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2022 ILAS-HUFS 2nd International Conference

(South Korea)

15 de febrero 2022

María Dolores Ordóñez1

Investigadora en formación

Instituto Universitario de Investigaciones en Estudios Latinoamericanos

dolores.ordonez@edu.uah.es

1 Investigadora en Formación del Instituto Universitario de Investigación en Estudios Latinoamericanos


IELAT- Universidad de Alcalá, en cotutela internacional de tesis doctoral con la Universidad de Toulouse 2
Jean Jaurès.. Máster en “América Latina y la Unión Europea: una cooperación estratégica” en doble
titulación por el IELAT- Universidad de Alcalá e IPEAT Universidad de Toulouse 2 Jean Jaurès. Magister en
Estudios Latinoamericanos por la Universidad Andina Simón Bolivar, sede Quito Ecuador. Licenciada en
Ciencias de la Información y Comunicación por la Universidad Paris 3 Sorbonne Nouvelle.
Se ha desempeñado como Analista de Inteligencia en Seguridad y Justicia en la Secretaria de Inteligencia
de Ecuador. Ha sido Directora de Comunicación en los Ministerios Coordinador de Seguridad, Cultura y
Patrimonio y Banco Central del Ecuador. También ha sido especialista de Inteligencia e Información
Estratégica en el Centro de Estudios Estratégicos de la Universidad de las Fuerzas Armadas del Ecuador
ESPE y docente de las Academias de Defensa Militar Conjunta, de Guerra del Ejército y Escuela Conjunta
de Inteligencia Militar ecuatorianas.
El reino de los commodities en la región andina.

La reflexión que se presenta en el marco de la Conferencia Internacional “Implementando


un nuevo paradigma en la era Post-COVID-19: Jurisprudencia de la Tierra y los Derechos
de la naturaleza en Latinoamérica” recoge algunos aspectos centrales de mi investigación
doctoral que intenta poner en discusión el concepto “fronteras” en sus aspectos culturales,
políticos, sociales y territoriales.

Las distintas perspectivas que se pondrán sobre la mesa a continuación se nutren de un


aparato teórico que permite pensar el espacio, no solo desde su acepción territorial sino
desde su sentido social, político y cultural y por tanto abonan en la exploración de las
definiciones del término “fronteras”. En efecto, parte de este análisis apuntará a la disputa
ontológica y filosófica de la tensa relación entre la naturaleza y el ser humano y pondrá
precisamente en discusión las “fronteras” entre ambos.

Nos centraremos en algunos aspectos relativos a las inquietudes planteadas en esta


Conferencia y que tienen que ver con el lugar de la naturaleza en el sistema de desarrollo
actual en América Latina y las graves contradicciones que sufre frente a fenómenos
agresivos que ponen en peligro no solo el medio ambiente sino la perpetuación de la vida
de muchas comunidades humanas.

En ese sentido, analizaremos lo que hoy algunos autores han denominado el


neoextractivismo o el consenso de los commodities (Svampa 2019, 25) como mecanismos
productivos en los que la naturaleza es el principal actor. Haremos una relación entre este
modo productivo con la categoría teórica de acumulación por desposesión acuñada por
el geógrafo británico David Harvey, que aborda la cuestión de la utilización del espacio
y de la naturaleza para fines de acumulación de capital en el contexto del sistema global
actual.

En un primer momento entonces, haremos un repaso de la teoría de Harvey,


contextualizando el concepto de acumulación por desposesión en el marco de la
instalación del sistema neoliberal en las últimas décadas del siglo XX, especialmente en
América Latina, y veremos cómo se inserta la lógica neoextractiva y el nuevo Consenso
denominado de los commodities, hasta la actualidad.
En un segundo momento, mostraremos el carácter sistémico del neoextractivismo
específicamente relativo a la explotación de recursos minerales, señalando cuáles son sus
principales consecuencias en términos políticos y sociales; territoriales y ambientales, y;
culturales y simbólicos, específicamente en la región andina de América del Sur para así
llegar a algunas consideraciones finales sobre los impactos a futuro a la hora de plantearse
alternativas de resistencia frente a ese modelo, para el cuidado del medio ambiente como
fuente de perpetuación de la vida humana.

La acumulación por desposesión: un mecanismo inherente al sistema


capitalista

Empezaremos entonces por preguntarnos ¿Cómo y por qué opera la acumulación por
desposesión?

Como antecedente para construir la categoría analítica de acumulación por desposesión,


el geógrafo y pensador británico David Harvey, describe cómo, desde la década de los 70
del siglo XX, empezó un nuevo proceso a escala global que reconfiguró la economía
mundial, llevando a una mayor transnacionalización de las empresas capitalistas y a la
mundialización de las relaciones capitalistas de producción, entre otros aspectos
relevantes (Harvey, 2007).

Para entender cómo funciona el proceso de acumulación por desposesión, Harvey hace
referencia al germen de su teoría en la categoría de “acumulación originaria” de Karl
Marx al que lleva a un análisis del escenario económico global actual.

En la teoría de Marx, la acumulación “originaria” o “primitiva” se refiere a los procesos


de imposición del modelo capitalista en la transición de las sociedades occidentales hacía
la industrialización durante el siglo XIX, que se construyó bajo mecanismos de despojo
de espacios geográficos, privatización de los medios y apropiación de la fuerza de trabajo,
o en palabras de Marx “proletarización”.

Harvey hace mención del papel desempeñado por los Estados liberales en la transición a
este modelo capitalista que describe Marx, en la que estos fueron a menudo los artífices
de la utilización de medidas drásticas “no solo para forzar la adopción de dispositivos
institucionales capitalistas, sino también para adquirir y privatizar determinados bienes
como cimiento original para la acumulación de capital” (Harvey, El Nuevo Imperialismo
2004, 82).
Así Harvey pone el acento sobre el rol fundamental del Estado con sus estructuras
institucionales y sobre todo sus “fuerzas policiales y el monopolio sobre los instrumentos
de violencia” (Harvey, El Nuevo Imperialismo 2004, 81) como condición fundamental
para garantizar la prosperidad y reproducción del capitalismo.

De esa definición de Marx, que describe el entorno del siglo XIX, Harvey rescata las
características centrales como: “la mercantilización y privatización de las tierras”, “la
expulsión por fuerza de las poblaciones campesinas”, “la supresión del acceso a bienes
comunales”, “la mercantilización de la fuerza de trabajo” (Harvey 2004) presentes en la
actual era del neoliberalismo, como punto de partida de su categoría de acumulación por
desposesión y plantea como una premisa adicional, el carácter inseparable entre las
nociones de espacio y de tiempo. En efecto, el capital, para sobrevivir requiere contemplar
esos dos elementos como interdependientes.

Así, por un lado, la continuidad del ciclo del capitalismo depende de su capacidad de
crear nuevas formas de perpetuarse y expandirse en el espacio geográfico. Por otro, como
característica inherente, el sistema neoliberal actual requiere, con la finalidad de obtener
mayores beneficios, acortar los tiempos y mover sus inversiones de la manera más rápida
posible.

Esas dos condiciones facilitadas hoy en día, por una parte, por los avances tecnológicos
y por otra, por las desregulaciones en el funcionamiento de los sistemas económicos,
muestran la estrecha y dialéctica relación entre el espacio y el tiempo y que “el capital
financiero siempre está buscando nuevas ventajas espaciales de la misma manera que lo
está haciendo con la temporalidad” (D. Harvey 2015, 67)

En esa medida, la acumulación por desposesión, a la vez que aprovecha las virtudes de
un sistema financiero que opera en segundos y sin interrupción, reorganiza también los
espacios de forma cada vez más apresurada, convirtiendo así sus formas de acción en más
voraces. Algunas prácticas como “el fraude”, “la especulación”, “los esquemas de Ponzi,
la destrucción estructurada de activos a través de la inflación, la liquidación de activos
mediante fusiones y adquisiciones (…) la desposesión de activos” son las estrategias y
modalidades más comunes dentro del actual sistema capitalista (D. Harvey, El
neoliberalismo como destrucción creativa 2019, 172).
La lógica del capitalismo en la era neoliberal agudiza constantemente, mediante la
dominación del espacio y del tiempo, la apropiación de más capital a través de la
liberalización del mercado, la reducción de las regulaciones estatales, la especulación
financiera, pero sobre todo utilizando la privatización de bienes y servicios públicos como
herramienta central para conquistar nuevos espacios geográficos.

Adicionalmente, otra característica esencial de esta nueva etapa de acumulación tiene que
ver con los rasgos particularmente violentos y corruptos que ha adoptado y que
prácticamente son inherentes a su éxito. Así, “la expropiación de poblaciones campesinas
o indígenas es otra forma de adquirir a precio muy bajo amplias extensiones de tierras,
cuyo control es indispensable para la puesta en marcha de –por ejemplo– megaproyectos
extractivos e industriales” (Sacher 2017, 93).

A medida que sucede esta acumulación de capital derivada de la productividad de los


bienes privatizados, nos dice Harvey, se va generando a la vez una sobreacumulación, es
decir un excedente de capital ocioso, que ya no encuentra oportunidades de inversión y
que se acompaña por un excedente de fuerza laboral, y por tanto la generación de
desempleo (Harvey 2004, 119).

Es ahí donde el capital requiere reforzar su control absoluto de las dimensiones espacial
y temporal ya que esta sobreacumulación requiere buscar de forma inmediata y antes de
verse afectada por las crisis que genera, nuevos nichos de inversión, en nuevos espacios
geográficos, aplicando en ellos nuevos procesos de privatización que permitan la
inyección de los capitales sobreacumulados en nuevos contextos deprimidos y proveerles
de un “uso rentable” (Harvey 2004, 119). Así el ciclo se reproduce y perpetua, dejando a
su paso los estragos del despojo.

Lo descrito es lo que David Harvey denomina la “solución espacio-temporal” a las


contradicciones internas de la acumulación de capital y a las crisis que generan. En efecto,
como lo explica detalladamente, si en “determinado territorio (…) se generan excedentes
de capital y de fuerza de trabajo que no pueden ser absorbidos internamente (…), entonces
deben trasladarse a otros lugares donde encuentren un terreno fresco para su realización
rentable, si no quiere que sean devaluados” (Harvey, El Nuevo Imperialismo 2004, 98).

El problema de esta solución señala, es que suele ser pasajera, pues el fenómeno de
sobreacumulación de capital tenderá a repetirse en los “nuevos espacios dinámicos de
acumulación de capital” que a su vez deberán buscar nuevas soluciones espacio
temporales para absorber esos excedentes “mediante sus propias expansiones
geográficas” (Harvey, El Nuevo Imperialismo 2004, 100).

Harvey advertía en su análisis del año 2004, sobre las posibles consecuencias de estos
procesos repetitivos. En un primer escenario un tanto conservador, planteaba que los
flujos de capital se reorientan de forma sistemática para mantener una cierta estabilidad
del sistema capitalista global, aunque los espacios geográficos locales donde se genera
esa sobreacumulación sufren algunas consecuencias como “desindustrialización” o
“desvaloraciones parciales”, como tal ha sido el caso en las décadas de los 80 y 90 del
siglo XX (Harvey, El Nuevo Imperialismo 2004, 100).

Desde una mirada prospectiva, el autor sin embargo ya avanzaba la hipótesis de que China
sería el territorio predilecto para absorber los excesos de capital en la primera etapa del
siglo XXI. No se había equivocado, pues como lo vaticinó, China se convirtió en un actor
central en la absorción de capital iniciando enormes inversiones en las primeras décadas
de los 2000, como lo veremos en el caso particular de sus ingentes inversiones en mega
proyectos mineros en América del Sur.

Este nuevo momento para China es marcado por un nuevo lema Zou Chuqu, es decir
“volverse global” en el cual, el gigante asiático emprendió grandes inversiones a través
del mundo. Solo en América Latina, la inversión extranjera directa por parte de China
alcanzó el 11% de un total de 209 000 millones de dólares, entre 2005 y 2015 (Sacher
2017, 85).

Sin embargo, Harvey también preveía en este escenario que esta nueva configuración de
las hegemonías mundiales podía llevar a una “exacerbación de las competencias
internacionales, con múltiples centros dinámicos de acumulación de capital enfrentados
en la escena mundial, buscando cada uno de ellos su propia solución a los importantes
problemas de sobreacumulación” (Harvey, El Nuevo Imperialismo 2004, 102-103).

Dentro de esa previsión, mucho más pesimista, incluía “serias crisis de devaluación
localizada”, “pugnas entre Estados en forma de guerras comerciales y monetaria, con el
peligro siempre al acecho de confrontaciones militares” (Harvey, El Nuevo Imperialismo
2004, 103). Los hechos no lo dejaron mentir, y cada día a la luz de los acontecimientos
mundiales2, podemos notar la importancia de la conquista de territorios por parte de las
hegemonías que buscan reubicar constantemente sus capitales, a cualquier costo.

En este contexto, volvamos entonces a enfocarnos en cómo el proceso de acumulación


por desposesión opera en América Latina, antes de situarnos específicamente en sus
impactos específicos en la región andina de América del Sur.

Tal como lo hemos expuesto anteriormente, y dicho de forma muy simple, ha quedado
patente que para que se inicie un proceso de acumulación por desposesión es porque
existe una sobreacumulación de capital, es decir un excedente de capital en algún lugar,
y que requiere ser invertido en otro, para no devaluarse.

Emulando el agresivo proceso de industrialización en occidente en el siglo XIX, a partir


de la década de los años 70 del siglo XX, en América Latina, sucedieron importantes
transformaciones que se materializaron en los años 80 y 90 con la instalación más
evidente del llamado proyecto neoliberal que requirió de medidas muy similares a las de
la acumulación originaria del siglo XIX planteada por Marx.

Este programa económico que pretendía impulsar una ola de desarrollo se puso en marcha
alrededor del llamado Consenso de Washington cuya política, impulsada por el
economista estadounidense John Williamson, buscaba estabilizar a los países en crisis,
liberalizando su economía, incrementando la inversión de empresas transnacionales,
reduciendo a la vez el tamaño de sus aparatos estatales a través de agresivas olas de
privatización de bienes y medios públicos o comunitarios.

Estas medidas económicas agresivas eran acompañadas de la posibilidad de


endeudamiento de los países con el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional
y la entrada de capitales extranjeros para la reactivación de la economía. Todo esto
respaldado por una arquitectura legal minuciosamente diseñada para legitimar
institucionalmente esta estructura económica y financiera.

Así, grandes extensiones de territorios agrícolas quedaron en manos de pocos


propietarios, los recursos naturales renovables como no renovables tales la madera, el

2Nos referimos entre otras cosas a la guerra comercial desatada entre Estados Unidos y China en el año
2018 bajo la presidencia de Donald Trump en la que impuso altos aranceles a las importaciones chinas
argumentando prácticas desleales de comercio por parte de China.
petróleo y los metales pasaron a grandes concesiones con capitales extranjeros, y los
recursos vitales como el agua dejaron de ser administrados por colectivos comunitarios.

Este escenario de la década de los 70, quizás propicio o como lo interpreta Harvey,
propiciado por las potencias hegemónicas detentoras del capital, confirma que la
privatización de los medios públicos y el despojo de vastos espacios geográficos “ha
abierto igualmente vastas áreas en las que puede introducirse el capital sobreacumulado”
(Harvey 2004, 119) y así la desposesión y desmantelamiento de los servicios del Estado
se presentaron como condiciones sine qua non para que opere la acumulación por
desposesión.

Estos procesos de privatización y las consecuencias sociales y económicas que los


acompañaron en América Latina llevaron en los años 2000 a una nueva etapa del modelo
neoliberal, y que según algunos autores como Thwaites Rey y Castillo en su texto
“Desarrollo, dependencia y Estado en el debate latinoamericano” (2008) han denominado
como posneoliberal.

Entre las características principales de este nuevo momento, el proceso de acumulación


por desposesión se propagó a más gran velocidad por el carácter aún más transnacional
que adquirió el capita,l gracias al mayor control de las dimensiones espacio temporales
como lo señalamos anteriormente.

En esta nueva etapa, se generó entonces una aún más férrea dependencia de los llamados
commodities, es decir de los productos primarios que no presentan ningún valor agregado
como son las materias primas naturales como el petróleo o los recursos mineros, así como
los productos agrícolas, que son utilizados en gran medida para la exportación (Svampa
2019) (Rey y Castillo 2008).

En efecto, la inversión de capitales para la explotación de estas materias primas es


inmediata ya que cuenta en América Latina con muchas condiciones favorables para su
ejecución tales como: infraestructura y mano de obra adecuada; un marco legal laxo con
pocas exigencias de cumplimiento de estándares medioambientales ya que “los códigos
mineros impulsados por el Banco Mundial y promulgados en todo el sur geopolítico en
los años ochenta y noventa proporcionaron un marco legal hecho a medida para el capital
transnacional minero” (Sacher 2017, 94), y; además, complicidad de las clases políticas
y económicas locales para facilitarlas.
En efecto, esta modalidad, denominada Consenso de los Commodities por autores como
Maristela Svampa, haciendo un guiño al Consenso de Washington antes descrito, por sus
similares características en las disposiciones y medidas que impulsa, logra, durante las
primeras décadas del siglo XXI la adhesión de los Estados nacionales, ya que, gracias a
las rentas generadas por la exportación de los recursos naturales, permite a los Estados
sostener una aparente inversión pública, funcional a los intereses electorales inmediatos.

En la región andina en particular, sobresale la importante inversión en concesiones


mineras por parte de capitales de transnacionales provenientes de Canadá, Estados Unidos
y en las últimas décadas, de China (Sacher, 2014). En efecto, la explotación minera genera
altas ganancias a la vez que implica acaparamientos de territorios muy extensos, así como
el uso de recursos hídricos importantes.

El neoextractivismo y su voracidad

La desposesión de territorios, en aras de la expansión del capital y de las fronteras


extractivas, no contempla los arraigos culturales, vitales y simbólicos de los pueblos que
allí habitan y, en consecuencia, genera conflictos. Es en esa tensión que se ubica nuestra
preocupación analítica y, de acuerdo a la teoría de Harvey antes presentada, es menester
poner de relieve la ecuación entre la acumulación del capital, el despojo de los territorios
a poblaciones vulnerables, la depredación de la naturaleza, los procesos de desarrollo
social y geográfico desiguales además de la violencia sistémica que se genera.

En la región andina particularmente, en distintos periodos, se han instalado en los últimos


15 años las empresas de explotación minera a gran escala, especialmente de capitales
chinos (Lapierre 2018) que han generado importantes conflictos entre empresas privadas,
Estado y comunidades locales por la vulneración de sus derechos colectivos.

Como hemos visto, el rol de los Estados en la organización del espacio está mediada por
intereses de orden económico. Así los corredores estratégicos de comercio y flujos de
mercados legales, muchas veces transnacionales, se acompañan de despojos de territorios
en forma violenta. Harvey recuerda que el Estado “interventor” superó al estado
“facilitador” de la teoría liberal. Así, no solamente el Estado facilita la entrega de
territorios a grandes concesiones privadas, sino que pone a disposición su aparato de
violencia legítima del Estado y se convierte en un instrumento funcional a la consecución
de los objetivos trazados por las empresas.
La problemática de la minería en el área andina en la dos últimas décadas ilustra bastante
bien lo antes descrito. En efecto, según el Observatorio de Conflictos Mineros que
investiga y registra todos los casos alrededor de esta problemática en toda América
Latina, podemos ubicar que solo en la región Andina se han verificado 133 concesiones
mineras3 en lo que se generan conflictos sociales y ambientales activos, de los 268
proyectos que están en marcha actualmente (Mapas Conflictos Mineros 2007). En la
mayoría de estos conflictos se involucran comunidades que resisten frente a los proyectos
mineros a gran escala por las graves afectaciones a las que ha sido sometidos.

Independientemente de los credos ideológicos de los mandatarios en las últimas décadas


y la entrada de la región en esta lógica posneoliberal, podemos advertir que la mayoría de
entre ellos han sido funcionales a los dictámenes de la era de los commodities. Como lo
señala Maristela Svampa, en Colombia se puso en marcha la “locomotora energético-
minera” de Juan Manuel Santos (Plan Nacional del Desarrollo, 2010-2014); en Bolivia
“gran salto industrial” (2010) a la Agenda Patriótica de 2025 (2015), entre otros (Svampa
2019, 69).

A continuación, haremos un recuento de las principales consecuencias y efectos de la


práctica neoextractiva en la región andina que no se pretende exhaustivo ya que las vastas
consecuencias, que en muchos casos ya han sido bastante documentadas son mucho más
desgarradoras y requieren de escritos más extensos para ser concebidas en toda su
dimensión.

En todo caso, lo que pretendemos es describir los rasgos comunes a todos los países que
conforman los Andes sin entrar en el detalle de sus especificidades particulares. Lo que
nos interesa particularmente es demostrar el carácter sistémico de este fenómeno y como
éste se circunscribe claramente en el engranaje de la categoría teórica de acumulación
por desposesión que hemos presentado. Si bien hemos separado estos efectos desde
distintas características, veremos cómo estas consecuencias están íntimamente
entrelazadas y configuran una amenaza integral.

3 Según la misma fuente, el detalle de estos casos de proyectos mineros que están actualmente en
conflicto es: 49 en Chile de un total de 112 proyectos, 10 en Bolivia de un total de 13 proyectos, 46 en
Perú de 86 proyectos, la totalidad de los 9 proyectos que están hoy en marcha en Ecuador, y 19 de los 48
proyectos que están iniciados en Colombia (Mapas Conflictos Mineros 2007).
Consecuencias medio ambientales y territoriales

Una de las modalidades extensivamente adoptadas en las etapa neo y pos neoliberales,
cuando se invierte en explotación minera para suplir al problema de sobreacumulación de
capital aprovechando marcos legales, “la corrupción de las clases políticas o señores de
la guerra nacionales y locales”, es la adquisición de activos mineros a precios muy bajos
“en forma de millones de hectáreas de concesiones, títulos de propiedad, o instalaciones
industriales existentes” (Sacher 2017, 196), o los llamados acaparamientos de territorio
que se configuran como una forma de cercamientos de territorios.

Estas zonas, que son concesionadas por parte de los Estados a empresas privadas, forman
territorios delimitados cuyo uso privilegiado es entregado a las empresas explotadoras,
implicando tanto despojo de tierras como “también de recursos como las aguas de
superficie y subterráneas” (Sacher 2017, 195).

Esta figura de plano entra en una clara contradicción con las nociones unitarias y de
soberanía que frecuentemente están recogidas en los instrumentos constitucionales de
todos los Estados liberales.

Esta contradicción en el tratamiento del discurso territorial por parte de los Estados es
aún más cuestionable cuando están en juego recursos estratégicos de los países como el
agua que se reconoce como un bien de uso vital. El agua es en efecto uno de los elementos
más utilizados para la minería a gran escala y “l
procesos de concesión y puesta en marcha de proyectos mineros. Estas masacres son
además reforzadas por parte de los entes estatales que pregonan un discurso y una práctica
de criminalización de la protesta social, apelando a menudo a los instrumentos penales
para acallar y aplacar las iniciativas de resistencia y denuncia de los procesos de
concesiones mineras.

La violencia también se ejecuta mediante lo que ciertos autores llaman la expansión de


las fronteras criminales, protagonizadas por estructuras paramilitares armadas que, al
disputarse los territorios con las grandes empresas “legales”, para dedicarse a las mismas
actividades extractivas o para utilizar esos corredores para otros negocios como el
narcotráfico o el tráfico de personas, propagan sus redes amenazando, explotando y
desplazando a las poblaciones y afectando al medio ambiente.

Como lo señala Svampa y que entra en íntima consonancia con las prácticas neoliberales
de mercantilización, no solo de la naturaleza sino también de los cuerpos de los seres
humanos, “la masculinización de los territorios y reforzamiento del patriarcado” son otras
de las consecuencias directas, pues la fuerte presencia de población masculina ligada al
trabajo de estos mega proyectos, va de la mano con el incremento de prostitución y trata
de personas (Svampa 2019, 77).

En suma de lo anterior, y como efecto profundo en el aspecto social “una de las


consecuencias es la acentuación de los estereotipos de la división sexual del trabajo que
agrava las desigualdades de género, produce el rompimiento del tejido comunitario, al
tiempo que potencia cadenas de violencia preexistentes” (Svampa 2019, 78)

Consecuencias culturales y simbólicas

Los mecanismos adoptados por las empresas extractivas de minerales, con la consiguiente
complicidad del Estado y de sus fuerzas legítimas en aras de mantener y perpetuar la
acumulación del capital y el modelo neoliberal, han sido por decir lo menos violentos y
descarnados. Las consecuencias que hemos enumerado hasta ahora, y que no dan cuenta
de la extrema magnitud de lo que en realidad ocurre en los territorios, afecta de forma
profunda las formas de vida de comunidades enteras.

El despojo forzado y sistemático causa un desarraigo de poblaciones de sus territorios


vitales, así como efectos más silenciosos y profundos de división del tejido comunitario
y de los mecanismos de solidaridad. En efecto, en muchas de las cosmovisiones de los
pueblos ancestrales, la concepción de la territorialidad y la relación con el entorno en el
que viven, determinan sus relaciones sociales.

Sin afán de caer en generalizaciones, pues sería un grave error argumentativo, sin
embargo, en función del mapeo general de la región andina que ha permitido demostrar
el carácter sistemático de los atropellos vividos por muchas comunidades y la
conflictividad a la que lleva con la presencia de mega proyectos de explotación minera,
sí se ha podido determinar un patrón de conducta por parte de empresas concesionadas y
Estados, que responden a la lógica la acumulación por desposesión que hemos
desarrollado a lo largo de este trabajo.

En este sentido, la concepción cultural relacionada al espacio, la territorialidad y la


tenencia de la tierra si hace una importante diferencia a la hora de reivindicar derechos y
de reclamar afectaciones. Es indudable que de por si, el desplazamiento de poblaciones
como fruto del despojo de sus territorios vitales tiene profundos impactos, sobre todo por
las formas violentas en que suceden y las escasas o nulas compensaciones que reciben a
cambio de los desalojos.

Pero estos desarraigos territoriales toman dimensiones aún más intensas cuando “el
territorio o paisaje en el que han habitado no era percibido como un elemento estático, ni
explotable legítimamente, pues su daño también implicaba la ruptura del equilibrio que
garantiza la vida social en todos los niveles, también en el espiritual” (Vásquez, Leifse y
Delgado 2017), como es muchas veces el caso.

El conflicto reside entonces también en una diferenciación profunda en la concepción del


uso del espacio, por un lado de las empresas capitalistas que como lo hemos visto a lo
largo de esta reflexión a partir de la categoría de acumulación por desposesión, equivale
a la perpetuación del sistema capitalista por la conquista sistemática de nuevos espacios
geográficos de expansión, y por otro lado, de la visión de las comunidades en cuyos
territorios opera muchas veces el neoextractivismo y que guardan con ese espacio una
relación de reproducción de su cultura y modo de vida.
Estas dos visiones contrapuestas llevan a una escalada cada vez mayor de conflictividad,
pero además, dan cuenta de la importante brecha que se va ahondando entre una
explotación de la naturaleza cada vez más voraz y a largo plazo insostenible frente a
intentos de resistencia, que sufren la condena práctica y simbólica de la empresa
capitalista así como del Estado neoliberal.

Consideraciones finales.

El rápido recorrido hecho a través de la problemática del neoextractivismo ligado a la


minería a gran escala en la región andina de América del Sur no es más que una muy
pequeña fotografía de un fenómeno que se aplica a muchos más tipos de extractivismos
y en geografías más amplias, no solamente en el continente americano, sino en muchas
latitudes en el mundo.

La acumulación por desposesión, como categoría analítica para entender de manera más
profunda la causa de estos nuevos ciclos de inversiones y decisiones geoestratégicas de
las potencias hegemónicas, nos dan herramientas importantes para diseñar escenarios
prospectivos y advertir, a la manera de Harvey, cuáles pueden ser los siguientes
movimientos del sistema capitalista global en el espacio geográfico.

Lo cierto es que la reproducción sin fin de estos ciclos de desposesión deja a su paso una
tragedia ambiental y humana cuyos estragos no se sobreponen a la velocidad que lo
requiere el capital. Algunos de los efectos se tornan irreversibles y llevan a la humanidad
hacía un camino sin retorno lleno de muerte y desolación.

Los caminos de resistencia de colectivos que proponen alternativas de producción y de


modos de vida distintos a este modelo depredador de acumulación, se configuran como
una única esperanza de freno hacía una debacle anunciada.

Por tanto, cuando hablamos de una transición civilizatoria hacía una llamada “ecológica”
no podemos dejar de analizar los procesos de resistencia al neoextractivismo, que
proponen una alternativa al desarrollo voraz que implica la acumulación por desposesión
que en gran medida solo atrae más miseria, mas destrucción y mas desigualdad por medio
de la violencia.
Bibliografía

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