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El rezo a la

chancha
- Isaías Nicho Rodríguez

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En forma que mucho daba que pensar a amigos y familiares, de un día a otro, el
carácter de Serafín cambió visiblemente. Andaba cabizbajo y pensativo como
cargando en su espíritu el peso de algún recuerdo amargo o triste. Todos veían
pasar, sorprendidos y estupefactos, algo así como un eclipse en la vida diaria e
íntima de quien fuera el jocoso y alegre de no lejanos días. Ni sombra de lo que
había sido. Sus amigos, haciéndose miles de conjeturas, le miraban con pena y
dolor. En su casa habían observado también que en ciertas formas de la tarde y
en las noches en sus momentos más silentes, encerrado en su cuarto, se pasaba
largos ratos cantando yaravíes y otras canciones tristes.
Un día uno de sus más íntimos le buscó charla en la ventana de su casa.
- Pero, oye, Serafín, ¿Qué te pasa? ¿nueres el mismo diantes? ¿Alguien tía
calabació, te sia escapao la chola o has leído libro malo? Cuenta. Siempre es
güeno pa darte las precisas.
- No sé qué mía pasao, medio insensato e estao estos días, Recién parece como
questoy despertando diun sueño. Desde que se fue Mariacha mia pasao esto.
Pero ya me va pasando un poco con el secreto que conseguí de Juan Barbón. Y es
que la chola me quitó un pañuelo sucio antes de irse y segurito algo mia hecho.
Piensa y piensa no más paro en ella. A la verdad que nunca meabia encamotao
así. Algo estaré pagando...
- No seas tan de la cría. Será. Tú has sido bien fregao con las hembras. Y por una
cocinera tias enamorao así, que dirán tus viejos cuando sepan capaz si vuelven la
despiden del todo. Sal a pasiarte como antes. Vamos pa la fiesta de San Juan pa
darte, si quieres, una de todas las que tengo.
Serafín rehuía las sugerencias de sus amigos. Pretextando cualquier cosa se
despedía y procuraba estar solo siempre.
Nadie había sospechado en lo mínimo lo que había de amores entre la doméstica
María y Serafín. Cerca del Año Nuevo, ella pidió permiso y se fue a Checras a
visitar a sus familiares. Parece que no tuvo la intención de volver, pues, los meses
pasaban y nadie sabía del paradero de María. Serafín que se había quedado con
la miel en la boca, no pudo soportar esta larga ausencia y vio la manera de hacerse
un paseíto por esos apartados lugares y con engaños se ausentó de su casa.
Muchos días anduvo a lomo de bestia por cerros, quebradas y pampas, sin lograr
encontrarla. De su pueblo se había ido más al interior. Aquisito no más, le decían
los serranos, que a su paso encontraba. A su regreso, al llegar por una de las
haciendas de Sayán, se encontró con Amador, un íntimo y viejo amigo de la
infancia, que por ahí había tejido su nido hogareño. Como las horas le ganaban,
Serafín tuvo que quedarse a pernoctar en el rancho de este amigo. En la noche,
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después de comida, entre parla y parla, fueron desovillando muchas cosas de los
tiempos idos. Amador quejábase de tener quizá que perder una puerca de buena
raza que de paso se encontraba preñada. El animal hacia dos días que no comía.
Su estado, al parecer, era grave.
- Hombre, Serafín, le dice Amador cortando el hilo de otro tema, tú que mañana
te vas pa Huacho búscame un curandero de esos que sepan rezar porque
miaseguran que mi pobre chancha luán rezao y capaz se me muere y ta preñao
este animal. Mi padrino de la hacienda me lo regaló el día de mi cumple y por eso
lo conservo. Cuántas cosas caseras lúe hecho y lo noto pior. Humo de trapo
quemao, manteca por el hocico, agua de jabón en jeringa, lué golpiao con rama
de hierba santa y de sauce su barriga, nada luase bien.
- Pero, qué concurrencia, Amador, sino hay necesidad de que busques a nadie.
¿Tu tiacuerdas de Camarón? Güeno, yo he trabajado con él y sé hacer buenos
rezos.
-Si... pues, no luesperaba Serafín. Cuanto mialegro. Mañana entonces, temprano,
me lo rezas.
- Claro que lo rezo y mejora tu chanchita. Te luaseguro y no tengas cuidado.
- Siasí juera, Serafín, el chanchito que más gordo salga te lo regalo. Te empeño mi
palabra.
Tarde se acostaron. Charlaron hasta cansarse. Y ambos recorrieron emocionados,
unas veces alegres, y tristes, otras, todo el teclado de los años vividos. Tocaron
mucho de lo que escondía la gruesa madeja del tiempo transcurrido por aquello
de que recordar es volver a vivir. Más de cuatro lustros hacía que no se veían.
Pronto amaneció. Amador no había podido dormir pensando en su animal y
cuando calculó, por el canto de los gallos, que ya eran las cinco de la mañana,
despertó a Serafín que a esa hora dormía profundamente.
- Serafín. Vamos pa que reces a la chancha. Ya es de día. Vamos antes que la pobre
tiemple.
- Güeno vamos a hacer el remedio de inmediato. Respondió el desde su cuarto.
Después de un momento ambos se dirigieron al corral cuando ya apuntaba el día.
- Caracoles. Hemos llegao con la legítima. Que gente tan fregada. Algún día
tendrán que pagar esta mala fe. Aquí se paga, Amador, todas las que siace. Qué
lisura. A ver: vamos, golpéalo puel rabo pa que se pare y quel rezo caiga parejo
por todo el cuerpo. Así habló Serafín antes de empezar la curación.
Luego medio compungido y con la palabra poco perceptible empezó a hablar muy
contricto al pie del animal. Se santiguaba mejor sacristán. Accionaba las manos;
se golpeaba el pecho; alzaba la mirada implorativo... apenas esto se le oyó:

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- En arcángel San Miguel... pater nostro... hora por novis... hágase su voluntad...
por los siglos, de los siglos...

Así estuvo hablando largo rato, repitiendo casi lo mismo. Por lo visto, la oración
no tuvo pies ni cabeza. Al final exclamó con la maestría de sacerdote en misa:
- Amén... amén... yastá cholo, yastá - agregó jubiloso- con este rezo que lúe dao
es suficiente. Hay que bañarlo a cada rato y que coma pasto fresquecito no más.
Mañana este pobre animal yastá sanito y güeno.
Amador dudaba de que su amigo fuera brujo. Pero, después de haberlo visto y
oído, habló en voz baja:
-Aja, verdá queste cholo sabía rezar; lo guardaba el secreto. Fijo que mi pobre
chancha se salva. Quien había de ser su salvación.
Después del rezo, regresaron al rancho. Allí le esperaba un suculento desayuno a
base de huevos fritos. En alguna forma tuvieron que agradecerle, pues, él se negó
a recibir centavo alguno por la curación.
Terminando el agasajo. Serafín bromeándose, dijo:
- Bueno, Amador, me vas a disculpar, comida acabada y amistad deshecha. Tengo
que viajar y siento dejarlos. Que dirán mis viejos... no será la última vez que te
visite.
Y con un fuerte abrazo se despidieron deseándose mutua felicidad.
Por el camino Serafín, de trecho en trecho, se reía como loco. Viajaba con la idea
de que la puerca se moriría pronto. Lo había notado muy mal. Y lo que él había
hecho no era sino pura travesura.
Transcurrió cierto tiempo. Serafín ya ni se acordaba de tal cosa. Pero un día, muy
temprano, se presenta a su casa un enviado de Amador hablando de una soga un
gordo y disforzado chanchito. Al tocar repetidas veces la puerta, salió el papá:
- ¿Qué desea joven? - preguntó.
- Sabe don Roque que don Amador mia mandado dejarle el regalo que lo debe a
suijo Serafín por el rezo de la chancha.
- Puel rezo de la chancha? ¿Esta usté loco? ¿Qué le pasa? A ver. mejor espere un
momento que voy a preguntar a la familia.
Y llamó:
- Jacinta- le dijo a su mujer- allí ha llegao un muchacho trayendo un chancho pa
Serafín, que ha rezao una chancha. ¿Cómo, este fregao sabia rezar? ¿Quién lo ha
enseñao el arte? Mejor llámenlo a el mismo, no vaya a ser cosa queste zonzo que
recién baja se haya equivocado.
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Llamaron a Serafín.
- Ah, si -dijo sonriente- recién miacuerdo: recíbanlo no más.
Y machete en mano salió para atrás de la casa soltando una bocanada de fuertes
carcajadas.
La familia recibió el regalo con cierta incertidumbre pensando a que se debería
tal obsequio, en forma tan benévola, y desde tan lejos. Creían que la explicación
dada por el portador del animal estaría equivocada o que la dirección quizá era
otra.
En la noche de ese mismo día, después de la merienda, en el corredor de la casa
saboreando la frescura de la noche y la esplendidez de una luna de verano,
Serafín, tan fresco como una lechuga, contó el caso a sus amigos que le rodeaban.
De principio a fin, nadie pudo contener la risa, risa que se convirtió en torrentes
de carcajadas cuando el hizo la reconstrucción minuciosa del momento en que le
toco hacer el rezo. Tanto rieron todos que a muchos se les saltaron las lágrimas.
Lo cierto fue que por esa travesura le obsequiaron, a Serafín, el chanchito más
gordo de la cría.

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