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Lectio Divina

Jesús y la
Samaritana
(Jn 4,5-42)

En el momento más caluroso del día, al borde de un pozo célebre, Jesús pide de beber. En
ese momento una mujer se aproxima, también ella tiene necesidad de agua. Se entabla un
diálogo entrañable que corre vibrante como el torrente sobre las piedras.

Estructura. El relato de Juan desborda el diálogo estricto entre Jesús y la Samaritana (4,5-
26). Éste se prolonga en un segundo diálogo entre Jesús y sus discípulos (4,27-38), y
después tiene su culmen en una tercera secuencia en la que los samaritanos participan
(4,39-42). Ahí está el punto de llegada del relato: el discipulado se hace misionero. El
pasaje, entonces, se articula en tres partes, cuidadosamente conectadas una con la otra.

Algunos puntos relevantes:

1. El encuentro comienza de forma casual

Jesús deja Judea para ir a Galilea y está atravesando la región de Samaría. Esta
primera anotación deja ver el carácter fortuito del encuentro: los dos personajes del relato
vienen al pozo movidos por la sed: Jesús llega primero, está cansado del camino; la mujer
viene a buscar el agua que necesita para sus oficios cotidianos.

Las primeras palabras de la mujer, en respuesta a la solicitud de Jesús “Dame de


beber” (4,7), parecen evitar la posibilidad de un diálogo: “¡Tú, siendo judío, me pides de
beber a mí, que soy mujer samaritana!”. Normalmente un judío piadoso debería abstenerse
de pedir comida a un samaritano y, más aún, evitar dirigirle la palabra en público a una
mujer. El estatus social de cada personaje pesa sobre el diálogo. Más tarde, los discípulos
se sorprenderán de que Jesús hable con una mujer (4,27).

2. Primer malentendido

En la primera parte (4,7-26), surge un malentendido sobre el agua, realidad


cotidiana de máxima importancia, pero también imagen bíblica de los dones de Dios.
En los vv.7 a 15 la cuestión está en saber de qué agua se trata. Se descubre poco a
poco que Jesús, el primero en pedir, en realidad ya es poseedor del “agua viviente”, la que
será “una fuente que salta hasta la vida eterna” (4,14).
La mujer, acostumbrada a sacar del pozo agua ordinaria, ve crecer en ella el deseo
de poseer la verdadera agua que Jesús puede dar. Quien crea dar recibirá y quien pida ya es
poseedor: tal es el efecto de sorpresa de la primera parte del relato.

3. El descubrimiento de la identidad del Mesías

El descubrimiento de la identidad del Mesías es uno de los hilos del diálogo. Jesús,
reconocido por la mujer como un judío fuera del común (él se atreve a hablar con una
extranjera), despierta la curiosidad de la mujer diciéndole: “Si tú conocieras el don de Dios
y quién es el que te dice…” (4,10). El diálogo que sigue permite, sea por iniciativa de la
mujer o de Jesús, entrar en la revelación de esta identidad.

La mujer hace el paralelo entre Jesús y el patriarca Jacob: “¿Eres tú mayor que
nuestro padre Jacob?” (4,12). ¿Una frase irónica? ¿Sorprendente? Jesús le genera intriga,
ella va a tratar de conocerlo mejor. El diálogo siguiente sobre el marido, en el que Jesús le
hace caer en cuenta que tiene cinco, es ocasión para avanzar en este descubrimiento: “Tú
eres un profeta” (4,19).

En fin, como para darle continuación a la frase de Jesús sobre los verdaderos
adoradores (4,21-24), la mujer evoca, de forma interrogativa, la espera del Mesías que
“vendrá a anunciar todas las cosas”. Entonces Jesús concluye: “Yo soy” (4,26). Ella es
llenada del agua viva y regresa a su aldea olvidando su recipiente que ahora le resulta
inútil.

4. Segundo malentendido

En contraste con la primera parte, la segunda (4,27-38) muestra la incapacidad de


los discípulos, que son judíos como Jesús, para decir verdaderamente quién es él. Aunque
son respetuosos con él, al no atreverse a preguntar, ellos lo llaman “Rabí”, que es un título
corriente compartido por otros especialistas de la Ley.

Esta segunda parte, en la que la mujer sale para alertar al entorno, lleva a un
segundo malentendido, el cual tiene como tema “el alimento verdadero”. Los discípulos,
queriendo que Jesús coma (para eso habían ido a la aldea) mal entienden que Jesús ya haya
comido. ¿De qué se nutrió? De la voluntad del Padre, dice Jesús (4,34). En la
transformación de la mujer, ¿no se habían realizado esta voluntad?

Luego viene un monólogo sobre los nexos que existen entre los sembradores y los
cosechadores (4,35-39). Los discípulos no intervienen. ¿Por qué Jesús habla de mies? ¿A
qué acontecimiento futuro se refiere? ¿Esta tarea era de los profetas del AT o de Jesús? La
indicación de la fatiga de Jesús al comienzo del relato podría ahora tener un nuevo sentido:
la obra del Padre. Jesús ha sembrado en Galilea y e Jerusalén, ahora la gran cosecha llega
allí donde no se la esperaba: en Samaría.

5. El descubrimiento del salvador del mundo


La tercera y última parte del relato es breve y espectacular (4,39-42). La palabra de
salvación se propaga: partiendo del testimonio de la mujer, va más allá de ella.
Pero los samaritanos también tienen acceso directamente a la persona de Jesús. ¿No
es él la Palabra misma de Dios? Esta palabra permanece dos días entre ellos. Fortalecidos
por esta relación personal, ellos ahora pueden hacer un acto de fe en Jesús como “Salvador
del mundo” (4,42).
“…Del mundo”. De aquí en adelante no sólo una mujer de Samaría sino muchos
samaritanos saben y proclaman que Jesús es “el Salvador del mundo”. Este es el último y,
sin duda más importante, de los títulos que este relato le atribuye a Jesús.

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Pautas para una lectio más profunda del relato…

El relato del encuentro de Jesús y la Samaritana sorprende por más de un motivo, ya que es
denso. Para sacarle provecho no hay que tratar de analizarlo todo, sino focalizar la atención
sobre el comportamiento y las palabras de la samaritana.

® Detengámonos primero en lo que le permite a Juan montar la escena: los personajes,


el decorado, los tiempos…
® Pongamos de relieve el contexto de hostilidad entre los judíos y los samaritanos,
entre hombres y mujeres.
® Observemos ahora el comportamiento de la mujer. Con naturalidad, ella se
sorprende por la pregunta de Jesús (4,9).
® Destaquemos cómo el narrador interviene para explicar la palabra de la mujer, quien
tiene conciencia de hacer parte del un grupo rechazado por los judíos.
® Jesús orienta la discusión sobre su propia identidad y ella lo llama por primera vez:
“Señor” (4,11). ¿Qué sentido tiene esta palabra en su boca?
® Ella se pregunta por la “grandeza” de Jesús. ¿Jesús es mayor que Jacob, quien fue el
que dio ese pozo?
® El verbo “dar” juega un papel importante en el diálogo. Primero estuvo en boca de
Jesús en su frase inicial: “dame de beber”. Ahora la mujer lo aborda para pedirle, por su
parte, que le de de beber (4,15).
® Al constatar que Jesús conoce su vida personal, la mujer llega a la conclusión de que
él es un hombre de Dios, un “profeta”. Y aunque él es judío, ella no duda en pedirle un
punto de vista autorizado sobre un tema debatido entre judíos y samaritanos.
® Ella reafirma su esperanza en la venida de un Mesías y lleva a Jesús a revelarse
(4,25-26).
® Con la llegada de los discípulos, su actitud se contrapone a la de ellos. Ellos llegan
(trayendo provisiones), ella se va (dejando su recipiente). Ellos callan, ella habla y,
además, toma iniciativas.
® Jesús le había pedido ir a buscar a su marido. En vez de esto, ella va, con éxito, a la
aldea generando curiosidad y al final lleva a todos a dar los primeros pasos hacia “el
Salvador del mundo”.
® ¿Qué imagen de la samaritana se desprende de la lectura atenta de este pasaje? Es,
¿una despreciada por cinco maridos? ¿Un apóstol de la Samaría? Esta mujer encontró seis
hombres en su vida, ahora encontró al séptimo. ¿Cómo Jesús sacia el verdadero deseo de
su corazón? ¿Cómo la ha hizo crecer y pasar del rol de portadora de agua a portadora del
Evangelio?

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Al mismo tiempo que la Samaritana, y gracias a ella, cada uno de nosotros está siendo
convidado para hacer un redescubrimiento de Jesús. ¿Qué es lo que más me toca de él?

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