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TOMO V . - N .

" 27 EJEMPLAR: Z PESETAS I 6 ABUIL I 9 3 3

Accion • ^

Española REVISTA QUINCENAL


Director: E L C O N D E DE SANTIBÁÑEZ DEL RlO

Democracia

M ÁS de una vez una definición exacta y oportuna ha ahorra-


do ell tiempo de una discusión estéril y ocasionada; las
disputas amistosas suelen prolongarse enojosamente, o
porque para expresar un mismo concepto cada una de las partes
emplea un vocablo distinto, o porque, al revés, usan las dos de
imsma palabra aplicándola a objetos diferentes.
A esta observación trivial, pero a diario reiterada, se acoge co-
uio a una disculpa esta exégesis de una voz— democracia— que
viene siendo víctima de Jas más variadas interpretaciones.
. ^^'^cionario de la Lengua Española (Décima quinta edición)
dice así:
DEMOCRACIA. (Del gr. demos, pueblo, y cratos, autoridad) f.
Doctrina favorable a la intervención del pueblo en el gobierno. 12.
Mejoramiento de la condición del pueblo.
Pero como uno puede desear ardientemente el mejoramiento
de la condición del pueblo, y aun ser partidario de que el pueblo
colabore en cierta medida a la obra de gobierno, repugnando, sin
embargo, la intervención —y no digamos el monopolio- del pue-
blo en el gobierno, resulta que hemos de cargar a la cuenta de los
226 ACCIÓN ESPAÑOLA

sesudos académicos una primera partida de la pesada responsabi-


lidad de este confusionismo político.
Tendría o no razón la Real Academia Esipañola el año 1926,
pero lo cierto es que el sentido con que se ha venido empleando
esta voz por nuestros adversarios, el sentido que a las palabras
equivalentes dan las otras lenguas europeas, el que puede de-
cirse consagrado por el uso y el que le da el análisis etimológico,
es más amplio que el de la primera acepción recogida por la Aca-
demia. Por democracia se ha venido entendiendo el sistema de go-
bierno del pueblo por el pueblo, el sistema de gobierno que se fun-
da en la idea de que la soberanía reside en el pueblo.
Decirse demócrata significando así que se desea el mejoramien-
to de condición de los humildes es, evidentemente, lícito, y está
ajustado a los cánones académicos ; pero tiene un cierto regusto de
habilidad política, algo así como la pretensión de cazar incautos
con el espejuelo de una palabra mágica. Y esto lo rechaza enérgi-
camente nuestro temperamento. Nuestra calidad de monárquicos
y de nacionalistas nos impone el empleo del lenguaje político más
puro, más franco, más tradicional ; si ello es un deber de honra-
dez para todos los partidos, a nosotros —que no formamos en rea-
lidad un partido, o que si algo constituímos es el partido nacional—
se nos impone con más rigor precisamente porque hemos querido
hacemos cargo de esta herencia de nuestros mayores, de la que
es parte integrante el idioma. Tenemos el deber de cuidar nues-
tro lenguaje ; este lenguaje, que en lo político pulieron y fijaron
nuestros admirables polemistas, filósofos y teólogos de los si-
glos XV y XVI.
Este sujeto orondo y adinerado que cree acreditarse de demó-
crata, viajando en el tranvía, departiendo amablemente con su por-
tero, o estrechando la mano del menestral de la esquina, es, sin
duda, un mentecato inofensivo. Pero es menos inocua la docta
Academia cuando con su doble e imperfecta definición abre cami-
no a la confusión, a la duda y aun a la querella.
Hay que alzar bandera por la corrección del lenguaje y por la
precisión de las palabras. Democracia (de demos, pueblo, y éra-
los, autoridad), ni puede ni debe tener otra significación que la que
le presta el análisis etimológico.
DSUOCKACU 227

DEMOCRACIA : ACEPCIÓN ETIMOLÓGICA

Es esta más amplia que la registrada en primer lugar por la


Academia. Para la Academia, democracia es una «doctrina favo-
rable a la intervención del pueblo en el gobierno». Pero lo que
brota de las raíces griegas, lo que suele entenderse, lo que nos-
otros entendemos y lo que para evitar confusiones que van en
daño del pueblo y de la Patria, quisiéramos que entendieran todos
por democracia, es el sistema de gobierno del pueblo por el pueblo,
el gobierno del número.
Herejía política llamaba nuestro Jovellanos al dogma de la so-
l>eranía nacional, en su Consulta sobre Cortes. Burla sangrienta
son para un escritor contemporáneo las ceremonias de este culto;
imaginar que «basta contar los votos de los que no saben nada de
^ada para que queden resueltas múltiples de cuestiones de interés
general que exigen largos años de estudio, de práctica y de medi-
tación» es una falta de caridad y de respeto hacia el pueblo al que
así se engaña cruelmente.
Pero en sus efectos «la democracia es el mal, la democracia es
la muerte». El gobierno del número es causa de la desorganización
^^1 país, porque destruye inexorablemente todo lo que le ofrece
i n dique : religión, familia, tradiciones, olases, organizaciones de
todo género.
«El celo por el bien público y la consciencia del derecho —es-
cribe Eugéne Raiga— se combinan con el furor ambicioso, y los
celos y la envidia prestan fuego y llamas al incendio. Si contem-
plamos hoy las Juchas electorales, las competiciones parlamenta-
rias para la formación de los Ministerios, las continuas invasiones
<lel Poder legislativo en la zona del Poder ejecutivo, la falta de res-
peto a la obra de sus antecesores exteriorizada a diario, las rivali-
dades por la popularidad de los caudillos ; y si, por último, ob-
servamos el modo de portarse generalmente la democracia con sus
Mejores y más abnegados servidores, no dejaremos nunca de en-
contrar huellas de la actividad de esta pasión —la envidia— que,
* la manera de los termes trabaja sin cesar en la destrucción de las
construcciones levantadas y conservadas con los más loables es-
fuerzos.»
228 ACCIÓN ESPAÑOLA

La huella de la envidia se descubre sin trabajo en el prurito


igualitario de la democracia que crea un espíritu político radical-
mente opuesto a las necesidades vitales de un país : el espíritu de-
mocrático mata la disciplina militar y el pueblo necesita de un
ejército; el espíritu democrático mata la concordia civil, la cor-
dialidad, la paz entre los hombres y el pueblo necesita concordia,
paz, cordialidad. ¡ Morbus democraticus! repetía Summer Mai-
ne ; extraña psicosis que hace al pueblo gesticular y vocear des-
aforadamente, como si clamase delirante : ¡ viva mi muerte !
Pero es que además —y nosotros estamos en camino de adqui-
rir una dolorosa experiencia de ello— la nivelación es absoluta-
mente imposible más que en la miseria. ¿ Y es esto realmente de-
seable ?
La razón nos dice, pues, que el gobierno de todos y la sobera-
nía del pueblo son dos monstruosos engaños que no conducen a la
felicidad sino a la desdicha de los hombres.
A mayor abundamiento la Iglesia condena abiertamente el
principio y las consecuencias que de él han pretendido deducirse.
La proposición LX del Syllabus condena a quien sostenga
que : «La autoridad no es otra cosa sino la suma del número y de
las fuerzas materiales.»
Pío X, por su parte, en su carta del 25 de agosto de 1910
tiNotre charge apostolique» escribía :

El Sillón coloca primordialmente la autoridad pública en el pueblo,


de quien deriva en seguida a los gobernantes, de tal modo, sin embargo,
que continúa residiendo en él. Ahora bien, León XIII ha condenado
formalmente esta doctrina en su Encíclica Diuturnum illud, del Prin-
cipado político, en que dice : «Muchos modernos, siguiendo las huellas
de aquellos que en el siglo pasado se llamaron a sí mismos filósofos,
dicen que toda potestad viene del pueblo, por lo cual, los que ejercen
la civil, no la ejercen como suya, sino como mandato o encargo del
pueblo; de modo que es ley entre estos modernos, que la misma capa-
cidad del pueblo que legó la potestad, le permite revocar su acuerdo
cuando le plugiere. Muy otra es en este punto la creencia de los hom-
bres católicos, que el derecho de mandar lo toman de Dios, como de
principio natural y necesario» (1). Sin duda, el Sillón hace descender
de Dios esta autoridad que coloca primero en el pueblo, pero de tal
suerte, que «vuelve a subir de abajp para ir a arriba, mientras que en

(1) En ésta y en las sucesivas citas el subrayado es nuestro.


DEMOCRACIA 229

la organización de la Iglesia el poder desciende de arriba para ir a aba-


jo». Pero, además de ser anormal que la delegación suba, puesto que
su naturaleza consiste en descender, León X I I I ha refutado por antici-
pado esta tentativa de conciliación de la doctrina católica con el error
del filosofismo, pues prosigue : «Interesa atender en este lugar, ate
aquellos que han de gobernar las repúblicas, pueden en algunos casos
ser elegidos por la voluntad y juicio de la multitud, sin que se oponga
ni lo repugne la doctrina católica. Con cuya elección se designa cierta-
mente el príncipe, mas no se confieren los derechos del principado;
ni se da el mando, sino que se establece quien lo ha de ejercer.»
Por otra parte, si el pueblo continúa siendo detentador del poder,
¿ qué se hace de la autoridad ? Una sombra, un m i t o ; ya no hay más
ley propiamente dicha, ya no hay obediencia.

Nótese que León X I I I admite que aen algunos casos» pueden


los gobernantes ser elegidos «por la voluntad y juicio de la mul-
titud» ; de donde se infiere que lo normal no es que la multitud
elija; y también, que la elección «no confiere los derechos del prin-
cipado». Y así León X I I I como Pío X condenan expresamente el
principio fundamental del sistema democrático. E n cuanto a sus
consecuencias, es suficientemente explícito lo que Pío X decía en
su ya citada Carta :
En efecto, el Sillón se propone la mejora y regeneración de las cla-
ses obreras. Ahora bien, sobre esta materia, los principios de la doctri-
na católica están sentados, y la historia de la civilización cristiana
está ahí para atestiguar su bienhechora fecundidad. Nuestro predecesor,
de dichosa memoria, los ha recordado en páginas magistrales, que las
católicos ocupados de cuestiones sociales deben guardar y tener siem-
pre presentes a su vista. Ha enseñado especialmente que la democracia
cristiana debe «mantener la diversidad de clases que es lo propio de la ciu-
dad bien constituida, y querer para la sociedad humana la forma y el
carácter que Dios, su autor, la ha impreso». Ha fustigado «una cierta
democracia que llega a tal grado de perversidad, como el de atribuir en
la sociedad la soberanía al pueblo, o el de perseguir la supresión y ía
nivelación de las clases*.

• •• además (los del Sillón) rechazan el programa recordado por León XIII
sobre los principios esenciales de la sociedad, colocan la autoridad en
el pueblo, es decir, prácticamente la suprimen y toman como ideal la
nivelación de las clases. Van, pues, en contra de la doctrina católica,
hacia un ideal condenado.

No es preciso más para sentar firmemente la conclusión de que


el gobierno del número, la democracia en su verdadero sentido, es
230 ACCIÓN BSPAfiOLA

a la luz de las enseñanzas de la Iglesia como a la luz de la razón,


cosa absurda en su origen, incompetente en su ejercicio, pernicio-
sa en sus efectos. Cosa condenable y condenada.

DEMOCRACIA : INTERVENCIÓN
DEL PUEBLO EN EL GOBIERNO

Asociar al pueblo a la función de gobierno es cosa enteramen-


te distinta. Porque cuando por encima de él hay algo —ley divi-
na o humana, ley abstracta o viviente— no se puede ya decir que
sea el número el que gobierna porque sea cualquiera la dosifica-
ción del elemento popular en el gobierno, aparecerá ei pueblo go-
bernado por un guía o por una fuerza ajena a él. Tal estado no se-
ría, en definitiva, cosa distinta del reconocimiento de que cual-
quier hombre sin distinción de cuna puede ocupar cualquier car-
go siempre que esté dotado para desempeñarlo. Si esto es demo-
cracia habrá que decir que era democrático el sistema que permi-
tió ser ministro a Antonio Pérez y decir que Felipe II fué un Rey
demócrata.
Pero n o ; eso —que nosotros aceptamos, que fomentamos, que
impondríamos, si estuviera en nuestra mano— no es democracia,
dígalo quien lo diga, aunque se apoye en la autoridad de la Aca-
demia.

DEMOCRACIA : MEJORAMIENTO
DE LA CONDICIÓN DEL PUEBLO

No desear el bien del pueblo sería una aberración inexplica-


ble ; no procurar el mejoramiento de su condición sería un cri-
men indigno de un gobernante. Por eso parece poco atinado dar
a tal aspiración el nombre de democracia.
Los constituyentes de Cádiz, empeñados en la tarea «quimé-
rica y abstracta» de elaborar una Constitución de esas que —al
decir de Jovellanos— «se hacen en pocos días, se contienen en po-
cas hojas y duran muy pocos meses» tuvieron, sin embargo, un
acierto cuando, para expresar aquella idea, escribieron en el ar-
tículo 6.°.: «El amor de la patria es una de las principales obliga-
DSMOCRACIA 231

ciones de todos los españoles, y así mismo el ser justos y benéfi-


cos». Lo que no impidió que acerca de la pretendida ingenuidad
del precepto se haya ironizado descomedidamente.
Cuando para abanderar un movimiento político, se adoptó por
divisa el rótulo Democracia cristiana. León XIII, en una Encíclica
de 18 de enero de 1901 hizo unas felices observaciones cuya trans-
cripción nos releva de cualquier comentario propio:

De esta manera, bajo los auspicios de la Iglesia, se inicia entre los


católicos cierta unión de acción en favor de la plebe, rodeada casi siem-
pre no menos de asechanzas y peligros, que de penuria y trabajos. En
principio no fué designada con nombre propio esta acción de beneficen-
cia popular; el de socialismo cristiano empleado por algunos, así como
los de él derivados, no sin razón, cayeron en desuso. Después, con fun-
damento, fué por muchos llamada acción cristiana popular. En algunas
partes, los que se dedican a esta obra son llamados cristianos sociales;
en otras, se llama democracia cristiana a la acción, y demócratas cris-
tianos a los que la prestan su concurso, en contraposición a la demo-
cracia social que persiguen los socialistas. De estas dos últimas denomi-
naciones, si no la primera sociales cristianos, ciertamente la segunda
democracia cristiana para muchos es ofensiva por suponer qae encie-
rra algo ambiguo y peligroso : temiendo, al efecto, que por este nombre,
bajo cubierto interés se fomente el régimen popular o se prefiera la de-
mocracia a las demás formas políticas, que se restrinja la religión cris-
tiana reduciendo sus miras a la utilidad, sin atender en nada al bien
de las demás clases, y por último, que bajo ese especioso nombre, cncu-
hra el propósito de sustraerse a todo gobierno legítimo, ya civil, ya
sagrado.

Y más adelante añade :

No sea, empero, lícito, referir a la política el nombre de democracia


cristiana; pues aunque democracia, según su significación y uso de
los filósofos, denota régimen pop-ular, sin embargo, en la presente ma-
teria, debe entenderse de modo que, dejado todo concepto político, úni-
camente signifique la misma acción benéfica cristiana en favor del
pueblo.

Claro es que para este resultado no valía la pena de haber to-


mado una palabra que ya tenía un significado concreto y aplicar-
la a un concepto que había modo de expresar con más propiedad.
Había para sospechar que esta caprichosa denominación lleva-
ba una intención poco clara. Dícese que cuando se publicó la En-
232 ACCIÓN gSPAÑOLA

cíclica, los demócratas cristianos franceses exclamaron «II a ava-


lé le nom; il avalera l'idée». Pero no fué así.
No será preciso más para llegar a la conclusión de que tampo-
co con este significado podemos aceptar el término democracia.

* * *

En resumen :
La única acepción aceptable de la voz democracia es la deduci-
da de su interpretación etimológica. Las dos registradas en el
Diccionario de la Academia, son absolutamente impropias, y se-
ría deseable que la docta corporación las rectificara. Pero en !a
casi absoluta seguridad de que esto no ha de suceder en algún
tiempo, sólo aspiraríamos a que todos los que vemos en el gobier-
no del número y en la soberanía del pueblo el verdadero enemigo,
declaremos rotunda y francamente la guerra a la democracia.
Renunciando a la estéril tentativa de engañar al adversario con
la adopción de su léxico, y a la habilidad maligna que denuncia la
frase atribuida a los demócratas cristianos franceses, llamemos
siempre democracia a la democracia, y si para expresar el deseo de
mejoramiento de los humildes no encontramos en nuestro léxico
palabra más adecuada, seamos ingenuos como los constituyentes
gaditanos diciendo que nos preciamos de ser justos y benéficos.
El ser de la H i s p a n i d a d

EL DILEMA DE SER O VALER

S ERÍA murha pretensión imaginarse que al tratar de definir la


Hispanidad nos estemos aventurando «por mares nunca de
antes navegados». El tema de la patria, de la nación o de la
«ciud.-'.di» es tan antiguo como la cultura. El intento de definirlo,
sin embaígo, tropieza con dificultades que aún no han sido ven-
cidas. \quí los mapas nos sirven de poco. Hasta hace pocos años
figuraba en ellos Polonia como parte de Rusia, Alemania o Aus-
tria, lo que no la impedía seguir siendo Polonia. La India es una
de las co'.onias de Inglaterra, lo que no quita para que ningún
ingles admita a un indio entre sus compatriotas. Y la Hispanidad
aparece dividida c.i veinte Estados, lo que no logra destruir lo que
hay er ellos de común y constituye lo que pudiera denominarse
la hispanidad de la Hispanidad. Si este espíritu de las naciones
o de los grupos nacionales fuera tan visible y evidente como el
Ministerio de la Gobernación o la Dirección de Seguridad, no
habría problema. Pero algo eludible y fugitivo debe de haber en
su constitución cuando tantos españoles e hispano-americanos de
aguda inteligencia pueden vivir como si no existiera. Esa mariposa
volandera es lo que quisiéramos apresar entre los dedos, para mi-
rarla con detenimiento.
Este es un tema de tal naturaleza, que en cuanto se quiere
simplificar se nos escapa. Cuando un joven francés de tallento,
234 ACCIÓN KSPAf}oi,A

como M. Daniel Rops, nos dice en su libro último Les années tonr-
nantes, que la Patria «no es un Moloch... Es un ser de carne y de
sangre, de nuestra carne y nuestra sangre», no se sabe si M. Rops
ha meditado bien las consecuencias de su aserto, porque si la
Patria es un ser de carne y sangre, como sólo metafóricamente se
puede hablar de la carne y la sangre de Francia, mientras que la
carne y la sangre de los franceses son de una realidad indiscutible,
resultará quf Francia no es más que un nombre y que no hay
más real-dad que la de los franceses, con lo que se suprime la
cuestión, que consiste precisamente en esclarecer en qué consiste
la esencia de las naciones, la esencia de Francia. De las palabras
de M. Rops se deduciría que no la tienen y que el patriotismo de
los franceses no les obliga más que a ayudarse unos a otros, lo que
es insuficiente, porque esta ayuda mutua puede ser muy cómoda
para los que la reciben, pero muy molesta para los que la dan, lo
que hará probablemente preguntarse a éstos por la razón de que
se hayan de sacrificar por sus hermanos, y a esta pregunta no haj'
ya respuesta, porque la razón de los deberes de solidaridad de los
compatriotas ha de buscarse en la autoridad superior de la Patria,
de la misma manera que las obligaciones de hermandad de los hom-
bres dependen de la paternidad de Dios.
Esta autoridad superior de la Patria sobre los individuos es lo
que quiso expresar nuestro Cánovas con su magnífica sentencia :
fCon la Patria se está con razón y sin razón, como se está con el
padre y con la madre.» Sólo que estas palabras no se deben en-
tender literalmente, sino en su sentido polémico. Lo que quería
decir Cánova." es que se debe estar con la Patria, porque de hecho
su discurso se dirigía también a algunas gentes que no estaban
conformes con su política ni con su sentido de la Patria. Quizás
penetrara mejor en el espíritu de las naciones Mauricio Barres
al definirlas como «la tierra y los muertos», aunque tampoco se
ha de entenderle al pie de la letra, porque en ese caso describirían
sus palabras más la esencia de un cementerio que la de una na-
ción. Los muertos de Barres no son los cadáveres, sino las obras,
las hazañas, los ideales de las generaciones pasadas, en cuanto
marcan orientaciones y valores para la presente y las que han de
sucedería.
Pero lo mismo estos conceptos que el de don Antonio Maura,
EL SER DE LA HISPANIDAD 235

cuando decía que «la Patria no se elige», envolvían cierta con-


fusión entre la región de los vailores y la de los seres, que con-
viene desvanecer de una vez para siempre, precisamente para
que no se frustren los propósitos patriotas que animaban a tan
excelsas personalidades, ya que lo mismo Cánovas que Maura que
Barres concibieron su patriotismo en disputa con los antipatriotas
o los tibios, que no querían se sacrificaran intereses particulares
en aras de una Patria demasiado exigente. Así también se escri-
ben estas páginas pensando en los muchísimos españoles e his-
pano-americanos de talento que han perdido el sentido de las tra-
diciones hispánicas, pero de ningún modo hemos de decirles, como
Cánovas, Maura o Barres, que tienen que estar de todos modos con
la tierra y los muertos, sea su voluntad lo que fuere, y que éste
es un hecho que está por encima del albedrío individual, aunque
haya en este argumento su parte de verdad, porque es evidente,
de otra parte, que el hecho de que aquellas gentes talentudas se
coloquen frente a las tradiciones de su madre Patria o continúen
ignorándolas, es por sí mismo prueba plena de que se pierde el
tiempo diciéndoles que tienen que estar donde no están, como lo
perdería el que dijese a ciegos, cojos o sordos que los hombres no
pueden ser ciegos, ni cojos, ni sordos, y lo único que probaría es
que estaba confundiendo el ideal con la realidad. Ahora bien :
mentes esclarecidas no caerían en esta confusión si no fuera porque
se trata de una materia en la que se entrelazan íntimamente el
mundo del ser y el de los valores. Por eso es posible que un espí-
ritu tan fino como el de M. Charles Maurras, en su «Diccionario
Político y Crítico», siga a nuestro Cánovas al considerar la Patria
como un ser de la misma naturaleza que nuestro padre y nuestra
madre. He aquí sus palabras :
«Es verdad ; hace falta que la Patria se conduzca justamente.
Pero no es el problema de su conducta, de su movimiento, de su
acción el que se plantea cuando se trata de considerar o de prac-
ticar el patriotismo, sino la cuestión de su ser mismo, el problema
de su vida o de su muerte. Para ser justa (o injusta) es preciso
primero que sea. Es sofístico introducir el caso de la justicia, de
la injusticia o de cualquier otro atributo de la Patria en el capí-
tulo que trata solamente de su ser. Hay que agradecer y honrar
al padre y a la madre, independientemente de su título personal
236 ACCIÓN ESPAÑOLA

a nuestra simpatía. Hay que respetar y honrar la Patria, porquft


es ella, y nosotros somos nosotros, independientemente de las satis-
facciones que pueda ofrecer a nuestro espíritu de justicia o a nues-
tro amor de gloria. Nuestro padre puede ir a presidio; hay que
honrarle. Nuestra patria puede cometer grandes faltas; hay que
empezar por defenderla, para que esté segura y libre. La justicia
no perderá nada con ello, porque la primera condición de una
patria justa, como de toda patria, es la de existir, y la segunda,
la de poseer la independencia de movimiento y la libertad de ac-
ción, sin las cuales la justicia no es más que un sueño.»
Con los sentimientos que inspiran a M. Maurras podemos sim-
patizar de todo corazón, sin asentir a sus palabras, ni mucho
menos compartir sus conceptos. Francia es un país central, que
ha estado en todo tiempo rodeado de pueblos poderosos, a veces
rivales y enemigos suyos. Los franceses han tenido que vivir
desde hace bastantes siglos en constante centinela. Para resistir
el ímpetu de estos vecinos han necesitado unirse íntimamente,
y por eso puede decir M. Maurras, en otra cláusula de su ar-
tículo, que: tEl amor de la Patria pone de acuerdo a los fran-
ceses : católicos, librepensadores o protestantes ; monárquicos o
republicanos. La Patria es lo que une, por encima de todo lo que
divide.» Pero hasta en Francia hace falta predicar constantemente
el patriotismo, y por eso pide M. Maurras que se conjure al Es-
tado «a enseñar la Patria, la Patria real, concreta, el suelo sagrado
en donde duermen los huesos de los padres y la semilla de los
nietos, los siglos encadenados de la historia de Francia y las
perspectivas de nuestra civilización venidera» ; y añade que «la
enseñanza de la Patria es la enseñanza y la defensa del nombre,
de la sangre, del honor y del territorio francés.» También tiene
Francia sus antipatriotas. Contra ellos se yergue vigoroso, legí-
timo, inexpugnable, el ideal nacionalista.
Para defender la patria francesa contra sus enemigos externos
e internos, M. Maurras cree conveniente asignarla la categoría
suprema de su pensamiento, que probablemente, en su filosofía
positivista, es la de la realidad, la de la substancia tangible y
ponderable. Por eso dice que antes de la justicia o de la injusticia
está el ser, lo que en los términos de nuestro modo de pensar
equivale a afirmar la primacía c superioridad del ser sobre el
EL SBR DE LA HISPANIDAD 237

valor. Ahora bien : al decir que la Patria es un ser positivo, que


ha de defenderse a toda costa, M. Maurras está diciendo algo
que coincide con el pensar común de los hombres, sobre todo en
países como Francia, que han sufrido diversas invasiones en estas
generaciones y donde la defensa nacional constituye una de las
mayores preocupaciones de los hombres públicos y de buen nú-
mero de ciudadanos. Todo parece comprobar la idea de que la
Patria es un ser : ahí están el territorio, la población, con sus
características corpóreas, el lenguaje propio, los recuerdos perso-
nales de la última guerra, las memorias verbales y escritas de las
guerras anteriores. De otra parte, esta filosofía, que hace preceder
el ser a los valores, se acopla sin esfuerzo al sentir ordinario que
supone que también en los hombres es anterior el ser a las obras
de mérito o demérito de que se hagan responsables en su vida.
Este modo corriente de pensar halla su confirmación en las teorías
evolucionistas, que hacen creer en la existencia de hombres y
acaso de sociedades humanas anteriores a toda cultura, a toda
obra del espíritu. Innecesario añadir que en la actualidad hay
muchos millones de hombres que son evolucionistas, y aun dar-
vinianos, sin tener una idea precisa de lo que se significa con esas
palabras. Se trata de ideas que están en el aire, como la interpre-
tación marxista o económica de la historia, lo que no quiere decir
que sean verdaderas.
Porque también hay otra filosofía que supone que el espíritu
«s anterior a todo, y que en la ontología de la nación o de la
Patria, el valor es anterior al ser. En Francia, por ejemplo,
es también posible suponer que nació la patria francesa el día
^n que Clodoveo, rey de los francos, hizo de París su capital
y adopitó la religión cristiana, porque entonces se efectuó la in-
fusión de la ley sálica sobre sucesión de tierras en el derecho
romano y el canónico, la del espíritu militar germánico en la
civilización latina, la de un acento nórdico en una lengua romana
y la de la religión católica en el espíritu racista y aristocrático
de los pueblos septentrionales. Antes de Clodoveo no veo en el país
vecino sino tierras y razas, elementos que contribuyen a formar
la patria francesa, pero que no son todavía Francia. Francia surge
con la amalgama físico-espiritual, que hace el rey Clodoveo, de ele-
mentos nórdicos, meridionales y universales, amalgama que tiene
238 ACCIÓN RSPAfiOLA

que ser de gran valor humano, porque su armonía y resistencia


se han probado en el curso de mil cuatrocientos años de historia,
al cabo de los cuales sigue siendo Francia la misma esencial-
mente, y aún parece dispuesta a resistir otros catorce siglos el
oleaje del tiempo.
Al decir esto no se pretende resolver desde luego el problema
de si el ser de las naciones es anterior a su valor o si es su valor,
por el contrario, lo que crea y conserva su existencia. Lo que se
afirma es que hay en ello una cuestión genérica, es decir, relativa
a todas las naciones, que ha de esclarecerse antes que la específica
de la Hispanidad. Y para precisarla mejor se ha de emi>ezar por
dejar establecida que en todas las naciones el patriotismo es com-
plejo y se refiere al mismo tiempo al territorio, a la raza y a los
valores culturales, tales como las letras y las artes, las tradicio-
nes, las hazañas históricas, la religión, las costumbres, etc. El
patriotismo del hombre normal se dirige al complejo de todo ello :
territorio, raza y valores culturales. Ama el territorio natal por-
que es el que le ha nutrido, y su propio cuerpo viene a ser un
pedazo de la tierra nativa. Quiere a las gentes de su raza porque
son también pedazos de su tierra y se le parecen más que las de
otros países, por lo cual las entiende mejor. Aprecia más que
otios los valores culturales patrios porque su alma se ha criado
en ellos y los encuentra más compenetrados con su tierra, su
gente y el alma de su gente que los de otras naciones. Pero en
este afecto hacia el territorio, la raza y los valores hay sus más
y su¿ menos. Los pueblos quieren más el territorio y la raza ; las
gentes cultivadas, los valores. Entre los pueblos, el patriotismo
de los nórdicos : ingleses, alemanes, escandinavos, es más racial
que territorial; el de los latinos, más territorial que racial. Entre
los mismos españoles, el sentimiento de los catalanistas es más
territorial que racial, mientras que el de los bizcaitarras, más
racial que territorial. El hombre medio considera como su Patria
el complejo de territorio, raza y valores culturales a los que per-
tenece, y no se pone a discurrir que lo constituyen elementos
heterogéneos, de los cuales unos son «ónticos» : el territorio y la
raza, mientras que los culturales son espirituales o valorativos.
Pero de esta heterogeneidad surge el problema.
El pensador — y a veces también el político, el escritor y todo
BI. SBR DB LA HISPANIDAD 239

ei que intente ejercitar alguna influencia sobre sus compatriotas —


tiene que preguntarse si en este complejo de la patria es lo pri-
mfio y más fundamental el territorio, la raza o los valores cul-
turales : los elementos ónticos o los espirituales. Aunque todavía
puede estrecharse la pregunta, porque no se puede discutir el
ser de la Patria, ni el de los valores culturales. ¿Cómo vatnos
a poner en tela de juicio el ser del «Quijote» o el de la batalla
del Salado? No se trata de eso, sino de comprenderlos, para lo
cual hay que dilucidar si d ser de la Patria, mezcla de elementos
ónticos y valorativos, surge de sus elementos ónticos o de los
valorativos. La consecuencia práctica de adoptar una u otra solu-
ción será de inmensa transcendencia, como hemos de ver más
adelante. Se trata de uno de los máximos dilemas que pueden
presentársenos en la bifurcación de los caminos : el de la primacía
del valor o la del ser. En último término, hay que elegir entre
pensar que en el principio era el Verbo, como dice San Juan, }•
que «el Espíritu de Dios flotaba sobre las aguas», como describe
el Génesis, o suponer que nuestro verbo y conciencia y presun-
ciones morales emergen inexplicablemente de la «tierra desnuda
y vacía y de las tinieblas sobre el haz del abismo»... Pero la
cuestión de la Patria no es tan complicada y será resuelta sin
gran dificultad.

RAMIRO DE MAEZTU
Hacía una España corporativa

I V y i'xTiMo

EL RÉGIMEN SINDICAL

AS leyes que proclamaban la libertad de sindicación, no lo-


L graron impedir los trastornos engendrados por el continuo
advenimiento de nuevas oleadas extremistas ; bien al con-
trario, su insuficiencia y falta de perspectiva las convertían en sus
más eficaces colaboradores. Lejos de asumir la obligación del Es-
tado de proteger ía vida profesionall, tales disposiciones, por arras-
trar el peso muerto de la ideología revolucionaria, surgían como
forzada táctica del Poder público en reconocimiento del derecho
de los individuos a asociarse. Este grave error de principio, hizo
que las industrias sufriesen los daños inherentes a una absurda
libertad de asociación, convertida muy pronto en tiranía de los
más audaces y fuente de inacabables conflictos.
Por de pronto, la despreocupación del Estado ante los inte-
reses reales de las profesiones, originó un caprichoso funciona-
miento de los sindicatos, quienes, en vez de adaptarse a las exi-
gencias de la economía, se constituyeron con vistas al más fácil
éxito de sus reivindaciones inmediatas. El sindicato de clase,
fruto directo del agnosticismo liberal, había de dar mayores pro-
porciones a la oposición patronal-obrera, que fué también su coro-
lario incontestable. En dicho sindicato, hallaron las doctrinas
socialistas eficaz apoyo y amplio campo de experimentación, ya
que su base misma era eminentemente marxista, como fundada
en la separación, o, por mejor decir, en la lucha entre los elemen-
tos productores. La asociación obrera hizo surgir, en efecto, otra
asociación patronal, y estos dos factores indispensables para el
desarrollo de la riqueza, en lugar de tender hacia la síntesis y
HACIA UNA ESPAÑA CORPORATIVA 241

: coordinación de sus esfuerzos, inauguraron un período de lu-


chas y violencias, cuya víctima cierta fué el patrimonio colectivo.
Otro de los achaques del sindicato, consiste precisamente en
su condición de facultativo, que le fué impuesta como una ga-
rantía de esterilidad por el liberalismo dominante, siempre te-
meroso de hallar frente a sus poderes absolutos, fuertes organi-
zaciones de productores. El hecho mismo de convertir la sindi-
cación en una libertad y no en una función social, revela hasta
qué extremos catastróficos llegaba el fetichismo del régimen, y
cuan grande era su imprevisión. Tal libertad sirvió, en efecto,
para que pequeñas minorías de sindicados, apoyándose en el pres-
tigio y la fuerza que confiere la asociación, dominasen con sus
estridencias y hábiles manejos todo el conjunto profesional. Si
se tiene en cuenta que estos núcleos minoritarios, lejos de sig-
nificar una selección, representaban frecuentemente a los elemen-
tos más ineptos y turbulentos de los oficios, podrá vislumbrar-
se la magnitud del desastre causado por ese sistema, que en-
tregaba el trabajo nacional y la riqueza pública en manos de
unos cuantos agitadores. Allí donde el temperamento racial o el
azar de las circunstancias, pusieron al frente de las organiza-
ciones obreras a personas de responsabilidad y prestigio, la sin-
dicación se mantuvo dentro de cauces apropiados ; pero aún en-
tonces, el asedio de los perturbadores para vencer esos baluar-
tes de resistencia, obligaba a dilapidar todos los esfuerzos en
estériles pugnas, porque la ley, con su criterio de libertad in-
orgánica, hacía el juego del perturbador, consintiéndole estable-
cer sindicatos de oposición, cuyo único fin era apoyar desde ellos
lina política demagógica, encaminada a desmoralizar al sindica-
to solvente. Aún suponiendo que la agrupación de los mejores
llegase a vencer todos estos manejos, todavía su labor perma-
necía infecunda, por carecer de autoridad respecto a los no sin-
dicados, quienes libres de toda disciplina, vulneraban los pactos
que aquél establecía en aras del interés general.
El sindicato libre, no es órgano de la profesión, sino arma
de combate, agresiva y violenta, puesta al servicio de los indi-
viduos que a él se acogen. Su alcurnia liberal, se manifiesta en
'«1 carácter eminentemente partidista que le infundió dicho ré-
.gimen político. La misión de este sindicato, se limita, en efec-
242 ACCIÓNESPAÑOLA

to, a amparar y defender un conjunto de intereses individuales.


Si desde éstos se eleva hacia un grado más alto, es para llegar-
ai concepto de partido político-social, como mejor atractivo o
aglutinante de aquéllos, y su término de acción y decisivo im-
pulso, es la clase, aportación marxista que le hace olvidar los
deberes patrios, meciéndole en un utópico internacionalismo. La
nación y la profesión, son para él entelequias que no tienen la
menor influencia en sus determinaciones, y del mismo modo que
el legislador sólo se preocupa de garantizar los derechos del in-
dividuo a sindicarse, donde y como üe plazca, al sindicato sólo
le afecta la mejora de los asociados, sin importarle que por lo-
grarla se hunda la industria o se infieran graves daños al país.
Por parte de espíritus destacados, se vislumbró todo el ries-
go que para la paz social encerraban los sindicatos de clase, y
rememorando el concepto totalizador y armónico de las antiguas
Corporaciones, quisieron formar entidades netamente profesiona-
les, donde reunidos patronos y obreros, decidiesen los problemas
comunes con vistas al mejor desarrollo de la riqueza. Estos lau-
dables empeños se estrellaron ante la avalancha marxista y la'
ineptitud del Estado liberal, cuya legislación imprevisora ofre-
cía la lucha de clases. Dichos sindicatos mixtos, que son el ori-
gen de las modernas Corporaciones del trabajo, no pudieron sub-
sistir frente a la conducta demagógica de sus adversarios, y por'
si ello no fuera bastante, dentro del régimen de libertad sindi-
cal, estaban también condenados a la esterilidad, pues en las'
grandes explotaciones, un solo patrono contrata millares de obre- >
ros, y es imposible hermanar dos elementos tan desproporciona-
dos dentro de un mismo organismo de carácter privado. Si fra-
casaron en la industria, los sindicatos mixtos tuvieron especial
arraigo dentro de la agricultura, donde se enlazan profundamen-
te los intereses en juego y existen gradaciones intermedias entre
la condición de patrono y obrero, hasta el punto de llegar a par-
ticipar de ambas calidades una misma persona. Los sindicatos
agrícolas, en virtud de este carácter predominante, lograron im-
pedir el avance socialista en los medios rurales, y tan pronto-
como cedieron terreno a las organizaciones de lucha, la anarquía-
se enseñoreó de ellos, ocasionando irreparables perjuicios.
Los sindicatos obreros, tuvieron como punto de partida la lo--
HACIA UNA SSPAÑA CORPORATIVA 243

calidad, englobando en un mismo organismo efectivo, tantos em-


briones de juntas como oficios se hallaban representados dentro
de ellos. Dichas uniones locales, en las ciudades importantes,
dieron lugar a la formación de diferentes sindicatos, que a pesar
de su amplia autonomía, continuaban relacionados bajo la di-
rección del partido o grupo político-social donde se hallaban afi-
liados. Las federaciones locales, mantuvieron estos enlaces de
modo permanente, si bien su acción en la órbita económica fuese
muy reducida y sólo al afectar un conflicto a todos los trabaja-
dores de la localidad, adquirían verdadera importancia. Hay oca-
siones en que la unión local es substituida por la unión regional,
coexistiendo también federaciones de este carácter al lado de las
locales, a quienes se atribuyen prerrogativas semejantes dentro del
área de su jurisdicción.
Si bien tanto las leyes, como las circunstancias políticas que
presidieron su natalicio, condenan al sindicato a vivir divorciado
de los verdaderos intereses profesionales, la realidad, más fuer-
te que los prejuicios, hizo que junto al interés de clase que im-
pera en las uniones y federaciones antes citadas, se abriese paso
también la solidaridad impuesta por el común oficio. Las fede-
'raciones nacionales, responden a esta exigencia inexcusable, y
por medio de ellas, se coordina la acción de todos los sindicatos
de una misma industria extendidos a través del país. Su influen-
cia, trata de prevalecer sobre las demás entidades intersindica-
les, pues, en definitiva, éstas se hallan constituidas por elemen-
tos menos afines, ya que es el oficio y no la clase el verdadero
módulo al que es necesario acudir para fijar las condiciones de
trabajo y la situación económica del obrero.
Las confederaciones nacionales, agrupando todos los sindica-
tos existentes en el territorio de un Estado, sin distinción de
oficios ni industrias, fueron establecidas con respeto de los de-
más organismos jerárquicos, y aunque la adhesión se realiza casi
siempre por las entidades de primer grado, suele exigirse que
éstas formen parte de una federación local, y también de la na-
cional correspondiente a su profesión. La idea de que las reivin-
dicaciones planteadas por los sindicatos, rebasaban el marco del Es-
tado dentro del cual vivían, les indujo a buscar por encima de
las fronteras, vínculos de unidad y cooperación. Como no han
24^ ACCIÓN USPAÑOLA

aparecido hasta hace poco núcleos sindicales de carácter nacio-


nal, las internacionales recogieron casi todas las fuerzas obreras
del mundo. Su influencia no es, sin embargo, tan decisiva como
en un primer momento se esperaba, y excluidas las cuestiones
de táctica revolucionaria, los resultados a que consiguen llegar tie-
nen mucho de teóricos, porque en el orden económico, se pre-
sentan ante los obreros, las mismas o parecidas dificultades que
dentro de la órbita política dividen entre sí a los distintos pue-
blos.
El sindicalismo patronal, en un principio se creó para evitar
la competencia ruinosa, buscando fórmulas de colaboración que
impidiesen una lucha demasiado áspera dentro de los mismos sec-
tores industriales, amparándolos en conjunto, frente a las aco-
metidas de orden fiscal y la política cada vez más intervencio-
nista seguida por los gobiernos. Ante las continuas reivindica-
ciones que planteaban los obreros, las asociaciones patronales hu-
bieron de adoptar nuevas modalidades, defendiendo los intereses
amenazados y cerrando acuerdos con las representaciones prole-
tarias. No obstante, hay que distinguir siempre entre la entidad
patronal de carácter genérico, que sigue cumpliendo los primi-
tivos fines informativos o de protección económica y el sindicato
del mismo sector, exclusivamente dedicado a la resistencia, en-
frentándose con las organizaciones obreras, hasta llegar a opo-
ner frente a la huelga, el lock-out o cierre voluntario. Aunque
procuran adaptarse a las modalidades de los sindicatos obreros
las asociaciones patronales, sólo en determinados ramos presen-
tan carácter local, predominando la tendencia en favor de los
núcleos regionales o nacionales. Han establecido también por exi-
gencia ineludible de la realidad, federaciones interprofesionales
a base de regiones e industrias, existiendo en la mayor parte de
los países, una confederación nacional que dicta normas gené-
ricas y unifica las aspiraciones esenciales de la clase.
La acción de los sindicatos se ejerció predominantemente so-
bre el contrato de trabajo, base de las relaciones laborales y cen-
tro en torno del cual gira toda la legislación obrera. Si corres-
ponde a cada concepto del Estado una fórmula distinta para sin-
tetizar su política social, podemos decir que el contrato indivi-
dual de trabajo, resume el criterio del Estado liberal en este
HACIA UNA KSPAÑA CORPORATIVA 245

orden de ideas. Durante un largo período histórico, sirvió de


única pauta a los acuerdos que cerraban patronos y obreros, re-
gulando cuantas incidencias surgían del cumplimiento y ejecu-
ción de aquellos. La técnica de este contrato no puede ser más
simple ; el obrero, acudía reclamando trabajo y el patrono o su
representante le advertían de las condiciones establecidas en la
empresa, y una vez aceptadas por el primero, entraba a formar
parte del equipo correspondiente. La moral del Estado se sentía
satisfecha con esta Ubre aprobación de las cláusulas contractua-
les, porque la voluntad del trabajador se había decidido sin coac-
ciones externas, y tan firme era esa convicción, que con una te-
meridad ejemplar abandonó toda tutela, encargando a los Có-
digos civiles, dilucidar los gravísimos problemas derivados de
acto tan trascendental.
Fácil es advertir, que en ese contrato ni existe libertad
por parte del obrero, ni garantía alguna por parte del patrono.
El obrero contrata coaccionado por la necesidad, a veces por el
hambre, y acepta todo con tal de obtener lo preciso para no
morir de inanición. Las cláusulas le son ifnpuestas, y, además,
desconoce la forma en que debe prestar sus servicios. En efec-
to ; la jornada y el salario no son todo, y las cuestiones de ren-
dimiento, multas por retraso o defectos en la producción, hora-
rios, etc., quedan al arbitrio del reglamento de la fábrica y no
son discutidas, ni es posible discutirlas entre el patrono y un
obrero, pues de aceptar para cada caso individual una modifica-
ción, habría tantos reglamentos como trabajadores. Idénticas fal-
tas de garantía presidían la fijación del salario. En lugar de ins-
tituirse conforme a motivos racionales, se establecía según la
concurrencia, y, por tanto, con permanente riesgo de inestabi-
lidad, perjudicándose los obreros entre sí durante las épocas del
paro, cuando mayor defensa necesitaban.
La situación del patrono, si fué preeminente durante un
tiempo, cambió una vez organizados los obreros en sindicatos.
La superioridad, en cierto modo, pasó a favor de estos últimos,
cuando eJ Estado, poco propicio a contrariar el orden demagó-
gico de entidades que representaban millares de votos, dejó cam-
par a éstas por sus respetos. Además, el espíritu de asociación
«ncuentra terreno menos favorable en el sector patronal que en
246 A C C I Ó N K S P A S O L A

el obrero y la licitud de la huelga, reconocida después de más de


medio siglo de prohibición ante el creciente poderío de las masas
prdletarias, hizo que las empresas Juviesen que capitular sin con-
diciones, ante un enemigo superior en fuerza, más disciplinado
y mejor dirigido. Una vez endémico tal estado de violencia abu-
siva, el patrono quedó a la merced de los sindicatos, quienes alte-
raban caprichosamente las condiciones de trabajo y hacían im-
posible una explotación racional.
Todos estos hechos condujeron hacia el llamado contrato co-
lectivo de trabajo, si bien en puridad de términos tiene muy
poco de contrato, porque como hemos de ver, su eficacia estriba
en que sea acatado por todos los componentes de un oficio, aún
cuando no lo hayan aceptado voluntariamente ni hayan interve-
nido en su elaboración de modo directo. El contrato colectivo, es
la norma de carácter general que sirve de módulo a los contratos
individuales de una profesión determinada, hasta el punto de
transformarse en obligada base de sus cláusulas. Dicho conve-
nio surge como resultado de la organización sindical, porque una
vez arraigadas, las asociaciones proletarias tienden a pactar subs-
tituyéndose al obrero individual, y el patrono, para la mejor
aceptación de sus pretensiones y adecuada defensa del interés de
clase, requiere también el compromiso solidario de los demás,
cerrándose un acuerdo que afecta por igual a cuantos elementos
participan en una industria determinada.
Las ventajas del convenio colectivo son evidentes. Desde el
punto de vista obrero, restablece la igualdad entre las partes, bo-
rrándose la situación depresiva en que acudía a solicitar trabajo,
hasta el punto de aceptar condiciones desfavorables e imprevisi-
bles bajo la coacción apremiante de circunstancias adversas. Si
entre patrono y obrero individualmente no cabía hacer conce-
siones respecto a reglamentación del trabajo en el taller, colec-
tivamente es posible llegar a fórmulas beneficiosas, cuya máxi-
ma garantía consiste en ser conocidas de antemano y elaborarse
de común acuerdo. Las mejoras conseguidas, lejos de ser atribuí-
bles a una sola persona y poder alterarse por la concurrencia de
obreros sin trabajo, se mantienen durante períodos relativamen-
te largos, y en lo sustancial permanecen en vigor por tiempo
indeterminado. Finalmente, las organizaciones patronal y obre-
HACIA UNA ESPAÑA 0OSUH5RATIVA 247

ta que han servido de sustento al convenio colectivo, fijan co»


criterio a la vez científico y humano el tipo de salario, hacién-
dolo fluctuar según las exigencias de la categoría, rendimiento
.y necesidades familiares.
Por lo que respecta al patrono, los beneficios no son menores.
El contrato individual, les dio fuerza decisiva, en tanto los obre-
ros permanecieron sin organización, pero tan pronto la hubieron
conseguido y fortificado, cualquier pendencia o reclamación in-
significante, provocaba una huelga, y, con ella, la revisión de
todas las condiciones de trabajo, aparte los perjuicios ocasiona-
dos por el paro en sí mismo. El convenio colectivo aleja la po-
sibilidad de conflictos, pues en él se preven Jas causas que pueden
engendrarlos, regulándose de mutuo acuerdo las condiciones del
trabajo y fijando el procedimiento a seguir en caso de disenti-
miento. Además de garantizar un plazo mínimo de vigencia, pro-
tege contra debilidades de otros patronos, que al ceder en de-
terminadas reivindicaciones parciales, comprometen a todos los
del ramo, siendo a la vez el remedio más eficaz para impedir
abusos de quienes aplicando condiciones de trabajo menos gene-
rosas, pueden realizar una competencia desleal. El convenio co-
lectivo, dado su carácter de ley para la profesión y regir, si no
€n toda la latitud del territorio, dentro de grupos industriales
™uy importantes, es susceptible de alcanzar resultados perdu-
rables. No obstante, a>l completo éxito de esta fórmula inteligen-
*^> se oponen una serie de obstáculos emanados del sistema poli- .
tico liberal, que trata de cerrar el paso a todo cuanto significa
•organizar la sociedad en grupos de productores.
- El convenio colectivo, por reunir a la vez características de
reglamentación de trabajo y ordenamiento económico, necesita
apoyarse en una estructura profesional del país que posea pres-
tigio y autoridad para superar los conceptos sindicales, proyec-
tando las cuestiones debatidas hacia los planos de una solidari-
dad efectiva entre las clases. Su propia amplitud demuestra has-
ta qué punto resultará nefasto traer a él los apasionamientos y
ficticias sugestiones que esmaltan todas las campañas callejeras.
Contiene, por lo común, salarios-tipos, jornada, indemnizaciones,
tarifas de las horas extraordinarias, duración del aprendizaje y
-creación de comités especiales con poderes bastantes para dilu-
2<8 ACCIÓNBSPASOLA

cidar dudas y resolver discrepancias. Es imposible reglamentar:


estas materias con eficacia y acierto, sin saber que los acuerdos
se han de cumpllir sin excusa dentro de la zona profesional a
que alcanza el pacto, pues basta que una minoría de patronos o
de obreros boicoteen la fórmula adoptada, para cuartear el edi-
ficio e inutilizar la labor de aproximación. Por otra parte, como
sería ilusorio que en las deliberaciones participasen todos los
elementos interesados, se hace indispensable acudir a fórmulas
representativas, de modo que una vez aplicadas no suponga la falta
de intervención el quebrantamiento de lo acordado. En último
término, las partes deben ejercer un poder de sanción, sin el
cual toda rebeldía quedaría impune y cualquier desacato sería
posible.
Estas premisas, entrañan la completa destrucción del Estado
liberal. No en balde el artículo 3.° de la Declaración de los De-
rechos del Hombre establece que el principio de toda soberanía-
reside en la nación, y ninguna Corporación ni individuo pueden
desempeñar autoridad sin dimanar de ella. Siendo este precepto
la base misma del Estado, ¿ cómo podrán subsistir dentro de él
instituciones con poderes legislativos, ejecutivos y judiciales en
las materias propias de su competencia? Sería herejía flagrante
y subversión inaudita de los cánones democráticos. Unos orga-
nismos que no son elegidos por todos los ciudadanos, clasificados
en absurdos colegios y alevosamente sofisticados a través de la
urna infamante, no pueden dentro de la pura ortodoxia liberal,
dictar reglamentos obligatorios y sancionar a los contraventores
de sus acuerdos. Los hombres, sólo como esclavos del sistema y
sometidos a sus manejos arbitrarios, pueden participar en la so-
beranía ; dentro de la profesión, libres de coacciones y abusos
de Poder, su destino es acatar silenciosamente los designios de
las oligarquías prepotentes que les tiranizan.
En manos de ^os liberales, de los demócratas o de los so-
cialistas, el Estado sigue siendo el mismo de la Declaración de
los Derechos del Hombre. Enemigo de los organismos corpora-
tivos, limita cuanto le es posible las facultades de los sindica-
tos. En régimen socialista, que aparentemente debía serles más
favorable, son absorbidos por el partido, cuyos afanes se limitan
a vivir sobre el país, vomitando reformas tan espectaculares coma
HACIA UNA ESPAÑA CORPORATIVA 249

ruinosas, especie de morfina suministrada gn fuertes dosis para


engañar la miseria y el hambre del pueblo. Todos los grupos
impregnados de savia liberal, procuran esterilizar el contrato co-
lectivo, haciéndolo inútil o convirtiéndole en arma demagógica y
perturbadora. Las legislaciones de los países donde estas ten-
dencias dominan, exigen una serie de formalidades difíciles de
cumplir para reconocer validez a dichos convenios, hasta el pun-
to de advertirse una disminución progresiva de los mismos, que
pasan en Francia de 557 en 1919, a 58 en 1927. Lo mismo ocu-
rre en los conflictos colectivos del trabajo, cuyo planteamiento
no cesa de perturbar las relaciones sociales, sin que pueda fijar-
se un límite a su demoledor empuje. Sólo Australia (1904), Ca-
nadá (1907) y Noruega (1922), han establecido el arbitraje obli-
gatorio, prohibiendo la huelga y el cierre. En todos estos países
dicha medida ha fracasado más o menos estrepitosamente, y sólo-
Italia, que la adoptó en 1926, bajo la égida de un Gobierno anti-
liberal, pudo lograr éxitos decisivos, cuya importancia estudia-
remos. Sin embargo, los derechos de huelga y cierre no son sos-
tenibles cuando una organización profesional dicta las normas
que han de imperar en la vida del trabajo, atendiendo como úni-
cas sugestiones al supremo bien de la patria y a la prosperidad
del oficio. Garantizada la eficacia de los pactos colectivos, sin
influir en su elaboración arbitrariedades y coacciones, el Estado
tiene derecho a poner fin al desbarajuste que representa dejar la
producción desamparada, ante los ataques de cabecillas insol-
•ventes y asociaciones perturbadoras. El Estado liberal puede
permitir ese continuo fuego de guerrillas que convierte a los sin-
dicatos en hordas enemigas, atrincheradas tras la garantía del
mego democrático, porque a cambio del dejar hacer no da una
pauta de obrar, reparadora y diligente ; un Estado corporativo
€n ningún caso tolerará estos desmanes.
La política de división y sus catastróficos resultados, hemos
de repetir que son consecuencia del sistema. Liberalismo signi-
fica partidismo, escisión, fraccionamiento, y en él campo social,
pugna entre los intereses, guerra entre las clases, lucha entre
los sindicatos. Un Estado corporativo, es decir, fundado sobre
los organismos básicos y naturales del país, exige, ante todo, la
unanimidad ; pero esta unanimidad debe forjarse a base de idea-
250 ACCIÓNBSPAÑOLA

les y realidades esencialmente nacionales. No podrá nunca me-


recer garantías un convenio colectivo, pactado por asociaciones
dependientes del extranjero, que pueden boicotear por medio de
cláusulas alevosas la riqueza patria, en beneficio de sus compe-
tidores y rivales. Ni será posible tampoco otorgar fuerza de ley
a estos acuerdos, si las entidades enemigas de quienes los han
cerrado, poseen armas suficientes para desprestigiados, oponién-
dose a su cumplimiento con alardes demagógicos y promesas alu-
cinadoras.
El convenio colectivo es insustituible si se quiere llegar a un
estado de armonía social que limite las conflagraciones provoca-
das por el liberalismo y sus sucedáneos. Fuera de aquél nunca
podrá llegarse a asegurar un salario racional, equitativo y jus-
to, adecuado a las necesidades mediatas e inmediatas del obrero
y a la capacidad económica de la producción. Toda la selva le-
gislativa de los modernos Estados no conseguirá mitigar siquiera
la sed de justicia que experimentan los hombres de las actuales
generaciones. Sus instituciones centralizadas, faltas de emoción
y de calor popular, serán hipotecas ruinosas para el país y ho-
gares de burocracia estéril, porque los sistemas de fijación del
salario conforme a normas rígidas y uniformes, van cediendo
el paso a la exigencia de amoldarlo a las caracteísticas de las
distintas industrias. Una vez garantizada la obligatoriedad de un
salario mínimo familiar, que éste se complemente o adopte la
forma de participación en los beneficios o de accionariado obrero,
con o sin régimen de cogestión, debe ser obra de las Corpora-
ciones, organismos que por representar la profesión entera—y no
como el sindicato a una parte de ella—pueden con absoluta auto-
ridad decidir estas trascendentales cuestiones. La producción bajo
el régimen sindical, cruje amenazada de ruina, pues los sindica-
tos, mediatizados por los partidos y por las clases, se levantan
como arma vengativa y demoledora. Redimiéndolos de sus ne-
fastas trabas, elevándolos a la categoría de órganos estatales,
fundiéndolos en la Corporación por el noble estímulo del oficio
y sumándolos a la obra de engrandecimiento patrio, lograremos
vislumbrar las fecundas perspectivas de la nueva época que al-
borea en el horizonte mundial.

EDUARDO AUNOS
Breve historia de Cataluña
republicana

II

E N anacrónico marco de peluche, la estampa liberal de la re


volución de 1868. El pueblo iluso, fácil barro en qtie soñar
estériles quimeras, se entregaba jubiloso a un nuevo experi-
mento de frivolidad política. ¡ Tanto habló en ripio de aleluyas
la maledicencia indocumentada influida por irradiaciones de disci-
Pulazgos jacobinos, atentos al manejo hábil y continuo de la in-
juria y la calumnia como armas de su batalla contra doña Isa-
"cl I I ! Caído el trono de los Borbones, triunfaba, siquiera fuese
por poco tiempo, ese gran infundio de la soberanía popular. Las
»-ortes articularían por su sabia representación los fundamentos
de un Estado liberal y progresivo... Causa asombro y mueve a
Sonrisa, por reflejar una ideología pueril y falsa que aún persis-
te, tristemente, en nuestro país, la lectura de los comentarios que
un anónimo liberal puso a la primera edición (Imprenta de Cues-
ta. Madrid 1869) de la ley constitucional de la nueva España.
«¿Vo es —dice la nota preliminar con grave tono— la carta que.
otorga una dinastía al pueblo que rige, como muestra de su amor
^l progreso político y a los adelantos sociales ; no es una conce-
sión de derechos arrancada a un monarca por m.edio de un motín
o de una sublevación popular; no : es el código fundamental de
^na nación que se regenera...»
Al punto del destronamiento de doña Isabel I I , el republica-
nismo español que hasta entonces tascara el freno de la cuerda rea-
252 ACCIÓN BSPAÑOLA

lidad frente a sus utópicos romanticismos, inició activamente su-


marcha ; bien pronto los representantes regionales del partido re-
publicano federal convinieron una serie de pactos y constituyeron-
diversas agrupaciones super-regionales. Uno de los primeros pac-
tos aludidos, el de Tortosa, acaso el más importante de todos,
comprendía los territorios de la Confederación catalano-aragonesa :
Cataluña, Aragón, Valencia y Baileares, comprometiéndose los
pactantes a que cada uno de estos pueblos conservara autonomía
absoluta ; de todo ello no apareció ni rastro en la discusión por las
Cortes del proyecto constitucional.
Instituida la primera y fugaz República española el 11 de fe-
brero de 1873, los federales catalanes creyeron llegada la hora
de establecer la República del Estado catalán, sin aguardar la de-
cisión suprema de las Constituyentes que funcionaban en Madrid.
No era un propósito antiespañol, ni había anhelos separatistas en
sus dirigentes más destacados ; se trataba sólo de un federalismo
a la manera norteamericana, bien que inoportuno en la elección
de momento. La intervención de dos republicanos prestigiosos, li-
bres de sospechas de centralismo : Pí y Margall y Estanislao Fi-
gueras, impidió que el intento tuviera lamentable realidad.
La actitud de la Asamblea reunida en Madrid no tranquilizó
a los catalanes más exaltados. En vista de ello, la Diputación de
Barcelona aprobó una disposición confiriendo al diputado provin-
cial D. Baldomero Lostau plenos poderes para formar un Gobier-
no provisional que convocara Cortes catalanas. La República ca-
talana sería proclamada el 9 de marzo; parecía contarse con la
acción de 'las guarniciones de Barcelona y de otras ciudades, con la
adhesión de importantes elementos civiles, políticos y financieros
y con el apoyo de numerosas f uferzas vivas; otros sectores valio-
sos, sin embargo, ©poníanse al propósito por considerarlo despla-
zado de las realidades posibles.
Figueras, como presidente del Poder ejecutivo de la República
española, marchó con toda urgencia a Catailuña, en tanto que Pí
y Margall, ministro de la Gobernación, celebraba una histórica
conferencia telegráfica con los dirigentes del movimiento, logran-
do tras no pocos y decisivos esfuerzos hacerles desistir de su plan.
E n su «Historia nacional (¿) de Catalunya» ha escrito Rovira y
Virgili estas frases : *Pí y Margall y Figueras obraron lealmen-
ER3VE HISTORIA DK CATALUÑA REPUBLICANA 253

^ef porque creyeron seguro que las Cortes adoptarían el sistema


federal, en el que Cataluña tendría su plena autonomía política,
jurídica, económica y adm^inistrativa. Pero los acontecimientos
siguieron otro camino. En m,edio de las tristes perturbaciones de
^•quellos días tempestuosos, la proyectada Constitución federal no
llegó a realizarse, y el Estado catalán, a punto de ser proclamado
^l 9 de marzo, no se constituyó». Mas Rovira y Virgili no se
detiene a analizar lo que ^hubiera podido ser, de constituirse ese
insensato Estado independiente. Maquiavelo, en cambio, hubiera
tenido en ello motivo precioso para escribir una página ejemplar.

* * *

Ivas primeras apariciones fácilmente apreciables de anhelos po-


líticos de autonomía catalana ocurrieron en los tiempos de la se-
gunda guerra carlista. Eran días de exaltación. Debatíanse los más
3itos poderes del Estado entre oleadas de sangre, luchando el oro
^« la tradición española contra el cobre demoliberal, salido del
«oquel enciclopedista. En la subversión de valores, Cataluña ex-
presaba ya, con acento menos seguro que el pronóstico, sus aspi-
raciones a recobrar las antiguas libertades, los derechos que u»
•"la constituyeran su mayor riqueza espiritual : la autonomía, el
tueristno; precisamente lo que la Comunión tradicionalista, en
coincidencia absoluta con la Iglesia, defendía y propugnaba. Váz-
quez de Mella lo ha dicho : «El liberalismo revolucionario, cuando
nabla de descentralización, concediendo tales o cuáles atribuciones
*« el orden administrativo a las regiones, cree dispensarlas una
'"'^^^ced... Para los tradicionalistas, eso es el reconocimiento de
"H derecho que el Estado está obligado a reconocer.*
Se iniciaba lo que Maragall llamó el alzamiento de la conciencia
colectiva del pueblo catalán. Eran voluntades que pedían un ré-
«inien de administración autónoma para la región catalana, sin
*ián ni intención alguna desmembradora del cuerpo del Estado
••^ero transcurrían los años y los lustros, y frente a la indiferencia
SJsneral, hacíanse más amplios, cundían con mayor intensidad 3-
P<»itiva presteza por todos los rincones del territorio los íntimos
•deseos.
En la cuestión carlista, Cataluña tenía un pleito propio que
254 ACCIÓN ESPAÑOLA

defender ; el triunfo de D. Carlos era el triunfo de &!i propia cau-


sa y la satisfacción de sus ideales. Por encima de la querella di-
nástica en sí misma, brillaba para Cataluña su afán. Por eso, res-
taurada en Sagunto la Monarquía con D. Alfonso XII, Cataluña
realizó diversos actos inspirados en las más estrictas normas de
respeto y de adhesión práctica y conducentes al logro de sus as-
piraciones. Uno de esos actos, quizás el más importante, consistió
en la presentación al Soberano, por Valentín Almirall, organiza-
dor del primer Congreso catalanista y orientador concreto de las
aspiraciones de sus coterráneos, de una «Memoria en defensa de
los intereses morales y materiales de Cataluña», en la que luego
de resumir todas las ofensas que decíase haber recibido de los
Gobiernos centrales, exponía los puntos básicos del régimen autó-
nomo cuyo establecimiento solicitaba.
Se podía apreciar en Cataluña un progresivo renacimiento li-
terario, de inocente apariencia en sus comienzos, pero que, según
avanzaba, tornábase acre y peligroso medio de propaganda cata-
lanista, infiltrado a veces de notorio antiespañolismo. Los tradicio-
nales Jochs Floráis, de tan magnífica historia antigua, eran cáte-
dra de regionalismo y mítines de pasiones desatadas. La esterili-
dad del sistema parlamentario, la cerrazón del llamado régimen
liberal, no sabía ver, en su enquistamiento suicida, la gravedad
creciente cada hora del problema, bien dispuesto a la solución en
su génesis y más tenebroso de día en día por función de la in-
sensatez con que se le menospreciaba. Por los años de 1880 cons-
tituyóse en Barcelona un grupo denominado «La joven Cataluña»,
que reunía figuras destacadas de la literatura y de las artes —Gui-
merá, Roca y Roca, Mané y Flaquer, Picó...— preocupados de
resucitar los fueros, usos y costumbres de la vieja autonomía. Se
fundó, como órgano de las nuevas doctrinas, el diario «La Renai-
xensa», y cundieron, con vida más o menos prolongada, las revis-
tas, cuyos títulos eran bien significativos ; por ejemplo : «Les
Cuatro Barras» y «Lo Regionalista». En 1887 hubo disensiones
entre los miembros del «Centre Catalán fundado por Almirall, y
•riginóse entonces la creación de la «Lliga de Catalunya», de tipo
puramente romántico y a cuyo frente figuraba el gran poeta y
dramaturgo Ángel Quimera. El hecho más definidor de aquella
Liga fué la entrega a la Reina regente, con motivo de la visita
EREVE HISTORIA DK CATALUÑA RKPÜBI,ICANA 255

realizada por doña María Cristina a Barcelona, a fin de inaugurar


la Exposición Universal de 1888, de un mensaje pidiendo régimen
de autonomía para Cataluña.
Honda emoción produjo el discurso pronunciado por el glorio-
so maestro Menéndez y Pelayo en los Juegos Florales que se ce-
lebraron por aquellos días en la ciudad condal. Presidíalos doña-
María Cristina, y el insigne polígrafo hizo en catalán una ora-
ción magnífica, en la que, dirigiéndose a la Reina dijo: «Vuestro
espíritu generoso y magnánimo comprende bien que la unidad de
los Pueblos es la unidad orgánica y viva, y no puede ser una uni-'
dad ficticia, verdadera unidad de la muerte.v
E>os años después, el futuro apóstol del nacionalismo catalán
Enrique Prat de la Riba, entonces alumno de Derecho en la Fa-
cultad de Barcelona, enunció por primera vez la idea fundamental
de lo que había de ser su ideario : «La patria catalana, pequeña
^ grande, es nuestra única patria.-»

* * *

¿Republicanismo? Todavía por aquellos tiempos el republica-


nismo netamente catalán apenas si anidaba en muy pocos pechos
exaltados. Lo demuestra el examen de los documentos oficiales
y particulares de la época, libros, periódicos, discursos... El famo-
so «Programa de Almirall», síntesis de las aspiraciones catalanis-
tas de entonces, fechado en Barcelona el 12 de abril de 1890 y
distribuido como manifiesto por el «Centre Cátala», decía en sus
primeras líneas : tToda Cataluña formará una sola región auto-
*^oma dentro de la nación española, tanto si ésta está constituida
por varias regiones como si, exceptuada Cataluña, sigue el r¿<^i-
•'"^i unitario el resto de la nación y cualquiera que sea la forma
"« gobierno que tenga, mientras se garantice a la región sus de-
^echosv. Puntos importantísimos de dicho programa eran los si-
gTiientes : Cataluña contribuiría a los gastos generales de la na-
ción española con la parte que le correspondiese ; igualmente apor-
taría su contingente al Ejército en caso de guerra, fijando la na-
ción la cuantía de tal contingente y siendo libre la región en la
íonna de reunirlo; en tiempo de paz, la fuerza pública que se
¿56 ACCIÓN ESPAÑOLA

determinara en el convenio serviría tan sólo en la región ; Cata-


luña tendría Poderes legislativo, ejecutivo y judicial, compuesto
el segundo por un Consejo nombrado por el Poder legislativo, y
cuyo presidente revestiría el cargo de gobema^lor de la región ;
la lengua catalana sería oficial en toda la región, así en todos los
establecimientos de enseñanza, pero en los colegios sostenidos por
Cataluña sería reglamentario enseñar todas las lenguas oficiales
en España.
Nada, pues, de republicanismo en el programa de Almirall;
Bada, tampoco, de intentos divisorios en las célebres Bases de
Manresa, aprobadas el 29 de marzo de 1892 en una reunión que
organizó el grupo de la «Unió Catalanista» para afirmar la perso-
nalidad de Cataluña. La esencia de esas Bases, documento impor-
tantísimo en la historia de las aspiraciones catalanas, está en el
discurso de D. Joaquín Riera y Beltrán, delegado de Gerona en
la reunión celebrada en la Casa Consistorial de Manresa. ni Se-
paratismo} —decía—. ¿Dónde está y por dónde transpira en las
Bases que defiendo ? Lo primero que en ellas se trata son las re-
laciones con el Poder central. ¿ Cómo puede calificársenos, sÍ7i evi-
dente mala fe, de separatistas} Nuestras tendencias no van, como
no han ido nunca, por las vías de querer separar a Cataluña del
conjunto nacional del que forma gloriosa parte integrante. No he-
mos sido nunca, ni somos, ni podemos ser tan temerarios que pre-
tendamos prescindir de una realidad de centurias.»
En las Bases de Manresa se atribuían al Poder central las re-
laciones internacionales, el Ejército de mar y tierra, las obras
de defensa, la enseñanza militar, los aranceles y aduanas, la cons-
truccción y conservación de carreteras, ferrocarriles, canales y
puertos, los servicios de Correos y Telégrafos, la resolución de
todas las cuestiones interregionales y la formación del presupues-
to anual de gastos, que en aquella cantidad a que no alcanzaran
los productos de las Aduanas se distribuiría entre las regiones
proporcionalmente a su riqueza. La lengua catalana sería la única
que podría usarse con carácter oficial en Cataluña y en las rela-
ciones de la región con el Poder central. Se mantendría el tempera-
mento expansivo de la antigua legislación catalana, reformando
para ponerias de acuerdo con las necesidades modernas las dispo-
siciones que contiene respecto de los derechos y libertades de los
BREVE HISTORIA DE CATALUÑA REPUBLICANA 257

catalanes. La nueva división territorial se fundaría en la comarca


natural y en el Municipio. Cataluña sería soberana única de su
gobierno interior, y por ello podría dictar libremente sus leyes or-
gánicas, cuidar de todos los aspectos de su particular jurismo y
poseer los Poderes legisilativo, ejecutivo y judicial. Contribuiría
a la formación del Ejército permanente por medio de voluntarios
o por una compensación en dinero como antes de 1845. El Soma-
tén se cuidaría de la conservación del orden público y de la se-
guridad interior regional, y para el servicio activo permanente se
crearía un cuerpo semejante al de los mozos de Escuadra o a la
Guardia civil, dependiente en absoluto del Poder regional. La en-
señanza se organizaría según las tradiciones catalanas, evitando
la instrucción enciclopédica.
Obedecía el texto de las Bases de Manresa, y así estaba en las
conciencias de todos, al principio de pedir lo mucho para obtener
lo i)oco. Las aspiraciones de sus ponentes y redactores encajaban
en un criterio de sensato autonomismo, y de sobra se hubieran sa-
tisfecho si lograran la mitad siquiera de lo demandado. Pero ni
de cerca ni de lejos se atendió el anhelo reivindicatorío, y el do-
cumento de Manresa pasó a tener un mero interés histórico.

« <* •

Si drama de 1898 produjo a la nación entera un malestar hon-


do, de intenso dolor, que se acentuaba en Cataluña. El catalanis-
mo romántico hacíase práctico. Creían las clases productoras
—masa enorme— de la región que sólo una autonomía amplia po-
^na salvarles de las gravísimas consecuencias del desastre. Y re-
unidos en gran número, dirigieron un mensaje a la Reina Re-
« ^ t e insistiendo una vez más en pedir para Cataluña el derecho
* gobernarse por si misma. Fué entonces cuando el general Pola-
vieja —al que la Prensa satírica bautizara el general cristiano-—
PüMicó su famoso manifiesto al país, en el que se mostraba parti-
^*rio de una serie de reformas aplicables a todas las regiones
y «^caminadas a la mayor descentralización posible. Por lo que a
^taluña se refería, prometió para cuando estuviera en el Poder
** ^íoncierto económico con el Estado respecto de las contribucio-
258 ACCIÓN ESPAÑOLA

nes directas, la autonomía universitaria, la fusión en un solo or-


ganismo de las cuatro Diputaciones catalanas, la reorganización
de los Municipios sobre principios autónomos y el respeto al De-
recho catalán. Pero las promesas, sinceramente ideadas, del gene-
ral Polavieja, sólo en tales quedaron.
El primitivo sentido de pura autonomía trocábase en la nueva
forma de exaltación regional. Dos agrupaciones : el «Centre Na-
cional Cátala», presidido por Prat de la Riba, y la «Unió Regio-
nalista», que dirigía el doctor Fargas, presentaron los primeros
diputados a Cortes, catalanistas, cuyo triunfo electoral determinó
a numerosos elementos de ambas entidades, en 1901, a fusionarse
constituyendo la «Lliga Regionalista», que hizo órgano suyo el
semanario «La Ven de Catalunya», transformándolo en publica-
ción diaria. «El regionalismo —son palabras de Vázquez de Me-
lla— es un sentimiento, pero a la vez es una doctrina. El senti-
miento nace de la voluntad, pero la voluntad no es una facultad
ciega ni independiente*. La «Lliga Regionalista», defensora acé-
rrima de las doctrinas catalanas, significó el comienzo de una fase
completamente nueva en el devenir de la cuestión. Y su actitud
más trascendental fué la de hallarse dispuesta, como de sobra lo
demostró, a colaborar cuantas veces fuera necesario, en las tareas
del gobierno de la nación.

* * *

Con motivo de los suceso del 25 de noviembre de 1905, en que


un grupo de militares asaltó las redacciones del diario «La Veu
de Catalunya» y del semanario «El Cu-Cut» como reacción contra
la violencia de sus campañas, uniéronse todos los partidos catala-
nes, salvo el radical, y formaron la Solidaridad Catalana, que pre-
sidió Salmerón y con la que se quería significar el fin de un su-
puesto caciquismo y la vuelta del Ejército al estricto cumplimiento
de sus deberes fuera de toda inclinación política. Con un programa
que contenía dos puntos esenciales —abolición de la ley de juris-
dicciones y autonomía moderada—, los solidarios acudieron a las
elecciones legislativas, que poco después se convocaran y consi-
guieron el triunfo en 41 de los 44 distritos electorales de Cata-
luña, Fueron elevadas a los Poderes públicos nuevas bases de las
BRBVE HISTORIA DE CATALUÑA REPUBLICANA 259

aspiraciones catalanas, y D. Antonio Maura, entonces presidente


«el Gobierno, estudió el asunto —como antaño estudiara con pro-
fetica y estéril advertencia la solución del pleito antillano— y pre-
sentó a las Cortes un proyecto de ley de régimen local, hecho con
tanto tacto como acierto para satisfacer los deseos catalanes, con-
duciendo por el cauce administrativo la autonomía solicitada. Pero
los obstáculos insuperables del cotarro político, que determinaron la
caída del gabinete, arrastraron con ella aquel proyecto que, sin
duda, hubiera sido precioso y eficaz en su aplicación.
En 1914, presidida por Prat de la Riba, se constituyó la Man-
comunidad Catalana, primera y única que ha existido en España,
para ocuparse de los servicios administrativos de la región. Pero
a Prat de la Riba no le bastaba la idea autonomista, ni siquiera
Ja regionalista. «La finalidad concreta nuestra —dijo en una de
sus obras fundamentales— debe ser cambiar las tendencias poV-
^cas de España, imponiendo la suprem<icla catalana y desviando
^« un sentido catalanista la historia hispánica. El recobramiento
^ la personalidad y de la influencia de Cataluña en sentido de
^^ansión exterior ha de ser la idea esencial y obsesa de todos los
Que hemos visto nuestra luz primera en este solar de histórica in-
"'^pendenciav. Y en otro lugar añadía, más explícito aún : «Si el
'"'^cíonalismo integral de Cataluña sigue adelante y consigue des-
pertar con su impulso y su ejemplo las dormidas fuerzas de todO'
• s pueblos españoles, podrán éstos salir de su decadencia, y la
cton catalana habrá dado cumplimiento a su primera acción ím-
^"•"^ta*. El hombre que esto escribiera preside en efigie el des-
pacho del Sr. Ventura Gassol, consejero de la Generalidad de Ca-
una y a látere inseparable —Pensamiento y acción— del señor
••^aciá ; es todo un símbolo.
w -^^iicomunidad fué, pues, el primer centro nacionalista ca-
alán. Su segundo presidente, el Sr. Puig y Cadafalch, siguiendo
s doctrinas de Prat de la Riba, usaba unos besalamanos que em-
P^zaban textualmente así: «El President de Catalunya...^
ara cuantos sienten —sentimos— la verdadera emoción de
1 A^^' ^^ integridad y de su historia que es honor inmacu-
0| son escalofriantes, cuando no repulsivos, los sofismas inco-
^ e n t e s de Prat de la Riba y sus discípulos. Hay frases cxtra-
marias ; en el prólogo a un folleto divulgador de las doctrinas
260 ACCIÓN B S P A S O L A

catalanistas, el primer presidente de la Mancomunidad escribió


estas palabras : aDesde el lema de la crónica del conde de Urgel
hasta la fórmula sintética de nuestras reivindicaciones : Cataluña
para los catalanes, irá desfilando en preguntas y respuestas toda
la doctrina nacionalista. Todo está allí, lo más granado : que no
hay más que una patria ; que España no es nuestra patria, ^ino
el Estado que la gobierna...» Y más adelante, estableciendo unas
espasmódicas diferencias entre el amor a España y a Cataluña,
añadió : <iHabia que acabar de una vez con esta monstruosa bifurca-
ción de nuestra alma ; había que saber que éramos catalanes y
nada más que catalanesv. Son cosas de valor históricos, demostra-
tivas de un nivel mental tan mísero y turbio que produce sonrojo
y angustia.

* * *

El día 16 de noviembre de 1918 verificóse en el salón del Con-


sejo de la Mancomunidad la solemne entrega de los voluminosos
tomos que contenían los votos de los Ayuntamientos catalanes en
solicitud de la autonomía integral para la región. Tres días des-
pués, el S. Cambó expuso en el Congreso de los Diputados idén-
tica demanda, afirmando que el problema catalán lo era de sobe-
ranía, y que si bien debía deliberarse en cuanto a su extensión,
menos importancia para solucionarlo tenía su intención. <¡Dentro
de un límite que se fije a la soberanía del Poder catalán —agre-
gó— el Poder catalán debe ser completos. Las aspiraciones en
aquel entonces, según síntesis publicada en la revista «España»,
eran las siguientes : Estado catalán autónomo, soberano en el ré-
gimen interior de Cataluña; Parlamento o Asamblea legislativa
catalana responsable sólo ante el pueblo catalán ; Poder ejecutivo
o Gobierno catalán responsable sólo ante la Asamblea; vigencia
del Derecho catalán, el cual tendría en la Asamblea un órgano
de renovación; Poder judicial catalán con un Tribunal Supremo
que fallara en última instancia las causas y pleitos dentro de Ca-
taluña ; oficialidad de la lengua catalana y libre uso de la misma
en todos los actos privados y públicos ; unión federativa española
o ibérica, regida por un Poder central que tuviese a su cargo las
relaciones exteriores, las relaciones entre los Estados federativos.
BREVE HISTORU DE CATAI^USA R B P Ü B I , 1 C . \ N A 261

el Ejército y la Marina, las comunicaciones generales, la moneda,


las pesas y medidas, el comercio, las aduanas, etc. ¡Cuánto ha-
bían avanzado las ambiciones catalanas desde el programa de Al-
mirall!
A los pocos días volvió a debatirse en la Cámara —una vez
entre tantas— el problema. Los delegados de la Mancomunidad
habían entregado al jefe del Gabinete, marqués de Alhucemas, un
niensaje solicitando la autonomía integral, que debería estar re-
presentada por un Gobierno regional con plena soberanía para tra-
tar los asuntos interiores ; uu Parlamento catalán constituido por
dos Cámaras y un Poder ejecutivo responsable ante dicho Parla-
oiento. Discrepancias surgidas con aquel motivo en el seno de los
consejeros de la Corona, determinaron la crisis, y formado nuevo
^ b i e r n o bajo la presidencia del conde de Romanones, D. Antonio
Maura pronunció un discurso memorable defendiendo la unidad
nacional, que nada tenía que ver con la tan debatida descentraliza-
ción. Venía a unirse la voz ilustre de Maura al eco dejado por an-
tenores discursos contundentes contra el catalanismo. Hubo dos,
^bre todo, de imborrable memoria : el de D. Niceto Alcalá-Za-
hora, pronunciado el 14 de junio de 1916, y el de D. Alejandro
•'-'e^oux, que lo hizo trece días después. Fueron dos oraciones
Magníficas, de oposición vibrante, llenas de recio españolismo, de
contundentes argumentos bajo los que se deshacía la tremenda
inquietud del peligro catalán. Catilinarios expertos ambos orado-
res, el político monárquico y el líder del republicanismo histórico,
arrancaron los velos de la fantasía mentirosa y exhibieron desnu-
das todas las realidades de egoísta ambición que animaban a los
cabecillas del movimiento nacionalista de Cataluña. Pero D. Anto-
nio Maura no les cedió en firmeza, en elocuencia ni en precisión
tajante. El efecto de su discurso fué tal, que los diputados regio-
nalistas comprendiendo que el fallo de la Cámara sería desfavora-
ble de todo punto para sus aspiraciones, se retiraron del hemi-
ciclo. Pocos días después, D. Francisco Cambó hizo en el Teatro
^el Bosque, de Barcelona, un discurso que terminaba con estas pa-
labras : tSea República o Monarquía, Cataluña está decidida a
odo, pase lo que pase y cueste lo que cueste. Lo que se ponga
¡tente a la marcha de Cataluña, será arrollado. En esta situación :
líiepúhlica} ¿Monarquía} ]] CataluñaW
262 ACCIÓNBSPAÑOLA

En enero de 1919, la Mancomunidad aprobó, frente a la pro-


puesta hecha por las Cortes de una Asamblea extraparlamenta-
ria, el Estatuto de Cataluña, rechazado en vivos debates de la
Cámara madrileña y que constituyó la más terminante exposición
de todas las aspiraciones catalanas, fusionando cuantas de mayor
extremismo aparecieron en los programas anteriores. Pero se iba
más allá, y en 1922 encontramos dos partidos francamente separa-
tistas, y, por lo tanto, de marcada finalidad republicana: el «Es-
tat Catalán, fundado en el Centro Autonomista de Empleados del
Comercio y de la Industria por el ex teniente coronel Maciá, y la
«Acció Catalana», escisión de elementos intelectualloides de la Lli-
ga Regionalista, de procedencia universitaria en su mayoría. Al
año siguiente, un hecho trascendental para la historia de España
hizo cambiar el rumbo de las cosas: el 13 de septiembre, el capi-
tán general de Cataluña se erigió en dictador.

{Concluirá.)
CARLOS FERNANDEZ CUENCA
La verdadera doctrina sobre el acata-
miento y reconocimiento de los
poderes constituidos ^'^

E STIMAMOS en lo que valen a todos los partidos católicos y qui-


siéramos verlos cada días más animosos y compactos, y sobre
todo más fuertemente unidos entre sí por la verdadera ca-
rii^-ad, que es el mejor y más estrecho vínculo, sin excluir, claro
^s, cuando la necesidad y conveniencia lo pidan, las alianzas cir-
cunstanciales con otros partidos que, sin ser del todo católicos,
admitan ciertos puntos de programa común, bien definidos, en bene-
ficio de la Iglesia y para la regeneración de España.
Ajenos del todo a los partidos todos, aún a los católicos, perc
«•tensores decididos, cual es nuestro deber, de la alta política
católica que se mantiene en k región purísima de los principios
(cuya aplicación toca a los jefes de los partidos, bajo la dirección
le la Iglesia en materias mixtas), lamentamos vivamente la falta
«• claridad y la positiva desorientación que va cundiendo entre las
Personas más beneméritas y sinceramente amantes del bienestat
de la Iglesia y de la Patria en materia del acatamiento debido a
los poderes constituidos. ¿ Cuál es el alcance y la significación qut
debe atribuirse a este concepto, tan traído y tan llevado en estos
ttltimos tiempos?
Dos puntos examinaremos : 1.° El derecho natural en esta ma
teria. 2." La tradición eclesiástica y los documentos pontificios.

(1) E. autor de este artículo es un eminente teólogo y tratadista d


recho público que, por razones fáciles de comprender, omite su nombr<
264 ACCIÓNBSPAfíOLA

LA OBEDIENCIA AL GOBIERNO DE MERO HECHO

En el orden doctrinal, la primera cuestión es si hay que acatar


las órdenes del Gobierno de mero hecho. Si por acatar se entiende
ejecutar lo que el Gobierno manda, en materia honesta o conve-
niente, sin duda alguna que esa obligación existe ; el bien común
así lo exige, por lo menos para evitar males mayores, y muchas
veces aun para remediar verdaderas e inaplazables necesidades
públicas o particulares, especialmente en el fuero judicial y admi-
nistrativo.
Pero nótese que la ejecución de una cosa por imposición ajena, no
siempre implica obediencia, porque ésta presupone que quien manda
es verdaderamente superior y que se mantiene, al ordenar, en la
esfera de su competencia. Además, la obediencia reclama que el
subdito haga o deje de hacer la cosa por la precisa razón de que el
superior lo manda.
Ahora bien; en este sentido, acatar las órdenes del poder de
hecho no es obedecerlas, porque falta la base y la razón formal,
que dirían los escolásticos, de la obediencia. La autoridad de mero
hecho (al menos mientras no se consolide por la prescripción y se
transforme en autoridad de hecho y de derecho) no tiene jurisdic-
ción ni competencia ninguna para mandar; no es, sencillamente,
superior; sin superior no hay inferior, ni, por lo tanto, obediencia
posible. E n esta hipótesis, el acatamiento no es sinónimo de obe-
diencia. Razonemos más este punto. Según la doctrina más común
de nuestros doctores, en el usurpador injusto ni siquiera de hecho
reside la autoridad ; luego mal podrá de hecho mandar nada, y el
usurpador no posee ni un adarme de autoridad porque careciendo,
como carece, de título justo, no puede poseer tal derecho, ya que :
a) es absurdo poseer un derecho sin derecho; b) no hay derecho
para pecar ; el usurpador, al mandar, peca, porque ejerce un poder
que no es suyo, y con ese mismo ejercicio pretende mantenerse
en la usurpación de lo ajeno, lo cual es pecado también; al con-
trario, al no ejercer la autoridad, peca también, porque puede
quedar desamparado el bienestar común ; c) el ladrón, sin otro
título, por la mera posesión de lo robado, no adquiere ningún
derecho; lo mismo acaece al usurpador con la autoridad deten-
LA DOCTRINA DE LOS PODBRES OONSTITUÍDOS 265

tada. Así, pues, no siendo el usurpador verdadero superior, no


Cabe verdadera obediencia, sino puramente material, que no le
contradiga. Si hay obediencia, es u la comunidad nacional, la cual
tácitamente, aunque coaccionada, concede valor de ley o de sen-
tencia a los actos que manda o prohibe el usurpador, por la razón
ac exigirlo así el bien común. Como muy bien dice Mendive, en
semejante caso el poder público no está en el gobernante legítimo,
Di en el ilegítimo, sino en la nación entera a la cual revierte ; el
usurpador, por lo tanto, repetimos, no es acreedor a obediencia
alguna.
Así, Santo Tomás, Summa Theologica 2-2ae, quaest. 104, art. 6
od 2uw; Vitoria, Relectiones, relectio de potestate civile ; Suá-
^ez. De Legibus, lib. 3, cap. 10 n. 7 y 8 ; Salas, De Legibus,
<iisp. 10, sect. 3, n. 14 ; Lessio, De Just. et Jure, lib. 2, cap. 29,
<iub. 9 ; Lugo, De Just. et Jure, disp. 37, sct. 3, n. 27 ; Castro
Palao, Op. mor., tom. 1, tract 2, disp. 1, puuct. 14, n. 10; Men-
dive, Jus Naturae, n. 414 y 415 ; Costa Rossetti, Phil. moralis,
ihes. 164 ; Cathrein, Phil. mor. n. 608, y otros muchos.
Conforme a esta doctrina, que puede llamarse clásica y común
^n los grandes teólogos juristas, el usurpador lo que hace es
pecar y pecando preparar la materia de la ley, del acto adminis-
rativo o de la sentencia judicial por sí mismo o por los funciona-
rios suyos subordinados ; y la nación, por exigencia del bien coman
P°r «vitar males mayores, cuando esas leyes, actos o sentencias
*" Si no son injustos, le atribuye valor y eficacia de ley, de acto
administrativo o de sentencia. Sucede aquí al revés de lo que se
dice de la costumbre, en la cual el pueblo, mediante sus actos posi-
tivos o negativos, pone la materia de la costumbre, a la cual da
uerza obligatoria o desobligativa el consentimiento tácito o ex-
preso del legislador.
No negamos, sin embargo, que, según opinión menos probable
^ algunos autores modernos, en caso de usurpación, la autoridad
'•eside de hecho en el usurpador y de derecho en el soberano des-
itUido, o si éste falta por muerte o por su renuncia, etc., en la
ación. Estos autores distinguen el derecho de autoridad y el de-
*echo a la autoridad. El primero de estos derechos, dicen, es cosa
I; es la autoridad social o la soberanía, la cual no es bien pri-
a ivo del usurpador, sino bien real de la sociedad misma ; la auto-
266 ACCIÓNBSPAÑOtA

ridad no es para el usurpador, sino para la nación. Donde quiera


que existe esa autoridad tiene ese fin. El segundo derecho es un
derecho personal del soberano legítimo, que no puede ser despojado
de él sin faltar a la justicia conmutativa. Al derecho personal del
soberano corresponde en el usurpador el deber de restituir al pri-
mero la soberanía o autoridad robada ; pero al derecho real del
injusto usurpador corresponde en los ciudadanos el deber de o'oe-
diencia.
En este sentido hablan Taparelli, Ensayo teor. de üer. Natu-
ral, ais. 3, cap. 5 ; Ferreti, Phil. moralis, tom. 3, n. 446 ; Meyer,
Instit. Juris Naturalis, tom. 2, n. 517 ; Schiffine, Phil moralis,
n. 470, y en la nota, Liheratore, Jus Naturae, pág, 274 (edición
de 1880).
Pero en esta concepción, lo difícil es entender qué es esa cosa
real de la autoridad en sí misma poseída, y cómo se diferencia de
ella el derecho para mandar. ¿ Cuál es esa cosa, dice Cathrein, con
la cual está unido el derecho para mandar ? ¿ Es la aptitud física
para poder mandar eficazmente ? Pero ¿ de cuándo acá la capacidad
física de gestionar la hacienda ajena ha dado derecho al ladrón
para apoderarse de ella y administrarla? Cierto que si uno tiene
en su poder, aunque sea indebidamente, una cosa, tiene también
el deber y, por lo tanto, el derecho de cumplir con los fines y le-
vantar las cargas que a la cosa puedan estar vinculados. Pero,
nótese bien, en esos casos hay siempre una cosa cuya propiedad
y cuya posesión y administración se pueden separar. Pero tratán-
dose de la autoridad, que es un derecho moral, ¿cómo es posible
adquirirla inmoralmente, y cómo es posible tener un derecho y
deber de ejercerla inmoralmente? Porque el hecho es que, según
Lugo, Suárez, Cathrein y otros muchos, aunque lo contradicen
Salas y Castro Palao, el usurpador, al dejar de dictar leyes y dis-
posiciones, peca, y al dictarlas también.
Dice Meyer que en el gobernante deben distinguirse la autori-
dad en sí misma y el derecho con que se posee esa autoridad. La
autoridad, dice, es esencial a la sociedad civil; el derecho para
ejercer esa autoridad depende de un título justo. Prescindiendo de
lo que se afirma del carácter esencial de la autoridad, porque en
realidad no es más que un atributo connatural de toda sociedad,
nosotros no negamos la distinción de esas dos cosas ; lo que no al-
I<A DOCTRINA DE LOS PODERES CONSTITUIDOS 267

canzamos a ver, es cómo un derecho moral, cual es la autoridad,


se pueda adquirir sin título justo y por la mera fuerza o astucia,
o por recursos, en una palabra, inmorales y antijurídicos. Del
mismo pie cojean las comparaciones que aduce Taparelli y copian
Ferretti y Schiffini de los derechos reales inherentes a las cosas.
E^l poseedor, dicen, de esas cosas, v. gr., inmuebles, aunque los
tengan injustamente, deben sufrir esas servidumbres y gravámenes
en beneficio de otros. De un modo análogo, la autoridad, que por
SI misma no es para beneficio del usurpador, sino de la sociedad,
siempre debe alcanzar el fin a que se enderece, aunque el que la
posea de hecho sea un usurpador.
Esas comparaciones parece que fallan. Las cosas físicas se pue-
den físicamente poseer sin derecho; pero sin previa capacidad
jurídica, no le hay para la expoliación del derecho ajeno ; de nin-
gún modo se puede adquirir. Además, ¿ qué es, repetimos, la auto-
ridad en sí misma a la cual va adherido ese derecho para mandar ?
Jna autoridad que no es derecho para mandar no es nada, como
^ada es la luz que no puede lucir y alumbrar.
Ya que del derecho de propiedad se valen los defensores de la
Opinión que rebatimos, nos ocune preguntar : ¿Es posible el de-
recho concreto de propiedad sin presuponer antes el derecho a poder
tener propiedad ?
Desde luego que no. Pues ¿ cómo podrá tener de hecho autoridad
^ usurpador que por hipótesis carece de todo derecho a poseerla ?
. ^"^^emos a Schiffini sin dificultad que el usurpador está por
justicia conmutativa obligado a restituir la soberanía a su verda-
<iero dueño y titular, pero de ningún modo concedemos que los
Subditos tengan por justicia legal respecto al usurpador que cum-
Plir sus órdenes. En el caso en cuestión, la justicia legal la deben
observar los ciudadanos, no respecto al usurpador, sino respecto
^ la sociedad, en la cual está la soberanía dispersa, igual que lo
estaba antes de concretarse en la persona del soberano.

••vA REBELIÓN FRENTE AL GoBIERVO DE MERO HECHO

Estos dos términos de Gobierno de mero hecho y rebelión frente


^ el> son antitéticos ; no hay lebelión posible ante el mero deten-
ador de la autoridad. Por eso nos ha llamado sobremanera la
268 ACCIÓN ESPASOI,A

atención que personas doctas y sinceramente amantes de la Iglesia


hayan afirmado que : siempre P.< obligatorio acatar el poder; es
ilícito todo intento directo material y violento de destruir una auto-
ridad, una suprema autoridad ya establecida, pero no siempre es
obligatorio obedecerla. La proposición está formulada con claridad,
pero con una universalidad que estimamos inexacta, jxjrque pre-
cisamente la proposición contradictoria es la verdadera, ya que
alguna vez es lícito, y aun puede en casos dados ser hasta obliga-
torio, resistir al Gobierno de mero hecho hasta reducirle a la im-
potencia de ejercer su injusta dominación.
Las mismas personas respetables antes aludidas, han llegado
a calificar de sedición o de rebelión el alzamiento contra el poder
soberano privado de título jurídioo, por lo menos cierto. Aun lle-
gando a derrocarle, se tendrá, añaden, la fuerza, pero no la autori-
dad moral; los vencedores no podrán exigir un día de sus sub-
ditos el respeto a la autoridad, que ellos mismos no han respetado.
aHabréis enseñado el camino de la rebeldía, y el rebelarse es lec-
ción que el pueblo aprende fácilmente y fácilmente pone en prác-
tica.» «Hay que esperar la hora de acometer (en sentido legal y
moral hablo), cuando es llegado el día de iniciar la reconquista.»
Bien claro está el pensamiento ; procuraremos que lo esté tam-
bién la contestación. A cualquiera le viene a la mente, al oir la
palabra reconquista, la que gloriosamente acometieron los Maca-
beos al intentar librar a su pueblo de los Gobiernos opresores de
hecho que se establecieron en él, Judas Macabeo y sus intrépidos
sucesores, tan alabados en la Sagrada Escritura, ¿fueron sedi-
ciosos y rebeldes al combatir contra una soberanía de hecho? Los
gloriosos Reyes de España, al proseguir la reconquista de ella
contra los Gobiernos de hecho de los moros, en cruzada de ocho
siglos, ¿fueron también rebeldes? í t e m : los Papas y los Santos,
y muy singularmente San Bernardo, que promovieron tan empe-
ñada y reiteradamente con tantos privilegios y gracias las cruza-
das para libertar la Tierra Santa, ¿fueron también rebeldes?
¿Sería también rebeldía el alzamiento contra un Gobierno de
carácter comunista?
La rebeldía, segón el Ángel de las Escuelas, Santo Tomás,
no es cualquier alzamiento de los subditos contra los gobernantes,
como parecen afirmarlo los que sostienen la opinión que refutamos,
LA DOCTRINA DE LOS PODERES CONSTITUÍDOS 269

sino tan solamente el alzamiento contra la autoridad legítimamente


establecida, esto es, mediante un título jurídico. Objetivamente,
pues, ese término no tiene el significado que se le atribuye, y sin
desnaturalizarle no se le puede atribuir otro del que realmente
tiene, al menos con verdadera propiedad.
Elemental principio es también que el titular del derecho, cuan-
do es justicia conmutativa (en otros no siempre es así), le puede
defender con el empleo de la fuerza física propia y aún ajena. No
siempre será lícito recurrir a k fuerza por el mismo titular fuera
de la injusta actual agresión ; habrá casos en que habrá de atem-
perarse a las circunstancias y ponderar la proporción entre el de-
recho defendido y los males que su defensa envuelva o pueda pru-
dentemente envolver, pero que en general y connaturalmente e!
derecho es coactivo, es un axioma innegable.
Por lo mismo, es incuestionable que el verdadero titular de la
soberanía puede recurrir a la fuerza física para recuperar el de-
recho de que haya sido injustamente desposeído, cuando nada pue-
de conseguir mediante los tribunales nacionales o internacionales
u otros procedimientos pacíficos de reparación, y sea más probable
y mejor, aun siendo sólo moralmente cierta la esperanza del éxito,
siempre que los beneficios esperados no sean notablemente infe-
riores a los males físicos que se pueden seguir del empleo de la
fuerza física. Exactamente, ni más ni menos, que lo que se puede
sostener acerca de la injusticia de la guerra. Los doctores católicas
sostienen sin discrepancia la doctrina expuesta, a saber : el sobe-
rano legitimo tiene derecho perfecto para reivindicar por la fuerza
la soberanía de que se le haya injustamente despojado. Los sub-
ditos leales que libremente quieran, pueden, si hay seria probabi-
lidad de éxito, asmdarle en esa empresa de recuperación, bien así,
como a la víctima de un latrocinio pueden los Tribunales y, si éstos
faltan, los ciudadanos prestarle su auxilio para la recuperación
de lo que le haya sido robado. En el caso en cuestión, la razón os
aún más clara y poderosa, porque el robo de un bien, por más
precioso que sea, afecta directamente sólo a un particular o a una
familia; el despojo de la soberanía, que, por su naturaleza, es
para bien común, afecta a toda la nación. No habiendo para esta
materia, hoy por hoy. Tribunales independientes, es justo el re-
curso a la fuerza para recuperar el derecho violado. En estos o
270 ACCIÓN KSPAÑOLA

parecidos términos discurren Balmes, El protestantismo, capítu-


lo L i l i , y los autores antes citados, y entre ellos más esplícita-
mente Costa-Rossetti, Ferretti, Mendive, Cathrein, Meyer, Schif-
fini. Véanse también : Casanova, Cursus philosophicus, volumen
III, número 242; Márquez, El gobernador cristiano, libro I, ca-
pítulo V I I I ; Gil Robles, Tratado de Derecho político, tomo 11,
libro rV, capítulo XVII, número 6 ; Hauriou, Principios de De-
recho público y constitucional, libro I, capítulo I, párrafo II, ar-
tículo segundo, capítulo II, sección IV ; Esmein, Elements de Droit
Constitutionnel, tomo II, capítulo VIII, párrafo II, I.
La única limitación que ponen es la que hemos apuntado, de
que haya probabilidad mayor y, mejor aún, certeza moral de que
el esfuerzo no ha de ser inútil o contraproducente para el fin in-
tentado de reconquistar la soberanía, agravando con el fracaso la
situación o remachando más las cadenas de la servidumbre polí-
tica. Pero aun entonces el derecho puede existir. El intento de
recobrarlo no sería rebelión, sino temeraria imprudencia y grave
falta de caridad para consigo y la sociedad.
Algunos partidarios del Gobierno de hecho, a quienes se ha
llamado adhesionistas, abrigan el temor de que el empleo de la
fuerza para la defensa del derecho traiga fácilmente aparejado el
abuso de la misma fuerza para el amparo y sostenimiento de situa-
ciones ilegítimas y antijurídicas, que luego pudieran sobrevenir
a modo de revancha y de reacción desapoderada.
Ciertamente, ese abuso es siempre muy posible, y casos habrá
en que sea contraproducente el empleo de la fuerza y que los ciu-
dadanos honrados deban atenerse a la acción exclusiva de las vías
y procedimientos meramente legales. Pero de ahí a proclamar que
el recurso a la fuerza para defender o restablecer una soberanía
legítima es una rebeldía ilícita e injusta, hay mucha distancia.
Tanto más cuanto que muchas veces, según acredita la Historia
de España y de otras naciones, la sola amenaza de fuerza por par-
tidos aún no gubernamentales, v a veces oprimidos, ha bastado
para que los atropellos no se cometieran o para que, una vez come-
tidos, no se cerrasen con obstáculos de propósito interpuestos,
las mismas vías legales de actuación ciudadana en el terreno parla-
mentario, judicial o administrativo.
En fuerza de estas razones, consideramos censurable la conde-
LA DOCTRINA DE LOS PODERES CONSMTUÍDOS 271

nación en principio de la fuerza física para el restablecimiento del


soberano desposeído, especialmente en aquellos países, como, v. gr.,
en las Repúblicas americanas acontece, los partidos revoluciona-
rios están dispuestos a asaltar el Poder por todos los medios legales
e ilegales, pacíficos o violentos, por las artes de la paz o de la
guerra. ¿Por qué denegar el uso lícito, moderado y prudente de
la fuerza física a los partidos católicos, para el logro de sus de-
rechos ? ¿ No es ello desarmar a los buenos frente a la insolencia
y ataque de los malvados?
A no dudarlo, si la civilización informada en los principios de
justicia y caridad cristiana se difundiera en las masas, si todos los
ciudadanos, percatándose de sus derechos y deberes políticosocia-
les, se empeñasen concienzudamente en ejercitarlos y cumplirlos,
el recurso a la fuerza se iría anticuando y mermando; pero esa
edad de oro, mal que pese a ciertos políticos y sociólogos ilusos,
está muy lejos de columbrarse ni siquiera en lontananza. Mientras
tanto, pues, sin renunciar a las vías legales, no se niegue la legi-
timidad del empleo de la fuerza en la forma y oportunidad que han
explicado siempre los juristas y teólogos católicos.

PRESCRIPCIÓN POSIBLE DE LA SOBERANÍA

La doctrina anterior es tan indudable, que los autores moder-


nos (sin contradicción de los antiguos, que rozaron poco este
punto) llegan a admitir, al menos como opinión mucho más pro-
bable, que la soberanía puede prescribir a favor del injusto usur-
pador o de sus sucesores contra el legítimo soberano. De tal ma-
nera que no solamente se suspenda, sino que hasta desaparezca
y deje de existir en el que venía siendo legítimo soberano el de-
recho de poder recuperar su soberanía. No faltan algunos que lo
nieguen, a causa de que la soberanía, como un bien público, con
mayor razón que las calles, carreteras, minas, etc., es imprescrip-
tible.
Pero precisamente en el carácter de bien público que acompaña
a la soberanía radica la razón de su prescriptibilidad contra el
soberano legítimo. Porque el bien público, al que debe estar some-
tido el particular del soberano, puede exigir, para evitar guerras
inútiles e ineficaces, sin esperanza fundada de éxito, que el de-
272 ACCIÓN SSPASotA

recho del titular desaparezca y que el pueblo tácitamente consienta


en que el poder se transfiera al usurpador. Esto, que, para pleitos
enredosos, se admite en los bienes y derechos de los particulares,
con mayor razón hay que admitirlo en la soberanía, la cual de su
naturaleza, preferentemente, antes que bien del soberano, lo es de
la sociedad y de los subditos para cuyo régimen y bienestar se
concede. Este es el común sentir de los juristas modernos. Véase,
verbi gratia, Cathrein, Phil. moralis número 610 ; Schiffini, Phil.
moralis número 471; Ferretti, Z. c, número 446, IV ; Meyer, 1. c.
número 515.
Los mismos autores suponen que el transcurso del tiempo para
esa prescripción ha de ser bastante largo y tal que las circuns-
tancias de la situación primera hayan cambiado notahlemente y se
haya hecho estable la imposibilidad de la restauración, porque una
mera imposibilidad de momento suspendería la actuación del de-
recho, pero no llegaría hasta extinguirle. En dos palabras : para
la prescripción de una forma política en contra de otra anterior es
preciso que la primera haya perdido todo apoyo en las inteligen-
cias y toda raíz en los corazones de la mayor y mejor parte de la
nación. Imaginar una prescripción casi momentánea por obra de
unos cuantos periódicos, revistas o propagandas de acción social
o electoral, es un contrasentido jurídico e histórico. Los grandes
doctores de la Iglesia, cuando de paso hablan de prescripciones
políticas, presuponen un largo lapso de tiempo. Véanse, para com-
probarlo, el doctor de la Iglesia San Roberto Belarmino, De Laicis,
libro III, capítulo V I I I ; el doctor eximio Francisco Suárez, De-
fensio Fidei, libro III, capítulo II, y, entre los modernos, los
autores antes citados, como Cathrein, Meyer, Schiffini, Ferretti,
etcétera.
Cómo apreciar el tiempo necesario para la prescripción y quiénes
son las personas capacitadas para alcanzar ese fin con la debida
garantía de acierto, son cosas ya más bien prácticas y circuns-
tanciales, que a nosotros no nos incumbe señalar ni es fácil fijarlo ;
pero la prudencia más elemental dicta que ese cometido debe reser-
varse a las personas de mayor prestigio, imparcialidad y tacto,
por razón de su virtu3, ciencia y experiencia.
LA DOCTRINA DB I-OS PODERES CONSTITUÍDOS 273

IvA SAGRADA ESCRITURA Y EL RECONOCIMIKNTO


DE LOS GOBIERNOS DE MERO HECHO

Los católicos sinceros y verdaderamente conscientes suelen, y


con sobrada razón, desconfiar mucho de las luces puramente na-
turales de la inteligencia en aquellas cuestiones cuales son las
candentes de la política, en que, por las vías de la pasión, aquélla
fácilmente se anubla y padece quiebras lamentables, aun en los
hombres de más poderoso talento y de mayor ecuanimidad. De
ahí que sea loable medida y de prudencia calificada recurrir en
semejantes casos al sentir y al magisterio de la Iglesia, reflejados
en la historia de la misma, y sobre todo en los documentos ema-
nados de la Santa Sede. Al obrar así los fieles no hacen más que
imitar y seguir el ejemplo de los prelados, los cuales, lo mismo en
Francia que en España y otros países, más que en las consultas
y pareceres de los grandes letrados y juristas, han preferido es-
tribar y escudarse en las máximas y principios de la religión
católica.
Ne quid nimis, sin embargo. Porque de la misma Sagraba Es-
critura es el consejo de que noli nimium esse justus : no quieras
ser justo en demasía. Consejo que, en traducción vulgar un poco
libre, podría equivaler al manoseado de no seas más papista que
el Papa, más cristiano que el mismo Cristo. Y, la verdad sea dicha
sm agravio para nadie, nos atrevemos a pensar que en este punto
algunos católicos, sin duda alguna con la más sana intención, han
rebasado un poco la línea de la verdad y justicia objetivas.
Nos referimos, en primer término, al pasaje aquel de San
Mateo (c. 21, v. 22) referente a! pago del tributo al César, que al-
gunos católicos interpretan en un sentido que no es el genuino.
Ivos judíos, deseosos de cogerle en respuesta que le comprometiera
ante el pueblo, se dirigen al divino Maestro y le pregunta a boca-
jarro : «¿Es o no lícito pagar tributo al César?» Jesucristo, antes
de contestarles y haciéndose del que no la conoce, les manda que
le presenten la moneda legal en Judea, y, después de mirarla, les
pregunta a su vez, con admirable sagacidad : «Decidme, ¿ de quién
es la imagen y el letrero que lleva esta moneda?» Replicando les
judíos que del César, Jesús les deja asombrados con su magistral
274 ACCIÓN BSPAÍÍOI,A

solución : «Pues dad al César lo que de derecho le corresponde


y a Dios lo que es de Dios.»
En donde, como juiciosa y agudamente, cual suele, advierte ol
cardenal Lugo y otros (1), los judíos no le proponen a Jesucristo
directamente si están o no obligados a reconocer la legitimidad del
Imperio romano, al que por Pompeyo habían sido sometidos hacía
más de noventa años, sino únicamente si era o no lícito pagar el
tributo que se les exigía al César. Jesucristo, en conformidad a su
pregunta, soslayando la cuestión de la legitimidad —implícita y
malévolamente, a lo que parece, involucrada— les contesta que era
lícito pagar lo que al César de derecho le corresponda, pero sin
perjuicio de dar a Dios también'¡Dque le pertenece.
Apurando un poco más el contexto y la circunstancia de pedir
Jesucristo la presentación del denario romano, los exégetas llegan
a deducir con probabilidad que el pensamiento de Jesucristo fuá
el siguiente : «¿Me preguntáis si es o no lícito pagar el tributo
al César? Decidme, ¿de qué moneda os servís para vuestras tran-
sacciones? ¿De la del Imperio romano? Pues así como vosotros,
para la paz y tranquilidad, creéis y aceptáis para vuestros inter-
cambios esa moneda, así también, por razón del bien común, mi
piarecer y consejo es que paguéis al César el tributo que legal-
mente le corresponde.»
Como se ve, aquí Jesucristo, según ya se ha apuntado, se abs-
tiene de dirimir la cuestión de fondo: atiende a la oportunidad y
conveniencia circunstancial del hecho. Pero aunque por una hipó-
tesis, que no admitimos, hubiera decidido la prescripción de la
soberanía judía a favor de la del Imperio romano, después de
noventa años de conquistado aquel país y veintisiete, por lo menos,
de su plena sumisión, ¿qué conclusión se podría lógicamente de-
ducir en favor del reconocimiento y adhesión sincera a un Gobierno
de mero hecho, y más aún si fuera reciente y no bien consolidado ?
Los demás textos aducidos por las epístolas de San Pablo (2)

(1) De justitia et jure disp. 37, seo. 3, n. 33; y en el mismo sentido


interpretan este lugar los comentaristas más autorizados, colno Silvio,
Alapide, Knabenbauer, etc. La palabra griega — apodidonai — parece que
envuelve la significación de dar lo que es de derecho.
(2) Hebr. 13, 17 ; Colos, 3, 32 ; Etes. 6, 5 ; Tit. 2, 9.
LA DOCTRINA DE LOS PODRRES CONSTITUÍOOS 275

y demás Apóstoles (1), rectamente entendidos en su significación


obvia y natural, nos llevarán también al convencimiento del aca-
tamiento debido a los Poderes públicos —sobre todo legítimos en
su origen, como eran los de aquel tiempo en su mayoría, y mien-
tras no se pruebe lo contrario—, aunque no siempre.

E L ESPÍRITU Y TRADICIÓN DE LA IGLESIA


RESPECTO A LOS PODERES DE HECHO

La Iglesia heredó de su divino fundador el espíritu de tole-


rancia y de respeto a los Poderes constituidos. A imitación de
Aquél, la Iglesia no vino a quitar ni a cambiar los reinos de la
tierra, sino a procurar a las almas, sin distinciones de tiempos,
personas y razas, el reino de los cielos.
«Los primitivos cristianos — dice muy bien el Papa Grego-
rio XVI en su celebrada Encíclica Mirari vos —, a pesar de las
más violentas persecuciones, merecieron bien siempre de los em-
peradores y del Imperio. Y esto lo demostraron claramente, no
sólo en la fidelidad con que los obedecían con exactitud y prontitud
en todo cuanto no era concerniente a su religión, sino también en
la constancia con que se mantenían en los combates y en la copio-
sísima sangre que en ellos derramaron.» «Los soldados cristianos
-~decía San Agustín (2)— sirvieron al emperador infiel; pero
si se rozaba la causa de Cristo sólo reconocían a Aquél que está
en los cielos. Distinguieron al Señor eterno del señor temporal,
y. sin embargo, por el Señor eterno se sometían también al señor
temporal.»
Ejemplo es éste tanto más esclarecido cuanto que los cristia-
nos, según ponderación de Tertuliano (3), andando el tiempo lle-
garon por su número y por su fuerza a adquirir potencia bastante
para declararse, si hubieran querido, en enemigos manifiestos del
Imperio. ¿Para qué guerra no estábamos prestos y capacitados,
aunque fuéramos pocos en número, nosotros que nos dejábamos

(1) 1 Petri. 2, 17, 18.


(2) In psalm. 124, n. 7.
(3) Apolog., cap. 87.
276 ACCIÓN ESPAÑOLA

matar tan de buena gana, si no riubiéramos aprendido que es pre-


ferible ser muerto que matar a otros ?
Así pensaba el invicto mártir San Mauricio, capitán de la le-
gión Tebana, cuando, según refiere San Euquerio, respondió al
emperador del siguiente modo : «Señor, soldados tuyos somos ;
pero, al mismo tiempo, lo confesamos libremente, somos siei"vos
de Dios. El extremo peligro de la vida en que ahora nos hallamos
no nos lanza a la rebeldía. Tenemos armas y no resistimos, por-
que preferimos morir antes que matar.»
«Ejemplos son estos insignes —continúa el Poiuífice— de in-
quebrantable fidelidad a los gobernantes, que necesariamente se des-
prenden de las santísimas normas de la religión cristiana y que
condenan la detestable insolencia y maldad de aquellos que, enar-
decidos del deseo sin límites, sin freno, de procaz libertinaje, tra-
bajan con todas sus fuerzas en atacar y aun descuajar los derechos
de los soberanos para llevar bajo la apariencia de libertad a los
pueblos a la esclavitud.»
Todas estas elocuentes palabras no sirven para apuntalar lo
más mínimo la endeble teoría de los adhesionistas del poder de
mero hecho. Con ellas el Papa quiere reprobar falsos principios
de la rebeldía a los soberanos legítimos, y como ejemplo de per-
fección, que no como norma obligatoria de precepto, aduce, para
mayor contraste y estímulo, los ejemplos memorables de los sol-
dados cristianos que, aun perseguidos y vejados, prefieren a la justa
defensa y alzamiento, en ocasiones tal vez posible, A mérito de la
paciencia y el martirio. Pero esto, como se ve, no demuestra que
el empleo de la fuerza para la defensa del soberano desposeído y
en contra del injusto expoliador sea ilegítimo. La perfección no
es lo mismo que la obligación. Además, las circunstancias sociales
pueden ser muy diferentes, en cuyo caso la aplicación de los prin-
cipios varía completamente. Para mayor abundamiento, este alcan-
ce dan a las palabras citadas de Gregorio XVI autores tan respe-
tables y eminentes como el cardenal Hergenrocther (1) y Meyer (2).
Por otra parte, en la historia de la Iglesia no faltan ejemplos
igualmente celebrados en que los Papas hayan, al menos, apro-

(1) Katholische Kirche und ChristUcher Staat., cap. 14.


(2) Institutions Juris Natur., tora. 2, a. 53.
LA DOCTRINA DE LOS PODERES CONSTITUIDOS 277

bado, cuando no promovido personalmente, las resistencias a ciertos


gobernantes que injustamente se habían adueñado del Poder. Re-
cuérdense de nuevo las Cruzadas. Pero, por lo general, la con-
ducta de la Iglesia, sobre todo en los últimos tiempos, ha sido la
de estar al margen de los acontecimientos y cambios políticos de
régimen y salvaguardar, mediante las relaciones amistosas, los
grandes intereses del catolicismo v del orden social. Los ejemplos
están a la vista de todos, en días no lejanos, en varios Estados de
Europa, sin hablar precisamente de España.

LEÓN XIII Y EL RECONOCIMIENTO


DE LOS GOBIERNOS DE MERO HECHO

Son varios los documentos pontificios que sueleii alegarse cuan-


do se trata de tan delicada materia (1). Omitiremos todos ellos en
gracia a la brevedad, y porque realmente el Papa que más de pro-
pósito y con mayor tesón y empeño (ojalá que con igual éxito
siempre) se propuso aclarar de raíz toda esta cuestión, fué el Papa
I/eón XIII, de feliz memoria, principalmente en dos documentos
memorables acerca del reconocimiento por los católicos de la Re-
pública francesa. El primero de ellos es la Encíclica Au miliett.
lleva la fecha de 16 de febrero de 1892 y está dirigida a todos los
católicos de Francia. El segundo es una carta de 3 de mayo del
mismo año de 1892, pero enviada directamente sólo a los seis
Cardenales de Francia. Tuvo el Papa la delicadeza de redactar am-
bos documentos en lengua francesa, de la que luego se hizo la
Versión correspondiente. Procuraremos traducir los pasajes de la
lengua original, que citamos con la más escrupulosa fidelidad, ya
<iue en estos dos documentos se han apoyado siempre los recono-
cementeros de la dinastía destronada y los actuales adhesionistas
de la República española.
Ante todo, ¿qué se propuso I^eón XIII al promulgarlos? El
mismo lo expresa en su carta a los Cardenales franceses : «La ac-

(1) Véase, v. g., el Breve Pastoralis solUcitvdo de Pío VI, fechado


<-n f> de julio de 1796, a los católicos franceses, acerca de la sumisión debida
a los poderes establecidoe.
278 ACCIÓNRSPAÑOLA

ción de los hombres de bien estaba forzosamente paralizada por


la división de sus fuerzas. Nos os hemos dicho y os lo volvemos
a decir : no más partidos entre vosotros, antes bien, unión com-
pleta para sostener de consuno lo que es superior a toda ventaja
terrena ; la religión, la causa de Jesucristo. En esto, como en todo,
buscad ante todo el reino de Dios y su justicia, y lo demás se os
dará por añadidura. Como el mal que Nos señalamos, lejos de
limitarse a los católicos, alcanza a todos los hombres rectos y de
buen sentido, a todos ellos ha sido dirigida nuestra Encíclica,
para que todos se apresuren a detener a la Francia en la pendiente
que la lleva a los abismos. Ahora bien ; esos esfuerzos resultarían
radicalmente estériles si faltaran a las fuerzas conservadoras la
unidad y la concordia en la prosecución del fin, que es la conser-
vación de la religión, puesto que todo hombre honrado y todo amigo
sincero de la sociedad ese es el fin a que debe tender.»
. l Cuáles serán, pregunta el Papa, los medios necesarios para
asegurar esa unión? «Nos, tornamos a repetirlo para que nadie se
equivoque sobre nuestras enseñanzas. Uno de esos medios P.T acep-
tar sin segundas intenciones, con esa lealtad que conviene al cris-
tiano, el poder civil en la forma en que de hecho él existe...»
«Puesto que en una sociedad existe un poder constituido y real-
mente establecido, el bien común está vinculado a ese poder, y por
esa razón se debe aceptarle tal como es. Por ese motivo y en ese
sentido hemos dicho a los católicos franceses : aceptad la república,
es decir, el poder constituido y existente entre vosotros, respetadle,
sedle sumisos, como representantes del poder venido de Dios...»
«En política, más que en ninguna otra parte, sobrevienen cam-
bios inesperados... Esos cambios están muy lejos de ser legítimos
en su origen y hasta es muy difícil que lo sean. Sin embargo, el
criterio supremo del bien común y de la tranquilidad piública ira-
pone la aceptación de esos nuevos Gobiernos establecidos de he-
cho, en vez de los Gobiernos anteriores, que en realidad no exis-
ten ya.»
Un poco más abajo añade : «Nos, hemos formulado en nues-
tra Encíclica la distinción entre el poder político y la legislación... ;
la aceptación del uno no implica la aceptación de la otra en los
puntos en que el legislador, olvidado de su oficio, se ponga en
oposición con la ley de Dios y de la Iglesia. Y entiéndanlo todos
IvA DOCTRINA DE IX)S PODERES CX>NSTITUÍDOS 279

bien, desplegar su actividad y servirse de su influencia para llevar


a los Gobiernos a cambiar en bien las leyes inicuas o desprovistas
de prudencia, es dar una prueba de sacrificio tan inteligente como
valeroso, en beneficio de la Patria, sin lanzar siquiera sombra de
hostilidad sobre los poderes encargados de regir la cosa pública...»
«Todos los diversos partidos políticos conservadores pueden y deben
hallarse de acuerdo en el terreno religioso así entendido.»
H e aquí sintetizado por el mismo León X I I I , luminosamente,
todo su pensamiento, que había explanado anteriormente con
majestuosa elocuencia en su Encíclica Au Milieu. Cualquiera que
la lea atenta y desapasionadamente, verá en ella destacado un an-
helo ardiente de que todos los católicos, unidos en el terreno reli-
gioso defiendan con toda su alma y fuerzas los derechos de la
Iglesia, puestos en peligro inminente de ser violados y aniquilados
por los enemigos de aquélla, desde los puestos gubernativos y por
las Cámaras completamente a merced de los sectarios.
Las declaraciones pontificias eran bien claras y terminantes ;
pero ¡ qué gestación tan laboriosa les precedió hasta publicarlas
oficialmente, y cuántas tempestades de protestas, de entusiasmos
y de inteligencias diferentes levantaron después de publicadas!
Desde el célebre brindis, toast, en Argel del Cardenal Lavige-
rie, echadizo secreto, pero oficioso pudiéramos decir, de León X I I I
(perdónesenos lo vulgar de la expresión), ¡ cuántos dares y toma-
res, cuántas idas y venidas, cuántas negociaciones, visitas, tanteos,
insinuaciones, cartas entre León X I I I y los prelados y los polí-
ticos y directores de la Prensa católica francesa, desde el 12 de
noviembre de 1890 a 6 de febrero de 1892! L a historia los relata
largamente : para tener ideas precisas es de toda necesidad leerla
sin prejuicios ni apasionamientos (1). Lo mismo esas gestiones
previas tan laboriosos, que las discrepancias de apreciación y de
aplicaciones exteriorizadas después, con no pocas estridencias de una
y otra parte, demostraron evidentemente, una vez más, lo que

(1) Puede servir para el caso la Historia general de la Iglesia con-


temporánea, por F. Mourret, tom. 9, vol. I, cap. III. Véase también
tlistoire du catholicisme liberal et du catholicisme social en France,
por Manuel Barbier, cinco tomos, y sobre todo el tomo III, pág. 260 y
Sigui«aites.
280 ACCIÓNBSPAÑOLA

todos estamos hartos de ver y deplorar ; es, a saber, que no hay


;uestiones más vidriosas y frecuentemente más envenenadas —y eso
aun interviniendo el mismo Papa— que las político-i eligiosas.
Y bien : ¿había definido León XIII en esta contienda alguna
verdad nueva? No lo parece. Algunos católicos, más piadosos que
ilustrados, se figuran que siempre que el Papa habla en las En-
cíclicas de cuestiones religiosas, morales o político-religiosas, define
ex cathedra, ejerciendo como doctor universal de la Iglesia, y en
virtud de una prerrogativa a él solo concedida, el supremo magis-
terio infalible en materia de fe y costumbres. No hay tal. El Papa
mientras no haya necesidad verdaderamente apremiante, que a él
solo le es inapelablemente dado apreciar, no prodiga las definiciones
y menos si con ellas se ha de desdorar algo la doctrina de los que
por su virtud y ciencia hayan sido un día los campeones y las
lumbreras de la Iglesia. Siempre que desempeña esa altísima fun-
ción, aun cuando sea con ocasión de un hecho particular (recuér-
dense las proposiciones de Jansenio contenidas en su libro Auo;u>-
tinus), lo hace en un tono y lenguaje de majestad tal, que no deja
margen a duda razonable de que realmente ha querido definir al-
guna verdad especulativa o práctica.
^ Ahora bien ; tan no ejercitó León XIII esa facultad en las
Encíclicas enviadas a los católicos franceses que él mismo se
mostré extrañado en la carta que luego dirigió a los Cardenales
de que, a pesar de ser tan simples y claras, hubieran dado lugar,
al menos así lo parecía, a falsas interpretaciones. Los teólogos más
prestigiosos posteriores a ella, no sabemos tampoco que consideren
las enseñanzas dadas con esta ocasión por León XIII como ver-
dades definidas.
Pero, aparte ese magisterio infalible, el único que por igno-
rancia o malicia conciben algunos en el Papa, éste tiene el poder
apostólico, superior a todo otro poder humano, de guiar, exhortar
y de mandar directa e independientemente a toda la Iglesia y a
todos los países y aun a personas particulares de ella, cuando
según los tiempos, lugares y situaciones, lo juzgue necesario o con-
veniente para el bien particular y general. En el ejercicio de este
poder, el Papa, a pesar de toda su ciencia, virtud, humano ase-
soramiento y asistencia muy especial del Espíritu Santo, está e.re-
puesto (aunque menos que ningún otro poder terreno) a error y
LA DOCTRINA DE LOS PODERES CONSTITUIDOS 281

aun a pecado (1). A los fieles corresponde el deber de acatar con


plena docilidad y respeto el ejercicio de este poder. A su debido
tiempo, la historia, bien documentada, es la que podrá, serenado el
ambiente de turbias pasiones, examinar y criticar, siempre con la
debida mesura, la actuación de los Papas.
Y bien : ¿ qué es lo que con el ejercicio de este poder apostólico,
y no en funciones de infalibilidad, mandó el Papa León XIII a los
católicos franceses respecto a la República francesa, constituida
ya y definiüvamente consolidada desde hacia veintidós años de su
implantación ?
Que los católicos todos, en el terreno religioso, prescindieran
del interés meramente político y natural de sus partidos, y que
como un solo hombre, o más bien a modo de legión disciplinada,
defendieran los intereses superiores de la Iglesia ; que para ese
fin, en vez de perder sus energías estérilmente, impugnando la re-
pública en cuanto forma de Gobierno (porque en cuanto tal no era
intrínsecamente mala, sino admisible), la enderezasen a combatir
las leyes injustas y rechazar los ataques provenientes de aquélla
contra los derechos e intereses de la Iglesia ; que las leyes y orde-
naciones en su contenido justas, dictadas por la república, se aca-
tasen y cumpliesen. No definía, sin embargo, que la obediencia
fuera precisamente debida a los gobernantes de la misma repú-
blica, sino que hizo siempre e insistentemente hincapié en que esa
actitud de sumisión sincera era debida a las exigencias del bien
común y (nótese cuidadosamente) mientras ellas duraran ; luego no
indefinidamente ; si las circunstancias cambiaban o se empeoraban,
las exigencias consecuentemente serían diversas. Lo cual, en otros
términos, era decir que no era lícito sacrificar a las miras o inte-
reses de ningún partido los intereses de la Iglesia y aún los del
mismo Estado.
Las palabras textuales de la Encíclica en francés son éstas :
«Et ce grand devoir de respect et de dependance persevérera tant
que les exigences du bien commun le demanderont, puisque ce
bien est, aprés Dieu, dans la société, la loi premiére et derniére.»

H) Puede verse esta doctrina expuesta, con la claridad que ellos acos-
tumbran, en los tratadistas teólogos modernos, v. g., en Palmieri, Men-
dive, Dickmann, Franrelin. Véase especialmente Muncunil, De Ecclesia,
-1- 611 y siguientes.
28? ACCIÓN B S P A S O L A

Luego el precepto inculcado e impuesto por León X I I I fué que


de momento, según estaban por entonces las cosas en Francia y
según las esperanzas que se podían concebir de mejoramiento, se
prescindiese de los medios de fuerza y de los procedimientos de
hostilidad sistemática (1) contra el Gobierno republicano, ya que
la insurrección podía lanzar a la nación en el caos de la anarquía.
A ello contribuyeron, sin duda, además de las divisiones de los
partidos católicos y las discrepancias de táctica (que no de princi-
pios) entre los fieles y aun entre los mismos Prelados, los ofreci-
mientos más o menos sinceros o engañosos de algunos estadistas
republicanos de gran relieve, tales como Globet, Freycinet, Ferri y
otros que invitaban a todos a ingresar y formar parte de una
república tolerante, pacífica, abierta a todas las buenas volunta-
des, etc., etc.
Ante esa perpectiva, León X I I I con el amor más sincero de
la Iglesia y aun de Francia dijo : «Basta ya de disensiones polí-
ticas de partidos y de unos católicos contra otros (no en los prin-
cipios sino en la manera de practicarlos) ; todos unidos, a la de-
fensa de la religión católica, frente a los grandes peligros que
la amenazan.»
Esto es, ni más ni menos, lo que ordenó León X I I I a los ca-
tólicos franceses. Así consta por carta escrita por el mismo Pon-
tífice al Arzobispo de Burdeos Mathieu el día 26 de marzo de 1897,
en la cual le dice, entre otras rosas, textualmente : que no hahúi
querido añadir nada a las apreciaciones de los grandes doctores
acerca del valor de las diversas formas de gobierno, ni a la doctri-

(1) Según el Libro Blanco, publicado por la Santa Sede en 19C-1,


on su capítulo V, «/¡: oposición sistnnática de los católicos levantaba
contra la Iglesia la irritación creciente del partido republicano, cnyo poder
se iba fortaleciendo cada día desde 1876, y suministraba un pretexto con
alp,una apariencia de. fundamento para declararles enemigos de la repú-
olica y excitar contra ellos las pasiones y la cólera», etc.. «León Xlll
quería al mismo tiempo desligar la religión de la alianza con los partida
monárquicos y sin hacer violencia a los sentimientos íntimos de cada uno,
mirando únicamente al bien de la religión y de la Patria, apremiar a los
católicos para que cesaran en la oposición sistemática a la forma repu-
blicana...» «\ así se quitaría todo pretexto político de nuevas leyes hos-
tiles...» Para llevar las inteligencias a la aceptación de esta dirección se
procedió lentatnente, pero con tacto.
LA DOCTRINA DB LOS PODERES CONSTITUÍDOS 283

na católica y a las tradiciones de la Sede Apostólica sobre el gra-


do de obediencia debido a los poderes constituidos.
Pero no paró aquí la cosa. Algunos católicos y no pocos prela-
dos, en su mayoría de buena fe, llegaron a creer y proclamar que
el Papa al ordenar la obediencia ya expuesta y la suspensión de
toda hostilidad sistemática contra el régimen constituido, había
por el mismo caso prescrito bajo precepto (claro es que grave por
la materia), la adhesión formal a la república. Según este sentir,
bastante divulgado por F'rancia, en adelante ya no podía haber
imperialistas ni realistas ; todos los católicos tenían que ser sin-
ceramente republicanos, so pena de incurrir en rebeldía declara-
da contra la Santa Sede. Los derechos de los pretendientes del
imperio o de la monarquía habían prescrito a favor de la repúbli-
ca. Parecían dar pie para esta interpretación las palabras del
Papa tan encarecidas respecto a la sumisión completa y sin se-
gundas intenciones al Gobierno republicano. Corroboraban esta
creencia de los católicos la conducta del mismo Papa, el cual,
como se consigna en el cap. 5 de! Libro Blanco publicado en 1905,
«no dejaba pasar ninguna ocasión de favorecer, sea en el interior,
sea en el exterior, al Gobierno republicano». Los periódicos cató-
licos y no católicos aumentaron no poco la alarma y la confu-
sión con sus indoctas y atrevidas discusiones.
La exageración en favor de la adhesión a la república, escri-
be el historiador Murret, alcanzó tales proporciones, que muchos
sacerdotes creían que en conciencia no se podía absolver en el
confesionario a los penitentes que se mostraban refractarios a la
adhesión. En consecuencia, protestas, dudas, conflictos a granel.
León XIII intervino una vez más para poner las cosas en su pun-
to. En una carta de 3 de agosto de 189S dirigida al Card. Lecot,
Arzobispo de Burdeos, calificó su llamamiento a la adhesión de
simple exhortación, llena de benevolencia con el fin de persuadir
a los ciudadanos franceses que olvidasen las antiguas querellas,
con el reconocimiento leal de la constitución de su país, tal como
se hallaba establecida, y condenó a los que se arrogaban el dere-
cho de hablar en nombre de la Iglesia. Ni aun con esta declara-
ción se aquietaron del todo los ánimos. Parece, pues, bastante
claro que el Papa no quiso imponer verdadero precepto de adhe-
sión a la república. Examinando las Encíclicas en ninguna parte
284 ACCIÓN ESPAÑOLA

se encuentra esa palabras de adhesión que aparece en cartas y


otros documentos menos oficiales, sobre todo de los Prelados, aun-
que no todos.
Su voluntad particular y que a más de uno le recomendaba
sin rebozo alguno era, sin duda, esa. Así se explica el fundamen-
to, aunque no suficiente para la obligación, de muchas frases
empleadas por muchos Prelados y aun por el mismo órgano ofi-
cioso del Vaticano el Observatcre Romano, v. gr., el día 13 de
octubre de 1894 ; pero sagazmente en atención a las dificultades
que necesariamente había de tropezar o por otras causas, no cre-
yó prudente ni oportuno el Papa imponer esa adhesión bajo pre-
cepto, contentándose con una encarecida y repetida recomenda-
ción.
No es de nuestra incumbencia indicar aquí las amarguras
que a León XIII le ocasionó esta política de favor respecto a la
república francesa, la cual, mientras unos aplauden como el fru-
to más sazonado de su diplomacia, en cambio a otros católicos
de ciencia 3' virtud eminentes hemos oído respetuosamente cen-
surar como menos acertadas, ya que en nada o por poco tiem-
pp detuvo los avances y ataques furiosos de la república liberal
masónica, que a las caricias paternales del Papa correspondió
con negra ingratitud, aprobando y ejecutando cínicamente las
sectarias y vejatorias leyes de 1901 contra los religiosos y la se-
paración de la Iglesia y del Estado, en 1905. Por nuestra cuen-
ta nos sentimos incapaces para enjuiciar tan grave y complicado
asunto, si bien como es obvio y natural, en caso de duda nos
inclinaremos siempre del lado del Papa, por las mayores garan-
tías de acierto que le asisten, aun en las medidas del orden pu-
ramente gubernativo de la Iglesia.
Sea de esto lo que se quiera, una cosa nos atrevemos a asen-
tar, porque lo acredita la Historia imparcial, y es que la políti-
ca del Vaticano respecto al Gobierno francés cambió no poco,
después de las leyes persecutorias que acabamos de mencionar.
Más aún ; el santo Pontífice Pío X, siguiendo otra orienta-
ción, dejó a los católicos en plena libertad para adherirse o no
a la República francesa, esperando la defensa de la Iglesia no
de los partidos del orden, como él dijo repetidas veces, sino de
LA DOCTRINA DE LOS PODERES CONSTITUÍDOS 285

los hombres que forman el partido de Dios. Véase para más de-
talles a Barbier (1).
E n este artículo para nada nos hemos referido a la presente
situación de España bajo el nuevo régimen de la república ; no
hemos pretendido definir si el régimen actual es o no Gobierno
de mero hecho, o más bien de hecho y de derecho a la vez. Tam-
poco nos creemos autorizados para dirimir la contienda, ,ya an-
terior a la Tiepública, de si a España es o no aplicable la doc-
trina de León X I I I en orden al reconocimiento y adhesión de
los Poderes de hecho establecidos. Los que tal piensan y sostie-
nen no pueden decir con verdad, según queda expuesto, que
León X I I I puso tal precepto en Francia. Aunque fuera verdad
que lo hubiesen puesto, ¿son iguales las circunstancias de E s -
paña a las de Francia? ¿ E s iguai una República de pocos meses
y aun acaso no del todo cimentada por las disensiones de los
partidos y en particular por la reacción saludable que se advier-
te en los católicos, es igual, decimos, a una República consolida-
da poderosamente después de veintidós años de existencia y apo-
yada en fuertes mayorías después de repetidas elecciones? ¿ E l
precepto dado a un país tiene valor en otro, fuera del puramente
directivo si las circunstancias son iguales o bastante parecidas ?
A todas estas interrogaciones que dejamos sin contestación
esperando la autorizada de quienes pueden darla, tenemos que
añadir una diferencia, a nuestro juicio, muy notable entre F r a n -
cia y España respecto a los partidos católicos. La culpa en bue-
na parte de los males gravísimos que padecía en el orden reli-
gioso, recaía en las disensiones de los partidos católicos entre sí
divididos. No diremos que algo de esto no haya sucedido en E s -
paña, pero a nuestro modesto parecer, la culpa principal en E s -
paña no la llevan sobre sí los beneméritos partidos ni los perió-
dicos católicos, a pesar de algunas deficencias inevitables, sino
los católicos tibios y apáticos que por su abstención e indiferen-
te cobardía no han engrosado los partidos católicos y militan-

(1) Histoire du catholicisme liberal; cinco volúmenes con índice


Cf^pioso para su más fácil manejo. Véase sobre todo el tomo V, que se
refiere al pontificado de Pío X. En el periódico católico tradicionalista
Eí Siglo Futuro, el valiente articulista Fabio es del mismo sentir. Véase
el número de 31 de diciembre de 1981.
286 ACCIÓN KSPAflOI,A

tes : la tienen y grandísima los católicos que por sus intereses


materiales, lejos de observar las normas sapientísimas de la Igle-
sia, no han tenido el menor escrúpulo en favorecer con su per-
sona y dinero a los partidos que no eran netamente católicos, sino
liberales más o menos malos ; la tienen aquellos que se empeña-
ban en demasía en que los católicos para su acción ciudadana
tenían que pasar, quisieran o no, por el aro del reconocimiento y
adhesión al régimen imperante de la dinastía caída. Importa po-
ner la segur a la raíz y remediar estas causas notorias de inmen-
sos males, pero aún sanables.
¿Se ha de hacer más? ¿Se ha de exigir en aras del bien co-
mún, sobre todo de la Iglesia, algún sacrificio más costoso? ¿ Quién
lo ha de decir? Por fortuna los católicos no tenemos mucho que
discutir. Al frente de la Santa Iglesia se halla un Pontífice todo
valor y serenidad. El, debidamente informado, es el que acerta-
rá a darnos las órdenes necesarias y oportunas. A obedecerle to-
dos los católicos sin tergiversaciones ni distingos,

X. X. X.
LAS IDEAS Y LOS HECHOS

Hombres, cosas, países

PLUMAS BLANCAS EN OXFOBÜ

Y o he citado aquí, en el prólogo a estas notas, una frase de


Nietzsohe que quizás los ángeles no habrán podido oír sin
que un temblor les recorriese el cuerpo. Desde la alta cima
del mito, ante la roca y el musgo de la tragedia, gritó el germano
un día : aNo es cierto que el hombre haya uacido para ser feliz.
Ksta es una patraña de los ingleses.»
No nos engañemos. Cuando el griego clásico —socrático y
platónico— habla de endemonia o el cristiano medieval de dicha,
aluden a una cosa distinta de aquello a que llama feacidad el filis-
teo moderno. La eudemonía, para el clásico que vive a alta ten-
sión todo el pathos de la tragedia, es heroica entrega del albedrío
a la ley. Para Francisco de Asís o el maestro Eckehart, es mú-
sica celeste, cántico de las alturas, sacrificio de las miserias sub-
jetivas frente al esplendor de lo sobrenatural. Pero el burgués
entiende por felicidad la posesión de bienes sensibles. Esa es la
idea liberal que Nietzsche apostrofa, tronitonante, con látigos de
antiguo testamento.
Idea liberal, patraña inglesa. Pero ha habido una Inglaterra
que no fué asi. La que marchó a las cruzadas, dando al aire el
uiás bello grito del mundo: San Jorge por la alegre Inglaterra.
Aquella de los santos que mueren en Jerusalén por el Señor y de
Jos, caballeros que combaten por el tallo de una rosa. Aquella que
288 ACCIÓN ESPAÑOLA

agoniza en Marlowe y en Shakespeare, ballet de sangre y seda,


como una fiesta de toros.
Ya sin traje de luces, el circo es sólo arena. Se esteriliza la
oold merry England» en monótono aburrimiento puritano. La as-
cesis impresionante de la Reforma pone al descubierto toda la
dura y seca frialdad del corazón británico. Hasta quf,.a fines del
dieciocho, por la grieta aburrida sale un filón. El país, antes po-
bre, amanece rico. Los muros ateridos se calientan de euforia.
Arde la leña en la chimenea, canta el te su dulzura cuando marca
el reloj las cinco, se alarga la butaca para la siesta cómoda.
Desde entonces todo se valora en Britania, según el «gold stan-
dart» de lo «confortable». La literatura de Dickens es una literatura
«confortable». Los cuadros de Turner, son una pintura «conforta-
ble», la sociología de Spencer es una sociología «confortable».
«Confortables» son, asimismo, la lógica de Stuart Mili, los campeo-
natos de «criquet», los plátanos de Jamaica y los discursos de
Peel.
Estamos en un día de noviembre de cualquier año del ocho-
cientos. Un tabernáculo sagrado, con alto postillón y pajes blan-
co y oro, marcha hacia la Cámara. Los alabarderos barbudos
abren filas. Los pares escarlata descienden de sus coches. Revue-
lo de arzobispos y diplomáticos, en un banco carmesí que mil
miradas bordan. La muy excelente y muy graciosa Majestad ini-
cia el rito. Suena en medio del silencio el idioma arcaico de los
Plantagenet, como la melodía de una caja de música : «Le Roy
le veult». Lo quiere el Rey y lo quieren los nobles y los comer-
ciantes de Liverpool y los tejedores de Manchester y los leñadores
de Escocia. Todo el mundo quiere el regalo del liberalismo : pro-
mesas de felicidad en forma de oratoria. En la tribuna, Sir Rober-
to o Sir Carlos Dilke o el perfil verduzco, entre judío portugués
y veneciano, de Disraeli, o la toga romanizante de Gladstone. <; Qué
más da? De una voz o de otra ha de surtir siempre un chorro de
esperanzas lisonjeras. Dice sir Roberto : «Un litoral proporcional-
mente más ventajoso que el de ningún otro país, nos asegura la
superioridad marítima. El hierro y el carbón, nervios de la indus-
tria, dan a nuestras manufacturas preeminencia sobre las rivales.
Nuestra riqueza sobrepasa a la de todos los pueblos. En inventiva
y habilidad nadie nos gana. Nuestro carácter nacional, las libres
HOMBRES, COSAS, PAÍSES 289

instituciones bajo las cuales vivimos, la libertad de pensamiento


}' la importancia de nuestra prensa, nos colocan a la cabeza de
las naciones que se desarrollan por el librecambio de productos».
Y prosigue Stanley Jevons : «Las cinco partes del globo son tri-
butarias de Inglaterra. Para el inglés cultivan su trigo las estepas
de América y de Rusia, crecen ios bosques del Canadá, se riza
en Australia la lana de los rebaños». Pocos fruncen el ceño, pre-
guntándose si el Imperio es rico por ser libera!, o lo es a pesar de
los economistas fisiocráticos. No era aquel un tiempo propicio
a la objeción, sino a la satisfacción. De ciudad a ciudad, por las
praderas dulces, corren maravillas mecánicas a lo largo de dos
carriles. Del humo de las locomotoras dicen los oradores que es
la rúbrica de la firma del progreso. Dan las doce en Big Ben. Es
el momento del sueño. Se deja de leer «El Times» y de fumar la
pipa. A la sombra de Westminster, ante la chimenea plácida, toda
llena de ternura por los pobrecitos huérfanos de los folletines de
Dickens, la Inglaterra fabiana, manchesteriana y filantrópica cie-
rra los ojos, después de pedirle a Dios que guarde a la buena
reina.
En medio de esa atmósfera apacible e inofensiva, donde la con-
formidad se derrite en manteca burguesa, sólo se percibe un gesto
de descontento: el de los escolares de Oxford. Le falta algo a
Britania. Le falta la estética. Byron le pide a Lucifer un mechón
de llama sacrilega. Ruskin le pide al Giorgione y al Veronés un
poco de oro solar veneciano, para adorno de capillas metodistas.
El «fellow» de Brasenose le demanda a Epicuro un lote de dioses
en saldo para repartir, como premios, a fin de curso. Pater le en-
seña, en el camarín de su aula, a los discípulos, que todos llevan
consigo un Olimpo que se llama sensibilidad. La religión, que
"ga, se convierte en sensación confusa, que dispersa. Pero el Im-
perio es tan fuerte y está tan apretado, que puede permitirse ese
'lijo. El lujo de tener intelectuales de lujo, como el que tiene gal-
gos de nieve, o caballos de carrera.
En rigor, pese al escándalo de cuatro viejas chillonas y diez
pastores, el esteticismo realiza, en la vida espiritual británica, lo
que en lenguaje parlamentario se llama «la oposición de Su Ma-
jestad». Hay dos partidos en el espíritu, como hay dos partidos
* i las elecciones. Éticos y Estéticos. Torys y Wlhig. El turno
5
290 ACCIÓN ESPAÑOLA

de los grupos en ficticia rivalidad y pacto oculto que Cánovas,,


con olvido de nuestras tradiciones, sin fe en el pasado y el poi-ve-
nir de España, quiso, inútilmente, aclimatar. El siglo XIX podía-
permitirse el boato de la tolerancia. Del XVIII hereda un patri-
monio de optimismo donde sobra sitio para la flora exótica. En>
toda casa rica hay pabellones con flores raras. Rosas de Pater,
con versos de Joaquín du Bellay tatuados en su carne tierna. Li-
rios prerrafaelistas de William Morris. Albión rubia es dueña de
todo el orbe. Puede, pues elegantemente, vivir en el mejor de
los mundos imposibles. Selvas, oasis, minas y mares, mares, ma-
res. A quien tiene por latifundio cinco océanos, ¿qué le importa
un chapoteo de cisnes en el estanque? Hagan los estetas lo que
quieran. Esos juegos de ingenio —se dijo— no son en la vastedad
de la eterna Inglaterra más que una banda de pájaros en brinco
sobre las olas.
Cuando hay dicha, gusta el deleite del deleitante. Pero ahora
ya no es feliz ni se siente segura Britania. Han venido «hard
timesB. Tiempos difíciles, de zozobra, de angustia. El vuelo del
pájaro que se cree gracioso en la bonanza, se interpreta como un;
agüero en días de tormenta. No se puede jugar al fantasma, por-
que se acaba siéndolo. No se puede cortejar al desastre, porque
la mano que huye concluye por dársenos fría e implacablemente.
«Curting desasten». Fué el juego de Osear Wilde, galán de ago-
nías. Pensaba que no le hacía caso, y era a él, burlador burlado,
a quien quería. Pensáis, mozos de Oxford, que no iréis a la gue-
rra, que no iréis a la muerte. No tenéis que ir, galanes. Ya ha
venido ella a vosotros. Ya la lleváis, sin advertirlo, dentro.

LAS LETRAS Y LAS ARMAS^


i
Como el árbol del suelo, así la plenitud espiritual se nutre
de una savia de amores que encuentran su más pura manifesta-
ción en el heroísmo. Sin un ascendente sentido de lo heroico, no
hay cultura posible. Consiste, en efecto, la cultura, por esencia,
en un cuerpo universal y totalizador de bienes en cuyo conjunto
figura el valor físico —que, claro, no es sólo físico—, siendo el
coraje un valor más entre los demás valores y, a la par, el sostén
i e todos ellos. La bravura, el riesgo, la capacidad de sufrir, vale
HOMBRKS, COSAS, PAÍSES 291

ya, de por sí, tanto como la justicia, la verdad o la belleza. Un


•lundo sin guerras sería un mundo manco, tullido, inacabado,
aún en el supuesto de que no hubiese en él nada que defender.
Pero, además, acontece que, en este mundo, el depósito de bienes
a que llamamos tradición, tiene que ser defendido, por el simple
e irrecusable hecho de que es atacado. Si falta, por tanto, el tem-
ple de exponer la vida por aquello que vale más que la vida misma,
la cultura perece ante el primer adversario. Por eso las letras han
intimado siempre con las armas. «Libro e moschetto, fascista per-
fetto». Con el fusil y el libro se asoma Mussolini al Palacio de
Venecia. Fusil y libro fué también el lema fascista de Cisneros.
«Oh, Alcalá, madre». De Alcalás y Salamancas salió aquella pri-
mavera española de la Contra-Reforma y el Contra-Islam que ha
salvado a la Cristiandad y a Occidente. Garcilaso cae en Niza en-
vuelto en las banderas del César. Iñigo de Loj'ola va, con cicatri-
ces en el cuerpo, de Cómpluto a París, a fundar el día de la Ascen-
sión, una milicia. Cervantes acude a la más alta ocasión que vie-
ron los siglos. Universitarios con amor al Universo y a su país,
impidieron, con la espada, que Europa fuese epitafio de la media
luna. De la media luna que hoy amenaza de nuevo con la hoz y el
martillo desde esa Meca eslava donde Mahometo Lenin impulsa a
las hordas.

E L SOFISTA Y LA PATKI'»

Y no se diga, sofísticamente, que cabe un amor a la univer-


salidad, una entrega absoluta a lo verdadero por encima de la pa-
tria y su real símbolo. No se diga esto, si no se quiere que el
mote de sofista caiga, implacable, sobre quien tal profiera. Por-
que vamos a ver : ¿ qué es, en última instancia un sofista sino un
lJ«nsador desarraigado? Para medir la pureza, la sinceridad y la
exactitud de un pensamiento, basta averiguar la índole de los
vínculos que enlazan al pensador con la comunidad. Este es un
signo infalible, que no admite negaciones ni dudas.
Los filósofos griegos de la gran época creadora se sienten uni-
dos de un modo entrañable a su comunidad originaria. El siste-
ma anchuroso, de amplitud cósmica, nace de una viva pasión por
su pueblo concreto, claramente expresa en su actividad legislado-
ra. La suerte de la patria se identifica con su propia suerte, así
292 ACCIÓN iSPAÑOLA

como con el rigor genérico. Aman a los dioses lares, a los muertos
heroicos, al labrador de los fundos próximos y al herrero de la
esquina. Creen en la existencia de la verdad y en que ésta puede
ordenar la vida de los seres que le son queridos. La verdad que
han visto se la hacen ver al de al lado. Su método consiste en la
intuición y el testimonio.
Muy otro es, en cambio, el tipo de filósofo de profesión, que
no se siente en dependencia de un cielo y de una tierra. Escéptico,
ateo y liberal, marcha de urbe en urbe, con su bazar de ideas por
los caminos nómadas. Donde hay coloquio y discípulos, allí se le
ve. La larga túnica de pedante lo delata. Pero aun se le reconoce
mejor por su fácil elogio de «estos medios tan cultos del extran-
jero» .
Pienso en un caso ejemplar : la conmovedora muerte de Sócra-
tes. Cuando la democracia lo aprisiona, los amigos le brindan la
liuída. A una existencia sin raíces prefiere la cicuta. Perseguido
por el populacho como sofista, quiere probar que no lo es. Protá-
goras puede ir errante ; Sócrates, no. Sócrates tiene una patria
y sólo una. Lo mataron porque era suyo. Porque, a pesar de la
miseria de Atenas, no sabía ser más que ateniense.

EUGENIO MONTES
Actualidad española

L AS minorías republicanas no adscritas al Gobierno, lo mis-


mo las francamente en rebeldía contra éfl, que aquellas otras
que mantenían relaciones más o menos cordiales, se unieron
para hacer conjuntas una declaración de guerra.
Resulta curioso el ver cómo retratan la situación ios propios
republicanos, los que con mayor ahinco se esforzaron por instau-
rar la República en España, los mismos que firmaron manifiestos
€n los que ofrecían abundantes bienes y venturas como consecuen-
cia dd cambio de régimen.
«La situación de España —dicen en documento que lleva la
firma de los jefes de ias minorías que se sitúan en la oposición-
no admite plazo ni espera en sus males, y él país necesita apre-
niiantemente sentirse gobernado, si no queremos que sean defi-
nitivos e irreparables los daños causados por el Gobierno actual.
I^sgobierno que procede de la tremenda ausencia dg una política
y que amenaza con arruinar para siempre las fuerzas morales y
económicas de la nación ^n medio de una desesperada rebeJdía, de
nn angustioso malestar, y de una desoladora ausencia de autori-
dad, de que apenas hay precedentes.»
«H problema exterior a Has Cortes, el que con acierto se ha
Mamado «problema de la calle» rebasa todos los artificios parla-
mentarios que el Gobierno quiere montar.»
Y poco antes de ofrecer esta panorámica, se señala de modo
Pteciso la responsabilidad que le incumbe afl jefe del Gobierno con
*stas palabras:
«Los partidos republicanos de oposición, una parte de la Pren-
294 ACCIÓNBSPAÑOLA

sa, las Asambleas públicas, las representanciones de intereses na-


cionales, han pedido a todas horas y en todos los tonos que se aban-
donaran las tareas subalternas y episódicas para atender a las prin-
tipales, y especialmente a las que exigía la Constitución; el jefe
del Gobierno ha respondido a todo ello con un sistema de aplaza-
miento interesado, cuando no con el frío y rencoroso desdén que
preside sus iniciativas políticas.
Conste, por tanto, que las minorías no han contraído ni el más
leve atisbo de responsabilidad en la dañosa tardanza con que van a
llegar al Parlamento proyectos que debieron haberle sido someti-
dos hace meses. Que esa responsabilidad recaiga, pues, taxativa
y categóricamente, como es justo, sobre el Gobierno, y muy parti-
cularmente sobre la persona del presidente, para quien los conse-
jos generosos y leales parecen ser agravios.»
Como consecuencia de todo esto, quedaron abiertas las hosti-
lidades entre el Gobierno y las oposiciones republicanas. Estas,
en su famosa nota, no descubrían nada nuevo a los españoles. A
poco del advenimiento de la República, cuantos miraban con sere-
nidad el proceso político, advertían los trastornos, sacudidas y
grietas que se producían en el mapa social y político de nuestra
patria, y lo denunciaban entre la indiferencia y la protesta de los
mismos que hoy con tantos aspavientos y clamores coinciden en
afirmar lo que hasta hace poco no se podía decir sin incurrir en
el acto en las iras de los que mandan, por sabotage al régimen.
Los que hoy denuncian los abusos y excesos del Poder, lo ro-
bustecieron ayer con sus votos: los que hoy enumeran los estragos
que ha ocasionado una política, son los mismos que la inspiraron
y la dieron alas desde sus comienzos. Porque no se puede olvidar
ese principio de los nuevos modos y formas de gobernar, como
ellos dicen, y en ese principio se confunden los que protestan con
los que mandan.
Esta es la República y no puede ser de otra manera, ha dicho
repetidas veces el Sr. Azaña. Los que esperaban otra cosa se han
equivocado.
Y no son sin razón las palabras del Sr. Azaña cuando van di-
rigidas a los republicanos. «Esta es la República». Para compren-
der que así es, basta observar qué cuidado ponen los firmantes
del documento en cuestión en callar sobre los remedios y trata-
ACTUAI/IDAD ESPAÑOLA 295

imientos que son necesarios para a)Iiviar y curar a España de las


graves dolencias que sufre. ¿ E n qué farmacopea encontrarán los
recursos para acabar con aquellos males «que no admiten plaz»
mi espera» ? Si el desgobierno procede de la «tremenda ausencia
de una política definida», ¿ dónde y cuándo han definido ellos una
política que garantice contra ese desgobierno ? ¿ Será, acaso, la
•que emplearon los Sres. Maura y Lerroux siendo ministros? ¿De
qué programa político sacarán soluciones para acabar con «la des-
esperada rebeldía y el angustioso mailestar» y jugos para la econo-
.mía anémica de España ?
No lo dicen. Las oposiciones ocultan cuidadosamente la fórmu-
la. Los que desconfiábamos antes del advenimiento de la Repú-
blica de aquellas promesas y ofrecimientos que hacían vaciando
sobre los electores españoles el fantástico cuerno de la fortuna,
tenemos nuevos motivos para desconfiar hoy ante esa nota que
-nos parece un manifiesto más, lanzado en vísperas de elecciones,
con lia misma finalidad que aquellos de 1930 y 1931, igualmente
faltos de sentido, igualmente llenos de promesas que no se reali-
zarán nunca.

* >t: *

Ya se sabe la insistencia con que el Sr. Azaña repite que es


irreprochable su comportamiento constitucionaJl. Cuenta con la
mayoría parlamentaria, y, por lo tanto, ejerce el Poder con plena
autoridad.
Pero de derecha e izquierda le objetaban que tener la mayoría
•no significaba tener la opinión de su parte, primero, por la forma
en que fué lograda tal mayoría, y segundo, porque en dos años ha
cambiado el sentir de las gentes.
La respuesta la dio el Gobierno con el mitin celebrado en la
plaza de toros de Bilbao el día 9 de abril. Se le encomendó la or-
ganización del acto a D. Indalecio Prieto, por celebrarse en la zona
donde tiene su cacicazgo y porque se ha especializado en la prepa-
ración de festejos y movilización de muchedumbres.
Una activa propaganda por parte de los tres partidos guberna-
mentales y una recluta diligente y bien premiada en las alcal-
días, llenó la plaza de toros, y el Sr. Azaña pudo exclamar or-
296 ACCIÓN BSPAftOLA

guUoso: «He aquí la opinión. ^ Dónde están ellos ?» ¿ Quiénes


son ellos ? ¿ Las oposiciones republicanas ? Lerroux le podría con-
testar que antes había llenado las plazas die Madrid y de Zara-
goza, i Se refería a los adversarios defl Gobierno ? Pues resultaba
una puerilidad preguntarse ante 25.000 personas dónde estaban
los veintitrés millones de España. No cabían en la plaza, y si
hubieran cabido, de fijo que no les hubieran permitido entrar Dos
guardias de asalto y las fuerzas de policía movilizadas para cus-
todiar a los ministros.
En cuanto al contenido doctrinal, el acto de Bilbao fué un
mitin más. Indalecio Prieto, que posee el doctorado en la mala
cieiicia de la difamación —basta recordar su famoso discurso en
el Ateneo en abril de 1930— abominó de los bilbaínos que le in-
jurian y calumnian. Marcelino Domingo fué el hombre vanílocuo
de siempre, de elocuencia insubstancial e inútil, sin que a través
de la fronda de sus párrafos, claree una idea o un pensamiento bieni
concertado y luminoso. Oratoria de revolucionario envejecido en
campañas de negación y de rebeldía, y que a la hora de acreditar
con hechos la eficacia de sus teorías demoledoras, sólo puede ofre-
cer desolación y ruinas, y la extraordinaria e inaudita explicación
de que los desmanes y las violencias que se suceden en los pue-
blos, la anarquía que gana a las provincias en las que se experi-
menta su reforma agraria, no son otra cosa que los síntomas del
crecimiento espiritual, garantía de la subsistencia y del desenvol-
vimiento de la República. Pero poco después, en su párrafo final
precisamente, Marcelino Domingo afirma como indispensable para
el buen desarrollo de la vida nacional, el orden y el equilibrio
económico. Y uno no sabe cómo relacionar para que se correspon-
dan estos extremos antagónicos: cómo un ministro de la Repúbli-
ca que cree imprescindible el orden y el equilibrio económico, ad-
mite poco antes que los desmanes vandálicos y las subversiones
anárquicas son expresiones de fortaleza y garantía de subsisten-
cia de la misma República.
Síntomas reveladores son estos del temporal que hierve en el
cerebro del Sr. Domingo y que tan exactamente se refleja en su
obra de gobernante.
El Sr. Azaña gargarizó, como de costumbre, con tópicos y ía
tiguillos. Obsesionado por su afán de permanecer en el Poder, &
ACTUALIDAD ESPAÍJOLA 297

esta ambición subordina todos los problemas y cuestiones que le


ofrezcan la hora. En Bilbao repite lo que dijo en el frontón de
Madrid, y en el frontón lo que expone en eJ Parlamento, y en
éste lo que en otras épocas de menos fortuna para él desarrollaba
en la «cacharrería» del Ateneo, cuando no soñaba dg fijo con un
encumbramiento tan fulminante.
Se observa en los discursos del Sr. Azaña que no hay tema que
más le apasione, ni cuestión para él de más enjundia, ni asunto
que trate con más predilección, que el de su permanencia en el
Poder. Hombre sistemático, va por su camino, porque, a su en-
tender, el arte de gobernar consiste en ser obstinado. Esa rer-
quedad que sale victoriosa dg todas las pruebas, le estimula para
perseverar. ¿ Se deduce de ella beneficio para la nación ? De nin-
guna manera. Mil veces se ha dicho y se ha enumerado los resul-
tados de la política del Sr. Azaña: en lia prensa independiente, en
las Asambleas de fuerzas que representan la agricultura, la in-
dustria, las actividades comerciales, en el libro y en la tribuna.
Durante su etapa de mando se resquebrajó y se desmoronó la ar-
quitectura económica de España; se desgajó la unidad nacional;
florecieron pujantes el anarquismo, el pistolerismo; afianzó, ro-
busteciéndolos con la persecución, a los adversarios que quiso eli-
minar ; dejó agónica a la prensa ministerial; agudizó los extremis-
mos, y en el mismo campo republicano sembró la discordia y de-
bilitó las fuerzas enfrentándolas enconadas y hostiles.
El Sr. Azaña da de lado a todas estas realidades para divagar
a su capricho sobre su tema favorito. «Una política de obstrucción
parlamentaria, en ningún caso, ni ahora, ni dentro de veinte se-
manas, ni dentro de veinticinco años, puede determinar la caída
de un ministerio». Y más adelante añadió: «Las Cortes Constitu-
yentes, convocadas por el Gobierno provisional de la República,
no sólo para hacgr la Constitución, sino, como dice el Decreto de
convocatoria, para todas las demás obras legislativas que el Go-
bierno le fuere sometiendo, las Cortes Constituyentes, en buena
administración de Jos recursos políticos del país, hemos dicho nos-
otros que habían de durar mientras fuesen capaces de mantener en
pife un Gobierno que gobernase». Y como la coalición republicano-
socialista que domina, está sostenida por la mayoría parlamenta-
ria, que sólo por consunción puede reducirse, de ahí que, confor-
298 ACCIÓN BSPAÑOtA

jne a los pronósticos del Sr. Azaña, puedan cumplirse y se cumpli-


rían los veinticinco años de mando que vaticina, si en los planes
que proyecta el hombre, y sobre todo d político, no apareciesen
de pronto esos obstáculos imprevistos más fuertes que la voluntad
de los que quieren imponerla, y que abren a los pueblos sendas }•
caminos hasta entonces no adivinados.
A ninguna tiranía le ha sido lícito jamás pactar con el porve-
nir. Y lo que ahora se intenta no es otra cosa que instaurar la ti-
ranía parlamentaria y sostenerla como un estado de derecho, evi-
tando cuidadosamente el perderla, porque aun con las arterias elec-
torales en que son maestros los partidos que hoy mandan, pudie-
ra resultar difícil reconstruirla.
La resistencia de España al desgobierno y a los experimentos
que hacen en su organismo el equipo de curanderos que con él
operan, tiene un límite. Al referirse el Sr. Azaña al futuro, de-
jando correr los años con tanta facilidad, denota que está muy in-
fluenciado por los amigos y adictos que le rodean, para quienes
no sólo no hay prisa para dejar el campamento gubernamental,
sino ferviente deseo de continuar en 61, todo el tiempo que sea
posible, temerosos, tal vez, de que no se vuelva a dar una oca-
sión tan propicia, una época de tanta fertilidad y abundancia.

*. Í>! *

Ahora se han cumplido dos años de República. Ya en el pri-


-mer aniversario se advirtió el desencanto del pueblo Ivos estimu-
lantes empleados para que se asociara a la alegría oficial, no
dieron resultado. Festejaron la fecha los que tenían motivos para
el alborozo: en el conjunto nacional eran bien pocos. Los demás
se contentaron con asistir a un desfile y admirar Jas iluminacio-
nes, procedimientos de fiesta anticuados y pueblerinos, de los
•que tantas veces renegaron en otros tiempos los organizadores mo-
femos.
Este año ha coincidido la fecha de aniversario de la procla-
mación con el Viernes Santo. Oportunamente el Gobierno dispu-
so él traslado de las fiestas oficiales al Sábado de Gloria. Y el
14 de abril fué Viernes Santo, y nada más que eso, ¡jorque no
ACTUALIDAD ESPAÑOLA 299

tabía lugar para otra cosa. El sentimiento religioso del puebl«


español sp manifestó, no como siempre, en este día, si no más pu-
jante que nunca. Y es notable, cómo estos hombres que gobier-
nan y que alardean de ser sensibles a las influencias de la opi-
nión, la desconocen o la desprecian cuando esa opinión aparece
contraria a sus gustos sectarios y a sus odios antirreligiosos.
En pleno alarde laicista, en los albores de una República que
se caracteriza por su desafecto a la Iglesia, en todo su poderío
los adversarios de la Religión, se ha dado ese espectáculo del
Jueves y Viernes Santo, en el que las multitudes han demostra-
do que estaban más cerca de los perseguidos que de sus perse-
guidores, y que preferían adorar a Jesús en el Calvario que acom-
pañar a los sectarios que le ofenden, en sus horas de triunfo.
i Dos años de República ! ¿ Qué resta —nos preguntamos— de
aquél entusiasmo delirante con que el pueblo, alucinado por unos
espejismos que nunca serían realidades, acogía la llegada del
nuevo régimen, como si se abriera la portalada gloriosa de la fe-
licidad ? ¿ Qué queda de aquél frenesí, de aquella alegría despe-
ñada, de aquél júbilo y de aquél vocerío victorioso ? Poco o nada.
Cenizas de desolación. Humo de desengaño.
Los intelectuales, que habían traicionado a la causa de la in-
teligencia, se han vuelto los unos a su torre de marfil, y otros
a hacer ell análisis despiadado de la República. Sólo perseveran
los que obtuvieron su «plaza al sol» como recompensa a sus des-
velos, y algún doctor que espera reemplazar su clientela averiada
con algún cargo de relumbrón y de positivas ventajas.
Precisamente, el 14 de abril, dos años después de proclamada
l a República, uno de los intelectuales considerado como faro que
guiaba a España por sus nuevos destinos, d catedrático Sánchez
Román, hace la crítica de la situación, reprobando la mangra Cómo
es llevada a cabo la Reforma agraria. «Pero todavía es más repro-
bable —añade— que sea el Gobierno quien dé pauta a tales ex-
travíos, que alguien ha llamado desde un puesto dé responsabi-
lidad signos de magnífico crecimiento espiritual, dictando dispo-
siciones agrarias que a todas luces vulneran su ley de origen:
funesto resultado de este desorden ha sido una mayor depresión
•en la economía agraria. Y la verdad es que análogamente ocurre
^it otros ramos de la Administración pública». Jurados Mixto» y
300 ACCIÓN HSPAÑOLA

Comités Paritarios; oficinas del Estado, de la Provincia o del'


Municipio... «Es decir, signos grandes y pequeños de desorden
general; inseguridad, por tanto, en todas las situaciones del ciu-
dadano, esto es, como campesino y propietario, como obrero y
fabricante o empresario, como administrado y como funcionario,
y hasta algunas veces como sujeto de derecho, cuyas libertades
personales no reciben la efectiva tutela del Estado».
«IndiscipiHna en Ja masa de los gobernados; extralimitación
punible y perturbadora de las jerarquías intermedias de la auto-
ridad ; tendencia en el Gobierno cuando los acontecimientos le
sorprenden, que es con demasiada frecuencia, a sortear da ley, para
ser reemplazada materiaímente por la solución ocasional y arbi-
traria que conjura el conflicto de momento a costa de ir dejando-
pedazos de su autoridad...»
Los intekctuaSesestán desencantados. Pero, ¿y Has masas obre-
ras ? Los socialistas no son votos en este asunto, porque los hom-
bres que llevan la voz del partido están obligados a proclamar
las excelencias de una .situación que les ha rendido tan copioso*
botín. Leamos los periódicos que representan otras agrupaciones
obreras, despreciadas hoy, pero con las que negociaron ¡los hom-
bres del Comité revolucionario, cuando preparaban la traída de Ja
República.
El diario órgano del sindicalismo, escribe: «Dos años de Re-
pública. Dos años de dolor, de vergüenza, de ignominia. Dos años
que jamás olvidaremos, que tendremos presentes en todo instan-
te. Dos años de crímenes, de encarcelamientos en masa, de apa-
leamientos sin nombre, de persecuciones sin fin. Dos años de
hambre, dos años de terror, dos años de odio. ¡Viva la Repú-
blica !>
Desencanto también en las masas populares.
Aún podemos recoger otro testimonio interesante, publicado
eS. mismo día de la conmemoración del advenimiento de la Repú-
blica. Es de un diputado republicano, el Sr. Armasa, quien no va-
cila en decir lo siguiente :
«El momento político me parece grave, porque no se puede
hacer lo que se ha hecho: herir sin sistema ni solución, todos
los intereses; despertar sin satisfacer, todas las ambiciones, y re-
ducir, sin más equitativa distribución, todas las riquezas naciona-
ACTUALIDAD ESPAÑOLA 301

les... Y este momento actual es tanto más grave, cuanto que la Re-
pública tiene una significación socialista incompatible con la tradi-
ción republicana española, fundamentalmente liberal.»
Nos sería fácil reunir nuevos testimonios, para demostrar cómo
en este segundo aniversario de la República son más los desencan-
tados que líos satisfechos; muchos más los que han visto desplo-
marse en fracaso el castillo de sus ilusiones, que los que han en-
contrado en la nueva política aquellos bienes y aquella felicidad
que les brindaban los que hace dos años embobaban al pueblo,
con sugestiones y promesas, a sabiendas de que nunca podrían
cumplir.

JOAQUÍN ARRARAS
Política y Economía

El marco alemán.—El presupuesto in^és.—El presupuesto francés.—La


situación económica, política y social en España.

A fines de junio de 1931, la crisis bancaria alemana se presen-


taba con caracteres alarmantes. El Reichsbank tuvo nece-
sidad del apoj'o extranjero, y solicitó y logró un préstamo
de 100 millones de dólares, que le abrieron —sólo durante veinte
días y por cuartas partes— el B. R. I. y los de Inglaterra, Fran-
cia y Reserva Federal. El primitivo y fugaz plazo, se prorrogó
sucesivamente por trimestres, al mismo tiempo que el Reichsbank
verificaba cancelaciones parciales, a virtud de las que en princi-
pios de abril, el débito importaba únicamente 70 millones de dó-
lares, o sea, 17,5 por cada acreedor. La última prórroga se acor-
dó el 14 de marzo último, y vencía en 4 de junio próximo. El
tipo de interés, que alguna vez había rebasado del 8 por 100, era
actualmente un mero 4 por 100.
Pero en estas semanas últimas han ocurrido en Alemania mu-
chas cosas. Una de ellas, la sustitución de Luther por Schacht
al frente del Reichsbank. Schacht es hombre de ímpetu, que ya
desempeñó este cargo, y que pasa por audaz y original. Y en efec-
to, uno de sus primeros actos ha consistido en cancelar antici-
padamente el crédito de referencia. La decisión repercutió inme-
diatamente en el mercado monetario, y el marco, cuya paridad
respecto al franco es 6,06, perdió el gold point —que es nomi-
nal, porque de hecho, no existe libertad de transferencias en
Alemania— cayendo el día 8 a 5,92. El 10, ante las declaracio-
POLÍTICA Y RCONOMÍ^ 303"

nes rotundas hechas por M. Schacht en el consejo del B. R. I.,


el marco reaccionó a 6,02 francos. Aún así, su base es en extre-
mo enteca, y los propósitos de Schacht pueden frustrarse por fal-
ta de asistencias sólidas. No se debe olvidar, en efecto, que esos
70 millones de dólares —o sea, 295 de marcos— formaban perte
de las reservas amarillas alemanas; las cuales importaban en la
primera semana de abril un 26 por 100 únicamente de la circu-
lación, y al desaparecer dicha suma se reducirán al 15 por 100.
(En efecto, en la semana cerrada el 9 de abril, la circulación se
eleva a 3.771,8 millones de marcos, con una cobertura oro de 645,8
y de divisas de 109,6, en junto, un 22 por 100.)
El stock amarillo del Reichsbank viene en continua disminu-
ción desde 1929, a pesar del saldo activo con que Alemania liqui-
da su balanza comercial, y a pesar también de las continuas in-
migraciones de oro de procedencia rusa : hoy representa una no-
vena parte de su montante en 1929. Es curioso observar que de
1926 a 1932, Alemania ha adquirido a Rusia 325 toneladas de
oro, con un valor aproximado de 900 millones de marcos. Sin ese
caudaloso afluente amarillo, Alemania habría agotado completa-
mente ya sus reservas, no obstante el saldo favorable de la ba-
lanza. Por eso extraña algo, a primera vista al menos, la rapidez
con que M. Schacht apresura su contracción. Que dentro de lo
normal, ha de agravarse : primero, porque el intercambio alemán-
ruso tiende a enflaquecer, tanto por la tirantez de relaciones que
provoca el antisovietismo de Hitler, cuanto por las dificultades,
que cada vez son mayores, para financiar con crédito a largo pla-
zo las compras rusas en Alemania ; y después, porque el superá-
vit de la balanza comercial alemana acusa un alarmante declive,
permitiendo prever posible déficit en los últimos meses del año
corriente.
Cierto que el patrón oro no funciona de hecho en Alemania,
desde hace tiempo. Cierto, asimismo, que la garantía mínima
legal del marco —el 40 por 100—, es superior a la existente des-
de 1931; y que lo mismo da, en definitiva, que ascienda la efec-
tiva al 15 o al 23 por 100, si en ambos supuestos es inferior a la
exigible, y además, nominal, por suspensión de las leyes esen-
ciales del sistema. Pero, por otro lado, sería pueril desconocer que
cuanto más leve resulte ese stock, más difícil será mantener el
304 ACCIÓN ESPAÑOLA

artificio monetario. De aquí que para no abandoiiarlo, M. Schacht


anuncia nuevas medidas de excepción ; esto es, refuerzo del con-
trol, mayores trabas al intercambio de divisas... y qmzá una mo-
ratoria de las deudas exteriores. Aquí está el nervio del proble-
ma. El doctor Ernesto Krueger evaluaba recientemente el en-
deudamiento alemán en 93.000 millones de marcos, de los que
26.000 constituyen deudas hacia el extranjero, así distribuidos :
5.500, por razón de acciones, obligaciones e inmuebles alemanes
pertenecientes a extranjeros ; 10.000,1 de deudas a corto plazo,
y 10.000,4 de deudas a plazo largo. (En estos dos sumandos par-
ciales, 4,3 son deudas de organismos de derecho público; 9,5 de
la economía privada, y 6,6 de los bancos). Las carga anual exi-
gida por la totalidad de las deudas exteriores se eleva a 1.700
millones de marcos, a tipos casi siempre onerosos : en un 9 por
100 del débito, del 5 al 5 J^ por 100 ; en un 39 por 100, del 6
por 100, y en un 52 por 100, al 6 :^ al 8 por 100. Parte de
esos débitos está congelada, y precisamente en febrero se concer-
tó una prórroga, que vencerá en 1." de marzo de 1934, del con-
venio establecido en 1932, para aplazar el reembolso de los a cor-
to. ¿Pretenderá Alemania la moratoria de esos débitos exterio-
res? Esto es lo que se teme, y las palabras de M. Schacht son
poco tranquiilzadoras, aunque resultaría algo chusco que simultá-
neamente quiera cancelar un débito del Reichsbank e impagar
ios débitos de la banca privada. El problema que así se susci-
te, tendrá enorme gravedad, pues, desde luego, dejaría sin efecto
la prórroga de febrero último, y haría exigibks todos los crédi-
tos a corto plazo que por condescendencia de los acreedores se
vienen renovando con ligerísimas cancelaciones parciales.
En todo caso, hay que reconocer que la operación acordada
por M. Schacht sanea el balance del Reichsbank, «haciéndolo —son
pialabras de M. Schacht— más franco y m.ás claro, y dando a la
Banca alemuna una mayor libertad de maniobrat. Desde este pun-
to de vista, pudiera servirnos de modelo la conducta dé M. Schacht.
España tiene en curso una operación sumamente parecida a la
alemana. Es decir, parecida por fuera ; en realidad, contraría.
Nosotros hemos obtenido un crédito en francos, con la garantía
de oro... exportado a Francia. Alemania obtuvo un crédito en di-
visas, sin garantía específica alguna. Pero nosotros computamos
POLÍTICA Y KCXJNOMÍA 305

en las reservas del Banco de España el oro exportado; y Alema-


nia computaba como reserva, las divisas obtenidas : en eso coin-
ciden los dos préstamos. El nuestro resulta mucho más onero-
so, porque, además de desprendernos del oro, pagamos un inte-
rés por los francos que utilizamos. ¿Se ha cancelado ya del todo
este préstamo? Lo ignoramos. Pero esa solución habría sido un
acierto. Aunque el oro siga en Mont-Marsan, porque así nos pue-
de servir como base para renovar el crédito si así lo aconsejan
las vicisitudes del mercado. Por de pronto, lo que interesa es aho-
rrar intereses innecesarios.
En resumen, pues, asistimos a una nueva etapa monetaria
alemana, digna de la atención universal. Es de esperar que M.
Schacht logre librar a su país de los horrores de una nueva de-
valuación del marco. Pero la situación en que se encuentra, téc-
nicamente hablando, el Reichsbank, no es ni alentadora, ni con-
fortante.

m :it ik

El ejercicio presupuestario inglés de 1932-33, ha concluido


en 31 de marzo último. Y con esa celeridad pasmosa de que se
enorgullece la Administración británica, el día 2 de abril se ha-
cían públicos los resultados finales. Que son, en verdad, satis-
factorios para la poderosa Nación, cuyas finanzas priman ac-
tualmente en el mundo entero como prototipo de solidez y sa-
neamiento.
Los ingresos recaudados, quedan por bajo de los previstos
(744,9 contra 766 millones de libras) ; pero los gastos no han
cubierto la evaluación (748, contra 766 millones, excluyendo el
pago a Norteamérica). Esta feliz compensación de eventualida-
des, explica el halagüeño saldo constatado. El income tax, del
que se esperaban 326 millones, rindió 312 ; las Aduanas, 300 y
288, respectivamente. En cambio, los derechos sucesorios arrojan
lina plus valía de 5,5. El servicio de intereses de la Deuda pú-
blica costó 14 millones menos de lo previsto, parte por las Con-
versiones, y parte por la baratura del dinero que el Tesoro tomó
a corto plazo. Las amortizaciones de Deuda se redujeron de 32,5
millones, a 17,2; pero esta economía no es del todo plausible.
306 ACCIÓN KSPAfiOLA

Las cifras resumen, oficiales, registran un déficit de 32,2 mi-


llones de libras ; pero en este cómputo entran los 28,9 del pago
hecho a Norteamérica el 15 de diciembre de 1932, gasto no in-
cluido en presupuesto y que seguramente no se repetirá en ejer-
cicios posteriores, ni siquiera en el actual. El déficit real —com-
putando esa partida y algunas otras, activas y pasivas, de menor
cuantía— se reduce así, según unos, a ocho, y según otros, a
seis millones de libras; y no falta quien lo convierte en supe-
rávit efectivo de dos. Aunque el déficit se eleve a seis u ocho mi-
llones, en un presupuesto de 750 millones —cifra expresiva de
los gastos de 1932-33—, apenas representa el 1 por 100. j ín-
fimo porcentaje, en efecto, que con envidia contemplan otros Es-
tados ! Comenzando por Francia.

* « »

De las tareas presupuestarias francesas, hace tiempo que nada


digo en ACCIÓN ESPAÑOLA. Porque siguen premiosas, inacaba-
bles, vacilantes, un curso lleno de obstáculos y zigs zags. Jamás,
pienso, se habrá dado un espectáculo semejante de descomposi-
ción y falta de autoridad. De este proceso sale el parlamentaris-
mo mal parado y exánime. Observe el lector, que el 11 de abril
todavía no ha aprobado la Cámara de Diputados el proyecto de
presupuesto; y que la discusión del texto que dicha Cámara ela-
bore, se verificará en el Senado durante el mes de mayo, con lo
que resulta que Francia vive los cinco primeros meses de ejercicio
económico de 1933, a base de dozavas mensuales, esto es, del sis-
tema de ir tirando o de trampa adelante...
La ley financiera presentada por los ministros M. Lamoureux
y M. Georges Bonnet á la Cámara, proponía 700 millones de eco-
nomías (de los que 400 pesarían sobre los antiguos combatientes),
y 930 de retoques fiscales. La Comisión de Hacienda entró a saco
en el proyecto ministerial, dejando intactos a los ex combatien-
tes, anulando casi todas las medidas tributarias, y reduciendo,
en fin, el saneamiento perseguido, de 1.630 millones, a 822 única-
mente. No se puede prever la suerte que correrá ese dictamen en
la discusión plenaria. En todo caso, queda bien patente la falta
POLÍTICA Y ECX)NOMÍA 307

de autoridad del Gobierno sobre la Comisión, que de hecho la-


bora como si constituyese una rueda del Poder ejecutivo, cuando
no es más que un mero órgano de estudio del Poder legislativo.
Las etapas que trabajosamente ha recorrido Francia para la
nivelación de su presupuesto, son éstas :
1." La ley de 15 de julio de 1932, que debe rendir 2.151 mi-
llones de francos.
2." La de 17 de septiembre de 1932 (Conversión de Rentas),
que producirá 1.407.
3.* La convención de 7 de noviembre de 1932 con la Caja
autónoma, de la que espera el Tesoro un beneficio de 548 millones,
4.' La ley de 28 de febrero de 1933 (dozava de marzo), que
debe reportar 4.600. En total, 8.700 millones ; cifra sólo real en
parte, porque algunas de las previsiones se han forjado con evi-
dente optimismo, y otras surtirán efectos a muy lejana fecha.
En todo caso, aún después de esas leyes sucesivas, los gastos
montaban 50.400 millones, y los ingi-esos, 45.200 tan sólo : défi-
cit inicial de 5.200. Los ministros renunciaron, desde luego, a
cubrirlo íntegramente en 1933 mediante nuevos sacrificios. Se con-
tentaban con mermarlo en unos 1.600 millones ; pero la poda efec-
tuada por la Comisión, deja el déficit inicial en 4.285, o sea :
ingresos, 45.806 ; gastos, 50.091. Para consolar al ciudadano fran-
cés de este enorme desnivel —casi el 10 por 100 del presupuesto,
y en Inglaterra es sólo el 1 por 100, como acabamos de ver— se le
dice oficialmente que procede descontar la anualidad de amortiza-
ción de Deuda, que en 1933 se eleva a 3.500 millones; con lo
que el déficit efectivo se reduciría a 785. El argumento es un
puro sofisma, porque, en todo caso, la amortización de Deuda
responde a compromisos casi todos íntegramente contractuales, y
no pudiéndolos eludir el Gobierno, es lo cierto que por razón del
déficit, tendrá que compensar ese gasto con dinero obtenido a
préstamo..., pero más caro seguramente que el que amortiza.
En efecto, acaba de realizar el Tesoro francés una emisión
de Deuda pública, al 4 % por 100 de interés, amortizable a ra-
zón de 150 por 100, y colocada por bajo de la par : a 98. Se
pedían al mercado 3.000 millones, pero las demandas permitieron
filtrar bastantes más : 5.000. Ahora bien : esta emisión es pro-
bablemente más onerosa que la Deuda que durante el ejercicio se
308 ACCIÓN ESPAÑOLA

cancele o amortice. En todo caso, las Rentas en circulación su-


frieron sus consecuencias, deprimiéndose de modo muy grave ; el
4 Yi por 100 convertido hace pocos meses a la par, bajó a 85, y
se hace el día 10 de abril, a menos de 88, lo que supone para sus
tenedores una pérdida del 12 por 100 de su capital, amén de las
que sufrieron en el interés devengado antes de la conversión. Por
fortuna, las necesidades del Tesoro parecen cubiertas para un pla-
zo bastante largo, aunque no quizá para todo el ejercicio, pues
aunque en 10 de abril dispone de un margen emisor de 3.000 mi-
llones de Bonos del Tesoro, y de 5.000 en Deuda consolidada, ha
de atender múltiples compromisos colaterales, entre los que des-
cuella el de Deuda ferroviaria.
A propósito de la cual aludiremos, aunque de pasada, al pro-
yecto de reorganización de las grandes redes presentada por
M. Paganon. Su estructura no es nacionalizadora, sino contrac-
tual ; esto es, respeta el principio del Convenant de 1921, regu-
lador de las relaciones entre Estado y Compañías, pero en pugna
con las pretensiones del Grupo Socialista, que sostiene la cadu-
cidad de dicho régimen por incumplimiento de las obligaciones
que pesan sobre las Compañías. Y sus caracteres básicos, son :
1." Designación por el Estado de administradores que participen
con los de las Compañías en la gestión social. 2." Comisión co-
mún de compras. 3.° Fusión de servicios y concesiones en las
redes del Estado, Orleans y cintura de París. 4.° Reducción del
impuesto de transportes y aumento simultáneo y equivalente en
las tarifas. 5." Modificaciones en las cláusulas de la concesión re-
lativas al rescate, primas de gestión, etc.
El problema ferroviario español es muy similar al francés,
salvadas las diferencias naturales de magnitud. Interesa seguir
muy de cerca, por ello mismo, las vicisitudes de este proyecto,
si es que llega a discutirse —lo que dudamos—. En su día, piies,
si hay lugar a ello, informaremos al lector.

üc « *

La situación político-social sigue siendo gravísima en España.


Mejor dicho, aumenta de día en día su gravedad. Sin que el Go-
bierno se preocupe de ella lo más mínimo. Al contrario, diríase
POLÍTICA Y ECONOMÍA 309

que se desinteresa de los conflictos económicos promovidos por la


desenfrenada indisciplina social, atenido tan sólo a menudos plei-
tos familiares y partidistas. El Parlamento se agita en el vacío, y
sus disensiones intestinas suenan a oquedad en los oídos del ciu-
dadano, contristado con los múltiples afanes de un vivir incierto.
También en este número de ACCIÓN ESPAÑOLA podemos reco-
ger un documento autorizado, a la vez de queja y protesta. Es el
mensaje dirigido por la Unión Económica al Jefe del Gobierno. «La
política económica de España, por las causas que sean, ha deriva-
do por cauces socializantes de la producción y estatificadores de
la propiedad, que están infiriendo un gravísimo daño a la éco-
iiomia nacional, la cual recorre en rampa caminos de desvalori-
zación que desembocan de modo irremediable y rápido en la rui-
nan... <íNi el productor, ni el agricultor, ni el ganadero, sienten
la seguridad de su fatrimonioj)... «Todas las industrias viven
en un estado de inseguridad jurídica y todas sufren el peso de
cargas sociales abrumadoras que crecen sin cesar y que, de no
contenerse, llegarán a provocar una paralización de los negocios-»...
«No hay un solo ramo de la vida económica nacional, una sola
fuente de producción, que no pueda alzar su voz en el coro de
los heridos, ni dejar de formar en el cortejo de los justamente alar-
*nadosj>...
Esas frases no requieren glosa. Son tajantes 3' crudas. Como
las que se han pronunciado en el Congreso, con motivo de la in-
terpelación dirigida al Sr. Domingo, a propósito de la política
agraria, por el Sr. Alvarez Mendizábal. «La política del señor
Domingo —díjose— es completamente destructiva; lesiona a los
patronos, a los propietarios, a los aparceros, a los obreros, y yo
estimulo la memoria de todos los diputados para que recuerderi
una labor eficaz de ese ministro que se haya traducido en bien
económico de algún ciudadano españoh... «La politica agraria del
Gobierno no es política positiva, sino para destruir ; política de
"•hstención, de inhibición en cuanto significa crear riqueza»... Pero
^1 Sr. Domingo pasea, ufano, su inconsciente euforia por las pro-
vincias andaluzas y las norteñas, endilgando discursos y notas,
como si mientras tanto no fuese adelante el proceso de descom-
posición, desvaloración y anarquía social que tanta miseria ha de
traer en nuestros campos. Ya veremos, ya, lo que ocurre en el
310 ACCIÓN B S P A S O L A

próximo otoño. Cuando muchos propietarios, agotados sus re-


cursos y faltos de crédito, carezcan de dinero para pagar tributos
y alojados, y aún para la sementera... Se apelará, posiblemente,
a la incautación, con anticipos de numerario a los sindicatos asal-
tantes. Parece ser que con finalidad equivalente se han expedido
ya diez millones de pesetas a la provincia de Badajoz ; o se van
a expedir. ¿En qué sima sin fondo vamos hundiendo poco a poco
el porvenir próximo de nuestra Hacienda?...
La Generalidad catalana debuta autorizando al Ayuntamiento
de Barcelona exorbitantes arbitrios —uno, de modo especial, gra-
vísimo, sobre los solares edificados— y el aplazamiento por cinco
años de la amortización de la Deuda municipal. El Jurado ab-
suelve libremente en Oviedo a los atracadores de la banca Mari-
bona, cuyo director falleció víctima de las heridas recibidas. Los
atracos a toda clase de sucursales bancarias y comercios siguen
por doquier a la orden del día. Los obreros de la C. N. T. per-
tenecientes al ramo de la construcción en Barcelona, proyectan la
implantación, por vías directas, de la jornada de seis horas se-
manales. ¡ Qué panorama!
Nos explicamos el comentario de Gaziel en La Vanguardia, de
Barcelona, y lo citamos, porque ni aquél ni ésta son sospechosos
de tibieza republicana. «Esto acabará mah —titula su artículo-—.
En el que se lee : «Los partidos políticos... han tomado la Repú-
blica como un campo de Agramante o un puerto de Arrebataca-
pas, a la manera más castiza, madrileña y tradicional»... «Ei ré-
gimen les importa un bledo. Lo que quieren es repartirse el botín
del Poder. Hace ya varios meses estamos presenciando inverosí-
miles esfuerzos de las oposiciones para asaltar el comedero polí-
tico, con la misma tenacidad obsesionada y fanática con que el
hambriento alargaría las ávidas manos hacia el asador. No hay
decoro, ni desilusión, ni ridículo, ni batacazo, ui mucho menos sen-
timiento de la conveniencia pública que puedan atajar ese gesto
rapaz. Es fisiología pura. Y si eso hacen los elegidos del pue-
blo (!), ¿qué queréis que haga el pueblclv... «Votamos la Repú-
blica todos a la vez, porque todos a un mismo tiempo sufrimos el
espejismo de que íbamos a imponer al nuevo régimen nuestras
singulares conveniencias, nuestras exclusivas particularidades. El
tendero creyó que iba a ser una República de tenderos; el inte-
POLÍTICA Y ECONOMÍA 3H

lectual, de intelectuales ; el pescador, de pescadores, y él ladrón,


de ladrones. Más todavía : cada tendero, cada intelectual, cada pes-
cador y cada ladrón se ilusionaron con la idea de que la Repúbli-
ca sería exactamente a su propia imagen y para su solo provecho»...
Después de esas ingenuas confesiones, el asombro queda su-
primido. Nada nos puede extrañar. Nada nos debe sorprender...
Ni siquiera el final lógico de este pandemónium infernal. Que lle-
gará, pese lo que pese a esa pléyade de tenderos, intelectuales, pes-
cadores y ladrones.

JOSÉ C A I . V O SOTELO
Actualidad internacional

Pueblo de temple heroico.

yuEL artículo de Lord Snowden que se comentaba, era un


asombroso alarde de incomprensión. Su tesis era, aproxi-
madamente, esta : «Si el Japón satisface sus ambiciones
imperialistas, el mundo entero arderá en una guerra en la que
bien puede quedar destruida toda la civilización occidental».
El remedio propuesto por Lord Snowden sonaba como una ex-
temporánea facecia : «La única esperanza de evitar una catástro-
fe mundial está en el triunfo de las ideas democráticas en el Ja-
pón» ; y esto, justamente, cuando en todas partes la democracia
está en quiebra, y frente a ella, en abierta pugna, las inteligen-
cias más despiertas del mundo.
—Así es—dijo entonces don Ramiro de Maeztu—; en el fon-
do, lo que repugna a los japonófobos no es otra cosa que la supe-
rioridad moral de los japoneses. Creo haber concretado con bas-
tante exactitud mi idea en la contestación que acabo de enviai" a
un viejo amigo que me escribe desde Ginebra.
Y así era, en efecto.
Decía así la carta recibida :
«Mi querido Maeztu : Gracias por el envío de su artículo en
Las Provincias sobre Pactos y Tratados, en que vuelve nstí^d a
la carga sobre el portento de la conquista japonesa del Jehol. Por-
tentos como ése abundan en la historia universal, y son los que
el mundo civilizado quisiera conjurar. En cambio, no ve usted el
verdadero portento de nuestro tiempo: la condenación unánime
ACTUALIDAD INTERNACIONAL 313

de la agresión imperialista que han pronunciado en Ginebra ios pa-


res—^puesto que se trata de un cónclave de naciones soberanas—
del Japón. La única explicación de su actitud la descubro en el
supertítulo de sus artículos : Contra corriente.
•Dice usted—algo es algo—que no le parece mal el argumento
de la Liga : Pacta sunt servando. Pero siempre que se emplace la
esfera del Derecho en la superior de la Moralidad y el Bien co-
mún. Los hombres, por desgracia, sólo podemos atenernos para
hacer posible la vida social—de tribu o internacional—al D e c -
ebo positivo que supone, hasta donde la inteligencia humana lo
permite, aquel emplazamiento relativo. La Moralidad y el Biiíu
común, en absoluto, sólo Dios puede concebirlos. Y suponiendo el
reconocimiento del error, los pactos que hacen los mortales per-
miten la denuncia o la revisión. En este supuesto de la flaqueza
humana se funda el art. 19 del Pacto de la Sociedad de las Na-
ciones.
»Si el Tratado o los Tratados que garantizaban la integi'idad
de la China no se proponían el bien universal o general o par-
ticular, ¿ por qué los firmó el Japón ? ¿ Para que la China se ador-
meciera en la confianza y violarlos luego más impunemente?
¿ Por qué, si China no era un Estado capaz de cumplir sus com-
promisos, pactó con ella el Japón? ¿Por qué permitió su entra-
<Ja en la Liga y aún en el Consejo ?
•Durante año y medio ha venido el Japón prometiendo que va
a retirar sus tropas de los territorios invadidos, afirmando que
De pretende anexiones territoriales. Y ya ve usted la flagrante
mentira.
• Cuando las grandes potencias han terminado por decir «no»
es que realmente era imposible soportar por más tiempo la mofa.
¿ Y acaso es derecho introducirse en la casa del vecino para que-
darse con los muebles alegando que el vecino no sabe aprovechar-
los? (Fíjese en que digo el vecino y no la comunidad ; esto ya se-
ría otra cosa.) ¿Quién le ha dado al Japón el mandato de mez-
clarse para sacar tajada en la China que, cojeando, tropezando,
matándose trata de organizar su República sobre los escombros
ác las viejas dinastías imperiales? Esa es la doctrina de Monroe
contra la cual usted ha clamado en repetidas ocasiones.
•Se regocija usted—¡ ah, Maeztu!—de que la Liga no ¿enga
3^4 ACCIÓN ESPAÑOLA

poder bastante para hacer cumplir los Tratados, Pero, ¿qué dia-
blejo se le ha metido a usted en el alma ? Eso equivale a gritar :
«j Viva la anarquía!» Aplique esa teoría a la vida social. Vaya
mañana al Banco a pedir una parte del dinero que le guardan, y
que le contesten que han decidido no darle más porque lo derro-
cha usted... ; que el Derecho en que se basaba su contrato, al
abrir cuenta corriente para sus ahorros, no estaba bien emplaza-
do en el plano de la Moralidad y el Bien común!
»Ya sé que todo esto es pura perogrullada ; pero no encuentro
otra manera de expresar los elementales sentimientos que e.i mi
espíritu ha removido la lectura de su defensa de la agresión ja-
ponesa y el cinismo de la conducta del Japón ante la Comunidad
de naciones civilizadas.
»¡ Y se critica a la Sociedad de las Naciones porque avanza len-
tamente, porque casi no avanza!...
»Le estrecha la mano, con pena,» pero con la cordialidad de
siempre, su viejo amigo,
X. X.»

Acompañaba a la carta un recorte del Times, en el que se reco-


nocía que China no es un Estado organizado, añadiéndose que,
precisamente por ello, las potencias más interesadas se compro-
metieron en Washington «a no intervenir separadamente en pro-
pio interés».
La contestación—que necesitaba imprescindiblemente estos an-
tecedentes—decía como sigue :
«Mi querido amigo: No quiero dejar sin respuesta su cariño-
sa carta, y eso que no escribo nunca nada más que mis artículos,
que me dejan tan cansado de esta faena que no vuelvo a ponerme
ante la máquina por nada del mundo.
«Bueno. Me dice usted que el Japón ha sido condenado en Gi-
nebra por sus pares. Ya sabe usted que soy antiguo japonófilo.
Por serlo y anunciar que el Japón ganaría todas las batallas a Ru-
sia, por mar y tierra, me llamó «granuja» La Correspondencia
Militar, en febrero de 1904. Ello le dirá que sigo las cosas del Ja-
pón en cuanto es posible a quien no sabe el japonés ni el chino,
y hace tiempo que he llegado a la conclusión de que el Japón no
ACTUALIDAD INTERNACIONAL 3lS

tiene pares en el mundo. ¿No se acuerda usted de la gran gue-


rra? Todos los beligerantes se quejaron del trato que se daba a
sus prisioneros y de las mentiras que inventaban unos contra
otros. Nada semejante ocurrió en la guerra rusojaponesa. L,os ja-
poneses trataron bien a sus prisioneros y honraron a sus enemi-
gos. El día en que hundieron el Petropavlosk, que llevaba a bor-
do al almirante Makaroff, se celebró en honor del muerto una
procesión de antorchas en Tokio. Los pueblos de Occidente, que
fueron en otro tiempo caballerescos, son actualmente incapaces de
estas cosas.
oDe otra parte, la idea de paridad entre las naciones, idea
francesa, es absurda. Cada nación es un tesoro de cultura. IjO que
quiere decir que no son pares, sino desiguales. E n eso de la pa-
ridad de las naciones está uno de los grandes errores modernos.
«Vamos a lo de los Pactos y Tratados. Claro está que hay que
respetarlos ; pero se sobreentiende que han de ajustarse a los
principios generales del Derecho y de la moralidad. Los referen-
tes a la China pecaban por su origen al considerar que la China
es un Estado. Como digo en el articulito del ^4 B C, en la China,
la intervención japonesa es la paz, y la no intervención es la gue-
rra, la anarquía y el hambre.
«Dice usted que sólo Dios puede juzgar de la moralidad y
el bien común. Este es el error del liberalismo. Parte del supues-
to de que los hombres no pueden entenderse, y dice que han de
limitarse a respetar las formas, sin meterse a juzgar del conteijii-
do. Pero en el caso actual, todo el mundo se entiende, menos unos
cuantos interesados en no entenderse. Todo el mundo entiinde
que, puesto que veinticinco millones de chinos han emigrado de la
China, independiente a la Manchuria intervenida, es que se vive
mejor, con más garantías, en Manchuria que en China.
»Y si las grandes potencias han negado la razón al Japón, los
motivos están a la vista. Primero, el Japón las ha vencido indus-
trialmente, y eso no pueden perdonarlo, ni tiene ya remedio ; pero
«stán rencorosas, agriadas, incapaces de hacer justicia. Segundo,
«n el Japón no puede haber judíos que se hagan pasar por japo-
neses, por lo que el Japón es el único pueblo de outülage moder-
no que es totalmente dueño de su Economía. Y esto no lo pueden
perdonar los judíos.
316 ACCIÓN ESPAÑOLA

»En cuanto a mis ahorros, es evidente que los derechos que


tengo sobre ellos se fundan en la moralidad y el bien común. Si
se pudiera demostrar que no es así, sería muy justo que se me
despojase de ellos.
»En cuanto al argumento del Times de que, precisamente por
las condiciones especiales de China, se pactó que ninguna poten-
cia interviniese separadamente, supongo que habrá quedado muy
satisfecha la cabeza que lo ha ideado. ¡Como si estuviera en las
mismas condiciones para intervenir en Mánchuria InglateiTa que
el Japón! Es siempre lo mismo. Cerrar los ojos a la cuestión de
fondo para no pensar más que en la forma. Pero la verdad es
que Dios ha colocado al Japón en el Mar Amarillo, y ninguna
argucia de curiales podrá evitarlo.
DDÍOS ha puesto al Japón en el Mar Amarillo para ser la leva-
dura que levante a los pueblos asiáticos y evite que dure mucho
tiempo un estado de cosas como el de la India, en que las madres
masturban a sus hijos cuando tienen veinte meses de edad, si son
varones, para que parezcan más varones, y si son hembras, para
que se duerman. Eso lo toleran los ingleses a pretexto de libertad
religiosa. ¡ Oh, libertad sagrada! En realidad, para que las po-
bres razas indostánicas sigan comidas por una sobresexualidad
que permite dominar con 100.000 soldados a 350 millones de de-
generados.
»1 Pero todos los hombres pueden salvarse! Este es el credo
esp>añol.
»Y ya sabe usted lo mucho que me duele verle tan apartado
de mis ideas y de mis sentimientos. Suyo, buen amigo

R. M..
* * •

Para cumplir esta misión providencial de que habla Maeztu,


un día quizá tendrán que enfrentarse los japoneses con los ame-
ricanos. Un día que desde hace una veintena de años esperan los
dos pueblos, severa y silenciosamente, «como se espera la opera-
ción de un abceso maligno».
Si la ocasión llega será para ventilar un problema de índole
ACTUALIDAD INTeRNACIONAX, 317

comercial, para dar escape a un odio de razas ; van a encontrar-


se frente a frente dos Marinas poderosas—^muy superior la ame-
ricana, sin embargo, 1.186.200 toneladas, contra 763.050, en
1936—; pero van a chocar también—y esto nos interesa más, de
momento—dos psicologías opuestas. aPara los japoneses, la vida
es, ante todo, un negocio moral; aprenden a morir tan gozosa-
mente como a vivir; deben renunciar a los placeres efímeros, ma-
teriales de la vida terrestre. En cambio, los americanos tratan de
gozar del mayor placer posible con el mínimo esfuerzo, P
El choque de estos dos modos tan opuestos, así delineados por
un japonés, sería una terrible e interesante experiencia.

El ISjérciío y las elecciones.

¿ Deben o no deben tener voto los militares ? El tema se está


debatiendo estos días en la Prensa francesa.
L'Oeuvre opina que sí, y defiende tenazmente su criterio. La
Revue internationale des societés secretes descubre en esta actitud
una tentativa de disociación del Ejército, inspirada por la franc-
masonería.
No es de hoy su pretensión de democratizar el Ejército ; la con-
cesión del voto a sus individuos es un paso para ello; pero sólo
un paso. Lo malo es que nada hay tan opuesto como ejército y dc-
inocracia ; para convencerse, quien ya no lo estuviera, no nece-
sitaría más que leer los acuerdos del Convento de 1922 del G. O.
de Francia. Dicen así:
«El Convento... declara... que una nación debe tener un sis-
tema de defensa concebido según los mismos principios que ins-
piran sus instituciones políticas y sociales.*
«En una democracia, la defensa nacional debe organizarse de
tal manera que imponga a los ciudadanos el mínimo de cargas ;
que alcance a todos los individuos cualesquiera que sean su edad
y su sexo, en función de sus fuerzas físicas, intelectuales y mo-
rales...»
«Las Cámaras (en tiempo de guerra) estarán reunidas de un
^nodo permanente. Enviarán comisarios a los ejércitos, que po-
drán ejercer sus funciones investigadoras aún en la línea de com-
318 ACCIÓN ESPAÑOLA

bate, estando en relación directa con el presidente de la Asamblea.


vSólo las Cámaras serán competentes para decidir la movilización,
y a ellas toca la ratificación del estado de sitio...»
«El Código de Justicia militar quedará suprimido. En el Có-
digo penal se introducirán disposiciones para reprimir los críme-
nes y los delitos contra la defensa nacional. En tiempo de >jaz en-
tenderán de ellos los Tribunales ordinarios ; en tiempo de guerra
funcionarán en los ejércitos Tribunales compuestos de juristas
que dependerán exclusivamente del ministro de Justicia.»
El resultado de tales medidas—muy ciego será preciso estar
para no verlo—no puede ser otro que la destrucción del Ejército.
Cuando se haya llegado a las últimas consecuencias, del Ejército
no quedará más que el aspecto externo; el espíritu habrá Jes-
aparecido. Por eso L'Oeuvre sostiene con tanto calor la necesi-
dad de ese primer paso, que para los que dimos ya muchos que-
da un poco atrás.
Frente a la opinión de L'Oeuvre, el general Niessel ha expues-
to la suya en Fígaro : «La privación del derecho a votar y del
derecho a la elegibilidad de los militares constituye en 'luestro
estado social actual una verdadera injusticia y un grave inconve-
niente, porque falsea el valor del voto popular. Los militares
forman, en efecto, una clase selecta por sus cualidades morales
y, en gran parte, por su instrucción general y por su valor inte-
lectual. Si pudieran ejercitar aquel derecho con la más absoluta se-
guridad, influirían de un modo beneficioso en el valor global de las
votaciones y sobre la calidad de los elegidos.» Pero, a renglón se-
guido, hace notar que los derechos políticos son fuente de agita-
ción y de lucha; y como la agitación y la luoha acarrean la dis-
gregación y la parcialidad, en fin de cuentas, ello sería en grave
daño del Ejército. En definitiva, opina el general Niessel que no
debe concederse el voto al Ejército.
Realmente, sus razones parecen convincentes ; y esto, lo mis-
mo las razones en pro que las razones en contra del voto militar.
Y es que, en el fondo del asunto, hay un error fundamental: si
los demás ciudadanos votan, ¿por qué no han de votar los mili-
tares ? ; pero sería mejor plantear las cosas en forma distinta:
¿por qué han de votar los ciudadanos en asuntos distintos de
aquellos de que entienden ?
ACTDALID.U) INTK»NACION.\L 319

Si en una Asamblea corporativa tienen representación lo.s di-


ferentes cuerpos del Estado, claro es que no han de ser una ex-
cepción los militares. Sólo que, por la estructura especial del Ejér-
cito, aunque los representantes de las otras corporaciones fuesen
elegidos por el voto de sus miembros, la Milicia tendrá sus re-
presentantes naturales en los ocupantes de ciertos puestos de la
jerarquía. Con lo que—fuera del sistema democrático—la Milicia
podría encontrar reunidas justicia y disciplina.

Un proceso sensacional.

Un pokazatelny prozess. De cuando en cuando el Gobierno


ruso necesita un proceso sensacional para poder producir impre-
sión sobre las masas obreras.
Ahora se trata de distraer su atención del fracaso del plan
quinquenal, más evidente que en ningún otro aspecto, en el de la
electrificación del país.
No es el primer pokazatelny prozess, rodeado de gran aparato
escénico que han instruido los soviets. Lo curioso del caso es que
ahora el proceso se sigue contra unos subditos ingleses.
El 12 de marzo, la Agencia Tass daba cuenta de que —acu-
sados de actos contrarrevolucionarios en el ejercicio de su profe-
sión— habían sido detenidos seis ingenieros de la casa Metropo-
litan Vickers y C*, y entregados al brazo de la Giiepeú, La no-
ticia fué un latigazo en Londres ; dos días después, M. Baldwin
decía en la Cámara de los Comunes : aNuestro embajador ha de-
clarado en términos enérgicos que el gobierno británico conside-
raría como de extraordinaria gravedad las medidas que se toma-
sen contra unos subditos británicos, y ha expuesto igualmente las
consecuencias lamentables que este asunto podía tener para las re-
laciones comerciales anglo-rusas».
M. Litvinow contestaba el día 17, en un comunicado oficial, alu-
diendo a los principios que, en la materia, rigen en las relacio-
nes entre los países civilizados, protestando contra la pretensión
de sustraer a la jurisdicción soviética a los que hubieran delin-
quido en territorio ruso, aunque fuesen subditos ingleses, y aña-
diendo que «otra cosa era inaceptable para un gobierno indepen-
diente». aEn todos los países —añadía— se verifican detenciones
320 ACCIÓN SSPAÑOLA

de ciudadanos extranjeros, sin que ello tenga repercusión alguna


en las relaciones internacionales. No habrá presión ni amenaza que
obligue al Gk)bierno soviético a infringir estas leyes en favor de
los ciudadanos británicos».
En realidad, no había por qué considerar tal infracción como
una cosa inusitada ; de hecho, los extranjeros tienen en Rusia cier-
to trato de favor, que no ve sin cierto disgusto el infeliz ciuda-
dano soviético. Pero una claudicación del poder central en este
asunto, había de acrecer el descontento, y sería un paso en falso
para la política interior.
No obstante, en el forcejeo diplomático, el Gobierno ruso ha
llegado a sustraer el proceso a la jurisdicción de la Guepeú ; los in-
genieros ingleses quedaron a disposición de los tribunales ordina-
rios. Pero ello no bastó a satisfacer a M. Baldwin ; y se explica
bien. Hace poco el comisario ruso de Justicia se ha dirigido a todos
los jueces, recordándoles que deben estar al corriente de la política
de los gobernantes para que sus fallos concuerden con ella, sin
preocuparse de otra cosa. Y en estos días, el fiscal de los Soviets
que actúa en el asunto, ha expuesto la teoría de que los Tribuna-
les no deben administrar justicia, sino limitarse a asegurar las con-
quistas proletarias.
A ello se une el firme y lógico convencimiento de la falsedad de
la imputación que se hace a los procesados ; sin que modifique tal
creencia el hecho de que uno de ellos se haya confesado culpable
del delito de que se les acusa.
El éxito político de los pokazatelny prozess anteriores fué en
gran parte debido a que los acusados —se sospechaba fundada-
mente que por los buenos oficios de la Guepeú— se declaraban con-
victos y merecedores de los más severos castigos.
No parece que vayan a conseguir otro tanto con los ingenieros
ingleses. Con lo cual, tendrá el Gobierno ruso que renunciar al
efecto político apetecido. No es otro que demostrar a los rusos que
aún conservan la fe comunista, que si no se realizan sus planes
es porque la burguesía internacional, interesada en el fracaso de
la industria rusa, envía ingenieros y especialistas con la consig-
na de atajar los progresos del Estado socialista.
No es de creer que Inglaterra ceda sin resistencia, para esta de-
mostración experimental, a cinco de sus ciudadanos.
ACTUALIDAD INTBRNACIONAL 321

Desarme y revisión.

Será ó no será cierto que Lord Londonderry se las recordase


ahora a M. MacDonald, pero el caso es que las palabras de su an-
tecesor Lord Castlereagh en el Congreso de Viena, eran, sin
duda, oportunas, y conservaban todo su valor.
«Europa —decía— no verá nunca el orden si las grandes po-
tencias no dictan su voluntad a los pueblos pequeños.»
Este era, seguramente el pensamiento del Duce al proponer
el Comité de los Cuatro.
Pero han surgido las protestas de naciones que no quieren oír
de deliberaciones en las que ellas no tomen parte, y países que
sienten la alarma de posibles mutilaciones en su territorio o en su
armamento. Francia quiere a toda costa hacer entrar el proyecto
en el marco de la S. D. N., más, quizá, que por respeto a los pac-
tos, por la esperanza de explotar en su favor la fórmula de la
democracia internacional que rige en Ginebra ; porque allí Francia
espera tener los votos necesarios.
Con ellos y con el famoso artículo 19 que exige la unanimi-
dad para acordar la revisión de un tratado, espera dejar asegura-
do el perfil actual de las fronteras.
Pero, a veces, en la defensa de esta tesis, hay quien deja ver
claramente lo que hay detrás de ella.
«En principio —^ha escrito Lucien Romier— nada se opone a
los arreglos políticos de los territorios, o a concesiones de fron-
tera, amistosas. Pero es preciso confesar que, prácticamente,
la historia es muy poco pródiga en ejemplos de territorios que
hayan cambiado de dueño por camino distinto que el de la vio-
lencia, violencia de la guerra o de la sublevación. Se conocen
ejemplos de poblaciones que, dejadas a su libre albedrío, se han
constituido en Estado. No se conoce ningún ejemplo de abando-
no pacífico de un territorio por un Estado a otro Estado sin com-
pensación.»
Y ahí queda formulada la más grave condenación de la S. D. N. ;
porque decir que no es capaz de resolver el problema de la revi-
sión en paz, es confesar su incapacidad absoluta.
Mussolini ha dicho : «Ningún Tratado fué eterno, debido a que
322 ACCIÓN ÍSPAÑOLA

el mundo se mueve y los pueblos se constituyen, crecen y decli-


nan tantas veces como lo necesitan. Aquellos que rechazan la idea
de la revisión están fuera del espíritu de la Sociedad de Naciones,
que no puede quedar reducida al papel de simple guardián de los
Tratados de 1918, sino que debe ser elevada, en cambio, y servir
de garantía a la justicia entre los pueblos. Si la Sociedad de Nacio-
nes con el tiempo necesario y las medidas inevitables, dada la de-
licadeza de las materias, no pone estas cuestiones sobre el tapete,
su suerte está echada.»
Y ha dicho más, acertando, quizá plenamente : «La idea revi-
sionista está en marcha y no será pequeña empresa detenerla».

JORGE V I G O N
Lecturas

Democracy in crisc, por H. J. Laski.

El sociólogo inglés Harold J. Laski, autor de obras tan conoci-


das como «La autoridad en el estado moderno», «Los fundamentos
de la soberanía», «La tradición socialista en la revolución france-
sa», «El comunismo», etc., acaba de publicar un estudio con ^4 su-
gestivo título de la «La democracia en crisis».
Si no estuviéramos acostumbrados a las paradójicas conclu-
siones de los tratadistas políticos de la izquierda, como Kelsen,
Barthelemy y Mirkine Guertzevich, que después de desmenuzar
cuidadosamente las doctrinas democráticas y poner de manifiesto
su vacuidad y fracaso notorios, deducen que la salvación del esta-
do y la verdad política siguen sin embargo en ese falso credo,
hubiéramos buscado gozosos en este libro el proceso de una con-
versión.
También Laski apura argumento tras argumento, con cuida-
dosa selección hasta demostrar perfectamente la inmoralidad del
sistema democrático parlamentario, su incaptacidad para hacer
frente a los problemas de la gobernación del estado y su despres-
tigio evidente. Magnífica antología de alegatos contra el régimen
demo-liberal :
«La característica más señalada de la vida francesa es su es-
cepticismo por el régimen parlamentario.»
«Está universalmente admitido que una campaña presidencial
norteamericana es una juerga de cuatro meses.»
324 . ACCIÓN SSPAÑOLA

«La crisis de la democracia es esencialmente una crisis de


autoridad y de disciplina.»
«Los que creen que resucitando la fe en el parlamentarismo
salvarán las esencias del Estado moderno, no saben lo que se dicen.»
He aquí un botón de muestra de las muchísimas frases, pá-
rrafos y páginas en que abunda el libro.
¿ Cómo establecerá Laski el paralogismo necesario para sal-
var de tan excelente disección la virtualidad de la democracia?
Afirmando que la crisis del Estado moderno no es una <:risis de
democracia, sino una crisis de «democracia capitalista».
Con este nombre de «democracia capitalista» define nuestro
autor el sistema de fachada democrática y contenido aristocrático
imperante en Inglaterra durante todo el siglo XIX v principios
del XX.
Con amenidad y precisión nos describe el ficticio régimen
parlamentario inglés, que era en realidad un .compromiso entre
los liberales y conservadores de discutir vagos temas académicos
a condición de estar siempre acordes en salvaguardar al unísono
los derechos económicos y sociales de la aristocracia. Es intei'e-
sante que sea un inglés—ya van siendo varios—el que denuncie
el espejismo del falso demo-liberalismo inglés del siglo pasado.
Dice Laski que la aplicación de la ley inglesa sobre sedición,
sublevación revuelta y conspiración, ha servido para suprimir
toda controversia cuya naturaleza fuera peligrosa para el bien y
seguridad del Estado. Según Dicey, si esta ley se aplicara infle-
xible y rigurosamente la libre emisión del pensamiento sería im-
posible y añade Laski «que siempre .se ha aplicado rigurosamen-
te contra la propaganda de la izquierda»... «Si un comunista re-
parte hojas clandestinas subversivas entre los soldados se le con-
dena irremisiblemente a presidio».
En otro lugar desarrolla Harold J. Laski perfectamente el
tema de la influencia de la corona en la constitución inglesa,
la fuerza inmensa de sus poderes, tres según la famosa defini-
ción de Walter Bagheot: el derecho de aconsejar, el derecho de
animar y el derecho de oponerse.
El autor de «La democracia en crisis» revela el engaño del
liberalismo inglés para explicar que la crisis del Estado moderno
inglés se debe a que la democracia no ha funcionado hasta hace
ACCIÓNBSPAÑOLA 325

poco en Inglaterra, y que aún hoy choca su libre juego con el


baluarte de la monarquía, con el sentido aristocrático del poder
judicial, con el tamiz que supone la Cámara de los Lores, en fin,
con todo el tradicionalismo de que está impregnado el Estado.
Todos los males económicos y sociales de Inglaterra los acha-
ca Laski a la «democracia capitalista, olvidándose, o no querien-
do recordar, que el caos económico y social inglés se debe a la
desdichada etapa de gobierno socialista.
La tesis fundamental de la obra es que la era de la «democra-
cia capitalista» está agonizando y que su sucesora inevitable es
una era socialista. El problema para Harold Laski estriba en
que la «democracia capitalista» no ha de dejar el pa.so franco al
socialismo si este triunfa en las urnas con mayoría abrumadora
y dispuesto a realizar en el poder su programa íntegro. El caso
que preocupa principalmente al filósofo es el de Inglaterra. La
imagina dividida en dos campos ; de un lado los conservadores,
liberales y socialistas tibios, empeñados en conservar sus privi-
legios económicos, engañando al pueblo con compromisos polí-
ticos y subsidios al paro; del otro lado el pueblo despertándose
y dispuesto a apoderarse de la fortaleza.
Tiene la obra un capítulo de un interés extraordinario en el
que se discuten las posibilidades de lo que ocurriría en Inglate-'
rra si los laboristas en esta disposición de ánimo triunfaran en
el sufragio y tomaran el poder dispuestos a implantar el Socia-
lismo. ¿Se rendirían las clases conservadoras? ¿Obedecería el
ejército integrado principalmente por elementos reaccionarios?
¿Ejercitaría el Rey sus prerrogativas caídas en desuso? Laski
cree que habría lucha, opinando como Clemenceau que los go-
biernos, si quieren, pueden permanecer en el poder indefinida-
mente. Se lamenta aquél de que el tránsito, para él fatal y nece-
sario, al socialismo, no se verifique de una manera suave y tenga
que realizarse por medio de una revolución.
Este libro ha causado gran emoción en Inglaterra porque ba
señalado la existencia del abismo proceloso a que se acerca la
llave del Estado. Ha ocurrido, simultáneamente con la aparición
de este libro, otro hecho que ha puesto también de manifestó la
gi^vedad del peligro. Me refiero a la votación del ateneo oxo-
niense y en consecuencia, la actitud antipatriótica y suicida de
326 ACCIÓNBSPAÑOLA

una parte de la juventud inglesa inficionada de marxismo, que


no está dispuesto «a luchar por su patria y por su rey» (1).
En resumen, en esta obra no se estudia la crisis de la demo-
cracia cuya disección, como queda dicho, opera Laski a las mil
maravillas. El ha querido habilidosamente salvar a la democra-
cia quitándola todas las culpas para cargarlas sobre el capitalis-
mo. El verdadero conflicto que atormenta a Laski cuando nos
habla de la pugna entre su «democracia capitalista» y la democra-
cia verdadera, es el del capitalismo y el socialismo.
Los lectores de esta revista saben sobradamente qué la crisis
del Estado está precisamente originada por la acción de los prin-
cipios democráticos auxiliados por el materialismo marxista. Que-
rer asociar el capitalismo con el fracaso de la democracia es des-
encajar el problema de sus límites. Notorios son los abusos del
capitalismo, que precisamente fueron posibles gracias al libera-
lismo. En lo que estoy conforme con Laski es en que las mejoras
sociales conseguidas por las clases inferiores con el demo-libera-
lismo tuvieron un sentido de concesión y de compromiso y no el
del cumplimiento de una norma de justicia distributiva. Los abu-
sos del capitalismo fueron posibles con la inhibición del Estado
liberal, los mismos que ha corregido el fascismo mediante el cor-
porativismo.
No se explica como el sociólogo inglés critica tan ignorante
y despiadadamente al fascismo y añora al mismo tiempo el con-
tenido espiritual y religioso del Estado antiguo, para acogerse des-
pués como a tabla salvadora en el socialismo, disolvente de la so-
ciedad con sus luchas de clases, destructor de la Nación con su in-
ternacionalismo morboso y agotador del esplritualismo con su
deseo de «apagar las luminarias del cielo».
Para sintetizar, toda la argumentación de Laski está encami-
nada y dirigida por el prejuicio de que en la democracia está la
verdad política y en que hay que ajustar los problemas políticos
y sociales, sea como fuere a sus normas. Si la democracia fraca-
só estruendosamente con el capitalismo, razona Laski, hagámos-
la funcionar con el socialismo y se desenvolverá perfectamente.

(1) Los ateneos de Manchester, Cardiff y Glasgow han votado una


proposición semejante. Los estudiantes de Cambridge han declarado en su
ateneo que prefieren el socialismo al fascismo.
ACCIÓNKSPA.ÑOLA 327

Firmemente creo en que el Estado inglés está aún lleno de sa-


via tradicional y resistirá duramente a un experimento que de-
mostraría, allí como en otras partes, que la democracia fracasa
tan ruidosamente en lo económico como en lo político.
Ni por un momento ha intentado Harold J, Laski—sin duda
porque su fina intuición israelita le indica que no podría—resol-
ver las dudas de los que se preguntan si el gobierno por el pue-
blo o democrático es posible, y de los que temen que nuestra
compleja civilización corre peligro si continúa dirigida por hom-
bres cuya única virtud consiste en saber conquistar votos.

E. M. DE LA E.

Cristo, por Alfonso Junco. (México, 1931.)

La mañana del Domingo de Ramos entra ventanas adentro


como una dulce cosa de otro tiempo mejor. Las piedras viejas
de la iglesia, y las palmas recién benditas y el clamor jubiloso
de las campanas se han dejado engañar por el sol de abril y se
creen de oro otra vez, como en aquellos días :

¡Ojos que os vieron ir... 1

Sobre la mesa hay un libro abierto. En el regazo de los am-


plios márgenes blancos, los renglones limpios y acicalados pren-
den la atención. Y se lee :
aLa pasión eterna».
«Tu pasión se perpetúa, Cristo Jesús».
«No sólo una vez te han llevado a la cárcel; no sólo una vez
te han acusado de sedicioso, a Tí, que eres la única paz ; no sólo
una vez te han atado las manos pensando —casualmente— redu-
cirte con ello a la impotencia; no sólo una vez te han llenado el
cuerpo de azotes, y el rostro de vilezas; no sólo una vez te han
despojado de todo, dejándote en desnudo desamparo; no sólo una
vez te han dado muerte como a un malhechor».
«Renuevas tu pasión, prolongas tu pasión en los tuyos».
«Y no es esto lirismo piadoso ni exaltación sentimental. Tú
lo asentaste macizamente».
328 ACCIÓNESPAÑOLA

«Cuando, concluida ya tu vida mortal, Saulo se encarnizaba con-


tra los cristianos. Tú le reprochaste al aparecértele en la ruta de
Damasco: aSaulo, Saulo, ¿ por qué me persigues ?» Tú eres el
perseguido cuando persiguen a los tuyos. Tú el aborrecido cuan-
do aborrecen a los que te adoran. Tú el martirizado cuanto mar-
tirizan a los que te aman».
«Y Saulo no lo olvidó. Más tarde, enamorado del que odiaba,
apóstol acribillado de tribulaciones, supo decirlo con su modo
henchido y bravo: «Forzóme en el dolor... Estoy cumpliendo en
mi carne lo que a Cristo le quede por padecer».
«¡iSemana Santa, semana de pasión! Contemplemos con áni-
mo comprendedor y reverente, la pasión de Jesús que se desen-
vuelve a nuestros ojos, y hagamos nuestra y vivamos esa pasión
salvadora, entregando en ardiente oblación nuestra sangre —san-
gre del alma o sangre del cuerpo—, junto con la sangre del Re-
dentor».
:|t 4; üc V

Domingo de Ramos. En el camino de dolor de España, más


que la luz cegadora de este mediodía, brilla ante mí el único
punto de luz que puede alumbrar el cabo de esta ruta. La luz
tiene un reflejo en las páginas de este libro en las que se habla
de sacrificio, de sangre y de martirio, con la serenidad que pres-
ta la fe. Y es que no llegaremos a puerto si no sabemos pegarnos
enteramente a esas ideas y sonreírles como a una esperanza.
Sólo así venceremos la crisis más temible de todas las crisis
que nos afligen : la crisis del valor.

ilt it¡ *

Están coleccionadas en este libro, junto a unos versos ama-


bles, unas prosas que desbordan la más fuerte emoción religiosa,
escritas en el campo de una persecución encarnizada y cruel con-
tra la Cruz. Por eso, cada una nos devuelve ahora como el eco
de nuestro propio dolor.
El libro está impreso —pulcra y cuidadosamente— en México.
Al frente del libro, el nombre del autor, Alfonso Junco, trae la
ACCIÓN B S P A S O L A 329

memoria de la labor fuerte y continua de una pluma excelente.


Y también como la última vibración de un recuerdo dormido en-
tre la bruma de un valle asturiano, del que un día —allá por
los de 1538— salió un Juan de Junco, que «después de dejar su-
cesión en la Española, pasó a México». Sobre un castillo, una
estrella y unas lises, todavía he visto yo un penacho de plumas de
granito desmayadas, como si aún llorasen la marcha del segundón.

J. V. S.

Políticos y Funcionarios, por José María Fábregas del Pilar. (Ma-


drid, 1932).

Hace un año que el distinguido profesor y tratadista de de-


recho público, Sr. Fábregas del Pilar, publicó un interesante es-
tudio con el sugestivo título de «Políticos y Funcionarios». Por
una serie de causas se ha demorado el dar cuenta a su debido tiem-
po a nuestros lectores de tan meritorio trabajo ; tardío el comenta-
rio no será, sin embargo, inoportuno, porque el libro conserva, y
conservará mucho tiempo, un gran valor de actualidad.
De las personas que intervienen en el funcionamiento del Es-
tado ¿quiénes son políticos y quiénes funcionarios? ¿Qué rela-
ciones han de guardar los unos con los otros? Tales son los pri-
meros problemas que se plantean y que con gran lógica y cono-
cimiento de la realidad tratan de resolverse en los primeros capí-
tulos de la obra que estudiamos.
La tragedia de la vida de los funcionarios públicos en el si-
glo XIX tiene por origen la modificación casi absoluta que la
estructura y justificación del Estado padecen desde los albores
de este siglo. Hasta entonces la plenitud de la soberanía encar*
"aba en el Rey, quien directamente, o por intermedio de una
serie de agentes suyos, realizaba todas las funciones del Esta-
do, sin otras limitaciones que las impuestas por la religión y el
derecho natural. El Poder lo recibía el soberano de Dios con el
deber de ejercerlo para bien del pueblo; y de la voluntad del
Rey nacían los títulos para desempeñar la mayoría de las fun-
ciones públicas..
330 ACCIÓN ESPAÑOLA

El siglo XIX, dominado por entero por las absurdas doctri-


nas democráticas, puso nominalmente la soberanía en manos del
pueblo que había de ejercerla por intermedio de una minoría por él
designada. Los grupos de personas que aspiraban a ser la minoría
elegida por «el pueblo soberano» para desempeñar el Poder, creó
las individualidades que llamamos políticos y los grupos que cons-
tituyen los partidos políticos.
El poder público, el sacrificarse en administrar el presupues-
to nacional correspondía, o mejor dicho, caía en manos de los
«elegidosB. ¡Ser elegido! Ese es el eje de toda la política de-
mocrática. El Rey que al recibir el Poder por ley de heren-
cia no tenía que agradecérselo a una facción determinada, y
al trasmitírselo, también irremisiblemente, a su hijo primogénito,
no tenía que comprar electores para perpetuarlo en su familia ;
podía ejercer el Poder para el bien común y designar sus agen-
tes (funcionarios) entre las personas de mayor competencia ; pero
los Gobiernos democráticos del siglo XIX (tanto de las Repúbli-
cas como de las llamadas impropiamente Monarquías) no gober-
naban para el bien común, sino en provecho del grupo o mayoría
que los mantenía en el Poder y que podía reelegirlos, y, por tan-
to, todos los resortes de la administración del Estado, con los
emolumentos consignados para sus manipuladores, eran entregados
al partido triunfante. Los funcionarios nombrados durante el Go-
bierno anterior quedaban privados de sus empleos integrando k
categoría de los «cesantes» tan familiar todavía hoy para los afi-
cionados a las novelas costumbristas del pasado siglo.
Con ese trasiego incesante de funcionarios ¿dónde quedaban
los principios de selección, continuidad y competencia indispen-
sables para la marcha normal de cualquier empresa? La comple-
jidad creciente de las funciones públicas obligó a introducir paulati-
namente, aunque con eclipses a veces duraderos, la inamovilidad de
los funcionarios y el ingreso de éstos en sus respectivos escala-
fones por oposición salvo en los puestos directivos superiores.
Acertadamente escribe Fábregas: «Puede darse por seguro que
en épocas venideras, y quizá no muy remotas, causará verdade-
ro asombro y parecerá inexplicable, que para ocupar una plaza
de mecanógrafo en un Ministerio se pida que se acrediten deter-
minados conocimientos, y que para actuar como legislador no se
ACClÓNKSPAÑQlvA 331

considere necesario más que contar, accidentalmente, con unos


miles de votos.»
Si me propusiera glosar y poner de relieve las múltiples e
interesantísimas cuestiones que el Sr. Fábregas estudia suma-
riamente en su libro, necesitaría escribir al menos dos volúme-
nes como el suyo. ¡ Que todo aquel a quien interese el tema me-
dite sobre los conceptos que con tan profundo conocimiento de
causa trata el autor!
«Los políticos, como Jefes de los servicios administrativos».
«El apoliticismo de los funcionarios públicos». «Los técnicos en
la política». «Ingresos y ascensos». «Funcionarios y periodis-
tas». «Retribución económica». «Los enchufes^. «Las mujeres
en la política y en la administración». Son los títulos de algunas
de las múltiples cuestiones que en el libro se exponen.
No quiero terminar sin llamar la atención sobre el tema can-
dante y capital del Sindicalismo funcionarista que el autor es-
tudia en el capítulo XV y en el que escribe : «Los medios de ac-
ción directa del sindicalismo, y entre ellos, sobre todo, la huelga,
que forman parte esencial de su táctica de combate, son incom-
patibles con el concepto actual del Estado, dentro del que los
funcionarios han de vivir. La huelga es un medio de lucha en-
tre patronos y obreros, y los funcionarios no están en relación
con el Estado en la situación que ha de constituir supuesto pre-
vio para poder entablarla, porque el interés y el servicio público
no se pueden convertir jamás en instrumento de reivindicacio-
nes de clase y porque el Estado-patrono es un ente ideal que en
la realidad coincide, en la parte oficial, con los funcionarios mis-
mos, y en la parte real, con toda la colectividad política. ¿Con-
tra quién pueden declararse en huelga los funcionarios? Contra
el Poder, contra el Estado; y para lograr sus aspiraciones de
clase han de convertir en arma contra toda la sociedad el servi-
cio público que ella misma les ha entregado como un depósito
de confianza.»
Reciente está el caso de Francia, donde se paralizaron todos
los servicios públicos en protesta contra los proyectos de econo-
mías en los presupuestos que presentó el Gíobierno a las Cámaras.
En España nuestro autor no cree inminente el peligro, pero ¿no
«cuerda el ultimátum dirigido por los funcionarios de Hacienda
332 ACCIÓNBSPAÑOLA

al Gobierno cuando trató de reducir, cual si fueran de militares,


las plantillas de los demás Ministerios, ultimátum que obligó al
Sr. Azaña a renunciar a planes que tenía estudiados desde el año 18
y que, dictados a la mecanógrafa y llevados a los Diarios Oficíale,;.
no se han puesto en práctica ?
Mi enhorabuena al Sr. Fábregas por su libro y mis deseos
de que algún día exista en España un Poder responsable, in-
dependiente, y cuyo egoísmo y conveniencia sea fomentar el bien
común que sea capaz de llevar a la Gaceta los dictados de la
competencia, aunque sea hiriendo los bastardos intereses de los
partidos políticos que en progresión creciente desde hace más de
un siglo viven a expensas del Estado y del pueblo español.

E. V. Iv.

La caída de un trono, por Alvaro Alcalá Galiano.—Madrid, 1933.

Para M. André Lamandé, el misterioso prestigio del número 7


--siete días de la semana, siete sueños de Faraón, siete héroes de
Tebas, siete maravillas del mundo, siete sabios de Grecia, 3Íete
arcángeles, siete pecados capitales, siete virtudes...—ha tomado
la forma de una vaga influencia de su duplo, el 14, sobre los des-
tinos de la Casa de Borbón. Desde el nacimiento de Enrique TV,
el 14 de diciembre de 1553 (1 + 5 + 5 + 3 = 14), hasta la restau-
ración de los Borbones en 1814, en los fastos de la Casa de Fran-
cia va encontrando con insistencia obsesionante el mágico nú-
mero.
Sin demasiada diligencia lo hubiera también descubierto, aquí
y allá, salpicando los anales de la rama española. María Luisa de
Saboya, mujer de Felipe V, muere el 14 de febrero de 1714 ; en
un 14 de diciembre muere Carlos TV ; durante el reinado de Fer-
nando VII las dos reacciones que se producen llevan las fechas
iniciales de 1814 (1 + 8 + 1 + 4 = 14) y 1823 (1 + 8 + 2 + 3 = 1 4 ) ; en
un 14 de enero entra en Madrid Alfonso XII...
Sería demasiado pueril, sin embargo, la pretensión de estable-
cer una relación causal entre las fechas y los sucesos. No obede-
cen éstos a una ley misteriosa de aritmética elemental, sino &
kyes históricas no tan sencillas, pero evidentes, sin embargo.
ACCIÓN BSPAfíOLA 333

Sería empeño ridículo prender nuestra esperanza en un cálcu-


lo de cronología cabalística, no menos que atribuir al influjo de
una cifra fatal las mudanzas lamentables que trajeran, por ejem-
plo, el año de 1931, o el dramático acaecimiento del 14 de abril.
1931 no es siquiera el •ñnal, sino uno más, en la larga teoría
de años hundidos en la sugestión blanda y fácil de los principios
revolucionarios.
14 de abril es la consecuencia inmediata de la más desdicha-
da aplicación de tales principios.
Alvaro Alcalá Galiano, para escribir la crónica de ese día ha
hincado la pluma en los que le precedieron, remontando el repe-
cho del camino sobre el que sopla ya ese aire que, muy luego, car-
gado de un agudo dramatismo, va a rizar la bandera del Príncipe
Alfonso, y a cruzar la meseta de Castilla, húmedo de las lágri-
mas que fueron aquella mañana rocío de dolor sobre los tomillares
de Galapagar.
Los lectores de ACCIÓN ESPAÑOLA tuvieron la fortuna de
gozar las primicias de esta obra de Alcalá Galiano. De seguro que
todos encontraron en ella nobles estímulos de una emoción senti-
mental ; pero es muy probable que también para muchos este
aproximar las causas a los efectos, y este ofrecerlas en haz—^tan
Sobriamente, con tan medido ademán—haya tenido el valor Je
Una revelación. Algunos, dando allí con la guía de sus pecados,
habrán hecho ante aquellas páginas examen de conciencia...
Ahora, La caida de un Trono ha aparecido en Madrid en un
Volumen, editado cuidadosamente, que lleva un prólogo del pro-
pio autor.
En Londres se ha publicado The Fall of a Throne, con un pró-
logo de Lord Howard of Penrith en un bello libro que ilustran nu-
merosos fotograbados.
No eran debidos menos honores a esta obra excelente, fiel do-
cumento histórico que no debe faltar en la biblioteca de ningún
estudioso, y obra literaria capaz de ofrecer siempre una emoción
estética al devoto de las bellas letras.
El merecido éxito de Alvaro Alcalá Galiano es en esta casa de
ACCIÓN ESPAÑOLA motivo de la más viva satisfacción.

J. V. S.
34 ACCIÓN BSPAfiOLA

La situation actuelle en Espagne, núm. 2, por Armand Magescas.


(G. de Malherbe. París.)

«Amigo de la noble nación española», se dice ti autor; y en


verdad que lo acreditan de tal la paciente atención y el desvelo
continuado que han sido precisos para recoger tantos datos, ras-
gos y noticias, como los que, reunidos en este folleto, le han per-
mitido dibujar en sus treinta y nueve páginas el perfil de la Es-
pana de hoy.
No es suya la culpa de que lo que era ya agrio y triste, haya pa-
sado la zona de lo sombrío y empiece a dar en lo trágico. El
autor —ajeno a toda pasión partidista-— sorprendiéndose de lo
que descubre su pluma, va viendo aparecer ante él un cuadro
que es un enérgico reproche contra «los que diariamente invo-
can la libertad y la justicia, mientras se mofan con sus actos de
tan puros ideales».
A los que hemos vivido día por día lo que va de esta segunda
República española, no ofrece este recordatorio noticia que no
tuviéramos. Pero a los que, de fronteras afuera, no hayan teni-
do ocasión ni espacio que dedicar a los acontecimientos de nues-
tra política, da en sus breves y sustanciosas páginas una idea
cabal y un justo sentido de la realidad.
El alma aquí va ya un poco curtida, y la sensibilidad está
casi embotada ; si no fuera así, ante esa página que M. Mages-
cas dedica al caso de Calvo Sotelo, o a esa otra en la que extracta
los juicios de purificación de la Magistratura, nos sacudiría el
dolor de la realidad —y aún a algunos la vergüenza del engaño pa-
decido—.
M. Magescas ha visto claramente el momento español. «El so-
cialismo —dice— gobierna despóticamente en España. Y, sin em-
bargo, el socialismo no ha ganado las masas obreras que, desde el
campo o desde la ciudad, evolucionan hacia el comunismo y el sin-
dicalismo anárquico. ¿ Por qué ? Porque después de dos años de Re-
pública, intervenida por los jefes socialistas, la vida del obrero es-
pañol es más dura que bajo la Monarquía. Los obreros sin trabajo
suelen decirse : «Antes teníamos trabajo. Ahora no trabajamos, y
no comemos». Esta triste situación contrasta con las miríficas pro-
ACCIÓN8SPAÑOLA 335

mesas del socialismo. Y los obreros, decepcionados, derivan hacia la


izquierda, al sindicalismo, al comunismo, a la anarquía.»
Junto a la desolación de tanto recuerdo doloroso, hay el refugio
de un gesto generoso y noble. Es el de los Antigitos combatientes
franceses, pidiendo que se suavizasen los rigores que sufren los pre-
sos y los deportados españoles ; y lo pedían asociando al recuerdo
de ciertos lazos de devoción, de amistad y aún de sangre, el «de
la inagotable caridad con que durante la guerra, D. Alfonso XIII
se ocupó de sus hermanos de armas heridos o prisioneros». Aquí
sí encontrará el lector español una novedad, porque la prensa dia-
ria ha dado pocos detalles —cuando ha dado alguno— de este mag-
nífico movimiento cordial, de una amplitud y de una calidad que
hubiera sido oportuno dar a conocer más por menudo.

m* *

Son muchos los textos que en las páginas del folleto quedan
recogidos : textos irrecusables de hombres y de periódicos poco sos-
pechosos de reaccionarios que pintan la situación actual en España.
La pluma, buida de ironía, ha dejado luego, clavada en el papel,
la que fué, hace do años justamente, una maravillosa promesa. El
13 de abril de 1930 decía en Valencia el Sr. Alcalá-Zamora : «Nos-
otros tenemos el deber de decir, aún cuando a algunos elementos
les duela, que hay en España una cosa facilísima ; la proclama-
ción de la República es u^a cosa relativamente fácil ; pero hay
otra muy difícil : la consolidación de ella... Yo os digo que con ser
tan templada mi significación, no creo viable una República en que
yo fuese la derecha, sino una República en la que yo estuviera en
€l centro, es decir, una República a la cual se avinieran a ayudar-
ía, a sostenerla y a servirla gentes que han estado y están muy a
la derecha mía... Una República viable, gubernamental, conserva-
dora, con el desplazamiento consiguiente 'hacia ella de las fuerzas
gubernamentales de la mesocracia y de la intelectualidad espa-
ñola, la sirvo, la gobierno, la propago y la defiendo. Una Repú-
blica convulsiva, epiléptica, llena de entusiasmo, de idealidad,
falta de razón, no asumo la responsabilidad de un Kerensky para
implantarla en mi país».

•K ••< *
336 ACCIÓNESPAÑOLA

No podemos darnos cuenta exacta de la impresión que esta


lectura producirá en los que son ajenos a nuestras inquietudes.
Sin embargo, no será aventurado suponer que el hombre libre
de prejuicios encuentre fielmente reflejado su pensar en este co-
mentario que al folleto de Armand Magescas dedica un periódi-
co francés : «Se escandalizarán leyéndole los que aún no se han
dado cuenta de la pendiente fatal por la que rueda toda demo-
cracia, y que conduce a la más inhumana tiranía, porque ella go-
bierna en interés suyo y contra el interés de la nación, sin per-
der ocasión de perjudicar al país, si así beneficia a la República.
En España es hoy tan ardiente el sectarismo como en las horas
más siniestras del combismo en Francia».

J. V. S.

ADVERTENCIA^

P o r tko kaBer recibido oportunamente el original»


A C C I Ó N E S P A 5 Í O L A se ve o b l i g a d a a privar a
sns
lectores, e n este n.ú.m.evo» de l a acostumbrada crónica
"Actividades Culturales".

A C C I Ó N E S P A Ñ O L A dará cuenta de l a aparición de


t o d o s l o s libros de l o s 4 u e se l a envíen d o s ejen»»
piares.

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