Está en la página 1de 99

Las historias

preferidas de mamá
_________________

Liliana de los Ángeles


Ceballos Vargas

2
Las historias preferidas de mamá

Liliana de los Ángeles Ceballos Vargas

Ilustraciones de portada e interiores:

Carlos Nicolás Sánchez León

Primera edición 2019

D.R. Liliana de los Ángeles Ceballos Vargas

3
Lo que Clara más quería

4
Esta historia es sobre una niña que, ¡deseaba

mucho unos zapatos rojos que había divisado en

el aparador de un comercio! Los deseaba tanto

que, a veces, de juego, se pintaba con plumón

rojo un calzado imaginario, por lo que no era raro

verla con los pies pintados de un vago color

escarlata. Su familia era algo numerosa, a sus

padres no les alcanzaba el dinero a pesar de

trabajar mucho. El estante donde estaban esos

bellos zapatos se encontraba al margen de un

malecón, cerca de un río donde paseaban

numerosos botes. Al lugar llegaban turistas

provenientes de varias partes del mundo.

Clara era su nombre. Vivía con sus padres

y sus tres hermanos en una casa que parecía un

galerón. No tenía divisiones, sólo algunas

cortinas que hacían las veces de puertas. Cada

5
niño tenía su recámara y por eso Clara se sentía

rica; se decía a sí misma que no cualquiera podía

tener el privilegio de tener un cuarto sólo para

ella. El padre de Clara trabajaba en un comercio

dedicado a la reparación y venta de autos usados.

Su madre costuraba y bordaba hermosos

conjuntos para niñas. Ella y su hermana pequeña

eran las modelos de su madre y por ello

estrenaban a cada rato, aunque fuera por

momentos, puesto que, muchas veces la ropa

que se probaban era vendida si llegaba alguien a

comprarla. Clara prefería que no compraran la

ropa porque le gustaban mucho los vestidos que

le hacía probar su madre, le gustaba mirarse en

el espejo y pensar que iba a una pasarela de

modas.

–Mamá, ¡qué bonito vestido es este que

hiciste! ¡Me queda hermoso, no lo vendas!

6
–Cariño, sabes que necesitamos venderlo.

Ya ves cómo ha venido preocupado papá,

pensando en que, si no paga la luz…, además

están los pagos de sus colegiaturas y la comida,

y… –su mamá se dio cuenta que el rostro de la

pequeña se entristecía–. Si quieres puedes ir al

parque con tus amigas –dijo inmediatamente,

mientras seguía costurando en su máquina de

coser.

Clara no lo pensó dos veces; se alisó el

cabello y puso las sandalias; antes que su

hermana menor se diera cuenta y tratara de

seguirla, salió e invitó al par de sus amigas que

jugaban en la calle; las pequeñas pidieron

permiso; se fueron todas juntas caminando

entusiasmadas por la acera mientras reían y se

contaban algunas novedades.

7
Clara se acordó de los zapatos que quería en el

umbral de su puerta; justo cuando entraba de

regreso a casa se echó a llorar desesperanzada.

Su amiga le había contado que ya los tenía; su

papá se los había comprado la semana pasada.

Sintió envidia y un poco de coraje. Y después de

lamentarse, se preguntó cómo podría obtener el

dinero para comprarlos.

–Pero Clara ahora no tenemos dinero para

ello. Los zapatos que tienes todavía sirven,

además…, ¿con qué ropa los combinarías?

–¿Recuerdas aquél traje lindo que me

probaste el otro día? –dijo Clara entre sollozos.

–Sí, lo recuerdo. Pero ya lo vendí.

–Tal vez puedas hacerme uno igual a ese,

para combinar mis hermosos zapatos rojos

–dijo entusiasmada Clara.

8
–Hijita no te hagas falsas ilusiones –aclaró

seria su madre–. Recuerda que en dos meses

finalizarán las clases y que habrá dos

graduaciones en la familia y muchos gastos.

Clara se graduaría de primaria y su

hermano Felipe de secundaria.

–Lo sé –dijo Clara, un poco triste.

–Pero no pongas esa cara. ¿Qué te parece

si hacemos una oración y le pedimos a Dios que

nos ayude a que tengas pronto unos zapatos

nuevos?

–Pero mami, ¿acaso no será molestia

hacer una oración por eso? –dijo Clara,

frunciendo el ceño.

–No corazón, recuerda que a los amigos

no les molesta que les contemos nuestros

9
anhelos. –Cerraron los ojos y minutos después su

madre dio una orden–: ¡ahora vete a bañar y

ayúdame a preparar la cena!

Clara estaba absorta, mirando cómo el cielo se

oscurecía y las nubes zapateaban con prisa,

parecía que iban a un festival de danza, se

acercaban, se retraían y algunas más abrazaban

con sus movimientos a sus pequeñas hijas; se

iban volando hasta desaparecer en el cielo gris,

otras más llegaban a suplantarlas y repetían el

acto escénico. Su mamá dijo en voz alta que

caería un aguacero. Y que había que cerrar las

ventanas y…también la puerta de la casita del

fondo que a veces rentaban a algún turista que

llegaba de paso. Con fuertes vientos la puerta se

abría, había que asegurarla por fuera con un

pasador de metal que su papá había puesto para

10
dejarla más firme. Clara se ofreció a cerrarla

cuando fuera inminente la lluvia. Mientras, seguía

mirando hacia el horizonte; su mirada alcanzaba

hasta una esquina color naranja en donde

empezaba el malecón y, a dos puestos de la

esquina el comercio donde estaban esos zapatos

rojos que ella deseaba tanto. Pensó en que sería

muy feliz si alguien pudiera regalarle esos

zapatos y que si no los obtenía sería la niña más

desdichada.

Pronto la lluvia empezó a caer sin previo

aviso y la pequeña tuvo que salir de inmediato de

la casa e intentar cerrar la puerta de madera. El

viento estaba muy fuerte y la lluvia había

arreciado. Sin pensarlo dos veces se introdujo en

la casita del fondo.

Parecía que la fuerte lluvia y el viento iban

a romper la puerta. Clara cerró los ojos, con

11
nerviosismo le contó al Creador que tenía miedo,

pidió que la cuidara, a ella y a su familia. A pesar

de que no era el momento oportuno recordó los

zapatos rojos.

–¡No importa que no sean los mismos que

vi; no importa que sean botas, sandalias o tenis;

sólo deseo que sean rojos!

Terminó de orar y miró hacia la ventana.

Vio su casa y a su madre que miraba hacia donde

estaba ella; la saludó y su mamá le devolvió el

saludo y sonrió. Miró hacia arriba; un poste de luz

chispeaba, el viento sacudía ferozmente los

cables que pendían de los postes. Pensó en las

palomas que había observado antes de la lluvia,

¿en dónde se habrán resguardado? En ese

momento sus ojos se abrieron y una mueca de

consternación se bosquejó en su rostro. Uno de

los postes cayó al suelo y los cables ondearon

12
como lombrices cuando se remueve la tierra. Sus

hermanos miraban absortos la escena mientras

mamá abrazaba a su hermanita. Sintió ganas de

correr hacia su casa porque no quería estar sola.

Empero no lo hizo, los cables revoloteaban

saltando chispas de algunas partes rotas.

La sirena del camión de bomberos anunció

su llegada, también se detuvo frente a su casa la

ambulancia, por si acaso.

–Clara, ¿estás bien? –dijo su mamá

mientras la abrazaba. Había corrido hacia ella al

notar que los cables con electricidad podían

ponerla en peligro si intentaba salir.

–Sí mamá, estoy bien –aseguró tranquila

la pequeña.

–¿Tuviste miedo?

13
–Sí, mucho, pero las oraciones que hice

me ayudaron.

–¿Están bien? –interrumpió la voz de un

bombero que yacía de pie junto a la entrada.

–Todo bien –dijo aliviada la mamá.

–Deben esperar todos en este sitio

mientras reparamos los cables tirados sobre la

banqueta; tuvieron mucha suerte que no les

cayeran encima.

–Sí, es cierto –dijo la mamá convencida–.

Traeré a mis otros hijos…, ¿podrá ayudarme con

un paraguas para traer a la más pequeña?

–¡Por supuesto! –dijo el joven bombero y

diciendo esto se refirió a la niña–: ¿quieres

ayudarme con la linterna?

–Claro que sí–aseguró Clara.

14
–Sólo que debes colocarte en la entrada de

la puerta para que la luz llegue hasta el fondo.

Hay algunos charcos, mira que el agua no te

moje, con todos esos cables sueltos no es

seguro. Ayudaré a tu mamá, ¡tú… alúmbrame por

favor!

El bombero se dio cuenta que la pequeña

tenía sandalias, recordó las botas que llevaba en

su mochila; las había obsequiado a su sobrina,

pero no le habían quedado; pasaría a cambiarlas.

Miró la complexión de la pequeña y sus pies y

pensó en que tal vez le quedarían grandes.

–Ponte estas botas –dijo el joven, mientras

las sacaba de la mochila de donde también

retiraba un impermeable.

Le colocó el impermeable; a distancia de

un metro de la entrada, Clara dio una excelente

15
ayuda. Su mamá y otros vecinos fueron

desalojados mientras hacían las reparaciones al

poste caído.

Tuvieron que dormir todos juntos en la

casita, sin energía eléctrica, estaban tan

cansados que la luz no hizo falta, las pocas velas

que iluminaban la habitación fueron suficientes.

Su papá llegó tarde esa noche; había tenido un

día muy laborioso en el taller de reparaciones. Se

sintió muy aliviado de saber que, aunque no había

estado para ayudar a su familia, los bomberos los

habían auxiliado. Clara se sintió muy feliz de tener

a su familia reunida, un sentimiento de

agradecimiento la inundaba.

El bombero le había obsequiado a Clara

las botas que iban a ser de su sobrina, lo hizo con

gusto. Su sobrina tenía ya muchos zapatos y las

botas en realidad no le habían gustado tanto.

16
La mamá de Clara le costuró un hermoso

overol que combinó maravillosamente con sus

botas. La pequeña estaba feliz, había ayudado a

sus hermanos a pasar a la casita del fondo, no

dejando de alumbrar nunca en la dirección

correcta. Las botas no eran del color que había

deseado, eran amarillas con franjas rojas,

acolchonadas. No obstante, eran, ahora, para

ella, una prueba de que sus peticiones habían

sido contestadas.

17
El viaje anhelado

18
¿Alguna vez has estado enfermo por mucho

tiempo? Es desesperante cuando, debido a una

enfermedad no puedes salir de casa, ¿verdad?

Eso le ocurría a Lili Flor; se había contagiado de

varicela; estaba aburrida de tener que esperar en

casa su completa recuperación.

Al principio la enfermedad había sido muy

agresiva. Su mamá decía que, de todos sus

hermanos ella había sido la más afectada. La

fiebre había martirizado su cuerpo por cinco días

consecutivos, casi no quería comer y las llagas le

picaban mucho. ¡Le dolían! Sólo el consuelo de

su familia y las oraciones que hacían por ella en

casa la ayudaron para poder pasar la primera

semana que fue una experiencia horrible y

desesperante.

19
Ahora ya se sentía mejor y no entendía por

qué tenía qué esperar tanto para poder salir. Ya

casi no tenía picazón, la mayoría de las llagas ya

tenían costras. Sin embargo, las indicaciones

médicas eran que debía guardar reposo hasta

que la última costra cayera de su cuerpo.

Su familia había postergado un viaje desde

hace mucho, rumbo al sitio favorito de Lili Flor.

Era el lugar en donde vivían sus tíos Alejandro y

Esther. Le fascinaba porque se iban a bañar al río

y el hotel tenía piscina. A Lili le encantaba nadar

y disfrutar de las comidas al aire libre que sus tíos

y primos preparaban cada vez que iban a

visitarlos.

Lili se dio cuenta que algunas costras

empezaban a caer, cada vez que pasaba un

nuevo día se miraba con menos que el día

anterior, por lo tanto, les propuso a sus padres

20
hacer el viaje esperado la próxima semana, ya

que consideraba que esta semana quedaría

completamente sana.

Llegó el jueves y el cuerpo de Lili Flor aún

presentaba muchas costras, así que resolvió

ayudar un poco a su cuerpo. Cuando nadie la

miraba se quitaba algunas, muchas ya estaban

por caer y era sencillo, pero otras le dolían

cuando retiraba la pústula con sus dedos.

–¿Cómo te sientes? –preguntó su mamá

mientras le pasaba el jabón por la espalda.

–Bien –dijo ella–. ¡Excelente!, ¡creo que sí

estaré lista para viajar este viernes!

–Está bien –aseguró su mamá, mientras

sonreía y la animaba por haber aguantado tanto

tiempo.

21
Cuando su mamá puso la crema

acostumbrada para aliviar el ardor y comezón de

las heridas, después de bañarla, notó que

algunas estaban rojas y entonces se dio cuenta

de lo que estaba pasando…

Lili primero negó todo, tenía miedo que su

mamá la castigara, o lo que era peor no poder ir

al viaje. Finalmente contó la verdad.

La mamá la abrazó, tratando de animarla;

sabía que la niña estaba desesperada.

–No lo vuelvas a hacer –dijo su mamá

preocupada–, si no te quedarán muchas

cicatrices, si las costras son arrancadas a la

fuerza tendrás muchas marcas de la enfermedad.

Ese fin de semana la familia ideó una

manera de pasársela bien. Querían compensar a

los niños por no poder viajar y posponer, de

22
nueva cuenta el viaje. El papá puso una piscina

en el jardín para que se bañaran y jugó con Lili y

sus hermanos, futbol, a las escondidas también.

Por la noche asaron malvaviscos y vieron una

película. ¡Se la pasaron genial!

Lili entendió que había que esperar a que

su cuerpo se recuperara completamente para

realizar actividades al aire libre y que la

recomendación de no salir era por su bien y por

el bien de otras personas, ya que la varicela se

puede contagiar por el contacto con otros niños

que no la han padecido. En casa a todos ya les

había dado y no había peligro de contagio.

Su papá le aseguró que en quince días

más seguramente estaría completamente

restaurada de la enfermedad, de manera natural;

y que viajarían a visitar a sus primos, que ya había

hecho una reservación al hotel y estaban

23
pensando en realizar uno de los mejores picnics.

Todos sonrieron y comenzaron a imaginarse las

aventuras del viaje. Lili Flor era la más

emocionada de todos, porque… ¡al fin!, ¡muy

pronto!, ¡podría salir de casa!

24
Una mentira para conservar a

Yoyo

25
Seguramente que alguna vez has dicho alguna

mentira. ¿No es cierto? También yo…y creo que

todos alguna vez hemos mentido. Sin embargo,

ciertas personas lo hacen no pensando en que

sea malo, es decir, lo hacen imaginando que se

trata de algo bueno… Te contaré una historia

sobre un niño llamado Carlos, a quien le sucedía

algo así.

Desde pequeño se había formado el hábito

de mentir. Primero había sido de manera

ocasional, para tapar alguna travesura, sus

padres se daban cuenta, la mayor parte de las

veces. Lo dejaban pasar pensando en lo cómico

que era, cuando, intentando explicarse se

enredaba cada vez más, haciendo evidente las

mentiras, aunque no para él; les resultaba

divertido y, en algunas ocasiones, les asombraba

26
la gran imaginación que su hijo tenía, puesto que,

para mentir, es necesario crear toda una historia

que oculte o modifique eso que no deseamos

contar.

Carlos era hijo único, sus padres lo

amaban entrañablemente. Tenía casi todo lo que

pedía. Alguna vez había pedido hermanos, pero

cuando se dio cuenta que había qué compartir, se

resignó a no tenerlos. Sus padres trabajaban

mucho y casi no los veía. La tía Toña era quien

se encargaba de él casi todo el tiempo. Él le tenía

gran cariño y la consideraba como una segunda

madre, por eso cuando la tía le pidió que se

hiciera cargo un tiempo de un gato que había

recogido de la calle y que no podía llevar a su

casa porque era alérgica a ellos, él aceptó de

inmediato. Sus padres no habían tenido problema

en acoger al nuevo miembro y pensaban que era

27
bueno que Carlos tuviera un amiguito mascota

con quién pasar el rato.

Por las mañanas, antes de irse a la escuela

le dejaba su leche y agua, por la tarde le daba su

comida y lo peinaba. Lo quería mucho, le había

comprado un cascabel para que manoteara

mientras jugaba y le había puesto el nombre de

Yoyo, porque cuando saltaba se alargaba tanto,

dando saltos y piruetas que parecía uno de esos

juguetes que al oscilar de arriba abajo

estremecen el aire con sus movimientos. Sus ojos

grandes color verdes eran brillantes canicas

esmeraldas que chispeaban en la hasta entonces

aburrida vida de Carlos.

La tía había provisto la manera de que el

felino fuera a vivir con otra familia, puesto que,

como se dijo ella era alérgica, y aunque en verdad

apreciaba al pequeño minino, cada que tropezaba

28
con él, la nariz le empezaba a escurrir y los

estornudos eran frecuentes e incontrolables.

Cuando se lo dijo a Carlos, éste se rehusó

y sugirió a la tía tomar medicamentos para

controlar su alergia.

–Tu no podrás tenerlo Carlos, el gatito va a

necesitar vacunas y más atención, tus padres

trabajan mucho, tú no tienes edad para salir solo

a la calle y llevarlo al doctor cuando se requiera…

y yo, soy alérgica a él.

Carlos no lo entendía, pensaba que era

injusto que le quitaran a su mascota.

–Tía, no seas egoísta. ¿No ves que Yoyo

y yo somos grandes amigos? ¿Vas a alejarme del

único amigo que tengo?

–Dile a tu mamá y papá…, tal vez ellos

puedan. Y…no es que no quiera, lo sabes, Yoyo

29
me cae bien y lo aprecio, por eso lo recogí,

pero…, no es para esta casa.

–¿No es para esta casa? ¿O no es para ti?

–dijo algo molesto e indignado.

–Si tía Toña no puede, nosotros menos, –

dijeron unánimes sus padres.

Una semana después Carlos les dijo a

todos que había llevado a Yoyo a casa de su

amigo Marcos, que era mejor así, en lugar de un

refugio, porque de esta manera aún podría verlo

seguido.

–Es muy buena idea, –dijo su mamá,

mientras se recostaba en el sofá de la sala.

Carlos había mentido. La verdad era que lo

tenía escondido en su cuarto. Le llevaba a

escondidas alimento y agua. Jugaba y se

retozaba en la alfombra de su cuarto junto con el

30
pequeño gato que lo lamía y rasguñaba retándolo

a jugar más rudo. Los días transcurrieron, cierto

olor maloliente se sentía en el cuarto de Carlos.

Aunque él se esmeraba en mantenerlo limpio.

Cierto día Yoyo empezó a comportarse

extraño, no quería comer ni jugar. Se la pasaba

durmiendo y casi no tenía fuerzas. Carlos estaba

preocupado, pero no podía decirle nada a la tía

Toña o a sus padres, puesto que se lo quitarían

de inmediato y con mucha posibilidad lo

castigarían por mentiroso; no entenderían que su

causa era buena y justa, que él necesitaba un

amigo.

Los días continuaron pasando y Yoyo

empeoraba de condición. Apenas abría los ojos,

estaba flaco y los huesos se le miraban a simple

vista. Carlos decidió entonces contarle a la tía,

para evitar que lo castigaran pensó en decir que

31
lo había regalado a su amigo Marcos pero que

este se lo había regresado…Después de

pensarlo y viendo que Yoyo quizá no aguantaría

un día más, contó…sólo la verdad.

Lo llevaron de inmediato al veterinario

quien le diagnóstico bichos. Yoyo se reestableció

por completo al cabo de unas semanas, pero tuvo

que permanecer bajo vigilancia en el consultorio

del veterinario, puesto que el tratamiento era algo

fuerte para el pequeño felino y el medicamento

que recibiría podía tener efectos secundarios.

Cuando salió Yoyo, Carlos lo llevó

personalmente a casa de su amigo Marcos, le

explicó que lo quería, pero no podía tenerlo

porque la tía Toña, quien era su segunda mamá

era alérgica a los pelos de gato. Marcos sonrió y

fue de inmediato con su mamá a pedir permiso

para quedárselo. Su mamá le dijo que era una

32
gran responsabilidad, pero si estaba dispuesto a

cuidarlo, era bienvenido. Marcos estaba feliz. Y

Carlos… ustedes se imaginarán…

Carlos aprendió que es mejor decir la

verdad. Esta valiente acción fue recompensada

meses después por sus padres, quienes le

obsequiaron un cachorro can que llegó a ser gran

amigo del gato Yoyo. Y…lo más importante, la

experiencia dejó en él la enseñanza de que no se

debe mentir, ni por causas aparentemente

buenas, que, con la ayuda de sus seres queridos,

y de Dios, trataría de no mentir nada o casi

nada…

33
La alfombra de Paola

34
¡Una alfombra especial! –exclamó Paola, cuando

su padre entró a la sala con una alfombra nueva.

–Está muy linda –dijo doña Esperanza, la

madre de Paola.

–¡Era necesario!, a ver si esta vez no la

despedaza Ágata –aseguró el padre, mientras

miraba de reojo a la perrita de la familia.

Paola se acostó sobre la inmensa alfombra que

cubría prácticamente toda la sala. Extendió los

brazos hacia afuera e imaginó que estaba en la

nieve y que hacía “angelitos”. Sonreía, se giraba

y volvía a hacerlo. Imaginó también que era su

alfombra voladora como en el cuento de

“Aladino”, y que ella era una bella princesa a la

35
que había qué rescatar. Un hermoso príncipe

aparecía; era alto, ojos luminosos y brillantes

como la miel de sus wafles. Su piel era suave y

su cabello… a ver… no sabía si imaginarlo rubio

o castaño oscuro; determinó que debía ser oscuro

como el de ella. Eso sí, sus manos debían ser

largas para poder estirarlas y agarrarla cuando la

alfombra voladora fallara y tuviera que hacer un

aterrizaje forzoso.

En eso ocupaba su tiempo Paola, cuando

sin desearlo Ágata se le escapaba a la hermana

y se iba directo a mordisquear una esquina de la

alfombra.

–¡Perra desobediente! –dijo muy seria

Paola, quien se levantó de inmediato del suelo.

Ágata se la quedó mirando triste y metió la

cola entre las patas. Luego dio brincos por toda la

36
alfombra queriendo jugar con las niñas. La

hermana de Paola salió y llevó consigo a su

cachorra. Paola no sabía si volver a acostarse o

salir a jugar… decidió quedarse y volver a

imaginar…

“Creo que seré escritora” –se dijo a si

misma, porque, ¡cómo le gustaba inventar

historias! Y mientras volvía a meterse a sus

historias inventadas, pensaba que debía

introducir a la historia cocodrilos, leones y ranas.

Ah…y su príncipe esta vez ya no sería príncipe,

lo iba a convertir en un aventurero y juntos iban a

conocer grandes países.

37
Cómo Flora desaprendió palabras

feas

38
Flora era una niña muy querida por sus padres,

sin embargo, éstos trabajaban casi todo el tiempo

y le ponían muy poca atención. La abuela que se

llamaba igual que ella, insistía a su madre que

debían educar mejor a la niña porque en más de

una ocasión, cuando había sido llevada con sus

amigas a su club de lectura en casa de Juanita,

Flora decía palabras muy feas, palabras que

había escuchado sin duda en la calle o por la

televisión.

–¡Mamá, Flora no sale sin permiso! –decía

convencida la madre de la niña. Y ve muy poca

televisión.

–Te aseguro que son palabras muy feas. Y

eso habla muy mal, no sólo de ella sino también

39
de ti y de su padre. Una niña tan pequeña y

usando palabrotas. ¡No es correcto!

La abuela Flora preocupada por el vocabulario de

su nieta, pensó en alguna solución para ayudarla,

se dio cuenta que, contrario a lo que pensaba su

madre, la pequeña pasaba mucho tiempo

mirando la televisión, películas de grandes y

también utilizaba el internet, a través de su

tableta, de manera indiscriminada y sin

supervisión ni control de ningún tipo.

Pensó que sería bueno pasar un tiempo

con su nieta y tratar de ayudarla. La abuela sabía

que el carácter se forma en los primeros años de

la infancia y que una vez formado poco se puede

hacer para modificarlo.

40
La próxima vez que visitó a su hija, yerno y

nieta, habló con ellos y pidió de favor le

permitieran quedarse en su casa o bien llevarse a

Flora a la suya.

–¿Por qué? –dijo la mamá, quien no

entendía bien por qué deseaba la abuela hacerse

cargo de la pequeña.

–Me hace falta compañía –dijo y se quedó

absorta un momento–, además, creo que a ella

también le hace falta más la compañía de un

adulto. Uno que esté incondicionalmente con ella,

no te recrimino nada hija, sé que por el momento

tienes que trabajar…y tu esposo también, pero

dejan sola mucho tiempo a la niña.

La conversación se estaba poniendo un

poco seria. Los rostros del papá y mamá de Flora

habían cambiado…así que la abuela sonrió y dijo

41
que había preparado una comida exquisita y que

iba a servir de inmediato.

La abuela cocinaba estupendo y esa noche

la rica comida hizo que el papá accediera tener a

su suegra, por un tiempo, en casa.

Lo primero que hizo la abuela para cambiar

los hábitos de Flora, fue ponerle retos de lectura,

ejercicio y manualidades. También determinó que

un día a la semana se dedicarían, después de la

escuela, a crear postres ricos y novedosos.

–¡Abuela, qué rico cocinas! –dijo Flora la

primera vez que comió un pay de manzana.

–Sí, a tu mamá también le gustaba este

postre. Después de que terminemos, ¿quisieras

dar un paseo breve por el parque?

–¡Claro que sí! –dijo saltando la pequeña,

quien no podía disimular su sorpresa y felicidad.

42
¡En el parque se la pasaron genial! La

abuela y ella recolectaron algunas hojas secas de

árboles y algunas semillas. Además, por

supuesto, Flora subió a la resbaladilla, el

columpio, el pasamanos y el sube y baja.

–Con estos materiales haremos una

excelente caja para guardar cosas, la

adornaremos muy bonito, –dijo, mientras

acariciaba el cabello de su nieta.

–¡Gracias por cuidarme abuelita! Te quiero

mucho –dijo Flora abrazando fuertemente a su

abuela.

Al día siguiente le tocaba lectura y después

manualidades. Leyeron juntas un libro de cuentos

y por primera vez Flora escuchó y leyó poesía.

Estaba muy contenta y entusiasmada. Hicieron

juntas la caja para guardar objetos, la cubrieron

43
con fieltro y después hicieron una pasta a la que

le agregaron las hojas secas que habían

recogido, con un pincel grueso pintaron la caja

con esa mezcla y la dejaron secar todo un día. El

resultado fue hermoso. Una caja linda,

novedosa…fantástica.

Flora ya casi no tenía tiempo de mirar

televisión. Hacía una semana que los talleres de

la abuela la tenían ocupada, se sentía feliz, con

más energía e ideas creativas. Durante una

plática en la que degustaban un rico flan

napolitano, la abuela le explicó que nuestras

palabras tienen gran influencia en las demás

personas y demuestran nuestra belleza interior y

también nuestra educación y valores.

–Abuelita es que yo no sabía que esas

palabras tenían un significado, ¡tan feo!

44
–Si hijita, lo sé. No te preocupes. Lo

importante es que ya no las digas más.

Flora cumplió su palabra. Pasados unos

meses la abuela regresó a su casa, decía que sus

cactus, aunque eran resistentes, necesitaban

algunos cuidados y debía atenderlos, sin

embargo, no creas que los talleres terminaron, la

abuela los siguió impartiendo cada semana. La

abuela iba a verla o el papá de Flora la llevaba a

su casa. Flora ya no se sentía sola ni

desamparada, la influencia de la abuela trastornó,

para bien, sus hábitos. La dedicación de la abuela

conmovió los corazones de sus padres. Éstos

reajustaron sus horarios, analizaron su economía

y decidieron que uno de ellos renunciaría a su

trabajo para cuidar los breves y hermosos años

que durara la infancia de su hija.

45
Respetar las diferencias

46
Canda, apelativo con el que se conocía a

Candelaria, era llamada constantemente por el

director de su escuela. Al parecer le estaba

costando mucho adaptarse. Era la primera vez

que estudiaba con niños sin discapacidad, “niños

normales”, como escuchó muchas veces decir a

los adultos. ¿Es que acaso ella era anormal? En

silencio Canda pasaba malos ratos,

constantemente sentía que la miraban feo por ser

demasiado bajita y caminar un poco chueco. Ella

no tenía la culpa de ser así. Tenía una

enfermedad congénita que atrofiaba sus huesos.

Su futuro era incierto. A sus ocho años sabía bien

del dolor físico pues había sido sometida ya a

cinco operaciones. En la última operación los

médicos dijeron a sus padres que ya no sería

necesaria operarla de nuevo. Que todo lo que

47
habían hecho para corregir las malformaciones

de sus huesos, ya estaba concluido. Ahora sólo

bastaba esperar a que sus huesos, el

medicamento novedoso, la terapia, buena

alimentación y, sobre todo, la buena actitud,

representara una mejora para la pequeña.

Canda se había resignado a ser diferente

a los demás y no le molestaba mucho, sólo que

era difícil aguantar que los otros pensaran que era

un fenómeno o bien que la trataran con desprecio

o a veces con lástima.

Su maestra Rosa era una excelente

docente y se había dado cuenta de la lucha de la

niña, así que, con anuencia del director, llevó a un

especialista médico para que hablara sobre “la

inclusión a la escuela de los niños con

discapacidad”. La plática se llevó a cabo en la

sala principal de la biblioteca. Canda no entró, ella

48
se consideraba una experta y no quería que sus

compañeros se burlaran de ella, de manera

masiva. Se quedó en el salón, coloreando un

hermoso libro de colibríes que su papá le había

regalado.

Las llamadas de atención que le habían

hecho las semanas anteriores consistían en

haber respondido a las agresiones de dos niñas

de su salón; Fany y Paola, eran bonitas y

presumidas y veían con desagrado que ella fuera

diferente. Cuando Fany y Paola se burlaron de su

aspecto, Canda las agarró del pelo y las jaló

fuertemente. Aunque Canda era pequeña tenía

mucha fuerza. Así que no sólo era objeto de

burlas, sino que algunos le tenían miedo.

El especialista fue muy práctico. Les

explicó a los pequeños de primero a sexto de

primaria, algunos tipos de discapacidades y lo

49
difícil que era sobrellevar, para algunos, esas

diferencias. Algunos niños realmente

reflexionaron sobre la importancia del tema, pero

otros se reían entre dientes y creo, que

secretamente recordaban a Canda. La maestra

Rosa que era una maestra muy sensible a estos

asuntos, les llamó la atención e incluso los

instruyó a que, si no tomaban con seriedad la

plática, mandaría una notificación a sus padres.

Fany y Paola se miraron de reojo y

parecieron entender que estaban siendo muy

injustas con Canda, quien era una niña muy

inteligente y creativa. Platicaron entre ellas muy

poco, pero sin palabras, ambas estuvieron de

acuerdo con el especialista en que es necesario

respetar todas las diferencias.

La maestra Rosa explicó que,

recientemente había llegado una pequeña a la

50
que, la mayoría de los alumnos de la escuela

había rechazado; explicó que la niña había

preferido no asistir a la conferencia por temor a

más burlas. Sus compañeros de salón se

sintieron muy avergonzados. Algunos cuantos

levantaron la voz y explicaron que se sentían mal

por haber tratado mal a Canda y que harían lo

posible por enmendar sus equivocaciones.

¡Créanme, eso sucedió! En los próximos

días Canda fue la niña más feliz, ya no la

insultaban ni miraban feo. Podía expresarse

libremente en el salón, en el recreo, hablaba tanto

y a cada rato que la maestra tuvo que sugerirle

que dejara hablar también a sus compañeros.

Todos se daban cuenta de la gran inteligencia

que la pequeña tenía, además de otras

habilidades, incluso desconocidas para ella,

como hablar en público y cantar; dos cosas que

51
hacía muy bien. No cabe duda que el Creador

reparte a todos diversas cualidades, habilidades

innatas y talentos. Eso lo descubrieron con gran

sorpresa Canda y los alumnos de la primaria

“Héroes de la patria”.

52
Zanahorias y tomates

53
Esta es la historia de Alejandro y Ana, dos

hermanos que se querían mucho. Peleaban tan

pronto como el gallo cantaba. Las razones eran lo

de menos… a veces sólo bastaba que uno soñara

con el otro y que en el sueño discutieran para que

eso fuera el tema de la confrontación. Por otro

lado, casi siempre sabían reconocer sus

equivocaciones y pedirse perdón. Ana era callada

y tímida y Alejandro lo contrario; Ana prefería

quedarse en casa por las tardes a leer libros de

ficción. Alejandro salía en cambio al patio a

manejar su bicicleta o a lanzar pelotas en el cesto

de basquetbol que papá le había puesto hace

algunos años. Eran diferentes entre sí, como la

noche y el día, pese a ello se entendían muy bien

la mayor parte de las veces y sólo peleaban

54
cuando los dos querían el mismo pan, o entrar al

baño al mismo tiempo.

En lo que ambos estaban de acuerdo era

que la comida de mamá no les gustaba nada.

Todo empezó un día en que mamá les sirvió una

sopa aguada simple y luego otro día un espagueti

sin la suficiente salsa de tomate, otro día les sirvió

potaje de lentejas y les pareció que estaba muy

espeso. Su mamá seguía esforzándose en la

cocina, pero asumía que no a todos en casa les

gustaba lo que preparaba. Lo bueno era que a

papá sí le gustaba la comida. ¡Se devoraba todo!

¡Alguien valoraba su esfuerzo!

Cuando mamá los pasaba a recoger a la

escuela, aún no habían terminado de subir al

auto, cuando Ana, impaciente e inquisitiva

preguntaba:

55
–¿Qué vamos a comer hoy?

–Tortitas de papá rellenas de queso y

frijoles en caldo.

–Mamá sabes que no me gustan las

comidas con caldo –decía con disgusto Alejandro.

–¡Qué fea comida! ¿No hay otra cosa? –

preguntaba intranquila Ana.

Así era casi todos los días. Cualquier

comida era comida desagradable para ellos.

A veces su mamá optaba por dejar que se

prepararan un sándwich, o comieran algo que se

les antojara del refrigerador.

Mamá tenía que ser más estricta pero no

lograba encontrar la manera de seguir siendo un

bombón y a la vez mamá militar, como le decían

a veces, cuando era demasiado severa; debía

encontrar el equilibrio. Cuando se encontraba

56
ante estos conflictos recurría a su técnica

infalible; pedir en oración sabiduría para guiar a

sus pequeños, que, cada día se volvían más

desobedientes, irrespetuosos y mal educados.

Las oraciones de Bratis –la mamá de

nuestros amigos–, eran contestadas

favorablemente y sin mucha demora. No así en

este caso…en donde, aunque se esforzaba en la

cocina no hallaba progreso en la aceptación de

las comidas. Sin embargo, tuvo algunos avances

e ideas al respecto del cambio…. La primera

impresión que tuvo fue que debía variar más las

comidas y hacerlas más atractivas y vistosas,

incluso contarles a sus hijos algún dato

importante sobre las vitaminas o proteínas que

tuviera el alimento, a ver si con eso despertaba

un poco el interés y los comían.

57
Sin embargo y pese a los intentos

dedicados de Bratis la “operación comida sana”,

fracasó. Pasaron dos semanas sin que los

pequeños realizaran verdaderos intentos de

cambiar sus malos hábitos hasta que Alejandro

enfermó.

Una mañana de lunes, durante el

homenaje, Alex, como le decían sus compañeros,

se desmayó mientras cantaba el himno nacional.

Lo sacaron en camilla de la explanada de la

escuela y lo tuvieron en observación en la

enfermería. Su mamá y papá se alarmaron

mucho y ambos fueron a buscarlo. Lo llevaron de

inmediato al médico, quien determinó que, por

algunos síntomas, seguramente tenía anemia.

–Hay qué confirmarlo con unos análisis de

sangre. –dijo el galeno, quien era un hombre

58
rechoncho y con un bigote recortado, muy

peculiar, al estilo “Cantinflas”.

–Mañana mismo lo llevaré –dijo Bratis de

inmediato.

Ana se preocupó mucho por su hermano.

Ella también sentía debilidad durante las clases y

por las tardes al llegar a casa la invadía un

cansancio abrumador. No le daban ganas de

hacer la tarea o salir a jugar.

Ambos sabían que muy posiblemente la

causa de estas molestias, era debido a su mala

alimentación, pero era necesario que alguien se

los dijera, alguien distinta a mamá. Ella ya aburría

con eso de que “te vas a enfermar” o “no vas

crecer”.

Bratis aprovechó que llevaba a Alejandro a

los análisis y llevó también a Ana. Una doctora

59
muy amable les sacó sangre sin que les doliera

mucho. Eran niños valientes y…además estaban

muy débiles para rezongar.

Después de que su mamá fuera a buscar

los resultados de los análisis, los llevó al médico.

Ana tenía ocho de hemoglobina y Alejandro diez;

estaban bajos de glóbulos rojos.

El médico platicó con los pequeños y les

explicó que era importante comer bien, variado y

nutritivo, que en su etapa de crecimiento las

necesidades de vitaminas son mayores, que

gastan muchas energías en el estudio y el

deporte y sus cuerpos ya estaban resintiendo la

mala alimentación. Ambos se comprometieron a

comer lo que mamá les sirviera.

Fue difícil al principio, pero ambos

hermanos cumplieron su palabra, al menos hasta

60
que les volvieron hacer análisis al cabo de tres

meses y los resultados fueron favorables. Para

entonces ya habían adquirido mejores hábitos,

tenían mejor desempeño en la escuela, ya no se

mareaban durante el homenaje o mientras hacían

deporte. Comprendieron que, aunque la comida

no fuera de lo más apetitosa había que comer los

alimentos que le hacen bien a sus cuerpos. Por

ejemplo, zanahorias y tomates, entre muchos

otros.

Por supuesto la comida de la señora Bratis

mejoró considerablemente. Tanto que hasta

estaba pensando abrir una cocina económica

saludable de comida para llevar. Sus hijos

pensaban que aún debía practicar un poco más.

61
Los vendedores

62
Benito, el hijo mayor de la familia Martínez, era el

alumno favorito de la maestra Mariana, a quien

todos en su salón apodaban –en secreto–, la

diabla. Benito quería mucho a su maestra, ella lo

apreciaba porque se esforzaba en sacar diez.

Esforzarse para sacar buenas calificaciones era

natural en Benito. No tenían qué obligarlo a

realizar la tarea en casa. Su mamá estaba

orgullosa. Sin embargo, tenía un problema de

actitud. Como estaba acostumbrado a sacar

siempre diez, cuando no lo lograba se frustraba

mucho. Lloraba y hacía rabietas. Golpeaba libros

y estrellaba cosas.

La maestra trataba de animarlo pues en

verdad lo apreciaba.

63
–Benito no tienes que ser perfecto. No te

preocupes si algunas veces te equivocas. No lo

sabemos todo. Los seres humanos somos

imperfectos.

–Sí, ya sé…sólo Dios es perfecto.

–Su maestra era gran ferviente, aunque

paradójicamente le apodaban la diabla, porque

era estricta y a veces tenía mal carácter. Era su

costumbre castigar con planas a los niños que

hablaban durante las clases y la interrumpían.

¡No le gustaba nada que la interrumpieran! Decía

que era una falta de respeto y que antes los niños

respetaban más a sus maestros. Aun así, era una

mujer buena, de buenos principios y temerosa de

Dios.

Benito apreciaba mucho a Sara, una

compañera de clases, en secreto la admiraba

64
porque era gentil, amable y bondadosa, aunque

no era muy dedicada en los estudios. Era

distraída y olvidaba con facilidad las cosas. La

maestra la regañaba mucho por no prestar

atención y a Benito le daba tristeza cuando esto

sucedía.

Sara vivía a la vuelta de su casa, sus

padres eran campesinos que habían llegado de la

ciudad a buscar mejores oportunidades de vida.

Eran sencillos y amables.

La jovencita vendía limones o guayas –

dependiendo cuál abundara más de los árboles

frutales que tenía su familia en el patio de su

hogar–, ofrecía de casa en casa, para ayudar a

su familia. Lo hacía tres veces a la semana

porque su mamá no deseaba que descuidara la

escuela. No fuera que, por vender, no le diera

tiempo de hacer sus tareas.

65
Cuando llegaba a la casa de Benito a

ofrecer su venta, él siempre salía, sonreía y

compraba por lo general, guayas, le gustaban con

sal, chile y limón.

Pensó en que era buena idea acompañar

a Sara a vender, después de todo él lucía más

grande y era más fuerte que ella. Podía

defenderla de algún perro callejero que quisiera

morderla o quizá alertarla sobre algún otro

peligro, así que decidió pedir autorización a sus

padres y decirle a Sara que deseaba

acompañarla.

–No te preocupes Sara, no tienes que

darme ningún porcentaje de lo que ganes de tu

venta. Lo hago con la mejor intención, porque me

caes bien. Además, me gusta caminar, así

conozco varios lugares y calles distintas. ¿Qué

dices?

66
–¿Qué dicen tus padres?

–Que está bien. Me dan permiso de

acompañarte a vender, sólo que debo regresar a

más tardar a las 5:30 porque el sol se oculta a las

6 y consideran que puede haber peligros después

de esa hora.

–¡Muy bien! –dijo Sara quien sonreía

entusiasmada de que alguien la acompañara. Ya

tenía con quien platicar mientras caminaba por

las calles del vecindario.

Esas tres veces a la semana que salían juntos a

vender se la pasaban muy bien. ¡Era divertido

vender! ¡Emocionante! Sobre todo, cuando

acababan toda la venta. O cuando las personas

que ya los ubicaban, pedían más a comprar. Eso

hacía reflexionar a Benito sobre lo bueno que era

67
vender algo de puerta en puerta, aunque también

era muy cansado, claro que acompañado el

cansancio casi no se sentía.

–¿Por qué te va mal en la escuela? –

preguntó Benito.

–Creo que soy un poco distraída –dijo la

niña un poco sorprendida de la pregunta–.

Siempre ando pensando en cosas y no pongo

suficiente atención, creo… Al menos eso dice mi

mamá. Pienso que tiene razón, pero también es

que no estoy acostumbrada a estudiar mucho. De

donde vengo la escuela no era tan importante,

teníamos muy poca tarea para hacer. En esta

escuela hay muchas reglas, materias, y se me

dificulta un poco leer rápido.

–¿De veras? –dijo incrédulo Benito.

–Sí –aseguró nuevamente la niña.

68
–A mí me encanta leer. Tengo muchos

libros en mi casa; cuentos, novelas, poesía, de

animales…y de muchas otras cosas. Es bonito

saber…si quieres te puedo prestar algún libro que

te interese. Mañana te llevo unos a la escuela

para que escojas.

A Sara le pareció excelente idea.

Al día siguiente Benito llevó los libros que

había ofrecido y Sara escogió dos de ellos para

llevarse a casa. Uno era de cuentos infantiles y

otro de curiosidades del mundo. Le parecieron

interesantes. Quiso hacerle una pregunta que

desde hacía semanas deseaba hacerle, pero no

se atrevía.

–¿Por qué te enojas cuando sacas nueve

de calificación? ¡Esa es muy buena nota!, ¿no

crees?

69
Benito se puso rojo, se la quedó mirando y

dijo:

–No es mala calificación, pero ya no me

siento bien si saco nueve, me siento triste porque

sé que puedo sacar siempre diez, así que,

cuando no ocurre, me frustro y me da coraje,

porque pienso que pude haberme esforzado

más…

–¡Ahh! –dijo Sara consternada.

–Pero…ya lo estoy trabajando.

–Yo igual estoy procurando mejorar mis

calificaciones. Muchas gracias por ayudarme.

Benito se volvió a sonrojar. Ambos estaban

felices de haber encontrado alivio a su necesidad

de hablar, compartir. Se volvieron los mejores

amigos y, en breve tiempo, lograron mejorar en lo

propuesto. También se volvieron excelentes

70
vendedores de guayas, tamarindo, limones y

naranjas.

71
El proyecto

72
El personaje principal de este cuento es Benito, el

mismo del cuento anterior, como ya dije en la

pasada historia, Benito quería ser bueno en

muchas cosas, ¡tenía grandes ambiciones! Se

había hecho a la idea de terminar pronto sus

estudios, ir pasando de nivel; ser doctor o ministro

religioso, aún no sabía.

–Lo creo de doctor, pero…ministro, pastor,

o como le llamen…–decía inquieto su padre. ¡Yo

no quiero que mi hijo sea un pastor!

–Deja que él decida en su momento lo que

será. ¡A mí sí me gustaría que fuera un ministro!

–¡Esos son una farsa! –decía el padre

escéptico e iracundo.

–Hay de todo en la viña… –agregaba la

madre, tratando de no entrar en confrontación.

73
Su padre miraba en Benito a un gran líder

político, pensaba que su hijo podía ser un

diputado, un presidente municipal, hasta un

gobernador. Las grandes dotes del muchacho

eran propicias para que las aprovechara, para

que fungiera como líder, para que llevara un

rebaño, pero no hacia los pies del Salvador sino

para obtener beneficios y escaños en la vida

pública, por eso lo animaba a ser competitivo, a

ser el mejor en todo, a escapar de la mediocridad.

“Podemos mejorarnos a nosotros mismos”, decía

su padre. ¡Ya ves yo, salí de un pueblo! ¿Y

mírame ahora!, ¿ves cuánto dinero tenemos? ¡Te

mandaré a la mejor universidad!

El joven amaba a su padre y lo respetaba,

pero…no estaba de acuerdo con él. El muchacho

quería ayudar a la gente, sanarla física o

espiritualmente. Por eso sería pastor o doctor.

74
Su maestra ideó un nuevo proyecto escolar

con el objetivo de incentivar a sus alumnos a

investigar. Formó equipos de dos personas de

manera aleatoria. A Benito le tocó estar con su

amigo Pedro. El proyecto consistía en realizar

una labor en la sociedad estudiantil que generara

una iniciativa y un trabajo hacia la comunidad. Por

ejemplo, concientizar sobre el cuidado del medio

ambiente, motivar a cuidar mejor los recursos, el

resultado sería que la escuela estaría más limpia

y los alumnos más comprometidos en el cuidado

de los recursos; sin duda, habría un cambio que

se reflejaría en la vida de los estudiantes.

Benito y Pedro pensaron bien en qué

proyecto realizar. Lo pensaron mucho,

investigaron en la red, sin embargo, fue hasta que

Pedro le habló respecto a que sus padres quizá

se separarían porque peleaban mucho, cuando

75
su amigo se dio cuenta que hacía falta una cosa;

algo que la gente no hacía mucho; orar unos por

otros. Él sabía del poder de la oración a causa de

su madre. Había visto cómo su hermana de dos

años se había recuperado de una gastroenteritis

aguda después de quince días en el hospital.

Sabía del poder de la oración porque su padre

había dejado de fumar después de muchos años

de intentarlo. Sabía del poder de la oración

cuando, una vez, su familia se quedó varada en

una estación de autobús, porque su auto fue

robado. Cómo Dios fue providencia en todos

estos casos, lo sabía con certeza. ¡En Dios se

puede confiar! Cuando él y Pedro presentaron el

proyecto, algunos de sus compañeros se

burlaron. Algunos lo admiraron secretamente,

como Sara, la maestra Mariana, Felipe, José,

76
Sandra, entre otros…pero… ¿daría resultado?

¿Era viable este proyecto?

Lo primero que hicieron los amigos fue orar

ellos mismos uno por otro. Era reconfortante

saber que alguien más se ocupaba de los

“problemas” del otro. Después, oraron por sus

padres y hermanos, después por la maestra y su

familia; más tarde por sus compañeros de clases

y los otros alumnos de los demás salones de la

escuela. Sin embargo, nada parecía suceder.

Todo marchaba igual, y en ocasiones hasta peor

que al principio. Los padres de Pedro ya vivían

separados. Él había decidido permanecer con su

madre, no así su hermano mayor Adolfo.

Pero…conforme pasaron más días las cosas

parecían mejorar un poco. No perdían la fe.

Los proyectos de los demás marchaban

muy bien, eran menos ambiciosos, pero igual de

77
importantes. Un equipo inició el proyecto:

“limpieza en la escuela y sus alrededores”. Ello

incentivó a sus compañeros. Ver una escuela

limpia permitía que los alumnos se concentraran

más, o al menos eso les gustaba pensar a Sara y

a su amiga, quienes eran las que lideraban este

proyecto.

Otro equipo llevó a cabo la elaboración de

carteles sobre el respeto y la igualdad, y dieron

algunas pláticas ellos mismos, y también trajeron

a una especialista que era la mamá de una de

ellos.

En casa, Benito seguía orando por todo

mundo, con la esperanza de que los cambios se

notaran. Especialmente en su padre a quien tanto

amaba, y también por su amiga Sara a quien

apreciaba, y, por supuesto por Pedro, que la

situación familiar por la que pasaba mejorara.

78
Nuestro joven oró fervorosamente por todo

el tiempo que duró el proyecto. Aunque la

maestra animaba y estimaba a los muchachos,

era importante destacar que calificarles éste

proyecto era algo complicado. ¿Cómo medir el

avance o la influencia de la oración? ¿Cómo

saber si era por esta que los alumnos ahora

ponían más atención en clases y se portaban

mejor al interior del salón? No había resultados

tangibles, al parecer…, sin embargo, eso no los

afectó en sus notas, puesto que decidieron

mezclar su proyecto “orando por ti” con el de

“sonrisas felices”, aunque éste último título era

trillado, no así el contenido de los temas que,

Pedro y Benito se encargaban de llevar a cabo en

cada aula de la escuela a la que pertenecían.

Benito experimentó una sensación muy

agradable cuando exponía los temas, contaba

79
historias que sabía de los libros que su mamá le

había leído cuando era más pequeño. Historias

que ayudaban a los niños a mejorar sus

habilidades, a cambiar de hábitos negativos a

positivos y a mejorar el carácter.

Los jóvenes estaban muy contentos,

aunque no satisfechos, así que decidieron

continuar ejecutando el proyecto por todo el resto

del curso escolar. Una semana antes de concluir

las clases, Benito obtuvo las primeras respuestas

a sus oraciones; el padre de Sara, quien se

encontraba desempleado, obtuvo un crédito del

gobierno para plantar árboles en un poblado

cercano. Un banco también le había

proporcionado un préstamo hipotecando su

vivienda y había adquirido un gran terreno en

donde se dedicaría a plantar palma. Los padres

de Pedro, después de meses de estar separados

80
se reconciliaron y dieron marcha atrás al divorcio.

En cuanto a su padre, había que esperar más.

Algo en este muchacho cambió, se hizo más

fuerte y desarrolló fe, paciencia y perseverancia,

rasgos imprescindibles que habían de prepararlo

para llevar a cabo, en un futuro, su proyecto de

vida de ayudar a la gente.

Se volvió popular en la escuela el proyecto

“orando por ti”, sus compañeros y maestra

decidieron que para el próximo año escolar

sugerirían retomarlo. Tal vez ya no les iba a tocar

la misma profesora, pero ella iba a recomendarlo

a la nueva, en caso de que no fuera ella misma.

La oración sincera, hecha con fe, posee una

fuerza intensa que, en vínculo a la voluntad

divina, produce resultados portentosos. ¿Te

gustaría alguna vez iniciar en tu hogar un

proyecto así? No te desanimes. Tú puedes

81
enriquecer y transformar tu propia vida. Y… “ser

una luz en medio de la oscuridad de este mundo”.

82
Bertha y su tableta

83
¿Te gustan los aparatos inteligentes? A Bertha le

encantaban. Pasaba mucho tiempo con su

tableta. Era de cubierta roja. ¡Su color favorito! Lo

consideraba una amiga, hasta le había puesto un

nombre: Susi Catalina. Era con quien más pasaba

tiempo. Bertha llevaba a todas partes a Susi

Catalina. La limpiaba y ponía cubiertas de tela

que ella misma costuraba para protegerla y

hacerla lucir diferente.

Cierta vez en que Bertha ponía música en

Susi, ésta se averió, empezó a hacer unos

ruiditos como de interferencia y así sin más se

apagó. Bertha lloró desconsoladamente.

–Se murió mami, Susi Catalina está

muerta.

84
–Cariño sólo está descompuesta, no te

preocupes.

Bertha y su madre vivían solas. En la casa

de la tía Violeta quien ahora residía en

Tamaulipas. La casa era amplia, tenía un

hermoso jardín en la parte delantera. A pesar de

que nadie había sembrado plantas, había ahí una

docena de ellas. La naturaleza es sabia –decía su

mamá–, y se abre paso. Bertha estaba de

acuerdo puesto que de repente empezó a crecer

un árbol de limón que nadie sembró. Luego

tulipanes, buganvilias y hasta rosas. Bertha y su

madre pensaban que era obra divina, es decir que

Dios les mostraba de esta manera su amor y

cuidado, consideraba las cosas hermosas y las

ponía alrededor, en su entorno, para que fueran

felices y se sintieran dichosas de estar vivas.

85
Susi Catalina fue llevada a una persona en

el centro que componía estos aparatos, para

desgracia de la niña, el aparato requería una

pieza muy costosa que su madre no podía

comprar de momento, así que la regresaron a

casa y su mamá le dio su palabra de que tan

pronto reuniera la cantidad necesaria compraría

la pieza para arreglar la tableta.

Pasaron los meses, Bertha se había

ocupado en hacer otras actividades y había

descubierto el gusto por la jardinería. Su mamá le

había comprado las herramientas necesarias,

una pala, un rastrillo, unas tijeras, todo pequeño

para que la ayudase a cuidar el jardín.

–Ojalá esta casa fuera nuestra –decía

Bertha a su mamá.

86
–Tal vez algún día la tía nos la quiera

vender. –aseguraba su madre.

–Pero…si no tenemos dinero ni para

arreglar mi tableta.

–Es cierto, pero lo tendremos, no te

preocupes.

Bertha les había tomado cariño a las

plantas, ya les había puesto nombre, Doña

Rosita, Tuli, Candida, Fresia, Señor Limonet,

etcétera. Su mamá se reía de las ocurrencias de

Bertha, la divertía que su niña fuera tan ingeniosa

y que se distrajera de esa manera.

De esta forma Bertha aprendió a divertirse

con otras actividades, cuando Susi Catalina fue

por fin compuesta, Bertha decidió dársela a la tía

Violeta como contribución al primer pago, ya que

esta había accedido a venderles la casa a muy

87
buen precio y con la condición de que le pagaran

mensualmente sin fallar. Bertha y su madre

estaban felices y pensando en cómo hacer que la

jardinería les produjera recursos económicos

extras. La determinación y el esfuerzo constante

producen efectos sorprendentes en las personas.

Algunos años más tarde, Bertha y su

madre tenían el vivero más lindo de la colonia.

Hasta él acudían personas de otras partes de la

ciudad. La vista de la casa, desde la calle, era

espectacular, ¡era tan linda que ruiseñores,

cotorros, y colibríes iban constantemente a pasar

momentos en los árboles y plantas de la

propiedad! Se respiraba paz y tranquilidad,

cuidado y amor. La mamá de Bertha decía con

humildad que el Creador guiaba a su familia y a

su hogar. ¡Y… tal parecía que era cierto!

88
El poder transformador

89
Les contaré la historia de un trío de hermanos que

eran muy unidos entre sí, y sin embargo tan

indiferentes. ¿Eso se puede? Me preguntó un día

una niña a la que primero le conté este cuento.

Por supuesto, dije, muy segura de mí misma.

Luego me quedé pensando en si esto no era

contradictorio. Lo era, pero sucede…En nuestro

mundo hay algunas cosas que conviven en

contradicción, sin embargo, no al mismo tiempo,

se alternan. El día y la noche, la maldad y la

bondad, por otro lado, hay algunos puntos

intermedios. Como si el mundo fuera una esfera

con múltiples líneas invisibles, todas ellas

imaginemos son inmensas posibilidades de

cuanto acontece a nuestro alrededor.

Los nombres de estos hermanos no son

importantes, sobre todo porque la historia es de

90
la vida real y conozco a estos personajes porque

son familiares cercanos, así que no diré sus

nombres para que no se sientan ofendidos, ese

no es el objetivo de esta historia. El objetivo es

compartir y reflexionar, entretenernos y aprender.

Todo empezó un día en que llovía mucho,

los hermanos no podían salir y entonces pasaron

todo el día en casa jugando leyendo y ayudando

a su mamá y papá a realizar algunas tareas

simples de la casa, como barrer, sacudir y reparar

un mueble al que le faltaban unos clavos porque

la madera de uno de los extremos se había

desgajado.

Pasaron el día fenomenal y casi no se

escucharon gritos. La madre que era un poco

corajuda estaba feliz y agradecida. Hasta les

tomó una foto y grabó un video porque pensaba:

“cuando sea otro día y estén peleando les

91
mostraré la evidencia de que sí es posible convivir

en armonía”.

Al día siguiente el cielo estaba despejado

y era lunes. Los lamentos y discusiones

empezaron al amanecer cuando la mamá intentó

levantarlos para ir a la escuela. Se quejaron, se

durmieron unos minutos extras y llegaron tarde.

Cada uno le echaba la culpa al otro por la

tardanza y se decían que ojalá no existieran. La

mamá hacía una oración audible tratando de

apaciguarlos, pero después, unos minutos más

tarde volvían a pelear. Cuando salían de la

escuela, al llegar a casa se peleaban el control

remoto de la tele, los sofás de la sala, los

juguetes, la comida, todo…

El padre y la madre de estos pequeños

estaban agotados. Las discusiones los dejaban

exhaustos, casi sin energía. La madre era una

92
mujer de mucha fe, por lo tanto, quiso poner a

prueba a sus pequeños exhortándolos a tratarse

mejor e ideó un plan para animarlos. Un juego

que los ayudara e incentivara.

El juego consistía en acumular el mayor

número de gestos, palabras y acciones nobles en

beneficio de cualquier miembro de la familia. Al

principio los hermanos eligieron a su madre y

padre para ser los receptores de esta actividad,

sin embargo, se sentían ansiosos y celosos, ellos

deseaban recibir muestras de afecto. La primera

que se animó fue la de en medio, vamos a

llamarla Dafne, le escribió una carta muy hermosa

a su hermano mayor, al que llamaremos Ángel,

éste se vio inclinado a sonreír y darle las gracias

a Dafne, aunque no se llevaban tan bien, era

cuestión de amabilidad. La más pequeña, Aurora,

siguió el ejemplo de ambos, ella hacía dibujos o

93
garabateos con el poco conocimiento de dibujo

que tenía, pero con la firme intención de agradar

y mostrar sus sentimientos a través de estas

expresiones de arte. Sus hermanos se reían de

sus garabateos, porque cuando decía por

ejemplo que el dibujo era un gato, parecía una

pelota, y cuando señalaba que era una casa, más

bien parecía una gran nube con lluvia.

En pocas semanas los hermanos se

llevaban mejor y el estrés en la casa había

disminuido considerablemente. Por ratos uno de

ellos se enojaba y gritaba al otro, sin embargo, su

madre o padre los calmaban y les hacían recordar

el plan de mejorar la convivencia.

Pasado un mes la atmósfera en casa era

distinta. Los hermanos se trataban mucho mejor,

ya no se gritaban tanto, esperaban turnos para

ver la televisión y se apoyaban entre sí, cuando

94
era necesario a causa de alguna duda con la

tarea o cuando las más pequeñas no alcanzaban

algún material, plato para el cereal, vaso para el

jugo, etcétera, lo pedían al hermano mayor quien

de manera amable, casi siempre, se los bajaba.

Mamá y papá estaban realmente

satisfechos con los avances. Una vez por semana

cada uno alcanzaba al menos diez puntos que

eran canjeados por una buena mesada que el

padre entregaba cada domingo. Cada punto valía

cinco pesos por lo que diez puntos equivalía a

cincuenta pesos. Ángel y Dafne iban a la cabeza

con cuarenta puntos cada uno, Aurora llevaba

quince puntos. Se portaban tan bien en ese

aspecto que el padre empezó a preocuparse por

su economía. Aunque no dudaba que el gasto

valía la pena…

95
En los próximos dos meses sucedió algo

curioso, los hermanos se trataban tan bien que se

empezaron a cansar de tanta amabilidad, y vieron

un defecto, los gestos se estaban volviendo

monótonos y sin dulzura, por lo que la mamá y el

papá sugirieron otro juego en el que las muestras

de afecto y consideración ya no iban a dirigirse

tanto entre ellos, sino que empezarían a mostrarlo

con los objetos y las mascotas de la casa, que

también merecían atención y mejor trato. Así,

poco a poco, esta familia cambió sus hábitos de

convivencia y fueron un gran ejemplo para sus

padres, familiares y maestros, quienes no

dejaban de sorprenderse de la poderosa

transformación de la que eran objeto. Por

supuesto que obtenían ayuda extra. Su madre y

padre oraban por ellos y habían determinado

dejarse guiar por el amor y la consideración, por

96
la templanza, por el poder transformador del

Creador. Con esa tremenda ayuda, ¿quién no

puede?

97
Índice

Pág.

Lo que Clara más quería, 4

El viaje anhelado, 18

Una mentira para conservar a Yoyo, 25

La alfombra de Paola, 34

Cómo Flora desaprendió palabras feas, 38

Respetar las diferencias, 46

Zanahorias y tomates, 53

Los vendedores, 62

El proyecto, 72

Bertha y su tableta, 83

El poder transformador, 89

98
Liliana de los Ángeles Ceballos Vargas,

nació en 1982. Mexicana. Radica en Ciudad del Carmen,

Campeche, una Isla hermosa y apacible en la que vive en

compañía de su esposo y sus tres hijos: Rolando, Liliana

y Miranda. Es feliz de escribir y compartir. Este es su

segundo libro de cuentos para niños.

Lectura a partir de los 6 años

99

También podría gustarte