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Fichamento - El Mito Del Desarrollo Y La Crisis de Civilización

(OSWALDO)

Capítulo VII: El desequilibrio físico-social

Todas las civilizaciones que han sobrevivido lo hicieron manteniendo suficiente agua,
alimentos y energía para sus poblaciones. Las que no lo lograron se precipitaron en un
desequilibrio físico-social entre estos tres recursos vitales y la población, lo que causó graves
turbulencias políticas, y finalmente el colapso del Estado y de la vida civilizada. La posibilidad
de que países subdesarrollados colapsen debido a este desequilibrio estará cada vez más
presente en este siglo porque el cambio climático y el imparable crecimiento demográfico
urbano se están combinando para hacer cada vez más escasos y caros el agua, los alimentos y
la energía, que son recursos decisivos para la viabilidad nacional. (p. 148)

Los países subdesarrollados podrán organizar sus macroeconomías, equilibrar su gasto público,
bajar la inflación, liberalizar y privatizar como lo han hecho China, Ghana, India, Marruecos,
México, Pakistán, Perú o Mozambique, pero si no logran estabilizar el crecimiento de su
población urbana, ni obtener para ella seguridad alimentaria, energética e hídrica, la
inestabilidad sociopolítica estará siempre presente, inclusive acompañada de violencia. (p.
149)

Los países con escasez hídrica no solo tendrán que importar los alimentos que no podrán
producir por falta de agua, sino que estarán expuestos a problemas epidémicos. Las
megalópolis de zonas áridas, como El Cairo o Lima, serán las primeras que en el próximo siglo
padecerán los efectos devastadores que producirá la escasez de agua sobre la calidad de vida
de sus habitantes. (p. 152)

El año 2025, en un planeta urbanizado de casi 8000 millones de habitantes, el agua será un
bien tan estratégico para vivir como el petróleo, y no sería extraño que su escasez provoque en
el próximo siglo turbulencias nacionales e internacionales similares a las crisis petroleras
sufridas durante el siglo XX. Es muy posible que la captura de las fuentes hídricas o la
contaminación de reservorios de agua se conviertan en objetivos estratégicos de los planes de
guerra y de las acciones terroristas. (p. 152-153)

[...] todos los países andinos (Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y sobre todo Perú, donde se
concentra el 70 % de los glaciares tropicales) enfrentarán una colosal catástrofe ecológica
consistente en una escasez de agua nunca antes vista, como resultado de la rápida
desaparición de los glaciares de los Andes. Hoy existe evidencia de que los glaciares de las
montañas del mundo se retraen, y que los glaciares de los Andes, por estar más cerca del
ecuador geográfico, lo hacen mucho más rápidamente. (p. 153)

Ante el deshielo de los glaciares en los Andes, los países andinos están en una lucha contra el
reloj porque el derretimiento de los glaciares y la consiguiente escasez de agua derretirá
también la gobernabilidad de sus países, en la medida que la escasez de agua afectará la
producción de alimentos, de energía hidroeléctrica y el abastecimiento de agua en unas
cuarenta ciudades de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile, originando graves turbulencias
sociales. (p. 153)

El agua se convertirá, sin duda, en un factor geopolítico clave que puede generar conflictos
internacionales debido a los ya existentes desacuerdos sobre el uso de los caudales de los
grandes ríos internacionales. Por ejemplo, los caudales de los ríos Tigris y Eufrates, que están
siendo represados por Turquía para irrigar la región de Anatolia, son, en igual medida, vitales
para la supervivencia de Irak y Siria. Si no hay un acuerdo tripartito sobre su uso, no será
extraño que se genere un conflicto en el futuro. Para Israel, Siria, Jordania y la Autoridad
Palestina, la distribución y la utilización de las aguas del río Jordán, hasta ahora no bien
definidas, será en este siglo uno de los factores más importantes para que exista una paz
duradera entre ellos. También puede surgir una situación conflictiva entre Egipto y Etiopía por
el uso de las aguas del Nilo, debido al represamiento que planea hacer este último país de su
caudal, que desde tiempos faraónicos resulta vital para Egipto. Hoy, para países como el Perú,
Kenia, Egipto, Jordania, Marruecos, la India y otros más, que ya registran el más bajo consumo
de agua per cápita en el mundo, que tienen un alto crecimiento de la población urbana en
grandes zonas áridas, que además sufren sequías crónicas y no tienen seguridad alimentaria, la
seguridad hídrica debe ser un objetivo estratégico de supervivencia. Estos países no tienen
otra opción para conservar su cohesión social que adoptar de inmediato políticas de seguridad
hídrica. Tienen que buscar nuevas fuentes de agua, economizar, descontaminar y reciclar la
disponible, además de darle un uso equitativo nacional de acuerdo a su realidad social y
ecológica. (p. 154-155)

Otra tendencia global que está afectando el acceso a los alimentos es la reducción de la fuente
más importante de proteínas en el mundo: la pesca. (p. 155)

Según el IPCC, la producción agrícola disminuirá más en las zonas tropicales y subtropicales del
mundo, donde se ubican los países subdesarrollados y donde el cambio climático crea olas de
calor, sequías y huracanes, ciclones y tifones que destruirán las cosechas. Si se tiene en cuenta
que la actual población del mundo iba subiendo de 7,2 billones hasta 9,6 billones en daño
2050, la escasez de alimentos será cada vez mayor por la falta de producción y por el aumento
de sus precios. Y así, el problema de la seguridad alimentaria para los países que son
importadores netos de alimentos se tornaría grave y terminará causando inestabilidad política.
También de acuerdo a un estudio de Carnegie Institute, el cambio climático afectará la
seguridad alimentaria de muchos países importadores de alimentos porque las cosechas de
granos de las zonas templadas se reducirán entre un 3% y 5% por aumento de la temperatura.
Esto se está manifestando en las planicies de Medio Oeste norteamericano, uno de los grandes
graneros del mundo y que está sufriendo la peor sequía en 25 años. Lo mismo ocurre en el
valle central de California, un emporio agrícola que hoy sufre la más grande sequía de su
historia. Por su parte, Australia y Argentina, otros dos grandes exportadores de granos, sufren
también por igual sequías persistentes. (p. 156)

Otro factor que hará difícil el acceso a los alimentos será la creciente demanda que de los
mismos tienen China e India, debido al crecimiento de sus enormes poblaciones urbanas y a
los graves problemas ecológicos que enfrentan para aumentar la producción de alimentos,
conforme los afecta la erosión y salinización de sus suelos y la falta de у agua agrícola. Estos
dos países, que suman 2 600 millones de habitantes, es decir, un tercio de la población de la
Tierra, tendrán que portar cada vez más alimentos en los próximos años. Esto aumentaría
notablemente la demanda y los precios, afectando a todos los países que son importadores
netos de alimentos, importadores netos de alimentos. (p. 156)

Según la FAO, después del 2005, los precios reales de los alimentos han subido un 75 %, y son
históricamente los más altos desde que el índice de precios de los alimentos fuera creado por
The Economist en 1845. Por esto, desde el año 2007 se han intensificado las protestas
populares por el alza de los precios de los alimentos en África, Asia y América Latina. Esta alza
fue también el detonante de la llamada "Primavera Arabe", que terminó con los regímenes
autocráticos de Túnez, Egipto y Libia. Sin duda, la falta de seguridad alimentaria ya es hoy un
factor de inestabilidad nacional. (p. 157)
Frente al futuro encarecimiento de los alimentos, los países industrializados y los NICs como
Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Malasia, que tienen un bajo crecimiento de población y
logran ingresos importantes del mercado global con sus crecientes exportaciones de
manufacturas con alto contenido tecnológico, no tendrán problemas para importarlos a los
más altos precios. Tampoco tendrán problemas los países megaexportadores de petróleo
como Arabia Saudita, Kuwait o Qatar, porque sus enormes importaciones de alimentos son
financiables con sus enormes ingresos petroleros. Los países que tendrán serios problemas
serán, en cambio, los países arriba señalados que tienen los más bajos consumos de calorías
per cápita mundiales y que solo cuentan con los recursos inestables de sus exportaciones
primarias y poco transformadas. Estos países, donde la seguridad alimentaria se enfrenta a
altas tasas de expansión de la población urbana. no podrán importar cada vez más alimentos
debido a los magros ingresos que producirán siglo— sus exportaciones primarias y de
manufacturas de bajo contenido tecnológico. Esta situación los llevará a depender aún más de
la ayuda alimentaria extranjera y a convertirse en países casi sin soberanía, a merced de los
países que les proporcione esta ayuda. (p. 157-158)

[...] la globalización y liberalización del comercio agrícola han dado un gran poder de
penetración de mercado a las empresas transnacionales productoras de alimentos, cuyos
precios subvencionados sacan de la competencia a los agricultores de los países pobres y
erosionan las políticas nacionales de seguridad alimentaria. Este poder transnacional está
además bendecido por las nuevas reglas de liberalización del comercio agrícola de la OMC que
no tienen en cuenta la necesidad de la intervención del Estado en los países importadores
netos de alimentos para ayudar a la agricultura nacional y así obtener seguridad alimentaria.
(p. 158)

Debido a la explosión urbana planetaria ya la disminución de tierras irrigadas y al cambio


climático, los alimentos se están convirtiendo en verdaderos recursos estratégicos de política
exterior. Serán más escasos y caros en este siglo, y servirán para hacer prevalecer los intereses
nacionales de los países exportadores. Los países sin seguridad alimentaria difícilmente podrán
ser Estados soberanos, porque estarán a merced de las presiones externas de los países que
les venden y les proporcionan ayuda alimentaria. De tal suerte, se convertirán en una suerte
de Estados mendigos. La única manera de evitarlo sería emprender un enorme esfuerzo
nacional para incrementar la producción alimenticia y disminuir en lo posible las importaciones
y la ayuda. (p. 158-159)

Hoy en dia, todos los países subdesarrollados tratan de replicar los patrones de consumo de las
urbes ricas industrializadas, en otras palabras, tratan de reproducir el modelo California de
urbanización, lo que implica un alto consumo de energía producto del petróleo, no renovable,
muy contaminante y productora de los gases que provocan el cambio climático. La voracidad
de petróleo de los países subdesarrollados es tal que los países que tienen gas y carbón no
pueden liberarse de las importaciones de petróleo, sobre todo por lo difícil que es reconvertir
toda la industria y el transporte de un país para que utilice otra energía. Por todas estas
razones, se calcula que la demanda de petróleo seguirá aumentando en los países
subdesarrollados hasta pasar el 50% de la demanda mundial. El precio del petróleo se ha
cuadruplicado durante el siglo XX como consecuencia de la expansión urbana planetaria. Y su
precio seguirá siendo alto, no solamente por la creciente demanda mundial sino porque
comienza también a surgir una conciencia, tanto en las empresas transnacionales como países
productores, de que hay que tener cuidado con las reservas de petróleo. Hoy, los más
importantes expertos en este hidrocarburo no se encuentran convencidos de que se pueda
continuar incrementando la producción de petróleo, porque temen que se llegue a una
situación llamada Peak Oil, que las reservas más ricas del mundo, situadas en el Golfo Pérsico,
comenzarán a agotarse. (p. 159)

[...] para hacer frente a la demanda mundial en el futuro habría que aumentar la producción
en un 57%. Para lograrlo, según el especializado Banco Goldam Sachs, la industria petrolera
mundial requiere invertir en nuevas refinerías, oleoductos y buques tanques la suma de 2,4
trillones de dólares anuales por los próximos 10 años, es decir, unos 24 trillones de dólares en
exploración. Esta prodigiosa suma está inclusive fuera del alcance de las más ricas
transnacionales petroleras. Por estas razones, las transnacionales no podrán invertir para
aumentar la producción en un 57%, a fin de cumplir con la futura demanda mundial, lo que
mantendrá el precio del petróleo muy alto. El precio del petróleo conservará también una
tendencia hacia la alza porque su extracción será más costosa debido a la situación geográfica
de los nuevos yacimientos y la inclusión de costos adicionales de tecnologías
anticontaminantes en la elaboración de los combustibles. (p. 160)

Otro factor muy importante que todavía influye en un precio alto del petróleo es el factor
geopolítico. Hoy el Golfo Pérsico, el Cáucaso y África, donde se encuentran los yacimientos
más ricos de petróleo, son también las regiones más inestables del globo. En efecto, en los más
importantes países exportadores de estas regiones, a saber, Angola, Arabia Saudita,
Azerbaiyán, Irán, Kazajstán, Kuwait y Nigeria, la producción de petróleo cohabita con el
crecimiento explosivo de la población urbana, el desempleo, la desigualdad social y el
surgimiento de radicales movimientos étnicos y religiosos. La verdad es que ningún país
petrolero, a pesar del gran aumento de la renta petrolera desde 1973, se ha desarrollado y
logrado ser hoy un país estable. Siguen siendo países con gran atraso científico-tecnológico,
donde la renta externa del petróleo contribuye sólo al enriquecimiento de la petrocracia que
está en el poder. Toda esta situación provoca luchas políticas y conflictos violentos domésticos
por la distribución de la renta petrolera, como se ha visto en Argelia, Irak, Libia, Nigeria,
México y Venezuela. Se esperaba que países los petroleros se volvieran, por lo menos en una
generación, en países casi desarrollados. Todo lo contrario, ninguno tuvo en el último decenio
un importante crecimiento de los ingresos de su población. ¿Dónde se fue toda esta bonanza
petrolera? Muchos recursos se perdieron en los corredores de la corrupción y fueron hacia
cuentas secretas en el exterior, pero también se consumieron en importaciones de lujo, armas
y en un exceso del gasto público. Hoy la maldición del petróleo ha hecho que estos países
exportadores del combustible más estratégico del mundo tengan inclusive menos desarrollo
humano que otros países subdesarrollados que no exportan petróleo. (p. 160-161)

Según el World Resources Institute, debido al explosivo crecimiento demográfico urbano, las
necesidades futuras de energía de la mayoría de estos países importadores de petróleo
demandarían en el próximo siglo inversiones gigantescas que bordean el trillón de dólares,
cantidad que sobrepasa largamente las posibilidades del capital extranjero disponible para
invertir en nuevas refinerías, centrales hidroeléctricas, centrales de energía nuclear o fuentes
alternativas de energía. (p. 162)

La mayoría de estos países, que tienen los consumos más bajos de energía per cápita en el
mundo, también importan alimentos y toda clase de bienes de consumo y capital. Esta
situación hace más difícil continuar importando petróleo en cantidades crecientes para
aumentar el consumo per cápita, con los pocos recursos que proporciona su arcaica inserción
en la economía global a través de exportaciones primarias y manufactureras de bajo contenido
tecnológico, y que en este siglo no tendrán precios remunerativos debido a una revolución
tecnológica que ya comienza a reemplazar materias primas y productos con baja tecnología. La
penuria energética da cuenta de una crisis estructural que convertirá definitivamente a
muchos de estos países en economías nacionales inviables (ENIS), ya que sin energía suficiente
será muy difícil dotarlos de agua, alimentos, industrias, transporte y muchos servicios. Menos
aún, con cortes de energía, lograrán atraer empresas extranjeras para incrementar el
contenido tecnológico de sus exportaciones y mejorar su arcaica inserción en la economía
global. Países como El Salvador, India, Kenia, Marruecos, Pakistán o Perú, que tienen hoy los
más bajos consumos mundiales de energía per cápita y una creciente población urbana, deben
revertir esta penuria energética para no volverse países inviables. Tendrán entonces que
establecer con urgencia eficaces políticas nacionales de seguridad energética, destinadas a que
sus poblaciones cuenten con un acceso seguro a una cantidad de energía comercial suficiente
para satisfacer por lo menos las necesidades básicas de alimentación, vivienda,
comunicaciones y agua potable. (p. 162-163)

Para lograr seguridad energética es necesario ahorrar energía y maximizar la exploración y


exploración de los recursos energéticos renovables y no renovables de los países pobres, y,
como es de esperar, renunciar al sueño del modelo California. (p. 163)

[...] un bajo consumo per cápita de hidrocarburos arroja a la inviabilidad económica a una
nación, pero un alto consumo per cápita para todas las naciones arrastratilar o inviabilidad
ecológica a nuestra civilización urbana global. (p. 163)

Los dirigentes de los países desarrollados saben que la energía predominante que emite CO2,
el petróleo, es insostenible, y que además este combustible será cada vez más caro debido a la
gigantesca demanda mundial que produce la imparable urbanización del planeta. Y en base a
este realismo, están creando toda una cultura de ahorro de petróleo con políticas que
promocionan bicicletas eléctricas, autos híbridos y eléctricos, lámparas de luz, cocinas,
máquinas e industrias y servicios que aniquilan vatios. Pero sobre todo están usando, cada vez
más, energía solar y eólica en domicilios privados y pequeñas colectividades, con la intención
de reemplazar el petróleo cuando los precios de estas dos energías renovables sean iguales o
menores que los de este hidrocarburo. Sin embargo, a pesar de que los países
subdesarrollados como el Perú viven cada vez más contaminados y sin seguridad energética,
esta cultura de economizar petróleo y propiciar energías renovables les es extraña. Nuestro
país vive todavía en el siglo XX, cree en un crecimiento económico sin límites y además basado
en una energía insostenible. Y lo más notable es que sus dirigentes no se dan cuenta de que el
Perú está ubicado precisamente entre el ecuador terrestre y el Trópico de Capricornio, la zona
del planeta que más energía solar recibe, y que por lo tanto, tiene que comenzar a apostar por
esta energía que le cae gratuita desde el espacio. (p. 164)

Uno de factores que influye más sobre la situación ecológica de nuestro planeta es el
crecimiento de la población urbana. [...] Lo más inquietante es que el 90 % de este crecimiento
de las ciudades se da en países subdesarrollados, sin seguridad alimentaria y energética y con
escasez de agua. (p. 165)

Esta explosión de ciudades y de megalópolis necesitará como respaldo megaeconomías con


una enorme capacidad de producción de alimentos, energía y agua, tres recursos sin los cuales
las grandes ciudades se convertirán en verdaderos infiernos urbanos. Cuando Londres llegó a
tener tan solo 5 millones o cuando Nueva York llegó a los 7, detrás de estas megalópolis existía
un potente desarrollo industrial que empleaba gran cantidad de mano de obra y un enorme
mercado nacional e internacional. También habla detrás de Londres y Nueva York prósperas
agriculturas y carbón y petróleo barato. Por último, los pobres y desempleados que vivían en
Londres,Nueva York y en las grandes ciudades europeas podían emigrar masivamente en busca
de fortuna a las Colonias o al Far West. Esta facilidad no existe hoy con la explosión
demográfica urbana de los países pobres, porque la migración está severamente controlada.
En cambio, detrás de ciudades como Casablanca, La Paz, Luanda, Maputo o Nairobi y futuras
megalópolis como El Cairo, Dacca, Karachi, Lima o Manila no existe una moderna pujanza
nacional industrial que emplee y exporte. Menos aún una agricultura que produzca suficientes
alimentos, ni enormes reservas de petróleo. Las megalópolis subdesarrolladas sólo cuentan
con los inestables recursos que dejan exportaciones primarias y poco transformadas, sufren
escasez de agua y además tienen que importar cada vez más petróleo y alimentos, cuyos
precios serán cada vez más altos, como consecuencia de la gran demanda mundial de este
hidrocarburo y de los efectos del cambio climático y sobre la producción de alimentos. (p. 166)

Hace unos 20 años, muchos estrategas sostenían que una población grande era sinónimo de
nación poderosa. La China maoísta defendió esta tesis en los años setenta, denunciando que la
limitación del crecimiento de la población era un siniestro plan imperialista. Más tarde, la
realidad le hizo dar una volta fase hacia la política demográfica totalitaria del bebe único y de
la esterilización forzada. También el Brasil, que era otro país defensor de la misma tesis, hace
tres décadas sostenla que con más de 200 millones en el año 2000 tendrá asegurada su
credencial de gran potencia. Al final terminó embarcándose en una política de planificación
familiar voluntaria, abrumado por el crecimiento de la pobreza y la delincuencia en sus
grandes ciudades. Hoy, ya nadie se atreve a hacer la equivalencia entre población grande y
poder nacional; sin embargo, se sigue restando importancia al elevado crecimiento de la
población urbana como un factor determinante para provocar desequilibrio físico-social con
los recursos vitales como el agua, los alimentos y la energía. Más bien, se sostiene que hay que
despreocuparse del crecimiento de la población porque muchos países subdesarrollados han
felizmente ingresado a lo que los demógrafos llaman la ‘’transición demográfica’’, que es una
baja de la fecundidad que origina una relación más pareja entre nacimientos y decesos. Esta
despreocupación es infundada si se tiene en cuenta que el crecimiento demográfico por
inmigración y nacimientos en las ciudades de los países subdesarrollados, hasta bien entrado
el siglo XXI, será de casi 150 mil habitantes diarios. Esto es ecológica y socialmente explosivo
no solo por la gran presión que ejercerá la población sobre los escasos recursos, sino porque
las oportunidades de empleo se reducirán en la mayoría de estos países con el progreso de la
informática y la automatización. (p. 167-168)

Las investigaciones del Fondo de las Naciones Unidas para la Población han demostrado
inequívocamente que una reducción del tamaño de la familia contribuye a bajar la mortalidad
infantil, mejorar la educación, la salud, la nutrición y en general los niveles de vida. No es por
casualidad que Corea del Sur, Singapur y Taiwán, que han experimentado una baja de la
natalidad y de la inmigración desde el campo en los últimos 25 años, se hayan convertido hoy
en países desarrollados. No es tampoco coincidencia que China y Chile, que también han
tenido, durante 25 años, una tasa anual de natalidad, casi europea, de 1 %, hayan reducido
grandes bolsones de pobreza, mientras que Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú, que durante el
mismo espacio de tiempo crecieron a casas de más del 2%, son países que todavía cobijan
grandes bolsones de pobreza dentro de sus ciudades y en el campo. Lo mismo se puede decir
de El Salvador, Honduras, Guatemala y Nicaragua, que junto a los países andinos citados son
los más pobres de América Latina. A pesar de esta evidencia, no existen políticas efectivas de
población en El Salvador, Kenia, Pakistán, Perú, Sri Lanka, Zimbabue, Marruecos y casi todos
los otros países que combinan los más altos crecimientos mundiales de población urbana con
los más bajos consumos per cápita de alimentos, energía y agua. Es común comprobar en
estos países que los pronósticos y discusiones sobre el comportamiento futuro de la economía
y la sociedad no toman en cuenta el parámetro de crecimiento de población urbana. Parece
que no existiera conciencia nacional sobre la imposibilidad de satisfacer las crecientes
necesidades humanas que produce el crecimiento de la población en las ciudades. Menos aún
se discute lo que significará una gran oferta de jóvenes en edad de trabajar que no podrán ser
empleados debido a que la tecnología moderna usa cada vez menos mano de obra por unidad
producida (desproletarización). Sin embargo, en pleno cambio climático, lo más grave es no
percibir que el crecimiento demográfico urbano que sigue los patrones de consumo del
modelo urbano californiano implica una presión insostenible sobre la disponibilidad de
alimentos y energía. Detrás de esta actitud casi indiferente frente al crecimiento demográfico
urbano están los valores culturales tradicionales que impiden ver que los recursos no son
infinitos y que la relación entre ecología y población influirá en el futuro de la nación. Este
tradicionalismo económico, unido a cierto fundamentalismo religioso que considera que
cualquier política de población es un atentado contra la vida, obstaculiza la acción de la
sociedad civil y del Estado en favor de la planificación familiar voluntaria y democrática. Es
decir, obstaculiza una política dirigida a promover que la mayoría, que es pobre, utilice los
mismos medios que utiliza la minoría más favorecida para reducir su fertilidad. (p. 168-169)

Todo este grupo de países deberá reducir el crecimiento demográfico de sus ciudades y al
mismo tiempo aumentar notablemente su producción de alimentos, su disponibilidad de agua
y de energía, para impedir que sus ciudades se conviertan en verdaderos infiernos urbanos
durante este siglo. Sus poblaciones urbanas deberán crecer mucho menos del 1 %. El consumo
de calorías de los habitantes, que hoy apenas pasa las 2 000 calorías per cápita como
promedio, tendrá que aumentarse hasta alcanzar casi las 3 000. Los bajos consumo de energía,
que no llegan a 600 kg de petróleo per cápita, tendrán que doblarse, y el consumo de agua,
que es de menos de 2000 litros cúbicos per cápita al año, deberá al menos duplicarse. Este
gran esfuerzo no será fácil porque prácticamente las clases políticas de estos países ignoran
que, durante el siglo XXI, el creciente desequilibrio físico-social entre alimentos, energía, agua
y población urbana de sus países constituye una falla sísmica sociopolítica que puede causar
una serie de temblores y luego el cataclismo de la desintegración nacional. El mito del
desarrollo está tan enraizado en el inconsciente colectivo de las clases políticas de los países
subdesarrollados, que los dirigentes creen que pueden lograr el desarrollo sin preocuparse del
equilibrio entre su creciente población urbana y el agua, la energía y los alimentos. (p. 170)

Las tecnocracias nacionales y también las internacionales jamás discuten sobre la inviabilidad
económica nacional; siempre hablan más bien del desarrollo porque viven todavía bajo la
influencia del mito del desarrollo, según el cual todos los Estados Naciones subdesarrollados
van a ser un día Estados-Naciones desarrollados, sociedades prósperas de consumo y de
gratificación instantánea, a la imagen y semejanza de las sociedades industrializadas. No se
dan cuenta de que para lograr esto necesitaremos comprar un planeta adicional porque este
ya no podrá sostener el modelo californiano global. (p. 170-171)

Hoy, luego de más de cincuenta años de teorías y políticas de desarrollo, la renta per cápita
real en más de ochenta países, mal llamados en desarrollo, solo ha crecido como para
acercarlas al desarrollo. Si algunos de ellos han crecido a más altas tasas, con promedios de 5%
y 6 % como Chile y Perú, debido al gran ciclo de buenos precios de las materias primas, estos
países tampoco se han desarrollado porque no han modernizado su producción y sus
exportaciones con mayor contenido tecnológico. No salen de una cultura acientífica que
produce más abogados y letrados que ingenieros y científicos. Y además no hacen nada para
aumentar sensiblemente su inversión en investigación científica tecnológica. Si bien han
reducido la pobreza, no son países competitivos con desarrollo científico como Corea del Sur,
Taiwán, Singapur, India y China. (p. 171)

El desequilibrio físico-social es una situación objetiva. La escasez de agua, el encarecimiento de


los alimentos y la falta de energía en las ciudades son ajenos a cualquier ideología, y por ello,
factibles de convertirse en motivo para la aceptación de un Pacto para la Supervivencia entre
todos los actores políticos de cualquier país pobre donde la población urbana crece
considerablemente y se perciben alarmantes síntomas de inseguridad hídrica, energética y
alimentaria. Una condición fundamental para lograr pactos para la supervivencia es que
existan regímenes genuinamente democráticos. Los pactos para la supervivencia deben
emerger de un gran diálogo nacional y de una gran concertación democrática entre los
gobiernos, los partidos políticos, los empresarios, los trabajadores, la comunidad académica y
la sociedad civil. Solo con un constante ejercicio de esta naturaleza se podrán acomodar los
pactos a los desafíos que el mercado y la revolución tecnológica irán planteando a los países
que están infectados con economías nacionales inviables (ENL) debido a su atraso científico-
tecnológico, a la exportación primaria, y ahora por el desequilibrio físico-social entre agua,
alimentos y energía - escasas y caras - y una población urbana que crece de modo imparable.
(p. 171-172)

Lograr pactos para la supervivencia será difícil porque la mayor parte de la clase política y de la
población de los países subdesarrollados ignora que sus países están infectados del virus de la
inviabilidad como producto del desequilibrio físico-social que produce la crisis de nuestra
civilización urbana modelo California. No se dan cuenta tampoco del proceso de selección
natural darwiniana de la revolución tecnológica. No son conscientes de que la explosión
demográfica urbana de sus países va en rumbo de colisión con las modernas tecnologías que
ahorran mano de obra y recursos naturales. No están convencidos de que debido al atraso
tecnológico nacional ya los precios poco remunerativos que obtendrán de sus exportaciones
primarias y poco transformadas no podrán satisfacer las necesidades básicas de una población
que explosiona en sus ciudades sin empleo. La dirigencia política, desinformada y enredada
entre sus ambiciones personales y el corto plazo, no percibe que en el siglo XXI los países que
intentan gobernar se vuelven cotidianamente inviables. (p. 172)

En todo caso, si no nos adaptamos y nuestra especie algún día desaparece, cosmológicamente
no pasará nada; la Tierra seguirá dando vueltas alrededor del Sol con varios millones de otras
especies animales y plantas que sobrevivirán al hombre, porque esta no es una crisis del
planeta sino de nosotros. (p. 172)

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