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Nombre: Cesarina

Sección: 01
Maestra: Ramona M. Ceballos

Unidad VI. Ejercicios:


Lee con atención este cuento de Abelardo Castillo que se titula: “El hacha pequeña de los indios”
Después, ella hizo un alocado paso de baile y una reverencia y agregó que por eso ésta era una
noche especial, mientras él, incrédulo, la miraba con los ojos llenos de perplejidad (o de algo
parecido a la perplejidad, que también se parecía un poco a la locura), pero la muchacha sólo
reparó en su asombro porque él había sonreído de inmediato y cuando ella le preguntó qué era lo
que había estado a punto de decirle, el hombre alcanzó a murmurar nada amor mío, nada, y se
rió, y siguió riéndose como si aquello ya no tuviese importancia puesto que estaba loco de
alegría, como si realmente se hubiera vuelto loco de alegría. Por eso, cuando ella fue hacia el
dormitorio y agregó no tardes, el hombre dijo que no. Voy en seguida, dijo. Pero se quedó
mirando el hacha que colgaba junto al aparador de cedro, nueva todavía, sin usar, porque esas
cosas son en realidad adornos o poco menos que se regalan en los casamientos pero que nadie
utiliza y quedan colgadas ahí, como ésta, en el mismo sitio desde hace un año, haciéndole
recordar cada vez que la miraba (de un lado el filo; del otro, una especie de maza, con puntas,
para macerar carne) viejas historias de indios cuando él era Ojo de Halcón y mataba al traidor o
al lobo empuñando un hacha parecida a ésta. Sólo que aquélla era de palo y ésa estaba ahí, de
metal brillante, frente al hombre que ahora, al levantarse y cruzar la habitación, evocó la primera
noche que cruzó esta habitación igual que ahora, el día que se casaron pese al gesto ambiguo de
los amigos, pese a las palabras del médico, la noche un poco casual en que se encontraron
casados y mirándose con sorpresa, riéndose de sus propias caras, después de aquel noviazgo o
juego junto al mar en el que hasta hubo una gitana y fuegos artificiales y un viejo napolitano que
cantaba romanzas, fin de semana o sueño que él recordaba desde el fondo de un país de agua
como una sola y larga madrugada verde, como estar desnudo y algo ebrio sobre una arena lunar,
de tan limpia, como un gusto a ola o a piel mojada pero sobre todo como un jirón de música de
acordeón y la voz del viejito napolitano en alguna cantina junto a los malecones, vértigo que se
consumó en dos días porque la muchacha era hermosa –linda como una estampa de la Virgen,
dijo mamá al verla, te hará feliz, y también lo había dicho la gitana, que sin embargo bajó los
ojos y no aceptó el dinero, y de pronto estaban riéndose y casados, pese al gesto cortado de algún
amigo al saludarla, pese a que ella quería tener un hijo y a la gitana que decía la buenaventura
entre los fuegos artificiales, pese al espermograma y al dictamen médico y a que cada vez que la
veía mirar a un chico, cada vez que la veía acariciarles la cabeza y jugar atolondradamente con
ellos como una pequeña hermana mayor de ojos alocados y manos como pájaros, pensaba estoy
haciendo una porquería y sentía vergüenza, y asco, un asco parecido al que lo mareaba ahora, en
el momento de descolgar el hacha pequeña, mientras la sopesaba lo mismo que sopesó durante
un año entero la idea de contárselo todo, de contarle que al casarse con ella él le había matado de
algún modo y para siempre un muchachito rubio, un chiquilín tropezante que jamás podría andar
cayéndose, levantándose, dejando sus juguetes por la casa: hasta que al fin esta misma tarde él
decidió contárselo todo porque supo secretamente que ella, la muchacha de ojos alocados y
manos como pájaros, la perra, entendería. Y llegó a la casa pensando en el tono con que
pronunciaría sus primeras palabras esa noche (tengo que decirte algo), el tono intrascendente o
ingenuo que tienen siempre las grandes revelaciones. Por eso el hombre estaba cruzando ahora la
habitación y empuñaba el hacha pequeña de los indios que le recordaba historias de matar al
cacique o al lobo, o a la grandísima perra que esta noche, antes de que él hablara, dijo que tenía
algo que decirle: algo que ella había dicho con el tono intrascendente e ingenuo de las grandes
revelaciones. “Vamos a tener un hijo”, había dicho. Simplemente. Después, hizo un paso de baile
y una reverencia. (Castillo, 1997 P. 239-240)

En los siguientes recuadros delimita el inicio, desarrollo, clímax y final del cuento
Inicio:

Un hombre decide contar que tiene un problema al médico, pero su mujer se adelanta


con la noticia de que está embarazada, lo que le causa una gran alegría.

Desarrollo

El hombre sonríe sorprendido, pero en lugar de hacer su confesión le promete a ella


que la seguirá al dormitorio como si nada hubiera pasado

Clímax

El marido evoca a las luchas de los indios y las condiciones de su matrimonio, las


reacciones de los amigos, la opinión del médico, la gitana, el haber guardado durante
tanto tiempo su secreto, su impotencia de fertilizar a la mujer.
Cierre
El esposo cruza la habitación empuñando el hacha.

¿Qué puedes decir del final, es abierto o cerrado? Justifica tu selección.

Cerrado
Es totalmente cerrado, por qué está resuelto el problema ya que él le dijo lo
que ella quería
escuchar que era vamos a tener un hijo y para mi está cerrado.

Escribe una historia de no más de 400 palabras donde pueda visualizarse cada una de las partes
del cuento (Inicio, desarrollo, clímax y cierre)

El Lobo Feroz
El lobo feroz vivía en la las afuera de la ciudad. No tenía ni un amigo, todos le temían por su
manera de proceder en dicha comunidad todos les temían.
Un día fue a tratar de socializar con los demás animales de su alrededor y se dio cuenta que nadie
quería estar a su lado. Se daba cuenta que todos los animales murmuraban la fea manera que el
lobo usaba con todos los demás. El lobo se fue muy triste del lugar comenzó a pensar por qué él
era de esa manera. Y se trazó una meta para tratar de cambiar su temperamento.
De repente, se dijo:
No puedo seguir siendo así. ¡Ya basta!
Al lobo se le ocurrió una idea genial, fue al campo y empezó a buscar frutas de todos tipos y las
recolecto para luego regalárselas a tos los animales de su alrededor para poder ganarse la
confianza de tos y así poder amigos. Desde ese día el lobo logro hacer amigos y desde entonces
sus días fueron más felices y divertidos.

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