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Cosenza, Rudofsky y Coderch, y muchos otros, vivieron desde dentro este dilema y
lucharon por hacer, en el momento histórico que les tocó vivir, una obra que pudiera ser
En imágenes:
considerada útil, que tuviera significado, es decir que tuviera humanidad. Esta exigencia
- Bernard Rudofsky.
ética les llevó a darse cuenta, mientras trabajaban, de que para ser genuinamente Retrato de Coderch.
modernos debían penetrar en la tradición propia de la arquitectura y en sus arcanos. - Fotografías de
“Arquitectura sin
Intentaremos en estos apuntes plantear algunas conjeturas sobre el modo en que se arquitectos” de B.
confrontaron con el concepto de tradición sirviéndonos del examen de una serie de Rudofsky
coincidencias significativas.
Aunque ignoramos si Luigi Cosenza y José Antonio Coderch llegaron a conocerse
personalmente, sí sabemos que ambos trataron a Bernard Rudofsky (1905-1988) y
compartieron con él ideas y experiencias. Cosenza nació el mismo año que Rudofsky
(1905) y murió el mismo año que Coderch (1984). Rudofsky trabajó con Cosenza en los
años treinta y trabó, más tarde, gran amistad con Coderch -ocho años más joven que él-,
hasta el punto de que el arquitecto catalán se prestaría a firmar, como responsable legal,
el proyecto de la casa que Rudofsky construyó entre 1969 y 1971 en Frigiliana (Málaga)
como residencia de descanso en España.
La figura de Gió Ponti fue un vínculo entre los tres. Cosenza y Ponti se relacionaron en el
ambiente milanés. Rudofsky trabajó con Ponti y Coderch conoció y tomó como ejemplo
algunos de los proyectos que publicaron en la revista Domus en los años treinta. Ponti
se convirtió en el mentor de Coderch desde el año 1949, jugando un importante papel
en el éxito que el catalán alcanzó con el Pabellón de España en la Nona Triennale di
Milano(1951), y que le daría cierto relieve internacional.
Además, Coderch trabó amistad con el norteamericano Peter Harnden, poco después
de que éste, admirado por la obra de la Triennale, se interesara por saber quien había
sido su autor. Esta relación con Coderch conduciría a Harnden a afincarse en Cadaqués,
epítome del mito de la casa del pescador y cenáculo del surrealismo, donde Duchamp
jugaba al ajedrez con el pintor Luis Marsans, amigo de Coderch y de Rudofsky. En 1957
encontramos a Rudofsky en el granero que Harnden habilitó como estudio en Orgeval,
cerca de París, preparando con éste el montaje del pabellón de los USA para la Expo de
Bruselas de 1958, etc.
“¿Y allí? ¿Qué es aquello? […] La obra de un arquitecto, ¿bueno o malo? No lo sé.
Sólo sé que la paz, la quietud y la belleza han desaparecido [...] ¿Cómo es que todo
arquitecto sea bueno o malo estropea el paisaje del lago? El campesino no lo hace.
Tampoco el ingeniero, con sus vías del tren junto a la orilla o con sus barcos que trazan
profundos surcos en la clara superficie del lago. Estos crean de otro modo [...] Y de
nuevo pregunto: ¿por qué el arquitecto, tanto si es bueno como si es malo, estropea
el paisaje del lago? El arquitecto, como casi todos los habitantes de la ciudad, no
posee cultura. Le falta la seguridad del campesino, que sí posee su propia cultura.
El habitante de la ciudad es un desarraigado. Llamo cultura al equilibrio o armonía
(Ausgeglichenheit) entre el interior y el exterior del ser humano, aquello que garantiza
un modo de pensar y de actuar sensatos.”
“En vez de seguir lemas engañosos como‘arte vernáculo’, hay que decidirse, finalmente,
por volver a la única verdad que siempre pregono: a la tradición. Nos acostumbramos
a construir como nuestros padres, sin temer, por ello, no ser modernos. Respecto al
campesino estamos más avanzados. Él no tiene que ser partícipe sólo de nuestras
trilladoras, sino también de nuestro saber y de nuestras experiencias en el ramo de la
construcción. Queremos ser sus guías, no sus micos imitadores”.
Es decir, alerta sobre el peligro de confundir arte vernáculo con tradición aclarando,
además, que este concepto no está reñido con el de cambio técnico. El ingeniero
al basarse en el correcto planteo de los problemas, en el conocimiento matemático
de la naturaleza y en su control a través del cálculo, es capaz de determinar la forma
genuina, y en esta posición sachlich, objetiva, se equipara con el campesino o el
artesano, quienes acceden a esa posición no a través de la ciencia sino a través del
carácter impersonal de su tarea en la que es la experiencia colectiva la que decanta
las formas a través de un tiempo muy dilatado.
El arquitecto, en cambio, al poseer sólo educación distraído, por ejemplo, con los
estilos históricos, se halla desarraigado, ofuscado e incapacitado para acceder al
núcleo objetivo de la forma. La única manera que tiene de conseguirlo es adoptando
una clave de valoración adecuada de los objetos culturales anónimos, en especial de
la arquitectura, para poder desarrollar la capacidad de imitar no la apariencia sino
el êthos de lo popular, es decir la “manera de ser genuina” o “carácter” de esas obras
situadas fuera del tiempo histórico, que se muestran a sus ojos como un lugar donde
la vida, el sitio y la técnica alcanzan armonía, aquella Ausgeglichenheit de la que Loos
hablaba. De êthos deriva, precisamente, ética, palabra con la cual se suele adjetivar con
machacona reiteración la obra de Coderch.
Llegados a este punto debemos realizar una brutal elipsis, saltando sobre la obra de
nuestros tres héroes -a la que el lector puede acercarse por sus propios medios- para
acabar, abruptamente, constatando una última coincidencia significativa.
Coderch, componía sus casas configurando un recinto con el ala de dormitorios por
un lado y el ala de las dependencias de servicio por el otro ayudado con algunos
límites de la parcela y, dentro de este espacio, la sala de estar y el comedor adoptaban
la configuración de un pabellón en forma de porche o pórtico, visualmente separado
de las alas y apoyado sobre un basamento. Para Coderch el fuego del hogar era un
elemento imprescindible en el orden del espacio de la sala y un centro de gravedad
de la casa.
Quizá Cosenza logró ese acercamiento a través de una profunda erudición bien
entendida, Rudofsky, como parte de la formación recibida de sus maestros impulsada
por su peripecia vital y viajera, y Coderch por la observación, el instinto y el trabajo
obstinado e introspectivo.
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