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Wilhelm Pieck

Clara Zetkin
Medio siglo de militancia marxista

1917

1914

1910

1905

1896

1889

ediciones
mnemosyne
Wilhelm Pieck

Clara Zetkin
Medio siglo de militancia marxista
Colección VIDAS REVOLUCIONARIAS, n.º 4

1ª Edición, junio de 2023

Imagen de la cubierta:
Clara Zetkin en el Congreso Internacional
de Protección Laboral, en Zúrich, en 1897.

Traducción:
Anónima, publicada por Ediciones Europa-América en 1938.

De la cubierta y la edición, Ediciones Mnemosyne.


Nuestro trabajo puede ser reproducido, compartido
y difundido libremente mientras se den los créditos
apropiados y sin fines comerciales.

Ediciones Mnemosyne

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Clara Zetkin en 1897
En un sanatorio de la aldea de Arjánguelskoye, no lejos de
Moscú, ha pasado Clara Zetkin los últimos años de su noble vida
de luchadora. La edad y la cruel enfermedad que padecía agota-
ban sus fuerzas; su vista estaba casi apagada y, aunque postrada
en la cama, su incansable voluntad luchaba contra esta inactivi-
dad involuntaria. A pesar de la enfermedad, seguía trabajando y
disfrutando una inteligencia tan clara y poderosa que, hasta los
últimos momentos de su vida, tomó parte en la gran lucha de los
trabajadores. Precisamente dos días antes de su muerte, el 18 de
junio de 1933, empezó a dictar un artículo, en el cual quería de-
mostrar la equívoca posición de los líderes reaccionarios de la so-
cialdemocracia y de la Segunda Internacional en los problemas
más importantes de la lucha de la clase obrera, y sobre todo en su
oposición al Frente Único. Deseaba convencer las masas obreras
socialdemócratas de que la victoria del fascismo en Alemania de-
bía ser para ellas una experiencia, y que solamente con la crea-
ción del Frente Único podrían salvar a Ernesto Thälmann y a to-
dos los antifascistas encarcelados, llegando a alcanzar la victoria
del proletariado.
Generalmente, Clara Zetkin al escribir sus artículos no quería
hacer uso de la ayuda mecánica de nadie, pero, casi agotada su
vista, no tenía posibilidad de escribir con su propia mano y se
veía obligada a dictar sus trabajos.
Pocas fuerzas tenía ya la moribunda; su respiración era difícil
y tenía que suspender el trabajo, lo que le causaba un gran sufri-
miento; tenía aún muchos problemas que resolver; un gran tra-
bajo teórico que no había terminado; su autobiografía, que tenía
la intención de escribir, para que el proletariado supiera el con-
tenido y finalidad de su vida de luchadora.

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A pesar de su enorme debilidad desoía las prescripciones de
los médicos y proseguía sus trabajos, aunque las fuerzas la aban-
donaban. Inclinada sobre los almohadones que le servían de le-
cho, en voz baja, empezó a hablar de su amiga y compañera de
lucha de muchos años, Rosa Luxemburgo, bárbaramente asesi-
nada, y como por una asociación con la idea de este vil asesinato,
su mano rugosa escribió con odio sobre un trozo de papel que
tenía delante la palabra «Göring»; dos veces subrayó este mal-
dito nombre. En ésta, su última hora, no dejó de pensar en el
enemigo mortal de la clase obrera, en este infame fascista, ase-
sino de miles de obreros. Hacía una noche sofocante –19 de junio
de 1933–, se acercaba una tormenta; Clara sintió que la vida se le
escapaba; su respiración se acortaba por momentos; su corazón
palpitaba lentamente; dejó de reconocer a sus amigos y expiró
después de la una de la madrugada del 20 de junio.
Se apagó una vida llena de lucha y de trabajo; dejó de palpitar
el valeroso corazón de una revolucionaria proletaria, de una diri-
gente de los trabajadores. De las filas combatientes del proleta-
riado se fue una ardiente defensora de la causa de la Paz, de la
gran idea de la solidaridad proletaria, de la emancipación de las
mujeres trabajadoras, de la revolución proletaria, del Socialismo.
La noticia de su muerte sorprendió dolorosamente a cuantos
la conocían. La brecha que dejó en nuestras filas fue inmensa.

El ataúd con el cadáver de Clara Zetkin fue trasladado a


Moscú y colocado en el Salón de las Columnas de la Casa de los
Sindicatos, por donde desfilaron para rendirle homenaje cientos
de miles de obreras y obreros; los soldados del Ejército Rojo, los
estudiantes y los niños acudieron a despedirse de la que había
sido una fiel compañera de armas de los dos gigantes del pensa-
miento y de la obra revolucionaria: Lenin y Stalin. En la guardia
de honor figuraron los mejores obreros de choque de las empre-
sas moscovitas, los activistas del Partido y de los Sindicatos; los
dirigentes del Partido Comunista, de la Internacional y de la In-
ternacional Sindical Roja. Majestuosamente tristes se escucha-
ban las notas de la sinfonía fúnebre.

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El 22 de junio, a las cuatro de la tarde, alrededor de la urna
que encerraba las cenizas de Clara Zetkin, se formó la última
guardia de honor. Allí estuvo el hombre que sigue y desarrolla la
obra de Marx, Engels y Lenin, el gran jefe de la Unión Soviética y
del proletariado de todo el mundo: el camarada Stalin. Junto a él
se colocaron los camaradas Mólotov, Voroshílov y Heckert;
subieron a hombros el ataúd, llevándolo a la entrada, por donde
desfilaron los obreros y las obreras de la roja Moscú, las delega-
ciones de Leningrado y de otros grandes centros del país sovié-
tico, que iban llegando al edificio de la Casa de los Sindicatos para
rendir el último homenaje a Clara Zetkin.
El cortejo fúnebre avanzó lentamente hacia la Plaza Roja,
donde se habían reunido en postrer homenaje cientos de miles
de obreros, obreras y soldados del Ejército Rojo. Espiritual-
mente, en tan solemne momento, millones de hombres de todo
el mundo se unían al cortejo para acompañarlo en su dolor por la
pérdida de Clara Zetkin, su excelente dirigente y amiga.
En la histórica Plaza Roja, en el ala derecha del mausoleo
donde se encuentran los restos del gran Lenin, aparecieron los
jefes del Partido Comunista, del Gobierno Soviético y de la Inter-
nacional Comunista.
El viejo revolucionario japonés Sen Katayama fue el primero
que habló en el triste acto, despidiéndose con cálidas frases de la
inquebrantable revolucionaria.
A continuación, y en nombre de la Internacional Comunista,
pronunció sentidas palabras el héroe de la sublevación de la flota
francesa en el Mar Negro, André Marty, que enalteció la gran im-
portancia internacional de la lucha y el trabajo revolucionario de
Clara Zetkin.
En nombre de los comunistas alemanes habló Fritz Heckert,
prometiendo bajo juramento solemne que el día de la apertura de
la primera sesión del Soviet alemán serán trasladadas a Alemania
las cenizas de Clara.
En representación del gran Partido de Lenin-Stalin, al que es-
taba unida Zetkin con lazos indisolubles, tomó la palabra el ca-
marada Mólotov, que habló del sentimiento de honda solidaridad
que une a los obreros y campesinos rusos con la heroica lucha del
proletariado alemán contra el fascismo y por su liberación.

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La camarada Krúpskaya, amiga íntima de Clara Zetkin, habló
de los últimos y meritísimos trabajos que la luchadora llevaba a
cabo en el movimiento femenino revolucionario internacional.
Y a los acordes de la marcha fúnebre de los combatientes Caí-
dos en la lucha, los dirigentes del Partido Comunista y de la Ko-
mintern volvieron a llevar a hombros el ataúd, dirigiéndose hacia
la muralla del Kremlin.
Los queridos restos de Clara Zetkin fueron colocados al lado
de las cenizas de otros héroes que ya duermen el sueño eterno;
colocándose a continuación la lápida conmemorativa de su naci-
miento y muerte, quedó cerrado el nicho.
Cesó la marcha fúnebre y, en su lugar, sonaron las notas vi-
brantes del himno revolucionario La Internacional; los trabaja-
dores de Moscú y las unidades del Ejército Rojo desfilaron con la
cabeza inclinada delante de la tumba de Clara Zetkin.

Hemos perdido un gran tribuno revolucionario. Hace muchos


años, ante las tumbas de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo,
vilmente asesinados, que fueron sus compañeros y amigos de lu-
cha, Clara Zetkin dijo:

Cuenta la leyenda histórica que, en la batalla de los pueblos,


en los campos Catalaunicos, los adversarios combatieron con tal
ardor que, incluso después de la muerte, sus almas siguieron lu-
chando por encima de los campos de batalla. Nuestros amigos,
nuestros inolvidables amigos caídos en la lucha, siguen luchando,
no en aquel mundo, sino entre nosotros y junto a nosotros; no
pueden morir; nunca morirá aquello que ellos nos han dado; sus
hazañas han entrado en la carne y en la sangre de las masas pro-
letarias, se han convertido en consciencia, en voluntad, en acción.
Hoy, en el proletariado alemán y en el de todo el mundo surgen
miles de nuevos luchadores, que serán iguales a los jefes asesina-
dos, por la fuerza y la claridad de sus ideas, por su fidelidad al
deber, por el valor y por el espíritu de sacrificio. Vuelven a oírse
los clarines que llaman al combate; empieza una nueva lucha e
iremos a luchar.

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Del mismo modo, vivirá también Clara Zetkin en la memoria
de los millones de proletarios oprimidos de los países capitalistas
y de las colonias, en su lucha por la emancipación de la necesidad
y la esclavitud. La vida de Clara Zetkin será para ellos ejemplar.
De ella sacarán nuevas fuerzas para seguir el camino victorioso
de la Gran Revolución Socialista de Octubre, hacia el aniquila-
miento del capitalismo y la instauración del régimen comunista.
En este camino, les ilumina con luz vivísima la estrella soviética,
la estrella de la Patria Socialista, donde, bajo la dirección de nues-
tro gran Stalin, se ha borrado la explotación del hombre por el
hombre, se han aniquilado las clases explotadoras; donde el So-
cialismo consigue continuas y nuevas victorias y construye la so-
ciedad socialista sin clases.
Todos los años recordamos la memoria de nuestra Clara; el
aniversario de su muerte se conmemora como Día Internacional
de propaganda en favor del Socorro Rojo Internacional.
Nunca podremos olvidar a la infatigable Clara Zetkin que es-
tuvo hasta su última hora luchando en defensa de los oprimidos
y explotados de todo el mundo. Ahora, cuando los agresores fas-
cistas empujan a los pueblos de todo el mundo hacia la guerra, la
imagen de Clara Zetkin, la luchadora infatigable contra los crimi-
nales incendiarios de la guerra, la apasionada defensora del
Frente Único contra el fascismo, será un símbolo que llame a los
trabajadores a una batalla decisiva, bajo las banderas de la soli-
daridad internacional.

La vida de una revolucionaria profesional

Clara Zetkin nació en Sajonia, el 5 de julio de 1857; era hija de


un maestro de escuela rural. De los 17 a los 21 años asistió a una
escuela particular en Leipzig (Alemania) y, terminada su prepa-
ración cultural, empezó a trabajar como maestra. Por aquellos
años se encontró en Leipzig con un grupo de estudiantes y emi-
grados rusos revolucionarios, que le dieron a conocer sus opinio-
nes políticas. Hizo también amistad con un artesano, apasionado
militante del movimiento socialdemócrata que en aquel entonces
empezaba a desarrollarse, con el que frecuentó las reuniones

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obreras. Estas amistades le ocasionaron algunos disgustos con
sus padres, que no las veían con agrado; pero el fuego revolucio-
nario ardía ya con demasiado vigor en la joven para que el con-
flicto con los familiares pudiera apagarlo.
Las opiniones revolucionarias de Clara en aquel tiempo esta-
ban dictadas principalmente por el sentimiento; aún no tenía la
preparación teórica necesaria, pero ya defendía sus ideas con
toda la pasión de una revolucionaria convencida.
El impetuoso desarrollo del capitalismo en Alemania, en la
época de Bismarck, y muy especialmente después de la guerra
con Francia, en 1870-71, llevó consigo la agudización de la lucha
de clases. Esto impulsó a Clara a estudiar el socialismo científico
para fundamentar teóricamente sus ideas revolucionarias. Al
mismo tiempo, comenzó a desenvolverse el movimiento obrero,
cuyos jefes, Augusto Bebel y Guillermo Liebknecht, estaban fuer-
temente influidos por los grandes fundadores del socialismo
científico, Carlos Marx y Federico Engels.
Los días gloriosos de la Comuna de París, primer ensayo de
dictadura del proletariado, llenaron de pavor a los representan-
tes de las clases dominantes de todo el mundo. La burguesía ale-
mana, los terratenientes nobles y la monarquía de los Hohenzo-
llern experimentaron el mismo sentimiento de miedo. El Canci-
ller Bismarck pretendió aplastar el movimiento obrero por medio
de una «Ley de Excepción contra los socialistas», que se aplicó
de 1878 a 1890. Las organizaciones obreras fueron deshechas; los
periódicos obreros prohibidos; los dirigentes encarcelados u
obligados a emigrar del país. Pero la burguesía no pudo asfixiar
el movimiento obrero. La «Ley contra los socialistas» no dio el
fruto que se esperaba de ella; el movimiento socialista creció a
pesar de las persecuciones y agrupó cada día más al proletariado
en torno de él.
En aquel periodo difícil para el movimiento obrero alemán
Clara estuvo siempre con los perseguidos por la reacción bur-
guesa alemana.
Entre los emigrados rusos, a los que Clara conoció en Leipzig,
se hallaba José Zetkin, miembro del Partido socialdemócrata ale-
mán y ferviente defensor de las doctrinas de Marx y Engels, cuyas

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obras estudiaron juntos, tomando ambos parte activa en el mo-
vimiento obrero.
Cuando, a consecuencia de la aplicación de la ley contra los
socialistas, se proclamó el estado de sitio en Leipzig, José Zetkin
fue detenido y expulsado de Alemania, quedándose en Francia, y
Clara tuvo también que abandonar Alemania y vivió algún
tiempo en Austria y en Italia, donde trabajó como maestra; des-
pués, en el verano de 1882, se estableció en Zúrich (Suiza), donde
puede decirse que se convirtió en una revolucionaria profesional.
Miembro activo de un grupo de socialistas alemanes, hacía pasar
a Alemania el Órgano Central ilegal de los socialdemócratas ale-
manes, Socialdemokrat. Este periódico, cuyo carácter proletario
y revolucionario se debía principalmente a la crítica y a la ayuda
de Engels, tuvo una gran importancia en la formación del movi-
miento obrero ilegal en Alemania y contribuyó en gran parte a su
desarrollo en un sentido socialista. Al frente del grupo que reali-
zaba los envíos ilegales del periódico se hallaba un tal Julius Mot-
teler, que recibió en la historia del Partido Socialdemócrata de
Alemania el honroso sobrenombre de Cartero Rojo. El envío del
periódico se hacía por los caminos más diversos, evitando los po-
sibles encuentros con la policía y los agentes de aduanas, espías,
etc., de la Alemania del Kaiser. Clara Zetkin consiguió muy
pronto ocupar un lugar destacado entre los colaboradores de
Motteler. Este trabajo que ella hacía con el mayor interés fortale-
ció sus ideas revolucionarias de clase y su fidelidad absoluta a la
obra de la clase obrera.
En aquel período heroico de la historia del Partido Socialde-
mócrata de Alemania, en los días de la Ley de Excepción de Bis-
marck, Clara Zetkin actuaba como un soldado de la revolución
proletaria. En aquella época adquirió las condiciones que más
tarde habían de proporcionarle la posibilidad de hacerse bolche-
vique, luchadora de vanguardia de la Internacional Comunista.
Se trasladó a París, donde se casó con José Zetkin, su amigo
político y camarada de combate. Empezaron los difíciles y tristes
días de la emigración, las persecuciones de la policía, los desahu-
cios por no poder pagar el alquiler, la mala alimentación, a causa
de la insuficiencia de los ingresos que percibía por sus trabajos
de traducción. Los esposos, con dos hijos pequeños, no tenían ni

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lo necesario. La situación se empeoró aún más cuando José cayó
gravemente enfermo quedando inútil hasta el fin de sus días.
Todo el peso de las preocupaciones materiales de la familia cayó
sobre Clara, que hubo de conocer por propia experiencia las pe-
nalidades y pesadumbre del destino de esposa y madre proletaria
en un Estado capitalista. En aquellos tristes días, tomó la deci-
sión de consagrarse al desarrollo del movimiento femenino pro-
letario internacional.
La estancia de Clara en París le proporcionó no solamente
preocupaciones y necesidades, sino también una gran alegría, su
amistad con la hija de Carlos Marx, Laura, y con el esposo de ésta,
Pablo Lafargue. También hizo amistad con Julio Guesde, que en
aquel tiempo mantenía, en los problemas fundamentales del mo-
vimiento obrero, justas posiciones marxistas; Guesde, y más es-
pecialmente Pablo Lafargue, han hecho mucho por la propa-
ganda de los fundamentos del socialismo científico en Francia,
popularizando las ideas del Manifiesto Comunista entre el prole-
tariado francés, y luchando fervorosamente contra las corrientes
oportunistas de tipo pequeñoburgués entre la clase obrera, y aun-
que en los trabajos de Lafargue y Guesde había grandes deficien-
cias, la amistad de Clara con estos grandes representantes del
marxismo francés fue para ella una escuela en la que amplió y
profundizó sus conocimientos teóricos.

Cerca de la dirección de la Segunda Internacional

La Primera Internacional, obra de los fundadores del socia-


lismo científico, Carlos Marx y Federico Engels, abandonó la es-
cena histórica después del derrumbamiento de la Comuna de Pa-
rís y del aplanamiento del movimiento obrero internacional que
surgió tras de aquélla; pero no se malogró su gran misión histó-
rica, consistente en elaborar los fundamentos ideológicos para el
desarrollo de la lucha proletaria internacional por el socialismo y
la formación de la táctica única de la lucha de clases.
El resurgimiento rápido del movimiento obrero en todos los
países, entre 1880 y 1890, la creación de los partidos obreros so-

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cialistas en algunos países, y en particular en Francia, el desarro-
llo del movimiento obrero en Alemania, a pesar de la Ley de Ex-
cepción de Bismarck, crearon las condiciones adecuadas para la
unificación del movimiento socialista.
En 1889 se celebró en París un Congreso de las organizacio-
nes socialistas de diversos países, en el que se creó la Segunda
Internacional. Clara Zetkin intervino activamente en la prepara-
ción de este Congreso, publicando numerosos artículos en los pe-
riódicos alemanes del Partido Socialdemócrata; llamó la atención
de los obreros avanzados de Alemania hacia este Congreso, y
tomó parte en los trabajos del mismo como colaboradora del dia-
rio Socialdemokrat. Por sus grandes conocimientos lingüísticos
(además del alemán, su lengua nativa, dominaba el francés, el in-
glés y el italiano) ayudó a los trabajos del Congreso como una ex-
celente traductora, políticamente calificadísima. Pronunció un
discurso en el Congreso –prólogo de la gran obra de toda su vida–
sobre la organización del movimiento femenino internacional,
exigiendo la completa igualdad de derechos para la mujer en to-
dos los órdenes de la vida política y económica, y desarrollando
el programa marxista de lucha del movimiento femenino prole-
tario.
Esta primera intervención de Clara Zetkin en la palestra in-
ternacional la llevó a conocer a uno de los fundadores del socia-
lismo científico, Federico Engels, que sintió hacia ella una honda
y fiel amistad.
Engels escribía en una carta dirigida a Pablo Lafargue, fe-
chada en 16 de mayo de 1889:

Clara Zetkin ha escrito un espléndido articulo para la revista


La Tribuna, de Berlín. Si hubiéramos conocido la exacta explica-
ción de los hechos que describe tres meses antes, hubiéramos ga-
nado mucho.

Ésta y otras muchas valiosas apreciaciones han puesto de re-


lieve los comienzos del trabajo de Clara Zetkin en el movimiento
socialista internacional. El final de su actividad ha sido coronado
por su amistad con Lenin y Stalin, los dos grandes sucesores y
continuadores de la obra de Marx y Engels.

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Clara Zetkin tomó parte en todos los Congresos de la Segunda
Internacional antes de la guerra imperialista, siendo la funda-
dora y dirigente del primer Secretariado internacional femenino.
En el Congreso de la Segunda Internacional, celebrado en Co-
penhague en 1910, propuso la organización anual de Día Interna-
cional de la Trabajadora, ocupándose ella misma de su organiza-
ción.
Clara Zetkin luchó enérgicamente contra el oportunismo en
los Congresos de la Internacional de antes de la guerra. En el de
la Segunda Internacional, celebrado en 1907 en Stuttgart, donde
Lenin luchó encarnizadamente contra el oportunismo, especial-
mente por lo que se refiere a los problemas militar y colonial,
Clara se adhirió a la posición de Lenin. En una de las sesiones de
la Comisión del Congreso, en la que se trató del derecho del voto,
se opuso a los socialdemócratas austríacos que, con un criterio
oportunista, se negaron a hacer propaganda a favor del voto fe-
menino. El dirigente del Partido Socialdemócrata de Austria, Víc-
tor Adler, contestó a Clara en un tono muy excitado, pero su dis-
curso no la hizo cambiar de posición y continuó exigiendo que la
Internacional obligara a todos los partidos, partiendo de las ideas
fundamentales, a luchar por el voto político igual para ambos se-
xos.
Clara Zetkin defendía siempre y decididamente las posiciones
fundamentales marxistas. Durante su vida tuvo que liberarse de
diversos residuos ideológicos erróneos antes de asimilar por
completo el leninismo. Tuvo vacilaciones y errores; pero de la lu-
cha que sostuvo durante muchos años contra el oportunismo, sa-
lió la excelente bolchevique y discípula de Lenin.

La dirigente del movimiento femenino socialista

En la barriada obrera de una de las ciudades industriales ale-


manas había convocada una reunión popular; numerosísimas
obreras se dirigían hacia el sitio indicado para celebrar el acto;
los agentes de policía, con uniformes azules y puntiagudos cas-
cos, habían rodeado previamente el edificio. Nadie tenía la segu-
ridad de que la reunión se llevara a efecto; se temía que, en el

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último momento, la policía detuviera a la conferenciante y no la
dejara pasar al salón de actos. Confundida con la muchedumbre,
llegó una mujer sencillamente ataviada, llevando de la mano dos
niños pequeños; ninguno de los policías se fijó en ella y entró en
la sala; era la conferenciante Clara Zetkin. Llevaba a sus niños
intencionadamente, para desviar la atención de la policía, y gra-
cias a este ardid pudo celebrarse la reunión anunciada.
Clara, después de volver de la emigración, intervino en mu-
chas reuniones en las que hubo que luchar con la policía para
convocar y celebrar tales actos de propaganda.
En 1890, el Reichstag alemán se negó a prorrogar la «Ley con-
tra los socialistas», cuya validez caducaba en octubre. El movi-
miento obrero se fortaleció y creció a pesar de la ley, y la burgue-
sía pudo comprobar que no hay ley que pueda detener este mo-
vimiento. El «canciller de hierro», Bismarck, tuvo que retroceder
bajo la presión de las masas obreras. Entre los emigrados que
volvieron a Alemania figuraba Clara Zetkin. Su marido había
muerto en la emigración.
Clara empezó inmediatamente sus trabajos atrayendo a la lu-
cha de clases a las proletarias alemanas, iniciando el movimiento
femenino en Alemania. Tropezó en su camino con grandes difi-
cultades, pues la legislación reaccionaria no solamente negaba a
las mujeres el voto, sino que las prohibía intervenir en las orga-
nizaciones políticas y tomar parte en las reuniones de este carác-
ter. Los agentes de la policía tenían derecho a cerrar arbitraria-
mente cualquier reunión política en que tomasen parte mujeres,
o exigir que éstas abandonasen el local del acto. Esta situación
obligó a las mujeres proletarias a inventar diversas formas legales
para poder llevar a cabo su instrucción y su unión políticas. A
propuesta de Clara Zetkin, en la Conferencia del Partido cele-
brada en Gotha (1896), fue adoptada la resolución de crear un
instituto de apoderados encargados de dirigir los trabajos entre
las mujeres.
Los representantes de la burguesía que se han manifestado a
favor de los derechos femeninos se han aprovechado de la com-
pleta falta de derechos políticos femeninos en Alemania para di-
simular las divergencias de clase entre las damas burguesas y las

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mujeres proletarias, proclamando la necesidad de movilizar a to-
das las mujeres, sin distinción de clase, para luchar contra los
privilegios masculinos. Bajo esta consigna llevaban su lucha pue-
ril por la igualdad.
Pero Clara estaba en completa pugna con estos ensayos. En el
problema femenino se colocó en la posición resueltamente mar-
xista que en el movimiento obrero ruso defendía Krúpskaya, que
a fines del siglo pasado publicó, bajo el seudónimo de Sablina, su
primer folleto dedicado a este problema; folleto en el cual exigía
esta camarada que las mujeres proletarias se apartaran del mo-
vimiento femenino burgués, uniéndose, por el contrario, entre
ellas en lucha de clase.1 Esta posición es la que adoptó Clara.
En su discurso sobre el voto político para las mujeres, pro-
nunciado en la Conferencia del Partido Socialdemócrata de Ale-
mania en Manheim (1906), desarrolló un programa concreto, ba-
sándose en la diferencia fundamental entre el movimiento feme-
nino socialista y la «emancipación» femenina burguesa:

La proletaria necesita el voto político, no solamente para de-


fender sus intereses económicos y culturales vitales; ella necesita
el voto, no para luchar contra los hombres de su clase, sino para
la lucha contra la clase capitalista. Su misión no es pedir reformas
sociales para sostener la sociedad burguesa y el orden económico
capitalista. No, nosotras exigimos los mismos derechos que los
hombres, para poder, sin limitación legislativa alguna, tomar
parte en la destrucción de esta sociedad.

La lucha de Clara Zetkin, como dirigente del movimiento fe-


menino socialista, llena las mejores páginas de la historia del mo-
vimiento obrero alemán. En 1891, Clara Zetkin entró en la redac-
ción de la revista femenina de los socialdemócratas alemanes Die
Gleichheit (La Igualdad), que dirigió durante veintiséis años y
fue bajo su dirección el verdadero portavoz de las trabajadoras
proletarias, de las mujeres y madres proletarias, el órgano de la
lucha revolucionaria de masas.

1 Este folleto, La mujer trabajadora (1899), lo hemos publicado en

la antología de N. K. Krúpskaya Escritos inéditos sobre la cuestión


femenina. | Nota de Ediciones Mnemosyne.
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Clara movilizó a las mujeres proletarias en innumerables
reuniones, abriendo siempre nuevas brechas en el muro que se-
paraba a las masas proletarias femeninas de la poderosa co-
rriente del movimiento revolucionario. Esta amplia y eficaz pro-
paganda se unió a la lucha constante por la claridad teórica, por
la introducción de la teoría marxista en la práctica del movi-
miento femenino. Véase un pequeño episodio que revela la in-
transigencia revolucionaria de Clara en este problema:
Las representantes de la burguesía, las damas «emancipa-
das», que se interesaban por los derechos femeninos, pudieron
persuadir a las mujeres de Bebel y de Guillermo Liebknecht para
que firmaran un manifiesto.
Clara envió inmediatamente, por escrito, su protesta contra el
hecho, y, aunque el Órgano Central del Partido Socialdemócrata,
el Vorwärts, se negó a publicar su carta, no retrocedió, empe-
zando una lucha resuelta y logrando finalmente que dicho perió-
dico publicara su protesta contra la conducta de las mujeres de
los camaradas dirigentes, conducta que quebrantaba la disciplina
y contradecía la línea del partido.
En una carta dirigida a Víctor Adler, Federico Engels aprobó
enérgicamente su vigilancia revolucionaria. «¡Bravo, Clara!», es-
cribió.

En la brecha contra el oportunismo

En la lucha contra los oportunistas dentro del Partido Social-


demócrata de Alemania, Clara estuvo siempre en la extrema iz-
quierda; siempre luchó apasionadamente contra los intentos de
revisar las doctrinas de Marx y Engels y de convertir el Partido
Socialdemócrata en un partido burgués de oposición, conde-
nando con toda energía las vacilaciones oportunistas de los jefes
socialdemócratas. Lenin subrayó la importancia de esta actividad
de Clara Zetkin.
En la Conferencia que los socialdemócratas alemanes celebra-
ron en Fráncfort en 1894, fue elegida una comisión que había de
ocuparse de los problemas agrarios y que, bajo la presión de los

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revisionistas David y Vollmar, elaboró un programa agrario com-
pletamente extraño al marxismo, programa que fue rechazado en
la siguiente Conferencia del partido, celebrada en Breslau en
1895. Federico Engels se pronunció decididamente contra dicho
proyecto en un discurso que fue publicado en el Vorwärts, el 12
de noviembre de 1894. Entretanto, Augusto Bebel y Guillermo
Liebknecht votaron en la comisión agraria a favor del proyecto
no marxista y lo defendieron en la Conferencia del partido. Clara
Zetkin se opuso enérgicamente a aquella posición, evocando en
su discurso el siguiente verso del Fausto de Goethe:

Mi alma se llena de amargura cuando te veo en esa compañía.

La primera revolución rusa de 1905-1907 planteó ante el mo-


vimiento obrero internacional problemas de lucha revolucionaria
en nuevas condiciones, con lo cual «el período pacifico de 1872 a
1904 desapareció para siempre» (Lenin) y agudizó acentuada-
mente la lucha sobre los principios fundamentales del movi-
miento obrero alemán en las filas del Partido Socialdemócrata.
Clara, que ya en sus años de juventud y por medio de José Zetkin
se había acercado a los círculos revolucionarios de Rusia, se hizo
una entusiasta propagandista de la revolución rusa y, a pesar de
la prohibición del Comité Central del Partido Socialdemócrata de
Alemania, organizó múltiples reuniones dedicadas a la lucha he-
roica de los obreros y campesinos rusos. Explicaba a los trabaja-
dores de Alemania la significación de la gran huelga política,
como un importante medio de la lucha revolucionaria, movili-
zando alrededor de su revista Die Gleichheit todas las fuerzas
obreras para introducir esta experiencia revolucionaria en la
práctica del movimiento socialista alemán. Por entonces, escribió
a Franz Mehring:

Si pudiera seguir mis sentimientos, iría ahora a Rusia.

La discusión sobre el problema de la huelga general produjo


grandes divergencias políticas en las filas del Partido Socialde-
mócrata. El ala derecha se puso abiertamente contra el mar-

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xismo. La del centro, a la cual se unió Kautsky, entregó a los re-
visionistas una posición tras otra. En la lucha contra el oportu-
nismo de los grupos derecha y centro se formó otro de izquierda,
dirigido por Rosa Luxemburgo y Clara Zetkin.
En verdad que este grupo de los socialdemócratas alemanes
de izquierda, que más tarde formó la Liga Espartaco, a la vez que
sus grandes méritos históricos en la lucha contra el oportunismo,
había cometido serios errores políticos y teóricos que, como dice
el camarada Stalin, resultaban del hecho de que el grupo de los
socialdemócratas de izquierda «no se habían libertado todavía
del bagaje menchevique»2.
El único grupo que en el seno de la Segunda Internacional
sostuvo una lucha despiadada contra el oportunismo de todos los
matices, el grupo verdaderamente marxista que seguía desarro-
llando estas teorías era el de los bolcheviques rusos.
Importa destacar que Clara Zetkin defendió en algunos pro-
blemas posiciones más claras que otros camaradas de izquierda;
por ejemplo, en la apreciación de la revolución rusa y en el pro-
blema agrario, aunque en aquellos tiempos no había compren-
dido todavía la necesidad de organizar un partido de nuevo tipo
como el creado por Lenin y Stalin, como el Partido bolchevique.
El crecimiento del oportunismo en el Partido Socialdemó-
crata de Alemania era un síntoma de la traición que, contra la
idea de solidaridad internacional, preparaba el jefe del partido,
[Philipp] Scheidemann. Ya entonces se pudo apreciar la com-
pleta incapacidad combativa del partido en caso de guerra.
Ya antes de la conflagración mundial, Clara aprovechó las po-
sibilidades de explicar a las masas el peligro que les amenazaba y
prepararlas para las necesidades de las acciones revolucionarias.
Tres meses antes de estallar la guerra, convocó en Berlín, contra
la voluntad del Comité Central del Partido Socialdemócrata, un
gran mitin internacional para protestar contra el peligro de gue-
rra, y, a la vez, en la revista Die Gleichheit, avisaba a los trabaja-
dores de que se acercaba una matanza de pueblos y los llamaba a
la acción. Pocos días antes de romperse las hostilidades, el 26 de

2Stalin: En torno a los problemas del leninismo. Ediciones Europa-


América.
19
julio de 1914, la reunión del Partido Socialdemócrata en Wurtem-
berg votó unánimemente la resolución presentada por Clara Ze-
tkin sobre la necesidad de poner en juego todas las fuerzas para
salvar la paz.
A los pocos días empezó el incendio de la guerra mundial im-
perialista. El 4 de agosto de 1914 la minoría socialdemócrata del
Reichstag votó a favor de los créditos militares, haciendo traición
a los más elementales deberes de solidaridad internacional pro-
letaria, y a la consigna de servir a la causa común, que el Partido
Socialdemócrata había prometido cumplir solemnemente en
muchas resoluciones y decisiones.
El 5 de agosto, Rosa Luxemburgo envió cerca de 300 telegra-
mas a todos los activistas de izquierda, invitándolos a una Confe-
rencia de oposición, en Berlín. Entre los pocos que contestaron
afirmativamente estaba Clara Zetkin, que, con Rosa Luxem-
burgo, Carlos Liebknecht y Franz Mehring, publicó una protesta
contra esta traición sin precedentes. Todos ellos firmaron una
carta abierta que, publicada en los órganos socialistas extranje-
ros, constituyó el primer acto de la valerosa lucha de la izquierda
alemana contra la carnicería de los pueblos, contra la guerra im-
perialista.
En diciembre de 1914, cuando el Reichstag tuvo que votar los
créditos militares, Carlos Liebknecht hizo una valerosa declara-
ción dirigida contra la política militar de la minoría socialdemó-
crata y terminó votando contra los créditos militares. Ni que de-
cir tiene que el Gobierno inició inmediatamente una dura perse-
cución de las izquierdas y Carlos Liebknecht fue movilizado para
que no pudiera continuar su trabajo político. Rosa Luxemburgo
fue detenida y encarcelada, en ejecución de la sentencia recaída
en un proceso que tenía pendiente.
A pesar de la detención de Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin si-
guió con su trabajo de organización de la oposición y preparó la
Conferencia Internacional de las mujeres socialistas en Berna,
realizando casi todo este trabajo de una manera ilegal. Del mismo
modo, es decir, ilegalmente, tenía que atravesar la frontera para
conferenciar y mantener contacto con las organizaciones extran-

20
jeras sobre los problemas de esta Conferencia, por lo que fue de-
tenida y expulsada de Holanda. Pero todas estas persecuciones
no pudieron detener la lucha de la izquierda contra la guerra.
El 15 de abril de 1915 salió el primer número de la revista La
Internacional, con varios artículos contra la guerra y contra la
política militar del Partido Socialdemócrata. Los poderes milita-
res prohibieron inmediatamente la aparición de la revista y ame-
nazaron su distribución con los máximos rigores.
También en 1915, Zetkin organizó en Suiza la Conferencia In-
ternacional de Mujeres Socialistas contra la guerra imperialista.
A pesar del odio sincero y apasionado de Clara a los promoto-
res de la guerra y a sus auxiliares socialpatriotas, su posición en
aquella Conferencia y la resolución que en ella presentó denota-
ron una gran debilidad ideológica y las vacilaciones de los social-
demócratas alemanes de izquierda en cuanto a la elaboración de
una línea clara en la lucha revolucionaria contra la guerra. En vez
de proponer la consigna de «convertir la guerra imperialista en
guerra civil», que podía movilizar de un modo revolucionario a
las masas para la lucha contra el régimen capitalista, los social-
demócratas de izquierda presentaron una consigna pacifista que
dejaba a las masas en la pasividad: «¡Luchad por la paz!».
Los representantes de los bolcheviques se manifestaron con-
tra aquella resolución y Lenin criticó con dureza la posición in-
consecuente de Clara Zetkin, la cual, bajo la influencia de tan
fuerte y amistosa crítica, empezó pronto a corregir sus errores.
El gobierno del Kaiser contestó a la actividad de Clara contra
la guerra con una «detención preventiva» de la sexagenaria, que
volvió a su trabajo legal después de cumplir su condena.
En un manifiesto contra la guerra, publicado en agosto de
1915, Lenin habló de Clara Zetkin en los siguientes términos:

Decenas y cientos de los mejores socialistas de Alemania, y


entre ellos la conocida representante del movimiento obrero fe-
menino, Clara Zetkin, se hallan encerrados por el Gobierno ale-
mán en los presidios, por su propaganda revolucionaria.

Poco a poco la línea revolucionaria, o sea la conversión de la


guerra imperialista en guerra civil, propagada por Lenin desde el

21
primer día, fue imponiéndose entre los socialdemócratas alema-
nes de izquierda que, al acercarse a las posiciones de Lenin, fue-
ron abandonando sus erróneos puntos de vista progresivamente.
Carlos Liebknecht dirigió a las masas el siguiente llama-
miento:

No una paz civil, sino una guerra civil; ésta es la consigna.

El 1 de enero de 1916, un grupo de camaradas llamado de La


Internacional, por el nombre de la revista que editaban, se re-
unieron en Berlín en una Conferencia y tomaron el acuerdo de
llamar a su organización Liga Espartaco. Clara no pudo tomar
parte en esta Conferencia, pero participó activamente en la ela-
boración de «las directivas, sobre las tareas de la socialdemocra-
cia internacional», que fueron aprobadas en dicha reunión y con
las que se hizo un programa para la Liga Espartaco. También
tomó parte activa en la edición de un órgano informativo del
grupo, que se llamó Las cartas de Espartaco, y que apareció des-
pués de la Conferencia.
El 1º de Mayo de 1916, la Liga Espartaco lanzó un llama-
miento a los obreros berlineses a manifestarse contra la guerra
imperialista y, en el centro de Berlín, en la Plaza de Potsdam, se
reunió una multitud de valerosos obreros revolucionarios. Carlos
Liebknecht dio a los reunidos esta consigna: «¡Abajo el Gobierno,
abajo la guerra!», siendo detenido por la policía y condenado a
un año de encarcelamiento.
Esta manifestación del Primero de Mayo y la consigna de Car-
los Liebknecht encontraron una viva respuesta entre los proleta-
rios de Alemania. En las fábricas de material de guerra empezó
la primera ola de huelgas. Las palabras de Liebknecht llegaron
hasta las trincheras.
Clara luchó incansablemente para propagar las consignas re-
volucionarias entre las masas, especialmente en Wurtemberg,
donde vivía.
El Comité Central del Partido Socialdemócrata la eliminó de
la redacción de la revista Die Gleichheit, con el propósito de ha-
cerla callar; pero la voz de la valerosa revolucionaria no se apagó.

22
Por la Revolución de Octubre

Cuando el 7 de noviembre de 1917, el célebre manifiesto de


Lenin, A todos, a todos, a todos, daba a conocer a las masas tra-
bajadoras de todo el mundo el triunfo de la Gran Revolución So-
cialista de Octubre y el establecimiento en Rusia del Poder Sovié-
tico, Clara Zetkin fue uno de los pocos jefes del movimiento
obrero alemán que, enseguida, con gran entusiasmo y sin vacila-
ción ninguna, aprobó el gran movimiento bolchevique. Esto no
era casual, pues ya hemos indicado que ya hacía mucho tiempo
que Clara mantenía estrechas relaciones con los revolucionarios
rusos. Ya en la Conferencia del Partido Socialdemócrata de Ale-
mania, de 1903, en Dresde, aprobó el movimiento revolucionario
en la Rusia zarista de un modo claro y contundente.
Se sentía también íntimamente ligada a los dirigentes del mo-
vimiento femenino socialista en Rusia. Cuando en 1913, a pesar
del feroz terror zarista, se organizó por primera vez en Rusia Día
Internacional de la Trabajadora, Clara Zetkin saludó esta mani-
festación revolucionaria y para el segundo Día Internacional de
la Trabajadora envió el siguiente saludo:

Saludo vuestra valiente decisión de organizar la Jornada fe-


menina internacional. Os saludo porque vosotras no os acobar-
dáis ni permanecéis con las manos cruzadas. Estamos con voso-
tras en cuerpo y alma.

Entonces fue cuando Clara pudo ser testigo de los aconteci-


mientos gigantescos de la Gran Revolución Socialista de Octubre.
La prensa burguesa se esforzaba por desfigurar lo sucedido en
Rusia, propalando innumerables mentiras sobre los bolchevi-
ques, y valiéndose de la censura militar para ocultar a las masas
las noticias verdaderas sobre la revolución socialista. Pero Clara
estuvo profundamente convencida desde el primer momento, y
no dudaba de que los bolcheviques dirigidos por Lenin recorre-
rían con firmeza el camino de la liberación de la explotación de
los capitalistas y terratenientes por medio de la insurrección ar-
mada.

23
Rosa Luxemburgo, que estaba en aquellos momentos en el
presidio, y que solamente fue libertada después de la revolución
de noviembre de 1918, cometió nuevos errores en la apreciación
de la Revolución de Octubre y de la táctica de los bolcheviques;
Clara, por el contrario, defendió con pasión las medidas tomadas
por los bolcheviques rusos para consolidar el Poder Soviético.
En el periódico Leipziger Volkszeitung (Diario Popular de
Leipzig), nueva tribuna de Clara después de su involuntaria sali-
da de la redacción de Die Gleichheit, combatió enérgicamente la
posición contrarrevolucionaria del Gobierno Provisional ruso,
que en junio de 1917 disolvió a tiros una manifestación de obreros
en Petrogrado, obligó a los bolcheviques a trabajar en la ilegali-
dad, e intentó, valiéndose de la calumnia, alejar a las masas tra-
bajadoras de sus dirigentes bolcheviques.
El día 16 de noviembre de 1917, escribía Clara Zetkin:

La Revolución en Petersburgo y su victoria es un triunfo de


los consecuentes principios fundamentales y tácticos de los bol-
cheviques, aplicados a la realidad.
Con un valeroso ataque, jamás visto en la historia, los bolche-
viques han alcanzado los fines que se proponían y el Poder gu-
bernamental ha pasado a manos de los Soviets.

La censura militar impidió por todos los medios que Clara hi-
ciera manifestaciones abiertas en favor de la Revolución Socia-
lista en Rusia, de la disolución de la Asamblea Constituyente, de
la conclusión de la paz de Brest-Litovsk y del aplastamiento de la
contrarrevolución, pero su voluntad firme hallaba siempre me-
dios para expresar su opinión.
Cuando en la primavera de 1918, el Partido Socialdemócrata
Independiente, que se separó del Partido Socialdemócrata de
Alemania, convocó una Conferencia ilegal, Clara dirigió a ésta
una carta, a la que el Comité Central del Partido Socialdemócrata
Independiente no se atrevió siquiera a dar lectura en la misma
Conferencia, y que fue archivada sin darle curso. En aquella
carta, Clara Zetkin hacía las siguientes preguntas:

¿Debe servirnos de ejemplo la heroica lucha de los bolchevi-


ques por la realización del ideal socialista?
24
Los principios y los métodos aplicados por los camaradas ru-
sos, ¿tienen que convertirse en línea directriz de la práctica de los
partidos socialistas de todos los países y obligarnos a cambiar los
principios y la táctica que hasta ahora se aplicaban?

A estas preguntas contestaba la propia Clara con un rotundo


reconocimiento del bolchevismo:

Yo me manifiesto decididamente a favor de los bolcheviques.


A mi juicio, la Historia ha dado la contestación a las discusiones
teóricas sobre el derecho de los obreros y campesinos rusos a to-
mar el Poder.
El imponente cuadro de la Revolución de Octubre está ante
nosotros diciendo con voz cálida al proletariado internacional:
«¡Existo y existiré; seguidme!».

Entusiasmada por la gran proeza revolucionaria de los bol-


cheviques, Clara escribió a principios de 1918 una carta a Lenin
solidarizándose con su obra. Lenin, que siempre la tuvo en gran
estima, contestó manifestándole que los bolcheviques estaban
orgullosos de la adhesión de la gran batalladora proletaria.
En sus artículos sobre el Congreso de Stuttgart (en el Proleta-
rio del 2 de noviembre de 1907 y en el Calendario para todos de
1908) Lenin alude varias veces a la posición de Clara en diversos
problemas políticos, citando sus artículos de Die Gleichheit.
Clara Zetkin y Lenin se conocían desde unos diez años antes
de la Revolución Socialista de Octubre, y se habían reunido en los
Congresos y Conferencias socialistas durante la estancia de Lenin
en la emigración en Múnich.
En 1920 estuvo Clara en la U.R.S.S., tomando parte en los tra-
bajos del Segundo Congreso de la Internacional Comunista. Fue
elegida para la dirección del Secretariado femenino internacional
de la Internacional Comunista, y desde entonces aprovechó todas
las posibilidades para estudiar la vida y la actividad de los obreros
y campesinos de la U.R.S.S., saludando calurosamente los éxitos
de la construcción socialista.
Zetkin era una escritora de gran talento y una buena oradora
que ponía su cultura al servicio de la causa proletaria. Dedicó
toda la fuerza de su palabra y de su pluma a la propaganda del
25
Socialismo, cuyo camino quedó abierto en la sexta parte de la su-
perficie de la Tierra gracias a la victoriosa Revolución Socialista
de Octubre. En la vida y en la obra de Clara Zetkin ha tenido una
profunda influencia la manera en que el Partido de Lenin-Stalin
ha alcanzado y fortalecido el Poder de la clase obrera, la forma en
que siguen las masas el camino hacia el socialismo, el modo cómo
se ha resuelto en la U.R.S.S. el problema nacional y echado los
cimientos de la verdadera revolución cultural, y la solución del
gran problema de la emancipación de las mujeres trabajadoras.
Clara Zetkin, cuya actuación política empezó cuando nacía el
movimiento socialista y que dio a la obra del socialismo toda su
vida, al final de ella vio la realización de aquello por lo que había
luchado tantos años. La Unión Soviética se convirtió en su verda-
dera patria y hasta los últimos días de su vida siguió con el mayor
interés todos los éxitos y victorias del socialismo, manifestando
sus sentimientos sobre los mismos con las siguientes palabras:

Bajo la dirección del camarada Stalin, continuador de la gran


obra de Lenin, se han alcanzado victorias de una importancia his-
tórica mundial.

Clara comprendió perfectamente el gran papel histórico que


representa el camarada Stalin en la dirección del Partido bolche-
vique, en la construcción soviética y en el movimiento obrero
mundial. Unos meses antes de su muerte, pronunció en Arján-
guelskoye, donde vivía, su último discurso:

Saludo con profundo cariño al camarada Stalin, excelente y


genial guía del Partido Comunista, que con admirable energía y
lealtad pone todas sus fuerzas en la realización y construcción del
socialismo, que es el legado de los tres grandes jefes, Marx, En-
gels y Lenin.

Esta manifestación del último superviviente y camarada de


armas de Federico Engels simboliza una unión inquebrantable
entre Marx, Engels, Lenin y el continuador de su obra, Stalin,
bajo cuya dirección los trabajadores de la U.R S.S. han convertido
el socialismo, de un objetivo futuro, a una obra gigantesca del
presente.
26
El tribuno de la Internacional Comunista

Solamente una dirección bolchevique podía resolver los pro-


blemas que la Revolución de Noviembre planteó ante la clase
obrera alemana; pero el proletariado alemán no tuvo esta direc-
ción el día 9 de noviembre de 1918. La organización de un Partido
Comunista era una condición indispensable para la creación de
tal dirección.
En los años 1918 y 1919 se creó en Alemania el Partido Comu-
nista; pero era necesario atraer a este Partido a lo mejor y más
consciente de la clase obrera, convirtiéndolo en un partido de
masas.
Clara Zetkin hizo todos los esfuerzos posibles para atraer al
Partido Comunista alemán a los combatientes proletarios que in-
tegraban el Partido Socialdemócrata Independiente y puede de-
cirse que, gracias a su trabajo y actividad, lo consiguió en parte,
durante la Conferencia que se celebró en Hale (1920).
En dicha Conferencia, Ernesto Thälmann llevó a las filas de la
sección alemana de la Internacional Comunista casi toda la orga-
nización del Partido Socialdemócrata Independiente de Ham-
burgo.
Después de esto, la vida de Clara Zetkin estuvo ligada de un
modo más estrecho a la historia del Partido Comunista de Ale-
mania en la lucha por una línea política clara, aunque no podía
evitar las vacilaciones que eran consecuencia del pasado de los
socialdemócratas alemanes de izquierda; ella misma tenía que li-
berarse de ciertos residuos de las tradiciones socialdemócratas,
siendo su camino hacia el bolchevismo un complicado proceso de
autodeterminación. Desde luego, ella poseía una cualidad sin la
cual no se puede ser bolchevique: no temer a la crítica ni a la au-
tocrítica; ella sabía aprender de sus errores, superarlos e ir hacia
adelante. Un ejemplo: en 1921, estando en desacuerdo con la tác-
tica de la Internacional Comunista en el problema de la organi-
zación de un Partido Comunista en Italia, se separó del Comité
Central del Partido Comunista de Alemania y rompió seriamente
la disciplina del Partido.
La implacable crítica que hizo Lenin de la conducta de Clara
Zetkin la movió no solamente a romper definitivamente con el

27
renegado Pablo Levi, al cual estaba estrechamente unida, sino
que, comprendiendo su falta, manifestó su adhesión a la Interna-
cional Comunista. En sus Recuerdos, escribió lo siguiente acerca
de aquel episodio:

Las vacilaciones en la definición de las posiciones de la direc-


ción del Partido alemán, sobre el Congreso del Partido Socialde-
mócrata de Italia en Livorno y sobre la táctica del Comité Ejecu-
tivo, me impulsaron a salir del seno del Comité Central. La cons-
ciencia de que con este quebranto de la disciplina me puse en
contradicción con aquellos que me eran política y personalmente
más afectos que nadie, o sea con los amigos rusos, me creó una
situación penosísima.

Desde el Tercer Congreso de la Internacional Comunista en


1921, Clara Zetkin era miembro del Comité Ejecutivo y del Presí-
dium de la Internacional Comunista. Muchas veces tomó parte
como representante de la Internacional Comunista en las Confe-
rencias de los partidos obreros de distintos países. En el Con-
greso del Partido Socialista de Francia, reunido en Tours, pro-
nunció un discurso de un profundo contenido revolucionario,
lleno de pensamientos con los que supo convencer a la mayoría
de los delegados de la rectitud de la línea de la Internacional Co-
munista, prestando una gran ayuda a la creación del Partido Co-
munista de Francia.
En el Congreso del Partido Socialista de Italia, que tuvo lugar
en el mismo año 1921 (su llegada ilegal al mismo dio lugar a mu-
chas dificultades), defendió acertada y enérgicamente la política
de la Internacional Comunista.
En la lucha que el Partido de Lenin-Stalin sostuvo contra los
traidores trotskistas y de derecha, Clara se mantuvo firme en la
línea general del Partido Comunista, desarrollando una gran ac-
tividad cuando la contrarrevolución trotskista y derechista fue
descubierta.
Después de haber pasado su ya larga vida en las filas del mo-
vimiento socialdemócrata y en la Segunda Internacional, Clara
Zetkin fue hacia el bolchevismo en las últimas décadas de su vida,
y se convirtió en una infatigable luchadora bajo la bandera de la

28
Internacional Comunista. Después de ser discípula y colabora-
dora de Engels, una de las creadoras de la Segunda Internacional,
compañera de lucha de Augusto Bebel y Guillermo Liebknecht,
en sus mejores tiempos, en la séptima década de su vida pasó a
ser una apasionada colaboradora de Lenin y Stalin.
En la historia de esta preciosa vida, se refleja todo el camino
del marxismo, que encontró en el leninismo su posterior desarro-
llo creador.

Contra el fascismo y la guerra

La actividad de Clara Zetkin es un manifiesto ejemplo de la


lucha por la paz, contra el fascismo y contra sus insolentes pro-
vocaciones que conducen a una nueva guerra mundial. Así lo
comprendió ella inmediatamente y, sin vacilación, se dedicó a ex-
plicar a las masas trabajadoras el inmenso peligro que es, para
ellas, el fascismo.
La vida política de Alemania en 1932 se caracterizaba por la
más profunda agudización de la lucha de clases. La burguesía,
viendo el peligro en que estaba su dominación a consecuencia del
desarrollo del movimiento comunista, y que los jefes de la social-
democracia y de los sindicatos no podían ya contener el espíritu
revolucionario de la clase obrera, creyó encontrar su salvación en
el fascismo. El mariscal Hindenburg, elegido por segunda vez
Presidente de la República alemana, con la ayuda del Partido So-
cialdemócrata, nombró en la primavera de 1932 el Gobierno de
von Papen, el Gobierno de preparación de la dictadura fascista.
Las bandas fascistas que, bajo la presión de las masas trabajado-
ras, habían estado prohibidas durante algún tiempo, fueron nue-
vamente legalizadas. Alimentadas por los magnates financieros,
estas bandas fascistas se introducían en los barrios obreros, ase-
sinando a los revolucionarios y a sus dirigentes, incendiando y
destruyendo las casas de los sindicatos y las organizaciones e ins-
tituciones del proletariado. Aunque el fascismo no había asaltado
aún el Poder en Alemania, sus bandas se mostraban cada día más
audaces, aterrorizando a la clase trabajadora. El Gobierno de Pa-

29
pen disolvió el Reichstag y convocó nuevas elecciones. El fas-
cismo supo por medio de frases y promesas demagógicas atraerse
a importantes masas de la pequeña burguesía, profundamente
desilusionadas de la política de la República de Weimar, y las
elecciones dieron lugar a un considerable aumento del grupo de
diputados fascistas, a los que se oponía en el nuevo Reichstag la
minoría del Partido Comunista, dispuesta a una lucha sin tregua,
sostenida por el mejor y más avanzado de los Partidos de la clase
obrera alemana. La misma composición del Reichstag reflejaba
la más aguda lucha de clases en Alemania en aquel momento.
El miembro de más edad del Reichstag que, según la tradi-
ción, tenía que abrir la primera sesión, era la dirigente comunista
Clara Zetkin, que tenía entonces 75 años.
Los fascistas estaban furiosos; amenazaban con no permitir
que Clara abriera el Reichstag, prometiendo actuar con sus mé-
todos contra la «agente bolchevique» si aparecía en la tribuna;
pero ella, como buena comunista, no se intimidó por las amena-
zas. Se encontraba entonces en Moscú, enferma y débil; aunque
incansable para el trabajo, su larga y penosa vida había dejado
huellas en su organismo. Estuvo mucho tiempo postrada en
cama; se hallaba casi ciega; pero era necesario que en aquella
ocasión y a fin de llenar las prácticas parlamentarias se oyera la
voz de Clara Zetkin, que era la de los trabajadores.
Todos sus amigos se preguntaban si el estado de debilidad de
Clara le permitiría el esfuerzo de trasladarse a Berlín; pero en ella
ardía una voluntad inquebrantable, revolucionaria, de lucha, y
salió valerosamente para aquella ciudad, desechando toda clase
de temores. Recordemos un pequeño pero característico episodio
del viaje:
Para evitar un posible complot de los fascistas en el momento
de su llegada a Berlín, el Comité Central del Partido Comunista
indicó a Clara que bajara del tren en la estación de Küstrin, cerca
de Berlín, llegando a esta población en coche bajo la custodia de
un pequeño grupo de camaradas. Al bajar por la escalera de la
estación, en Küstrin, uno de los amigos que acompañaban a Clara
se deslizó y la arrastró consigo al caer. Todos corrieron hacia
Clara, que se encontraba tendida en la escalera; pero ella, a pesar
de sus 75 años, empezó a calmarles: «Camaradas, no ha ocurrido

30
nada, estad tranquilos». Se levantó y por sí misma continuó ba-
jando las escaleras. El coche la llevó a Berlín, y tres días después
tuvo lugar la apertura del Reichstag. Toda la parte derecha del
salón de sesiones estaba llena de fascistas con camisas pardas;
las tribunas destinadas al público estaban ocupadas por los re-
presentantes de las grandes empresas berlinesas; en la de perio-
distas había multitud de corresponsales de la prensa extranjera.
En la sala había una gran expectación, pues, con excepción de los
comunistas, nadie sabía si Zetkin ocuparía la silla presidencial y
pronunciaría un discurso político. La atención creció al máximo
cuando se acercó el momento señalado para la apertura del
Reichstag y en todo el edificio resonaron los timbres llamando a
los diputados; se hizo un profundo silencio que interrumpió so-
lamente el sonido de un leve timbre anunciando la apertura de la
sesión. La cortina que cubría la entrada a la mesa presidencial se
abrió y apareció Clara Zetkin sostenida por dos compañeras,
miembros de la minoría comunista del Reichstag. Los comunis-
tas y unas docenas de obreros que estaban en las tribunas acla-
maron a la veterana luchadora, con el triple saludo: «¡Rotfront!».
El pardo mar de las camisas fascistas permaneció en sus es-
caños, inmóvil de estupor.
Clara empezó a hablar; las palabras salían con dificultad de su
garganta. Hizo la pregunta formularia de si había algún diputado
que tuviera más edad y en vista del silencio pronunció un gran
discurso político contra los promotores de la guerra, dibujando
el cuadro de la nueva conflagración mundial imperialista que se
acerca. Hizo un llamamiento a las masas para marchar por el
único camino posible para evitarlo: la creación del frente único
de todos los trabajadores. Su discurso fue una imponente acusa-
ción contra el fascismo, contra los promotores de la guerra, con-
tra el capitalismo. Valientemente, llamó a los trabajadores de
Alemania a la lucha por la paz; subrayó el papel importantísimo
de la Unión Soviética en esta lucha; indicó a las masas que su li-
beración sería la revolución proletaria, el comunismo.
En aquella histórica sesión del Reichstag, Clara Zetkin pro-
nunció las palabras que hoy día representan el programa de lucha
de los comunistas alemanes y de las clases trabajadoras contra el
fascismo:

31
La exigencia del momento es la formación del frente único de
todos los trabajadores para la lucha contra el fascismo. Es nece-
sario vencer al fascismo para conservar la potencia de los que es-
tán esclavizados y explotados, para conservar la fuerza de sus or-
ganizaciones, para conservar finalmente su existencia física. Ante
esta perentoria y urgente necesidad, tienen que borrarse todas
las discordias políticas y sindicales. Todos cuantos se hallan ame-
nazados por el peligro fascista, todos los que sufren por él, tienen
que crear el frente único contra el fascismo y sus agentes. La for-
mación de los trabajadores en esta lucha es la condición funda-
mental y previa del mismo, en su lucha contra la guerra imperia-
lista y contra la raíz de todos estos males, es decir, contra el sis-
tema de producción capitalista.

Clara terminó su discurso diciendo:

Declaro abierto el Reichstag, cumpliendo mi obligación como


diputado de más edad; espero vivir hasta el día feliz en que por
este derecho de más edad que hoy me asiste, pueda abrir la pri-
mera asamblea en la Alemania soviética.

La muerte no dejó a Clara realizar este ideal; pero el proleta-


riado alemán, bajo la dirección del Partido Comunista, luchará
con todas sus fuerzas por el establecimiento del frente único po-
pular en la lucha contra el fascismo, lo derrotará y, siguiendo el
ejemplo de la Revolución Socialista en la U.R.S.S., creará una
Alemania libre y socialista.

Por la solidaridad proletaria internacional

Clara Zetkin fue una luchadora incansable de la solidaridad


internacional, prestando su máxima ayuda al Socorro Rojo Inter-
nacional, para el que en sus últimos días escribió un manifiesto
relacionado con la Semana Internacional de Ayuda, organizada
por el Socorro Rojo. En él llamaba al proletariado de todo el

32
mundo para que ayudara en su lucha heroica a los obreros ale-
manes contra el fascismo hitleriano, terminando con las siguien-
tes palabras:

Enemigos del fascismo en todos los países: yo os llamo a cum-


plir vuestro deber de solidaridad al lado del Socorro Rojo Inter-
nacional. El sacrificio que exige de vosotros éste es mínimo com-
parándolo con el que todos los días realizan los obreros revolu-
cionarios en su lucha contra el fascismo. Ninguno de vosotros
tiene derecho al descanso hasta que el fascismo, la opresión san-
grienta, el hambre, el terror y la guerra que provoca, sean derro-
tados por completo.

En los últimos días de su vida, Clara Zetkin se entregó por


completo al gran movimiento mundial de la solidaridad interna-
cional proletaria. En 1924, al crearse la admirable institución del
Socorro Rojo Internacional, fue nombrada su Presidenta, po-
niendo su entusiasmo en esta obra que ella deseaba se convirtiera
en una organización de amplia ayuda a las víctimas del fascismo,
en un fuerte apoyo a la lucha internacional contra la guerra. El
terror sangriento que el fascismo hitleriano ha establecido sobre
las masas trabajadoras de Alemania planteó ante el Socorro Rojo
Internacional importantes tareas; y solamente la ayuda de las
masas trabajadoras de todo el mundo a los obreros alemanes, la
creación del frente único contra los promotores fascistas de la
guerra, la solidaridad internacional con las víctimas del terror
fascista, dará la posibilidad de aniquilar el fascismo y evitar la
gran desgracia de una nueva carnicería sobre los pueblos. Éste
fue el programa que Clara Zetkin adoptó ante las masas, demos-
trándoles su importancia; y como único camino para la liberación
del camarada Ernesto Thälmann de las garras sangrientas del
fascismo hitleriano. En su ardiente llamamiento no hablaba sólo
de la liberación de Thälmann, sino también de la de todos los an-
tifascistas encarcelados, de la lucha por el derrumbamiento de
todos los presidios fascistas y por la destrucción del fascismo
hitleriano mismo. Su último trabajo termina con las siguientes
palabras:

33
Ved Alemania, donde el capitalismo moribundo busca su sal-
vación en el fascismo, en el cual ha establecido el régimen del
aniquilamiento físico y moral de los trabajadores, la barbarie y la
ferocidad que en muchos casos han superado a los horrores de
los tiempos medievales. Todo el mundo está indignado de las
atrocidades cometidas por los bandidos pardos. La solidaridad
con los que luchan y la ayuda material a las víctimas del fascismo
es la exigencia ineludible del momento.

Clara Zetkin escribió estas líneas con todo su corazón, con la


llama de su ardiente alma de luchadora, preocupándose, a la vez
que del gran antifascista encarcelado, de todas las víctimas anó-
nimas de la contrarrevolución. Sus palabras están llenas de odio
santo hacia los enemigos y verdugos de los trabajadores; ella su-
fría por todos los oprimidos y martirizados, por todos los humi-
llados y ofendidos. Ella sufría por las mujeres y las hijas, a las que
el terror blanco privaba de sus seres queridos, de pan y de casa,
pues en su juventud había conocido las necesidades y los sacrifi-
cios que el trabajo ilegal exige a los luchadores revolucionarios
en los países capitalistas, con sus leyes de excepción, persecucio-
nes políticas y cárceles.
Ahora, cuando los agresores fascistas provocan el incendio de
una nueva guerra mundial, las palabras de Clara tienen una gran
fuerza, especialmente su llamamiento de frente único proletario.
El resultado de la alianza militar fascista realizado entre Berlín-
Roma-Tokio, y de la ayuda de Inglaterra y Francia a los agresores
fascistas, ha sido la guerra de Italia en Abisinia, la intervención
ítalo-germana en España, la invasión de los japoneses en China,
la anexión de Austria, la amenaza a Checoeslovaquia y a otros
países democráticos y el propósito de llevar a la guerra al país del
socialismo. Hay que fortalecer la solidaridad internacional, crear
el Frente Único; éste es el camino a seguir para vencer al fascismo
y defender la paz.
Nuestro gran jefe, el camarada Stalin, dice en su carta dirigida
al joven comunista Ivánov que

la ayuda eficaz del proletariado internacional constituye una


fuerza sin la cual no puede resolverse el problema de la victoria

34
definitiva del socialismo en un solo país. Claro es que eso no sig-
nifica que debamos permanecer con los brazos cruzados en es-
pera de una ayuda exterior. Al contrario: la ayuda del proleta-
riado internacional debe ir unida a nuestro trabajo para fortale-
cer la defensa de nuestro país para reforzar nuestro Ejército Rojo
y nuestra Marina Roja, y movilizar a todo el país para luchar con-
tra la agresión militar y contra los intentos de restauración de las
relaciones burguesas.3

En esta carta, el camarada Stalin subraya de nuevo que el me-


dio más fuerte en la lucha por la victoria del socialismo, contra la
guerra y el fascismo, es la unión fuerte e inquebrantable y la pro-
funda solidaridad de la clase obrera internacional y de todos los
luchadores, por la paz, la libertad y el socialismo.
El ejemplo de Clara Zetkin nos da nuevas fuerzas en esta lu-
cha. A pesar de las feroces persecuciones por parte de los verdu-
gos fascistas, seguiremos levantando la bandera de la solidaridad
proletaria. Los antifascistas, todos los amigos de la democracia,
del progreso, de la libertad y de la paz, se unen en esta gran obra
de solidaridad. Cientos y miles de hombres siguen dando su vida
por estos ideales; por ejemplo, el revolucionario Rudolf Klaus,
decapitado por trabajar en el Socorro Rojo Internacional ilegal
en Alemania.
El testamento de Clara Zetkin va realizándose en la práctica.
El frente de la lucha contra la guerra y el fascismo, por la paz y el
socialismo, sigue ampliándose.
¡Viva la obra por la cual trabajó Clara Zetkin; recordemos
siempre y continuemos su obra!
¡Viva la solidaridad proletaria internacional y el Socorro Rojo
Internacional, su potente organizador!
Que todo antifascista, que todo amigo de la paz y de la liber-
tad, que todo el que desee ayudar a las víctimas del terror blanco,
se una a la obra de la solidaridad internacional, al S.R.I. Nuestra
misión es unir todas las fuerzas. Solamente con la unidad de la
clase obrera internacional, apoyada en la inquebrantable poten-
cia de nuestra Patria socialista, con su constante política de paz,

3 Stalin: La construcción del Socialismo en la U.R.S.S. y la revolu-


ción mundial. Ediciones Europa-América.
35
en la fuerza de su Ejército y Armada Rojos, serán invencibles
nuestras fuerzas, en la lucha contra el fascismo, por la victoria del
socialismo.
¡En alto la bandera de la solidaridad proletaria internacional!
Wilhelm Pieck

Clara Zetkin
Medio siglo de militancia marxista

1917

1914

1910

1905

1896

1889

ediciones
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