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Capítulo III

Normas y actos jurídicos

Sumario: I- La norma canónica. a) Concepto. b) Normas canónicas. II- Acto


jurídico. a) Concepto. b) Requisitos de validez del acto jurídico canónico. III- La ley
canónica. a) Concepto. b) Sujetos de la ley canónica. b) Promulgación. c)
Irretroactividad. d) Universalidad y particularidad de la ley. Personalidad y
territorialidad. e) Obligación y efectos de la ley canónica. f) Duda, ignorancia y error
de la ley. g) Interpretación. IV- La costumbre canónica. a) Concepto. b) Comunidad
creadora de la costumbre. Texto del Código. c) Clases de costumbres. d) función de
la costumbre como intérprete de la Ley. e) Cesación de la costumbre.  V- Actos
administrativos. Privilegios y dispensas. a) Derecho canónico administrativo. b)
Derecho Administrativo normativo. b) Derecho administrativo singular. VI-
Sanciones en la Iglesia. a) Derecho de la Iglesia para castigar los delitos. b) El delito.
El delincuente. c) Las penas eclesiásticas. d) Imposición y la remisión de las penas.

a) Concepto
Partiendo del concepto de ley dado por Santo Tomás de Aquino podemos decir
que norma es toda ordenación de la razón práctica dirigida al bien común dictada por
quién tiene a su cargo el cuidado de la comunidad, o por la comunidad misma1.
El concepto de norma es más amplio que el de la ley, pues esta última es una
especie de norma pero no es la única, pues tanto la costumbre, como algunos actos
administrativos también son especies de normas.
Para el sistema filosófico tomista la norma es una medida o regla de las
acciones, por medio de la cual se induce a obrar o a abstenerse de hacerlo. Toda norma
supone un orden propuesto por la razón, y dicho orden debe lograrse mediante la
aplicación de la norma, de modo que la norma por ser instrumento de orden, es
producida por la razón.
Santo Tomás distingue diversos tipos de normas que, en el ordenamiento
canónico adquieren particular relevancia:
a- Ley Eterna: como fundamento de toda ley y por consiguiente de la ley natural. Siendo Dios
quien gobierna el mundo creado, es en él en donde está la razón de las cosas. La ley es
eterna, porque existe en Dios y no en el tiempo. Al ser la ley eterna la razón de la
sabiduría divina, es principio de toda verdadera ley.
b- Ley Natural o Divino Natural: es la participación de la ley eterna en la creatura racional,
es decir, en el hombre. Así, ley eterna y ley natural, son dos modos distintos de ser de la
misma ley. En cuanto está en Dios es ley eterna; en cuanto participa de las criaturas, es
ley natural. En cuanto al contenido de la ley natural es que “se debe obrar y proseguir
el bien y evitar el mal”.
c- Ley Divino-Positiva: es la emanada del mismo Dios, contenida en la Revelación. El hecho
de la Revelación, es una positivización para mayor cognoscibilidad de los mismos por
parte de los hombres.

1
AQUINO, T. de, Summa Theologiae, I-II q. 90, a. 4 (ordinario rationis ad bonum commune ab eo qui
curam habet communitatis, promulgata). También es válido el concepto dado por F. SUÁREZ en De
legibus 1.1, c. 12, n. 2 (ommune praeceptum, iustum ac stabile, sufficienter promulgatum).
d- Ley o norma humana: que es la norma dictada por la autoridad humana que para ser
verdadera, debe derivar de la ley natural y nunca oponerse, en consecuencia, a la
Divina.

Las normas concretan socialmente al derecho. El derecho es el objeto de la


justicia, es decir, aquello que se adecua y se debe a otro de acuerdo con una razón de
igualdad. La norma es la razón o regla del derecho. Esta regla existe en la mente del
legislador, como punto de referencia o medida. La norma no se identifica con el
derecho, porque lo que el derecho da en justicia, lo da en razón de la norma.

Toda norma y todo derecho están ordenados a un fin, y ese fin lleva
naturalmente implícito un determinado fin. La idea de bien común se presenta como una
evidencia inmediata a los individuos que forman una comunidad solidaria, es el bien de
todos, del que participan todos sin exclusiones.

Así el derecho considera como justo, lo que no se opone a la justicia natural. La


determinación de lo que es justo se logra mediante el acuerdo común de la razón y de la
voluntad de quienes tienen la autoridad para establecerlo2.

La norma canónica para tener validez requiere los siguientes recaudos ser: 1º
racional, lo que implica su congruencia con el derecho divino, lícita, posible, razonable
y conveniente; 2º emanada de autoridad, en el caso canónico el oficio eclesiástico debe
llevar anexa la facultad legislativa, o de una comunidad eclesial susceptible de ser sujeto
pasivo de derecho canónico; 3º servir al bien común eclesial, ordenar de modo justo a la
Iglesia para que cada fiel se acerque a la perfección de la Verdad; 4º general, pues está
dictada para regular a la comunidad; 5º permanente, pues se dictan con carácter
indefinido para un número indeterminado de casos y de hechos, lo que facilita su
observancia para que la comunidad la conozca y se acostumbre a su observancia y 6º
debe ser promulgada, para que la comunidad de fieles pueda conocerla.

b) Normas canónicas
El CIC recoge en el Libro I tres bloques de ordenaciones normativas canónicas
obligatorias: 1º ley y costumbre (normas generales con destinatarios abstractos, dadas el
legislador), 2º decretos generales e instrucciones (dados por el legislador o autoridad
administrativa, con destinatario abstracto), y 3º los actos administrativos singulares

2
ARRAYA VEGA, E.A., El tratado de la ley en Santo Tomás de Aquino: un capítulo de historia del
Derecho,  En: Revista de filosofía de la Universidad de Costa Rica. XXXV. n. 85. San José (1997); 127-
134.
(precepto, privilegio y dispensa, con destinatario concreto o singular). Estos últimos no
configuran normas de carácter general, pero si tienen fuerza obligatoria.

II- Acto jurídico

a) Concepto
Pueden distinguirse entre actos los del hombre y los actos humanos. Los
primeros son aquellos actos realizados por una persona o que le suceden a ella, sin
intervención de la voluntad. Los segundos, en cambio, son aquellos actos realizados por
la persona humana, a partir de una determinación libre de la voluntad.
Teniendo presente esta diferencia entre los actos del hombre y los actos
humanos, la doctrina jurídica ha distinguido también entre hechos jurídicos y actos
jurídicos.
Los hechos jurídicos son los acontecimientos de la naturaleza, actos del hombre
o actos humanos, a los que la autoridad reconoce eficacia jurídica, con independencia de
la voluntad del que los realiza, si es que la tiene. Es decir, los hechos jurídicos pueden
ser involuntarios o voluntarios, aunque en este último caso no tiene consecuencia en la
producción del efecto jurídico.
  Los actos jurídicos son aquellos actos humanos que producen efectos jurídicos,
en los que el legislador toma en cuenta la voluntad libre del autor y la intención de
pretender alcanzar los efectos jurídicos que la norma canónica le atribuye. La
voluntariedad y la intencionalidad son elementos definitorios del acto jurídico.
Los actos jurídicos pueden ser válidos e inválidos o nulos, así como actos
jurídicos eficaces e ineficaces. La validez o nulidad de un acto jurídico depende
fundamentalmente de que estén presentes o ausentes sus elementos esenciales. Es
posible que, estando presente todos los elementos esenciales del acto jurídico, no se
cumplan los requisitos formales que le imponen la norma canónica para su realización
y, por tanto, no consiga sus efectos jurídicos. En este caso tendríamos un acto jurídico
válido, pero ineficaz al no alcanzar los efectos jurídicos establecidos por la norma
canónica.
Por último, también se distinguen los actos jurídicos lícitos e ilícitos. Los actos
jurídicos lícitos son aquellos que se realizan en conformidad con las normas,
produciendo los efectos jurídicos; en cambio, los actos jurídicos ilícitos son aquellos
que se realizan violando una o más normas, pero que no invalidan los efectos jurídicos
del acto. Son violaciones de las normas que no alcanzan la gravedad para ser
sancionadas con la invalidez o ineficacia del acto jurídico3.

b) Requisitos de validez del acto jurídico canónico


El Código estipula en el canon 124 § 1. Para que un acto jurídico sea válido, se
requiere que haya sido realizado por una persona capaz, y que en el mismo concurran
los elementos que constituyen esencialmente ese acto, así como las formalidades y
requisitos impuestos por el derecho para la validez del acto.
Sin dar una definición del acto jurídico, el canon establece los requisitos
necesarios para la validez del acto jurídico:
1º- El primer elemento es la capacidad del fiel. Pueden tener capacidad jurídica para realizar
actos jurídicos, tanto las personas físicas como las personas jurídicas (capacidad que, en
ese caso, se denomina competencia). Con respecto a las personas físicas, en principio
sólo los bautizados tienen capacidad jurídica para realizar actos jurídicos, y en casos
excepcionales los no bautizados ya sea porque están por ingresar a la Iglesia –
catecúmenos- o por su relación con un bautizado respecto a un derecho natural.
La capacidad jurídica tenemos que contemplarla en una doble vertiente: por una parte la
capacidad de derecho, y por otro lado la capacidad de obrar o de hecho. Por la primera
el fiel se considera apto para ser titular de derechos y obligaciones canónicas, y por la
segunda se alude a que la persona tenga inteligencia y voluntad suficiente para realizar
de manera libre y deliberada un acto jurídico.
2º- Los elementos constitutivos del acto jurídico son, en primer lugar, el elemento subjetivo, es
decir, el acto humano libre y deliberado por el cual se realiza; en segundo lugar, el
elementos objetivo, que debe ser un objeto idóneo determinado (que no pueda ser
confundido con otro), posible (efectivamente realizable para alcanzar el efecto jurídico
deseable) y lícito (que no esté prohibido por el ordenamiento canónico).
3º- El cumplimiento de las formalidades que exige la norma canónica para la validez del acto
jurídico.
Al respecto para algunos actos jurídicos la ley canónica fija el modo con el que
debe expresarse externamente la voluntad interna del que lo realiza. Si la voluntad
interna no fuera conforme a la voluntad manifestada externamente, el acto jurídico sería
inválido. Sin embargo, por seguridad jurídica, todo acto jurídico en el que estén
presentes los elementos externos, se supone válido. La carga de prueba contraria,
corresponderá a quien afirme que los elementos externos con coinciden con la voluntad
externa.
El acto jurídico, por su naturaleza, es un acto humano. Para proteger la
integridad del acto humano que subyace en el acto jurídico, la norma canónica fija
ciertas condiciones, que de no cumplirse se considera que el acto jurídico está viciado,
en mayor o menor grado de gravedad, no produciendo todos los efectos jurídicos, y, por

3
FORNÉS J., El acto jurídico-canónico (sugerencias para una teoría general), en Ius Canonicum 49
(1985).
consiguiente, el sujeto damnificado podría solicitar al juez su rescisión mediante la
declaración de nulidad.
Cuatro son los vicios que las normas generales canónicas aplican a todos los
actos jurídicos: la violencia física, el miedo, el dolo, la ignorancia y el error

III- La ley canónica

a) Concepto
La ley, como se dijo, es una norma específica que tiene primacía entre las demás
normas canónicas en virtud del principio de legalidad4.
El Código define a la ley como una prescripción común establecida por el
legislador competente para una comunidad capaz de recibir leyes (CIC c. 29).
El concepto fundamental dado por el Código ha sido completado por la doctrina
que propone que la ley canónica es un acto de la potestad legislativa de la Iglesia,
dotado de generalidad, cuyo tenor se expresa en una fórmula, fijada mediante la
promulgación5.
Para el derecho canónico resulta fundamental en la noción formal de ley que la
misma provenga del legislador, es decir del ejercicio del poder de jurisdicción que lleve
anexo facultad legislativa. En este orden de ideas no solo las leyes canónicas,
propiamente dichas, resultan leyes, sino también los decretos generales son ley, aunque
no se les denomine, técnicamente, ley.

b) Sujetos de la Ley canónica


Son sujetos activos de la ley canónica quienes, justamente, pueden dictar leyes
en la Iglesia.
La doctrina ha interpretado que son sujetos activos de la ley canónica:
- El Romano Pontífice (CIC c. 331) y el Colegio Episcopal (CIC c. 336).
Dentro de los límites de su oficio pueden dictar leyes:
- los obispos diocesanos y sus equiparados (CIC c. 381),
- el Concilio Particular (CIC c. 439),
- las Conferencias Episcopales (CIC c. 445),
- los capítulos o asambleas generales y los directores generales de institutos clericales pontificios
de vida consagrada o de sociedades de vida apostólica (CIC cc. 631 y 7171 y ctes.); y

4
AYMANS W., Lex canonica. Consideraciones sobre el concepto de ley canónica. En Ius Canonicum,
1985 Vol XXV nº 50.
5
LOMBARDIA, P. Comentarios a los c. 1-90, en AA.VV., Código de Derecho Canónico. Edición
anotada. Pamplona 1983.
- en caso extraordinario existiendo una necesidad universal y con aprobación del papa también
pueden dictar leyes las congregaciones romanas (motu proprio Cum iuris canonici, de
Benedicto XV, del 15/09/1917)6.

Son sujetos pasivos de la ley canónica el destinatario, es decir la comunidad de


fieles unida internamente por vínculos jurídicos de cierta permanencia o estabilidad, que
goce de vida autónoma, pues la ley es un medio que tiene la autoridad para regular las
relaciones de un conjunto de personas. Pero también queda aprehendido dentro de las
disposiciones canónicas, como sujeto pasivo, la autoridad que dictó la norma, pues
debido a que rige plenamente el principio de legalidad por medio del cual la autoridad
también es un fiel obligado al cumplimiento del derecho.
Concretamente la doctrina propone que las comunidades que pueden ser sujeto
pasivo son la Iglesia Universal, la Diócesis, la Parroquia o un instituto de vida
consagrada7, y por ende los fieles cristianos y las personas jurídicas canónicas.
Los fieles cristianos, para ser plenamente alcanzados por las disposiciones de la
ley deben de ser, además de bautizados o recibidos en la Iglesia, tener uso de razón y
haber cumplido siete años.

b) Promulgación
Las leyes canónicas, para ser exigibles, deben ser promulgadas. Promulgar no es
lo mismo que divulgar (que es un hecho); ni lo mismo que publicar (que se relaciona a
la edición del texto de la ley); ni lo mismo que entrar en vigor (que es el momento en
que la ley se torna obligatoria).
El Código dispone que la ley queda establecida cuando se promulga (CIC c. 7).
Para los autores la promulgación es la intimación o acto jurídico revestido de
cierta solemnidad por el cual la autoridad exterioriza su mandato y lo da a conocer a sus
destinatarios con ánimo de obligarles8.
La promulgación trae aparejada consecuencias jurídicas, pues por un lado la ley
debe ser comunicada a la comunidad para adquirir certeza jurídica, la misma se torna
obligatoria y concreta la justicia. Desde la promulgación la ley se incorpora al orden
jurídico y no puede ser desconocida, aunque sus efectos se paralizan o postergan hasta
su comunicación y cesado el período de vacatio.

6
PIÑERO, J.M., La ley de la Iglesia. I, Madrid 1985, página 100.
7
BERNARDEZ CANTON, A., Parte general de Derecho Canónico, Madrid 1990, página 131.
8
BERNARDEZ CANTON, A., Parte general de Derecho Canónico, Madrid 1990, página 113.
La comunicación o divulgación de la ley universal promulgada se realiza, en el
derecho canónico, ordinariamente, por su inserción en el Acta Apostólica Sedis (CIC c.
8 §1). Las leyes particulares se comunican conforme el modo que estipule el legislador
(CIC c. 8 §2). Extraordinariamente las leyes pueden comunicarse en forma solemne-
oral.
En relación a la vacatio, es decir el período en que la ley promulgada y
comunicada no es eficaz, el Código estipula un plazo de tres meses para las leyes
universales (CIC c. 8 §1); y un mes las leyes particulares (CIC c. 8 §2). Los plazos
pueden ser más largos o breves. El objeto de la vacatio es facilitar la recepción de la
ley en la comunidad.

c) Irretroactividad
Por principio las leyes no son irretroactivas, pues contemplan los hechos
futuros, no los pasados (CIC c. 9), por lo que una nueva ley no puede aplicarse a un
acto realizado con anterioridad a la misma.
Pero excepcionalmente la ley puede ser retroactiva cuando el acontecimiento al
que se la quiere aplicar no ha sido plenamente realizado o no ha producido plenamente
los efectos. Es decir cuando ese acontecimiento continúa desarrollándose en el período
de vigencia de la nueva ley o incluso cuando fue un acto ya realizado pero constituido
para tener un efecto en el futuro.
Otro supuesto de retroactividad, admitido por el derecho canónico, es la
aplicación de una ley penal más benigna.

d) Universalidad y particularidad de la ley. Personalidad y territorialidad


Las leyes canónicas pueden ser universales o particulares9.
Son leyes universales aquellas dictadas por la autoridad canónica con potestad
legislativa universal (Pontífice y Colegio Episcopal presidido y autorizado por el
Pontífice) para regular a toda la Iglesia (CIC c. 12 §§1 y 2).
Son leyes particulares las dictadas por autoridad canónica con potestad
legislativa universal o particular (Obispos Diocesanos, Concilios Particulares y
Conferencias episcopales) para regir a una comunidad de fieles delimitada por criterios
territoriales o personales. La ley particular no puede ir contra la universal.

9
HERVADA, J., Legislación fundamental y leyes ordinarias, en Ius Canonicum Volumen 16 (1976).
Es ley territorial la ley promulgada para un territorio peculiar y obligan a
aquellos para quienes han sido dadas, si tienen allí su domicilio o cuasidomicilio y
viven también de hecho en ese lugar (CIC c. 12 §3).
Es ley personal la ley dictada para regular a un conjunto de personas con
independencia del lugar físico en que se encuentren.
La personalidad y la territorialidad de las leyes suponen dos formas diversas de
aplicar el derecho, si bien en última instancia son convergentes porque su fin último es
un servicio a la persona. En efecto, el derecho está profundamente vinculado con el
espacio porque el hombre habita en un lugar determinado y lo convierte en el centro de
sus relaciones jurídicas. Pero la ordenación de la vida social que lleva a cabo el derecho
no tiene por objeto las relaciones de una persona con un territorio, sino las relaciones de
una persona con otras, con quienes forma comunidades y grupos sociales.
Históricamente en el derecho canónico se aplicó el principio de la territorialidad
de la ley como norma general y con la finalidad de de organizar y de conservar el
ejercicio de la jurisdicción eclesiástica, pues el fin pastoral de las diócesis y el bien de
toda la Iglesia Católica exigen una clara y conveniente circunscripción territorial, de
modo que por derecho ordinario se asegura la unidad orgánica de cada una de las
diócesis en cuanto a las personas, oficios e institutos como en un cuerpo vivo; pero
luego, espacialmente a partir del Concilio Vaticano II, se advirtió la necesidad de
incorporar el principio de la personalidad de la ley para dar respuestas jurídicas más
eficientes a situaciones pastorales surgidas en la Iglesia luego de la segunda mitad del
siglo XX .
Entonces aplicando el principio de personalidad del derecho podría darse una
regulación más justa a personas concretas por motivos pastorales. En ese caso el
derecho podría orientarse a un conglomerado humano homogéneo por razones diversas,
como podrían ser: género, etnia, profesión, movilidad, etc, que de otro modo –aplicando
el principio de la territorialidad- perderían la propia riqueza que la personalidad
reconoce al conglomerado10.
Por ello la reforma del Código mantuvo el criterio de la territorialidad de la ley
canónica e incorporó la personalidad de la misma, pues ambos criterios, incluso, pueden
conjugarse armónicamente.

10
VIANA TOMÉ, A., El principio de personalidad en el derecho canónico, en Revista General de
Derecho Canónico y Derecho Eclesiástico del Estado, nº 26, 2011.
Territorialidad relativa: La ley particular afectará a los que tienen domicilio en
ese territorio (no afecta a los del propio territorio si están fuera de este ni a los
transeúntes que se encuentran en él).
Territorialidad absoluta: Las leyes obligan tanto a los del propio territorio como
a los transeúntes.
Territorialidad mixta: Una ley particular de su propio territorio obliga a un
ausente si su trasgresión causa daño en su propio territorio.
En cuanto a la personalidad, la ley rige al sujeto con independencia del lugar en
que se encuentre.
Toda ley universal es, al mismo tiempo, personal.

e) Obligación y efectos de la ley canónica


La fuerza obligatoria de las normas canónicas presenta un doble aspecto, pues,
por un lado, obliga moral y radicalmente en conciencia y ante Dios que es esencial a la
ley y por la cual se fundamenta sustancialmente la ley canónica11, y, además, por otro
lado, una obligación que liga la conducta externa de las personas con claros efectos
jurídicos eclesiales.
Los efectos jurídicos eclesiales son: mandar, prohibir, permitir, penalizar,
invalidar. Lo hacen a través de leyes prohibitivas, preceptivas, penales, permisivas,
invalidantes, penales.
Ante el incumplimiento de la ley, por su misma naturaleza, se actualiza la
facultad potencial de la coactividad que permite exigir el cumplimiento de la manda
legal.

f) Duda, ignorancia y error de la ley


El Código ha previsto la solución ante la duda de hecho o de derecho. La duda
es un estado de la mente en que se manifiesta una fluctuación o incertidumbre entre dos
alternativas de elección. Es propio de la naturaleza de la duda jurídica que existan
argumentos positivos, es decir, razones o motivos, y probables, quiere decir con
suficiente fundamento, tanto en una como en otra alternativa.
En el derecho canónico nos encontramos ante una duda de derecho cuando ante
una ley la duda versa sobre el sentido, extensión, existencia o vigencia de la ley. En ese

11
OTADUY, J.; LABANDEIRA, E., Normas y actos jurídicos, en AA.VV., Manual de Derecho
Canónico. Pamplona 1988, p. 242
caso la ley no obliga siempre que la duda sea objetiva, es decir con argumentos
positivos y probables (CIC c. 14)12.
En tanto la duda de hecho se refiere a que, reconociendo la existencia y vigencia
de la ley, se duda si un determinado hecho está comprendido por las prescripciones de la
ley y, por lo tanto si debe regirse por la norma. Por principio debe considerarse que el
hecho en cuestión si se encuentra comprendido bajo la ley, pero el Ordinario puede
dispensar de esa ley (CIC c. 14).
La ignorancia es el completo desconocimiento de la ley, ya de su existencia o de
su contenido y es de carácter subjetivo al igual que el error. Por su parte el error es el
falso conocimiento sobre una cosa, en el caso las prescripciones de la ley. Las
consecuencias jurídicas del error o la ignorancia son las mismas. Partiendo de la
presunción que todos los obligados por la ley canónica se preocupan por conocerla la
ignorancia y error son situaciones excepcionales que han recibido un tratamiento
singular por parte del Código.
De este modo, como regla general, se dispone que las leyes irritantes o
inhabilitantes, es decir las que estipulen que un acto es nulo o una persona inhábil (CIC
c. 10) obligan siempre, aún en el caso en que pueda mostrarse que se las ignoraba o
conocía erróneamente salvo que se establezca expresamente lo contrario en la misma
ley.
Pero cuando se trata de leyes penales la Iglesia da suma relevancia a la
ignorancia y el error, pues partiendo de la presunción iuris tantum de que las leyes
penales son conocidas por los fieles, se regulan supuestos en que la ignorancia y el error
inculpable del fiel sobre la norma o la pena producen, como efecto, la excusación o
atenuación de la pena.

g) Interpretación
La interpretación de la ley es una de las actividades más importantes y de mayor
trascendencia, pues la necesidad de interpretar surge de la misma naturaleza y
característica técnica de la norma en razón que regulan situaciones genéricas y
abstractas que deben concretarse en supuestos singulares13 procurando el ajuste de la ley

12
  OTADUY, J., Comentario al canon 14, en VVAA: Comentario Exegético al Código de Derecho
Canónico, Pamplona 1996, I, página 338.
13
FORNÉS, J., Legalidad y flexibilidad en el ejercicio de la potestad eclesiástica, en Ius Canonicum
volumen 38, 1998.
y la realización de la justicia al caso concreto –equidad- 14, pues en definitiva la Iglesia
está rebasa de caridad15.
En el derecho canónico se admiten distintos tipos de interpretaciones de la ley:
pueden ser: a) auténtica: si está hecha por la autoridad que tiene potestad de jurisdicción
para interpretarla; b) doctrinal: si está hecha por un particular que no tiene potestad de
jurisdicción; y c) declarativa o consuetudinaria: si la realiza en forma de costumbre una
comunidad de fieles susceptible de ser sujeto pasivo del ordenamiento canónico.
La interpretación auténtica, a su vez, puede ser: Legislativa, judicial o
ejecutiva16.
La interpretación auténtica judicial es la que realizan los jueces eclesiásticos a
través de las sentencias o los decretos resolutivos de cuestiones judiciales dentro de un
proceso concreto (CIC c. 16 §3).
La interpretación auténtica legislativa es la realizada por la autoridad que ha
dictado la ley, por su sucesor, por el superior –en la cadena legislativa, o por un
delegado del autor de la ley su sucesor o del superior (CIC c. 16 §§1 y 2) y pueden
consistir en el dictado de una nueva ley que interpreta la ley (interpretación
constitutiva), o puede ser una declaración (interpretación declarativa).
Finalmente la interpretación auténtica ejecutiva o administrativa la realiza el
autor o el sucesor de la ley interpretada, o un delegado de cualquiera de ellos, siempre
dentro del principio de la legalidad, lo que implica que la autoridad debe mantenerse
siempre dentro del alcance y determinaciones de la ley que interpreta y del conjunto de
leyes que conforman el ordenamiento canónico (CIC c. 16 §3)17.

IV- La costumbre canónica

a) Concepto

14
PORTOLÉS, A., Aequitas canónica y equito, Pamplona 1977.
15
La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo “mío” al otro; pero nunca
carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es “suyo”, lo que le corresponde en virtud de su ser y
de su obrar. No puedo “dar” al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le
corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. BENEDICTO XVI,
Encíclica Caritas in veritate, n 6.
16
PRIETO PRIETO, A. La interpretación de la norma canónica, en Estudios de derecho canónico y
derecho eclesiástico en homenaje al profesor Maldonado, Madrid 1983.
17
OTADUY, J., Los medios interpretativos de la ley canónica (y su relación con las distintas doctrinas
de la interpretación) en: Ius Canonicum 70 (1995) págs. 447-500.
Como se ha dicho más arriba las leyes constituyen el modo más común de las
normas canónicas, pero no el único.
Por principio y mandato divino la Iglesia tiene una autoridad universal, el
Pontífice, y las iglesias particulares una autoridad territorial, los obispos diocesanos.
Aquellas autoridades son las encargadas, en principio, de dictar las normas canónicas.
Pero también se reconoce a la comunidad de fieles la posibilidad de crear normas
canónicas por medio de la costumbre jurídica, en razón de que la misma ha sido,
también, instituida por Cristo para la salvación del hombre en sociedad.
La costumbre jurídica, en la Iglesia, tiene virtualidad normativa y resulta, como
se verá, una profunda y rica fuente del derecho canónico, pues por la propia catolicidad
de la iglesia es lógico que existan una gran cantidad de comunidades de fieles que se
integran plenamente en la Iglesia universal formando parte de Ella, pero que presentan
caracteres singulares que la tornan, como los individuos, únicas e irrepetibles, en razón
de contar con elementos culturales e históricos singulares. Justamente allí radica la
inconmensurable que la riqueza de la costumbre como fuente del derecho, pues permite
a la comunidad cristiana interpretar, crear, complementar, y hasta modificar al derecho
canónico escritural.
La Iglesia universal acepta la costumbre, pues por ella se crean normas
canónicas adaptadas a las particularidades que presentan las comunidades de fieles, y
muchas veces ajustan las disposiciones legales tornándolas más equitativas.
Entendemos por costumbres aquellas normas del ordenamiento canónico que no
proceden del legislador sino de la comunidad eclesial. Se define a la costumbre jurídica
como aquellas conductas uniformes, repetidas por la comunidad, por un cierto tiempo
con ánimo de obligarse. Los elementos constitutivos de las costumbres son los
siguientes: a) Una conducta uniforme: Los miembros de la comunidad actúan siempre
de la misma manera ante las mismas circunstancias, b) Repetida por la comunidad: No
son algunos sino todos los miembros de la comunidad los que actúan según esa
conducta uniforme y c) Con ánimo de obligarse: La comunidad repite de manera
uniforme este modo de obrar durante un cierto tiempo, asumiendo que es así como se
debe hacer18.

b) Comunidad creadora de la costumbre. Texto del Código

18
CRUZ DIAZ, M.T.; La costumbre en la Iglesia fuente de derecho canónico, en Ius Canonicum,
volumen 5 (1965)
La comunidad capaz de originar una costumbre, expresa el Código, es aquella
que es susceptible de ser sujeto pasivo del ordenamiento canónico (CIC c. 25), es decir
la que tiene capacidad para recibir leyes. La comunidad es la autoridad generadora de
costumbre19.
Son comunidades capaces de generar costumbres formativas en la Iglesia las
personas jurídicas públicas dentro del ordenamiento canónico, aquellas que son creadas
como tales por la autoridad eclesiástica y asumen como fin propio un fin público de la
Iglesia. Desde esta óptica puede generar costumbres la Iglesia universal, las Iglesias
particulares, los Institutos de vida consagrada, las Parroquias, etc.

c) Clases de costumbres
Las costumbres, en relación con la ley, pueden ser:
a) Contra legem: Es la costumbre que consiste en un modo de obrar contrario a
las prescripciones de una ley. Están prohibidas. Estas costumbres pueden ser un
indicador para la autoridad legislativa de la necesidad de cambiar una ley por obsoleta.
Existen dos tipos de costumbre contra-legem: 1º la expresamente prohibidas, y 2º las
contrarias a las disposiciones de una ley escrita.
b) Praeter legem: Es la costumbre que consiste en un modo de obrar en materias
que no están reguladas. Están aceptadas ya que son un instrumento para suplir las
lagunas de la ley canónica.
c)  Secundum legem: Es la costumbre que consiste en un modo de obrar
conforme a las prescripciones de una ley y que tiende complementarla o interpretarla.
Por principio tiene fuerza de ley tan sólo aquella costumbre que, introducida por
una comunidad de fieles, haya sido aprobada por el legislador (CIC c. 23), para ello se
requiere que la costumbre no atente al derecho divino (natural o positivo) y que la
costumbre sea razonable (CIC c. 24 §§ 1 y 2)
En consecuencia las costumbres contrarias al derecho divino no pueden
admitirse bajo ningún punto de vista. En cuanto a las costumbres irrazonables tampoco
se las admite pues se encuentran en disconformidad a los principios morales, a la
justicia, a la necesidad o a la conveniencia de la comunidad.

19
LEFEVRE, C.; La noción de "auctoritas" canónica con respecto a la ley, la costumbre y el uso, en Ius
canonicum, Vol. 2, Nº 4, 1962, pags. 543-558.
Tampoco pueden adquirir fuerza legal las costumbres reprobadas. La
reprobación es un acto de la autoridad que priva de la racionalidad a la costumbre,
aunque intrínsecamente la tenga.
Ahora bien como el derecho canónico admite la costumbre contra legem en sus
dos tipos, debe tenerse presente que para que la costumbre contraria a las disposiciones
de una ley escrita sea válida se requiere que la comunidad la observe legítimamente
durante treinta años continuos y completos; pero la costumbre expresamente prohibida
sólo puede generarse cuando sea observada inmemorialmente o centenariamente por la
comunidad.

d) función de la costumbre como intérprete de la Ley


El Código recepta la regla jurídica que estipula que la costumbre es óptima
intérprete de la ley.  Este antiguo principio se aplica a las costumbres praeter
legem  y secundum legem. Se trata de una interpretación de la ley, a través de su misma
práctica y aplicación, por los mismos sujetos pasivos de la ley. No se aplica a las
costumbres contra legem porque en tal caso la finalidad de la costumbre sería no
interpretar la ley sino cambiarla.

e) Cesación de la costumbre
En principio hay dos modos por los que las costumbres secudum
legem y praeter legem puedan perder su fuerza de ley: a) Por otra costumbre la
costumbre con carácter normativo queda derogada o abrogada por otra costumbre que
sea contraria a la anterior. La prescripción al o hacer distinción abarca tanto a las
costumbres universales como particulares; y b)  Por una ley contraria: Una ley
contraria, posterior a la costumbre, la abroga o deroga, según sea parcial o totalmente
contraria a la costumbre. En este caso, el canon expresa dos  excepciones:   que la ley, al
menos que las cite expresamente, no revoca las costumbres centenarias o inmemoriales,
y que la ley universal no revoca las costumbres particulares (CIC c. 28). 

V- Actos administrativos. Privilegios y dispensas.


 

a) Derecho canónico administrativo


En la Iglesia se distingue claramente la existencia del derecho canónico
administrativo, también llamado ejecutivo o gubernativo, pues regula las funciones
propias que hacen a la autoridad de gobierno de la Iglesia y, entonces, se diferencia del
resto de las facultades –legislativa y judicial-.
El derecho canónico administrativo presenta tres aspectos:
1º Derecho normativo ejecutorio: que se manifiesta en la existencia de decretos
generales legislativos o decretos-leyes, decretos generales ejecutorios y las
instrucciones.
2º Derecho ejecutivo singular, que implica la ejecución o aplicación de las
normas generales a casos concretos y puntuales. Se manifiesta en los actos
administrativos singulares: decretos singulares, preceptos y rescriptos.
3º Derecho administrativo procesal, que son los actos que la autoridad debe
dictar que señala la legislación respecto de los procesos administrativos o judiciales.

b) Derecho Administrativo normativo


Los decretos generales legislativos (CIC c. 29) no son estrictamente leyes pero
tienen la misma naturaleza canónica de las leyes. Por ellos el CIC establece que su
alcance normativo es general y están dirigidos a una comunidad capaz de ser sujeto
pasivo de una ley, pero se caracterizan, a diferencia de la ley, por que la naturaleza de la
materia es cambiante que requiere regulación urgente, o debido a que estipula aspectos
necesarios obviados por la ley y entonces la complementan.
La autoridad ejecutiva produce normas o actos administrativos, que pueden
tener como sujeto pasivo de las mismas a una comunidad. En este caso se dice que
son normas o actos administrativos generales. Pero también pueden estar dirigidos a
una persona o varias personas determinadas. En este caso son normas o actos
administrativos singulares.
Encontramos en el CIC dos tipos de normas administrativas de carácter general:
los decretos generales ejecutorios y las instrucciones.
Los decretos generales ejecutorios (CIC c. 31) son actos administrativos que
dependen de la existencia de una ley. Están dictados por la autoridad ejecutiva. Tienen
como sujetos pasivos a una comunidad o un conjunto de personas determinadas y
siempre están relacionados con una norma de carácter superior, pues, o determinan el
modo de aplicación o ejecución de la ley a los casos concretos, o urgen el cumplimiento
de las leyes. En este caso, el decreto general ejecutivo presiona a los destinatarios al
cumplimiento obligatorio de las leyes.
Las instrucciones (CIC c. 34), son actos administrativos por la cual se aclaran las
prescripciones de las leyes, y se desarrollan y determinan las formas en que ha de
ejecutarse la ley, se dirigen a aquellos a quienes compete cuidar que se cumplan las
leyes, y les obligan para la ejecución de las mismas; quienes tienen potestad ejecutiva
pueden dar legítimamente instrucciones, dentro de los límites de su competencia. Las
instrucciones no son normas independientes, sino que siempre dependen de una ley
superior, y su finalidad es doble pues procuran explicar y aclarar el significado de las
leyes a la autoridad encargada de aplicarlas, para que sepa urgir su cumplimiento o
determinar los modos de aplicación o ejecución de las leyes en los casos concretos.

c) Derecho administrativo singular


Derecho ejecutivo singular, como dijimos, se manifiesta en los actos
administrativos singulares.
            Los decretos singulares son el primer tipo de actos administrativos singulares;
los preceptos, por su parte, son  una especie dentro de los decretos singulares.
            El decreto singular (CIC c. 48) es un acto administrativo singular, realizado por
la autoridad ejecutiva competente, y dirigido a un sujeto singular a través del cual se
toma una decisión o se hace una provisión para un caso particular.
            El decreto singular es realizado por la autoridad ejecutiva, por propia iniciativa,
sin necesidad de un pedido previo por parte del interesado. Obliga a las personas para
las que ha sido dado con independencia del lugar donde se encuentren, salvo que se diga
expresamente algo distinto.
Los preceptos (CIC c. 49) singulares son un modo especial de los decretos
singulares, dictados por la autoridad ejecutiva competente, y dirigido a un sujeto
singular, cuya finalidad específica es imponer a una persona o a un grupo determinado
de personas el hacer u omitir algo, especialmente para urgir el cumplimiento de una ley.
La imposición de la obligación de hacer u omitir algo puede ir acompañada de la
conminación de una pena si se desobedece el precepto. En este caso se
llamaría precepto penal.
El rescripto (CIC c. 59) es un acto administrativo singular, realizado por la
autoridad ejecutiva, respondiendo por escrito a la petición de un fiel, y en el que se le
concede un privilegio, una dispensa o una gracia. Los elementos constitutivos del
rescripto son dos: la petición del privilegio, dispensa o gracia, generalmente, por parte
del interesado; y la respuesta escrita de la autoridad ejecutiva concediendo lo pedido. El
sujeto pasivo, es decir, quien puede recibir rescriptos, no requiere ser fiel cristiano, y se
admite que un tercero pueda solicitar una gracia para otro.
El privilegio (CIC c. 76) es una gracia concedida por un rescripto a una
persona, sea física o jurídica pública o privada, por la autoridad legislativa, o por la
autoridad ejecutiva con delegación de la autoridad legislativa. Es una gracia que es
contraria a la ley o que va más allá de la ley, por eso requiere de la potestad legislativa.
La dispensa (CIC c. 85) es un acto administrativo singular consistente en relajar
la fuerza obligatoria de una ley meramente eclesiástica en un caso particular, hecha por
la autoridad ejecutiva, o por quien tiene la potestad de dispensar, bien sea por derecho
propio o por delegación a solicitud de un fiel. Se exige que en el caso particular se
de causa justa y razonable que opera como justificación para relajar la fuerza obligante
de la ley.

VI- Sanciones en la Iglesia

a) Derecho de la Iglesia para castigar los delitos


La Iglesia es una sociedad fundada en la comunión de fe de sacramentos y de
régimen, soberana respecto del Estado y que se estructura jurídicamente de modo
autónoma. Por tal motivo la Iglesia tiene un derecho-deber originario de regular las
conductas que atentan con el bien común eclesial con la finalidad de protegerlos,
restablecerlos cuando sea menester y conseguir la enmienda del reo (CIC c. 1311).
Se debe tener presente, muy particularmente, que todo delito canónico encierra una
lesión voluntaria al bien común eclesial por parte de un fiel, y que la Iglesia, dolida
frente a tal lesión, procurará reparar el daño pero por sobretodo que el delincuente cese
en su estado delictual y se convierta.
El derecho penal, y las sanciones canónicas, buscan –como lo hace la Iglesia- la
justicia social eclesial y la salvación de la persona. Por ello tanto el delito, como la
pena, siempre están dirigidas a preservar aquel bien común lesionado y en al que se
procura reintegrar al delincuente.
Nunca el derecho penal de la Iglesia conlleva coactividad, pues el fuero eclesial
es interno, lo que no significa que la pena no pueda ejecutarse, sinó que ella no se
ejecutará con coacción contra el delincuente –como acontece en el derecho profano-.

b) El delito. El delincuente
El delito es la violación externa y gravemente culpable de una ley o precepto,
que la autoridad competente haya conminado con una pena20.
La autoridad competente para establecer delitos y penas es, en principio, la que
tiene potestad legislativa (CIC cc. 1315-1318)21.
El delito es consumado cuando los actos del delincuente resultan de hecho
eficaces para producir el delito. Si el resultado delictuoso no se produce estamos ante el
llamado conato de delito, que en ciertos casos es punible, pero siempre con una pena
menor que la prevista para el delito consumado (CIC c. 328). Pero hay delitos que
consisten precisamente en intentar algo, como el clérigo o religioso que atentan contraer
matrimonio (CIC c. 1394).
Es el sujeto que comete un delito con dolo (intencionalmente) o al menos con
imprudencia culpable se denomina delincuente. Aquella intencionalidad, en principio,
siempre debe estar dirigida a dañar a la Iglesia.
El derecho canónico prevé circunstancias que pueden eximir de la pena al
delincuente como: ser menor de 16 años; obrar en legítima defensa, por violencia o
temor; el caso de necesidad (CIC c. 1323).
Otras circunstancias son sólo atenuantes, comportan la mitigación de la pena o
incluso su conmutación por una penitencia. Tales: el incompleto uso de razón, ser
menor de 18 años, ignorar sin culpa que el hecho era delito, la provocación injusta por
parte de la víctima. Además el juez puede considerar atenuantes otras circunstancias
(CIC c. 1224).
Pero hay también circunstancias agravantes, que consienten al juez aumentar la
pena, como son la pertinacia y el abuso de autoridad (CIC c. 1326).
Al cometer un delito pueden concurrir diversas personas, sea como coautores
(participando igualmente en los hechos), sea como cómplices (ayudando física o
moralmente al delito de otro). Se consideran igualmente delincuentes y pueden ser
castigados con la misma pena, cuando sin su cooperación el delito no se habría
cometido.
En el Código se describen los hechos que constituyen delito en toda la Iglesia y
las correspondientes penas. La ley particular o un precepto pueden, en su ámbito,
establecer otros delitos y penas. En todo caso la descripción legal de un delito
20
CALABRESE A. Diritto penale canonico, Alba 1990; DE PAOLIS V., CITO D.; Le sanzioni nella
Chiesa, Ciudad del Vaticano 2000.
21
ARIAS GOMEZ, J, El principio de legalidad en la reforma del libro V del Código de Derecho
Canónico, en Ius Canonicum volumen 18 (1978).
(tipificación) debe ser precisa y clara. Para que haya delito el autor debe haber cometido
los hechos tal como se describen en la norma penal.
En el CIC los delitos aparecen agrupados según el bien jurídico lesionado:
- Contra la religión y la unidad de la Iglesia (CIC cc. 1364-1369). Tales como la
herejía, apostasía o cisma; bautizar o educar a los hijos en una religión no católica; el
perjurio; la profanación de la Eucaristía; la blasfemia, injuria o incitación al odio o
desprecio de la religión en medios de comunicación.
- Contra la autoridad eclesiástica y la libertad de la Iglesia (CIC cc. 1370-1377).
Como la violencia física contra el Papa, un Obispo, clérigo o religioso; promover, dirigir o
participar activamente en una asociación que maquina contra la Iglesia; incitación a la
desobediencia; enajenar bienes eclesiásticos sin la debida licencia de la autoridad.
- Delitos en el desempeño de oficios eclesiásticos (CIC cc. 1378-1389). Entre otros
celebrar un sacramento simulándolo (sin verdadera intención) o por simonía (por dinero);
consagrar un Obispo sin mandato pontificio; la violación del secreto de la confesión; la
solicitación; el abuso o negligencia culpable en el ejercicio de la potestad eclesiástica;
usurpación de cargos o funciones; soborno.
- Crímenes contra la verdad (CIC cc.1390-1391). Son: la calumnia (hay diversas
formas) y la falsificación, alteración, destrucción, etc. de documentos.
- Delitos contra obligaciones particulares (CIC cc. 1392-1396). Como el
quebrantamiento de condena y algunos pecados más graves contra el celibato o la castidad
cometidos por clérigo o religioso.
- Contra la vida y libertad ajenas (CIC cc. 1397-1398). Por ejemplo el homicidio, el
aborto, la violencia física y el secuestro.

c) Las penas eclesiásticas d) Imposición y la remisión de las penas

La pena es la privación de un bien como castigo de un delito. Las penas


canónicas afectan a los bienes y derechos que se tienen en la Iglesia, no a los de la
sociedad civil. Las penas eclesiásticas son de dos tipos: penas medicinales o censuras y
penas expiatorias (CIC c. 1312 § 1)22.

1. Las penas medicinales o censuras


Son las penas más graves, tienen como fin medicinal el apartar al delincuente de su
conducta; esto significa que duran mientras el reo no de muestras ciertas de arrepentimiento,
sólo entonces tiene derecho a ser absuelto de la pena.
La excomunión es la más grave pues en cierto modo significa la privación del reo de
todos los bienes de la sociedad eclesial: el excomulgado no puede celebrar o recibir los
sacramentos, ni participar como ministro en ningún acto de culto público, ni ejercitar oficio,
función, ministerio o cargo alguno en la Iglesia (CIC c. 1331) aunque sigue siendo parte de
la Iglesia en razón de que el bautismo imprime carácter.
El entredicho es semejante a la excomunión en cuanto excluye de la celebración de
actos de culto y de recibir los sacramentos, pero no del ejercicio de otros cargos o funciones
eclesiásticas (CIC c. 1322).
La suspensión es una pena sólo para los clérigos, que les prohíbe la celebración de
todos o algunos de los actos de la potestad de orden (culto, predicación, sacramentos), de la
potestad de gobierno y de ciertos derechos y funciones del oficio que se ocupa; según lo que
establezca la ley o decisión que inflige la pena (CIC cc. 1333, 1334).

22
MARZOA, A.; Sanciones disciplinarias y penas canónicas, en Ius Canonicum, volumen 28 (1988).
2. Las penas expiatorias
Son las que miran sobre todo a castigar al delincuente privándolo, perpetua o
temporalmente, de determinados bienes, derechos o facultades. La más importante son (CIC
c. 1336):
- la prohibición o la obligación de morar en cierto lugar (es sólo para clérigos y
religiosos); - la privación de alguna: potestad, oficio, derecho, cargo, privilegio, gracia,
título, distintivo o facultad, o al menos de su ejercicio o uso, en todas partes o en cierto
territorio; - el traslado penal de un oficio a otro; - la dimisión del estado clerical. Esta pena,
es muy grave.
La ley puede conminar otras penas expiatorias congruentes con el fin sobrenatural de la
Iglesia (p.e. la expulsión de una asociación, instituto, cofradía; CIC c. 1312 § 2)23.

3. Remedios penales y penitencias


Además de las penas, hay castigos o medidas disciplinares que tienen como fin ya
prevenir los delitos (remedios penales), ya sustituir o agravar la pena debida por ellos
(penitencias).
Los remedios penales son la amonestación y la reprensión. La primera se puede hacer
a quien se halla en ocasión próxima de cometer un delito o se sospecha que lo ha cometido.
La reprensión se hace al que con su comportamiento ha dado escándalo o causado desorden
(CIC c. 1339).
Las penitencias se imponen, según los casos, junto con la pena (para agravar el castigo)
o en sustitución de la misma; consisten en obras de piedad, caridad o religión (p.e. un retiro,
ayuno o peregrinación: c. 1340).

d) Imposición y la remisión de las penas


Las penas se imponen normalmente mediante sentencia o decreto condenatorios,
tras un proceso judicial.
La Iglesia, antes de infligir una pena, procura por otras vías pastorales la
enmienda del reo y el restablecimiento de la justicia; además deja al juez un amplio
espacio de discrecionalidad para apreciar las circunstancias del caso en orden a mitigar,
suspender o diferir la pena e incluso sustituirla por una congrua penitencia, pues
siempre la pastoralidad guía el obrar eclesiástico24 por lo que la aplicación de una pena
es la última ratio del ordenamiento canónico; pero también teniendo en cuenta las
exigencias de la justicia y de evitar o reparar el escándalo.
La pena que se debe imponer por un cierto delito, puede se establecida por la ley
como:
- Obligatoria o facultativa. En el primer caso el delito debe ser necesariamente
castigado (normalmente en la ley se dice “sea castigado”); en el segundo caso la ley
deja al juez la facultad de imponer o no la pena (la ley suele decir: “puede ser
castigado”; vid. c. 1343).

23
BERNAL, J.; Sentido y régimen jurídico de las penas expiatorias, en Ius Canonicum, volumen 38
(1998).
24
BAURA, E., Pastorale e diritto nella Chiesa, en Vent’anni di esperienza canonica: 1983-2003, Ciudad
del Vaticano 2003.
- Determinada o indeterminada. En el primer caso la norma legal concreta de
algún modo la pena o penas que se pueden imponer por el delito (si la ley señala más de
una, toca al juez elegir entre ellas; ver CIC c. 1372). Es indeterminada cuando la ley
penal no señala qué pena debe imponerse, sino que simplemente dice que el delincuente
sea o puede ser castigado con una pena justa, entonces el juez deberá imponer la pena
que considere adecuada (ver CIC c. 1377).
Pero además existen penas, que se llaman latae sententiae, en las que se incurre
automáticamente, por el hecho de cometer el delito o cooperar directamente en el (CIC
c. 1314). Su aplicación no requiere proceso ni sentencia o decreto previos; puede
haberlos posteriormente para declarar que el reo incurrió en la pena.
En contraposición existen penas denominadas ferendae sententiae, que se
aplican una vez efectuada la investigación judicial en la que el reo es parte y puede
participar en el proceso.
La pena cesa por el cumplimiento de la condena impuesta o si la autoridad
concede su remisión.
Las censuras de excomunión y entredicho vetan la recepción de los sacramentos,
entre estos la absolución de los pecados. En ellas se puede incurrir latae sententiae,
automáticamente en el mismo momento en que se comete el delito. Por lo tanto, es
posible que vaya a confesarse alguien que se encuentre excomulgado o en entredicho,
aunque no se haya procedido contra él (p.e. si cometió aborto). En estos casos en
principio el delincuente no puede ser absuelto (salvo que el confesor sea Obispo o el
Ordinario del lugar). Pero si le resulta duro permanecer en estado de pecado hasta que la
autoridad competente le remita la censura, cualquier confesor puede absolverlo de la
misma y también de los pecados, imponiéndole una penitencia adecuada. Y con la
obligación de recurrir dentro de un mes a quien podía remitir la censura; de esto puede
encargarse el mismo confesor, sin revelar nunca la identidad del reo, el cual deberá
volver al confesor para recibir las instrucciones de la autoridad.
Por último, conviene saber que en peligro de muerte cualquier fiel -si está
arrepentido- puede ser absuelto de cualquier pecado o censura por cualquier sacerdote,
pues la ley suprema en la Iglesia es la salvación de las almas (CIC c. 976).

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