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El ser indio desde la experiencia de Fausto Reinaga

Aquí comprendí la magnitud del mal que ha hecho España. Porque si España no hubiera destrozado el Tawantinsuyu inka,
yo no hubiera bajado aquella tarde a cobrar alquiler alguno; yo como Amauta no hubiera tenido necesidad de buscarme el
pan de cada día…”
La obra de Reinaga, quien en 1974 publica “América India y Occidente” y dos a ños más tarde “La Razón y el Indio” y
“El Pensamiento Amáutico”, es condenada por la intelectualidad boliviana al silencio y la indiferencia, sus obras son
leídas como en la clandestinidad, pero jamás comentadas, ni criticadas. Es como si después de leer un libro de Reinaga se
tragaran la saliva y lo tiraran debajo de la cama o en algún baúl para nunca más toparse con él. Los medios de
comunicación como la radio, la televisión y los periódicos, por su parte, no le dan cobertura.
Las palabras de Reinaga develan a un pensamiento, el moderno, en el que todos han puesto su fe, como colonial, que
naturaliza el robo, la muerte y la mentira, que señala razas o pueblos inferiores y superiores, pueblos que no tienen cultura
y pueblos llamados a llevar “la cultura” a todos; a la vez que demuestra otra forma de ver el mundo, otra racionalidad
desde la cual concebir la vida.
El pensamiento amáutico es opuesto al pensamiento moderno colonial. Pero en Bolivia, como en otras partes de
Latinoamérica, las personas, principalmente en las ciudades, están convencidas que lo indio no tiene nada que dar, que lo
indio es parte de nuestro vergonzoso pasado que hay que olvidar, aunque esté presente cada momento de nuestras vidas,
inclusive en nuestros propios actos, muchas veces de manera inconsciente.
La obra de Reinaga encuentra sin embargo acogida en Europa y algunos países de Latinoamérica como México. Aunque
Reinaga es muy claro en señalar que el ser indio no se define por “el color del cuero” sino por su pensamiento, sólo recibe
desprecio en Bolivia. En éste país se es indio por el color de la piel y por el comportamiento indios, y una forma de
blanquearse es ser menos indio en el comportamiento. Por eso es despreciado Reinaga, porque su obra es un atentado
contra una vía de blanqueamiento para la mayoría de los bolivianos que exhiben en su apariencia rasgos indios. Pero logra
llegar a la mente de varios extranjeros que toman conciencia del mal que ha hecho el pensamiento moderno en todo el
planeta, y deciden asumirse como indios y actuar desde el pensamiento amáutico.
Como el blanco colonizador ha estigmatizado al indio para dominarlo –y, es más, lo ha convertido en tal, puesto que antes
de su llegada no había indios, sino pueblos; es decir, ha racializado a los pueblos de América, de esta manera también ha
naturalizado su explotación-, el indio aparece como lo más detestado. De este modo, nadie quiere ser indio, ni siquiera en
muchos casos el que en todos los aspectos lo es. Éste optará por blanquearse culturalmente, aunque le sea imposible que
lo haga corporalmente.
Por eso, porque lo malo es ser indio, la actitud predominante es la siguiente: a mayor cercanía de las personas en su
apariencia y su cultura con lo indio, mayor el desprecio hacia el indio. La obra de Fausto Reinaga, no encuentra acogida
en Bolivia, pero sí en Europa. Hasta el día de hoy Reinaga es poco conocido, o totalmente desconocido, en las
universidades bolivianas; hoy que se habla tanto de pueblos indígenas, movimientos indígenas, interculturalidad,
plurinacionalidad, etc. ¿por qué?
Está claro que hay una gran diferencia entre lo indígena y lo indio. Cuando se habla del indio, siempre se lo hace con
desprecio: “¡indio de mierda!”, “¡indio bruto!”, “¡salvaje!”. Se piensa y se suele expresar: “Los indios, son sucios y
perezosos además de ser indios”. Lo que significa: “No tienen en su cultura la higiene personal y el hábito del trabajo,
además de poseer en su apariencia la fealdad”. Y cuando alguien un día se atreve a pensar como indio, haciendo a un lado
a Sócrates, Hegel, Kant, Marx y Nietzsche, es tratado como un perro sarnoso. Nadie lo quiere a su lado, nadie quiere saber
de él, y es apartado a punta pies. El simple acto de presentarse como pensador indio es un atrevimiento mucho más grande
que el reclamo por un poco más de pan del mit’ayukuna de las minas, del peón de hacienda, del obrero de las ciudades. Es
un acto que no se condena con la represión policiaca, o con los latigazos, sino con la indiferencia, con el silencio, con el
olvido, de toda una sociedad que se ha constituido en la discriminación del color de la piel india y de la cultura india.
En oposición, lo indígena, a diferencia de lo indio, se define como lo bueno. El buen “indio” es indígena, no es indio. Es
aquel a quien hay que reconocer que es “el otro” que está sufriendo, al que hay que ayudarlo a mantener su identidad
nativa, al que hay que incluirlo en el Estado dándole derechos, al que hay que blanquearlo culturalmente, al que hay que
enajenarlo de a poco de tal modo que no lo note. El indígena aparece hoy en las películas de Hollywood como amigo del
buen blanco, quien le ayudará a conservar sus ríos y sus bosques, luchando contra el blanco malo contaminador del agua y
arrasador de los árboles; a diferencia de las antiguas películas donde el indio aparece como el malo, el salvaje que,
entorpeciendo la colonización de sus tierras, asalta al blanco bueno.
El indígena ya no es temido porque es el indio vencido, porque es el indio inclinado con la mirada en el suelo, cuyos ojos
sólo inspiran tristeza, lástima. Es el indio cansado de luchar. Es el indio predispuesto a dejar su indianidad. O sea, ha
dejado de ser el indio indio. Ahora todos se compadecen de él. Se habla en las universidades de los indígenas y su
“admirable” pasado etnográfico y etnohistórico; las ONGs promueven un desarrollo sostenible y sustentable preservando
las comunidades indígenas, aunque también haciéndolas funcionales a la explotación de los bosques para el mercado
capitalista.
El gobierno del Estado Plurinacional, se esfuerza por llevarles educación, salud, caminos, desarrollo, explotación,
enajenación a los “hermanos indígenas” que han sufrido el “abandono de los gobiernos neoliberales”, abandono que nunca
fue tal, sino que fue guerra contra el indio. El indio hubiera preferido mil veces ser abandonado que incluido en un Estado
que siempre lo despreció y atacó, y que ahora desde éste se lo mira como al hijo minusválido con el cual hay que tener
mucha paciencia, al cual hay que educar en su propia lengua, con una educación socioproductiva hay que transformarlo
lentamente. Se desea que mantenga su identidad india vistiéndose con poncho, abarcas y chulo, pero que piense, sienta y
actúe como moderno, colonial y capitalista.
Fausto Reinaga nos dice:
“Indígena es una palabra infame. Infama al que la pronuncia e infama a aquel contra quien se lo pronuncia. El racismo
blanco ha inyectado el veneno del odio racial en la conciencia y la subconsciencia, la sapiencia y la costumbre de los
hombres del mundo.”
Para el indio, que es un ser humano libre en su mente y su corazón y se resiste a la enajenación, aunque no siempre sea
libre en sus actos –pues puede estar sujeto a una esclavitud de cualquier tipo-, el ser llamado indígena es un insulto,
porque es la expresión de la lástima del blanco y del mestizo, quien sólo por eso puede extenderle una mano, pero no
porque realmente lo quiera, lo acepte, lo respete; no ha dejado de despreciarlo.
Cuando el indio obedezca, se adapte a las circunstancias silenciosamente y con la cabeza gacha, cuando se haga indígena,
se dirigirán a él diciéndole: “ese caserito”, “el hombresito”, “el caballerito”, “la paisanita”, “la cholita”, “los hermanitos”.
Pero cuando este se rebele, le gritarán: ¡indio de mierda, atrevido!, “¡guarayo de mierda!”, “¡kolla de mierda!”, y
enloquecerán perdiendo el control, porque lo más despreciado y despreciable, que se creía superado contra viento y
marea, ha vuelto a surgir, y atenta contra el predominante mestizo.
Frantz Fanon llamó a esto: “hablar negrito”. El hablar indígena a un indio, es como hablar “negrito” a un negro.
Un blanco que dirige la palabra a un negro se comporta igual que un adulto con un niño, haciéndole carantoñas y
melindres, susurrándole, haciéndose el simpático, zalamero (…).
Hablar a los negros de esa manera es ir hacia ellos, ponerlos cómodos, es querer ser comprendidos por ellos,
tranquilizarlos…
Los médicos de las salas de consulta lo saben. Veinte enfermos europeos uno tras otro: “siéntese señor… ¿qué se le
ofrece? ¿qué le aqueja…?” Entra un negro o un árabe: “Siéntate muchacho… ¿qué tienes? ¿dónde te duele?” (…).
Hablar “negrito” a un negro es vejarlo, porque él es quien habla “negrito”. Sin embargo, se nos dirá, no hay intensión en
ello, no hay voluntad de insultar. De acuerdo, pero lo vejatorio es precisamente esta ausencia de voluntad, esta
desenvoltura, esta facilidad con que se le fija, se le aprisiona, se le primitiviza y se le anticiviliza.
Hablar “negrito” supone expresar esta idea: “Tu, quédate dónde estás”.
Al indio o india convertidos en indígena, o al indio e india vistos como indígenas por parte del blanco o mestizo, se los
llama “hijo” e “hija”. La empleada doméstica o trabajadora del hogar hasta el día de hoy en algunas familias adineradas o
clasemedieras es llamada por sus patrones “hija”, al igual que el peón de hacienda es llamado “hijo”, como en el pasado.
Son tratados en los hechos como hijas e hijos bastardos, recogidos, amparados, con poca o ninguna capacidad intelectual,
a los cuales se les está dando cobijo, se los está dando de comer por lo tanto en agradecimiento deben obedecer y servir al
señor, su patrón.
Cuando el patrón blanco-mestizo quiere que el sirviente indio comprenda esto, lo llama con cariño “hijo”, y con ello lo
hace entender también que es menos, que es inferior, que no podría subsistir sólo o sola, que nadie les podría proteger
fuera de su casa. Le manda el mensaje: “vos quedate donde estas”.
Cuando el indio se asume como indígena ya ha sido atrapado, cooptado, colonizado, contrariamente a cuando se asume
indio. El ser indio es el ser libre en mente y corazón, es actuar con autovaloración por todo lo que contenemos en nuestra
carnalidad de indianidad, es el pensar desde la propia experiencia y enriquecer ese pensamiento desde la voluntad que
genera esa experiencia de vida, buscando en nuestro propio legado, en nuestra propia cultura e historia, sin aprisionarse en
teorías foráneas, las soluciones a nuestros propios problemas. Este es justamente el ejemplo aleccionador de Fausto
Reinaga.
Aunque no siempre fuimos indios, lo fuimos desde la llegada de los colonizadores españoles, pero cuando dejamos de
serlo y nos hicimos mestizos ya estuvimos colonizados en nuestra subjetividad y olvidamos que un día fuimos libres y
dignos. Entonces, volvamos a ser libres y dignos, veamos nuestra indianidad en nosotros mismos para plantear a las
naciones del planeta la posibilidad de otro mundo, donde seamos reconocidos, donde reconozcamos a la otra persona y la
respetemos en su ser humano y para su ser humano, sin lástimas, ni actitudes paternalistas, ni compromisos románticos
con sus proyectos de vida y luchas que muchas veces estamos lejos de comprender.

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