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Fabris
La intervención
psicosocial
y el grupo operativo. Método,
técnica y ética
(Primera parte)
Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)
INDICE
Prefacio
Primera parte
Segunda parte
Tercera parte
Cuarta parte
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Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)
Prefacio
Este texto comenzó a bocetarse en ocasión de clases dictadas a estudiantes de psicología
y trabajo social en el “Centro Pichon-Rivière” del Hospital Neuropsiquiátrico “Dr. A.
Korn”. En aquella oportunidad organicé un esquema que sintetizaba lo que según mi
experiencia es el núcleo esencial de la intervención psicosocial. Luego de las clases-
taller dictadas en 2008, 2011 y 2014 en La Plata, tuvieron un papel importante otras
realizadas en Resistencia (en la UEP nº 157 “Foro Social del NEA”, la Escuela de
Psicología Social del Chaco -Cooperativa “Chaco psicosocial”-, la Universidad
Nacional del Nordeste (UNNE) y el Programa Integral de Atención a Excombatientes y
sus familias del InSSSeP). También en la Ciudad de Corrientes (Instituto San José), en
Porto Alegre (CEAPEG, 2008), en la Universidad de Madres de Plaza de Mayo, en la
Escuela de Psicología Social para la Salud Mental dirigida por A. Moffatt (Buenos
Aires, 2016, 2017), la Asociación de Psicólogos Sociales de la República Argentina
(APSRA, 2016, 2017) y la Primera Escuela Privada de Psicología Social fundada por E.
Pichon-Rivière y dirigida por A. P. de Quiroga.
Los capítulos sobre la Ética de la Psicología social y las Clases sobre "grupo operativo"
son actualizaciones de clases dictadas en la Primera Escuela Privada de Psicología
Social, de la Ciudad de Buenos Aires.
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Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)
Primera Parte
¿De qué nos ocupamos los psicólogos sociales? ¿Sobre qué operamos? ¿En qué
ámbitos? ¿Sobre cuál tipo de problemas? ¿Cómo lo hacemos? ¿Para qué lo hacemos?
La psicología social es una perspectiva teórica y una disciplina que trabaja con grupos,
organizaciones y comunidades en tareas de promoción de la salud y prevención de la
enfermedad. Se basa en un esquema conceptual referencial y operativo creado por
Enrique Pichon-Rivière al que le es inherente una concepción dialéctica del sujeto y la
historia.
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Esta complejidad es abordada a través de un esquema metodológico que siendo una guía
para la investigación y la acción, conjuga una perspectiva teórica, una definición y
redefinición del objeto y del campo del que nos ocupamos, técnicas, procedimientos,
una filosofía y una ética.
Esta complejidad es abordada a través de un esquema metodológico que siendo una guía
para la investigación y la acción, conjuga una perspectiva teórica, una definición y
redefinición del objeto, técnicas, procedimientos, una filosofía y una ética.
Trastrocamientos multidimensionales
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(Primera Parte)
Los claroscuros de los vínculos, grupos, instituciones y del proceso histórico social
dialogan del mismo modo que lo hacen las fragmentaciones y escisiones alienantes, por
un lado, y las potencias y posibilidades, por otro (a nivel individual).
Antecedentes.
¿Cuáles influencias se recogen en este libro? En primer lugar las del fundador, Enrique
Pichon-Rivière (1907-1977). Y luego discípulos y continuadores como José Bleger,
Ángel Fiasché, Fernando Ulloa, Fidel Moccio, Abelardo Gilabert, Armando Bauleo,
Alfredo Moffatt, Hernán Kesselman, Ana Quiroga, Gladys Adamson, Alejandro
Simonetti, Alejandro Scherzer y muchas otros que desarrollan hoy la perspectiva que
aquí se retoma.
En el presente texto se expone una síntesis realizada a partir de una práctica propia, que
junto con la teoría y la reflexión metodológica y filosófica, ofrece una propuesta
abarcativa. El planteo se asienta en los conceptos tarea, ámbitos y vínculo operativo. Se
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Estos planos, que se articulan y superponen, refieren a los vectores del cono y
contextualizaciones que provienen de la lógica de los ámbitos psicosocial,
sociodinámico, institucional y comunitario. Se trata de la direccionalidad de un proceso
que se dirige desde necesidades a objetivos pero también de la yuxtaposición y
coexistencia de direcciones y sentidos múltiples.
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produciendo actos comunicativos más que ruido, interacciones asociativas entre los
participantes, cooperación más que saboteo, apropiación del objeto más que evitación,
flexibilidad en el uso de los procesos de análisis y síntesis, uso estratégico de las
técnicas del yo y enfrentamiento y elaboración de los miedos, angustias y ansiedades.
Es decir, más creatividad que dificultades que conducen a estereotipos. Adaptación
activa a la realidad, predominio del cambio por sobre la resistencia al cambio,
cambio, despliegue de un proyecto más que triunfo de la resistencia.
Es importante poder establecer una tarea que esté centrada en las necesidades existentes
¿Qué es lo que necesita este conjunto de personas que integran este conjunto grupal u
organizacional? ¿Una cercanía que haga más fácil la comunicación, lograda a través de
poner en común las experiencias de cada uno? ¿Concretar objetivos que quedan casi
siempre relegados? ¿O un espacio en el que puedan ser esclarecidas vivencias no
registradas o tal vez registradas pero no comunicadas?
Aunque las necesidades implícitas que convocan a un grupo puedan ser diversas,
cuando se propone realizar un taller de música, sea desde una institución de salud
mental, un espacio comunitario, un contexto recreativo, hacer música es la tarea. Si la
convocatoria habla de hacer música, de expresarse haciendo música, y no hiciéramos
música, habría que explicar muy claramente el motivo. Si por capricho de quien lo
coordina no se hace música, se generará probablemente una situación de extrañamiento.
Habría que explicar por qué no se hace música (¡Esa era la tarea no!). Si no se explica
claramente, se generará una perturbación que afecta un componente del encuadre: el
objetivo del encuentro, la tarea prescripta.
En este sentido la tarea es algo visible y simple; el camino que conduce desde ciertas
necesidades manifiestas y manifestadas hacia ciertos objetivos explícitos y prescriptos.
Pero es cierto que cuando se desarrolla un objetivo y se resuelven necesidades
vinculadas a esos objetivos emergen otras necesidades.
El nuevo emergente
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nuevo emergente. El cual tiene siempre algo de inesperado. Y tiene peso y realidad
propia, una intrínseca consistencia y gravedad. Por eso no se puede saber, nunca, al
inicio de una situación interaccional, si se logrará estar en tarea. O si por el contrario se
estará en un “como si” de la tarea, que se llama pre-tarea.
Estar o no estar en tarea no es algo evidente. Es algo que se sabe por lo que ocurre
después: el nuevo emergente. Y un rasgo clave del nuevo emergente es ser inesperado o
relativamente inesperado, imprevisible o relativamente impredecible. Es el momento
creativo. La creatividad es, como dijo Pichon-Rivière, el principal signo de la
operatividad del grupo.
El existente
En ese sentido el existente es una realidad que debe ser explorada sabiendo que nunca
se la conocerá del todo y que sin embargo es fundamental. Es una realidad compleja y
huidiza que sin embargo puede ser descripta a partir de los vectores del cono invertido.
Es aquello sobre lo que se opera para contribuir a generar un nuevo emergente, que será
un nuevo punto de partida.
Referirse a tarea es suponer que lo esencial del grupo es su proceso: es decir que sus
integrantes están dirigiéndose desde necesidades a objetivos y están por lo tanto
haciendo algo. La tarea es esencialmente proceso y por lo tanto sucesión de existentes,
intervenciones y nuevos emergentes: lo que implica siempre considerar cómo las cosas
son ahora, a la vez que como fueron antes y cómo llegarán a ser después.
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Una colega me comentó en una oportunidad "Tengo registro de haber escuchado o leído en crónicas,
muchas veces, que se dice “están en tarea”, “estamos en tarea”, “en tarea”… y siempre me pregunto hacia
mis adentros ¿cómo saben si realmente están en tarea? Si es así, ¿es necesario que sea enunciado
constantemente?”.
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Toda intervención, verbal o no verbal, tiene por fundamento una interpretación, aunque
aún no se la pueda pensar claramente, ya que sólo se la intuye, se la siente. La
interpretación siempre es una hipótesis. En términos clásicos, se trata de la fantasía que
el operador tiene de las fantasías del grupo y si bien está fundada en un marco teórico,
experiencial y práctico, su validez sólo puede ser establecida con relación los nuevos
emergentes, posteriores a la intervención.
La intervención parte del estudio detallado y sistemático del existente, lo que requiere
además de teoría y método, una sensibilidad hacia la dialectización del existente, que
revela a cada paso, que es una realidad no completa ni fija, y apunta siempre a
transformarse y constituir un nuevo emergente.
La hipótesis
Una hipótesis (de trabajo) no requiere esa elaboración. Las fantasías que surgen en el
campo de trabajo son hipótesis de trabajo. Es bueno registrarlas y tomarlas muy en
cuenta. Pero no llegan a constituir interpretaciones. Tomar conciencia de las hipótesis
que se tienen es fundamental. Para orientarse y para que no actúen como prejuicio y
puedan ser sometidas a crítica. La hipótesis no es una idea fija que el operador va a
imponer a los hechos. No es un pálpito o una sospecha que se enunciará, de algún
modo. El operador tiene hipótesis. Más o menos fundadas. Y está dispuesto a
abandonarlas (o ponerlas entre paréntesis) si los emergentes no las confirman.
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La tarea se nos presenta a veces como un bloque exigente; otras veces como invitación a
una conexión ampliada con los demás. En un tercer caso aparece como oportunidad de
coincidencia y transformación. En otros términos: como bloque duro de roer, como
invitación a una conexión complejizante y como promesa de instante creativo y
transformación recíproca. Lo que Pichon-Rivière llamó momento de la operación, en el
cual se da una coincidencia de lo distinto, una distinción creadora, el entrecruzamiento
que opera en el sentido de una transformación multidimensional, multipersonal y
multidireccional.
Sobre el segundo punto, la tarea como invitación a una conexión complejizante, cabe
mencionar un riesgo y una advertencia: no toda acumulación y conexión interpersonal
garantiza ir más allá de eso mismo. A veces la intensidad afectiva crea una sensación de
evidencia que no es más que un espejismo, por lo general no demasiado grave. Se da
mucho en los grupos de pertenencia fuerte y tarea débil, en el modo de pretarea que se
denominó “ombliguismo” y tantas otras formas obstinadas de hacer cosas que son en
realidad modos del “como si” de la tarea.
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Como sucede con muchos otros conceptos, tarea refiere a realidades simples, que todos
conocemos, y a realidades bastante complejas, que siempre estamos tratando de
comprender. Todos sabemos que cuando se hace una tarea particular se desarrollan, con
o sin conciencia de ello, muchas otras actividades, propias del carácter
multidimensional de toda actividad humana (los vectores del cono invertido son una
guía para analizar algunas de esas dimensiones siempre coexistentes). No es sencillo ni
evidente lo que implica el concepto de tarea. Como no lo es tampoco llegar a saber con
certeza si en la vida se estuvo en algo o se trató más bien de una prolongada pretarea. Se
lo llega a saber después; por el nuevo emergente, por el tercero que presenta y esclarece
la tarea en la que se estuvo.
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Tarea implícita
Siempre que nos ocupamos de algo, nos estamos ocupando de otras muchas cosas. Los
vectores del cono invertido describen algo de esa multidimensionalidad de la tarea.
Cuando me ocupo de algo, sé de algún modo, que tengo que vencer ansiedades y
obstáculos que se presentarán en el proceso que implica todo aprehendizaje y
transformación.
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Cuando observamos una organización tenemos en cuenta las instancias con capacidad
de decisión. El poder (la autoridad), en el sentido de fuerza creativa (poder hacer) y
como fuerza restrictiva (hacer poder). Observamos la congruencia o distorsión que
pueda existir entre los objetivos manifiestos y los implícitos. Las fracturas en los roles,
los criterios de eficiencia, las reglamentaciones escritas y las no escritas (llamada a
veces cultura organizacional), los objetivos institucionales y el papel que la
organización tiene en la producción y reproducción social en general. La
burocratización y la despersonalización, como problema que remite a la dilución de la
singularidad en la generalidad del rol institucional.
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Veamos un ejemplo del campo grupal, de la década del noventa. Muchos coordinadores,
en aquella misma época, afirmaban “los sujetos no se comunican”. Las interacciones de
sus alumnos se les aparecían como monólogos paralelos, sin registro del otro y por lo
tanto sin cierta ética que apunta a dar cuenta que se recepcionó un mensaje que el otro
emitió. La observación era cierta, si se comparaba el estilo de las interacciones de ese
tiempo con el propio de décadas anteriores, sin tener en cuenta nuevos factores que
estaban interviniendo. Llevó bastante esfuerzo reconocer que no se trataba de ausencia
de comunicación ni falta de compromiso. Era otro tipo de comunicación: lo que un
integrante decía hoy era escuchado y respondido, de modo directo o indirecto, una o dos
semanas más tarde. ¿Qué ocurría? La subjetividad, fragilizada y fragmentada, hacía que
lo escuchado sea alojado en algún rincón del espacio mental para ser considerado luego
(en un tiempo diferido) y recién exteriorizado más tarde, en un tiempo en el cual ya no
se vivenciaba el peligro de un contenido que podía atacar un narcisismo lastimado por la
circunstancia social y una incrementada vivencia de vulnerabilidad ante la interacción.
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Encuadre y dispositivo, son equivalente: disposición de cierta cantidad de elementos que tiene por
objetivos producir un efecto, hacer posible un proceso.
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Desde cerca y con el otro, es decir ser copensor, sostener, acompasar, acompañar. Evitar la solemnidad
en lo posible. Cercanía, horizontalidad, respeto. Estamos seguros que algunos verán esta idea como
ingenua o tal vez demagógica: “los especialistas somos nosotros y no las personas con quienes
trabajamos”, dirá alguien indignado. Pero D. Winnicott también opina así: si el terapeuta sabe esperar
tiene la satisfacción de que el paciente genere su propia interpretación (cito de memoria).
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El momento clave se juega con relación al vacío que emerge en todo proceso a medida
que se profundiza la tarea. Porque en inminente apropiación del objeto, o en el momento
de mayor obstáculo, emerge la posibilidad de despliegue de lo nuevo, pero también la
incertidumbre y la angustia. Contribuye en la creación de una posición operativa en los
participantes, pautada por el encuadre. El momento clave se juega con relación al vacío
(dinámico) que emerge en todo proceso grupal a medida que se profundiza la tarea.
Porque en la cercanía de la inminente apropiación del objeto, o en el momento de mayor
obstáculo, emerge la posibilidad de despliegue de lo nuevo pero también lo incierto y la
angustia. Allí reside la motivación, la necesidad de crear, la vocación y la potencialidad
operativa.
El coordinador trabaja sostenido por un encuadre que protege a todos los participantes,
incluido él mismo. Pero tiene un rol diferenciado: toma nota y realiza interpretaciones
sobre aspectos implícitos de la tarea, establece situaciones de demora (no responde
enseguida preguntas que lo aluden) y no busca captar la atención de los demás,
conductas que resultarían muy extrañas si no estuvieran prescriptas por el encuadre
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Hay veces que alguno de los/las participantes tiene una función de sostén de la tarea y del propio
proceso grupal. Las funciones circulan entre los distintos participantes.
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No podemos convocar los fantasmas y cuando estos aparecen, salir corriendo, sostenía Freud.
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Aún hoy es difícil encontrar palabras adecuadas para referirse a lo que durante décadas
se denominó función de contención y función de límite. Antes alcanzaba con un simple
ejemplo: límite es lo que pone el padre, contención es lo que hace la madre. Pero los
cambios culturales diluyeron la claridad supuesta de estos términos.
La función de límite aparece para algunas personas como algo innecesario y como una
obviedad omitida, para otras. Se modificaron los modos de ser adulto, de ser padre y de
ser madre, aunque también los roles de abuelo/a y de niño/a, docente, alumno. Esta
conmoción de roles y funciones, que estaban naturalizadas hace cincuenta años, genera
algunas dificultades a la hora de definir qué es límite y qué es contención. Hoy todo esto
funciona de otra manera. Antes todos entendían, aunque no coincidiera con su
experiencia personal.
Los tiempos actuales requieren reflexionar sobre este asunto, ya que la mayoría de las
personas reconoce necesitar contención, orientación, referencias y límites (puestos por
otros o por si mismos).
Toda contención implica algún tipo de límite, como lo muestra la circunferencia del
abrazo, que alberga aunque suavemente delimita. El límite, cuando es adecuado,
sostiene y libera. Cuando no lo es, inhibe y arruina la vida y el desarrollo subjetivo. El
límite es barrera pero también contacto con el otro y consigo mismo.
Luego del tiempo de la apertura, donde la instalación del encuadre hace indispensable la
presencia activa del operador, es necesario que este se retire del centro de la escena.
Que focalice las determinaciones que rodean lo que aparece central, que juegue a
establecer distintas distancias, cooperando con la fluidez de la comunicación, si es
necesario.
El retirarse del centro facilita la creación de un vacío que emerge como producto del
despliegue del existente. Un vacío dinámico en el cual reside lo más profundamente
angustiante y también la potencia de lo creativo (en la instancia laberíntica que supone
la situación depresiva, como lo denomina Pichon-Rivière).
¿Cómo se logra ese descentramiento que da lugar al vacío dinámico que postulamos
altamente operativo? ¿Desde cual lugar subjetivo? Desde aquella zona de su mundo
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interno desde la cual el descentramiento puede ser percibido como una situación feliz y
no principalmente una instancia de renuncia.
Trabajar y trabajarse
La práctica en el hospital psiquiátrico nos permitió elaborar una crítica de las posiciones
subjetivas pertinentes y no pertinentes del operador psicosocial. Por motivos afectivos e
ideológicos se revelan en ese campo, con particular intensidad, actitudes típicas que
surgen ante las situaciones más espinosas y angustiantes, como son la locura y el
encierro manicomial. Observamos una posición autoritaria que parte del prejuicio de
que uno sabe y otro no. Ese rol es el asumido por el psiquiatra tradicional, y no cambió
a lo largo del tiempo. Queriendo solucionar el autoritarismo se plantea a veces una
posición simbiótica, de indiferenciación, para nada operativa (en realidad, demagógica).
Las variantes paternalistas o maternalistas que contienen mientras castran. Las actitudes
laissez faire (pretendidamente liberadoras) que abandonan a los otros en sus necesidades
de ser orientados y contenidos; las actitudes tecnicistas o tecnocráticas que suponen
que un proceso humano se realiza sólo a través de razones abstractas; las actitudes que
surgen de la consideración de que el amor, por sí mismo y sin mediaciones, todo lo cura
(ilusión fantasmática).7
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Esta reflexión se produce en un contexto de crítica de los criterios tradicionales de autoridad,
autocráticos y rígidamente asimétricos, en términos generales. La búsqueda y aún no encuentro de modos
de vinculación que superen las pautas anteriores, se genera de hecho, un enorme campo de incertidumbre
pero también de potenciales nuevas pertinencias, respecto de los modos de coordinar y orientar la
intervención psicosocial.
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