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La pavorosa
loca de las bolsas
Los muertos
vivientes
El chico
que volaba
en fiebre
Los papás
atolondrados
nes
Monto y
s
de rata s
ha
cucarac
La primera campanada
—¿Por qué tanta bulla? —se preguntó. fiado tambor. En verdad no parecía tener once
No llamó a sus papás, sino que decidió bajar años, sino la edad de una criatura perdida en la
solo a la sala. Tenía la costumbre de hacerlo aga noche.
rrado del pasamanos y contando los escalones. —Estoy fatal —se dijo—. Encima parezco un
Invariablemente le daban diecinueve, pero ahora monstruito.
venía contando más de treinta y los oscuros pel Y recordó las fotos que estuvo viendo esa
daños parecían inacabables. noche, antes de acostarse. Eran de una fiesta de
Cuando llegó a la sala no pudo reconocerla. disfraces donde aparecía toda la familia: la abue
Estaba tan tétrica con esos negros cortinajes y la de bruja, la mamá con dos cabezas, el papá
esas siluetas fantasmales de los muebles. Que de enterrador, los tíos como muertos vivientes...
dó paralizado frente al reloj. No porque el rui Entonces le provocó jugar: se echó el pelo hacia
do hubiera cesado (¡hubiera sido lo mejor para adelante, sacó los colmillos y gruñó empañando
todos!), sino porque el objeto más preciado de el espejo. Puso las manos como garras y dijo:
la casa estaba hecho una verdadera ruina. —El Chicolobo ha llegado a casa.
Entonces quiso cerrar la portezuela, pero se Luego, con el índice y el pulgar bajó sus
desgajó como una rama reseca. Lo que vio aden párpados inferiores (asomó un caldo de sangre)
tro fue horrendo: un cadáver amarillento, con y con el anular de la otra mano levantó la punta
ojeras de espanto y párpados cosidos con alam de su nariz. Habló con voz fea:
bre parecía resucitar y Pablo no pudo moverse, —Con ustedes... Frankenstein.
porque la mano del cadáver atenazó de repente Hizo dos muecas más y de pronto BRRR
su garganta. Desesperado logró zafarse y enton tuvo una brusca sacudida BRRRRRR un fuerte
ces sí gritó (o creyó haberlo hecho), pero nadie temblor que terminó con sus pocas energías y
escuchó su voz. BANDANGÁN se desmayó sobre las frías losetas
Despertó sobresaltado (aunque jamás recor del baño.
daría la pesadilla) y fue al baño. Tomó agua y
después se miró al espejo. Se asustó de su ima
gen: unos goterones resbalaban de su frente, sus
ojos parecían de fuego y en sus mejillas despun
taban unas manchitas.
—¡Maldita plaga de zancudos! —exclamó.
Se sentía débil y con escalofríos. Le dolía la
cabeza y al fondo de su cerebro golpeaba un por
El doctor maléfico