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Clara Zetkin
Medio siglo de militancia marxista
1917
1914
1910
1905
1896
1889
ediciones
mnemosyne
Wilhelm Pieck
Clara Zetkin
Medio siglo de militancia marxista
Colección VIDAS REVOLUCIONARIAS, n.º 4
Imagen de la cubierta:
Clara Zetkin en el Congreso Internacional
de Protección Laboral, en Zúrich, en 1897.
Traducción:
Anónima, publicada por Ediciones Europa-América en 1938.
Ediciones Mnemosyne
www.ediciones-mnemosyne.es
info@ediciones-mnemosyne.es
Clara Zetkin en 1897
En un sanatorio de la aldea de Arjánguelskoye, no lejos de
Moscú, ha pasado Clara Zetkin los últimos años de su noble vida
de luchadora. La edad y la cruel enfermedad que padecía agota-
ban sus fuerzas; su vista estaba casi apagada y, aunque postrada
en la cama, su incansable voluntad luchaba contra esta inactivi-
dad involuntaria. A pesar de la enfermedad, seguía trabajando y
disfrutando una inteligencia tan clara y poderosa que, hasta los
últimos momentos de su vida, tomó parte en la gran lucha de los
trabajadores. Precisamente dos días antes de su muerte, el 18 de
junio de 1933, empezó a dictar un artículo, en el cual quería de-
mostrar la equívoca posición de los líderes reaccionarios de la so-
cialdemocracia y de la Segunda Internacional en los problemas
más importantes de la lucha de la clase obrera, y sobre todo en su
oposición al Frente Único. Deseaba convencer las masas obreras
socialdemócratas de que la victoria del fascismo en Alemania de-
bía ser para ellas una experiencia, y que solamente con la crea-
ción del Frente Único podrían salvar a Ernesto Thälmann y a to-
dos los antifascistas encarcelados, llegando a alcanzar la victoria
del proletariado.
Generalmente, Clara Zetkin al escribir sus artículos no quería
hacer uso de la ayuda mecánica de nadie, pero, casi agotada su
vista, no tenía posibilidad de escribir con su propia mano y se
veía obligada a dictar sus trabajos.
Pocas fuerzas tenía ya la moribunda; su respiración era difícil
y tenía que suspender el trabajo, lo que le causaba un gran sufri-
miento; tenía aún muchos problemas que resolver; un gran tra-
bajo teórico que no había terminado; su autobiografía, que tenía
la intención de escribir, para que el proletariado supiera el con-
tenido y finalidad de su vida de luchadora.
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A pesar de su enorme debilidad desoía las prescripciones de
los médicos y proseguía sus trabajos, aunque las fuerzas la aban-
donaban. Inclinada sobre los almohadones que le servían de le-
cho, en voz baja, empezó a hablar de su amiga y compañera de
lucha de muchos años, Rosa Luxemburgo, bárbaramente asesi-
nada, y como por una asociación con la idea de este vil asesinato,
su mano rugosa escribió con odio sobre un trozo de papel que
tenía delante la palabra «Göring»; dos veces subrayó este mal-
dito nombre. En ésta, su última hora, no dejó de pensar en el
enemigo mortal de la clase obrera, en este infame fascista, ase-
sino de miles de obreros. Hacía una noche sofocante –19 de junio
de 1933–, se acercaba una tormenta; Clara sintió que la vida se le
escapaba; su respiración se acortaba por momentos; su corazón
palpitaba lentamente; dejó de reconocer a sus amigos y expiró
después de la una de la madrugada del 20 de junio.
Se apagó una vida llena de lucha y de trabajo; dejó de palpitar
el valeroso corazón de una revolucionaria proletaria, de una diri-
gente de los trabajadores. De las filas combatientes del proleta-
riado se fue una ardiente defensora de la causa de la Paz, de la
gran idea de la solidaridad proletaria, de la emancipación de las
mujeres trabajadoras, de la revolución proletaria, del Socialismo.
La noticia de su muerte sorprendió dolorosamente a cuantos
la conocían. La brecha que dejó en nuestras filas fue inmensa.
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El 22 de junio, a las cuatro de la tarde, alrededor de la urna
que encerraba las cenizas de Clara Zetkin, se formó la última
guardia de honor. Allí estuvo el hombre que sigue y desarrolla la
obra de Marx, Engels y Lenin, el gran jefe de la Unión Soviética y
del proletariado de todo el mundo: el camarada Stalin. Junto a él
se colocaron los camaradas Mólotov, Voroshílov y Heckert;
subieron a hombros el ataúd, llevándolo a la entrada, por donde
desfilaron los obreros y las obreras de la roja Moscú, las delega-
ciones de Leningrado y de otros grandes centros del país sovié-
tico, que iban llegando al edificio de la Casa de los Sindicatos para
rendir el último homenaje a Clara Zetkin.
El cortejo fúnebre avanzó lentamente hacia la Plaza Roja,
donde se habían reunido en postrer homenaje cientos de miles
de obreros, obreras y soldados del Ejército Rojo. Espiritual-
mente, en tan solemne momento, millones de hombres de todo
el mundo se unían al cortejo para acompañarlo en su dolor por la
pérdida de Clara Zetkin, su excelente dirigente y amiga.
En la histórica Plaza Roja, en el ala derecha del mausoleo
donde se encuentran los restos del gran Lenin, aparecieron los
jefes del Partido Comunista, del Gobierno Soviético y de la Inter-
nacional Comunista.
El viejo revolucionario japonés Sen Katayama fue el primero
que habló en el triste acto, despidiéndose con cálidas frases de la
inquebrantable revolucionaria.
A continuación, y en nombre de la Internacional Comunista,
pronunció sentidas palabras el héroe de la sublevación de la flota
francesa en el Mar Negro, André Marty, que enalteció la gran im-
portancia internacional de la lucha y el trabajo revolucionario de
Clara Zetkin.
En nombre de los comunistas alemanes habló Fritz Heckert,
prometiendo bajo juramento solemne que el día de la apertura de
la primera sesión del Soviet alemán serán trasladadas a Alemania
las cenizas de Clara.
En representación del gran Partido de Lenin-Stalin, al que es-
taba unida Zetkin con lazos indisolubles, tomó la palabra el ca-
marada Mólotov, que habló del sentimiento de honda solidaridad
que une a los obreros y campesinos rusos con la heroica lucha del
proletariado alemán contra el fascismo y por su liberación.
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La camarada Krúpskaya, amiga íntima de Clara Zetkin, habló
de los últimos y meritísimos trabajos que la luchadora llevaba a
cabo en el movimiento femenino revolucionario internacional.
Y a los acordes de la marcha fúnebre de los combatientes Caí-
dos en la lucha, los dirigentes del Partido Comunista y de la Ko-
mintern volvieron a llevar a hombros el ataúd, dirigiéndose hacia
la muralla del Kremlin.
Los queridos restos de Clara Zetkin fueron colocados al lado
de las cenizas de otros héroes que ya duermen el sueño eterno;
colocándose a continuación la lápida conmemorativa de su naci-
miento y muerte, quedó cerrado el nicho.
Cesó la marcha fúnebre y, en su lugar, sonaron las notas vi-
brantes del himno revolucionario La Internacional; los trabaja-
dores de Moscú y las unidades del Ejército Rojo desfilaron con la
cabeza inclinada delante de la tumba de Clara Zetkin.
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Del mismo modo, vivirá también Clara Zetkin en la memoria
de los millones de proletarios oprimidos de los países capitalistas
y de las colonias, en su lucha por la emancipación de la necesidad
y la esclavitud. La vida de Clara Zetkin será para ellos ejemplar.
De ella sacarán nuevas fuerzas para seguir el camino victorioso
de la Gran Revolución Socialista de Octubre, hacia el aniquila-
miento del capitalismo y la instauración del régimen comunista.
En este camino, les ilumina con luz vivísima la estrella soviética,
la estrella de la Patria Socialista, donde, bajo la dirección de nues-
tro gran Stalin, se ha borrado la explotación del hombre por el
hombre, se han aniquilado las clases explotadoras; donde el So-
cialismo consigue continuas y nuevas victorias y construye la so-
ciedad socialista sin clases.
Todos los años recordamos la memoria de nuestra Clara; el
aniversario de su muerte se conmemora como Día Internacional
de propaganda en favor del Socorro Rojo Internacional.
Nunca podremos olvidar a la infatigable Clara Zetkin que es-
tuvo hasta su última hora luchando en defensa de los oprimidos
y explotados de todo el mundo. Ahora, cuando los agresores fas-
cistas empujan a los pueblos de todo el mundo hacia la guerra, la
imagen de Clara Zetkin, la luchadora infatigable contra los crimi-
nales incendiarios de la guerra, la apasionada defensora del
Frente Único contra el fascismo, será un símbolo que llame a los
trabajadores a una batalla decisiva, bajo las banderas de la soli-
daridad internacional.
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obreras. Estas amistades le ocasionaron algunos disgustos con
sus padres, que no las veían con agrado; pero el fuego revolucio-
nario ardía ya con demasiado vigor en la joven para que el con-
flicto con los familiares pudiera apagarlo.
Las opiniones revolucionarias de Clara en aquel tiempo esta-
ban dictadas principalmente por el sentimiento; aún no tenía la
preparación teórica necesaria, pero ya defendía sus ideas con
toda la pasión de una revolucionaria convencida.
El impetuoso desarrollo del capitalismo en Alemania, en la
época de Bismarck, y muy especialmente después de la guerra
con Francia, en 1870-71, llevó consigo la agudización de la lucha
de clases. Esto impulsó a Clara a estudiar el socialismo científico
para fundamentar teóricamente sus ideas revolucionarias. Al
mismo tiempo, comenzó a desenvolverse el movimiento obrero,
cuyos jefes, Augusto Bebel y Guillermo Liebknecht, estaban fuer-
temente influidos por los grandes fundadores del socialismo
científico, Carlos Marx y Federico Engels.
Los días gloriosos de la Comuna de París, primer ensayo de
dictadura del proletariado, llenaron de pavor a los representan-
tes de las clases dominantes de todo el mundo. La burguesía ale-
mana, los terratenientes nobles y la monarquía de los Hohenzo-
llern experimentaron el mismo sentimiento de miedo. El Canci-
ller Bismarck pretendió aplastar el movimiento obrero por medio
de una «Ley de Excepción contra los socialistas», que se aplicó
de 1878 a 1890. Las organizaciones obreras fueron deshechas; los
periódicos obreros prohibidos; los dirigentes encarcelados u
obligados a emigrar del país. Pero la burguesía no pudo asfixiar
el movimiento obrero. La «Ley contra los socialistas» no dio el
fruto que se esperaba de ella; el movimiento socialista creció a
pesar de las persecuciones y agrupó cada día más al proletariado
en torno de él.
En aquel periodo difícil para el movimiento obrero alemán
Clara estuvo siempre con los perseguidos por la reacción bur-
guesa alemana.
Entre los emigrados rusos, a los que Clara conoció en Leipzig,
se hallaba José Zetkin, miembro del Partido socialdemócrata ale-
mán y ferviente defensor de las doctrinas de Marx y Engels, cuyas
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obras estudiaron juntos, tomando ambos parte activa en el mo-
vimiento obrero.
Cuando, a consecuencia de la aplicación de la ley contra los
socialistas, se proclamó el estado de sitio en Leipzig, José Zetkin
fue detenido y expulsado de Alemania, quedándose en Francia, y
Clara tuvo también que abandonar Alemania y vivió algún
tiempo en Austria y en Italia, donde trabajó como maestra; des-
pués, en el verano de 1882, se estableció en Zúrich (Suiza), donde
puede decirse que se convirtió en una revolucionaria profesional.
Miembro activo de un grupo de socialistas alemanes, hacía pasar
a Alemania el Órgano Central ilegal de los socialdemócratas ale-
manes, Socialdemokrat. Este periódico, cuyo carácter proletario
y revolucionario se debía principalmente a la crítica y a la ayuda
de Engels, tuvo una gran importancia en la formación del movi-
miento obrero ilegal en Alemania y contribuyó en gran parte a su
desarrollo en un sentido socialista. Al frente del grupo que reali-
zaba los envíos ilegales del periódico se hallaba un tal Julius Mot-
teler, que recibió en la historia del Partido Socialdemócrata de
Alemania el honroso sobrenombre de Cartero Rojo. El envío del
periódico se hacía por los caminos más diversos, evitando los po-
sibles encuentros con la policía y los agentes de aduanas, espías,
etc., de la Alemania del Kaiser. Clara Zetkin consiguió muy
pronto ocupar un lugar destacado entre los colaboradores de
Motteler. Este trabajo que ella hacía con el mayor interés fortale-
ció sus ideas revolucionarias de clase y su fidelidad absoluta a la
obra de la clase obrera.
En aquel período heroico de la historia del Partido Socialde-
mócrata de Alemania, en los días de la Ley de Excepción de Bis-
marck, Clara Zetkin actuaba como un soldado de la revolución
proletaria. En aquella época adquirió las condiciones que más
tarde habían de proporcionarle la posibilidad de hacerse bolche-
vique, luchadora de vanguardia de la Internacional Comunista.
Se trasladó a París, donde se casó con José Zetkin, su amigo
político y camarada de combate. Empezaron los difíciles y tristes
días de la emigración, las persecuciones de la policía, los desahu-
cios por no poder pagar el alquiler, la mala alimentación, a causa
de la insuficiencia de los ingresos que percibía por sus trabajos
de traducción. Los esposos, con dos hijos pequeños, no tenían ni
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lo necesario. La situación se empeoró aún más cuando José cayó
gravemente enfermo quedando inútil hasta el fin de sus días.
Todo el peso de las preocupaciones materiales de la familia cayó
sobre Clara, que hubo de conocer por propia experiencia las pe-
nalidades y pesadumbre del destino de esposa y madre proletaria
en un Estado capitalista. En aquellos tristes días, tomó la deci-
sión de consagrarse al desarrollo del movimiento femenino pro-
letario internacional.
La estancia de Clara en París le proporcionó no solamente
preocupaciones y necesidades, sino también una gran alegría, su
amistad con la hija de Carlos Marx, Laura, y con el esposo de ésta,
Pablo Lafargue. También hizo amistad con Julio Guesde, que en
aquel tiempo mantenía, en los problemas fundamentales del mo-
vimiento obrero, justas posiciones marxistas; Guesde, y más es-
pecialmente Pablo Lafargue, han hecho mucho por la propa-
ganda de los fundamentos del socialismo científico en Francia,
popularizando las ideas del Manifiesto Comunista entre el prole-
tariado francés, y luchando fervorosamente contra las corrientes
oportunistas de tipo pequeñoburgués entre la clase obrera, y aun-
que en los trabajos de Lafargue y Guesde había grandes deficien-
cias, la amistad de Clara con estos grandes representantes del
marxismo francés fue para ella una escuela en la que amplió y
profundizó sus conocimientos teóricos.
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cialistas en algunos países, y en particular en Francia, el desarro-
llo del movimiento obrero en Alemania, a pesar de la Ley de Ex-
cepción de Bismarck, crearon las condiciones adecuadas para la
unificación del movimiento socialista.
En 1889 se celebró en París un Congreso de las organizacio-
nes socialistas de diversos países, en el que se creó la Segunda
Internacional. Clara Zetkin intervino activamente en la prepara-
ción de este Congreso, publicando numerosos artículos en los pe-
riódicos alemanes del Partido Socialdemócrata; llamó la atención
de los obreros avanzados de Alemania hacia este Congreso, y
tomó parte en los trabajos del mismo como colaboradora del dia-
rio Socialdemokrat. Por sus grandes conocimientos lingüísticos
(además del alemán, su lengua nativa, dominaba el francés, el in-
glés y el italiano) ayudó a los trabajos del Congreso como una ex-
celente traductora, políticamente calificadísima. Pronunció un
discurso en el Congreso –prólogo de la gran obra de toda su vida–
sobre la organización del movimiento femenino internacional,
exigiendo la completa igualdad de derechos para la mujer en to-
dos los órdenes de la vida política y económica, y desarrollando
el programa marxista de lucha del movimiento femenino prole-
tario.
Esta primera intervención de Clara Zetkin en la palestra in-
ternacional la llevó a conocer a uno de los fundadores del socia-
lismo científico, Federico Engels, que sintió hacia ella una honda
y fiel amistad.
Engels escribía en una carta dirigida a Pablo Lafargue, fe-
chada en 16 de mayo de 1889:
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Clara Zetkin tomó parte en todos los Congresos de la Segunda
Internacional antes de la guerra imperialista, siendo la funda-
dora y dirigente del primer Secretariado internacional femenino.
En el Congreso de la Segunda Internacional, celebrado en Co-
penhague en 1910, propuso la organización anual de Día Interna-
cional de la Trabajadora, ocupándose ella misma de su organiza-
ción.
Clara Zetkin luchó enérgicamente contra el oportunismo en
los Congresos de la Internacional de antes de la guerra. En el de
la Segunda Internacional, celebrado en 1907 en Stuttgart, donde
Lenin luchó encarnizadamente contra el oportunismo, especial-
mente por lo que se refiere a los problemas militar y colonial,
Clara se adhirió a la posición de Lenin. En una de las sesiones de
la Comisión del Congreso, en la que se trató del derecho del voto,
se opuso a los socialdemócratas austríacos que, con un criterio
oportunista, se negaron a hacer propaganda a favor del voto fe-
menino. El dirigente del Partido Socialdemócrata de Austria, Víc-
tor Adler, contestó a Clara en un tono muy excitado, pero su dis-
curso no la hizo cambiar de posición y continuó exigiendo que la
Internacional obligara a todos los partidos, partiendo de las ideas
fundamentales, a luchar por el voto político igual para ambos se-
xos.
Clara Zetkin defendía siempre y decididamente las posiciones
fundamentales marxistas. Durante su vida tuvo que liberarse de
diversos residuos ideológicos erróneos antes de asimilar por
completo el leninismo. Tuvo vacilaciones y errores; pero de la lu-
cha que sostuvo durante muchos años contra el oportunismo, sa-
lió la excelente bolchevique y discípula de Lenin.
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último momento, la policía detuviera a la conferenciante y no la
dejara pasar al salón de actos. Confundida con la muchedumbre,
llegó una mujer sencillamente ataviada, llevando de la mano dos
niños pequeños; ninguno de los policías se fijó en ella y entró en
la sala; era la conferenciante Clara Zetkin. Llevaba a sus niños
intencionadamente, para desviar la atención de la policía, y gra-
cias a este ardid pudo celebrarse la reunión anunciada.
Clara, después de volver de la emigración, intervino en mu-
chas reuniones en las que hubo que luchar con la policía para
convocar y celebrar tales actos de propaganda.
En 1890, el Reichstag alemán se negó a prorrogar la «Ley con-
tra los socialistas», cuya validez caducaba en octubre. El movi-
miento obrero se fortaleció y creció a pesar de la ley, y la burgue-
sía pudo comprobar que no hay ley que pueda detener este mo-
vimiento. El «canciller de hierro», Bismarck, tuvo que retroceder
bajo la presión de las masas obreras. Entre los emigrados que
volvieron a Alemania figuraba Clara Zetkin. Su marido había
muerto en la emigración.
Clara empezó inmediatamente sus trabajos atrayendo a la lu-
cha de clases a las proletarias alemanas, iniciando el movimiento
femenino en Alemania. Tropezó en su camino con grandes difi-
cultades, pues la legislación reaccionaria no solamente negaba a
las mujeres el voto, sino que las prohibía intervenir en las orga-
nizaciones políticas y tomar parte en las reuniones de este carác-
ter. Los agentes de la policía tenían derecho a cerrar arbitraria-
mente cualquier reunión política en que tomasen parte mujeres,
o exigir que éstas abandonasen el local del acto. Esta situación
obligó a las mujeres proletarias a inventar diversas formas legales
para poder llevar a cabo su instrucción y su unión políticas. A
propuesta de Clara Zetkin, en la Conferencia del Partido cele-
brada en Gotha (1896), fue adoptada la resolución de crear un
instituto de apoderados encargados de dirigir los trabajos entre
las mujeres.
Los representantes de la burguesía que se han manifestado a
favor de los derechos femeninos se han aprovechado de la com-
pleta falta de derechos políticos femeninos en Alemania para di-
simular las divergencias de clase entre las damas burguesas y las
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mujeres proletarias, proclamando la necesidad de movilizar a to-
das las mujeres, sin distinción de clase, para luchar contra los
privilegios masculinos. Bajo esta consigna llevaban su lucha pue-
ril por la igualdad.
Pero Clara estaba en completa pugna con estos ensayos. En el
problema femenino se colocó en la posición resueltamente mar-
xista que en el movimiento obrero ruso defendía Krúpskaya, que
a fines del siglo pasado publicó, bajo el seudónimo de Sablina, su
primer folleto dedicado a este problema; folleto en el cual exigía
esta camarada que las mujeres proletarias se apartaran del mo-
vimiento femenino burgués, uniéndose, por el contrario, entre
ellas en lucha de clase.1 Esta posición es la que adoptó Clara.
En su discurso sobre el voto político para las mujeres, pro-
nunciado en la Conferencia del Partido Socialdemócrata de Ale-
mania en Manheim (1906), desarrolló un programa concreto, ba-
sándose en la diferencia fundamental entre el movimiento feme-
nino socialista y la «emancipación» femenina burguesa:
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revisionistas David y Vollmar, elaboró un programa agrario com-
pletamente extraño al marxismo, programa que fue rechazado en
la siguiente Conferencia del partido, celebrada en Breslau en
1895. Federico Engels se pronunció decididamente contra dicho
proyecto en un discurso que fue publicado en el Vorwärts, el 12
de noviembre de 1894. Entretanto, Augusto Bebel y Guillermo
Liebknecht votaron en la comisión agraria a favor del proyecto
no marxista y lo defendieron en la Conferencia del partido. Clara
Zetkin se opuso enérgicamente a aquella posición, evocando en
su discurso el siguiente verso del Fausto de Goethe:
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xismo. La del centro, a la cual se unió Kautsky, entregó a los re-
visionistas una posición tras otra. En la lucha contra el oportu-
nismo de los grupos derecha y centro se formó otro de izquierda,
dirigido por Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin.
En verdad que este grupo de los socialdemócratas alemanes
de izquierda, que más tarde formó la Liga Espartaco, a la vez que
sus grandes méritos históricos en la lucha contra el oportunismo,
había cometido serios errores políticos y teóricos que, como dice
el camarada Stalin, resultaban del hecho de que el grupo de los
socialdemócratas de izquierda «no se habían libertado todavía
del bagaje menchevique»2.
El único grupo que en el seno de la Segunda Internacional
sostuvo una lucha despiadada contra el oportunismo de todos los
matices, el grupo verdaderamente marxista que seguía desarro-
llando estas teorías era el de los bolcheviques rusos.
Importa destacar que Clara Zetkin defendió en algunos pro-
blemas posiciones más claras que otros camaradas de izquierda;
por ejemplo, en la apreciación de la revolución rusa y en el pro-
blema agrario, aunque en aquellos tiempos no había compren-
dido todavía la necesidad de organizar un partido de nuevo tipo
como el creado por Lenin y Stalin, como el Partido bolchevique.
El crecimiento del oportunismo en el Partido Socialdemó-
crata de Alemania era un síntoma de la traición que, contra la
idea de solidaridad internacional, preparaba el jefe del partido,
[Philipp] Scheidemann. Ya entonces se pudo apreciar la com-
pleta incapacidad combativa del partido en caso de guerra.
Ya antes de la conflagración mundial, Clara aprovechó las po-
sibilidades de explicar a las masas el peligro que les amenazaba y
prepararlas para las necesidades de las acciones revolucionarias.
Tres meses antes de estallar la guerra, convocó en Berlín, contra
la voluntad del Comité Central del Partido Socialdemócrata, un
gran mitin internacional para protestar contra el peligro de gue-
rra, y, a la vez, en la revista Die Gleichheit, avisaba a los trabaja-
dores de que se acercaba una matanza de pueblos y los llamaba a
la acción. Pocos días antes de romperse las hostilidades, el 26 de
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jeras sobre los problemas de esta Conferencia, por lo que fue de-
tenida y expulsada de Holanda. Pero todas estas persecuciones
no pudieron detener la lucha de la izquierda contra la guerra.
El 15 de abril de 1915 salió el primer número de la revista La
Internacional, con varios artículos contra la guerra y contra la
política militar del Partido Socialdemócrata. Los poderes milita-
res prohibieron inmediatamente la aparición de la revista y ame-
nazaron su distribución con los máximos rigores.
También en 1915, Zetkin organizó en Suiza la Conferencia In-
ternacional de Mujeres Socialistas contra la guerra imperialista.
A pesar del odio sincero y apasionado de Clara a los promoto-
res de la guerra y a sus auxiliares socialpatriotas, su posición en
aquella Conferencia y la resolución que en ella presentó denota-
ron una gran debilidad ideológica y las vacilaciones de los social-
demócratas alemanes de izquierda en cuanto a la elaboración de
una línea clara en la lucha revolucionaria contra la guerra. En vez
de proponer la consigna de «convertir la guerra imperialista en
guerra civil», que podía movilizar de un modo revolucionario a
las masas para la lucha contra el régimen capitalista, los social-
demócratas de izquierda presentaron una consigna pacifista que
dejaba a las masas en la pasividad: «¡Luchad por la paz!».
Los representantes de los bolcheviques se manifestaron con-
tra aquella resolución y Lenin criticó con dureza la posición in-
consecuente de Clara Zetkin, la cual, bajo la influencia de tan
fuerte y amistosa crítica, empezó pronto a corregir sus errores.
El gobierno del Kaiser contestó a la actividad de Clara contra
la guerra con una «detención preventiva» de la sexagenaria, que
volvió a su trabajo legal después de cumplir su condena.
En un manifiesto contra la guerra, publicado en agosto de
1915, Lenin habló de Clara Zetkin en los siguientes términos:
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primer día, fue imponiéndose entre los socialdemócratas alema-
nes de izquierda que, al acercarse a las posiciones de Lenin, fue-
ron abandonando sus erróneos puntos de vista progresivamente.
Carlos Liebknecht dirigió a las masas el siguiente llama-
miento:
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Por la Revolución de Octubre
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Rosa Luxemburgo, que estaba en aquellos momentos en el
presidio, y que solamente fue libertada después de la revolución
de noviembre de 1918, cometió nuevos errores en la apreciación
de la Revolución de Octubre y de la táctica de los bolcheviques;
Clara, por el contrario, defendió con pasión las medidas tomadas
por los bolcheviques rusos para consolidar el Poder Soviético.
En el periódico Leipziger Volkszeitung (Diario Popular de
Leipzig), nueva tribuna de Clara después de su involuntaria sali-
da de la redacción de Die Gleichheit, combatió enérgicamente la
posición contrarrevolucionaria del Gobierno Provisional ruso,
que en junio de 1917 disolvió a tiros una manifestación de obreros
en Petrogrado, obligó a los bolcheviques a trabajar en la ilegali-
dad, e intentó, valiéndose de la calumnia, alejar a las masas tra-
bajadoras de sus dirigentes bolcheviques.
El día 16 de noviembre de 1917, escribía Clara Zetkin:
La censura militar impidió por todos los medios que Clara hi-
ciera manifestaciones abiertas en favor de la Revolución Socia-
lista en Rusia, de la disolución de la Asamblea Constituyente, de
la conclusión de la paz de Brest-Litovsk y del aplastamiento de la
contrarrevolución, pero su voluntad firme hallaba siempre me-
dios para expresar su opinión.
Cuando en la primavera de 1918, el Partido Socialdemócrata
Independiente, que se separó del Partido Socialdemócrata de
Alemania, convocó una Conferencia ilegal, Clara dirigió a ésta
una carta, a la que el Comité Central del Partido Socialdemócrata
Independiente no se atrevió siquiera a dar lectura en la misma
Conferencia, y que fue archivada sin darle curso. En aquella
carta, Clara Zetkin hacía las siguientes preguntas:
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renegado Pablo Levi, al cual estaba estrechamente unida, sino
que, comprendiendo su falta, manifestó su adhesión a la Interna-
cional Comunista. En sus Recuerdos, escribió lo siguiente acerca
de aquel episodio:
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Internacional Comunista. Después de ser discípula y colabora-
dora de Engels, una de las creadoras de la Segunda Internacional,
compañera de lucha de Augusto Bebel y Guillermo Liebknecht,
en sus mejores tiempos, en la séptima década de su vida pasó a
ser una apasionada colaboradora de Lenin y Stalin.
En la historia de esta preciosa vida, se refleja todo el camino
del marxismo, que encontró en el leninismo su posterior desarro-
llo creador.
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pen disolvió el Reichstag y convocó nuevas elecciones. El fas-
cismo supo por medio de frases y promesas demagógicas atraerse
a importantes masas de la pequeña burguesía, profundamente
desilusionadas de la política de la República de Weimar, y las
elecciones dieron lugar a un considerable aumento del grupo de
diputados fascistas, a los que se oponía en el nuevo Reichstag la
minoría del Partido Comunista, dispuesta a una lucha sin tregua,
sostenida por el mejor y más avanzado de los Partidos de la clase
obrera alemana. La misma composición del Reichstag reflejaba
la más aguda lucha de clases en Alemania en aquel momento.
El miembro de más edad del Reichstag que, según la tradi-
ción, tenía que abrir la primera sesión, era la dirigente comunista
Clara Zetkin, que tenía entonces 75 años.
Los fascistas estaban furiosos; amenazaban con no permitir
que Clara abriera el Reichstag, prometiendo actuar con sus mé-
todos contra la «agente bolchevique» si aparecía en la tribuna;
pero ella, como buena comunista, no se intimidó por las amena-
zas. Se encontraba entonces en Moscú, enferma y débil; aunque
incansable para el trabajo, su larga y penosa vida había dejado
huellas en su organismo. Estuvo mucho tiempo postrada en
cama; se hallaba casi ciega; pero era necesario que en aquella
ocasión y a fin de llenar las prácticas parlamentarias se oyera la
voz de Clara Zetkin, que era la de los trabajadores.
Todos sus amigos se preguntaban si el estado de debilidad de
Clara le permitiría el esfuerzo de trasladarse a Berlín; pero en ella
ardía una voluntad inquebrantable, revolucionaria, de lucha, y
salió valerosamente para aquella ciudad, desechando toda clase
de temores. Recordemos un pequeño pero característico episodio
del viaje:
Para evitar un posible complot de los fascistas en el momento
de su llegada a Berlín, el Comité Central del Partido Comunista
indicó a Clara que bajara del tren en la estación de Küstrin, cerca
de Berlín, llegando a esta población en coche bajo la custodia de
un pequeño grupo de camaradas. Al bajar por la escalera de la
estación, en Küstrin, uno de los amigos que acompañaban a Clara
se deslizó y la arrastró consigo al caer. Todos corrieron hacia
Clara, que se encontraba tendida en la escalera; pero ella, a pesar
de sus 75 años, empezó a calmarles: «Camaradas, no ha ocurrido
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nada, estad tranquilos». Se levantó y por sí misma continuó ba-
jando las escaleras. El coche la llevó a Berlín, y tres días después
tuvo lugar la apertura del Reichstag. Toda la parte derecha del
salón de sesiones estaba llena de fascistas con camisas pardas;
las tribunas destinadas al público estaban ocupadas por los re-
presentantes de las grandes empresas berlinesas; en la de perio-
distas había multitud de corresponsales de la prensa extranjera.
En la sala había una gran expectación, pues, con excepción de los
comunistas, nadie sabía si Zetkin ocuparía la silla presidencial y
pronunciaría un discurso político. La atención creció al máximo
cuando se acercó el momento señalado para la apertura del
Reichstag y en todo el edificio resonaron los timbres llamando a
los diputados; se hizo un profundo silencio que interrumpió so-
lamente el sonido de un leve timbre anunciando la apertura de la
sesión. La cortina que cubría la entrada a la mesa presidencial se
abrió y apareció Clara Zetkin sostenida por dos compañeras,
miembros de la minoría comunista del Reichstag. Los comunis-
tas y unas docenas de obreros que estaban en las tribunas acla-
maron a la veterana luchadora, con el triple saludo: «¡Rotfront!».
El pardo mar de las camisas fascistas permaneció en sus es-
caños, inmóvil de estupor.
Clara empezó a hablar; las palabras salían con dificultad de su
garganta. Hizo la pregunta formularia de si había algún diputado
que tuviera más edad y en vista del silencio pronunció un gran
discurso político contra los promotores de la guerra, dibujando
el cuadro de la nueva conflagración mundial imperialista que se
acerca. Hizo un llamamiento a las masas para marchar por el
único camino posible para evitarlo: la creación del frente único
de todos los trabajadores. Su discurso fue una imponente acusa-
ción contra el fascismo, contra los promotores de la guerra, con-
tra el capitalismo. Valientemente, llamó a los trabajadores de
Alemania a la lucha por la paz; subrayó el papel importantísimo
de la Unión Soviética en esta lucha; indicó a las masas que su li-
beración sería la revolución proletaria, el comunismo.
En aquella histórica sesión del Reichstag, Clara Zetkin pro-
nunció las palabras que hoy día representan el programa de lucha
de los comunistas alemanes y de las clases trabajadoras contra el
fascismo:
31
La exigencia del momento es la formación del frente único de
todos los trabajadores para la lucha contra el fascismo. Es nece-
sario vencer al fascismo para conservar la potencia de los que es-
tán esclavizados y explotados, para conservar la fuerza de sus or-
ganizaciones, para conservar finalmente su existencia física. Ante
esta perentoria y urgente necesidad, tienen que borrarse todas
las discordias políticas y sindicales. Todos cuantos se hallan ame-
nazados por el peligro fascista, todos los que sufren por él, tienen
que crear el frente único contra el fascismo y sus agentes. La for-
mación de los trabajadores en esta lucha es la condición funda-
mental y previa del mismo, en su lucha contra la guerra imperia-
lista y contra la raíz de todos estos males, es decir, contra el sis-
tema de producción capitalista.
32
mundo para que ayudara en su lucha heroica a los obreros ale-
manes contra el fascismo hitleriano, terminando con las siguien-
tes palabras:
33
Ved Alemania, donde el capitalismo moribundo busca su sal-
vación en el fascismo, en el cual ha establecido el régimen del
aniquilamiento físico y moral de los trabajadores, la barbarie y la
ferocidad que en muchos casos han superado a los horrores de
los tiempos medievales. Todo el mundo está indignado de las
atrocidades cometidas por los bandidos pardos. La solidaridad
con los que luchan y la ayuda material a las víctimas del fascismo
es la exigencia ineludible del momento.
34
definitiva del socialismo en un solo país. Claro es que eso no sig-
nifica que debamos permanecer con los brazos cruzados en es-
pera de una ayuda exterior. Al contrario: la ayuda del proleta-
riado internacional debe ir unida a nuestro trabajo para fortale-
cer la defensa de nuestro país para reforzar nuestro Ejército Rojo
y nuestra Marina Roja, y movilizar a todo el país para luchar con-
tra la agresión militar y contra los intentos de restauración de las
relaciones burguesas.3
Clara Zetkin
Medio siglo de militancia marxista
1917
1914
1910
1905
1896
1889
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