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¿DÓNDE ESTÁ DIOS?

En estos días que vivimos, donde parece que


el futuro está en el aire, muchos se han preguntado, ante esta situación de desconcierto y
confinamiento, de sufrimiento y dolor ¿Dónde está Dios? Esa misma pregunta se la han hecho
muchos a lo largo de la historia, cuando las guerras, las pandemias asolaban la humanidad.
Parece, como si la idea de qué Dios ha muerto recobrara, de tiempo en tiempo, una cierta
actualidad.

Seguro que el sevillano Miguel Mañara, en el tiempo que le toco vivir en pleno siglo XVII, una
época donde la peste, las inundaciones, las sequias… trufaban la vida, se hizo en algún
momento dicha pregunta. Él, sin duda, también, le dio respuesta, y nos la dejó para siempre
plasmada en el portentoso retablo que preside el templo de su gran obra de misericordia con
Sevilla, el Hospital de la Santa Caridad. Allí se expresan, de una forma original y bella, las tres
virtudes teologales, puestas en acción, “creo”, “amo” y “espero”.

En una sociedad líquida y poscristiana, encogida y triste, como la nuestra en estos días, esa
intuición evangélica de Mañara nos da pistas sobre cómo podemos responder a esta desnuda
pregunta ante nuestros contemporáneos. Quienes creemos en Jesús, partimos de la realidad.
Sin embargo, el silencio de Dios es duro, y suscita dudas para muchos. Santa Teresa de Jesús,
nos ofrece la respuesta, “entre los pucheros anda Dios”, Dios está en todas partes, Dios está en
medio de nosotros…, entre nuestros hermanos y hermanas que luchan contra un ser
microscópico o lo sufren. Vivimos una experiencial social nueva a escala global, es como si el
planeta azul hubiera borrado de un plumazo las fronteras y nos lanzara mensajes de auxilio
continuamente.

Una de las pandemias invisibles de nuestro tiempo es la soledad, pero nunca podríamos haber
imaginado que tantas personas morirían solas…, una soledad que es de ida y vuelta. Muchos
también han descubierto que la muerte existe, que no está entre bambalinas, envuelta en el
papel de celofán de un tabú. Vemos ahí el sufrimiento de los inocentes; que muchas veces no
hemos querido reconocer como los monos de Gibraltar, al taparnos la cara ante los terribles
dramas de aquellos que llegan a nuestras playas, se olvidan en el mar o viven sin dignidad.

Entonces, ¿dónde está Dios? Él siempre nos sorprende, nos espera donde no imaginábamos. Él
está entre quienes sufren la pandemia, entre quienes los cuidan, entre quienes oran, y entre
aquellos que nos ayudan a seguir adelante como sociedad. Ahí está Dios. Sabemos bien que la
fe es un don que hay que pedir, para que se trasforme en un “creo”. Que el amor nos identifica
con los últimos y hace que nos pongamos en camino, para que se transforme en un “amo”. La
esperanza nos da la fuerza para seguir adelante y se transforma en un “espero”. Pero para que
tengan vida tenemos que pasar del singular al plural, de “yo” al “nosotros”, a la comunidad de
vida donde compartirlo y abrirnos a los demás. En ella nos sentimos a la vez vulnerables y
responsables los unos de los otros, como si todo dependiera de nosotros, sabiendo que todo
depende de Dios.

Ahora surge otra pregunta ¿Quién tiene que hacer presente a Dios en medio de esta
pandemia? La respuesta está muy clara, la Iglesia, la comunidad eclesial, los que somos Iglesia.
Pero para eso tiene que ocupar su espacio en un entorno poco amable que tiende a
enclaustrar la religión en el ámbito privado. Y, sin embargo, nos toca a todos manifestar a la
sociedad española donde está Dios en esta pandemia. La Iglesia en España, está al pie del
cañón, a pesar de que muchos opinan que se la ha visto poco. Por un lado, se ha respetado y
cumplido la ley, por el otro, se ha provocado una ola de solidaridad, para que nadie se quede
atrás, sobre todo para responder ante necesidades que no pueden esperar. La Iglesia sigue con
su tarea en residencias de mayores, colegios, hospitales, centros de acogida…, ahí está Cáritas
y tantas otras ONGs católicas. Los católicos, que también somos Iglesia, estamos
teletrabajando o en servicios esenciales, como uno más, junto a nuestras familias, viviendo
nuestra fe, comprometidos con el Evangelio y abiertos a los demás.

Los templos están cerrados y no recibimos los sacramentos, pero la Iglesia está abierta, sigue
viva, hemos recuperado nuestras Iglesias domésticas, cada casa una comunidad de vida y de
fe. A pesar del gran esfuerzo de los sacerdotes y de la vida consagrada por estar al servicio de
todos a través del mundo digital existen tensiones. Por ello, no podemos quedarnos parados,
lo anterior paso, estamos en un momento nuevo, no podemos dejar el Evangelio fuera de la
sociedad. Hoy, como nos pide el Papa Francisco, tenemos que ser más creativos, abriendo
nuevos caminos, pero eso nos exige ser uno, sumar y no dividir a la misma sociedad, buscando
siempre el bien común.

A pesar de las circunstancias, los creyentes tenemos que estar alegres, es este un signo que
nos tiene que distinguir. El Señor nos da la fuerza para transformar la realidad, para seguir
adelante. Necesitamos manifestar la creatividad del cristiano, abriendo horizontes nuevos, con
inventiva, recuperando la memoria y preparando el futuro. Por eso tenemos que prever y
prepararnos para lo que vendrá después de la emergencia sanitaria, las consecuencias
económicas y sociales de la pandemia, como repetidamente nos ha recordado nuestro
Arzobispo. La Iglesia puede ser un punto de referencia seguro ante este acontecimiento
inesperado que estamos viviendo. Hay una necesidad de coraje, de profecía, de unidad, como
reiteradamente el Papa nos ha recordado, que nos lleva a redescubrir que nuestro destino está
unido al de los demás, dando valor a las cosas que importan, siempre con la alegría del
Evangelio.

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