Mijail BAJTÍN – La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento
Centrá ndose en el estudio de la trascendencia histó rica de la obra de
Rabelais, Bajtín hace un aná lisis histó rico sobre la cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento. Plantea los problemas de la cultura popular de la Edad Media y el Renacimiento, considerando que la historia tiende a desestimar el valor de estudio del humor del pueblo en la plaza pú blica. Sin embargo, explica, su amplitud e importancia eran considerables en la Edad Media y el Renacimiento. Casi todas las fiestas religiosas poseían un aspecto có mico popular y pú blico. La representació n de los misterios religiosos acontecía en un ambiente de carnaval. Estas manifestaciones tenían una diferencia de principio con las formas de culto y las ceremonias oficiales serias de la Iglesia y el Estado feudal. Ofrecían una visió n del mundo, el hombre y las relaciones humanas totalmente diferentes y deliberadamente no oficial. Esto creaba una dualidad del mundo, imposible de ignorar a la hora de interpretar la literatura medieval y renacentista. El carnaval es una manifestació n medieval que engloba el nú cleo de esa cultura popular: el principio có mico que preside los ritos carnavalescos los exime del dogmatismo religioso o eclesiá stico, del misticismo, y se sitú a en las fronteras entre el arte y la vida. Los espectadores no asisten al carnaval, los viven, ya que el carnaval está hecho para todo el pueblo. Durante el carnaval, no hay otra vida que la del carnaval. Es por eso que los bufones y los payasos son los personajes característicos de la cultura có mica de la edad media: no tienen una vida escindida de la vida có mica, el principio carnavalesco es parte de su vida cotidiana. Bajo el régimen feudal de la Edad Media, la relació n de la fiesta con los objetivos superiores de la existencia humana, la resurrecció n y la renovació n (nociones unidas también a los ciclos agrícolas), só lo podían alcanzar su plenitud en el carnaval y otras fiestas populares y pú blicas: a diferencia de la fiesta oficial, el carnaval era el triunfo de una suerte de liberació n transitoria, donde la abolició n de las relaciones jerá rquicas de la sociedad tenía una significació n muy especial. De este modo, la risa es vista como utopía y como cosmovisió n: no es un fenó meno superficial y desprovisto de contenido. Lo realmente humano só lo se expresa cuando se rompen las jerarquías, un estado utó pico só lo alcanzable en el carnaval. El carnaval medieval, así, originó una lengua propia de gran riqueza, impregnada del lirismo de la sucesió n y renovació n, de la gozosa comprensió n de la relatividad de las verdades y las autoridades dominantes. La parodia carnavalesca, así, está muy alejada de la parodia moderna, puramente negativa y formal. La negació n pura y llana es casi siempre ajena a la cultura popular. La nueva forma de comunicació n produjo nuevas formas lingü ísticas, géneros inéditos, cambios de sentido, o eliminació n de formas desusadas. El lenguaje popular de plaza pú blica se caracteriza por el uso frecuente de groserías, a veces también dirigidas hacia las figuras religiosas. Pero esas blasfemias eran ambivalentes: degradaban y molestaban a la vez que regeneraban y renovaban. Otros fenó menos verbales, como los juramentos y las obscenidades también adquirieron valor có mico y se volvieron ambivalentes al estar sumergidos en la tradició n carnavalesca. No só lo la literatura (que en Rabelais, Shakespeare y Cervantes, entre otros, recupera esa lengua carnavalesca) estaba influida por esa concepció n del mundo, sino también las utopías renacentistas, que también adoptaron sus formas y símbolos. La literatura có mica latina medieval llega a su apoteosis en el Renacimiento con Erasmo, pero tiene manifestaciones muy ricas variadas en lengua vulgar. Sin embargo, es la dramaturgia có mica medieval la que está má s estrechamente ligada al carnaval. Así, las lecturas modernas de la comicidad en Rabelais, Cervantes, Shakespeare y demá s autores del renacimiento ignoran la profundidad del estudio de la cultura popular. Las imá genes referentes a la vida material y corporal en esos autores son la herencia de la cultura có mica popular. A ese sistema de imá genes se le da el nombre de realismo grotesco. En el realismo grotesco, el elemento espontá neo material y corporal es un principio profundamente positivo, percibido como universal y popular. Se opone a toda separació n de las raíces materiales y corporales del mundo. Tierra y cuerpo adquieren a la vez un cará cter có smico y universal. EL rasgo sobresaliente del realismo grotesco es la degradació n: la transferencia de lo elevado, espiritual, ideal y abstracto al plano corporal y material. En el realismo grotesco, la degradació n de lo sublime no tiene un cará cter formal o relativo: lo “alto” y lo “bajo” só lo se corresponden con el cielo y la tierra, y en su fase corporal con la cabeza y la cara (lo alto) y con el vientre, los genitales y el trasero (lo bajo). Numerosas degradaciones de la ideología y del ceremonial caballerescos que aparecen en Don Quijote está n inspiradas en la tradició n del realismo grotesco. La línea principal de las degradaciones paró dicas conduce en Cervantes a una comunió n con las fuerzas productora y regeneradora de la tierra y el cuerpo, pero al mismo tiempo ese principio material y corporal empieza a debilitarse y empobrecerse: entra en un estado de crisis y desdoblamiento. El materialismo de Sancho, su apetito voraz, sus abundantes necesidades naturales, etc., constituyen “lo inferior absoluto” del realismo grotesco. Lo convierten en un vientre/tierra abierto a acoger el idealismo de Don Quijote, un idealismo aislado, abstracto e insensible. El “caballero de la triste figura” necesita morir para renacer má s grande y má s fuerte. Sancho es el correctivo natural, universal y corporal de las pretensiones individuales, abstractas y espirituales. El rol de Sancho frente a Don Quijote podría ser comparado con el rol de las parodias medievales con relació n a las ideas y los cultos sublimes; con el rol del bufó n frente al ceremonial serio. Es precisamente ese sentido carnavalesco de la vida que aparece en las imá genes materiales y corporales de Cervantes lo que eleva el estilo de su realismo, su universalismo, y su profundo utopismo popular. La complejidad del realismo renacentista no ha sido suficientemente aclarada. Es imprescindible conocer el realismo grotesco para comprender el realismo renacentista. La imagen grotesca caracteriza un fenó meno en proceso de cambio y metamorfosis incompleta, en el estudio de la muerte y del nacimiento, del crecimiento y la evolució n. La actitud respecto al tiempo y la evolució n es un rasco determinante inseparable de la imagen grotesca. El otro rasgo indispensable, que se desprende del anterior, es la ambivalencia, los dos polos del cambio: lo nuevo y lo antiguo, lo que muere y lo que nace, el comienzo y el fin de la metamorfosis, expresados o esbozados de alguna u otra forma. Se exhiben dos cuerpos en uno: uno que da la vida y desaparece, y otro que es concebido y lanzado al mundo. Del primero siempre se desprende un cuerpo nuevo de alguna u otra forma. La parodia moderna también degrada, pero con un cará cter exclusivamente negativo, carente de ambivalencia regeneradora. En las groserías contemporá neas no queda nada de ese sentido ambivalente y regenerador, só lo queda la negació n pura y llana, el cinismo y el insulto puro. Es inadmisible leer el realismo grotesco desde el punto de vista de las reglas modernas. El canon grotesco debe ser juzgado dentro de su propio sistema. Lo grotesco integrado a la cultura popular se aproxima al mundo humano, lo corporiza, a diferencia del grotesco romá ntico, que es una aproximació n abstracta y espiritual. En el grotesco romá ntico, las imá genes de la vida material y corporal (beber, comer, satisfacer las necesidades naturales, copular, dar a luz) pierden por completo su cará cter regenerador y se transforman en “vida inferior”. Hay otros rasgos del grotesco romá ntico que denotan debilitamiento de la fuerza regeneradora de la risa. El tema de la locura, por ejemplo, es muy típico del grotesco, ya que permite mirar al mundo con una mirada diferente, no influida por el punto de vista “normal” (los juicios e ideas comunes). Pero en el grotesco popular, la locura es una parodia feliz del espíritu oficial, de la seriedad unilateral y la “verdad” oficial. Es una locura festiva. Mientras que en el grotesco romá ntico la locura adquiere los acentos sombríos y trá gicos del aislamiento individual [nota de Ricky: y es por eso que la imagen del Quijote pasa a nuestros días con esa aura pesarosa].
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