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Sin embargo, la vida municipal fue azarosa. Los ayuntamientos tuvieron que
soportar la hostilidad de los señores feudales y de los monarcas absolutos más
tarde, que vieron con desconfianza la existencia de estas pequeñas sociedades
vecinales que sustraían buena parte de la autoridad pública. La cierta autonomía
que se concedió a los municipios en la Edad Media, para organizar la vida
comunitaria y solucionar los problemas vecinales ordinarios, chocó más tarde con
los afanes centralistas del Renacimiento. Los monarcas absolutos suprimieron la
autonomía municipal y, a veces, la corporación municipal misma. Les impusieron
funcionarios ajenos a su fuero, llamados corregidores. Las municipalidades
entraron en un prolongado eclipse.
Muchos creen que la Revolución Francesa fue hostil también a ellos, aunque por
razones diferentes de las de la monarquía. Se trató de la inconveniencia de
colocar entidades intermedias entre los ciudadanos y el Estado, que mediatizaran
su participación y el ejercicio de sus derechos. Los municipios fueron sepultados
muchas veces y otras tantas renacieron. Más fuerte que los despotismos, se
proyectaron hacia el futuro y han llegado a nuestros días dotados de fuerza y
autonomía.
Aunque hay diferencias entre los países, compete generalmente a la
municipalidad la prestación de ciertos servicios públicos, para lo cual puede
normar por medio de ordenanzas el ejercicio de sus competencias dentro de su
jurisdicción territorial, que es el municipio, y goza de autonomía respecto del poder
central.
A pesar de que se les suele usar como sinónimo, los términos municipio y
municipalidad no son lo mismos. Municipio es la entidad territorial en su conjunto,
encerrada dentro de determinados linderos; y municipalidad es su gobierno, o sea
el alcalde, el concejo y las demás autoridades que la rigen.
Nuestra Constitución Política establece en su artículo 176 que: «El Municipio es la
unidad de base de la división política administrativa del país». Mientras que la
Municipalidad es su gobierno, generalmente compuesto del Alcalde, el Vicealcade,
los concejales (Arto. 178.Cn.) y los funcionarios municipales.
* Cairo Amador
Todo el siglo XVII y XVIII fueron siglos de elucubración sobre la sociedad que
debió ser. Alrededor del tema, se conjugaban desde diferentes acepciones del
Derecho Natural, hasta interpretaciones varias del rol del individuo y la sociedad
con todas sus combinaciones y permutaciones.
El pugilato de las abstracciones teóricas a nivel de las ideas políticas, con toda la
influencia que irradió sobre el pensamiento social, nunca pudo suplantar las
relaciones humanas que se dispensaban alrededor de la congregación de las
comunidades.
En esto, quizás es uno de los pocos campos en que no estamos retrasados, salvo
excepciones, ese es el problema para muchos países de América Latina.
Esa situación, lejos de cohibirnos, debe ser un resorte de acción para poner en
marcha un esquema de mayor participación de la sociedad civil, unidad básica de
la vida municipal, para revertir la práctica claudicante de no hacer. Esta
contradicción se resuelve vía la voluntad política de los poderes del Estado en
otorgarles a los municipios el presupuesto estipulado constitucionalmente y sin el
cual es difícil llevar a cabo una gestión edilicia correcta. Por supuesto esto debe
ser acompañado por intensos esfuerzos en el área de capacitación, la cual a
nuestro criterio debería ser objeto de prioridad por parte de los organismos
multilaterales y organismos no gubernamentales que impulsan proyectos
comunales.