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LA INTEGRACIÓN SOCIAL; REFLEXION TEORICA Y APROXIMACIÓN


EMPÍRICA.

Autoras: María Isabel Domínguez


María Elena Ferrer
Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, La Habana.

I- EL TERMINO INTEGRACIÓN: UNA TRAYECTORIA AZAROSA.


El término “integración” tiene una larga historia dentro de la teoría sociológica, y su
utilización en distintos contextos teóricos, así como los diversos niveles en que
opera (pues puede hablarse de integración al interior de un grupo social, una clase
o una sociedad entre otras) ha dado lugar a diferentes modos de entender esta
categoría.

En su acepción más general ella alude a la unidad de lo social y deviene línea


divisoria de la teoría sociológica. Así suelen considerarse como las dos
perspectivas básicas, la de la integración y el conflicto.

Si la primera concibe a la sociedad como una estructura de partes inter


relacionadas que se sostiene por mecanismos de equilibrio, la segunda resalta
más bien la capacidad de grupos de poder o dominantes para mantener un orden
social conforme a sus intereses, e identifica el conflicto o la contradicción como el
estado natural de una sociedad en la que individuos y grupos luchan por el poder
(desde el cual se construyen las instituciones sociales).

Esta división, si bien puede resultar arbitraria al englobar teorías extremadamente


diferentes dentro de cada perspectiva (e incluso algunas tan opuestas como las de
Marx y Weber) demuestra la centralidad de la problemática de la integración en la
teoría sociológica.

La teoría marxista, que constituye el centro del cual dimanan la mayor parte de las
teorías del conflicto en la sociología contemporánea, brinda una idea de la
integración diferente, que no niega la unidad de lo social, sino que la concibe de
otra manera y se aparta tanto de la concepción que brindan los teóricos de la
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integración como de la del resto de los teóricos del conflicto. Por ello, aun cuando
el marxismo precede históricamente las teorías del conflicto antes mencionadas, el
desarrollo lógico del término integración social no puede delinearse sin tener en
cuenta ideas centrales desarrolladas al interior de esta perspectiva, a las cuales
aludiremos brevemente.

Así, categorías como formación económico social o sociedad civil dan cuenta de la
necesaria cohesión entre las diversas esferas que conforman lo social, y ello se
refleja en la correspondencia de sus elementos constitutivos (digamos por ej. entre
fuerzas productivas y relaciones de producción, o entre base y superestructura)

Es importante señalar que esta teoría no niega el equilibrio sino su carácter


absoluto y que considera las relaciones de producción como el elemento esencial
que determina el resto de las relaciones sociales. En ella la integración recorre los
niveles societal, grupal e individual.

Para el marxismo, la dominación de una clase sobre otra es, en condiciones de


una sociedad dividida en clases antagónicas, lo que mantiene unida a la
sociedad: “La fuerza cohesiva de la sociedad civilizada la constituye el Estado,
que en todos los períodos típicos, es exclusivamente el Estado de la clase domi-
nante y, en todos los casos, una máquina esencialmente destinada a reprimir a la
clase oprimida y explotada” (16)

En contraste con el estructural funcionalismo que busca lograr una mayor


integración social al interior del sistema capitalista, para el marxismo el
derrocamiento de este sistema sería la base para el logro de una integración
social real.

Este punto de vista reconoce que la integración se produce mediante un sistema


de normas y valores compartidos y la participación social del individuo, pero
concibe este sistema normativo derivado de premisas que han venido gestándose
en la esfera económica, a partir del desarrollo del mercado mundial que establece
una interdependencia universal de las naciones.

Debido a los reclamos del desarrollo económico la burguesía suprime cada vez
más el fraccionamiento de los medios de producción, concentra la propiedad e
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imprime determinada dinámica a la población (que se agrupa en las ciudades) y a


causa de la internacionalización de la economía y el perfeccionamiento del trans-
porte y las comunicaciones, lo que ocurre en una parte del mundo comienza a
tener repercusión inmediata y directa en la otra, alcanzando las más remotas
regiones.

Aún así esta interdependencia no consigue ser una integración real, pues cada
progreso de la producción es al mismo tiempo un retroceso en la situación de los
oprimidos, es decir, de la mayoría, e implica una generación constante de
alienación.

En el plano individual la alienación imposibilita la integración plena del sujeto a la


sociedad, pues se expresa no sólo en el producto del trabajo (que se opone al
obrero empobreciéndolo más mientras más produce) y en la actividad laboral (que
lo niega) sino también en la relación de un individuo con otro y en su relación con
la sociedad, pues: “el trabajo enajenado enajena la esencia del hombre, convierte
la vida de la especie en un medio de vida individual” (17)

Así, el marxismo tiene una manera particular de abordar la integración, la cual se


podrá dar sólo a partir del hundimiento de la sociedad capitalista (mediante la
acción consciente de la clase obrera) y la desaparición de las clases, y abarca la
correspondencia de las diferentes esferas de lo social, la superación de la
alienación y la participación consciente del sujeto.

Sin embargo, en un momento posterior de la teoría marxista no excento de


dogmatización, en particular en el marxismo leninismo de los países de Europa del
Este, la categoría integración no tuvo desarrollos importantes, sino más bien se
desestimó al absolutizarse el papel del conflicto en la sociedad. Este último, que
fue identificado principalmente con las contradicciones interclasistas, se ubicó en
lo fundamental en la sociedad capitalista, mientras que el socialismo enarbolaba
un objetivo de homogeneidad social.

La meta de la homogeneización social se concibió más como unidad de elementos


iguales que como integración de elementos diversos en función de un proyecto
común. El énfasis que se dio a este objetivo condujo a un sesgo en los análisis de
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la realidad que tendía a subrayar los adelantos logrados en esta dirección, y a su


vez a una subestimación de diferencias sociales importantes y a la evaluación de
toda conducta que se apartara de la norma como “rezago del capitalismo”, sin
tomar en cuenta los errores y prácticas negativas instauradas.

De esta manera, aun cuando se dieron importantes avances en materia de


integración social en estos países, no existió un adelanto en cuanto a la reflexión
teórica sobre el tema, que pudiera haber servido como instrumento de análisis de
la realidad social. Por ello el término corrió la misma suerte que otros conceptos,
que al haberse acuñado en la “sociología burguesa” no fueron reconocidos ni
sujetos a nuevas interpretaciones.

En sentido general, aun cuando la concepción originaria de la integración social


del marxismo se aparta tanto de la del resto de los teóricos del conflicto como de
los de la integración, es indudable que existen puntos comunes entre estas teo-
rías, entre los que podrían señalarse el que ven la sociedad como un conjunto de
partes interrelacionados y se ocupan de su estudio, y el que comparten la idea
del cambio social: presuponen la posibilidad de que las sociedades se muevan
hacia adelante y hacia mejor.

Después del amplio debate que suscitó el término integración en los años 50 y
principios de los 60, los intentos por perfilar la categoría desde el punto de vista
teórico se debilitaron durante un largo período, y este problema se enfrentó a partir
de conceptos de nivel más concreto (como la marginalidad) hasta que a inicios de
los 80 comienza a resurgir en algunos ámbitos, y las dificultades cada vez
mayores que se presentan para la integración social de distintos grupos sociales
orientan el debate hacia su contrario: la exclusión.

Hay que señalar que si desde sus primeros momentos el debate teórico había
tratado de presentarse como relativamente distante de los problemas sociales que
le daban origen, a la altura de los años 80 comienza a ser el devenir de los proble -
mas concretos y la reflexión en torno a ellos el que marca el paso del desarrollo
teórico del tema.
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Es por eso que a partir de aquí el hilo conductor de este desarrollo se hace más
nítido en la realidad social que precede y configura el discurso académico. Por ello
nos detendremos brevemente en la trayectoria que siguen las corrientes de
integración en América Latina, uno de los escenarios donde renace la categoría.

Aquí la modernización durante la postguerra implicó fuertes procesos de industria-


lización, urbanización, incremento de la migración rural urbana, y elevación del
nivel de instrucción y calificación de la fuerza de trabajo. Ello propició un aumento
de los niveles de integración de la población durante la década del 60’, fundamen-
talmente en las esferas del empleo y la educación, por las necesidades del modelo
económico que se venía impulsando, lo cual fue presentado como una de las
características del proceso modernizador.

En los años 70 sin embargo se evidenció la incapacidad de tal proceso para lograr
mayores niveles de integración, pues determinados grupos sólo lograban
insertarse parcialmente, mientras para otros sectores no existía posibilidad alguna,
lo que en el plano teórico se refleja en una enérgica preocupación por la proble-
mática de la marginalidad, que hace énfasis en la situación de los sectores
desposeídos y la capacidad o no del sistema para integrarlos. A este cuadro se
añadió la problemática étnica, que complejiza la situación a nivel de la realidad del
continente, pero también su comprensión teórica, por cuanto la integración de las
comunidades indígenas a las realidades nacionales no podía significar la pérdida
de sus identidades propias.

Cuando los vertiginosos cambios del proceso “modernizador” (transformación de


la producción, conversión de gran parte de la población rural en urbana, de
productores agrícolas en obreros industriales, incremento de la influencia de los
medios de difusión masiva y de las distancias intergeneracionales etc.) no habían
logrado aún cristalizarse, sobreviene la crisis que caracteriza la década del 80 y la
actual.

Su impacto ha sido mucho mayor porque en un breve plazo se revierten las


corrientes de integración: no sólo aumenta la marginalidad tradicional sino que
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muchos de los que habían logrado insertarse en las diferentes esferas son
desalojados de ellas y comienza un fuerte proceso de exclusión.

Ello tiene su expresión clásica en el empleo: a diferencia de la etapa precedente,


donde la desocupación aparecía muchas veces como un fenómeno coyuntural o
afectaba sólo a determinados segmentos de la población, ahora uno de cada tres
arribantes a la edad laboral no podrá incorporarse nunca al trabajo, e incluso
aquellos que habían logrado insertarse en esta esfera y alcanzado una calificación
laboral, han sido desplazados definitivamente de ella.(18)

Esto se da en un contexto en que la propia región se ve excluida de las corrientes


de inversión, comercio y desarrollo mundial, y cuando el peso de la deuda externa,
las desventajosas condiciones de intercambio y las barreras que limitan el
desarrollo de la economía han impedido su crecimiento a tal punto que la década
de los 80’ se denominó por la CEPAL la década perdida para la región.

La socialización, teóricamente considerada uno de los eslabones básicos de la


integración social, se ve afectada por la crisis, que obstruyó sus canales
tradicionales: la familia, la escuela y el trabajo. La familia enfrenta el problema de
la vivienda y las dificultades para satisfacer las necesidades básicas de sus
miembros junto a una disminución de sus posibilidades para la trasmisión de
valores y normas; la escuela restringe su influencia, y la educación deja de fun-
cionar como pasaporte al empleo; el trabajo se vuelve cada vez más inaccesible y
se incrementa el papel de la economía informal como fuente de empleo.
Paralelamente se incrementan las migraciones para cambiar las precarias
condiciones de vida.

La anomia, un elemento clave en el enfoque de la integración social de Durkheim,


se revitaliza como concepto para caracterizar la situación de determinados
sectores como por ej. el juvenil, a partir del surgimiento de una marginalidad no
tradicional. Aquí la anomia se comprende como una variedad de retraimiento que
implica apatía, ausencia de participación y que incluye conductas evasivas como
la drogradicción y el alcoholismo.
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A partir de la posibilidad de inclusión o no, se generan determinadas conductas:


entre los incluidos orientaciones a la movilidad individual o al conformismo pasivo
y entre los excluidos (que son los más) conductas anómicas, desviadas, antinstitu-
cionales o de solidaridad comunitaria, lo cual rememora los tipos de adaptación
individual elaborados por Merton a los que hemos hecho referencia.

El resurgir de la problemática de la integración en el escenario latinoamericano no


es ajeno a la situación del resto del mundo, donde la compleja realidad social ha
revitalizado la categoría, esta vez no desde el ámbito académico propiamente
dicho sino desde el ámbito político y gubernamental, al punto de que el tema de la
integración social fuera una de las tres dimensiones centrales, junto a los temas
de eliminación de la pobreza y el desempleo, abordadas en la Cumbre Mundial
sobre Desarrollo Social convocada por Naciones Unidas en 1995.

La evolución del capitalismo con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, pero


sobre todo, en el último tercio del siglo, ha generado una dinámica cuyo rasgo más
significativo es una mayor trasnacionalización del capital que ha provocado un
fenómeno de globalización a nivel mundial, o como algunos llaman, de mundiali -
zación de la economía. Ese proceso tiene su correlato en una transnacionalización
de la cultura a través de los medios de comunicación masiva - apoyados en el
desarrollo de la cibernética y las telecomunicaciones - , pero además en efectos
ecológicos también globales y en esfuerzos por crear mecanismos políticos de
acción internacional.

Sin embargo, este panorama, que parecería favorecer la integración social a


distintos niveles, ha ido acompañado de un incremento de las desigualdades y de
la agudización de las tensiones sociales en todo el mundo.

La crisis económica internacional que ha afectado prácticamente a todas las


regiones y el modelo neoliberal con que ha querido enfrentarse, ha demostrado la
incapacidad del capitalismo para satisfacer las necesidades materiales y
espirituales de la mayoría de la población del planeta, y cómo la creciente satisfac-
ción para una pequeña proporción se produce a costa del permanente deterioro
para el resto. Cada día crece la conciencia -incluso en sectores no precisamente
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de izquierda - de que un sistema basado en la maximalización de la ganancia está


condenado a autodestruirse y destruir el entorno en que se desarrolla.

Por su parte, el derrumbe del socialismo en los países de Europa del Este,
sumergió a esta región del planeta en una situación de fuerte inestabilidad
económica y política y ha dado lugar a numerosos conflictos bélicos.

El resultado de estos procesos ha sido un incremento de la polarización a nivel


mundial, entre Norte y Sur, y también al interior de las sociedades, incluidas las
industrializadas.

Según datos del PNUD, en 1994, el 20% más rico de la población mundial
controlaba el 84,7% del PNB, el 84,2% del comercio internacional y percibía
ingresos 60 veces superiores a los del 20% más pobre, que sólo controlaba el
1,4% del PNB y el 0,4% del comercio mundial.(19) Pero, incluso en los países
ricos, para esa fecha se estimaban 20 millones de desempleados, 40 millones de
pobres y 3 millones de personas sin hogar.(20)

Los efectos más visibles de esa polarización se expresan en un sinnúmero de


direcciones, todas las cuales constituyen tendencias de desintegración social.(21)
Por ejemplo, el crecimiento de las desigualdades entre países y dentro de ellos,
compulsan al éxodo masivo del campo a la ciudad y a oleadas migratorias cada
vez más intensas del sur al norte. Según informes de Naciones Unidas, en solo 5
años: 1990-1995, la emigración se ha duplicado y para esa fecha alcanzaba la
cifra de cien millones de personas en el mundo, al extremo de considerar que “ello
constituye un éxodo que podría convertirse en la crisis humana de nuestra
época”(22)

Todo ello está agudizando el problema del desempleo, el crecimiento de la


pobreza en las zonas periurbanas y el aumento de la delincuencia y la violencia en
las ciudades. El terrorismo y la criminalidad, el tráfico de armas, de drogas, de
órganos y de niños, han alcanzado escala mundial.

Los conflictos internos de carácter étnico, religioso, cultural y social se han


intensificado, lo que ha incentivado guerras y pone en peligro de desintegración a
numerosos Estados-Nación.
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Estos fenómenos tienen una dimensión espiritual y ética también de considerable


magnitud. El entramado social se debilita y con él la solidaridad social. Crece el
individualismo y la incertidumbre y en ese marco se refuerzan las creencias religio-
sas como refugio y búsqueda de apoyos horizontales, aunque en ocasiones ha
proliferado el fanatismo religioso que ha favorecido la aparición de numerosas
sectas satánicas en distintas partes del mundo.

El culto al consumo adquiere también carácter casi místico y se potencian el


presentismo y el hedonismo como estrategias -incluso inconscientes - para evadir
un presente vacío y un futuro incierto. La competencia es el método más eficaz
para alcanzar las metas inmediatas.

En ese mundo altamente competitivo no todos los grupos sociales cuentan con
iguales oportunidades y los más desfavorecidos son excluidos de las distintas
áreas de la vida social y compulsados cada vez más a la anomia: conductas
delictivas, prostitución, drogadicción, suicidio, entre otras.

La magnitud que están alcanzando muchas de estas tendencias desintegradoras y


las proporciones que ya hoy tienen los sectores excluidos - en muchos casos se
trata de regiones enteras - con la inestabilidad social y política que provocan y la
crisis de legitimidad en que sitúan a muchas instituciones, han generado una
amplia preocupación compartida por organismos e instituciones internacionales y
por gobiernos nacionales, tanto de países desarrollados como subdesarrollados y
está ejerciendo una presión que puede colocar el tema nuevamente en un lugar
central del debate teórico.

Existe consenso acerca del peso que hoy tienen las tendencias desintegradoras a
nivel mundial y el riesgo que ello significa para la paz, la seguridad y la estabilidad
internacional, incluido el primer mundo. Por eso, son los países industrializados y
las instituciones internacionales, desde el Vaticano hasta las Naciones Unidas, los
más preocupados por contrarrestarlas. Quiere decir que, en última instancia,
detrás del interés por garantizar la integración social sigue estando el objetivo de
evitar las disfunciones al sistema capitalista.
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Sin embargo, la naturaleza de los problemas es tal que hoy resulta necesario
apoyar, por parte de las fuerzas progresistas, los esfuerzos para garantizar la
integración social, sobre todo, si se tiene en cuenta que las actuales tendencias
desintegradoras no contribuyen a un cambio social transformador sino a un dete-
rioro objetivo y espiritual que limita cualquier posibilidad de cambio constructivo.
La droga, la violencia, el suicidio, solo contribuyen al deterioro progresivo de la
humanidad. Eso no excluye que dentro de la tendencia a la integración social se
defienda el derecho a la existencia de tendencias de otro orden, entre ellas el
derecho a hacer la revolución o a una integración en condiciones de mayor igual -
dad.

Por eso la cuestión medular radica en qué se va a entender por integración social.
Cada vez con mayor fuerza se ha abierto paso un enfoque de la integración como
polo opuesto no al conflicto, sino a la exclusión y marginación y que se concibe
como condición imprescindible para cualquier proceso de desarrollo. Entre los
criterios que guiaron el tratamiento del tema en la Cumbre Mundial sobre
Desarrollo Social se consideró que para definir las capacidades de una sociedad
para la integración social era necesario tener en cuenta (23):

1. Carácter inclusivo. Es decir, la amplitud de funcionamiento, capaz de incluir


en sus estructuras los más diversos actores sociales y darles igualdad de
posibilidades para el acceso a la educación, el empleo, la información, la
cultura, la seguridad social, etc.
2. Participación. Entendida como la posibilidad de los diferentes individuos y
grupos sociales de intervenir en la formulación y ejecución de las políticas, y
la existencia de una descentralización tal, que favorezca las acciones
autónomas de la sociedad civil y a las comunidades en su propia manera de
contribuir a las decisiones colectivas.
3. Justicia. Entendida sobre todo, como el acceso equitativo a los mercados
para todos los grupos e individuos, incluidos los más desfavorecidos, y la
creación de condiciones para la igualdad y la eliminación de la discriminación
de todo tipo, es decir, por razones de género, edad, raza, capacidad física,
religión, posición política, pertenencia étnica o nacional, etc.
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4. Pluralismo. Entendido como la presencia de valores básicos compartidos y


aceptación de la diversidad.
5. Seguridad y estabilidad. Es decir, ausencia de conflictos bélicos y bajos
niveles de violencia.
Según estos criterios, la integración supone la tolerancia y la colaboración entre
diferentes, pero supera los intentos de integración por homogeneización (a veces
forzada). En este caso, se trata de la aceptación de la diversidad y, por supuesto,
presupone como un elemento clave la oposición a toda discriminación, exclusión y
marginación. Pero el elemento más importante de esta visión es el énfasis en que
la integración requiere, como condición, la creación de estructuras de inserción
social que permitan la satisfacción de las necesidades básicas de las mayorías,
sin lo cual es prácticamente imposible lograr una integración en la esfera de los
valores. Es decir, si los grupos no se insertan no pueden compartir valores
comunes.(24)

Ante las actuales amenazas desintegradoras que impone la globalización, es


necesario rescatar una intención integradora, que tenga en cuenta los actuales
niveles de desarrollo de los distintos países y las enormes desproporciones
existentes entre ellos; que conciba la integración de todos los sectores como
requisito indispensable para cualquier posibilidad posterior de integración regional.
De lo contrario solo se convertirá en un formalismo jurídico y un mecanismo
económico para continuar favoreciendo a las élites nacionales y al capital
transnacional sin efectos positivos para las mayorías.

Por supuesto que esto no implica posponer todo paso de integración regional
hasta tanto no se haya consolidado la integración nacional de los diferentes
países, pues incluso la primera puede apoyar y acelerar las segundas o demostrar
su imposibilidad por no constituir verdaderas naciones. Se trata de que se requiere
al menos un mínimo de integración nacional para que los intentos de integración
regional se hagan por y para esas mayorías.
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II. INTEGRACIÓN SOCIAL: UNA CONCEPCIÓN OPERACIONALIZABLE.


Por todo lo anteriormente expresado, para el análisis de la I.S. de la juventud que
pretendemos realizar, nuestra concepción de I.S. va a estar enfocada en el plano
de una sociedad nacional concreta, de ahí que al hablar de I.S. estamos
apuntando en buena medida a la integración nacional, la cual concebimos como
un proceso dinámico, en constante evolución, que toma en cuenta el devenir
histórico de la nación, evalúa el presente y considera las perspectivas futuras en
función de los distintos escenarios posibles: económicos, sociales y políticos, a
partir de las condiciones internas y externas.

Teniendo en cuenta la amplia gama de concepciones expuestas acerca de la I.S. -


de las cuales sin duda alguna nos hemos nutrido - nuestro enfoque tiene puntos
de contacto con algunas de ellas, en particular las que la conciben como el polo
opuesto a la marginalidad o exclusión y ponen el énfasis en la I. como un proceso
de participación efectiva de todos los grupos e individuos en el funcionamiento de
la vida social:

“...una sociedad estará más o menos integrada según sus miembros participen de
sus bienes efectivamente o tengan al menos oportunidades de hacerlo. No existirá
tal I. en la medida que ciertos sectores no tengan dicha posibilidad”. “...una nación
estará más o menos integrada, según la vida nacional en sus distintos aspectos
sea la resultante de las decisiones en todos los niveles de todos sus miembros. No
existirá tal I. en la medida que - en los distintos niveles de la vida nacional - la
gestación de las decisiones deje al margen a sectores importantes”. (24)

Es cierto que todo sistema social contiene su propio modelo de integración,


conformado por las distintas vías y grados de posibilidades que brinda para la
incorporación a ese modelo y la capacidad para reproducirlo. Así el sistema
capitalista tiene sus propias normas de funcionamiento capaces de integrar a los
grupos sociales e individuos a la lógica del capitalismo. Pero en ese caso, dicha
lógica es en sí misma excluyente, de ahí que para reproducir el sistema se
produzca cada vez más desintegración de la sociedad como conjunto, de grupos
específicos e incluso de la especie humana y su entorno.
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Por eso, nuestro enfoque de I., que parte de una perspectiva de análisis marxista,
considera que no hay verdaderas posibilidades de I. mientras no se eliminen las
diferencias clasistas antagónicas, y, aun después, es necesario eliminar las
principales desigualdades socioeconómicas por concepto de raza, etnia, género,
generaciones, ubicación territorial y otras, y construir una comunidad de valores
que se apoye en la diversidad de los grupos y la respete.

Tal posibilidad conduce necesariamente a la lógica del socialismo, un sistema


cuya esencia - más allá de deformaciones en sus aplicaciones prácticas - radica
en su amplio carácter inclusivo y participativo como elementos consustanciales a
su propio funcionamiento.

Quiere decir, en síntesis, que en nuestra concepción, I.S. es la compleja red de


relaciones que se entreteje entre los tres elementos básicos de su existencia:
JUSTICIA SOCIAL, PARTICIPACIÓN Y COHESIÓN NACIONAL.

 Justicia Social, entendida como la real igualdad de oportunidades para el


acceso equitativo de todos los grupos e individuos a los bienes y servicios que
brinda la sociedad y la ausencia de discriminación de cualquier tipo.
 Participación, entendida no en sentido estrecho, solo como participación
política, sino en su sentido más general, por lo que ponemos en primer lugar la
participación en la vida social y económica a través del estudio y el trabajo.
Para nuestro análisis consideraremos la participación como el acceso y la
presencia real de los individuos y los grupos en las instituciones y organizacio-
nes económicas, sociales y políticas de la nación y la posibilidad de intervenir
en las decisiones que le conciernen no solo como beneficiarios sino también
como formuladores de estas decisiones.
 Cohesión Nacional, entendida como el sistema de valores y normas
compartidas por los distintos grupos sociales que se configura y modifica en el
propio proceso participativo.
El elemento central que sirve como hilo conductor entre cada uno de estos tres
factores, es la posibilidad de inserción social real que brinda el modelo social, a la
vez que los indicadores para evaluar los niveles de I.S. logrados pasan por la
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medición de la inserción alcanzada por los grupos e individuos como expresión


concreta en el plano estructural de la justicia social y la participación.

Aun cuando no existe una relación de igualdad entre desinserción y


desintegración, no cabe dudas de que la primera es terreno propicio para la
segunda, pues en la medida que los sujetos no encuentran un espacio social
donde insertarse de forma provechosa, se pierden los nexos colectivos y los
compromisos hacia el conjunto; se resiente la cohesión y pierde efecto la presión
de las normas sociales.

Por tanto, un contexto donde predomine la justicia social y la participación,


necesariamente abre espacios para una mayor inserción social de los grupos e
individuos, lo que a su vez implica mayores posibilidades para una reproducción
democrática de la estructura social, es decir, oportunidades similares para formar
parte de cualquier clase, capa o grupo social y ello también constituye un contexto
más adecuado para una socialización en normas y valores que favorezcan la
solidaridad y reduzcan el individualismo.

Esta manera de concebir la I.S. constituye un paso de avance en el largo camino


recorrido en el tratamiento de esta categoría, pues, por una parte, se afilia a los
que intentan superar el antagonismo dicotómico entre I. y conflicto al considerar
que la I.S. solo es posible como etapa de desarrollo, después de haber resuelto
los conflictos más esenciales y en la cual se generarán otros, es decir, como
momento de equilibrio para la solución de nuevas contradicciones. Pero, sobre
todo, resulta valiosa por su potencialidad para ser operacionalizada, de manera
que permita su utilización en el análisis práctico de un momento dado, orientado a
la comprobación de hipótesis en indagaciones concretas que es uno de los
principales déficits en los estudios de la I.S.

Pero esta potencialidad para la operacionalización no quedará suficientemente


explotada en este informe que es el primer resultado de la investigación en esta
línea que conforma el proyecto “Socialización e I.S. de la juventud cubana”; de ahí
que no es nuestro objetivo en este momento enunciar exhaustivamente el
complejo sistema de variables e indicadores que permitan medir la I.S. Más bien
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es nuestra intención describir e interpretar el contexto más general y la situación


de los factores favorecedores y las barreras que permitan apreciar el movimiento
de las condiciones para la I.S de la juventud y el comportamiento de algunas de
las tendencias esenciales tanto para contribuir a dicho proceso como para
afectarlo. Ello puede explicar el que aun existan algunas ambigüedades e
indefiniciones.

En este sentido vale la pena aclarar que, aun cuando se trata de un fenómeno
medible y cuantificable en cierta medida, la I.S. es un proceso esencialmente
cualitativo, por ello la precisión de la estrategia metodológica para su estudio
requiere de aproximaciones sucesivas.

Indicadores para el análisis de las tendencias desintegradoras:

 la emigracion
 la prostitucion
 la violencia y el delito
 el alcoholismo
 la drogadicción
 la infeccion por vih
 el suicidio

CITAS Y NOTAS
1) Ver: Schudson, M. “La cultura y la integración de las sociedades nacionales”.
En: Revista Internacional de Ciencias Sociales, # 139 UNESCO, París/1994.
pp.79-100.
2) Ver: Durkheim,E. “El Suicidio”, Nuestros Clásicos, UNAM, México/1983.
3) Landecker,W. “Types of integration and their measurement”, American Journal
of Sociology # 56, U.S.A./1951. pp. 332-340, citado en la definición del término
integración social en: Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales, Edit.
Aguilar. 1975.
4) Merton,R. “Teoría y Estructuras Sociales”. Fondo de Cultura Económica,
México/1972. p.
16

5) Ver: Ritzer, . “Teoría Sociológica Contemporánea”, Edit. McGraw Hill,


U.S.A./1993.
6) Ibid. p.444.
7) Deutsch,K. “Nationalism and social communication: an inquiry into the
foundations of nationality”, Cambridge/1953, citado en la definición del término
integración social en Enciclopedia citada.
8) Schudson, M. op.cit.
9) Ver: Smelser,N. “Teorías Sociológicas”. En: Revista Internacional de Ciencias
Sociales # 139, UNESCO, París/1994, pp.9-23 y Ritzer, . op.cit.
10) Ibid.
11) R.Cooley,A. “Integración Social”, citado en la definición del término en
Enciclopedia citada.
12) Ver: Smelser,N. op.cit.
13) Ibid.
14) Ritzer, .op.cit. pp.165-166 y N.Smelser, op.cit.
15) Ver: Smelser,N. op.cit.
16) Engels,F. “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado”. En:
Obras Escogidas de Marx y Engels, Edit. Progreso, Moscú/19 . p.611.
17) Ver: Marx,K. “Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844”, Editora
Política, La Habana/19 .
18) Ver: CEPAL. “La situación de la juventud en América Latina”, Santiago de
Chile/1985.
19) PNUD. Informe sobre Desarrollo Humano, 1994. Citado en “Notas de
Orientación presentadas por el Director General de la UNESCO con miras a la
preparación de la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social”, UNESCO,
París/1994. p.6.
20) Ibid.
21) Ver: Martín, J.L. Ponencia presentada al Taller “Las ONG’s cubanas ante la
Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social”, CEA, La Habana/1994.
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22) Naciones Unidas. Informe sobre Población. Citado por Milagros Martínez en
sus palabras de presentación al Taller Internacional “Tendencias actuales del
proceso migratorio cubano”, CEAP-UH, La Habana/1995.
23) Naciones Unidas. Proyecto de Declaración Final, presentado en la Cumbre
Mundial para el Desarrollo Social, Copenhague/1995.
24) Ver: Espina,M. “La integración social en la Cumbre Mundial para el
Desarrollo”. Ponencia presentada al Seminario “Estrategias para el Desarrollo
Social”, Ministerio de Relaciones Exteriores, La Habana/1994.

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