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Gustavo A. Madero.
www.yopublico.mx
ISBN: 978-607-97686-1-4
Hecho en México
predominando en su lugar
la maldad y el orgullo,
Mi Espíritu se manifiesta
Una rotunda oscuridad era el cielo, una vasta extensión sin límite ni
expresión. la luna se mantenía ausente del horizonte. Nada era
distinguible en esta ambigua atmósfera. Desdibujada yacía una
ciudad lúgubre, olvidada por la historia. Miles de seres amorfos con
alas de murciélago volaban entre rascacielos perfectos cubiertos de
un material mineral rotundamente negro; coronando las
construcciones aparecían unas agujas largas hasta el infinito. Ahí
tenía lugar una extraña reunión.
“No te rindas, sigue adelante”, sugirió una voz dulce y familiar. Giré
mi cabeza para dar con el origen de esas palabras alentadoras, pero
la oscuridad era total. “No desesperes”, continuó. La sangre recorría
mi torrente sanguíneo a una velocidad inusitada. Levanté las manos
y a duras penas pude observarlas en medio de las tinieblas. De
pronto, un halo carmesí iluminó las palmas de mis manos. Poco a
poco todo mi cuerpo emanó el mismo tono de luz. El calor que
desprendía mi cuerpo era tal, que el frío que me había atormentado
instantes atrás desapareció por completo. La luz que emitía mi
contorno era tan poderosa, que pude contemplar todo mi alrededor.
Era una lámpara con pulso.
Todo aquello era increíble. Nunca antes había sido testigo de una
historia similar, pero mi asombro se multiplicó al descifrar el tiempo
que había transcurrido desde aquella batalla: “Esto ocurrió a
mediados del tercer Sol”, es decir, si cada Sol duraba un
aproximado de cinco mil años, esto había ocurrido hacía doce o
trece mil años; mucho antes de que surgieran las primeras
civilizaciones.
“Sigue adelante”, escuché que decía una vez más aquella hermosa
voz. Su timbre melodioso me inyectó ánimo para continuar mi
camino. Caminé durante unos cuantos minutos. La caverna se hacía
cada vez más estrecha; había enormes estalactitas que dificultaban
mi paso. Comencé a vislumbrar una luz azul al final de mi recorrido.
Corrí hacia ella; me urgía salir de ese lugar. Al llegar al origen de
esa luz quedé decepcionado y mortificado: no era el final de mi
sendero sino el inicio. Me encontraba de pie, a la entrada del
Inframundo. Por un momento pensé que la tierra no era muy distinta
a ese averno.
2
Un día como cualquiera
—¿Por qué siempre sueño con lo que leo? —bufó—, mejor hubiera
hojeado una Playboy.
—¿Ya ves? ¡Qué suerte la tuya de tener una hermana como yo!
Citlalli notó que Gael estaba con la guardia baja y le plantó un beso
en la mejilla.
—¿Tan temprano?
—¡¡¡No!!!
—¿Y cómo es que ahora eres tan valiente? Hasta te has ido a leer a
los cementerios de noche. ¿Qué soñabas?
Ella me explicó que las pesadillas son producto de los traumas que
sufrimos durante el día. Yo le temo a la oscuridad, a los payasos y a
todo lo relacionado con la religión; por eso ese sueño ha sido de
lejos el peor de todos. Fue como si todos mis temores se fusionaran.
Mamá me pidió que afrontara mis miedos, y para eso me dio esto,
mira.
—Me dijo que me pusiera este anillo si llegaba a sentir miedo, que
me iba a proteger de todos los monstruos. Siempre que me lo pongo
me siento más seguro, intocable, incluso, poderoso.
Un fino hilo escarlata tiñe los corales que rodean la isla de San Juan
de Ulúa, recinto que alberga cientos de leyendas, y donde
ocurrieron feroces batallas que se libraron para defender al puerto
de invasores. La sangre brotaba del cuello degollado de un guardia
que yacía inerte. Los rayos perlados de la luna iluminaron el Ollin
que decoraba la máscara, detrás de ella unos ojos azules se
asomaban como llamaradas queriendo escapar de la profundidad.
El sujeto de la máscara limpió la sangre de la daga con una franela
que pertenecía al sacrificado; la tiró y con la sangre dibujó sobre el
suelo un gran círculo cabalístico. Dentro de éste trazó otro
concéntrico. Escribió la palabra “Paimon” en el espacio que
separaba ambas circunferencias, dentro del círculo más pequeño,
plasmó unos extraños dibujos. Colocó una vela negra justo en el
centro. Se recargó en la barda que daba en dirección al mar para
contemplar el puerto dormido de Veracruz. Observó con desdén a
las pocas personas que caminaban a lo largo del malecón, “gente
insignificante”, pensó.
Gael sonrió y sacó el libro que había leído el día anterior: Las venas
abiertas de América Latina. A Carlos le llamó mucho la atención el
título.
Hola bobo, hay que vernos mañana, no? Tengo mucho que
contarte. Este viaje me cambió la vida... besitos :)))
—¡Oye! Hay que salir con varias antes de saber cuál es la indicada.
—Hola, Sebastián. ¿No ibas al rancho con tus papás este fin?
—Sí, primo.
—¿Qué ven?
—Mejor hay que apagar la tele, no hay nada bueno —dijo Surem.
La divina comedia
—Gael, es menester que sigas otra ruta si quieres irte de este lugar
salvaje. Angélica me ha enviado a guiarte. Ella te espera al final de
este recorrido —me aseguró con una sonrisa amable.
—Por lo que, por tu bien, pienso y decido que vengas tras de mí.
Seré tu guía, he de llevarte por un lugar eterno donde oirás el aullar
desesperado, verás dolientes a las antiguas sombras, gritando todas
por la segunda muerte…
Sólo pude responderle, “¿Por qué yo? ¿Por qué debo ir?” El
maestro respondió que eso no lo sabía pero que al final del viaje lo
entendería.
Espíritus elementales
Se sintió intrigado por lo que leía sobre Adán. Gael era escéptico a
las enseñanzas de la Biblia, pensaba que debían entenderse en su
sentido metafórico y no literal como, creía, hacen los fanáticos.
Estaba muy intrigado pero su teléfono móvil vibró: un nuevo
mensaje de Yamileth. Le confirmó que pasaría por él para salir a
pasear. Consultó la hora para darse cuenta de que eran las 14:10.
Saltó de la cama, se pasó los dedos por el cabello y bajó por las
escaleras con la esperanza de que Yamileth no fuera tan puntual.
Yamileth estaba perdida en las palabras que salían con gran fluidez
de sus labios temblorosos. Estudiaba las expresiones de sus ojos
cada vez que alzaba ligeramente la voz para enfatizar alguna idea
importante.
—¿Sabías que las estrellas que vemos en el cielo no son más que
un reflejo de lo que fueron hace millones de años? La distancia que
existe entre esas estrellas y nosotros es inmensa, y la luz que
reflejan y vemos, es la luz que viajó hace millones de años.
—¡Qué interesante!
—Para mí sí.
—¿Qué pasó?
—¿Cuál pendiente?
—¿Despertando?
De pronto sentí como si todos los ríos del mundo corrieran por mis
venas. Planté mis suelas firmemente sobre la tierra para enfrentarlo
con la cabeza en alto, para ver directamente esas esferas de
magma. El minotauro volvió a la carga con toda su fuerza. No cedí
ni un solo centímetro. Esperé el momento oportuno, me agaché y
salí disparado como un relámpago para incrustar mi puño derecho
en su mandíbula. Sentí en mis nudillos cómo su cuello se dislocaba.
Antes de que lograra incorporarse del todo, Bruce lo sujetó de un
cuerno y lo lanzó al aire; en ese instante corrí hacia Lee, quien me
ofrecía sus manos entrelazadas a modo de trampolín. Las pisé para
impulsarme y alcanzar
—¿Qué sucede?
—¿Y cómo les fue ayer, Yam? Es que Gael no nos cuenta nada.
—¿Sí se dan cuenta que aquí sigo? —preguntó Gael con disgusto.
—Yam, yo…
—Lo sé, Yam, tienes razón. No sabes cuánto temía que me llegara
un mensaje tuyo diciéndome que te quedarías en Nueva York.
Después de todo, quién dejaría esa ciudad por el puerto de
Veracruz.
—Con que por eso se estaban tardando —dijo Surem con una
sonrisa satisfecha.
Mantra
Los mantras son recursos para proteger a nuestra mente contra
los ciclos improductivos de pensamiento y acción. Aparte de
sus aspectos vibracionales benéficos, los mantras sirven para
enfocar y sosegar la mente. Al concentrarse en la repetición del
sonido, todos los demás pensamientos se desvanecen poco a
poco hasta que la mente queda clara y tranquila. Los mantras
pertenecen pues al domino de lo sagrado, constituyen el
lenguaje divino, y su eficacia es perfecta, “siempre y cuando
sean pronunciados correctamente”.
—Primo, ¿te acuerdas que una vez me preguntaste cómo crear una
piedra filosofal? Mira lo que encontré en Google.
—Encerrado.
—¿Estoy soñando?
—Qué gracioso eres. ¿Qué les hace pensar que son libres…?
—Si mi esencia real entra en contacto con los humanos, sus almas
se quemarían, y yo realmente aprecio a los humanos. Me parezco a
ustedes.
—Si Dios creó a los ángeles, ¿por qué habría de crear uno más
hermoso que él?
—No nos cuesta nada hacerlo. ¿Acaso crees que Dios no tiene el
poder de hacer eso? Es un trato que hago contigo: la humanidad
podrá vivir en plenitud si nosotros estamos al mando. Sus tormentos
no nos causan placer, tan sólo somos guardianes de su sufrimiento.
El verdadero sufrimiento es dictado de Dios, ése al que tanto
adoran.
—No puedo…
—No se ve. Pero supongo que así es ser adolescente, deben ser
tus hormonas.
—Muy bien, veamos con qué nos sales —le indicó a Gael que
pasara al frente, le dio unos plumones y el borrador, se sentó en su
escritorio y le cedió el control de la clase.
—Espero que esto cuente como puntos extras.
Se impuso el silencio.
—concluyó entusiasmado.
no dependa de mediadores.
—Nada nuevo bajo el sol. Otra pregunta: ¿ya tienes en tus manos el
anillo de Salomón?
Los extraños seres tenían forma humanoide y una tez del color de la
amapola. Sus cuerpos estaban cubiertos por cicatrices. Se le
quedaron viendo a Gael. Los monstruos salieron a su encuentro
como bestias salvajes y haciendo gala de sus garras. Gael cubrió su
rostro con los brazos y cerró los ojos, preparándose para su
inminente final.
6
Dagon
—Gael, y ¿tú?
—¿Tú tienes el Ars Paulina? —por primera vez, Gael pudo notar
una expresión de asombro en el impávido semblante del elemental
—. Quiero verlo.
Gael vio a Dagon con cierto recelo. Más que una petición, parecía
una orden. Sintió un poco de temor. Le inquietó la idea de que su
cuerpo fuera absorbido por ese portal misterioso.
—No tienes nada que temer. Cruza, necesito ver ese libro.
—Lo sé, investigué un poco. Por lo que pude averiguar era el libro
del rey Salomón. Bueno, supongo que esta es una copia.
—Son siete, y si uno de ellos tiene interés en ti, eso significa que te
quieren como mediador.
—Es todo lo que te define y lo que une tu ser con todos los
universos; es tu poder absoluto.
—Imagino que los seres que nos atacaron también eran demonios,
aunque no se parecen en nada a los ángeles caídos.
Gael vio que Dagon estaba aún ahí, pero notó que su primo no lo
veía, se calmó y dijo lo primero que se le vino a la mente.
—Descuida, Sebas, sólo es una invocación satánica. Compré esto
en una librería y quería ver si funcionaba.
—¿Dónde lo compraste?
Gael rio y le dijo a su primo que tenía razón, que ya estaba cayendo
bajo. Sebastián miró las velas, preguntándose, si realmente Gael
estaba perdiendo la cordura.
Gael bajó por las velas que había dejado en la sala. Sebastián, al
ver que las tomaba, le comentó que no volviera a invocar al diablo.
Gael sonrió.
—No primo, esta vez será a un duende —Sebastián rio y Gael le dio
las buenas noches mientras subía.
—Necesito concentrarme.
—Si, todos están con bien, sólo Torfi tuvo unos problemas con un
demonio, pero logró superarlo.
—¿Torfi?
—¿Paimon?
—A puntos clave dentro del continente. Los mandé por unos objetos
que ocultamos en este plano terrenal hace milenios.
—Los únicos que saben la localización exacta de las armas son los
reyes elementales. No hay otra alternativa.
Una vez que terminó la oración, los objetos que estaban en el piso
brillaron intensamente para elevarse y fundirse lentamente con el
cuchillo que tenía Gael en la mano. El filo desprendió una llamarada
rojiza que a los pocos segundos cobró un tono más profundo e
intenso. Los ojos de Gael no podían despegarse del espectáculo de
luces. Sus muñecas se vencieron con el peso que iba adquiriendo el
cuchillo cuya hoja plateada se alargó para alcanzar un metro de
longitud, la empuñadura formaba una cruz creada con un extraño
mineral que reflejaba un constante y tenue color carmesí. Dagon se
acercó a la espada y con sus garras dibujó la estrella de David en el
mango. El trazo quedó grabado como un tatuaje de fuego.
—¡Perfecto!
—¿Esto es Galaqui?
—¿Eso quiere decir que es el árbol del jardín del Edén? ¿Cómo
llegó aquí? ¿Por qué lo plantaron en este lugar?
—Ya veo. Por cierto, tengo una duda, ¿qué tan antiguo es el Jardín
del Edén? Según algunos escritos sagrados sólo tiene miles de
años, pero me parece ilógico.
El chico cerró los ojos e hizo memoria. El primer recuerdo que salió
a flote fue una viñeta de su infancia, cuando pasó la noche en la
playa junto con sus primos Angélica y Sebastián. Estaban sentados
alrededor de una fogata cuando una ráfaga de viento acercó las
llamas a su rostro. Cuando abrió los ojos vio que su mano estaba
envuelta en llamas...
—¡Increíble! —alzó su puño y lo giró lentamente frente a los ojos:
parecía un pedazo de hierro incandescente.
—Al igual que yo, la esencia del fuego ahora forma parte de ti.
Lograrás su dominio cuando conozcas y respetes a la naturaleza.
—¿Dónde estoy?
—Te encuentras en el Palacio Principal donde tienen apresado al
djinn del fuego. ¿Ves una puerta cerca de ti?
—Ya la encontré.
—Dagon, acabo de ver a un demonio sin ojos y más pálido que una
beluga. ¿Qué clase de demonio es ése?
—Descríbelos.
—¿Alas rojas?
—¿Quién es?
Gael giró la cabeza para avistar una legión de bestias infernales que
entraban por la puerta.
—¿Quién lo ha hecho?
—Se los llevaron de aquí. Abigor sabía que venías. Quiere tu anillo.
—Ahora más que nunca debo ir por el arma sagrada. Juro por mi
esencia que nunca me atraparán.
—¿Dónde está?
—¡Alto!
—No creo en otro destino que no sea el que se forja uno mismo
todos los días.
—Eres lindo pero muy ingenuo. Tu convicción combina bien con tus
ojos. Me resulta atractiva, pero toma en cuenta que sin importar
cuánto te resistas, al final te nos unirás —Abigor agitó sus alas
sutilmente—. Sólo es cuestión de tiempo.
—Eso está por verse —el chico levantó su espada para apuntarla
hacia el rostro del demonio jerarca.
—Es inútil, Gael. Debo advertirte, aunque sea por cortesía, que
nunca serás un rival digno para enfrentarme.
—No. Lo vamos a necesitar para que nos guíe al arma sagrada del
agua.
—Pues lo logré.
—Ah, ya veo.
—¿Cuál es?
—¿Por qué omitiste esa parte del plan? —le replicó Gael a Dagon
—. La comunicación es una pieza fundamental para el
funcionamiento de toda relación.
—Dimensiones, primo.
—Sólo una parte —el elemental de fuego sacó el lienzo que había
escondido en una de sus escamas—. El djinn me dijo que tú podrías
descifrar este mensaje:
—No lo sé.
—Sí.
—¿Fácil?
E A O S R N I D L C T U M P B G V Y Q H F Z J Ñ X W K.
—Bien, ahora denme unos minutos, debo contar todos los símbolos.
Les recomiendo que mejor se vayan a sentar un rato en la sala —
Gael se concentró y empezó la laboriosa tarea.
—No era necesario, sólo tuve que contar las que se repetían con
mayor frecuencia y fueron éstas —Gael les enseñó una hoja de
papel en la que había escrito el orden de los símbolos.
—Para mí no, ahora gracias a los artículos gramaticales que son: el,
los, del, la, etcétera; puedo empezar a descifrar esto, por ejemplo —
Gael escribió en la laptop.
Á
EL DESTINO DEL PARAISO ESTÁ EN SUS MANOS Y
RECUERDA QUE, SI EL CIELO CAE, CAERÁ ENCIMA DE
NOSOTROS.
—¿Pasa algo?
—Se supone que los djinnes son exiliados para que no puedan
revelar la localización de las armas sagradas.
—¿De Dios?
—Voy a impedirlo.
—Me dijo que tenía algo que hacer y te dejó esto —le entregó el
anillo de Salomón.
—¿Por qué me lo dejó? —tomó el anillo y se lo guardó en uno de
los pequeños bolsillos de su pantalón.
—No lo sé, sólo me dijo que lo protejas con tu vida —le señaló el
libro—. ¿De dónde lo sacaste?
—No creo en eso del destino, excepto en ese que forjamos por
voluntad propia. El mío todavía no está bien definido. Lo que sí sé,
es que tenemos que salir a cenar. Muero de hambre.
—¡Uy! Los dejamos en casa, ¡es que dicen que por aquí roban
mucho! —expresó Gael en tono burlón, sin perder la calma, a
diferencia de Sebastián, que se encontraba nervioso.
—Ese reloj se ve bueno —sujetaron a Sebastián para quitárselo.
—Nada, ¿por?
—Es que tienes las pupilas rojas —le agradeció mucho a Gael por lo
que había hecho, le dio un beso en la mejilla, y le recomendó que se
checara esos ojos, que quizá los tenía infectados, él sólo rio y dijo
que tomaría su consejo.
—¿Dónde estamos?
—En Ollantaytambo.
—Entonces por eso los palacios de Kadnami son como los nuestros
o viceversa.
—Sí, viceversa.
Gael comprendió.
Gael se estremeció.
—Sí, la misma.
—Nadga, ¡despierta!
—Tú nos has estado rastreando —pronunció Dagon con cierta furia.
—¿Quién eres?
—Eres ágil —se tronó el cuello—. Me alegra. Todo sea por la sana
diversión.
Gael usó todas sus fuerzas e intentó empujar al chico, éste dio un
gran salto hacia atrás, hasta aterrizar en unas rocas, quedando a
una altura considerable.
—¿Cómo?
—Acabar con los aliados a los que ama Gael —el Enmascarado
sonó eufórico—. Hacer que se arrepienta por no haber aceptado
nuestra propuesta, que sienta dolor, desesperación y furia. Yo sé
dónde está su talón de Aquiles.
Segunda parte
Catarsis
él un monstruo.
Friedrich Nietzsche
10
Daño colateral
Gael asintió con las últimas fuerzas que le quedaban. Dagon colocó
su hocico a unos centímetros de la herida, inhaló y exhaló un poco
de fuego que atravesó el hombro de su compañero de armas. Por el
intenso dolor el chico cayó desmayado sobre los brazos de
Yamileth. La chica lo abrazó con todas sus fuerzas.
Gael se quedó pensativo, se dio cuenta que lo que vivía era real,
tanto, que podía perder la vida. Sintió un gran pesar sobre sus
hombros. Su mirada pareció perderse por un momento. Yamileth
notó su angustia, lo tomó de la mano.
—Sí, Yam, sabes que eres de las personas que más aprecio —Gael
apretó su puño izquierdo y la miró con desesperación—. No sé qué
haría si algo llegara a pasarle a mis familiares y amigos por mi
culpa. Nunca me lo perdonaría.
—¡Ah! ¿En serio? —Gael lo miró con enojo—. Espero por tu bien
que el mundo entero esté en llamas.
—¿Pasa algo?
—Lo siento.
—Pero, ¿qué hay del resto de elementales que vinieron con Dagon?
¿No pueden ayudarlos?
—Lo sé, pero antes tengo que pasar a casa por algo. No tardaré,
Dagon, protégela con tu vida.
—¿Y tú?
Gael tomó una playera de color café, se vistió, bajó por las
escaleras, Esther entraba en ese momento por la puerta con cara de
preocupación y una figura de la virgen de Guadalupe en los brazos.
—Hazme caso.
—Pero eso complica más las cosas. Es decir, ustedes son sólo dos
y sus enemigos son docenas de demonios sin contar quién sabe
cuántos traidores humanos.
Gael pensó en un lugar seguro al que podría llegar sin que vieran la
liminalidad, se acordó del laboratorio que estaban construyendo
atrás de la escuela y la creó. Ambos pasaron por el portal y éste
desapareció al momento en que lo atravesaron. Aunque Gael iba
con un semblante radiante de confianza y serenidad, Yamileth no
pudo evitar sentir un gran temor al pensar que ésa podría ser la
última vez que vería a su amado con vida.
—¿Ésta es tu escuela?
—¿Acaso serán…?
—Sí, son ellos —respondió el elemental—; será mejor que te
prepares, ya están aquí.
—Bien, uno más que se une a nuestra causa —Gael sonrió—. Sólo
espero que venga a ayudarnos pronto.
—Lo sé. Sólo necesito tiempo hasta que se me ocurra algo mejor.
—No creo que pueda solo con esto. Tenemos que ayudarlo.
—No podemos hacer nada más que confiar en que todo saldrá bien,
mamá —contestó Surem con una convicción contagiosa.
Esther asintió y acarició la cabellera de su hijo. Con una mano
temblorosa alzó el auricular y le llamó a Roberto. Necesitaba tener a
su familia cerca.
“Sé que saldrás victorioso”, dijo Surem para sus adentros con la
mirada puesta en el noticiero.
—Lo estoy.
Algunos de los espectadores permanecieron estupefactos mientras
que otros mostraban excitación ante la batalla campal que se
desplegaba ante sus ojos. Era lo equivalente a presenciar una
escena de Dragon Ball.
Gael abrió los ojos y se asombró al ver que se trataba del chico con
cicatrices en el rostro al que se había topado la semana pasada en
la escuela, el mismo que le había entregado su mochila. Su nuevo
aliado sonrió y lo saludó. Portaba una katana bañada en sangre.
Sus ojos eran negros a excepción de sus pupilas que proyectaban
un rojo llameante que parecía extraído del centro de la tierra. Gael
notó que era una chica y no un hombre.
Gael y su nueva aliada veían que sus oponentes discutían entre sí.
Los chicos infernales se dieron la media vuelta como si nada y
Bebal abrió un portal oscuro. Gael, al adivinar las intenciones de sus
adversarios les gritó:
—¿Ya se van?
El ser alado arqueó una ceja para transmitir el disgusto por la osadía
de su subordinado.
—Tenemos que ponerlo cerca del fuego, recibió un golpe muy fuerte
—dijo Yamileth —. Ya tengo todo preparado.
—Por cierto, ¿por qué saliste huyendo ese día que te encontré en la
catedral?
—Yo sí. Por lo que sé, se trata de aquellas personas que cuentan
con capacidad física y mental únicas para soportar una posesión
demoníaca.
—Prefiero no decirlo.
—Debes sufrir mucho con esta carga, y más siendo una mujer —
intervino Yamileth, incitada por la empatía.
—Así es, pero antes necesitamos la Piedra de Sol para que nos
guíe hacia la espada de Adonay —se le quedó viendo, serio, a
Dagon—. ¿Sabes dónde encontrar a Prometeo?
—Sí, se encuentra entre este mundo y el nuestro, necesitamos un
templo con gran poder para llegar a él, y ya sé cuál sería el lugar
perfecto para abrir ese portal.
—Es más hermosa que la mía. ¿Por qué no me diste una igual? —
preguntó Gael y miró a Dagon con recelo.
—Sí, pero un arma en sus manos sería un peligro para ella misma.
—No.
—Agradezco tu comprensión.
Abrió los ojos para encontrarse de cerca con las garras de los
ígneos. Se agachó e inclinó la espada hacia atrás arqueando su
espalda y con una velocidad insospechada arremetió el filo del sable
contra un demonio. La llama que expulsó Nova se asemejaba a una
explosión solar. Los diablos se desintegraron al instante para
convertirse en cenizas que flotaban en el aire. Gael no podía creer
que su primo hubiera logrado aniquilar toda una horda de seres
infernales con una sola maniobra. Concentró toda su atención en
Bebal.
—El que busca encuentra. Claro que tiene sentido —intervino una
voz a sus espaldas.
—¿Quién eres?
—Soy tu nuevo guía —le sonrió para develar una dentadura color
esmeralda.
—¡Claro que sí! Eso se debe a que posees un alma pura. Pero el
que sea pura no significa que sea buena —Araxiel sonrió
sombríamente—. Tú posees un alma con un pasado muy distinto al
de tus semejantes. Tienes un poder que va más allá de lo
convencional —observó la mano derecha de Gael y notó que
portaba el anillo de Salomón. Ocultó su sorpresa. Sabía que era una
preciada llave para ellos, pero también sabía que una vez puesto en
la mano de un mortal debía ser entregado por propia decisión.
—Es difícil de explicar, pero cuando cerré los ojos escuché una voz
que me instruyó.
—¿Saben dónde está Gael? Es que Yami me dijo que estaría con
él…
—Para protegerla.
—¿Llevándola al centro del peligro?
—Tranquila, mamá. Ellos saben muy bien de los poderes que tiene
Gael.
—Esto tiene algo de positivo. Los demonios nos ven como una gran
amenaza. Nos estamos acercando.
—Fácil, lo destruimos.
—Con todo gusto —los miró con serenidad, —yo también quiero
hablar con ustedes.
—Aquí fue donde me criaron —dijo Anastasia con una gran sonrisa
que comunicaba nostalgia—; donde me enseñaron a controlar mi
demonio interno.
—¿Cómo te lo incrustaron?
—Sí, invocaron a uno para que les obsequiara un poco del material
cósmico. Las almas víctimas tenemos un pacto sagrado con los
elementales: ellos se encargan de proteger la naturaleza, mientras
que nosotros juramos custodiar las presencias infernales que
deambulan por este plano terrenal. De hecho, fue un elemental de
fuego quien nos lo obsequió. Gracias a la landamita, el sello es tan
resistente que puedo doblegar al demonio a mi voluntad. Dagon
sabía de la existencia de las almas víctimas, pero nunca había
conocido a una en persona. Únicamente los elementales más
antiguos podían establecer una relación con esta orden.
—Existen dos tipos de almas víctimas: las que nacen con esta
condición, y las que se forjan. Para poder pertenecer a estos últimos
se debe poseer un corazón puro, no tener vicio alguno y contar con
una mente inquebrantable, dado que el ser infernal estará atacando
constantemente su voluntad para someterlo a la tentación con el fin
de liberarse. El entrenamiento es extremadamente arduo. En
cambio, los que ya nacimos con esta condición maldita, nos vemos
obligados a entrenar desde la infancia —suspiró—. Mi vida ha sido
complicada desde que tengo uso de razón. Mi vista alcanza latitudes
dimensionales que el ojo humano jamás detectaría. Gracias a eso,
he sido atormentada por demonios y seres del más allá. Mis padres
me ayudaron a comprender el maravilloso don que me había
otorgado Dios, así que asumí mi responsabilidad como algo divino.
Ellos —su voz se quebraba cada vez que los mencionaba—, me
instruyeron para poder dominar mis habilidades a mi antojo; a
extraer todo el poder de mi huésped y a sentirme orgullosa de
pertenecer a esta orden milenaria.
—Así es, aunque a veces no puedo evitar pensar cómo sería llevar
una vida normal. En esta cabaña —observó a su alrededor; su
rostro se llenó de nostalgia y serenidad—, me entrenaron desde que
cumplí cuatro años; me enseñaron a controlar la esencia de mi
demonio: de ahí viene mi fuerza, mi velocidad, mi visión y mis
reflejos sobrehumanos. Cuando cumplí nueve años, mis padres
tuvieron otro hijo: mi hermana fue el rayo de luz que iluminó nuestra
familia. El simple hecho de saber que ella podía tener esa vida plena
y feliz que se me negó, me llenaba de dicha; por lo que juré
protegerla a toda costa. De no ser por el malnacido de Paimon, mi
vida no hubiera sido tan trágica.
Gael seguía con sus pupilas los focos rojos que parpadeaban desde
las cámaras. Sabía que lo estaban grabando. Alzó su mano y
sonrió.
—No quieren perderse de ningún detalle… ¿Verdad?
—Así es.
—Ese monstruo que acabó con toda una tropa, ¿es de los demonios
jerarcas más débiles?
Salí del trance, dejé la escuela y me fui a casa. Pasé la tarde como
de costumbre, pero por la noche decidí reflexionar sobre lo que
había ocurrido, saqué de lo más profundo de mi clóset un libro que
llevaba en la familia generaciones, Ars Paulina. Sabía que ahí podía
encontrar apoyo y consuelo. Recité la oración para invocar al
elemental de fuego. Mis ojos se tornaron rojos y comenzaron a
circular por mi mente imágenes apocalípticas como las que hoy
vivimos, los océanos se tiñeron de sangre, los templos y ciudades
sagradas caían en mil pedazos. Los demonios caminaban por
ciudades ahora yertas. Las imágenes no cesaron, aunque en medio
de tanta destrucción, una luz se vislumbraba: un chico combatía
ferozmente a los demonios junto a una salamandra de fuego. Junto
a él, otros jóvenes fieros se enfrentaban a lo imposible. Caí rendida
después de tales visiones. En el sueño de esa noche entré en
contacto con mi demonio, tenía tantas preguntas que hacerle:
—¿Yo?
—Como dato curioso, te aclaro que todas las almas víctimas del
mundo están a mi servicio. Algunas pocas han opuesto resistencia,
pero son una minoría irrelevante. Como todas las minorías.
Corrí hacia los cuerpos de mis padres, era tarde, el daño estaba
hecho. Mi madre sólo pudo pronunciar: “Sólo así podíamos
detenerlo. Perdón hija. Sabemos lo que acontecerá pronto, ayuda a
quienes enfrenten el mal. Serás de mucha ayuda, tenlo en cuenta.”
Gael se alegró por tener nuevos aliados. Ahora sólo tenía que
preocuparse por la liberación de las bestias. Dagon estaba
sobresaltado, sus ojos se abrieron como si acabara de recordar algo
importante.
—Las ondinas podemos viajar a través de los océanos, los ríos, los
lagos o cualquier otra expresión del agua —dijo mientras se sentaba
sobre el hombro de Dagon—. Percibí que mi viejo amigo me
necesitaba y decidí venir.
—¿Cómo va la batalla?
—Si llegan a liberarlas —se adelantó Ikary—, será el fin del mundo.
No tenemos otra opción.
—No te preocupes —dijo Gael con los ojos puestos en el fuego que
avivaba la chimenea—, sólo debemos impedir que las despierten.
Yo tampoco voy a permitir que destruyan el planeta.
—Yo te explico —Ikary dibujó una pirámide sobre el aire con una
estela de agua que salía de sus dedos—. Su forma sirve como
receptor y distribuidor de esencia. Reciben la energía del universo y
por medio de su base la distribuyen a la tierra —por medio de su
dibujo holográfico, indicó los puntos de atracción y expulsión de
esencia.
—¿Todo bien?
—Los demonios que pueden pisar por ahora el plano terrenal son de
una jerarquía menor —intervino Anastasia—, pero cada minuto que
transcurre les permite fortalecerse.
—A un lugar seguro.
—Como dice el viejo adagio: “La verdad nos hará libres” —dijo
Paimon con una sonrisa burlona.
—¡Cállate, subnormal!
Decenas de demonios atacaron a Sebastián y Dagon. El chico cerró
los ojos y recordó las palabras pronunciadas por la hermosa voz:
“Tengo que dar mi mejor esfuerzo”, a la vez que partía por la mitad a
un demonio terrestre. Dagon utilizó cada extremidad de su cuerpo
para atacar: daba latigazos con su cola y atravesaba con sus garras
a cualquier demonio que se encontrara en su camino. Sebastián
esquivaba y golpeaba con su espada, y al ver que su arma cobraba
mayor brillo, lanzó una pequeña explosión solar para destruir de
golpe a una docena de demonios. Sonrió, se dio cuenta que ahora
era más rápido y que su espada se cargaba con mayor velocidad.
Dagon materializó dos esferas de esencia en sus garras y las
incrustó en un par de demonios ígneos: una luz carmesí salió de sus
bocas, sus cuerpos maltrechos estallaron en pedazos.
—Mi pobre criatura divina, has sido encarcelada por el simple hecho
de obedecer a tu propia naturaleza. ¡Qué injusticia! ¿Cómo se les
ocurrió castigar a una criatura tan hermosa? Te he liberado para que
cobres venganza contra quienes no pudieron apreciarte—. Y
desapareció de un momento a otro.
Gael, consternado por la destrucción que podría desatar el dragón,
trató de incorporarse, pero el Enmascarado se lo impidió.
—Ángel…
Gael cerró los ojos y apretó los puños. Algunas gotas de sangre
cayeron sobre el suelo. El Enmascarado notó cómo se incorporaba
sin poder hacer nada para evitarlo. Gael reunió todas sus fuerzas
para levantarse mientras apartaba el brazo del Enmascarado de su
cabeza.
—¿Destruirlo?
—Es que…
—¿Es que qué? ¿Acaso le tienes cariño? ¿Has oído hablar del
síndrome de Estocolmo?
—Primo, parece que alguien quiere irse sin dar las gracias —
Sebastián señaló a sus espaldas.
—Si de verdad quieres hacerme daño, más vale que seas más
rápido —dijo sin saber si sus palabras surtían efecto en la bestia.
Sebastián y Dagon aparecieron en la zona arqueológica de
Malinalco. El chico reconoció el lugar al instante. Aunque el cielo
estaba despejado y los rayos del sol caían con benevolencia, sintió
frío.
El portal hacia Prometeo estaba tan cerca y tan lejos a la vez. Sabía
que Araxiel no les iba a permitir llegar hasta el djinn ancestral.
Frunció el cejo.
—Dime, Araxiel, ¿qué sorpresa tienes para mí? —metió las manos
en los bolsillos de la sudadera—. Paimon me contó que me
compraste algo.
—¿Cómo van?
Gael abrió los ojos, dándose cuenta de que el plan había sido que
abrieran el portal, ya que sólo un humano junto con un elemental lo
podrían lograr. Se sintió un completo idiota.
—En realidad, quería matarte a ti, pero bueno, como dicen los tuyos:
maté dos pájaros de un tiro —esbozó el ángel caído con indiferencia
—. ¿Qué esperan, malparidos? —Araxiel se dirigió a los demonios
temerosos.
—No, tengo que atender algo. Vayan, anden, necesitas reposar para
que tu herida sane por completo.
—Cuídate, Gael.
En cuanto los vio cruzar la liminalidad, Gael dejó caer su cuerpo en
la tierra. Brotaron más lágrimas de sus ojos. Muchas emociones se
le vinieron encima: ira, tristeza, angustia, remordimiento, culpa,
sentía cómo todo se venía abajo. Cerró los ojos y negó con la
cabeza, tratando de entender el dolor. Abrió los ojos y suspiró, éstos
seguían rojos. Sabía que lamentarse no solucionaría nada, pero el
desahogarse, al menos lo tranquilizó un poco.
—¿Cómo te encuentras?
—¿Cuál es?
—No sabía que eras amante de los animales. ¿Por qué te entristece
la muerte de esas cucarachas? Además, ¿qué se supone que debe
hacer uno para divertirse? Si te sirve de consuelo, ellos atacaron
primero.
—Descuida, regresaré.
—Vámonos.
—Mucho mejor.
—Por supuesto.
—Como una magnífica bestia del mal —dijo con sonrisa petulante.
—Lo mejor para los dos, amada mía —Gael no mostró expresión
alguna, volteó hacia sus nuevos camaradas y alzó las manos en
forma victoriosa—. ¡Este día comienza el verdadero derrocamiento
de Dios! —exclamó con voz fuerte, dirigiéndose al gran ejército
infernal que se encontraba a su alrededor. Los demonios empezaron
a alabarlo, y a gruñir—. Este día pondremos nuestro trono por
encima del reinado de Dios.
—En efecto —Araxiel encogió los hombros—. Pero todo ciclo llega a
su fin. Cuando el deterioro alcance su auge, el equilibrio en este
mundo se restablecerá y se nos hará imposible pisar físicamente
este plano terrenal.
—De nada —Araxiel dio unos pasos hacia él—. Lo que deberás
hacer para romper este ciclo, es destruir un templo.
—¡Agáchate, Yam!
—Lo siento, Yam. Pero tenía que hacerles creer que ya era parte de
ellos.
—¿Mía?
—No fuiste el único que pensó en todo —Araxiel siguió subiendo los
escalones hasta llegar a la cima—. Creamos unos sellos alrededor
de esta área, ya sabes, por si las cosas no salían como
esperábamos…
Araxiel ni se inmutó.
—Eres muy linda —Araxiel arqueó una ceja—, lástima que tenga
que matarte.
—Tengo que…
—No lo sé, sólo sentí un gran poder dentro de mí que tenía que
expulsar.
—Ya veo que éste es tu punto débil, ¿no es así? —pasó su mano
por el rostro de la joven y ésta giró su cara hacia un lado—. No te
culpo Gael, es una bella muchacha.
—Pero ¿qué tenemos aquí? —abrió los brazos—. ¡Una virgen! —los
ojos le brillaron—. Es algo muy difícil de encontrar hoy día —le
acarició el cabello—. No estaría mal remediar esta condición antes
de matarla.
—¿Quién eres?
—Me llamo…
Gael miraba con seriedad a su hermano menor, notó que las pupilas
de sus ojos eran de color carmesí. “Claro, es mi hermano”, pensó.
Gael sabía que su hermano era muy inteligente, pero nunca habría
imaginado qué tan valiente y brillante era.
—Me alegra que estés disfrutando del espectáculo —dijo Gael sin
volverse y empuñando su espada con la mano derecha—. Pero vete
preparando, porque luego sigues tú.
—Lo dudo, Araxiel. Sólo tenemos que resistir un poco más para que
dejen este plano terrenal —se encogió de hombros —. Tú me has
dado una nueva esperanza.
—Sólo tuve que decir que venía por ropa. Tu madre está bien, sólo
algo preocupada por ti, pero descuida, es muy fuerte y presiente que
estás a salvo.
—Sí. Surem nos contó lo que le pasó —aseguró sin poder contener
las lágrimas.
“Tengo que resistir”, pensó Gael tras asumir que estaba a punto de
llegar a su límite. Se mantuvo firme y concentró todo su poder.
Araxiel pronunció una maldición en un idioma ininteligible para
invocar el mal necesario para vencer al humano. Su cuello apenas
podía sostener su cabeza. Un aura amarilla envolvió su cuerpo.
Enterró la guadaña en la tierra y alzó la mirada. Su rostro
ensangrentado mostraba heridas profundas. Embistió a Gael como
una bestia salvaje. Gael concentró toda su esencia, un aura carmesí
rodeó su cuerpo. Afianzó sus pies sobre la tierra y levantó la
espada, justo a tiempo. Sus armas chocaron violentamente para
emitir chispas que generaban ondas sonoras en la atmósfera. Gael
comenzó a sentir dolor en todos sus músculos. Sabía que le iba a
ser imposible sostener ese ritmo por mucho tiempo, su única
alternativa era encontrar la oportunidad adecuada para liberar toda
su esencia en un solo golpe, quizás hasta la muerte.
—¿Yo? —se señaló con el dedo—, ¿qué es lo que quieres tú? ¿Por
qué te sigues resistiendo? ¿Acaso no han muerto ya demasiadas
criaturas debido a tu necedad, sin mencionar a tu primo?
—A eso mismo.
—Sí, lo sé, pero si dejamos que Gael logre despertar el anígni, será
un gran problema para nosotros.
—Es muy poco probable que logre dominarlo en tan poco tiempo.
Ahora debemos enfocarnos en nuestro plan alterno.
—Como tú digas.
El guerrero exitoso
es el hombre promedio,
Bruce Lee
21
Nephilims ancestrales
—Son una raza que nació de la unión de las mujeres con los
ángeles caídos —dijo Surem.
—Eso era lo que creíamos, pero resulta que el deterioro forma parte
de un ciclo que está por culminar.
—¿Los Titanes?
—Las cosas han cambiado. Ahora regimos este mundo, pero nos
encontramos en medio de una batalla contra unos humanos que nos
está quitando tiempo valioso.
—Tienes razón.
Gael abrió poco a poco los ojos, la oscuridad lo circundaba. Unos
destellos azulados llamaron su atención. Se encontraba frente a un
estanque de agua profunda que se desbordaba hacia el infinito. No
se asustó. Sabía perfectamente donde se encontraba, pero no
entendía qué había ahí. De repente, percibió una poderosa esencia.
Frente a él, emergió un extraño personaje con una armadura
cubriendo su cuerpo y nueve alas rojizas en su espalda.
—Lo sé.
—¿Dónde estamos?
—Observa…
—Éstas son las fechas en las que las mariposas migran a estos
bosques, lo hacen para hibernar y reproducirse durante la primavera
—volteó y señaló las ramas que estaban repletas de estas bellas
criaturas—. Perdón si actué tan impulsivamente, sólo quería
comprobar algo.
—¿Qué cosa?
—¿Y mi hermano?
—Así es.
—¿Ah, sí? Hasta donde sé, tus planes se han visto frustrados en
más de una ocasión y han muerto tres de tus subordinados, incluso
la bestia elemental fue destruida, y qué decir de las legiones que
han sido erradicadas —se acarició el cabello—. No creo que tengas
todo bajo control, Alastor.
Yamileth siguió a Gael por las escaleras, todos los siguieron con la
mirada. Entraron a la recámara de Gael, cerraron la puerta, él creó
una liminalidad, extendió su mano a la chica y cruzaron por el portal.
—Ni idea.
Se rieron juntos.
—Esto es hermoso.
—¿Quién eres?
—Lo que haga falta —respondió sin titubear—. Daría mi vida por él.
El semblante de Abigor se vio surcado por una sonrisa de
satisfacción.
—Fueron a investigar.
—¿Admirando el paisaje?
—Y así fue…
Surem era el único que no había perdido la serenidad. Giró para ver
a los elementales con seriedad.
—¿Sucede algo?
—Porque es el mejor.
—Creí que había quedado claro cuál era mi decisión final. No sé por
qué sigues insistiendo. ¿Eres niño Montessori?
Batió sus majestuosas alas rojas para salir volando a una velocidad
impresionante. Gael comprendió que sólo buscaba alejarlo de su
verdadero objetivo:
—¿Listo?
La salamandrina asintió.
—Son muchos.
—¡Cállate!
—¡Ahora!
Abigor creó un portal oscuro y pasó por él, junto con la Piedra de
Sol.
Gael apareció junto con Dagon frente a la gran Pirámide del Sol.
Miles de demonios se posaban en los edificios cercanos que los
circundaban. El Enmascarado, junto con tres demonios ígneos que
lo escoltaban resguardaban la Piedra de sol. En la cima, Abigor
yacía sentado, aguardando lo que se avecinaba..
—Dime, Abigor, ¿no creerás que será tan sencillo todo? ¿No?
—De acuerdo.
—Dile a mi hermano que vaya hacia donde se dirige esa roca —le
dijo mientras caminaba en dirección a la Piedra de Sol— para
evacuar a la mayor cantidad de gente posible —pasó a un lado del
Enmascarado, éste le cedió el paso, lo mismo hicieron los demonios
ígneos.
—De acuerdo.
—¿¡Qué!? —exclamó.
—¡Pero…!
—Pero…
—¡Paren el ataque!
Una vez que el joven guerrero se colocó frente al Calendario del Sol,
solicitó a su elemental que recitara la oración para abrir la puerta
hacia Astamante.
—Mundo entre los mundos, que estás escondido en el nuestro —
Dagon empezó a recitarle el poema para abrir
—Demasiado tarde.
—¿Qué procede?
—No sé qué sea esto que estoy sintiendo, pero no es nada bueno
—dijo Yamileth, intentando detener las pulsaciones aceleradas de
su corazón.
la tomó por el brazo e hizo que bajara la mano. Negó con la cabeza,
Anastasia asintió. Abigor dio la orden para que las legiones
atacaran. Éstas parecían enjambres de abejas invadiendo la ciudad.
Tocaron a su puerta.
—¡Hecho!
—Debes intentarlo...
Anastasia no vio otro remedio más que recurrir a lo que sabía que
era su última alternativa. Incrustó su mano en el sello de
Tetragrámaton y lo giró con lentitud. Estaba a punto de romperlo,
cuando algo la hizo detenerse. Alzó la mirada para observar la
gigantesca esfera gris que descendía y estaba ya a escasos metros.
—Es una transición por la que todo ser viviente debe pasar. ¿Por
qué lo preguntas, prima?
—Mi lamento no tiene que ver con mi muerte, ésa la entiendo muy
bien y siempre he sabido que soy finito, sino con haber dejado
desamparados a mi familia y amigos.
—¿Qué crees que les va a pasar?
—Es verdad prima, pero justo por eso es importante luchar, para
que el ciclo del mal no se abra y divida al mundo.
—¿O sea que Dios está enterado de todo lo que está sucediendo?
—Así es.
—Ten fe en ellos.
—Por favor dile a todos que los amo y que nunca he dejado de estar
a su lado.
—No podía estar mucho tiempo sin ti… —le sonrió y la miró
directamente a los ojos, para expresarle todo su amor sin palabras.
—Lo único que hace falta para acabar con esto de una vez. Dagon
—volteó a ver a su elemental quien le extendía una pata—, ¿qué
haces?
—Te saludo como lo hacen ustedes —la salamandrina hizo una
reverencia—. Es lo que hiciste cuando nos conocimos.
Abigor sabía que las cosas habían cambiado, que era momento de
dejarlo todo en el campo de batalla. Instó a sus huestes demoníacas
a atacar con fiereza.
Ante las palabras del jerarca, los ejércitos bramaron por la victoria.
Se reagruparon y con brutalidad invadieron nuevamente la ciudad.
No dejaron a nadie fuera de su campo de ataque. Las garras
abrieron las gargantas, las lanzas atravesaron los corazones y las
fauces de los demonios subterráneos rasgaron las entrañas de
todos los habitantes que se encontraban a su paso. Poco podían
hacer los guerreros y los elementales para controlar la matanza y
destrucción, a pesar de las palabras de aliento emitidas por Gael.
—Veo que sudas como los humanos. Por lo que deduzco, tienes
miedo.
Abigor llamaba a sus aliados, eso era buena señal, pensó Gael.
Unos demonios aéreos aparecieron en escena, sus garras
apuntaban a Gael. Tampoco se preocupó por ellos. Dagon llegó
para despedazarlos y observar los movimientos de Abraham. La
salamandrina cumpliría su palabra y no dejaría que ningún demonio
interviniera en la pelea final.
—De acuerdo.
Gael voló sobre el mar rozando su superficie con las puntas de sus
pies. Embistió a Abigor; ambos combatieron en los aires.
—Debo ir al purgatorio…
Todos los presentes depositaron sus miradas en los ojos del joven
guerrero cuyo destello era tan vívido e intenso que costaba trabajo
verlo de frente. Dagon se colocó a su lado. Antes de poner un pie en
el portal, se volvió por última vez para ofrecerle a sus amigos una
sonrisa colmada de serenidad y confianza. Volteó para encontrarse
con los ojos de Gael.
Estaban conscientes de que esta victoria no era más que una pauta
para las futuras luchas. Ni todas las legiones de demonios podrían
detener su paso. Gael, un chico sencillo e introvertido, había
obtenido superpoderes que rebasaban la imaginación de cualquier
ser humano.
en tu imaginación
en este camino
hacia la iluminación.