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A primera vista podría parecer que estas “sutilezas” son inútiles. En realidad,
tienen decisiva importancia. El axioma “A” es igual a “A” es a un mismo tiempo
punto de partida de todos nuestros conocimientos y punto de partida de todos
los errores de nuestro conocimiento. Sólo dentro de ciertos límites se le puede
utilizar con impunidad. Si los cambios cuantitativos que se producen en “A”
carecen de importancia para la cuestión que tenemos entre manos, entonces
podemos suponer que “A” es igual a “A”. Tal es, por ejemplo, el modo en que el
vendedor y el comprador consideran una libra de azúcar. De la misma manera
consideramos la temperatura del Sol. Hasta hace poco considerábamos de la
misma manera el valor adquisitivo del dólar. Pero cuando los cambios
cuantitativos sobrepasan ciertos límites se convierten en cambios cualitativos.
Una libra de azúcar sometida a la acción del agua o de la gasolina deja de ser
una libra de azúcar. Un dólar en manos de una presidente deja de ser un dólar.
Determinar en el momento preciso el punto crítico en que la cantidad se
transforma en calidad es una de las tareas más difíciles o importantes en todas
las esferas del conocimiento, incluso de la sociología.
Todo obrero sabe que es imposible elaborar dos objetos completamente iguales.
En la transformación de bronce en conos, se permite cierta desviación para los
conos, siempre que ésta no pase de ciertos límites (a esto se le llama
“tolerancia”). Mientras se respeten las normas de la tolerancia, los conos son
considerados iguales (“A” es igual a “A”). Cuando se sobrepasa la tolerancia, la
cantidad se transforma en calidad; en otras palabras, los conos son de inferior
calidad o completamente inútiles.
Hegel escribió antes que Darwin y antes que Marx. Gracias al poderoso impulso
dado al pensamiento por la revolución francesa, Hegel anticipó el movimiento
general de la ciencia. Pero porque era solamente una anticipación, aunque
hecha por un genio, recibió de Hegel un carácter idealista. Hegel operaba con
sombras ideológicas como realidad final. Marx demostró que el movimiento de
estas sombras ideológicas no reflejaban otra cosa que el movimiento de cuerpos
materiales.
La diferencia que hay entre el método marxista de análisis social y las teorías
contra las cuales luchó no es menor que la diferencia que hay entre la ley
periódica de Mendeleyev con todas sus modificaciones posteriores, por un lado,
y las elucubraciones de los alquimistas por otro.
Naturalmente esto no quiere decir que cada fenómeno de la química puede ser
reducido directamente a la mecánica, y menos aún que cada fenómeno social
sea directamente reducible a la fisiología y luego a las leyes de la química y de
la mecánica. Puede decirse que éste es el supremo fin de la ciencia. Pero el
método de aproximación continua y gradual hacia este objetivo es enteramente
diferente. La química tiene su manera especial de enfocar a la materia; sus
propios métodos de investigación, sus leyes propias. Lo mismo que sin el
conocimiento de que las reacciones químicas son reducibles en último análisis
a las propiedades mecánicas de las partículas elementales de la materia, no hay
ni puede haber una filosofía acabada que una todos los fenómenos en un solo
sistema; por otra parte, el mero conocimiento de que los fenómenos químicos
se hallan radicados en la mecánica y en la física no proporciona en sí la clave de
ninguna reacción química. La química tiene sus propias claves. Se puede elegir
entre ellas sólo por la generalización y la experimentación, a través del
laboratorio químico, de hipótesis y teorías químicas.
Permitidme que cite ahora otro error. Poco antes de su muerte, Mendeleyev
escribió: “Temo sobre todo por el destino de la ciencia y la cultura y por la ética
general bajo el “socialismo de Estado”.” ¿Eran fundados sus temores? Hoy día,
los estudiosos más avanzados de Mendeleyev han comenzado a ver con claridad
las vastas posibilidades que para el desarrollo del pensamiento científico y
técnico-científica ofrece el hecho de que este pensamiento esté, por decirlo de
alguna manera, racionalizado, emancipado de las luchas internas de la
propiedad privada, porque ya no tiene que someterse al soborno de los
poseedores individuales, sino que trata de servir al desarrollo económico de las
naciones como una unidad total. La red de institutos técnico-científicos que
ahora establece el Estado es sólo un síntoma material a escala reducida de las
posibilidades ilimitadas que se han derivado de ello.
Desde ese mismo punto de vista del optimismo industrial, Mendeleyev abordó
el gran fetiche del idealismo conservador, el denominado carácter nacional.
Escribió: “En cualquier parte donde la agricultura predomine en sus formas
primitivas, una nación es incapaz de un trabajo continuado y
permanentemente regular: sólo podrá trabajar de manera arbitraria y
circunstancial. Queda patente esto con toda claridad en las costumbres, en el
sentido de que existe una falta de ecuanimidad, de calma, de frugalidad; en
todo hay inquietud y predomina una actitud de dejadez acompañada por
extravagancia, hay tacañería o despilfarro. Cuando al lado de la agricultura se
ha desarrollado la industria fabril en gran escala, puede verse que, además de la
agricultura esporádica, hay una labor continua, ininterrumpida, de las fábricas:
ahí se consigue entonces una apreciación justa del trabajo, y así
sucesivamente.” En estas líneas es importante la consideración del carácter
nacional no como elemento primordial fijo, creado de una vez por todas, sino
como producto de condiciones históricas y, dicho con mayor precisión, de las
formas sociales de producción. Este, aunque sea parcial sólo, es un
acercamiento a la filosofía histórica del marxismo.
Los problemas de las vías marítimas por el norte despertaron su interés poco
antes de su muerte. Recomendó a los jóvenes investigadores y marinos que
resolvieran el problema de acceso al Polo Norte, afirmando que de ello se
derivarían importantes rutas comerciales. “Cerca de ese hielo hay no poco oro y
otros minerales, nuestra propia América. Sería feliz si muriera en el Polo,
porque allí uno al menos no se pudre.” Estas palabras tienen un tono muy
contemporáneo. Cuando el viejo químico reflexionaba sobre la muerte, pensaba
sobre ella desde el punto de vista de la putrefacción y soñaba ocasionalmente
con morir en una atmósfera de eterno frío.
II
Allí donde los economistas burgueses veían relaciones entre objetos (cambio de
unas mercancías por otras), Marx descubrió relaciones entre personas. El
cambio de mercancías expresa el vínculo establecido a través del mercado entre
los distintos productores. El dinero, al unir indisolublemente en un todo único
la vida económica íntegra de los productores aislados, indica que este vínculo
se hace cada vez más estrecho.
III
Pero el socialismo utópico no podía indicar una solución real. No podía explicar
la verdadera naturaleza de la esclavitud asalariada bajo el capitalismo, ni
descubrir las leyes del desarrollo capitalista, ni señalar qué fuerza social está en
condiciones de convertirse en creadora de una nueva sociedad.
Entretanto, las tormentosas revoluciones que en toda Europa, y especialmente
en Francia, acompañaron la caída del feudalismo, de la servidumbre, revelaban
en forma cada vez más palpable que la base de todo desarrollo y su fuerza
motriz era la lucha de clases.
Ni una sola victoria de la libertad política sobre la clase feudal se logró sin una
desesperada resistencia. Ni un solo país capitalista se formó sobre una base más
o menos libre o democrática, sin una lucha a muerte entre las diversas clases de
la sociedad capitalista.
Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y
propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir detrás de todas
las frases, declaraciones y promesas morales, religiosas, políticas y sociales, los
intereses de una u otra clase. Los partidarios de reformas y mejoras se verán
siempre burlados por los defensores de lo viejo mientras no comprendan que
toda institución vieja, por bárbara y podrida que parezca, se sostiene por la
fuerza de determinadas clases dominantes. Y para vencer la resistencia de esas
clases, sólo hay un medio: encontrar en la misma sociedad que nos rodea, las
fuerzas que pueden —y, por su situación social, deben— constituir la fuerza
capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo, y educar y organizar a esas fuerzas
para la lucha.
«En él, la esencia humana sólo puede concebirse como «género», como una
generalidad interna, muda, que se limita a unir naturalmente los muchos
individuos».
[VIII] La vida social es, en esencia, práctica. Todos los misterios que descarrían
la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución racional en la práctica
humana y en la comprensión de esa práctica.
[X] El punto de vista del antiguo materialismo es la sociedad «civil; el del nuevo
materialismo, la sociedad humana o la humanidad socializada.
[XI] Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el
mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.
no escribió un tratado especial sobre “lógica” pero los cuadernos que dejó
inéditos, con una rica gama de reflexiones filosóficas, tienen, como los
“cuadernos filosóficos” de Lenin, un valor inapreciable para estudiar la piedra
angular del marxismo: el materialismo dialéctico. Si bien no era especialista en
historia de la filosofía sus escritos muestran que el método dialéctico era el alma
de sus reflexiones y era el resorte de sus análisis políticos, históricos y
organizativos. Para los revolucionarios son una verdadera mina de tesoros y
sugestiones.
La filosofía dialéctica no era para Trotsky un fin en sí mismo sino un instrumento
superior absolutamente indispensable para el análisis, orientado hacia la acción,
de las contradicciones sociales, la historia y el movimiento obrero. Su fin no era
el de escribir textos que comentaran externamente la historia, sino insertarse
correctamente en ella. La exigencia estricta de la seriedad teórica era un
requisito para una intervención adecuada; por ello sus observaciones pudieran
parecer pedantes para el no iniciado, porque para él como para Marx “la
veracidad de una teoría se demuestra tarde o temprano en la práctica”. Para
Trotsky, como para Lenin, “no existe práctica revolucionaria sin teoría
revolucionaria”.
Puede parecer una idea impertinente y chocante el pretender expresar una teoría
seria en términos tácticos y estratégicos, pero ello se debe a que la mayoría de
los pensadores que reflexionan sobre la “filosofía-política” no tienen táctica o
estrategia alguna, porque sus reflexiones están separadas de la vida y tienen
poco que decirle a las personas y trabajadores de carne y hueso. Esa es la
debilidad de la filosofía metafísica según Marx (tesis sobre Feuerbach).
La teoría revolucionaria, bien entendida, no es una colección de dogmas muertos
recetados a la humanidad de una vez, se trata de ideas que aspiran a expresar
las contradicciones reales del capitalismo y corregirse, enriquecerse o refutarse
por la acción; son producto, por tanto, de la experiencia histórica. Entre teoría y
acción existe una retroalimentación en constante tensión. Este tipo de
vinculación entre teoría y la acción es impensable sin una concepción
materialista y dialéctica del mundo, el pensamiento, la naturaleza y la sociedad;
de hecho la implica, la requiere.
Si bien los ejemplos más notables del pensamiento filosófico de Trotsky se
expresan en su aplicación concreta, es posible extraer de ellos notables
reflexiones filosóficas. Tratemos de exponerlos, basándonos en su libro En
defensa del marxismo y, sobre todo, en sus apuntes filosóficos que fueron dados
a conocer –al menos en lengua inglesa- apenas en la segunda mitad de los años
ochenta. 2
Movimiento perpetuo
La “esencia” de la dialéctica materialista, de acuerdo con Trotsky, se puede
expresar en un ejemplo gráfico -chocante para la lógica formal- que utiliza en En
Defensa del Marxismo:
«La lógica aristotélica del silogismo simple parte de la premisa de que A es igual
a A. Este postulado se acepta como un axioma para una cantidad de acciones
humanas prácticas y de generalizaciones elementales. Pero en realidad A no es
igual a A. Esto es fácil de demostrar si observamos estas dos letras bajo una
lente: son completamente diferentes. Pero, se podrá objetar, no se trata del
tamaño o de la forma de las letras, dado que ellas son solamente símbolos de
cantidades iguales, por ejemplo de un kilo de azúcar. La objeción no es válida;
en realidad un kilo de azúcar nunca es igual a un kilo de azúcar: una balanza
delicada descubriría siempre la diferencia. Nuevamente se podría objetar: sin
embargo un kilo de azúcar es igual a sí mismo. Tampoco esto es verdad: todos
los cuerpos cambian constantemente de peso, color, etc. Nunca son iguales a sí
mismos. Un sofista contestará que un kilo de azúcar es igual a sí mismo ‘en un
momento dado’. Fuera del valor práctico extremadamente dudoso de este
axioma, tampoco soporta una crítica teórica. ¿Cómo concebimos realmente la
palabra ‘momento’? Si se trata de un intervalo infinitesimal de tiempo, entonces
un kilo de azúcar está sometido durante el transcurso de ese ‘momento’ a
cambios inevitables. ¿O este ‘momento’ es una abstracción puramente
matemática, es decir, cero tiempo? Pero todo existe en el tiempo y la existencia
misma es un proceso ininterrumpido de transformación; el tiempo es en
consecuencia un elemento fundamental de la existencia. De este modo el axioma
A es igual a A, significa que una cosa es igual a sí misma si no cambia, es decir,
si no existe.3
A primera vista, podría parecer que estas sutilezas son inútiles: En realidad
tienen decisiva importancia. El axioma A es igual a A, es a un mismo tiempo
punto de partida de todos nuestros conocimientos y punto de partida de todos
los errores de nuestros conocimientos. Sólo dentro de ciertos límites se lo puede
utilizar con uniformidad. Si los cambios cualitativos que se producen en A
carecen de importancia para la cuestión que tenemos entre manos, entonces
podremos presumir que A es igual a A. Este es, por ejemplo, el modo con que
vendedor y comprador consideran un kilo de azúcar. De la misma manera
consideramos la temperatura del sol. Hasta hace poco considerábamos de la
misma manera el valor adquisitivo del dólar. Pero cuando los cambios
cuantitativos sobrepasan ciertos límites se convierten en cambios cualitativos.
Un kilo de azúcar sometido a la acción del agua o del queroseno deja de ser un
kilo de azúcar. Un dólar en manos de un presidente deja de ser un dólar.
Determinar en el momento preciso, el punto crítico, en que la cantidad se
transforma en calidad, es una de las tareas más difíciles e importantes en todas
las esferas del conocimiento, incluso de la sociología».4
Estabilidad relativa
El concepto es la representación mental de los coágulos transitorios del
desarrollo; por ello los conceptos, al ser la expresión fija del conocimiento, se
convierten en cierto punto en un “rigor mortis mental”. El concepto es progresivo
7
Saltos cualitativos
La unilateralidad de los conceptos es “reventada” por el proceso de interacción
y producción social generando nuevos conceptos más adecuados a las
necesidades históricas de la época. Pero los nuevos conceptos no hacen
desaparecer por completo el contenido de los viejos. Si los conceptos caducos
expresaban efectivamente, aunque de manera más unilateral, ciertos aspectos
de la realidad, los nuevos los incorporan –generando una “nueva unilateralidad”
menos unilateral-. Por eso los nuevos conceptos no significan un nuevo
comienzo sobre una base situada a la misma altura; sino una síntesis de los
viejos en una nueva teoría, sobre una base superior. El desarrollo expresa una
espiral.
Demos algunos ejemplos: la teoría corpuscular fue negada por la ondulatoria
para ser sintetizadas en una nueva teoría –corpúsculo-ondulatoria- que
vinculaba dialécticamente la verdad de los dos conceptos anteriores: “toda
partícula tiene su onda asociada”. La inadecuada pero revolucionaria teoría
evolutiva de Sir Buffón de los “caracteres adquiridos” fue negada por la teoría de
Darwin mucho menos unilateral que aquella; ésta sigue vigente –aunque la
gradualidad del proceso evolutivo, de Darwin, ha sido refutado por la idea del
“equilibrio interrumpido” del difunto Gay Gould- pero los genetistas han
descubierto que existen genes dormidos que se despiertan por el estímulo de
ambiente como los sonidos potenciales de las teclas de un piano por los dedos
de un pianista. Así, características genéticas adormecidas se pueden activar por
el influjo del ambiente, en una versión mucho más compleja y dialéctica de los
“caracteres adquiridos” que la simplista idea de Buffon según la cual los cuellos
de las jirafas se alargaron por su intento de alcanzar las copas de los árboles. La
idea de la “generación espontánea” fue negada por los experimentos de Louis
Pasteur que demostraron que la vida proviene de la vida; pero ésta tautología
fue completada por la producción artificial de materia orgánica (hoy en día la
producción sintética de medicamentos y hormonas es práctica común) que
muestra que en ciertas condiciones lo orgánico surge de lo inorgánico de manera
“espontánea”. Podríamos reproducir los ejemplos (la relación entre Ricardo,
Smith y Marx en relación al concepto “valor-trabajo”) pero baste lo dicho para
mostrar el desarrollo dialéctico de los conceptos.
Trotsky antes que Khun expone, con otros términos, la teoría de que los tiempos
de “ciencia normal” son rotos por la acumulación de evidencias que contradicen
el paradigma base de ese periodo de desarrollo científico, para llegar al punto
cualitativo de “revolución científica” en donde surgen nuevos paradigmas que
dan una más comprensiva explicación incorporando los “ruidos” que perturbaban
la vieja idea:
«Históricamente la humanidad forma sus “concepciones” –los elementos básicos
de su pensamiento– en los cimientos de la experiencia, la cual es siempre
incompleta, parcial, unilateral. Incluye en “el concepto” aquellos rasgos de un
proceso vívido, por siempre cambiante, los cuales son importantes y
significativos para ella en un momento dado. Su futura experiencia primero es
enriquecida (cuantitativamente) y luego sobrepasa el concepto cerrado,
esto es, en la práctica lo niega, por lo cual necesita una negación teorética.
Pero la negación no significa una vuelta a la tabula rasa. La razón ya posee: a)
el concepto y b) el reconocimiento de su error. Este reconocimiento es
equivalente a la necesidad de construir un nuevo concepto, y entonces se revela
inevitablemente que la negación no fue absoluta, que afectó sólo a ciertos
aspectos del primer concepto. El nuevo concepto tiene entonces por necesidad
un carácter sintético: en él entran aquellos elementos del concepto inicial, que
fueron capaces de resistir la tríada mediante la experiencia + aquellos nuevos
elementos de la experiencia, que llevaron a la negación del concepto inicial». 10
De lo anterior se deriva que una de las tareas más importantes del pensamiento
dialéctico consiste en encontrar los puntos de ruptura:
«Determinar el momento preciso el punto crítico en que la cantidad se transforma
en cantidad, es una de las tareas más difíciles o importantes en todas las esferas
del conocimiento, incluso de la sociología». 11
Lo material y lo ideal
La noción de la evolución, del constante devenir por medio de saltos cualitativos,
conduce directamente al materialismo. Si las supernovas producen “nubes” de
polvo estelar (partículas subatómicas dispersadas) si la concentración de nubes
permite la aglomeración de materia y las formación de estrellas y sistemas
estelares, si los procesos de síntesis atómica que se dan al interno de las
estrellas permiten la formación de átomos más pesados que el hidrógeno, si los
procesos químicos en océanos primitivos –de planetas situados en puntos
críticos con relación a su estrella- permitieron el origen de compuestos orgánicos
y estos de vida unicelular, si la aglomeración de células permitió el surgimiento
de vida pluricelular y, en cierto punto, el surgimiento de seres con sistema
nervioso, si la vinculación social de ciertos animales permitió el surgimiento de
la consciencia a partir del sistema nervioso, y si la producción de herramientas –
entre otro factores- permitió el surgimiento del cerebro humano capaz de
formular esquemas mentales (lógicos), concepciones filosóficas y religiosas
sobre su mundo; todo esto nos obliga a aceptar que el movimiento dialéctico –
que, por supuesto, implica retrocesos, contradicciones, estancamientos que
hemos simplificado en extremo para exponer nuestra idea- desentrañado por la
ciencia moderna, nos conduce, en última instancia, hacia posiciones
materialistas.
«[…] el punto de vista dialéctico (o evolucionista), consecuentemente el más
apropiado, inevitablemente conduce al materialismo: el mundo orgánico emergió
del inorgánico, la conciencia es una capacidad de los organismos vivos
dependiente de órganos que se originaron a través de la evolución. En otras
palabras “el alma” de la evolución (de la dialéctica) conduce en último análisis a
la materia. El punto de vista evolucionista llevado a una conclusión lógica no deja
espacio ni para el idealismo ni para el dualismo, ni para otras especies de
eclecticismo».18
Pero si la dialéctica del espíritu es, en realidad, la expresión subjetiva del proceso
del conocimiento de la dialéctica objetiva (del movimiento y de las leyes naturales
que rigen el devenir del cosmos) no se deduce de ello que el pensamiento es
idéntico al mundo. El pensamiento influido por la praxis tiende a reflejar el
movimiento real “traspuesto en la cabeza del hombre” como decía Marx. Pero el
reflejo –debemos insistir siempre dialéctico para evitar mecanicismos absurdos-
no es idéntico al objeto que refleja. El reflejo óptico es una expresión mecánica
y directa del rebote de la frecuencia electromagnética de la luz en los objetos,
rebote expresado en la imagen del espejo. El reflejo mental, por el contrario,
tiene su propia dinámica que no es reducible a una proyección directa del objeto.
Una vez surgida la consciencia, surgen, también, leyes propias que determinan,
hasta cierto punto, los reflejos mentales. Así, lo que se percibe es configurado
no sólo por las características físicas del objeto sino por los prejuicios y
experiencias previas del sujeto que percibe. Esto no quiere decir, como creen los
posmodernos, que el conocimiento objetivo es una ilusión racionalista y que todo
el conocimiento humano no es más que un “meta-relato” (es decir un gran “choro”
consistente pero falso); es la praxis, nuca vista por la filosofía posmoderna, la
que tiende a corregir lo que es distorsionado o falseado por los prejuicios. La
intervención consciente, la transformación de la realidad son el criterio para
romper el falso dilema mecanicista según el cual entre el fenómeno y la esencia
hay una barrera infranqueable, de acuerdo con Engels (siguiendo a Hegel), la
interacción con la realidad nos revela el nexo entre lo aparente y las causas
subyacentes que determinan al fenómeno tal como se nos aparece; pero la
esencia así descubierta se convierte, de inmediato, en un nuevo fenómeno que
requiere una mayor investigación en un proceso infinito de desarrollo
contradictorio y desigual.
Después de Engels fue Plejanov quien con su estilo polémico implacable, duro,
satírico y sarcástico –estilo del que, por cierto, aprendería Lenin- refutó a los
agnósticos, según los cuales sólo conocemos aquello que nuestra subjetividad y
nuestras categorías ha puesto en el mundo: “Si el señor Konrad Schmidt no
existiera como cosa-en-sí; si sólo fuera una apariencia [señala Plejanov], es
decir, una imagen que sólo existe en mi conciencia, nunca me perdonaría que
mi conciencia hubiera producido un doctor tan inepto en especulación filosófica.
Pero si mi imagen corresponde al señor Konrad Schmidt real, entonces no soy
responsable de sus errores lógicos, mi conciencia está tranquila, y eso vale
mucho en este valle de lágrimas”. Siguiendo esta línea de argumentación
20
Trotsky agregará después: “si en vez de llegar a tiempo para tomar el tren a las
nueve, algún filósofo idealista se atrasara dos minutos, no vería más que la cola
del tren, y se convencería, por sus propios ojos, que el tiempo y el espacio son
inseparables de la realidad material”. 21
3 Trotsky, L. En defensa del marxismo, México, Juan Pablos, 1973, pp. 28-29.
7 Esta expresión fue usada por Alan Woods y Ted Grant en su libro Razón y
revolución para referirse al pensamiento formal.
13 Ibid., p. 51.
14 Ibidem
15 Trotsky, L. En defensa del marxismo, México, Juan Pablos, 1973, pp. 29-30.
19 Ibid., p. 38.
20 Baron, Samuel H; Plejanov, el padre del marxismo ruso, México, Siglo XXI,
1976, p. 241