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¿Por qué la Edad Media no es tan oscura como se cree?

FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

En el imaginario colectivo, la Edad Media aún persiste como una época de ignorancia y
barbarie. En inglés, la expresión Dark Ages, “tiempos oscuros”, resulta bastante
reveladora en este sentido. Desde el Renacimiento, se supuso que lo medieval era ese
período intermedio entre el esplendor de la Antigüedad clásica y el presente, visto como
un momento de recuperación de la grandeza perdida. El pensador Jean Bodin, por
ejemplo, aseguraba en el sigloXVI que en aquella etapa no había otra cosa que una
“barbarie universal”.
Tal vez fue Voltaire, durante la Ilustración, el que mejor expresó este concepto
profundamente despectivo. Según el famoso escritor francés, dejar el universo clásico
para sumergirse en la historia de los pueblos germánicos, dueños de Europa occidental
desde el siglo V d. C., equivalía a salir “de una ciudad espléndida” para “adentrarse en un
paraje desértico e inhóspito”. A su juicio, nada podía salvarse de aquellos tiempos
deplorables. Las leyes habían sido sustituidas por costumbres salvajes, y el idioma común,
el latín, desplazado por “veinte jergas bárbaras”. La cultura había quedado marginada por
la superstición, en un mundo bajo el control absoluto de un clero ignorante.
A partir de 1789, la Revolución Francesa mantendría esta imagen tenebrosa. Porque
Edad Media significaba opresión feudal, justo lo que pretendían eliminar los dirigentes
burgueses del momento. A principios del siglo XIX, sin embargo, se produjo un
movimiento de péndulo hacia el exceso contrario. El Romanticismo idealizó un período
que identificaba con valerosos caballeros y hermosas damas, con santos y cruzados. El
rigor histórico quedaba así relegado por la magia de las leyendas. Los escritores acudían a
este universo mítico en busca de las emociones fuertes de las historias épicas,
con personajes tan carismáticos como Ricardo Corazón de León o Robin Hood, ambos
presentes en Ivanhoe, el clásico del novelista escocés Walter Scott. Mientras tanto, los
nacionalismos emergentes buscaban en los siglos medievales las raíces de sus respectivos
proyectos políticos. Porque, como apuntó el historiador Julio Valdeón, “cada pueblo
procuraba afirmar sus específicas señas de identidad, lo que llevaba inevitablemente a
bucear en el pasado a la búsqueda de sus orígenes”. Así, se publicaron extensas
recopilaciones de antiguos textos como la Colección de documentos inéditos para la
historia de España, en la que se concedía una notable importancia a la Edad Media.
Mirar con otros ojos
La historiografía moderna, sin embargo, ha deshecho estos y otros tópicos. Frente a la
imagen tan extendida de unos hombres dominados por el fanatismo religioso, podemos
recordar, de la mano del insigne medievalista Jacques Le Goff, que el pensamiento
escolástico, lejos de ser oscurantista, intenta vertebrar razón y fe. La escolástica era un
método filosófico que había alcanzado su apogeo en el siglo xiii, con autores como Alberto
Magno o Tomás de Aquino.
Respecto al clima de violencia generalizada, varios autores advierten que las masacres y
las torturas también existen en el mundo moderno, con una eficacia mucho más letal. La
supuesta anarquía impuesta por aristócratas arbitrarios y violentos, vista de cerca, no
parece tan terrible como en las películas. Este es el punto de vista rompedor que defendía
Robert Fossier en Gente de la Edad Media (2007), un estudio que plantea los posibles
puntos fuertes de los siglos medievales respecto a la actualidad. Entre otras cosas, por
entonces existía una presión fiscal considerablemente más reducida, mientras que la
justicia impartida en los castillos era, según Fossier, “bastante más rápida y clemente que
muchos de nuestros dudosos e interminables procesos judiciales”. Además, la seguridad,
en manos de un puñado de guerreros, no desmerecería la que siglos después se puso en
manos de nutridos cuerpos policiales de dudosa efectividad. Mientras tanto, el hombre de
a pie no se veía obligado a satisfacer un largo servicio militar, porque el combate se
dejaba en manos de guerreros profesionales.
Por otra parte, de la Edad Media provienen muchísimos inventos, instituciones y hábitos
sin los que no podríamos concebir nuestro mundo. La lista es más larga de lo que
podríamos suponer: el papel, los números árabes, la banca, las notas musicales, las
universidades, los notarios, los pantalones, la costumbre de comer sentado y no
recostado, como en la antigua Roma...
El parlamentarismo arranca de entonces, por más que las Cortes, Parlamentos, Dietas o
Estados Generales se articularan en base a principios distintos de los nuestros, los propios
de una sociedad estamental dividida en aristocracia, clero y pueblo llano. El origen del
constitucionalismo también hay que buscarlo en aquellos siglos: en 1215, la Carta Magna
de Inglaterra limita el poder de la monarquía.
En el terreno cultural tampoco somos ajenos a creaciones como las del Románico, en las
que se inspiró Pablo Picasso a principios del siglo xx, justo cuando creaba obras como Las
señoritas de Aviñón, que marcarían el auge del Cubismo. También nos inspiran una
valoración elogiosa las posteriores maravillas del Gótico. No nos atreveríamos a suponer
que las catedrales o los retablos constituyan “un grotesco conjunto de groserías y de
baratijas”, tal como pensaba Voltaire. Otro asunto es si todo lo que pasaba o pasa por
medieval es auténtico. Así, las famosas gárgolas de Notre Dame de París son, en realidad,
añadidos de Viollet-le-Duc, un arquitecto del siglo xix que se permitió numerosas
libertades en sus obras de restauración.
Rastros medievales
Nadie pretende afirmar, por descontado, que al lado de las luces medievales no existan
sombras, como en cualquier período. Sin ánimo de exhaustividad, enseguida viene a la
memoria el impacto de las cruzadas, un ideal muy persistente que todavía hoy da
nombre, en sentido amplio, a cualquier campaña a favor de un objetivo determinado. El
uso de esta palabra demuestra que hablamos de una etapa todavía muy presente en
pleno siglo XXI. En muchos detalles. El mismo nombre elegido por el argentino Jorge
Bergoglio cuando accedió al pontificado, Francisco, remite a un importante santo del siglo
XIII.
Ciertas escuelas de pensamiento establecen paralelismos más o menos
inquietantes entre el ayer y nuestra contemporaneidad. El filósofo Hedley Bull, en The
Anarchical Society (1977), aseguraba que nos dirigimos hacia una Nueva Edad Media: en
su opinión, la erosión del poder del estado-nación introducía un factor de inestabilidad en
las relaciones internacionales. ¿Paralelismo forzado? ¿Clarividencia? El debate sigue
abierto.

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