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Cuando existen oportunidades para que todas las personas tengan acceso a un empleo en

condiciones de libertad, igualdad, seguridad y dignidad, entonces hablamos de trabajo


decente. Este concepto, creado en 1990 por Juan Somavía, quien entonces era el director
general de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), sintetiza las aspiraciones de los
individuos respecto a sus trayectorias laborales. Supone el respeto de sus derechos, salud y
seguridad, una remuneración adecuada y protección social, entre otros componentes.

Desde el 7 de octubre de 2011, cuando la Jornada Mundial por el Trabajo Decente se


conmemoró por primera vez con el impulso de la Confederación Sindical Internacional, la OIT
respalda esta iniciativa junto a los sindicatos, las empresas y los gobiernos de todo el mundo.

El trabajo decente sin dudas representa una demanda global, reconocida en la Agenda 2030 de
las Naciones Unidas, que le consagró su octavo objetivo de desarrollo sostenible (ODS).
Además del ODS 8, el trabajo decente se entrelaza con los 17 objetivos de la Agenda: la
reducción de la desigualdad, el fin de la pobreza, la igualdad de género, etc.

Actualmente, frente al impacto sin precedentes de la pandemia causada por el Covid-19, el


lema centenario de la OIT –"impulsar la justicia social, promover el trabajo decente"– adquiere
una relevancia particularmente significativa.

De acuerdo con las estimaciones de nuestra Organización, la crisis sanitaria, económica y social
del coronavirus causó la pérdida del 17,3 por ciento de las horas de trabajo mundiales,
equivalentes a 495 millones de empleos a tiempo completo. El impacto es desproporcionado y
desigual, con efectos particularmente graves entre las mujeres, las personas jóvenes, quienes
son migrantes y quienes trabajan como autónomos o en la economía informal -en este último
caso, se trata de 6 de cada 10 personas en todo el mundo-. En América Latina y el Caribe, al
menos 34 millones de empleos se perdieron con esta crisis.

La crisis sanitaria, económica y social del coronavirus causó la pérdida del 17,3 por ciento de las
horas de trabajo mundiales, equivalentes a 495 millones de empleos a tiempo completo

En la Argentina, con una disminución del 10% del PBI –como prevé la OCDE–, el impacto
implicaría alrededor de 850.000 empleos menos. De ese modo, a pesar de la incierta evolución
de la crisis y los efectos que tendrán las diversas medidas de respuesta implementadas por el
gobierno, prevemos que el coronavirus profundizará la recesión y las desigualdades que la
economía argentina ya registraba al inicio de la pandemia.

En este contexto, la OIT llamó a los representantes de gobiernos, empresas y sindicatos de todo
el mundo a consensuar políticas urgentes de trabajo decente y protección social para
resguardar a los trabajadores y, en especial, a los grupos más vulnerables y los sectores más
desprotegidos -como la economía de cuidados, de plataformas y el trabajo doméstico-.

La actual pandemia, que representa la mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, nos
obliga a encontrar soluciones para construir el futuro del trabajo que queremos: un futuro más
justo, inclusivo, igualitario y sostenible. La experiencia del Pacto Global de Empleo, adoptado
tras la crisis económica de 2008, es un claro ejemplo del potencial del diálogo social tripartito
para acelerar la recuperación e impulsar el trabajo decente mediante políticas equilibradas y
realistas, gestadas en un marco de cooperación y solidaridad.

Se trata del mismo potencial requerido para avanzar hacia las metas de la Agenda 2030, a tan
solo diez años de que se cumpla su plazo. Y es también el espíritu que propiciamos para
impulsar el Consejo Económico y Social, un ámbito fundamental para que Argentina construya
una nueva y mejor normalidad basada en el diálogo social, mecanismo fundamental de la
justicia social y el trabajo decente.

Junto a la Agenda 2030, la Declaración del Centenario de la OIT es una hoja de ruta adecuada
para revitalizar el contrato social con un abordaje centrado en las personas. Con determinación
e innovación, es necesario invertir en las políticas y las instituciones de trabajo que conduzcan
en la dirección correcta, dictada no por la tecnología o las emergencias, sino por el consenso
tripartito. En este camino, desde la OIT y junto al gobierno, los sindicatos y los empresarios de
Argentina, estamos cada vez más cerca de finalizar un nuevo Programa de Trabajo Decente
para el país.

Al igual que la justicia social, este concepto también puede pensarse como un horizonte
movedizo: mientras más avanzamos hacia allí, más advertimos cuánto nos falta para alcanzarlo.
Esto no debe desalentarnos: por el contrario, cada paso y cada avance logrado contribuyen a
fortalecer el compromiso y renovar la energía para alcanzar ese desafío colectivo: el trabajo
decente para todas las personas.

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