Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
CUENTOS
Julio Axel Hueto Cruz
ILUSTRACIONES
Karla Patricia Pérez Ruíz
CORRECCIÓN DE ESTILO
Jashui Jatsiri Pizarro Márquez
COORDINACIÓN
Norberto Zamora Pérez
México, 2022
Índice
Pies ligeros 3
1
Vengan, acompáñenme al Estado de México, va-
mos a ir con Anita, la niña que goza de alas, ella es la
portera de las colibríes, un equipo de niñas que como
armaduras de batalla usan huaraches, faldas holga-
das y blusas brillosas. En este cuento verás el amor de
nieta y abuela en su máximo esplendor.
2
Pies ligeros
Rarámuri
Pies ligeros
El sol de aquella mañana apareció por detrás de
las casas de techos níveos. El firmamento lucía naran-
ja aterciopelado que hacía querer detener el tiempo
para apreciar semejante belleza. La tierra ocre de la
comunidad de Guitayvo, se esfumó y se vistió con mi-
llones de copos de nieve blancos.
5
La mujer que tenía cuerpo abultado, por el exceso
de ropa, denotaba cansancio, no paraba de bostezar;
pero no dejaba de cortar la llanta de un automóvil para
sacar la suela del segundo huarache para su hija. Al
terminar las plantillas, les hizo tres agujeros, el prime-
ro entre el dedo gordo y el cuarto; los dos siguientes a
un costado del talón. Camila tomó el cordón de cuero,
lo metió y después anudó en cada uno de los hoyos.
6
—Me ganó el sueño… —dijo entre dormida.
—Sí, ma.
8
—¿Con este frío? —dijo Camila, incrédula.
—Es que quiero usarlos antes de la carrera para
que no los sienta raros —respondió Norma con una
sonrisa pícara.
9
—Sí —respondió y salió con una sonrisa.
11
— ¿Qué haces afuera con este frío?
12
— ¿Dónde está ubicado el sol? —preguntó Cami-
la, preocupada.
13
minutos entre los enormes nogales silvestres. Al salir del
bosque se encontraron con personas de la comunidad,
vestían prendas similares a las de ellas. La mayoría de
las mujeres, se encontraban alrededor de la fogata,
algunas preparaban el tónari , otras, soplaban al fuego
para que este creciera y se calentara pronto el caldo.
Los hombres mayores tocaban el violín, la guitarra y
cantaban a Onorúame; los más jóvenes, ataban las
patas y los cuernos de la cabra que estaba amarrada
en uno de los árboles.
15
—Yo no he tenido tiempo de calentar.
16
—Ten, tú quédate con esta, yo ahorita hago la
mía —dijo Norma y le ofreció la varita.
17
— ¡Sí! —se oyó al unísono la voz de los pequeños
que ahí estaban reunidos.
Las niñas se formaron en una fila frente a la cam-
peona, los niños hicieron lo mismo, pero del lado iz-
quierdo.
19
Luego de oír las reglas para la carrera, los adultos
dejaron por un momento sus labores y formaron un
pasillo por el cual pasaría corriendo la campeona co-
rredora y los pequeños atletas. Camila se paró al final
del pasillo y se despidió de su pequeña hija.
20
La pequeña se agachó un momento, se revisó los
pies, se aflojó un poco los cordones de los huaraches
y se levantó convencida de que iban a ganar. Sin em-
bargo, cuando miró adelante, nadie estaba a su lado,
todas continuaban corriendo. Trató de alcanzarlas si-
guiendo las pisadas de sus compañeras. Minutos des-
pués, Norma se encontró con el resto del grupo.
21
sus enormes capacidades y a sus huaraches que la
hacían sentir que flotaba.
23
lanzó a la pierna de Norma, pero gracias a los ligueros
huaraches no logró morderla, pues la pequeña corrió
sobre el mismo camino que había llegado.
Norma se detuvo por un instante para ver si la
serpiente de cascabel ya no la seguía. Su cuerpo tem-
blaba de miedo, y luego de unos minutos caminando
vió a lo lejos a María, a los niños y a las niñas.
24
Cuando llegaron de vuelta a la fogata, la luna ya
posaba en el cielo oscuro, la carne de la cabra ya es-
taba dentro de la enorme olla sobre la lumbre. Cada
uno de los niños se acercó con sus familiares y con-
taron su experiencia al correr y cuánto se espanta-
ron al perder a Norma.
26
Volar sin alas
Mazahua
Volar sin alas
El domingo por la tarde el sol era esplendoroso
en el Estado de México. El cielo se mostraba celeste
junto a las pomposas nubes blancas. Era bello e im-
presionante. Los mazahuas se resguardaban de los
atosigantes rayos solares dentro de sus casas cons-
truidas de cemento y tejas frescas. Sin embargo, Ani-
ta era una excepción, ella regresaba del tianguis con
dos bolsas de malla, una en cada mano. La pequeña
usaba una blusa blanca y una falda azul brillante.
29
era su nombre. Este movió la cola tan pronto miró a su
dueña pasar por la puerta. Se acercó a ella y se recostó
bocarriba con la esperanza de recibir un sinfín de cari-
cias.
30
—¡Deveras!, no me acordaba. Deja me apuró a ha-
cer la comida —dijo y se levantó con dificultad de la
silla de palma.
31
—Me voy a cambiar los huaraches por los otros
viejitos —respondió Ana y corrió hacia la cama.
33
Ambas caminaron por entre las milpas hasta
llegar al campo de fútbol que estaba cubierto de tie-
rra grisácea. Anita, al ver el escenario, sintió que el
corazón se le salía del pecho por la emoción. Soltó
la mano de su abuela y corrió a una de las porterías,
construidas con palos de madera para el partido. La
pequeña se paró debajo del travesaño, visualizando
a las niñas que estaban reunidas dentro del círcu-
lo central marcado con cal. Ana, caminó hacia sus
compañeras que, al igual que ella, vestían blusas y
faldas amarillas con una faja azul rey en la cintura.
34
Mientras las pequeñas recibían indicaciones de
su entrenadora, doña Paty (en compañía de Manchas)
caminó a pasos lentos hacia los montículos de tierra
que se encontraban junto a la cancha. La mujer en-
contró una piedra plana y se sentó ahí para seguir
bordando la capa de su nieta. Luego de unos minu-
tos, los Cachorros (rivales de Colibríes) llegaron en una
camioneta, todos los jugadores vestían calcetas rojas,
shorts de color marino y playeras con rayas verticales
blancas y azules. El árbitro reunió a Ana, la capitana
de Colibríes y a Rodolfo, del equipo contrario, en el
centro del campo para tirar el volado y decidir quién
iba a dar la patada inicial.
35
El árbitro soltó una risita, asintió e hizo girar la
moneda en el aire. Ambos capitanes siguieron el me-
tal de arriba hacia abajo, querían saber el desenlace y
tan pronto llegó a la mano del hombre, este la cubrió.
El resultado era a favor de Colibríes.
37
al ver que la esfera no caía aún, sintió su corazón agi-
tado y se preocupó.
38
Doña Paty, asintió tranquila y volvió a sentarse
para seguir bordando el quexquémitl. Ambos equipos
estuvieron cerca de meter el primer gol a su contrin-
cante, pero en ningún caso se logró por las habilida-
des de ambos guardametas. El árbitro pitó el final del
primer tiempo y el cielo se vistió con un manto lleno
de estrellas. Ana corrió con su abuelita.
40
—Sí, así le hice para parar los balones, Manchas
—dijo y lo acarició.
42
Jugar con el
corazón
Maya
Jugar con el corazón
En la inmensa popularidad de Tulum, nos encon-
tramos nosotras: “las Jaguares de Hondzonot ”, diez
niñas mayas que amamos nuestra tierra, los hipiles,
las flores, pero sobre todo, el softbol, porque nos hace
sentirnos libres y olvidarnos del tiempo.
46
En la mañana, el tiempo en las clases corrió tan
apresurado que cuando me di cuenta ya era momen-
to de volver a casa. Cuando llegué, no tenía ganas de
comer, eso es muy raro en mí porque siempre regreso
de la escuela con mucha hambre.
El calor bajó. Yo estaba sentada sobre mi cama
cuando la sensación de revoltijo en mi estómago se
intensificó. La hora de ir al campo se aproximaba. Mi
papá llegó de trabajar, dejó los hipiles que vendé en el
tianguis sobre la mesa y se acercó a mí.
48
—¿Y si mejor no voy?, tengo miedo de defraudar
al equipo.
—Pero…
50
mi fustán con grabados florales. Me hice una trenza,
tomé mi gorra de la suerte y salí.
52
cinco entradas nadie obtuvo carreras. El duelo esta-
ba muy cerrado. Ambos equipos luchábamos por la
victoria. En la séptima entrada conseguimos rescatar
dos carreras, pero ninguna por parte mía. Finalmente,
en la séptima y última entrada, con el marcador 4-3;
me tocó batear, sentía más nervios que nunca, pues a
pesar de tener la casa llena (tres compañeras en tres
bases) ya tenía dos “strikes” y si fallaba perdíamos el
encuentro.
53
a lanzar la bola hacia abajo. Tomé con fuerza el bate
que mi papá había pintado y grabado con rosas.
55
Mi papá salió de la palapa y corrió hacia mí.
Cuando llegué a la caja de bateo, me cargó sobre
sus hombros, en ese momento, el calor tan intenso
que había sentido durante el partido se calmó y el
viento sopló desacomodándome el cabello.
56
Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas
México, 2022