza y dar por finalizado el
extraordinario beso.
—Bueno… —consiguió decir tras recuperar algo de compostura
a pesar de la intimidante mirada de Bianca, fijamente posada en ella
—. Creo que es el momento de irse a dormir.
—Buenas noches, entonces… —murmuró ella alargando la
mano derecha para acariciarle brevemente el mentón.
Llegó a su dormitorio en un estado semi-catatónico, dejándose
caer boca arriba en la cama. Analizó con meticulosidad cada detalle
de lo ocurrido durante aquella fascinante noche.
Era la primera vez que se besaba con una mujer. Los cuatro
besos —tan olvidados ya en el tiempo— que se pudo dar de
adolescente con otra compañera de internado ni siquiera se podían
considerar del todo como tales. En cualquier caso, no habían sido,
ni de lejos, comparables al beso que acababa de intercambiar.
Bien, ahora ya estaba hecho; había conseguido satisfacer su
curiosidad morbosa y podía olvidarse del asunto de una vez. Lo que
tenía claro era que aquello no podía repetirse.
No, de ninguna manera.
Comprendía que lo que acababa de suceder podía catalogarse
como una infidelidad en toda regla por mucho que no hubiese
habido sexo de por medio y, como firme defensora de la monogamia
que se consideraba, el sentimiento de culpa no tardó en aparecer.
La imagen de Fran, de pronto omnipresente en cada rincón de la
habitación, acabó por convencerla de su propia mezquindad.
Por un momento, valoró la posibilidad de acudir al dormitorio de
su hermana. Si había alguien que no la juzgaría y que, por
descontado, restaría importancia al asunto, esa era Cat. Pero olvidó
la idea rápido; era preferible que nadie más se enterara de todo
aquello. Lo que tenía que hacer era, sencillamente, actuar como si
nunca hubiera ocurrido. Tenía que considerar el episodio como una
curiosa anécdota y no darle más vueltas al tema. Además, como
diría su hermana, lo que sucedía en Sicilia, se quedaba en Sicilia.
Aquella noche se desveló en varias ocasiones por culpa de
sueños inquietantes que la hicieron despertar con el cuerpo
sudoroso y sobrecogido. Cuando, a punto ya de amanecer, se
preguntó por la razón de tanto desasosiego. Dudó si se debía al
remordimiento por lo que había hecho o a la certeza de que ya no
volvería a repetirlo.
CAPÍTULO 15.
Definitivamente, el día podía haber empezado mejor, consideró
Bianca con amargura levantándose bruscamente de su asiento.
Comenzó a pasear por su despacho como un león enjaulado. Un
huésped alcoholizado había protagonizado un altercado en el hall
del hotel, la boda programada para el próximo viernes se cancelaba
tras un repentino ataque de apendicitis de la novia, un positivo por
Covid tenía patas arriba a todo el personal de cocinas y, por si fuera
poco, sus padres amenazaban con presentarse en Madrid si no
aparecía por Milán en las próximas semanas.
Maravilloso.
Sabía que su humor iracundo no tenía demasiado que ver con
nada de lo anterior, sino más bien con la falta de noticias de cierta
arquitecta empecinada en continuar con sus estúpidos planes de
boda.
Aún le dolía la fría despedida que le había dedicado Valeria en el
aeropuerto días atrás, lógica continuación de la actitud distante y
taciturna que había mantenido durante todo el vuelo de vuelta a
Madrid y que contrastaba vivamente con el alegre comportamiento
de su hermana y de Eva, que volvían encantadas y deseosas de
repetir en cualquier otra ocasión.
No había que ser una lumbreras para comprender que Valeria
pretendía hacer borrón y cuenta nueva e ignorar por completo lo
ocurrido en Sicilia. En realidad, su postura no la había cogido del
todo por sorpresa porque era una de las posibilidades que había
barajado. De todos modos, la constatación de una predicción tan
poco agradable le había sentado como un buen bofetón en la cara.
No entendía cómo era posible que aquella imbécil ni siquiera se
plantease que lo que pasaba entre ambas no se limitaba a un
singular flirteo, sino a algo bastante más sustancial que no podía —
ni debía— olvidarse así como así.
La situación era irritante. Era la primera vez que, aun habiendo
desplegado todos sus encantos, recibía calabazas.
Se acercó a la ventana fijando distraídamente la vista en los
numerosos transeúntes que atravesaban la plaza de España
mientras rememoraba el increíble beso que había intercambiado con
ella la última noche del viaje. De inmediato, sintió que su cuerpo
reaccionaba ante el recuerdo. Había tenido que echar mano de toda
su fuerza de voluntad para no dejarse llevar por el momento y
arrastrar a Valeria hasta su habituación. No, intuía que la arquitecta
aún no estaba preparada para aquello y que semejante movimiento
hubiese sido un error táctico por su parte bastante fatal. Aun así, le
preocupaba la posibilidad de no volver a tener otra oportunidad
parecida.
¿Podría ser…?
¿Sería capaz Valeria de continuar su vida como si nada hubiese
pasado?, ¿de seguir adelante con su novio sin experimentar dilema
alguno? Y, lo peor de todo, ¿podría ser que la arquitecta, por mucha
atracción que existiera entre ambas, estuviese definitivamente fuera
de su alcance?
Joder.
La situación empezaba a parecerle deprimente. Abrió una de las
anchas ventanas tratando de aliviar aquella sensación de ahogo que
parecía no darle tregua en los últimos días con una bocanada de
aire fresco. Trató de relajarse, cerrando los ojos durante unos
minutos y reflexionando sobre la manera en la que debía actuar a
continuación. Tendría que desplazar unas cuantas fichas si no
quería acabar contemplando cómo aquella chica terminaba por
darse el “sí, quiero” con el bobo aquel.
¿Y si no es un bobo? ¿Y si es un tío maravilloso y encantador?
De inmediato, se obligó a ignorar aquella posibilidad porque,
aunque así fuese, no era el momento de pensar en cosas así.
Comenzaba a tener una espantosa manía al matrimonio. Y lo peor
de todo era que el tiempo no iba a tener la consideración de
detenerse para que Valeria entrara en razón, así que debía actuar
rápido si quería evitar el desastre.
Unos toquecitos en el quicio de la puerta la sacaron bruscamente
de sus reflexiones. Eva entró en el despacho como una tromba
obviando cualquier tipo de saludo.
—¡Me ha escrito Darius!
—¿Y ese quién es?
—¡Hija, el griego!, el que conocí en el Carpe Diem, ¿quién iba a
ser si no? —aclaró su amiga, tomando asiento de manera
impaciente.
—Ahhh, ese…
—¡Los programas de traducciones de internet son maravillosos!
El caso es que quiere venir a verme a Madrid —manifestó Eva con
una sonrisa pícara.
—¿Y qué le has dicho?
—Aún nada. Me lo pasé bien tonteando con él, pero no sé si
quiero tenerlo una semana entera por aquí —admitió. Cruzó los
brazos y se reclinó hacia atrás—. Bueno, hablemos ahora de lo
tuyo, que es bastante más interesante…
—¿Lo mío? —preguntó, fingiendo ignorancia.
Había llegado a la conclusión de que quizá no hubiera sido del
todo buena idea informar a Eva de los últimos acontecimientos. Era
preferible guardar cierta discreción, al menos por el momento.
—¡No te hagas la idiota! Me refiero a lo que sea que te traigas
entre manos con Val. ¿Hablaste con ella al final?
—En realidad, no. He decidido dejarlo correr —afirmó
manteniendo la mirada de la otra chica con total naturalidad.
Siempre había sido una estupenda jugadora de póker.
—¿Dejarlo correr? ¿Estás segura?
—Así es… —aseguró escuetamente, moviendo la cabeza en
señal de afirmación y sin intención de alargar más su respuesta.
—Os estuve observando, ¿sabes? Y se notaba cierta tensión
entre vosotras —comentó Eva, suspicaz. Siempre había sido
bastante perceptiva.
Tuvo que oponerse al casi irresistible impulso de sincerarse con
su amiga. Una vez más, consideró que no era el momento de
revelar algunas confidencias.
—No voy a negar que me hubiese encantado que surgiera algo,
pero es evidente que ella tiene su vida.
Odiaba mentir a Eva tan descaradamente, pero tampoco quería
colocar en un brete a su amiga al confiarle la intención de dinamitar
la boda de Valeria.
Mejor que no lo sepa. Al menos, por ahora.
—¡Eso es cierto!
—No le habrás comentado nada a Cat, ¿verdad?
—¡Claro que no! Además, ella no es tan observadora como yo,
así que tranquila —replicó haciendo un mohín algo burlón. Parecía
dar a entender que no se había creído del todo las palabras de
Bianca.
—Bueno, y ahora cuéntame qué te decía el griego, anda.
Lo mejor era cambiar de tema cuanto antes, por lo que los
siguientes minutos se dedicó a intentar seguir el hilo de una
conversación sobre los amoríos de la pelirroja mientras su mente se
empeñaba en permanecer lejos, muy lejos, de aquella habitación.

—Lo veo sencillo. ¡Demasiado sencillo, Valeria! Yo creo que


estamos a tiempo de meterle unos cuantos volantitos, por ejemplo…
—insistió Adela, la madre de Fran, después de un largo y tedioso
tira y afloja.
Aquella mujer era incombustible y, cuando se le metía algo en la
cabeza, no había forma humana de razonar con ella.
—A mí me gusta así, Adela, no me gusta ir tan recargada —
replicó Valeria inspirando hondo y tratando de conservar la poca
paciencia que aún le quedaba. No tenía intención de presentarse en
su boda vestida como una especie de pastelito blanco por mucho
que su futura suegra la presionara al respecto.
Por un momento, pensó que, a veces, la naturaleza era bastante
extraña. ¿Cómo era posible que aquella petarda fuera la madre de
Fran? Si no fuese por el evidente parecido físico, consideraría
seriamente la posibilidad de que su novio fuese adoptado. Hubiera
sido un gran alivio, desde luego, pues el riesgo de que la genética le
jugara una mala pasada y que sus futuros hijos salieran a su abuela
era una posibilidad preocupante.
¡Sería espantoso!
—Pero ¿qué recargado ni qué? ¡Así queda sosísimo! Hay que
modificarlo, sin duda… —concluyó su potencial suegra sin dar el
brazo a torcer y para desesperación de la modista, que observaba la
escena con una sonrisa forzada, aguantando, seguramente, las
ganas que tendría de cometer un asesinato en pleno vestidor.
—Puede que el vestido sea sencillo, Adela, ¡pero le queda
fenomenal! Además, ahora se lleva un estilo más natural… —se
atrevió a decir por fin la buena mujer, intentando zanjar el asunto de
una vez por todas.
La cara de la mujer, destilando veneno por los ojos, era todo un
poema. Parecía que acababa de escuchar hablar al mismísimo
Satanás.
—¡Entonces lo dejamos así! —aprovechó a decir Valeria
rápidamente, tratando de dar por finalizado el absurdo debate.
Sabía que aquello le costaría algún que otro reproche por parte
Fran, pero lo cierto era que le estaba empezando a dar un poco
igual.
—Decidamos ahora lo de los zapatos… —propuso entonces la
amable modista con expresión de alivio, obviando la mirada
homicida de Adela—. ¿Los de tacón alto o medio-alto?
—¡Los medio! —exclamó Valeria de inmediato, cruzando los
dedos para que a su futura suegra no le diera por opinar también
sobre aquello. Tenía una montaña de trabajo por hacer antes de que
finalizara la semana como para seguir perdiendo el tiempo de
aquella manera.
—Buena idea, así podrás bailar mejor el vals… —señaló la
incansable mujer en tono imperativo. Se giró hacia ella con los
párpados entrecerrados—. Estaréis ensayando ya, ¿verdad?
Si la estrangulo en este momento haría un enorme favor a la
humanidad.
-—La verdad es que no hemos tenido tiempo aún, pero tampoco
sabemos si vamos a hacerlo, al final.
Se negaba en rotundo a bailar la horterada aquella.
—¿No vais a bailar el vals? ¡Menuda boda más insulsa sería
entonces! Ya hablaré yo con Francisco de esto.
¡Virgen santa! Esperaba que después del enlace las aguas
volvieran a su cauce. En caso contrario, y con semejante suegra, su
matrimonio podría convertirse en un auténtico calvario.
¡Anda y que le zurzan!
Decidió evitar una nueva discusión y entrar en el vestuario sin
dar más respuesta. Tenía el tiempo justo para coger un taxi y acudir
a la cita con la exclusiva tienda de mobiliario de interiores con la que
pretendía amueblar las suites del Silver Star. Solo el hotel le hizo
focalizar sus pensamientos, una vez más, en Bianca Ricci. No podía
evitar que la italiana inundara buena parte de su mente de manera
constante, sobre todo desde que habían vuelto del viaje.
No había tenido noticias suyas desde entonces, nada extraño
teniendo en cuenta las distancias que había mantenido con ella
durante todo el vuelo de regreso. Aún recordaba su mirada, entre
desafiante y dolida, tras la fría despedida en el aeropuerto. Era
mejor así. No tenía intención alguna de continuar con un flirteo que,
en el mejor de los casos, tan solo le aportaría dolores de cabeza.
Lo único que tenía que hacer era olvidar, entre otras cosas, aquel
estúpido beso.
¡En qué hora!
Todavía se le disparaba el corazón cada vez que lo recordaba.
No había sido más que un movimiento insensato por su parte, fruto,
probablemente, del plácido ambiente veraniego y de la innegable
sensualidad de la otra chica. Sin embargo, ahora, de regreso a la
vida real, todo aquello parecía remoto e irreal. Más le valía
concentrarse cuanto antes en su trabajo, en sus planes de boda y
en un novio al que quería y del que estaba enamorada.
Enamorada.
¡Claro que sí! Quizás su conexión con Fran no fuese tan intensa
como lo había sido en un principio, pero después de cuatro años
juntos era normal.
Sí, aunque nunca me besé así con él…
Bueno, ¿y qué? ¿Acaso era eso tan importante? Las buenas
relaciones se construían con otro tipo de ingredientes mucho más
relevantes: complicidad, respeto, admiración... Además, no debía
perder de vista el hecho de que Bianca Ricci era una mujer. ¡Una
mujer! ¿Y desde cuándo salía ella con mujeres?
Deja de pensar tonterías.
Terminó de vestirse molesta consigo misma. Llevaba unos días
en los que su lado más indómito y rebelde se empecinaba en
diseccionar meticulosamente todo tipo de pensamientos
indeseables, provocándole aquel molesto no sé qué del que no
lograba desprenderse. Podía deberse a los nervios previos a la
boda. Sí, debía de ser eso. Es más, pensó, tenía que ser eso. Y, aun
así, la sospecha de que Bianca Ricci fuera la causante directa de
aquella sensación le generaba cada vez una mayor preocupación.
Se despidió brevemente de la madre de Fran antes de salir a la
calle y tomar el primer taxi que encontró libre. Hizo el trayecto
esforzándose en deshacerse de todas las reflexiones que le
molestaban, pero lo cierto es que no pudo hacer otra cosa, para su
profunda desesperación, además de recordar punto por punto el
paseo nocturno que había dado de la mano de Bianca por aquella
idílica playa de arena blanca. Y, por supuesto, el beso…
¡Joder!
CAPÍTULO 16.
—Bianca, me acaban de avisar de que ya ha llegado la
arquitecta. Ha subido a ver las obras —anunció sin más preámbulos
Cintia al entrar en el despacho de su jefa.
Bianca agradeció la información levantando la vista de su
ordenador. Se esforzó en simular una tranquilidad que estaba muy
lejos de sentir. Llevaba esperando aquel momento desde el día
anterior. Habían comenzado ya las obras de remodelación de la
planta 26 y sabía que Valeria, tarde o temprano, tendría que
presentarse para supervisarlas. Lo que no se esperaba era que la
muy idiota hubiese tardado tanto en aparecer.
Apenas había mantenido contacto con ella desde que habían
regresado a Madrid, a excepción de un breve intercambio de mails
de carácter básicamente profesional en los que la arquitecta parecía
marcar sutilmente las distancias, aunque siempre con un tono
amigable y cordial. Su actitud la desesperaba. No acababa de
encajar que Valeria hubiese tenido la osadía de flirtear con ella para
después obviar el asunto de una manera tan cobarde. Empezaba a
considerar su postura como una afrenta personal que difícilmente
podía ignorar por mucho que su lado más razonable le recordase
que, al fin y al cabo, la chica tenía todo el derecho del mundo a
seguir con su vida sin mirar atrás.
Se dirigió a la zona de ascensores sin tener del todo claro cómo
encarar el encuentro. Quizá lo más inteligente fuera dejarse llevar,
una vez más, por su instinto.
Está bien, ¡ahí voy!
Salió del elevador tropezando con un par de obreros que
llevaban en volandas un saco lleno de escombros. Avanzó por el
pasillo esquivando las miradas de todo tipo de operarios hasta que,
por fin, consiguió localizar a la arquitecta. Se encontraba junto al
que parecía ser el jefe de obras. Daba instrucciones señalando un
plano extendido sobre un mesa improvisada a partir de un tablero y
un par de caballetes. Llevaba un look informal con vaqueros, polo y
zapatillas casuales adecuado al lugar en donde se encontraba,
caótico y lleno de polvo. Aun así, estaba increíblemente guapa y la
detonación que sintió en pleno pecho no hizo más que confirmar lo
que, muy a su pesar, comenzaba a temer: aquello distaba mucho de
ser un capricho tonto que se le pudiera pasar, así como así. No, se
trataba, para su desgracia, de algo de mayor relevancia que, al
menos por el momento, prefería no analizar.
Valeria pareció percibir su presencia. Enseguida levantó la vista
hacia ella con cara solemne, como si también hubiese estado
esperando aquel encuentro y dudase sobre la mejor manera de
abordarlo.
Bienvenida al club...
Observó que se disculpaba con el hombre antes de acercarse
esbozando una sonrisa algo insegura.
—¿Qué tal? Como verás, van a toda máquina y, a no ser que
pase algún desastre, terminaremos antes de lo previsto —afirmó a
modo de saludo con las manos en los bolsillos del pantalón,
recurriendo a su habitual respuesta ante los nervios.
—Ya lo veo, ¡esto parece la guerra! —exclamó Bianca paseando
la mirada por el piso a su alrededor, considerando que lo que en
verdad constituiría un desastre sería otra cosa bien distinta, como
por ejemplo que aquella inconsciente persistiera en sus planes de
boda.
—¿Qué tal la semana? —preguntó Valeria elevando un poco la
voz para hacerse oír por encima del chirriante sonido que, de
pronto, se escuchaba saliendo de un taladro cercano. Estaba claro
que no era el sitio más indicado para desplegar una conversación.
—Bien, con un poco de todo, como siempre… —contestó
vagamente alzando también la voz y encogiendo los hombros al
mismo tiempo. Cruzó los dedos a su espalda—. Veo que tienes
bastante lío, ¿qué te parece si quedamos esta tarde y tomamos
algo?
Tenía claro que no debía esperar más tiempo para empezar a
ejecutar el plan que llevaba días diseñando, por muy poco definido
que estuviera todo todavía. Valeria pareció considerar la propuesta
con gesto dubitativo, no segura de si era prudente aceptar la
invitación.
—Un café rápido, nada más… —insistió, mintiendo con
desfachatez y marcándose la mejor de sus sonrisas. Estaba
empezando a temer una negativa como respuesta.
—¡De acuerdo, un café! —respondió la arquitecta con una
expresión que bien podría sugerir rendición.
¡La madre que la parió! Hasta para aceptar tomar un puñetero
café se lo pensaba. La cosa no iba a estar fácil.
Su desmesurado orgullo amagó con jugarle una mala pasada,
incitándole a retirar la oferta y alejarse de allí con viento fresco, pero
algo le hizo resistirse al impulso. Consideró que hacer aquello
implicaba admitir una derrota que, al menos de momento, no estaba
dispuesta a asumir.
—¡Estupendo! Llámame esta tarde cuando termines —se
despidió obligándose a mantener la sonrisa antes de dirigirse de
nuevo a su despacho con un humor de perros y maldiciendo por lo
bajo.
Aquella idiota llevaba ignorándola semana y media y todavía se
permitía el lujo de hacerse rogar. Podía ser que el karma —o quizás
el mismísimo Satanás— le estuviera haciendo pagar por todos los
desaires amorosos que había protagonizado a lo largo de su vida.
En un impulso supersticioso, se agachó para tocar la madera del
suelo en cuanto tuvo constancia de que nadie la observaba.
¡Por si acaso!

Eran apenas las siete y media de la tarde cuando Valeria aparcó


su brillante Mini en la plaza reservada a su nombre del garaje del
Silver Star. Desde su breve encuentro con Bianca Ricci a media
mañana de aquel mismo día las horas habían trascurrido con
sorprendente lentitud. Sabía que al aceptar la propuesta de la chica
echaba por tierra sus firmes propósitos de mantenerse a prudente
distancia de ella. Se reprendió por no haberse excusado y declinado
la oferta. Ni siquiera quedar para tomar un inocente café le parecía
del todo buena idea.
Llevaba días realizando un esfuerzo mental considerable para
definir lo sucedido en Sicilia como algo de escasa importancia que
debía quedar celosamente guardado en un rincón de su memoria y
a lo que el tiempo se encargaría de envolver en las brumas del
olvido. Lo que no se esperaba eran las innumerables alarmas
disparadas en el cerebro desde el mismo momento en el que su
mirada se había vuelto a topar con la cautivadora italiana.
¡Señor!, ¿por qué me ocurre esto precisamente a mí? Tan solo
aspiraba a continuar con su vida de siempre y, sobre todo, a
prepararse para uno de los pasos más importantes que se daban en
la vida sin arrastrar como un pesado lastre el millón de dudas que
hasta hacía poco ni siquiera se había planteado. No entendía del
todo lo que estaba sucediendo. Quería a Fran, eso lo tenía bastante
claro, pero entonces, ¿cuál era el problema? ¿Y por qué, fuese lo
que fuese, tenía que ocurrir en aquel momento? Eran preguntas
para las que no tenía respuesta, por muchas vueltas que le diera.
Quizá debería intentar descartar de su mente aquellas dudas de una
vez. Intentarlo con más fuerza que hasta entonces.
Se bajó del coche forzándose a imaginar su viaje de novios.
Recorrería el sur de África, harían fantásticos safaris fotográficos y
visitaría las famosas cataratas Victoria. Y todo ello sin apenas
acordarse de Bianca Ricci.
Me olvidaré de ella por completo.
Entró en el hotel más tranquila, dirigiéndose directamente a la
cafetería de la terraza del último piso, lugar propuesto por Bianca
para el encuentro. Enseguida la localizó sentada en uno de los
sillones de mimbre que amueblaban la azotea del edificio. Vestía el
mismo atuendo de aquella mañana: pantalones acampanados de
color beige y una blusa blanca que dejaba al aire sus brazos
bronceados. Era obvio que sabía vestirse sacándose el máximo
partido, aunque, pensándolo bien, no imaginaba algo que pudiera
llegar a quedarle mal.
Se acercó a ella desesperándose por el escaso control que tenía
sobre unas pulsaciones que parecían ir por completo a su aire.
Recordó su firme intención de tomar algo, mostrarse educada y
retirarse cuanto antes.
—¿Qué tal? —saludó amistosamente antes de tomar asiento,
algo cohibida, enfrente de ella.
—¡Hola!, ¿qué quieres tomar? —preguntó Bianca, siempre
cortés, haciendo una seña al joven camarero que, atento, se acercó
con rapidez.
—Un mosto con hielo, por favor… —le dijo al chico. ¿Desde
cuándo tenía los nervios tan a flor de piel?
—¡Buena elección! Lo mismo para mí —indicó la italiana antes
de clavar en ella su intensa mirada.
Le dedicó una sonrisa a la que era prácticamente imposible
permanecer inmune. Por un instante, se preguntó si sería
consciente del efecto que podía llegar a causar en los demás.
Imaginaba que sí.
—¡Bebida sin alcohol! Está claro somos buenas chicas —
comentó diciendo lo primero que le vino a la cabeza y tratando de
actuar con soltura.
—Oh, ¡no te equivoques! No soy para nada una buena chica…
—aclaró Bianca con sinceridad. Se reclinó hacia atrás con una
expresión en el rostro algo intimidante. Aquello sonaba a una
advertencia en toda regla o, al menos, así lo percibió.
—¡Mientras no seas una asesina en serie…!
—Tranquila, no van por ahí los tiros.
No sería una asesina, pero era toda una terrorista emocional,
consideró con inquietud.
—¿Y por dónde van, entonces? —preguntó sin poder evitarlo
aún a riesgo de entrar de lleno en un terreno farragoso que, de
sobra sabía, debía eludir.
Soy una kamikaze.
—¿De verdad quieres que te conteste a eso? Me da miedo que
salgas huyendo…
—No suelo huir de nada, la verdad —replicó algo amoscada.
—Pues es lo que has hecho a la vuelta de Sicilia. Lo que no sé
es lo que te da tanto miedo. No sé si soy yo o, por el contrario, tú
misma...
Le sorprendió la franqueza de sus palabras. Parte de razón tenía,
por supuesto, pero algo le decía que no debía continuar la
conversación por aquel terreno.
—Oh, ¡vamos!, no tengo miedo de nada. Simplemente no me
parece sensato que sigamos jugando con fuego, la verdad…
—¡Guau!, ¿es así como lo defines? ¿Jugar con fuego? —repitió
Bianca con cierta sorna.
Se miraron fijamente en actitud desafiante, como si fueran dos
boxeadores que se analizan antes de subir al ring.
—¿Qué quieres que te diga? Me caso en menos de dos meses.
¡Asunto concluido! —aclaró retirando la vista tras un leve parpadeo.
Se sentía demasiado incómoda.
—Quizá sea el momento de que empieces a replantearte si de
verdad quieres cometer una estupidez tan grande.
—¿Estupidez? —repitió sin poder ocultar su irritación—. ¿Se
puede saber por qué es una estupidez? ¿Porque no he caído
rendida en tus brazos, quizá…? Nos dimos un beso, nada más. No
tuvo mayor importancia, al menos para mí.
Era el momento de aclarar las cosas de una vez.
Bianca se escondió tras una expresión indescifrable, aunque
percibía que, debajo de aquella fachada, debía de estar echando
humo por las orejas. No era una mujer acostumbrada a las
negativas.
—“Rendida en tus brazos” ¡Me encanta la expresión! Me la
apunto por si tuviera que utilizarla en otra ocasión, ¡quién sabe! —
replicó Bianca esbozando una sonrisa burlona tras unos segundos
de reflexión.
Se esperaba cualquier comentario menos aquel, desde luego.
Tuvo que rendirse ante el savoir faire de la chica quitando hierro al
asunto y optando por evitar rebatir algo tan delicado.
La llegada del camarero con las dos bebidas dio por finalizada,
para alivio de ambas, la extraña conversación. Decidieron tratar
temas más intrascendentes hasta entrar en un acalorado debate
sobre cuestiones de política internacional, como si fueran dos
simples compañeras que intercambiaban ideas y opiniones.
Le gustaba la manera en la que se expresaba Bianca, con aquel
tono de voz acariciante que parecía envolver cada palabra que
pronunciaba. Exponía sus puntos de vista con agudeza y rebatía
con ironía todo aquello en lo que no coincidía con Valeria, que se las
veía y deseaba para defender sus argumentos frente a ella.
La tarde transcurrió en un suspiro y cuando se quiso dar cuenta
eran ya pasadas las nueve de la noche, aunque en aquella época
del año el sol aún brillaba en el horizonte.
—Bueno, debería irme ya. Es tardísimo… —Señaló la hora de su
teléfono móvil.
—¿Tardísimo? ¡Aún es de día! —protestó Bianca alzando las
cejas—. Además, para retirarte pronto a casa ya tendrás tiempo
dentro de poco, tranquila…
¡Otra igual que Cat! Pero ¿qué se pensaban?, ¿qué el
matrimonio era algo así como una eterna condena al aburrimiento?
—¡Qué graciosa…!
—¿Vamos a otro sitio?
—¿Qué es lo que quieres hacer? —preguntó dejándose llevar
por la curiosidad, a pesar de que quedarse a solas con ella en
cualquier otro lugar no entraba en sus planes.
—Podríamos ir a ver la mejor puesta de sol de toda la ciudad...
—¿Y dónde es eso, exactamente?
—Eres española, vives en Madrid, ¿y no lo sabes?
¡Sorprendente! —respondió Bianca con cierto secretismo. Se
incorporó ágilmente del asiento y agregó sin admitir réplicas—:
Venga, ¡vámonos!
Durante unos instantes asistió al encarnizado conflicto que
parecía desarrollarse en su interior: el irresistible impulso de aceptar
la propuesta se debatía contra su ya no tan firme idea de terminar el
encuentro e irse a casa. Se levantó sin ser consciente de haber
tomado una decisión concreta, limitándose a seguir a su anfitriona
por todo el hotel hasta salir a la calle.
—¿Se puede saber a dónde vamos? —preguntó dirigiendo un
gesto de despedida a uno de los conserjes.
—A sacar mi coche…
—Me refiero a dónde iremos después. Y, por cierto, si quieres
usamos el mío, lo tengo aparcado aquí también.
—¡Oh, no, gracias!, aún me acuerdo de cómo conduces… —
respondió Bianca burlonamente recordando el día en el que se
habían conocido.
No habían transcurrido ni un par de meses desde aquel episodio,
pero empezaba a percibirlo ya como algo lejano en el tiempo.
—¡Aún no sé cómo no te dije cuatro cosas...!
—Te recuerdo que me llamaste “idiota”.
—¡Me parece que era más que merecido! Y ahora, ¿qué tal si me
cuentas a dónde vamos? —insistió Valeria entrando al garaje por la
puerta de peatones tras la italiana y reparando en la forma en que le
quedaban los pantalones por detrás.
¿Se puede saber qué estoy mirando?
Se obligó a retirar la vista y a avanzar un par de pasos hasta
colocarse a su misma altura. Debía tener cuidado con aquellos
pensamientos. ¿Desde cuándo se fijaba en el trasero de una mujer?
¡Se me está empezando a ir la cabeza…!
Bianca se detuvo delante de un Smart eléctrico de color blanco
situado en la misma fila que el lujosísimo vehículo que conducía el
día que se habían conocido y que otros dos más de la misma
categoría.
—¿Son todos tuyos?
—Sí, pero el que más uso para ir por la ciudad es este. ¡Se
aparca fenomenal! —aclaró señalando el pequeño Smart.
Abrió la puerta del copiloto y la invitó cortésmente a entrar en su
interior.
—¿Y para qué tienes tantos? ¿Los usas todos? —curioseó con
un inevitable tono reprobatorio.
Imaginaba que los ricos eran así: superficiales y caprichosos por
naturaleza. Ella rechazaba aquellos comportamientos y el hecho de
que Bianca pudiera trasladar tales cualidades —o, mejor dicho,
defectos— a otros aspectos de su vida, por algún motivo, la
incomodaba. ¿Se comportaría de manera tan frívola con sus
amistades y parejas?
—No sé por qué, pero eso me ha sonado a reproche… —dijo ella
arrancando el silencioso vehículo al tiempo que le guiñaba un ojo.
Era evidente que, cuando a Bianca Ricci no le apetecía
contestar, no mostraba reparo en obviar la cuestión y salirse por la
tangente.
Se incorporaron al tráfico mientras Valeria observaba de soslayo
su perfil. Le pareció que sonreía, consciente quizá del disimulado
escrutinio al que estaba siendo sometida. ¡Madre de Dios, sin duda
era una completa engreída! Y el hecho de sentirse atraída, muy a su
pesar, precisamente por alguien de semejantes características la
desconcertaba e irritaba a partes iguales.
Llegaron a su destino, en la parte oeste de la ciudad, y
enseguida identificó el lugar al que se refería la italiana.
—¡El templo de Debod! —exclamó observando de lejos el
maravilloso monumento egipcio del siglo II a.d. C, ubicado en pleno
Parque del Oeste de Madrid.
—Habrás venido más veces, imagino…
—Por supuesto que sí, aunque hace tiempo, la verdad. Además,
nunca lo he visitado a estas horas —admitió observando cómo la luz
del atardecer teñía de un color anaranjado la magnífica
construcción.
—Pues es el mejor momento para disfrutarlo, sin duda —afirmó
Bianca encaminándose hacia la antigua edificación—. ¿Sabías que
es un regalo que el gobierno egipcio dio a España en 1968, en
compensación por su ayuda para salvar el templo de Abu Simbel, en
peligro de desaparición debido a la construcción de la presa de
Asuán?
—Salvaron más templos, no solo el de Abul Simbel, todos
ubicados en la región de Nubia —puntualizó en tono
condescendiente, encantada de dar la réplica cultural a la otra chica,
que sonrió divertida.
—Veo que estás bien informada…
Caminaron alrededor del estanque situado enfrente del
monumento antes de admirar de cerca la construcción, cruzándose
de vez en cuando con parejas de enamorados que paseaban
cogidas de la mano y con incansables turistas que recorrían la zona
sacando numerosas fotografías.
Tuvo que dar la razón a la italiana: aquel sitio disfrutaba de la
mejor puesta de sol de toda la ciudad. Se respiraba un ambiente
apacible y sensual que incitaba al relax, aunque quizás aquella
percepción tuviera algo que ver con la seductora compañía que
tenía.
Recibieron la noche sentadas en uno de los numerosos bancos
de piedra repartidos por todo el recinto mientras una suave y
agradable brisa se levantaba refrescando la atmósfera.
—Bien, te he traído a uno de mis lugares favoritos, te
corresponde mostrarme uno de los tuyos en otra ocasión, ¿no
crees? —señaló Bianca dando por hecho que quedarían otro día, a
pesar de no parecer una idea demasiado realista.
—Lo pensaré… —contestó cautelosa. No quería comprometerse
a nada en concreto.
—¿Qué es lo que pensarás?, ¿el sitio o si quedarás conmigo? —
insistió Bianca alzando una ceja. Se agachó para coger una
pequeña piedra y empezó a darle vueltas entre los dedos.
—Las dos cosas —respondió con total sinceridad.
—¡Vaya!, eso sí que me ha dolido… —Se llevo mano derecha al
corazón en un gesto algo dramático y nada acorde con la divertida
expresión de su rostro.
No pudo contenerse y soltó una breve carcajada antes de
replicar:
—Me da la sensación de que no existen demasiadas cosas que
te puedan causar dolor.
—Te aseguro que algunas sí.
Por una vez, tuvo la absoluta seguridad de que Bianca hablaba
completamente en serio, pues su rostro reflejaba una solemnidad
extraña en ella. Tuvo el impulso de alargar la mano y acariciarle la
mejilla, pero no lo hizo. No podía. Mejor dicho, no debía.
En otra vida, quizá.
Se sintió repentinamente culpable, pues no solo deseaba alargar
la noche en compañía de Bianca, sino que, además, de nuevo le
asaltaba aquella extraña incertidumbre que no cejaba en su empeño
de acompañarla durante los últimos días ofreciéndole una imagen
de un futuro bastante emborronado. Hasta hacía bien poco, lo tenía
perfectamente dibujado y delimitado. Por primera vez, experimentó
algo muy cercano al miedo, un miedo a lo desconocido, al
escándalo, y, sobre todo, a equivocarse.
Algo le debió notar en la cara la italiana porque, tras unos
segundos de silencio, preguntó con gesto intrigado:
—¿Estás bien?
Tuvo la tentación de sincerarse con ella, pero ¿qué le podría
decir?, ¿que de pronto tenía serias dudas sobre el futuro que en
verdad deseaba?, ¿que la culpable de semejante dilema no era otra
más que la propia Bianca?
Joder, era la primera vez que lo consideraba de manera tan
contundente.
Necesitaba hablar con alguien de todo aquello, aunque,
obviamente, no con la causante de sus inseguridades. Además,
¿para qué engañarse?, intuía que para Bianca aquello no era más
que un simple capricho, una aventura que, en todo caso, duraría lo
que tuviese que durar, ni más ni menos.
—Estoy bien, aunque creo que es hora de irme.
Mas le valía marcharse de allí cuanto antes, poner tierra de por
medio e intentar aclarar sus ideas confusas.
—¿En serio? —La voz de Bianca reflejaba un tono de decepción
imposible de ocultar.
—En serio. Mañana tengo que madrugar y hacer un montón de
cosas —se excusó tratando de parecer convincente.
Se levantó del pequeño banco con gesto decidido.
—¡De acuerdo!, vámonos, entonces —se resignó ella con cierto
fastidio lanzando al aire la pequeña piedra que había cogido minutos
antes.
Caminaron en atronador silencio, sumidas en sus propias
cavilaciones y en actitud distante, alejadas de la complicidad que
habían desarrollado a lo largo de la tarde. Al llegar al pequeño
coche, Bianca se apoyó en él cruzando los brazos disconforme y sin
intención aparente de abrir la cerradura.
—¿Te puedo preguntar por qué llevas un rato con esa cara de
funeral?
—¿Cómo? No sé a qué te refieres.
Esperaba que su mentira sonara a verdad porque no estaba
dispuesta a dar explicaciones al respecto.
—¡Oh, venga ya! No me trates como si fuera idiota, por favor —
insistió pasándose impaciente la mano por la oscura melena—.
¿Tiene algo que ver conmigo?
—¿Alguna vez te has planteado que no todo lo que ocurre a tu
alrededor tiene que ver contigo? —preguntó a su vez con cierta
aversión.
—Por supuesto que sí, ¡tranquila! —replicó Bianca tirando de
ironía—. Aunque algo me dice que, en esta ocasión, sí que tengo
algo que ver. ¿Qué tal si lo sueltas de una vez?
—Te equivocas…
Aguantó sin pestañear su intensa y profunda mirada. La miraba
tan fijamente que parecía querer entrar en su mente e indagar en
ella hasta obtener las respuestas que buscaba.
—Sabes que no lo puedes hacer, ¿verdad?
—¿A qué te refieres? —preguntó fingiendo no comprender.
—Ya sabes a lo qué me refiero, ¡por Dios bendito! No te puedes
casar, no puedes hacerlo. Ni puedes, ni debes. Y, cuanto antes lo
entiendas, mejor para todos —aclaró contemplándola con
indulgencia, como el profesor que acababa de finalizar su magistral
explicación y permanecía a la espera de que el alumno poco
aventajado diera muestras, por fin, de cierta comprensión.
Una vez más, le sorprendió la capacidad que poseía aquella
mujer para leer e interpretar sus pensamientos más sombríos.
—Pero ¿qué dices?
—Lo que has oído.
—¡No tienes ni idea!
No sabía muy bien qué era lo que tanto le estaba molestando, si
lo espinoso del propio tema de conversación o la actitud, entre
arrogante y condescendiente, con la que se desenvolvía Bianca.
—¿Qué es lo que tanto te preocupa? ¿Es porque soy una mujer
o porque ves peligrar esa imagen tan idílica que tienes en la cabeza
en la que estás con tu maridito de paseo por el centro comercial los
domingos por la tarde con una alianza en la mano…?
—Estás diciendo muchas tonterías, ¿lo sabes? Además, no te
equivoques, ¡quiero a Fran! —afirmó tratando de contener la furia
que amenazaba con explotar de un momento a otro.
—¿Lo quieres? No lo dudo. Pero lo que sí que dudo, y mucho,
además, es de que estés enamorada de él… —señaló Bianca
descruzando los brazos y dejándolos caer a ambos lados del cuerpo
en actitud desafiante.
—¡Por supuesto que lo estoy! —replicó recalcando lentamente
cada una de sus palabras, como si de esa manera consiguiera
reafirmar, aún más, su sentido.
—Si lo estuvieras, no estaría ocurriendo esto —aseguró Bianca
dibujando con el dedo índice una especie de línea imaginaria que
parecía ir de una a otra.
—Lo siento, pero aquí no está ocurriendo nada. Ya te he
explicado antes que lo de Sicilia no ha sido para mí más que una
simple anécdota. Lo siento, pero es así.
Aquella frase fue como una bofetada sin manos y así debía
percibirla Bianca, que reflexionó unos segundos con el ceño fruncido
antes de murmurar:
—Si tú lo dices…
—Lo digo. Y, además, ten en cuenta que yo no soy… —se
interrumpió antes de pronunciar la palabra “gay”. Por alguna razón,
no le apetecía ahondar en aquel tema.
—¿No eres qué? —insistió Bianca con cara de entender
perfectamente a lo que se refería.
—¡Da igual! —exclamó mirando nerviosamente su reloj de
pulsera—. Creo que voy a tomar un taxi, ya recogeré mi coche del
hotel otro día.
No estaba el ambiente como para ir juntas en un vehículo tan
minúsculo, la verdad.
—Como quieras.
No añadió más palabras. Entró en el Smart y arrancó en un
tiempo récord, desapareciendo por la esquina sin echar siquiera un
vistazo por el espejo retrovisor. Dejó a Valeria con un amargo
regusto en la boca y una desconcertante sensación de pérdida.
Mierda.
CAPÍTULO 17.
—Recapitulemos un poco. Estás colada por una arquitecta que
no te sigue del todo el juego y que, para mayor complicación, tiene
un pie en el altar… —expuso Rafa haciendo gala, como buena
abogada, de una envidiable capacidad de síntesis. Acarició la
cabeza de George, uno de los perros mestizos que dormitaban
tranquilamente a sus pies soltando de vez en cuando algún ronquido
sonoro—. ¡No parece que lo vayas a tener fácil, desde luego!
—¡No seas tan negativa! —intervino Laura dirigiendo una mirada
de reproche a su novia tras propinarle un suave cachete en la pierna
—. Por lo que dice Bianca, parece que la tal Valeria siente algo por
ella…
—Yo no diría tanto. Antes pensaba que sí, pero ahora tengo
serias dudas al respecto —admitió ella recostándose resignada en
el incomodísimo sillón Le Corbusier que formaba parte del moderno
mobiliario de la casa de su exnovia.
Llevaban media tarde dando vueltas a lo mismo y aunque sabía
que no iba a encontrar una respuesta al asunto, al menos le servía
para desahogarse. Y confiaba plenamente en el criterio de aquella
pareja. Aún le sorprendía el hecho de haber conseguido construir
una sólida amistad no solo con quien había mantenido una intensa
relación amorosa en el pasado, sino también con su novia actual.
Por un efímero momento, se preguntó qué hubiese ocurrido de
haber conocido a Rafa en una edad más madura, aunque rápido
llegó a la sensata conclusión de que las cosas sucedían de cierta
manera por un motivo concreto y de que, en ocasiones, la diosa
Fortuna podía actuar con sabiduría.
—¿Tienes alguna foto suya? Por ponerle cara, más que nada…
—preguntó Rafa, siempre práctica.
—¡Eso, enséñanos una foto! Tengo curiosidad por ver la pinta
que tiene, aunque ya sé que no tienes del todo mal gusto… —
apuntó Laura guiñando un ojo a Rafa.
—Tengo un montón del viaje a Sicilia —aseguró Bianca
buscando en su teléfono móvil hasta dar con un primer plano de la
arquitecta.
—¡Guau! ¡Ahora empiezo a entenderlo todo! —comentó Rafa
alegremente.
—¡No seas sátira! —le regañó Laura, fingiendo estar molesta,
antes de arrebatarle el móvil de las manos para examinar con
detenimiento la foto—. Reconozco que es muy mona… —admitió
por fin, devolviendo el dispositivo a su dueña.
—¿Y la competencia cómo es? Me refiero al novio —preguntó
Rafa.
—No lo conozco. Por las fotos que he visto de él, no está mal,
aunque tiene pinta de aburrido. Es ginecólogo.
—¿Un médico? ¡Eso tiene su morbo! —comentó Laura con
inocencia antes de intentar rectificar apresuradamente sus palabras
al constatar la mirada asesina de Bianca—. ¡Pero seguro que llevas
razón y es aburridísimo…!
—Bien, en cualquier caso, ¿qué vas a hacer? —preguntó Rafa
centrando de nuevo la conversación en la cuestión principal.
¿Cómo debía actuar? Aún le dolía cómo la arquitecta había
calificado de anecdótico lo ocurrido entre ellas, pero ¿hablaba con
sinceridad?
—No lo sé, aún tengo que pensarlo.
—Puede que haya llegado el momento de dejar que el destino
decida. Si de verdad siente algo por ti, será ella la que tome algún
tipo de iniciativa —sugirió Laura levantando las manos con la
palmas hacia arriba.
—No sé si me fío del destino lo suficiente. Y tampoco me fío de
que ella tome la iniciativa, la verdad —dijo Bianca frunciendo el ceño
automáticamente.
Intuía que la arquitecta se encontraba encorsetada en una
relación de la que no tenía intención de salir por mucho que se
planteara que algo no funcionaba como debería.
—Creo que Laura tiene razón: si tiene sentimientos hacia ti, tarde
o temprano el asunto caerá por su propio peso.
—O no, ¡a saber! Tampoco tengo intención de esperar
eternamente. Además, si se casa, dudo mucho que después de la
puñetera boda sea capaz de dar marcha atrás.
—¿Y eso se lo dices a una abogada matrimonialista? —preguntó
Rafa con una risita divertida—. ¡Todo tiene marcha atrás, te lo
aseguro!
—Como quieras, pero si al final se casa me olvido de ella… ¡Lo
juro! —afirmó torciendo el gesto con rencor, pues solo imaginarse la
escena de Valeria vestida de blanco y dando el sí quiero al bobo
aquel le ponía los pelos de punta.
Joder, ¿desde cuándo tenía que ser todo tan difícil? Era obvio
que no podía seguir así. Quizá debía, por salud mental, olvidarse de
ella y seguir con su vida. Pero ¿acaso era capaz de hacerlo?
Ahora mismo, lo dudo.
Empezaba a estar en un punto en el que nunca se había
encontrado antes, en el que una incómoda y desconocida sensación
de derrota parecía penetrar con saña cada poro de su piel.
CAPÍTULO 18.
—Entonces, ¿quedamos a comer mañana, nena? En cuanto
salga de la guardia voy a buscarte al estudio, ¿te parece?
La profunda y varonil voz de Fran retumbaba con fuerza por el
manos libres del teléfono de Valeria, que llevaba un buen rato
tumbada en el sofá de su casa intentando seguir el hilo de la
conversación mientras su mente se empeñaba en rememorar, una y
otra vez, lo ocurrido con Bianca días atrás en el templo de Debod.
—¡Claro! Ven a buscarme, perfecto.
—¡De acuerdo! Oye, tengo que dejarte, creo que ha venido un
paciente. Te quiero…
—Hasta mañana, un beso.
Colgó el móvil con desgana, se levantó para acercarse a la
ventana y observar la fina lluvia que comenzaba a caer por las
calles de la ciudad como un suave murmullo. El sonido de un trueno,
todavía lejano, anunciaba la llegada de una tormenta.
Se preguntó si a Fran le habría extrañado que no hubiese
respondido al “te quiero”. No, seguro que no; su novio tenía
numerosas cualidades, pero la capacidad de percibir los estados de
ánimo ajenos no era una de ellas. Aun así, le sorprendía que no se
hubiera percatado de su actitud distante durante los últimos días,
pues no hacía más que evitarlo con la excusa del exceso de trabajo.
Necesitaba serenarse y clarificar sus ideas. El problema era que,
cuanto más pensaba en ello, más confusa se quedaba.
“No puedes hacerlo. Ni puedes, ni debes. Y, cuanto antes lo
entiendas, mejor para todos”. No dejaba de escuchar aquella frase
una y otra vez, como si se tratara de una canción pegadiza y
machacona imposible de olvidar.
Había llegado la hora de hablar de ello con alguien. Hasta el
momento había intentado evitarlo porque sabía que en el mismo
instante en el que exteriorizara sus pensamientos dejarían de ser
meras conjeturas para convertirse en una realidad y, por tanto, en
un problemón del tamaño de una catedral. Reconocer abiertamente
que le atraía una persona de su mismo sexo hasta el punto de
hacerle dudar de sus sentimientos por Fran no podía calificarse más
que de auténtica catástrofe.
¿Qué podía hacer? ¿Seguir adelante y meterse sus dudas en el
bolsillo?, ¿hablar con Fran y atrasar la boda? De todos modos, en el
caso de elegir esto último, ¿qué explicación daría? Sabía de sobra
que su novio, orgulloso como era, jamás asumiría una confesión que
implicara la atracción por una tercera persona. Y lo más importante
de todo: ¿estaba dispuesta a asumir el riesgo de perder a Fran?
Aquello era como una ecuación matemática imposible de
resolver. Ahora entendía lo qué debía ser acabar en el infierno de
Dante.
Un relámpago iluminó la noche y de inmediato comenzó a contar
los segundos hasta que el trueno retumbó. Le encantaban las
tormentas de verano, tenía la sensación de que era el mismísimo
dios Thor quien lanzaba impetuosamente sus rayos contra la tierra
para acongojar a los simples mortales que, como ella, miraban al
cielo con absoluto respeto.
Fue justo en aquel momento cuando se le ocurrió la idea. Una
idea tan loca como descabellada. Lo curioso era que ni siquiera la
meditó demasiado; probablemente la habría concebido con
anterioridad, relegándola a algún remoto lugar de su cerebro.
Se vistió con rapidez, se lavó meticulosamente los dientes y se
cepilló el pelo con esmero. Salió a la calle cuando la lluvia
comenzaba a arreciar con fuerza y, para cuando llegó al coche,
aparcado apenas a media manzana de distancia, estaba
completamente calada. Se maldijo por no haber tenido la precaución
de coger un paraguas. Esperaba que aquel chaparrón no fuera una
señal del destino con algún tipo de advertencia.
¡Qué oportuno!
Se observó en el espejo retrovisor para intentar arreglarse el
flequillo empapado con los dedos antes de arrancar el motor e
incorporarse a la circulación. Condujo con precaución, pues la
visibilidad con la lluvia era escasa y los cristales del coche no
dejaban de empañarse. Para su fortuna, el tráfico entre semana a
aquellas horas de la noche era escaso y fluido, así que consiguió
llegar a su destino en un tiempo prudencial a base de forzar el ritmo
de los limpiaparabrisas. Aparcó en el garaje del Silver Star
preguntándose, por enésima vez desde que había salido de casa, si
no estaría a punto de cometer una barbaridad. Creía que era
probable que sí, pero ya no tenía remedio; había tomado una
decisión y quería seguir adelante con ella. Necesitaba averiguar si lo
que estaba experimentando no era más que una simple fantasía que
rondaba molesta por su cabeza haciéndole la vida imposible y para
ello debía materializar esos deseos que últimamente se habían
convertido en sus más fieles escuderos.
Entró por la puerta principal del hotel estirándose la camisa
empapada y eludiendo la mirada inquisitiva de las recepcionistas.
Agradeció demasiado no tener que compartir el ascensor. Se
observó en el espejo y terminó de recomponer su ropa antes de
dirigirse al apartamento de Bianca. Allí se detuvo durante un par de
minutos, presa de un repentino ataque de pánico, inmóvil y sin
apenas atreverse a respirar.
Era consciente de estar a punto de traspasar una línea que hasta
aquel momento consideraba infranqueable y en la que dejaría a un
lado sus muy estrictos códigos morales sobre la fidelidad y la
lealtad. Hasta el momento había podido disculparse porque no
había ocurrido nada grave en realidad, pero si llamaba a aquella
puerta su percepción cambiaría por completo. Aun así, no pudo
resistirse a la inexplicable fuerza que le impedía dar media vuelta y
huir de allí.
Tras un par de inspiraciones hondas, llamó al timbre,
lamentándose de no haberse tomado previamente una buena copa
de vino que le ayudase a calmar los nervios. Se preguntó si Bianca
estaría ya acostada, pero enseguida escuchó sus pasos
acercándose a la puerta. Abrió con expresión de desconcierto.
¡Tranquilidad! Compórtate como si hicieras esto todos los días.
Bianca estaba descalza y llevaba un pijama azul celeste como
atuendo completo que le confería un aspecto algo aniñado. El pelo,
revuelto, sugería que debía de haber estado tumbada en el sofá
leyendo el libro electrónico que todavía sujetaba entre las manos.
Dudó seriamente que existiera en aquel lado del hemisferio alguien
más sexy que la italiana en aquellos momentos.
—¡Estás empapada! —exclamó Bianca, reaccionando tras unos
segundos de quietud. La invitó con un gesto a pasar al interior del
apartamento—. ¿Te dejo una toalla…?
Su cara reflejaba cierto estupor. Era probable que se preguntase
por el motivo de semejante aparición a aquellas horas de la noche.
—No hace falta, gracias…
Bien, ¿y ahora qué decía? Sabía exactamente a lo que había ido,
por supuesto, pero de pronto dudaba sobre la mejor manera de
plantearlo. Le dio un millón de vueltas mientras aguantaba
estoicamente la mirada interrogante de Bianca, que parecía esperar
algún tipo de explicación.
¡Ahí voy!
—Te voy a decir cómo va a ser: solo va a suceder una vez y va a
ser hoy. Después, tú seguirás con tu vida, yo con la mía, y nos
olvidaremos por completo de lo ocurrido, ¿de acuerdo?
¿De verdad he dicho lo que he dicho?
Bianca la contempló con expresión de incredulidad, lo que le
pareció lógico teniendo en cuenta la desconcertante propuesta. Se
quedó reflexionando en silencio unos segundos, balanceando
ligeramente el cuerpo en un movimiento que indicaba cierto recelo.
Intuía que la italiana era de las que imponían sus propias
condiciones, así que no tenía del todo claro cómo reaccionaría al
respecto.
—¿Y qué se supone que tiene que ocurrir? —murmuró por fin
mientras una seductora sonrisa asomaba poco a poco a su rostro.
Fue incapaz de responder con palabras, así que se limitó a
recorrer su cuerpo con la mirada deteniéndose unos instantes a la
altura de la boca y, por qué no decirlo, del pecho también. Fue un
gesto audaz y descarado, impropio de ella, pero algo la empujaba a
actuar desechando, en lo posible, cualquier tipo de inhibición. Al fin
y al cabo, solo iba a vivir aquella experiencia una vez y quizá fuera
ese el motivo por el que tuvo el valor de dar el primer paso. Extendió
los brazos para agarrar la solapa del fino pijama de seda de Bianca
y tiró de ella hasta que sus bocas se unieron en un descontrolado
beso, pues la italiana pareció perder momentáneamente el equilibrio
hasta que consiguió estabilizarse. Sus labios, frescos y secos,
rápido se volvieron cálidos y húmedos, y el roce aterciopelado de su
lengua prometía sensaciones bastante apetecibles.
¿Esto es real?
La sujetó firmemente por las caderas, amoldando el movimiento
del cuerpo al de Bianca sin interrumpir el contacto. Fue aquel un
beso húmedo, pasional, menos contenido del que se habían dado
en Sicilia.
Enseguida notó las manos de la italiana recorriendo libremente
su espalda, tirando de la mojada camisa hacia arriba hasta
sacársela por completo, sin llegar a desabrocharla. Le hubiera
encantado hacer lo mismo, pero un repentino ataque de pudor le
obligó a cambiar de idea al imaginar que no debía llevar sujetador
bajo el pijama.
Se separaron unos centímetros para tomar aire, y cuando trató
de continuar donde lo habían dejado, Bianca la detuvo posando un
dedo sobre su boca.
—Mejor vamos al dormitorio…
La visión de la inmensa cama King le provocó cierto recelo. ¿Y si
no sabía cómo desenvolverse íntimamente con una mujer?
No puede ser tan difícil.
Se giró hacia su anfitriona hasta quedar de nuevo frente a frente
y a escasa distancia.
—¿Enciendo una luz…? —propuso Bianca en tono acariciante y
hablando prácticamente contra su boca.
Normalmente hubiese respondido que no, y más en una ocasión
como aquella, en la que iba a adentrarse en terrenos desconocidos,
pero su lado más osado y desvergonzado le empujó a contestar lo
contrario:
—De acuerdo…
¿En serio?
Bianca sonrió, divertida, ladeando ligeramente la cabeza antes
de dirigirse al cuarto del baño y dejar encendida su luz. A
continuación, se dejó caer lentamente en el borde de la cama
mientras realizaba un gesto envolvente con el índice de la mano
derecha.
Obedeció de manera instintiva, aproximándose e inclinándose
hacia ella hasta conectar nuevamente los labios y enredar sus
lenguas, provocando que una sacudida de puro deleite le recorriera
el cuerpo al ritmo del ensordecedor trueno que retumbó con fuerza
por la habitación a través de las ventanas entreabiertas
Se quedó un poco turbada cuando la italiana le desabrochó los
pantalones, tirando de ellos hacia abajo y aprovechando, de paso,
para retirar también las braguitas de algodón enganchándolas con
delicadeza por el elástico. Observó que acercaba la cabeza hasta su
pubis, depositando seductoramente un beso en pleno monte de
Venus y consiguiendo acrecentar la evidente humedad en su
entrepierna.
¡Dios!
Sentía que su cerebro apenas tenía capacidad para asimilar las
emociones extremas que estaba experimentando. Todo su cuerpo
parecía reaccionar de forma explícita a cada movimiento de Bianca,
como si se tratara de un piano acariciado por las hábiles manos de
una excelente pianista.
Decidió dejarse llevar y materializar lo que tenía en mente desde
hacía ya un buen rato, agarrando la parte de arriba del pijama de la
italiana para sacárselo por la cabeza. Se arrodilló en el suelo para
continuar con los pantalones, terminando así de desvestirla.
La impactante visión le incitó a permanecer inmóvil durante unos
segundos, observando con timidez la espléndida desnudez de la
morena. Había visto a muchas mujeres desnudas a lo largo de su
vida, por supuesto, pero nunca como preludio de una relación
sexual y menos con alguien semejante a Bianca Ricci, que parecía
aguantar con estoicismo el intenso escrutinio al que estaba siendo
sometida con una sonrisa divertida.
—¿Qué?, ¿te gusta la panorámica?
Me quita el aliento, pero jamás te lo confesaría.
A pesar de haberla visto anteriormente en bañador, ahora tenía
la posibilidad de recrearse con aquellas partes que el bikini ocultaba
sin tener que echar mano de la imaginación.
Me estoy convirtiendo en una especie de pervertida.
—¡No está mal…! —dictaminó tras un leve carraspeo.
Volvió a acortar la distancia entre ambas para depositar
delicadamente un beso en su pecho derecho. El contacto le pareció
electrizante y, por la expresión en el rostro de Bianca, entendió que
ella también debía sentir algo parecido.
Se dejó quitar el sujetador antes de que la italiana le hiciera
ponerse en pie para recorrer su cuerpo con la mirada en una
descarada exploración tan exhaustiva como la que ella misma
acababa de hacer. Sentía que la sangre le ascendía a la cara como
consecuencia del perturbador momento y, quizá por primera vez en
su vida, se le ocurrió dar las gracias a todos los dioses por el tiempo
invertido en modelar el cuerpo.
—¡Guau…! —exclamó Bianca, todavía sentada, alargando los
brazos y atrayéndola hacia ella con un fuerte tirón hasta conseguir
que ambas quedaran tumbadas sobre la cama.
Aquella era la situación más sensual y voluptuosa que había
experimentado en toda su vida. Su cerebro parecía asumir con total
naturalidad la consumación de un hecho quizás largamente
anhelado, así que se disparó una pequeña y algo incómoda alarma
en su cabeza advirtiendo algo que, al menos en aquel momento, no
le interesaba saber. El mundo se había reducido a los contornos de
las cuatro paredes de aquella lujosísima habitación donde solo
existían los suaves labios de Bianca, el sedoso tacto de su piel y el
sonido de su respiración acelerada.
No recordaba haberse besado de forma tan intensa con nadie.
Nunca había sido muy entusiasta del intercambio excesivo de
fluidos, pero en aquella ocasión ninguna de las dos parecía tener la
más mínima intención de abreviar el momento, como si hubieran
adoptado al tácito acuerdo de prolongar, en lo posible, la
sensacional experiencia. El tiempo se había detenido en un largo
preámbulo de lo que prometía ser un encuentro tan apasionado
como misterioso.
No fue consciente del instante exacto en el que comenzó a
acariciar el trasero de Bianca, pero la sonrisa que sintió contra su
boca le hizo suponer que, quizá, la chica había estado esperando
algo parecido para continuar con caricias más atrevidas y
abandonar por el camino cualquier atisbo de pudor.
Los besos se volvieron duros e invasivos, y la suave piel del
pecho de Bianca bajo el tacto de su mano le ocasionó un calambre
nacido directamente de la entrepierna.
Necesitaba más, mucho más, aunque no le hizo falta expresarlo
en voz alta. Los dedos de Bianca empezaron a explorarle
cuidadosamente el pubis hasta encontrar su apertura más íntima. El
contacto la dejó momentáneamente paralizada, teniendo que
obligarse a reaccionar para bajar la mano derecha. Tanteó con
cautela la humedad de Bianca, que parecía encontrarse en el mismo
estado que ella.
Uff.
Nunca había imaginado, ni remotamente, que pudiera llegar a
obtener tanto placer acariciando de aquella manera a otra mujer. Por
un instante, sintió la necesidad de expresarlo en voz alta. Aunque no
era dada a airear sus pensamientos más íntimos, se daba la
posibilidad de que no hubiera otra ocasión para hacerlo.
—Te deseo… —susurró con timidez interrumpiendo el beso con
una separación de escasos milímetros.
—Dudo que tanto como yo a ti… —replicó Bianca llena de
sinceridad, erizándole automáticamente el vello de la nuca.
Permanecieron unos segundos comunicándose tan solo con la
mirada hasta que de nuevo unieron sus labios, acoplando de
inmediato el movimiento de sus cuerpos en una danza pausada y
sosegada al principio, enérgica e impúdica después.
Los dedos de Bianca acariciaban rítmicamente su clítoris y
entraban y salían de ella en un sobrecogedor recorrido. Decidió
hacer exactamente lo mismo esperando acertar con sus gustos
mientras se esforzaba por detener un orgasmo que anunciaba,
desde hacía ya un buen rato, su inminente llegada. La respiración
acelerada de Bianca le hizo comprender que también ella debía
estar al borde del clímax y, cuando sintió que por fin lo alcanzaba,
se dejó ir aliviada, entregándose al brutal estremecimiento que la
atravesó como si fuera una explosión perfectamente sincronizada
con la violenta tormenta que caía en el exterior y que parecía
amenazar los cimientos del edificio.
Mantuvieron la misma postura, frente a frente y tumbadas sobre
el perfil, mientras recuperaban el aliento. Se tocaban
distraídamente, deteniéndose de vez en cuando en algún punto del
otro cuerpo para inspeccionarlo con curiosidad.
—Me encanta este hoyito que tienes en el mentón… —comentó
Bianca acariciando con el dedo índice la marcada hendidura en
mitad de la mandíbula de la arquitecta.
—¿En serio? De pequeña lo odiaba, pero acabé reconciliándome
con él.
—Pues es muy sexy —concluyó ella dejando un delicado beso
sobre él y provocándole un inmediato latigazo en pleno corazón—.
¿Sabes que enseguida reparé en él? El día que nos conocimos, me
refiero.
—¿Y en qué más cosas te fijaste, si se puede saber?
Había reflexionado en varias ocasiones sobre la extraña química
que pareció dispararse entre ambas desde el mismo instante en el
que habían intercambiado la mirada en aquel insólito encuentro en
la calle, rodeadas de asfalto y coches.
—En tu boca, en tu actitud chulesca… Me quedé con las ganas
de quitarte las gafas para tener la perspectiva completa, la verdad.
—¿Actitud chulesca? ¡Madre mía!, y me lo dices precisamente
tú… —dijo con humor propinándole un cachete sonoro en el trasero.
—¿Y tú? ¿Qué pensaste cuando me viste?
Recordaba perfectamente el momento. La italiana bajando la
ventanilla tintada de su impresionante coche y observándola con
aquel aire insolente y burlón como si fuera una diosa dignándose a
dirigir la palabra a una simple mortal como ella. Le irritó su actitud,
pero más le molestó su propia reacción al descubrir el impactante
físico de la chica, pues tardó unos segundos en reponerse y
recuperar el habla. De todos modos, jamás confesaría algo así ante
nadie, y mucho menos ante la propia interesada.
—Me pareciste un poco engreída, la verdad…
Más bien, bastante.
—¿Solo eso? —insistió Bianca torciendo un poco el gesto como
si esperase una respuesta más halagüeña por su parte.
—Umm… ¡Ah, sí!, me fijé también en un grano que tenías en la
nariz —añadió fingiendo hacer memoria al respecto. No tenía
intención de contribuir a fomentar su ego.
—No me ha salido un grano desde segundo de bachillerato —
protestó Bianca sin poder reprimir una breve carcajada antes de
agarrarla por el cuello y besarla de manera posesiva.
De inmediato, sintió un tirón en plena entrepierna. Aquello no
había terminado. Le devolvió el beso con brusquedad,
entrechocando ligeramente los dientes y empujándola para
quedarse tumbada encima de ella. Aprovechó para acoplar la pierna
derecha entre las suyas y dejó una mano sobre su pecho.
Quiero hacerlo otra vez.
El encuentro amoroso resultó tan ardiente e intenso como el
anterior, aunque algo más desmelenado, como si estuvieran
saldando una larga lista de cuentas pendientes. Cuando terminaron,
tiempo después, permanecieron inmersas en sus propias
cavilaciones hasta que, una vez más, fue Bianca quien rompió el
silencio:
—¿Ha sido la primera vez…?
—¿Con una mujer? Sí —admitió pudorosamente, interrumpiendo
el lento recorrido de su dedo por el abdomen de la italiana—. ¿Se
ha notado?
—No demasiado… —respondió Bianca entrecerrando los ojos.
—¿No demasiado? —repitió fingiendo indignación. Estuvo a
punto de añadir: “ya veremos la próxima vez”, pero las palabras
murieron en su garganta antes de que salieran a la luz. No habría
próxima vez. Es más, al día siguiente tendría que considerar todo
aquello como un episodio que debía olvidar.
Algo parecido a un mazazo en pleno pecho la hizo incorporarse
hasta quedar sentada con las piernas entrecruzadas.
—¿Pasa algo? —preguntó Bianca al instante, extrañada ante su
repentino cambio de actitud.
—No, pero creo que ha llegado el momento de irme.
—Quédate a dormir… Mañana será otro día y respetaré lo que
quieras hacer.
La persuasiva voz invitaba a ceder a su propuesta y el impulso
de quedarse dormida a su lado era demasiado fuerte como para
resistirse a él.
Mañana trataré de olvidar lo ocurrido, pero esta noche es mía.
—¿Lo respetarás? ¿Tengo tu palabra?
Bianca fijó la vista en el techo, resignad.
—La tienes —confirmó.
Valeria se dejó caer en sus brazos sin añadir palabra,
considerando que cualquier cosa que dijera podría estropear el
momento. Se abandonó a las caricias reconfortantes de Bianca
sobre su cuero cabelludo. Permanecían con los cuerpos
entrelazados escuchando la suave llovizna que aún caía y que la
tormenta había dejado a sus espaldas.
Trató de rebelarse contra la somnolencia que se iba adueñando
poco a poco de ella forzando a sus párpados a permanecer abiertos,
pero empezaban a pesarle más de la cuenta, como si fueran una
cortina de raso oscuro obcecada en caer sobre ella.

Aunque se había despertado hacía ya un buen rato, Bianca


seguía notando una sensación agridulce flotando en el ambiente.
Valeria dormía plácidamente a su lado respirando de forma
suave y acompasada, con las piernas encogidas y el cabello rubio
revuelto. Había arrojado la almohada al suelo y estaba destapada,
dejando a la vista parte de su cuerpo desnudo. La luz del amanecer
se filtraba por las rendijas de la persiana creando reflejos sobre su
piel y acentuando las sombras de sus curvas.
Se mantuvo inmóvil para no molestarla. La deseaba, quería
tocarla, pero se abstuvo de hacerlo considerando que quizá no fuera
del todo buena idea. Al fin y al cabo, ya era “mañana” y la muy
insensata podría tener la absurda idea de marcharse con la
intención de no volver más.
Le había prometido que respetaría su postura, aunque no tenía la
más mínima intención de cumplir su palabra. No después de lo
ocurrido la noche anterior. Una sonrisita perversa asomó mientras
frenaba, a duras penas, el impulso de besarla en los labios
entreabiertos.
Valeria pareció percibir su deseo porque comenzó a estirarse y a
cambiar de postura hasta terminar abriendo los párpados
lentamente.
Bianca estiró el brazo y le retiró cuidadosamente el pelo de la
cara. Los ojos de la chica se volvieron hacia ella hasta enfocarla,
adoptando de inmediato una graciosa expresión de asombro que
rápidamente se transformó en una tímida sonrisa.
—Buenos días, bella durmiente —saludó pensando que aquella
definición se adaptaba a la arquitecta como anillo al dedo.
—Buenos días… —contestó Valeria con voz adormilada tras
cubrirse dando un tirón a la sabana hacia arriba. Buscó su móvil con
la mirada, paseándola sobre la mesita de noche—. ¿Qué hora es?
—Las ocho y media pasadas…
—¡Dios, es tardísimo! Tengo que irme —anunció levantándose
rápidamente de la cama y comenzando a recopilar su ropa,
desperdigada por el suelo de la habitación, sin dejar de taparse con
las manos. Una lástima, pues contemplar a Valeria de Luna desnuda
era un espectáculo en sí mismo.
—¿No te quedas a desayunar?
Tenía que intentarlo a pesar de que las prisas con las que se
vestía la chica evidenciaran su intención de salir de allí escopetada.
Era la primera vez en bastante tiempo que había querido pasar la
noche con alguien y resignarse a observar cómo se largaba de allí
sin poder hacer nada para evitarlo le provocaba un malestar en la
base del estómago bastante desagradable. Empezaba a imaginar
que su orgullo iba a salir mal parado, comprendiendo de pronto lo
que debía sentirse al estar en aquel lado de la frontera. Al final,
pensó, todo el mundo recibe su propia medicina.
—No puedo, gracias. He quedado con un cliente a primera hora y
ya llego tarde… —se excusó Valeria tras terminar de abrocharse los
pantalones.
Le sorprendió el intenso puntito de dolor que notó en algún lugar
indeterminado del pecho porque sus palabras habían sonado a
mentira.
—De acuerdo… —concedió suspirando con estoicismo.
De pronto, no sabía muy bien cómo actuar. La noche anterior
había estado muy segura de sí misma, pero ahora se perdía en un
mar de dudas. ¿Habría quedado con el novio para desayunar?
¿Seguiría con su relación como si nada hubiese ocurrido? ¿Se
acostaría con él…?
No estaba preparada para la oleada intensa de celos que pareció
invadir cada centímetro de su cuerpo. Era una sensación extraña,
como si el aire que la rodeaba no contuviera el oxígeno suficiente
para poder respirar con normalidad.
Celos. Siempre había despreciado los celos, al menos los suyos
propios. Los consideraba un signo de extrema debilidad, aunque,
siendo honesta consigo misma, muy pocas veces había llegado a
experimentar aquella sensación.
Me parece que ahora están más que justificados.
Tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para
controlar el acceso de ira que amenazaba con salir de sus entrañas
y afrontar el asunto con frialdad. Debía dejar que Valeria se tomara
su tiempo, pues probablemente tendría un jaleo mental bastante
considerable.
La acompañó a la puerta tratando de reflejar una actitud relajada
y obligándose a mantener una sonrisa educada.
—Bueno… —comenzó a decir Valeria algo cortada mientras se
colocaba nerviosamente el pelo. Agarró el picaporte de la puerta con
inseguridad—. Tengo que irme.
No me lo puedo creer.
Aquello sonaba a un adiós en toda regla. No podía dejar que se
fuera de aquella manera, así que la empujó posesivamente contra la
pared hasta aplastar la boca contra la de ella. Fue un beso duro,
dominante, pero enseguida percibió que Valeria se lo devolvía sin
oponer resistencia.
Le hubiera gustado continuar, pero como gran estratega que era
sabía que debía jugar sus cartas con inteligencia. Se obligó a
separarse a los pocos segundos provocando una expresión de
extrañeza en Valeria, desconcertada ante la interrupción inesperada.
—Y ahora puedes irte, querida —declaró recalcando cada
palabra con retintín. Abrió la puerta en un inequívoco gesto de
despedida antes de agregar—: ¡Ah!, una cosa más: olvídalo si
puedes.
Ninguna de las dos añadió nada más. Observó cómo Valeria se
alejaba por el largo pasillo mientras un nudo se formaba en el fondo
de su garganta. Tuvo que contener el deseo de salir corriendo tras
ella; el amor propio se lo impidió.
Joder.

Entró en el ascensor siendo consciente del desastroso aspecto


que debía presentar porque ni siquiera había pasado por el cuarto
de baño para cepillarse el pelo. Se miró en el espejo para
comprobar que llevaba hasta la camisa mal abrochada. Mierda.
Ya me la colocaré en el coche.
Sacó el teléfono móvil del bolso apartándose en lo posible de la
familia de ruidosos turistas que ocupaban parte del gigantesco
ascensor. De inmediato, comprobó que tenía tres llamadas perdidas
de Fran.
¡Ay, Dios!
Se sentía terriblemente mal. Era la primera vez que le era infiel y
la sensación de culpa le llegó con la fuerza de un río recién
desbordado. Salió al vestíbulo del Silver Star con la imperiosa
necesidad de escapar de allí cuanto antes. Necesitaba respirar aire
fresco y calmar los nervios. Sin embargo, el destino quiso que se
diera de bruces con una distraída Eva, que cruzaba en aquel
momento el hall del hotel con cara de sueño.
¡Noo!
—Ey, ¿qué haces aquí a estas horas? —preguntó la chica
intrigada recuperándose de la sorpresa.
—He venido a… supervisar las obras. Hay un problemilla con las
entradas de los aires acondicionados.
Contestó lo primero que se le pasó por la mente a sabiendas de
que mentía rematadamente mal. Quizás fuera aquel el principal
motivo por el que odiaba faltar a la verdad.
—¿A estas horas? Creía que los obreros no llegaban hasta las
nueve.
—Bueno, sí… Quiero decir, no. Es que era urgente y por eso he
venido tan pronto.
¡No me preguntes más, por favor!
—Entiendo… —dijo con la vista sobre su camisa mal abotonada.
—Me marcho, que tengo que ir a una reunión. ¡A ver si nos
vemos un día de estos! —se despidió tratando de mantener la
compostura rozándole cariñosamente el brazo a su amiga antes de
encaminarse a la salida.
¿Se habría imaginado algo Eva? ¡Claro que no! ¿Por qué iba a
hacerlo? Además, aquella chica era, en aquel momento, el menor
de sus problemas.
Marcó el número de Fran rogando a todos los santos para que a
su novio no le diera por empezar a realizar un interrogatorio de
tercer grado. Cuanto menos le preguntara, menos tendría que
mentir.
—¿Se puede saber por qué no me coges el móvil? ¡Te he
llamado varias veces! —preguntó Fran, enfadado.
Tenían la costumbre de hablar a la hora del desayuno cuando no
dormían juntos, por lo que imaginaba que estaría extrañado ante la
falta de noticias por su parte.
—Perdona, es que he tenido que venir al hotel por un problema
urgente en la obra y no he podido llamarte antes…
La mentira salió sola y, para su sorpresa, le pareció que sonaba
convincente, aunque no por ello se sintió mejor. Se encontraba
incómoda, incómoda ante su novio, ante ella misma y, por qué no
decirlo, ante el universo entero.
—¡Podías haberme enviado un wasap! Ya estaba preocupado,
nena.
Y de pronto, y por primera vez desde que estaban juntos, no le
gustó que la llamara de aquella manera.
—Perdona, cariño, es que tenía el teléfono en silencio y no me
he dado cuenta de la hora. Estoy con demasiadas cosas en la
cabeza… —continuó excusándose como buenamente pudo. Lo
último que le faltaba era tener a Fran en pie de guerra.
—Está bien, pero intenta estar más pendiente del móvil, ¡por
favor! Por cierto, ayer me preguntó mi madre si queremos elegir las
piezas que toque el pianista en la boda o si preferimos dejarlo en
sus manos.
—Que elija ella lo que quiera, que tiene más idea —contestó con
alivio al comprobar que su novio parecía cambiar de tema. Se lo
agradecía infinito, la verdad, porque no estaba como para dar
demasiadas explicaciones.
—Y he hablado con el profesor de baile. Dice que podemos
empezar los ensayos el viernes por la tarde, ¿qué te parece?
Lo último en lo que podía pensar en aquellos momentos era en
clases de baile, por Dios bendito.
—Tengo la semana con mucho lío, Fran, mejor lo hablamos más
adelante, ¿te parece?
—Como quieras, pero no te vas a librar del vals, así que más
vale que lo ensayemos si no queremos parecer dos pingüinos dando
vueltas por la pista… Bueno, tengo que dejarte. Acuérdate que
hemos quedado para ir a comer, nena.
Otra vez.
—Claro, nos vemos luego, un beso.
Entró en el coche reflexionando sobre la peligrosísima bomba de
relojería en la que parecía haberse convertido su vida sentimental
desde aquella misma noche. Sabía que lo sucedido el día anterior
no había hecho otra cosa más que agravar la compleja situación en
la que se encontraba. Si en algún momento había tenido la estúpida
idea de que acostarse con Bianca y hacer realidad sus deseos más
ocultos le ayudaría a pasar página y a reconducir su vida, ahora
comprendía que había pecado de ingenuidad. Además, las dudas
que tanto la importunaban durante las últimas semanas se habían
multiplicado por tres de la noche a la mañana.
Condujo por el denso tráfico con desacostumbrada impaciencia,
tocando excesivamente el claxon y dando algún que otro volantazo,
como si de aquella manera pudiera aplacar el estado de
desasosiego en el que se encontraba.
Más vale que me tranquilice.
No dejaba de escuchar las extrañas palabras de despedida
utilizadas por la italiana mientras la contemplaba con aquella
expresión desafiante y algo dolida:
Olvídalo si puedes.
No, imposible olvidarlo, al menos mientras recordara con tanta
nitidez el delicado tacto de su piel y la calidez de sus labios.
Había preferido huir de la escena del crimen según despertó y
tomó conciencia de dónde se encontraba. Alargar el momento
podría haber desencadenado una segunda parte de lo que había
pasado la madrugada anterior y eso hubiese sido una reprochable
reincidencia por mucho que aún sintiera el inexplicable impulso de
dar media vuelta y volver junto a ella. No, el cargo de conciencia que
sentía era demasiado intenso como para ceder ante aquel deseo.
Aparcó enfrente de su estudio inspirando profundamente varias
veces y tratando de recuperar algo de serenidad. Tenía una
barbaridad de trabajo, pero no era eso lo que de verdad le
angustiaba, sino el tener que afrontar un encuentro con Fran
después de haber cometido aquella deslealtad. Se preguntó si su
novio sería capaz de leer la traición en su rostro. Esperaba que no.
Golpeó el volante del coche con rabia, maldiciendo por un
momento todo lo que tuviera que ver con Bianca Ricci y su
lujosísimo hotel. ¿Dónde estaba aquella vida, que parecía ya tan
lejana en el tiempo, en la que su máxima preocupación era
contentar al cliente de turno o eludir las soporíferas comidas de los
sábados con sus futuros suegros? Odiaba vivir con tanta
incertidumbre, como si de pronto padeciera una extraña enfermedad
que no le permitiera un solo instante de sosiego y tranquilidad. Si
seguía así, al final iba a terminar con una maldita úlcera.
Joder, joder y joder.
La cuestión principal, ahora, era si debía anular la boda y darse
un tiempo con Fran o seguir adelante y olvidar lo sucedido.
Consideró la posibilidad de sincerarse con Ana, aunque
enseguida desechó la idea. No quería que nadie influyera en la
decisión que, obviamente, debía adoptar ella. Y no podía tardar
demasiado en hacerlo porque el tiempo avanzaba, inexorable, y el
uno de septiembre se acercaba a velocidad pasmosa.
Tic-Tac.

—¡Madre de Dios! Espera que me siente, que esto es fuerte


hasta para mí —declaró Eva con cara de circunstancias, dejándose
caer dramáticamente en uno de los dos sillones de confidente
ubicados frente al escritorio de Bianca.
Eva había irrumpido en su despacho para llevar a cabo un
interrogatorio propio de la mismísima Gestapo. Bianca no había
tenido más remedio que confesar abiertamente todo lo que había
pasado con Valeria la madrugada anterior. En el fondo, no le había
importado hacerlo porque llevaba algún tiempo sintiendo la
necesidad de comentar con alguien de confianza la situación en la
que se encontraba con la chica.
—Déjate de historias, Eva, y dime lo que piensas de una vez…
—espetó Bianca, impaciente, mientras se masajeaba con ambas
manos las sienes en un vano intento de aclarar sus ideas.
—¿Qué quieres que te diga? Has pasado la noche con Valeria y,
por lo que dices, tiene la intención de seguir con su novio y con los
planes de boda. ¡Tenéis un buen follón montado, desde luego! —dijo
encogiendo los hombros.
Fue en ese preciso instante cuando alguien entró en el despacho
interrumpiendo momentáneamente la conversación. Solo una
persona osaba aparecer de aquella manera, sin avisar con los
consabidos golpecitos en el quicio de la puerta.
—¡Rafa!, se me había olvidado por completo nuestra cita —se
excusó Bianca invitando con un gesto a la abogada para que tomara
asiento en el sillón vacío situado al lado de la pelirroja.
—¿En serio? ¡Eso sí que me da dolor de corazón! —replicó
burlonamente.
Solía quedar con ella de vez en cuando para repasar las
cuestiones legales del hotel que estaban en manos de su bufete.
—¿Qué tal, Eva? —saludó la recién llegada con una amplia
sonrisa dirigida. En realidad, no eran amigas, simplemente habían
coincidido en alguna que otra ocasión con buena sintonía.
—¡Llegas justo a tiempo! Estamos en mitad de un gabinete de
crisis… —aclaró Eva en tono conspiratorio, alzando las cejas todo lo
que podía.
—¿Qué ha pasado…? —inquirió Rafa, intrigada, fijándose en el
gesto de absoluta seriedad de Bianca.
—¡Qué no ha pasado, diría yo!
Eva se adelantó a la italiana y comenzó a realizar un
pormenorizado resumen de la situación, igual que si estuviese
relatando un episodio de su serie favorita. Era obvio que el asunto
debía parecerle de lo más entretenido.
—¡La hostia…! —exclamó la abogada en cuanto terminó de
escuchar a la pelirroja. Miró a Bianca, que llevaba un buen rato en
silencio—. ¿Qué piensas hacer ahora?
—¡No lo sé! Quizá debería dejar que asimile lo ocurrido antes de
hacer nada. Tú la conoces bien, Eva, ¿cómo crees que va a
reaccionar?
—Sinceramente, no sabría decirte. No me imagino a Valeria
rompiendo con su novio, la verdad —respondió tras considerarlo
durante unos instantes—. Claro que tampoco me imaginaba que
plantaría los cuernos a Fran, y menos aún con una mujer. ¿Se
puede saber qué has hecho para que haya dejado a un lado sus
muy estrictos códigos morales? —añadió con una sonrisa maliciosa.
—Eso último no me extraña demasiado. ¡Doy fe de ello! —
intervino Rafa lanzándole una mirada cómplice a Bianca, que recibía
su comentario recordando el breve y tortuoso reencuentro que
habían protagonizado año y medio atrás.
¡La de vueltas que da la vida!
—Me pregunto si se lo contará al novio… —comentó centrando
de nuevo el tema en la cuestión principal.
—¡Joder!, ¿quién sería tan idiota como para contar algo así? Yo
no lo haría, desde luego, entre otras cosas porque lo mismo lo mata
de un infarto. Fran es de la vieja escuela, no creo que pasara por
alto una infidelidad.
—Apuesto a que, si confiesa, no hay boda —declaró Rafa con
cierta sorna—. ¡Lo mismo hasta tienes suerte…!
¡Suerte! No era aquel un concepto en el que confiara en exceso,
pues era de las que pensaban que la suerte solo sonreía a quien
acudía en su busca. Le repateaba imaginar que Valeria acabara por
darse el sí quiero con el insulso rubio aquel. No, el destino no podía
reservarle semejante jugarreta.
Me niego a que sea así.
Continuaron diseccionado el asunto desde todos los ángulos
posibles y, cuando por fin se despidieron para continuar con sus
respectivos quehaceres laborales, Bianca no hizo otra cosa más que
reflexionar sobre cuál sería su siguiente movimiento. No era de las
que se quedaban esperando a que se desarrollasen los
acontecimientos. Muy al contrario, prefería, en todo caso,
provocarlos.
Cosa distinta era saber cómo reaccionaría la arquitecta.
CAPÍTULO 19.
Valeria terminó de desayunar, algo desganada, mientras se
preparaba mentalmente para perder media mañana en el
Ayuntamiento tramitando aburridísimo papeleo. Detestaba aquella
parte de su profesión, la burocrática, pues generalmente consistía
en discutir con funcionarios que oponían todo tipo de objeciones a
las numerosas gestiones a las que se enfrentaban habitualmente los
arquitectos en su trabajo.
Si consiguiese terminar pronto quizá le diese tiempo a pasarse
por el Silver Star y hablar con el jefe de obras. De inmediato, sintió
que una corriente de pura adrenalina recorría con fuerza su torrente
sanguíneo, distribuyéndose por todas las zonas del cuerpo y
consiguiendo lo que no había podido lograr el fortísimo café que
acababa de digerir: espabilarla por completo.
Dos días habían transcurrido desde la noche de la tormenta. Dos
días en los que apenas había conseguido pegar ojo. Su cerebro
revolucionado parecía negarse a concederle tregua alguna,
impidiéndole reflexionar con la calma y frialdad a la que estaba
acostumbrada. Odiaba vivir así, disimulando con todo el mundo,
mintiendo a su prometido y, lo peor de todo, perdida en un caótico
mar de dudas.
—¡Ey!, ¿ya has terminado? ¿Llevas prisa…? —La voz de Fran,
que entraba en aquel momento por la puerta de la cocina todavía
vestido con el pijama, le arrancó abruptamente de sus cavilaciones.
—Un poco. Me toca pelearme con los de urbanismo para la
licencia de obras. ¡Un asco! —respondió mientras comenzaba a
recoger rápidamente los restos de su desayuno.
—¡No será para tanto! Y ahora ven aquí, que ayer te quedaste
dormida sin darme ni un mísero beso… —se quejó atrayéndola
hacía sí hasta atraparle los labios con su boca.
Apartó la cara de forma instintiva. Desde el día de la tormenta le
evitaba casi por completo. No sabía si era debido al intenso
sentimiento de culpabilidad que le invadía cada vez que le miraba a
los ojos o a la desconcertante sensación de que, de pronto, su
cuerpo parecía rechazar el contacto con su novio, como si lo
decidiera por sí solo.
—No me he lavado los dientes… —se excusó sujetándole las
manos de forma cariñosa e intentando suavizar el gesto de rechazo
que acababa de dedicarle.
—Eso me da igual, nena… —replicó Fran agarrándola por el
trasero posesivamente. Sin saber muy bien por qué, le pareció fuera
de lugar.
Intentó relajarse y abandonarse al abrazo mientras se imaginaba
a sí misma propinando una buena patada en los morros al que
pronto sería su marido. De inmediato, se asustó de sus propios
pensamientos.
¡Jesucristo!, ¿qué me está pasando?
Se separó con suavidad, pero con decisión. Lo último que
necesitaba era una dosis de sexo mañanero.
Ni de coña.
—Fran, me tengo que ir, lo siento. Luego hablamos…
—De acuerdo —aceptó él resignadamente. Abrió la nevera e
inspeccionó su interior—. Por cierto, esta noche tengo cena con
gente del hospital, pero mañana podemos comer juntos y dormir
aquí otra vez. La verdad es que no entiendo por qué no traes tus
cosas aquí de una vez. Al fin y al cabo, dentro de nada esta va a ser
también tu casa…
Lo miró algo acongojada. Era un buen tío y no se merecía, ni de
lejos, lo que estaba pasando. Por un momento, sintió el impulso de
sincerarse con él, pero algo le dijo que no era buena idea. No, era
preferible ser precavida y pensarse bien las cosas antes de decir
algo de lo que después pudiera arrepentirse.
Se acercó a él para abrazarlo con fuerza, intentando quizá
obtener de aquella manera las respuestas que tanto necesitaba. Fue
en vano, por supuesto, porque cuando salió de la casa minutos
después aún seguía inmersa en el mismo estado de indecisión.
Esto es una puta agonía.
El día transcurrió lento y tedioso. Decidió retrasar la visita al
Silver Star hasta la mañana siguiente y huir cobardemente de un
posible encuentro con la causante de todas sus desdichas. Aún no
estaba preparada para coincidir con ella. Pasó la tarde retocando un
proyecto con el que llevaba un poco de retraso mientras
intercambiaba algún que otro comentario con Ana, abstraída
dibujando unos planos en el ordenador.
La llamada telefónica de un cliente le hizo perder la
concentración, así que aprovechó para estirar las piernas y
asomarse distraídamente a la ventana.
—Val, por cierto, tenemos que hablar de lo de tu despedida de
soltera —comentó su socia—. Lo digo por si prefieres que le ponga
algo de freno a las ideas de tu hermana…
—La despedida… —repitió inconscientemente en un tono de voz
algo lúgubre, más adecuado para hablar de un funeral que para
programar una fiesta alocada entre amigas de toda la vida.
Esto empieza a parecer una puñetera pesadilla.
—¿Qué pasa, no te apetece? —preguntó Ana, extrañada,
abandonando de inmediato el trabajo que tenía ente manos.
Más bien no.
—Sí, ¡por supuesto!, es que tengo muchas cosas en la cabeza
ahora mismo. ¿Qué te parece si hablamos mejor de ello la semana
que viene? —propuso tratando de parecer convincente y
aguantando como buenamente pudo la mirada penetrante e
intrigada de Ana.
—¿Me vas a decir de una vez qué te pasa? Llevas unos días
bastante callada…
Inspiró hondo antes de dejarse caer en su asiento con
abatimiento. Quizá podía ocultar la verdad a los demás, pero no a
su mejor amiga. Aunque, ¿cuál era la verdad? Ni siquiera sabía
exactamente cómo explicar lo qué le pasaba.
—Está bien… —comenzó a decir encogiendo los hombros—. No
sé muy bien cómo decirlo
Miró fijamente al techo, como si allí pudiera encontrar algo de
inspiración.
—Suéltalo ya, Val, ¡por favor! Nada de lo que digas va a salir de
esta habitación…
Le llevó unos segundos armarse de valor para verbalizar lo que,
de pronto, parecía pugnar por salir de una vez al exterior.
—Estoy a punto de casarme con el hombre de mi vida y me
siento atraída por otra persona. ¡Una auténtica locura! —explicó con
atropello, como si las palabras le abrasaran en el interior de la boca.
Ya lo he dicho.
Esperó la reacción de su amiga mientras una oleada de alivio se
expandía por todo su cuerpo. Tenía la sensación de haber soltado
de golpe una carga pesada que lastraba con dureza su espalda.
—¡Joder! —exclamó de inmediato Ana dando un pequeño
respingo y quedándose, literalmente, con la boca abierta—. ¿De
quién se trata…?
Ahí voy…
—Bianca Ricci.
—¿Cómo dices?
La cara de asombro de su socia y amiga era un auténtico poema.
Debía de estar alucinando en todos los colores del arco iris.
—Bianca Ricci… —se limitó a repetir de nuevo con paciencia,
esperando a que Ana terminara de asimilar la noticia.
Su amiga se levantó en silencio y se dirigió al mueble donde
guardaban la máquina de café. De allí sacó dos vasos y una botella
de whisky Chivas Regal de 18 años aún precintado, regalo de un
cliente agradecido.
—Creo que hoy es una buena ocasión para abrir esta botella,
¿no crees? —señaló su amiga en tono cómplice mientras servía con
delicadeza parte del preciado alcohol en los vasos.
Siempre le había parecido que el whisky era una bebida
repugnante, aunque en aquella ocasión no le pareció mala idea
beber un poco.
—Y ahora —dijo Ana. Descolgó el teléfono para evitar posibles
interrupciones y dio un breve sorbo del líquido dorado—, ¡cuéntame
todo desde el principio! Y no te dejes nada en el tintero...
Comenzó a explicarse con vergüenza. Nunca había sido
demasiado expresiva a la hora de revelar sus emociones más
íntimas ante los demás, ni siquiera ante su mejor amiga, pero
cuando por fin consiguió relajarse, las palabras fluyeron sin
esfuerzo, como si apenas tuviera necesidad de meditarlas. Terminó
de hablar cruzando los brazos en actitud expectante. Ana pareció
meditar durante largos segundos antes de pronunciarse:
—Lo primero que se me ocurre es preguntar si sigues
enamorada de Fran...
Era aquella una cuestión tan compleja como embarazosa.
Llevaba días rehuyéndola, pero había llegado el momento de
afrontarla de una vez por todas.
—Uf, ¿qué te puedo decir? Le quiero.
—No te he preguntado eso —insistió su amiga negando
enfáticamente con la cabeza.
—Entonces no lo sé, de verdad que no lo sé. ¿Se puede estar
enamorada de alguien y, al mismo tiempo, no dejar de pensar
constantemente en otra persona? Tú llevas con tu novio casi el
mismo tiempo que yo, ¿qué opinas?
—No es fácil contestar a eso, al menos de manera categórica.
Solo sé que los fuegos artificiales del principio no son eternos,
aunque donde hubo llamas quedan brasas. Creo que tendrías que
valorar, más que nada, si en tu caso es así.
¿Era así? ¿Quedaban brasas en su relación con Fran? Seguían
teniendo un sexo razonablemente bueno, pero no era eso lo que en
verdad le preocupaba, sino aquella conexión profunda y emocional,
aquel factor en la ecuación que, de pronto y sin saber muy bien por
qué, sentía que brillaba por su ausencia. Ni siquiera tenía del todo
claro que alguna vez la hubieran tenido.
—No sé por qué me está pasando esto… —murmuró más para
sí misma que para la propia Ana, que esperaba pacientemente a
escuchar lo que tuviera que decir.
—Tengo el firme convencimiento de que estas cosas siempre
ocurren por un motivo. En cualquier caso, es obvio que debes
pensar muy bien qué quieres hacer.
—En ello estoy…
—¿Y qué pasa con Bianca Ricci?
—¿Qué pasa de qué?
—No sé, hasta ahora te has limitado a contar lo que has tenido
con ella, pero no lo que sientes por ella.
—Yo no he dicho que sienta algo por ella —aclaró sin querer
entrar demasiado en el asunto. Era evidente que Bianca le atraía,
pero el simple hecho de considerar que podría sentir algo más
profundo por ella le causaba auténtico vértigo.
—No lo has dicho, cierto, pero tampoco has dejado caer lo
contrario —puntualizó Ana apurando de un sorbo su Chivas sin
dejar de mirar fijamente a su amiga, como si quisiera captar más allá
de sus palabras.
—Estamos hablando de una mujer, te has dado cuenta, ¿no?
—Joder, ¡si no me lo aclaras ni me entero! —replicó su amiga
irónicamente—. Hablando con seriedad, tu comentario ha sonado un
pelín homófobo. ¿Te preocupa tener sentimientos por una tía?
¿Me preocupa?
—Mentiría si dijera que no. De todas formas, no te creas que soy
tan idiota como para pensar en tener algo serio con Bianca Ricci. Es
una persona voluble, caprichosa y sospecho que me desea, entre
otras cosas, porque no me tiene. No me van ese tipo de historias, ya
me conoces.
—¡Buen retrato haces de ella…!
—Simplemente trato de ser realista.
—Voy a tener que conocerla personalmente para formarme una
opinión de primera mano, aunque me da algo de miedo, no vaya a
ser que consiga que yo también me cambie de acera… —declaró
Ana burlonamente antes de soltar una alegre risita.
—¡No seas boba! Yo no he dicho que me haya cambiado de
acera —protestó riendo también. Estaba empezado a acceder a un
maravilloso estado de relajación gracias al medio vasito de whisky
que se había bebido.
—Bueno, y ahora, ¿me vas a contar cómo fue la famosa noche?
Porque hasta ahora no me has dado ni un detalle al respecto.
—Umm… ¡Para hablar de eso voy a tener que terminarme el
whisky! —admitió dando un pequeño sorbo a su bebida.
Conociendo a su amiga, sabía que el tema saldría tarde o
temprano. Por supuesto, ella también hubiera preguntado por el
asunto si se hubiese encontrado en su posición.
El simple hecho de recordar el encuentro con la italiana
revolucionó al instante el ritmo de sus pulsaciones. Aún no se había
acostumbrado a la reacción natural de su cuerpo cada vez que
pensaba en ella. Joder. Era muy irritante.
La tarde se alargó con un intercambio de confidencias íntimas
hasta el momento en el que ambas amigas se despidieron con un
fuerte abrazo en el mismo portal del edificio. Valeria se dirigió a casa
sintiéndose algo más reconfortada. Pensó que la conversación
podría ayudarle a retomar el control de su vida, tan caótica los
últimos días.
Ahora solo tengo que decidir qué es lo quiero hacer.
Casi nada.

Bianca comprobó de nuevo la hora en su reloj de pulsera


exhalando un suspiro de pura impaciencia. Había repetido el mismo
gesto cinco veces durante los últimos dos minutos, como si se
tratase de una especie de tic nervioso. Las ocho y media de la tarde
y aquella idiota todavía seguía trabajando. Llevaba casi hora y
media esperando en mitad de la calle a que la arquitecta apareciera
por el portal del edificio señorial de fachada rojiza en donde tenía su
estudio.
Detestaba hacer el papel de Romeo. Desde la noche de la
tormenta había esperado en vano una llamada por parte de Valeria,
cosa que, para su enorme fastidio, no se había producido. Era
irritante. Pensó que podría haber llegado el momento de tirar la
toalla y dejarse de tanta tontería. Podría viajar a Milán unos días
para ver a sus padres y, desde allí, perderse en cualquier lugar del
planeta durante el resto del verano. Miami, por ejemplo, una ciudad
de la que guardaba recuerdos bonitos y en la que conservaba
buenas amistades de su época universitaria en Florida. Debería ir
allí, pensó, y olvidarse de arquitectas guapas y confundidas que no
sabían lo que querían en la vida.
Por mí, que se case de una vez con el bobo ese y tengan media
docena de niños.
Solo esperaba que le salieran bien lloricas y, ya de paso, que el
marido se quedase calvo y barrigón en poco tiempo.
Se encaminó con paso airado a la pequeña moto eléctrica que
había alquilado con una aplicación de su teléfono móvil. Aquel tipo
de trasporte, tan de moda en la ciudad durante los últimos años, era
la mejor opción para trasladarse de forma ágil y rápida por el casco
urbano. Se ajustó el casco que guardaba bajo el asiento antes de
subir al vehículo maldiciendo por lo bajo contra todas las rubias
existentes en el planeta. Arrancó el motor, silencioso, y se incorporó
sin más dilación al abundante tráfico.
Ya está, ¡se acabó!
En cuanto llegara al hotel organizaría lo del viaje Milán.
Compraría un billete para el primer vuelo que hubiese libre y no
regresaría hasta septiembre.
Eso si vuelvo alguna vez.
Aceleró con furia, serpenteando ágilmente entre el resto de
vehículos. Avanzó un par de manzanas. Entonces, giró a la
izquierda para dar media vuelta e iniciar el mismo recorrido que
acababa de hacer, pero a la inversa.
¡Si es que no tengo remedio!
¿Pero qué demonios le ocurría? Había un montón de chicas en
el mundo que podrían gustarle. ¿Por qué se empecinaba entonces
en aquella ocasión con alguien que ni siquiera parecía saber por
dónde le daba el aire?
Porque estoy enamorada de ella.
La conclusión fue tan rotunda que consiguió indignarse todavía
más. Lo sabía desde hacía tiempo y, aunque había tratado de
resistirse con todas su fuerzas a una emoción tan indómita, era
evidente que no lo había conseguido. Aunque no dejaba de
preguntárselo. ¿Acaso podía una elegir de quién se enamoraba?
Era obvio que no.
Joder, menuda puntería tiene el tal Cupido.
Aparcó otra vez la moto en el mismo sitio, pero esta vez se
quedó montada encima con el casco bajo el brazo. Consideró la
alarmante posibilidad de que Valeria hubiese salido del edificio en
los últimos minutos. Renegó de su mala suerte y decidió armarse de
paciencia esperando un rato más. A los pocos minutos, se percató
de la presencia de la arquitecta saliendo del portal acompañada de
una chica de pelo moreno que imaginó sería su socia.
Se dedicó a contemplarlas con curiosidad mientras se daban un
abrazo. Las dos chicas se separaron para dirigirse en sentidos
opuestos.
Tardó unos segundos en reaccionar, pero rápido bajó de la
motocicleta pasándose la lengua por los labios en un vano intento
de humedecer la repentina sequedad que sentía en la boca.
—¡Valeria! —exclamó alzando la voz y acercándose a ella con
rapidez.
—¿Qué haces por aquí? —preguntó ella dando media vuelta con
una cómica expresión de estupor en el rostro. Daba la impresión de
que estuviese viendo al mismísimo Belcebú.
Puede que, para ella, en cierto sentido, lo sea…
—Hace una tarde increíble y he pensado que me debías una
visita guiada a algún lugar que te guste de la ciudad —respondió
con todo el aplomo que pudo simular, confiando en la seductora
sonrisa que solía resultar efectiva. Si alguna vez en su vida había
necesitado echar mano de su encanto personal era en ese preciso
instante, pues intuía que iba a ser necesario el uso de todas sus
armas para derribar la barrera que había construido la arquitecta
contra ella.
—Eh… ¿Ahora? En realidad, me iba ya a casa —respondió
Valeria retirando la vista tras un leve titubeo. Removía
incómodamente los hombros, como si tuviera urticaria en mitad de la
espalda.
—¿En serio? ¡No seas aguafiestas! Prometo dejarte en la puerta
de casa a una hora más que prudente —insistió, tratando de parecer
convincente y temiéndose recibir un humillante y rotundo “no” por
respuesta.
Vamos, dime que sí.
—Verás, no creo que sea buena idea, en serio —dijo la
arquitecta mirando a su alrededor en busca, quizá, de algún tipo de
auxilio que parecía no llegar.
¡Será cabronaza!
La negativa le dolió tanto como una bofetada en plena cara. A
punto estuvo de tomarle la palabra y dar media vuelta sin mirar
atrás, pero un sexto sentido la empujó a tragarse el orgullo e insistir
por última vez.
Si no lo consigo, abandono. Lo juro.
—Pues yo pienso que es una excelente idea, así que vámonos y
ya veremos luego quién tenía o no razón… —dijo haciendo uso de
todas sus dotes de persuasión.
Agarró la mano de Valeria con desenvoltura, tirando de ella hacía
la moto sin hacer amago de esperar contestación por su parte. Por
un instante, sintió cierta resistencia, pero enseguida notó que
comenzaba a caminar resignadamente a su lado, dándose por
vencida. Se preguntó si también habría sentido el chispazo eléctrico
que se había creado al entrar sus manos en contacto.
La soltó para sacar un segundo casco del pequeño habitáculo
debajo del asiento. Se lo ofreció con cortesía y burla a la vez,
intentando quitar hierro a una situación que, al menos por el
momento, rezumaba tensión.
—¿Voy segura contigo encima de un trasto de estos? —preguntó
Valeria desconfiada mientras se ajustaba la hebilla del casco por
debajo de la barbilla.
—La duda ofende —replicó antes de arrancar el vehículo. Hizo
un gesto con la cabeza, invitándola a que subiera detrás.
—Más te vale devolverme de una sola pieza… —advirtió la
arquitecta con una ceja alzada esbozando, por primera vez desde
que se habían visto, una media sonrisa.
Se montó con agilidad, aferrándose a la parte trasera de la moto
en un gesto que parecía imponer algo de distancia física.
—Agárrate a mí, que es más seguro… Y tranquila, que no
muerdo, al menos en estas circunstancias —señaló con la cabeza
girada hacia atrás. Sintió cómo las manos de Valeria se posaban en
su cintura con cierta vacilación.
—Muy graciosa…
—Bien. Y ahora dime, ¿dónde vamos?
Podríamos ir a tu casa. O a la mía.
—Al Retiro —ordenó Valeria con firmeza—. Te voy a enseñar una
de las pocas estatuas del Demonio que hay en el mundo. Seguro
que te interesa… —añadió acercando la boca a su oreja en un gesto
que consiguió erizarle el vello de la nuca. Tenía un aliento fresco y
agradable, con un ligero olor a… ¿whisky?
Creo que me estoy empezando a imaginar cosas.
Trató de olvidarse de todo excepto de llegar sanas y salvas a su
destino. Aunque se consideraba una conductora hábil sabía que el
tráfico madrileño podía ser bastante traicionero.
Entraron en el mítico parque atravesando la famosa puerta del
rey Felipe IV y se dedicaron a recorrer los espectaculares jardines
mientras se cruzaban con los numerosos transeúntes que paseaban
a aquellas horas de la tarde.
—Así que, ¿es este tu lugar favorito de la ciudad? —preguntó
Bianca tratando de entablar una conversación fluida con la
arquitecta, que parecía estar bastante pensativa, como si estuviera
haciendo reflexiones ajenas al raquítico diálogo que habían
mantenido hasta el momento.
—Uno de ellos, aunque este es el que más frecuento. Suelo venir
dos o tres días por semana para hacer running con mi hermana.
—¿Y dónde está la famosa estatua?
—Un poco más hacia esa dirección —contestó distraídamente
Valeria señalando con el dedo un punto en la lejanía. No había que
ser muy lista para deducir que algo le preocupaba.
Pero no me lo va a contar a mí, eso seguro.
Cuando llegaron a la asombrosa escultura no tuvo más remedio
que rendirse ante su majestuosidad. Representaba el momento
exacto en el que Lucifer era castigado por Dios, siendo arrojado al
infierno y dejando de ser su ángel favorito.
—Dicen que tiene una altura de 666 metros sobre el nivel del mar
—comentó Valeria sin dejar de observar con detenimiento el
inquietante monumento.
—¡Es fascinante! Tiene algo que atrapa.
—Por casualidad, ¿te identificas con él…?
—¿Con un ángel y, además, caído? La verdad es que no —
replicó tras soltar una breve carcajada—. ¿Es así cómo me ves?
—Bueno, era alguien que lo tenía todo y pecó de soberbia…
Puede que algo sí que tengas que ver con él —puntualizó Valeria
con una sonrisa—. Aunque es cierto que no te imagino cayendo,
claro.
Observó que a aquellas horas de la tarde el verde de sus ojos se
oscurecía ligeramente, dándole una mayor profundidad a su mirada.
Sintió el impulso, casi doloroso, de acercarse a ella y besarla, pero
se contuvo. Un gesto así estaría fuera de lugar. No, era preferible
dominar su frustración porque, al menos de momento, no tenía más
opción que seguir jugando con las reglas tácitamente impuestas con
mano firme por la otra chica.
Satanás, podías ayudarme un poco ¿no? Ya que estás aquí…
—¿Soberbia…? —Fingió reflexionar al respecto mientras se
acariciaba el mentón teatralmente—. ¡Puede ser! Aunque estoy
segura de que alguna virtud debo tener, ¿no crees? —continuó
diciendo con una mueca segura.
—¿Virtud? Tendría que pensarlo, la verdad…
La química seguía estando allí, flotando libremente en el aire, por
mucho que Valeria tratara de imponer frialdad entre ambas.
¿Por qué me tiene que gustar tanto?
Continuaron caminando alrededor del pequeño lago que
dominaba el centro del parque mientras disfrutaban de unos
riquísimos perritos calientes que preparaban en uno de los puestos
de comida. Bianca consideró que no volvería a tomarse un perrito
sin evocar aquel impresionante atardecer veraniego con Valeria de
Luna a su lado, limpiándose el kétchup de la comisura de los labios
con la lengua en un gesto que le resultaba irresistible.
Ninguna de las dos mencionó la noche de la tormenta y, aunque
estuvo tentada a hacerlo en más de una ocasión, su sexto sentido la
obligó de nuevo a frenarse y a guardar silencio. Intuía que no debía
presionar más allá de lo justo y necesario.
Regresaron a la puerta de entrada cuando la noche comenzaba
a caer sobre la ciudad como un manto azabache cuajado de
pequeños diamantes. Enseguida llegaron hasta la pequeña
motocicleta. Que descansaba en el mismo sitio en el que la habían
dejado.
Bianca condujo despacio, disfrutando del aire cálido que
acariciaba su cara y del contacto de las manos de Valeria sobre sus
caderas. Esperaba que, en aquella ocasión, la despedida no fuera
un simple y frío “adiós” repleto de incógnitas. No, definitivamente no
estaba preparada para semejante posibilidad. Además, intuía que
ella tampoco quería dejar las cosas así, en terreno de nadie, por
mucho sentimiento contradictorio que pudiese llegar a experimentar.
Disminuyó considerablemente la velocidad al aproximarse al
bloque de apartamentos al que se dirigían. Conectó ambos
intermitentes y paralizó por completo el vehículo. Le sorprendió que
Valeria desmontara de un brusco movimiento, desprendiéndose del
casco de forma apresurada sin dejar de mirar a una figura que
permanecía apoyada contra el portal del edificio. Se trataba de un
hombre rubio y con buena planta que parecía esperar algo —o a
alguien— con aire aburrido. Enseguida comprendió de quién se
trataba.
¡No me jodas!
—Gracias por traerme… —murmuró Valeria sin quitar ojo del
rubio, que parecía percatarse en aquel momento de la presencia de
su novia—. Buenas noches.
Añadió la despedida con repentina frialdad y dando por finalizado
el encuentro, como si la presencia de Bianca, de pronto, le sobrara.
—Un placer —se obligó a contestar, colgándose el casco del
copiloto en el brazo izquierdo antes de acelerar y perderse calle
abajo.
El espejo retrovisor le devolvió la imagen del cómplice abrazo de
la pareja, coronado por un beso que le supuso un lacerante dolor en
el pecho.

Llegó al hotel sin ser consciente de haber conducido a una


velocidad muy superior a la permitida. Sus manos se encargaban de
acelerar, frenar y dirigir la motocicleta de forma casi automática,
pues su mente se encontraba muy lejos de allí, en un lugar lleno de
desconcierto, impotencia y auténtico suplicio. Aparcó en la acera del
Silver Star en el mismo momento en el que comenzaba a ver algo
borroso.
¡Estás llorando como una cría!
Hacía siglos que no lo hacía. Ni siquiera recordaba cuándo había
sido la última vez. Se secó furiosamente las lágrimas antes de entrar
en el hotel tratando de pasar desapercibida. Sin embargo, nada más
atravesar la puerta, el conserje le dio las buenas noches con
reverencial respeto y las recepcionistas le dedicaron una sonrisa de
bienvenida. Mantuvo la compostura como buenamente pudo,
saludando con una ligera inclinación de cabeza y atravesando con
rapidez el vestíbulo.
Necesitaba llegar a su apartamento y pensar. O, mejor dicho,
olvidar. Se sentía, por primera vez en su vida, como una auténtica
estúpida. Quizá había llegado el momento de asumir que no podía
conseguirlo todo con un simple aleteo de pestañas o gracias a los
casi ilimitados fondos de sus cuentas bancarias.
Un sentimiento de indignación comenzaba a emerger de sus
mismísimas entrañas, buscando el camino hacia el exterior y
arrasando con todo a su paso como la lava de un volcán que, tras
claras advertencias, por fin conseguía explosionar. Era una cólera
dirigida fundamentalmente contra ella misma. No podía comprender
cómo había sido tan ingenua como para enamorarse de alguien
que, pese a todo lo que había pasado, parecía querer a otra
persona.
Entró en la gigantesca suite tragándose unas lágrimas que, de
nuevo, amenazaban con salir a raudales. Se acostó en la cama con
las piernas encogidas como cuando era niña y lloraba enfurruñada
por cualquier insignificancia hasta que su madre llegaba para
consolarla. Pero en aquella ocasión no se trataba de cualquier
insignificancia y tampoco era su madre quien la reconfortaba, sino el
propio Nerón, que restregaba suavemente su hocico peludo contra
ella a modo de sedante caricia. Mejor así, lo más seguro era que a
su madre le diese un desmayo si conociera el motivo de sus males.
—Nerón, mañana nos vamos a Milán. Luego ya veremos lo que
hacemos —susurró más para sí misma que para el perezoso gato,
que cerraba los ojos somnoliento y ajeno a las palabras de su
dueña.

—Gracias por traerme… Buenas noches —se despidió Valeria


sin comprender qué diablos hacía su novio a aquellas horas de la
noche esperándola en el portal de su casa.
Probablemente, pensó, la cena con sus colegas habría finalizado
antes de lo previsto y al chico se le había ocurrido la feliz idea de
acercarse a su apartamento para dormir con ella, olvidando, una vez
más, las llaves. Una sorpresa preparada por el mismísimo demonio,
sin lugar a duda. No debería haber frivolizado con él tan cerca de su
estatua.
—Un placer —contestó Bianca secamente echando una breve
ojeada a Fran, que parecía despertar en aquel momento de su
profundo ensimismamiento al tomar consciencia de la llegada de su
novia.
Observó cómo aceleraba la moto sin añadir palabra para
incorporarse rápidamente al tráfico nocturno. No estaba preparada
para experimentar el sobrecogedor sentimiento de pérdida que
pareció desplomarse sobre ella como una pesada bruma.
No puedo seguir así.
Recibió a su novio aceptando su abrazo y acortando en lo
posible el beso que, espontáneamente, sus labios rechazaron. Lo
apretó con fuerza al sentir la certeza de que aquella sería la última
vez que lo haría.
Le resultó curiosa la manera en que, en ocasiones, el cerebro era
capaz de funcionar a una velocidad muy superior a la habitual,
permitiendo adoptar importantes decisiones en apenas milésimas de
segundo. Tenía la sensación de haber encontrado la solución a un
problema que había analizado durante demasiado tiempo.
—¿Por qué no me has cogido el móvil? Empieza a ser una
costumbre bastante fastidiosa… —le reprochó Fran deshaciendo el
abrazo con el ceño fruncido.
—Perdona, no he debido de oírlo. ¿Y tu cena?
—Hemos acabado pronto. Por cierto, ¿quién era esa? —
preguntó con gesto intrigado, mirando en la dirección donde la
pequeña moto desaparecía en la distancia.
—Bianca Ricci… He salido a cenar con ella y se ha ofrecido a
traerme a casa —aclaró ruborizándose intensamente.
—¿Esa era Bianca Ricci? No me habías dicho que era… —Dudó
por un instante, buscando quizá el adjetivo adecuado.
Decidió interrumpirle, pues no estaba preparada para escuchar a
su todavía novio piropear a la mujer con la que le había sido infiel.
—Ya, ya, ¡lo sé…! Cambiando de tema, ¿cómo es que has
venido a estas horas?
Menuda idea más inoportuna, ¡Jesús!
—Quería darte una sorpresa y dormir contigo, nena. Además,
últimamente no hemos pasado demasiado tiempo juntos. ¿Es
porque te agobia lo de la boda?
La mirada recelosa de su novio la hizo sentirse terriblemente mal.
Sabía que había llegado el momento de hablar con él, pero también
sabía que no iba a ser tarea fácil.
No, va a ser la hostia de difícil.
Inspiró con profundidad, devanándose los sesos mientras miraba
infructuosamente a su alrededor en busca de algo de inspiración. No
tenía ni la más remota idea de cómo debía iniciar una conversación
tan complicada. Lo mejor sería, pensó, echar mano de todo un
clásico:
—Fran, tenemos que hablar…
¡Dios mío!, échame una mano, por favor.

Eran casi las dos de la madrugada cuando Valeria salió a la calle


tratando de controlar la angustiosa taquicardia que padecía desde
que Fran había abandonado su apartamento de un formidable
portazo, justo después de haberle dedicado una última y silenciosa
mirada.
Menudo trago.
No se lo recriminaba, por supuesto. Tenía todo el derecho del
mundo a enfadarse. Tan solo esperaba que algún día pudieran
llegar a ser amigos, aunque era algo que dudaba bastante. Sabía
que era orgulloso, y el hecho de cortar con él a poco más de dos
meses de la boda era algo que jamás podría perdonar.
Se encaminó a casa de su hermana de forma casi inconsciente,
como si sus piernas se movieran por sí solas, sin necesidad de
contar con el beneplácito del cerebro. Las calles, desiertas a
aquellas horas de la madrugada, se encontraban envueltas en un
inusitado silencio tan solo interrumpido por los escasos vehículos
que circulaban con distancia.
Le vendría bien andar un rato para tratar de tranquilizarse y
poner en orden sus ideas alborotadas. Nunca en su vida había
mantenido una conversación tan tensa y dolorosa como había
hecho aquella noche con el que ya podía considerar, oficialmente,
su exnovio. Se sentía inmensamente miserable ante el daño que le
había ocasionado, aunque, ¿qué otra cosa podría haber hecho?
¿Acaso era imaginable el gigantesco terremoto emocional en el que
se había visto envuelta después de haber conocido a aquella
endemoniada italiana? No, imposible, aunque intuía que la ruptura
con Fran no habría ocurrido de haber tenido una relación sustentada
sobre unas bases más sólidas, por muchas Biancas Riccis que
apareciesen en escena.
¿O quizá sí?
Aquella mujer era capaz, si se lo proponía, de hacer dudar a
cualquiera hasta de su propio nombre.
Caminó tratando de sacudirse de encima el espantoso
sentimiento, mezcla de culpa y de pena, que parecía lastrar cada
paso que daba. Culpa por el daño infringido a un ser querido; pena
por el proyecto de vida que acababa de destruir en mil pedazos. Sin
embargo, siendo realista, aquel proyecto había comenzado a
derrumbarse en el mismo instante en que había aceptado dar un
paseo nocturno por la playa de una bellísima isla mediterránea
agarrada de la mano de Bianca.
¡Dios!
Un fastidioso y ya familiar escalofrío la sacudió con fuerza al
recordar aquel episodio. No parecía el mejor momento para
recrearse en aquel tipo de cosas, así que apretó el paso agitando
furiosamente la cabeza como si con aquel sencillo gesto pudiera
eliminar a la italiana de sus meditaciones.
Recorrió la última parte del trayecto tratando de identificar una
sensación no del todo delimitada. Le costó un par de minutos
comprender que no se trataba más que de un inmenso y
reconfortante alivio, una liberación en toda regla que empezaba a
contrarrestar enérgicamente la aflicción que aún arrastraba.
¡Soy libre!
La magnitud de aquellas dos simples palabras la golpeó con la
fuerza de una onda expansiva y, por primera vez desde la amarga
conversación mantenida con Fran, tuvo el pleno convencimiento de
haber hecho lo correcto.
Sacó el teléfono móvil de su bolso para marcar el número de su
hermana. Esperaba que no se asustara demasiado al escuchar su
llamada a aquellas horas de la noche.
—¡Sister!, ¿qué pasa? —la voz adormilada y algo alarmada de
Cat resonó con fuerza al otro lado de la línea.
—Nada grave, tranquila. Estoy en el portal de tu casa, ¿puedo
subir?
—Sí, ¡claro! ¿tienes llaves o te abro?
—Tengo llaves.
No se molestó en llamar al ascensor. Subió los escalones de dos
en dos. Cat la esperaba en el descansillo del tercer piso con una
expresión que vacilaba entre la intriga y la preocupación. No le
extrañaba, podría estar imaginándose cualquier cosa.
Valeria entró en el apartamento sorprendiéndose al cruzarse con
un chico moreno de sonrisa blanquísima que se marchaba
abrochándose apresuradamente la camisa.
—Tú debes de ser Valeria. ¡Encantado de conocerte! —saludó el
chico con naturalidad ofreciéndole educadamente la mano.
—Espero no haber interrumpido nada… —respondió algo
cortada. No se le había ocurrido que su hermana pudiera estar
acompañada.
—¡Tranquila!, ya habíamos terminado —aclaró Cat—. Adiós,
Jaime, hablamos luego… —añadió dirigiéndose al chico, que
terminaba en aquel momento de abrocharse el último botón.
—¡Claro, guapa!, pero acuérdate de que me llamo Javier… —
replicó el chico meneando la cabeza. Se dirigió a las escaleras del
edificio sin añadir nada más.
—¡Pero bueno!, ¿cómo te puedes acostar con un tío que no
sabes ni cómo se llama? —recriminó a su hermana en cuanto cerró
la puerta del apartamento.
—Joder, claro que lo sé, es que estoy medio dormida. ¿Sabes
las horas que son? Y, ya que estamos, ¿se puede saber qué haces
aquí?
—Mejor nos sentamos y te cuento tranquilamente… —propuso
entrando en el salón y retirando de una patada parte de la ropa
interior de su hermana, esparcida por el suelo de cualquier manera.
Imaginó que el encuentro con el moreno debía de haber comenzado
allí mismo.
—¡Me tienes en ascuas! —admitió Cat dejándose caer en el sofá
con expresión atenta—. Debe ser algo grave para que aparezcas
así, en plena madrugada. ¡Cuéntame de una vez!
—He dejado a Fran… —expuso del tirón. No había necesidad de
irse por las ramas cuando aquello era, exactamente, lo que había
sucedido.
Su hermana sopesó la información con gesto reflexivo hasta que
una sonrisa de pura satisfacción acabó por iluminar su rostro.
—¡Aleluya! Veo que por fin has entrado en razón, sister. Ya te
dije que a ese tío le faltaba un “hey”… —dijo alzando triunfalmente
los brazos para enfatizar aún más sus palabras.
—¡No seas bruta! Y no le llames “ese tío”, bastante mal me
siento por él…
—No te preocupes por eso. En breve estará con otra, solo que
en esta ocasión se buscará a una tan estirada como él, vivirán
felices y comerán perdices —replicó Cat repantigándose
cómodamente sobre los almohadones mullidos.
Era obvio que para ella se trataba de una gran noticia, lo que le
llevó a preguntarse, una vez más, por los motivos de su evidente
inquina hacia Fran. De todos modos, ¿acaso importaba?
Ya me da lo mismo.
Por un instante, trató de imaginar a su ya exnovio con otra chica,
llegando a la inmediata conclusión de que la idea no le provocaba
demasiado dolor, sino más bien una ligera sensación de escozor.
—Pues mira, ¡ojalá! Le deseo lo mejor… —terminó por reconocer
encogiendo los hombros y emitiendo un profundo suspiro. Esperaba
que Fran encontrase a alguien que lo mereciese de verdad, y ya de
paso que fuese capaz de aguantar a doña Adela mejor que ella
misma…
—¿Y qué hay de ti? ¿Qué es lo que deseas tú? —preguntó Cat
entrelazando las manos con una expresión en el rostro algo
maliciosa.
Ahora comienza el interrogatorio.
—¿A qué te refieres?
De pronto, intuyó que su hermana no era del todo ignorante
respecto a lo ocurrido con Bianca. ¿Cómo habría podido enterarse?
¿Eva?
—¡No sé!, ¿hay algún detallito más que me quieras contar…? —
insistió Cat en simulado tono inocente mientras se miraba las uñas
con particular atención.
Es obvio que lo sabe.
—¡Está bien!, ¿desde cuándo lo sabes?
—¿Lo tuyo con Bianca Ricci? Desde ayer. Y no te enfades con
Eva, que bastante ha tardado en soltarme la bomba —admitió con
una sonrisa alegre—. ¡Por fin haces algo fuera de lo políticamente
correcto! Has tardado treinta y un años, pero más vale tarde que
nunca —añadió en tono de guasa sacándole la lengua
burlonamente.
—¿En serio te parece tan divertido el asunto…?
Empezaba a mosquearle la actitud irreverente de su hermana.
Cuando se ponía en aquel plan, no había quien la aguantara.
—Oh, vamos, ¡no te enfades, sister! Me encanta que, por una
vez, te hayas desmelenado. Y ahora, dame detalles; ¿cómo es
acostarse con una tía?
—No pienso contarte nada de eso, ¡degenerada!
Una cosa era que comentara determinado tipo de cuestiones con
la siempre discreta Ana y, otra muy distinta, que compartiera
información de aquel calibre con la bocazas de su hermana. No,
gracias.
—¡Venga ya! ¡Serás aburrida…! —protestó Cat lanzándole un
cojín a la cara a modo de queja—. De todas formas, siempre he
sabido que tenías un puntito lesbi, sister. ¿Te acuerdas de cuando te
pillé en el internado besándote con aquella chica? ¿Cómo se
llamaba?
—¿Y qué más da eso ahora? Además, ese colegio era una
especie de sindiós. Pasaba de todo y por su orden, la verdad.
—Quizá debería probar yo también con una tía. Lo mismo me
estoy perdiendo algo, ¡quién sabe…!
—Déjate de tonterías y vamos a lo importante —dijo secamente
con la intención de centrar la conversación en lo que ahora más le
preocupaba—. Necesito que entre Eva y tú llaméis a los invitados
para informarles de que la boda se ha anulado. Menos mal que, de
momento, no han llegado casi regalos… Con papá y mamá hablaré
yo misma mañana.
—De acuerdo. ¿Quieres que demos algún tipo de explicación...?
—No es necesario, simplemente comunicad que ya no hay boda
y punto. Después, que cotilleen lo que les dé la gana.
—Por cierto, ¿sabe algo Fran de lo de Bianca?
—No se lo he dicho. ¿Para qué? Tan solo conseguiría herir aún
más su orgullo, aunque puede que imagine que hay alguien más,
claro. Tonto no es.
—Has hecho lo correcto. No creo que asumiera precisamente
bien unos cuernos, la verdad… —opinó Cat con expresión reflexiva
—. Volviendo al lío, ¿qué más tenemos que hacer?
—Tendréis que llamar a la iglesia, al restaurante, al pianista y a
los fotógrafos. A la modista le pedís la factura de lo que falte y que
se quede con el vestido, ¡no lo quiero ni ver!
—Ya veo que voy a tener que madrugar mañana. ¡Me vas a
deber una buena después de todo esto, sister!
—¡Ah!, y el viaje a Sudáfrica. Tenéis que anularlo también.
Cualquier cantidad que haya que pagar por la cancelación la
asumiré yo.
Se iba a quedar en la ruina, pero no le importaba demasiado; el
hecho de haber tomado de nuevo las riendas de su vida conformaba
un auténtico bálsamo para todos los agobios posibles.
—¿Y la despedida de soltera? Tengo ya alquilado el sitio.
Podríamos aprovechar y hacer un buen fiestón para los amigos.
—¿Te parece que esté yo para muchas fiestas? —replicó algo
molesta ante el evidente cachondeo con el que parecía tomarse
todo su despreocupada hermana cuando para ella no dejaba de ser
un amargo trago que deseaba dejar atrás cuanto antes.
—¡Menudo carácter más agrio se te está poniendo con la edad,
sister! Tienes que empezar a controlarte, no te vayas a quedar sin
novia…
—¿Pero ¿qué dices de novia ni qué? —protestó soltando un
sonoro bufido. No estaba, en absoluto, preparada para hablar de
noviazgos con Bianca Ricci.
Ni con ella ni con nadie.
—Al final te quedas para vestir santos, ¡ya verás! —declaró Cat
con bastante sorna tras soltar una risita. Puede que su hermana
fuera idiota perdida, pero la manera que tenía de quitar hierro a
cualquier situación, por compleja que fuera, era de lo más
tranquilizadora.
He hecho bien acudiendo a ella.
Fue aquella una noche extraordinariamente larga, en la que dos
hermanas no cesaron de intercambiar confidencias sobre mujeres,
hombres y rupturas hasta que, cerca ya del amanecer, el sueño les
ganó la batalla y las hizo caer agotadas en el mismo sofá.
El último pensamiento consciente de Valeria tuvo que ver con
una figura de largo y abundante cabello moreno que se alejaba por
la carretera, taciturna, montada en una pequeña moto eléctrica.
CAPÍTULO 20.
—Cintia, acuérdate de que volveré a mediados de septiembre.
Esteban se queda al mando y, salvo que ocurra algún desastre que
no pueda resolver él, prefiero que no me llames —dijo Bianca
terminando de firmar un par de documentos. El subdirector del Silver
Star era siempre el competente cuando ella no se encontraba en el
hotel.
Llevaba toda la mañana ultimando los preparativos de su
marcha. Necesitaba abandonar la ciudad cuanto antes. Solo así
conseguiría sacarse de encima esa espantosa opresión en mitad del
pecho que sentía desde la noche anterior.
—Tranquila, lo tendré en cuenta. ¿A qué hora le digo al chófer
que esté preparado para llevarte al aeropuerto?
—En hora y media, por favor —contestó tras haber echado un
vistazo a su reloj de pulsera, efectuando un breve cálculo mental.
Nunca era buena idea llegar al aeropuerto con el tiempo justo
cuando se viajaba en vuelos regulares.
—De acuerdo, y antes de que se me olvide, aquí tienes la pastilla
para dormir al gato, que la acaban de traer del veterinario —dijo la
secretaria sacando un pequeño paquete del bolsillo. Lo dejó sobre la
mesa acristalada. A Nerón no le gustaban los aviones comerciales y
era preferible que fuera medio dormido porque se veía obligado a
viajar dentro de su trasportín.
—Gracias Cintia, ¡estás en todo!
La chica salió de su despacho y ella aprovechó para estirar
ligeramente los brazos hacia atrás con la vana esperanza de
descargar la tensión del cuello. La noche había sido larga y
angustiosa, y la imagen de Valeria abrazando a su novio, grabada a
fuego en el fondo de su retina, no dejaba de atormentarla.
Olvídate de una vez.
Se había levantado con ánimo de venganza, considerando
seriamente la posibilidad de reventar la boda. Sabía que, al final,
todo el mundo tenía su precio, incluyendo dueños de restaurantes y
sacerdotes, pero ¿qué hubiera conseguido con eso? Y, además,
¿qué le importaba ya? Nada. Nada en absoluto.
Que se vayan al infierno.
Un par de toquecitos contra el quicio de la puerta consiguieron
desviar su atención de nuevo hacia la vida real. Pensó que se
trataría de Cintia, con algún asunto de última hora.
—¡Adelante!
Le sorprendió la aparición de una sonriente Eva, que entraba en
el despacho con gesto desenvuelto al tiempo que comentaba en
tono de burla:
—Dicen las malas lenguas que te vas de vacaciones. ¿No
pensabas contármelo?
—¡Claro que sí! En realidad, pensaba llamarte ahora mismo —
admitió con total sinceridad—. Se trata de una decisión de última
hora. Creo que me hace falta un cambio de aires —añadió forzando
una sonrisa, tratando de no parecer derrotista. Se dejaría matar
antes que confesar lo mal que se sentía.
—¿Cambio de aires? ¿Tiene esto algo que ver con cierta rubia
de profesión arquitecta? —preguntó la pelirroja guiñando un ojo con
complicidad mientras comenzaba a juguetear distraídamente con
uno de los numerosos anillos que decoraban sus dedos.
—Ese tema ha dejado de interesarme. Simplemente me voy de
vacaciones. Además, tengo que ir a ver a mis padres porque de lo
contrario terminarán por aparecer aquí para amargarme la
existencia.
—¡Entendido! Entonces no te interesará la información que tengo
en mi poder… —murmuró Eva dando una especie de pequeña
bofetada al aire con gesto condescendiente.
—¿Qué información?
Imposible no picar en aquel anzuelo.
—Es que es sobre ese tema que “ya no te interesa”, así que no
te lo puedo contar —aclaró la chica intentando reprimir una risita no
del todo contenida.
—Está bien, ¡suéltalo ya! Pero te advierto que no estoy para
bromas. Además, me he cansado de hacer el idiota, mucho tendrían
que cambiar las cosas para que me volviera a interesar ese tema.
—Me ha dicho un pajarito, llamado Cat, que anoche Val rompió
con su novio y anuló su compromiso —anunció con fingida
expresión de inocencia tras una pausa teatral de unos segundos—.
¿Son suficientes cambios para ti?
¿Cómo?
—¿Cómo? —consiguió articular tras unos instantes de auténtico
vértigo en los que su cerebro se dedicó a procesar las centenares
de ideas que se le iban ocurriendo a la misma velocidad con la que
el corazón duplicaba el bombeo de sangre por el cuerpo.
—¿Qué parte no has entendido?
—¡Júrame que es cierto! —exigió, temiéndose que se tratara de
una broma; una broma sin pizca de gracia.
—¡Palabrita del niño de Jesús! —se reafirmó Eva llevándose una
mano al pecho y mirando hacia arriba con gesto solemne.
—¿Por qué lo ha hecho...?
Era bastante desconcertante. Aún recordaba con nitidez el
caluroso encuentro entre Valeria y el rubio la noche anterior.
—Los detalles no los conozco en profundidad y, si los conociera,
tengo instrucciones concretas de no compartirlos contigo. Lo mejor
es que lo hables con la propia protagonista —advirtió en tono de
disculpa.
—Entiendo…
Le costó unos cuantos segundos asimilar del todo que Valeria,
por fin, estuviera soltera y sin compromiso. Las recientes noticias
transformaban de un plumazo el negro panorama con el que se
había despertado, aunque ¿qué se suponía que debería hacer
ahora? Algo le decía que no era ella a quien le correspondía llevar la
iniciativa.
—¿Y bien? ¿Sigues pensando en irte de vacaciones o las
retrasas unas semanas más?
—No lo tengo del todo claro…
Por supuesto que lo tenía, pero no quería dar su brazo a torcer
tan pronto, al menos de cara a los demás.
—¿En serio? Pues ya lo puedes pensar pronto; según Cintia, tu
vuelo sale en poco más de un par de horas.
—¡Está bien! —admitió tras fingir reflexionar al respecto durante
unos segundos—. Esperaré una semana, pero si en ese tiempo no
tengo noticias de ella, me marcho y doy por zanjado el asunto de
forma definitiva. Haz el favor de hacérselo saber a las líneas
enemigas…
—¿Líneas enemigas? —repitió Eva soltando una carcajada
sonora—. ¡Voy a parecer el correo del Zar! De acuerdo, haré llegar
tu mensaje, aunque te advierto que lo debe de estar pasando
regular. No ha sido fácil para ella.
—Ya imagino…
Era lógico que a Valeria le esperasen unos días bastante
complicados, pero debía ser ella misma quien, en aquella ocasión,
diera un paso al frente.
En el caso de que lo quiera dar, por supuesto.
Había roto con el novio, pero ¿implicaba acaso que tuviera
intención de iniciar otra relación con ella? La alarmante posibilidad
de que la respuesta fuera un rotundo no consiguió revolver en el
fondo de su estómago el escaso café que había ingerido como todo
desayuno.
¿Desde cuándo soy tan débil?
Se despidió de Eva con la intención de comunicar a Cintia el
cambio de planes antes de retirarse a su apartamento. Necesitaba
desayunar algo sólido, echarse un buen rato en la cama y, de
nuevo, armarse de paciencia. Se temía no tener más opción que
esperar a que algo pasara. Odiaba estar atrapada en un sentimiento
tan implacable e irresistible, a expensas de lo que hiciera o dejara
de hacer aquella pedazo de idiota. ¿Y si no daba señales de vida?
Entonces no tendría más opción que pasar página y marcharse,
llevándose, junto con su equipaje, el orgullo herido y el corazón
fracturado.
CAPÍTULO 21.
Valeria aparcó su Mini en la zona privada del garaje del Silver
Star con una maniobra rápida y ajustada. Sin embargo, los nervios
acabaron por jugarle una mala pasada y a punto estuvo de rozar
uno de los flamantes deportivos propiedad de Bianca Ricci.
Lo que me faltaba.
Siete días habían transcurrido desde su ruptura con Fran. Siete
días de auténtico infierno en los que había comido poco y dormido
menos aún y en los que no había hecho más que trabajar y esquivar
las llamadas de amigos y familiares, intrigados ante la repentina
anulación del compromiso. No le extrañaba. Era consciente de
haberse convertido en la protagonista de un jugoso caldo de cultivo
para todo tipo de hipótesis y comentarios. Lo peor había sido la
furibunda reacción de doña Adela. ¡Virgen santísima, cómo se había
puesto! Menos mal que, afortunadamente, ya no tendría que tratar
más con ella.
No dejaba de preguntarse sobre el momento en el que dejaría de
experimentar aquella incomodísima sensación de continuo malestar
que parecía acompañarla como una segunda piel. Según Cat, que
tan fácil lo veía siempre todo, ya estaba tardando demasiado.
Detestaba autoflagelarse reflexionando sobre la vida a la que
acababa de renunciar, una vida cómoda y apacible junto a quien
siempre le había proporcionado aquello que tanto valoraba:
seguridad.
Ahora, por el contrario, su futuro sentimental constituía una
incógnita repleta de todo tipo de inseguridades. Hasta sus
inclinaciones sexuales le generaban innumerables dudas. Además,
todo lo que tuviera que ver con aquella maldita italiana le provocaba
una profunda desconfianza. En realidad, desconocía por completo
sus verdaderas intenciones, pero intuía que, para ella, aquello no
era más que un juego. Ni más, ni menos.
Se sentía como una trapecista a la que le han quitado la red de
seguridad pero que se ve forzada a seguir ejecutando sus
acrobacias.
Espero no pegarme una buena hostia...
Se observó con ojo crítico en el espejo retrovisor antes de
colocarse con los dedos un mechón de pelo rebelde y ensayar una
sonrisa despreocupada. Se había aplicado un maquillaje apenas
perceptible en consonancia con un atuendo informal, aunque
detenidamente escogido: pantalón color caqui acampanado, blusa
color azul cielo de manga francesa y zapatillas casual del mismo
color que los pantalones.
Salió del vehículo para dirigirse a la entrada principal del hotel
mientras trataba de calmar el pulso y despejar la mente.
Imposible.
Había necesitado un tiempo para recomponer su agitado estado
de ánimo antes de acudir en busca de Bianca, aunque la verdad era
que, por mucho que lo deseara, tampoco quería ponérselo
excesivamente fácil.
Llegó a las puertas de su apartamento arrepintiéndose de no
haberla llamado antes por teléfono para concretar una cita. De
pronto, no le pareció buena idea aparecer así, pasadas las diez de
la noche y sin previo aviso. Empezaba a ser una costumbre algo
extraña entre ellas.
Llamó al timbre con mano temblorosa y esperó inútilmente unos
segundos para escuchar algún sonido al otro lado de la puerta.
Insistió hasta una tercera vez con el mismo resultado; no parecía
haber nadie en casa. Joder. De inmediato, sacó el teléfono del bolso
para marcar el número de la italiana, pero nadie respondió.
Probablemente habría salido, las noches en Madrid a principios de
verano eran muy animadas.
Se dio la vuelta maldiciendo por lo bajo. ¿Y si Bianca no quería
saber nada de ella? Conociéndola, imaginaba que estaría molesta
por no haber tenido noticias suyas durante los últimos días.
Decidió efectuar un recorrido por los restaurantes del hotel por si
acaso estuviera cenando en alguno de ellos, pero cuando constató
que no era el caso, optó por rendirse y regresar a casa.
Estaba atravesando de nuevo el vestíbulo principal cuando se le
ocurrió inspeccionar el gimnasio. No le parecían las horas más
adecuadas para hacer ejercicio, pero era el único sitio en el que
podía estar y que le quedaba por revisar. Entró en la sala destinada
al gimnasio distinguiendo casi al mismo tiempo una figura solitaria
que golpeaba rítmicamente un saco de boxeo colgado del techo. Era
ella, no había duda, vestida con una camiseta sin mangas y unos
shorts ajustados de color oscuro que dejaban a la vista gran parte
de su cuerpo esculpido.
Bianca se percató enseguida de su llegada y detuvo el puñetazo
que acababa de lanzar al saco con una cómica expresión de
sorpresa, dejando caer los brazos y sus guantes pesados a ambos
lados del cuerpo. Estaba increíblemente guapa, con el pelo recogido
en una coleta y la respiración entrecortada por el ejercicio. La
estampa podría haber sido la perfecta foto de reclamo de un elitista
centro deportivo. Su repentina inmovilidad le hizo pensar en un gran
felino al acecho. Sintió un pequeño escalofrío y notó cómo la sangre
le hervía.
—Has tardado en venir —señaló por fin la italiana con cierto
reproche y, así lo sintió ella, algo de alivio también.
Debía ser la primera vez en su vida que alguien osaba hacerle
esperar en circunstancias semejantes. El evidente egocentrismo de
la italiana la enfureció, pero más le indignó comprobar lo mucho
que, muy a su pesar, la deseaba.
—Disculpe usted la demora… Digamos que he estado algo
ocupada —replicó con evidente sarcasmo avanzando unos cuantos
pasos hasta colocarse frente al saco de boxeo y propinarle una
buena patada, intentando descargar parte del estrés acumulado
durante los últimos días.
—Estás disculpada… —susurró Bianca acercándose a ella con
una sonrisa burlona.
Era obvio que, para ella, todo aquello no debía ser más que un
affaire sin importancia. Probablemente ni siquiera era consciente de
que para Valeria no lo era.
—Bueno, pues ya te he saludado. Ahora me voy, que llevo un día
agotador —anunció sin molestarse en ocultar su irritación.
Quiso dirigirse con decisión a la salida, pero apenas le dio tiempo
a avanzar un par de pasos antes de sentir los brazos de Bianca
agarrándola por la cintura. Le dio media vuelta con algo torpeza,
pues los aparatosos guantes de boxeo limitaban sus movimientos.
—Lo siento, pero me debes un millón de besos… —afirmó
Bianca antes de unir sus bocas con una firmeza no exenta de
dulzura.
Sus labios aceptaron el beso como si poseyeran vida propia y su
cuerpo, completamente estremecido, respondió al contacto de forma
instantánea. Tenía la impresión de tener por primera vez acceso
libre a una fruta tan prohibida como anhelada.
Ambas lenguas se rozaron en una caricia espeluznante. No le
hubiera sorprendido que después de aquello se fundieran los
plomos del edificio. Su innato sentido del pudor le recordó que
podría entrar alguien en la sala de un momento a otro, así que se
obligó a separarse, sin dejar de sujetar a la italiana por las caderas.
—¿Qué pasa? —protestó Bianca ante la interrupción del beso.
—¿Y si aparece alguien...?
De inmediato, Bianca se separó de ella y se acercó rápidamente
a la entrada desprendiéndose al mismo tiempo de los incómodos
guantes. Introdujo un código en el teclado situado en la parte interna
de la sala para bloquear la puerta. A continuación, apagó la mayoría
de las luces, dejando la espaciosa estancia apenas iluminada.
—¿Mejor así? —preguntó Bianca, que se acercaba de nuevo con
una sonrisa conquistadora.
—Mejor así —susurró, recibiéndola con un abrazo y
agradeciendo el roce de sus manos sobre su cuerpo.
Sintió que la chica arqueaba la espalda en un movimiento lento y
voluptuoso que hizo sobresalir los músculos a ambos lados de su
columna. Se dedicó a recorrerlos con los dedos como si estuviera
tocando un instrumento musical, estremeciéndose ante el contacto e
impulsando las caderas hacia adelante.
Percibía el cuerpo ligero, como si flotara entre aquellos brazos, y
esa era toda la realidad que, al menos en aquel momento, le
importaba. Se encontraban solas en el universo, transportadas más
allá de las leyes naturales del tiempo y del espacio. Incluso la
gravedad parecía haber desaparecido. Se vio ligeramente levantada
del suelo y empujada hasta un extremo de la sala donde había
varias colchonetas tiradas. Se dejaron caer sin romper el abrazo,
presas de un frenesí de impaciencia. Se quitaron la ropa a
trompicones y la esparcieron a su alrededor de cualquier manera.
Enseguida notó los dedos de Bianca sobre su sexo, explorando y
acariciándolo con movimientos certeros y controlados. La imitó de
inmediato, pues presentía que la italiana tenía la misma urgencia
que ella. No iba a ser aquel un encuentro con florituras. Ya habría
tiempo de eso más tarde.
El clímax llegó sin siquiera ser consciente de su proximidad,
intenso, enérgico, electrizante.
Alucinante.
Cuando, apenas un par de minutos después percibió que Bianca
tensaba el cuerpo y se dejaba ir también, apoyó la cabeza sobre su
pecho intentando recuperar el ritmo normal de la respiración.
Mantuvieron la postura durante un tiempo indefinido hasta que la
otra chica rompió el silencio para proponer subir a su apartamento.
Fue al entrar allí cuando, de pronto, se sintió cohibida. Aunque ya
había estado en dos ocasiones antes, aquella era la primera vez
que acudía sin la invisible barrera que, sutilmente, mantenía las
distancias entre ambas.
Se agachó para saludar a Nerón ante la atenta mirada de su
anfitriona. Suerte que le gustaban los animales porque comprendía
que aquel gato era importante para ella. Se incorporó de nuevo y
dejó el bolso sobre la mesa del salón con repentina timidez.
Imaginaba que habría una segunda parte de lo ocurrido en el
gimnasio, pero ¿y luego?, ¿y al día siguiente? ¿Cómo se
comportaría Bianca ahora que no había impedimentos para
relacionarse con absoluta libertad?
Demasiados interrogantes.
No se habría atrevido a apostar en ningún sentido puesto que su
anfitriona era, sin lugar a duda, imprevisible y caprichosa. Además,
no debía olvidar que pertenecía a un mundo regido por normas muy
distintas al de los mortales, y eso seguía generándole demasiadas
prevenciones.
—¿Has cenado? —preguntó Bianca acercándose a ella y
tomándole la mano para besársela.
—La verdad es que no… —confesó, dándose cuenta de que, de
pronto, su estómago parecía rugir de hambre. No recordaba la
última vez que había hecho una comida decente.
—Dime qué te apetece —ordenó la italiana acercándose al
teléfono para llamar al servicio de habitaciones.
—No sé, ¿un sándwich?
—¿No prefieres mejor una pasta bien aderezada? ¿O eres más
de entrecot con ensalada?
—Hoy preferiría algo de pasta, si es posible. Pídeme la que
quieras... ¿Y tú?
—Yo ya he cenado, pero te acompaño.
La escuchó hacer el pedido mientras aprovechaba para
deambular por el apartamento curioseando sin demasiado disimulo.
La decoración, tan sencilla como vanguardista, hablaba de estilo y
buen gusto, y el mobiliario, lujoso y extraordinariamente caro, definía
a su dueña a la perfección. Se acercó a la librería moderna, ubicada
en un rincón del salón. Le interesaba en saber el tipo de lectura que
le gustaba a su anfitriona. Comprobó que la mayoría de los libros
eran novelas históricas en inglés e italiano, aunque también había
unos cuantos románticos y eróticos.
Vaya, vaya…
Le sorprendió la rapidez con la que apareció el camarero con la
cena, aunque al pensarlo bien, se dio cuenta de que los pedidos de
Bianca Ricci se debían despachar con especial urgencia.
—¿Qué quieres beber? Tengo una botella de un vino blanco
estupendo —ofreció Bianca en su papel de estupenda anfitriona
mientras colocaba en la mesa los espaguetis a la carbonara, la tabla
de quesos y el pan recién hecho que había pedido.
—No te molestes, un vaso de agua me vale.
—No es molestia. Lo abro y te pongo una copa.
Se dedicó a cenar aprovechando que Bianca había desaparecido
para darse una ducha y cambiarse el atuendo deportivo. Los
espaguetis le parecieron deliciosos y el vino, dulce y acuerpado,
entraba en ella con una facilidad pasmosa. Sentía que comenzaba a
relajarse por primera vez en bastante tiempo.
—¿Quieres que te pida un postre? ¡No te vayas a quedar con
hambre! —ofreció Bianca con sorna, ya de vuelta, sorprendida quizá
de que hubiera sido capaz de terminarse la colosal cena.
—Estoy bien así, gracias —respondió aclimatándose a la
placentera sensación que parecía envolverla delicadamente.
—De acuerdo… —asintió Bianca apoyando los brazos en la
mesa para sujetarse la barbilla con expresión expectante—. Y
ahora, cuéntame cómo ha sido y, sobre todo, qué tal estás.
No sabía muy bien por qué, pero una emoción no del todo
definida le golpeó el pecho al escuchar sus palabras. Quizá, y solo
quizá, Bianca no fuera tan indiferente a los sentimientos ajenos
como había imaginado.
Comenzó a hablar algo cortada, pues al fin y al cabo su
interlocutora no dejaba de ser una persona a la que apenas conocía,
por mucho que poseyera la increíble capacidad de revolucionarle la
sangre con una sola mirada, pero enseguida se sorprendió
respondiendo con total naturalidad y franqueza a las numerosas
cuestiones que le planteaba sobre sus sentimientos, su relación con
Fran y su ruptura final.
—Está bien… —dijo Bianca una vez saciada su curiosidad y
dando por finalizada la conversación—. ¿Qué te parece si nos
vamos a la cama? Estás que te caes...
Y era cierto. La abundante cena, el calorcillo del vino en el
estómago y la falta de horas de sueño de la última semana parecían
conjugarse para que una repentina somnolencia la empujara a
entrecerrar los ojos sin poder evitarlo.
Siguió a su anfitriona hasta el dormitorio tratando de disimular el
apuro que empezaba a adueñarse de ella, como si de pronto no
supiera muy bien cómo comportarse. Era obvio que aún sentía
timidez ante determinadas situaciones.
—¿Te dejo un pijama o no sueles usar…? —preguntó Bianca en
tono socarrón, percatándose quizá de la turbación de su invitada.
—Déjame uno, por favor…
—También tengo cepillo de dientes, si necesitas —le ofreció,
alargándole un pijama corto de raso blanco, similar al que llevaba
puesto la vez anterior.
—Llevo uno en el bolso, gracias.
Se dirigió al cuarto de baño ante la inquisitiva mirada de Bianca,
que parecía divertirse. Se lavó la cara, se puso el pijama y se cepilló
concienzudamente los dientes. Antes de irse, se pasó el peine por el
pelo hasta quedar satisfecha con el resultado. Al salir, se encontró a
Bianca ya acostada boca arriba, vestida también con un pijama azul
y con los brazos colocados debajo de la almohada en una postura
relajada. Por un instante, se preguntó si llegaría el día en el que
pudiera acostumbrarse a un físico tan soberbio. De todos modos, la
posibilidad de que quizá no hubiera un “algún día” la hizo sentirse
descorazonada.
—Espero que te guste dormir en el lado derecho —comentó
Bianca girando el cuerpo para quedarse de perfil, sin dejar de
mirarla con fijación.
—Creo que hoy podría dormirme de cualquier manera —aclaró
constatando que todo atisbo de somnolencia parecía haber
desaparecido repentinamente como por arte de magia.
—Pero no estarás pensando en dormirte ya, ¿verdad?
La expresión de la italiana, perversa y seductora, le dio a
entender a la perfección lo que tenía en mente.
—No necesariamente… —admitió esbozando media sonrisa.
Se acercó a ella hasta que sus cuerpos entraron en contacto y se
acoplaron por completo. De inmediato, experimentó el ya conocido y
habitual chispazo eléctrico. Se preguntó si ella también lo sentía.
Algún día se lo preguntaría, se prometió a sí misma antes de
perderse en sus labios y entrar en un mundo que, de alguna
manera, le parecía que rozaba la irrealidad.
Al contrario de lo que había sucedido en el gimnasio, en aquella
ocasión hubo tiempo para interminables besos, seductoras caricias
y constantes confidencias susurradas al oído.
Cuando todo acabó, bien entrada la madrugada, comprendió que
no podría resistirse durante mucho más tiempo al implacable sopor
que parecía apoderarse poco a poco de ella, así que decidió
rendirse y abandonarse a la apacible sensación de dormirse
aspirando el suave aroma de Bianca Ricci…
Bianca despertó al notar que algo le rozaba la nariz. Abrió los
ojos, todavía desubicada, para toparse con la verde mirada de
Valeria, que la observaba atentamente recorriendo el contorno de su
cara con el dedo índice.
—¡Perdona! No he podido resistirme. Llevo un buen rato
esperando a que te despiertes… —se justificó la arquitecta con una
sonrisa traviesa.
—¿Qué hora es?
Era consciente del poderoso ramalazo de bienestar que circulaba
con fluidez por su sistema circulatorio. Por fin el universo parecía
sonreírle.
—Las nueve y cuarto. Por cierto, ¿tú no eras tan insomne? —
preguntó Valeria sin detener la exploración de su rostro.
—¡Depende! A veces tengo que recuperar fuerzas cuando casi
no me han dejado dormir… —replicó levantando una ceja,
llevándose de inmediato un cariñoso cachete en la mejilla a modo
de protesta.
—¡Caradura! —exclamó la arquitecta sin poder contener la risa
—. Bueno, me voy a la ducha. Tengo unos clientes que me esperan
en el estudio a las diez en punto. ¡Y esta vez es cierto! —dijo antes
de besarle los labios. Se levantó y se vistió pudorosamente con la
parte de arriba del pijama.
—Si necesitas algo, puedes coger lo que quieras del vestidor. La
ropa interior está en los cajones de abajo…
—¿De verdad te pones toda esa barbaridad de ropa que tienes
ahí dentro?
Debía de haber echado un vistazo a los gigantescos armarios de
su vestidor, repletos de prendas de todo tipo.
—Soy italiana, recuérdalo…
—Imposible olvidarlo con ese acento.
—Oh, vamos, seguro que te encanta, ¡admítelo! —bromeó
levantándose también y vistiéndose con unos sencillos bóxer y una
camiseta.
—Tienes demasiada imaginación, ¿lo sabías?
Pues no veas las cosas que me estoy imaginando ahora
mismo…
—¿Te preparo el desayuno mientras te duchas? —propuso
tratando de eliminar de su mente todo un batallón de pensamientos
de alto voltaje.
Tendré que esperar a esta noche.
—¡Así que te haces el desayuno! Ya pensaba que la cocina
estaba de adorno…
—No sé por qué, pero ese comentario me ha sonado a crítica
velada —replicó cruzando los brazos en un simulado gesto de
indignación.
Empezaba a tener meridianamente clara la opinión que tenía la
arquitecta sobre ella, pero no le importaba demasiado. Además,
nada podría aguarle la fiesta aquella mañana.
—Dime la verdad, ¿has cocinado aquí alguna vez?
—Umm… —Fingió hacer memoria durante unos segundos antes
de responder—. La verdad es que no, pero puedes hacerlo tú
cuando quieras. Me encantaría que estrenaras mi inmaculada
cocina…
—¡Puede que lo haga! Y ahora, será mejor que me ponga en
marcha si no quiero llegar tarde —respondió marcándose una
sonrisa completamente irresistible.
¡Dios!
Los astros, por fin, parecían haberse alineado a su favor y, por
primera vez en mucho tiempo, tuvo fe en la paz en el mundo, en el
triunfo del Bien sobre el Mal y, ya de paso, en que algún alma
caritativa eliminara la última temporada de Juego de Tronos y
volviera a grabar otro final.
Se marchó a preparar el desayuno envuelta en una bruma de
felicidad, rememorando al mismo tiempo el emocionante encuentro
mantenido en el gimnasio la noche anterior.
Guau, ¿de verdad pasó eso?
Aún se le removía la sangre solo con pensarlo. La repentina y
esperada aparición de Valeria había conseguido borrar de un
plumazo la incertidumbre con la que convivía durante los últimos
días, días en los que a duras penas había podido contener las
ganas de contactar con ella. Ahora comprendía que había obrado
con sabiduría porque no debía de ser fácil dejar una relación para
comenzar otra, aunque, bien pensado, no tenía del todo claro que la
arquitecta quisiera empezar con ella una relación en el sentido
estricto de la palabra. Habían tenido sexo —¡y menudo sexo!—,
pero eso no garantizaba nada en absoluto. Era posible que la chica
tan solo se estuviese dejando llevar por sus más locas fantasías
antes de continuar por el recto camino de la heterosexualidad.
¿Podría ser?
Soltó un juramento por lo bajo mientras extraía de mala gana el
pan de la tostadora. La verdad era que estar enamorada tenía sus
inconvenientes. Era la segunda vez en su vida que experimentaba
aquella emoción, pero era la primera en la que la inseguridad que
envolvía sus actos brillaba en todo su esplendor. Se preguntó qué
ocurriría si a Valeria se le cruzara otro hombre en el camino, o, peor
aún, si le diera por volver con el exnovio.
¡Joder!, no es el mejor momento para ese tipo de
planteamientos.
El ruido de unos pasos acercándose a la cocina le avisaron de la
llegada de su invitada, que apareció con el pelo algo mojado y ya
vestida con la misma ropa del día anterior. Estaba increíblemente
guapa. De inmediato, relajó el fruncido ceño y adoptó una sonrisa
espontánea.
—Se me ha hecho tardísimo… —anunció Valeria con una
expresión sombría que contrastaba vivamente con la actitud cercana
y divertida de la que había hecho gala hasta el momento. Le dedicó
un gesto de despedida antes de encaminarse hacia la salida—. Ya
desayunaré más tarde.
¿Pero qué diablos le pasa a esta ahora?
—Como quieras… ¿Nos vemos esta tarde?
De pronto, por algún motivo, aquello no fluía como debía, y el
corazón reaccionó dando un vuelco desagradable.
—No sé si podré. La verdad es que tengo un montón de trabajo.
Necesito ultimar un proyecto para el lunes que viene con Ana y
llevamos algo de retraso.
Sonaba a mentira y a excusa improvisada.
—Bueno, pero tendrás que cenar. Podrías venir cuando acabes
—insistió completamente desconcertada y esforzándose en
mantener la compostura.
Algo ha pasado, pero ¿qué?
—Claro que sí, pero trabajaremos hasta tarde y lo mismo
pedimos cena en el estudio. ¿Qué te parece si nos vemos ya el
sábado en la fiesta de Cat? ¿Vas a venir?
¿Le estaba dando largas hasta el sábado? No tenía intención de
acudir a esa estúpida fiesta. Permaneció unos segundos en silencio,
tratando de encajar el gigantesco jarro de agua fría que le acababa
de echar encima la arquitecta sin que pareciera temblarle el pulso.
¡Será hija de…!
—El sábado… dentro de tres días —murmuró recalcando cada
palabra como si no pudiera comprender del todo su significado.
—Sí. Era la fiesta de mi despedida de soltera, pero como estaba
ya organizada, mi hermana ha insistido en celebrarla, aunque con
otros invitados. En fin, no es que me apetezca demasiado, pero creo
que me pasaré un rato —aclaró Valeria encogiendo los hombros con
una frialdad que le provocó auténtico dolor.
No entiendo nada.
—De acuerdo, si estoy libre el sábado, me pasaré un rato
también —repitió con sorna mientras intentaba controlar el hondo
sentimiento de indignación que amenazaba con explotar de un
momento a otro en su interior.
—De todas formas… tomémoslo con calma, ¿te parece?
¿Pero qué demonios le pasaba a aquella imbécil? Por fin estaba
libre de todo compromiso y acaban de pasar una increíble noche
juntas, ¿a qué venía aquella actitud?
—Toda la calma que necesites, por supuesto —declaró con
sequedad antes de recibir un ligero beso de despedida en la mejilla,
que le pareció más el beso de Judas que otra cosa.
Contuvo las ganas de cerrar con un descomunal portazo porque
su muy acusado orgullo le impidió dar muestras de su enfado. ¿A
qué venía lo de tomárselo con calma? ¿Era posible que para Valeria
aquello no fuera más que una simple aventura?, ¿que no sintiera, ni
de lejos, nada por ella? Su corazón se negaba a admitir semejante
posibilidad, aunque, ¿qué más explicaciones podía haber a su
comportamiento?
¿Y si es una puñetera chiflada?
Se tumbó en la cama con gesto de desesperación, agarrando de
paso su teléfono móvil para revisar los numerosos wasaps recibidos
desde el día anterior. Tenía uno de Cristi. No se molestó en
contestar. Más tarde, le respondería con una negativa amable a su
propuesta de quedada.
El resto de la mañana lo dedicó en parte a reflexionar sobre todo
lo ocurrido. Era obvio que, por el motivo que fuera, Valeria deseaba
seguir marcando las distancias.
¡Como quiera!
Le seguiría el juego. Iría a la fiestecita, pero no tenía intención de
acudir sola. Dedicó un tiempo a considerar quién podría ser su
acompañante ideal hasta que una maquiavélica mueca asomó poco
a poco a su rostro. Corrió de nuevo al móvil para buscar un nombre
en la agenda de contactos.
No creía que a Valeria le hiciese demasiado gracia verla
aparecer con una de la chicas más impresionantes de la ciudad,
pero ella se lo había buscado.
Ya te daré yo calma…

—A ver si lo entiendo. ¿Dices que leíste un mensaje cariñoso de


una tal Cristi en la pantalla de su teléfono móvil? —preguntó Ana,
expectante, tras haber escuchado el relato—. Y, por cierto, ¿desde
cuándo te dedicas a revisar los mensajes ajenos?
—¡Desde nunca, joder! Pero me estaba vistiendo en su
dormitorio cuando saltó el maldito wasap y no pude evitar echar un
vistazo, ¡yo qué sé…! Fue un impulso como otro cualquiera —se
lamentó Valeria recorriendo furiosamente el estudio de un extremo a
otro con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Ahora
entendía lo que se sentía cuando se deseaba estrangular a alguien.
Lo que me faltaba… ¡tener celos!
Un simple mensaje de móvil había conseguido destruir de un
plumazo una noche prácticamente perfecta. Y lo peor era que, en el
fondo, tampoco le había sorprendido demasiado. Algo le decía que
Bianca era de las que solían jugar con varias barajas al mismo
tiempo.
Si pretende convertirme en una conquista más, conmigo que no
cuente.
—¿Y qué decía exactamente el mensajito? ¡Lo mismo lo has
malinterpretado!
—Decía: “Estoy pensando en ti. ¿Quedamos esta noche?”. Es
imposible malinterpretar algo así, ¿no crees? Además, la foto del
wasap era de una tía bastante atractiva. Me recuerda a alguien, por
cierto…
Sí, pero ¿a quién?
—¡Vaya!, parece bastante obvio, desde luego —concluyó su
socia torciendo el gesto—. ¿Y no le comentaste algo al respecto?
—¡No!, me quedé tan chafada que preferí guardar silencio… Al
menos de momento. Pero ya te digo que no tengo intención de
convertirme en el juguete de una niñata caprichosa con ganas de
marcha.
—Deberíais hablarlo y aclarar las cosas. Ten en cuenta que
hasta hace bien poco tu tenías novio e imagino que ella tendría su
vida amorosa. Puede que la tal Cristi no sea más que un simple
coletazo de esa vida…
—Lo sé, pero no me ha dado buen rollo, te lo aseguro. No me fío
de ella. Además, ¿qué le voy a decir? Perdona, pero te he cotilleado
el móvil y he visto un mensaje que no me ha gustado…
—Pues sí, algo así. Y de paso le preguntas por las intenciones
que tiene contigo. Me parecía lo más lógico…
—Sí, claro, primero le confieso que le he mirado el móvil y luego
le pregunto por sus intenciones conmigo. ¡No, gracias! No quiero
parecer una especie de loca —protestó Valeria dejándose caer
bruscamente en su silla y comenzando a masajearse las sienes con
desesperación. Empezaba a tener un dolor de cabeza monumental.
Al final, iba a tener razón su madre cuando decía que las desgracias
nunca venían solas.
—¡Y yo que pensaba que las relaciones con tíos eran
complicadas! —bromeó Ana tratando de relajar el ambiente. Levantó
las manos con las palmas hacia arriba—. Con lo fácil que es hablar
las cosas desde la honestidad.
—¿Honestidad? No sé si Bianca Ricci tiene esa palabra en su
vocabulario.
—¡No seas tan dura, Val! Al menos, mientras no le des la
oportunidad de explicarse. Y, por cierto, ¿cómo se ha quedado ella
cuando os habéis despedido?
—Con cara de no entender nada. ¡Que se aguante! Espero que
se vuelva loca pensando en por qué me he ido así…
En realidad, había salido de su apartamento como alma que lleva
el diablo, sin molestarse en despedirse con un beso mínimamente
decente y arrastrando más dudas de las que ya tenía. Era cierto que
entre la chica y ella no existía compromiso alguno, al menos de
manera expresa, pero le mortificaba la posibilidad de que, a aquellas
alturas, Bianca mantuviera tan alegremente otras relaciones.
Pues claro ¿Qué te pensabas? ¿Qué eras especial?
Nunca había sentido semejante mezcla de decepción,
exasperación y, por qué no decirlo, resentimiento. Aunque la culpa
no era más que suya por haber pecado de incauta. De pronto,
sentía el impulso entregarse por completo a la soltería y olvidarse de
hombres, mujeres y, sobre todo, de bellas y seductoras extranjeras
capaces de poner constantemente su vida patas arriba.
Hablaría con Bianca, por supuesto, pero antes prefería enfriar lo
que fuera aquello y actuar con cautela. No tenía intención de
continuar con algo de lo que podría salir escaldada por completo.
Si es que soy rematadamente idiota.
CAPÍTULO 22.
—¡Guau!, estás increíble… —admitió Bianca al salir de su
pequeño Smart y fijar la vista en una sonriente Laura, que esperaba
con rigurosa puntualidad en el portal de su casa.
—Gracias, ¿te gusta el modelo? —preguntó la aludida guiñando
un ojo y acercándose para saludar a la recién llegada con un
abrazo. Llevaba un ajustado vestido color oro que armonizaba a la
perfección con su larga cabellera rubia y con aquellos ojos color
ámbar que tanto llamaban la atención.
—¡Me encanta, te doy un diez sobre diez!
—Aún no sé cómo te presto a mi chica para que te acompañe…
—intervino Rafa con voz de guasa, aproximándose también a
saludar con besos en ambas mejillas.
—¿Prestar? ¡Pero bueno, serás cavernícola! —protestó Laura
propinando un ligero empujón a su novia—. Voy encantada.
Además, hace un montón que no voy a una fiesta…
—No te preocupes, te la devolveré de una sola pieza —dijo
Bianca en tono socarrón.
Abrió galantemente la puerta del copiloto a la que iba a ser su
acompañante aquella noche. Laura entró en el vehículo
despidiéndose alegremente de Rafa con un cómplice beso lanzado
al aire. Después, Bianca arrancó el silencioso motor sin pérdida de
tiempo, pues rozaban las once de la noche y la fiesta debía estar en
su pleno apogeo.
Durante los últimos días había esperado en vano una llamada de
Valeria. Seguía sin entender el oscilante comportamiento de la
arquitecta y, aunque se había devanado los sesos tratando de
comprender el motivo de su actitud, no conseguía llegar a una
conclusión definitiva al respecto. ¿Tendría algo que ver con el
aspecto sexual…? No lo creía, pero lo cierto era que empezaba a
dudar hasta de su propia sombra.
Había tenido dudas de última hora sobre si debía o no acudir a la
fiesta, considerando finalmente que lo mejor era acercarse y otear el
horizonte. Siempre que fuera bien acompañada, por supuesto. Una
media sonrisa asomó de forma inconsciente mientras avanzaba con
rapidez por el nocturno y animado tráfico madrileño. Era sábado
noche y la gente se desplazaba por toda la ciudad con ganas de
marcha.
—Bueno, así que me llevas para dar celos a tu crush… —
comentó Laura después de largos minutos de banal conversación.
—¿Mi crush? ¡Buena definición! —admitió, divertida, soltando
una breve risita—. Aunque simplemente me apetecía ir con alguien
y tú eres mucho más sociable que tu queridísima novia, la verdad.
—¡Anda ya! Estás utilizando un truco muy antiguo… —replicó
ella—. Me halaga que hayas pensado en mí. Y, ahora, ¡cuéntame el
plan!
No pudo evitar admirar una vez más el buen gusto de Rafa. La
chica, además de ser una belleza, era todo un encanto.
—¡Está bien! Solo quiero que te integres de manera normal en la
fiesta y que, de vez en cuando, parezca que te intereso… Pero sin
exagerar. Algo sutil, ya me entiendes. Tampoco quiero estirar
demasiado la cuerda.
—¡Comprendido! Seré de lo más sutil —dijo Laura colocándose
cuidadosamente el flequillo frente al espejo del copiloto—. De todas
formas, no te viene del todo mal que, por una vez, te lo pongan un
poco difícil. Lo sabes, ¿verdad?
—¿Por qué dices eso? —preguntó desviando por un instante la
mirada, fija en el denso tráfico, hacia su acompañante.
—¡Oh, vamos! A todos nos viene bien que nos obliguen a poner
los pies en la tierra de vez en cuando, especialmente a ti...
—¡No sé muy bien cómo debería tomarme ese comentario! —
replicó frunciendo el ceño teatralmente, aunque esbozando media
sonrisa.
Puede que tenga razón, pero empiezo a cansarme de tanta
dificultad, joder.
Consiguió aparcar casi en la puerta. Ventajas de llevar un
vehículo de dimensiones tan reducidas. Se trataba de un pequeño
pub a las afueras de la ciudad con una amplia zona ajardinada.
Sabía que tanto Cat como Eva habían aprovechado la ocasión para
invitar a todo tipo de amistades y conocidos, por lo que aquello
prometía ser un evento bastante animado.
Entraron en el local comprobando al instante que había allí
bastante más gente de la que habían imaginado. Se dirigieron a la
barra situada en un extremo del jardín mientras identificaban los
acordes de Rockabye de Clean Bandit. Se pidieron una copa antes
de que Bianca comenzara a buscar disimuladamente con la mirada
a la responsable de todas sus desdichas. ¿Dónde demonios
estaba? Solo faltaba que, encima, no apareciera.
¿Será capaz?
Trascurrieron unos minutos hasta que decidieron dar una vuelta
por el lugar y de paso escapar del intenso escrutinio al que estaban
siendo sometidas por parte de un pequeño grupo de hombres que
las observaba con descaro. De todos modos, la repentina aparición
de Eva, que se acercaba con una sonrisa de bienvenida, las hizo
cambiar de idea.
—¡Ey, Bianca, ya creía que no aparecías! Veo que has venido
acompañada… —saludó clavando la vista en Laura.
—Laura, Eva… —se limitó a decir Bianca a modo de
presentación, señalando alternativamente a ambas chicas y
esperando a que se besaran en la mejilla.
—¡Encantada, Laura! Llegáis en lo mejor; la gente empieza a
estar desbocada, tenemos whisky del caro y hay un montón de tíos
buenos por ahí sueltos… —afirmó con una mueca descarada.
—¿Y Valeria? ¿Ha venido? —preguntó Bianca sin irse por las
ramas, pues de pronto se veía incapaz de seguir lidiando con
semejante duda.
—¡Allí la tienes! —exclamó Eva señalando con el dedo índice al
otro extremo del jardín, debajo de un escondido porche repleto de
anchas columnas.
Efectivamente, allí estaba, inmersa en una conversación con un
pequeño grupo de gente, aunque juraría que había retirado
súbitamente la mirada en cuanto se había fijado en ella.
Bien. Le toca dar a ella el primer paso; es la anfitriona.
—¡Bianca! —La alocada voz de Cat resonó con fuerza por
encima de la música. La entrenadora se acercó para darle un
abrazo exagerado al tiempo que le susurraba al oído—: Veo que no
vienes sola. ¡Contenta vas a tener a mi sister, ya verás…!
—Laura, esta es Catalina, la hermana de Valeria —indicó Bianca
dirigiéndose a la rubia, que contemplaba la escena con una sonrisa
simpática.
—Encantada…
—¡Lo mismo digo, pero llámame Cat, que odio mi nombre
completo! —exclamó devolviendo con amabilidad la sonrisa a la
chica. Se dirigió a Bianca—. Y ahora, podrías aclararnos en qué
punto estás con Val, porque ella no suelta prenda…
—Según tu hermana, tenemos que tomar las cosas con calma.
—¡Menuda chorrada! —intervino Eva sin perder ojo a un chico
rubio y musculado que no hacía más que pasear de un lado a otro
con aire de despiste.
—Pues sí, menuda chorrada… —corroboró Cat recalcando la
última palabra mientras lanzaba una ojeada a su hermana, que
acababa de girar sutilmente el cuerpo para mostrarles la espalda—.
En fin, voy a dar una vuelta por ahí para seguir ejerciendo de buena
anfitriona. Luego hablamos.
Un par de cócteles rebajados de alcohol ayudaron a Bianca a
afrontar una noche un tanto extraña, pues, aunque consiguió
integrarse perfectamente en la fiesta entablando conversaciones
con unos y con otros, en realidad no hizo más que mantener una
sonrisa forzada y fingir divertirse sin dejar de vigilar de reojo a la
arquitecta. Le pareció que estaba fabulosamente guapa, vestida con
un conjunto de falda midi y camisa algo ajustada que reflejaba
fielmente su particular estilo: estudiado y, al mismo tiempo,
desenfadado. Se la veía relajada y ajena a todo lo que ocurría a su
alrededor, a excepción de un moreno de pelo rizado con el que
flirteaba de manera descarada.
No comprendía qué mal había causado a la humanidad como
para acabar enamorándose de aquella imbécil rematada. Tenía
suerte de que la constante presencia de Laura a su lado le ayudara
a contener la irritación y a asumir la situación con filosofía. En
verdad, sabía desenvolverse a la perfección en aquel tipo de juegos,
pero en aquella ocasión no conseguía sacudirse de encima la
sensación de llevar las de perder.
Dios, ¡dame paciencia!
El tiempo transcurría y la arquitecta parecía por completo inmune
a su presencia. Quizá se había equivocado de estrategia con ella,
aunque apostaría a que no le habría hecho gracia que apareciera en
la fiesta acompañada de una rubia deslumbrante.
En un momento dado, el de los rizos trató de acortar distancias
con quien obviamente conformaba el objeto de sus deseos. De
inmediato, sintió que Laura le agarraba de la mano y tiraba de ella
hacia la zona donde se encontraba la pareja. Se quedaron detrás de
una columna ancha, lejos de miradas indiscretas, pero a la vista de
una Valeria que, por la repentina rigidez de sus hombros, se había
percatado de la proximidad de las recién llegadas.
—Vamos a ver si tu crush reacciona de una vez, ¿no te parece?
—propuso la abogada con una sonrisa, acercándose a su oído para
hacerse oír por encima de la música, algo más fuerte en aquel lado
del recinto.
Se dejó agarrar de las caderas por una Laura que parecía ejercer
su papel con total desenvoltura. Se acercaron hasta que sus caras
quedaron a pocos centímetros de distancia. Aspiró su aliento, fresco
y aderezado con un ligero olor a alcohol, mientras consideraba que,
en cualquier otro momento y lugar, incluso en otra vida, la situación
hubiese sido de alto voltaje, pero en aquel preciso instante toda
sensación parecida estaba fuera de lugar.
Mantuvieron la postura observando de reojo a la arquitecta,
situada apenas a cinco metros de distancia, aparentemente absorta
en la conversación con el de los rizos, aunque no dejaba de llevar a
cabo sutiles movimientos para tratar de proteger su espacio
corporal.
—¡Pues no parece que se inmute demasiado, la verdad! —acabó
por admitir Bianca en tono de derrota sin saber muy bien cómo
proceder.
¿Era aquella la manera que tenía la otra chica de expresar que
habían terminado? Aunque, lo pensó bien, ni siquiera estaba segura
de que hubiesen llegado a comenzar algo que fuera más allá de un
confuso flirteo y un par de noches de sexo. Tuvo la tentación de huir
de allí y olvidarse de todo, pero había llegado demasiado lejos como
para hacerlo de aquella manera.
—¡Está bien! Habrá que cambiar de táctica. Voy a dejarte a solas
con ella, ¡haz el favor de aprovechar bien el tiempo! —declaró Laura
resoplando con cierta impaciencia.
—¿Cómo lo vas a hacer?
—Pues llevándome al rizos ese y dándole conversación un rato.
Déjame las llaves de tu coche por si acaso te vas antes. ¡Y recuerda
que me debes una bien gorda…!
—¡Te la debo, sí! —admitió dedicándole un gesto de
agradecimiento y entregándole las llaves del pequeño Smart.
Admiró el aplomo con el que se acercó la abogada a la pareja
antes de decir unas palabras y agarrar con soltura del brazo al de
rizos, tirando de él hacia la barra a la vez que le dedicaba una
cautivadora sonrisa. El chico miró con gesto de sorpresa a ambas
rubias considerando, quizá, que aquel era su día de suerte. Debió
sopesar en apenas milésimas de segundo cuál podría ser su mejor
opción, pero la actitud desinhibida de Laura destilaba promesas no
del todo seguras en Valeria, por lo que se dejó arrastrar mientras le
dedicaba un gesto de disculpas a la arquitecta, que se quedaba
plantada con cara de incredulidad.
¡Bien por Laura!
Decidió llevar la iniciativa porque sentía que su paciencia se
agotaba y tenía claro que de allí no se iba sin respuestas.
Vamos allá…

Decididamente, aquello era increíble. ¿Cómo era posible que


Bianca tuviese el descaro de aparecer en la fiesta con aquella rubia
que parecía sacada directamente de las páginas de una revista de
moda? Y, además, ¿quién era?
Alucino.
Encima, tenía el morro de enviar a su acompañante para que se
llevara a Marc —o como quisiera que se llamara aquel tío— en sus
mismísimas narices. El chico no le interesaba en absoluto,
evidentemente, pero su compañía contribuía a mitigar la irritación
que sentía cada vez que atisbaba a la pareja por el rabillo del ojo.
Inspiró un par de veces preparándose para afrontar la desafiante
y socarrona mirada de la italiana, que se acercaba sin molestarse en
disimular una sonrisa condescendiente. Daba la impresión de estar
divirtiéndose, lo que provocó que una corriente de algo muy cercano
al odio circulara con fuerza por sus venas.
—¿Qué te parece si dejamos de hacer el idiota y hablamos como
adultas que somos? —preguntó a bocajarro la italiana manteniendo
todavía aquella expresión con la que parecía perdonar la vida al
resto de la humanidad.
Menuda desfachatez la suya.
—Muy bien, ¿de qué quieres hablar exactamente…? —preguntó
a su vez con fastidio, simulando una calma que estaba lejos de
sentir.
—Para empezar, podrías explicarme el motivo por el que ni
siquiera te has acercado a saludar. Que yo recuerde, fuiste tú quien
me invitó a venir…
Sí, pero no te dije que vinieras con uno de tus ligues, so-
caradura.
—¡Cierto! Aunque te he visto tan bien acompañada que no me ha
parecido oportuno hacerlo, la verdad —replicó lamentando al
instante haber sido tan explícita en su respuesta.
—Oh, ¿te ha molestado…?
La voz de Bianca, con un ligero matiz de sorna, llegó a sus oídos
como una especie de bofetada sorda.
—¡No se trata de eso! —negó con rotundidad torciendo el gesto.
Por supuesto que, en parte, se trataba de aquello, pero ni bajo
tortura confesaría algo así y menos aún delante de ella.
—Como quieras, aunque creo que es el momento de aclarar
algunas cosas, ¿no crees? —insistió Bianca ladeando ligeramente
la cabeza con una mueca de impaciencia. Le reventaba la
ostensible seguridad en sí misma que destilaba en todos y cada uno
de sus actos.
—No sé qué decirte. Simplemente creo que nuestro modo de ver
la vida es demasiado diferente, Bianca.
Hubiera jurado que, por un fugaz momento, una expresión de
dolor atravesó el rostro de la italiana. La observó en silencio durante
unos instantes. Parecía estar debatiendo consigo misma sobre la
mejor manera de proceder.
—¡No te entiendo! Si lo dices por Laura, es solo una amiga. No
me apetecía venir sola.
—¿Una amiga? No lo parecía, la verdad.
—Es la novia de Rafa, mi ex…
¿En serio?
¿Llevaba puteada media noche por algo que, al final, no era?
Aunque todavía quedaba por aclarar lo de la tal Cristi. Y a saber
cuántas más.
—¿Y siempre tonteas así con todas tus amigas?
—Para nada, solo intentaba hacerte reaccionar y que dejaras de
mostrarte tan indiferente a mí.
¡Vaya! No se esperaba una confesión tan directa por su parte. De
pronto, no supo qué decir.
—Ya…
—Y ahora que estamos aclarando cosas, ¿qué tal si me explicas
por qué te fuiste el otro día de mi apartamento como si de pronto
pensaras que te iba a asesinar? ¿Y por qué dijiste esa tontería de ir
con calma?, ¡como si yo estuviera forzándote a no sé muy bien
qué…!
—¿Quién es Cristi?
La pregunta salió de su boca sin ser siquiera consciente de ello,
como si llevara un tiempo ardiendo en su garganta y necesitara
expulsarla cuanto antes para evitar quemarse.
—¿Cristi? —repitió Bianca con expresión de desconcierto—. Era
que obvio que no se esperaba, ni de lejos, semejante cuestión.
—Sí, ¿quién es? ¿Y qué relación tienes con ella?
—Es una… —pareció dudar antes de continuar hablando—. Es
alguien con quien tuve un affaire bastante efímero, pero ¿cómo
sabes de su existencia?
La palabra affaire la hizo sentir incómoda. El mero hecho de
imaginarse a Bianca besándose con aquella chica de rostro
anguloso que aparecía en la foto del wasap y que tanto le recordaba
a alguien —todavía no conseguía recordar a quién— era de lo más
fastidioso. Y encima, ahora tendría que reconocer haber actuado
como una cotilla redomada.
Lo que me faltaba.
—Te saltó un mensaje de la tal Cristi en la pantalla del móvil
mientras preparabas el desayuno y no pude evitar acercarme y
mirarlo. Daba a entender que tenéis algo bastante actual —explicó
de carrerilla mientras una oleada de puro fuego invadía su rostro. No
pudo menos que agradecer la escasa y tenue iluminación ambiental.
—¡Así que era eso! —murmuró Bianca enarcando las cejas y
relajando los hombros al mismo tiempo, como si de pronto le
hubiesen quitado un enorme peso de encima—. ¡Gracias, Señor! —
exclamó mirando al cielo con una amplia sonrisa—. Ya empezaba a
pensar que eras una auténtica chiflada, ¿sabías? Me alivia
comprobar que tan solo eres un poco curiosa.
—¿Una chiflada? Perdona, guapita, pero creo que estoy muy
alejada de ese concepto. Y ahora, si quieres darme alguna
explicación al respecto, es el momento… —replicó cruzando los
brazos de manera defensiva. Mucho le tenían que convencer las
explicaciones de la italiana para que decidiese bajar la guardia.
—De acuerdo —asintió Bianca alzando las manos en señal de
rendición—. No hay nadie más que tú, te lo juro…
El tono acariciante y persuasivo que usó consiguió erizarle de
golpe todo el vello del cuerpo.
¿De verdad ha dicho eso?
—Entonces… —comenzó sin saber muy bien cómo continuar. Se
removió, inquieta— ¿Qué es exactamente lo que quieres tener
conmigo?
¿Por qué me da tanta vergüenza hablar con ella de estas cosas?
—Lo quiero todo —aclaró Bianca de inmediato con expresión
serena, como si no tuviera la más mínima duda de lo que acababa
de expresar.
Hostias.
—Todo… —repitió, intentando ganar algo de tiempo y superar el
aturdimiento en el que se encontraba inmersa.
Estuvo tentada a contestar algo a la altura de aquel significativo
“todo”, pero por algún motivo, no lo hizo. Quizá fuese más prudente
guardar cierta reserva ante quien todavía consideraba una especie
de terrorista emocional. Además, ¿qué sabía ella de relaciones
sentimentales entre mujeres? Nada en absoluto.
Aquellos pensamientos cruzaron por su mente a una velocidad
de vértigo, aunque lo que siempre recordaría de aquel momento
sería la mirada intensa y penetrante de Bianca, que parecía esperar
una respuesta. De fondo, podía escucharse a Taylor Swift y su I don
´t wanna live forever.
Se obligó a reaccionar de alguna manera. Se acercó a ella sin
decir palabra, levantó los brazos desnudos para rodearle el cuello y
enseguida sintió el cálido tacto de sus manos sobre la cintura.
Comenzaron a bailar, descubriendo que cada movimiento del
cuerpo de Bianca se transmitía al suyo como una prolongación. La
música era superflua; se movían a su propio ritmo. El conocido olor
a jabón de la italiana inundó sus fosas nasales provocando una
inmediata reacción en la entrepierna. Estuvieron así un tiempo,
ajenas a las esporádicas y curiosas miradas de algunos de los
invitados que deambulaban por allí con pinta de llevar una copa de
más. Por un instante, consideró inviable que pudiera llegar a
olvidarse de aquel momento, aquel baile, aquella canción.
Tuvo la sensación de que la temperatura del cuerpo le había
ascendido unos cuantos grados por encima de los treinta y seis y
medio normales, y se preguntó si su compañera de baile estaría
experimentando algo similar.
—¿Esto significa que hemos llegado a una especie de…
acuerdo? —susurró Bianca en su oído derecho, interrumpiendo el
silencio, aunque sin romper la emoción del momento.
—Puedes llamarlo así, si quieres —consintió, bajando también la
voz, posando los labios brevísimamente sobre el lóbulo de su oreja.
—¿Cómo lo llamarías tú? —insistió Bianca apretándola contra su
cuerpo.
—Dejemos que el tiempo lo defina…
Es mejor actuar con cautela.
—Eres imposible, ¿lo sabías? —dijo la italiana depositando un
cariñoso beso en la punta de su nariz—. Y, por cierto, no pienso
perdonarte la guerra que me has dado estos últimos días…
—Pues no me lo perdones… —replicó, consciente del perverso
morbo que le generaba el hecho de que Bianca Ricci hubiera podido
haber estado angustiada por su culpa.
De pronto comprendió que la deseaba. La deseaba de una forma
casi dolorosa, con una intensidad muy superior a cualquier otra
emoción experimentada a lo largo de sus treinta y un años de vida.
No puedo esperar demasiado.
Tuvo la sensación de que le leyó con acierto el pensamiento,
pues acto seguido se separó alzando una ceja.
—¿Nos vamos…?
—¡Por favor! —contestó de inmediato, como si las palabras
salieran de su boca sin esperar la correspondiente orden del
cerebro.
Ni siquiera se les pasó por la cabeza despedirse de nadie. Se
dirigieron directas a la salida sin ser conscientes de la intrigada
mirada de Cat, que las observaba desde el otro extremo del jardín
mientras conversaba alegremente con el rizos y Laura.
Bajaron los peldaños de la entrada del pub mientras Valeria
sacaba del bolso las llaves de su Mini-Cooper y las depositaba en
las manos de Bianca, que las aceptó con diversión. Más le valía no
ponerse al volante; no estaba segura de poder superar airosa un
test de alcoholemia.
Las calles, a aquellas horas de la madrugada, estaban
afortunadamente poco concurridas. Bianca conducía con rapidez,
cambiando de marchas con movimientos eficientes y controlados,
como si ella también tuviera la necesidad de llegar cuanto antes a
su destino. Parecía como si estuviera manejando uno de sus
flamantes deportivos o llevando las riendas de un purasangre. Se
acercó a ella tanto como le permitían los asientos deportivos,
estudiando su rostro con tal concentración que ni siquiera fue
consciente de los lugares por los que circulaban y que iban dejado
atrás.
Fue dentro de uno de los ascensores del Silver Star donde
comenzaron a dar rienda suelta a sus deseos, besándose con
desesperación desde el mismo momento en que las puertas
mecánicas ocultaron la escena a miradas ajenas. Tan solo se
separaron el tiempo necesario para recorrer el largo pasillo hasta
llegar al apartamento de Bianca. Consiguieron entrar tras unos
instantes de forcejeo con la compleja cerradura electrónica.
Dios mío, ¿dónde estaba aquello de tomarse las cosas con
calma?
Cerraron la puerta a sus espaldas de una rotunda patada y
continuaron besándose mientras se arrancaban mutuamente la ropa
sin demasiadas contemplaciones. Una vez desnudas y todavía de
pie en la entrada del apartamento, Valeria se separó lo suficiente
como para poder observar el cuerpo de la italiana, iluminado por la
luz de la luna que entraba por los ventanales. Le gustaba recrear la
vista en ella, demorándose en algunas zonas más que otras.
¿Dónde ha quedado mi pudor?
Apenas pasaron unos instantes antes de dejarse agarrar de
nuevo por una Bianca que, impaciente, la levantó en volandas con
un rápido movimiento y la llevó hasta la cama cargada entre sus
brazos, dando muestras de una fuerza considerable, pues debían
tener estatura y peso similares.
Ya acostadas, sintió su boca contra la suya en un beso invasivo y
algo brusco que consiguió acrecentar aún más su deseo por ella.
Alargó la mano hasta tocarle con delicadeza el vello púbico. Le
gustaba cómo lo llevaba, recortado pero sin depilar. Aquel contacto
siempre le generaba una reacción en el sexo automática y
explosiva.
Movió el cuerpo hasta colocarse encima de ella. De pronto. le
apetecía llevar la voz cantante. Agarró sus brazos hasta colocarlos
estirados por encima de su cabeza y ordenó con voz imperiosa:
—¡No te muevas!
Le encantó el gesto, entre divertido y sorprendido, que reflejó la
cara de la italiana. Respondió con una sonrisa.
—De acuerdo…
Le besó los pechos, recorriendo con la lengua la distancia entre
uno y otro, tomándose su tiempo y alargando el momento hasta que
sintió que Bianca movía las caderas en un gesto impaciente. Se
desplazó con cuidado hasta situar la cabeza encima de su pubis,
besándole el vello y revelando de aquella manera sus intenciones.
Nunca había hecho aquello con una mujer, pero imaginaba que no
tendría mayor dificultad.
Eso espero.
Levantó la vista hasta toparse con la mirada interrogante de
Bianca. Le pareció que, por una vez, estaba turbada, despojada por
un momento de su arrogancia innata. Le encantó descubrir en ella
indicios de consternación.
—Espera… —Escuchó que susurraba con voz ronca—. ¿Estás
segura de…? —dijo, dejando la frase suspendida en el aire, como si
no tuviera idea de cómo terminarla.
—¿De qué? —preguntó, fingiendo ingenuidad y tratando de
contener la risa. Por una vez, era ella la que se burlaba de la otra.
—¡No seas idiota! Ya sabes… —replicó cortada mientras
incorporaba un poco el cuerpo apoyando los codos a ambos lados
de los costados.
¡Vaya!, Bianca Ricci comportándose con timidez y mostrándose
sobrepasada por la situación. Si no fuese por las ganas que tenía de
continuar, se hubiera dedicado a tomarle el pelo un buen rato.
—¿Te parezco una pervertida si te digo que me apetece que te
corras así? —preguntó dejándose arrastrar por la situación y, quizá,
por las dos copas de más que llevaba encima y que todavía
circulaban alegremente por su organismo.
—¡Guau! Acuérdate de decirme cosas de estas de vez en
cuando. ¡Me encantan las pervertidas! —bromeó ella dejándose
caer de nuevo hacia atrás y emitiendo un suspiro que revelaba
cierta excitación.
Besó su humedad con cautela, tanteando con curiosidad el
terreno. Había imaginado aquella escena unas cuantas veces y
ahora que por fin la estaba viviendo pudo comprobar que la realidad
superaba con creces sus expectativas. Se quedó paralizada un
momento por la intensa convulsión que experimentó ante el
contacto. Sacó la lengua con timidez, recorriendo la zona como si se
tratase de una exploración. Sintió al instante la reacción de Bianca.
Tenía un ligero sabor dulzón, pero nada desagradable. Continuó el
reconocimiento hasta llegar al clítoris. Se paró en aquel punto
comenzando una lenta penetración con el dedo corazón.
El momentáneo poder que ejercía en aquellos instantes sobre la
italiana le generaba tanto morbo como fascinación. Comenzó a
mover la mano al mismo ritmo que la lengua, amoldándose a los
movimientos de cadera de Bianca, que parecían marcar sutilmente
la cadencia deseada. Cuando comprendió que estaba a punto de
alcanzar el clímax interrumpió el contacto, separándose
bruscamente.
—¡Espera! Todavía no…
Deseaba prolongar el momento, por mucho que sus partes más
íntimas llevaran un buen rato reclamando las manos de Bianca, o su
boca, sobre ellas.
—¡No fastidies, Val…! —protestó, con la respiración entrecortada
—. Sigue…
Bianca la agarró suavemente del pelo para acercarla de nuevo a
su sexo, empujándola hacía sí. Era la primera vez que la llamaba
por su diminutivo y no supo muy bien por qué, pero le encantó.
Obedeció con gusto y continuó hasta que, apenas un par de minutos
después, sintió que Bianca convulsionaba contra su boca mientras
emitía suaves jadeos de satisfacción.
Durante algunos segundos se dedicó a observarla desde aquella
perspectiva hasta que decidió trepar por encima de su cuerpo para
colocarse a su misma altura. Se dejó caer sobre ella y enterró la
cara en el hueco del cuello. Le gustaba aquella postura; podía
escuchar con absoluta nitidez su respiración, algo agitada todavía,
mientras percibía su aliento suave sobre el rostro.
—¿Cómo ha sido…? —preguntó Bianca con curiosidad.
—Eso debería preguntarlo, yo, ¿no crees? —dijo sonriendo con
las cejas alzadas.
—Ya sabes a lo que me refiero… —insistió, propinándole un
cachete no muy flojo en el trasero.
—¡Ay!, me has hecho daño, ¿sabías? —protestó, divertida,
frotándose la zona golpeada—. Ahora no te pienso contestar…
Contraatacó con un pequeño mordisco en el cuello.
—¡Muy bien!, como tú quieras, pero pienso hacerte sufrir hasta
que implores clemencia… —anunció Bianca empujándola con
fuerza hacia atrás.
La colocó boca arriba con los brazos inmovilizados, dejándola a
su completa merced. Y fue verdad que cumplió su palabra, pero de
manera tan exquisita y sensual que a Valeria no le hubiera
importado demasiado sufrir en más ocasiones aquella tortura.
Se quedaron dormidas entrelazadas de manera tan intricada que
los corazones latían uno contra el otro y las respiraciones podían
confundirse en una sola.
CAPÍTULO 23.
—¡Venga ya!, ¿de verdad eso es todo lo que tienes que decir?
¿Qué todo “bien”? —preguntó Eva desde la esquina de la casi
desértica sala del gimnasio del hotel mientras terminaba de estirar
las piernas para finalizar un extenso entrenamiento del lunes.
—¿Qué más queréis que os diga? Ya os he comentado más o
menos lo que pasó. Ahora, tiempo al tiempo… —respondió Bianca
secándose el sudor de la frente con una de las toallas apiladas
sobre un banco de trabajo con el emblema del Silver Star.
—¡No te cortes por mí, Bianca, y danos detalles! Además, ahora
casi somos cuñadas… —intervino Cat propinándole un suave
puñetazo en el hombro a la chica, que aprovechaba el momento
para colgarse de las espalderas sonriendo con cara de póker.
En verdad, el fin de semana había sido increíble, pero no estaba
del todo preparada para compartir confidencias con la hermana de
la que, contra todo pronóstico, se acababa de convertir en su…
¿novia?
Porque es mi novia, ¿verdad?
No habían vuelto a hablar del tema desde el increíble baile lento
que se habían marcado en la fiesta, apenas un par de días atrás. A
pesar de las batallas apasionadas a las que se habían entregado
desde entonces, era evidente que Valeria parecía conservar cierta
reserva a la hora de expresar sus sentimientos, lo que obligaba a
Bianca a asumir en silencio el estado de descomunal
enamoramiento en el que se encontraba. Tampoco le importaba
demasiado, lo aceptaba con una mezcla de felicidad y resignación al
comprender su evidente situación de vulnerabilidad.
¿Y si la arquitecta sufriera, tarde o temprano, un definitivo ataque
de heterosexualidad?
¿Otra vez pensando en eso?
—¡Chicas!, os propongo tomar algo después de la ducha.
Necesito energía para encarar la semana… —propuso Eva
levantándose de un salto e interrumpiendo el hilo de sus reflexiones.
Le guiñó un ojo—. ¡Bianca invita!
—¡Excelente idea! —aprobó Cat comenzando a colocar
cuidadosamente las pesas rusas utilizadas durante el entrenamiento
—. ¿Y mi querida hermanita no querrá apuntarse al plan…?
—No creo, hoy tenía bastante trabajo y comía en el estudio… —
respondió sin ocultar la decepción.
Aquella mañana se habían despedido besándose con ganas
hasta el último segundo, pero la arquitecta no había hecho mención
alguna a la posibilidad de volver a verse a lo largo del día. Tampoco
ella le había preguntado porque prefería darle su espacio.
Al final voy a adquirir una paciencia propia del mismísimo santo
Job.
Imaginaba que al empezar a salir con alguien lo prudente era
dejar que las cosas fluyeran de manera natural, sin forzar
situaciones, aunque tampoco era ella una experta en relaciones
serias, claro; tan solo había salido con Rafaela, en una época que
empezaba ya a considerar cercana al paleolítico inferior. Además,
en aquella ocasión todo había sido excesivamente fácil, sin novios
de por medio ni dudas sobre la propia sexualidad. También era
cierto que su grado de madurez en aquellos años era más propio de
una adolescente que de la veinteañera hecha y derecha que era, lo
que la había llevado a lamentarse amargamente al perder lo que no
había sabido apreciar. En cualquier caso, aquello era agua pasada y
una lección de vida que no le convenía olvidar.
Aquel día almorzaron, como casi siempre, en el restaurante del
hotel. Aunque la conversación entre las tres fue bastante animada,
Bianca no pudo evitar ausentarse de vez en cuando, sumiéndose
con disimulo en sus propias cavilaciones.
Se había despedido de Valeria hacía escasas horas y no
pasaban cinco minutos seguidos sin dejar de pensar en ella. ¿Cómo
podía vivir la gente en semejante estado de idiotez?
Recordó haber leído en algún sitio que la bioquímica que surgía
del enamoramiento duraba entre seis y ocho meses y que, al
principio, el cerebro segregaba serotonina hasta que era sustituida
por la oxitocina, relacionada esta última con una relación de pareja
estable.
Ocho meses así… ¿en serio? ¡Muero!
—¡Bianca, vuelve a la Tierra! ¿Estás dormida o qué? —preguntó
Cat en un momento, chasqueando los dedos delante de sus ojos.
—Me parece que no ha debido dormir demasiado… —intervino
Eva con expresión maliciosa, señalándola acusativa con la
cucharilla de postre.
Y era cierto. Entre las disputas amorosas hasta altas horas de la
madrugada de los últimos dos días y el insomnio crónico que sufría
y que últimamente parecía haberse multiplicado por dos, apenas
había conseguido pegar ojo desde el sábado.
—¡Fijo que no! Además, mi hermana ronca como un oso —
apuntó Cat soltando una risita.
—Eso es mentira y lo sabes… —replicó de inmediato saliendo en
defensa de la chica, aunque riendo también.
Valeria era el silencio personificado cuando dormía, otra cosa era
que se moviera como un demonio y soltara alguna que otra patada
en mitad de la noche. Con aquello todavía estaba aprendiendo a
lidiar. Recolocaba el cuerpo para evitar las embestidas y trataba de
conciliar el sueño de nuevo.
No me reconozco.
Se obligó a seguir el hilo de la conversación mientras terminaba
su macedonia de frutas, resistiéndose a la tentación de mirar, una
vez más, el teléfono móvil en busca de algún mensaje de Valeria.
Definitivamente, ¡estoy perdida!
CAPÍTULO 24.
—¡Estás jugando con ventaja! Es imposible que me concentre
ante semejantes vistas, ¿lo sabes? —se quejó Bianca con simulado
tono de resignación, dando por perdido su alfil.
No podía apartar la vista del cuerpo desnudo de Valeria. La
chica, sentada sobre la cama con las piernas cruzadas al estilo
indio, era la única interesada de verdad en la partida.
—Haz el favor de esforzarte, que me debes la revancha.
Además, si pierdes eres capaz de tirarme al jacuzzi de la terraza…
—replicó socarronamente la arquitecta, recordando el no tan lejano
episodio ocurrido en Sicilia en el que había acabado en la piscina
con ropa.
—Pues no es mala idea —admitió la italiana con una sonrisa
seductora.
Bianca jugaba tumbada boca abajo, también desnuda y con la
cabeza apoyada sobre el brazo izquierdo con gesto perezoso. Aún
no se había acostumbrado a la absoluta desinhibición con la que se
comportaba en la intimidad, ni a la mecánica reacción que
experimentaba su cuerpo ante su proximidad, como si fuera
montada en un caballo desbocado al que era incapaz de dominar.
Había transcurrido una semana desde el día de la famosa fiesta
de no despedida. Una semana en la que apenas había salido del
apartamento de Bianca excepto para ir a trabajar, por mucho que
todos los días, tras finalizar su jornada laboral, se dirigiera a su casa
con la firme intención de dormir allí y tomarse con un poco más de
calma aquella apasionada relación. Sin embargo, cada tarde sin
excepción, terminaba por desaparcar su plateado Mini de la calle y
conducir como una autómata hasta el garaje del Silver Star. Era
como si una zona rebelde de su cerebro tomara el control de su
cuerpo el tiempo necesario hasta aparecer en el apartamento de la
italiana, que siempre la recibía con una sonrisa, consciente quizá de
la lucha que se traía consigo misma. Valeria hubiera preferido
respetar algo de “luto” por la reciente ruptura con Fran y espaciar
más en el tiempo aquellos encuentros.
Empiezo a sospechar que es una batalla perdida.
No podía comprender dónde había quedado su casi
inquebrantable independencia emocional, ni tampoco la férrea
defensa de su espacio personal. Era desconcertante la sensación
de no ser del todo dueña de sus actos. Ni siquiera había pasado por
casa más tiempo del imprescindible para regar las plantas e ir
cogiendo algo de ropa. Ropa que desaparecía misteriosamente
cada mañana del apartamento de Bianca para reaparecer por las
noches perfectamente limpia, planchada y colocada en el
gigantesco vestidor.
Sentía vértigo. No olvidaba que Bianca y ella pertenecían a
galaxias muy dispares, y la posibilidad de que aquello pudiera
convertirse en algún momento en una brecha que las distanciara, la
inquietaba. Nunca hablaban de aquel tema, pero tampoco habían
tenido conversaciones demasiado profundas. Ni siquiera habían
amagado con mencionar la existencia de algún tipo de sentimiento
entre ellas, aunque, ¿acaso experimentaría la italiana algo que fuera
allá de una innegable e irresistible atracción sexual? Esperaba que
sí. Aún recordaba aquella frase de “lo quiero todo”. Su significado,
para cualquier persona, sería evidente, pero consideraba que
Bianca no podía calificarse como “cualquier persona”. Intuía que
tenía sus propias reglas y lo que hoy era “todo”, al día siguiente
podía convertirse en “nada”.
Claro que, por otra parte, ¿qué sentía ella por Bianca? ¿Acaso
poseía afectos más profundos de los que en un principio estaría
dispuesta a admitir? Quizá no estuviera aún preparada para
responder semejante cuestión. Su mente, ordenada y racional, no
dejaba de advertirle que lo contrario sería tan prematuro como
imprudente, y que la precipitación en aquel asunto podría
ocasionarle no pocos disgustos.
Meneó la cabeza de forma casi imperceptible, esforzándose en
concentrarse de nuevo en el juego de ajedrez que se asentaba, algo
tambaleante, sobre la desordenada cama.
—¡Creo que ya te tengo! —exclamó con voz victoriosa
desplazando a la reina por el tablero.
—Está bien, ¡me rindo! —admitió Bianca sin parecer, en
absoluto, afligida por la derrota.
—Me parece que no has luchado lo suficiente… —señaló
mosqueada, comenzando a recoger las figuras con parsimonia e
intentando no mirar más de la cuenta el increíble trasero de la
italiana, que lucía en todo su esplendor sobre las arrugadas
sábanas.
—¿Qué dices? Me he dejado los sesos hasta el último segundo.
Ya has demostrado que eres muchísimo más lista que yo…
—A veces eres bastante gilipollas, ¿lo sabías? —contestó al
percatarse de la sospechosa expresión de inocencia de su
contrincante, aunque no pudo reprimir una sonrisa que desmontaba
por completo la acritud de sus palabras.
—¿Perdona? Vas a ser la primera persona que me llama
gilipollas a la cara y a la que, acto seguido, voy a besar…
Bianca retiró el ajedrez de un descuidado manotazo y se acercó
a ella para cumplir su amenaza.
Besaba alucinantemente bien, o al menos eso era lo que le
parecía. Quizás no se tratase tanto de cómo besaba, sino del grado
de intimidad que era capaz de hacerle sentir. La inmediatez de la
respuesta en su zona más baja no la pilló desprevenida, pues a
aquellas alturas ya estaba más que acostumbrada.
—Por cierto… —susurró Bianca alejándose apenas lo suficiente
como para hablar, prácticamente contra su boca—, no hemos
hablado de las vacaciones de este verano… —prosiguió antes de
juntar sus labios de nuevo.
Era cierto, ninguna había mencionado el tema. Por un momento,
pensó en las increíbles cataratas Victoria que tenía previsto visitar
en su luna de miel. Una vez más, algo parecido a un sentimiento
agridulce, mezcla de alivio y pesar, recorrió su cuerpo como un tren
de alta velocidad.
Paso de Cataratas.
—¿Qué vas a hacer tú? —preguntó cautelosamente,
separándose lo justo para poder articular las palabras de forma
inteligible mientras recorría con la mano la anatomía de Bianca,
deteniéndose en el pecho izquierdo. Enseguida sintió el
endurecimiento del pezón.
¡Uf!
—Para tu información, he aparcado todos mis planes hasta que
la señorita de Luna se pronuncie al respecto… —susurró Bianca
acercando la boca a su oído.
¿Se puede ser más sexy?
Su cabeza comenzó a funcionar a toda velocidad, prolongando el
beso para ganar tiempo hasta que, por fin, deshizo el contacto por
completo y se echó hacia atrás lo suficiente como para mantener
una conversación al uso.
—La señorita de Luna desea hacer algo contigo, aunque tendré
que ir a ver a mis padres, por lo menos, un par de semanas.
—Yo debería ir a ver a los míos antes de que me deshereden.
Podríamos hacer coincidir las fechas. ¿Y el resto, hacemos algo
juntas? —propuso Bianca mientras extendía la mano para iniciando
un prometedor recorrido con el dedo por su zona abdominal.
—Por mí, sí.
—¿Te apetece ir a algún sitio en concreto…?
—Estoy abierta a sugerencias… —dijo intentando guardar la
compostura ante los avances de la italiana, entretenida de pronto en
acariciar distraídamente el vello rizado de su pubis.
¿Es normal que se me corte la respiración?
—¿Playa o ciudad…?
La sugerente voz de Bianca parecía flotar por toda la habitación y
el roce de sus dedos en la entrepierna comenzaba a provocarle una
excitación desenfrenada. Le acarició los costados, explorando cada
ángulo con meticulosidad hasta llegar al trasero. La atrajo hacía sí
hasta que sus caras quedaron apenas a un centímetro de distancia.
—Playa… —consiguió articular antes de introducir la mano
derecha entre ambas, sintiendo de inmediato su humedad entre los
dedos.
¡Dios!
Se entregaron al silencio porque era ya imposible mantener una
conversación mínimamente coherente, pero cuando, tiempo
después, trataba de recuperar la respiración con la cabeza apoyada
en el hombro de Bianca, se sorprendió a sí misma anunciando casi
a bocajarro:
—Si nos vamos juntas a algún lado, quiero viajar en plan normal.
Nada de aviones privados ni movidas de esas….
Bianca escuchó sus palabras con estupefacción, semejante a la
que podría tener un niño al que le acababan de desvelar que Santa
Claus no existe.
—Y eso, ¿por qué?
—Porque no. Quiero ir como la gente normal y corriente: en
coche, en tren y, si es en avión, en vuelo regular y clase turista,
¿algún problema con eso? ¡Ah!, y los gastos a medias, por
supuesto.
Por algún extraño motivo, necesitaba que fuese así, al menos por
el momento. Otra cosa le hubiera parecido incómoda. Además,
deseaba averiguar si Bianca era capaz de adaptarse a otras
circunstancias que no fueran las que vivía de forma habitual.
—Pero ¿por qué motivo? —insistió ella alzando las cejas.
—¿Y por qué no? No te va a pasar nada por viajar por el mundo
como el común de los mortales. Además, es más ecológico, ¿no
crees?
—¿En turista? ¿En serio?
—Completamente en serio. —Asintió conteniendo la risa al
observar, por fin, a una Bianca Ricci completamente descolocada
que la miraba como si fuera una extraterrestre recién llegada del
espacio.
—No serás comunista o algo parecido, ¿verdad?
—¿Y qué tendrá eso que ver con lo que te acabo de decir? —
preguntó, divertida, antes de propinarle un suave cachete en la
mejilla izquierda. Mantuvo la mirada sobre ella—. Además, si lo
fuera, ¿cambiaría algo?
Era obvio que su anfitriona estaba acostumbrada a ir por la vida
sin apenas rozar el suelo con los pies, pero tenía claro que, si
pretendían tener algún tipo de futuro en común, debían buscar una
especie de punto medio en el que encontrarse. Aunque, ¿acaso
deseaba un futuro conjunto con Bianca? ¿Era posible, siquiera?
Quizás necesitara tiempo para solventar sus dudas.
Puede.
—No, supongo que no… —admitió por fin Bianca, encogiendo
los hombros tras unos instantes de reflexión—. Pero, cuando
conozcas a mis padres, procura no hablar mucho de política, ¿de
acuerdo?
¿Sus padres?
Aún tenía fresco el recuerdo de doña Adela y, al menos por el
momento, no tenía intención de conocer más padres, gracias.
—¿Qué te parece si organizo yo el viaje? —propuso obviando
por completo la mención a los padres de Bianca.
—No sé si fiarme... No se te ocurrirá meterme en una tienda de
campaña o algo por el estilo, ¿verdad?
El fruncido gesto de Bianca, de profunda desconfianza, le
otorgaba un aire infantil que le hizo sonreír.
¿Cómo es posible que me guste tanto?
—Veo que nunca has acampado, ¡con lo divertido que es! Pero
tranquila, que dormiremos en un hotel, no te vaya a dar un
soponcio…
Se acercó más a ella y pasó el brazo izquierdo por encima de su
cuerpo, dejándose acariciar el cuero cabelludo y abandonándose al
momento.
—Está bien, graciosita, cuéntame dónde quieres llevarme…
No lo había pensado aún, pero de pronto tuvo la seguridad de
que a ella le daría exactamente igual tanto el destino como el medio
de transporte, siempre y cuando fueran juntas.
Un escalofrío de puro deleite se apoderó de ella.
CAPÍTULO 25.
Bianca atravesó el vestíbulo del hotel camino a la cafetería sin
molestarse en disimular la casi inamovible sonrisa que reinaba en su
rostro desde hacía ya unos cuantos días. Era consciente de que el
motivo de tal estado no era otro más que la gratísima presencia de
Valeria de Luna en su vida, por supuesto, pues cada mañana
amanecía contemplando a la bella arquitecta, que despertaba
perezosa al otro lado de la cama.
Comprendía que se encontraban en una fase de pura
adaptación, pues ambas trataban de conciliar sus muy distintos
estilos de vida. Y todo a pesar de la soterrada reticencia de Valeria a
entregarse sin reservas a una nueva relación y, sobre todo, a su
absurdo rechazo a todo lo que significara exceso de lujo y
ostentación. El fin de semana anterior, sin ir más lejos, se había
negado en rotundo a montar en su amadísimo Aston Martin para
salir de excursión fuera de la ciudad, teniendo Bianca que
conformarse con viajar de copiloto en aquel incomodísimo Mini
plateado.
Tonterías.
Imaginaba que tampoco se sentía muy cómoda viviendo en el
hotel, pues ya había dejado caer algún que otro comentario en aquel
sentido. Al menos, por el momento, parecía adaptarse a la situación.
En cualquier caso, tampoco se preocupaba por aquello demasiado;
Madrid estaba llena de maravillosas casas a la venta.
La repentina aparición de Esteban, el subdirector del hotel, que
se acercaba a ella con cara de circunstancias, consiguió acaparar
toda su atención. Algo había pasado y no precisamente bueno,
puesto que el hombre, habitualmente de andares parsimoniosos,
caminaba como si le hubieran puesto un cohete en el trasero.
—Señorita Ricci… —dijo el subdirector recolocándose nervioso
el nudo de la corbata.
—¿Qué pasa? —preguntó con premura, ahorrándose el saludo
de cortesía e imaginando todo tipo de desastres.
—¡Sus padres! Acaban de llegar…
Joder.
Pensó en lo probable que era que hubiesen ido en son de guerra.
Menos mal que no les había dado por llegar una hora antes y
aparecer directamente en su apartamento con Valeria dentro.
Hubiese sido un desastre.
Ahora le tocaría dar multitud de explicaciones sobre su vida,
sobre por qué no quería volver a Milán, sobre por qué no tenía
novio…
Que aburrimiento, coño.
—¿Dónde les has alojado?
—En la suite Imperial, claro está. Por lo visto la habían reservado
con otro nombre para darle una sorpresa… —explicó el hombre
intuyendo que Bianca no era muy amiga de aquel tipo de sorpresas.
—De acuerdo. Gracias por avisar, Esteban —dijo rozando
afectuosamente el hombro del subdirector antes de dirigirse al
encuentro de sus padres. Más le valía averiguar cuanto antes de
qué talante venían, pues de sobra sabía lo impredecibles que
podían llegar a ser.
Que no cunda el pánico.
No tardó ni cinco minutos en llegar a la suite imperial, por el
momento la mejor del hotel hasta que finalizaran las obras de la
planta 26. Suspiró con resignación antes de llamar un par de veces
a la puerta. Las voces de sus padres hablando en italiano se
escuchaban débilmente al otro lado de la pared.
—¡Bianca!, ¡qué pronto has aparecido! Y mira que hemos
advertido de que no te avisaran todavía… —saludó Alessandro Ricci
aproximándose a ella para abrazarla con fuerza.
Su padre siempre había sido más afectuoso que su madre, de
temperamento algo más frío y calculador. Pocos sabían que, de los
dos, era ella la principal artífice de la multiplicación de la fortuna
heredada de su abuelo, fundador del primer Silver Star en el mismo
Milán.
—Creía que estabais de crucero… —replicó devolviendo el
abrazo antes de acercarse a Francesca Ricci que, como siempre, se
presentaba impecablemente vestida y maquillada. Nada indicaba
que viniera directamente del aeropuerto.
—Lo hemos retrasado para venir a verte. Como desde
Navidades no te ha dado la gana de aparecer por casa… —protestó
su madre ofreciendo la mejilla izquierda para recibir el consabido
beso de bienvenida.
Razón no le faltaba. Tendría que haber ido a visitarles antes,
pues de sobra sabía que no era recomendable enfadar a sus padres
más de la cuenta. Bastante disgusto tenían con que viviera lejos de
la familia.
—¡Lo siento!, pensaba ir en breve a veros, pero os habéis
adelantado...
—¡Qué casualidad! —exclamó su padre con cierto reproche
mientras se desabrochaba el botón superior de la camisa—. Por
cierto, ¿por qué está tan bajo el aire acondicionado? Hace un calor
de muerte…
—La temperatura está a 21 grados. Ya os he dicho mil veces que
no tiene sentido hacer pasar frio a los clientes en verano. Además,
saldría mucho más caro…
—Que suban el aire el tiempo que estemos aquí —ordenó de
inmediato Francesca Ricci, muy a su estilo, sin plantearse siquiera
que sus instrucciones pudieran no cumplirse al pie de la letra.
La habitual actitud dictatorial con la que se desenvolvían sus
padres en casi todos los aspectos de su vida era la principal razón
por la que seguían sin asumir que su hija menor fuese por la vida
haciendo lo que le diera la gana sin parecer tener en cuenta, en
absoluto, sus deseos.
Más les vale acostumbrarse.
—Me muero de hambre, ¿qué tal si comemos y seguimos la
charla en el comedor? —propuso su padre con gesto conciliador.
Siempre se había llevado mejor con él porque, al menos, tenía un
punto canalla y divertido con el que era fácil conectar.
—¡Excelente idea! —exclamó con fingido entusiasmo tras
consultar de reojo la hora en su reloj de pulsera. Apenas era la una
y media y no tenía ni pizca de hambre, pero con sus padres era
preferible ceder siempre que fuera posible.
Se sentaron en el restaurante del hotel ante la atenta mirada de
los camareros, presumiblemente informados de la identidad de
aquella pareja de aspecto sofisticado que acompañaba a una
Bianca Ricci de mirada resignada. Algo le decía que el interrogatorio
de rigor llegaría más pronto que tarde.
Pidieron en abundancia. Siempre se sorprendía de lo magnánima
que la naturaleza había sido con sus padres que, con todo lo que
comían, conservaban una figura bastante estilizada para sus
sesenta y tantos años. Aunque los entrenadores personales y las
dietas personalizadas obraban maravillas, por supuesto.
—Bien, y ahora, cuéntanos, Bianca, ¿qué tal todo por aquí? —
preguntó Francesca Ricci en cuanto les sirvieron las bebidas,
abriendo fuego sin más preámbulos y comenzando así con las
indagaciones de turno.
Ya estaban tardando.
—El hotel va cada vez mejor. En el último año hemos conseguido
subir la rentabilidad en un 14% respecto a los tiempos previos a la
pandemia, lo cual es todo un logro… —informó con voz neutra, aun
sabiendo a la perfección que no era eso lo qué le preguntaban.
—¡Eso ya lo sabemos! Tu gestión es excelente, nadie lo niega —
intervino su padre con impaciencia—. Lo que queremos saber es de
tu vida en esta ciudad y, sobre todo, cuál es el motivo por el que no
quieres volver a Milán, con tu familia y con tus amigos de siempre…
Ya llevas un año y medio aquí, tiempo suficiente para que dejes de
jugar a los hotelitos y asumas tu responsabilidad en la empresa
familiar, ¿no crees?
Otra vez aquella tortura no, por Dios. Siempre era lo mismo: una
y otra vez. Odiaba que la hicieran sentir como si fuera una
adolescente de quince años.
—Ya lo hemos hablado varias veces, papá. Estoy contenta aquí.
Tengo amigos y me gusta mi trabajo. No me cierro a volver a Milán
dentro de un tiempo, ya lo sabéis, pero de momento no… —expuso
con una sinceridad no exenta de firmeza y rogando a todos los
santos para que pasaran a hablar de otros temas cuanto antes.
—Pues vas a tener que darnos razones más convincentes para
que tu padre y yo sigamos aprobando tu estancia aquí… —señaló
su madre tras dar un pequeño sorbo a su copa de vino blanco.
Aquello empezaba a no pintar demasiado bien.
—Y, por cierto, ¿qué es esa barbaridad de dinero que has
donado la semana pasada a Médicos sin fronteras, utilizando dinero
de la familia y sin consultarnos? —preguntó Alessandro Ricci con
gesto intrigado.
Ya imaginaba que le pedirían explicaciones al respecto. A ver
ahora qué decía.
—Se trata de una promesa que hice… Podéis descontarlo de mis
ingresos sin problema —declaró ruborizándose intensamente al
recordar su primer beso con Valeria, tras aquella peculiar partida de
ajedrez.
—¿Una promesa? ¿A quién y por qué? —el tono de voz de
Francesca, tirante e impaciente, denotaba irritación.
—Pues a la Virgen. Y el motivo es privado —respondió tras una
súbita inspiración. Sabía que aquella respuesta contentaría, al
menos en parte, a su madre, siempre respetuosa con los dogmas
católicos.
—¿A la virgen? ¡Permíteme que lo dude…! —replicó la mujer con
toda la razón del mundo, aunque rebajando sensiblemente el tono
beligerante.
—Bueno, eso ahora da lo mismo —intercedió su padre
levantando las manos en lo que parecía ser una señal de alto al
fuego—. Volvamos a lo importante: necesitamos respuestas, Bianca.
Y esta vez, que sean convincentes…
—Pero ¿qué queréis que os diga? Ya os he dicho que volveré
cuando lo considere procedente. Podríais ser más respetuosos con
mis decisiones…
—Muy bien, Bianca, te podemos respetar todo lo que quieras,
pero olvídate entonces de acceder a las cuentas de la familia y más
aun teniendo en cuenta el tipo de vida que llevas aquí… —anunció
su madre con una expresión circunspecta, como si le hubiese
costado horrores pronunciar semejantes palabras.
¡Oh, oh!
Así que se trataba de eso. Se preguntó desde cuándo y cómo se
habrían enterado, aunque en el fondo se alegraba. Era ya
demasiado el tiempo que llevaba ocultándoselo. Un tenso y opresivo
silencio envolvió el ambiente como un pesado velo. Nadie parecía
saber qué decir a continuación.
Es hora de coger el toro por los cuernos.
—De acuerdo, ¿desde cuándo lo sabéis? —preguntó a
bocajarro, provocando de inmediato un significativo cruce de
miradas entre Alessandro y Francesca Ricci.
—¿Te refieres a…? —musitó su padre algo apurado, incapaz de
finalizar la frase.
Decidió terminarla por él y acabar con aquella especie de agonía
de una buena vez.
—A que soy gay…
Por la cara de susto que adoptó su madre comprendió que
conservaban la esperanza de que lo negara.
—¡Virgen santísima…! Y lo dices así, ¡como si tal cosa! —
exclamó la señora Ricci poniendo los ojos en blanco con aire de
desesperación mientras su padre comenzaba a juguetear,
incómodo, con los gemelos de su camisa.
—Efectivamente, mamá, lo digo así. En el fondo estaba cansada
de jugar al despiste con vosotros, ¿o hubieses preferido que os lo
siguiera ocultando?
Seguro que sí.
De nuevo, un incómodo silencio se adueñó del momento. Bianca
tuvo la sensación de que se eternizaba, aunque en realidad apenas
debió durar más de unos pocos segundos.
—¿Y desde cuando te gustan las… mujeres?
Advirtió que a su madre le costaba pronunciar la palabra
“mujeres”, como si de pronto se hubiera convertido en un término
maldito.
—¿Se puede saber qué pregunta es esa, mamá? Pues desde
siempre, supongo…
—¿Entonces, no existe la posibilidad de que te gusten los
hombres? —preguntó su padre en tono esperanzado y casi
arrancándose los gemelos de tanto trajín que les estaba dando.
¡Paciencia!
—No lo sé, ¿existe esa posibilidad en tu caso? —preguntó a su
vez con algo de retranca, incapaz de contestar con seriedad
semejante cuestión.
—¡No digas barbaridades! ¿Cómo me van a gustar a mí los
hombres? —replicó Alessandro Ricci elevando sensiblemente la voz
en tono escandalizado.
—Pues lo mismo te digo. ¿Qué quieres?, habré salido a ti…
—Bueno, ¡ya está bien! Bianca, guárdate tus ironías para otra
ocasión. Habrá que ver cómo vamos a encarar este asunto cuando
vuelvas a Milán. Para empezar, con discreción —intervino su madre
sujetándose teatralmente la cabeza; parecía sufrir una repentina y
dolorosísima jaqueca.
Pretendían que lo llevara de puertas hacia dentro, por supuesto.
De inmediato, se sintió un poco miserable, pues era consciente de la
cobardía con la que se había desenvuelto en aquel tema delante de
sus padres. La mecha de una ira tantas veces sofocada en el
pasado se encendió en su interior, amenazando con brotar hacia
fuera como un torrente venenoso casi imposible de contener.
—Iros haciendo a la idea de que, en el caso de que vuelva a
Milán, lo haré viviendo a cara descubierta. Si no estáis dispuestos
asumir eso, más vale que no regrese jamás.
—Deberías medir el tono que utilizas con nosotros, Bianca, y ya
de paso, tus palabras… —advirtió Francesca Ricci con una
condescendencia no exenta de dureza.
Aquello iba de mal en peor.
—¿O qué…?
—Todo en esta vida tiene consecuencias, recuérdalo.
¿Me está amenazando?
—¿Consecuencias? Explícate, por favor.
—¡Basta ya! —exclamó abruptamente Alessandro Ricci haciendo
un gesto al sorprendido camarero para que se alejara con los platos
que llevaba en la bandeja—. Más vale no decir cosas de las que
podamos arrepentirnos después —agregó dirigiendo la vista
alternativamente a la madre y a la hija, que se miraban con firmeza
en actitud desafiante.
—Creo que es mejor que me vaya —anunció Bianca
levantándose de su asiento como un resorte y arrojando
airadamente la servilleta sobre su plato vacío—. Espero que
disfrutéis de vuestra estancia en Madrid. Y tranquilos, no volveré a
tocar un euro de las arcas de los Ricci —añadió recalcando con
lentitud las últimas palabras antes de dar media vuelta y dejar a la
desconcertada pareja con la palabra en la boca.
Salió de allí con paso furibundo, maldiciendo internamente a
unos padres que de pronto consideraba, a pesar de su evidente
éxito empresarial, rematadamente imbéciles.

Valeria entró en el silencioso apartamento tirando


despreocupadamente al suelo su maletín de trabajo y saludando a
Nerón, que acudía de inmediato a su lado con aire zalamero. Se
dirigió al sofá para dejarse caer en él con gesto de cansancio. El día
había sido largo y tedioso y su estómago vacío no dejaba de
quejarse de forma escandalosa, pues el triste bocadillo que había
tomado en el almuerzo quedaba ya demasiado lejano en el tiempo.
¿Dónde demonios se habría metido Bianca? No tenía noticias
suyas desde primeras horas de la mañana, algo que era bastante
extraño. Quizá estuviese tomando algo en la cafetería del hotel,
pero entonces, ¿por qué no le devolvía las llamadas?
Necesitaba hablar con ella. Con ella o con cualquiera que fuese
capaz de levantar su decaída moral tras la tensa conversación
telefónica que acababa de mantener con Fran. Era la primera vez
que hablaban desde que habían roto, pues el único contacto
mantenido hasta entonces se limitaba al intercambio de un par de
asépticos correos electrónicos sobre cuestiones exclusivamente
logísticas. Casi hubiese preferido seguir así. ¡Dios!, ¡menudo
chaparrón de reproches le había caído encima! ¿Para qué habría
descolgado el teléfono? Le atormentaba, sobre todo, la categórica
frase con la que se había despedido su ex: “piensa bien lo que estás
haciendo, nena, te estás equivocando…”.
¿Por qué dejaba que le afectaran tanto sus palabras?
Un sinfín de recuerdos relacionados con los últimos cuatro años
inundaron de pronto la estancia como fantasmas que salían del
fondo del armario con la intención de agitar la sombra de la duda.
Sabe cómo desestabilizarme.
El ya conocido sonido de la cerradura electrónica abriendo la
puerta principal interrumpió sus atormentadas reflexiones.
—¿Qué tal…? —saludó Bianca cerrando tras de sí con un golpe
seco.
Tenía una expresión sobria, muy alejada del gesto alegre y
burlón que le dedicaba en todos sus reencuentros. No parecía haber
tenido un buen día.
—Bueno… Digamos que estoy asimilando la reprimenda que
acabo de recibir de Fran. Me ha llamado hace un rato —admitió tras
haber soltado un exagerado suspiro.
—¿Y qué quería exactamente? —preguntó Bianca frunciendo el
ceño y avanzando unos cuantos pasos hasta quedar de pie en mitad
del salón. Algo en su postura evidenciaba tensión.
Quizá no debería habérselo contado.
—Pues además de hacerme sentir como una auténtica bruja,
básicamente preguntar si estoy segura de lo que estoy haciendo.
—¿Y lo estás?
¿Lo estoy?
—No quiero volver con él, si es lo que me estás preguntando…
Prefería no entrar en una cuestión tan espinosa a pesar de la
expresión interrogativa de Bianca, que parecía esperar una
explicación más extensa al respecto. Lo mejor sería cambiar de
tema cuanto antes.
—¿Qué tal tu día, por cierto? Te he escrito un par de veces y no
me has contestado…
—Perdona, silencié el móvil para no escuchar las llamadas de
mis santos padres. Han aparecido hoy por sorpresa y hemos tenido
un pequeño rifirrafe, así que hasta mañana no les pienso coger el
teléfono —explicó removiendo nerviosamente las piernas, como si
de pronto sintiera molestas rozaduras en varias zonas.
¡Los que faltaban!
—¿Qué ha pasado?
—Bueno, parece que no eran tan ignorantes de algunas cosas
como yo pensaba, así que les he confirmado lo que ya imaginaban,
y es que en lo relativo a mi inclinación sexual estoy más cerca de mi
padre que de mi madre…
—¡Vaya!, ¿y cómo se han tomado la noticia?
Sabía que los padres de Bianca se movían en un círculo tan
esnob como conservador, por lo que intuía que una noticia de aquel
calibre no sería del todo bien recibida.
—Puede que en estos momentos están pensando en
desheredarme, ¡quién sabe! Ya me veo volando en turista por
sistema. ¡El sueño de tu vida…! —dijo Bianca alzando una ceja y
recuperando, por un instante, su habitual expresión burlona.
—¿Pueden hacerlo…?
No se imaginaba a Bianca Ricci enviando currículos de aquí para
allá o comprobando el precio de las cosas antes de comprarlas.
Aunque, bien pensado, pensó que quizá no le vendría mal del todo.
—Claro que pueden, pero no lo harán. Necesitan que tome las
riendas del negocio familiar. Saben que mi hermano es un desastre
andante y, para ellos, la sangre es un factor determinante —aclaró
esbozando una sonrisa algo forzada, tratando quizá de quitar hierro
al asunto. Aun así, no pudo disimular su disgusto.
—¿Qué vas a hacer?
—De momento, nada, esperar a que se les pase la pataleta,
aunque conociéndoles les llevará su tiempo. Puede que se queden
un par de días por aquí para tratar de fustigarme antes de irse.
—Tranquila, ¡seguro que se les pasará! Al fin y al cabo, son tus
padres y te quieren. Terminarán por entender que sigues siendo la
misma… —afirmó tratando de sonar convincente y esperando que
sus palabras se ajustaran a la verdad.
Afortunadamente ella nunca tendría que enfrentarse a un
problema tan absurdo, pues sus padres eran de lo más respetuosos
ante aquel tipo de cuestiones. Por un momento, se preguntó si la
bocazas de Cat les habría contado algo de su relación con la
italiana. Esperaba que no. Prefería ser ella la que, llegado el
momento, hablara con ellos.
—Eso espero, ¡aunque si hubieses visto la cara de espanto de mi
madre…! Un poco más y se queda bizca de por vida. Y eso que no
llegué a explicarles que tengo novia.
¿Novia?
Escuchar esa palabra en boca de Bianca Ricci le generó una
sensación cercana al placer absoluto, pero el recuerdo de la
machacona voz de su ex afirmando aquello de “te estás
equivocando” arruinó el momento y provocó su bloqueo, pues de
pronto no supo muy bien qué decir al respecto.
Quizá estemos yendo demasiado deprisa.
—¿Ah, sí…?
—Porque eres mi novia, ¿verdad…? —preguntó Bianca
ladeando la cabeza.
La cuestión no la pillaba del todo por sorpresa, a decir verdad.
Hasta el momento, había conseguido soslayar hábilmente todo
intento de conversación al respecto por parte de la otra chica, que
parecía asumir sus evasivas con tanta deportividad como arrogancia
adoptando aquella expresión tan suya que podría significar algo así
como: “muy bien, ya caerás”.
—Si lo que quieres saber es si estoy bien contigo, la respuesta
es sí.
Prefería no ser más explícita puesto que, por algún motivo, no se
sentía del todo preparada para analizar y expresar sus sentimientos
hacia ella.
—Entiendo… —murmuró Bianca hundiendo los hombros con aire
de derrota. Era evidente que no era esa la respuesta que esperaba.
No pudo contener la irritación—. ¿Sabes?, no me gustan las
ambigüedades. Muy al contrario que a ti, por lo que veo. Pero
tranquila, no te estoy pidiendo matrimonio ni nada parecido, solo
quiero que te definas.
—Soy más partidaria de dejar que las cosas fluyan sin tratar de
etiquetarlas… al menos por el momento —replicó en un tono de voz
algo más frío del que hubiese querido emplear pero que sintonizaba
a la perfección con el incómodo momento.
Nunca le había gustado que la forzaran a decir o a hacer algo en
contra de su voluntad. Ni siquiera tratándose de Bianca Ricci.
—El problema es que tengo la extraña sensación de que
apareces aquí cada tarde muy a tu pesar, como si una parte de ti se
arrepintiera de haberse alejado de la ordenada vida que, hasta hace
bien poco, tenías planeado llevar.
No le sorprendió escuchar una suposición tan acertada. Sabía
que era inteligente.
—Simplemente necesito tiempo para recolocar un poco la
cabeza…
Seguía sin entender cómo era posible vivir un momento tan
exultante y a la vez plantearse si estaba haciendo lo correcto.
Aunque, ¿qué era lo correcto?, ¿y por qué tenía siempre que darle
tantas vueltas a todo? ¿No podía, por una vez, olvidarse de tanta
racionalidad y simplemente dejarse llevar?
—E imagino que algo tendrá que ver en tu “recolocación” el
hecho de que soy una mujer… —continuó Bianca tras tomar asiento
en el otro sofá con gesto de hastío—. Hoy debe de ser el día de la
homofobia de los estúpidos, o algo parecido…
¿Me ha llamado homófoba y estúpida?
—¿Qué quieres? Es la primera vez para mí... Y, si te esfuerzas
en hacer un poco de memoria, recordarás que acabo de finiquitar
una relación que funcionaba bien… Al menos, hasta que apareciste
en escena, claro —exclamó furiosa sin medir sus palabras.
Se lamentó al instante de lo que acababa de decir al observar la
fugaz expresión de aflicción en el rostro de Bianca, que se levantó
de su asiento como si, de pronto, estuviese al rojo vivo.
—¿Qué funcionaba bien? ¡Guau!, siento muchísimo haber
interrumpido algo tan idílico, en serio te lo digo… —replicó mordaz
en un tono de voz sospechosamente calmado, como si algo en su
cabeza hubiese hecho un repentino clic—. Tranquila, estás a tiempo
de volver con él. Seguro que te recibe con los brazos abiertos.
Aunque te deseo suerte, porque te aseguro que cada segundo que
lo pases con él, estarás pensando en mí…
No sabía qué era lo que más le molestaba de ella, si la rotunda
prepotencia con la que se pronunciaba o, más probablemente, la
certeza que escondían sus afirmaciones.
Por un instante, sintió algo que identificó como odio. O quizá
fuese amor. En cualquier caso, le alarmó su propia debilidad porque
lo que de verdad le apetecía era arrastrar a Bianca Ricci hasta la
cama y acabar allí con la discusión.
¡No!
Se rebeló con rabia ante su propio e inapropiado deseo. Quizá
era hora de empezar a priorizar los designios de su cabeza y relegar
a un segundo plano los de su cuerpo.
—¿Qué tal si dejas de comportarte como una cría? No todo va a
ser como tú quieras y cuando tú quieras, al menos no conmigo,
tenlo claro.
Bianca la contempló durante unos instantes con cierta sorpresa,
como si no se esperara, en absoluto, una respuesta tan agria por su
parte. Movió el cuerpo hacia atrás con un pequeño paso, como si
inconscientemente quisiera alejarse de ella.
—Al menos tengo claro lo que quiero, no como tú, por lo que veo.
—Yo no he dicho exactamente eso… —replicó. Aquella
conversación se le estaba empezando a ir de las manos.
—¡Tampoco me dices lo contrario! Pero no pasa nada, en el
fondo te agradezco la sinceridad. Ahora ya sé a qué atenerme.
Le pareció que aquellas palabras escondían una amenaza no del
todo velada, cosa que no le gustó en absoluto.
—Creo que lo mejor es que me vaya a dormir a mi casa. Quizá
nos venga bien darnos un tiempo.
Era la primera vez que discutían, pero no por ello dejada de ser
desagradable.
Se encaminó a la salida sin intención de añadir palabra. Sin
embargo, tuvo que detenerse cuando Bianca le bloqueó el paso
gracias a un par de zancadas rápidas. Creyó que iba a besarla, pero
se limitó a abrirle la puerta con absoluta cortesía mientras musitaba
con una sonrisa maligna:
—Tienes todo tiempo del mundo, querida.
Nunca se había dirigido a ella con aquel adjetivo, pero le sonó a
un insulto en toda regla.
Salió del hotel sin lograr entender del todo lo ocurrido y luchando
contra el irresistible impulso de dar media vuelta e intentar arreglar
las cosas. Su exacerbado orgullo le impidió hacerlo. Pensó que
quizás fuese mejor dejar enfriar el tema un par de días.
Es lo más sensato.
Arrancó el Mini de un acelerón innecesario, tratando de reprimir
la profunda sensación de desaliento que le impregnaba y que
aumentaba con cada segundo que pasaba. Pero no lo consiguió.
CAPÍTULO 26.
Bianca recuperó la consciencia abriendo gradualmente los ojos,
aunque sin atreverse a moverse demasiado. El monumental dolor
de cabeza que la martirizaba desde hacía ya un buen rato y que
había terminado por despertarla amenazaba con incrementarse ante
cualquier tipo de desplazamiento.
¿Dónde estoy?
Giró lentamente la cabeza hasta fijar la vista en la maraña de
desordenado cabello cobrizo de la chica que dormía al otro lado de
la cama. Enseguida constató que estaba desnuda y apenas cubierta
por la fina sábana de raso que aparecía enrollada a la altura de su
cintura. No le extrañaba, el húmedo calor de la ciudad de Miami a
mediados del mes de agosto era de mil demonios.
Breves retazos de la noche anterior comenzaron a refrescar su
memoria de forma tan confusa como desordenada. Llevaba tres
semanas dedicándose —casi exclusivamente— a realizar salidas
nocturnas hasta altas horas de la madrugada y a flirtear con
absolutas desconocidas, aunque aquella era la primera vez que
terminaba en la cama con una de ellas. Había necesitado unas
cuantas copas de más para dar aquel paso, cortesía de la señorita
Valeria de Luna.
Condenada arquitecta.
Una mueca de disgusto cruzó por su rostro al notar el repulsivo
regusto a alcohol en su boca. Quizá había llegado el momento de
echar el freno a todo aquello, pues lo que en un principio consideró
una forma divertida de olvidarse de la causante de todos sus males,
de pronto comenzaba a parecerle deprimente.
Se levantó con sigilo tratando de encontrar su ropa por la
habituación desordenada, escenario de lo que parecía haber sido
una auténtica batalla campal.
Menos mal que no me acuerdo demasiado de lo que pasó.
Se vistió con rapidez, sin molestarse siquiera en entrar al cuarto
de baño para evitar despertar a la del pelo cobrizo. No se acordaba
ni de cómo se llamaba. Tampoco es que le importara demasiado, no
tenía intención de volver a quedar con ella.
Salió del apartamento anhelando meterse bajo el chorro de la
ducha hasta conseguir borrar de su piel cualquier resquicio de lo
sucedido la noche anterior.
¿Por qué me siento tan mal?
Enseguida localizó un taxi libre. Le facilitó al conductor la
dirección de su hotel antes de acomodarse en el asiento trasero e
intentar poner en orden sus ideas. Había llegado el momento de
abandonar aquella ciudad y buscar nuevos horizontes. Podría ir a
Sicilia y esperar allí a que el verano finalizara. Puede que incluso
fuera a ver a sus padres, ahora que empezaban por fin a recular y a
comportarse con cierta normalidad, interesándose tímidamente por
su vida amorosa. No había tenido más opción que aclararles que se
encontraba soltera y sin compromiso.
Y por mucho tiempo, me parece…
La repentina imagen de la arquitecta deambulando por su mente
la enfureció. Cerró con fuerza los ojos, como si de aquella manera
pudiera recuperar el dominio de sus pensamientos. Detestaba
profundamente la falta de control sobre sí misma.
Había esperado en vano una llamada suya después de aquella
estúpida discusión, aunque el tiempo transcurrido evidenciaba que
Valeria no tenía el más mínimo interés en aclarar las cosas. Lo más
probable es que hubiese vuelto con el exnovio, a aquella relación
que tan bien funcionaba. La idea le provocó un pinchazo en el
corazón ya de sobra conocido. Se llevó la mano a la zona afectada
como si ello pudiera mitigar su pesar.
En el fondo, no quería saberlo. Se había negado en rotundo a
preguntar a Eva por ella. Prefería vivir en la ignorancia y tratar de
borrar cualquier rastro suyo de la memoria, lo que se convertía en
una misión difícil por no decir imposible, pues todos los días, sin
excepción, sentía la necesidad de coger el móvil y marcar su
número. Solo la firme oposición de su amor propio le impedía
hacerlo.
Aborrecía estar enamorada de ella. No dejaba de repetirse que
había demasiadas mujeres en el mundo como para sufrir por una
sola y, aunque sabía de sobra que aquel argumento era poco
convincente, empezaba a rendirse a la evidencia de que el corazón
tenía motivos que la razón no comprendía.
Soy una jodida cría.
Se preguntó, una vez más, cuánto demonios le duraría aquel
desesperante estado. Empezaba a considerarlo una especie de
enfermedad, una irritante y agobiante dolencia sin otro tratamiento
más que el paso del tiempo.
Sí, pero ¿cuánto tiempo?
La visión de un Mini adelantando indebidamente al taxi por el
lado izquierdo le impulsó de forma inconsciente a buscar alguna foto
de Valeria en su teléfono móvil. Recordó que las había borrado
todas un par de noches atrás. Casi mejor. Quizá debería eliminar
también su número de la agenda, pensó.
Un poco infantil, ¿no crees?
Sacó un pequeño espejito del bolso y se observó detenidamente
con disgusto. Tenía una pinta espantosa, con el pelo despeinado, el
rímel corrido y un rictus de profunda amargura que endurecía sus
facciones.
Estoy para meter un susto al miedo…
Pagó al taxista con la firme decisión de sacar un billete para el
primer avión con destino a Madrid que pudiera encontrar. Con un
poco de suerte, aquella misma noche podría estar cenando
tranquilamente en su suite del Silver Star. Recogería a Nerón, que
se había quedado al cuidado de Cintia, y viajaría hasta su amada
Sicilia con la intención de dejar pasar los días sin más pretensión
que abandonarse a la lectura de un buen libro y darse, de tanto en
cuando, un buen chapuzón en el mar.
Sí. Eso es exactamente lo que haría. Necesitaba cambiar tanto
de aires como de compañía, aunque no le vendría mal del todo un
tiempo en soledad.
Y olvidarme del resto del mundo.
Sobre todo, de ella.
CAPÍTULO 27.
Valeria oteó con fijeza el horizonte antes de conectar el
cronómetro de su reloj de pulsera. Le gustaba calcular el tiempo que
tardaba en llegar hasta la boya roja y volver a la arena. Era una
rutina que ejecutaba a primera hora de la mañana, pues era aquel el
mejor momento para nadar en la playa del pequeño pueblo de Altea.
Se introdujo en el mar con el estómago encogido ante el contacto
del agua fresca contra su piel. Dio fuertes brazadas. El mar estaba
aún lejos de ser el cálido caldo en el que se acabaría convirtiendo
en las horas centrales del día, aunque en verdad lo prefería así
porque le ayudaba a terminar la maratoniana sesión de natación con
una gratificante sensación de bienestar.
Falta me hace, consideró aumentando ligeramente la velocidad
tras perder unos segundos en ajustarse las gafas de natación.
Desde que había averiguado, por boca de su querida y charlatana
hermana, que Bianca se encontraba en Miami quemando las noches
como si no hubiese un mañana, se encontraba de un humor de mil
demonios.
Que haga lo que le dé la gana, ¿qué más me da?
Pensó que quizás no hubiese estado del todo acertada durante
aquella desatinada discusión en la que acabó por abandonar el
apartamento de la italiana con viento fresco, aunque nunca imaginó
que Bianca fuera capaz de desaparecer al día siguiente sin dar una
sola explicación. Ni siquiera a Eva, que no supo dónde se
encontraba hasta varios días después.
La imagen de Bianca, en compañía quizá de otras chicas por
tierras americanas, le empujó a intensificar aún más el ritmo de su
braceo, como si de aquella manera pudiera expulsar la molestia
que, a menudo, la dominaba de manera irracional.
Malditos celos. No los había padecido en toda su vida y ahora
parecían rezumar, inagotables, por cada poro de su cuerpo.
Llevaba días considerando seriamente la posibilidad de llamar a
aquella imbécil y terminar —en el sentido que fuese— con aquella
situación ambigua. Pero le bastaba con imaginarla divirtiéndose
alegremente, ajena a cualquier preocupación, para abandonar de
inmediato la idea. En el fondo, la martirizaba que el tiempo pareciera
confirmar la peor de sus sospechas: cuando a Bianca dejaba de
interesarle algo o alguien, simplemente lo expulsaba de su vida.
Niñata caprichosa.
La odiaba y amaba en la misma medida.
Le había llevado su tiempo reconocer que lo que sentía por ella
iba mucho más allá de una mera atracción sexual, al menos ante sí
misma, porque ni bajo tortura admitiría semejante sentimiento ante
los demás.
El problema ahora era que no tenía ni idea de cómo actuar a
continuación, por lo que se veía obligada a esperar a que algo
pasase, por mucho que aquella desesperante expectativa empezara
a hacer mella en su moral.
Me niego a seguir pensando en ella.
Regresó a la playa con la respiración entrecortada, consultando
nuevamente su reloj mientras salía del agua y felicitándose a
continuación por conseguir recortar casi dos minutos respecto al día
anterior. Inspeccionó con la mirada el horizonte mientras se secaba
con la toalla. La vuelta a casa era siempre como una especie de
retorno a la infancia. Nada parecía haber cambiado demasiado por
allí, excepto el notable aumento de los turistas veraniegos y la
reciente construcción de edificaciones modernas a lo largo y ancho
del municipio costero. Enseguida fijó la vista en dos familiares
figuras que se acercaban corriendo rítmicamente desde el otro
extremo de la playa. Eva y Cat también cumplían a rajatabla con su
rutina matutina de deporte tras una semana de vacaciones en la isla
de Ibiza. Habían llegado al pueblo la noche anterior con la intención
de pasar unos días tranquilos en familia antes de agotar el mes y
regresar las tres juntas a Madrid.
—¡Hola, chicas!, ¿qué tal? —saludó sacudiendo el cabello
empapado, intentando desenredarlo torpemente con los dedos.
—¡Horrible! —farfulló Eva dejándose caer de rodillas en la arena
con gesto de derrota—. En una de estas, muero…
—¡No seas llorica! —reprochó Cat torciendo el gesto. Se sentó
con las piernas entrecruzadas—. Además, más nos vale eliminar
cuanto antes del organismo todas las guarradas que hemos comido
estas vacaciones.
—Tenías que haberte venido con nosotras, Val, lo mismo se te
hubiese quitado ese gesto tan agrio… —señaló Eva, todavía
resoplando, propinándole cariñosamente un pequeño puñetazo en la
pantorrilla.
—¡Es verdad, sister! ¡No veas la cantidad de tíos buenos que
había por ahí sueltos! Aunque también tenías un montón de tías,
que contigo ya no se sabe… —dijo Cat adoptando una expresión
algo maliciosa—. Vas a tener que aclararnos un poco ese asunto,
¿no crees?
—¡No seas idiota! —exclamó Valeria, lanzándole un puñado de
arena sobre las piernas en señal de protesta.
Empezaba a estar harta de tanta bromita con aquel tema. Menos
mal que sus padres eran discretos y evitaban dar importancia tanto
a la ruptura con Fran como a su fallido romance con Bianca,
convenientemente aireado por su indiscreta hermana, por supuesto.
—Hablando de mujeres, tengo noticias frescas de cierta
italiana… —anunció Eva en tono cantarín mientras comenzaba a
construir una especie de muralla arenosa a su alrededor.
De inmediato, sintió un violento vuelco en el corazón. Llevaba un
par de semanas negándose tercamente a preguntar a Eva por ella a
pesar de que se moría de ganas por tener noticias al respecto.
Decidió permanecer a la expectativa en absoluto mutismo. No sería
ella quien diera su brazo a torcer ante aquellas dos.
—Desembucha antes de que a mi hermana le dé un ataque de
apoplejía, anda… —dijo Cat soltando una breve risita y devolviendo
con gran puntería el puñado de arena anteriormente recibido.
—De acuerdo —accedió ella, alternando la mirada entre ambas
hermanas con aire conspirador. Parecía a punto de desvelar algo
relacionado con los archivos clasificados del asesinato de Kennedy
—. Bianca me llamó anoche, recién llegada a su casa de Sicilia. Por
lo visto pasará allí el resto del verano…
—¿Y qué más? —insistió Cat, intrigada—. Porque seguro que
algo más te habrá dicho...
—Poca cosa. Me preguntó por ti, pero no por Val. Curioso,
¿verdad?
—¿Con quién está allí?
—Creo que sola, aunque no le pregunté por eso; la noté algo
abatida, la verdad.
—¿Qué le pasa? ¿Se ha aburrido ya de pasarlo tan bien en
Miami? —intervino Valeria, incapaz de permanecer durante más
tiempo en silencio.
—Oh, vamos, sister, pero ¿tú qué es lo pretendes? ¿Te lías con
ella y después le pides tiempo? En el lenguaje de la gente normal,
eso significa: “no quiero nada serio contigo”.
—Esa interpretación es muy subjetiva —se defendió jugueteando
nerviosamente con la arena sin poder evitar, una vez más,
arrepentirse de haber pronunciado aquellas palabras—. Y, en
cualquier caso, al día siguiente se marchó sin dar explicaciones. No
esperó mucho, desde luego.
Aún pensaba en la cara de idiota que se le debía haber quedado
cuando, tras una noche en la que apenas había pegado ojo,
apareció en el apartamento de Bianca a primera hora de la mañana
para averiguar que esta había partido de la ciudad rumbo a un
destino desconocido.
—Quizá sea el momento de poner remedio a esta absurda
situación, ¿no crees? —propuso Eva después de un suspiro de
impaciencia, dejando por un momento de construir el chapucero
castillo que estaba ya terminando.
—¿Cómo, exactamente…?
—¿Qué tal si la llamas y simplemente dices: “Bianca, quiero
hablar contigo”? Así de fácil…
—¿Que la llame yo? ¡Ni loca! En todo caso, que lo haga ella. No
fui yo la que se marchó de viaje a correrse una juerga detrás de
otra.
—¡Tampoco exageres! Además, creo recordar que sí fuiste tú
quien dijo necesitar tiempo o no sé qué chorrada, cuando ella
siempre ha sido bastante transparente contigo.
Eso era cierto, aunque el silencio de la italiana durante las
semanas transcurridas la inquietaba. ¿Quién decía que no se habría
olvidado ya de ella? Podría incluso estar inmersa en una nueva
historia amorosa.
Joder.
Imaginar a aquella idiota con otra mujer era doloroso.
—Puede que ya no le interese… —murmuró por fin,
verbalizando de una vez por todas sus peores augurios y
mortificándose por la facilidad con la que Bianca parecía haber
pasado página.
—¿Y si la llamas y lo averiguas? Todo menos seguir con ese
ceño permanentemente fruncido —insistió Cat sacando con decisión
el móvil de Valeria de la pequeña mochilita de playa y levantándose
de un salto para alejarse de una rápida carrera.
—¿Se puede saber qué estás haciendo? ¡Ni se te ocurra marcar
su número! —gritó ella, poniéndose en pie con la intención de
perseguir a su hermana, que comenzaba a manipular el teléfono sin
dejar de correr.
—¡Ya me lo agradecerás, sister!
¡Juro que la mato!
Continuaron durante unos segundos la peculiar carrera hasta que
Cat se detuvo dando media vuelta con cara de decepción.
—Lo tiene apagado —aclaró, esbozando una sonrisa traviesa—.
Pero no te preocupes, ¡seguro que te devolverá la llamada!
—Pero bueno, ¿tú eres idiota o qué? Que sepas que no se lo
pienso coger… —replicó recuperando su móvil furiosamente de un
manotazo.
—¡No seas tan orgullosa, sister! Te estás comportando como una
adolescente…
—¿Y eso me lo dices tú? ¡Dios santo!, lo que tengo que oír. Y
para que te enteres, no sé si quiero saber nada de ella después de
todo este tiempo, ¿te enteras? —dijo alzando la voz y dando por
concluida la conversación antes de dirigirse con paso airado hacia
una sorprendida Eva, que observaba de lejos la escena con
atención.
Joder, ahora Bianca vería la llamada perdida. Definitivamente,
tenía una hermana insoportable.
No era así como deseaba que ocurrieran las cosas, desde luego,
porque en el fondo esperaba que fuese la italiana quien diera el
primer paso.
Da igual, porque no pienso hablar con ella.
No, no y no.
Empezaba a estar un poco harta de todo.
CAPÍTULO 28.
—Aún no sé cómo demonios me he dejado convencer para hacer
esto, en serio os lo digo… —se quejó Valeria por tercera vez
durante la última media hora mientras trataba de localizar su vuelo
en una de las numerosas pantallas distribuidas a lo largo del
aeropuerto de Alicante.
—No seas plasta, que ya lo hemos hablado varias veces. Seguro
que a Bianca le va a encantar la sorpresa —replicó Eva sin dejar de
mirar también el panel de información.
Lo cierto era que tenía serias dudas de que Eva tuviera razón,
aunque ahora, con el billete de avión en la mano y a punto de
embarcar, no le quedaba más opción que seguir adelante.
—¡Ahí lo tienes! Destino Palermo, puerta 7. ¡Venga, que vas con
el tiempo justo! Te acompañamos hasta el control de seguridad —
intervino Cat, metiendo prisa, arrebatándole bruscamente la maleta
de las manos.
Se dirigieron con rapidez hacia la zona de embarque esquivando
el caótico tráfico humano que fluctuaba en todas direcciones. En
verano, aquel aeropuerto era un auténtico infierno, consideró Valeria
sin dejar de avanzar por el intrincado laberinto de carteles y
escaleras mecánicas y tratando, a su vez, de mantener a raya a las
innumerables dudas que circulaban por su mente.
Llevaba dos días esperando inútilmente a que la italiana le
devolviera la llamada que había hecho Cat. Ni siquiera había
recibido el típico mensaje de la compañía telefónica anunciando
aquello de “el número de teléfono xxx está ya disponible”. Menudo
momento elegido para apagar el móvil y llevar a cabo, quizá, una
desconexión tecnológica.
Seguía sin comprender cómo había accedido a embarcarse
rumbo a Sicilia siguiendo los insistentes consejos de aquellas dos
insensatas y sin tener la certeza de cómo sería recibida.
¿Desde cuándo no hago más que hacer una locura tras otra?
Se despidió de su hermana y de Eva con fuertes abrazos antes
de depositar la maleta sobre la cinta del control de equipajes
rogando internamente que su vuelo saliera con puntualidad.
Siempre había odiado los aeropuertos y sus inevitables tiempos de
espera, aunque no era eso lo que en verdad le atormentaba, sino el
hecho de pensar que en unas cuantas horas se encontraría frente a
frente con la responsable de todos sus desvelos. O al menos eso
era lo que esperaba, pues la posibilidad de que Bianca no se
encontrara ya en Sicilia le preocupaba bastante, por mucho que Eva
le asegurase lo contrario. Con la italiana nunca se sabía.
Si no está allí, me la cargo. Palabra.
El avión despegó con apenas quince minutos de demora y sin
incidencias y, en cuanto se estabilizó en altura, Valeria inclinó el
respaldo de su asiento hacia atrás, recostándose cómodamente y
fijando la vista en el horizonte a través de la minúscula ventanilla.
Trató de relajarse y de evadirse tanto de sus pensamientos como de
la molesta conversación de sus compañeros de fila, aunque le
resultó imposible.
Decidió entonces sacar su libro electrónico del bolso y retomar la
lectura de la novela de espías comenzada días atrás, pero cuando
comprendió que era incapaz de concentrarse lo suficiente como
para seguir la compleja trama, desistió de su empeño y se resignó a
pasar el resto del vuelo en una especie de continua agonía, sin
hacer otra cosa más que contemplar las espesas nubes que
atravesaba el avión hasta que tomó finalmente tierra en el
aeropuerto de Palermo.
Tardó un buen rato en localizar un taxi que le llevara hasta la
lujosísima urbanización situada en el sur de la isla que tan bien
conocía ya de la vez anterior. Le costó un dineral, aunque no le
quedó otra opción tras desechar la agotadora alternativa de enlazar
dos autobuses y dar una buena caminata para conseguir llegar a su
destino final.
El viaje en coche fue bastante más placentero que el del avión.
El cómodo asiento trasero y la intermitente y algo monótona charla
en italiano del parlanchín conductor le ayudaron a sumirle en un
profundo sopor del que no despertó hasta casi llegar al gran portón
blanco que franqueaba la impresionante villa de la familia Ricci.
Se espabiló con rapidez antes de pagar al amabilísimo chófer,
que se despidió con una sonrisa y un alegre “arrivederci” tras haber
bajado la pequeña maleta del portaequipajes.
Observó al taxi alejarse por el estrecho camino de piedra
mientras se obligaba a controlar el pulso y a despejar la mente.
Comprobó la hora: las cinco y media de la tarde. Solo se escuchaba
el machacón sonido de las chicharras indicando que el calor
apretaba con fuerza. Inspiró un par de veces antes de aproximarse
a la verja con paso vacilante, intentando en vano controlar unos
nervios que parecían multiplicarse con cada paso que daba.
Buscó inútilmente un timbre al que llamar. No había. ¡Joder!
¿Cómo era posible que faltase un timbre en una casa así? Decidió
coger el móvil y llamar a Bianca con la esperanza de que hubiese
encendido nuevamente su teléfono, pero enseguida constató que
seguía desconectado.
Muy bien, ¿y ahora qué hago?
Revisó la verja con ojo crítico, valorando sus posibilidades como
escaladora, hasta que optó por intentar el asalto en uno de sus
extremos, lanzando primero la maleta de un fuerte impulso al otro
lado y comenzando a trepar por la elevada puerta sin dejar de
maldecir por lo bajo. Solo le faltaba romperse la crisma jugando a
hacer de Spiderman.
¡Pero quién me manda a mí hacer estas cosas!
Se dejó caer al otro lado con las piernas flexionadas para
minimizar el impacto, aunque no pudo evitar que un trozo del
pantalón se rasgara por la zona posterior, dejando al descubierto
buena parte de su anatomía trasera.
Al menos estaba de una pieza. Se consoló incorporándose y
colocándose la camiseta por dentro del pantalón para tratar de
ocultar el desastre. Rápido comprobó que el Jeep rojo no estaba
aparcado en su sitio, así que pudo imaginar que Bianca no se
encontraba en casa.
Empezamos mal.
Un movimiento percibido por el rabillo del ojo de algo que se
acercaba a toda velocidad acaparó de inmediato toda su atención.
Se trataba de un par de perros, de tamaño mediano y raza
indefinida, que se aproximaban ladrando con aire desconfiado. No
parecían peligrosos, pero por si acaso se agachó musitando
palabras tranquilizadoras. Solo le faltaba llevarse un buen mordisco.
Creo que voy a matar a Cat y a Eva.
¿De quién serían los perros? ¿Acaso estaba Bianca
acompañada? Una vez más, se arrepintió de presentarse de aquella
manera tan atrevida, aunque a aquellas alturas ya no había
remedio.
Se dejó olfatear pacientemente por los peludos desconocidos
hasta el momento en el que divisó a lo lejos a una chica alta,
delgada y de pelo castaño ondulado que vestía un pequeño bikini
como toda indumentaria y que se acercaba con una expresión de
desconcierto en el rostro.
—¿Sabes que en Italia es un delito muy grave entrar en casa
ajena sin ser invitada? Conlleva pena de cárcel… —declaró la chica
en perfecto español con los brazos en jarra. Tuvo la extraña
sensación de que su mirada ocultaba una chispita de burla y de que
su boca contenía a duras penas una sonrisa divertida.
Era obvio que Bianca no había tardado demasiado en buscar
consuelo en otros brazos.
—No tengo la culpa de que falte un timbre como Dios manda —
replicó.
Se reprendió por la torpeza de no haber pedido el número de
teléfono al amable taxista que la había llevado. Lo más probable era
que tuviera que hacer el camino de vuelta más pronto que tarde.
—¡Pues te has jugado la vida! Mis perros son bastante fieros con
los extraños —advirtió señalando con el dedo a los inofensivos
perros, que empezaban a mover alegremente el rabo buscando una
caricia de la recién llegada.
Observó que la chica era atractiva, con unos penetrantes ojos
grises y una expresión algo socarrona. La imagen de aquellos labios
besando apasionadamente a Bianca le hizo encoger dolorosamente
el estómago.
La odio. Las odio a las dos.
—¿Está Bianca? —decidió preguntar de una vez. Ya que había
llegado hasta allí, más le valía aclarar aquello cuanto antes.
—¿Bianca? No está en estos momentos. ¿Para qué quieres
verla? De todas formas, deberías darme una buena razón para no
llamar a los carabinnieri… —señaló la chica frunciendo teatralmente
el ceño. Era evidente que aquella estúpida se estaba divirtiendo de
lo lindo, lo que le hizo detestarla todavía un poco más.
No recordaba haber experimentado anteriormente una sensación
de derrota tan intensa. Solo su orgullo le permitió mantener la
compostura y contener la expresión de fracaso que pugnaba por
asomar a su cara.
Algo debió percibir la del pelo castaño, pues de inmediato borró
todo gesto burlón y se acercó alargando el brazo con la intención de
estrecharle amistosamente la mano.
—¡Perdona! No he podido resistirme a tomarte un poco el pelo.
Tú debes de ser Valeria. He visto alguna que otra foto tuya… ¡Unas
cuantas, en verdad! —dijo en un tono de voz radicalmente distinto al
utilizado hasta entonces—. ¡Bienvenida!, yo soy Rafaela. Bianca se
ha ido al pueblo a comprarse un móvil nuevo. El suyo se le cayó a la
piscina hace un par de días y no hemos logrado que vuelva a
funcionar.
¿Cómo?
Le estrechó la mano algo aturdida mientras trataba de asimilar la
información recibida. ¡Así que esa era la famosa exnovia, la
abogada! Una alarma se encendió en algún punto remoto de su
cerebro al considerar la espantosa posibilidad de que Bianca
hubiera podido volver con ella, aunque desechó con alivio la idea al
hacer acto de presencia la exuberante rubia que había hecho de
acompañante en la fiesta de no despedida. La chica se acercaba
enarcando las cejas con gesto de sorpresa, esbozando una
simpática sonrisa.
—¡Veo que tenemos visita! —exclamó la recién llegada a modo
de saludo, esquivando a los revoltosos perros que correteaban entre
sus piernas.
Se dejó dar dos efusivos besos por ella, completamente
descolocada ante aquel inesperado y repentino giro de los
acontecimientos.
—Yo soy Laura, aunque creo que ya me conoces de vista…
—Ehh… ¡Sí!, claro. Encantada —logró balbucear tratando de
recomponer nerviosamente el roto del pantalón, consciente del
intenso escrutinio al que estaba siendo sometida por parte de
aquellas dos.
Debo de parecer una especie de chiflada.
—¿Cómo has logrado saltar la verja sin matarte? Tiene su
mérito, desde luego… —valoró Laura con gesto risueño tras echar
una rápida ojeada al inmenso portón de entrada.
—He tenido daños colaterales —replicó señalando el siete de su
pantalón y comenzando, por fin, a relajarse un poco.
—¿Qué tal si entramos? Seguro que quieres darte una ducha y
comer algo —intervino Rafa recogiendo amablemente su maleta del
suelo. Señaló la casa con la cabeza.
—Gracias… Pero deja, ya la llevo yo.
—¡Ni hablar! Estarás cansada del viaje —protestó la abogada
dedicándole media sonrisa. Empujó con la pierna a uno de los
pegajosos perros, empeñado en obstaculizar cada paso que daba
su dueña—. Y ahora, cuéntanos cómo has llegado hasta aquí
mientras no llega Bianca, que aún tardará. ¡Va a alucinar cuando te
vea…!

Hora y pico más tarde, Valeria estaba cómodamente sentada en


una de las tumbonas de la piscina tomando una Coca-Cola con
mucho hielo y conversando con sus anfitrionas. La habían instalado
en el mismo cuarto de invitados que había ocupado la ocasión
anterior. Después de una ducha y un par de riquísimos sándwiches
vegetales preparados por Laura, se encontraba plenamente
recuperada.
Estaba a gusto en compañía de aquella pareja. Tenía la extraña
sensación de haberse reencontrado con unas viejas amigas a las
que hacía tiempo que no veía, aunque no dejaba de resultarle
chocante el hecho de estar hablando alegremente con la que en un
pasado había ocupado el corazón de Bianca.
La vida, a veces, proporcionaba extrañas sorpresas.
Había usado toda la sutileza para tratar de sonsacar información
a las dos chicas respecto a lo que podía esperar de su encuentro
con la italiana, pero enseguida abandonó su empeño al toparse con
un muro por completo infranqueable. Tendría que averiguarlo por sí
misma, estaba claro.
¿Por qué tarda tanto en volver?
El lejano sonido del motor del Jeep llegó a sus oídos como
respuesta a su pregunta, consiguiendo que el corazón se le
revolucionara hasta límites próximos a la taquicardia. Trató de
ignorar la nube de augurios negros que la rodearon en apenas un
par de segundos, como si fueran una bandada de cuervos
hambrientos.
¿Y si… ya no le gusto?
—Bueno, será mejor que os dejemos a solas —propuso Laura,
levantándose. Agarró a su novia de la mano y tiró con fuerza de ella
hasta conseguir alzarla de su tumbona.
—Sí, más vale apartarse del fuego cruzado… —añadió Rafa
guiñando un ojo a la arquitecta con gesto cómplice antes de dejarse
arrastrar dócilmente al interior de la casa.
—¡Gracias por todo, chicas!
Valeria se levantó de su asiento y se recolocó nerviosamente el
bikini mientras valoraba si cubrirse o no con la camisa.
¡Tranquilízate!
La aparición de una familiar figura dentro su campo visual la dejó
paralizada y con el corazón desbocado. Se trataba de ella, por
supuesto, que llegaba con una bolsa de una conocida marca de
teléfonos móviles en la mano. La seguían los dos perros, que
ladraban alegres a su alrededor a modo de calurosa bienvenida,
vigilados de lejos por Nerón, que había aparecido misteriosamente
sin saber muy bien de dónde.
Bianca se aproximaba con aire distraído, todavía ignorante de la
presencia de su visitante. Llevaba una sencilla camiseta veraniega y
unos shorts que dejaban a la vista sus esbeltas piernas. El cabello
alborotado y la sombría expresión de su rostro le conferían una aire
indómito.
Dios, ¿cómo es posible que su mera cercanía me afecte de esa
manera?
Intentó dar un par de pasos hacia ella, pero el increíble cóctel de
sensaciones en el que estaba inmersa impidió que sus piernas
obedecieran sus órdenes, por lo que permaneció en el sitio tratando
de controlar la espantosa inseguridad que se había apoderado de
ella. La sospecha de que Bianca Ricci no la iba a recibir con los
brazos abiertos se acrecentaba con cada segundo que pasaba.

Bianca estacionó el Jeep en el aparcamiento del jardín con una


maniobra algo brusca, despotricando todavía contra el energúmeno
que la había adelantado tan peligrosamente por el lado izquierdo y
al que había llamado de todo menos guapo. Sabía que era
imposible que el muy idiota la hubiese oído, pero al menos le había
servido para descargar parte del enojo que, últimamente,
experimentaba hacia el resto del universo.
Las idílicas vacaciones que esperaba disfrutar en su amada isla
distaban mucho de aquella definición, y la constante sensación de
impotencia que la embargaba se negaba a concederle un minuto de
tregua. Ni siquiera la inestimable presencia de Laura y Rafa, a las
que había logrado convencer para que modificaran sus planes
vacacionales, conseguía devolverle el sosiego que tanto necesitaba.
Pensó que quizás había llegado el momento de tragarse su orgullo,
que igual lo mejor era averiguar algo relacionado con Valeria. Al
menos, así, su cerebro dejaría, por fin, de inventar todo tipo de
posibilidades.
Bajó del vehículo con la intención de cargar su nuevo móvil
cuanto antes. Creyó que lo tendría repleto de mensajes y llamadas
perdidas, aunque se temía que no hubiera nada que en verdad le
interesara.
Buscó con la mirada a sus dos invitadas mientras ordenaba callar
a los ruidosos perros, que se acercaban a darle la bienvenida con
un auténtico festival de ladridos. Imaginaba que, a aquellas horas
del día, la pareja se encontraría todavía remoloneando por la
piscina.
Fue entonces cuando reparó en su presencia. Parpadeó un par
de veces, considerando seriamente la posibilidad de que su
imaginación le estuviera jugando una mala pasada y de que la
extraña aparición no fuera más que una retorcida alucinación de su
mente. Pero no, era ella. En carne y hueso. Estaba allí mismo, de
pie en mitad del jardín, abrochándose nerviosamente la camisa con
cara de circunstancias.
Su cerebro comenzó a funcionar a una velocidad de auténtico
vértigo. Enseguida supuso que debía de haber sido Eva la que
había advertido a la arquitecta de su paradero. Sintió una oleada de
gratitud hacia ella. El día, taciturno y opresivo hasta el momento, de
pronto se presentaba prometedor.
Se encaminó hacia ella con paso decidido, obligándose a salir
del estado de estupor que la había dejado momentáneamente
inmovilizada. Le costaba asimilar que la responsable de su malestar
estuviera tan solo a unos cuantos metros de distancia, observándola
con aire inquieto, como si no supiera muy bien qué esperar en los
próximos minutos. Aun así, cruzaba los brazos en un gesto que
implicaba cierto desafío. Tuvo el casi irresistible impulso de atraerla
hacía sí y abrazarla, pero se contuvo al considerar que, por una vez,
no quería ponérselo fácil. Se contentó con recrearse en el alivio que
sentía al comprender las implicaciones presumibles de su presencia.
—Hola… —saludó Valeria descruzando los brazos y haciendo
amago de meter las manos en unos bolsillos inexistentes. El
bronceado veraniego no conseguía ocultar del todo el rubor de sus
mejillas, y el aire cohibido que destilaba multiplicaba por cien su
encanto.
—¿Qué te trae por aquí…?
Formuló la pregunta dejándose arrastrar por su lado más
vengativo, adoptando un tono de voz algo hostil. Estaba decidida a
no allanarle el camino ni siquiera un poquito, al menos por el
momento. Aun así, no pudo evitar deleitarse.
—Te he llamado varias veces en los últimos dos días y… Bueno,
he venido a verte —se explicó Valeria mirando al suelo y
encogiendo los hombros tras un leve carraspeo, como si con aquello
estuviera todo dicho y explicado.
No. Ni sueñes con que te va a resultar tan sencillo, rica.
—Has venido a verme —repitió lentamente, esforzándose en
mantener una expresión hierática. Recalcó las palabras como si le
costara entender su significado—. ¿Con qué fin?
El desconcierto de Valeria era evidente. Debía de estar
arrepintiéndose amargamente de haberse presentado así, sin avisar
y sin saber a ciencia cierta cómo sería recibida a su llegada.
—Yo creo que es evidente, pero si consideras que me he
equivocado, solo tengo que llamar a un taxi y hacer el camino de
vuelta, sin problema —replicó con acritud, dando una casi
imperceptible patada con el pie descalzo al aire en un ramalazo de
pura frustración.
—Solo quiero saber el motivo exacto de tu visita. No me parece
tan rara la pregunta —insistió Bianca sin apiadarse lo más mínimo
del apuro que parecía estar pasando la arquitecta y a pesar de que
aquella increíble mirada verdosa fuese capaz de revolucionar, por sí
sola, cada célula de su cuerpo.
—¡Como quieras! —cedió Valeria tras unos instantes de reflexión
—. Creo que tenemos que hablar…
—¡Habla, pues! No te cortes. Si mal no recuerdo, eras tú la que
necesitabas tiempo —dijo. Aún le escocía recordar aquellas
palabras.
—Si no hubieses desaparecido de la faz de la tierra, habrías
comprobado que no fue más que una frase dicha en el fragor del
momento… —protestó Valeria, removiéndose algo incómoda en el
sitio.
—Podías haberme llamado, ¿no crees?
—Podías haberme llamado tú…
Entre las dos tenían amor propio para dar y tomar.
—¿Te puedo preguntar qué es exactamente lo que quieres de
mí? Porque a veces me pierdo contigo, en serio.
—Te podría preguntar lo mismo. ¿Qué tal por Miami? ¿Lo
pasaste bien?
La repentina expresión de dolor que cruzó por su rostro
concordaba a la perfección con el reproche de su mirada.
—¿Y tú? ¿Qué tal con tu queridísimo exnovio? ¿O sigue siendo
novio…? —contraatacó a su vez, liberando de paso la duda que
tanto daño le ocasionaba y sin intención de dar respuesta a la
cuestión planteada.
—Por supuesto que no. Nunca estuvo en mi ánimo, ni
remotamente, volver con él…
Por fin empezaba a obtener respuestas. Pero necesitaba más,
mucho más.
—En cualquier caso, debes tener razones poderosas para
arriesgarte a venir hasta aquí sin haber anunciado siquiera tu
llegada —dijo dando un paso al frente hasta reducir
significativamente el espacio entre ambas—. Soy toda oídos…
Cruzó los brazos a la espera de alguna explicación. Contuvo, a
duras penas, una sonrisa divertida al notar el desconcierto de la
chica, que parecía mirar a su alrededor en busca de inspiración.
—No sé cómo hacer esto… —admitió algo desesperada, dejando
caer los brazos a ambos lados del cuerpo en un gesto que parecía
llevar implícita cierta súplica.
—¿A qué te refieres? Sé más explícita, por favor, que
últimamente me falla la imaginación…
Bianca estaba decidida a no ceder terreno. Quizá fuera la
primera vez en su vida que deseaba escuchar una declaración de
amor en toda regla, o algo parecido, por mucho que en un pasado
hubiese pensado que algo así era rematadamente cursi.
Quiero oírtelo decir.
Los segundos pasaban mientras Valeria se retorcía el dedo
meñique nerviosamente, buscando quizá las palabras adecuadas.
Tras un instante, por fin, pareció adoptar una decisión.
—Muy bien, señorita Ricci, ¿quieres ser mi novia…? —terminó
por preguntar sin conseguir disimular del todo la espantosa
vergüenza en la que debía estar inmersa.
Decididamente, el día va mejorando por segundos.
—¿Novia? Cuidado con utilizar esa palabra, no te vaya a dar un
sarpullido… —replicó reprimiendo a duras penas la expresión de
puro deleite que luchaba por asomar.
—He superado esa etapa —declaró Valeria esbozando una
tímida sonrisa.
—¿En serio? Te recuerdo que sigo teniendo dos cromosomas x...
—Tranquila, soy plenamente consciente de ello. De hecho, me
encantan tus cromosomas.
La expresión de su rostro reflejaba franqueza, y sus labios,
ligeramente entreabiertos, destilaban de pronto una desbordante
sensualidad.
—Creo que es la primera vez que me sueltas un piropo...
—Para todo hay una primera vez.
El ambiente rebosaba energía estática, como si se estuviera
anunciando la inminente llegada de un fenómeno natural de
colosales dimensiones.
Bianca fingió considerar el asunto con aire pensativo mientras
observaba detenidamente a Valeria. La deseaba. La deseaba como
nunca había deseado algo o a alguien. Necesitaba tocarla, aspirar
su aroma, perderse en su boca y, sobre todo, levantarse cada
mañana enredando los dedos en su cabello dorado.
—Voy a tener que pensármelo… —dijo, por fin, enarcando
burlonamente una ceja y tratando de disimular la verdadera
naturaleza de sus pensamientos.
—¿Pensártelo? —repitió Valeria entornando los ojos e
intentando, quizá, dilucidar si su interlocutora hablaba, o no, en
serio.
Estuvo a punto de apiadarse de ella, pero decidió saborear el
momento unos segundos más.
—Sí, ¿qué creías? ¿Que me iba a faltar tiempo para caer rendida
en tus brazos? —preguntó, rencorosa, utilizando aquella expresión
que tanto le había molestado escuchar.
—¡Por Dios Santo! Deja ya de decir idioteces. Estoy aquí y te
quiero, y eso es lo único que importa, joder…
Valeria dio un paso al frente y agarró con firmeza la cintura de
Bianca para atraerla hacía sí. Fue un movimiento calculado y
perfectamente ejecutado, como si llevara un buen rato pensando en
hacerlo. Sus labios se encontraron en un apasionado beso que
constituyó el pistoletazo de salida para una mutua y ferviente
exploración anatómica. Se acariciaron con premura y sin contención
alguna, como si quisieran recuperar de golpe el tiempo perdido tras
un largo periodo de abstinencia, protagonizando la escena más
ardiente que, sin duda alguna, se habría vivido dentro de los límites
de aquel esplendoroso jardín.
¡Me quiere!
—¿Vamos…? —susurró Valeria contra su boca. Sentía sus
manos bajo la cinturilla de los shorts, acariciándole audazmente la
zona en un implícito anticipo de lo que, sin duda alguna, estaba por
llegar.
—¿A dónde? —consiguió preguntar sin recuperar del todo el
dominio sobre sí misma, pues de pronto su mente parecía no
funcionar con la agilidad habitual.
—A trasladar mis cosas a tu habitación —aclaró tras un leve
carraspeo—. La otra vez me quedé con las ganas de observar el
paisaje desde allí…
—¡De acuerdo!, pero no te hagas ilusiones… Aún tengo que
pensarme tu propuesta —dijo con una sonrisa burlona que
desmentía por completo la literalidad de sus palabras.
—Como quieras, pero mi oferta caduca mañana por la mañana,
¡tú verás!
Caminaron abrazadas por la cintura, deteniéndose
constantemente para besarse mientras continuaban, ya entre
susurros, la estrecha conversación.
—Te concedo toda la noche para tratar de convencerme…
—Entonces no creo que vayamos a dormir demasiado —admitió
Valeria contra su oído.
Le besó el dorso de la mano con suavidad antes de franquear,
juntas, el umbral de la puerta.
Ya dormiremos otro día.
EPÍLOGO.
Un año —y algo más— después.

—Estas sandalias me están matando. Deberíamos ir pensando


en retirarnos en breve —comentó Bianca con expresión de
sufrimiento mientras buscaba un sitio en el que sentarse y dar un
respiro a sus doloridos pies.
Eran ya más de las dos de la madrugada, pero la fiesta se
encontraba en pleno apogeo y la mayoría de los invitados
continuaban charlando animadamente o bailando en la improvisada
pista de baile construida para la ocasión, en la espectacular finca
propiedad de los padres de Rafa.
—¡Ni hablar! Es la boda de Laura y Rafa, ¿cómo nos vamos a ir
ya? —respondió Valeria en tono de reproche, aunque sin poder
evitar, una vez más, recrearse en la sensacional figura que se
adivinaba bajo el vestido de noche que llevaba la italiana—.
Además, ya te advertí que no te pusieras esos taconazos. Toma
nota de las novias, que llevan unas Converse blancas…
—Recuérdame, sin nos casamos algún día, que les copiemos la
idea…
Bianca se apresuró en acabar su tónica de un sorbo y dejó el
vaso en la bandeja vacía que portaba uno de los numerosos
camareros que se desplazaban hábiles de un lugar a otro.
—¡No te hagas ilusiones! Además, no soy de las que se casa. Se
me podría volver a cruzar el cable…
Le había costado lo suyo conseguir desdramatizar aquel episodio
de su vida y rememorarlo con cierta nota de humor.
—Llevas razón. Vistos tus antecedentes, serías capaz de
dejarme plantada en el altar…
Estuvo a punto de abrir la boca para replicar algo ocurrente
cuando escuchó las primeras notas de aquella canción que tan
buenos recuerdos le traía. Se limitó a agarrar a Bianca de la mano y
tirar de ella con decisión hacia la pista de baile.
—¿Taylor Swift otra vez…? —exclamó la italiana con una sonrisa
divertida, dejándose arrastrar con el cuidado de esquivar al resto de
invitados.
Allí había más gente que en la guerra. Sabía que la celebración
íntima y recogida que deseaban las novias había quedado
desbancada por aquel faraónico evento organizado por todo lo alto
por la madre de Rafa, una señora imposible con la que, por lo visto,
era preferible no discutir. Aun así, debía admitir que la boda estaba
siendo tan emocionante como divertida.
La imagen de los señores Ricci irrumpió en su mente por pura
asociación de ideas. Los había tratado el tiempo suficiente como
saber que de tontos no tenían un pelo y que eran de los que
preferían mantener a los enemigos más cerca aún que a los amigos,
razón por la que trataban a la novia de su hija con guante de seda y
exquisita cortesía. Más les valía si pretendían que Bianca pasara
alguna que otra temporada con ellos en Milán, tal y como había
hecho durante el último año, mientras ella se quedaba trabajando en
Madrid, instalada en la modernísima casa a las afueras de la ciudad
a la que se habían trasladado meses atrás y de la que Nerón ejercía
de soberano absoluto.
¿De verdad ha pasado ya más de un año?
Se abrazó a Bianca con gesto de satisfacción antes de
mezclarse con el resto de parejas y comenzar a desplazarse
lentamente por la pista de baile, rindiéndose a los acordes de la
canción.
Aprovechó el momento para buscar con la mirada a las recién
casadas, perfectamente camufladas entre un amplio grupo de
invitados. Observó que Laura la saludaba agitando una mano. Le
devolvió dedicándole una amplia sonrisa antes de atraer
posesivamente a Bianca hacía sí. Apoyó la cara contra su mejilla.
Tuvo que refrenarse ante el casi irresistible impulso de besarla, pues
nunca había sido muy partidaria de las demostraciones públicas de
afecto.
¿Cómo es posible que me siga removiendo la sangre de esta
manera?
—¡Ey!, me estás estrujando, ¿lo sabías? – susurró Bianca contra
su oído.
La chica le dio un fugaz y húmedo beso en el lóbulo de la oreja
de una forma que podría que ser calificada de muchas maneras
menos de fraternal. De inmediato, su respiración se aceleró al
imaginar a la italiana despojándose lentamente de su vestido de
fiesta.
—Estoy pensando que quizá es hora de regresar a casa —
sentenció bajando la mano hasta posarla en la parte baja de la
espalda de su compañera de baile con cierto disimulo, percibiendo
de inmediato bajo sus dedos un pequeño respingo a modo de
reacción.
—¡Me parece una excelente idea! —aprobó Bianca con aquel
increíble y acariciante tono de voz que tanto le cautivaba. Estrechó
todavía más el abrazo—. Pero esperemos a que termine la canción.
—Sí, esperemos a que termine la canción…

FIN.
SOBRE LA AUTORA
Victoria Lacaci es una abogada madrileña, amante de la
literatura, los animales, el deporte y la buena vida.
Después de publicar su primera novela, Prueba suerte de
nuevo, nos presenta la segunda, Olvídalo si puedes, con el fin
de seguir aportando su pequeño grano de arena a la literatura
LGTB.
Contacta con la autora a través del email:
vicrorialacaci@yahoo.com
[1]
Leer Prueba suerte de nuevo de Victoria Lacaci

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