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Douglas Crimp
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sus restos polvorientos. En la última década incluso ha
surgido en el mundo erudito una potente subprofesión espe
cializada en estos lúgubres desenterramientos.1
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Tenemos aquí un ejemplo más del conservadurismo cul
tural moralizante de Kramer disfrazado como modernismo
progresista. Pero también tenemos una estimación intere
sante de la práctica discursiva del museo en el período del
modernismo y de su transformación presente. Sin embargo,
el análisis de Kramer no logra tener en cuenta hasta qué
punto los derechos del museo a representar el arte de una
manera coherente han sido ya puestos en tela de juicio por
las prácticas del arte contemporáneo... posmodemista.
Una de las primeras aplicaciones del términoposmoder
nismo a las artes visuales tuvo lugar en los «Otros Crite
rios» de Leo Steinberg, en el curso de una discusión sobre la
transformación realizada por Robert Rauschenberg de la
superficie del cuadro en lo que Steinberg llama una «prensa
plana», refiriéndose de manera significativa, a una prensa
de imprimir.4 Se trata de una clase totalmente nueva de
superficie pictórica, la cual, según Steinberg, efectúa «el
cambio más radical en el tema artístico, el cambio de la
naturaleza a la cultura».5 Es decir, la prensa plana es una
superficie que puede recibir una vasta y heterogénea dispo
sición de imágenes y artefactos culturales que no han sido
compatibles con el campo pictórico de la pintura premo
dernista ni la modernista. (Una pintura modernista, en opi
nión de Steinberg, conserva una orientación «natural» hacia
la visión del espectador, que la pintura posmodemista aban
dona.) Aunque Steinberg, que escribía en 1968, no podía
tener una noción muy precisa de las trascendentes impli
caciones de su término posmodernismo , su lectura de la
revolución implícita en el arte de Rauschenberg puede a la
vez centrarse y extenderse tomando seriamente esta desig
nación.
El ensayo de Steinberg sugiere, presumiblemente de un
modo inintencionado, importantes paralelos con la empresa
«arqueológica» de Michel Foucault. N o sólo el mismo tér
mino posmodemismo implica la exclusión de lo que Fou
cault llamaría el episteme , o archivo del modernismo, sino
incluso de un modo más específico, insistiendo en las clases
de superficie pictórica radicalmente diferentes sobre las que
pueden acumularse y organizarse diferentes clases de datos,
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Robert Rauschenberg: Persimmon, 1964.
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Steinberg selecciona la misma figura que Foucault emplea
para representar la incompatibilidad de los periodos histó
ricos: las tablas sobre las que se tabula su conocimiento. El
procedimiento de Foucault implica la sustitución de las
unidades de pensamiento humanista histórico tales como
tradición, influencia, desarrollo, evolución, fuente y origen
por conceptos como discontinuidad, ruptura, umbral, límite
y transformación. Así, según el punto de vista de Foucault,
si la superficie de la pintura de Rauschenberg implica real
mente la dase de transformación que Steinberg asegura,
entonces no puede decirse que se desarrolle de, o que en
alguna manera sea continuación de una superficie pictórica
modernista.6 Y si las pinturas en prensa plana de Raus
chenberg nos hacen sentir esa ruptura o discontinuidad con
el pasado modernista, como creo que hacen, al igual que
muchas otras obras actuales, entonces quizá experimenta
mos realmente una de esas transformaciones en el campo
epistemológico que describe Foucault. Pero, naturalmente,
no es sólo la organización de conocimiento lo que se trans
forma irreconociblemente en determinados momentos de la
historia. Sufren nuevas instituciones de poder así como
nuevos discursos. La verdad es que ambos son interdepen
dientes. Foucault ha analizado las modernas instituciones
de confinamiento —el asilo, la clínica y la prisión— y
sus respectivas formaciones discursivas, la locura, la enfer
medad y la criminalidad. Hay otra de tales instituciones de
confinamiento madura para el análisis según el punto de
vista de Foucault —el museo— y otra disciplina —la his
toria del arte. Constituyen las condiciones previas para el
discurso que conocemos como arte moderno. Y el mismo
Foucault ha sugerido la manera de empezar a pensar acerca
de este análisis.
El comienzo del modernismo en la pintura suele locali
zarse en la obra de Manet al principio de la década de I860,
en la que la relación de la pintura con sus precedentes
histórico-artísticos resultaba atrevidamente obvia. Se pre
tende que la Venus de Urbino del Tiziano sea un vehículo
tan reconocible para la pintura de una cortesana moderna
en la Olympia de Manet como lo es la pintura rosa sin
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modelar que compone su cuerpo. Un siglo después de que
Manet hiciera así tímidamente problemática7 la relación de
la pintura con sus fuentes, Rauschenberg hizo una serie de
pinturas utilizando imágenes de la Venus del espejo de
Velázquez y la Venus en el baño de Rubens. Pero las
referencias de Rauschenberg a estas pinturas clásicas son
efectuadas de una manera por completo diferente a la de
Manet; mientras que éste duplica la pose, la composición y
ciertos detalles del original en una transformación pintada,
Rauschenberg se limita a serigrafiar una reproducción fo
tográfica del original en una superficie que también podría
contener tales imágenes como camiones y helicópteros. Y si
estos vehículos todavía no han podido encontrar su camino
para llegar a la superficie de Olympia , es evidentemente no
sólo porque esos productos de la era moderna todavía no se
habían inventado; sino debido a la coherencia estructural que
hacía una superficie portadora de imágenes legible como
una pintura en el umbral del modernismo, opuesta a la
lógica pictórica radicalmente diferente que prevalece en el
inicio del posmodernismo. En un ensayo sobre Xa tentación
de San Antonio , de Flaubert, Foucault comenta lo que
constituye la particular lógica de una pintura de Manet:
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arte con el archivo. No pretendían alimentar las lamenta
ciones —la juventud perdida, la ausencia de vigor y el de
clive de la inventiva— mediante las cuales censuramos nues
tra edad alejandriana, sino desenterrar un aspecto esencial
de nuestra cultura: ahora cada pintura debe estar en la
superficie masiva y cuadrada de la pintura y todas las obras
literarias están confinadas al murmullo indefinido de la es
critura.8
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absolutamente inaplicable, puesto que la teoría y la práctica
nunca coinciden. Pero impertérritos ante sus fracasos suce
sivos, pasan inexorablemente a la siguiente actividad, sólo
para descubrir que no guarda relación con los textos que
aseguran representarla. Prueban con la química, la fisiolo
gía, la anatomía, la geología, la arqueología... la lista con
tinúa. Cuando finalmente se rinden al hecho de que el
conocimiento en el que confiaban es una masa de contra
dicciones, totalmente azaroso y separado de la realidad a la
que ellos tratan de enfrentarse, vuelven a su tarea inicial de
copiar. He aquí uno de los guiones de Flaubert para el final
de la novela:
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Si Bouvard y Pécuchet nunca reúnen lo que podría consi
derarse una biblioteca, logran sin embargo constituir un
museo privado. De hecho, el museo ocupa una posición
central en la novela; está conectado con el interés de los
personajes por la arqueología, la geología y la historia, y a
través del Museo se plantean más claramente las cuestiones
de origen, causalidad, representación y simbolización. El
Museo, así como las preguntas a las que trata de responder,
depende de una epistemología arqueológica. Sus pretensio
nes representacionales e históricas se basan en una serie de
suposiciones metafísicas acerca de los orígenes, pues, des
pués de todo, la arqueología se propone ser una ciencia de
los arches. Los orígenes arqueológicos son importantes de
dos maneras: cada artefacto arqueológico tiene que ser un
artefacto original, y estos artefactos originales deben, a su
vez, explicar el «significado» de una historia subsiguiente
más amplia. Así, en el ejemplo caricaturesco de Flaubert, la
pila bautismal que Bouvard y Pécuchet descubren tiene que
ser una piedra sacrificial celta, y la cultura celta, a su vez, ha
de actuar como una pauta maestra original para la historia
cultural?0
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universo representacional coherente. La ficción estriba en
que un desplazamiento metonímico repetido de fragmentos
en vez de la totalidad, del objeto a la etiqueta, de series de
objetos a series de etiquetas, pueden producir aún una re
presentación que de alguna manera es adecuada a un univer
so no lingüístico. Semejante ficción es el resultado de una
creencia no crítica en la noción de que el ordenamiento y Ja
clasificación, es decir, la yuxtaposición espacial de frag
mentos, puede producir una comprensión representacional
del mundo. Si la ficción desapareciera, no quedaría del
Museo más que una serie de chucherías ornamentales, un
montón de fragmentos sin sentido ni valor que no puedéh
sustituir por sí mismos metonímicamente a los objetos ori
ginales ní metafóricamente a sus representaciones.12
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$jglo X IX , el Museo sin paredes es la hipérbole de tales
ideas a mediados del siglo X X , Específicamente, lo que
Malraux parodia de una manera inconsciente es «la historia
del arte como disciplina humanística», pues Malraux halla
en la noción de estilo el principio homogeneizador definiti
vo, hipostatizado, lo cual es bastante interesante, a través
del medio fotográfico. Toda obra de arte que pueda fotogra
fiarse puede ocupar su lugar en el supermuseo de Malraux.
pero la fotografía no sólo asegura la admisión de objetos,
fragmentos de objetos, detalles, etc., en el museo, sino que
es también un instrumento organizador que reduce la hete
rogeneidad, ahora incluso más vasta, a una sola similitud
perfecta. A través de la reproducción fotográfica un ca
mafeo reside en la página siguiente a un todo pintado y un
relieve esculpido; un detalle de un Rubens en Amberes se
compara con otro de Miguel Angel en Roma. La conferen
cia con diapositivas del historiador del arte, el examen
comparativo con diapositivas del estudiante de historia del
arte habitan el museo sin paredes. En un ejemplo reciente
proporcionado por uno de nuestros más eminentes historia
dores del arte, el boceto al óleo para un pequeño detalle de
una calle adoquinada en París, un día lluvioso, pintado en
la década de 1870 por Gustave Caillebotte, ocupa la pan
talla a mano izquierda, mientras que la pintura de Robert
Ryman de la serie Winsor de 1966 ocupa la derecha, y en
un instante se revela que son una y la misma cosa.13 Pero,
¿qué clase precisa de conocimientos es la que puede pro
porcionar esta esencia y estilo artísticos? Citemos de nuevo
a Malraux:
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vertido en «láminas en color», proceso con el que han n
dido sus propiedades como objetos; pero, por la mism
razón, han ganado algo: el máximo significado en cuanto m
estilo que pueden adquirir. Es difícil para nosotros perca
tamos claramente del abismo entre la representación de un'
tragedia de Esquilo, con la inminente amenaza persa y Sa
lamis que aparece ai otro lado de la bahía, y el efecto qut
obtenemos de su lectura. Sin embargo, aunque sea débil
mente, percibimos la diferencia. Todo lo que queda de Es
quilo es su genio. Lo mismo ocurre con las figuras qu¿
pierden, en la reproducción, su significado original como
objetos y su función (religiosa o de otra clase); las vemos
sólo como obras de arte y solamente nos aportan el talento
de quienes las hicieron. Casi podríamos denominarlas «mo
mentos» en vez de «obras» de arte. No obstante, por di
versos que sean estos objetos (...) hablan del mismo esfuer
zo; es como si una presencia invisible, el espíritu del arte
incitara a todos a la misma búsqueda... Es así como, gracias
a la unidad bastante engañosa impuesta por la reproducción
fotográfica a una multiplicidad de objetos, que abarcan des
de la estatua al bajo relieve, de éste a las impresiones de
sellos y de éstas a las placas de los nómadas, parece emerger
un «estilo babilónico» como una entidad real, no una mera
clasificación, como algo que se parece bastante a la biografía
de un gran creador. Nada proporciona de una manera más
vivida y precisa la noción de un destino que da forma a los
fines humanos que los grandes estilos, cuyas evoluciones y
transformaciones parecen como cicatrices que el Destino ha
dejado, al pasar, sobre la superficie de la tierra.14
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Museo* admite en sus páginas aquello mismo que había
nstituido su homogeneidad y que es, naturalmente, la
Íhtografía. Mientras la fotografía no fue más que un ve-
rculo por medio del cual los objetos de arte ingresaban en
A museo imaginario, se obtuvo una cierta coherencia. Pero
ruando entra la misma fotografía, un objeto entre otros, la
heterogeneidad se restablece en el corazón del museo; sus
pretensiones de conocimiento están condenadas. N i siquie
ra la fotografía puede hipostatizar el estilo de una fotografía.
Γ En el «Diccionario de las ideas admitidas» de Flaubert,
el artículo bajo el epígrafe «Fotografía» dice: «Dejará en
desuso a la pintura. (Véase Daguerrotipo.)» Y el artículo
«Daguerrotipo» dice, a su vez: «Ocupará el lugar de la
pintura. (Véase Fofografía.)» Nadie tomó en serio la posi
bilidad de que la fotografía pudiera usurpar el lugar de la
pintura. Menos de medio siglo después de la invención de la
fotografía, esa noción era una de las ideas admitidas que se
podía parodiar. En nuestro siglo, hasta fecha reciente, sólo
Walter Benjamin dio credibilidad a esa idea, afirmando que
Inevitablemente la fotografía ejercía un efecto en verdad
profundo sobre el arte, incluso hasta el extremo de que el
arte de la pintura podría desaparecer, al haber perdido su
aura de suma importancia a través de la reproducción me
cánica.15 Una negativa de este poder de la fotografía para
transformar el arte siguió vigorizando la pintura modernista
en el período inmediato de posguerra en Norteamérica.
Pero entonces la fotografía, en la obra de Rauschenberg,
empezó a conspirar con la pintura en su propia destrucción.
Si bien llamar pintor a Rauschenberg durante la primera
década de su carrera sólo causaba una ligera incomodidad,
cuando abrazó sistemáticamente la fotografía a principios
de los años sesenta fue haciéndose cada vez más difícil
considerar su obra como pintura, puesto que era más bien
una forma híbrida de impresión. Rauschenberg había pa
sado definitivamente de las técnicas de producción (com
binaciones, montajes) a técnicas de reproducción (seda es
tarcida, dibujos calcados). Es esta actividad la que nos hace
considerar el arte de Rauschenberg como posmodernista.
Mediante la tecnología reproductora el arte posmodemista
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Robert Rauschenberg: Break-Through 1964.
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prescinde dei aura. La ficción del sujeto creador cede el sitio
a la franca confiscación, la toma de citas y extractos, la
acumulación y repetición de imágenes ya existentes.16 Se
socavan así las nociones de originalidad, autenticidad y
presencia, esenciales para el discurso ordenado del museo.
Rauschenberg roba La Venus del espejo y la adapta a la
superficie de Crocus, que también contiene imágenes de
mosquitos y un camión, así como un Cupido reduplicado
con un espejo. La Venus aparece de nuevo, en dos ocasio
nes, en Transom, ahora en compañía de un helicóptero e
imágenes repetidas de torres de aguas sobre los tejados de
Manhattan. En Bicycle aparece con el camión de Crocus y
el helicóptero de Transom , pero ahora también con un
velero, una nube y un águila. Se recuesta por encima de tres
bailarines de Cunningham en Overcast III y sobre una
estatua de George Washington y una llave de coche en
Breakthrough. La heterogeneidad absoluta que es la sus
tancia de la fotografía, y a través de la fotografía, el museo,
se extiende a través de la superficie de cada obra de Raus
chenberg. Y más importante aún es el hecho de que se
extiende de una obra a otra.
Malraux estaba embelesado por las infinitas posibilida
des de su museo, por la proliferación de discursos que podía
poner en movimiento, estableciendo series siempre nuevas
de iconografía y estilo por el simple procedimiento de ba
rajar de nuevo las fotografías. Rauschenberg lleva a cabo
esa proliferación: el sueño de Malraux se ha convertido en
la broma de Rauschenberg. Pero, naturalmente, no todo el
mundo comprende la broma, y menos que nadie el mismo
Rauschenberg, a juzgar por la proclama que compuso para
el Certificado del Centenario del Metropolitan Museum en
1970:
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e ideales apolíticos de la humanidad
consciente y sensible a los
cambios, necesidades y complejidades
de la vida com ente mientras mantiene
vivos la historia y el amor.
Referencias
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precisam ente, lo que originó el presen te en sayo fue el ejem plo paródico de esa
aplicación ciega de la m etodología h istórico -artistic a a! arte de R auschenberg, E n este
caso, presentado en una c onferencia de R o b e rt Pincus-W ittem , la fuente d e la o b ra
M onogram de R auschengberg (un m ontaje q ue utiliza una cab ra de ang o ra d isecad a)
se dijo que era S capegoat, de W illiam H o lm an H unt.
8. M ichel F o u cau lt, « F a n tasía o f the L ib rary » , en Language, C o u n ter-M em o ry,
Practice (Ithaca: C ornell U niversity P re ss), pp. 92-93,
9. C itado de «T he M u seu m ’s F u rn a ce : N o tes T ow ard a C o n tex tu al R ead in g o f
Bouvard a n d Pécuchet», de E ugenio D o n a to , en T e x tu a l Strategies: P erspectives in
P ost-Structuralist C riticism , ed. Jo su é V. H arari (Ithaca: C ornell U n iv ersity P re ss,
1979), p- 214. D eseo agradecer a R osalind K rauss que llam ara mi atención so b re e!
ensayo de D on ato , y de m an era m ás general p o r sus m uchas sugerencias útiles
durante la preparación de este texto.
10. Ibid., p. 220. L a aparente continuid ad entre los ensayos de F o u c a u lt y D o n a to
■es d esorientadora, en cuanto que D o n a to está explícitam ente em peñado en un ataq u e
a la m etodología arqueológica de F o u c a u lt y afirm a que im plica a éste en un reto rn o a
una m etafísica de los orígenes. E l m ism o F o u c a u lt fue m ás allá de su «arqueología»
en cuanto la codificó en L a arqueología del conocim iento (trad, inglesa: N u e v a Y ork:
Pantheon Books, 1969).
11. G u stav e F la u b ert, B ouvard y Pécuchet
12. D onato, p, 223.
13. E sta com paración fue prese n tad a inicialm ente p o r R obert R osenbfum en un
simposio titulado «M odern A rt and the M odern City: From C aillebotte and the
im pressionists to the P resen t D a y » , celebrado conjuntam ente con la ex posición de
Gustave C aillebotte en el Brooklyn M useum en m arzo de 1977. R osenblum publicó
una versión de su conferencia, aunque sólo se ilustraron las o b ras de C ailleb o tte. El
siguiente extracto b a sta rá p a ra d a r una im presión de las com paraciones q ue efectuó
Rosenbium: «El arte de C aillebotte parece igualm ente en arm onía con algunas de fas
innovaciones estructurales de la p intura y la escultura m odernas no figurativas. Su
adopción, en los años 1870, de ia nueva experiencia del París m oderno (...) im plica
nuevas m aneras de ver que e stán sorprendentem ente próxim as a nu estra pro p ia
década. P or ejem plo, parece h ab er polarizad o m ás que cualquiera de sus co etán eo s
impresionistas los extrem os del a z ar y lo ordenado, norm alm ente y u x taponiendo estos
estilos contrarios en la m ism a ob ra. L os parisienses, en la ciudad y el c am p o , van y
: vienen por espacios abiertos, pero en sus ociosos m ovim ientos h ay c u ad ricu las de
regularidad aritm ética, tecnológica. Líneas c ru zad as o paralelas, cu ad rícu las re p e ti
tivas y franjas nítidas im ponen de súbito un orden alegre, p rim ariam ente e stético al
flujo y la dispersión urbanos.
14. A ndre M alraux, L a s voces d e l silencio,
15. V éase W a lte r Benjam ín, «T he W o rk o f A rt in the A ge o f M ech an ical R e p ro
duction», en Illu m in a tio n s (N u ev a York: Schocken Books, 1969), pp. 2 1 7 -2 5 1 .
16. P ara m ás com entarios sobre estas técnicas posm odernistas que invaden el arte
reciente, véanse mis ensayos « P ictures», O ctober, n.° 8 (prim avera 1979), p p . 6 7 -8 6 ,
y «The Photographic A ctivity o f P ostm odern ism » , October, n.° 15 (invierno 1 9 8 0 ),
pp. 91 -101. E l hecho de qne estem os ah o ra experim entando la « d ecad en cia del a u ra»
que predijo Benjam ín puede entenderse no sólo en estos térm inos positivos de lo que
la ha sustituido, sino tam bién en los m uchos intentos desesperados de recu p eraría
haciendo revivir el estilo y ia retórica del expresionism o. E sta ten d en cia es fuerte
sobre todo en el m ercado, pero tam bién ha sido plenam ente acogida p o r los m useos.
Por otro lado, tanto los m useos com o el m ercado h an em pezado tam bién a « n a tu ra
lizar» las técnicas del posm odernism o, convirtiéndolas en sim ples categorías según las
cuales puede organizarse toda una nueva gam a de objetos heterogéneos. V éase mi
ensayo: «A ppropriating A ppropriation» en Im a g e Scavengers: P h otographs (F ila -
delfia: Institute of C on tem p o rary A rt, 1982), pp. 27-34.
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