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Informe de Lectura de Apreciación Artística

Historia del Arte, Ernest H. Gombrich. Capítulo 26:


En busca de Nuevas Concepciones

Oscar Bello Suárez


Sabas Ortega Tovío

Docente: Félix Doria López

Universidad de Córdoba
Montería
2022
Las edificaciones y las serialidades de la utilidad comenzaban a rellenar el panorama

de la civilización. El periodo bajo y último del siglo XIX comenzaba a destellar las

grandezas de los periodos subsiguientes y, con ello, se alzaba la rusticidad de los enormes

bloques de concreto erigidos como fábricas, viviendas y edificios públicos. Ya lo menciona

Gombrich: “A menudo parecía como si los ingenieros hubieran empezado a erigir una

estructura para satisfacer las exigencias naturales del edificio y después hubiesen adherido

unas migajas de Arte a la fachada en forma de adornos, tomados de un repertorio de

patrones de los estilos históricos.”

Y por supuesto que, al hablar de arte es increíblemente sencillo divagar entre las

tantas dimensiones que el mismo supone, pero parece que el blanco más sencillo de los

ataques de esta índole era la arquitectura. Y así, Ruskin y Morris se oponían a la producción

en masa y serial de las cosas, de tal forma que llevaban su sentido del arte y de la reforma

artística hasta el medievo; el cual, suponían, era la ruta a seguir para una nueva concepción.

Uno de los incisos más interesantes de Gombrich sobre el pensamiento en pro del

desarrollo artístico-arquitectónico, es la aplicabilidad de las rutas históricas. Claro, si las

formas del arte griego se habían generado “a partir de primitivas estructuras de madera”, lo

mismo podía pasar con las estructuras –y los materiales– que ahora se alzaban en las

ciudades.

Y, aunque la arquitectura resultaba de verdad en un punto débil, lo cierto es que la

búsqueda de nuevas concepciones del arte –rebuscadas no solo en el confort de la

cercanía–, sino hasta el lejano oriente, llegó hasta otras dimensiones. Pero, lo dice

Gombrich y lo sabemos todos, El arte cubre problemas y destapa otros: “Esta conciencia en

cuanto al estilo y a la esperanza de que Japón podía ayudar a Europa a salir del atolladero
no se limitó únicamente a la arquitectura; pero el sentimiento de incomodidad e

insatisfacción respecto a las realizaciones del arte del siglo XIX, sentimiento que se

apodero de algunos pintores hacia el final de la época, es menos fácil de explicar.”

Entonces, en la práctica de la pintura acaecía al pintor una naturaleza que,

representada en el lienzo, era confusa. Y resultaba que a Paul Cézanne le molestaba la

confusión, entonces, en un intento de conservar la ordenanza de las cosas sin recurrir a la

rusticidad de la tan aborrecida academia, constituyó una amalgama artística inescrutable

que sencillamente “era”. Porque bien podemos extraer: “Mucho se ha escrito acerca del

secreto del arte de Cézanne; se han sugerido explicaciones de todas suertes acerca de lo que

se propuso y lo que consiguió. Pero estas explicaciones siguen siendo incompletas; incluso

a veces parecen contradecirse a sí mismas”

Y, mientras Cézanne fungía como mediador entre la academia rustica y contornista y

la naturaleza potencialmente confusa del impresionismo, George Seurat se decantaba por el

camino de los cálculos y la metodología científica. Un punto de inflexión importante que, a

considerar, implica una de las conjunciones más importantes de la cultura en general.

Seurat intentaba arropar el arte, partiendo desde las “bases pictóricas del impresionismo” y

estudiándolas con la lupa de los estudios cromáticos del color. Pero su técnica era tan

compleja como difícil, y eventualmente se vio obligado a compensar tal dificultad con la

sencillez de las formas y los trazos. Por ello podríamos, en efecto, confirmar que “había

algo casi egipcio en su obra”.

Lo cierto es que, el arte es al artista vivo casi tanto como es la soledad y la

incromprensión. Por supuesto que Van Gogh, Cézanne y Gauguin lo sabían muy bien,

llegados incluso a comprenderlo como una realidad que no serían capaces de cambiar. Sin
embargo, su estilo y sus técnicas trascendieron a tiempo, e impactaban con cada vez más

fuerza en la generación más joven cuales, por lo general, se sentían insatisfechos con las

técnicas clásicas que enseñaban en las escuelas y las academias.

En definitiva, el arte evoluciona cuando sus exponentes también lo hacen, cansados del

estancamiento en el que bien pueden encontrarse. No puede el artista suponer que será su

arte, a través de su cultura y su experiencia arraigada la que determinará el devenir de su

obra y la de los próximos; más bien, aceptar la cultura de otros con una mirada abierta y en

retrospectiva con énfasis en el futuro, proporcionará al artista el camino para trascender.

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