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Fernando A.

Fabris

La intervención
psicosocial
y el grupo operativo. Método,
técnica y ética
(Primera parte)
Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)

INDICE
Prefacio

Primera parte

1. El trabajo de los psicólogos sociales


2. El sentido de la intervención psicosocial
3. La tarea como objetivo y multidimensionalidad
4. La lógica de los grupos, organizaciones y comunidades
5. El vínculo asimétrico y el encuadre operativo

Segunda parte

6. Los pasos de la intervención psicosocial


7. El método Pichon-Rivière

Tercera parte

8. Tres clases sobre grupo operativo


9. Tarea, pretarea y proyecto: una vuelta de espiral

Cuarta parte

10. Ética de la intervención psicosocial

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Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)

Prefacio
Este texto comenzó a bocetarse en ocasión de clases dictadas a estudiantes de psicología
y trabajo social en el “Centro Pichon-Rivière” del Hospital Neuropsiquiátrico “Dr. A.
Korn”. En aquella oportunidad organicé un esquema que sintetizaba lo que según mi
experiencia es el núcleo esencial de la intervención psicosocial. Luego de las clases-
taller dictadas en 2008, 2011 y 2014 en La Plata, tuvieron un papel importante otras
realizadas en Resistencia (en la UEP nº 157 “Foro Social del NEA”, la Escuela de
Psicología Social del Chaco -Cooperativa “Chaco psicosocial”-, la Universidad
Nacional del Nordeste (UNNE) y el Programa Integral de Atención a Excombatientes y
sus familias del InSSSeP). También en la Ciudad de Corrientes (Instituto San José), en
Porto Alegre (CEAPEG, 2008), en la Universidad de Madres de Plaza de Mayo, en la
Escuela de Psicología Social para la Salud Mental dirigida por A. Moffatt (Buenos
Aires, 2016, 2017), la Asociación de Psicólogos Sociales de la República Argentina
(APSRA, 2016, 2017) y la Primera Escuela Privada de Psicología Social fundada por E.
Pichon-Rivière y dirigida por A. P. de Quiroga.

Se exponen aquí los resultados de esas elaboraciones, en la forma de un marco teórico-


metodológico que surgió treinta años de práctica profesional entre la que se incluye la
participación en el Departamento de Extensión Comunitaria del Centro de Estudios en
Psicología Social de La Plata, los Talleres Creativos Artísticos del Hospital de Melchor
Romero y la Red Argentina de Arte y Salud Mental, organizaciones de las cuales fui
participante y miembro fundador. También del aprendizaje y el diálogo frecuente con
figuras como Abelardo Gilabert, Fidel Moccio, Ángel Fiasché, Alejandro Scherzer,
Oscar Bricchetto, Hernán Kesselman, Ana Quiroga, Alfredo Moffatt y otros
distinguidos colegas y amigos.

La intervención psicosocial y el grupo operativo: método, técnica y ética (2018) está


antecedido obras encuadrados en la misma perspectiva teórica: Psicología Clínica
Pichoniana (2004), Pichon-Rivière un viajero de mil mundos (2007), Pichon-Rivière y
la construcción de lo social (2012), Pichon-Rivière como autor latinoamericano (2014),
Subjetividad colectiva y realidad social (2017).

Cierto aliento surgió también de la invitación a organizar un material didáctico


destinado a fundamentar propuestas de Ciclos de Complementación Curricular en
algunas universidades, durante los últimos años. De allí surgen algunas de las
precisiones sobre el rol del psicólogo social y el sentido de la intervención psicosocial.

Los capítulos sobre la Ética de la Psicología social y las Clases sobre "grupo operativo"
son actualizaciones de clases dictadas en la Primera Escuela Privada de Psicología
Social, de la Ciudad de Buenos Aires.

Cabe agregar un especial agradecimiento a quienes leyeron y comentaron los


manuscritos de esta obra, a mi hija Ana Catalina Fabris y mis colegas Alejandro
Simonetti, Ana P. de Quiroga, Liliana Olea, Susana Gacias, Mónica Di Leo, Graciela
Tonnier, Elena Puž, Eugenia Manzanelli, Mabel Roldán, Rolando Vallejos, Alejandra
Fernández y Martha Álvarez.

La historia de la intervención psicosocial, en la tradición que inaugura Pichon-Rivière,


puede ser remitida a experiencias realizadas en la década del treinta en el Asilo de

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(Primera Parte)

Torres, o a la realización de grupo operativos y la práctica institucional de mediados de


los años cuarenta. Aunque su origen más preciso se ubica en la actividad realizada en el
Instituto Argentino de Investigaciones Sociales (IADES) en 1955. Lo allí ocurrido fue
exhaustivamente relevado en el libro Pichon-Rivière y la construcción de lo social.

La actividad de Pichon-Rivière se continuó en el marco de la Primera Escuela Privada


de Psicología Social, fundada por este gran autor, en 1967. Esta institución fue el punto
de partida de gran cantidad de grupos, cátedras, escuelas y asociaciones que
afortunadamente continúan su trabajo en la Argentina y otros países del mundo.

La intervención psicosocial tuvo y tiene, formas muy distintas. Algunas se caracterizan


por ser breves, ya que consisten en no más de cinco o seis reuniones, realizadas en
grupos, organizaciones y comunidades; otras son más prolongadas y consisten en el
acompañamiento de procesos colectivos, en el marco de grupos y organizaciones
sociales y comunitarias; un tercer tipo toma la forma de actividades de capacitación y
coordinación de espacios grupales en organizaciones y comunidades (de duración
acotada o prolongada); un cuarto tipo consisten en la intervención en emergencias, crisis
y catástrofes; un quinto tipo son las actividades de rehabilitación de la vida social y las
propias víctimas de emergencias y catástrofes y un sexto y último tipo consiste en
modalidades colectivas (grupales) de asistencia de individuos, en salud mental
comunitaria, como es el caso de las adicciones, personas en situación de calle,
situaciones de pobreza e indigencia, víctimas de violencias institucionales y de género,
instituciones psiquiátricas, tercera edad, juventud, las que incluyen actividades de
recreación y juego cuyo sentido fundamental es la promoción de la salud mental.

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Primera Parte

1) El trabajo de los psicólogos sociales

¿De qué nos ocupamos los psicólogos sociales? ¿Sobre qué operamos? ¿En qué
ámbitos? ¿Sobre cuál tipo de problemas? ¿Cómo lo hacemos? ¿Para qué lo hacemos?
La psicología social es una perspectiva teórica y una disciplina que trabaja con grupos,
organizaciones y comunidades en tareas de promoción de la salud y prevención de la
enfermedad. Se basa en un esquema conceptual referencial y operativo creado por
Enrique Pichon-Rivière al que le es inherente una concepción dialéctica del sujeto y la
historia.

Los grupos, instituciones y comunidades tienen lógicas


propias y específicas a la vez que expresan el mundo social
e histórico que se hace presente a través de sus integrantes,
portavoces del mundo en que viven. Operamos en la
resolución de obstáculos que interfieren en la tarea de los
sujetos, grupos, organizaciones y comunidades, tanto como
en el desarrollo y potenciación de las capacidades, sean
personales, grupales, organizacionales y/o comunitarias.

Analizamos e intervenimos sobre problemáticas y conflictos


de naturaleza psicosocial, en los ámbitos grupal,
institucional y comunitario.

Los campos de intervención son la salud, la educación, el trabajo, la comunidad, el tiempo


libre, movimientos y organizaciones sociales, empresas, redes barriales y comunitarias,
grupos y equipos. Apuntamos a resolver problemáticas vinculadas a los distintos tipos de
pobreza, violencia, marginalidad, catástrofes, etc. Y potenciar recursos comunitarios,
organizacionales y sociales, contribuyendo a articular grupos y organizaciones de la
comunidad.

Realizamos acciones de promoción de la salud mental y prevención de la enfermedad, así


como modos de la asistencia en problemáticas específicas: adicciones, integración en
enfermos mentales, tercera edad, etc.

¿Cómo lo hacemos? Abriendo y sosteniendo


espacios de reflexión y acción conjunta con los
interesados, a través de metodologías
participativas de investigación y acción social,
grupos operativos de aprendizaje y otras técnicas
centradas en la tarea; diseñando y conduciendo
intervenciones e investigaciones psicosociales;
contribuyendo en la coordinación de actividades comunitarias, de forma particular o
como parte de organismos no gubernamentales, en las organizaciones y desde las
organizaciones, en organismos estatales municipales, provinciales y nacionales, en y
desde movimientos y organizaciones sociales y comunitarias.

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2) El sentido de la intervención psicosocial


El propósito de la intervención psicosocial es contribuir a resolver problemas,
deconstruir dilemas y conflictos vinculares, grupales, organizacionales y comunitarios;
abordar los obstáculos que se dan en todos los ámbitos y alternativas de la tarea;
potenciar el aprendizaje, el desarrollo de las capacidades de las personas, grupos y
comunidades con los que trabajamos.

El operador psicosocial se capacita para poder diiseñar,


impulsar, sostener, coordinar y analizar una práctica,
poder pensar y contextualizar esa práctica, para
incrementar la eficacia de su intervención.
La teoría y la práctica de la intervención psicosocial
tienen un grado de complejidad elevada. Esto se debe a
las dimensiones implícitas que intervienen pero
también a los entrecruzamientos de determinaciones
individuales, grupales, organizacionales e histórico-
sociales. Es por ello que es necesario contar con una
metodología de la intervención, que ofrezca una lógica
y un camino.
Pero la metodología es más que un conjunto de procedimientos. Y algo más que cierta
capacidad de interpretar y/o de comprender el significado profundo que toda práctica
social posee. La intervención psicosocial es más que una técnica, aunque requiere una
técnica. Requiere una ideología, pero es más que una ideología. Requiere actitudes
adecuadas, pero no es solo la práctica de una actitud.

Esta complejidad es abordada a través de un esquema metodológico que siendo una guía
para la investigación y la acción, conjuga una perspectiva teórica, una definición y
redefinición del objeto y del campo del que nos ocupamos, técnicas, procedimientos,
una filosofía y una ética.

Esta complejidad es abordada a través de un esquema metodológico que siendo una guía
para la investigación y la acción, conjuga una perspectiva teórica, una definición y
redefinición del objeto, técnicas, procedimientos, una filosofía y una ética.

Trastrocamientos multidimensionales

Existen trastocamientos inherentes a nuestro sistema social; encerronas trágicas,


desatenciones frecuentes, disociaciones, grietas y bloqueos persistentes, desgarros
dolorosos. Todo esto ocurre a nivel de los sujetos pero también de los vínculos, grupos,
organizaciones y en las relaciones sociales más amplias.

Si bien ningún sujeto es un equivalente del grupo o la comunidad a la que pertenece, lo


que le sucede tiene una estrecha conexión con los puntos de apoyo y desapoyo que
encuentra en los colectivos de los que participa. Sus infortunios personales y los de su
grupo se entrelazan y realimentan con los de su comunidad y las instituciones que
integra. Lo mismo sucede con las posibilidades y las potencias: la subjetividad
individual y la subjetividad colectiva se realimentan, en una acción recíproca de causas
y efectos.

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Los claroscuros de los vínculos, grupos, instituciones y del proceso histórico social
dialogan del mismo modo que lo hacen las fragmentaciones y escisiones alienantes, por
un lado, y las potencias y posibilidades, por otro (a nivel individual).

La sociedad es tan compleja e insondable como lo es la subjetividad individual,


vinculada a los sueños y otros simbolismos complejos. Es tan problemática como lo son
los sujetos. La vida social sostiene lo más activo y creativo de los individuos y grupos
pero también abandona, encierra, destruye, generando sufrimientos y patologías.

Son dramas que todo el mundo conoce: la disociación de


lo que debería estar unido, la depositación de lo negativo
en el más débil, la segregación y el chivato, mecanismos
oscuros que apuntan al sacrificio de una parte, para
conservar el todo alienado del cual se participa.

Por ello, un objetivo fundamental de la intervención psicosocial es analizar e intervenir


sobre las fragmentaciones, ambigüedad y disociaciones de la subjetividad individual y
colectiva, sobre los sujetos, grupos, organizaciones y los procesos sociales e históricos
objetivos.

Antecedentes.

La intervención psicosocial que nosotros practicamos, tiene origen en acciones


realizadas en la Argentina en la década de 1930. Pero fue recién en 1945 que se generó
la práctica que teorizada a partir de 1955, originó el modelo en que nos basamos. Fue
cuando Pichon-Rivière percibió y señaló que había un vacío en el las teorías y que era
necesario encontrar categorías de pasaje entre los individuos y la sociedad. Fueron los
tiempo en los que formuló sus conceptos clave: vínculo, portavoz, emergente, espiral
dialéctica, rol, grupo operativo, ámbito y contexto. Presentó estos conceptos en un texto
sobre el proceso creador y un seminario sobre entrevista, ambos en 1956. Luego, de
modo más resonante en textos previos a la Experiencia Rosario, de 1958. Hacia 1963
incorporó nuevas nociones como adaptación activa a la realidad y reelaboró el concepto
tarea. Ya no se trataba del inconsciente como estructura insondable, ni de las pulsiones
como fuerzas omnipotentes que tienden a la descarga de contenidos innatos: eran los
vínculos y las necesidades materiales y simbólicas con las que se entretejían las
instituciones y la praxis social de los sujetos individuales y colectivos.

¿Cuáles influencias se recogen en este libro? En primer lugar las del fundador, Enrique
Pichon-Rivière (1907-1977). Y luego discípulos y continuadores como José Bleger,
Ángel Fiasché, Fernando Ulloa, Fidel Moccio, Abelardo Gilabert, Armando Bauleo,
Alfredo Moffatt, Hernán Kesselman, Ana Quiroga, Gladys Adamson, Alejandro
Simonetti, Alejandro Scherzer y muchas otros que desarrollan hoy la perspectiva que
aquí se retoma.

La dialéctica de Heráclito, Hegel, C. Marx, V. Lenin, GH. Mead, W. Benjamin. Brecht,


A. Breton, A. Gramsci, K. Lewin, J.P. Sartre, H. Lefebvre, L. Goldmann, D. Harvey.

En el presente texto se expone una síntesis realizada a partir de una práctica propia, que
junto con la teoría y la reflexión metodológica y filosófica, ofrece una propuesta
abarcativa. El planteo se asienta en los conceptos tarea, ámbitos y vínculo operativo. Se

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trata de una reflexión sobre la lógica profunda de la intervención psicosocial, lo que


permite comprender el sentido de las técnicas, la metodología y los procedimientos a
través de los cuales se implementa y desarrolla la tarea.

Toda metodología promueve la rigurosidad y la precisión. Pero no debe pensarse que


las prácticas metodológicamente fundadas implican actitudes rígidas y frías. La
intervención psicosocial tiene más parecidos con un diálogo que va adquiriendo
profundidad a medida que se desarrolla, que con un calculado ordenamiento de objetos
delimitados de antemano. Se trata de la conjunción, casi artesanal, entre la rigurosidad
científica y la sensibilidad que permite sintonizar, empatizar, resonar con los otros.
manteniendo un equilibrio entre la actitud de duda que requiere todo campo científico y
la seguridad básica que presupone una disciplina que se basa en un conocimiento
suficientemente probado en la práctica. Sin bruma y con franqueza, con apertura y la
menor solemnidad posible.

3) La tarea como objetivo y multidimensionalidad


La tarea es el eje que vertebra la intervención psicosocial en todos los ámbitos y en
todas las instancias de su desenvolvimiento. Es el único líder permanente de los grupos,
las organizaciones y comunidades. No se trata de un proceso simple ya que tiene
múltiples planos que se entrecruzan y afectan recíprocamente. Como trayectoria supone
una cierta linealidad que se despliega desde ciertas necesidades a ciertos objetivos pero
también un movimiento en zigzag, idas y vueltas, círculos en espiral, diversificación de
líneas creativas.

Estos planos, que se articulan y superponen, refieren a los vectores del cono y
contextualizaciones que provienen de la lógica de los ámbitos psicosocial,
sociodinámico, institucional y comunitario. Se trata de la direccionalidad de un proceso
que se dirige desde necesidades a objetivos pero también de la yuxtaposición y
coexistencia de direcciones y sentidos múltiples.

Es un hacer fundado en necesidades complementarias, contradictorias y antagónicas que


son emergentes y causas de los avances y retrocesos.

Es un hacer; pero no es cualquier hacer: produce enriquecimiento subjetivo de los


participantes, aumenta la salud mental, genera aprendizaje y sortea obstáculos,

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produciendo actos comunicativos más que ruido, interacciones asociativas entre los
participantes, cooperación más que saboteo, apropiación del objeto más que evitación,
flexibilidad en el uso de los procesos de análisis y síntesis, uso estratégico de las
técnicas del yo y enfrentamiento y elaboración de los miedos, angustias y ansiedades.
Es decir, más creatividad que dificultades que conducen a estereotipos. Adaptación
activa a la realidad, predominio del cambio por sobre la resistencia al cambio,
cambio, despliegue de un proyecto más que triunfo de la resistencia.

Es importante poder establecer una tarea que esté centrada en las necesidades existentes
¿Qué es lo que necesita este conjunto de personas que integran este conjunto grupal u
organizacional? ¿Una cercanía que haga más fácil la comunicación, lograda a través de
poner en común las experiencias de cada uno? ¿Concretar objetivos que quedan casi
siempre relegados? ¿O un espacio en el que puedan ser esclarecidas vivencias no
registradas o tal vez registradas pero no comunicadas?

La convocatoria como tarea prescripta

Aunque las necesidades implícitas que convocan a un grupo puedan ser diversas,
cuando se propone realizar un taller de música, sea desde una institución de salud
mental, un espacio comunitario, un contexto recreativo, hacer música es la tarea. Si la
convocatoria habla de hacer música, de expresarse haciendo música, y no hiciéramos
música, habría que explicar muy claramente el motivo. Si por capricho de quien lo
coordina no se hace música, se generará probablemente una situación de extrañamiento.
Habría que explicar por qué no se hace música (¡Esa era la tarea no!). Si no se explica
claramente, se generará una perturbación que afecta un componente del encuadre: el
objetivo del encuentro, la tarea prescripta.

En este sentido la tarea es algo visible y simple; el camino que conduce desde ciertas
necesidades manifiestas y manifestadas hacia ciertos objetivos explícitos y prescriptos.
Pero es cierto que cuando se desarrolla un objetivo y se resuelven necesidades
vinculadas a esos objetivos emergen otras necesidades.

Para hacer música necesitamos comunicarnos, buscar formas de cooperación, satisfacer


necesidades de pertenencia y realización personal, resolver antinomias típicas de la vida
cotidiana y reconstruir modos de convivencia que requieren cierta armonía y calidez. Y
en este sentido tarea no es cualquier modo de hacer música: como se dijo antes, es un
hacer; pero no cualquier hacer. Es un modo de práctica que coincide con la adaptación
activa a la realidad interna y externa y presupone un sistema de transformaciones y
complejizaciones vinculares. Es un buen hacer. Es predominio de procesos de cambio
por sobre configuración de estereotipos, sobre todo si estos estereotipos conducen a la
instalación de la resistencia al cambio.

Resumiendo: tarea es en primer lugar, resolución de problemas y logro de objetivos,


pero es también un modo enriquecedor y humanizante de resolver los problemas y
objetivos planteados.

El nuevo emergente

Parte de la complejidad de la tarea se infiere de una particular cuestión: solo al final de


un proceso es posible saber si se estuvo o no se estuvo en tarea. Se sabe después, por el

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nuevo emergente. El cual tiene siempre algo de inesperado. Y tiene peso y realidad
propia, una intrínseca consistencia y gravedad. Por eso no se puede saber, nunca, al
inicio de una situación interaccional, si se logrará estar en tarea. O si por el contrario se
estará en un “como si” de la tarea, que se llama pre-tarea.

Toda interacción presupone tomar riesgos: la tarea es convocada y facilitada a través de


un encuadre que la contiene y protege, pero no como algo que podría controlarse.1

Los signos del estar en tarea se relacionan a la experiencia de inmersión en el existente:


meter las manos en la masa, mojar la camiseta, hacer buenos pases y hasta jugar de
memoria, ya que se tiene internalizados a los otros. Pero también la experiencia del
“momento de la operación” (cuando todo coincide) y por último la cualidad nueva que
se revela en el nuevo emergente, que es un resultado del transpirado devenir del
existente.

Estar o no estar en tarea no es algo evidente. Es algo que se sabe por lo que ocurre
después: el nuevo emergente. Y un rasgo clave del nuevo emergente es ser inesperado o
relativamente inesperado, imprevisible o relativamente impredecible. Es el momento
creativo. La creatividad es, como dijo Pichon-Rivière, el principal signo de la
operatividad del grupo.

El existente

Se está en tarea al ocuparse de lo que ocurre, meterse en el existente, realizar la


inmersión en lo problemático, viviendo la inevitable confusión que produce la realidad
que se quiere conocer y transformar, sentir el momento de caos y la aparición súbita o
progresiva de lo nuevo.

En ese sentido el existente es una realidad que debe ser explorada sabiendo que nunca
se la conocerá del todo y que sin embargo es fundamental. Es una realidad compleja y
huidiza que sin embargo puede ser descripta a partir de los vectores del cono invertido.
Es aquello sobre lo que se opera para contribuir a generar un nuevo emergente, que será
un nuevo punto de partida.

El existente es la realidad inmediata y concreta, la simultaneidad de las múltiples


contradicciones, el análisis concreto de la situación concreta, y por lo tanto un
momento de la praxis.

Referirse a tarea es suponer que lo esencial del grupo es su proceso: es decir que sus
integrantes están dirigiéndose desde necesidades a objetivos y están por lo tanto
haciendo algo. La tarea es esencialmente proceso y por lo tanto sucesión de existentes,
intervenciones y nuevos emergentes: lo que implica siempre considerar cómo las cosas
son ahora, a la vez que como fueron antes y cómo llegarán a ser después.

El espacio y sentido de la intervención

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Una colega me comentó en una oportunidad "Tengo registro de haber escuchado o leído en crónicas,
muchas veces, que se dice “están en tarea”, “estamos en tarea”, “en tarea”… y siempre me pregunto hacia
mis adentros ¿cómo saben si realmente están en tarea? Si es así, ¿es necesario que sea enunciado
constantemente?”.

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Toda intervención, verbal o no verbal, tiene por fundamento una interpretación, aunque
aún no se la pueda pensar claramente, ya que sólo se la intuye, se la siente. La
interpretación siempre es una hipótesis. En términos clásicos, se trata de la fantasía que
el operador tiene de las fantasías del grupo y si bien está fundada en un marco teórico,
experiencial y práctico, su validez sólo puede ser establecida con relación los nuevos
emergentes, posteriores a la intervención.

La interpretación es un aporte de significados al grupo. No cabe realizar formulaciones


como "en realidad lo que ocurre es que...". Si se la enuncia de esa forma, de hecho se
descalifican otros sentidos que pueden ser también relevantes. El tono adecuado parece
ser “cabría pensar que…”, o "es probable que”, o “además de lo que se afirma podría
estar en juego también tal otro significado…”.

La intervención parte del estudio detallado y sistemático del existente, lo que requiere
además de teoría y método, una sensibilidad hacia la dialectización del existente, que
revela a cada paso, que es una realidad no completa ni fija, y apunta siempre a
transformarse y constituir un nuevo emergente.

La hipótesis

Cuando el operador psicosocial hace una pregunta exploratoria o un señalamiento


acerca de la comunicación, se basa, sea consciente o no de ello, en una hipótesis (de
trabajo) que fundamenta su intervención; una lectura del significado de lo que ocurre.
Toda lectura de la realidad es una hipótesis. Pero no toda hipótesis adquiere la estatura
de una interpretación, en el sentido técnico del término. Una interpretación supone un
grado de elaboración, un cierto trabajo sobre una cantidad más o menos amplia de
información sistematizada.

Una hipótesis (de trabajo) no requiere esa elaboración. Las fantasías que surgen en el
campo de trabajo son hipótesis de trabajo. Es bueno registrarlas y tomarlas muy en
cuenta. Pero no llegan a constituir interpretaciones. Tomar conciencia de las hipótesis
que se tienen es fundamental. Para orientarse y para que no actúen como prejuicio y
puedan ser sometidas a crítica. La hipótesis no es una idea fija que el operador va a
imponer a los hechos. No es un pálpito o una sospecha que se enunciará, de algún
modo. El operador tiene hipótesis. Más o menos fundadas. Y está dispuesto a
abandonarlas (o ponerlas entre paréntesis) si los emergentes no las confirman.

Ninguna hipótesis previa puede declararse válida, antes de la interacción en la que se


juega y afirma o desecha. No puede saberse, antes de interaccionar, lo que va a ocurrir.
Solo lo que es probable que ocurra. Cuando los indicadores empíricos (emergentes)
parecen confirmar la validez de una hipótesis, el operador la enuncia (si considera que
será operativo hacerlo). Y esperará los indicadores que le darán pistas acerca de lo
acertado o no de su lectura.

Manifiesto y latente: ambigüedades conceptuales

El concepto tarea deconstruye la división metafísica entre consciente e inconsciente. El


conocimiento es un proceso siempre inacabado que puede graficarse a través de una
espiral que es infinita pero nada le falta, ya que “el tiempo solo es tardanza de lo que
está por venir”, como dice Martín Fierro.

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Es en la praxis cotidiana y en el escenario de la vida humana donde se resuelven las


contradicciones. Las fragmentaciones y disociaciones de las estructuras intrasubjetivas e
intersubjetivas no ocurren sólo como dimensión implícita de la tarea y la praxis, ocurren
también en los pliegues de la tarea manifiesta, cuestión a la que Pichon-Rivière aludió
con la provocadora fórmula de que lo más superficial es lo más profundo (Había
mencionado antes, en 1956, que prefería el concepto de simbolismo más que el de
inconsciente como compartimento estanco).

Los aspectos vinculares de la vida humana no pertenecen de por si a una dimensión


implícita de la tarea. Por más que en nuestra cultura se mencione lo vincular y afectivo
demasiado poco, o se los mencione demasiado mucho, como ocurre en los reality show
posmodernos y en el exhibicionismo televisivo cotidiano. Las vicisitudes existenciales
del encuentro, vínculo y separación con los otros ocurren en la dimensión manifiesta o
implícita de la tarea. Lo manifiesto y lo latente de la tarea, o en otros términos las tareas
explícitas o implícitas, son dimensiones que se relevan una a otra: no contienen nada
que les sea particular y específico. A cada rato lo latente se hace manifiesto y lo
manifiesto se hace latente.

No es razonable por lo tanto adjudicar lo vincular y afectivo a lo latente, como no es


razonable adjudicar al pensamiento y la conducta al campo de lo manifiesto. Cuando un
grupo comienza a hablar sobre los afectos y las ansiedades en las que está metido,
vuelve explícito lo que hasta ese momento era implícito. Y la elaboración teórica que
era manifiesta hasta un momento atrás, continúa su desarrollo en un nivel implícito.

Eso de lo consciente e inconsciente como compartimentos estancos no va más:


preferimos referirnos a la superposición de planos, a la realización de referencias
directas o indirectas, literales o metafóricas y capas distintas de significado de lo
concreto, a la continua transformación de distintos planos de una misma realidad social.

Crítica de las representaciones de la tarea

La tarea se nos presenta a veces como un bloque exigente; otras veces como invitación a
una conexión ampliada con los demás. En un tercer caso aparece como oportunidad de
coincidencia y transformación. En otros términos: como bloque duro de roer, como
invitación a una conexión complejizante y como promesa de instante creativo y
transformación recíproca. Lo que Pichon-Rivière llamó momento de la operación, en el
cual se da una coincidencia de lo distinto, una distinción creadora, el entrecruzamiento
que opera en el sentido de una transformación multidimensional, multipersonal y
multidireccional.

Sobre el segundo punto, la tarea como invitación a una conexión complejizante, cabe
mencionar un riesgo y una advertencia: no toda acumulación y conexión interpersonal
garantiza ir más allá de eso mismo. A veces la intensidad afectiva crea una sensación de
evidencia que no es más que un espejismo, por lo general no demasiado grave. Se da
mucho en los grupos de pertenencia fuerte y tarea débil, en el modo de pretarea que se
denominó “ombliguismo” y tantas otras formas obstinadas de hacer cosas que son en
realidad modos del “como si” de la tarea.

El tercer punto, la tarea como momento de operación, es difícilmente cuestionable. Es


difícil estar en contra de la inspiración creativa y la poética-transformadora. Salvo que

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se tenga una visión conservadora-burocrática que entiende la tarea como la sumisión a


reglas preestablecidas. La creatividad la disfrutan y defienden todos, aunque cabe la
precaución acerca de la utilidad social de los productos de la creatividad, ya que su
eficacia puede estar al servicio de intereses humanistas pero también intereses anti-
humanos.

La conexión con el objeto y en el vínculo, está acechada por ilusiones diversas. La


intensidad puede acompañarse de la improductividad, de la incapacidad de producir un
nuevo emergente, un tercero. Salvada esta circunstancia es importante destacar que la
circulación de afectos y compromisos nutre la tarea, la motiva y motoriza. Si ese plus
afectivo no está, la interacción es una música a la que le falta una nota, o una melodía
que desafina siempre un poco.

La tarea es un proceso de construcción que implica productividad y autenticidad,


incluye la satisfacción y el placer que proviene de la aproximación al objeto de
conocimiento, la conexión entre personas y la alegría del compromiso, el disfrute de
poner el cuerpo y contactar con las necesidades, además del sentido que emerge de la
práctica de la que se es parte.

Tarea prescripta y tarea

Como sucede con muchos otros conceptos, tarea refiere a realidades simples, que todos
conocemos, y a realidades bastante complejas, que siempre estamos tratando de
comprender. Todos sabemos que cuando se hace una tarea particular se desarrollan, con
o sin conciencia de ello, muchas otras actividades, propias del carácter
multidimensional de toda actividad humana (los vectores del cono invertido son una
guía para analizar algunas de esas dimensiones siempre coexistentes). No es sencillo ni
evidente lo que implica el concepto de tarea. Como no lo es tampoco llegar a saber con
certeza si en la vida se estuvo en algo o se trató más bien de una prolongada pretarea. Se
lo llega a saber después; por el nuevo emergente, por el tercero que presenta y esclarece
la tarea en la que se estuvo.

Cuando se inicia un grupo no puede saberse si se va a lograr “entrar en tarea”. Es como


un partido de fútbol: se pueden crear situaciones de juego pero no siempre se puede
llegar a controlar la situación total. No se puede forzar el entrar en tarea: como en
muchos aspectos centrales de la vida (la felicidad, la creatividad, el disfrute, la
relajación, la espontaneidad, el dormirse), sólo se pueden crear las condiciones en las
cuales se incrementan las posibilidades de que esto ocurra.

A veces no se logra ni siquiera lo primero. El grupos puede quedarse dando vueltas en


la puerta del área, en una situación de pretarea, “un como si de la tarea”, que se
manifiesta en que el equipo no logra meterse en el partido. No se puede forzar el entrar
en tarea: como en muchos aspectos centrales de la vida (la felicidad, la creatividad, el
disfrute, la relajación, la espontaneidad, el dormirse), sólo se pueden crear las
condiciones en las cuales se incrementan las posibilidades de que esto ocurra.

El momento de la tarea es un momento de construcción transicional, de encuentro y


tensión de contradicciones: interno y externo; vertical y horizontal; pasado, presente y
futuro. Espontaneidad adquirida, podríamos decir. Emergencia del self verdadero que

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Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)

surge de la recreación de una vincularidad plena. Tarea es hacer bien, un hacer


multidimensional, integrado, dialéctico, polifacético y creativo.

Tarea implícita

La tarea implícita refiere a los modos como el objeto de trabajo se va especificando, se


va volviendo concreto, diverso y singular, va tomando cuerpo y se va volviendo real
(concreto), a lo largo del proceso de apropiación de la realidad. Lo que remite a la trama
de acciones por medio de la cual los sujetos se van volviendo diversos y concretos, al
ser afectados por el objeto del cual se ocupan, en el proceso de aprehenderlo y
transformarlos. Y allí se van transformando ellos mismos, mientras transforman la
realidad de la que se ocupan.

En la medida que depositan y proyectan características propias sobre ese objeto de


trabajo, conocimiento y aprendizaje se van comprometiendo e implicando. Según la
coincidencia o no (aproximación) de las depositaciones que realizan, con respecto a la
realidad situacional del objeto a ser conocido, se produce una situación de tarea o
pretarea, de operación creativa o de obstáculo, que puede llegar a ser persistente y
estereotipado.

En ese trayecto se producen todas las vicisitudes de la afiliación y la pertenencia con el


objeto-tarea y con los otros integrantes; las vicisitudes de la cooperación y el saboteo;
las alternativas de la pertinencia y la no pertinencia (en su dimensión manifiesta y
latente); en la tendencia a la apropiación transformadora y singularizante del objeto de
trabajo versus la tendencia al alejamiento, evitación, distracción y otro tipo de
operaciones defensivas respecto del objeto de trabajo, conocimiento y aprendizaje.

La dimensión implícita de la tarea, refiere a afectos, ansiedades y tensiones vinculadas


al cambio y la resistencia al cambio que expresan el drama de la aceptación, inclusión y
transformación de un objeto nuevo y la pérdida de un objeto viejo.

Siempre que nos ocupamos de algo, nos estamos ocupando de otras muchas cosas. Los
vectores del cono invertido describen algo de esa multidimensionalidad de la tarea.
Cuando me ocupo de algo, sé de algún modo, que tengo que vencer ansiedades y
obstáculos que se presentarán en el proceso que implica todo aprehendizaje y
transformación.

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Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)

4) La lógica de los grupos, organizaciones y comunidades


La definición de la tarea como multidimensional y organizador fundamental podría
consistir en una mera declaración teórica si no la situamos con respecto a un territorio
específico que en nuestra teoría es referida por los ámbitos de la conducta. Es necesario
conocer las contradicciones particulares que recorren y articulan a cada uno de ellos y
por ello nos ocuparemos de la particularidad de los ámbitos psicosocial, sociodinámico
o grupal, organizacional y comunitario, sin cuyo conocimiento la propia definición de la
tarea se volvería abstracta.

La intervención psicosocial debe apoyarse en el conocimiento teórico de las lógicas


específicas que rigen el campo de operación. Los ámbitos se entrelazan en cada campo
concreto pero tienen además, cada uno de ellos, una irreductible especificidad:
contradicciones particulares que los caracterizan y definen. Los ámbitos (psicosocial,
grupal, institucional y comunitario) pueden ser abordados desde un esquema conceptual
referencial y operativo común; pero remiten a “variables específicas” que “requieren
manejo técnico diferenciado”. (Pichon-Rivière, p. 213).

Del ámbito psicosocial nos interesa saber si la situación interaccional en la que se


encuentran los sujetos les genera un enriquecimiento o un empobrecimiento, si los
grupos, instituciones, comunidades en los que están integrados les mejoran o emporan
la vida, si satisfacen sus necesidades o se las frustran.

Cuando pensamos un grupo observamos la horizontalidad de las participaciones y la


singularidad de los vínculos y sujetos que participan. Evaluamos si se cumple la
personalización (percepción del otro como otro y de sí mismo como único e irrepetible)
que se hace posible solo en el marco de una lógica grupal operativa. Atendemos
también a los procesos de cooperación y demás vectores del cono invertido (afiliación y
pertenencia, pertinencia, comunicación, aprendizaje, telé).

Cuando trabajamos con un equipo nos focalizamos en la eficacia de las interacciones, el


juego de jerarquías y roles, el papel de la organización que arriesga a reducir el
significado humano de los procesos de interacción e internalización recíproca.

Cuando observamos una organización tenemos en cuenta las instancias con capacidad
de decisión. El poder (la autoridad), en el sentido de fuerza creativa (poder hacer) y
como fuerza restrictiva (hacer poder). Observamos la congruencia o distorsión que
pueda existir entre los objetivos manifiestos y los implícitos. Las fracturas en los roles,
los criterios de eficiencia, las reglamentaciones escritas y las no escritas (llamada a
veces cultura organizacional), los objetivos institucionales y el papel que la
organización tiene en la producción y reproducción social en general. La
burocratización y la despersonalización, como problema que remite a la dilución de la
singularidad en la generalidad del rol institucional.

Al observar una comunidad focalizamos la horizontalidad de los vínculos La cercanía


(el “conocerse”) aunque también la distancia y extrañeza respecto de lo que se percibe
distinto. El campo real y potencial de identificación y también el prejuicio. Los
conflictos, que al igual que las necesidades insatisfechas, son omnipresentes.

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Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)

Cuando miramos la sociedad, es decir el contexto socio-histórico como un todo,


tenemos en cuenta las creencias básicas, las representaciones sociales, las ideologías y
las prácticas de la vida cotidiana así como los modos de la subjetividad colectiva (Véase
Fabris, Puccini, Cambiaso, 2017).

El contexto socio-histórico es el más relevante, en última instancia. Determina muchas


de las formas de la subjetividad.2

Veamos un ejemplo del campo grupal, de la década del noventa. Muchos coordinadores,
en aquella misma época, afirmaban “los sujetos no se comunican”. Las interacciones de
sus alumnos se les aparecían como monólogos paralelos, sin registro del otro y por lo
tanto sin cierta ética que apunta a dar cuenta que se recepcionó un mensaje que el otro
emitió. La observación era cierta, si se comparaba el estilo de las interacciones de ese
tiempo con el propio de décadas anteriores, sin tener en cuenta nuevos factores que
estaban interviniendo. Llevó bastante esfuerzo reconocer que no se trataba de ausencia
de comunicación ni falta de compromiso. Era otro tipo de comunicación: lo que un
integrante decía hoy era escuchado y respondido, de modo directo o indirecto, una o dos
semanas más tarde. ¿Qué ocurría? La subjetividad, fragilizada y fragmentada, hacía que
lo escuchado sea alojado en algún rincón del espacio mental para ser considerado luego
(en un tiempo diferido) y recién exteriorizado más tarde, en un tiempo en el cual ya no
se vivenciaba el peligro de un contenido que podía atacar un narcisismo lastimado por la
circunstancia social y una incrementada vivencia de vulnerabilidad ante la interacción.

El contexto de fragilización y fragmentación social y subjetiva, con la justificación


ideológica del fin de las ideologías y muerte del sujeto, era no sólo el contorno político
y económico de la subjetividad: era un contexto que se había hecho texto. No era solo
un entorno condicionante; determinaba un modo de comunicación diferida y el
predominio de estructuraciones psicológicas fragmentadas y fragilizadas que eran
marcadamente distintas de las que habían sido estudiadas por la psicología hasta ese
momento. De allí la errónea exclamación “¡Los alumnos de hoy no se comunican!”

Comprender el contexto en el que se desarrolla la tarea, las particularidades de los


ámbitos, incluidos las transferencias, marcos referenciales y las ideologías, permite
abordar la multidimensionalidad de la tarea, una dimensión implícita tanto como
manifiesta, siempre variable y algo caleidoscópica, ya que nunca puede saberse del todo
cual es o va a ser el signo que va a tener el efecto buscado, cual es la dimensión que va a
2
El más determinante en última instancia quiere decir, no siempre, no en todo.

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Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)

intervenir con mayor fuerza de estructuración y la dirección general del proceso


interaccional y dialéctico que llamamos tarea. El situar más claramente esta complejidad
permite preguntarse por la práctica (necesaria y pertinente), la contradicción particular
de los ámbitos en juego y la lógica vincular que es necesario establecer en cada aquí y
ahora con otros.

5) El vínculo asimétrico y el encuadre operativo

El encuadre brinda un espacio de protección y calma en el contexto de una vida


cotidiana que no da respiro. Crea la oportunidad de abrir registros y percepciones,
ralentizar procesos con el fin de entenderlos, desplegar significados que se generan, y a
veces invisibilizan, en la cotidianeidad vertiginosa. Otorga seguridad psicológica a los
participantes: sostiene, protege y potencia. Es democrático, porque es el mismo para
todos, aunque instituya roles distintos. Permanece fijo y sin embargo facilita el
despliegue del proceso. Inmovilidad paradójica la que crea la oportunidad de un proceso
que da lugar al nuevo emergente.

La explicitación formal del encuadre es indispensable ya que deja planteado un marco


común: cuál es la tarea, cuál tiempo y espacio, los criterios de logro y las pautas de
evaluación de lo hecho. Pone las cosas en claro para todos, incluido el coordinador,
quien es el responsable de su explicitación. Luego pasa a un segundo plano; se implícita
y se hace invisible, pero opera desde un fondo que antes fue figura. Vuelve a ser visible
cuando se rompe o modifica, o algo del proceso lo convoca. Si un aspecto se pierde, se
lo recupera, se lo señala, se lo repone.3

La intervención psicosocial pichoniana ubica al coordinador en el marco de un encuadre


que lo invita a estar de cerca y con el otro y no de arriba y desde lejos. Solo desde cierta
cercanía puede asumir lo depositado y llegar a entender lo que ocurre en el grupo. Si se
ubica desde lejos, no se produce la resonancia necesaria. Y desde muy cerca se
confunde y no puede leer la situación.4

El coordinador/a asume y devuelve los contenidos depositados; de modo estratégico.


Asume y devuelve las adjudicaciones de roles idealizados o denigrados: no se cree
genial ni desastroso. No hace uso de las depositaciones transferenciales que emergen,
sobre todo en las situaciones regresivas y en las situaciones de resistencia al cambio.
Analiza estos fenómenos, los interpreta y devuelve cuando entiende que es operativo
para el grupo. Es evidente que hay algo de lo que no se pueden hacer cargo los
participantes, en un momento dado, y es recepcionado / registrado / albergado /
decodificado por el coordinador. Esta realidad implica un indiscutible modo de
liderazgo, acotado y fundamental. En un segundo momento, cuando las condiciones del
proceso grupal son distintas, los mismos contenidos que podrían haber operado como

3
Encuadre y dispositivo, son equivalente: disposición de cierta cantidad de elementos que tiene por
objetivos producir un efecto, hacer posible un proceso.
4
Desde cerca y con el otro, es decir ser copensor, sostener, acompasar, acompañar. Evitar la solemnidad
en lo posible. Cercanía, horizontalidad, respeto. Estamos seguros que algunos verán esta idea como
ingenua o tal vez demagógica: “los especialistas somos nosotros y no las personas con quienes
trabajamos”, dirá alguien indignado. Pero D. Winnicott también opina así: si el terapeuta sabe esperar
tiene la satisfacción de que el paciente genere su propia interpretación (cito de memoria).

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Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)

ruido o haber sido excesivos para la posibilidad de elaboración situacional de los


participantes, pueden ser asumidos y procesados. Es el momento de la devolución o el
comentario.

El coordinador/a se ubica desde una asimetría operativa. Asimetría que no supone


jerarquías distintas sino funciones diferentes. Uno sostiene y el otro es sostenido, en un
sentido dialéctico y situacional. Descifra y acompaña. Acompaña y descifra.5

La función de coordinación permite a los participantes la vivencia de estar sostenidos, la


sensación de que otro les cuida las espaldas, lo que tiene un efecto regresivo, vinculado
a la función de acompañamiento, con resonancias paternales, maternales, fraternales y
amistosas.

El coordinador solo moviliza lo que es necesario, lo que considera útil al proceso


grupal. Y tiene en cuenta lo que es capaz de sostener (en función de su experiencia,
formación, características personales y circunstancia). 6

El momento clave se juega con relación al vacío que emerge en todo proceso a medida
que se profundiza la tarea. Porque en inminente apropiación del objeto, o en el momento
de mayor obstáculo, emerge la posibilidad de despliegue de lo nuevo, pero también la
incertidumbre y la angustia. Contribuye en la creación de una posición operativa en los
participantes, pautada por el encuadre. El momento clave se juega con relación al vacío
(dinámico) que emerge en todo proceso grupal a medida que se profundiza la tarea.
Porque en la cercanía de la inminente apropiación del objeto, o en el momento de mayor
obstáculo, emerge la posibilidad de despliegue de lo nuevo pero también lo incierto y la
angustia. Allí reside la motivación, la necesidad de crear, la vocación y la potencialidad
operativa.

La tarea es enfrentamiento de obstáculos, conexión creciente entre los participantes y


transformación recíproca. Este último momento, el de la superación de la resistencia al
cambio, surge cuando se supera el tiempo exigente y problemático del despliegue del
existente. Surge por acumulación e irrumpe, muchas veces, cuando parece que ya
ningún objetivo podría ser alcanzado.

El coordinador no moviliza al grupo porque si, ya que la movilización no es un fin sino


un medio. Hay cambios significativos que se producen en el marco de una movilización
importante y otros que ocurren sin que una gran movilización intervenga. Lo que si
ocurre siempre, es la superposición de sentidos, como rayos que convergen en un punto
y esto puede suponer una gran movilización o no.

El coordinador trabaja sostenido por un encuadre que protege a todos los participantes,
incluido él mismo. Pero tiene un rol diferenciado: toma nota y realiza interpretaciones
sobre aspectos implícitos de la tarea, establece situaciones de demora (no responde
enseguida preguntas que lo aluden) y no busca captar la atención de los demás,
conductas que resultarían muy extrañas si no estuvieran prescriptas por el encuadre

5
Hay veces que alguno de los/las participantes tiene una función de sostén de la tarea y del propio
proceso grupal. Las funciones circulan entre los distintos participantes.

6
No podemos convocar los fantasmas y cuando estos aparecen, salir corriendo, sostenía Freud.

18
Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)

(cuestión que es clave explicitar en el ámbito comunitario).

Deconstrucción de la idea de límite y contención

Aún hoy es difícil encontrar palabras adecuadas para referirse a lo que durante décadas
se denominó función de contención y función de límite. Antes alcanzaba con un simple
ejemplo: límite es lo que pone el padre, contención es lo que hace la madre. Pero los
cambios culturales diluyeron la claridad supuesta de estos términos.

La función de límite aparece para algunas personas como algo innecesario y como una
obviedad omitida, para otras. Se modificaron los modos de ser adulto, de ser padre y de
ser madre, aunque también los roles de abuelo/a y de niño/a, docente, alumno. Esta
conmoción de roles y funciones, que estaban naturalizadas hace cincuenta años, genera
algunas dificultades a la hora de definir qué es límite y qué es contención. Hoy todo esto
funciona de otra manera. Antes todos entendían, aunque no coincidiera con su
experiencia personal.

Los tiempos actuales requieren reflexionar sobre este asunto, ya que la mayoría de las
personas reconoce necesitar contención, orientación, referencias y límites (puestos por
otros o por si mismos).

Toda contención implica algún tipo de límite, como lo muestra la circunferencia del
abrazo, que alberga aunque suavemente delimita. El límite, cuando es adecuado,
sostiene y libera. Cuando no lo es, inhibe y arruina la vida y el desarrollo subjetivo. El
límite es barrera pero también contacto con el otro y consigo mismo.

La contención cuando no es necesaria, debilita e incluso apaga las capacidades. La


sobreprotección no es mucha protección sino desprotección. Es protección donde el otro
no necesita y des-protección donde sí necesita. Del mismo modo la sobreimplicación no
es mucha implicación sino implicación fuera de lugar.
Se trata de hacer del vínculo operativo, incluida la asimetría vincular que presupone la
promoción del protagonismo, el empoderamiento colectivo, la conciencia crítica que
surge del intercambio. A contramano de la imagen del pastor y su rebaño, que da
poniendo al otro por debajo o la relación profesionalista-aristocrática que deposita no
sin cierta violencia, la falta y el error en el otro.

Luego del tiempo de la apertura, donde la instalación del encuadre hace indispensable la
presencia activa del operador, es necesario que este se retire del centro de la escena.
Que focalice las determinaciones que rodean lo que aparece central, que juegue a
establecer distintas distancias, cooperando con la fluidez de la comunicación, si es
necesario.

El retirarse del centro facilita la creación de un vacío que emerge como producto del
despliegue del existente. Un vacío dinámico en el cual reside lo más profundamente
angustiante y también la potencia de lo creativo (en la instancia laberíntica que supone
la situación depresiva, como lo denomina Pichon-Rivière).

¿Cómo se logra ese descentramiento que da lugar al vacío dinámico que postulamos
altamente operativo? ¿Desde cual lugar subjetivo? Desde aquella zona de su mundo

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Fabris, F. (2018). La intervención psicosocial y el grupo operativo. Método, técnica y ética.
(Primera Parte)

interno desde la cual el descentramiento puede ser percibido como una situación feliz y
no principalmente una instancia de renuncia.

Desde la potencia de un modo de ser o estar que disfruta la posición de descentramiento.


No se trata de negar cierto dolor por el renunciamiento a ocupar el centro. Pero el
coordinador debe elaborar, de entrada, el duelo por la propiedad de lo producido por el
grupo. Sin ponerse en el centro, sin sobreactuar su desprendimiento.

Trabajar y trabajarse

El estudio de las escenas temidas permite trabajar y trabajarse. Reflexionar sobre el


lugar del coordinador y no solo sobre las conductas de los coordinados. Los modos de
recepción de los mensajes, según el estilo de cada operador, sus estrategias subjetivas
habituales, sus núcleos de base. El coordinador opera en la tensión de no asumir el rol
necesario (necesitado) y aferrarse a un rol en el que no lo necesitan. Eludir un desacople
que puede convertirse en un malentendido y un punto de partida falso. Un riesgo
ineludible que proviene del carácter multidimensional y caleidoscópico de la tarea, que
lo requiere desde una sensibilidad y disponibilidad máxima.

Crítica de los modelos vinculares en la operación psicosocial

La práctica en el hospital psiquiátrico nos permitió elaborar una crítica de las posiciones
subjetivas pertinentes y no pertinentes del operador psicosocial. Por motivos afectivos e
ideológicos se revelan en ese campo, con particular intensidad, actitudes típicas que
surgen ante las situaciones más espinosas y angustiantes, como son la locura y el
encierro manicomial. Observamos una posición autoritaria que parte del prejuicio de
que uno sabe y otro no. Ese rol es el asumido por el psiquiatra tradicional, y no cambió
a lo largo del tiempo. Queriendo solucionar el autoritarismo se plantea a veces una
posición simbiótica, de indiferenciación, para nada operativa (en realidad, demagógica).
Las variantes paternalistas o maternalistas que contienen mientras castran. Las actitudes
laissez faire (pretendidamente liberadoras) que abandonan a los otros en sus necesidades
de ser orientados y contenidos; las actitudes tecnicistas o tecnocráticas que suponen
que un proceso humano se realiza sólo a través de razones abstractas; las actitudes que
surgen de la consideración de que el amor, por sí mismo y sin mediaciones, todo lo cura
(ilusión fantasmática).7

7
Esta reflexión se produce en un contexto de crítica de los criterios tradicionales de autoridad,
autocráticos y rígidamente asimétricos, en términos generales. La búsqueda y aún no encuentro de modos
de vinculación que superen las pautas anteriores, se genera de hecho, un enorme campo de incertidumbre
pero también de potenciales nuevas pertinencias, respecto de los modos de coordinar y orientar la
intervención psicosocial.

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