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Algunas notas sobre la construcción de la subjetividad en


Occidente

Es obvio que un tema tan vasto sólo puede ser tratado de manera muy parcial en el espacio de
un artículo. Sin embargo, no renuncio a esbozar ciertos modos en la concepción de algunos
objetos privilegiado. Ellos marcan las cosmovisiones que diversas culturas hegemónicas han
ido desarrollando a lo largo de la historia y su síntesis nos puede ayudar a ordenar antiguos y
nuevos conocimientos.

Las características ontológicas de estos objetos privilegiados, que trataremos de organizar


como conjuntos plenos de sentido, exhiben las pautas dominantes para cada período histórico.
Pero es necesario tener siempre presente que, tanto en el ámbito personal como en el social,
la complejidad de las vivencias es inagotable en todo momento. Esos objetos, que trataremos
de estructurar, son: el Mundo, la Divinidad, el Tiempo, el Hombre y la Sexualidad. Tal vez sea
importante advertir que:

a) Estas notas pertenecen al campo de la antropología filosófica y no de la psicología; y

b) Más allá de una aparente secuencia cronológica, no se trata de sintetizar un desarrollo


histórico sino de generar una conceptualización sincrónica para fines analíticos.

LA CONCEPCIÓN MÍTICA

El mundo mítico, en todas las culturas vivas y muertas, parece tener un trasfondo común: en el
pasado, los dioses crearon el mundo y al hombre. El tiempo ontológico es el pasado porque en
el pasado se dieron los momentos fundacionales del orden cósmico o, muchas veces, de la
secuencia de los órdenes cósmicos. Incluso el futuro de la creación, si está previsto en algún
pensamiento mítico, fue establecido en el pasado.

El tiempo sagrado está periodizado y el espacio, estratificado. El tiempo pasado es sagrado,


es el tiempo de los dioses, que irrumpe como energía o como poder. El mundo de las cosas y
de los hombres es un espacio intermedio entre el supramundo y el inframundo donde viven los
dioses. Por encima y por debajo de la tierra y de los mares viven los dioses. Por las cimas de

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las montañas y de los árboles sagrados, por las grietas de la tierra y de las olas se llega a ellos.
En estos lugares privilegiados se abren las puertas de supramundo y del inframundo, son
lugares sagrados. Las pirámides y las torres de las iglesias son representaciones simbólicas de
las montañas y de los árboles sagrados. Los cenotes son el equivalente cósmico de los
"ombligos oraculares" griegos.

El hombre del mito es algo creado, algo que pertenece -como la piedra, el árbol o el águila- al
mundo como totalidad de la creación. Y el sentido de la totalidad es su propio sentido. Si el
hombre tiene alguna prerrogativa frente a las demás cosas, ésta se debe a que puede adorar a
los dioses. Las plegarias y los ritos sacrificiales, el agua y el fuego, la sangre y el vino, le sirven
para agradar a los dioses, para pedir clemencia o auxilio.

En algunos casos los ritos pueden ser sumamente peligrosos. Su poder llega a ser tan grande
que no pide sino ordena a los dioses. Y ordenar a los dioses es arriesgarse a una horrenda
venganza. Entre el rito del campesino que invoca y rito mágico del brujo que provoca se
encuentra el rito del curandero que evoca el pasado. El chamán hace presente, aquí y ahora, el
momento y el espacio primordial. Para curar una mordedura de serpiente, el chamán puede
repetir los mitos de la creación del mundo, del hombre o de la serpiente. El chamán convoca
las fuerzas de la creación para recrear un mundo donde el hombre no fue mordido por la
serpiente o un hombre por cuyo cuerpo no corre el veneno de la serpiente, o para hacerse amo
y señor de la serpiente y de su veneno.

En la concepción mítica, lo profano está permanentemente atravesado por lo sagrado. La


dimensión ritual de la sexualidad es un ejemplo de cómo la cotidianidad puede estar
impregnada de manifestaciones de lo sagrado: las bacanales, el copular en los campos
después de la siembra para excitar y fertilizar la tierra, el coito como inducción al vuelo divino
del nahual, el orgasmo como camino de unión tántrica con los dioses. En las culturas míticas
cada momento del desarrollo de la sexualidad humana, desde la genitalidad hasta los roles
sociales del hombre y de la mujer, están ritualizados. El bautizo, la comunión, la fiesta de los
quince años son elementos que perviven a un pasado mucho más intenso y complejo.

En ese juego de olvidos, acumulaciones y recreaciones que es la historia de la humanidad, las


cosmovisiones y las vivencias pueden retenerse por milenios. Para nuestro cristianismo
contemporáneo el pasado no es inerte, se actualiza en la consagración. El vino y el pan,
transformados en sangre y cuerpo de Cristo, como todos los demás sacramentos, "salvan los
pecados del mundo". El sacerdote, invocando el pasado, se transforma en El Señor de los
Pecados.

LA CULTURA GRIEGA

Lentamente, pero de manera constante y cada vez más acelerada, el invasor caucásico
empieza a sedentarizarse, a establecer manufacturas, a conocer los mares y nuevas tierras. El
desarrollo de su organización social le permite la colonización del entorno. En Asia Menor se
instalan grupos humanos que tienen una nueva dimensión de las cosas: si los dioses crearon el
universo y los héroes hicieron habitable el mundo, ellos son más que viles mortales, ellos están
civilizando la tierra de los bárbaros.

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El hombre se descubre a sí mismo en el mundo y en su presente. Yo, miembro de mi polis y


griego por cultura, aquí y ahora, junto a los míos, estoy surcando las aguas e imponiendo la
civilización; yo, aquí y ahora, junto a los míos, estoy derrotando imperios y colonizando tierras
salvajes; yo, aquí y ahora, junto a los míos, estoy creando objetos, instituciones y procesos. Yo
soy el héroe del momento. El tiempo llega a ser lineal, el reloj[1] marca el transcurso del día, las
Olimpiadas y las guerras de mi polis marcan los años. Mi tiempo más importante ya no es la
vejez que trae sabiduría ni la muerte que me permite la unión con lo sagrado sino la madurez
–el florecimiento-, la época de mi mayor capacidad para actuar.

Esta nueva actitud tiene pautas discursivas específicas. En el mundo mítico, las ideas
fundamentales son reveladas por las musas u otros dioses y las palabras se transmiten en el
lenguaje sagrado: el verso. Anaximandro, por primera vez en el mundo griego, escribe algo
trascendental en prosa y usando la primera persona del singular. Sin embargo, no podemos
pensar que cuando Anaximandro dice "yo" tiene nuestra misma vivencia de individualismo
postrenacentista. El “Yo” de los jónicos está todavía plenamente cargado de un "Nosotros" y
de asombro ante la divinidad. Más allá de que el mundo profano empiece a ser visto como
divino en sí mismo, como portentoso. Cuando Heráclito invita a contemplar lo sagrado en el
fuego de su hogar, todavía nadie lo entiende y lo llaman “El Oscuro”.

Y conforme avanza lo profano, Platón es un ejemplo de ello, los dioses son cada vez más una
figura retórica de asombro y de admiración. Hasta alcanzar el desconcierto, cuando llega la
decadencia de la civilización y de la cultura griega.

El hombre de los albores del pensamiento filosófico griego es logos anthropos échon, es
alguien capaz de entender el cosmos. El hombre está orgánicamente inmerso, no en la obra de
los dioses sino en el cosmos como totalidad y el sentido de esta totalidad sigue siendo su
propio sentido. Su relación con el cosmos permanece aún ecológica.

La necesidad y el orden cósmico son divinos pero no necesariamente obra de los dioses. El
universo existe desde siempre, los mismos dioses son productos del destino. El cosmos mismo
nace y muere en la continuidad de un movimiento generado por el hecho de existir, por sus
contradicciones inherentes.

En el mundo de Anaximandro las cosas, los hombres y los propios dioses nacen y mueren en
los grandes y pequeños ciclos de la necesidad. Un hombre que nace, crece y muere junto con
las cosas y los dioses no puede sentirse individuo y espacio ontológico en el que se muestra el
ser, como es el caso del hombre renacentista. Su voluntad de dominio no puede ser la de Amo
y Señor de la Naturaleza. Todavía no tiene sueños de conquistador, está conociendo el mundo
y no construyendo un mundo colonial. Todavía se asombra de que el mundo sea, de que sea la
vida y la muerte sea.

Ni siquiera el "Yo" del sofista Protágoras, que es la medida de todas las cosas, mide en el
sentido matemático y ontológico cartesiano.

Cuando Aristóteles lee a Anaximandro y a Heráclito ya no los entiende. Ha cambiando el


discurso y el orden cósmico, ha cambiado la experiencia vital de la palabra y respecto a la

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palabra. Anaximandro y Heráclito dicen mucho con pocas palabras, la experiencia vital con el
cosmos es más directa y intensa. Entre Aristóteles y el cosmos ya existen enormes y
caudalosos ríos de palabras. Este filósofo marca una nueva etapa en la concepción del
hombre. Aristóteles y sus discípulos clasifican formas de gobierno y palabras, minerales,
vegetales y animales. Su primera clasificación del hombre, como animal, es baladí: bípede sin
plumas. Cuenta la leyenda que al día siguiente le trajeron un "hombre": un pollo desplumado.
Su definición posterior es mucho más interesante: anthropos zoon politikon, el hombre como
animal con una determinada organización social. Lo que define al hombre no es su "Yo" sino su
vida comunitaria.

Esta definición presenta dos grandes problemas. Es etnocéntrica, profundiza el abismo


"racista" ya existente entre el bárbaro y el civilizado y nace arcaica. Su patrón macedonio,
Felipe, y su discípulo, Alejandro, han destruido la polis y construido un imperio que, si bien no
llega a consolidarse, abarca todas las parte más conocidas y no tan conocidas del mundo de
aquella época. Sin embargo, es justo decirlo, el griego aún conserva un modo de vida y de
organización social interna.

La secularización de lo profano en el mundo grecorromano cambia la concepción de la


sexualidad. Ésta tiene un sentido cada vez más personal. Yo decido con quién, cuándo y cómo.
En el orgasmo ya no irrumpe lo sagrado sino el placer profano. La tradición cultural es guerrero-
pastoril, son sociedades machistas en las cuales las mujeres son despreciadas. El pasado
mítico de la transmisión del poder en el coito entre guerreros se transforma en homosexualidad.

LA CIVILIZACIÓN ROMANA

En Roma, el tiempo ontológico sigue siendo el presente pero el mundo ya es una conquista. El
hombre se siente más individualizado que en Grecia, en el hedonismo, en el poder y en la fama
pero también en la náusea de una cultura que florece para la decadencia y que llega a hacer la
apología del suicidio. Y, quisiera subrayarlo, el suicidio es una pauta social de exclusiva
solución personal.

Sin embargo, lo que predomina en Roma es aún la pertenencia. El hombre es un ciudadano.


Pero no un ciudadano que vive en la polis griega, es el ciudadano de un Imperio. Las tensiones
para solucionar estas nuevas y complejas relaciones políticas y administrativas llevan al
desarrollo del derecho y a la concepción del hombre como persona jurídica. Gentes que
habitan regiones muy lejanas, y que tienen las más diversas costumbres, se transforman en
ciudadanos del imperio en general y muchas veces en ciudadanos romanos por decisión
jurídica.

El antiguo derecho griego parte de lo más simple, de dejar en manos del destino y del repudio
social el castigo al infractor de las costumbres. Si yo asumo y decido mis actos, necesito un
aparato político, ya no bastan la tradición y las costumbres que gobernaban mediante el ethos
social. En Roma ya no basta la tradición, se está construyendo algo que antes no existía: un
imperio mundial consolidado. El hombre romano es una entidad jurídica civil porque vive en la

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civitas, en la ciudad capital o en cualquier lugar del imperio. El hombre es ciudadano porque es
civilizado. En algunos antiguos mapas romanos los limites externos del imperio llevaban la
inscripción hic sunt leonis, aquí viven los leones, las fieras, las bestias, los hombres sin ley.
Donde no impera el orden imperial romano impera la ley de la selva. El homo humanus se
opone al homo barbarus, nosotros a los otros.

El mundo romano, heredero de la decadencia griega, nunca fue capaz de darle un sentido
profundo a la vida, nunca llegó a tener ni siquiera un pensamiento profano propio. Su filosofía la
compra contratando o esclavizando a maestros griegos. Su poder y riqueza sólo eran
comparables al vacío ideológico que lo caracterizó. El hartazgo de algunos, el hambre de
muchos, las ambiciones personales y el crecimiento desmedido del Estado obligan más a la
guerra permanente y a las miserias de la administración burocrática cotidiana que al desarrollo
social y personal. Éstas fueron algunas de las fuentes de la infinita podredumbre ideológica del
imperio.

La decadencia grecorromana se caracteriza por la crisis del logos cósmico y la desintegración


del orden endógeno. El estoicismo, el epicureismo y el eclecticismo griegos son las bases de la
filosofía de la época. Además, en un imperio descomunal, se reproducen por doquier las más
diversas sectas religiosas.

Y no sólo los emperadores son divinos, sus amantes también pueden aspirar a la categoría de
dioses y a que se erijan templos en su memoria. Las bacanales ya no se hacen en los campos
sino en los salones. Había que vomitar para seguir comiendo, había que beber hasta vomitar,
había que atragantar al imperio con incesantes conquistas, había que conquistar todo y a
todos. En la guerra y en la cama. Cayo Julio, escritor y político, Triúnviro, Cónsul, Dictador
Vitalicio y Emperador, César, militar tan intrépido como calculador, llega a ostentar, además, un
título sorprendente: “El hombre de todas las mujeres, la mujer de todos los hombres”.

En medio de la decadencia, del desconcierto generalizado, desde un rincón del Asia Menor,
llega una nueva concepción del hombre, del mundo y del tiempo, llega un mensaje de
salvación.

LA VISIÓN JUDEOCRISTIANA

La tradición judeocristiana tiene dos tiempos ontológicos: un pasado de Génesis y el futuro


profético de la llegada del Mesías y del Juicio Final. En el pasado, un único Dios creó todo lo
que existe y al hombre, a su imagen y semejanza, para dominar sobre el conjunto de la
creación. La humana creatura se separa del resto de la creación, su relación con el todo deja
de ser ecológica. Tampoco está más cerca de Dios ya que el pecado original lo aleja, lo deja
encerrado en su soledad, en su desamparo. El mundo es un Valle de Lágrimas. La humana
creatura es un infeliz que provoca la ira y la misericordia de un creador que envía pestes,
flagelos, iluminados y redentores.

El presente es de adoración y lágrimas: yo, aquí y ahora, peco o hago méritos de virtud. Pero
el sentido de mis actos, para los siglos de los siglos, está en un futuro de espantosos
sufrimientos o de grata beatitud. Las tradiciones milenaristas sirven de puente entre un mundo

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presente demasiado humano y un futuro demasiado intangible: durante mil años, aquí en la
tierra, de cuerpo y alma, viviremos en el reino de El Salvador, de La Divina Creatura.

Los intereses creados llevan, en lo inmediato, a crucificar al Hijo de Dios. Pero muerto el
Espíritu Encarnado, queda la palabra. La palabra, la angustia y la soledad: el que peca o se
redime soy yo, por mis actos individuales o por la arbitrariedad de la misericordia divina. La
palabra y la angustia despiertan una fe que mueve montañas e imperios. Ego credo ergo sum.
La Roma que los crucificó y los arrojó a las fieras se convierte y sobrevive.

Si bien el camino de la salvación es personal e intransferible, creer también me da una


identidad social, me hace miembro de la ecclesia, una comunidad de fieles que trata de
resolver sobre la conducta, la política y la moral.

El cristianismo democratiza el elitismo del pueblo elegido pero genera otros abismos: el de los
paganos que no creen en Dios, el de los judíos y musulmanes que creen en Dios pero no creen
en Cristo, el de los herejes que creen en Dios y en Cristo pero no en la Iglesia. Entre la cruz y
la guillotina, la hoguera.

Una nueva concepción de la sexualidad impide hasta desear a la mujer de prójimo. El cuerpo
humano adquiere una nueva dimensión: es el templo de El Señor. Si es el lugar del deseo, del
pecado, habrá que martirizarlo. La lujuria masoquista de los cilicios y la reclusión en los
conventos son el complemento del éxtasis místico, camino impaciente que no quiere esperar el
Juicio Final para unirse con Dios. El camino ideal era ascético, del corazón, de la razón y de la
tortura. Los placeres mundanos fueron reprimidos pero no suprimidos. La cama y la mesa
tuvieron que esperar mil quinientos años para recobrar su derecho a la existencia.

Entre las tensiones de un pasado de creación, un futuro de premio o castigo y la existencia en


un Valle de Lágrimas, el interés grecorromano por el mundo decae irremediablemente. Sin
embargo, durante el medievo nunca faltaron quienes pensaron que la contemplación de Dios
también pasaba por el conocimiento de su obra, por el reconocimiento del mundo. Fueron los
menos pero fueron.

LA REPRESENTACIÓN RENACENTISTA

Cuando se resquebraja el mundo medieval, el hombre europeo redescubre su propia historia


?pagana por cierto? gracias a que la cultura árabe conserva un acervo fundamental de la
cultura griega y a que los miembros de las comunidades judía y mora de España se encargan
de traducirlos.

El renacentista rompe con su tiempo y con los horizontes geográficos y cósmicos, conquista el
poder sobre otros hombres y, con la Reforma, pone en jaque el poder de la Iglesia sobre El
Libro y sobre todos los hombres. El renacentista se afirma como "Yo", como un "Yo”
primordialmente individual. Pero con ese "Yo" se descubren también las culturas y los idiomas
nacionales. Así, lo aristocrático y lo popular pueden ir tomados de la mano.

Yo, aquí y ahora, fabrico máquinas, barcos y cañones; yo, aquí y ahora, construyo edificios de

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piedras y de conceptos; yo, aquí y ahora, construyo estados y revoluciono sociedades; yo, aquí
y ahora, pinto mi mundo y cuadros del mundo; yo aquí y ahora, actúo en el drama cósmico y en
la ópera del mundo; yo, aquí y ahora, aprendo a enseñar. El tiempo ontológico del
Renacimiento es el presente y su espacio, aquí donde estoy yo. El "Yo" y no Dios es el espacio
de fundamentación de un mundo que surge como pensamiento y como sentimiento, como
funciones matemáticas y mecánicas, como física.

En el Renacimiento, el pasado y el futuro cobran sentido ahora y aquí, en el presente. Y ese


sentido se lo doy yo, para mí y para los demás, para los otros "yo" que me disputan el poder
con las armas de la guerra y del conocimiento, de la astucia y del veneno. Y no se trata de
redimir los pecados sino de disputar el presente. Esto genera sin duda angustia, inseguridad,
pero también audacia y soberbia.

La crisis del Medievo despierta ecos antiguos cuando se descubre un pasado de “ismos”
grecorromanos perdidos: platonismo y aristotelismo, escepticismo, estoicismo y epicureismo.
De la temprana percepción estática de la naturaleza se pasa al cultivo de las ciencias
fisicomatemáticas y naturales.

El descreimiento, la responsabilidad y el oro le abren paso a un placer que abarca tanto el


sexo y la comida, como la palabra y una plástica que incluye hasta el cincelado de El Estado ?
absolutista primero y liberal más tarde ? como obra de arte o utopía filosófica.

E1 Animal Racionale cartesiano es un mamífero matemático capaz de manipular el


pensamiento abstracto y analítico. El Homo Faber resalta otra faceta de ese mismo animal: su
capacidad de manipular, con las poderosas manos de la técnica, todos los objetos. El hombre
empieza a hacer realidad la voluntad divina de que fuera el Amo y Señor de la Naturaleza. Pero
como los caminos de El Señor son inescrutables, también se hace Amo y Señor de quienes se
dejen reducir a la servidumbre. El hombre se empieza a perfilar como El Gran Constructor y El
Gran Destructor.

El renacentista nunca fue pura Razón, entre los objetos que su arqueología rescata de las
profundidades de la tierra se encuentran el sexo como placer personal y la fuerza de las
pasiones. El deseo y la ambición lo caracterizan. Desear la mujer del prójimo se transforma
casi en una obligación más.

Si el griego fue un colonizador, el hombre del Renacimiento es un colonialista, un constructor


de imperios coloniales. El renacentista fue un guerrero que en los campos del raciocinio
conquista nuevos conocimientos, que en el campo de la industria conquista nuevos mercados y
victorias técnicas, que en los campos de batalla conquista nuevos poderes y territorios.

LA MIRADA ILUSTRADA

Con el pasaje al Enciclopedismo, el “Yo” deja de ser el fundante ontológico del mundo. En él,
la razón abstracta surge como la potencia constructora del todo y como una facultad del "Yo".
La Razón Pura kantiana se despersonaliza, "Yo" ya no soy yo mismo.

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La institucionalización caracteriza la ilustración. Las hazañas de las conquistas de enormes


territorios lleva nuevamente a la implantación de un indispensable aparato administrativo. El
Estado ágil del príncipe, se transforma en un monstruo absolutista que termina liberal, pero
igualmente teratológico, con el paso del tiempo. Si el hombre es el lobo del hombre, se
necesita un contrato social para regular una barbarie que a todos amenaza. El Estado se
despersonaliza en manos del aparato, incluso allí dónde gobierna El Déspota Ilustrado.

Hasta la sexualidad termina por institucionaliza en el ideal burgués del matrimonio y la familia.
El deseo y las pasiones ceden su lugar al orden y la armonía. El Amo y Señor del Hogar será
un padre y marido ejemplar que contrae la sífilis en amoríos tan negados como mal vistos.

EL DEVANEO ROMÁNTICO

La Ilustración alemana es profundamente estética, musical, literaria y plástica; y no política,


científica y social como la inglesa o la francesa. En ella se da el primer quiebre del férreo
dominio de la Razón: la reacción romántica ante el despotismo de una modernidad naciente. El
romanticismo trata de unir los contrarios y de rescatar la ambigüedad, siente repulsión por el
análisis mecánico y rinde culto a la totalidad, a la síntesis orgánica.

Con el romanticismo se da un renacimiento del Medievo y de la religión. A la Razón se le


opone el alma y lo irracional, se busca lo sugestivo y lo interno, se busca tocar el fondo de las
emociones, despertar la intuición relampagueante, se busca la contemplación estática y
estética. De La Razón se salta a La Idea. Los ideales de redimir el mundo se entretejen con
miradas localistas y bucólicas que aquí o allá pueden dar lugar a lo trágico y a lo dramático, a lo
bello y a lo sublime. Para el común de la elite y sus epígonos, el melodrama es una forma de
vida. La tragedia es demasiado fuerte para ser bien vista.

La visión fugaz de una pantorrilla pudo trastornar a un joven apasionado. El “amor imposible”
se transforma en meta, desear a la mujer del prójimo vuelve a ser poco menos que un
imperativo categórico. El rechazo o la pérdida pueden llevar al suicidio. Una de las formas “de
moda” entre la juventud burguesa y pequeñoburguesa de la época fue entre sublime y
afeminada: llenar el dormitorio de flores, al atardecer, para morir intoxicado por el monóxido de
carbono. Una forma menos patética pero igualmente melodramática fue el cultivar la
tuberculosis, una de las formas más eficaces de obtener la blanca transparencia que era signo
indiscutible de belleza y distinción. Más de una joven de buena familia se murió de avitaminosis
por no haberse expuesto nunca al sol.

Entre la languidez, el pavoneo, el duelo y la muerte por un acto bizarro en el campo de batalla
transcurre y termina la vida de algunas generaciones de varones ilustres y no tan ilustres.

LA MODERNIDAD

A mediados del siglo XIX, cuando la Razón culmina en ciencia, la cosa pública queda en sus
manos como socialismo científico o como racionalidad burocrática. Yo ya no soy el actor del
drama de los hombres. El Pueblo, El Líder, La Democracia, La Administración, El Partido u otra
abstracción por el estilo pasa a ser el sujeto de la historia. Sólo "El" o “Ellos" le dan sentido la

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vida. Yo voy siendo cada vez más arrinconado en esa lucha de titanes. Yo y tú, nosotros y
vosotros. La idea misma de Dios es acosada hasta la muerte.

Si la ciencia mata a Dios con su aparente capacidad de organizar racional y tecnológicamente


el universo, la voluntad ya no necesita de Él. La fe en la voluntad del "Yo” también substituye la
confianza perdida en las razones y sinrazones que se imponían. Yo soy el señor de mis actos,
yo rompo con los códigos morales, sociales y religiosos, yo rompo las reglas para imponer la
racionalidad científica o mí voluntad. Yo asumo mis deseos, mi voluntad de poder, yo quiero
hacer consciente lo inconsciente, yo quiero ser amo en una generación de esclavos. Y si no
puedo ser El Señor de las Bestias, quiero tener el poder de la masa, de la jauría o del rebaño,
del lobo o del borrego.

La desacralización del mundo -que va del Renacimiento a la época contemporánea, pasando


por la Ilustración- conlleva una búsqueda de la libertad de decisión personal y la pérdida de la
tutela de los padres, de la tradición y de las Iglesias. Predomina la idea del contrato, de la
autonomía, de la capacidad de decisión personal.

Por otro lado, el cientificismo imperante llega a reducir la sexualidad a un problema de puntos
y fricciones. Una imagen fría e impersonal, pero “sana” y “adecuada” como bajo cualquier otra
ideología que valga la pena ser tomada en cuenta como tal.

Frente a la represión religiosa, la conquista y el sexo como deporte renacentista. Frente a la


reglamentación científica, la promiscuidad carente de compromiso. Frente a la nada, todos
contra todos. La decisión sobre el sexo que se asume parece muchas veces tener el mismo
nivel de complejidad que la selección de una ropa de moda. Cambian los motivos, se repiten
los sentimientos y las conductas. Desde la ciencia y desde la pérdida de criterios se llega a
darle rienda suelta al sexo. No se establecen diferencias entre el órgano y las emociones y los
pensamientos. La sexualidad se reduce a un problema de genitales, hoyos o protuberancias. Y
con ellos se puede hacer cualquier cosa con quien sea, persona, objeto o animal. Cuando hay
algún criterio es sobre lo que no se quiere, pero la búsqueda del impulso positivo propio queda
muchas veces oscurecido por un mundo donde la libertad de opción no está acompañada de
discernimiento.

Cuando La Voluntad del Pueblo, e incluso la mía, se muestran como un camino de guerra,
muerte y sufrimiento y no de libertad y creación, sólo queda el desconcierto, la postmodernidad.

Como en tantos otros momentos de crisis social, emergen con mucha fuerza tres modelos de
actitud frente al mundo, la vida y el mundo: el nihilismo, la ensoñación romántica y la soledad
del estoico, del guerrero.

El nihilismo de la filosofía de la podredumbre o del vacío de la postmodernidad, de la droga, de


la irracionalidad, de la animalidad del animal, camino tanático que en este momento de
sofisticación y sensibilidad intelectual no ha dejado de dar obras dignas.

La ensoñación romántica es la improvisación guerrillera de una revolución liberadora que es


incapaz de enfrentarse a las mezquinas necesidades del día a día; es construir un discurso sutil

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y penetrante que habla de acciones y de pasiones que no se viven; es la prolongación


reciclada y actualizada del melodrama como forma de vida, son las religiones exóticas y la
inconmovible intuición del buscador de una verdad interna que se escurre entre los pliegues del
ombligo.

La soledad del estoico está en el antihéroe cotidiano que lucha por tomar las riendas de su
propia vida, está en el ciudadano que todavía cree en la defensa de la flor y de la fauna (que
también los hay románticos); está en el ciudadano que todavía cree en la defensa de los
derechos humanos, en la Cruz Roja, en Amnistía Internacional, en las Naciones Unidas, en la
vida comunitaria y en la lucha cotidiana por la tolerancia.

El elixir de la modernidad ya no da eterna juventud sino marginalidad, búsqueda de raíces y


profecías. La más fuerte de las corrientes ideológicas laicas, el marxismo, se pudrió en la
penumbra y explotó con estrépito. Cuando el hombre nuevo muere de cáncer, un nuevo
individuo trata de renacer como un ave fénix estoica. En un mundo de sofistas, preferimos una
vez más la opacidad y desconfiamos visceralmente de la transparencia, cantamos odas a la
existencia pero tememos como nunca al mundo y preferimos la abstracción al realismo. En
nuestro agotamiento, la comunicación y el consenso nos resultan dolorosamente ingenuos
cuando no ardid de estafadores. Casi estamos aprendiendo a vivir en el desgarramiento
constante.

En la actualidad no creemos en el presente ni en el hombre ni en el mundo ni en la vida y


mucho menos en 1a vida de los hombres en el mundo. Todo lo sólido se ha desvanecido en el
aire. Todas las palabras son flatus vocis.

Cuando las cuatro quintas partes de la humanidad se encuentran en la miseria a secas o en la


miseria churrigueresca, cuando nadie cree en un progreso que es anhelo inalcanzable o
realidad decepcionante, cuando nos declaramos incompetentes para ofrecer una cosmovisión
laica que conmueva a los hombres, entonces sólo queda el fanatismo religioso como fuerza
colectiva.

¿Quién soy, dónde estoy, qué tiempos son éstos?

Bibliografía

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[1] Anaximandro, además de filósofo, es el autor del primer mapamundi del que se tenga noticia
y es el inventor o el introductor del reloj de sol.

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