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CAPÍTULO 6
1
J. Habermas (2002, a), 99.
2
H. Schändelbach, “Über Rationalität und Begründung”, en «Zur Rehabilitierung des animal rationale»,
Frankfurt a. Main, 1992, 63, citado en J. Habermas (2002, a), 99.
3
Véase, aquí, en el Capítulo 4.
4
J. Habermas (2002, a), 102.
2
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
racionalidad que formula Habermas reconoce que las argumentaciones son formas reflexivas de
las acciones comunicativas que develan los diferentes fundamentos para cada una de las
modalidades discursivas y los tipos de interacción reflexiva que se establecen entre los actores
participantes en el discurso. La práctica argumentativa, en consecuencia, es racionalidad
discursiva, o sea, racionalidad comunicativa, y comparte este plano con una racionalidad
epistémica y teleológica. Distinciones que Habermas, luego, caracterizó y sistematizó con más
detenimiento5La actitud reflexiva se pone de manifiesto tanto al justificar las creencias como
también el sujeto debe justificar la orientación de su acción, con referencia a un mundo del cual
se pueden hacer enunciados verdaderos. Al mismo tiempo la reflexibilidad racional se encuentra
en la orientación practico moral en la medida en que los sujetos pueden justificar la elección de
la norma que orienta sus actos. Este es el ejercicio de la libertad de arbitrio o la libertad de la
voluntad. Por una se da la capacidad de la elección racional, por la otra la capacidad de
constreñir la voluntad a la norma elegida. Mientras que la libertad ética le permite al sujeto
asegurar su identidad. En cada uno de estos casos está de por medio la autorreferencia del sujeto
como así también la capacidad de reconocer a su interlocutor. Esto es la capacidad de
desprenderse de sí mismo como situación egocéntrica para poder interactuar en un plano de
racionalidad compartida, discursivamente estructurada.
La teoría de la acción comunicativa reconocerá en este contexto que la racionalidad
epistémica ligada también a la dimensión lingüística está vinculada al conocimiento; y conocer
significa el “saber por qué”, o sea, la capacidad de justificar la pretensión de verdad. Las
creencias en este contexto serán racionales cuando ellas puedan mostrar las razones que la
justifican y esa justificación en la andamiada de la racionalidad argumentativa se presenta como
susceptible a la crítica. Exposición, crítica y rectificación ponen en evidencia la racionalidad
como un entrecruzamiento argumentativo que vincula a través de la discursividad: lenguaje y
acción.
La racionalidad discursiva está ligada a la reflexión como habilidad para dar cuenta de
las manifestaciones o actos, y, por su intermedio, expresa la capacidad del actor para
relacionarse consigo mismo en el saber, como reflexión cognoscente respecto a sus creencias y
convicciones. También, puede darse como autorreflexión sobre la finalidad de la acción por la
que reconoce el destino eficaz o de éxito que alcanzaría interviniendo en el mundo o en las
relaciones humanas. Pero, además, la reflexión sobre la comunicación que entabla con otros
interlocutores lo pone en una situación propensa para la autorreflexión sobre las normas y
objetivos que traza en su vida social. Cada una de estas formas de reflexión ligadas a la
racionalidad discursiva se aplican a las manifestaciones o a las acciones y, en ellas, necesita
contar con la posibilidad de la autonomía reflexiva para lograr objetivaciones. Es decir, la
autonomía reflexiva es una toma de distancia respecto a las propias manifestaciones y las
razones involucradas en sus acciones y pensamientos para poder someterlas al análisis.
Actividad que, por cierto, también debe incorporar las objeciones del otro participante. De este
modo, el supuesto de la interacción dialogada de la práctica argumentativa involucra la
discursividad racional y es aquí, a mi entender, cuando se abre la posibilidad de una reflexión
sobre el sentido de la libertad, en función de cada situación que ponga en evidencia la demanda
del otro actor participante. Esta apertura hacia la autorreflexión, objetivación, distanciamiento y
crítica, convalidada la posibilidad de la argumentación racional adjunta al conocimiento, a la
acción y al habla. Dicho de otra forma, se establece la posibilidad de la argumentación
discursiva tanto en la racionalidad epistémica, la racionalidad teleológica y la racionalidad
5
Cfr. J. Habermas “Racionalidad del entendimiento. Aclaraciones al concepto de racionalidad comunicativa
desde la teoría de los actos de habla”, en J. Habermas (2002, a), 99 – ss.
3
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
comunicativa. Cada una de estas formas de racionalidad que postula Habermas implica al
lenguaje en su perspectiva pragmática.
La racionalidad epistémica vinculada al conocimiento, o sea, al “saber por qué”, no se
desliga de la dimensión lingüística. Ella se expresa como la capacidad que poseen los actores
para justificar la pretensión de verdad del conocimiento. Las creencias, en este contexto, serán
racionales cuando puedan mostrar las razones que las justifican, y esto significa que la
estructura de la racionalidad argumentativa debe ser susceptible a la crítica. Exposición, crítica
y rectificación, son situaciones que ponen en evidencia a la racionalidad como entrecruzamiento
argumentativo de la discursividad en el lenguaje y la acción, como así también, como un
proceso de aprendizaje6.
La racionalidad teleológica, en cambio, orienta una acción que se dispone hacia el logro
de un fin y, aquí, la racionalidad está involucrada en la elección de los medios adecuados para
tales propósitos7. Como se puede deducir de la misma estructura argumentativa, la reflexión
racional de la acción toma la forma de una inferencia práctica 8, como reflexión por medio de la
cual se justifican las decisiones intencionales. En esta inferencia el punto de partida es una
premisa con los propósitos que se tratan de alcanzar; luego, se enuncian los actos o condiciones
que permiten el logro del fin perseguido y, la conclusión expresa la relación entre el medio
utilizado y el fin propuesto. Esta autorreflexión de la acción que toma en cuenta las mediaciones
adecuadas para alcanzar el fin despliega modelos de acción que describen cómo se desarrolla la
racionalidad teleológica a partir de un sujeto egocéntrico. Aquí se toma en cuenta cómo el actor
da prioridad a sus intereses, evalúa la información como saber sobre un mundo objetivado y,
finalmente, cómo se relaciona con los otros actores racionales y semejantes considerados en la
interacción ya sea como interlocutores paramétricos o estratégicos 9. Esta forma más elaborada
de la interacción teleológica describe la interacción estratégica de una racionalidad que puede
ser formalizada desde el punto de vista de una teoría de juegos 10.
La racionalidad comunicativa, como tercera forma de la racionalidad ampliada, se expresa
en el uso comunicativo del lenguaje “como fuerza unificadora del habla orientada al
entendimiento”11. En esta racionalidad cabe desentrañar cómo se hace presente el mundo de la
vida con sus estructuras simbólicas y culturales; así también, cómo se reflejan los mismos en las
imágenes del mundo que configuran el referente compartido por los interlocutores en un
proceso de comunicación. Entre la intencionalidad del actor y la escena de las situaciones
circunstanciales que convalidan el entendimiento, se abre paso el análisis para reconocer cómo
es posible la racionalidad comunicativa, cómo se expresa la competencia cultural y,
fundamentalmente, cómo se logran articular las subjetividades en torno al entendimiento.
Desde estos análisis de la racionalidad emprendidos por la teoría de la acción
comunicativa se desprende que no hay una racionalidad única que pueda equiparar a todas las
formas. Tampoco, la racionalidad comunicativa puede sintetizar las formas de la racionalidad si
no, más bien, todas las modalidades se entrelazan en la comunicación y en el medio
lingüístico12. Más allá de estas diferencias, la constante de la racionalidad es el procedimiento
reflexivo. Por medio de éste se hacen patentes las condiciones de posibilidad para justificar las
creencias que sustentan los conocimientos o bien la reflexión racional sobre el sentido práctico-
moral que fundamenta normativamente la orientación de la acción. Esta reflexión y
6
J. Habermas (2002, a), 103.
7
J. Habermas (2002, a), 105.
8
G. E. M. Anscombe (1991), 111 – ss.
9
Cfr. J. Elster (1990), 65 – 81, también, en J. Elster (1997), 37 – 109.
10
Sobre este modelo de la interacción racional, véase, aquí, en Capítulo 3.
11
J. Habermas (2002, a), 107.
12
J. Habermas (2002, a), 101.
4
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
13
J. Habermas (2002, a), 103.
14
J. Habermas (2002, a), 107.
15
J. Searle (1994), 62 – ss.
16
Véase, aquí, en el Capítulo 4.
17
J. Habermas (2002, a), 108; J. Habermas (1984), 356 – 357; [trad. cast. 302].
5
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
consecuencia da lugar a una teoría del consenso que supone la referencia común que permite
que las imágenes de mundo compartidas se objetiven en formas del mundo sobre las cuales se
refieren los discursos argumentativos que exponen las condiciones de sentido y validez. A
través de las tematizaciones que ponen en común los interlocutores, se objetiva el espacio que
trasciende a las individualidades sin descartar la incidencia de las estructuras simbólicas del
mundo de la vida, donde reconocemos los sustratos culturales que atraviesan a los participantes.
En otras palabras, el entendimiento objetivado en el consenso describe el ámbito de la
intersubjetividad.
Las condiciones por las cuales las pretensiones de validez pueden ser susceptibles de crítica
y negación tienen que ver con las situaciones o modalidades de uso del habla. Las situaciones
acotan cómo deberá justificarse la pretensión de verdad en relación con un mundo objetivo; la
pretensión de veracidad, con un mundo subjetivo y la de rectitud normativa, con un mundo
social intersubjetivo. La validez, entonces, se muestra ligada no sólo al lenguaje por medio de
los actos de habla, sino también a las condiciones de la interacción: “Las pretensiones de
validez susceptibles de crítica, que se enderezan a un reconocimiento intersubjetivo, son los
carriles sin los que un acto de habla no podría alcanzar la meta ilocucionaria del hablante” 18.
Una de las particularidades del giro lingüístico operado en la filosofía y en las ciencias
sociales es, entre otras consideraciones, que la verdad o falsedad de las oraciones se deducen de
las manifestaciones ligadas a los usos cotidianos 22. La relación entre lenguaje y validez se
enmarca en un punto de vista según el cual el lenguaje es un sistema expresivo y al mismo
tiempo, comunicativo. El lenguaje cuenta con que las oraciones manifiestan, de algún modo y
en una circunstancia, todo lo que está implicado en la intencionalidad de un actor hablante.
Cuando subrayo la idea de “actor”, me ubico en contextos de acción que implican
intencionalidad, finalidad y motivación. En este sentido, el interés por el lenguaje y por la
perspectiva pragmática de Peirce, Wittgenstein, Austin y Searle, se ha centrado en aspectos
contextuales, es decir, en el lenguaje ordinario y en su uso por los hablantes. La identificación
de las unidades semánticas del lenguaje como sistema y acción, con Austin se sintetizan en los
“actos de habla”23. Las expresiones son herramientas que pueden engañarnos, pero también
representan la totalidad de relaciones que conectan con el sentido de lo dicho. En la perspectiva
de Austin, las palabras no son las cosas, pero con las palabras se construye una realidad que se
presenta ante los sujetos, atravesadas por intrincados medios entretejidos por la
intersubjetividad y la comunicación. Cada expresión transcrita como acto de habla subrayan
Austin y Searle24, contiene los significados que derivan de las necesidades prácticas de la vida.
Así es como estamos inmersos en el lenguaje común, pero no condenados a sus limitaciones. En
Austin, pues, existe también la posibilidad de una reflexión rectificatoria del lenguaje común.
Pero, mientras hay una clasificación de los actos constatativos y realizativos 25 que, según Hierro
Pescador, comete el equívoco de suponer que a toda fuerza ilocutiva le corresponde un verbo
21
J. Habermas (1994), 144.
22
Cfr., aquí, en la Introducción.
23
J. L. Austin, Cómo hacer cosas con palabras, ed. cit.
24
J. Searle, Actos de habla, ed. cit.
25
J. Austin (1990), 195 – ss.
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Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
realizativo, la clasificación de Searle sugiere una distinción entre actos locucionarios según los
propósitos de estos26. Habermas hace una reconfiguración de estas clasificaciones a partir de las
pretensiones de validez y muestra a cada una de ellas relacionadas con formas de mundo a los
que cada enunciado se refiere. La teoría de la acción comunicativa relaciona una teoría de la
verdad con otra, sobre las formas de mundo que quedan objetivadas a través de los discursos 27;
en cada caso, articuladas las pretensiones de validez como la verdad, la rectitud y la veracidad.
Para destacar la relevancia de la teoría de los actos de habla en la constitución de la teoría
de la acción comunicativa, consideraremos, en primer lugar, cómo la capacidad de coordinar
acciones a través del entendimiento, como propiedad inherente al lenguaje, es reconocida por
Habermas, contando con el aporte de la tradición hermenéutica 28. Pero la posibilidad de
desentrañar el vínculo entre los interlocutores como una fuerza que está inscrita en componentes
modales esgrimidos por el hablante y que se realizan a través de la aceptación por parte del
oyente, lo hace desde la reinterpretación de la teoría de los actos de habla de Austin y de
Searle29. Eludimos un análisis exhaustivo que reconozca las diferencias y semejanzas entre estas
teorías de los actos de habla, para no desorientar el análisis que, por ahora, interesa en cuanto
comprender hasta qué punto los actos de habla explican la intersubjetividad, el sentido y el
entendimiento.
El concepto de acción comunicativa permite resolver problemas planteados por la
psicología y la filosofía en torno a los procesos intersubjetivos. Los conceptos de acuerdo y
entendimiento30, como propósito que orienta a la acción, explica los procesos de coordinación
social y con ello, de construcción y sostenimiento del orden. La acción comunicativa alude a las
formas de la racionalidad que comprenden ámbitos más amplios que los constreñidos por la
teoría de la acción racional teleológica y, como corolario de estos aspectos, explica los procesos
de socialización y de la evolución social. Pero, básicamente, la teoría de la acción comunicativa
estipula de qué modo el trasfondo del saber implícito incide en los procesos de entendimiento y
cómo ese cimiento significativo que es el mundo de la vida acompaña las acciones racionales. A
la vez, encontramos transformaciones que operan en el mundo de la vida, como veremos más
adelante, como consecuencia de la racionalización social.
La capacidad conectiva por medio del lenguaje se configura a través del involucramiento
de múltiples aspectos que hacen a la posición de los sujetos en la experiencia comunicativa.
Para la teoría de la acción comunicativa, esta capacidad comunicativa está inscrita en aspectos
formales de los actos de habla por medio de los cuales se reconoce la fuerza ilocutiva como
expresión lingüística del potencial vinculante. Este aspecto se manifiesta a partir del uso del
lenguaje por parte de los interlocutores que se encuentran en situaciones determinadas. La teoría
de los actos de habla, al poner en evidencia aspectos formales lingüísticos con implicaciones
prácticas, le permite a Habermas tomar un camino que pasa de las competencias de la
comunicación lingüística de Chomsky al esbozo de una teoría pragmática universal que explica
el proceso del entendimiento y desemboca en el consenso 31.
26
J. Hierro Pescador (1982), II, 160 – ss.
27
Cfr., aquí, en el Capítulo 2.
28
J. Habermas. “La pretensión de universalidad de la hermenéutica”, en J. Habermas (1982), 331 – ss.; [trad.
cast. 277 – ss.].
29
Cfr., la noción de fuerza ilocutiva en los actos de habla, J. Searle (1994), ed. cit. 77 – 79.
30
Años posteriores a la edición alemana de Teoría de la Acción Comunicativa, I y II (1982), Habermas se ve
compelido a establecer una distinción semántica entre “acuerdo” y “entendimiento”. Cfr. Habermas (1999), Verdad y
justificación, cap. 2 Racionalidad del entendimiento, Aclaraciones al concepto de racionalidad comunicativa desde
la teoría de los actos de habla, ed. cit., 99- 131. No obstante, la diversidad de traductores al español que tomaron en
sus manos la obra o artículos de Habermas, han usado indistintamente ambos términos que, en alemán,
semánticamente, no son equivalentes.
8
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
Habermas, para desentrañar el entendimiento que se alcanza por medios lingüísticos, parte
de la distinción que Austin hace entre actos locucionarios o locutivos, actos ilocucionarios o
ilocutivos y actos perlocucionarios o perlocutivos. Como afirmamos anteriormente, el problema
de la intersubjetividad sale del ámbito especulativo y se ubica en el intersticio del proceso
comunicativo hasta alcanzar como resultado el consenso. Éste se logra discursivamente,
contando con la fuerza ilocutiva de los medios lingüísticos que median en la interacción de los
sujetos en una situación, o sea, entre los actores sociales. La intersubjetividad orientada hacia el
entendimiento se objetiva, para Habermas, en el consenso o acuerdo.
En Austin se caracteriza a todos los enunciados veritativos como constatativos 32, pero al
mismo tiempo, reconoce en los enunciados un carácter performativo o realizativo, es decir, la
capacidad del enunciado para generar y realiza una situación de acción. Emitir la expresión no
es solamente decir, sino también, realizar la acción. La garantía para la realización de lo dicho
por el actor se encuentra en las circunstancias apropiadas a lo emitido. Para poder explicar en
qué consiste la capacidad performativa o realizativa, Austin va a hacer una distinción entre acto
locucionario33 y perlocucionario. El primero es el acto de decir algo y corresponde a unidades
completas del discurso, pero, al mismo tiempo, decir algo es también realizar, y estos son los
actos ilocucionarios34, los que aluden a los modos según los cuales se usa un lenguaje. Realizar
un acto locucionario y, por medio de éste, dar cumplimiento al modo ilocutivo, implica generar
consecuencias en los interlocutores. Austin resalta esta dimensión del acto de habla, como acto
perlocucionario35. Ahora bien, la realización del acto de habla, o sea, el desempeño performativo
como cumplimiento de sus pretensiones, significa que se ha alcanzado la comprensión del
significado y, así, se da cumplimiento a la fuerza ilocutiva; de modo tal que, “realizar un acto
ilocucionario supone asegurar la aprehensión de este”36. La fuerza ilocucionaria, en este
contexto, se devela como el sentido que orienta y convierte una oración en acto de habla. Así,
en toda expresión que configura la intermediación entre los sujetos, cuyos rasgos distintivos y
estructurantes son el habla y la acción, se puede “ver con interés la fuerza generativa de los
actos de habla”37.
Austin identifica como carácter perlocutivo la consecuencia que genera el acto de habla
como respuesta a la fuerza ilocucionaria; es decir, detrás de las enunciaciones está la intención
de inducir una consecuencia que se alcanza cuando entre los interlocutores se instaura una
relación interpersonal. Que el efecto se concrete, dependerá del entendimiento y aceptación; del
consentimiento que se alcance en la situación de diálogo. Pero la pretensión de acuerdo y
aceptación, son condiciones necesarias para la acción cuando se orienta al entendimiento. Estas
acciones pueden o no adoptar formas explícitamente lingüísticas; pero una y otras, serán formas
simbólicas ancladas en la situación contextual articuladas, también, por normas de acción y
valores.
31
Habermas subraya la relevancia de Chomsky cuando éste no sujeta la comprensión lingüística a
comportamientos que resultan de procesos de aprendizaje regidos por estímulos: “Pues es el patrón gramatical el que
establece el marco para los procesos [...] el sistema de reglas, es el que tiene, por así decirlo, un papel trascendental,
no es ninguna constante natural [...] por la socialización de los individuos, queda él mismo sometido a cambios
sociales”; cfr. J. Habermas (1982), 178; [trad. cast. 152 – 153] cfr. también en J. Habermas (1973, a) 414; [trad. cast.
334 – 335].
32
J. L. Austin (1990), 43.
33
J. L. Austin (1990), 138.
34
J. L. Austin (1990), 143.
35
J. L. Austin (1990), 145.
36
J. L. Austin (1990), 162.
37
J. Habermas (1984), 397; [trad. cast. 334].
9
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
oyente entiende, la emisión, esto es, capta el significado de lo dicho; segundo, el oyente, toma
postura en un «si» o con un «no» ante la pretensión vinculada al acto de habla, es decir, acepta
la oferta que el acto de habla entraña, o la rechaza, y tercero, ateniéndose al acuerdo alcanzado,
el oyente orienta su acción conforme a las obligaciones de acción convencionalmente
establecidas”44. El oyente, entonces, no sólo interpreta lo que dice, sino que comprende, y
comprender, aquí, implica reconocer las condiciones por las cuales el oyente acepta o rechaza el
acto de habla. El oyente, en esta situación de comunicación, tras el desciframiento de los signos,
reconoce las intenciones mentadas y el significado de palabras y objetos implicados en la
enunciación. Queda involucrada su subjetividad. Para que se dé la comprensión, el oyente,
deberá tomar en cuenta tres condiciones: las que hacen verdadera a la enunciación, estas son las
que le permiten reconocer el mundo objetivo. Las condiciones de cumplimiento45 que aluden a
los presupuestos normativos que legitiman la obligatoriedad a que inducen el acto de habla y
por el cual el oyente responde y, por último, las condiciones para el acuerdo, es decir,
reconocer las normas y las sanciones que pueden implicar la aceptación o rechazo de la
obligación planteada en el acto de habla. Para Habermas, desde los actos de habla se reconoce la
verdad y la validez de las pretensiones ilocutivas que no dependen de disposiciones
estrictamente voluntarias de los actores, sino de restricciones convencionales. Rechazar la
verdad del enunciado o la validez de la norma implicada, exige que deban darse razones
fundadas. La argumentación, que aquí aparece acoplada a la función de los actos de habla,
requiere que la discursividad aluda a los fundamentos y justificativos que van más allá de la
voluntad de los individuos. En otras palabras, a realidades que no se desprenden de la libre
subjetividad individual y que ponen en juego un plexo más general.
Ahora bien, nada hemos dicho del carácter simétrico entre los participantes, una situación
ideal que supone Habermas, se podría decir, como una “sincera” comunicación 46 orientada hacia
el entendimiento. La idea del logro del entendimiento, a partir del supuesto de actores en
situación simétrica, podemos pensar que no se desprende de los resultados de la comunicación
ni del entendimiento producido. El problema de la simetría se encuentra en el orden práctico,
cuando no tenemos un punto de vista que permita evaluar cuándo la intersubjetividad se
entrelaza en una orientación hacia el entendimiento y alcanza el acuerdo sin restricciones
contextuales o desequilibrio en los planos de las interpretaciones y las autopercepciones. La
experiencia señala, de modo abundante, cómo las mejores comunicaciones sostenidas como
acuerdos, sobre la base del reconocimiento de la razonabilidad de las pretensiones de los actores
y desde supuestos planos de simetría, encerraban, no obstante, un desequilibro. Estos acuerdos,
con frecuencia, son asumidos por los interlocutores desde contenidos del mundo de la vida
donde las relaciones de poder y dominio pueden haberse naturalizado y, así, vistas como
razonables. La conquista, colonización y dominio de América, que hasta el siglo XIX acompañó
el desarrollo de la modernidad ilustrada europea, nos proporciona claros ejemplos de relaciones
desiguales pautadas desde el supuesto y la autopercepción de la igualdad y el equilibrio 47. En
esta línea que observa el supuesto habermasiano de la “relación en equilibrio”, Bubner señala
que: “Bajo condiciones ideales no emerge absolutamente ninguna cuestión que requiera un serio
tratamiento intersubjetivo. El diálogo resulta ser superfluo. [...] Normal y originalmente, los
44
J. Habermas (1999, a), t.1, 380.
45
J. Habermas (1999, a), t.1, 384.
46
J. Habermas (1999, a), t.1, 393.
47
Entre otras, una perspectiva que alude a este problema, cfr. T. Todorov, La conquista de América. El
problema del otro, ed. cit., también, cfr. G. Kraemer Bayer, Racionalidad práctica y dominación cultural, ed. cit.
12
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
diálogos surgen como estrategia para superar problemas ante la presión de dificultades que se
explican por la ausencia de condiciones ideales en la interacción social” 48.
Para Habermas junto a las pretensiones de validez que implican un mutuo reconocimiento
de las motivaciones racionales que legitiman dichas pretensiones, hay otra condición que
requieren los actos de habla: es la validez de la expresión, la sinceridad. Con la sinceridad se
generan obligaciones que, desde nuestro punto de vista, son relativas a las expectativas de
coordinación que se compromete entre los sujetos.
La confianza como valor aplicado a partir de la sinceridad, posibilita prever
comportamientos, que en el caso de ser incoherentes con las expectativas pueden demandar la
coherencia como sustento y consecuencia de la sinceridad. Luhmann, que ha dedicado un
capítulo de su teoría del sistema social a la función de la confianza, dice que “la posibilidad de
acción aumenta proporcionalmente al aumento de la confianza – la confianza en nuestra
autopresentación y en la interpretación de otras personas de esta. Cuando tal confianza se ha
establecido, nuevas formas de comportamiento son posibles” 49. También, para la teoría de la
acción comunicativa, la confianza y la sinceridad aparecen como la pretensión de validez que
acompaña la coordinación de la acción orientada al entendimiento y estas pretensiones de
validez son racionales en tanto son susceptibles a la crítica.
Habermas, resumiendo el conjunto de pretensiones de validez ligadas a los actos de habla
y a las circunstancias que las posibilitan, propone una clasificación de estos, con función
comunicativa, donde las pretensiones de validez se establecen bajo el aspecto de la rectitud, en
relación con el contexto normativo; como veracidad, como medida de la expresión subjetiva y
la pretensión de la verdad en relación con el mundo objetivo enunciado en sus actos de habla 50.
El entendimiento, entonces, no sólo se explica desde la intersubjetividad realizada por la
interacción lingüística a partir de los objetivos ilocutivos, sino también, como respuesta a las
pretensiones de validez susceptible de crítica. Así, el mutuo entendimiento o consenso
(Einverständnis) implicará responder a la fuerza ilocutiva, en una situación ideal de relación
simétrica donde la interacción alcance el acuerdo a partir del desempeño de la verdad, la
rectitud y la sinceridad. Con tal descripción de los actos de habla y de las pretensiones de
validez, la intención comunicativa toma forma de acto de habla verdadero, correcto y veraz; y el
entendimiento se estructura en torno a imágenes comunes del mundo objetivo, del mundo social
y, también, de expresiones confiables de la subjetividad.
Si consideramos el caso en que los sujetos pertenecen a mundos sociales distintos, no me
refiero exclusivamente a diferencias por clases sociales sino, también, a identificaciones por
segmentos culturales y prácticas sociales diversas, la posibilidad del acuerdo asentado en
normas comunes depende del grado de racionalización del sistema normativo que esté en el
trasfondo. Para Habermas el nivel de exposición y fundamentación racional con que pueden
sostenerse las normas por medio de las cuales se pretende inducir al oyente para el
convencimiento y acuerdo, abre la posibilidad de entablar argumentaciones y contra
argumentaciones sostenidas discursivamente; pone en cuestión la fundamentación de la rectitud
del acto. En nuestra opinión, y al respecto, es el mundo social simbólicamente estructurado el
que proporciona la imagen de fragilidad o resistencia de los soportes culturales que allanan la
apertura de la subjetividad y su disponibilidad para el entendimiento. Esto pone bajo
interrogantes cómo se logra un entendimiento razonablemente fundado.
48
R. Bubner (1991), 234.
49
N. Luhmann (1996), 67.
50
J. Habermas (1999, a), t.1, 393.
13
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
Desde el punto de vista sociológico, Habermas reconoce las condiciones de validez que se
inscriben en los tipos de acción estratégica o comunicativa, reguladas por normas o con fines
dramatúrgicos. El paso de los tipos puros de acción a los más complejos permite observar la
fuerza ilocucionaria de los medios lingüísticos que articulan a los sujetos en los procesos de
entendimiento en el plano del habla y que reconoce la incidencia del mundo de la vida. La
abstracción formal en los procesos comunicativos exhibe al entendimiento como consecuencia
de la mediación lingüística, pero el soporte fundamental que posibilita el desempeño de las
pretensiones de validez y el acuerdo está, más bien, en el plexo de sentidos que proceden de las
estructuras simbólicas del mundo de la vida. Cada tipo de acción transmite tecnologías, teorías,
representaciones morales y jurídicas, valores estéticos. En resumidas cuentas, la materialización
del saber técnico-estratégico, teórico-empírico, práctico-moral y práctico-estético. Cada uno de
estos saberes conformados por la acción social implica la posibilidad de la aceptación y del
rechazo, la crítica de las razones que lo fundamentan o lo justifican; la posibilidad de la crítica
argumentativa plasmada en forma de discurso teórico, práctico y crítico (terapéutico-estético) 52.
Con la pragmática universal, los aspectos formales del lenguaje se articulan con una pragmática
empírica y explican la racionalidad procedimental de las acciones: cómo se alcanza la
autorreflexión articulada al entendimiento. De este modo, la teoría habermasiana abandona el
planteo de la teoría del conocimiento considerada en función de intereses naturales: “Los
intereses históricos naturales a los que reducimos los intereses que guían al conocimiento,
proceden a la par de la naturaleza y de la ruptura cultural con la naturaleza53. Ahora, la teoría de
la acción comunicativa representa una teoría de la sociedad que toma “el proceso de la vida
social como un proceso de generación mediado por actos de habla” 54. Supone que el desarrollo
social hace ostensibles distintas manifestaciones simbólicas encarnadas en actos de habla. Dicho
de otra forma, la evolución social para la perspectiva de la teoría de la acción comunicativa será
vista, fundamentalmente, como un proceso de transformación de las imágenes del mundo,
consecuencia de la racionalización social que se objetiva en distintos planos de la vida
51
J. Habermas (1999, a), t.1, 395.
52
J. Habermas (1999, a), t.1, 428 – 429.
53
J. Habermas (1986), 174 – 175.
54
J. Habermas (1984), 104; [trad. cast. 94].
14
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
individual y colectiva. Esto da lugar, además, a que se pueda entender de qué manera se articula
la relación entre las acciones y los sistemas 55. Igualmente, en función del análisis que aquí se
expone, vemos cómo las realizaciones racionales involucran los procesos de racionalización
social como consecuencias de las interacciones mediadas lingüísticamente. Es decir, en la
perspectiva de Habermas, la racionalización social es consecuencia de la coordinación por
acuerdos o consensos, y no a partir de la coordinación coactiva por el poder y en virtud de fines
estratégicos. La existencia de esta última forma de coordinación ligada a la racionalidad
teleológica no está excluida en la comprensión de las transformaciones sociales, pero sí está
tomada como una subespecie de la racionalidad comunicativa.
Cada una de las pretensiones de validez de los actos de habla representa tipos de acción y
simbolizan formas de la racionalidad unificada como pragmática universal. Para la teoría de la
acción comunicativa, detrás de las manifestaciones históricas de la racionalidad que ocuparon la
atención de Weber y Lukács, en cada forma social de organización de la vida colectiva y de las
formas de producción material, como así también, en las construcciones teóricas simbólico-
sociales y autorreflexivas, hay un rasgo que las unifica. Ellas son consecuencias de hechos
comunicativos mediados lingüísticamente y atravesados por una pragmática universal. Esto es,
condiciones contextuales que aseguran la interpretación; contextuales, no sólo del enunciado,
sino, también, de los antecedentes culturales en los que los interlocutores son actores “yectos” –
en el claro sentido heideggeriano- en la existencia individual y en un mundo preexistente.
Como hemos visto más detalladamente 56, la exposición de una teoría pragmática del
significado con la teoría de los actos de habla no agota la explicación del hecho de la
significación como proceso vinculado a las interacciones sociales y a la comunicación.
Describir cómo se vincula el significado al lenguaje y a los actos de habla, no explica cómo se
realiza el proceso social de la significación y la comunicación. Este último es un proceso
intrincado, donde la coordinación de las acciones comunicativas que observamos está
entramada por formas de la comunicación social que preceden. También, describen el contexto
de la posición de cada uno de los actores implicados en una serie de actos de habla
comunicativos. En tal sentido, parece conveniente, diferenciar entre una teoría del significado y
una teoría de la discursividad argumentativa, entre una teoría pragmática del significado y una
teoría semiótica social, entre actos de habla y discursos sociales. Las limitaciones que
señalamos, por centrar Habermas la interpretación del acto comunicativo en la teoría del acto de
habla, no radican en el punto de vista pragmático sino en la relación correlativa que se hace a
los procesos mentales implicados en los actos de habla. Por una parte, se retorna a la
subjetividad. Esto se desprende, por ejemplo, del mismo Searle, quien vincula su teoría de los
actos de habla con una filosofía de la mente que le sirve de marco para su precisión conceptual
de la significación. También, él manifiesta que detrás de las instituciones humanas operan reglas
constitutivas cuyo trasfondo “es el conjunto de capacidades no intencionales o preintencionales
que hacen posibles los estados intencionales de función” 57. Sin adentrarnos en el planteo de
Searle, sirva esto para señalar cómo en la teoría de la acción comunicativa no hay
consideraciones a procesos comunicativos sociales que estén más allá de los actos de habla. Al
respecto, Jay recuerda que, de acuerdo con Gasche, el intento de Austin de trascender una
filosofía mentalista de la reflexión volviéndose de los actos de habla «no equivale, ni más ni
menos, que a reintroducir subrepticiamente el problema de la reflexión a fin de resolver los
problemas que quedaron como consecuencia del positivismo lógico. Su revolución consistió en
hacer depender la entera función representacional del lenguaje, en la que estaban
55
Cfr. aquí, en la Segunda parte.
56
Cfr. aquí, en el Capítulo 4.
57
J. Searle (1997), 141.
15
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
58
M. Jay (2003), 68.
59
Cfr. la noción de discurso social, aquí, en el Capítulo 6.
60
T. O’Sullivan, J. Hartley, D. Saunders, M. Montgomery, J. Fiske (1997), 67.
61
Cfr. sobre la noción de discurso social en la comunicación en T. O’Sullivan, J. Hartley, D. Saunders, M.
Montgomery, J. Fiske (1997), 111; también, aquí, en el Capítulo 5.
62
J. Elster, El cemento de la sociedad, ed. cit
16
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
mejor argumento. El desafío es reconocer detrás de las formas de acuerdos y consenso cómo se
encubre la asimetría, el poder, el dominio y la neutralización de la crítica social, y se reprime el
potencial de la protesta de aquellos aspectos que ponen en riesgo la integridad del sistema social
globalizado.
Para Habermas el carácter comunicativo del lenguaje condensa el proceso de la vida
social como un hecho en el que los actos de habla se articulan por pretensiones de validez. Con
una teoría pragmática universal del lenguaje, confía en que la teoría de la acción comunicativa
reconocerá el lugar “en que puede aclararse el sentido de la verdad” 63. Las nociones de verdad,
veracidad, rectitud, objetividad, certeza, facticidad, referencia, experiencia, validez y
racionalidad expresan, para Habermas, la pragmática del lenguaje, su capacidad de aplicación y
expresión en relación con las acciones y las situaciones. La propuesta pragmática del lenguaje
consiste en poner al descubierto cómo sucede la comprensión en los actos de habla a partir de
las condiciones de racionalidad que en ellos se entablan. La racionalidad, en este sentido, se
manifiesta en los actos de habla que son tomados como unidades pragmáticas inscritas en los
discursos argumentativos y, en ese contexto, se disponen a desempeñar las pretensiones de
validez de las proferencias. Desde este punto de vista, los procesos comunicativos son
descompuestos en unidades a partir de las cuales se fundamenta esta teoría del significado de
carácter pragmático en contraposición a las teorías semánticas analíticas. Es por ello por lo que
ante la variedad empírica de enunciados y situaciones le corresponde un esquema analítico que
expone la diversidad de pretensiones de validez vinculadas a la pragmática del lenguaje. Cada
una de ellas, relacionadas con los postulados pragmáticos formales de mundo a lo que cada
enunciado se refiere. De este modo la teoría de la acción comunicativa complementa su teoría
de la verdad con una teoría de las formas de mundo objetivados a través de los discursos 64.
Las implicaciones teórico-sociales derivadas de lo que se ha identificado como giro
lingüístico65, enmarcan a la teoría de la acción comunicativa, problematizan a la filosofía teórica
y desembocan en una teoría de la racionalidad estrechamente vinculada con la pragmática
formal. En esta perspectiva, la pregunta por la racionalidad de los enunciados implica, también,
la racionalidad de las acciones inscrita en las proferencias que se desempeñan al argumentar
sobre las pretensiones de validez. Las pretensiones de validez, como problemas potenciales, se
resuelven en las prácticas argumentativas por medio de la discursividad que envuelve a la
intersubjetividad con interpretaciones y razones recíprocas. Lo que hace la teoría de la acción
comunicativa es desentrañar los rasgos formales de esa pragmática que, como veremos, ponen
de manifiesto el fundamento normativo de una teoría social crítica y abren “el camino para una
concepción de la moral, del derecho y de la democracia en función de la teoría del discurso” 66.
Una teoría de la validez ilocutiva, como la que formula Habermas, ligada al lenguaje y a
las situaciones objetivadas, necesariamente debe fundamentar, también, una teoría de la verdad.
Esta se recorta sobre los antecedentes críticos forjados por la vieja teoría crítica 67 donde se
63
J. Habermas (1984), 106; [trad. cast. 95].
64
65
Sobre el giro lingüístico y sus implicaciones en la conformación de la teoría de la acción comunicativa, véase
Cfr., aquí, en la Introducción.
66
J. Habermas (2002, a), 10.
67
Cfr. aquí, en la Introducción. Cabe destacar que en todo este texto se hace la distinción entre Instituto de
Investigación Social fundado en 1924 por Félix José Weil con la dirección del austro marxistas Carl Grünberg, quien
mantiene un programa de estudios e investigaciones sobre el movimiento obrero y el socialismo, bajo los
lineamientos del materialismo histórico (allí se incluyó la primera Historia de Movimiento Obrero Argentino) cuando
su publicaciones, preexistentes sobre estas temáticas, pasaron a ser la revista del Instituto de Investigación Social. El
17
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
68
J. Habermas (1984), 144; [trad. cast. 127].
18
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
Una tercera tesis alude a que los discursos, cuando ponen entre paréntesis las
pretensiones de validez, que deben ser “desempeñadas”, no se refieren a los objetos de la
experiencia (Gegenstände) contenidos en la enunciación, sino a los hechos (Tatsache) y a las
normas, para decidir su posible existencia como acontecimiento o su legítima justificación como
norma. Discurso y acción, se muestran, así, como dos ámbitos diferenciados. La acción
relaciona la motivación con la comunicación, mientras que el discurso desconecta del plexo
comunicativo esas implicaciones para poder traducir en tema a los problemas planteados en la
comunicación. Los discursos dirimen argumentativamente la relación de los enunciados
(Aussagen) sobre el hecho (Tatsache). Mientras tanto, en el contexto de la acción, la afirmación
informa sobre los objetos (Gegestände) de la experiencia. La verdad, en consecuencia, es un
problema de correspondencia de los hechos con el discurso que ha abstraído la experiencia de la
acción, y no un problema del correlato de la experiencia con el objeto. Por esto, en la teoría de
la acción comunicativa «Die Idee der Wahrheit läßt sich nur mit Bezugnahme auf die diskursive
Einlösung von Geltungsansprüchen entfalten“72. La tesis habermasiana se fundamenta en
distinciones que conducen a la teoría consensual de la verdad entrelazada con una perspectiva
crítica de la sociedad y de la ética. La verdad vinculada con la argumentación y el despliegue
del potencial de validez de la enunciación centra su atención en las razones como fundamentos
que justifican sus pretensiones de validez. La información aquí es importante, porque de ella se
valen las afirmaciones en los contextos de acción cuando aluden a objetos de experiencia. Pero
esa información no se valora desde el punto de vista de la verdad o falsedad, sino como
confiable o no; tampoco, la calidad de la información define la verdad o falsedad del enunciado,
sino que esta propiedad veritativa se despliega sólo en los discursos. Dicho de otra manera: la
verdad, en este contexto, se pone de manifiesto en la argumentación, en la medida que es el
medio para desplegar el potencial de validez de la enunciación que ha tomado a la experiencia
como su fundamento. Pero son verdaderos los enunciados en tanto ellos pueden quedar
fundamentados a través de razones que justifiquen sus pretensiones de validez. Por eso, la
información de la que se valen las afirmaciones en los contextos de acción y que aluden a
objetos de experiencia, no es verdadera ni falsa, sino confiables, o no; mientras que la verdad se
tematiza y despliega sólo en los discursos.
La distinción entre acción y discurso fundamentará a esta teoría consensual de la
verdad. Para ello partimos de reconocer que, en las acciones, la afirmación es relativa a la
información acerca de un objeto. El acto de habla expresa la experiencia con los objetos: como
afirmación enunciativa. Pues bien, los discursos argumentativos expresan pensamientos
verdaderos o falsos, discuten la pretensión de validez y exponen las razones que los justifican
como tales. Los enunciados del discurso, en consecuencia, tienen por contenido proposicional la
representación de un estado de cosas (Sachverhalten / Sachlage) que involucra a los «hechos»
(Tatsache ist; verum est; factum opus est). Veamos un ejemplo que permita reconocer el sentido
de esta distinción. El estado de cosas, “El cruce de la cordillera de los Andes por el Gral. San
Martín en un caballo blanco, con un ejército conformado, entre otros, por esclavos libertos,
etc.”, es objeto de mi experiencia cognoscitiva, pero cuando afirmo “El general San Martín
cruzó la Cordillera de los Andes”, enuncio un hecho que podrá ser verdadero o falso, según las
razones argumentativas que aparezcan en el discurso. A través de esta distinción, entre hechos
(Tatsache) y objetos pensables (Gegenstände), se aprecia cómo la teoría de la verdad, como
correspondencia entre enunciados y hechos, permanece en la lógica del lenguaje, porque la
pretensión de validez no establece condiciones de comparación extralingüística, mientras que la
verdad discursiva apela a las razones de los actores que sí las esgrimen para el entendimiento.
72
J. Habermas (1984), 135 – 136: “La idea de verdad se desarrolla sólo con referencia al desempeño discursivo
de las pretensiones de verdad” [trad. propia]. Cfr. trad. cast. 120.
20
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
73
P. Strawson (1950), Verdad, en J. A. Nicolás y M. J. Frápoli (1997), 281 – 307.
74
F. Ramsey (1927), La naturaleza de la verdad, en J. A. Nicolás y M. J. Frápoli (1997), 265 –279.
75
J. Habermas (1984), 132; [trad. cast. 117].
76
J. Habermas (1984), 135: “Una pretensión de verdad sólo puede desempeñarse a través de argumentos”
[trad. propia].
77
J. Habermas (1984),137.
78
J. Habermas (1984), 137; [trad. cast. 121].
21
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
79
Bajo el título Conocimiento e interés se encuentra la obra de Habermas (1973), pero también, identificamos
el conjunto de sus reflexiones teóricas y epistemológicas previas a la teoría de la acción comunicativa que se expone
sistemáticamente en Habermas, Zur Logik der Sozialwissenschaften, ed. cit.
80
Cfr. Analizado por esa línea las imbricaciones entre filosofía y sociología planteadas en Weber, Lukács,
Horkheimer, Adorno, Apel y Habermas.
81
R. Gómez, “Racionalidad: epistemología y ontología”, en L. Olivé (1995).
82
J. Habermas (1984), 137; [trad. cast. 123].
22
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
las de inteligibilidad, verdad, rectitud y veracidad 83. El análisis desentraña esas pretensiones de
validez a partir de las condiciones pragmáticas que sostienen la coordinación de los actos de
habla y detrás de éstos está lo que Habermas denomina “consenso de fondo”
(Hintergrundkonsensus)84. Este es un supuesto práctico que hilvana las pretensiones de validez
de comprensibilidad, veracidad, rectitud normativa y veracidad. Ese “consenso de fondo” es la
condición previa para la interacción mediada lingüísticamente. A diferencia de una acción
instrumental enderezada en función de la dominación estratégica del objeto de su habla, las
acciones lingüísticas orientadas hacia el entendimiento suponen la factibilidad idealizada a
través de un discurso no coactivo; dado por hábito, es decir, que siempre es vivido como
orientado hacia tal fin («eingespielte» Konsensus). Pero cuando la espontaneidad del “consenso
de fondo” se trastoca, surge la reflexión sobre el acto de habla paralizando el flujo del plexo
comunicativo habitual. Este quiebre del carácter continuo y espontáneo de la comunicación
cotidiana sucede cuando la inteligibilidad es oscura y se demanda una clarificación; o bien, esto
ocurre cuando la confiabilidad de lo que se dice, la verdad o la rectitud que encierra la expresión
sostenida en la vida diaria requiere ser justificada. Estas presunciones de validez señalan
pretensiones de verdad, en un caso, y de rectitud, en otros, como «desempeñables» a través de
las razones que explican la afirmación veritativa de un contenido proposicional o bien, como
réplica que justifica la rectitud de la acción respecto a la norma. La racionalidad práctica es, así,
la racionalidad de las razones que esgrime un actor al orientar su acción por tales normas. El
desempeño discursivo se realiza, en consecuencia, en torno a estas pretensiones de validez, mas
no en el caso de las presunciones de inteligibilidad y veracidad. En la primera, sólo la aclaración
del medio lingüístico usado permite que se establezca fácticamente la comunicación. No se
puede argumentar en torno a la inteligibilidad. Para la teoría de la acción comunicativa, la
pretensión de inteligibilidad no es discursiva ni argumentable; no se realiza desde su
potencialidad, sino es la condición para la comunicación. En tanto que la demanda de veracidad
sólo se corrobora en la acción y en función de la coherencia con la veracidad supuesta del acto
comunicativo. No se argumenta en torno a una petición de sinceridad supuesta para alcanzar un
acuerdo con el interlocutor y así, hacer creíble su sinceridad. Ésta, se descubre fácticamente a
través de las acciones. La desconfianza frente a la veracidad contenida en un acto de habla, sólo
se rectifica por un cuestionamiento a la misma, pero nunca es desempeñable a través de los
discursos.
Las pretensiones de validez, desde un punto de vista analítico, revelan su relación con
las experiencias, mientras que la intencionalidad y la certeza deberán develarse en la
comunicación85. Por esto, la intencionalidad de la acción se objetiva en el contenido de la
demanda de validez de los actos de habla.
La intencionalidad de las acciones ha sido una preocupación de la filosofía de la acción;
alude a un estado que Brentano, por ejemplo, se representaba como inherente a todo estado
mental posible de las actitudes proposicionales. Luego, desde Husserl, aparece como
preocupación lograr una distinción más específica sobre los modos de la intencionalidad y los
estados mentales posibles86. Pero para la teoría de la acción comunicativa, el concepto de
intencionalidad está entroncado más que con la subjetividad, con la filosofía de la mente, como
83
J. Habermas (1984), 137; [trad. cast. 123].
84
Ibíd.; cfr. también, en J. Habermas (1999, a), t.1, 358.
85
J. Habermas (1984), 137; [trad. cast. 123].
86
E. Husserl (1999), Tt.2, v: 2, 489 – 551.
23
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
plantea Searle. Éste define la intencionalidad “como aquella propiedad de mucho estados y
eventos mentales en virtud de los cuales éstos se dirigen a, o son sobre o de, objetos y estados
de cosas del mundo”87. Intencionales no son todos los estados mentales posibles sino, más bien,
aquellos que tienen una función “representativa” respecto a los objetos análogos a los actos de
habla. Pero, en Habermas, sólo los estados mentales intencionales que se realizan
lingüísticamente corresponden a actos de habla con contenido proposicional. Esta capacidad
representativa será la que se descubre en las pretensiones de veracidad. En esta línea, la
intencionalidad será “saber” que es posible que sea verdadero; estar “convencido” en función de
la rectitud o bien, la intencionalidad de “creer” en la veracidad de un interlocutor 88. La certeza
que acompaña a estas pretensiones será otro aspecto de la intencionalidad como componente del
doble fondo de la pretensión de validez: la certeza es subjetiva, mientras que las pretensiones de
su validez tienen una intencionalidad que las hace intersubjetivas. Esta aparece implicada en las
presunciones y responde a la petición o expectativa de un interlocutor. Por la certeza, la
vivencia subjetiva del sujeto se conecta con la experiencia en las pretensiones de verdad y
rectitud; esta certeza intersubjetiva está mediada, mientras que, en la petición de inteligibilidad
y veracidad, la certeza es directa. Que haya inteligibilidad, significa entender el sentido de las
construcciones simbólicas, revela la competencia del sujeto para tener certeza en la aprehensión
de las reglas que dan sentido a la arquitectura semiótica de la enunciación. Por otra parte, estos
sentidos semióticos emergen de los mismos sujetos. Es decir, no hay sentidos solidificados en
las construcciones simbólicas, sino, más bien, éstos son conferidos a través de las interacciones
sociales en un trato intersubjetivo y circunstancia delimitada. Tal confianza o certeza
interpretativa no es sensible y se funda en las experiencias aprehendidas por los sujetos y que,
con su mediación, le permitieron construir e interpretar tales reglas 89. La confianza en la
veracidad, por su parte, es lo que procura un sujeto a través de sus acciones de habla. Ésta se
fundamenta en la certeza de la creencia o fe (Glaubensgewißheit) que la experiencia de las
interacciones comunicativas ha llegado a afianzar. Ese trasfondo de experiencias comunicativas,
y podemos agregar, desplegado en la comunicación social, suministra las competencias y
garantías para el desempeño.
La certeza sensible, para Habermas, se diferencia manifiestamente de las otras formas,
porque depende de la percepción de cosas y acontecimientos. No es una certeza indudable: es
susceptible de rectificación a partir del reconocimiento del error. La certeza sensible al estar
atada a la percepción no presenta una exigencia de validez: su credibilidad se realiza por la
percepción y esto, significa que es inservible recurrir al desempeño de la credibilidad con el
recurso discursivo. Percibir no es equivalente a “creer”, “reconocer” o “saber”; estos son
estados mentales que representan intenciones sobre algo o alguien que sí requieren de
situaciones que pongan en desempeño sus pretensiones de validez.
También son intenciones con pretensiones de validez el convencimiento de la rectitud
de una acción o la validez de una norma, pero ellas no cuentan con una certeza asegurada por la
experiencia. Las convicciones morales y la aptitud para aplicarlas obtienen su certeza a través
de razones propuestas en las estructuras argumentativas y esto es así, más allá que las
percepciones sensibles entren en los argumentos. Las presunciones de verdad de los enunciados
87
J. Searle (1992), 17 – ss.
88
J. Habermas (1984), 143; [trad. cast. 126].
89
Considero de singular importancia estas observaciones para una teoría de la alfabetización no centrada en la
lecto-escritura, sino como parte de las estrategias de integración y socialización, donde la lectura y escritura emergen
con sentido en respuesta a necesidades comunicativas cualitativamente distintas a la comunicación verbal y no, como
una forma equivalente de comunicación. En tal sentido, la aprehensión de las reglas que dan sentido a la
comunicación escrita, sólo se aprende a partir de reconocer la estructura enunciativa acoplada a una competencia
comunicativa y de producción creativa de sentidos.
24
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
se apoyan en la facticidad de los hechos aludidos en las argumentaciones, mientras que las
pretensiones de validez de las acciones normativas se basan en la facticidad de las normas, en el
reconocimiento intersubjetivo de su valor en el mundo social 90. La certeza, en tal sentido, es
argumentativa: el desempeño discursivo permite exponer y realizar la pretensión de rectitud;
podemos someterlos al examen racional. En tal sentido, la lógica del discurso práctico expone la
racionalidad de la verdad práctica de las normas que desembocan en un consenso racionalmente
motivado. Por el contrario, difiere respecto al discurso teórico que se justifica y argumenta en
torno a la veracidad de una afirmación fáctica.
Para la tradición empírico-analítica, los enunciados prácticos no son susceptibles de
evaluación veritativa, por el contrario, la validez de estos enunciados se establece a partir de los
supuestos según los cuales corresponden al orden de las decisiones que se realizan en un ámbito
autónomo regido por actos de creencias o fe. Esta perspectiva marca la frontera que delimita
entre éticas cognitivistas y no-cognitivistas. Es decir, entre aquellas que postulan la posibilidad
de decidir sobre la verdad o justificaciones racional de las pretensiones normativas de rectitud
válida y aquellas otras que excluyen de este ámbito tal posibilidad e inclusive, las reducen a
ámbitos de irracionalidad. La perspectiva de K.H.Ilting que Habermas toma en “Acerca de la
lógica de los problemas de legitimación” 91 le permite representar una tesis no cognitivista según
la cual los elementos cognitivos se reducen a la contingencia del reconocimiento del contenido
enunciativo de los imperativos, o sea, de la orden prescripta. Por otra parte, al estado de cosas
que se pretende lograr intencionalmente a través de ellos; mientras que el acatamiento es
consecuencia de situaciones vinculadas a las necesidades e intereses del oyente-destinatario.
Según Ilting el carácter normativo de una prescripción de mandato lleva a que su cumplimiento
esté promovido y se cumpla, porque el proponente desea que algo ocurra; entonces, media un
estímulo para que el destinatario-oyente acate la petición de orden que del proponente emana.
Esto implica que la orden y la exhortación se conjuguen mediante el libre juego de
intencionalidades en el marco del libre arbitrio: voluntad de que se cumpla y querer cumplir.
Que se acate la orden depende, en esta tesis, de motivos tales como necesidades voluntarias
regidas por el interés propio, por la conveniencia, etc. El mutuo reconocimiento de la orden en
su doble aspecto de querer que se cumpla y desear libremente cumplirla se constituyen en una
situación de contrato92 que excluye la posibilidad de ser debatida. Esta descripción permite a
Habermas centrar la atención sobre un aspecto definitorio de la pretensión de validez de los
enunciados prácticos, como así también, de la validez de las normas que regulan las acciones.
¿Cómo dar razón satisfactoria del deber ser de la norma? La interrogación quiere diferenciar
entre el hecho de obedecer una norma y la inducción al cumplimiento del mandato que esta la
formula, o sea, su carácter de prescripción realizable que la legitima como tal. Cuando se da la
interpelación de la legitimidad, la racionalidad nos conduce a la pretensión de validez de la
norma reconocida desde la subjetividad por los actores y que, por convicción, está respaldada en
razones.
La legitimidad de una norma, o sea, su validez, radica en la aceptación colectiva por
razones consensuadas y racionalmente motivadas. Para que sea aceptada debe haber una
comunidad entramada por interacciones racionalmente determinadas que puedan examinar las
pretensiones de validez de las normas a través de un discurso práctico. El consenso, que hace
aceptable a las normas, representa la validez como cumplimiento razonado por todos. Es decir,
hay un reconocimiento racionalmente motivado entre los participantes. La ética cognitiva de
90
J. Habermas (1984), 147; [trad. cast. 129].
91
J. Habermas (1973), “Die Wahrheitsfähigkeit praktische Fragen“, en Legitimationsprobleme im
Spätkapitalismus, 140 – 152.
92
ídem, 142
25
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
esta teoría de la verdad práctica, discursiva o consensuada, y que sostiene la teoría de la acción
comunicativa, indica que su carácter cognitivo está en la misma pretensión de validez porque es
a través de un discurso argumentativo como podemos desempeñar las pretensiones de validez de
las normas de las acciones de habla que las expresan. Detrás de las normas, pues, más allá del
origen social que las generó, se encuentra una comunidad de habla socialmente estructurada y
culturalmente integrada que expresa sus intereses y necesidades, pero, fundamentalmente, ellos
saben y pueden dar razones para el acatamiento de una norma a través de los discursos prácticos
justificados. Nuevamente vemos que la racionalidad se amplía en su definición hacia un nivel
práctico y que esta toma un aspecto de la cultura. Mientras en los discursos teóricos se verifican
los enunciados informativos y afirmativos, el consenso se logra a partir de las normas que a
través de los discursos prácticos serán justificadas. Ambas pretensiones son sometidas a las
argumentaciones porque son decisiones racionales cuya validez se zanja en la corroboración
discursiva. Es así como las normas se legitiman porque ellas son reconocidas como tales. Así,
las normas y el proceso de legitimación de estas provienen del reconocimiento a partir de
motivaciones racionales: “El discurso puede entenderse como aquella forma de comunicación
emancipada de la experiencia y despreocupada del actuar cuya estructura garantiza que solo
pueden someterse a discusión las pretensiones de validez virtualizadas; sea de afirmaciones,
recomendaciones o advertencias [...]”93, sin limitación. Esto, en función de contrastar sus
presunciones de validez problematizadas, libre de coacción o bien, sólo coaccionada por el
mejor argumento: enmarcadas por la predisposición de alcanzar la verdad de un modo
cooperativo. La posibilidad de un discurso práctico se vincula con la racionalidad de los
discursos que orienta a la voluntad hacia el consenso, el interés común que implica un libre
querer para todos. En Habermas, esta voluntad es racional porque discursivamente se ha
estructurado a partir de las propiedades formales de los discursos en contextos deliberativos que
permiten alcanzar necesidades compartidas por todos, o sea, como interés generalizable a través
del consenso. En tal sentido, entre los intereses particulares que parecen ser protagonistas en las
éticas no-cognitivas y el interés generalizable que sustenta la teoría de la verdad discursiva, se
pone en evidencia la universalización de los valores o normas como principio propio de la razón
práctica94. Ahora bien ¿cuál es la forma de este principio universal que rige a las normas
morales y que hace de ellas mandatos válidos, legítimamente reconocidos en sus pretensiones
de acatamiento?
estructura la racionalidad a partir del mutuo reconocimiento que coincide en un interés común.
El mismo se consolida a través de las acciones comunicativas, discursivas, argumentativas y no-
coactivas, de tal modo que “[...] en la estructura de la intersubjetividad la expectativa de
desempeño discursivo de las pretensiones de validez de las normas hace superfluo que se
establezcan especialmente máximas universales” 96. La dialéctica de la eticidad que supone la
posibilidad 97, como síntesis de la lucha en la interacción de los sujetos y permite interpretar la
realidad desde un punto de vista práctico, el saber teórico-práctico forma el saber reflexivo y
hace posible, de modo permanente, la generalización del interés en una situación ideal de habla,
sin coacciones a no ser, las del mejor argumento. Son las normas del discurso las que
fundamentan la ética y a través de los aspectos formales y cuasi trascendentales del lenguaje
común, se describen una pragmática universal 98, sostén de la teoría consensual de la verdad y la
ética discursiva. En consecuencia, las justificaciones de las pretensiones de validez contenidas
en acciones de habla de normas de acción o de normas de valor, son tan susceptibles de
evaluación racional discursiva como las pretensiones de validez de la verdad de las aserciones.
La diferencia sólo se observa en la forma de la argumentación inherente a lógicas distintas entre
los discursos teóricos y prácticos. No obstante, tales diferencias, para Habermas, en ambos
casos se logran como conclusión el consenso. Pero cabe remarcar que “La lógica del discurso
práctico es imprescindible para la fundamentación de una ética universalista del lenguaje, pues
en ella las normas básicas del discurso racional se consideran condiciones pragmático-
universales de toda fundamentación de normas”99.
Para la teoría de la acción comunicativa las normas de acción o de normas de valor son tan
susceptibles de evaluación racional discursiva como las pretensiones de validez de las
aserciones. La diferencia es sólo de la forma de la argumentación que hace a la distinción entre
la lógica de los discursos teóricos y la lógica de los discursos prácticos. En ambos casos, las
conclusiones generan una situación de consenso, es decir, se alcanza una pauta común, pero
difiere en las condiciones; determinan un aspecto de la cultura a través de las instituciones
sociales, porque la cultura es para Habermas “el ámbito de la realidad estructurada
lingüísticamente” 100 que se opone a la naturaleza y en el cual nos ubicamos como protagonistas
u observadores. Ese ámbito de la realidad se compone de proferencias o manifestaciones
(Äußerungen) actuales o sedimentadas, que atienden a reglas emanadas de los sujetos de acción
y habla. Para Habermas, son expresiones, actos de habla con pretensiones de validez que, por
consiguiente, transmiten la misma pretensión al ámbito de la realidad que ha denominado
cultura. Cabe preguntarnos si el desempeño de las pretensiones de validez de los actos de habla,
en una interacción comunicativa entre partícipes conscientes que persiguen un fin común, el
entendimiento es análogo al procedimiento argumentativo discursivo para desempeñar las
pretensiones de validez que sostiene una cultura. En otras palabras, ¿cómo se valida una
cultura? De acuerdo con la línea reflexiva que aquí traza Habermas parece ser que son las
interacciones comunicativas, o sea, la racionalidad comunicativa, la que pone a punto la
vigencia de los valores de una cultura. Esto parece ser más aceptable en cuanto a vigencia de los
valores de la cultura para la acción individual. Pero si se extiende a la cultura como sistema, el
cuestionamiento a esta perspectiva es posible si tomamos en cuenta que la cultura es un ámbito
que trasciende a los individuos lingüísticamente estructurados. Aquí, los significados de la red
cultural se remiten a la intencionalidad mentada por cada sujeto. Otra perspectiva sería suponer
96
J. Habermas (1973, b), 152; [trad. cast. 134].
97
J. Habermas (1973, a), 77; [trad. cast. 67].
98
Cfr., aquí, parágrafo Sobre la pragmática universal.
99
J. Habermas (1984), 145, n. 18; [trad. cast. 127, n. 18].
100
J. Habermas (1984), 146; [trad. cast. 128].
27
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
que la estructuración lingüística del ámbito de la realidad contiene también a los actores, los
precede y delimita; que las interacciones conscientes están atravesadas de sentidos no
percibidos y naturalizados que contribuyen a la estructuración de una integración funcional
sistémica. La cultura parece, así, un ámbito que no puede ser validado “refiriendo su sentido a
fenómenos, acciones u objetos situados más allá de los discursos” 101. El carácter multi-
discursivo del concepto de cultura, por todos reconocido 102, no obstaculiza que tomemos la
interpretación de Habermas, pero sí exige que expliquemos cómo se articulan las
manifestaciones no sólo individuales y conscientes; y cómo se conforma el ámbito
lingüísticamente estructurado de la cultura que sobrepasa a las individualidades. Así también,
cómo se reproducen o recrean sus contenidos normativos. En Habermas sólo se observan
referencias a esta dimensión de la cultura desde el punto de vista del individuo, ligado a las
acciones sociales, a los actos de habla y a los procesos mentales de significación. Una estructura
normativa cuya validez, como hemos visto, se pone en cuestión en las interacciones
comunicativas. Más allá de esto, Habermas mantiene el supuesto de que la cultura es un ámbito
normativo ligado a las instituciones sociales o a la identidad personal. No obstante, este esbozo
de la lógica del discurso práctico reconocerá más tarde que “las pretensiones de validez
normativa residen en principio en las normas y sólo de forma derivada en los actos de habla”.
Además, hay cierta objetividad en el mundo de las normas que es reconocido
intersubjetivamente103, pero insiste en que un punto de vista dialógico puede poner en cuestión
el sistema de normas: “El modo por el cual cada cual describe sus intereses tiene que estar
abierto también a la crítica de los demás. Las necesidades se interpretan a la luz de los valores
culturales [...] la revisión de valores que interpretan las necesidades no es algo de lo que puedan
disponer monológicamente los individuos aislados”104. A esto se puede agregar que tampoco lo
podrían hacer los sujetos dispuesto a un diálogo racional. 105 “Como la lengua, la cultura ofrece
al individuo un horizonte de posibilidades latentes, una jaula flexible e invisible para ejercer
dentro de ella la propia libertad condicionada” 106. Entonces, cabe preguntar cómo se produce la
transformación del sistema normativo. Las respuestas deberán ubicarse en la perspectiva de la
interacción entre sistema y mundo de la vida que en la segunda parte de este trabajo
centraremos nuestra atención. Pero desde el punto de vista de la acción social, Habermas
considera que las determinaciones de las acciones de habla en el ámbito normativo pueden estar
pautadas por códigos que hacen inteligible la comunicación. También, por informaciones
susceptibles de ser evaluadas como verdaderas o falsas, por vivencias subjetivas de certezas o
intersubjetivas de validez, vinculadas directa o indirectamente con la experiencia, orientadas por
las emociones o bien por las normas. Pero en todos los casos, susceptibles de ser justificadas a
través de razones que se exponen según la coherencia en la acción (inteligibilidad y veracidad) o
discursivamente (verdad y rectitud).
La validez normativa atiende un aspecto de la realidad cultural, llena de contenido a las
instituciones sociales y pone en evidencia que, a través de la validez de las normas, están
101
T. O’Sullivan, J. Hartley, D. Saunders, M. Montgomery, J. Fiske (1997), 88.
102
Cfr. R. Williams: “Cultura”, en Palabras clave, ed. cit. entre otros.
103
J. Habermas (1998, a) 80 – 81.
104
J. Habermas (1998, a) 88.
105
M. Foucault: “Se renunciará, pues, a ver en el discurso un fenómeno de expresión, la traducción verbal de
una síntesis efectuada por otra parte; se buscará en él más bien un campo de regularidades para diversas posiciones
subjetivas. El discurso, concebido así, no es la manifestación majestuosamente desarrollada, de un sujeto que piensa,
que conoce y que lo dice: es, por el contrario, un conjunto donde pueden determinarse la dispersión del sujeto y su
discontinuidad consigo mismo. Es un espacio de exterioridad donde se despliega una red de ámbitos distintos”, cfr.
M. Foucault (1988), 90.
106
C. Ginzburg (1991), 22.
28
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
107
Véase Cap. Referido a la distinción de las formas de acción y la acción comunicativa.
108
Véase Cap. Referido a las formas de mundo.
29
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
entre las observaciones particulares y las hipótesis generales, en los discursos prácticos, la
relación que media entre las normas o reglas y su aplicación judicativa es un principio
impersonal y general; requiere que sea aceptado por todos como condición previa para la
discursividad práctica. Tal principio es un imperativo que, a diferencia de Kant, no se configura
en la voluntad del individuo sino, por el contrario “puede entenderse como un principio que
fomenta la capacidad de generalización de formas de acción y de máximas, así como de los
intereses a que atiende”112. Pero junto a esta universalidad formal se requiere el reconocimiento
de todos.
Desde la teoría de la acción comunicativa se deriva la ética discursiva que rotula la
propiedad de la universalidad normativa cuando afirma que “una norma únicamente puede
aspirar a tener validez cuando todas las personas a las que afecta consiguen ponerse de acuerdo
en cuanto participantes de un discurso práctico en que dicha norma es válida”113. Las normas se
pueden elegir en función de la oportunidad de la situación, y allí radica la posibilidad de
fundamentarlas. Su aplicación no se reduce a una expresión monológica; a través de los
argumentos práctico-morales como recurso a los que debe apelar el actor que las aplica, se debe
reconstruir el flujo comunicativo, esto, cuando se ha interrumpido por la demanda de razones
prácticas que sustentan las acciones de habla normativas. Las perturbaciones que dan en las
interacciones comunicativas, como así también, en el orden de la cultura, desde el punto de vista
de las acciones orientadas normativamente, los acuerdos regulados pueden reconstruirse a través
de argumentaciones morales que conduzcan a formas prácticas a través de las cuales se
enmienda el conflicto suscitado. Surge, así, una instancia superadora de la interrupción
precedente reconstruyendo el acuerdo sobre la base de reconsideraciones reflexivas que han
expuesto los fundamentos prácticos-morales que legitiman la dialéctica del entendimiento.
Entendimiento intersubjetivo y acuerdos reflexivos conducen al convencimiento recíproco como
voluntad conjunta donde se expresan los respectivos intereses. Estos, como interpretaciones de
los valores culturales que aseguran la identidad y la socialización, como componente gestado
desde una tradición intersubjetiva compartida que, al mismo tiempo, proporciona los
instrumentos para la revisión crítica de estos valores sin poder relegarse de la oquedad de la
cultura, o sea, de la estructura simbólica arraigada en la trama de las interacciones subjetivas. La
existencia misma de la norma en la estructura cultural de una sociedad se da a través de su
vigencia, esto es, por el muto reconocimiento de los sujetos de habla y acción. Para ellos tiene
sentido el prefijo “es obligatorio” x = enunciado de una norma, por ejemplo, “no matarás”,
donde término modal estatuye el carácter deontológico del mandato como un existencial
normativo y social. Tan equivalente como el cuantificador existencial (Σx) para los enunciados
que declaran algo sobre algo, por ejemplo, “hay un sujeto que emite una orden”.
Los cánones preexisten como sentencias normativas cuya validez se sustenta en el
reconocimiento intersubjetivo. Cuando los actos de habla regulativos se emiten, ellos prescriben
órdenes, mandatos, exigencias, etc., con pretensiones de rectitud. Los actos de habla
constatativos, cuando afirman, describen, explican, etc., abrigan pretensiones de verdad y, por
su parte, los actos de habla que representan intenciones, emociones, vivencias, etc., conllevan
expectativas de veracidad como validez inscrita. Pero un acto de habla puede emitir un mandato
cuya pretensión de validez sólo se justifica cuando lo que este expresa no es una expectativa
intencional relacionada con condiciones de orden y poder, sino su legitimidad deriva de la
norma presupuesta cuya validez preexiste al acto de habla. En esto radica la clara diferencia
entre la validez de la norma y la validez del acto de habla que apela a una norma. En el primer
112
J. Habermas (1998), 83
113
Ídem, 86.
31
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
9. Verdad y objetividad
114
G. Lukács (1969) dirá, en una aserción que enfatiza la dialéctica de la racionalización social: “La clase
burguesa revolucionaria se niega a ver en la factualidad de una situación jurídica, en la facticidad, el fundamento de
su validez. «¡Quemad vuestras leyes y haced otras nuevas!», aconsejaba Voltaire. «¿Que de dónde tomar las nuevas?
De la razón» [Bergbo H.M: Jurisprudenz und Rechtsphilosophie]”, 151.
32
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
de la verdad y paradigma del conocimiento. Mientras las teorías empíricas de la verdad parten
de la certeza sensible, las teorías trascendentales de la verdad parten de las pretensiones de
objetividad; ambas coinciden en la relevancia que otorgan al encuadre paradigmático de la
percepción, las observaciones y los enunciados observacionales.
Habermas, tomando distancia de estas perspectivas sobre la verdad, pero, sin negar el
realismo de lo dado, recurre a Frege. Éste hace una distinción entre lo que denomina “nombres
propios” y “proposiciones afirmativas completas” o sea “oraciones aseverativas” 115. En estas
últimas, como afirmativas, reconoce que llevan como contenido un pensamiento (Gedanke), y
en él, el sentido y el significado o denotado (Bedeutung) se diferencian por cuanto el sentido
alude a la manera cómo se usa el enunciado y el pensamiento expresa el sentido. Entre tanto, el
significado o denotado que alude a los objetos de experiencia de la proposición es la condición
de posibilidad para decidir la verdad. En este contexto teórico, Frege dice: “Por «pensamiento»
no entiendo el proceso subjetivo del pensar, sino su contenido objetivo, que puede ser propiedad
común de muchos sujetos”116. Para la teoría de la acción comunicativa, con igual sentido de
pensamiento (Gedanke), la verdad se decide en el ámbito de los pensamientos y no en el de las
percepciones (Wahrnehmungen), diferencia que debe ser acentuada en la lengua alemana por el
hecho que la palabra “verdad” y “percepción” contienen análoga raíz conceptual: Wahr:
verdadero; Wahrheit: verdad y Wahrnehmung: percepción. La pregunta por la verdad surge no
como duda frente a la percepción, sino frente a los pensamientos, la verdad de los pensamientos.
Como la pretensión de verdad se “desempeña” a través de argumentos, cuando estos se tornan
problemáticos es allí donde surge la pregunta por la verdad.
El conocimiento que acompaña a la verdad no es la información que obtenemos de los
enunciados singulares que comunican percepciones, sino enunciados contextualizados,
diferenciados y modales (Sachverhalten). Las pretensiones de validez están referidas a
argumentos, la certeza sensible o la objetividad de la experiencia no es un modelo adecuado de
verdad.
Las experiencias se presentan con pretensión de objetividad, pero no es lo mismo que la
verdad: verdad del enunciado que alude a la experiencia.
La objetividad de la experiencia puede entenderse en el sentido de un pragmatismo
trascendental. Si bien esta es la tesis de Apel, Habermas, refuerza las condiciones de la
comunicación con su tesis de la “pragmática universal”. Con esta alude a la competencia
comunicativa (normas y reglas) que hacen posible una situación de diálogo, condición necesaria
para la argumentación: es el trasfondo de racionalidad y comprensión intersubjetiva de todo acto
de comunicación lingüísticamente mediado.
La estructura categorial de los objetos de la experiencia viable hace posible la
objetividad de la experiencia, la objetividad de una determinada experiencia que se acredita en
el éxito, susceptible de control, de las acciones en que se basan esas experiencias.
La verdad se deduce no de las experiencias, sino en argumentos que permiten
desempeñar discursivamente esa pretensión de validez. Al afirmar un estado de cosas no afirmo
una experiencia, porque los enunciados singulares (que no son modelos de conocimiento), p. ej.
la afirmación “esta pelota es roja”, se hace en un contexto de acción, implica una pretensión de
validez de la proposición enunciada, supone una verdad de la proposición pensada, tematiza una
experiencia con un objeto en el mundo, afirma una experiencia, no un pensamiento. La misma
afirmación puede convertirse en elemento de discurso, cambiar su sentido al tematizar un estado
de cosas (Sachverhalten). Esto, con vistas a lograr una pretensión de validez hecha explícita y
115
G. Frege: “Sobre sentido y significado”. trd. esp. en Frege (1974), 36.; “Sobre el sentido y la denotación” trad.
esp. en comp. Th. Moro Simpson (1973).
116
Ibidem nota n°5.
33
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
puesta en argumento: supone que ese estado de cosas existe y puede ser confirmado por la
experiencia.
Ahora cabe distinguir entre el sentido categorial de la validez de un enunciado y el
sentido de la pretensión discursiva de la correspondiente afirmación.
El sentido categorial de la validez de un enunciado se mide por la estructura del ámbito
objetual abierto por un a priori de la experiencia, pragmático o comunicativo: cosas y sucesos /
personas y sus manifestaciones; el sentido de la pretensión discursiva de validez se mide por las
condiciones de la situación ideal de habla, exigidas por el a priori de la argumentación y
supuestas a la hora de proceder a fundamentar son la que permiten que tal pretensión de validez
pueda resolverse o desempeñarse los problemas de la constitución de los objetos no son
equivalente a los de las pretensiones de validez desempeñables.
El progreso científico se explica como un desarrollo crítico del lenguaje teorético como
consecuencia de nuevas interpretaciones argumentativas de las experiencias y no de nuevas
experiencias. La objetividad no asegura la verdad de la afirmación, sino sólo la identidad de la
experiencia en el marco de una diversidad de interpretaciones.
117
J. Habermas (1984), 151 – 152; [trad. cast. 133].
118
G. Frege, “Sobre sentido y significado”, en G. Frege (1974), 36; también, como “Sobre el sentido y la
denotación”, en Th. Moro Simpson, (comp.), (1973)
119
Ibíd. Nota n° 5.
120
J. Habermas (1984), 152; [trad. cast. 133].
34
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
que proporcionan los enunciados singulares ligados a percepciones, sino alude a enunciados
universales. Si de la verdad de los enunciados singulares se tratara, aún allí, las consideraciones
que tengamos sobre éstos son interpretables cuando se hace intervenir categorías universales
que los comprendan. Por esta razón, la teoría de la acción comunicativa reafirma que la verdad
alude a enunciados universales, realizable o desempeñable discursivamente, y no por medio de
recursos provenientes de la experiencia121.
Las pretensiones de validez se refieren a los argumentos. La certeza sensible o la
objetividad de la experiencia se presentan con pretensión de objetividad. De este modo, se
establece una diferencia entre la verdad, como propiedad del enunciado, y la objetividad que le
corresponde a la experiencia. Para alcanzar ese contraste, la teoría de la acción comunicativa, en
su planteo de la verdad, implica supuestos del pragmatismo triádico de Peirce 122. Según estos, el
proceso semiótico es un tránsito que permite la explicación del sentido dado y al que van
aparejadas las condiciones de posibilidad de la reflexión de la verdad. Así como el signo sólo
representa a su objeto, pero no lo contiene ni es una copia, el conocimiento es conocimiento de
lo general que permite asignar un objeto. Éstas, entre otras afirmaciones de Peirce 123, se enlazan
con algunos de los problemas que ya habían sido planteados por Frege y Wittgenstein; en tanto,
las preocupaciones semióticas de Peirce se sostienen, también, sobre un trasfondo kantiano,
mutatis mutandis.
En Habermas124, la interpretación de Peirce por parte O.K Apel 125, le permite recordar que el
sentido o significado de una oración no es otro, sino el significado lingüístico
intersubjetivamente válido. La validez tiene que ver con la referencia del lenguaje al mundo que
describe y, así, se establecen relaciones externas e internas que permitirán tematizar la
referencia del lenguaje al mundo. Este es un proceso analítico que empuja una distinción entre
niveles del lenguaje, pensamiento, enunciación, realidad referida, reflexión, como así también,
la aspiración por la descripción de los objetos, la aseveración de estados de cosas y los
argumentos que desempeñan las pretensiones de verdad.
La distinción entre presupuestos de la “constitución de sentido” y de la “reflexión de
validez” está en la base de un problema clave para la filosofía de O.K Apel: la relación entre los
presupuestos racionales de un a priori ideal y otro a priori de la facticidad 126. Estos, tanto en los
ámbitos de la moral como del conocimiento, sintetizan la tensión entre lo universal y lo
singular, entre idealidad y facticidad, reflexión y praxis, razón e historia 127.
Para Habermas la objetividad de la experiencia puede entenderse en el sentido de un
pragmatismo universal y no trascendental. Es decir, las estructuras categoriales de los objetos de
la experiencia hacen posible su objetividad; a la vez, la objetividad de una determinada
experiencia se acredita por el éxito del control mediante acciones basadas en esas experiencias.
El a priori de la experiencia en la teoría de la acción comunicativa es la estructura de los objetos
(Gegenstände) de la experiencia posible. Entretanto, el a priori de la validez que concierne a las
condiciones argumentativas y que hacen posibles los discursos está en la situación ideal de
habla. El a priori de la experiencia no sucede, sino en la simultaneidad del conocimiento
empírico. Las condiciones argumentativas refieren a sistemas de declaraciones comprobados
discursivamente cuyos enunciados básicos son relativos a las experiencias y han quedado
121
J. Habermas (1984), 154 – 156; [trad. cast. 135].
122
J. Habermas (1973, a), 382; [trad. cast. 311].
123
Ch. S. Peirce (1987), 159 – 240.
124
J. Habermas (1973, a), 382, n. 28; [trad. cast. 310, n. 28].
125
O.K. Apel (1994), 91 – 149; ídem. (1997), El camino del pensamiento de Charles S. Peirce, ed. cit.
126
Blanco Fernández, D; J. A. Pérez Tapias y L. Sáez Rueda (edit.) (1994): “Entrevista con O.K. Apel”, 251 –
270.
127
Ídem.
35
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
delimitados por los objetos posibles de las mismas. Así, mientras la experiencia se sustrae del
devenir a través de los objetos tematizados por los enunciados o aseveraciones fácticas, las
interpretaciones reflexivas que discurren en torno a la verdad son interpretaciones que no se
sustraen del mundo de la totalidad significativa que incluye a los actores 128.
Lo que se entiende como condición de constitución de los objetos en un enunciado
empírico. Este sentido a priori viene de la experiencia de la práctica vivida; a través de sus
afirmaciones empíricas, los actores suponen ingenuamente la validez, pero también suponen la
objetividad. Los objetos así develan la realidad que objetivamos, son el género de objetos de
experiencia que enunciamos y su sentido categorial viene dado como contenido proposicional
de un acto de habla referido a algo. Allí es donde se refleja la perspectiva desde la cual
experimentamos la praxis vital en el mundo como cosas o acontecimiento, como personas o
manifestación. Estos objetos posibles son referentes de los enunciados en el mundo que
experimentamos y son objetos de la experiencia posible relacionadas con las acciones. Las
expresiones denotativas, en este sentido, permiten reconocer los objetos de la experiencia que se
dan en la praxis y en las acciones 129. En tales ámbitos, la objetividad consiste en que las
experiencias pueden ser compartidas en forma intersubjetiva. Las pretensiones de objetividad de
las experiencias y la acción también son posibilidad del error o confusión.
La verdad, para Habermas, no se deduce de las experiencias, sino se justifica por
argumentos que permiten desempeñar discursivamente esa pretensión de validez. Por eso, el
progreso científico se explica como un desarrollo crítico del lenguaje teorético derivado de
nuevas interpretaciones argumentativas de las experiencias y no de nuevas experiencias. La
objetividad, entonces, no asegura la verdad de la afirmación, sino sólo la identidad de la
experiencia en el marco de una diversidad de interpretaciones.
En tanto la reflexión de la validez se conecta con el sentido discursivamente desempeñable
o resoluble (diskursiv einlösbare Sinn)130 de las pretensiones de validez contenidas en las
aserciones, el sentido de la verdad o falsedad depende de la capacidad argumentativa en la que
se encuentre fundada esa pretensión. Pero el otro sentido, el categorial, en cambio, es la
pregunta por la objetividad respecto a la relación con la experiencia que denota el enunciado.
Así, el sentido de la pretensión de validez del enunciado está conectado con la existencia de
estados de cosas (Sachverhalten) que reproducimos en las aserciones. Tal pretensión se expresa
por medio del carácter performativo del contenido proposicional del acto de habla y a través de
ella se refleja la trama de la intersubjetividad que hace posibles las aserciones sobre objetos de
la experiencia que se enuncian como hechos (Tatsache) y referidos a estados de cosas
(Sachverhalten.).
El sentido categorial de la validez de un enunciado en la teoría de la acción comunicativa
se mide por la estructura del ámbito objetual a priori de la experiencia, pragmático y
comunicativo dado a través de las cosas y los sucesos, las personas y sus manifestaciones. El
sentido de la pretensión discursiva de validez se mide, entre tanto, por las condiciones de la
situación ideal de habla, un a priori de la argumentación. Esta situación ideal permite que las
pretensiones de validez puedan resolverse o desempeñarse: en cambio, los problemas de la
objetividad dependen de las estructuras categoriales de los objetos de la experiencia.
Las argumentaciones se refieren a sistemas de declaraciones comprobados discursivamente
y contienen enunciados básicos relativos a experiencias delimitadas por los objetos posibles de
las mismas. Así, mientras la experiencia se sustrae del devenir a través de los objetos
tematizados por los enunciados o aseveraciones fácticas, las interpretaciones reflexivas que
128
J. Habermas (1973), 392-393.
129
J. Habermas (1973, a), 385; [trad. cast. 313].
130
J. Habermas (1973, a), 383; [trad. cast. 310].
36
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
discurren en torno a la verdad son interpretaciones que no se sustraen del mundo de la totalidad
significativa, porque incluye a los actores131.
Los objetos de la experiencia aluden a cosas (Dinge) y acontecimientos (Ereignissen),
mientras que nuestras aserciones aluden a hechos (Tatsache) que dicen, taxativamente, algo que
sucede, circunscriben una situación y la dilucidan en la enunciación. Lo primero, se
experimenta en las acciones, en la praxis vital sesgada por una ingenua presunción de validez y
naturalidad comunicativa e instrumental; lo segundo: los hechos, son derivados de estado de
cosas existentes que han sido afirmados en las aserciones. Pero hechos y objetos de experiencia,
o sea, estados de cosas, no tienen la misma categoría ontológica. Para Habermas la existencia de
un objeto de experiencia no es otra que la afirmación problemática como verdad de lo que se da
como contenido afirmativo proposicional mentado; y el hecho, que deriva de tal estado de
cosas, lo que representa en la reflexión de validez, es el resultado de la problematización de tal
pretensión de verdad contenida en la enunciación. El hecho, así visto, como contenido
proposicional, alude a las afirmaciones que se sostienen como verdaderas, como resultado de
argumentos que han tematizado la pretensión de verdad y como sentido perlocutivo derivado del
acto de habla asertórico132. Uno se desarrolla en el ámbito de acciones y experiencias, ámbitos
de la praxis vital; el otro, el sentido de la discursividad desempeñable, se realiza en el ámbito de
los argumentos. Uno, el ámbito de la constitución de los objetos de la experiencia
correspondidos con las condiciones a priori de la constitución de los objetos, y el otro, como a
priori de los ámbito comunicativos y reflexivos, ámbito que nos introduce en el ideal de las
argumentaciones, el ideal de habla. 133. “Los discursos sirven para comprobar las pretensiones de
validez problematizadas de opiniones (y de normas)” 134.
Los discursos son argumentos libres de coacción, solo sometidos al imperio coactivo del
mejor argumento dentro de un plan cooperativo de búsqueda conjunta por la verdad, pero
¿cuáles son los criterios que definen a un mejor argumento? Las acciones que son ejecución de
una intención acoplada en una situación, definidas por la experiencia, quedan virtualizadas ante
los discursos que construyen los estados de cosas, objetos de experiencia, en tema de discusión,
mientras los discursos argumentativos se mantienen libres de las determinaciones propias de la
dinámica de una acción. Los discursos, como estructuras argumentativas, discuten sobre los
estados de cosas (Sachverhalten) mientras los hechos (Tatsachen) mantienen suspendida su
aceptación de existencia.135.
La decisión de la verdad no coincide con los criterios que definen la objetividad. Esta
últimas, como se dijo, corresponde a la eventual afirmación de una experiencia legitimada en la
intersubjetividad compartida, susceptible, al mismo tiempo, al error, según los elementos de
juicio fundados en la certeza sensible. Pero el equívoco no es con la experiencia, sino con las
interpretaciones que hacemos de ellas. También, son fuentes de error las intenciones que nos
inducen a llevar a cabo acciones suponiendo que se alcanzará una determinada consecuencia, a
partir de la experiencia que, inexcusablemente, nos coloca frente a objetos que se consolidan en
la praxis vital de la comunicación o de la relación instrumental, totalmente atravesada por una
creencia ingenua y no problematizada su verdad.
La verdad aparece como la afirmación del enunciado, como una acción comunicativa
que implica pretensiones de validez, “es decir, una afirmación que supone la verdad de la
131
J. Habermas (1973, a), 392 – 393; [trad. cast. 318].
132
J. Habermas (1973, a), 383 – 383; [trad. cast. 310].
133
J. Habermas (1973, a), 383 – 383; [trad. cast. 310].
134
J. Habermas (1973, a), 386; [trad. cast. 313].
135
J. Habermas (1973, a), 386; [trad. cast. 313].
37
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
aserción afirmativa en tanto ella tematiza el objeto de la experiencia en el mundo” 136. Esta
verdad se devela en la intersubjetividad, como también, es en la intersubjetividad donde la
experiencia convalida la objetividad. Dos consecuencias con resultados distintos, no
equivalentes, pero que en ambos casos la intersubjetividad es la que articula las condiciones de
posibilidad. La intersubjetividad de la experiencia en el mundo objetivado de una manera y
desde una perspectiva. La otra, la intersubjetividad de razones que discursivamente enhebran las
argumentaciones en búsqueda de la verdad cooperativamente entrelazada por el mejor
argumento. La teoría de la constitución de los objetos, a la que hemos aludido, que sustenta la
teoría de la acción comunicativa ayuda a esclarecer esta idea de objetividad, mientras la teoría
de la verdad como consenso, como discurso, es la que define las condiciones de la lógica del
discurso. Ambas condiciones, de objetividad
Objetividad y validación argumentativa se entrecruzan en las interacciones mediadas
lingüísticamente. Los principios que declaran el carácter evolutivo de la especie muestran a la
zaga que la evolución sociocultural cumple un papel que permite reorientar las condiciones
básicas de la animalidad por medio del acople de las especificaciones de las pretensiones de
validez encarnadas en el lenguaje 137. El lenguaje, es así, un instrumento transformador que
encastra contenidos mentales subjetivos que sostienen las afirmaciones, los preceptos y las
valoraciones. En el reverso de cada uno de ellos se despliegan las condiciones de vivencias y
certezas que, enlazadas a los plexos de la intersubjetividad, garantizan la objetividad.
La subjetividad individual conjugada de modo colectivo con otras vivencias estructura la
intersubjetividad como vivencias compartidas, y así devela la universalidad de normas y
valores. El carácter cognoscible de los valores, normas y criterios de evaluación, no se alcanza
en la experiencia objetiva, sino a través de esa intersubjetividad vivenciada que posibilita el
intercambio discursivo de razones que hacen desempeñables las pretensiones de validez. Son los
discursos prácticos, entonces, los que encarnan esta resolución argumentativa apelando a la
facticidad de valores y normas que sólo encastrados en la intersubjetividad pueden ser
reconocidos con legitimidad y universalidad.
De este modo, para la teoría de la acción comunicativa, si la objetividad de la experiencia
recurre a experiencias variadas para certificar la objetividad, la verdad teórica o práctica se
resuelve en discursos que tematizan los problemas de las expectativas perlocutivas de verdad,
validez, credibilidad, rectitud. Apelan a los hechos que refieren a los estados de cosas o bien a
las normas como facticidad que acaecen en la construcción social de la realidad. Así, las
variaciones teóricas y prácticas son variaciones argumentativas sobre experiencias que pueden
suceder de modo idéntico, objetivamente, pero en la esfera de los conceptos que las interpretan
surge el enigma de la verdad o falsedad.
136
J. Habermas;“[...], d.h. sie «unterstellt» die Wahrheit der behaupteten Aussage, während sie die Erfahrung
mit einem Gegenstand in der Welt «thematisiert»“, (1973, a), 387; [trad. cast. 314].
137
J. Habermas (1973, a), 392 – 393; [trad. cast. 318], también, cfr. J. Habermas (1994),153 – 154; [trad. cast.
134].
38
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
universales se trata. También se puede llegar a concebir a estos como productos de intuiciones
no sensibles, como en la fenomenología, o bien apelando a una intuición garantida por un Dios
que no tiene la voluntad de engañarnos. Solamente si desacoplamos la verdad de los enunciados
de condiciones de certeza sensible o no sensible se devela la verdad como dilucidación en
ámbitos argumentativos. Si de la verdad de los enunciados singulares se tratara, aún allí, las
consideraciones que tengamos sobre estos son interpretables sólo si se hace intervenir categorías
universales que abrigan la posible comprensión de estos. Por esta razón, la teoría de la acción
comunicativa reafirma que la verdad sólo es realizable o desempeñable discursivamente y no
por medio de recursos provenientes de la experiencia 138.
Las pretensiones de validez son inherentes a la estructura del lenguaje en función
comunicativa, no son reductibles ni pasibles de subsumirse entre sí, además, son universales.
Ella atraviesa la estructura discursiva que en cada acto de habla aceptado pretenden “para su
expresión, comprensibilidad; para la intención expresada con un interlocutor, veracidad; para el
contenido proposicional afirmado o mencionado, verdad, y para la relación interpersonal que se
ofrece con el acto ilocutivo (tomando en cuenta el trasfondo normativo de lo expresado),
corrección”.139 Todas estas pretensiones se pone de manifiesto en los actos de habla
comunicativos de modo implícito y con pretensiones ingenuamente aceptada en los plexos
vitales de la vida cotidiana, solo tematizables cuando las acciones se deben continuar por otros
medios, por medio argumentativos que pretenden superar las turbaciones que arremeten contra
el flujo espontáneo de la interacción. Pero tales pretensiones son discursivamente tematizables
cuando los interlocutores se disponen entre en el discurso práctico y esto implica que ambos
tengan intereses comunes, que conciben la posibilidad de una regulación consensual del
conflicto. Es decir, el potencial decisionismo que implica acudir al discurso argumentativo para
resolver consensualmente el desacuerdo supone que ambos interlocutores reconozcan la
legitimidad de la búsqueda cooperativa de la verdad a partir de la idea de racionalidad
discursiva tomada de las mismas estructuras lingüísticas.
138
J. Habermas (1984), 154 –156.
139
J. Habermas (1976),339 [trd. propia]
39
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
las propiedades formales del discurso que aluden a que todos los participantes tienen que
encontrarse en condiciones de simetría ilocutiva es decir que tiene oportunidades semejantes
para proferir enunciados y prescripciones, para explicar y justificar, para problematizar razonar
y criticar. En otras palabras, la propiedad formal del discurso sustancial es un ámbito de
posibilidad para la tematización y la crítica, Esta propiedad formal de la lógica del discurso
describe un plexo el plexo de argumentación. La lógica del discurso supone que los
participantes son sensibles a la coacción del mejor argumento y desde un a priori al ingreso de
la situación del discurso ellos están predispuestos a alcanzare la verdad. En tal sentido cabe
preguntarse en qué radica esta fuerza coactiva, es decir, cuáles son las motivaciones racionales
que conducen a la aceptación del mejor argumento. La teoría de la acción comunicativa se
apoya en la teoría de la argumentación de Toulmin, y esto es decisivo para poder comprender en
qué consiste la lógica del discurso.
Mientras los razonamientos deductivos se expresan a través de la lógica de enunciados,
la lógica trascendental analiza las condiciones de posibilidad de la constitución de objetos y la
lógica del discurso, que es pragmática, alude a los plexos de argumentación. Es decir, las
unidades pragmáticas que los constituyen son actos de habla; no, proposiciones (Sätzen)140. En
esta lógica del discurso, lo que se decide es la adecuación del argumento que desempeña la
pretensión de validez. Tal adecuación define razones de inconsistencia, concluyentes, como así
también, de pertinencia, en función de alcanzar el consenso. Tales argumentos pertinentes e
informativos son los denominados argumentos sustanciales141. En contraposición a los
denominados argumentos analíticos o válidos, los argumentos sustanciales dan razones a partir
de las cuales reconocemos las pretensiones de valides de afirmaciones, normas y valoraciones,
inscriptos en los discursos teoréticos y prácticos. El problema que se plantea es el de la
fundamentación de la pretensión de validez en tal sentido los argumentos sustanciales pueden
ser inconsistentes o pertinentes, vale decir imposibles o posibles. Esta posibilidad no es otra
sino el de la implicación que permite explicar o justificar las causas o razones a las cuales se
ha apelado para formular una afirmación en os discursos teóricos empíricos o un mandato y
valoración en los discursos prácticos lo que puede demandar el participante en la situación
discursiva es la pretensión de verdad de la afirmación que denota la existencia de un estado de
cosas o bien demanda por la pretensión de rectitud de la prescripción que orienta a la acción. La
inconsistencia discursiva será si la fundamentación no es satisfactoria para poder establecer un a
implicación entre la afirmación y los datos, pero si será posible, pertinente o convincente
cuando hay motivos suficientes para relacionar la ley empírica a la justificación por las
observaciones o bien las normas o principios de valoración justificadas por la interpretación de
las necesidades. Es por esto por lo que los argumentos sustanciales frente a las órdenes y
valoraciones, la puesta en duda de la rectitud exige que se exponga la justificación de la norma
o de la valoración. Frente a las afirmaciones, la justificación de la verdad. El ámbito de los
argumentos sustanciales genera la fuerza del consenso que se deriva del lenguaje y del sistema
conceptual. La adecuación a los fines argumentativos de los sistemas de lenguaje son condición
de posibilidad para la constitución de la fundamentación. El carácter satisfactorio o no del
argumento radica en esta adecuación entre el lenguaje concepto y argumento. La
fundamentación y la fuerza del consenso se despliega en el interior del sistema del lenguaje que
140
J. Habermas (1984),162.
141
St. Toulmin (1999):” In what follows, I shall call arguments of these two types respectively substantial
and analytic. An argument from D to C will be called analytic if and only if the backing for the warrant authorizing it
includes, explicitly or implicitly, the information conveyed in the conclusion itself. Where this is so, the statement ‘D,
B, and also C’ will, as a rule, be tautological. (This rule is, however, subject some exceptions which we shall study
shortly.) Where the backing for the warrant does not contain the information conveyed in the conclusion, the
statement ‘D, B, and also C’ will never be a tautology, and the argument will be a substantial one”: 125.
40
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
142
Expresión aludida al planteo de la verdad como “adecuación” a Weizäcker citado por J. Habermas (1984),
n.40, 169.
143
J. Habermas (1984), 171.
144
J. Habermas (1984), 175; [trad. cast. 151].
145
J. Habermas (1984), 176; [trad. cast. 152].
146
Cfr. Ibíd. Fig. 9, 176; [trad. cast. fig. 9, 152].
41
Capítulo 6 El carácter discursivo de la verdad
propiedades formales del discurso son las que posibilitan el movimiento argumentativo como
desempeño de una situación ideal de habla. Esto significa que se establecen condiciones de
igualdad de oportunidades para que pueda desarrollarse la comunicación libre de toda coacción,
pueda trascender la estructura misma de la acción y así, quiera superarse las distorsiones
sistemáticas de la comunicación. Esta hipótesis de una situación ideal de habla 147 supone una
situación homóloga de oportunidades para elegir y ejecutar actos de habla; una simetría en la
que todos los participantes potenciales tengan la oportunidad de montar réplicas y contra
réplicas como actos de habla comunicativos. Así también, que los participantes puedan
desplegar intenciones racionales que no estén sustraídas a la posibilidad de la tematización y de
la crítica. El planteo de la teoría de la acción comunicativa de la situación no coactiva de una
acción comunicativa ideal o pura, supone que se asuman actos de habla que representen la
posibilidad de una expresión libre de la subjetividad, pero en un marco de credibilidad recíproca
y transparente. También, otra condición aneja a la comunicación ideal es que los actores tengan
la misma oportunidad del uso de los principios de regulación orientativos, o sea, igualdad de
oportunidades para aplicar normas, valoraciones y críticas. De este modo se logra virtualizar la
realidad a través de un ámbito de simetrías de oportunidades formales que, para Habermas y su
planteo de la teoría de la acción comunicativa, es condición de posibilidad para la interacción
discursiva, libre de la experiencia y de las acciones. De este modo, para que todo discurso pueda
desarrollar la fuerza de una motivación racional que orienta la interacción racional
comunicativa, deben darse condiciones de libre ejercicio de la argumentación. Este supuesto de
una situación ideal de habla excluye distorsiones sistemáticas y permite el tránsito entre acción
y discurso o entre distintos niveles del discurso 148. Esas condiciones ideales, tienen la
particularidad de no ser una utopía ni un a priori sino, más bien, una anticipación o una
condición previa para que pueda suscitarse el habla comunicativa. Por eso, dirá que: “Toda
habla empírica tanto por las limitaciones espacio temporales del proceso de comunicación como
por las limitaciones de la capacidad psicológicas de los participantes en el discurso, está
sometida, en principio a restricciones que excluyen un entero cumplimiento de esas condiciones
ideales”149. Implica, también, un ámbito cuasi trascendental que deriva de reglas pragmáticas
universales, sin concreción efectiva en la experiencia ni en la historia; es, más bien, un supuesto
equivalente a un principio regulativo (Kant) pero que describe una conjetura posible en una
realidad social: “La anticipación de la situación ideal de habla tiene para toda comunicación
posible el significado de una apariencia constitutiva que a la vez es el anticipado reflejo de una
forma de vida”150. Esta anticipación, como anuncio de una forma ideal de vida, se plasma a
través de los discursos y la historia social ejemplifica la posible conexión de las formas
institucionalizadas de discurso ligadas al poder y al dominio 151. Es el desarrollo de la cultura
política la que podrá poner en evidencia cómo se desarrolla dispositivos institucionales que las
subsanen las limitaciones empíricas de una situación ideal de habla o bien pueden generarse
mecanismos que traten de neutralizar esas limitaciones.
En el desarrollo de la cultura política se pondrán en evidencia los dispositivos
institucionales que subsanen las limitaciones empíricas de una situación ideal de habla o bien
cómo pueden neutralizarse esas limitaciones. Que esta situación ideal tenga una apariencia
trascendental, o sea, constitutiva de una forma de vida supuesta en las propias estructuras de la
147
J. Habermas (1984), 177; [trad. cast. 153].
148
J. Habermas (1984), 177; [trad. cast. 153 – 154].
149
J. Habermas (1984), 179; [trad. cast. 154].
150
J. Habermas (1984), 126; [trad. cast. 111].
151
J. Habermas (1984), 35 – 41; [trad. cast. 19 – ss.].
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