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GUARDIANES ELEMENTALES

Ojos Carmesí de J.S. Navarro

D. R. © J.S. Navarro 2018

D. R. © Elvia Amalia Navarro Jurado 2018

Todos los derechos reservados

Juan de Dios Batiz 29, 203, Lindavista C.P. 07360

Gustavo A. Madero.

www.yopublico.mx

Diseño: Hugo Mendoza

ISBN: 978-607-97686-1-4

Hecho en México

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Índice de contenido
Primera parte
0
1
2
3
4
5
6
7
8
9
Segunda parte
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
Tercera Parte
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
Primera parte
Despertar

Siempre que el bien decae

extinguiéndose poco a poco,

predominando en su lugar

la maldad y el orgullo,

Mi Espíritu se manifiesta

en forma humana sobre esta tierra.

Bhagavad-Gita, capítulo 4, verso 7.


0

Una rotunda oscuridad era el cielo, una vasta extensión sin límite ni
expresión. la luna se mantenía ausente del horizonte. Nada era
distinguible en esta ambigua atmósfera. Desdibujada yacía una
ciudad lúgubre, olvidada por la historia. Miles de seres amorfos con
alas de murciélago volaban entre rascacielos perfectos cubiertos de
un material mineral rotundamente negro; coronando las
construcciones aparecían unas agujas largas hasta el infinito. Ahí
tenía lugar una extraña reunión.

—Bienvenidos—una sutil y elegante voz emergió de la garganta de


un extraño personaje que poseía doce alas de un cristal finísimo, en
el que se dibujaban ojos dorados que no emitían luz alguna; su
cabello liso como una cascada era de un color platino purísimo, sus
ojos centelleantes miraban directamente a un fuego negro que
emergía de una chimenea gigante. A sus espaldas, una decena de
sombras con formas humanoides rodeaban una gran mesa.

—Ha llegado el momento —expresó un ser andrógino, cuyo


semblante apenas se distinguía del opaco resplandor que emitía el
fuego. Sus ojos resplandecían como el zafiro—. Nuestro enlace está
listo y sediento de sangre.

Los ojos del anfitrión se volvieron lentamente hacia los extraños


personajes cuyas siluetas apenas se entreveían entre el resplandor
del fuego. Caminó lentamente por la inmensa habitación observando
minuciosamente a sus invitados.

—Nuestras huestes están preparadas —una voz grave surgió de un


fantástico ser que poseía seis alas rojas.

—La estancia eterna se cumplirá —enunció uno de los presentes.


—No hay respuesta del otro lado —afirmó el anfitrión con serenidad;
sus doce emplumadas alas de cristal se movían elegantemente—.
Todo indica que… —sus ojos destellaron maldad y una sonrisa
irónica se formó en la comisura de sus labios—. La omnisciencia de
Dios ha desaparecido.
1
Descenso

Caía por un abismo sin fin, la oscuridad me rodeaba. Mi descenso


era tan veloz y violento que perdí el conocimiento. Al recuperar la
conciencia, estaba frente a una inmensa puerta de piedra, apenas
iluminada por unas antorchas a cada lado que emitían una
llamarada azul. Di unos pasos hacia atrás, temeroso, sin
comprender cómo había llegado a este lugar. El miedo fue sustituido
por curiosidad en cuanto observé con detenimiento la enorme puerta
grabada con bajorrelieves prehispánicos. Dos estatuas de guerreros
aztecas fundidos en bronce custodiaban la entrada. Uno estaba
cubierto con lo que parecía ser la piel de un jaguar, y la vestimenta
del otro desplegaba decenas de plumas tornasoles. Ambos
doblaban con facilidad mi estatura. Portaban en cada mano espadas
de obsidiana, mientras que en el dintel descansaban cráneos de
cristal gigantescos.

Me acerqué y pegué mi palma a la puerta; ésta comenzó a vibrar.


Un líquido dorado escurría por las hendiduras del bajorrelieve. Me
invadió el pánico, convencido de que la estructura colapsaría en
cualquier momento. Para mi sorpresa, las piedras empezaron a
crujir, partiéndose en dos para deslizarse lentamente, y así, develar
lo que se encontraba escondido en su interior: oscuridad, no había
nada más que oscuridad y una especie de rugido sordo. El aliento
de una bestia dormida parecía habitarlo. De pronto, los ojos de las
estatuas brillaron intensamente para despedir un rojo vivo.
Retrocedí lo más que pude para alejarme de los temibles guerreros.
Sentí una gran presencia detrás de mi espalda y caí al suelo tras
contemplar a un jaguar hecho completamente de obsidiana, que me
mostraba sus colmillos afilados y gruñía con una ferocidad
escalofriante.
Tenía sólo una alternativa: cruzar la puerta. En el momento que
pasé por el umbral, las piedras que se habían separado volvieron a
unirse. Me encontraba atrapado en una oscuridad total. Caí de
rodillas, vencido por el presentimiento de que esa caverna me
deparaba fatalidad.

“No te rindas, sigue adelante”, sugirió una voz dulce y familiar. Giré
mi cabeza para dar con el origen de esas palabras alentadoras, pero
la oscuridad era total. “No desesperes”, continuó. La sangre recorría
mi torrente sanguíneo a una velocidad inusitada. Levanté las manos
y a duras penas pude observarlas en medio de las tinieblas. De
pronto, un halo carmesí iluminó las palmas de mis manos. Poco a
poco todo mi cuerpo emanó el mismo tono de luz. El calor que
desprendía mi cuerpo era tal, que el frío que me había atormentado
instantes atrás desapareció por completo. La luz que emitía mi
contorno era tan poderosa, que pude contemplar todo mi alrededor.
Era una lámpara con pulso.

Las paredes de la caverna estaban repletas de estelas con


imágenes de batallas en las que se dibujaban guerreros mayas,
aztecas, incas y aimaras, quienes peleaban al lado de unos seres
muy pequeños, similares a ajolotes. Había también aluxes,
nahuales, balames y demás seres fantásticos.

Me acerqué a una de las paredes y seguí los diversos pasajes que


narraban la historia de una batalla. En la primera estela pude
apreciar cómo los guerreros de todas las culturas combatían en
contra de esos seres aterradores. En otra se veía a cientos de
guerreros descuartizados en el campo de batalla, y a los seres
amorfos victoriosos, parados sobre los restos de sus víctimas. En la
tercera se mostraban sacerdotes de cada una de las religiones
quienes representaban un ritual frente a la pirámide del sol en
Teotihuacán.

Estaba completamente fascinado por la batalla épica desplegada


sobre las paredes. Experimenté una ráfaga de frustración al no
lograr comprender las pequeñas leyendas escritas debajo de cada
estela. Comencé a sentir un ardor súbito en los ojos. Cubrí mis
párpados con las palmas y el picor fue cediendo gradualmente.
Cuando retiré mis manos quedé asombrado al contemplar que las
leyendas se habían traducido al español. En la cuarta estela había
unos guerreros hincados ante los pequeños seres rodeados de luz.
Debajo podía leerse: “Los dioses ancestrales se unieron a los
hombres, otorgándoles su esencia para hacer frente a las huestes
infernales de Kisín”. En la siguiente escena se desarrollaba otra
batalla feroz en lo que parecía ser la ciudad de Tajín. Se leía:
“Balanza en equilibrio, no hay vencedores ni vencidos. El bien y el
mal son igualmente poderosos”. En la quinta policromía aparecían
unos seres alados que sobrevolaban el campo de batalla. La
leyenda rezaba: “Cuando la ventaja era de los hombres, de los
cielos surgieron criaturas con alas”. En el sexto escenario, éstas
desgarraban a los guerreros prehispánicos: “Los ángeles caídos
acabaron con gran parte de nuestro ejército, la victoria se escapaba
de nuestras manos”. En el séptimo escenario se observaba un ritual
en las pirámides de la Luna y del Sol: “Los ángeles caídos robaron
la esencia del Sol y la luna, de esa forma la estancia eterna dio
inicio”.

En la octava estela, algunos guerreros, junto a los pequeños seres,


combatían a los seres alados. Los cuerpos de los guerreros emitían
luces coloridas. Debajo podía leerse: “Cuando la esperanza casi
había desaparecido, los guerreros de corazón puro lograron crear
un enlace perfecto con los ancestrales, despertando un poder
inimaginable, derrotando a los ángeles caídos”.

En la siguiente escena pude ver a cuatro guerreros junto a la misma


cantidad de dioses ancestrales, quienes combatían contra un ser de
doce alas. “En el cielo, tanto el sol, como la luna, seguían sin emitir
brillo. Los pocos guerreros que quedaron con vida, unieron fuerzas y
lograron derrotar al ángel caído más poderoso, pero la estancia
eterna no se detuvo”. En el décimo lienzo se mostraba a dos dioses
ancestrales que ascendían al cielo, uno envuelto en un color azul y
el otro de color rojo. la luna y el sol cobraban vida nuevamente: “La
diosa ancestral del agua y el dios del fuego dieron su esencia para
devolverle la vida al Sol y a la Luna, para así frustrar a la estancia
eterna y los planes de Kisín”.

Todo aquello era increíble. Nunca antes había sido testigo de una
historia similar, pero mi asombro se multiplicó al descifrar el tiempo
que había transcurrido desde aquella batalla: “Esto ocurrió a
mediados del tercer Sol”, es decir, si cada Sol duraba un
aproximado de cinco mil años, esto había ocurrido hacía doce o
trece mil años; mucho antes de que surgieran las primeras
civilizaciones.

“Sigue adelante”, escuché que decía una vez más aquella hermosa
voz. Su timbre melodioso me inyectó ánimo para continuar mi
camino. Caminé durante unos cuantos minutos. La caverna se hacía
cada vez más estrecha; había enormes estalactitas que dificultaban
mi paso. Comencé a vislumbrar una luz azul al final de mi recorrido.
Corrí hacia ella; me urgía salir de ese lugar. Al llegar al origen de
esa luz quedé decepcionado y mortificado: no era el final de mi
sendero sino el inicio. Me encontraba de pie, a la entrada del
Inframundo. Por un momento pensé que la tierra no era muy distinta
a ese averno.
2
Un día como cualquiera

Gael se levantó de la cama y limpió el sudor frío que escurría de su


frente como una reminiscencia de la noche anterior. Un ejemplar del
Popol Vuh descansaba a su lado. Fue el libro que leyó justo antes
de quedarse dormido.

—¿Por qué siempre sueño con lo que leo? —bufó—, mejor hubiera
hojeado una Playboy.

Consultó la hora en su celular para darse cuenta que llegaría tarde a


la escuela. Bajó a toda prisa, dio los buenos días a su madre, tomó
el sándwich que estaba sobre la mesa y corrió en dirección a la
puerta.

—¿No se te olvida algo? —preguntó su madre.

El chico se detuvo en seco, se dio la media vuelta y se acercó a


Esther para despedirse de ella. A Gael le molestaban mucho las
muestras de cariño. Salió de su casa. Aceptó de buena gana el
hecho de que, como siempre, iba a llegar tarde a la escuela.

Tocó la puerta de su salón veinte minutos sobre la hora para pedirle


al maestro que lo dejara pasar. Éste, con un claro gesto de
resignación, le indicó que tomara asiento. La clase de cálculo era
una de las más aburridas, le resultaba sumamente tedioso aprender
todas esas fórmulas para resolver ecuaciones que no servían de
nada en la vida real.

Gael aprovechaba la hora del recreo para comer y platicar con


Abraham y Carlos. Consideraba a Abraham un hermano; lo que más
le atraía era su mirada, a veces despreocupada y otras violenta
como si en su interior se librase alguna batalla oculta. También
apreciaba mucho la inteligencia de Carlos, quien siempre lo
ayudaba a salir de apuros cuando una materia se le complicaba.
Pasaban su tiempo en las bancas afuera de los talleres de
mecánica.

—Entonces, ¿cuándo empezamos con el trabajo de química? —


preguntó Carlos—. Nos queda una semana para entregarlo y aún no
hemos hecho nada.

Gael estaba sentado arriba de la mesa, mirando a una ardilla que


corría por un árbol.

—Zombis, imaginen zombis atacando en este momento la escuela.


¿Cómo los enfrentaríamos? —preguntó Gael.

Sus amigos se le quedaron viendo, conscientes de que nuevamente


planteaba un tema descabelladamente entretenido.

—Bueno, todo depende del tipo de zombis —respondió Abraham—.


Si son zombis como los de The Walking Dead(curisva) podríamos
acabar con todos usando sólo un vernier, ya que son lentos y
estúpidos; pero si son parecidos a los de Guerra mundial Z, lo mejor
sería correr.

—¿Y si son como los de Soy leyenda? —reviró Carlos.

—En ese caso necesitaríamos todo un arsenal —mencionó


Abraham—. Pero bueno, una vez que maten a Carlos y después de
que acabemos con todos los zombis, vendría lo bueno: sería
divertido sobrevivir en un mundo post-apocalíptico lleno de muertos
vivientes, ¿no les parece?

—¿Y por qué supones que me matarían?

—¿Acaso no ves películas de terror? Los negros siempre mueren


primero.
—Soy moreno, no negro, idiota —reprochó Carlos—. En todo caso
sería el segundo en morir. A ti te comerían primero por pendejo.

Tres chicas pasaron caminando frente a los muchachos para desviar


su atención. Se le quedaron viendo a Abraham, el guapo de la
escuela, y cuchichearon algo entre ellas. Éste les sonrió
siguiéndolas con la mirada. Tanto Gael como Carlos pasaron
desapercibidos. Gael se encontraba demasiado entretenido con las
ardillas que corrían de un lado a otro sobre las ramas de los árboles.

—Bueno, señores, yo me largo —anunció Gael de la nada y se


despidió de sus amigos. El reloj marcaba las cuatro de la tarde y no
tenía ganas de seguir en la escuela; quería estar solo y vagar por
Veracruz.

Caminó durante largo rato hasta llegar al puerto para apreciar el


mar. Disfrutaba contemplar la fuerza del océano a solas. Esa
inmensidad acuosa lo incitaba a cavilar sobre cuestiones profundas.
Quería escribir lo que ese paisaje detonaba en su interior, pero
siempre se quedaba con la mirada absorta en el horizonte. Se
colocó los audífonos y reprodujo su playlist favorita, en la que
venían incluidas bandas como 30 Seconds to Mars y My Chemical
Romance, para sonorizar su camino a la parada del camión.
Comenzó a caer una lluvia fría y fina. Una vez a bordo del camión,
se quedó observando las gotas a través del cristal: todo fenómeno
natural le resultaba fascinante. En ese mismo instante, las imágenes
del sueño de la noche anterior asaltaron su mente. Pudo ver con
cierta nitidez la inmensa puerta tallada sobre la piedra, los guerreros
aztecas y el jaguar de obsidiana que lo obligaron a cruzar el umbral,
al igual que las extraordinarias estelas que contaban la historia de
aquella batalla épica. Se masajeó las sienes para mitigar un dolor de
cabeza galopante. Estaba procesando demasiada información.
—¡Ya llegué, mamá! —anunció Gael y aventó la mochila a un
costado de la puerta—. Me muero de hambre. ¿Qué hay de comer?

—Pollo a la naranja —contestó su madre y presionó su dedo índice


sobre la mejilla para exigirle un beso.

Gael se dirigió a la cocina, besó a su madre y se sirvió un plato.


Saludó a Surem, su hermano menor, y éste le devolvió el gesto sin
despegar la mirada de su videojuego. Gael pudo percibir a sus
espaldas la presencia de su hermana.

—Te lavé la ropa, mongol. Me debes cincuenta pesos —dijo Citlalli


en un tono que fingía irritación.

—Menos mal que eres mi hermana —replicó Gael.

—¿Ya ves? ¡Qué suerte la tuya de tener una hermana como yo!

Citlalli notó que Gael estaba con la guardia baja y le plantó un beso
en la mejilla.

—¿Qué haces? ¡Quítate!

Citlalli soltó una carcajada.

—¡Olvídate de esos cincuenta pesos!

—Tú al menos te la puedes quitar de encima —intervino Surem—.


Por cierto, ¿me puedes ayudar a pasar este nivel de Dante’s
Inferno? Ya me está estresando.

—Voy —dijo Gael, con un sutil dejo de irritación y se sentó al lado


de su hermano.

—Mira, éste es el monstruo que no puedo derrotar. Ya van como


nueve veces que peleo contra él y siempre me gana.

—¿En qué modo lo estás jugando?


—En fanático.

—A ver, enano, pásame el control.

Gael derrotó al monstruo sin demasiadas dificultades.

—¿Cómo lo lograste? —exclamó Surem.

—Lo jugué en difícil —respondió y le devolvió el control junto con


una sonrisa—; descifré el patrón de sus movimientos. —Una vez
más su habilidad para resolver conflictos ayudó a alguien más. Aún
no sabía que esa misma habilidad lo salvaría a él mismo.

Gael le devolvió el control a su hermano y acarició a Pánfilo, un


perrito cruza de maltés con caniche que había recogido de la calle.
Procuraba de él como si se tratara de otro miembro de la familia.
Pánfilo estiró una oreja al detectar el sonido de un auto que entraba
a la cochera. Lanzó un par de ladridos. Sabían que su padre había
llegado.

—Hola, cielo —saludó, con un poco de desgano a su esposa con un


beso suave en los labios.

Roberto era un hombre introvertido y de una seriedad cabal. Solía


ser reservado con las muestras de cariño a sus hijos. Si bien los
amaba, le costaba mucho expresar sus emociones. Desde hace
años luchaba contra una depresión que todos sentían, pero de la
que nadie hablaba.

Esther le preguntó a su marido cómo le había ido en el día a la vez


que le servía la comida. Roberto respondía casi siempre con
vocablos monosilábicos y en un tono cansado y bajo. Gael y Surem
no les prestaron mucha atención a sus padres, estaban demasiado
entretenidos con el videojuego. Después de un rato Gael se levantó
del sillón y subió a su cuarto. Se sentó en la cama: toda su
habitación estaba decorada con motivos de su superhéroe favorito:
Batman. Le fascinaba la historia del huérfano convertido en héroe, lo
que más le atraía del justiciero de Gotham era la combinación entre
la bondad y ese temple oscuro que constituían su personalidad; su
constante lucha interna entre la luz y la sombra. La pantalla de su
celular se iluminó. Recibió un whatsapp de Yamileth, su mejor
amiga.

Gael, estoy aquí. Me la pasé súper en NY. Tengo tanto que


contarte. Te extrañé, tonto. Nos vemos? Besos :3

Gael esbozó una sonrisa complacida y se quedó contemplando el


techo durante un buen rato. Le entusiasmaba la idea de poder
reencontrarse con su amiga. Se incorporó de un solo movimiento y
estudió los anaqueles de su pequeña biblioteca. Eligió Las venas
abiertas de América Latina y se sumergió en la lectura. Perdió la
noción del tiempo y de todo su entorno. Imaginó a todos esos
hombres y mujeres esclavizados que trabajaban en las minas, en el
campo, en la construcción, sin otra alternativa de vida. Surem entró
en la habitación y se recostó en su cama.

—¿Ya puedo apagar la luz? —preguntó después de un bostezo.

—¿Tan temprano?

—Ya van a dar las once y tengo mucho sueño.

Gael cerró el libro y le sonrió a su hermano asintiendo con la


cabeza. Sus párpados empezaban a pesar bajo el manto de la
oscuridad. Se acostó boca abajo y abrazó su almohada. Estaba a
punto de caer dormido, cuando de pronto su hermano pegó un grito
penetrante.

—¡¡¡No!!!

—¿Qué sucede? —preguntó Gael consternado mientras sujetaba a


Surem de los hombros.

El niño temblaba y transpiraba profusamente.

— ¿Te sientes bien?


—Sí, sí —respondió con el aliento entrecortado—, sólo fue una
pesadilla.

—Tranquilo. A mí también me pasaba a tu edad. Tenía pesadillas


recurrentes. Eran tan vívidas que me daba miedo quedarme solo en
el cuarto. Me iba llorando al cuarto de mis papás.

—¿Y cómo es que ahora eres tan valiente? Hasta te has ido a leer a
los cementerios de noche. ¿Qué soñabas?

—Una vez soñé que me encontraba en un monasterio, era de


madrugada, hacía frío y todo estaba inundado por una densa
neblina color púrpura. En la entrada del monasterio había un monje
de semblante pálido, labios sangrantes y dientes afilados; sus ojos
eran completamente negros. ¡Era aterrador! El monje me llamaba
por mi nombre: “Gael… Gael” —recitó con una voz ronca para darle
un toque cómico a la historia. —“Ven”, me decía —continuó Gael—.
Me acerqué a él. Con cada paso que daba podía ver cómo la piel de
su cara se iba desgarrando hasta desintegrarse en el piso. Los
músculos de su rostro quedaron completamente expuestos.

—¡Wow! Ésas sí que son pesadillas.

—Sí. Imagínate el grito que pegué que mamá entró corriendo a


verme. Estaba temblando descontroladamente.

Ella me explicó que las pesadillas son producto de los traumas que
sufrimos durante el día. Yo le temo a la oscuridad, a los payasos y a
todo lo relacionado con la religión; por eso ese sueño ha sido de
lejos el peor de todos. Fue como si todos mis temores se fusionaran.
Mamá me pidió que afrontara mis miedos, y para eso me dio esto,
mira.

Gael sacó un anillo rojo de plástico de uno de los cajones de su


armario que tenía una estampita de una llama.

—Me dijo que me pusiera este anillo si llegaba a sentir miedo, que
me iba a proteger de todos los monstruos. Siempre que me lo pongo
me siento más seguro, intocable, incluso, poderoso.

—No sabía que lo tenías.

—Es que lo guardo muy bien —sonrió y extendió su mano para


entregárselo a su hermano—. Toma, ahora es tuyo. Serás el
portador del anillo más poderoso del mundo.

—¡Gracias, hermano! Este anillo le patearía el trasero al de Sauron.

—Sí, hasta el mismísimo Gollum te lo envidiaría.

Surem se alegró tanto que olvidó su pesadilla con facilidad. Gael, al


constatar que su hermano había perdido completamente el miedo,
regresó a su cama, se recostó e intentó conciliar el sueño. No lo
logró de inmediato. Pensó en todo y en nada, recuerdos, añoranzas
y sueños se mezclaban en su cabeza. Yamileth, sus amigos, la
escuela que le parecía absurda, sus lecturas, sobre todo los
poemas. Ganas de vivir y de desaparecer.
3
Un día, no como cualquiera

Un fino hilo escarlata tiñe los corales que rodean la isla de San Juan
de Ulúa, recinto que alberga cientos de leyendas, y donde
ocurrieron feroces batallas que se libraron para defender al puerto
de invasores. La sangre brotaba del cuello degollado de un guardia
que yacía inerte. Los rayos perlados de la luna iluminaron el Ollin
que decoraba la máscara, detrás de ella unos ojos azules se
asomaban como llamaradas queriendo escapar de la profundidad.
El sujeto de la máscara limpió la sangre de la daga con una franela
que pertenecía al sacrificado; la tiró y con la sangre dibujó sobre el
suelo un gran círculo cabalístico. Dentro de éste trazó otro
concéntrico. Escribió la palabra “Paimon” en el espacio que
separaba ambas circunferencias, dentro del círculo más pequeño,
plasmó unos extraños dibujos. Colocó una vela negra justo en el
centro. Se recargó en la barda que daba en dirección al mar para
contemplar el puerto dormido de Veracruz. Observó con desdén a
las pocas personas que caminaban a lo largo del malecón, “gente
insignificante”, pensó.

Transcurrieron un par de horas. Volteó a ver su obra. La sangre se


había secado por completo. Se acercó al círculo, empuñó la daga y
la hundió en su mano izquierda. Dejó caer unas cuantas gotas de
sangre sobre el círculo, encendió la vela y observó su reloj, eran las
03:15 en punto y empezó a pronunciar una siniestra oración:

Et confirmo super vos, Angelis fortes et boni, in nomine Adonay,


Adonay, Adonay, Eye, Eye, Eye, Cados, Cados, Cados, Achim,
Achim, Achim, La, La, fortis La, qui appauit in monte Sinai, cum
glorificatione Regis Adonay, Saday, Sabaoth, Amatay, Ya, Ya,
Ya. Marinata, Abim leia, qui María creavit, stagna etomnes
aquas in secundo die, quasdam super coelos, et quasdam in
terra. Sigillavitmare in alto nomine suo, et terminum, quem sibi
posuit, non praeteribit; et pernomina angelorum, qui dominantur
in primo exercitu; qui serviunt Orphanielangelo magno, pretioso
et honorato; et per nomen stella, qua est in Luna et pernomina
praedicta super, te conjuro scilicet, Gabriel, qui est praepositus
diei Lunaesecundo, quod pro me labores et adimpleas omnem
meam patitionem, justa meumvelle et votum meum, in negotio
et causa mea, es esto sit, fiat. Amén **

Una nube negra y espesa con destellos azulados se formó en medio


del círculo, de ella se formaron facciones humanas y unos ojos color
turquesa aparecieron. La figura se irguió ante el Enmascarado y
habló:

—¿Está lista la siguiente fase?

—Sí, ya ubiqué al portador. Le haré llegar el libro que permitirá la


fusión de almas.

—Bien, todo marcha acorde a nuestros planes —el ser de niebla le


entregó al Enmascarado una gran espada que materializó de la
nada: el mango era de obsidiana negra, adornado con un colmillo en
cada extremo y la hoja de platino—. Podrás solicitarla cuando lo
desees.

—¿Tenemos previsto algún problema? —preguntó el Enmascarado


a la vez que se hacía con ella.

—No es más que una medida preventiva. Nada ni nadie impedirá lo


inevitable. Nuestro plan milenario está en marcha.

—Me urge entrar en acción. No sabes lo aburrido que es este lugar.

—Sé paciente, pronto reinará el caos y te divertirás ante la


destrucción —la sombra entrecerró sus ojos y atravesó el alma del
Enmascarado con la mirada—. Una vez que logres tu objetivo,
iniciará la siguiente fase.
—De acuerdo. Sólo tengo una petición: quiero encargarme
personalmente de la destrucción de esta ciudad de mierda.

—Cuenta con ello. Pero sólo destruirás la ciudad; recuerda que


necesitamos de la humanidad para lograr nuestro objetivo final.

—Sólo pienso matar a unos cuantos; los tengo bien identificados.


Necesito derramar sangre de vez en cuando, si no podría sufrir una
crisis de identidad.

—Nuestro momento ha llegado…

Una vez desaparecida la sombra, el Enmascarado se dirigió hacia


una de las esquinas del fuerte, mirando la ciudad, se cruzó de
brazos y en voz baja, repitió: “El caos y la destrucción reinarán”.

Esa madrugada unas voces despertaron a Gael. Por un momento


pensó que se trataba de un diálogo entre dos personas. Se
incorporó y notó que Surem estaba hablando solo. “No permitas que
eso suceda, debes impedirlo. No quiero que mi ciudad sea
destruida”. Gael decidió dejarlo dormir. Tomó su celular para
consultar la hora. Eran las 03:20. “La hora de Aquél”, musitó y
frunció el ceño. Sabía que a esa hora la presencia de la oscuridad
cobraba mayor fuerza.

La alarma del celular sonó a las ocho de la mañana. Hizo un gran


esfuerzo para despegar los párpados, pero no lo logró. Cuando los
abrió, el reloj marcaba las ocho cuarenta. Se cepilló los dientes,
vistió lo primero que encontró en su armario y bajó a toda prisa por
las escaleras. Le dio los buenos días a su madre mientras se dirigía
a la puerta.

—¡Gael! —gritó Esther— ¿No estás olvidando algo?


—No, esta vez sí me despedí.

—Olvidar el celular o las llaves es una cosa, pero que olvides tu


mochila ya es el colmo.

—¡Qué haría sin ti, mamá!

Una vez a bordo del camión se sentó al lado de un señor trajeado y


pulcro, con un periódico desplegado entre sus manos. Gael lo
observó por el rabillo del ojo y pensó: “Qué vida tan aburrida la
suya”. Se imaginó a sí mismo en unos años yendo todos los días a
un trabajo tedioso para ganar unos cuantos pesos y poder mantener
a duras penas a su familia; con suerte, le sobraría un poco para ir de
vez en cuando de paseo. Le entristeció el hecho de que ésa era la
vida a la que todo “buen ciudadano” podía aspirar. “¿Cómo se le
puede llamar vida a eso?”. Gael deseaba más. No le interesaba vivir
sólo para morir: quería trascender, hacer algo memorable. Su padre
lo instaba a estudiar la carrera de ingeniería mecánica, pero para él
la sola idea de que un papel sirviera para reflejar el valor de un ser
humano le resultaba ridícula; no le interesaba formar parte de los
convencionalismos sociales. “Un buen ciudadano es un buen
esclavo” pensó, mientras veía bajar del camión al trajeado. No iba a
aceptar ese camino; no se iba a dejar arrastrar por esa corriente
lenta y dolorosa donde tantos se desvanecen. Sin darse cuenta
llegó a la escuela. Se apresuró: al menos un día a la semana debía
fingir interés por los estudios y qué mejor día que un viernes.

Como de costumbre, Gael pidió permiso para entrar al salón, y el


maestro, resignado, le hizo la indicación para que se sentara en su
lugar.

Durante el descanso se encontró con sus amigos.

—Ya empecé a trabajar en el proyecto. La fecha de entrega es el


próximo lunes. ¿Qué día nos reunimos para trabajar? —preguntó
Carlos.

—Este fin no puedo, voy a salir de viaje —respondió Abraham.


—Gael, sólo quedamos tú y yo.

—Claro, mañana mismo empezamos, aunque sea para adelantar


algo.

—Sí, seguro —dijo Carlos en un tono sarcástico.

Gael sonrió y sacó el libro que había leído el día anterior: Las venas
abiertas de América Latina. A Carlos le llamó mucho la atención el
título.

—¿De qué trata?

—De cómo Europa se enriqueció gracias a nuestro sufrimiento y


nuestros recursos naturales —indicó Gael.

—Qué bueno que nos conquistaron. Si no fuera por ellos todos


seriamos chaparros y morenos, llenos de atavismos. A veces debe
morir algo para que un nuevo orden surja —sonrió Abraham.

—Nos saquearon el oro, nos quitaron nuestro legado y nuestras


creencias ¿y tú todavía te atreves a decir eso? —reprochó Gael.

—Momento. Yo soy chaparro y moreno —añadió Carlos.

Abraham y Gael soltaron una carcajada. Gael y Abraham tenían una


cierta complicidad, Gael lo admiraba, era todo lo que él no era:
guapo, muy desenvuelto, un poco cínico, seguro de sí mismo.

—Es cierto, perdón. ¡Dame todo tu dinero! —reviró Abraham.

Las carcajadas de Gael cesaron en cuanto sintió vibrar su celular.


Sonrió. Era un whats de Yamileth:

Hola bobo, hay que vernos mañana, no? Tengo mucho que
contarte. Este viaje me cambió la vida... besitos :)))

—Carlos, no voy a poder mañana. Me salió un compromiso.


—Siempre sales con la misma. Está bien, dejémoslo para el próximo
fin. O mejor aún, para el domingo en la noche, para que sea más
emocionante.

A Abraham y a Gael les pareció buena idea. Carlos se enfadó, pero


no dijo más. Los tres se levantaron. Era hora de volver al salón.

—¿No se te está olvidando algo? —le preguntó Carlos a Gael.

—¡Mi mochila! —exclamó Gael. Carlos y Abraham se limitaron a


negar con la cabeza y siguieron su camino mientras que Gael
regresaba por ella. Antes de llegar a las bancas, un chico
desconocido lo interceptó para devolvérsela.

—Toma, creo que esto es tuyo.

Era un muchacho alto, esbelto y de una mirada penetrante.


Mostraba algunas cicatrices en los brazos. A Gael le dio mala
espina: algo había en él que le resultaba perturbador.

—¡Gracias! Tengo la cabeza en las nubes.

—No te preocupes, a mí también se me olvidan las cosas a cada


rato. Quizá tengas déficit de atención —dijo el chico con una
sonrisa.

—Me concentro en otras cosas —replicó Gael, e intentó ocultar la


irritación que le causó el comentario.

Volteó a ver si sus amigos lo estaban esperando. Cuando volvió la


mirada, el chico de las cicatrices había desaparecido. “Qué extraño”,
pensó, y aceleró el paso para llegar tarde al salón una vez más.

Los viernes las actividades escolares terminaban más temprano, por


lo que Gael decidió caminar a casa. Abraham se le unió, ya que
ambos vivían en la misma colonia. A Gael le extrañó, conocía muy
bien a su amigo y sabía lo mucho que odiaba caminar.

—¿Desde cuándo te gusta usar los pies?


—Nunca está de más hacer un poco de ejercicio y mover el
esqueleto —contestó Abraham.

Eran muy unidos. Su amistad había superado incontables pruebas.


Se apoyaban mutuamente, se daban consejos, competían entre sí
para alcanzar objetivos. Aunque sus historias eran muy distintas,
uno aprendía del otro. Conocían sus secretos más íntimos. Abraham
amaba a Daft Punk y a Skrillex por lo que Gael comenzó a
escucharlos, haciéndose fan, y Abraham, al saber que su amigo
amaba a Batman, se compró varios cómics y películas para estar al
tanto del personaje y entender la historia del caballero de la noche.
Abraham venía de una familia desintegrada, sus padres no se
ocupaban mucho de él pero consentían todos sus caprichos. Gael,
por su parte, tenía una familia muy unida, que había pasado por
momentos difíciles económicamente.

Abraham aprovechó la caminata para hacer un recuento de sus


recientes conquistas amorosas. Gael le reprochó que jugara así con
las chicas.

—¡Oye! Hay que salir con varias antes de saber cuál es la indicada.

—Ok, pero lo tuyo parece un censo de población femenina.

Justo en ese momento un relámpago surcó el cielo gris. El trueno


que siguió retumbó en la estratosfera. Gael sonrió, fascinado por el
espectáculo.

—¿Sabes cómo se calcula la distancia entre las nubes y los


truenos? —preguntó Gael.

Abraham conocía ese semblante a la perfección. Siempre que Gael


tenía una explicación, su mirada se tornaba intensa y sus labios
temblaban ligeramente.

—¿Cómo? —preguntó con fingido interés.


—Es simple, tienes que contar los segundos entre el relámpago y el
trueno; luego hay que dividir la velocidad del sonido, que es igual a
1,234 km/h, entre 3,600, y multiplicar el resultado por los segundos
que pasaron entre el relámpago y el trueno, y lo que te da es la
distancia que hay de aquí a la nube.

—¿Cómo sabes todo eso? Todos esos datos inútiles.

—Llegué a esa conclusión por mi propia cuenta. De hecho, no estoy


seguro si esa fórmula sea cierta, pero bueno, según mis cálculos sí.

Abraham observó a su amigo con cierta envidia. Siguieron


caminando unas cuadras más hasta llegar a casa de Gael. Lo invitó
a pasar, pero su amigo declinó la invitación, ya que tenía que llegar
a su casa para preparar la maleta para el fin de semana. Se
despidieron con un fuerte apretón de manos. Gael abrió la puerta y
se encontró a su primo sentado en la sala al lado de Surem.
Estaban viendo una película de terror.

—Hola, Sebastián. ¿No ibas al rancho con tus papás este fin?

—¡Qué onda, primo! —Sebastián se levantó para estrechar su mano


—. Ésa era la idea, pero me salió un compromiso.

Gael consideraba a Sebastián un hermano. Tenían la misma edad,


gustos similares, y muchas historias de infancia.

—¿Te quedas a dormir, cierto? —cuestionó Gael.

—Sí, primo.

Gael saludó a sus padres y dejó caer su cuerpo sobre el sofá.

—¿Qué ven?

—Una de zombis —intervino Citlalli, que se encontraba recostada


en otro sillón.
—Mira la mensa esa, se va a meter a la casa —dijo Sebastián
señalando la pantalla—. Se la van a comer viva. ¿Por qué siempre
hacen eso en las películas de terror?

—Las películas de terror son una fórmula, todos sabemos lo que va


a pasar, pero nos encanta verlas —sugirió Gael.

—Mejor hay que apagar la tele, no hay nada bueno —dijo Surem.

—¡Ya va a empezar Dragon Ball Super! —exclamó Gael.

—¡Cierto! —gritaron los chicos al unísono.

—¡Pfff!, pobres diablos —bufó Citlalli y se subió a su recámara.

Goku apareció en la pantalla para derrotar a sus enemigos gracias a


sus destrezas marciales. Los tres seguían con atención los
movimientos del personaje de anime. Al terminar el capítulo, Surem
bostezó y se fue a dormir. Sebastián lo siguió al poco rato. Gael
apagó la televisión, sacó su celular y le mandó un mensaje a su
amiga. Yamileth no tardó en responder, así afinaron los detalles de
su cita.

Gael se levantó del sofá con la intención de subir a su habitación,


cuando de pronto, escuchó unos susurros que parecían venir de su
mochila. Se acercó a ella y al abrirla notó algo extraño: había dos
libros que nunca había visto en su vida: Ars Goetia y Ars Paulina.
Ambas portadas estaban forradas de un cuero marrón desgastado.
Tomó el Ars Paulina. En el momento en que abrió el libro su mente
se inundó con imágenes de criaturas mágicas: reptiles envueltos en
fuego que volaban por los aires, pequeños seres forjaban armas,
hadas bailaban sobre el agua y otras más en el aire. Embriagado y
aturdido, cerró el libro de golpe y las criaturas se esfumaron al
instante.

Gael permaneció perplejo durante unos segundos. La confusión se


fue disipando y de repente sintió que lo invadía una calma inusitada.
Se dio cuenta de que las criaturas que brotaron del libro eran muy
parecidas a las que había visto en el sueño de hacía dos noches. Se
cuestionó si había alguna relación entre estos dos hechos.
Experimentó entonces una angustia súbita e inexplicable. El otro
extraño libro le llamaba poderosamente. Lo tomó entre sus manos,
con temor, para echarle una hojeada, pero su intuición le advirtió
que lo dejara para otro momento. No comprendía realmente nada de
esto. Hizo un recuento de lo que había acontecido durante el día y
se acordó del misterioso chico que le había entregado la mochila en
la escuela. “¿Quién más pudo haber sido?” Estaba cansado y no
quería darle rienda suelta a la especulación, por lo que decidió subir
a su recámara con el título de Ars Paulina bajo el brazo. Colocó el
libro debajo de su almohada y se tapó con la cobija. Pronto cayó en
un sueño profundo.

—El libro ha sido entregado con éxito —expresó el Enmascarado


con seriedad.

Se encontraba en medio de una habitación en tinieblas sólo


iluminada por una tenue llama color azul de la que brotaron los ojos
azules.

—Bien. Si nada interfiere con nuestros planes, en cuatro días se


desatará el caos que tanto has anhelado. Pero necesito que lo
vigiles muy de cerca, si algo sale mal tendrás que eliminarlo.

—¿Qué puede salir mal? Nuestro plan es perfecto, no puede


fracasar.

—Escucha, prepárate para cualquier contratiempo.

—Si algo sale mal, me encargaré de él.


Sin más, Paimon se desvaneció para dejar una pequeña estela azul
en el aire.
4
Sueños que matan

Por mí se va hasta la ciudad doliente,

por mí se va al eterno sufrimiento,

por mí se va a la gente condenada.

La divina comedia

Frente a mí, un abismo insondable se tragaba a miles de espectros


que, en conjunto, desprendían un halo violáceo intenso. Caían como
una cascada de las espesas nubes. No tuve más remedio que
soltarme para ser absorbido por el vacío. Durante la caída, el
lamento de las almas condenadas retumbaba en mis oídos. No
perdí la conciencia en ningún momento. Pude, extrañamente, flotar
y llegar al fondo posando los pies sobre el suelo. Ahí, una neblina
espesa lo envolvía todo. Alcé la mirada, y pude ver unos rayos de
luz que se colaban desde el cielo. Sin remedio tomé el único camino
posible frente a mí. Apareció por el sendero un bosque de árboles
negros que parecían calcinados. Noté que a la vera del camino
brillaban algunas monedas que parecían antiguas; me agaché para
recogerlas. Al levantarme, sentí detrás de mí una presencia
amenazante. Cuando giré, me encontré con una especie extraña, un
ser alado con cuerpo de león y cabeza humana que volaba frente a
mí. Quedé pasmado, pero de alguna manera, me parecía natural. El
ente pronunció las palabras que nunca nadie quiere escuchar.

Me limité a cerrar los ojos. Escuché un golpe seco y el aleteo de la


criatura que parecía huir, cuando los abrí, vi que la bestia ya no
estaba. Frente a mí, el mismísimo Bruce Lee me hacía una
reverencia marcial.

—Gael, es menester que sigas otra ruta si quieres irte de este lugar
salvaje. Angélica me ha enviado a guiarte. Ella te espera al final de
este recorrido —me aseguró con una sonrisa amable.

¡Angélica!, mi queridísima prima, quien fue para mí una hermana


mayor, con la que pasé la mayor parte de mi infancia. Ella había
fallecido hacía algunos años a causa de una enfermedad incurable.
Mi salvador me reveló que me esperaba en el paraíso y para verla
debía atravesar el averno.

—Por lo que, por tu bien, pienso y decido que vengas tras de mí.
Seré tu guía, he de llevarte por un lugar eterno donde oirás el aullar
desesperado, verás dolientes a las antiguas sombras, gritando todas
por la segunda muerte…

Sólo pude responderle, “¿Por qué yo? ¿Por qué debo ir?” El
maestro respondió que eso no lo sabía pero que al final del viaje lo
entendería.

—Mientras tanto, te dejo las palabras de Angélica como una


oración: “Nunca dudes de quién eres y de lo que eres capaz de
hacer. Borra el miedo de tu corazón.”

Comencé, entonces, a seguir a mi maestro dando pasos inseguros.


Llegamos, sin notarlo, ante unas aguas negras de las que emanaba
un olor a muerte, ahí, flotaba una barcaza. Bruce Lee me explicó
que ése era el paso de Caronte: el barquero que nos ayudaría a
cruzar el río Aqueronte o río del dolor, por el que miles de almas
perdidas cruzan al otro lado.

Justo cuando estábamos dispuestos a poner pie en la embarcación,


un anciano de aspecto turbio se interpuso para obstruir mi paso.

—Sólo los muertos tienen el derecho a abordar mi barco.


Mi guía intervino para comunicarle que yo había sido elegido para
conocer los terrores del Hades.

—Su cambio del interior al exterior ha iniciado. No te atrevas a


interferir en su camino de aprendizaje —dijo, desafiante.

Caronte accedió a regañadientes, no sin antes exigir el pago por su


servicio. Hurgué en mis bolsillos y saqué las monedas que había
encontrado. Se las entregué. El navío zarpó para emprender nuestro
viaje hacia el averno.

—Llegamos. ¡Bajen, malditos! Su juicio los aguarda.

Caronte me señaló y vociferó:

—¡Tú, sigue ese camino! Te guiará a tu destino.

Llegamos a un castillo gigantesco, cuya envergadura abarcaba


fácilmente una ciudad entera. Bruce Lee me explicó que nos
encontrábamos ante el primer círculo, de donde él venía. Era el
lugar designado para aquellas almas cuyo único pecado fue el no
haber alcanzado la luz de Dios: el limbo. En ese lugar se
encontraban los que no habían sido bautizados, o nacieron antes de
la llegada de Cristo o de los que aun siendo buenos no mostraron
en vida su debido respeto a Dios. Entramos al castillo donde había
miles de almas. Pude reconocer algunas que en vida tuvieron un
talento sobresaliente; entre ellos, varios filósofos y científicos
quienes habían desmentido la existencia de Dios, por lo que su
castigo era directamente proporcional a sus pecados: “No hay Dios,
no hay compasión”. Pude notar en muchas de estas almas una
extraña paz, después de todo, pensé, los ateos no necesitan de
Dios.

Caminamos por el interior del castillo rumbo a un templo donde se


hallaba Minos quien, supe, era el juez encargado de sentenciar a
aquellos merecedores del averno. El templo estaba tallado en una
especie de marfil negro. No había ni un solo adorno, únicamente
pilares que se alargaban hasta perderse en el infinito. En el centro
estaba Minos, detrás de un tribunal en el que juzgaba a todos los
que pasaban por su umbral. Me acerqué al estrado con la intención
de solicitar el permiso para poder entrar al abismo; sin embargo,
justo antes de hablar, el maestro me interrumpió:

—Minos: me han encomendado guiar a esta alma. No obstruyas


nuestro paso, pues su destino es conocer los horrores del infierno, y
esa decisión la tomó Aquél a quien tu superior debe su obediencia.

El juez me miró directamente a los ojos y sentí como si estuviera


inquiriendo en lo más profundo de mi alma. Me estremecí. Sonrió
perversamente. Acto seguido, señaló el camino que debíamos
tomar. No hubo intercambio de palabras, apuntó hacia una de las
puertas de aquel templo sombrío. Bruce y yo nos dirigimos hacia
ellas. Minos habló:

—¿Con que tú eres el portador de nuestro salvador; aquél que nos


guiará a la victoria y liberará a nuestros hermanos? —dijo e hizo una
reverencia.

No entendí lo que había enunciado, Bruce me tranquilizó sin decir


palabra y seguimos nuestro camino. Atravesamos el portal, ante
nosotros, un panorama turbio en el que miles de almas chocaban
entre sí a causa de torbellinos violentos que sacudían la atmósfera.
Algunos se impactaban contra las piedras para quedar incrustados
en sus bordes afilados, mientras que otros se sumergían en el fondo
de las oscuras aguas. Me estremecí al ser testigo de semejante
condena. Mi guía percibió mi desasosiego.

—Aquí, Gael, yacen los lujuriosos: aquellos que se vieron


doblegados por su debilidad por la carne y se entregaron al
libertinaje.

En medio de esa horrible tempestad, observé con asombro al


Marqués de Sade, de quien había leído muchas historias increíbles,
también pude ver a Freddie Mercury, Picasso y a Marilyn Monroe.
De inmediato sentí que este fin era totalmente injusto, pero pensé
que los lujuriosos son capaces de gozar en las peores
circunstancias. Uno de ellos se acercó para decirme de frente: “No
cuenta como infierno si te gusta como quema”.

Seguimos descendiendo; ya en el tercer círculo, nos encontramos


con los glotones, quienes estaban hundidos en el fango y eran
azotados por una lluvia de granizo helado. Su custodio era un
enorme perro de tres cabezas: Cerberus, quien los azotaba de tanto
en tanto. Aquí sí saltaron mis alertas, yo que devoraba la comida de
mi madre o la de la calle podría estar en este foso, pero aun así no
pensaba dejar de “atascarme” como diría mi hermana.

En el siguiente círculo eran castigadas almas por las que no sentí


ninguna conmiseración: los avaros. Presencié a miles de ellas
condenadas a empujar grandes pesos de oro y otras que eran
sumergidas en ese metal hirviente. No comprendía cómo era posible
soportar semejante castigo para toda la eternidad.

—¿De qué sirve una vida llena de lujos si éste es el castigo? —


pregunté.

—Cuanto más valoramos las cosas, menos nos valoramos a


nosotros mismos. Si obtienes poder y riquezas, que no sea a costa
de los demás. Sólo así serás digno merecedor de un pago justo.
Vive tu vida bien y procura que aquellos quienes te rodean vivan
honradamente y nunca te sientas superior a los demás, ése es el
sendero hacia la auténtica bonanza.

Sentí en el fondo de mi corazón un gran dolor al hacer un recuento


de los sufrimientos que padece mi país, en donde los ricos son cada
día más ricos y los pobres más pobres. En ese instante comprendí
la razón por la cual estaba ahí. Mi maestro me señaló el camino al
siguiente círculo. Lo atravesé con la frente en alto.

Me indicó que en el siguiente círculo se encontraban los iracundos,


aquellos que se dejaron llevar por la cólera y me recordó que un
temperamento colérico siempre engaña. Ellos eran castigados en el
lago Estigia bajo la custodia de Flegias: un barquero mucho más
imponente y aterrador que Caronte. Mitad demonio y mitad humano.
Su tamaño era impresionante, tenía dos pequeños cuernos en la
frente y sus ojos eran más negros que el vantablack. Su piel era de
un tono gris pálido demacrado y poseía unas garras largas y
afiladas. Mi maestro me explicó que había que subir a su barcaza
para lograr llegar al siguiente nivel del infierno, a Dite: la ciudad de
los condenados. Me alertó de no juzgar duramente, “los errores son
siempre perdonables, si uno tiene el coraje de admitirlos.”

El barco tenía una forma circular y estaba recubierto de puntas de


lanza. Navegamos; a lo lejos, pude avistar una ciudad amurallada
que ardía permanentemente. Aunque nos encontrábamos a una
distancia prudente, podía escuchar los lamentos de los condenados.

Gael se despertó de golpe, agitado y con palpitaciones. Se sentía


aturdido. Estos sueños enlazados le parecían más que extraños.
Intuía que era una especie de presagio. Miró debajo de su almohada
y tomó el libro para hojearlo, con la esperanza de reencontrarse con
las criaturas que habían brotado de sus páginas la noche anterior.
Pero nada ocurrió. Al azar se encontró con un pasaje en donde se
hablaba de ángeles y seres elementales. El libro incluía
instrucciones para invocarlos. Continuó leyendo:

Espíritus elementales

Los cuatro elementos de la naturaleza (Aire, Tierra, Fuego y


Agua) están habitados por los espíritus elementales que el
sabio cabalista domina a su antojo y se sirve de sus poderes
misteriosos.

En la edad paradisíaca, Adán era rey y señor de los elementos,


más, al perder su inocencia, quedóse desposeído de su pureza
y esa fuerza es la que el hombre puede adquirir mediante las
enseñanzas de la Kábala. Esta corriente mística precisa el
orden jerárquico de todas las entidades invisibles que pueblan
los cuatro mundos y nos enseñan la manera de trabar
conocimientos con ellos.

Los espíritus elementales (llamados así dado que representan


cada uno de los elementos) se clasifican en cuatro categorías:
los Silfos: aborígenes del aire; los Gnomos: habitantes de las
profundidades de la tierra; las Salamandrinas: criaturas del
fuego; y las Ondinas: seres del agua.

Cada uno de estos grupos está bajo el dominio de un espíritu


superior, cuyo nombre es djinn, y a cada djinn se le honra con
una oración particular.

Se sintió intrigado por lo que leía sobre Adán. Gael era escéptico a
las enseñanzas de la Biblia, pensaba que debían entenderse en su
sentido metafórico y no literal como, creía, hacen los fanáticos.
Estaba muy intrigado pero su teléfono móvil vibró: un nuevo
mensaje de Yamileth. Le confirmó que pasaría por él para salir a
pasear. Consultó la hora para darse cuenta de que eran las 14:10.
Saltó de la cama, se pasó los dedos por el cabello y bajó por las
escaleras con la esperanza de que Yamileth no fuera tan puntual.

—Hola, “bello durmiente” —sonrió Yamileth.

Reconoció a la chica y sus rasgos, pero también le sorprendió que


se veía un poco mayor. Yamileth era bajita, un poco robusta, de
cabello negro y liso, tenía unos ojos profundos y oscuros. En sus
pupilas se descubría mucha energía y fortaleza.

Yamileth estaba sentada en la mesa al lado de Esther y Citlalli.

—Hola Yam, perdón, estaba en algo importante.

—¿A poco? —preguntó en tono burlón—. No pasa nada. ¡Pero, qué


cara traes!

—¿Nos vamos? Sólo voy a mi cuarto rápido, quiero enseñarte algo.


Yamileth sonrió y asintió. Cuando salieron de la casa, Gael notó que
hacía un poco de frío o quizás estaba tan nervioso que su
temperatura corporal había bajado.

Caminaron largo rato hasta la calle que desembocaba en el ruidoso


y colorido zócalo del puerto de Veracruz. Hablaron de todo un poco,
pero, sobre todo, del viaje de la chica. Gael notó que las
perspectivas de su amiga se habían ampliado, ella le contó que lo
que más le sorprendió de su viaje a la enorme ciudad fue ver que
las personas luchaban todos los días por algo, estudiar, conseguir
un trabajo, criar a sus hijos.

Cuando pasaron a un costado de la catedral, Gael se acercó a una


de las puertas y depositó un billete en el vaso que descansaba al
lado de una indígena. La mujer llevaba un bebé en brazos. Gael le
ofreció una disculpa, como si la hubiera ofendido.

—¿Por qué te disculpaste con esa señora? —preguntó Yamileth


desconcertada.

—Por todo el sufrimiento al que han sido sometidos. Los indígenas


han padecido y siguen padeciendo la maldición de sus propias
riquezas.

Yamileth no entendía muy bien a qué se refería Gael.

—Los indígenas no tendrían por qué sufrir. Pasan hambre y


padecen de enfermedades; les quitaron una vida plena y todo por la
codicia de los…

—Los europeos —interrumpió Yamileth —. Sí, sé de todo el oro que


nos robaron, pero en parte, gracias a eso, gozamos de todas las
comodidades de hoy en día.

—No sólo se aprovecharon de nuestros metales preciosos, también


lo hicieron con nuestras tierras y nuestra gente. Y eso no ha
cambiado en absoluto, por el contrario, este capitalismo nos está
matando a todos.
—Pero gracias a la conquista tenemos una cultura universal y, para
muchos, conocimos al verdadero Dios…

—Toda religión enfocada en el despertar espiritual está en lo cierto.


Aunque cada cultura tenga su versión, casi todas coinciden en lo
mismo: adorar a un ser superior y amar a nuestros semejantes. En
mi opinión, a Dios no le importa qué nombre le den o como lo
veneren, mientras sean personas que estén en armonía con todo lo
que los rodea, él se da por bien servido. A veces pienso que
estaríamos mejor sin religión.

Yamileth se mostró reflexiva. Le cautivaba la pasión con la que Gael


defendía ciertos temas. Supo en su interior una gran verdad, que
siempre se discute con personas que nos importan, con los otros,
sin embargo, estamos de acuerdo porque en el fondo no nos
importan.

—Hoy por hoy están muy marginados, muchos de ellos viven en la


miseria. No merecen este trato. La gente los ve como si fueran
inferiores. Una cultura que prefiere el pavimento y el concreto en
lugar de la tierra y los árboles, no puede considerarse superior.

Yamileth estaba perdida en las palabras que salían con gran fluidez
de sus labios temblorosos. Estudiaba las expresiones de sus ojos
cada vez que alzaba ligeramente la voz para enfatizar alguna idea
importante.

—¿Qué sucede, Yam? —le preguntó con cierta preocupación—.


Siempre hago lo mismo. Te estoy aburriendo, ¿cierto?

—No, al contrario. Me doy cuenta de que te extrañé.

Gael se sonrojó, sus miradas coincidieron y sus pupilas se dilataron.


El chico sintió cómo la sangre galopaba en su torrente; quería
besarla como no lo había hecho nunca con nadie. Estuvo a punto de
hacerlo, pero se contuvo. Yamileth decepcionada se apartó. Él se
distrajo con los relieves de la fachada de la catedral.
—¿Hola? —dijo Yamileth, claramente frustrada.

—Ay, perdón, es que… ¿Y si entramos a ver qué hay de nuevo en la


catedral? No he puesto pie ahí desde que la remodelaron —
masculló, sin entender qué era esa fuerza que lo atraía al recinto.

Yamileth suspiró y aceptó de mala gana. No comprendía cómo Gael


no notaba lo increíble que ella era. Esto era desde luego un
sentimiento contradictorio, ya que pensaba que una chica no
debería estar con alguien que no podía valorarla.

La actual catedral de Veracruz, construida en el siglo XVIII fue


fundada realmente en 1599 pero esa parroquia original sucumbió a
las llamas en 1606. Estaba dedicada, desde siempre, a la Virgen de
la Asunción. En su interior, decenas de candelabros adornaban los
pasillos hacia el altar. Yamileth y Gael caminaron entre las bancas
hasta detenerse en una de las capillas. Gael descubrió entre la
gente al chico de las cicatrices que había conocido el día anterior.
Estaba arrodillado frente a un pequeño altar. En cuanto el chico notó
la presencia de Gael, se incorporó de inmediato y salió disparado
rumbo a la salida. Gael corrió detrás de él, pero no pudo ver adónde
se había ido.

—¿Quién era ese chico, Gael?

—Disculpa, Yam, es que… lo confundí con un compañero. ¿Quieres


ir por un helado?

—Claro bobo, ya sabes que me encantan los helados.

Caminaron las dos cuadras que separaban la catedral de la nevería.


Pidieron un cono cada uno y continuaron andando por el malecón.
Una pandilla de niños pasó corriendo entre los dos. Uno de ellos
chocó de lleno con Yamileth y su helado salió volando hacia el mar y
ella cayó al piso. Gael intentó contener la risa.

—Vamos, suéltalo, sé que mueres de ganas de cagarte de risa.


Gael obedeció y soltó una carcajada a la vez que le tendió su mano
para ayudarla a ponerse de pie. Al hacerlo descubrió el cuerpo de
su amiga de toda la vida, ya no como el de una niña sino como el de
una mujer. Lo recorrió con la mirada.

—¿Qué? ¿Todavía tengo tierra?

Retomaron la marcha y se sentaron en una de las bancas. Ya era de


noche y observaron el cielo estrellado.

—Y, ¿qué dicen las chicas?

—Nada. Ya conoces mi súper habilidad con las mujeres. Están a


salvo —Yamileth se rió.

—Además, cada que me acerco a una chica linda, me pongo tan


nervioso que se me traban las palabras.

—¿Así que sólo te pasa con las chicas lindas?

—Vamos, Yam, ya sabes a qué me refiero. Tú y yo nos conocemos


desde niños.

—Bueno, basta. Ya es tarde, ¿no crees?

Gael tomó la mano de Yamileth y le dijo:

—Observa las estrellas.

—Sí, se ven muy hermosas —respondió ella en medio de un


bostezo.

—Si ves más allá de lo que aparece a simple vista, descubrirás la


verdadera belleza de las estrellas.

—Sólo veo un montón de puntitos brillantes.

—¿Sabías que las estrellas que vemos en el cielo no son más que
un reflejo de lo que fueron hace millones de años? La distancia que
existe entre esas estrellas y nosotros es inmensa, y la luz que
reflejan y vemos, es la luz que viajó hace millones de años.

—No entiendo. Explícame.

—Por ejemplo: observa el cinturón de Orión. Se encuentra a una


distancia de 1,500 años luz de la tierra, lo que significa que lo que
vemos ahora es un reflejo de lo que fueron hace mil quinientos
años, y pasa lo mismo con todas las estrellas e incluso con la luna.

—¡Qué interesante!

—Perdón, otra vez te estoy mareando con mis datos inútiles.

—Me encantan tus datos inútiles. Siempre aprendo cosas nuevas


contigo.

—¿Te gustan más que un Audi o una cartera llena?

—Para mí sí.

Gael entendió claramente lo que estaba implicando su amiga, era el


momento y la oportunidad perfecta de tomarla en sus brazos y
besarla. Estaba decidido. Pero se quedó paralizado ya que, de
manera inesperada, unas imágenes aparecieron en su mente, lo
mismo que una extraña voz que retumbaba en sus oídos. La voz
repetía una frase en un lenguaje ininteligible para él.

—¡Gael! ¿Qué pasa?

Él tardó varios instantes en salir de su trance y le lanzó una mirada


consternada a Yamileth.

—Yam, perdón, es que…

—¿Qué pasó?

—No, nada, ya sabes: mi mente siempre está en otro lado. Ya es


tarde… te llevo a tu casa.
—Como quieras —respondió con una mezcla de enojo y
preocupación.

Gael entró a su casa con el ánimo a media asta. Observó que


Sebastián estaba al lado de Surem jugando un videojuego. Su
hermana y madre lo siguieron con la mirada desde el comedor.

—¿Cómo te fue con Yamileth? ¿Ya resolvieron su pendiente? —


interrogó Esther.

—¿Cuál pendiente?

—No somos tontas, tarado. Todo el mundo sabe que se gustan —


intervino Citlalli.

—Vamos, hijo, no seas tímido.

Gael hizo un recuento de todas las oportunidades que había


desperdiciado y su ánimo empeoró. Le aclaró a su madre que no
quería hablar más del tema. Dijo buenas noches y corrió a su
habitación. No quería más que evadirse en la lectura de su libro.
Retomó el capítulo dedicado a los elementales.

La tinta impresa en las páginas parecía cobrar vida, o mejor dicho


los ojos de Gael recorrían a gran velocidad los párrafos. Sintió que
un fuego se encendía en su interior. Se le ocurrió leer uno de los
conjuros en voz alta. Apenas había pronunciado el primer vocablo
cuando Sebastián entró al cuarto. Gael cerró el libro de golpe.

—¿Qué lees, primo?

—Nada, unos poemas.

—¿Desde cuándo te gusta la poesía?


—Es un gusto adquirido.

—Si tú lo dices… Tu hermano se estaba quedando dormido con el


control en las manos.

—Bueno, señores, a dormir.

—Buenas noches, México —replicó Surem.

El sueño venció a Sebastián y a Surem sin dificultad. Pero el


recuerdo del chico de las cicatrices, de las voces inexplicables y de
sus desencuentros románticos con Yamileth, atormentaban a Gael.
Aun así, se quedó profundamente dormido.

Sobre el lago Estigia divisé tres águilas que sobrevolaban la


fortaleza que yacía frente a nuestra embarcación. La superficie del
agua estaba atiborrada de almas atormentadas que me observaban
iracundas, lo cual distrajo mi atención. Mi maestro me aconsejó:
“recuerda que el mejor estilo de lucha es no luchar.”

Desembarcamos a la orilla de la ciudad llamada Dite. Seguí a Bruce


para adentrarnos en un panorama desolador. El cielo se tornaba
más oscuro a cada paso. Las llamas de fuego que salían de las
puertas teñían el cielo de un tono rojizo. Nos detuvimos a unos
metros de la entrada. Cuando alcé la vista al cielo noté que las
águilas eran realmente mujeres con alas, plumas y garras. Me
quedé paralizado ante esas criaturas espeluznantes.

—No temas —intervino mi maestro—; se trata de las furias, las


vigías de la puerta de Dite. Mantente detrás de mí, yo hablaré por
ambos.
Las tres furias aterrizaron cerca y caminaron en dirección nuestra.
Sus semblantes eran mórbidos. Una de ellas se colocó por delante
de las otras dos y encaró a Bruce Lee:

—¿A qué han venido?

—La conciencia de sí mismo es el mayor obstáculo, por eso guío a


este chico, debe comprender los demonios que yacen en su interior,
y el camino que todo ser superior tiene que tomar para alcanzar la
purificación. Así que apártense del camino o ustedes se convertirán
en uno de los obstáculos que tendremos que eliminar.

Las furias intercambiaron miradas entre ellas y nos ofrecieron tres


sonrisas maliciosas.

—Tú, mortal, póstrate ante nosotras e implora por nuestro permiso


para entrar a Dite.

Mi maestro me ordenó ignorarlas pero lo desobedecí, dándole a


entender que me encargaría de la situación. Me acerqué y me
coloqué ante las tres. Antes de poder pronunciar palabra alguna, las
furias se abalanzaron sobre mí. Me invadió el terror al ver que sus
garras se acercaban a mi cara, pero no permití que eso me
paralizara, estaba listo para defendernos. Con una intuición que
desconocía hasta ahora en mí evadí a la primera lanzándome en
sentido contrario al ataque, rodé por el suelo para esquivar a la
segunda. Mientras tanto mi maestro se deshizo de la última con un
certero golpe seco. Las dos que quedaban nos observaron con ojos
colmados de ira y nos embistieron. Mi custodio me protegió. Las dos
furias atacaron a la leyenda marcial, pero Bruce era muy rápido y las
evitó moviéndose a una velocidad sobrehumana. Lo volvieron a
encarar y éste les propinó una docena de golpes a una celeridad
impresionante. Las furias retrocedieron aturdidas, mi maestro brincó
y dio unas piruetas hacia atrás. Tomó a una de ellas por las garras,
la hizo girar en el aire y la estrelló contra una roca que se partió en
dos. El destino de la otra furia fue menos afortunado, ya que Lee la
sujetó de las alas y con un brusco movimiento se las quebró. Bruce
ignoró sus alaridos y se colocó frente a ella para embestirla con una
ráfaga de golpes en el estómago; después cerró su puño derecho,
tomó impulso y le colocó un puñetazo con toda su fuerza en la punta
de la quijada: la arpía salió volando por los aires, mi maestro saltó y
se ubicó a un costado de la bestia y le dio una patada que la mandó
contra unas rocas afiladas que atravesaron todo su cuerpo.

Cuando Bruce terminó la hazaña permaneció sereno.

—Gael, finalmente estás despertando. Has entendido que no se


trata de la habilidad técnica y de la fuerza sino de adaptar la forma,
hacerla tuya. Ser como el agua.

—¿Despertando?

—Así es. Los que no saben que están caminando en la oscuridad


nunca buscarán la luz.

Sus palabras me conmovieron; entendí que estaba llamado a una


misión que no se revelaba aún pero que llegaría a su debido tiempo.
Me sentí confiado, todo rastro de temor se disipó. Seguí a mi
maestro hasta los pies de las gigantescas puertas: entramos a Dite.

La primera parte del infierno parecía poca cosa en comparación con


los horrores y lamentos que atormentaban a esta ciudad. Un intenso
olor a azufre y agua estancada impregnaba el aire, vi a cientos de
demonios castigando a quienes yacían allí, todos ellos eran espíritus
de la venganza.

—Aquí yacen los herejes, aquellos que rechazaron el camino de


Dios y crearon sus propias doctrinas. Son castigados en hogueras
donde criaturas diabólicas los pinchan por toda la eternidad. Los
hombres sin fe son incapaces de conseguir la grandeza de la mente.

Me sorprendió ver a muchos hombres que por sus vestidos parecían


ser curas u obispos. No pregunté nada a Bruce pero me di cuenta
que en el infierno todas las almas son iguales. No nos detuvimos
más de la cuenta, seguimos avanzando al siguiente círculo que era
muy profundo. Para llegar al séptimo círculo teníamos que cruzar un
abismo que, según explicó mi maestro, se formó tras el fallecimiento
de Jesús. Su muerte había provocado un terremoto de una
intensidad sin paralelos que alcanzó el fondo del infierno y creó esta
brecha, la cual sirve para separar los tres últimos círculos infernales.

Para avanzar, teníamos que cruzar un barranco, Lee se acercó a un


centauro que rondaba el borde del precipicio y pidió su ayuda. El ser
mitológico accedió. Subimos a su lomo, éste utilizó sus patas
traseras para dar un salto enorme que nos situó al otro extremo del
barranco. Mientras bajábamos, el centauro nos aconsejó no fiarnos
del resto de criaturas del averno.

“Este círculo es diferente”, advirtió Lee, “en él se castiga a los


violentos y está dividido en tres giros: en el primero se sanciona a
quienes han sido violentos contra su prójimo; en el segundo a los
violentos contra sí mismos y en el tercero a los que osaron canalizar
su violencia contra Dios.”

Bruce me ordenó seguirlo. En la entrada al primer giro se hallaba un


minotauro de una musculatura imponente. Medía más de tres
metros de pies a cabeza, tenía unos cuernos gruesos y alargados
que parecían atravesarle el cráneo. Mi maestro se le acercó
sigilosamente. La bestia blandía un hacha gigantesca bañada en
sangre y sus ojos eran dos esferas ardientes. Éste giró la cabeza y
olfateó el aire para percibir nuestra presencia hasta dar con
nosotros. Bufó y lanzó un gruñido aplastante antes de embestirnos.
Saltamos hacia los costados y nos incorporamos de inmediato. No
lo hice con la rapidez necesaria pues el minotauro me embistió y
alcanzó a golpear mi hombro con el dorso de su hacha. Mi maestro,
como un rayo, se interpuso para rescatarme.

—No permitas que los pensamientos negativos entren en tu mente,


éstos son las hierbas que estrangulan la confianza. Tenemos que
unir fuerzas para derrotarlo.

—Dudo que tenga la destreza para lidiar con él. Es demasiado


poderoso.
—Recuerda que el guerrero exitoso es un hombre promedio con un
enfoque similar a un láser. Gozas de una enorme fuerza interior,
pero para poder acceder a ella, debes dejar de pensar en la derrota.
Despeja tu mente, sé amorfo, moldeable como el agua. Si viertes
agua en un lago, se convierte en el lago; si dejas que gotee sobre
una roca, la va a penetrar. El agua tiene el poder de transformarse y
hacer daño si es necesario. Sé como el agua, amigo mío, y así,
podrás despertar un poder que superará todas tus expectativas.

De pronto sentí como si todos los ríos del mundo corrieran por mis
venas. Planté mis suelas firmemente sobre la tierra para enfrentarlo
con la cabeza en alto, para ver directamente esas esferas de
magma. El minotauro volvió a la carga con toda su fuerza. No cedí
ni un solo centímetro. Esperé el momento oportuno, me agaché y
salí disparado como un relámpago para incrustar mi puño derecho
en su mandíbula. Sentí en mis nudillos cómo su cuello se dislocaba.
Antes de que lograra incorporarse del todo, Bruce lo sujetó de un
cuerno y lo lanzó al aire; en ese instante corrí hacia Lee, quien me
ofrecía sus manos entrelazadas a modo de trampolín. Las pisé para
impulsarme y alcanzar

a la bestia en el aire. Lo golpeé en la espalda con los puños y el


minotauro se estrelló contra unas rocas. Antes de que tocara el
suelo, mi maestro le propinó una patada en el estómago que lo
envió a estrellarse contra un monolito. Las rocas que descansaban
sobre él, cayeron para sepultar a nuestro contrincante. Me senté
sobre una roca para recuperar el aliento. Me sentía exhausto, pero a
la vez, revitalizado. Bruce se acercó a mí y me ayudó a
incorporarme. Posó sus manos sobre mis hombros:

—La fe mueve montañas, pero la fe en uno mismo transforma


universos —dijo, con una sonrisa satisfecha. —Ahora bien,
debemos seguir adelante.

Después de esa “bienvenida” debíamos seguir el recorrido;


descendimos por un valle desértico hasta llegar al primer giro, en
donde se castigaba a todos aquellos que habían violentado a los
demás; estas almas estaban sumergidas en un río de sangre
hirviente que estaba atestado por violadores, asesinos y tiranos,
entre ellos, vi a Francisco Pizarro, Pedro de Alvarado y Hernán
Cortés. No pude dejar de sentir cierta satisfacción por ello.

En el segundo giro estaban los suicidas, todos aquellos que no


apreciaron su posesión más valiosa. El cuerpo de los condenados
adquiría lentamente la textura de la corteza, en una agonizante
transición de humanos a árboles, a la vez que eran atormentados
incesantemente por parvadas de arpías endemoniadas. Me
cuestioné si este castigo era realmente justo, ¿en qué momento es
válido tomar la propia vida, había justificación para ello?, pensé.

En el tercer y último giro eran castigados los violentos contra Dios y


estaban divididos en tres grupos. El primero estaba formado por los
blasfemos, quienes eran sepultados hasta los hombros en arena
ardiente y yacían inmóviles bajo una lluvia de fuego. El segundo
grupo pertenecía a los sodomitas quienes se veían obligados a
correr descalzos sobre una capa de lava y, finalmente, estaban los
usureros (violentos contra las artes), que permanecían sentados con
los ojos abiertos en dirección al cielo para ser sometidos a un diluvio
de fuego.

El octavo y penúltimo círculo era completamente diferente a los


demás. Aquí se castigaba a los fraudulentos. Este círculo tenía una
forma muy singular: estaba ubicado en una cavidad en medio de la
cual había un pozo, dividido a su vez en diez fosos separados por
acantilados insondables. Este lugar obedecía al nombre de
Malebolge. Ahí se encontraban políticos corruptos, estafadores,
magos, adivinos y ladrones. “Aquellos que prefirieron usar su fuerza
para aprovecharse de los demás y enriquecerse.”

Descendimos por la primera fosa, habitada por los rufianes y los


seductores que eran azotados por demonios cornudos. En la
segunda fosa se hallaban los aduladores, sumergidos en
excremento humano, mientras que en la tercera eran castigados los
simoniacos (los que prometían falsamente la gracia de Dios a
cambio de bienes materiales) con sus cuerpos atascados dentro de
chimeneas y con las plantas de sus pies al descubierto, mientras
eran abrasados por llamas azules. La cuarta fosa estaba llena de
magos y adivinadores que caminaban con el cuello retorcido cual
torniquete. En la quinta fosa estaban los malversadores, sumergidos
en un lago de brea. En la sexta se encontraban los hipócritas, cuya
piel estaba cubierta con una gruesa capa de oro.

Seguimos a la séptima fosa, en donde estaban los ladrones,


quienes eran arrojados en un pozo repleto de serpientes, sus manos
estaban atadas y éstas se transformaban en reptiles. En la octava
cavidad se castigaba a los falsos consejeros quienes tenían lenguas
de fuego y estaban encerrados en jaulas ardientes.

El noveno hoyo: aquí yacían a los sembradores de la discordia, su


castigo parecía el más brutal de todo el averno. Demonios de una
apariencia insana mutilaban parte por parte a los pecadores. Sus
miembros se regeneraban sólo para ser nuevamente destazados
durante toda la eternidad. En la última oquedad se hallaban los
falsificadores, que sufrían enfermedades horribles que los
deformaban.

Experimenté un franco alivio al observar la puerta que nos separaba


del último círculo. Al fin pude vislumbrar el final. En cuanto nos
detuvimos frente a ella la tierra comenzó a temblar debajo de
nuestros pies. Volteamos a ver la montaña que se encontraba a
nuestras espaldas. La cima se cubrió con una inmensa nube y las
rocas salieron volando hacia nosotros. No fue sino hasta que el
polvo se asentó que vimos un cráter formado en la cúspide de la
montaña. Oímos un rugido estremecedor que retumbaba en la
estratosfera. Contemplé, preso del terror, un monstruo de
dimensiones titánicas que se asomaba de la cuenca humeante. Era
un ser antropomorfo de, al menos, quince metros de altura, vestía
una armadura negra que cubría sus tres pechos. Tenía seis piernas
y seis brazos y en cada mano sujetaba una espada. Mostraba uno,
dos y tres ojos respectivamente en cada cabeza. Según mi custodio,
ese monstruo se llamaba Gerión y era el guardián del noveno
círculo.
—¿Adónde creen que van? —interrogó con una voz grave y
amenazadora.

—Gerión, mi misión consiste en guiar a este joven por los círculos


infernales. No te interpongas en nuestro camino.

Gerión alzó uno de sus seis brazos y arremetió su espada contra


Bruce, quien sorteó la hoja con una serie de piruetas para aterrizar a
mi lado; volteó a verme y me sonrió:

—Ha llegado el momento de poner a prueba tu aprendizaje.

—No sé si estoy listo.

—Gael, borra de tu mente el concepto de la derrota. Si tu rival roza


tu piel, aplasta su carne; si aplasta tu carne, rompe sus huesos; si
rompe tus huesos, quítale el aliento.

Gerión se abalanzó nuevamente, y esta vez ocupó dos de sus


brazos para agredirnos. Logramos esquivarlo con algo de dificultad
y al hacerlo nos colocamos alrededor de él, analizando cómo
podríamos atacarlo. Noté que mi maestro observaba detenidamente
cada ataque en busca de algún punto débil. Lee aconsejó que yo
hiciera lo mismo. Finalmente, después de varios minutos de
esquivar sus ataques noté que siempre que embestía, uno de sus
seis brazos quedaba inmóvil, es decir, no tenía el control de todas
sus extremidades simultáneamente. Teníamos idea de cómo
derrotarlo. Sonreí pensando en la victoria.

Mi objetivo estaba claro, entretener al gran demonio para que Bruce


atacara en el momento oportuno. El plan estaba en marcha, Lee se
situó a corta distancia de nuestro adversario mientras yo lo atacaba.
Gerión se defendía utilizando dos de sus extremidades. Al cesar mis
golpes, éste, con el rostro completamente rojo y expulsando vapor
por sus fosas nasales, me embistió con todo su poder. En ese
momento Bruce detectó que uno de sus brazos quedó inmóvil, y con
gran destreza le dio una tremenda patada en la muñeca. El demonio
tiró la espada, Bruce la recogió y la aventó hacia mí. El arma quedó
incrustada en el suelo, rápidamente me acerqué, y utilizando todas
mis fuerzas logré despojar la espada, que triplicaba mi tamaño.
Bruce continuaba combatiendo contra Gerión; por mi parte, me
quedé observando, esperando el momento oportuno para atacar. Al
ver la oportunidad, corrí a toda velocidad, arrastrando la espada,
brinqué, y ataqué apuntando su pecho. El demonio colocó
rápidamente una de sus espadas al nivel de su pecho, deteniendo
mi agresión. Di un brinco hacia atrás alejándome. Mi maestro se
posicionó a mi lado.

—Hay que atacar al mismo tiempo.

Lee salió corriendo, yo lo seguí. Atacó a Gerión, éste utilizó dos de


sus brazos para defender su rostro, en ese momento, yo lancé la
espada, que se incrustó en su pecho. El demonio soltó un poderoso
rugido. Mi guía, con una tremenda patada, hundió más la espada en
la carne gris del ser infernal. Gerión comenzó a retorcerse, mientras
su cuerpo se fue desintegrando poco a poco envuelto por una
llamarada negra.

Una vez que acabamos con el monstruo, y tras haber recuperado el


aliento, seguimos nuestro sendero, hacia el último círculo.

—He cumplido con mi misión Gael. Tengo denegada la entrada al


último círculo, el de la traición. Tendrás que pedir permiso a Luzbel
para entrar y enfrentarlo. Recuerda que es tu última escala antes del
paraíso.

Observé el entorno del infierno que me separaba del paraíso. Un frío


ingobernable recorrió todo mi cuerpo. Ante mis ojos se desplegaba
una penumbra espesa. Logré avistar a lo lejos una suerte de
construcciones cubiertas de hielo. Noté que se trataba de gigantes
congelados.

Agradecí a mi maestro por su invaluable compañía y estreché su


mano. Antes de partir, Bruce juntó sus palmas e inclinó la cabeza.
Cerré los párpados y respiré profundamente con la finalidad de
ahuyentar mis temores. La voz de mi custodio sonó en mi interior:
“Recuerda las palabras de tu prima: ten fe en ti mismo”. Abrí los ojos
y miré hacia el frente con determinación. Observé un puente de
madera que permanecía suspendido por encima de un pozo
inmenso que separaba el noveno círculo del resto. Los tablones
crujían y se separaban ligeramente a cada paso que daba. Evité la
tentación de otear el precipicio y mantuve la mirada sobre mi
destino. En el momento que puse un pie sobre la tierra, me invadió
una angustia paralizante. Sin entender lo que me sucedía, caí de
rodillas sobre el suelo y me solté a llorar, presa de una desolación
absoluta.

Surem notó la inquietud en el cuerpo de su hermano. Se levantó de


la cama a toda prisa y lo agitó con fuerza para despertarlo. Gael se
levantó sobresaltado y sin reconocer del todo su entorno, se quedó
con la mirada pasmada sobre el contorno borroso de Surem. Sus
pupilas tardaron varios segundos en ajustarse y desprenderse de
los residuos oníricos.

—¿Qué sucede?

—Me asusté. Estabas temblando y balbuceando incongruencias.


¿Tuviste una pesadilla? ¿Quieres el anillo de vuelta?

—No, descuida, ya pasó. Además, siempre balbuceo


incongruencias —contestó para liberar la tensión.

—Es verdad —dijo entre risas—. Bueno, si vuelves a tener una


pesadilla, por lo menos habla en español para echarte la mano.

Gael se quedó viendo un punto fijo en el techo mientras intentaba


dar con una razón concreta a sus dantescas pesadillas, sin
embargo, el sueño se adelantó a sus respuestas.

Cuando despertó era casi mediodía. Se frotó los párpados y enfocó


la vista en un póster en donde aparecía el “Caballero de la noche”
oteando Gotham desde una azotea.

—¿Dónde están todos?

—Salieron de compras —respondió Sebastián y pausó el juego—.


¿Estás bien? Te ves horrible.

En ese momento Gael se acordó de la invitación que su madre le


había hecho a Yamileth por su regreso, después de todo habían
crecido juntos. Subió las escaleras, se desvistió y arrojó su ropa que
olía a sudor. Abrió la regadera y ya en el agua, repasó los
desaciertos de su última cita con ella. Ensayó la forma de recibirla
en escenarios hipotéticos que se dibujaban en su mente mientras
que enjuagaba el champú que se había acumulado en sus ojos.
Estuvo listo justo cuando tocaban la puerta. Esther les dio la
bienvenida a la chica y a su madre. Gael bajó pausadamente las
escaleras y se encontró con María, ésta le dio un beso en la mejilla.
Yamileth se siguió de largo para saludar a Roberto y dejar a Gael
completamente desarmado. Se fue a sentar al lado de Surem y
Sebastián, quienes intentaban comenzar un verdadero juego de
ajedrez. Gael se sentó en un sillón aparte, sintiéndose incómodo y
expuesto. En un momento intercambió miradas con su amiga. Citlalli
percibió la tensión que había cobrado forma de elefante:

—¿Y cómo les fue ayer, Yam? Es que Gael no nos cuenta nada.

—Pues digamos que me la he pasado mejor.

—Sí, te entiendo. La compañía de mi hermano suele ser algo


aburrida.

—¿Sí se dan cuenta que aquí sigo? —preguntó Gael con disgusto.

Citlalli y Yamileth lo ignoraron, y siguieron platicando acerca de él.


—Una vez en casa de una tía —continuó Citlalli ignorando a su
hermano—, Gael estaba sentado en la barda del patio y dos chicas
pasaron en una moto y lo invitaron a pasear. ¿Qué crees que hizo el
hábil de mi hermano?

—Déjame adivinar, ¿las ignoró?

—Bueno fuera. Se metió corriendo a la casa.

—Eso fue hace cuatro años —aclaró Gael, visiblemente fastidiado.

Esther intervino para pedirle a Gael que fuera a la tienda por


refrescos y María le pidió a su hija que lo acompañara. Los chicos
caminaron hasta la tienda sin cruzar palabra alguna. No obstante,
cuando emprendieron el camino de vuelta, Yamileth lo encaró:

—¿Sabes?, realmente no entiendo por qué volví a este puerto.

Gael se encogió de hombros.

—Me refiero a que pude haberme quedado mucho tiempo en Nueva


York con mi padre, pero me hacía ilusión volver. Sobre todo,
conversar contigo.

—Yam, yo…

—Déjame terminar. Sé que eres mi amigo desde que éramos niños


y tal vez no me veas más que como una amiga de infancia, pero a
veces me da la impresión de que no es así...

—Lo sé, Yam, tienes razón. No sabes cuánto temía que me llegara
un mensaje tuyo diciéndome que te quedarías en Nueva York.
Después de todo, quién dejaría esa ciudad por el puerto de
Veracruz.

—Gael —confesó con los ojos húmedos—. Estoy en una lucha


interna porque a veces pienso que podríamos estar juntos, ser más
que amigos. No me refiero a que me pidas formalmente que sea tu
novia. A mí me encanta la libertad y odio las definiciones, pero por
otro lado siento que podríamos compartir muchas más experiencias.
Quiero bailar, conocer lugares nuevos, probar cosas diferentes y me
gustaría hacerlo contigo. Pero si no funciona el estar juntos de esa
manera, podríamos perder nuestra amistad de años.

Gael soltó el refresco de la mano y tomó a Yamileth entre sus


brazos. Estaban tan cerca el uno del otro que podían escuchar el
latido de sus corazones. Yamileth estaba sonrojada y sorprendida.
Gael la miró con ternura.

—¿Quieres qué? —Gael sujetó la barbilla de Yamileth entre sus


dedos y acercó sus labios a los suyos.

—Gael, yo… —titubeó y cerró los ojos.

Surem los sorprendió antes de que lograran besarse. Se separaron


enseguida e intentaron actuar con naturalidad.

—Con que por eso se estaban tardando —dijo Surem con una
sonrisa satisfecha.

Gael y Yamileth lo ignoraron y se limitaron a caminar en silencio


hasta llegar a casa.

La sobremesa se extendió hasta bien entrada la tarde. Gael no


podía dejar de pensar en las palabras tan atinadas de su amiga. Al
despedirse Gael siguió a Yamileth hasta la puerta, ella le plantó un
beso en la mejilla, rozando la comisura de sus labios, para decirle
que le gustaría verlo muy pronto. Gael se sonrojó y tardó en asentir.

Subió a su recámara satisfecho y se recostó en la cama para


retomar la lectura de Ars Paulina. Quería averiguar si en sus
páginas se hallaba alguna explicación a sus sueños dantescos. Se
detuvo en una página que hablaba sobre la invocación de los
ángeles. Le intrigó la palabra “mantra”; antes de continuar con la
lectura investigó sobre este término:

Mantra
Los mantras son recursos para proteger a nuestra mente contra
los ciclos improductivos de pensamiento y acción. Aparte de
sus aspectos vibracionales benéficos, los mantras sirven para
enfocar y sosegar la mente. Al concentrarse en la repetición del
sonido, todos los demás pensamientos se desvanecen poco a
poco hasta que la mente queda clara y tranquila. Los mantras
pertenecen pues al domino de lo sagrado, constituyen el
lenguaje divino, y su eficacia es perfecta, “siempre y cuando
sean pronunciados correctamente”.

Colocó los brazos detrás de la nuca y se quedó viendo una fisura en


el techo. Sebastián y Surem entraron en el cuarto para interrumpir
su concentración.

—Primo, ¿te acuerdas que una vez me preguntaste cómo crear una
piedra filosofal? Mira lo que encontré en Google.

—A ver, ¿qué necesitamos? —cuestionó Sebastián y se colocaron


detrás de la computadora.

—Según esto, lo que necesitamos es un colmillo de dragón, el ala


de un hada, una pluma de un ave fénix y una moneda de oro —dijo
Gael con seriedad.

—Oye primo, pero ¿dónde carajos vamos a conseguir una moneda


de oro?

Los tres soltaron una carcajada larga. Sebastián y Surem no


tardaron en dormirse. Gael volvió a la lectura de Ars Paulina con la
linterna de su celular, con la esperanza de encontrar alguna pista
que arrojara algo de luz sobre las pesadillas que estaba teniendo,
pero no encontró nada y cayó en un sueño profundo con el libro
abierto sobre su pecho.
Estaba solo en el último círculo del infierno, resintiendo la ausencia
de mi guía. El camino que me aguardaba estaba custodiado por
gigantes de hielo. Seguí mi sendero hasta llegar a un puente
congelado que atravesé confundido y cauteloso. El frío era tan
intenso que el aire penetraba mis pulmones cual dagas. La
oscuridad era casi absoluta. Dos pequeñas esferas de luz
aparecieron frente a mis ojos. La tenue luz azul que irradiaban
ayudó a dibujar el sendero. Recordé extrañamente las palabras que
mi prima Angélica repetía cuando algo se le dificultaba: “no
necesitas ver todo el camino hasta el punto de llegada, solo un par
de metros adelante de ti y así llegarás al final”. Seguí mi camino
motivado por la certeza de que mi prima me esperaba más allá de
este averno gélido.

Al final del puente se encontraba una especie de templo, que


parecía tallado en oro, diamante y platino. Sus pilares se extendían
más allá de la vista. Me armé de valor y entré. Sabía que al final del
recorrido me esperaba Luzbel, a quien tenía que pedir permiso para
acceder al paraíso. Llegué ante un trono transparente y lleno de
vetas que reflejaban la luz, vi a un ser sentado en él: poseía
facciones angelicales. Era un chico casi de mi edad, de rizos
plateados y rayos dorados, ojos brillantes y penetrantes. Sus iris
eran color platino y sus pupilas doradas. Su piel era pálida y una
nariz finísima dividía su rostro. Sus labios eran de un rojo tan
intenso que parecían estar inyectados de sangre. Vestía un pantalón
blanco y una playera negra, y su cuerpo despedía un embriagante
olor a rosas. Su atuendo no coincidía con su edad. Se incorporó, y
de su espalda, emergieron seis majestuosas alas negras.

—Bienvenido —pronunció con una angelical voz.

—¿Luzbel? —pregunté con incertidumbre.

—No, Gael, no soy Luzbel —rio con elegancia, encendió una


especie de cigarro y tomó un trago de una delicada copa de un
cristal casi imperceptible.
—Entonces, ¿quién eres? ¿Dónde se encuentra el rey de este
averno?

—Luzbel se encuentra en donde ha estado los últimos milenios.

—¿Y dónde es eso?

—Encerrado.

No entendía por qué Luzbel estaba encarcelado ni tampoco el


motivo por el cual no detentaba el poder de su propio reino.

—¿Quién eres tú?

—Eso es irrelevante, lo único que importa es la razón por la que tú


estás aquí. Te hemos estado esperando desde hace tanto tiempo.

—¿Estoy soñando?

—Esto es todo excepto un sueño, es aburridamente real. Pero ya


sabes lo que dicen… la vida es sueño. Todo es posible.

—¿Qué es lo que realmente quieren?

—Lo mismo que ustedes: ser libres.

—Nosotros ya tenemos libertad.

—Qué gracioso eres. ¿Qué les hace pensar que son libres…?

—Somos libres de tomar decisiones.

—Creo que estás confundiendo la libertad con el libre albedrío. En


realidad, ustedes están atrapados en un mundo lleno de sufrimiento
y consumo; su libertad es una simple ilusión creada para
mantenerlos bajo control. Pero eso podría cambiar, con tu ayuda,
podemos liberarlos de verdad.

—¿Yo cómo podría ayudarlos? ¿Qué tendría que hacer?


—Necesito un mediador, alguien que me permita moverme con toda
plenitud en tu mundo.

—¿Por qué un mediador? ¿Por qué yo?

—Si mi esencia real entra en contacto con los humanos, sus almas
se quemarían, y yo realmente aprecio a los humanos. Me parezco a
ustedes.

—Pero soy un ser humano de carne y hueso.

—Tú no eres sólo un humano, Gael. Ningún humano lograría llegar


a estas instancias. Te hemos estado observando. Tienes poderes.

—Pero ¿qué te hace pensar que yo ayudaría al enemigo de Dios?

—Vamos Gael, eres más inteligente que eso. Luzbel no es el


enemigo de Dios.

—Pero... se rebeló contra Dios y por eso fue castigado.

—Insisto en que eres muy gracioso. Te cuento, Luzbel no se rebeló,


Dios tenía que contar un cuento y necesitaba del mal para tener un
villano. Dime Gael, ¿puedes notar las estrellas a la luz del día?...
Claro que no: necesitas de la noche para apreciar su belleza, del
mismo modo, él necesitaba del mal para que el bien sobresaliera.
Dios simplemente eligió al más bello de sus ángeles y lo utilizó para
su propio beneficio.

—Pintas a Dios como un manipulador y un tirano.

—¿Acaso no lo es? Dime, si tu Dios en verdad es tan piadoso y


benevolente como muchos insisten en describirlo, entonces, ¿por
qué ha abandonado a la humanidad? Y no sólo eso, según la Biblia
ha aniquilado a la humanidad en varias ocasiones.

Analicé cada palabra que me decía, en parte tenía razón, ¿cómo mi


Dios sería capaz de tales masacres, destrucciones e injusticias?
—Supongamos que lo que dices es cierto y que acepto ayudarlos.
¿Qué me garantiza que ustedes no serán peores que él?

—El estereotipo de los demonios es erróneo. No somos malos, nos


han hecho parecer así, o, ¿acaso yo te parezco un ser vil?

—Las apariencias engañan.

—Nosotros somos ángeles que fuimos desterrados por el simple


hecho de haber rechazado la tiranía de Dios. El demonio, Satanás,
el diablo, no es más que un arquetipo anticuado del imaginario
colectivo. En realidad, Luzbel es el ángel más bello y brillante de
todos. Por eso, se le ha atribuido una imagen perturbadora a los
ojos de la humanidad.

—Si Dios creó a los ángeles, ¿por qué habría de crear uno más
hermoso que él?

—Dios los creó a su semejanza con el fin de distribuir las tareas de


su reino. A Luzbel, como sabes, se le había encomendado portar la
luz divina. Su pureza era mayor a la de sus hermanos, porque tenía
conciencia más allá del deber. Su nobleza, su amor y sus
conocimientos lo convirtieron en el mejor de todos, y como algunos
ángeles comparaban sus poderes con los de Dios, éste se vio
obligado a detenerlo por miedo a que Luzbel llegara a usurparlo.
Pero, ¿acaso no todos los padres comparten ese temor? Freud lo
sabía muy bien.

Me sentía intimidado, sus juicios y argumentos eran perfectos. Me


sentí confuso y atraído por la seguridad y belleza del ángel.

—¿Por qué quieres ascender a la tierra? ¿Cuál es el objetivo?

—No me malinterpretes, allá arriba existen muchos mediadores que


se están uniendo a nuestra causa. Hay demonios entre ustedes,
Gael, sólo hace falta que yo los guíe.

—¿Cómo puedo confiar en ti si ni siquiera sé tu nombre?


—No lo necesitas para creerme, Gael.

—Pero, ¿cuál sería el destino de la humanidad?

—Los ángeles poseemos los mismos poderes que Aquél.


Podríamos erradicar las enfermedades, el hambre y acabar con las
guerras. La inmortalidad será suya y nunca más volverían a
experimentar el miedo.

—¿A qué se debe su generosidad?

—No nos cuesta nada hacerlo. ¿Acaso crees que Dios no tiene el
poder de hacer eso? Es un trato que hago contigo: la humanidad
podrá vivir en plenitud si nosotros estamos al mando. Sus tormentos
no nos causan placer, tan sólo somos guardianes de su sufrimiento.
El verdadero sufrimiento es dictado de Dios, ése al que tanto
adoran.

—No puedo…

—Gael, en nuestro reino tus pensamientos son más cristalinos que


los lagos de Kadnami. Sé que sólo querías escuchar nuestro plan
para impedirlo, pero éste es tu destino, y como bien sabes, no
puedes escapar de él.

Mis ojos se abrieron de par en par, mis músculos se tensaron, mi


respiración se cortó, ¿cómo podría contarme todo sabiendo que me
opondría?

—Si ya sabías que no iba a aceptar, ¿para qué me revelaste tus


intenciones?

—Porque está impreso en tu naturaleza. Tú elegiste este camino


desde hace tiempo, sólo es cuestión de que lo aceptes. Eres la
reencarnación de un ser muy poderoso quien ya había pactado con
nosotros. Tú y yo seremos uno en un futuro. No te opongas a lo que
habrá de suceder.
Estaba en shock, ¿acaso tendría razón? ¿Quién fui en mi vida
pasada?

—No, aunque tu visión del nuevo mundo suene increíble, jamás


aceptaría.

—Querido Gael, sólo es cuestión de tiempo para que lo entiendas.

El ser angelical se acercó a mí con una serenidad única. Vi de cerca


sus facciones y, en sus ojos, un mundo terrorífico, un infierno
desatado en la tierra; una batalla descomunal entre ángeles blancos
y ángeles negros. Las montañas se derrumbaban ante mis ojos, los
volcanes estallaban, veía cómo el mar inundaba toda la tierra y el
aire arrasaba con todo. El ángel acercó sus labios a mi oído: “El
Juicio Final está aquí. ¿Qué vas a hacer? Dime, Gael, ¿acaso lo vas
a permitir?”
5
El plan casi perfecto

—¡Nooo! —gritó Gael y se aferró a la cama con ambas manos.

Su grito despertó a Sebastián y a Surem.

—¿Qué pasa, primo?

Al presenciar el nivel de angustia que reflejaban los rostros de su


primo y hermano, Gael decidió fingir y pensar que había
experimentado una pesadilla común y corriente, aunque sabía
perfectamente que aquello iba más allá de una mera vivencia
onírica.

—Perdón por asustarlos, estoy bien.

Se levantó de la cama y caminó hacia el baño para plantarse frente


al espejo. Surem lo siguió con una mirada consternada. Gael se
encontró con sus ojos en el espejo.

Las ojeras que los enmarcaban denotaban fatiga y confusión.


Salpicó agua sobre su cara y masajeó sus párpados. Tenía miedo
de quedarse dormido otra vez, por lo que decidió bajar a la sala para
meditar sobre lo acontecido, “en cualquier lugar, menos en la cama”.
Pánfilo alzó las orejas por un segundo para luego caer dormido. El
celular marcaba las cuatro de la madrugada. Estaba decidido a
mantenerse despierto. Permaneció sentado en la oscuridad,
inmerso en un ejercicio especulativo. “Aquello no fue un simple
sueño”, se dijo. “Eso era algo más, como otro plano de la existencia
invisible para los comunes mortales.”
—¿Qué haces despierto a esta hora? —preguntó su papá, quien
salía a correr todos los días a las cinco y media—. ¿Te encuentras
bien?

—Sí, papá. Nada más me dio un poco de insomnio, estoy bien.

—No se ve. Pero supongo que así es ser adolescente, deben ser
tus hormonas.

—No es nada, sólo que últimamente he tenido sueños un poco


extraños.

—Siempre sufriendo en silencio, ¿no es así? Voy a correr, ¿me


acompañas?

—No, gracias. No estoy en condiciones.

Roberto se detuvo en la entrada y volvió para sentarse al lado de su


hijo. Gael se sorprendió al sentir la mano de su padre sobre su
hombro, ya que no era un hombre muy emotivo.

—Gael, sé que no hablamos muy seguido, soy un hombre de pocas


palabras. Pero los quiero a ti y a tus hermanos como lo más
preciado de mi vida, que como sabes ha sido difícil. Veo que
ustedes son capaces de resolver sus propios problemas. Recuerda
que sea cual sea el dilema que tengas, no dejes que te altere; tú
moldéate al problema y encontrarás la solución. ¡Ánimo, hijo!

Roberto le dio una palmada en la espalda antes de salir de casa.


Gael contempló la figura de su padre mientras se alejaba. Le
sorprendió su sensibilidad, él había percibido que estaba en
aprietos. “¿Moldearme al problema?” Pensó, “ser como el agua”.
Los pensamientos de Gael se intensificaron. Recordó su viaje por el
infierno y las sabias palabras de Bruce. “¡Claro!”, cerró el puño:
“¡Los Seres elementales! Si mi sueño fue real, si en realidad ese
mundo sobrenatural existe, entonces los elementales podrán
ayudarme. Adaptarme al problema, no luchar contra él; combatir
magia con magia, fuego con fuego…”
Subió por su laptop y volvió a acomodarse en la sala. Escribió
“Seres elementales” en Google. Se sorprendió al ver la cantidad de
resultados. Entró al enlace de Wikipedia y encontró tres nombres:
Paracelso, Bacon, Geber y a otros alquimistas famosos
relacionados con estos seres. Siguió indagando. La información que
consiguió, junto a la que poseía del Ars Paulina, le resultó
provechosa. Las horas transcurrían cual segundos. Todos habían
desayunado y partido de casa.

—¿Qué haces despierto a estas horas? —preguntó Esther con


dulzura.

—Estoy terminando una tarea —sonrió para ocultar la ansiedad que


lo carcomía.

—Espero ya la hayas acabado, dentro de poco inicia tu clase.

Gael asintió y subió a su cuarto para cambiarse. Metió el Ars


Paulina en su mochila, se despidió de su madre y salió rumbo a la
escuela. Esta sería la primera vez que iba a llegar temprano a
clases.

Buscó un asiento disponible en el camión y se topó con una mano


que lo saludaba desde el fondo del bus. Era Abraham quien le
señaló el asiento que estaba desocupado a su lado.

—Güey, te ves acabado. ¿Insomnio?

—No me siento muy bien, la verdad. Quien piense que la


adolescencia es la mejor etapa de la vida, se equivoca. Tú en
cambio te ves radiante.

Todos se sorprendieron cuando vieron que Gael llegaba antes que


el maestro al salón. El chico se sintió un poco intimidado al sentir
que todas las miradas se posaban sobre su persona, incluida la del
profesor que aprovechó la ocasión para hacer una broma que nadie
entendió. La clase había iniciado y el tedio habitual ya estaba
impreso en los semblantes de los alumnos.
—Maestro, ¿qué sentido tiene estudiar cálculo si nunca lo vamos a
aplicar en la vida real? —preguntó Abraham expresando lo que
todos sentían.

—Bueno… —el profesor se quedó pensativo, Abraham tenía razón


—. El aprendizaje nunca sale sobrando. Si eres físico o astrónomo,
te servirá para calcular distancias y emplear ecuaciones para ver el
efecto de la velocidad de la luz en el espacio, y cosas por el estilo.

—Estoy seguro de que ninguno de nosotros llegará a ser físico o


astrónomo, así que, ¿por qué mejor no nos pasa, aunque sea con
un setenta y todos salimos ganando?

—¿Acaso no tienes curiosidad de saber cómo funciona todo lo que


te rodea, cómo se mueve tu mundo, o cómo el tiempo se distorsiona
en el espacio?

—La verdad, no. Yo prefiero ser sincero y no mentir por “educación”.

—A mí sí me interesa, maestro —interrumpió Carlos—. Siempre


quise saber cómo funciona el tiempo en el espacio, ¿nos lo puede
explicar?

—¡Vaya! Pensé que nadie iba a defender a las matemáticas. Ahora


no estoy preparado, pero en la siguiente clase traeré lo necesario
para…

—Si quieren yo puedo explicárselos —intervino Gael.

—¿Tú sabes cómo funciona el tiempo en el espacio? —el maestro


preguntó con cierta incredulidad ya que Gael siempre sacaba malas
notas.

—Sí maestro, si me permite se los explico.

—Muy bien, veamos con qué nos sales —le indicó a Gael que
pasara al frente, le dio unos plumones y el borrador, se sentó en su
escritorio y le cedió el control de la clase.
—Espero que esto cuente como puntos extras.

—Si lo explicas de tal forma que todos entendamos, te paso con


diez en la siguiente unidad.

—Perfecto —Gael golpeó la uña del pulgar contra sus dientes—.


Bien, las ecuaciones no son mi fuerte, así que lo explicaré a mi
manera —colocó los plumones en la pizarra, le pidió dos hojas de
papel a un compañero y aclaró la garganta—. Como ya muchos
saben, cuando uno viaja a la velocidad de la luz el tiempo se dilata,
¿alguien comprende a qué se debe esto?

Se impuso el silencio.

—Mmm, ok. Cuando un objeto viaja a la velocidad de la luz, la masa


del artefacto aumenta considerablemente, esto crea… —Gael se
quitó la sudadera y le pidió a su compañero que sujetara la otra
punta—. Miren, supongamos que mi sudadera es el espacio,
entonces, ¿qué pasa si presiono esta goma en su superficie? —
sumió una goma en la sudadera—. ¿Vieron? Se genera una
pequeña hendidura. Ahora, si esta goma viaja a la velocidad de la
luz aumentará su masa y miren lo que pasa —volvió a colocar la
goma en la sudadera, pero esta vez presionó con más fuerza—.
¿Ven lo que provocó en el espacio?

—Sí, ya entendemos: mientras más pesa el objeto más afecta el


espacio, pero ¿qué tiene que ver eso con el tiempo? —preguntó
Carlos.

—¡Todo! Supongamos que ésta es una nave que viaja a 10,000


km/h —tomó una de las hojas de papel y la hizo bolita—. Y ahora
imaginemos que ésta es la misma nave pero que viaja a la velocidad
de la luz —pidió prestada la mochila al compañero y la colocó en el
piso junto a la bola de papel—. Ahora, imaginen que el espacio es el
piso, y visualicen la precipitación de la bola de papel y de la mochila.
La distancia que hay entre estos objetos y la pared, representa el
tiempo —se inclinó cerca de la mochila y la bola de papel—. Ahora,
impulsaré la bola con tiempo —sus dedos le pegaron a la bola de
papel, que chocó con la pared—. ¿Vieron? Se movió una distancia
considerable, lo cual significa que el tiempo transcurrió con
normalidad—. Ahora haré lo mismo con la mochila —realizó la
misma operación, pero en esta ocasión, sus dedos apenas la
movieron. Apliqué la misma potencia, que recuerden es el tiempo, y
no se movió casi nada. ¿Quién me puede explicar por qué?

—Por lo que entendí, al tener mayor peso la mochila, provocó una


mayor precipitación en el espacio, lo cual impidió su movimiento a
pesar de que aplicaste la misma fuerza que con la bola de papel.

—¡Exacto! —sonrió Gael. —Al tener mayor peso debido a la


velocidad que llevaba, provocó una alteración en el espacio, lo que
hizo que el tiempo se dilatara, aunque el tiempo y el espacio van en
la misma trayectoria, no significa que siempre vayan a la misma
velocidad. En otras palabras: si uno viaja a la velocidad de la luz, el
tiempo se vuelve lento, provocando que un viaje de cinco segundos
sea lo equivalente a cincuenta años para un humano que habite la
tierra. Espero haya logrado aclarar sus dudas.

Sus compañeros de clase permanecieron boquiabiertos después de


presenciar su explicación.

—¿Dónde aprendiste eso? —preguntó el maestro con asombro.

—Aunque no me crea, yo llegué a esa conclusión observando la


naturaleza de las cosas. Como decía Bruce Lee: “El aprendizaje
nunca es acumulativo, profesor, es un movimiento de conocimiento
sin principio ni fin.”

—Gael, sin duda eres inteligente. ¿Por qué no te esfuerzas más?

Gael se encogió de hombros y dijo:

—No lo sé, maestro... Por cierto, no olvide mi diez.

En el camino a casa, Gael iba repasando lo que debía hacer, le


quedaba claro, aunque lo mortificaba la idea. Necesitaba un lugar
donde pudiera estar solo, por lo que la casa de su primo le pareció
el lugar idóneo. Le mandó un WhatsApp a Sebastián para avisarle
que se iba a quedar a dormir en su casa. Llegó a su casa, empacó
un cambio de ropa en su mochila, y le dijo a su madre que se iba a
quedar a dormir con Sebastián.

En el trayecto, Gael se detuvo a comprar una vela para el ritual. No


contaba con el tiempo suficiente como para buscar todo lo necesario
para una invocación exitosa. Confió plenamente en que su
entusiasmo y pasión fueran lo suficientemente potentes para traer a
este plano terrenal un ser elemental. Observó a través del cristal
grasiento del camión a los transeúntes, cómo éstos vivían una vida
plena, alegre, con la fantasía de un mañana mejor. De pronto al
cerrar por un instante los ojos, observó que el cielo se tiñó de rojo
oscuro, el sol dejó de brillar; del pavimento surgió lava, ríos de lava.
Vio con horror a cientos de personas sumergidas en la corriente de
magma, soltando alaridos de sufrimiento y clamando piedad.
Criaturas parecidas a demonios pisaban los cráneos de sus
víctimas, mientras que otros seres de aspecto angelical
permanecían sentados en tronos hechos de esqueletos humanos
aún manchados de sangre, como si acabaran de ser desprendidos
de los músculos. Gael abrió los ojos y sujetó su cabeza con ambas
manos; no podía creer lo que había visto. Respiró profundamente.
“De un lado está el instinto humano y del otro el autocontrol; debes
aprender a combinarlos en armonía.” Repitió esta frase como un
mantra y sacó el Ars Paulina de su mochila para encontrar el pasaje
sobre los Seres elementales, lo que sospechaba era su única
esperanza:

Elementales de Fuego: Salamandrinas; elementales de Agua:


Ondinas; elementales de Tierra: Gnomos; elementales de Aire:
Silfos.

Su única cuestión giraba en torno a cuál de los cuatro elementos


debía invocar. ¿Un elemental de agua? Por lo que investigó, estos
eran seres dóciles, amables, juguetones y alegres; su mayor virtud
era la pureza. “No, no creo que me saquen de este apuro”. Los
elementales de aire eran hiperactivos, siempre estaban en
movimiento y se caracterizaban por su optimismo; su mayor virtud
es el valor. Los elementales de fuego son fríos, no confían en el
hombre, son analíticos y observadores; su mayor virtud es la
sabiduría. “Una salamandrina podría serme de gran utilidad,
después de todo, necesito un ser sabio”, se dijo y recordó haber
leído que cuando una salamandrina crea un enlace con un humano,
esta unión se convierte en la más poderosa que existe de entre las
cuatro clases de elementales. La decisión ya estaba tomada, iba a
invocar a un elemental de fuego. Lo único que le preocupó fue que
la invocación debía realizarse en verano, a las doce del día y con
algo de oro para asegurarse de que ésta fuera exitosa.

Lo primero que hizo al llegar a la casa de Sebastián, fue analizar el


entorno. Movió los muebles con el fin de crear el espacio adecuado
para el ritual. Apagó todas las luces, se sentó en el piso, con su
mochila a un lado, sacó la vela, la colocó frente a él y la prendió.
Extrajo cuidadosamente el místico libro. Suspiró. Estaba nervioso y
a la vez emocionado. Abrió el Ars Paulina justo en donde aparecía
la oración para invocar a un elemental de fuego. Estudió
minuciosamente el texto, analizó cada palabra, tardó varios minutos
en memorizar la oración. Se levantó, apretó el libro contra sí y cerró
los ojos. “Tengo que lograrlo, tengo que lograrlo”, se convenció.
Despegó los párpados y comenzó a recitar:

Eterno, Inefable e Increado, rey y padre de todas las cosas, que


eres llevado en la carroza veloz de los mundos que
incesantemente giran; dominador de las etéreas inmensidades
donde se levanta el trono de tu poder, desde cuya altura todo lo
descubren tus ojos penetrantes y tus oídos santos todo lo oyen;
atiende a tus hijos que amas desde el nacimiento de los siglos;
porque tu áurea, grande y eterna majestad, resplandece por
encima del mundo, del cielo y de las estrellas, y sobre ellas te
levantas. ¡Oh, fuego resplandeciente!

Allí tú brillas y perduras en ti mismo, por tu propio esplendor y


salen de tu esencia inacabables arroyos de luz que nutren tu
espíritu infinito. Este espíritu infinito alimenta todas las cosas y
hace este tesoro inagotable de sustancia siempre dispuesta
para la generación que la elabora y que se apropia de las
formas que tú te has infundido desde el Principio. De este
Espíritu toman también origen esos muy santos reyes que
circundan tu trono y que forman tu corte. ¡Oh, Padre Universal!
¡Oh, Único! ¡Oh, Padre de los Bienaventurados mortales e
inmortales! Tú has creado sustancias que resultan
maravillosamente semejantes a tu Eterno Pensamiento y a tu
Esencia Adorable. Tú has concedido superioridad a los ángeles
que anuncian al mundo tus verdades. En fin, Tú nos has creado
en la tercera categoría de nuestro imperio elemental. Ahí
nuestra preocupación es la de alabar y de adorar tus designios,
ahí, ardemos en la incesante aspiración de poseerte. ¡Oh,
Padre! ¡Oh Madre, la más amorosa de las madres! ¡Oh,
admirable arquetipo de la maternidad y del amor puro! ¡Oh,
Hijo, la flor de los Hijos! ¡Oh, Forma de todas las formas: Alma,
Espíritu, Armonía y Número de todas las cosas! ¡Bendícenos!
Amén.

Se sintió invadido por una mezcla de terror y desilusión tras


constatar que todo seguía igual. Por más improbable que pareciera,
mantenía la esperanza de obtener un resultado favorable. Después
de todo, él tenía el poder para lograrlo, o al menos eso le dieron a
entender en su sueño. Agachó la cabeza, sabía que tenía que hacer
algo pronto, pero no sabía qué. Cerró su puño y de la nada, vino a
su memoria un recuerdo que ya casi había olvidado. Una noche, a
sus escasos ocho años, se divertía junto a Angélica y su hermana
jugando a las cartas. Su madre se acercó a ellos con una vela en
mano, la dejó sobre el suelo y les pidió formar un círculo a su
alrededor. Apagaron todas las luces menos la que despedía la vela
que iluminaba sus rostros sutilmente. Esther les sonrió y les pidió
que observaran la llama y que intentaran dominarla. Los niños
obedecieron y se concentraron con todas sus energías. Pasaron
unos segundos y se maravillaron al notar que el fuego triplicaba su
tamaño y se movía rápidamente de un lado a otro. No daban crédito
a lo que estaban viendo. “El fuego es parte esencial de la vida, del
ser, y nosotros poseemos una parte de ese elemento divino. Acaban
de conectar a ese fragmento de su ser con la esencia del fuego: eso
los ayudó a controlarlo y así darle más poder, ya que se volvieron
una misma esencia”, explicó Esther.

Podía escuchar cada una de las palabras de su madre con nitidez.


Volvió a tomar el libro entre sus manos y sus ojos se centraron en el
corazón del fuego que bailaba frente a él. Volvió a pronunciar la
oración. La fe ya no era suficiente, fue certero, seguro de cada
palabra que salía de su boca. De pronto sintió un calor reconfortante
que se expandía por todo su pecho. Su cabello se erizó y unas
diminutas luces blancas se materializaron a su alrededor. Sintió que
todo vibraba, como si la atmósfera danzara al compás de su voz.
Una esfera de luz de un metro de diámetro se fue formando encima
de la llama. Gael quedó boquiabierto. No había terminado la oración
cuando una criatura parecida a una salamandra gigante, envuelta en
llamas, surgió del portal de luz para impactar en el abdomen del
chico que se quedó sin aliento. Otra esfera de luz se formó a las
espaldas de Gael. Ambos atravesaron el portal. Desaparecieron.

—¡Cuánto tiempo he esperando este momento! —dijo el


Enmascarado—. Por favor, dime que ya empezó la diversión.

Se encontraba en la cueva de la orquídea, llamada así debido a que


el flujo del magma creó una burbuja que al estallar y solidificarse
cobró la forma de esta flor. Fue utilizada por los primeros pobladores
de la zona con fines religiosos. Un rayo de luz lunar se filtraba a
través de una hendidura que perforaba el techo, iluminando un
monolito de piedras con forma de altar. El chico estaba recargado
sobre un cúmulo de piedras que sobresalía del altar, y en medio de
éste, había dibujado el mismo símbolo que había creado en San
Juan de Ulúa.
Paimon se localizaba en medio del círculo cabalístico. Sus
penetrantes ojos azules brillaban como dos faros en medio de la
oscuridad.

—Dime, ¿lograste tu objetivo? —preguntó el demonio


pausadamente.

—Claro, ya habíamos tenido esta conversación. Yo mismo me


encargué de colocar el libro en su mochila.

—El objetivo era poner el libro en sus manos. ¿Sabes si lo ha


abierto?

—Quizás alguien impidió que lo tomara. Tuvo que ser uno de su


especie.

—¿Cómo puedes estar tan seguro?

—No hay otra explicación. El plan era perfecto, tú mismo lo dijiste.


Nadie más sabe de nuestras intenciones. La cuestión ahora sería
saber, ¿quién fue y por qué lo hizo?

—Tus especulaciones tienen sentido. Investigaremos el asunto.

—De acuerdo, pero ¿y ahora qué hacemos con Gael?

—Gael puede convertirse en un enemigo muy poderoso.

—Entiendo, entonces tendré que deshacerme de él

—concluyó entusiasmado.

—Espera, también puede convertirse en un aliado aún más


poderoso.

—Entonces, ¿qué quieres que haga?

—Vigílalo de cerca. Quiero saber qué fue lo que sucedió y si


consideras que puede llegar a suponer un problema para nosotros,
elimínalo.

—Bien, ¿y cuál es el plan alternativo? ¿Buscar otro mediador para


el supremo caído?

—No hace falta, el deterioro ha iniciado, sólo es cuestión de días


para que nuestra existencia en el plano terrenal

no dependa de mediadores.

—¿Eso significa que los elementales también podrán cruzar?

—Sí, pero no representarán ningún problema —el demonio se


mantuvo inexpresivo—. Su poder no se compara con el nuestro.
Además, hemos tomado el control de su mundo, lo único que nos
preocupa ahora son los ángeles, pero descuida, ya sabemos cómo
detenerlos.

—Y por lo visto, no piensas compartirlo conmigo.

—Lo sabrás a su tiempo.

—Nada nuevo bajo el sol. Otra pregunta: ¿ya tienes en tus manos el
anillo de Salomón?

Paimon arqueó una ceja, mostrándose incómodo ante la cuestión.

Gael abrió lentamente los ojos. Sintió pequeñas hojas puntiagudas


incrustándose en su espalda. Se sentó y se tomó la cabeza. Seguía
con la vista afectada por el impacto que había recibido. La esfera de
luz seguía flotando frente a él, iluminando el entorno. Se encontraba
ahora a la intemperie rodeado por un círculo de piedras que
parecían antiguas. Los rayos lunares iluminaban unas pirámides y
basamentos que se hallaban a la distancia. A escasos metros de él
yacía la extraña criatura que salió del portal. Gael se incorporó y
caminó hacia la salamandra cuando, de repente, un escalofrío
recorrió su columna vertebral. Giró la cabeza para encontrarse con
tres seres de garras afiladas. De la impresión y el terror, cayó
nuevamente al piso.

Los extraños seres tenían forma humanoide y una tez del color de la
amapola. Sus cuerpos estaban cubiertos por cicatrices. Se le
quedaron viendo a Gael. Los monstruos salieron a su encuentro
como bestias salvajes y haciendo gala de sus garras. Gael cubrió su
rostro con los brazos y cerró los ojos, preparándose para su
inminente final.
6
Dagon

Gael percibió un poderoso impacto, pero no sintió ningún dolor en


su cuerpo. Abrió los ojos, temeroso, y vio a la salamandrina envuelta
en llamas.

El elemental intensificó su fuego para expandir la llamarada a varios


metros de altura. Los demonios salieron volando por los aires.
Lanzó también tres bolas de fuego de su hocico, que impactaron en
la carne de cada uno de ellos para desintegrarlos y convertirlos en
ceniza. Gael no podía creer lo que veía. El elemental se mantuvo
flotando en el aire, protegiendo al joven. La llamarada que nacía de
su cuerpo fue disminuyendo gradualmente, sólo quedaban algunos
residuos de fuego en ciertas partes de su espalda y cola. Giró
lentamente y posó sus ojos rojos en los del chico. La mirada del
elemental parecía fría, indiferente, como si careciera de emociones.
Cerró sus párpados y las pocas llamas que lo rodeaban se
extinguieron por completo. Su cuerpo se desplomó sobre el piso. En
cuanto la tierra se asentó, Gael notó que el suelo se había sumido
ligeramente, como si su cuerpo pesara más de lo que aparentaba.
Se acercó a él, lo contempló maravillado por su belleza. Su cola
doblaba el tamaño de su cuerpo; sus ojos eran pequeños y
rasgados; su piel estaba cubierta de escamas que abarcaban todas
las gamas del rojo. Su hocico era alargado, con algunos colmillos
sobresaliendo. Una especie de cresta se asomaba de su frente y
terminaba donde nacía su cola; sus patas eran delgadas pero
musculosas. Su cuerpo despedía un aroma irreconocible para Gael,
sin embargo, le resultaba agradable. Parecía un dragón en
miniatura, excepto que no poseía alas. En una de sus garras llevaba
puesta una especie de sortija.
—¡Lo logré! —gritó Gael, excitado y nervioso por lo que había
presenciado.

—Una salamandrina tomó el anillo de Salomón y escapó con él —


expresó el demonio con frialdad.

El Enmascarado no entendía cómo un simple elemental había


logrado sortear a las legiones demoníacas.

—Creí que los elementales no iban a ser un problema para


nosotros.

—No lo son, sólo necesitamos el anillo que se llevaron. En realidad,


fueron cuatro los que lograron escapar.

—En fin, ahora tendremos que encontrarlos.

—Sólo me interesa el anillo; sin él no podremos liberar a todos los


nuestros.

Gael se acercó aún más, estiró su mano y tocó a la salamandrina. El


elemental abrió los ojos en cuanto sintió el tacto. En su espalda se
abrieron una especie de membranas, de donde surgieron dos largas
alas de fuego. Levantó el vuelo y se quedó flotando en el aire. Gael
cayó de espaldas.

—¡Tranquilo, amigo! —expresó, mientras le mostraba las palmas de


sus manos. —Prometo no hacerte daño.
—Tú no cuentas con el poder para hacerme daño —enunció con
superioridad. Su voz era sutil, serena y melodiosa.

Gael se asombró al escuchar la voz del elemental, pero su asombro


aumentó al ver que sus labios permanecían inmóviles al hablar: era
como si su voz fuera una manifestación de su esencia. Se incorporó
serenamente, lo que le permitió observar su entorno con
detenimiento. Le tomó un par de segundos darse cuenta que
estaban en Cempoala, dentro del círculo de gladiadores.

—¿Por qué y cómo llegamos aquí?

—Así que fuiste tú quien creó la liminalidad —afirmó la


salamandrina mientras observaba la muñeca derecha de Gael, en la
que se dibujaba el símbolo alquímico del fuego—. No aparentas ser
un gran maestro de ciencias ocultas.

—¿Liminalidad? ¿Maestro de las ciencias ocultas?

—¿Cómo te llamas? —preguntó tras ignorar las preguntas del chico.

—Gael, y ¿tú?

—Dagon —enunció con sequedad.

Gael le extendió su mano, pero Dagon se negó a tomarla. Gael bajó


el brazo, ofendido.

—¿Y de dónde obtuviste la invocación? —el elemental lo siguió


cuestionando.

—Fue gracias al Ars Paulina.

—¿Tú tienes el Ars Paulina? —por primera vez, Gael pudo notar
una expresión de asombro en el impávido semblante del elemental
—. Quiero verlo.

—Claro, pero lo dejé en casa.


Sin emitir una sola palabra, Dagon creó otro portal de luz.

—Cruza, nos llevará de regreso a tu casa.

Gael vio a Dagon con cierto recelo. Más que una petición, parecía
una orden. Sintió un poco de temor. Le inquietó la idea de que su
cuerpo fuera absorbido por ese portal misterioso.

—No tienes nada que temer. Cruza, necesito ver ese libro.

Gael se extrañó, fue como si la salamandrina leyera su mente.


Dedujo que quizás ese portal era la liminalidad a la que se había
referido. Caminó en dirección a la esfera de luz seguido de Dagon.
“Creo que hubiera sido mejor haber invocado a una Ondina”, pensó
Gael.

—Entonces, ¿ya tienen el arca? —enunció el Enmascarado,


cruzando los brazos.

—No, pero sabemos dónde localizarla. Ahora enfócate en encontrar


a esa lagartija elemental.

—Me parece perfecto, sólo que encontrar una lagartija en este


mundo no va a ser cosa fácil.

El demonio le arrojó algo al Enmascarado, éste lo atrapó con


facilidad. Al observar el objeto vio que se trataba de una piedra lisa
negra y brillante. En tono burlón se dirigió al demonio:

—Bien, ya entendí, debo apedrear a la lagartija. Pero ahora dime


cómo la encuentro.

—Esta piedra se llama landamita y sólo puede encontrarse en los


mundos de los elementales. Cuando un elemental de fuego se
encuentre cerca, la piedra brillará.

—Pero ¿si se encuentra en otro continente?

—No importa que se encuentre al otro lado del mundo, si la


salamandra llegase a usar sus poderes, la piedra brillará y se llenará
de esencia —al decir esto, el demonio entrecerró los ojos, miró con
seriedad al chico y añadió—, ahí es donde tú entrarás en acción.
Sólo debes pronunciar la palabra “lumitis” y la landamita te
teletransportará a donde se encuentre.

La landamita empezó a brillar en las manos del Enmascarado, pero


fue en un color gris plata.

—¿Qué significa esto?

—Interesante —el demonio frunció ligeramente el ceño—. Al


parecer el elemental del aire tiene problemas.

Le explicó que la piedra no sólo servía para la localización del


elemental de fuego, sino a todos los demás. Si el brillo era café ocre
significaba que el poder del elemental de tierra estaba activado; el
azul índigo señalaba la presencia del elemental del agua y el
plateado marcaba la cercanía de los elementales del aire.

—Entonces, voy por el elemental del aire —dijo el Enmascarado con


emoción.

—No me interesa el Silfo —replicó el demonio—. Tú sólo


intervendrás si la landamita se torna color carmesí.

—Si tienen tanto interés en la salamandra, ¿por qué no van ustedes


mismos por ella?

—La salamandra sabe que la estaremos buscando, por lo que


estará al tanto de nuestros movimientos. En cambio, de ti no sabe
nada. Tú la sorprenderás y nos traerás el anillo, y no te preocupes
de los otros elementales, de ellos nos encargaremos nosotros.
—Y, ¿qué hay de Gael?

—No lo pierdas de vista. Si ves que está dispuesto a unirse a


nosotros, protégelo; de lo contrario, elimínalo.

—De acuerdo, Paimon —añadió con calma—, parece que nuestra


victoria sólo se demorará unos días más.

—Ningún plan es perfecto. Incluso Dios cometió un terrible error


hace eones, brindándonos esta gran oportunidad. El terror
ascenderá, sólo es cuestión de tiempo para que todo llegue a su fin.
Y ni Dios sabrá cómo lo derrocamos.

Gael y Dagon aparecieron nuevamente en la casa de Sebastián. El


chico se sintió un poco mareado por el viaje instantáneo. Tomó el
Ars Paulina para entregárselo a Dagon, quien abrió los ojos con
asombro y se lo arrebató de las manos.

—¿Cómo conseguiste este libro? —preguntó en tono severo.

—No lo sé, apareció en mi mochila de la nada.

—Este libro perteneció, alguna vez, a alguien muy sabio.

—Lo sé, investigué un poco. Por lo que pude averiguar era el libro
del rey Salomón. Bueno, supongo que esta es una copia.

—Tonto, no existen copias de Ars Paulina.

Gael se sorprendió al enterarse que ese mismo libro le había


pertenecido alguna vez al rey Salomón. Tenía en su poder el libro
que fue producto de la sabiduría de Dios.

—Entonces, ¿por eso logré invocarte?


—No —el elemental de fuego se le quedó mirando con un dejo de
prepotencia—. Quien haya sido el responsable de entregarte el Ars
Paulina estaba muy consciente de tus poderes. —Gael se mostró
pensativo y recordó lo que le había dicho su prima en el sueño: "Tú
eres especial".

—¿Soy una especie de aliado?

—No lo sé, pero es irrelevante en este momento. Ahora debemos


prepararnos. Los ángeles caídos planean derrocar a Dios.

Al escuchar la afirmación de Dagon, Gael sintió un nudo en el


estómago. El ser angelical de su sueño decía la verdad. El
apocalipsis ha iniciado. El brillo del anillo que poseía Dagon en su
garra, llamó su atención.

—Lo que tienes en tu garra es muy valioso, ¿verdad?

La salamandrina abrió su garra y le enseñó un anillo de oro grabado


con símbolos por todo su exterior.

—Este anillo le perteneció al rey Salomón. Abriste el portal justo a


tiempo. De no ser por eso, quienes me perseguían ya me habrían
capturado y hubieran conseguido el arma para lograr su objetivo.

Dagon le explicó a Gael que el anillo funcionaba como una llave


para liberar a unos demonios que estaban atrapados en el plano
terrestre.

—Comprendo, pero, ¿por qué llegamos hasta Cempoala?

—Fue el punto al que tenía pensado llegar. Al chocar contigo, se


creó un enlace automático, lo cual recargó mi esencia,
permitiéndome crear la liminalidad hacia Cempoala.

Gael confirmó que la liminalidad era el portal de luz. Iba a cuestionar


otras cosas que aún no había entendido, cuando recordó el motivo
de su invocación y le platicó a Dagon sobre sus sueños, haciendo
énfasis en la aparición de aquel ser angelical de cabello plateado,
quien le ofrecía el mundo en sus manos a cambio de su apoyo para
derrocar a Dios. En ese momento Dagon le soltó varias preguntas a
la vez:

—¿Cuántas alas poseía? ¿De qué color eran?

—Seis alas negras.

—Se te apareció un rey infernal…

—¿Un rey infernal? ¿Cuántos son en total?

—Son siete, y si uno de ellos tiene interés en ti, eso significa que te
quieren como mediador.

Gael frunció el ceño, pero sin mostrarse demasiado preocupado, lo


cual le extrañó a Dagon.

—Me dijo que él y yo seríamos uno, y que me necesitaba para


poder caminar en este plano terrenal, o algo así le entendí.

—Entonces debes poseer mucha esencia. No cualquiera puede


soportar la posesión de un demonio de esa jerarquía.

—¿Esencia? —Gael se quedó confundido—. ¿Qué es eso?

—Es todo lo que te define y lo que une tu ser con todos los
universos; es tu poder absoluto.

—¿Universos? —mientras más respuestas le daba Dagon, más


incógnitas generaba—. ¿Cuántos hay? Creí que sólo había uno.

—Hay nueve y dos de ellos son interdimensionales.

—¿Interdimensionales? ¿Qué son exactamente?

—Estos fueron formados después de la creación del todo. Son


artificiales y sólo se logra acceder a ellos mediante dos universos
específicos.

Gael no sabía a qué se refería el elemental, pero no le dio


demasiada importancia.

Gael empezó a relacionarlo todo.

—¡Eso es! —exclamó victorioso—. Entonces la teoría de cuerdas


estaba en lo cierto —sonrió—. Y yo tengo la prueba de que es
verdad —sus ojos brillaron—. ¡El premio Nobel será mío!

—Debemos averiguar cómo planean derrocar a Dios.

—Imagino que los seres que nos atacaron también eran demonios,
aunque no se parecen en nada a los ángeles caídos.

—Esos eran parte de una legión. Eran demonios terrestres. Pero no


temas tanto de los demonios grotescos, los que realmente son
poderosos y perversos son aquellos que tienen presencia angelical.

—Entonces el demonio que vi es sumamente poderoso —Gael


sonrió nerviosamente.

—Sí, lo es y vendrá por ti, si te necesita es porque tú puedes lograr


algo que nadie más puede.

Gael se empezó a reír. Dagon se confundió.

—¿Acaso te parece gracioso saber que un demonio con poderes


fuera de tu entendimiento quiera tu cuerpo?

—Perdón, no es eso sino la ironía de todo este asunto. Te invoqué


para pedirte ayuda, y al parecer el que necesita ayuda eres tú, y
ahora debo impedir el plan más malévolo que jamás haya existido,
lo que me parece algo casi imposible de lograr ya que pelearemos
contra miles de seres muy poderosos.

—Aún no te he solicitado ayuda. ¿Cómo sabes que son tantos


seres?
—El rey infernal me dijo que ya tenían a muchos de su tipo en la
tierra, que sólo era cuestión de tiempo para comenzar su plan.

—¿Lograste averiguar lo que planeaba? Debes decírmelo —Dagon


miró al chico con preocupación—. Tenemos que descubrir por qué te
necesitan a ti específicamente.

—De hecho, yo quería preguntarte lo mismo. Por eso te invoqué.

—Vamos a tener que descubrirlo, pero antes debes ayudarme a


regresar a mi plano terrenal.

—¿Ves? —expresó Gael con una sonrisa burlona—. Te dije que


pedirías mi ayuda.

—No estoy muy seguro de si hago bien al pedírtela. Si ese rey


infernal estaba tan seguro de tu lealtad, significa que tarde o
temprano te unirás a él, y eso será un problema.

—Tranquilo, prefiero morir antes de ser parte de algo así.

—Espero que haya verdad en tus palabras.

Gael sonrió serenamente y asintió, en ese momento se escuchó que


la puerta se abría. Gael recordó que se encontraba en casa de su
primo, y que, si veía a Dagon ahí, se podía asustar.

—¡Debe ser Sebastián! Rápido, no podemos permitir que te


descubra.

—Descuida, no lo hará —respondió el elemental de fuego con


serenidad.

—¿Qué pasó aquí, primo?

Gael vio que Dagon estaba aún ahí, pero notó que su primo no lo
veía, se calmó y dijo lo primero que se le vino a la mente.
—Descuida, Sebas, sólo es una invocación satánica. Compré esto
en una librería y quería ver si funcionaba.

Gael le enseñó el libro de Ars Paulina. Dagon frunció el ceño, al


notar la expresión en la salamandrina, Gael le indicó con una mirada
serena que no había problema. Sebastián tomó el libro y lo hojeó.

—Es impresionante, ¿es de piel? ¿Querías invocar a un ángel?

—No, a un elemental. Y no, no es de piel, es imitación.

—¿Dónde lo compraste?

—En una tienda esotérica.

—Tienes que conseguirte una novia. Mira a qué extremos has


llegado.

Gael rio y le dijo a su primo que tenía razón, que ya estaba cayendo
bajo. Sebastián miró las velas, preguntándose, si realmente Gael
estaba perdiendo la cordura.

—Pensé que traerías a una chica a la casa, por ejemplo, a Yam.

—Sabes de mi don con las mujeres. Se me haría más fácil invocar a


un elemental que traer a una chica a la casa —se empezó a reír.

—Se nota a leguas que se gustan.

—Prefiero no hablar de eso.

Bajaron para preparar algo de cenar; Gael se preguntaba si a Dagon


también le gustaría comer algo, éste, le habló mentalmente,
nosotros no comemos esa clase de alimento. Gael se sorprendió al
escuchar a Dagon dentro de su cabeza.

—Esto es increíble, no sabía que podíamos comunicarnos


telepáticamente.
—Aún te falta mucho por aprender —la salamandrina voló hasta la
cocina y se colocó a un lado de Sebastián—; al realizar la
invocación creaste un vínculo conmigo, el comunicarnos
mentalmente es una de las muchas virtudes que poseerás.

—¿Otras virtudes? —se mostró entusiasmado.

—El Apocalipsis está cerca, ¿y tú desperdicias el tiempo en ti? Si


realmente posees un gran poder, ahora es cuando lo necesitamos.
Debo comunicarme con los elementales que llegaron a este plano
terrenal junto conmigo.

—¿Trajiste más elementales contigo a la tierra?

—Necesito saber cómo se encuentran los demás —insistió la


salamandrina.

Gael se levantó del sillón, y le dijo a su primo que se iba al cuarto a


estudiar, Sebastián asintió, pero se extrañó.

Tomó su mochila y le indicó a Dagon que lo siguiera. La


salamandrina voló junto a su compañero hasta llegar a un cuarto.
Dagon analizó la habitación, sólo notó una cama y un ventilador.

—Bien, ahora dime, ¿cómo quieres que te ayude?

—Necesito fuego, alimentarme, estoy agotado y debo consumirlo


para recuperar mi energía.

Gael bajó por las velas que había dejado en la sala. Sebastián, al
ver que las tomaba, le comentó que no volviera a invocar al diablo.
Gael sonrió.

—No primo, esta vez será a un duende —Sebastián rio y Gael le dio
las buenas noches mientras subía.

—Bien, espero que estas velas te sirvan.


Gael prendió las velas y las colocó en el piso. Dagon se colocó en
medio. El chico apreció cómo las velas que estaban alrededor de
Dagon empezaron a derretirse más rápido de lo normal; notó cómo
de las pequeñas llamas de las mechas salía una especie de luz roja
que absorbía el cuerpo de Dagon. Poco a poco la piel de la
salamandrina empezó a tornarse de un color escarlata más intenso.

—Con esto será suficiente —afirmó Dagon.

—Pues te acabaste las velas —Gael señaló la cera que quedaba en


el piso—, ¿ésa es tu comida?

Dagon se acercó al libro y levitó en medio del cuarto.

—Necesito concentrarme.

Gael entendió, se sentó en la cama y no dijo palabra.

—¿Todos se encuentran bien? —preguntó Gael, con interés.

—Si, todos están con bien, sólo Torfi tuvo unos problemas con un
demonio, pero logró superarlo.

—¿Torfi?

—Torfi es un elemental del aire, un viejo amigo mío, y uno de los


que logró escapar.

—Quiero que me cuentes quiénes más escaparon, y qué fue lo que


sucedió en tu mundo.

—Te lo contaré todo: un demonio muy poderoso atacó nuestro reino,


nos sorprendió y hasta ahora no comprendemos por qué la
landamita no nos advirtió. Estábamos en medio de la ceremonia de
coronación de los nuevos reyes cuando sucedió. La landamita es un
mineral que cambia a color negro cuando un demonio está cerca;
por eso nos sorprendieron, ya que el mineral no los detectó. La
reunión fue en Galaqui: un reino neutro que creamos hace eones
para las consagraciones de los nuevos reyes. Estaban a punto de
coronar al rey elemental de los aires cuando decenas de demonios
nos atacaron. No entendimos cómo lograron atravesar la barrera
infranqueable. Nos defendimos como pudimos, el problema es que
Paimon estaba a cargo de las legiones demoníacas.

—¿Paimon?

—Paimon es uno de los siete reyes infernales. Es un demonio que


posee una gran cantidad de esencia. Es tan poderoso que él solo
pudo contra todos nosotros. Vi cómo muchos de mis hermanos
caían mientras que otros eran capturados. El nuevo rey me gritó que
no me acercara, y me ordenó ir por el anillo que se encontraba en
una torre del castillo. Obedecí, pero no podía lograrlo solo, por lo
que mis viejos amigos Torfi, Ikary y Godo me ofrecieron su ayuda.
Pudimos llegar hasta el anillo que era el objetivo de Paimon, ya que
es la llave para liberar a los demonios más poderosos que encerró
Salomón en las prisiones de oscuridad hace milenios. Paimon
apareció ante nosotros. Nos vimos obligados a utilizar toda nuestra
energía para entretenerlo y huir, fue cuando vi una liminalidad que
se formó de la nada frente a mí; no tuve otro remedio más que
cruzarla sin saber a dónde me mandaría, y así fue como te conocí.

—¿Por qué tú eras el único que los podía transportar a la tierra?

—Los elementales de fuego somos los únicos con el poder de crear


liminalidades para transportarnos del mundo elemental al mundo
terrenal.

—Y, ¿a dónde los mandaste?

—A puntos clave dentro del continente. Los mandé por unos objetos
que ocultamos en este plano terrenal hace milenios.

—¿Qué tipo de objetos?

—Se trata de armas que construimos hace eones; el rey Salomón


nos aconsejó ocultarlas en la tierra. Ahora tenemos que ir por ellas.
Nos serán de mucha utilidad para enfrentar lo que nos depara el
futuro inmediato.

—Bien, entonces vamos.

—No es tan sencillo. No sé bien donde se encuentran —replicó


Dagon con los ojos cerrados.

—Pero si mandaste a tus amigos a esos lugares en busca de las


armas, al menos debes tener una idea.

—Tengo que volver a mi mundo —insistió el elemental.

—Por lo que me has comentado, tu mundo no es el mejor destino


turístico actualmente.

—Los únicos que saben la localización exacta de las armas son los
reyes elementales. No hay otra alternativa.

—Pero te van a hacer pedazos.

—Por eso necesito que vengas conmigo, Gael.

—Creí que le pedirías ayuda a tus amigos elementales. No soy más


que un chico con una imaginación demasiado viva, casi delirante.

—En eso estoy de acuerdo, pero también tienes un poder que


debemos aprovechar.

—Recuerda que los demonios me quieren de su lado, y eso podría


ponerte en peligro más adelante.

—Si tienes confianza en ti mismo, nada podrá hacerte cambiar de


parecer.

—Bien, bien, vamos; pero al menos déjame ir por mi resortera —dijo


Gael medio en broma.

—Necesitarás algo más que eso.


—¿Qué tienes en mente? —preguntó con entusiasmo.

—Mañana viajaremos a Galaqui y crearemos tu arma.

Gael asintió y le pidió al elemental que lo esperara unos minutos,


fue rápido a la tienda y compró una docena de velas. Cuando volvió
las colocó alrededor del elemental y le preguntó si con eso era
suficiente. Dagon se acomodó y se recostó en medio para
responderle sin palabras. Antes de que Gael apagara la luz, la
salamandrina le habló:

—Debes dar lo mejor de ti, toda la existencia está en juego.

—No dudes de ello.

Gael apagó la luz y se acostó. Su mente intentaba digerir cómo se


había metido en semejante lío de un día para otro, mientras
especulaba sobre cómo podría él, un chico de diecisiete años,
impedir lo que sería el fin de los tiempos. Sintió una llama que ardía
y crecía en su interior para alentar su corazón. Por fin había
encontrado la aventura que tanto deseaba.

Al despegar los párpados sufrió un sobresalto ya que no encontraba


a Dagon en ningún rincón de la casa. Su intuición le dijo que el
elemental estaba en el patio y así fue. Se encontró a la
salamandrina con la cara apuntando al Sol y los ojos cerrados. El
cuerpo del elemental absorbía fotones de luz.

—No es obra de tu imaginación; ahora tienes la mente abierta y


puedes ver lo que realmente sucede a tu alrededor.

—Si ya estás completamente recuperado, ¿eso quiere decir que ya


podemos confeccionar mi arma?

—Tengo que reunir más esencia, pero necesito que me consigas


unas cosas.

—Dime, ¿qué necesitas?


—Necesito que me traigas un pedazo de metal, otro de vidrio y una
piedra.

Gael encogió los hombros y fue en busca de los objetos. No tardó


mucho en volver.

—Listo, ¿ahora qué sigue?

Dagon aún se encontraba recibiendo la esencia del sol. Observó a


Gael por el rabillo del ojo y le indicó que entrara a la casa para
colocar los objetos en el suelo con la forma de una espada. La
salamandrina prosiguió a pedirle el libro al chico. Dagon lo abrió
justo en donde Ars Paulina indicaba cómo crear la Espada de
Adonay.

—¿Qué es la espada de Adonay? —preguntó Gael que leyó el


pasaje por encima del hombro del elemental.

—La espada de Adonay fue creada justamente para poder combatir


demonios. Es una de las armas que escondimos hace milenios en la
tierra.

—¡Qué bien! —exclamó Gael con alegría—. ¿Eso significa que ya


no habrá que buscarla?

—Sólo crearemos una réplica, aún hay que encontrar la verdadera.


Necesito un cuchillo o una daga para iniciar.

Gael asintió y fue en dirección a la cocina. Regresó rápidamente con


un cuchillo en mano. Dagon le dio el libro abierto y exhaló un poco
de fuego sobre los objetos que estaban en el suelo, le indicó a Gael
que pronunciara la oración sin soltar el cuchillo de su mano.

Yo os imploro ¡Oh gran Adonay, Eloim, Ariel y Jehová!, que


seáis propicios en esta hora, concediéndole a esta daga, que
voy a cortar, la fuerza y virtudes que poseyeron Jacob, Moisés y
Josué.
Les suplico Adonay, Eloim, Ariel y Jehová, adornéis con la
fuerza de Sansón, la ciencia de Hiram y la sabiduría de
Salomón, para que pueda yo, por vuestra intercesión,
protegerme del mal, acabar con esos seres diabólicos que se
atreven a deambular por el día, y servirte a ti como un simple
soldado en vuestro ejército celestial. Si alguna vez la esbelta
figura de Adonay hecha espada se encuentra bañada en sangre
de hombre, que sea por la protección de la humanidad y de los
hombres merecedores de habitar la tierra.

Una vez que terminó la oración, los objetos que estaban en el piso
brillaron intensamente para elevarse y fundirse lentamente con el
cuchillo que tenía Gael en la mano. El filo desprendió una llamarada
rojiza que a los pocos segundos cobró un tono más profundo e
intenso. Los ojos de Gael no podían despegarse del espectáculo de
luces. Sus muñecas se vencieron con el peso que iba adquiriendo el
cuchillo cuya hoja plateada se alargó para alcanzar un metro de
longitud, la empuñadura formaba una cruz creada con un extraño
mineral que reflejaba un constante y tenue color carmesí. Dagon se
acercó a la espada y con sus garras dibujó la estrella de David en el
mango. El trazo quedó grabado como un tatuaje de fuego.

—Es impresionante —dijo exaltado.

—Ésta no es más que una réplica. La auténtica espada de Adonay


posee una belleza y poderes infinitamente superiores.

—¿Por qué me pediste esos objetos para la creación de esta arma?

—Cada pieza obedece a una parte esencial de la espada. El pedazo


de metal se transformó en platino del cual está formada la hoja; el
vidrio en el mineral de la empuñadura, que está hecho de landamita,
y, por último, la piedra, que representa el vínculo de esta arma con
la tierra, su relación con este mundo, y tu deber de protegerlo.

Dagon exhaló un poco de fuego de su boca y el carmesí del mineral


se intensificó.
—Cuando ustedes desatan sus poderes el mineral brilla con más
intensidad. Y no sólo detecta a los elementales. Si el mineral se
torna negro, eso significa que un demonio anda rondando cerca.

—Eso es bueno. Así estaremos prevenidos.

—Y si el mineral se tiñe de dorado, es porque está detectando una


presencia angelical.

—Tengo el presentimiento de que el dorado no aparecerá.

—¿Has recordado algo más del plan del rey infernal?

—Sólo me dijo que tenían que destruir unos lugares precisos en la


tierra, que eso serviría para la liberación de Luzbel.

—Quieren destruir las pirámides.

—¿De qué les va a servir eso para liberar a Luzbel?

—Las pirámides no sólo funcionan como sitios ceremoniales y


religiosos, están en conexión con el cielo, de donde obtienen una
fuerza universal, un escudo que ayuda a mantener encerrado a
Luzbel en su prisión. Son puntos de comunicación entre este mundo
y el resto.

—Entonces hay que impedir que las destruyan.

—Para eso necesitamos de un poder mayor. Esta espada te servirá,


pero únicamente contra las legiones demoníacas. Necesitamos la
auténtica espada de Adonay para enfrentarnos a los más
poderosos.

—Entendido. Entonces vayamos a tu mundo por la información,


pero vámonos ya, que no puedo regresar muy tarde porque mi
madre se va a enfurecer, y créeme que le temo más a ella que a
cualquier demonio infernal.
—Debemos ir primero a un punto de conexión. Necesito un punto
esencial para el viaje a mi mundo, como un volcán, por ejemplo.

—Bien, conozco el lugar perfecto, pero ¿cómo nos vamos?

—Yo me encargo de eso —expresó Dagon—, sólo necesito que


pienses en el destino.

Gael asintió y cerró los párpados para concentrarse. Tardó un par de


segundos en visualizar su destino. Dagon lo tomó de un hombro y le
pidió que repitiera la palabra “lumitis”. Al instante de haberla
pronunciado, se abrió una esfera luminosa frente a ellos. Gael abrió
los ojos y vio el portal. Dagon empujó al chico a través de él y lo
siguió.

Aparecieron a las faldas de un volcán cubierto de nieve y la


liminalidad se cerró detrás de ellos. La salamandrina analizó el
entorno sin entender dónde se encontraban. Gael le explicó que
estaban en el Pico de Orizaba. Pegó un grito que alertó al
elemental. Había olvidado la espada en la casa. Dagon le dijo que
podía materializar la espada tan sólo con visualizarla en sus manos.
Gael estiró el brazo y siguió las indicaciones del elemental. La
espada apareció en sus manos al instante.

—¡Increíble! Y quiero suponer que también abrí el portal.

—Tú tienes el poder de abrir portales, sólo debes visualizar el lugar


al que quieras ir y pronunciar la palabra “lumitis”. Es una de las
habilidades que tienes ahora.

—¡Perfecto!

—Ahora debo concentrarme para abrir el portal a mi mundo.

—¿Por qué tiene que ser un volcán?

—Los volcanes son parte esencial de este mundo; se formaron a lo


largo de millones de años y para viajar a mi plano existencial se
necesitan formaciones naturales de la tierra.

La salamandrina cerró los ojos y pronunció “lumitis”. Un portal se


abrió delante de ellos. Gael asintió y con la espada en la mano,
cruzó el portal junto con Dagon. Al instante en que los dos
atravesaron, el portal se cerró y se desintegró en el aire.
7
El lugarteniente del infierno

—Espero me hayas invocado para algo importante.

Paimon se manifestó ante el Enmascarado, su silueta apenas se


dibujaba en la oscuridad reinante. Sus ojos destellantes de zafiro
alumbraban fríamente la habitación.

—Algo por el estilo —el Enmascarado sostenía la landamita en su


mano—. Hace un momento la piedra emitió, por un instante, un
color carmesí, no logré teletransportarme a tiempo. Y ahora volvió a
brillar con más intensidad, pero cuando quise hacerlo, algo me lo
impidió.

—Interesante… —Paimon entrecerró los ojos—. Eso significa que


viajaron a su mundo. Al parecer quieren liberar a sus hermanos, y
ése será el momento para recuperar el anillo y acabar con esa
molesta salamandrina.

—Entonces, ¿qué hago?

—Tú concéntrate en Gael; no desaprovecharemos la oportunidad.

—Lo sé —espetó el chico, cuando de pronto el mineral los


deslumbró y se tiñó de azul índigo—. Parece que alguien está
usando sus poderes, ¿me dejarías divertirme?.

Paimon permaneció pensativo durante unos segundos y asintió.

—Averigua quién es el mediador del elemental de agua, y pon a


prueba su poder; no lo vayas a matar por ningún motivo,
¿entendido?
El Enmascarado se mostró entusiasmado.

—De acuerdo —tomó la landamita entre sus manos y pronunció la


palabra que le enseñó el rey infernal para teletransportarse y
aventurarse dentro del portal.

Gael y Dagon llegaron a un vasto bosque templado. El chico se


asombró al contemplar la majestuosa variedad de árboles que
poseían hojas de todos los colores y eran tan altos que penetraban
las nubes hasta perderse de vista.

Había a su alrededor pequeños estanques de diversas tonalidades.


Se acercó a uno, y aunque su profundidad era incalculable, logró ver
el fondo y un enorme despliegue de cristales escarlata. Al respirar
percibió un deleitante aroma a canela que emanaba de él. El pasto
que pisaba era mullido y verde. El aire era tan puro que bastaba
tomar una bocanada para sentir un sosiego inusitado. Parecía que
la naturaleza cantase.

—No importa que el mal reine, la paz y la felicidad siempre estarán


presentes en este bosque.

—¿Esto es Galaqui?

—No, nos encontramos a las afueras de la ciudad principal. Este es


el bosque de los Sortilegios que rodea a Kadnami.

—Es hermoso… —seguía maravillado por la majestuosidad del


paisaje.

—Este bosque es la semilla de los que hay en la tierra. La esencia


de pureza que lo envuelve está presente en los de tu plano terrenal.
No importa qué tan corrompida esté la humanidad, en estos
páramos inmaculados siempre habrá una pizca de pureza ancestral,
de lo contrario, tu mundo hubiera colapsado hace milenios —
enunció Dagon con nostalgia.

—Lo sé… —Gael se mostró triste—. He visto cómo arrasan con la


naturaleza sólo para ganar dinero.

—¿Has visto y aun así no has hecho nada?

—Yo… —apretó el puño y evitó los ojos del elemental.

Gael se mostraba triste: si bien el chico se consideraba un amante


de la naturaleza, también reconocía que no había hecho lo
suficiente por conservarla. La salamandrina le indicó que debían
seguir. Retomaron el camino. Las pupilas de Gael se desbordaron
ante la presencia de un árbol hipnotizante. Se trataba de una
especie de eucalipto arcoíris, al menos eso supuso él. Sus pies
cobraron vida propia para acercarse al árbol. La salamandrina miró
hacia donde se dirigía Gael.

—No te acerques demasiado.

—¿Por qué? —replicó e hizo un esfuerzo por detener sus pasos.

—No estás listo aún para entender su significado y unirte a este


paraíso.

—¿Eso quiere decir que es el árbol del jardín del Edén? ¿Cómo
llegó aquí? ¿Por qué lo plantaron en este lugar?

—Al destruirse el jardín del Edén, la semilla quedó en manos de


cuatro ángeles que resguardaban a los cuatro elementos de la
naturaleza: Agni, Pavana, Varuna y Kitichi. En otras palabras, los
elementos de la naturaleza formaron parte de su ser: Agni fue el
primigenio de los elementales del fuego; Pavana el padre de los
elementales del agua; Varuna de los del aire y Kitichi el de los
elementales de la tierra.
Dagon le indicó a Gael que siguieran. El elemental iba flotando a un
lado del chico, su contorno despedía pequeños destellos de luz
granate que iluminaban el entorno. Conforme se alejaban del árbol
sagrado, el cielo se tornaba más oscuro. Las nubes moradas que se
agolpaban en el horizonte sofocaron la luz casi por completo. El
panorama se tornó desolador en un abrir y cerrar de ojos: las ramas
de los árboles estaban completamente secas, los estanques se
convirtieron en pantanos y el pasto adquirió la textura y el tono de la
ceniza. Giró hacia atrás para notar que el Bosque de los Sortilegios
había desaparecido, cubierto bajo un manto de invisibilidad. El aire
se había vuelto turbio y pesado, le resultaba difícil respirar. Se
detuvo en seco.

—¿Qué me está pasando? ¿Por qué me siento así?

—Nos estamos acercando a Kadnami y debe estar infestada de


demonios. Las emociones que invaden tu cabeza se deben a la
presencia infernal. No podemos detenernos, hay que seguir
adelante.

Gael avistó a lo lejos una muralla de plata de al menos mil metros


de altura. “¿Por qué no creó un portal más cerca de Kadnami?”,
calló el chico.

—La landamita nos hubiera detectado —dijo Dagon, respondiendo a


los pensamientos del chico. Gael recordó que estaban conectados
mentalmente.

—Ya veo. Por cierto, tengo una duda, ¿qué tan antiguo es el Jardín
del Edén? Según algunos escritos sagrados sólo tiene miles de
años, pero me parece ilógico.

—Toda enseñanza que les han inculcado es errónea. Sus


instituciones terrenales no han ayudado a ello. La capacidad del
hombre es hoy muy limitada: no entienden lo que significa realmente
el jardín sagrado. Lo han llamado el Jardín del Edén, Reino celestial
o Paraíso occidental. Los griegos lo nombraban Jardín de las
Hespérides. Los jardines son la unión entre la creación divina y el
hombre. Ustedes los han destruido.

—Si de verdad Dios es omnipresente, ¿acaso no podía prever lo


que iba a suceder?

—Dios es omnisciente de su divinidad, de lo etéreo, no de la


materia, de lo que ustedes están compuestos.

—Entonces… el hombre es el talón de Aquiles de la naturaleza, de


Dios …

—Luzbel lo está atacando por su flanco débil, ése ha sido su modus


operandi desde el principio de los tiempos, pero nosotros hemos
intercedido; sólo que ahora… el poder del mal ha crecido y no sé si
podamos vencerlo.

El elemental se detuvo abruptamente y alzó su puño en el aire para


exigir silencio. Señaló a unos seres voladores que surcaban el cielo.
Esperaron unos segundos hasta que desaparecieran y continuaron
caminando.

—¿Qué eran esas cosas?

—Demonios aéreos. Tienen una audición y vista sumamente


agudas. Debemos ser cautelosos.

Pasaron varios minutos sin dirigirse la palabra. El chico se sentía


extraño, su ánimo estaba turbado y oscuro. Esbozó una pregunta:

—¿Qué pasa si como de la fruta prohibida?

—Te otorgaría tanto poder que acabaría por corromper tu alma.

—Ya veo. Y si nadie puede comer de ella entonces, ¿para qué la


creó Dios?

—Hay quienes sí pueden comer del árbol prohibido, pero deben


estar libres de maldad. Sólo ha existido una persona con la pureza
para comer del árbol.

Fue la primera vez que Gael advirtió una emoción en el semblante


del elemental.

—¿De quién hablas?

—El Rey Salomón ha sido el único mortal a quien Dios autorizó


comer del árbol, pero éste se negó, pues no quería estar por encima
de sus hermanos.

—Pareciera que lo conociste.

—Por supuesto que lo conocí. Él fue el único humano en el que los


elementales confiábamos plenamente.

—Si conociste a Salomón —Gael sonrío—, debes tener al menos


dos mil años, tirándole a tres.

—Un milenio para ustedes es un año para nosotros. Tengo


diecisiete mil años humanos.

Se encontraban muy cerca de la muralla; para el asombro del joven,


un rayo de luz cálida descendió de los cielos para teñir de escarlata
las nubes. El elemental lo advirtió, pero no mostró emoción alguna,
se estaba preparando para lo inminente.

Una hermosa y aterradora criatura alada descendió con sus seis


hermosas alas rojas. Estudió escrupulosamente con sus ojos grises
a los cientos de demonios que se encontraban a su alrededor. Todos
ellos bajaron la mirada al instante y se inclinaron para ofrecerle una
reverencia. El ser angelical abrió su blanco abrigo para mostrar un
cuerpo delgado y fuerte. Metió una mano a su bolsillo para extraer
una carta con un sello lacrado. Alzó el brazo y agitó el sobre negro
en el aire.

—¿Quién sería tan amable de llevarle esto a Agalarriept? —


preguntó a sus subordinados.

Un enorme demonio se acercó a toda prisa y se arrodilló ante su


amo para ofrecerle sus servicios.

—Manténganse alertas —enunció mientras caminaba lentamente


hacia una de las puertas—, ya están aquí.

—¿Qué fue eso? —preguntó Gael consternado, el semblante del


elemental le daba mala espina.

—No estoy seguro —el fuego de su espalda se agitaba


violentamente, Gael entendió que esto significaba inquietud—. Pero
vamos a averiguarlo muy pronto.

El elemental aceleró el paso hasta llegar a la muralla de plata y con


su garra dibujó en la pared una letra en alfabeto rúnico, exhaló un
poco de fuego sobre el trazo y el símbolo comenzó a brillar. La runa
giró y se hundió dentro de la pared para abrir un espacio.

—Imagino que es por ahí —dijo Gael examinando la estrecha ranura


—. ¿Rescataremos a los demás elementales?

—No, nuestro único objetivo es averiguar dónde está el resto de las


armas sagradas.

—¿Por qué no, si ya estamos aquí?

—Si queremos liberar a los elementales necesitaré de mucha


ayuda, no estamos listos aún. Concéntrate en el objetivo, cuando
tengamos la verdadera espada de Adonay podremos liberarlos.

—Comprendo… —aceptó de mala gana, aunque dándole la razón al


elemental—. Entonces sólo iremos por la información.

—No iremos, irás. Si yo entro a la ciudad, la landamita me detectará


de inmediato.

—¡¿Yo solo?! —exclamó—. Pero, ¿qué se supone que debo hacer


si me topo a un demonio?

—Simple, enfréntalo, ahora posees mis habilidades. La espada te


protegerá.

—Ni siquiera me has dicho cuáles son.

—No hace falta, ya forman parte de tus instintos. Ahora pide la


espada, la necesitarás.

Gael extendió su mano y visualizó la réplica de la espada de


Adonay. Dagon se acercó al mango y un aura rojiza cubrió el sable.

—¿Qué botón oprimiste? —Gael buscó el mecanismo con el que el


elemental encendió las luces de su arma.

—Ninguno, sólo debes aplicarle un poco de fuego —Dagon se


acercó al chico y tomó la palma de su mano—. Contempla la palma
de tu mano, concéntrate en ella —Gael siguió las indicaciones—.
Quiero que recuerdes la sensación de cuando te acercas al fuego,
siente el ardor de las llamas en tu piel cuando lo tocas. Concentra
esa sensación en la palma de tu mano.

El chico cerró los ojos e hizo memoria. El primer recuerdo que salió
a flote fue una viñeta de su infancia, cuando pasó la noche en la
playa junto con sus primos Angélica y Sebastián. Estaban sentados
alrededor de una fogata cuando una ráfaga de viento acercó las
llamas a su rostro. Cuando abrió los ojos vio que su mano estaba
envuelta en llamas...
—¡Increíble! —alzó su puño y lo giró lentamente frente a los ojos:
parecía un pedazo de hierro incandescente.

—Al igual que yo, la esencia del fuego ahora forma parte de ti.
Lograrás su dominio cuando conozcas y respetes a la naturaleza.

—Gracias. Esto me hace sentir un poco más seguro.

—Bien, ahora ve. Nos comunicaremos mentalmente.

Las llamas que envolvían la espada de Adonay alumbraban el


interior del túnel. Parecía una bóveda de plata, lisa e interminable.
Dagon perdió de vista al chico, sólo alcanzó a ver un punto rojizo
que se extinguía. La preocupación del elemental no giraba en torno
al bienestar del chico, sino alrededor de las dudas que había
sembrado aquel fulminante rayo de luz que había sacudido la tierra.
Sospechaba que estaba relacionado con el lugarteniente del
infierno.

Gael divisó una puerta de hierro al final de su recorrido. Sus manos


tocaron la cerradura y buscaron algún mecanismo para poder
abrirla. No encontraba ningún botón o tirador. Recargó la espalda
sobre la puerta y sintió un ligero movimiento, observó una rendija de
luz que atravesaba sus pies. Empujó la puerta con facilidad para
aparecer en el interior de una biblioteca monumental repleta de
estantes en donde descansaban miles de títulos que nunca había
visto. Las paredes estaban adornadas con relieves de figuras de
reptiles, espadas y lo que parecían ser símbolos sagrados. Del
techo pendía un largo candil dorado que dejaba ver un trozo de
landamita que emitía un destello negro.

—Dagon, llegué a una biblioteca.

—Estás a salvo, ningún demonio se atrevería a poner pie ahí.

—¿Dónde estoy?
—Te encuentras en el Palacio Principal donde tienen apresado al
djinn del fuego. ¿Ves una puerta cerca de ti?

Recorrió con la mirada la biblioteca hasta toparse con otra puerta de


metal adornada con símbolos religiosos.

—Ya la encontré.

—Hay una esfera de landamita en el dintel —Gael alzó la mirada y


vio el mineral negro—. Tendrás que esperar hasta que cambie de
color.

Mantuvo la mano en la perilla de mineral y escuchó unos pasos del


otro lado de la puerta. Notó que en ese instante la landamita
adquiría un tono aún más oscuro. Se alejó de la puerta
sigilosamente al percibir la cercanía de un demonio que se detuvo
unos instantes. Curiosamente no se sentía asustado. El ser se alejó
y la landamita dejó de brillar. Aprovechó la oportunidad para salir.

La belleza de aquella ciudad de los elementales aturdió todos sus


sentidos, apenas podía sostenerse en pie. Los palacios que la
conformaban parecían rasgar el cielo y brillar intensamente. Sus
paredes estaban decoradas con escenas donde aparecían jerarcas
elementales protegiendo a la naturaleza. El piso de la villa entera
parecía tallado en cuarzo; había fuentes de cristales líquidos que
abarcaban toda la gama de colores; y en el centro de la majestuosa
urbe se alzaba una enorme edificación que fue atravesada por una
parvada de criaturas con alas de murciélago y tres ojos negros.

—Dagon, están por todas partes.

—Debe haber un demonio jerarca cerca. Todos los demonios que


percibes forman parte de una legión. Son hordas de demonios
menores, que están bajo el control de un demonio de mayor
jerarquía.

—¿De cuántos demonios se compone cada legión?


—De cientos. Hay demonios aéreos, terrestres, subterráneos y
están comandados por un demonio ígneo.

—¿Qué es un demonio ígneo?

—Los demonios ígneos son el equivalente a un sargento. Ordenan a


los demonios menores. Será difícil que te encuentres con uno.

Gael asomó el ojo a través de una ranura para analizar el panorama


detenidamente. Juzgó que era el momento oportuno para avanzar.
Cruzó corriendo un extenso jardín que desembocaba en un palacio
cuya semejanza con el Taj Majal resaltaba. Avistó a lo lejos una
horda de demonios que corría hacia donde estaba parado. Se
agazapó en uno de los pilares y sostuvo la espada a la altura del
pecho hasta verlos pasar de largo y desaparecer a un costado del
palacio. Había uno en particular que le llamó la atención, puesto que
no tenía ojos y su rostro pálido mostraba tres orificios en lugar de
nariz.

—Dagon, acabo de ver a un demonio sin ojos y más pálido que una
beluga. ¿Qué clase de demonio es ése?

—Se trata de un demonio subterráneo. La razón por la cual no tiene


ojos se debe a que ve mediante el olfato.

—¡Entonces podrá rastrearme!

—No, la espada te ocultará.

Gael avanzó hasta llegar a una edificación frente al palacio que


fungía como la prisión del djinn. Estaba conformada por dos
enormes torres, las puertas estaban hechas de un material que
parecía impenetrable, eran gigantescas, en las paredes había
retablos de imágenes de salamandrinas protegidas por armaduras.
Hadas, gnomos y silfos también luchaban en ellas.

—Dagon, ya estoy frente al palacio.


—¿Hay muchos demonios custodiándolo?

—Sí, las puertas del castillo se acaban de abrir y están saliendo


todo tipo de criaturas infernales.

—Descríbelos.

—Hay cinco de gran tamaño con cuernos imponentes. Su piel es


color sepia con cicatrices violetas, llevan una armadura que cubre
sus pechos y brazos. También traen unas hachas y parecen estar
marcados por un número, como si estuvieran tatuados.

—Esos son los demonios ígneos.

—¿Eso significa que hay cinco legiones merodeando la ciudad?

—¿Son los únicos que ves?

—No, hay otro de aspecto humano. Parece un chico de


aproximadamente veintidós años. Lleva un piercing en la ceja
izquierda, unos pantalones negros ajustados y una gabardina
blanca. De no ser por las seis alas rojas que salen de su espalda y
porque sus pupilas son color gris, pensaría que es un chico
cualquiera.

—¿Alas rojas?

—Sí, parece, incluso, agradable.

—Escucha con atención: ése es un demonio jerarca. Si te localiza


será tu fin. La situación es más complicada ahora.

—¿Quién es?

—Es Abigor, y es un maestro en artes bélicas. Es considerado el


lugarteniente del infierno.

—¿Lugarteniente del infierno?


—Es el mejor estratega del infierno. Posee los secretos de la guerra.

Gael observó a Abigor dándole indicaciones a los sargentos ígneos


a la vez que señalaba cinco puntos diferentes. Los demonios
asintieron y partieron. Abigor acarició su abdomen desnudo y
emprendió el vuelo para desaparecer en el cielo.

—Abigor acaba de irse. Ésta es mi oportunidad para entrar.

—Avanza con precaución. Abigor dispone de sesenta legiones bajo


su mando.

—Ya llegué demasiado lejos como para abortar la misión— se


acercó a las puertas del castillo en cuclillas. Seguían abiertas.
“¿Será una trampa?”, se preguntaba una y otra vez, pero su
determinación era más fuerte que cualquier temor. La belleza del
vestíbulo era sublime: de inmediato recordó los palacios de los
zares rusos, repletos de oro, espejos y volutas talladas. En cada una
de las cuatro esquinas descansaba una estatua enorme: una
representaba un dragón dorado; otra mostraba un fénix escarlata;
un águila de plata y una ballena transparente hecha de cristal de
roca. Logró distinguir una escalinata estrecha.

—Dagon, encontré unas escaleras.

—Síguelas. El djinn debe estar en la torre más alta.

Gael se disponía a obedecer al elemental cuando un demonio ígneo


apareció para embestirlo. El chico eludió como pudo al sargento
infernal.

—¿De verdad pensabas que no habíamos notado tu presencia?

—¡Dagon, me han descubierto!

El elemental no mostró señales de vida.

Detrás de la maligna criatura estalló una luz brillante que se


expandió por todo el salón, seguida de un golpe seco que sacudió
las paredes como un ultrasonido. El demonio yacía sobre el piso
envuelto en llamas, calcinándose. Dagon estaba suspendido en el
aire.

—¿Te encuentras bien?

—Gracias. Ahora debemos buscar al djinn de fuego.

—Yo me encargo de eso. Tú tienes algo que resolver.

Gael giró la cabeza para avistar una legión de bestias infernales que
entraban por la puerta.

—¿Quieres que pelee contra todos esos demonios?

—Sí. Ten fe en ti mismo. Descubre tus capacidades.

—Por favor, dime que una de ésas es la inmortalidad.

Dagon separó las membranas de su espalda y extendió sus alas de


fuego para volar a toda velocidad hacia las escaleras y dejar una
estela roja. Las rodillas y los brazos de Gael flaquearon. Respiró
profundamente: “Tengo que lograrlo, yo puedo lograrlo”. Su rostro se
iluminó con una sonrisa radiante, estaba convencido de que lo
lograría. Sintió como si una supernova estallara en su interior para
inyectarle una energía sobrehumana. Sus músculos se tensaron y
sus sentidos se agudizaron. Podía escuchar el torrente sanguíneo
de sus adversarios. Sus ojos se habían transformado en dos esferas
de fuego que registraban el más mínimo movimiento de los
demonios. El primero que lo atacó quedó partido en dos en el piso.
El fuego había mostrado sus capacidades de destrucción.

—¿Quién sigue? —preguntó con una mirada que derrochaba


confianza.

Dagon llegó a la cima del castillo y atravesó volando un largo pasillo


que terminaba en una puerta de oro custodiada por dos demonios
terrestres. La salamandrina se envolvió en llamas y embistió a los
guardianes. Empujó las puertas con su garra. El djinn se encontraba
malherido sobre el piso. Dagon se acercó a toda prisa al jerarca
elemental que estaba inconsciente. De su garra salió una bola de
fuego que empujó contra la armadura de oro del djinn. El rey del
fuego abrió sus ojos en el momento en que sintió el elemento
galopar por sus venas.

—¿Por qué has vuelto por mí?

—¿Qué le han hecho, majestad?

—Me han torturado. Querían conseguir la ubicación de las armas


sagradas.

—¿Quién lo ha hecho?

—Fue Araxiel… Ha tratado de entrar a mi mente. Quieren descubrir


nuestras artes secretas a toda costa. Es el único motivo por el cual
sigo con vida.

—¿Dónde se encuentra el resto de los djinnes?

—Se los llevaron de aquí. Abigor sabía que venías. Quiere tu anillo.

—¿Cómo sabía que vendría?

—Debe haber un espía en la tierra. ¿Qué hiciste con el anillo,


Dagon?

—Lo escondí en el mundo de los humanos. Ahora necesito que me


diga dónde se encuentra el arma sagrada de fuego.

—No puedo decírtelo. Los demonios las descubrirían. Si llegan a


capturarte, Araxiel podría extraer la información de tu mente. No
puedo arriesgarme a que caigan en manos de nuestros enemigos.

—¡Necesito saber dónde están si quiero salvarlo a usted y a mis


hermanos! ¡Dígame, su majestad! ¿Nuestro mundo ha caído?
El djinn bajó la mirada y asintió.

—Cada mundo elemental está bajo el control de tres jerarcas. Será


difícil liberarlos.

—Ahora más que nunca debo ir por el arma sagrada. Juro por mi
esencia que nunca me atraparán.

—Voy a confiar en tus habilidades y determinación. Imagino que no


vienes solo, ¿verdad?

—Así es, su majestad. Me acompaña un humano.

—¿Dónde está?

Gael estaba rodeado por decenas de demonios aéreos y terrestres


que lo embestían sin descanso. La espada se volvió una extensión
de su cuerpo. La intensidad del fuego que cubría el sable estaba en
armonía con las emociones del joven. De pronto se escuchó una
voz desde el otro extremo del vestíbulo:

—¡Alto!

No se trataba de un grito, sino de una voz suave y gentil. Las


legiones infernales se cuadraron de inmediato y permanecieron
inmóviles. Un ser de aspecto angelical se abrió paso entre las
bestias que se arrodillaban ante él.

—Abigor —reconoció mientras bajaba su espada.


El jerarca colocó su palma derecha sobre la cabeza de Dagon y
cerró los ojos. Cuando los abrió de vuelta, éstos mostraban el
mismo tono y profundidad que el de la lava. El rey elemental había
extraído las experiencias del elemental al lado del humano.

—Al parecer, te has hecho de un aliado poderoso. Nuestros


enemigos intentarán reclutarlo a toda costa. He descubierto una
manera de entregarte la información sin que ésta corra el riesgo de
caer en las manos equivocadas.

El djinn le entregó una vitela escrita.

—Pero, ¿qué dice aquí?

—Tú entrégaselo al humano, él sabrá descifrarlo.

—Entonces, ¿con esto podremos dar con las cuatro armas


sagradas?

—No, yo sólo sé dónde se encuentra la espada de Adonay, la


ubicación de las demás armas sagradas está en manos de los otros
djinnes. Tendrán que encontrarlos para hallar el resto. Si fracasas,
Luzbel tendrá el control absoluto, lo que significa el fin de toda la
existencia tal como la que conocemos.

Dagon asintió inclinando su cabeza. De pronto escuchó la voz de


Gael:

—¡Dagon, Abigor está aquí!

—Eres un crack, Gael —expresó Abigor con su voz melodiosa y


serena.
—¿En serio? No creo, siempre he sido muy normal —dijo
irónicamente.

—No sé si estás al tanto de la cadena alimenticia, pero las lagartijas


no están por encima de los leones. Lo que haga el elemental nos
tiene sin cuidado, no tiene el poder para interferir en nuestros
planes. Nosotros queríamos medir tus habilidades, y déjame decirte
que nos has sorprendido.

—El crédito le pertenece a mi compañero elemental.

—No me refiero a las habilidades que compartes con la


salamandrina, sino a las que compartes con tu antiguo ser.

—¿Te refieres a mi vida pasada?

—Exactamente, algo debes recordar de ello —dijo mientras tocaba


la argolla que perforaba su pezón izquierdo—. Tu antiguo ser
definirá tu futuro.

—No creo en otro destino que no sea el que se forja uno mismo
todos los días.

—Eres lindo pero muy ingenuo. Tu convicción combina bien con tus
ojos. Me resulta atractiva, pero toma en cuenta que sin importar
cuánto te resistas, al final te nos unirás —Abigor agitó sus alas
sutilmente—. Sólo es cuestión de tiempo.

—Eso está por verse —el chico levantó su espada para apuntarla
hacia el rostro del demonio jerarca.

—Por lo visto, los halagos sólo sirven para alimentar tu osadía. Tu


atrevimiento me resulta tierno, sobre todo con esa imitación barata
que tienes entre las manos.

Gael corrió a toda velocidad hacia Abigor. El jerarca infernal ni


siquiera se movió. Lo bloqueó con una de sus alas para lanzarlo por
los aires. Cayó al suelo como una roca. Se incorporó con dificultad y
volvió a la carga. Abigor utilizó dos dedos para frustrar las
intenciones del chico, como quien sacude el polvo de sus hombros.

—Es inútil, Gael. Debo advertirte, aunque sea por cortesía, que
nunca serás un rival digno para enfrentarme.

De pronto, una bola de fuego rojo impactó el cuerpo de Abigor para


crear una densa cortina de humo. Dagon había utilizado su poder
para aturdir al demonio jerarca. Aprovecharon el momento para
escapar. Se dirigieron a las escaleras, subieron unos pisos y la
salamandrina abrió una de las puertas que estaba en el pasillo de la
torre más alta.

—¿Por qué no creas una liminalidad y ya?

—No debo. Si ocupo mi poder para llegar a tu mundo, nos


detectarán los demonios que están en la tierra. Tú tienes que abrir el
portal. ¡Rápido, piensa en nuestro destino y créalo!

—“Lumitis” —vociferó Gael y se creó una liminalidad debajo de


ellos. La atravesaron a toda prisa para desaparecer de la vista del
jerarca.

Abigor dibujó una sonrisa satisfecha, ajustó su gabardina y sintonizó


su mente con la del demonio:

—Paimon, no logramos recuperar el anillo, pero nuestro segundo


objetivo ya está en marcha.
8
Criptograma

Gael rodó junto con Dagon de una liminalidad que se creó en la


casa de Sebastián. Aterrizó de espaldas, la salamandrina cayó
sobre su compañero. Gael se quejó—. ¡No me explico cómo es
posible que peses tanto! —reprochó.

Dagon se quitó de encima.

—Eso se debe a que nuestras escamas son muy duras y pesadas.

—¡Qué pasó y qué es eso! —Sebastián se encontraba en la mesa,


atónito, a la vez que señaló a Dagón con un dedo tembloroso.

Gael se extrañó de que su primo estuviera viendo a la salamandrina.


Con una sonrisa calmada, le dijo:

—Primo, ¿te acuerdas de los elementos mágicos que te conté para


crear la piedra filosofal? ¡Pues resulta que sí existen!

Un portal oscuro se creó en una habitación en penumbras. Por éste


salió el Enmascarado. Al llegar, notó que no estaba solo: sentado en
su sillón reconoció unos ojos llameantes, las piernas cruzadas y la
cara apoyada sobre su puño derecho. Paimon lo aguardaba.

—Llegas tarde —Paimon se mostró indiferente.


—Veo que ya no necesitas de mi ayuda para manifestarte en este
plano terrenal.

Paimon reveló sus afilados dientes y formó una escalofriante mueca.

—Te traigo noticias.

El Enmascarado se sorprendió un poco, a él sólo le traía órdenes,


no noticias.

—Espero que sean buenas.

—Eso depende de la perspectiva.

—Imagino que giran en torno a la salamandrina.

—La salamandrina y Gael han creado un enlace.

—Desde mi perspectiva, ésa es una mala noticia.

—Entonces no estás viendo con claridad.

—No entiendo en qué puede beneficiarnos esa unión.

—Las cosas no siempre salen a la primera como uno las espera.

—¿Vienes a darme lecciones de vida? Yo creo que debemos


eliminarlos.

—Ésa siempre es la solución más fácil… No la mejor… Por el


momento.

Paimon estudió a su inferior y al ver su brazo izquierdo, preguntó:

—¿Qué noticias me traes del elemental de agua?

—No representa ningún problema para nosotros. Su compañera es


una chica. Son demasiado débiles, pero…
—¿Pero? —se mostró intrigado.

—Es muy obstinada, por más que la embestía, no se daba por


vencida. Supongo que lo mejor será acabar con él, podría ser un
problema en un futuro.

—No. Lo vamos a necesitar para que nos guíe al arma sagrada del
agua.

—En ese caso, prometo no hacerle daño —el enmascarado


entrecerró los ojos—. Por ahora…

—Te encargo a Gael y a su lagartija.

—¿Por qué no contratan a una niñera? Este trabajo es muy


aburrido.

—Te estamos encargando la misión más importante de todas;


cuando logremos nuestro objetivo, podrás acabar con el elemental
de fuego, pero a Gael lo necesitaremos vivo para la siguiente etapa.

—Es lo mínimo que pueden hacer por mí. El infierno es un Xanadú


en comparación con este pueblo de mierda.

Paimon cerró los ojos y sin más preámbulos, desapareció, dejando


una espesa neblina negra salpicada por destellos azulados. El
Enmascarado sintió una ligera molestia en el brazo izquierdo, se
colocó una mano y al retirarla notó un poco de sangre surcando sus
dedos. Arqueó una ceja.

Sebastián no entendía lo que pasaba, ¿cómo era posible que su


primo apareciera de la nada junto a un ser fantástico?
—¡Ah, se me olvidaba! Te presento a Dagon —dijo Gael con toda
naturalidad.

—¿Qué es? —insistió Sebastián.

—¿Te acuerdas que te dije que estaba invocando a un elemental y


tú lo tomaste a broma?

—¿Cómo se suponía que debía tomármelo?

—Pues lo logré.

—Sebastián —habló Dagon con tranquilidad.

El chico volteó sorprendido a ver que la salamandrina le hablaba,


pero se asombró más al ver que sus labios no se movían.

—¿Cómo sabes mi nombre? —titubeó.

—No te sorprendas —le indicó Gael con la sonrisa que lo


caracterizaba—. Este camarada lo sabe todo.

—¿Me ves en forma astral o en forma material?

—¿Qué eres? —dijo asombrado por la belleza que emanaba el


elemental.

—Es una salamandrina —Gael se sentó en un sillón, estaba


agotado, tomó la réplica de la espada de Adonay y la colocó a un
lado—. Un elemental de fuego, un guardián de la esencia del fuego.

—Responde a la pregunta —insistió Dagon.

—Te veo en forma material —estaba confundido—. ¿Por qué?

Dagon parecía preocupado.

—El deterioro se está acelerando.


—¿Qué deterioro? —preguntó Gael.

—Cuando los demonios tomaron control de nuestro plano terrenal,


rompieron el equilibrio existente; el anillo de Salomón sellaba ese
equilibrio, pero al extraerlo de la torre, el deterioro comenzó.

—¿Y eso cómo nos puede perjudicar? —preguntó Gael.

—Lo invisible se volverá visible ante los ojos de los humanos;


podrán ver lo mismo que tú.

—Eso puede resultar favorable, ¿no? Si la humanidad logra ver


cómo funciona la naturaleza, tendrá un mayor respeto hacia ella.

—Y los demonios caminarán entre ustedes como cualquier ser


humano —agregó Dagon.

—Ah, ya veo.

—¿Demonios? —titubeó Sebastián—. ¿Existen?

Gael miró a su primo y le habló con tranquilidad.

—Me temo que sí, primo, y están planeando algo terrible.

—Es demasiada información para digerir de una sola vez. Hasta


hace unos segundos ni siquiera sabía que los demonios existían y
ahora, además, me estás diciendo que van a atacar.

—Ustedes no son más que un daño colateral —Dagon intervino—,


su objetivo principal es destruir a Dios.

Sebastián no podía creer lo que estaba oyendo: ¿cómo era posible


que planearan acabar con el ser que lo creó todo, el Omnipotente,
quien por lo que él sabía, era invencible?

—¿A Dios? ¡Pero eso es imposible! ¿No se supone que él es el más


poderoso del universo?
—El poderío de los infernales va en aumento.

—Pero descuida, primo, nosotros impediremos que se salgan con la


suya —aseguró Gael.

—¿Cómo? ¿Qué dices?… —dijo Sebastián—. Eso no se oye


factible.

—Por eso ideamos un plan.

—¿Cuál es?

—Ir tras la original espada de Adonay y atacar.

—¿Espada de Adonay? —Sebastián volteó a ver la espada que


tenía Gael a un lado suyo—. ¿Y esa que tienes ahí?

—Ésta no es más que una réplica de la verdadera espada de


Adonay. La creó Dagon para mí.

Sebastián se quedó mirando a Dagon, sin entender del todo quién


era la criatura mágica que se encontraba en su sala.

—¿Ese es tu plan? No se oye muy estratégico, la verdad.

—Así es… Es bello por su simpleza.

—La espada de Adonay es un arma sagrada —repuso Dagon—, su


poder no tiene paralelos y será de gran ayuda para enfrentarnos a
los demonios. Además, liberaremos a mi mundo para recibir toda la
ayuda que necesitamos.

—¿Por qué omitiste esa parte del plan? —le replicó Gael a Dagon
—. La comunicación es una pieza fundamental para el
funcionamiento de toda relación.

El elemental ignoró a su compañero humano y asumió la posición


de flor de loto.
—Todo esto es alucinante. No sabía que existieran otros mundos.

—Dimensiones, primo.

—¿Dimensiones? —repitió Sebastián, intrigado.

—Luego te explico. Por cierto, ¿conseguiste la información? —miró


con seriedad a Dagon.

—Sólo una parte —el elemental de fuego sacó el lienzo que había
escondido en una de sus escamas—. El djinn me dijo que tú podrías
descifrar este mensaje:

Sebastián vio cómo la salamandrina le daba un pedazo de tela a su


primo. Gael lo extendió con sus dos manos, lo observó
minuciosamente, frunció el ceño.
—Tu rey me tenía en muy alta estima. No tengo ni la más remota
idea de lo que dice aquí.

—¡Imposible! —exclamó Dagon—, el djinn me dijo que tú


entenderías el mensaje.

—Pues al parecer se equivocó —Gael encogió los hombros.

—Los djinnes nunca se equivocan.

—No entiendo por qué no te dio la ubicación y listo.

—Porque no podíamos correr ese riesgo. Hay un rey infernal que


puede extraer la información de cualquier mente.

—Pues lamento decepcionarte, pero no sé qué dice el mensaje, y


no entiendo por qué supuso que podría descifrarlo. Sólo veo signos
sin relación entre sí, es como si fuera... un criptograma —volteó a
ver a su primo con los ojos iluminados—. Sebastián, ¿te acuerdas
que una vez te presté un libro de Edgar Allan Poe?

—Sí, ¿por qué? ¿Piensas salvar el mundo con cuentos?

—Aún lo tienes, ¿cierto?

—¿Ya descifraste el mensaje? —preguntó Dagon.

—No, pero ya sé cómo descifrarlo —veía a Sebastián con seriedad


—. Primo, necesito el libro.

Sebastián asintió, y se dirigió a su cuarto a buscarlo. Dagon le


preguntó cómo lo iba a descifrar, Gael sólo le pidió calma. Sebastián
bajó con un libro en la mano que llevaba por título Narraciones
extraordinarias y se lo dio a su primo.

—No lo leí todo porque algunas de sus historias me dieron terror.

—Lo sé… —Gael abrió el libro y buscó el cuento. “El Escarabajo


Dorado”—. Bien, aquí está la solución.
Gael se sentó en la mesa y puso el lienzo a un lado del libro.
Sebastián y Dagon se colocaron al lado de él, sin tener la más
remota idea de cómo iba a solucionarlo con la ayuda de ese libro.

—Esto es un criptograma —continuó Gael sin quitar la vista del libro.

—¿Qué es eso? —preguntó Sebastián.

—Es un mensaje encriptado. Utilizan este método durante la guerra


ya que es la manera más segura de enviar mensajes con contenido
sensible.

—Pero, ¿para qué necesitas ese libro?

—Hay un relato en particular que nos será de gran ayuda. Miren —


les enseñó un criptograma—. Sólo necesito unos minutos para
leerlo y poder descifrarlo.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Dagon impaciente.

—No lo sé.

—¿Te puedo ayudar en algo, primo?

Gael dejó de leer por un segundo, volteó a ver a su primo con


seriedad, le gruño la panza.

—Ahora que me acuerdo, no he comido en todo el día. ¿Quieres


salvar el mundo? Entonces prepárame un sándwich —le guiñó el
ojo.

Sebastián hizo muecas de desagrado.

—Vaya misión más noble la que me has encomendado —se levantó


y fue a la cocina, aceptando de mala gana su misión.

—Imagino que yo no podré ayudarte en esto —Dagon permanecía


flotando al lado de Gael.
—No, de hecho, no. Mejor ve a tomar el sol, necesitas recargarte.

—Me encuentro bien. Necesito ocuparme de un pendiente. Me


ausentaré por unos minutos. Ya sabes cómo llamarme.

—De acuerdo —Gael recordó lo que le había explicado Dagon en


Kadnami—. Por cierto, ¿cómo saben de nuestra unión?, ¿el djinn te
lo dijo?

—Sí.

—¿Pero cómo es posible? Apenas llevas un día en este mundo,


¿cómo te detectaron tan rápido?

—Al parecer poseen una landamita especial que es capaz de


detectarnos a grandes distancias.

—¿De dónde sacaron ese material?

—De Kadnami. La landamita es un mineral muy poderoso que


crearon los djinnes con el fin de detectar presencias indeseadas
para prevenir cualquier tipo de ataque —Dagon se mostró molesto y
apretó su garra—. No sé cómo no pude evitar eso.

—Entonces ten cuidado.

Dagon asintió, y salió volando. Sebastián vio desde la cocina cómo


el elemental salía por la ventana, envuelto en llamas y a una gran
velocidad.

—¿Adónde fue Dagon?

—Ni idea, primo, pero dijo que volvería pronto.

Gael leía el libro mientras comía su refrigerio, en poco tiempo


descubrió el método para descifrar el mensaje oculto. En ese
momento, Dagon entró por la ventana. Gael y Sebastián se
sorprendieron.
—Vaya que eres rápido.

El elemental apagó las pequeñas llamas que le salían de la espalda,


y flotando se acercó a Gael y a su primo, que se encontraban en la
mesa.

—¿Ya lo resolviste? —preguntó Dagon impaciente.

—Aún no, pero descuida, ya encontré la manera. Será muy fácil.

Sebastián miró a su primo con incredulidad.

—¿Fácil?

—Sí, miren —Gael les enseñó el criptograma—. Para descifrarlo, lo


primero que hay que hacer es averiguar en qué idioma fue escrito
originalmente, ya que cada símbolo representa una letra; en este
caso, sabemos que el mensaje es para mí, lo más lógico sería que
el idioma fuera el español, eso ya nos ahorrará tiempo. Ahora
observen: ven que en cada cierto grupo de símbolos hay un espacio
—Dagon y Sebastián asintieron—. Eso nos facilitará más las cosas,
porque están separando las palabras, y ya no tendremos que buscar
patrones para saber dónde inicia y dónde concluye cada una.
Primero, debo contar cada símbolo, ver cuántas veces se repite en
toda esta oración. El símbolo que más se repita será la E.

—¿Cómo estás tan seguro de eso? —cuestionó Dagon.

—Porque la E es la letra que más se repite en el español —Gael


miró a Sebastián—. Primo, ¿me prestarías tu laptop? Necesito
averiguar algo.

Sebastián asintió y se dirigió a su habitación. Bajó y le preguntó a su


primo en qué podía ayudarle; Gael le respondió que si le hacía el
favor de buscar en internet cuáles eran las letras que más se
repetían en español. Sebastián levantó su pulgar.
—Mira, aquí están ordenadas de mayor a menor frecuencia —le
enseñó la pantalla—. Éstas son las que más se repiten.

E A O S R N I D L C T U M P B G V Y Q H F Z J Ñ X W K.

—Bien, ahora denme unos minutos, debo contar todos los símbolos.
Les recomiendo que mejor se vayan a sentar un rato en la sala —
Gael se concentró y empezó la laboriosa tarea.

Pasaron unos cuantos minutos y Gael les indicó que ya había


acabado.

—¿Contaste todas? —preguntó Sebastián.

—No era necesario, sólo tuve que contar las que se repetían con
mayor frecuencia y fueron éstas —Gael les enseñó una hoja de
papel en la que había escrito el orden de los símbolos.

—Supongo que ahora vas a sustituir esos símbolos con la tabla de


la pantalla.

—Ojalá fuera tan sencillo, pero la frecuencia no siempre es la misma


en cada oración, bueno, al menos estoy casi seguro de que las que
se repiten más, son que equivaldría a E y a la A.

—¿Cómo estás tan seguro? —intervino Dagon.

—Es sencillo, miren estos dos símbolos le llevan gran ventaja al


tercero, significa que estos dos deben ser la E y la A. Bueno, eso
sería lo más lógico —Gael sustituyó los símbolos con las letras.
—Es ininteligible —insistió Sebastián.

—Para mí no, ahora gracias a los artículos gramaticales que son: el,
los, del, la, etcétera; puedo empezar a descifrar esto, por ejemplo —
Gael escribió en la laptop.

—Lo más probable es que sean artículos gramaticales, eso me


ayudará a descubrir otra letra, por ejemplo, y , la única letra
que podría tener relación con estas dos seria la L, ahora diría EL y
LA, por lo cual significa que es igual a L. Ya tenemos tres letras
descifradas de nuestro criptograma. Ahora con la ayuda de esta
nueva letra descubierta podremos averiguar otra. Observen este
conjunto, , bien, ¿qué palabra creen que sea? —hizo la
pregunta al aire.

—Sólo se me ocurre que podría decir DEL —Sebastián fue el


primero en responder.
—Exacto. Eso significa que ya tenemos otro símbolo descifrado que
es, el cual significa D, ya tenemos cuatro letras. Ahora otro
conjunto de letras que nos ayudará a descifrar otro símbolo es el
, ¿cuál es la palabra que creen que se formaría?

—Lo más lógico sería CAE —respondió la salamandrina.

—Así es, mi pequeño saltamontes —Gael le sonrió—. Ahora


tenemos otro símbolo descubierto: equivale a C. Bien,
analicemos esta otra palabra: . Esta es fácil, sin duda, ese
símbolo debe representar la S, para que esa palabra diga LAS. Ya
tenemos otra. Ahora que sabemos que el rombo equivale a S, ¿cuál
creen que es la única vocal que podría quedar en ?

—La U sin duda —respondió Sebastián.

—Bien, ahora . Por lógica no debe ser otra más que la R.


Ya tenemos la, A, E, L, R, C, D, U y S, sólo necesitamos un par de
letras más para que las sustituyamos. Miren, la única vocal que
quedaría en es la O. Esta también está fácil: , Ya tenemos
la S y la L, por lo que ese símbolo debe ser la N, ahora las
sustituiremos y veamos cómo queda.
—Con los símbolos que ya tenemos, podremos identificar las otras
palabras.

Gael tomó la laptop, y en cuestión de un par de minutos logró


descubrir los demás símbolos, algo realmente fácil. Con las letras
que ya tenía era sencillo identificar las palabras en donde sólo
faltaban uno o dos símbolos por averiguar.

—¡Listo! —Gael volteó la maquina en dirección a Dagon y


Sebastián:

EL CAMINO PARA ENCONTRAR LA ESPADA DE ADONAY


SE ENCUENTRA ESCONDIDO DENTRO DE LA PIEDRA DE
SOL.

LA LOCALIZACION DE LAS DEMAS ARMAS SAGRADAS


LAS TIENEN LOS DJINNES EXILIADOS EN EL MUNDO
TERRENAL.

Á
EL DESTINO DEL PARAISO ESTÁ EN SUS MANOS Y
RECUERDA QUE, SI EL CIELO CAE, CAERÁ ENCIMA DE
NOSOTROS.

QUE LA ESENCIA DE LA NATURALEZA ESTÉ CON ESTÁN


PLANEANDO LIBERAR A LAS CUATRO BESTIAS
ELEMENTALES.

—Quiero suponer que la Piedra de Sol es el calendario azteca que


tenemos en el Museo de Antropología –Gael se quedó pensando y
miró a Dagon—. Mmmm, tengo muchas dudas. No entiendo, ¿por
qué la espada de Adonay que tiene un origen muy antiguo y de otra
cultura se encuentra dentro de una pieza azteca? Y otra cosa,
¿cuántos djinnes hay en la tierra y quiénes son? —preguntó lleno de
incertidumbre.

—Para nosotros los elementales las culturas y religiones humanas


son temporales, la espada de Adonay, uno de los nombres de Dios,
es la suma de todas las espadas que han sido forjadas para
defenderlo, para proteger el bien y al planeta. Sobre los djinnes,
desconozco el número exacto —respondió Dagon—. Pero son
varios y tienen muchos nombres e historias.

—¿Y sabes dónde se encuentran?

—No, pero sé quién me lo puede decir –expresó Dagon con


preocupación.

—¿Pasa algo?

—Se supone que los djinnes son exiliados para que no puedan
revelar la localización de las armas sagradas.

—Y, ¿por qué no deben revelar este secreto?

—Ellos aportaron grandes conocimientos a la tierra —Dagon agachó


la mirada—, pero en su afán por ayudar a la humanidad, terminaron
por afectarla. Ustedes usaron esos conocimientos para la
destrucción. Las mitologías terrenales los mencionan.

— No he escuchado nada de ellos.

—Uno de ellos es Prometeo.

—¿Prometeo? ¡Claro! Uno de los titanes griegos quien por


entregarnos la habilidad de crear fuego, fue castigado —recordó su
castigo y se preocupó—. Pero su castigo fue horrendo, por lo que he
leído, lo encadenaron a una piedra y un águila se comía su hígado
eternamente.

—Sólo fue encadenado y olvidado en algún lugar que se encuentra


entre este mundo y el mío, conocido como Astamante.

—Astamante —Gael repitió la palabra con curiosidad—. Si están


encerrados en ese mundo, ¿cómo llegaremos a ellos?

—Sólo desde tu mundo se pueden abrir las puertas para acceder a


Astamante.

—Oigan —interrumpió Sebastián—, ¿cuáles son las cuatro bestias


elementales?

Gael se quedó pensativo y recordó las estatuas que vio en el


vestíbulo.

—¿Acaso no son las que aparecen en el vestíbulo del castillo?


Había un dragón, un águila gigantesca, un ave fénix y una ballena
primitiva.

—¿Entraste a un castillo? —exclamó Sebastián asombrado.

Gael sonrió: —Es una larga historia, primo.

—Esas son las cuatro bestias elementales —Dagon permanecía


flotando al lado de Gael y Sebastián—. Si las llegan a liberar,
volverán a crear caos en la tierra. No podemos permitir que eso
suceda.

A Sebastián empezaba a darle vueltas la cabeza.

—Es demasiada información para mi cerebro —se sujetó la cabeza


con ambas manos en forma de protesta.

Gael asintió, comprendiendo su pesar.

—Sí, te entiendo, el panorama pinta desolador. ¡Pero, vamos! ¿No


te parece maravilloso saber que hay vida más allá de nuestro plano
existencial? A mi modo de ver las cosas, todo esto le da un gran
toque de misticismo y encanto a nuestra Tierra.

—¡Tú porque estás loco! —reclamó Sebastián con coraje.

El chico le dedicó una sonrisa serena y volteó a ver a la


salamandrina.

—Bien, salamandra de fuego, ¿qué sigue? —su vínculo con el


elemental había aumentado, lo mismo que la confianza.

—Debo comunicárselo a los demás elementales.

—¿Hay más elementales aquí en la tierra? —preguntó Sebastián,


asombrado.

—Sí —respondió Gael—. Invitó algunos amigos a la fiesta.

Dagon no dijo más y se concentró para comunicarse con sus


compañeros elementales, mientras tanto, Sebastián le recordó a su
primo que su madre estaba preocupada. Gael se acordó de su
familia, tomó su celular, vio que tenía llamadas perdidas de su
madre y un mensaje de su amiga Yamileth:

Qué onda?? en las nubes otra vez? conecta con el planeta.


Llámame :S
Gael respondió velozmente:

Soy un distraído, tienes razón, te llamo mañana, beso :)

Una vez que mandó el mensaje, le llamó a su mamá para avisarle


que tampoco iría ese día a la casa, se quedaría con Sebastián para
ayudarle a limpiar.

—¿Dónde se metió Dagon?

—Creo que salió —respondió Sebastián.

Gael estaba a punto de ir a buscarlo, cuando éste entró por la


ventana.

—Gael, debemos ir por la espada de Adonay —dijo el elemental,


con seriedad.

—¿Hablas en serio? —replicó Gael desconcertado—. Acabamos de


regresar, déjame al menos descansar una hora.

Dagon comprendió que le estaba exigiendo mucho.

—Reposa lo más que puedas, debemos partir.

Sólo tuvieron que pasar un par de minutos para que Gael se


quedara profundamente dormido. Sebastián se sorprendió, su primo
no conciliaba el sueño tan rápido.

—Sin duda estaba muy cansado —comentó Sebastián.

—Utilizó casi toda su esencia —Dagon miraba a Gael—.

—Por cierto, ¿por qué mi primo es el elegido?

—Tu primo tiene un don para las oraciones.

Sebastián no entendía a lo que se refería Dagon.


—¿Cómo?

—Hacer una invocación para traer un elemental a este mundo


requiere de varias personas, y de varias reliquias, pero Gael lo logró
solo con la ayuda de una vela. Él tiene un gran poder en la voz, sus
decibeles son mayores a los de cualquier humano. Digamos que
gracias a él es que el mundo aún no está bajo el dominio total de los
demonios.

—¿Y sólo son ustedes dos contra todo el infierno?

—No estamos solos, mis demás compañeros elementales nos


ayudarán. Ellos ya tienen a un humano de su lado.

—Ah, entonces son cuatro elementales y cuatro humanos. ¡Qué


alivio!

—Sé que suena imposible, por eso es que solicitaremos ayuda.

—¿De Dios?

—Y de sus Ángeles —Dagon sonó angustiado—. No entiendo cómo


no se han dado cuenta de lo que sucede en el mundo terrenal. Algo
está impidiendo mi comunicación con el paraíso.

—Parece que lo planearon muy bien.

—Es verdad, lo han planificado desde hace milenios. Nuestro deber


es impedirlo a toda costa.

Sebastián observó a su primo con orgullo.

—¿Quién lo diría? Un chico tranquilo e introvertido debe detener el


Apocalipsis.

—Necesito recargar energía. ¿Dónde puedo conseguir fuego?

Sebastián le indicó que lo esperara, fue hacia el patio y trajo una


cubeta de aluminio, la llenó de papel y cartón y le prendió fuego.
Dagon le agradeció mientras permanecía suspendido encima de las
llamas para absorber toda la esencia de su elemento.
9
Revelaciones

Gael caminaba por una pradera, el pasto verde a su alrededor


brillaba intensamente bajo los rayos de lo que parecían diez soles
que iluminaban el horizonte. Flores de colores engalanaban el suelo.
Los rayos caían ligeros en su piel. El aire era tan puro que le
ayudaba a despejar su mente cada vez que inhalaba; se atrevió a
comparar ese paisaje con el paraíso.

A lo lejos, vio a un ángel surcando los cielos, dirigiéndose hacia él;


éste aterrizó sutilmente. Era un ser hermoso, al verlo bien, reconoció
que era el mismo de su sueño de hacía días. Extendió la mano sin
dejar de sonreírle, el chico se rehusó a regresarle el saludo. El
demonio jerarca, al ser rechazado extendió sus alas. En un instante
se esfumó la placidez, el cielo se volvió turbio y cientos de ángeles
caían con las alas quemadas, estrellándose en el suelo, ahora duro
e impasible.

—Gael, es inevitable —aseguró el ser angelical—. Lo lograremos,


con o sin tu ayuda.

—Voy a impedirlo.

—No puedes hacer absolutamente nada. El cielo ya ha caído desde


hace mucho. Ustedes están solos y nosotros somos un ejército. La
humanidad está huérfana. Deben asumirlo.

—¿A qué te refieres con que el cielo ha caído?

—Tu lugar es a nuestro lado, no luches contra tu naturaleza.

—¡Yo no soy un demonio!


—Claro que lo eres. Todos lo somos, compartimos la misma
esencia. Recuerda que los demonios no podemos mentir.

El joven agachó la mirada, algo en esas palabras hacían sentido en


su cabeza. El ángel caído continuó.

—Si te unes a nosotros, te prometo dejar tu pequeño mundo intacto.


Tus seres queridos vivirán plenamente, extirparemos los males que
azotan al planeta. Te ofrecemos lo que siempre has querido: la
inmortalidad.

Gael se cuestionaba si lo mejor era aceptar su propuesta y ver por


los suyos. Por otro lado, sabía que se arrepentiría de esa decisión.
“El mundo perfecto no existe, hay que construirlo”, pensó.

—Mi decisión está tomada. Hay más de una manera de alcanzar la


inmortalidad —sonrió, retando al demonio.

El cuerpo de Gael se llenó de un aura carmesí, el pasto recobró su


vitalidad, el cielo comenzó a esclarecerse y dejaron de caer ángeles
del cielo.

—Todo es tiempo, Gael. Tu esencia diabólica y la de todos lo demás


se impondrá. Tiempo y recursos.

—Sé que moriré si me opongo, pero prometo llevarte a mi tumba.

Gael despertó, se tocó y despejó la frente. La noche había caído, la


luz de la luna entraba por una ventana, alumbrando la sala que
yacía a oscuras, se giró, y vio a su primo en la mesa, leyendo
iluminado con varias velas.

—Sebastián… ¿y Dagon? —Gael se incorporó y notó que estaba


leyendo el Ars Paulina.

—Me dijo que tenía algo que hacer y te dejó esto —le entregó el
anillo de Salomón.
—¿Por qué me lo dejó? —tomó el anillo y se lo guardó en uno de
los pequeños bolsillos de su pantalón.

—No lo sé, sólo me dijo que lo protejas con tu vida —le señaló el
libro—. ¿De dónde lo sacaste?

—No tengo idea, simplemente llegó a mí… ¿Ya lo leíste?

—Dagon me dijo que lo leyera para entender un poco lo que está


sucediendo. ¡Éste es tu destino, primo, naciste para frustrar los
planes del mal!

—No creo en eso del destino, excepto en ese que forjamos por
voluntad propia. El mío todavía no está bien definido. Lo que sí sé,
es que tenemos que salir a cenar. Muero de hambre.

Ambos salieron en dirección a una tienda que se encontraba a tres


cuadras de la casa de Sebastián; a esas horas era muy peligroso
andar por ahí vagando, pero Gael tenía tanta hambre que no le
importó. Llegaron a la tienda, compraron lo que encontraron: pan,
leche y dulces. De regreso vieron a unos jóvenes que se acercaban
a ellos, eran cinco en total, se veían desafiantes. Rodearon a Gael y
Sebastián.

—¿Qué pasó? —dijo Gael con serenidad.

—Espero puedan ayudarnos con una recaudación voluntariamente a


la fuerza —dijo uno de los chicos.

—Les vamos a quedar mal —Gael sonrió—. Gastamos todo en la


tienda.

—No hay cuidado, también aceptamos celulares —otro de los


malosos sacó una navaja y amenazó a Gael con ella.

—¡Uy! Los dejamos en casa, ¡es que dicen que por aquí roban
mucho! —expresó Gael en tono burlón, sin perder la calma, a
diferencia de Sebastián, que se encontraba nervioso.
—Ese reloj se ve bueno —sujetaron a Sebastián para quitárselo.

—Primo, por qué no simplemente… —Gael negó con la cabeza.

—Gracias por su cooperación —dijo el que traía la navaja, se rio, y


se retiraron. Caminaron empujándose entre ellos para festejar su
botín.

—Perdón, pero Dagon me prohibió utilizar mis habilidades contra los


humanos a menos de que fuera completamente necesario.

Gael se alegró de que su primo entendiera la situación. Cuando iban


a llegar a casa, vieron que la misma banda de chicos seguía a una
joven. Él se preocupó por ella y le indicó a Sebastián que se metiera
a la casa. Salió en dirección a ellos. Al dar la vuelta, notó a la
pandilla agrediendo a la chica. Eso lo enfureció.

—¿Saben? —interrumpió—, si sólo se hubieran llevado el reloj no


hubiera intervenido, pero ahora no me dejan opción.

—¡Llégale, pendejo! —gritó uno de baja estatura—. O te picamos.

—Sobre aviso no hay engaño.

El líder ordenó el ataque. Gael lo tomó de la muñeca y de un golpe


en el antebrazo hizo que soltara la navaja, lo empujó hacia los
demás.

—No quiero lastimarlos. Háganse un favor y retírense —advirtió


Gael.

Esas palabras hicieron que el líder se enfureciera, y ordenó a todos


acabar con él. Se abalanzaron los cinco chicos al mismo tiempo.
Gael volvió a ver en cámara lenta los movimientos de sus atacantes.
Uno le lanzó un puñetazo, Gael se agachó y le pegó un codazo en
su estómago, cayó de rodillas, otros dos se abalanzaron por los
costados, pero fue inútil, un movimiento rápido los dejó tirados en el
pavimento. El líder de la pandilla atacó, pero Gael lo evadió con
elegancia, se hizo a un lado y le dio un rodillazo en el pecho, le sacó
el aire y cayó noqueado. El último pandillero salió corriendo hasta
perderse entre unos condominios. Gael tomó el reloj de Sebastián y
se acercó a la chica.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó con delicadeza. La chica


asintió con nerviosismo, pero al notar que los ojos de Gael brillaban
con intensidad, cambió su semblante a uno de consternación.

—¿Qué le pasó a tus ojos?

—Nada, ¿por?

—Es que tienes las pupilas rojas —le agradeció mucho a Gael por lo
que había hecho, le dio un beso en la mejilla, y le recomendó que se
checara esos ojos, que quizá los tenía infectados, él sólo rio y dijo
que tomaría su consejo.

Llegó a casa de su primo pensando encontrar a Dagon, pero no fue


así. Se preocupó y lo llamó mentalmente, no obtuvo respuesta
rápida, pero finalmente, por la ventana entró el elemental a toda
velocidad.

—¿En dónde te habías metido? Me tenías con el Jesús en la boca


—enunció en tono burlón Gael.

—Tenía que encargarme de un asunto. Espero tengas energía


suficiente, debemos partir.

—Me siento listo para enfrentar lo que viene.

Gael subió al cuarto y bajó con la sudadera negra de siempre.


Dagon le pidió que colocara la mano en su lomo y repitiera la
palabra para crear una liminalidad. Gael se concentró y creó el
portal, iluminando toda la sala. Oyó a su primo deseándoles suerte.
Sebastián estaba maravillado. Se sentó, tomó una pequeña Biblia
que estaba en la mesa, la abrió y se dispuso a leer el Apocalipsis,
versículo uno.
Gael y Dagon aparecieron ante unas gigantescas terrazas
construidas entre montañas rocosas. A sus espaldas, yacía un
pueblo escondido. El chico sintió cómo su ser vibraba, estar en este
enigmático lugar le transmitía una energía que lo embriagaba de
ímpetu. El elemental se envolvió en una llamarada, sirviendo como
una lámpara andante.

—¿Dónde estamos?

—En Ollantaytambo.

—En Perú, ¿cierto?

—Así es —Dagon le indicó el camino. Tenía que subir a la cima de


la ciudad inca.

—¿Me puedes decir a qué venimos?

Llegaron a la cima. Dagon se detuvo ante unas ruinas de la ciudad


escondida y le señaló a Gael que se acercara. “Estudia esas
estructuras y dime lo que ves”. Gael, con curiosidad, observó
minuciosamente las grandes piedras talladas que formaban la
fortaleza de la ciudad, pero no logró entender a qué se refería su
camarada elemental.

—¿Qué se supone que debo buscar?

—Utiliza tu sabiduría y analiza con detenimiento. Pon especial


atención en el Templo del Sol.

—El tallado es asombroso, parece que lo hubieran hecho con un


láser. La unión entre las piedras es perfecta, es como si las hubieran
vitrificado, así que lo más probable es que las hayan unido con base
en calor, pero en esa época no existía tal tecnología… —Gael sólo
tardó unos segundos en comprenderlo todo—. ¿O será que ustedes
los ayudaron a construirlas?

—Todos los templos de las culturas antiguas fueron construidos con


nuestra ayuda. Los humanos suelen atribuir estas maravillas a los
alienígenas cuando la respuesta siempre ha estado en la
naturaleza.

—Entonces por eso los palacios de Kadnami son como los nuestros
o viceversa.

—Sí, viceversa.

—¿Y cómo es que ayudaron en eso?

—Contribuimos en la construcción de los templos más importantes,


para la comunicación de este mundo con lo que está más allá y con
lo que está dentro de ustedes. El cielo, el submundo y el mundo
interior de los humanos.

Gael comprendió.

—Entonces llegaron hace tres mil cuatrocientos años.

—Esta puerta fue construida hace más de once mil años.

Gael se estremeció.

—Pero… si la edad de esta ciudad es de mil cuatrocientos años


antes de Cristo.

—No, tú te refieres a la ciudad que fue construida encima de la


original; la que ves aquí es una recreación de la primera. Las
civilizaciones son más antiguas de lo que creen, Gael.

“Los arqueólogos tuvieron que haber invocado a un elemental, en


lugar de hacer excavaciones”, pensó Gael.
—¿Y quiénes llegaron por esas puertas?

—Dos hermanos elementales. Fueron los elegidos para guiar y


servir a los que habitaban estas tierras, los aimaras. Trajeron
consigo herramientas. El cutan, por ejemplo, era una herramienta
que ayudaba a cortar la roca fácilmente. Los pobladores los
llamaron “hijos del sol” y creyeron que fueron enviados por el dios
Sol, así que los convirtieron en sus reyes.

—Lo que me acabas de contar me ha aclarado todo: las


civilizaciones antiguas hablaban de visitantes lejanos, los cuales
aportaron a la humanidad conocimientos fundamentales para el
mejoramiento de su vida y los llamaban dioses.

El elemental comenzó a ver al chico más como un camarada, pues


el aura que desbordaba su cuerpo era cada vez más cálida y
resplandeciente.

—¡Vamos más aprisa! El templo del fuego no está muy lejos.

Gael siguió a Dagon hasta llegar a seis colosales piedras de granito,


cada una de más de cincuenta toneladas, unidas formaban un
colosal monolito de piedra. Dagon le indicó que habían llegado.

—Pero esto no parece un templo —Gael observó —, sino más bien


un montón de piedras apiladas.

—¿Estás seguro? Observa bien y entenderás el sentido de esta


estructura.

Gael meditó un instante para comprenderlo todo.

—Recuerdo que en una ocasión me comentaste que las oraciones


emiten vibraciones que afectan las dimensiones; eso me da a
entender que, si uno pronuncia una oración cerca de estos
monolitos, emitirán alguna frecuencia diferente y el poder sonoro de
la oración será más fuerte. ¿Voy bien?
—Al pronunciar una oración, se crea una pequeña vibración —
continuó la salamandrina—, que afecta todo lo que le rodea; le da
poder al orador, no se nota, pero si uno hace una oración frente a
ciertas estructuras, la vibración aumenta considerablemente.

—Bien, entendido, el punto es que este monolito de piedra nos


ayudará a invocar algo, ¿cierto?

—Sí, pero debemos ser cuidadosos. El equilibro se ha roto y no


sabemos lo que puede pasar; lo mejor será que materialices tu
espada.

Gael alzó su mano a un costado y se concentró, se creó una


brillante luz de donde se materializó la réplica de la espada de
Adonay.

—En este templo se encuentra atrapado un elemental de fuego,


quien ayudó a Prometeo a traer la esencia del fuego al mundo
terrenal; él sabrá dónde se encuentra ese djinn encerrado.

—Pero, ¿para qué necesitamos al djinn de fuego, si ya sabemos


cómo llegar a la espada de Adonay?

—Para averiguar la ubicación de los demás djinnes que se


encuentran encerrados en Astamante. No tenemos otra alternativa:
necesitamos encontrar a Prometeo para poder llegar a los demás, y
sólo la salamandrina que está atrapada aquí tiene esa información.

—¿Preguntarle a uno la ubicación de otro, para que nos diga la


ubicación de los demás? —Gael comenzó a reírse—. Eso sí que es
complicado. ¿Debo pronunciar la misma oración con la que te
invoqué?

—Sí, la misma.

—Es que no la recuerdo.


Dagon negó con la cabeza y se concentró para materializar el libro
en sus garras.

Gael abrió la página en donde se invocaba a los elementales de


fuego, pronunció la misma oración que utilizó para traer a Dagon al
mundo terrenal. Una vez terminada la plegaria, el templo empezó a
vibrar levemente. Las dos piedras colosales que se encontraban en
medio se elevaron, se formó una entrada de la cual salió una
especie de jaula de oro. Dentro de ésta, estaba una salamandrina
de fuego, un poco más grande que Dagon, del mismo color, pero
con las membranas de la espalda de color marrón. Permanecía
dormido, aun así, su cuerpo emitía brillo. Dagon se le acercó y con
un susurro lleno de fuego, dijo:

—Nadga, ¡despierta!

Al instante de decir estas palabras, la salamandrina atrapada en la


jaula despertó. Su cuerpo se llenó de fuego y la jaula estalló en
cientos de pedazos. Gael se cubrió para protegerse de los trozos
que salieron desprendidos por el aire. Nadga, con unos ojos que
irradiaban pureza, observó a Dagon y lo comenzó a cuestionar.

—¿Por qué me han liberado?

—Necesitamos de tu ayuda, los mundos elementales han caído.

—¿Caído? ¡Cómo es posible! ¿Quién fue el responsable?

—Los demonios atacaron —intervino Gael.

—Y tú… ¿quién eres?

—Se llama Gael —articuló Dagon—. Y gracias a él aún hay


esperanza.

—Necesitamos que nos digas dónde tienen a Prometeo. Es el único


que puede ayudarnos a encontrar a los demás djinnes —expresó
Gael con precisión.
—De acuerdo, se los diré, pero antes díganme —Nadga señaló la
cima de unas piedras— ¿él también viene con ustedes?

Gael y Dagon voltearon sorprendidos, y vieron sentado en una de


las colosales piedras a un tipo con una máscara.

Éste dio un gran salto y aterrizó a unos pasos de Gael.

—Hasta que los encuentro —replicó el Enmascarado—. ¿Por qué


tienen esa obsesión insana por los destinos tercermundistas?

—Tú nos has estado rastreando —pronunció Dagon con cierta furia.

—Por lo visto el cerebro reptiliano no es tan primitivo como dicen. O


como dice aquel refrán inmaculado: “Hasta un reloj descompuesto
acierta dos veces.”

Gael se interpuso entre Dagon y el Enmascarado.

—¿Quién eres?

—¿Quién soy yo? —se quedó pensativo—. Buena pregunta. ¿Qué


tal si me llamas “Virgilio”? Después de todo, él fue quien condujo a
Dante por el infierno, ¿no es así?

Gael arrugó la frente e ignoró al misterioso chico.

—Vamos, Gael, ¿de verdad quieres estar en el bando de los


perdedores?

—Será mejor que no te entrometas.

El Enmascarado levantó la mano e invocó la espada que le había


dado Paimon.

—Sé que no puedo matarte, pero no me dijeron nada acerca de


provocarte dolor.
—Gael, este ser carga con una presencia infernal muy poderosa —
advirtió Dagon—. Puede ser peligroso.

—Descuida, ya lo oíste: me necesitan vivo.

—¿Tú te vas a encargar de mí? —el chico Enmascarado empezó a


reír, mientras balanceaba la espada—. No sabía que eras adicto a
los solventes.

Gael trató de distraer al Enmascarado lanzándole una piedra. Éste


la partió en dos de un espadazo. Aprovechó ese momento para
atacarlo; el oscuro chico se defendió con fiereza, chocaron las
espadas y sus miradas se enfrentaron por primera vez. Gael logró
zafar su espada y darle un puñetazo en la cara con la mano
izquierda. La máscara se cuarteó ligeramente, pero no desistió.

—Eres ágil —se tronó el cuello—. Me alegra. Todo sea por la sana
diversión.

Atacó, como si fuera impulsado por una misteriosa energía. Al ver


que se le acercaba a gran velocidad, Gael apenas pudo desviar el
ataque. Intentó golpearlo de nuevo con el puño izquierdo, pero el
Enmascarado movió rápidamente su mano para detener el golpe.
De nuevo chocaron las espadas, de las cuales salían pequeñas
llamas. La hoja de la espada de Adonay estaba al rojo vivo. El
Enmascarado retó a Gael.

—Vamos, sé que puedes dar más de ti.

Gael usó todas sus fuerzas e intentó empujar al chico, éste dio un
gran salto hacia atrás, hasta aterrizar en unas rocas, quedando a
una altura considerable.

—Me estás subestimando. ¿Por qué huyes?

—Para nada, de eso se encargó la biología —sacó una pequeña


daga y se hizo una herida en la mano izquierda—. Es hora de
cumplir con mi verdadera misión —empezó a decir una pequeña
invocación que Gael no entendía, pero logró comprender la última
palabra: Paimon.

Gael sintió un frío estremecedor, volteó hacia los cielos y distinguió


poco a poco cómo una espesa nebulosa estaba tomando forma
humanoide.

Paimon se materializó de cuerpo entero. El demonio jerarca de


esbelta figura, poseía un cabello largo de color negro azulado, su
piel era transparente, tenía pómulos rosados, sus ojos eran
completamente negros, sólo sus pupilas eran de un color azul
intenso. Sus seis hermosas alas negras estaban adornadas con
cadenas de oro, portaba un traje perfecto, color azul cielo que lo
hacía lucir bellísimo. Permaneció flotando al lado del Enmascarado.

—Bien, has logrado traerme a uno de los templos.

Gael se asombró al escuchar la melodiosa voz de Paimon, pero dejó


su embelesamiento a un lado, y lo encaró.

—Con que tú eres el responsable de la caída de los mundos


elementales.

Paimon volteó y miró directamente a Gael, no mostró especial


interés en él. Al tocar el piso, Gael notó que se encontraba descalzo,
el demonio observó el monolito de piedras. Inmediatamente, Dagon
y Nadga se colocaron al lado del joven.

—Estás fuera de tu elemento, lagartija —Paimon se dirigió a Dagon


—. Espero que hayas traído mi anillo.

—¡No dejaré que caiga en tus manos! —Dagon llenó de flamas su


espalda y formó dos grandes y majestuosas alas.

Paimon ignoró el comentario, caminó en dirección al monolito y miró


detalladamente la estructura.
—Estas piedras parecen ser muy resistentes. Díganme —colocó
una de sus pálidas manos en la estructura y los observó con
superioridad—, ¿cuánta fuerza creen que deba ejercer para
destruirlas?

—Ni se te ocurra —amenazó Gael.

—¿Qué piensas hacer al respecto? —el rey infernal dejó su mano


derecha en el monolito, y miró con seriedad a Gael.

Paimon tensó su mano, el templo del Sol comenzó a vibrar. Gael y


los elementales se abalanzaron hacia él, pero el Enmascarado
brincó y se interpuso. Gael arremetió con su espada contra “Virgilio”,
pero éste desvió la agresión. Dagon y Nadga atacaron a Paimon, el
rey infernal abrió su mano izquierda y creó una onda color zafiro que
mandó por los aires a los elementales. Gael observó cómo las
salamandrinas eran derribadas con facilidad. Perdió la
concentración. El Enmascarado le dio una increíble patada en el
pecho. Al reincorporarse, vio cómo el templo del fuego caía a
pedazos.

—¡No! —grito Nadga con impotencia.

—Uno menos —expresó Paimon—. Ahora, necesito que me


entregues el anillo —el rey infernal se dirigió con voz serena a
Dagon.

—Ven por él —retó al demonio.

Paimon sólo mostró una expresión de fastidio.

—No tengo tiempo para esto, para eso existe la servidumbre —


dibujó un círculo con una llamarada azul, dentro de él se leía:
Abalan. Surgieron entonces dos ojos llameantes color turquesa, de
ahí salió un chico moreno, de aproximadamente veinte años y de
casi uno noventa de estatura, vestido con un pantalón de mezclilla y
una playera verde, la nube se le metió al cuerpo, éste cerró los ojos.
Cuando levantó la cara y abrió los ojos, pudieron notar que éstos
eran totalmente negros, salvo por las pupilas turquesa.

—Abalan, necesito que me consigas el anillo que posee ese lagarto


glorificado —miró al Enmascarado—. Tú, quédate hasta que cumpla
con su misión —Paimon desapareció en una neblina oscura.

—Pensé que nunca me invitarían a este carnaval —dijo Abalan y


materializó dos pequeñas hachas—. Ya me urgía algo de diversión.

—Bien, yo me encargo del Enmascarado y ustedes dos de Abalan


—sugirió Gael a las salamandrinas.

Cuando Gael y los elementales estaban preparados para atacar,


Abalan alzó las manos y abrió dos portales oscuros en el cielo, dos
legiones de demonios, comandados por ígneos, aparecieron en el
lugar.

—Cambio de estrategia. Mejor yo me encargo de estos dos y


ustedes de las dos legiones de demoníacas —Gael no perdía el
valor ante nada y, menos, el sentido del humor; observó a su
compañero elemental con seriedad—. Si estos son nuestros últimos
momentos juntos, quiero que sepas que… eres la lagartija más
molesta que he conocido en toda mi vida.

—Concéntrate en la pelea, Gael.

El Enmascarado se hizo para atrás y le indicó a Abalan que atacara


a Gael. El chico poseído se abalanzó hacia Gael con las hachas en
sus manos, el compañero de Dagon detuvo el ataque con su
espada. Mientras tanto, las salamandrinas enfrentaron a los
demonios que salían por los portales, lanzándoles bolas de fuego.
Utilizaban su cola para dar latigazos a los que podían. Nadga
llenaba su cuerpo de fuego y atravesaba a decenas de ellos. El
chico Enmascarado incrustó su espada en la tierra, y permaneció
observando la batalla.
Gael peleaba con todas sus fuerzas, nuevamente sintió esa
necesidad de derramar sangre. Utilizó su espada para golpear la
muñeca del poseso y deshacerse de una de las hachas, movió
rápidamente la espada colocando la cruceta al revés y con otro
ataque lo desarmó. Gael brincó y le dio una poderosa patada en el
rostro, Abalan salió por los aires para impactarse en unas piedras
que se derrumbaron y cayeron sobre él. El Enmascarado tomó
entonces su espada, se tronó el cuello y embistió a Gael.

Dagon y Nadga seguían atacando a los demonios que no dejaban


de salir de los portales, eran decenas de diablos. Dagon llenó su
cuerpo de fuego y empezó a atravesar a los que pudo hasta que,
enfrente de él, se colocó un demonio ígneo que le dio un mazazo
que lo estrelló contra al suelo. El impacto provocó un pequeño
cráter. La salamandrina estaba a punto de recibir otro golpe cuando
Nadga atravesó al demonio.

—Son demasiados para nosotros dos —replicó Nadga.

—Lo sé, pero debemos acabar con ellos.

—Sí, ya sé cómo lograrlo —expresó Nadga con decisión.

—¿Cómo?

—Sólo prométeme que van a impedir que Luzbel logre su objetivo


—Nadga se le quedó viendo con tristeza y valentía a su hermano—.
Aquí termina mi misión; les daré el tiempo necesario para escapar.

Dagon entendió a qué se refería, asintió y llenó su cuerpo de fuego


para seguir peleando contra los demonios que no dejaban de
atacarlos. Gael peleaba con el Enmascarado. Abalan se incorporó y
atacó a Gael, ahora estaba en un gran problema. Combatir con uno
era complicado, pero enfrentar a los dos era casi imposible. Cuanto
más feroces eran los ataques de Abalan, más se debilitaba la
resistencia de Gael. Con toda la fuerza que le quedaba, impulsó su
espada con precisión y atravesó el cuerpo del chico infernal.
El Enmascarado apareció a espaldas de Gael y con fiereza atravesó
su hombro izquierdo. Gael soltó un gran alarido. “Virgilio” acercó
ligeramente la boca a su oído y le susurró: “Te dije que te iba a
doler”. Gael, ensangrentado, cayó de rodillas con una mano en el
hombro, no dejaba de escupir sangre y sus ojos cambiaron de color
carmesí a café. El poseído se sacó la espada del pecho y la herida
sanó rápidamente. Dagon, al ver como caía Gael, sintió que una
parte de él se desvanecía, una sensación de vacío lo inundó.

Nadga llenó su cuerpo de fuego, cerró los ojos y sonrió.

—Lo dejo en tus manos, Dagon, ¡ahora ve! —la salamandrina


brillaba igual que el sol, iluminó todo el horizonte, le nacieron dos
alas de un fuego escarlata que cubría parte de los cielos. Se elevó a
una gran altura, junto con él iba una columna de fuego incendiando
a todos los demonios que se encontraban a su alrededor.

Dagon aprovechó esa oportunidad, y embistió a Abalan, de ahí le


dio un coletazo al Enmascarado, los dos salieron volando. Le indicó
a Gael que lo montara y pensara en el destino para escapar. Con la
vista nublada y sus energías casi agotadas, pensó en el destino.
Dagon creó la liminalidad, agarró al chico del brazo y lo empujó
hacia el portal. Al instante de cruzarlo, éste se cerró, justo a tiempo,
antes de que los alcanzara la ola de fuego que había creado Nadga.

La salamandrina bañó de fuego totalmente a Ollantaytambo,


acabando con las dos legiones de demonios que se encontraban
ahí. El fuego cesó y el humo se disipó, no había presencia de
ningún demonio ni de Nadga —quien utilizó toda su esencia para
crear el tornado de fuego que acabó con todos los demonios; su
cuerpo y esencia se extinguieron. El Enmascarado y Abalan
sobrevivieron.

—Paimon se va a poner furioso.


—Descuida, Paimon sabe que, para hacer un omelette, hay que
romper unos cuantos huevos —el Enmascarado se tomó el cuello
—. Y no te preocupes por el anillo, el plan de Paimon consiste en
que Gael se encargue de liberar a los setenta y dos demonios
atrapados. Nuestro objetivo ahora es otro.

—¿Cuál es? —preguntó Abalan desconcertado.

—Acabar con los aliados a los que ama Gael —el Enmascarado
sonó eufórico—. Hacer que se arrepienta por no haber aceptado
nuestra propuesta, que sienta dolor, desesperación y furia. Yo sé
dónde está su talón de Aquiles.
Segunda parte
Catarsis

El que lucha con monstruos

debe tener cuidado para no resultar

él un monstruo.

Y si mucho miras a un abismo,

el abismo concluirá por mirar dentro de ti.

Friedrich Nietzsche
10
Daño colateral

Las imágenes de la televisión se proyectaban en las córneas de


Yamileth. Sus párpados cargaban con el peso de una larga y fría
noche. Quería terminar la película antes de que el sueño la
venciera. Estaba sola en casa, ya que su madre trabajaba como
enfermera y cumplía con la guardia nocturna que se prolongaba
hasta la tarde del día siguiente. Se incorporó para dirigirse a la
cocina con la intención de servirse un vaso con leche. Vertió el
líquido blanco y, justo cuando estaba a punto de sentarse
nuevamente, un destello de luz la deslumbró. Antes de lograr
comprender, vio a Gael emerger de la luz junto con una especie de
lagarto envuelto en llamas. Antes de que alcanzara a esbozar un
grito, Gael intervino para tranquilizarla:

—Yam, no grites, soy Gael —dijo mientras se tomaba el hombro de


donde brotaba una buena cantidad de sangre.

El cuerpo de Yamileth seguía inmóvil. Tardó unos instantes en salir


de su trance para ajustarse a la nueva realidad.

—¿Qué te pasó? ¿Quién es él?

—Prometo explicártelo todo en el momento oportuno —dijo, y


escupió sangre.

—Yamileth, necesitamos de tu ayuda —enunció Dagon.

La petición del elemental generó varias interrogantes en la chica de


los ojos color ámbar: ¿cómo hablaba sin mover los labios?, ¿cómo
sabía su nombre?, y ¿qué hacía esa criatura en su sala? No
obstante, la prioridad de Yamileth estaba enfocada en el estado
físico de su amigo. Volvió la mirada hacia la salamandrina y asintió
con toda la calma.

—Necesito vendas y un paño limpio —la chica se apresuró a subir


las escaleras—. Hay que quitarle ropa —Yamileth le quitó la
sudadera y la playera para descubrir el agujero que perforaba su
hombro.

—Pero, ¿quién te hizo esto?

—Tuve una mala noche —dijo a duras penas.

Presionó la toalla en la herida. El chico temblaba y sudaba


profusamente, pero no se quejaba. Dagon le pidió a Yamileth que lo
sentara y lo mantuviera en esa posición. La salamandrina se colocó
a espaldas de Gael.

—Esto te va a doler. ¿Estás listo?

Gael asintió con las últimas fuerzas que le quedaban. Dagon colocó
su hocico a unos centímetros de la herida, inhaló y exhaló un poco
de fuego que atravesó el hombro de su compañero de armas. Por el
intenso dolor el chico cayó desmayado sobre los brazos de
Yamileth. La chica lo abrazó con todas sus fuerzas.

—Ponle las vendas —ordenó Dagon con frialdad.

Yamileth cubrió la herida con una destreza que denotaba


experiencia en el arte de la sanación. En cuanto terminó, el
elemental extendió sus alas para lanzar unas llamas azules que
envolvieron el cuerpo entero de Gael hasta ponerlo de pie. La chica
quedó asombrada por la magia de la salamandrina. Subieron al
cuarto de la chica para recostar el cuerpo inconsciente de Gael
sobre la cama. Yamileth lo cubrió con unas sábanas y le besó la
frente.

—¿Ahora ya puedes contarme quién eres y qué fue lo que le pasó a


Gael?
—Te contaré todo.

—Bien —Yamileth frunció el ceño, y con los ojos llorosos, encaró a


la salamandrina con coraje, pues pensó que él era el responsable
de lo sucedido—, ahora cuéntamelo todo.

El cabello de Paimon se agitaba rítmicamente debido a las


corrientes de aire. El rey infernal montaba su animal favorito, un
dromedario blanco que flotaba por los aires. Se encontraba en
Machu Picchu, a su espalda, se observaban las ruinas maltrechas
de la ciudad mítica de los incas. Un portal oscuro se abrió frente a
él, del cual surgió un chico de piel clara, casi transparente, cabello
negro y una nariz peculiarmente afilada. Su cabello era lacio y largo,
brillaba intensamente bajo los rayos de la luna. Vestía un pantalón
negro imposiblemente ajustado, un par de Converse blancos y una
playera a rayas. En su mano derecha sostenía una lanza de platino
de doble punta. Hizo una reverencia ante su rey.

—Los templos han sido destruidos —aseguró el recién llegado con


un marcado acento peruano.

—Bien hecho, Bebal —Paimon volteó hacia él, el cabello le cubría


parte del rostro y la neblina ayudaba a resaltar la belleza del
demonio—. ¿Tuviste algún problema?

—Ninguno, mi señor —alzó la mirada para encontrarse con los ojos


de su superior—. ¿Por qué la pregunta?

—Me informaron que han interferido en la destrucción de algunos


templos.

—¿Quiénes se han atrevido a interponerse en sus planes?


—Unos elementales y sus acompañantes —dijo con indiferencia—,
pero no representaron una oposición digna.

—Será mejor acabar con ellos de una vez.

—No, aún los necesito vivos —Paimon se acercó al chico—. Por


ahora, necesito que te unas a tu hermano para facilitar la tarea que
le encomendé.

Bebal se incorporó e hizo una reverencia.

—Vivo para servirle, mi señor —dijo antes de cruzar el portal.

Paimon caminó descalzo junto a su dromedario entre las ruinas de


Machu Picchu. Alzó la mano derecha hacia el cielo y lanzó un rayo
que impactó contra las montañas que protegieron, durante siglos, la
magnífica ciudadela. El rey infernal pronunció: “Adiós a la montaña
vieja, a la antigua Llaqtapata”, encendió un cigarro y caminó hasta
desaparecer.

Gael despertó al percibir el aroma a flores que despedían las


sábanas. Se sentó en la cama intentando reconocer su entorno, se
sentía mareado y con un dolor punzante en el hombro, un vendaje
cubría la herida. Vio a su amiga sentada en una silla con la cabeza
recostada sobre la cama. Se alegró de verla a su lado. Acarició su
cabello negro con ternura y gratitud. La chica de las pecas despertó
al sentir la mano de Gael, alzó la mirada y observó con alegría que
se estaba recuperando. Se abalanzó para abrazarlo.

—¡Gael, si te mueres, te mato! Me súper preocupé.

—Perdón, Yam. ¿Dónde está Dagon?

—Está abajo haciendo guardia.


—Con que ya se presentaron... Imagino que te contó todo.

—Sí. Pero aún me cuesta trabajo creerlo.

Gael se quedó pensativo, se dio cuenta que lo que vivía era real,
tanto, que podía perder la vida. Sintió un gran pesar sobre sus
hombros. Su mirada pareció perderse por un momento. Yamileth
notó su angustia, lo tomó de la mano.

—Gael, prométeme que no te pondrás de nuevo en riesgo —apretó


tiernamente la mano del muchacho, quien la miró con decisión.

—Yam, el mal no se rinde fácilmente, sé que para vencerlos tendré


que exterminarlos.

—También sabes que amenazarán a tus seres queridos, y quiero


imaginar que, entre éstos, me encuentro yo.

—Sí, Yam, sabes que eres de las personas que más aprecio —Gael
apretó su puño izquierdo y la miró con desesperación—. No sé qué
haría si algo llegara a pasarle a mis familiares y amigos por mi
culpa. Nunca me lo perdonaría.

—¿Por qué elegiste mi casa como punto de llegada?

—Porque pensé que moriría. Y la única persona en la que podía


pensar era en ti.

Las lágrimas cayeron de los ojos ambarinos de la chica. Dagon


abrió la puerta abruptamente y desvaneció el acercamiento de los
jóvenes.

—Espero que ya estés bien. Tenemos un gran problema.

—¡Ah! ¿En serio? —Gael lo miró con enojo—. Espero por tu bien
que el mundo entero esté en llamas.

—Al menos una parte. ¿Cómo supiste?


—¿Qué? —Gael frunció el ceño—. De acuerdo, dame unos minutos
—la salamandrina no comprendió—. Ahora voy.

Dagón le dijo que podía quitarse el vendaje sin temor.

—Esa iguana tuya es muy inoportuna. Mejor déjate la venda, la


herida es profunda y dudo que sane de la noche a la mañana.

—Sólo hay una forma de averiguarlo.

Retiró la venda lentamente. Yamileth no podía creerlo: la herida


había desaparecido. Sólo se veía una mancha en donde hacía unas
horas había un profundo orificio. Gael pasó sus dedos encima de la
marca. Le pidió a su amiga y cómplice que le acercara su camiseta.

Yamileth se agachó para abrir un cajón de su buró donde guardó la


prenda. En ese instante, el joven guerrero se sintió identificado con
los demonios, recorrió con la mirada el cuerpo de la chica sin ningún
reparo. No podía dejar de admirar su figura.

—¿Pasa algo?

—No, nada. Sólo que el color de tu blusa resalta tus ojos.

—Siempre duermo con esto —se miró y encogió los hombros —.


Ten. La lavé porque estaba bañada en sangre.

Por su parte, Yamileth observó el abdomen y los torneados brazos


de su amigo mientras se cambiaba. Ambos sentían una atracción
irrefrenable. Bajaron las escaleras, en la sala vieron a Dagon
flotando en la posición de flor de loto.

—Tardaste mucho —expresó la salamandrina sin abrir los ojos.

—Lo siento.

—Por cierto, Yam, ¿dónde está tu mamá?

—En la chamba. Saldrá a las dos de la tarde.


—Menos mal. No sé cómo reaccionaría si viera una lagartija en
llamas levitando en su sala. ¿Cuál era la urgencia, Dagon?

—Los demonios se han puesto en acción: han destruido varios


centros y templos sagrados alrededor del mundo, los demás
elementales que vinieron conmigo han intentado impedirlo, pero los
demonios son poderosos y no tenemos la fuerza para afrontarlos…
al menos, no por ahora. Debemos buscar a Prometeo y pedirle la
localización de los demás djinnes, los demás elementales necesitan
las armas sagradas.

—Lo sé, pero si no hacemos algo ahora, destruirán todos los


templos, y podrán liberar a Luzbel.

Ambos callaron por un momento. Yamileth aconsejó que se


dividieran, pero Dagon se negó, argumentando que, si juntos tenían
problemas para enfrentarse a un par de legiones, separados no
tendrían oportunidad alguna. La chica, con valentía, se ofreció a
ayudarles. Gael se negó rotundamente, no podía ni imaginar ponerla
en peligro. Yamileth insistió, no iba a dejar que Gael cargara con
todo el peso.

—¡Dije que no! No dejaré que nos acompañes y punto.

—¿A qué le temes? Necesitan aliados. Esta batalla es de todos, no


sólo tuya.

—¿No entiendes que no quiero perderte? Si vienes con nosotros,


correrás gran peligro. Te dije que no me perdonaría nunca si algo te
llegara a pasar por mi culpa.

Yamileth agachó la mirada.

—Pero, ¿qué hay del resto de elementales que vinieron con Dagon?
¿No pueden ayudarlos?

—Ellos están encargados de proteger los templos —el elemental se


acordó del primo de Gael—, pero Sebastián podría ser de gran
ayuda.

—¡Mi primo! —buscó su celular en el bolsillo del pantalón y recordó


que lo había dejado—. Yam, ¿me prestas tu celular?

Gael le llamó a su primo. Sebastián estaba, en efecto, preocupado y


había imaginado lo peor. Gael le contó que estaba en casa de su
amiga y que sólo había tenido algunos inconvenientes.

—¿Pasaste la noche con ella? Con que ahora se le dice


“inconvenientes”, ¿eh?

—No es lo que crees.

—Ok. Por cierto, si estás cerca de una televisión, te sugiero que la


prendas. Están transmitiendo algo que te va a interesar.

Estamos parados sobre lo que solían ser las magníficas ruinas


de Piac —anunció el reportero—. Algo las destruyó por
completo. Los científicos han descartado que haya sido a causa
de un terremoto, la investigación sigue en curso.

Lamentablemente éste parece ser un fenómeno pandémico.


Ollantaytambo, Tambomachay, Choquequirao y Huayna Picchu
han corrido con la misma suerte. No se sabe la causa de estos
terribles eventos, y lo más preocupante es que lugares
arqueológicos de varias partes del mundo sufrieron el mismo
destino. Algunos testigos afirman que seres extraños se
encontraban en estos sitios. En este momento transmitiremos
un video aficionado…

El video mostraba una bola de fuego que se elevaba a una gran


altura para desprender una estela de humo y luego caer en picada.
La esfera impactó varios puntos de Ollantaytambo, generando
explosiones de gran magnitud que incendiaron el sitio por completo.
Las imágenes habían dejado de correr, pero el conductor seguía
atónito. Tuvieron que hablarle para que volviera en sí.
Gael aún seguía con el teléfono en la mano; lo subió al nivel de su
oreja y escuchó a Sebastián:

—Primo, ¿Dagón provocó esto?

—No fue Dagon —respondió con tristeza, al recordar el sacrificio de


Nadga—, sino otro elemental.

—Gael, más que nunca necesitamos a Prometeo.

—Lo sé, pero antes tengo que pasar a casa por algo. No tardaré,
Dagon, protégela con tu vida.

Se concentró y creó una liminalidad para cruzarla. La chica volteó a


ver a Dagon. Gael apareció en su sala. No había nadie en casa. Iba
subiendo las escaleras, cuando una presencia hizo que se
detuviera. Era parecida a la esencia de Dagon, aunque menos
llamativa. Y así como llegó desapareció. Pensó que quizás era un
poco de esencia que atravesó la liminalidad junto con él. Cuando
entró a su recámara se sorprendió al ver a su hermano acostado en
la cama. Surem volteó a verlo.

—¡Hola! ¿No se supone que debes de estar en la escuela?

—¿Y tú?

—Mamá está preocupada —dijo Surem—. Vio las noticias y ya


sabes cómo es de supersticiosa, no quiere que andemos fuera de
casa.

—Dile que estoy bien, que después de la escuela voy a visitar


Sebastián.

Gael tomó una playera de color café, se vistió, bajó por las
escaleras, Esther entraba en ese momento por la puerta con cara de
preocupación y una figura de la virgen de Guadalupe en los brazos.

—Gael, ¿qué haces aquí? —preguntó Esther, sorprendida.


—Sólo vine a cambiarme de ropa.

—¿No tienes clases hoy?

—Sí, pero no tuve las primeras horas.

—Mejor quédate en casa. ¿Viste las noticias?

Gael sonrió nerviosamente.

—¡Ay madre, no te pongas igual que cuando empezaron las


desapariciones por todo Veracruz! Tú misma me has dicho que
tengo un ángel de la guarda.

—Sí, pero ahora es diferente, presiento algo muy oscuro.

—Tranquila, Má, no pienso cambiar mi estilo de vida cada vez que


ocurra una desgracia. Al rato regreso, te lo prometo.

Gael caminó durante varios minutos bajo un manto de lluvia fría.


Apenas había gente en las calles. Aprovechó para crear una
liminalidad sin percatarse de que una viejita lo observaba a través
de su ventana mientras bebía un caballito de tequila. Después de
ver al chico desaparecer detrás del portal, vertió el líquido en el
lavabo.

Cuando Gael apareció en la casa de Yamileth, observó que la


salamandrina y su amiga estaban meditando juntos.

—Bien, ¿cuál es nuestro siguiente paso? —se giró lentamente hacia


Dagon.

—El mismo de siempre: encontrar al djinn y averiguar la ubicación


del resto.

—De acuerdo, pero hay un problema. Los demonios intentarán ir


tras mi familia y mis allegados.

—Ésa no es su prioridad por el momento.


El celular de Yamileth sonó. Era Sebastián.

—Tienes que venir lo más pronto posible. Al parecer sucederá algo


en tu escuela.

—¿De qué estás hablando?

—Hazme caso.

—De acuerdo, voy para allá —colgó y le dio el celular a su amiga—.


Tenemos que ir a casa de Sebastián.

—¿Cómo que “tenemos”? Pensaba que no querías que te


acompañara en tus misiones.

—Y así será. Simplemente no quiero perderte de vista, así que


vendrás con nosotros.

La chica asintió y subió por su mochila, la salamandrina miró con


seriedad a su compañero.

—¿Qué está pasando, Gael?

—Cambio de planes. Sebastián se enteró que atacarán mi escuela.

—¿Y planeas dejar a Yamileth con tu primo?

—Sí —tomó la espada—, es mejor tenerla cerca.

Le indicó a su amiga que llevara sólo lo necesario. Tomó una


mochila y metió una blusa, otro pantalón, vendas, una crema y un
cuchillo. Al ver la navaja, Gael se le quedó mirando con seriedad.

—Soy una chica complicada.

El joven guerrero se concentró y creó una liminalidad. Dagon fue el


primero en cruzarla. Gael sujetó la mano de su amiga y ambos
cruzaron simultáneamente. Al llegar a casa de Sebastián, éste
estaba sentado en el sofá sosteniendo una carta en las manos.
—Ten, no tiene mucho que llegó.

—¿Una carta? —cuestionó Gael con incertidumbre mientras la


tomaba—. ¿Quién te la entregó?

—La echaron debajo de la puerta.

—¿Qué dice? —Yamileth arrugó la frente.

El chico abrió la carta:

“Abalan y Bebal planean atacar tu escuela y matar a tus


compañeros. Será mejor que actúes cuanto antes”.

—Dagon, ¿quién es Bebal?

La salamandrina permaneció flotando al lado de su camarada.

—Es el hermano gemelo de Abalan. Ellos son los dos príncipes


infernales más fieles a Paimon.

—Apenas y pude con uno de ellos. Enfrentarlos a ambos será una


misión suicida.

—¿Peleaste contra un príncipe infernal? —preguntó Sebastián,


asombrado—. Un momento primo, ¿cómo que un príncipe infernal?

—En el infierno, los demonios son clasificados según sus jerarquías


—intervino Dagon—. Los más poderosos son los reyes, después
siguen varias castas, los príncipes se encuentran en una de las
categorías más bajas.

—¿Son de los más débiles? —cuestionó Yamileth, consternada—.


¡Pero si casi matan a Gael!

—¿Cómo que casi te matan? —exclamó Sebastián.

—No te preocupes primo, sólo fue una herida superficial, y no fue


Abalan el que me hirió, sino otro bicho. Necesito que me apoyes en
esto, no puedo permitir que le hagan daño a mis amigos.

—Existe la posibilidad de que nos tiendan una trampa —insinuó la


salamandrina analizando el problema—. Quizá quieren
entretenernos mientras ellos atacan otro punto.

—De acuerdo, pero estoy dispuesto a tomar ese riesgo.

—Vamos, pero después de detenerlos, tenemos que ir en busca del


djinn.

—¿Quién te hirió? —Yamileth frunció el entrecejo.

—No lo sé... un chico enmascarado.

—¿Hay humanos que colaboran con los reyes infernales? —


reclamó Yamileth decepcionada.

—Sí, les han ofrecido algo a cambio de sus servicios —respondió


Dagon.

—Pero eso complica más las cosas. Es decir, ustedes son sólo dos
y sus enemigos son docenas de demonios sin contar quién sabe
cuántos traidores humanos.

—Miles, de hecho —repuso Gael con una sonrisa serena—. Cada


demonio jerarca tiene bajo su mando a miles de demonios menores.
Pero en total somos ocho, cuatro humanos y cuatro elementales,
contra miles de demonios.

—¡Ah, perdón! Ya me siento más tranquila.

—Necesitarán más aliados —dijo Sebastián—, ustedes ocho no


podrán contra todos. Si el sujeto Enmascarado está con ellos, hay
pocas probabilidades de éxito.

—Descuiden —Gael no perdía la calma—. Sabes bien que siempre


encuentro la forma de solucionar el problema en turno. Te la
encargo mucho, primo —se quedó pensativo y se dirigió a la chica
—. Mejor tú cuídalo a él.

Gael pensó en un lugar seguro al que podría llegar sin que vieran la
liminalidad, se acordó del laboratorio que estaban construyendo
atrás de la escuela y la creó. Ambos pasaron por el portal y éste
desapareció al momento en que lo atravesaron. Aunque Gael iba
con un semblante radiante de confianza y serenidad, Yamileth no
pudo evitar sentir un gran temor al pensar que ésa podría ser la
última vez que vería a su amado con vida.

La salamandrina se hizo invisible ante los ojos humanos. Gael le


pidió que lo siguiera.

—¿Ésta es tu escuela?

—Sí, aquí es donde vengo a “estudiar” —entrecomilló con sus


dedos.

El joven guerrero se sentó en una de las bancas para refugiarse de


la lluvia, mientras Dagon permanecía flotando a su lado. Gael
contempló a su compañero elemental; le intrigaba que no mostrara
molestias.

—¿No te afecta la lluvia?

—No, ¿por qué debería de molestarme?

—No sé, quizá porque tú eres de fuego y la lluvia de agua, y por lo


que sé, el fuego y el agua no se llevan bien.

—El agua es parte de la naturaleza, es vida, y nosotros estamos


creados de la esencia de la naturaleza, somos parte de ella. Quizá
no tiene el mismo efecto que el fuego en mí, pero aun así es
vitalidad, y nosotros nos alimentamos de eso.

El compañero de Dagon sacó su celular y vio que ya iban a dar las


once de la mañana, lo que significaba que sus compañeros no
tardarían en salir de clases. La campana sonó y la explanada se vio
invadida por los estudiantes. Los chicos se dieron cuenta de su
presencia y se dirigieron hacia él para saludarlo.

—Pinche irresponsable —reclamó Carlos—, según tú ayer íbamos a


ver lo del trabajo y te desapareciste.

—Perdón, surgieron algunos pequeños imprevistos.

—¿Pequeños? —replicó Dagon.

—Prometo ayudarlos cuando acabe.

—Si es que acabas vivo.

—Hoy te ves más dark de lo normal —comentó Carlos.

—Y eso que se me terminó el delineador —reviró Gael.

—Por cierto, ¿viste las noticias? —preguntó Abraham.

—Sí, pinches maras.

—¿Tú crees? —Carlos sacó su celular, y le mostró el video de las


noticias—. No puedes decir que eso fue obra de unos pandilleros.
Tú siempre has creído en ese tipo de cosas, hasta pensamos que
estarías emocionado.

Las redes sociales habían propagado la noticia más rápido que la


pólvora. No quiso hablar más del tema y trató de cambiar la
conversación. Gael sintió una presencia oscura acercándose a su
escuela. Miró a Dagon con un dejo de preocupación.

—¿Acaso serán…?
—Sí, son ellos —respondió el elemental—; será mejor que te
prepares, ya están aquí.

Gael se despidió de sus compañeros bajo el pretexto de que estaba


lloviendo. Se dirigió con tranquilidad hacia la entrada de la escuela.

—Parece que tenemos otro aliado —dijo la salamandrina.

—Bien, uno más que se une a nuestra causa —Gael sonrió—. Sólo
espero que venga a ayudarnos pronto.

Bebal y Abalan entraron inadvertidos a la escuela, caminaron hasta


llegar al patio para observar a los chicos que se protegían de la
lluvia. Un muchacho alto, de cuerpo fornido, pasó al lado de ellos y
se les quedó mirando intentando reconocerlos. Abalan aprovechó el
hecho para iniciar una pelea. Los alumnos se congregaron. Abalan
se mantenía con la guardia baja, sin dejar de mostrar una sonrisa
amenazante colmada de confianza. El estudiante le asestó un golpe
en la mejilla. El ser infernal ni se inmutó, sino que permaneció
inmóvil con el puño incrustado en su cara. Los espectadores no
daban crédito de lo que estaban viendo.

“Los soldados ganan algunas batallas, pero los generales las


guerras” dijo Abalan para hundir su puño en el estómago del chico
quien cayó de rodillas. Dos guardias llegaron corriendo para detener
la pelea, pero Bebal se interpuso en su camino y con un sutil
movimiento de su dedo índice, éstos quedaron suspendidos en el
aire unos instantes antes de que sus espaldas cayeran al suelo
como pesos muertos. La alarma de los espectadores aumentó
cuando Abalan hizo aparecer dos hachas en sus manos. Los ojos
de los poseídos se iluminaron. Bebal alzó su mano dispuesto a
rebanar al poseído en dos. Unos amigos del bravucón se acercaron
corriendo para auxiliarlo, pero Bebal los expulsó con una onda de
energía que los estrelló contra una pared. Abalan esbozó una
sonrisa perversa. Tenía la intención de lanzar sus hachas contra los
muchachos, pero Gael frustró su intento propinándole una poderosa
patada. El poseso salió disparado para impactar una palmera que se
partió a la mitad. Bebal volteó con rapidez para encarar a Gael, pero
el elemental lo embistió.

Los estudiantes permanecieron atónitos al presenciar las


majestuosas alas de Dagon, Gael se acercó al joven que estaba
tumbado en el piso para ayudarlo a incorporarse. El estudiante
apenas pudo ponerse de pie.

—¿Te encuentras bien?

—Sí —respondió jadeando—, ¿quiénes son esos tipos?

—Pongámoslo así: no son mexicanos —respondió Gael para luego


dirigirse a los demás estudiantes—. Amigos, necesito que se retiren
lo antes posible de la escuela.

—¿Qué está pasando? —replicó Carlos.

Antes de que Gael lograra responderle, Bebal enterró su lanza en la


espalda de Carlos. La punta atravesó su estómago. Bebal lo empujó
contra el piso para desatascar su arma. La sangre del chico brotó a
raudales para bañar a Gael.

—¡Rápido, Dagon, ayúdalo! —exclamó Gael.

Abraham estaba hincado sosteniendo la cabeza de su compañero.


Dagon llegó volando para acercarse a Carlos y exhaló fuego en la
herida. Gael les pidió a sus compañeros que lo llevaran a un lugar
seguro. Se giró en dirección a los demonios.

—Por favor, ¡salgan de aquí ahora! —exclamó. Sin embargo, tanto


los maestros como los alumnos permanecían pasmados. Gael les
gritó con más fuerza—. ¡Lárguense de aquí!

Los espectadores reaccionaron. Justo cuando estaban a punto de


marcharse, el Enmascarado apareció frente a ellos para frustrar su
fuga.
—¿Adónde creen que van? Nadie saldrá de esta escuela, a menos
de que les guste vestirse de madera.

Los ojos de Gael se centraron en el recién llegado.

—¡No los involucres en esto!

—No seas excluyente —dijo el Enmascarado para enseguida dar la


orden a Abalan. Éste, abrió un portal del cual salieron miles de
demonios que rodearon toda la escuela en cuestión de segundos.
“Virgilio” dio un increíble salto hasta aterrizar en la azotea del edificio
más alto. Su voz retumbó en todo el Tecnológico—. Si alguno de
ustedes se atreve a poner un solo pie afuera de esta fábrica de
perdedores, mis mascotas los harán pedazos.

—¿Qué buscas con todo esto?

—Listo no eres, ¿cierto? Estamos muy interesados en que aceptes


nuestra oferta.

—¿No pudiste llamarme por hangout?

—Tu sentido del humor es una ofensa a la comedia. Pero bueno, si


no te gusta mi propuesta, tengo otros incentivos —dijo para
indicarles a Abalan y Bebal con su dedo índice que se colocaran a
su lado.

—Entonces tu propuesta es la siguiente: si me uno a ustedes, mis


compañeros saldrán ilesos y si los rechazo, los matarán a todos.

—Deberías postularte para el Nobel de obviedades.

Gael se frotó la barbilla para fingir un estado reflexivo.

—Les tengo una contraoferta: nosotros dos pelearemos contra


ustedes tres al mismo tiempo; si los derrotamos, nos dejan en paz,
de lo contrario, aceptaré sus términos.
—Gael, es una mala idea. No podemos ganarles ni confiar en su
palabra.

—Lo sé. Sólo necesito tiempo hasta que se me ocurra algo mejor.

—Vaya, ¡ya estamos hablando! —dijo el Enmascarado.

Gael respondió con una sonrisa confiada. Alzó su mano derecha y la


espada apareció casi al instante.

—¿Estás preparado, Dagon? Por cierto, si llegamos a salir de ésta,


la cena corre por mi cuenta.

El elemental envolvió su cuerpo en unas intensas llamas que


iluminaron toda la explanada.
11
Nuevo aliado

Yamileth y Sebastián se mantenían sin pestañear frente a las


transmisiones en vivo, alertas a lo que pudiera ocurrir en cualquier
lugar del mundo. La angustia de la chica era evidente, por lo que
Sebastián fue a la cocina y volvió con dos tazas de té de manzanilla
para calmar los ánimos. Sabía que estaba aterrada por la idea de
perder a su primo.

—Va a estar bien, ya verás —aseguró con un entusiasmo ensayado


—. Siempre se las arregla para salir de cualquier aprieto.

—Ojalá fuera tan sencillo. Me encantaría mantenerme positiva, pero


por más que lo intento me resulta imposible visualizar un escenario
favorable.

Interrumpieron la programación para transmitir los últimos


acontecimientos:

Queridos televidentes —anunció un señor de bigote ridículo con


la voz quebrada—, me temo informarles que el Instituto
Tecnológico de Veracruz ha sido sitiado por unos seres fuera de
este mundo. Les aseguro que lo que están viendo no son
efectos especiales. No sabemos qué es lo que está sucediendo;
esto va más allá de nuestro entendimiento. Lo único que
sabemos con certeza, es que el ejército ha rodeado la escuela,
pero están actuando con suma cautela —pasaron otro video en
donde aparecía el Enmascarado amenazando de muerte a los
estudiantes que intenten salir del recinto.

Esto es surreal —tartamudeó—. Como pueden observar, hay un


sujeto Enmascarado acompañado de dos muchachos armados.
Frente a ellos está otro chico sujetando lo que parece ser una
espada al lado de un lagarto volador envuelto en llamas —
Yamileth se levantó sobresaltada y apretó su puño al ver a Gael
en medio de todo eso—. Estimada audiencia, al parecer
estamos ante el Apocalipsis del que nos advirtió la Biblia. Si no
saben rezar, éste es el momento indicado para aprender. Hasta
aquí mi reporte.

—No creo que pueda solo con esto. Tenemos que ayudarlo.

—De acuerdo, pero ¿cómo? Me parece que seríamos un estorbo


para ellos. Lo único que podemos hacer es rezar para que salga
bien librado de este lío —Yamileth se hincó y juntó sus manos.

La impotencia se apoderó de Sebastián. Sabía que Yamileth tenía


razón, no poseían las habilidades para apoyarlo. Se hincó a un lado
de Yamileth y se unió a su rezo.

Esther y Surem estaban con los ojos en las noticias. La madre de


Gael tomó su celular e intentó marcarle a su hijo, pero Surem se
interpuso.

—No, mamá —dijo en tono sereno—. Gael se encuentra bien.

—¿Cómo lo sabes? ¿Acaso no ves lo que está sucediendo en su


escuela?

—Sí, pero Gael es muy ingenioso. Confía en su inteligencia.

—No sé si la inteligencia sea suficiente. Tenemos que hacer algo.

—No podemos hacer nada más que confiar en que todo saldrá bien,
mamá —contestó Surem con una convicción contagiosa.
Esther asintió y acarició la cabellera de su hijo. Con una mano
temblorosa alzó el auricular y le llamó a Roberto. Necesitaba tener a
su familia cerca.

“Sé que saldrás victorioso”, dijo Surem para sus adentros con la
mirada puesta en el noticiero.

Gael y Dagon analizaban a sus contrincantes. Sus sentidos estaban


afilados y en estado de alerta para anticipar cualquier movimiento de
sus adversarios. Abalan se abalanzó sobre ellos con las hachas en
sus manos. La salamandrina lo retuvo con su cola. Gael aprovechó
para atacarlo, pero Bebal se interpuso en su camino y lo detuvo con
su lanza. El Enmascarado atacó a Gael, pero la salamandrina le
lanzó una llamarada de fuego que lo obligó a retroceder. Dagon le
indicó que atacara al Enmascarado mientras él enfrentaba a los
otros dos oponentes. La salamandrina envolvió su cuerpo en fuego
y embistió a los príncipes infernales. El impacto fue tan potente que
los combatientes se impregnaron de la esencia carmesí del
elemental. Reñían con ferocidad, pero Dagon fue más poderoso y
los derribó.

Gael arremetió contra el Enmascarado: ambos chocaron sus


espadas a una velocidad sobrehumana. Las hojas de sus sables
desprendían fuego con cada roce. Gael brincó y le asestó una
patada en la cadera. En cuanto tocó el suelo, atacó, pero “Virgilio”
logró esquivar todos los sablazos de la espada.El compañero de
Dagon se encontraba sumamente agotado.

—¿Dagon, te encuentras bien?

—Lo estoy.
Algunos de los espectadores permanecieron estupefactos mientras
que otros mostraban excitación ante la batalla campal que se
desplegaba ante sus ojos. Era lo equivalente a presenciar una
escena de Dragon Ball.

—¿Aún quieres seguir con esto? —vociferó el Enmascarado.

—Pero si apenas estamos calentando.

Abalan y Bebal se plantaron frente a él mostrando el filo de sus


armas. Buscaba algún punto débil en sus contrincantes, pero no se
le ocurría nada.

—¿Ya pensaste en algo? —preguntó la salamandrina.

—Sólo en cómo evadir sus ataques —Gael rio, nerviosamente—.


Los subestimé, pero descuida, ya se me ocurrirá algo… ¡Ya lo
tengo! Una cosa a la vez. Así se ganan las verdaderas batallas.

Gael se concentró en uno de los príncipes malditos, Abalan sabía


que Dagon se ocuparía del Enmascarado creando una cortina de
fuego que le impidiera manipular a los poseídos. Con determinación,
corrió hacia él y sin pensar en nada más, hundió su espada en el
pecho del poseso. “Y ahora te quedarás muerto”, pronunció; el
demonio permaneció incrustado en el suelo, escupió sangre y se
quejó del dolor. Gael giró la muñeca para agravar la herida. El chico
poseído soltó un estruendoso alarido. Los estudiantes, incrédulos,
presenciaron la horrible escena. Abalan se empezó a reír.

—¿De verdad crees que me has derrotado? —se levantó con la


espada incrustada en el pecho, ríos de sangre brotaron de su herida
—. Este cuerpo es un cascarón, ahora inútil —el demonio sacó
lentamente la espada, ensangrentada, y la aventó a los pies de
Gael. Del pecho, salió una luz turquesa, todo su cuerpo se agrietó.
Un ser monstruoso fue emergiendo de la piel humana.

El monstruo medía casi tres metros de altura, su piel era cetrina; en


lugar de piernas poseía dos extremidades de halcón, sus brazos
eran gruesos y escamosos, los dedos de sus manos eran largos,
una armadura de acero cubría parte de sus muslos y brazo derecho,
su cara parecía una calavera cubierta con pedazos de carne muerta,
un cuerno sobresalía de un solo lado de la cabeza, sus ojos
turquesa brillaban, tres colmillos se asomaban por su hocico que
emanaba sangre. Se colocó frente a Gael, quien rio, nerviosamente.

—¡¿Really?! ¡Esto ya es demasiado!

—¡Te haré pedazos! —bramó Abalan mostrando sus afilados


dientes y corrió en dirección a Gael.

Dagon se posicionó al lado de su compañero de armas, sirviendo de


escudo. Recordó con bríos la reliquia de Salomón.

—Debemos usar el anillo del rey.

—No es tan sencillo, sólo puede desatar su poder un verdadero


sabio.

—Aun así, vamos a intentarlo.

Gael se colocó la sortija en el dedo y cerró los ojos, con la


esperanza de que ocurriera algún milagro o que alguna criatura
divina se liberara y aniquilara a sus enemigos. Pasaron los
segundos, pero nada sucedió. Suspiró con desilusión, pero sin dejar
de contemplar su mano. “Al menos me queda bien.”

—¡Oigan! ¿Y si nos damos un tiempo para ir a comernos un


refrigerio? Yo invito los tacos —se le quedó viendo a Abalan—. O
bueno, las vacas, o lo que sea que comas tú —Abalan irradiaba
desprecio, necesitaba destazar algo, y Gael era lo único con lo que
podía saciar su apetito. Soltó un feroz bufido y salió corriendo hacia
él.

—Encárgate de los otros dos, a mí déjame a éste —sonrió


vigorosamente. Levantó su espada y detuvo la embestida de
Abalan.
Dagon volvió a llenar su cuerpo de fuego y atacó a sus dos
adversarios. Gael se dio cuenta de que el demonio era fuerte pero
torpe, estaba lleno de euforia y, nuevamente, sintió esa necesidad
de ver sangre correr. El Enmascarado y Bebal le tendieron una
trampa a Dagon, lo tomaron por la cola y lo arrastraron varios
metros, Gael perdió la concentración en la pelea. Abalan aprovechó
el momento para tomarlo por el cuello.

—Nunca dejes de mirar a tu adversario en medio de una batalla. Es


una regla básica.

Gael trató de oponerse a la fuerza del demonio, pero era inútil.


Mientras más se resistía, más rápido perdía energía. Los testigos de
la batalla se alarmaron al ver que su única esperanza se
desvanecía, querían ayudar, pero sabían que, si se movían, los
demonios los eliminarían. Comenzó a perder el conocimiento, de
repente, escuchó el estallido de un cañón, y cientos de balazos que
provenían del exterior. Observó el cielo, una lluvia de balas atacaba
a Abalan. Éste aventó a Gael y le ordenó a la legión que atacara.
Postrado en el suelo, sin energías y mareado, vio como cientos de
demonios se movilizaban e iban en dirección a los soldados.

Los militares descargaron los cartuchos sobre los demonios, pero no


eran muy efectivos, apenas y derribaron a unos pocos. Los
demonios los embistieron y destazaron con facilidad a todos los
soldados.

Abalan preguntó a su comandante, el Enmascarado, si ahora que


Gael estaba indefenso podía hacerle un daño permanente. “Virgilio”
respondió que podía arrancarle el brazo izquierdo. “Necesitaremos
el brazo derecho.” El demonio sonrió perversamente. El chico
aceptó su destino sin miedo, volteó a ver a su compañero elemental
que seguía noqueado. El demonio caminó amenazadoramente
hacia Gael, se detuvo frente a él y alzó una de sus hachas con la
intención de mutilarlo. Estaba a punto de hacerlo cuando, de la
nada, algo afilado atravesó el cuerpo del demonio. Abalan, que tenía
una expresión de sadismo, cambió su semblante. El demonio se
partió en dos, ambas partes cayeron al suelo y se incendiaron hasta
convertirse en cenizas. La legión que se encontraba en la escuela
desapareció envuelta en una llamarada, sufriendo el mismo destino
que el demonio.

Gael abrió los ojos y se asombró al ver que se trataba del chico con
cicatrices en el rostro al que se había topado la semana pasada en
la escuela, el mismo que le había entregado su mochila. Su nuevo
aliado sonrió y lo saludó. Portaba una katana bañada en sangre.
Sus ojos eran negros a excepción de sus pupilas que proyectaban
un rojo llameante que parecía extraído del centro de la tierra. Gael
notó que era una chica y no un hombre.

—Perdón por haber llegado tarde. Pensaba que podían solos.

—Tú… ¿Cómo lograste matar a Abalan con tanta facilidad? ¡Tus


ojos! ¿Por qué son de ese color?

—Los demonios no mueren, sólo regresan a su lugar de origen.

—Parece que sabes mucho de demonios.

—Más de lo que quisiera. Vamos a ocuparnos del Enmascarado y


de su amiguito.

Gael y su nueva aliada veían que sus oponentes discutían entre sí.
Los chicos infernales se dieron la media vuelta como si nada y
Bebal abrió un portal oscuro. Gael, al adivinar las intenciones de sus
adversarios les gritó:

—¿Ya se van?

—Este pueblo de mierda está arruinando mi salud —respondió el


Enmascarado y atravesó el portal acompañado del príncipe infernal
—. See you later!

Cuando volteó a ver a la chica de la katana notó que el fuego de sus


ojos se había disipado. Le extendió una mano para ayudarla a
incorporarse.
—Me llamo Anastasia —dijo en un tono amable —. Será mejor
marcharnos, los reporteros no tardan en llegar y no debemos
exponernos más de la cuenta.

—De acuerdo —respondió Gael y caminó con su espada en la mano


hacia su compañero elemental, quien se encontraba inconsciente
sobre el pavimento. De su cuerpo no salía ni una sola llama. Su piel
había adquirido un tono opaco y pálido. Lo cogió en sus brazos,
cuidadosamente. Los alumnos rodearon a Gael para saciar su
curiosidad y alabarlo. Abraham se colocó frente a él y le ofreció una
mirada que antes no había advertido en su amigo. El elemental
recuperó la conciencia a duras penas. Gael notó la consternación
que afligía su semblante, la misma que se observaba en varios de
sus compañeros.

—Descuiden. No puedo entrar en detalles, pero les aseguro que


todo saldrá bien.

En ese momento la escuela se vio invadida por decenas de militares


y policías. Anastasia se acercó corriendo a Gael.

—Crea una liminalidad. Tenemos que partir ahora mismo.

Gael obedeció y creó un portal de luz al instante. Los espectadores


quedaron anonadados al contemplar esa esfera luminosa por donde
desaparecieron los dos chicos y el elemental. La liminalidad
desapareció justo en el momento. Abraham se limitó a sonreír.

En el vacío casi blanco del desierto de Atacama, se encontraba un


hermoso chico de aspecto inefable. Estaba tranquilo, envuelto en
una luz color zafiro. Seis hermosas alas grises salían de su espalda:
cada una medía alrededor de dos metros de longitud; llevaba unos
jeans ajustados del mismo color de sus alas, tenis negros y una
camiseta del grupo Brujería. Su rizado cabello de tinte azul marino
brillaba con el resplandor de su propia aura. El tono de su piel se
asemejaba al de la nieve y su semblante estaba compuesto de
facciones finísimas con una nariz respingada, muy delicada. Un
portal se abrió a sus espaldas de donde aparecieron Bebal y el
Enmascarado. El enigmático ser percibió la presencia de los recién
llegados, pero no hizo ningún movimiento. Se limitó a admirar la
belleza vacía del paisaje.

—Amo Azazel —dijo Bebal—. ¿Para qué nos ha convocado?

El demonio alado giró la cabeza con la parsimonia de los poderosos


para exponer sus imponentes ojos azules.

—Tengo que pedirles un pequeño favor. Últimamente, ese mortal


que acompaña al elemental de tierra me ha estado fastidiando más
de la cuenta —su semblante se tornó rígido—. Necesito que lo
distraigan un rato en lo que despierto a los Nephilim.

—No creí que fueran a necesitarlos —expresó el Enmascarado.

El ser alado arqueó una ceja para transmitir el disgusto por la osadía
de su subordinado.

—Es una cuestión meramente estratégica. Los requiero para que


ataquen ciertos puntos.

Cuando Azazel terminó de hablar, apareció un portal oscuro a un


lado de ellos de donde aparecieron un chico y una chica de piel
oscura con un tono ligeramente olivo.

—Badariel, Eisheth Zenunim —los miró con serenidad—. ¡Qué


bueno que estén los cuatro reunidos!

—¿En qué podemos servirle, mi señor? —preguntó el chico poseído


por Badariel.
—Nos estamos acercando a nuestro objetivo primordial. Necesito
que mantengan alejados a los que se están interponiendo en
nuestro camino.

La chica poseída por Eisheth Zenunim alzó la mirada:

—Sí, hemos tenido unos cuantos encuentros con la compañera del


silfo —comentó en un tono frío—. Su belleza era abrumadora:
poseía un largo cabello negro ondulado con matices rojos. Su
cuerpo emanaba un aroma a vainilla y sus ojos eran similares a los
de Badariel. Teníamos la intención de matarla, pero nos lo han
prohibido.

—La necesitamos viva. Después tendrán la libertad de matarla, lo


mismo que al elemental.

—Existe otro problema —intervino el Enmascarado—. Abalan


estuvo a punto de deshacerse de Gael hace unos instantes, cuando
de la nada apareció una chica con una katana y lo partió por la
mitad. Ningún humano podría haberlo logrado. Percibimos una
presencia infernal en ella.

—Parece que alguien nos ha traicionado —repuso Bebal.

—Sabemos quién es, se llama Anastasia y fue una de las pocas


almas víctimas que se negaron a pactar con Paimon —dijo Azazel
—. Ustedes sigan con lo ordenado.

—¿Dónde podemos encontrar al compañero del elemental de tierra?


—preguntó el Enmascarado.

Azazel levantó su mano izquierda señalando una cima lejana. Los


cuatro jóvenes voltearon al mismo tiempo hacia el punto que estaba
señalando.

—Vamos, no seas tímido y sal de tu escondite.


La sombra de un chico apareció a lo lejos, los demonios notaron que
se encontraba en compañía de un pequeño ser.

—Nos ha facilitado la búsqueda —Bebal sonrió, mostrando unos


incisivos finos y afilados.

Un portal iluminó el espacio deslumbrando los ojos de Yamileth y


Sebastián que permanecían sentados en la sala. Anastasia apareció
seguida de Gael quien sostenía a Dagon en sus brazos. Yamileth se
alegró al ver que su amigo se encontraba ileso. Salió a su encuentro
con la intención de abrazarlo, pero desistió al ver que Dagon yacía
semiconsciente en sus brazos.

—Tenemos que ponerlo cerca del fuego, recibió un golpe muy fuerte
—dijo Yamileth —. Ya tengo todo preparado.

—¿Cómo lo sabes? —cuestionó Gael, sorprendido.

—Ahorita te explico. Primero hay que llevarlo al fuego.

—Y tú, ¿quién eres? —preguntó Sebastián dirigiéndose a la chica


de las cicatrices.

—Mi nombre es Anastasia —respondió tímidamente.

Yamileth se acercó a ella y le plantó un beso en la mejilla.

—No sabes lo mucho que te agradezco haber salvado a Gael.

—Sólo estaba cumpliendo con mi deber. ¿Cómo es que están al


tanto de todo? —preguntó Anastasia.

—Lo transmitieron en vivo en las noticias —respondió Yamileth —.


Vimos toda la pelea y cómo masacraron a los militares.
—Gracias a ti sigo con vida —intervino Gael desde la puerta de la
cocina—. Ahora sabemos quién mandó la carta de advertencia, la
próxima mándame un mensaje.

—Sí —Anastasia asintió con tranquilidad —. Yo averigüé parte de su


estrategia, me mantuve cerca de ti por si necesitabas mi ayuda;
pero no quise intervenir a menos que fuera completamente
necesario.

—¿Tú metiste los libros en mi mochila el día que la olvidé en las


bancas, verdad?

—¿Los libros? Yo sólo te hice llegar el Ars Paulina, sabía que lo


necesitarías —se mostró intrigada—. ¿Qué otro libro apareció en tu
mochila?

—El Ars Goetia.

Anastasia se estremeció al oír a Gael pronunciar el título del libro.

—Ese libro es el más oscuro de todos los que escribió Salomón. Si


hubieras leído ese libro antes que el Ars Paulina, sería el fin del
mundo. Quien te hizo llegar el Ars Goetia buscaba la forma de
poseerte, y lo hubiera conseguido.

—Entonces estuve cerca de haber iniciado el juicio final. ¡Qué


suerte que leí primero el otro!

—Por cierto, ¿por qué saliste huyendo ese día que te encontré en la
catedral?

—No sabía cómo reaccionarías al ver mis ojos y mis marcas.

Los interrumpió un boletín informativo en donde se transmitían


imágenes de lo que había sucedido en la escuela. El conductor del
noticiario mostró fotografías de los participantes de la batalla. Gael y
Anastasia aparecieron en la pantalla.

—Fuck! Justo lo que nos faltaba —expresó Gael.


12
Alma víctima

—Tenemos un problema —Gael golpeó la uña de su pulgar contra


los dientes.

—Entonces hay que irnos —sugirió Sebastián.

—¿Irnos? Tú y Yam se quedarán aquí, Anastasia y yo nos


encargaremos de esto.

—No terminaste de contarnos por qué tus ojos son rojos.

—¿Han oído hablar de las almas víctimas?

Yamileth y Gael negaron con la cabeza, pero Sebastián asintió.

—Yo sí. Por lo que sé, se trata de aquellas personas que cuentan
con capacidad física y mental únicas para soportar una posesión
demoníaca.

—Sí, bueno… técnicamente eso es —repuso la guerrera.

—¿Dónde aprendiste eso, primo?

—He ido a unos retiros espirituales y me han hablado de ellos.


¿Eres un alma víctima?

Anastasia cerró los ojos y asintió, como si un gran pesar


atormentara su corazón.

—Nosotros ya nacemos con… —se mostró pensativa.


—¿Un don? —agregó Yamileth.

—Una maldición… —corrigió Anastasia—. Nosotros somos siervos


del cielo. Somos los únicos seres capaces de albergar demonios sin
que éstos nos afecten. Mi familia ha servido a Dios durante muchas
generaciones. En ciertos casos, nos ofrecemos para librar a una
persona de algún demonio utilizando nuestro cuerpo como su nuevo
recipiente. Pero, en mi caso, albergo a un demonio que lleva
generaciones en mi familia. Soy la sucesora de este linaje infernal.

—Y supongo que usaste sus poderes para derrotar a Abalan y por


eso tus ojos tienen ese color.

—Es similar a lo que te sucede cuando adquieres las habilidades de


tu compañero elemental —suspiró—, excepto que yo no me llevo
bien con mi compañero infernal. El demonio que se encuentra en mi
interior debe obedecerme gracias a este sello —Anastasia descubrió
parte de su pecho.

Contemplaron una estrella roja rodeada por un círculo que llevaba


inscritas varias letras en un alfabeto que no pudieron comprender. El
único que lo reconoció fue Gael.

—El sello de Tetragramaton… —exclamó—. Por lo que he leído, es


un sello muy poderoso.

—Sí, lo es. Incluso los demonios más poderosos le temen. Gracias


a él puedo mantener encarcelado al ser infernal que llevo dentro de
mí y obtener parte de sus poderes y su sabiduría milenaria.

—¿Qué demonio llevas dentro de ti? —preguntó Sebastián,


expectante.

—Prefiero no decirlo.

—¿Por? —preguntó Gael.


—No me gusta revelar la identidad de mi invitado indeseado, mejor
dejémoslo así.

—Debes sufrir mucho con esta carga, y más siendo una mujer —
intervino Yamileth, incitada por la empatía.

—Hay peores sufrimientos. No ha sido fácil. En mi caso el género no


tiene importancia. Soy una chica y un guerrero al mismo tiempo.

Gael examinó a Anastasia con la mirada. Activó sus poderes y


observó su aura. Su cuerpo emitía dos colores: rojo y negro, ambos
luchando entre sí para doblegar al otro. Se dio cuenta que vivía en
una lucha constante por mantener el control. Sintió tristeza y
admiración por su nueva aliada.

—Tenemos que pensar en nuestros siguientes pasos; los demonios


están planeando destruir todos los templos del mundo.

—Sí, ya sabemos —Gael mantenía los ojos cerrados analizando la


situación—. Pero tenemos que esperar a que Dagon se recupere,
además, hay otras cosas que hacer.

—La espada de Adonay —se mostró interesada—. ¿Ya saben


dónde está?

—Sí —respondió Gael, un tanto desconcertado por lo que sabía el


alma víctima—. Pero también debemos encontrar un djinn de fuego
para poder localizar al resto de djinnes y que nos digan dónde se
encuentran las demás armas para entregárselas a los compañeros
de los otros elementales que se encuentran en la tierra. Sí, ya sé
que es un plan rebuscado, pero ése es el único que tenemos por
ahora.

—En ese caso tendremos que separarnos —sugirió Yamileth.

—Ya habíamos aclarado ese tema, Yam: no quiero involucrarte en


esto. Ni a ti tampoco —le dijo a su primo.
—Pero no tenemos otra alternativa —intervino Dagon desde la
cocina. Los chicos se alegraron al ver que el elemental se
encontraba bien.

—Parece que la paliza que te dieron te dejó un poco atolondrado —


dijo Gael, quien para esos momentos ya consideraba al elemental
como un camarada.

—Ahora necesitaremos de su ayuda más que nunca —insistió


Dagon.

—Por mí está perfecto —replicó Anastasia.

—No estoy de acuerdo.

—Reconoce que no le vendría nada mal a este equipo un poco de


cerebro —añadió Yamileth guiñando el ojo a Anastasia—. Tengo
miedo, es natural, pero esto es demasiado para ti solo, déjanos
ayudarte en lo que podamos.

—Yo me siento peor al estar aquí sentado —dijo Sebastián—. La


impotencia es peor que cualquier infierno.

—Bien —suspiró —, si quieren venir, adelante; pero tendrán que


obedecerme sin miramientos. Primero tenemos que formar dos
equipos. Como Dagon y yo somos los únicos capaces de crear
liminalidades, debemos separarnos: unos que vayan por la espada
de Adonay y otros por Prometeo —volteó a ver a la salamandrina
—. Tú irás con mi primo por Prometeo. Ustedes vendrán conmigo;
nosotros iremos donde se encuentra la Piedra de Sol —agregó
señalando a las chicas.

—Pensaba que nosotros iríamos por la espada de Adonay —replicó


Yamileth un tanto confundida.

—Así es, pero antes necesitamos la Piedra de Sol para que nos
guíe hacia la espada de Adonay —se le quedó viendo, serio, a
Dagon—. ¿Sabes dónde encontrar a Prometeo?
—Sí, se encuentra entre este mundo y el nuestro, necesitamos un
templo con gran poder para llegar a él, y ya sé cuál sería el lugar
perfecto para abrir ese portal.

—Bien —Gael chocó el puño con la palma de su mano—, en


marcha.

Anastasia observó a Sebastián.

—No estaría de más darte un arma.

La salamandrina cerró los ojos y meditó en posición de loto. De su


cuerpo salió un brillo solar. La belleza de Dagon era cautivadora.
Colocó sus pequeñas garras como si estuviera sosteniendo algo. Al
instante apareció una pequeña liminalidad de la que brotó una
espada envuelta en luz con un mango de piedra volcánica y una
hoja de diamante.

—Esta es la espada Nova —se acercó al chico y le extendió el sable


mágico—. Es tan poderosa que ella sola te protegerá.

Los ojos de Sebastián brillaron al tomar la espada. La maniobró y


notó que desprendía una gran energía que cimbraba todo su
cuerpo.

—Es más hermosa que la mía. ¿Por qué no me diste una igual? —
preguntó Gael y miró a Dagon con recelo.

—Tú tendrás en tu poder la espada más poderosa de nuestro reino.


Sebastián, esta espada tiene el poder de lanzar ráfagas de fuego.
Esta hoja es más resistente de lo que imaginas; está compuesta de
un material que no existe en este mundo. Se llama critamnio y es
más resistente que el diamante, además, cuenta con mayor
conductividad.

Yamileth contempló la hermosa espada de Sebastián y exigió un


arma parecida, pero Gael denegó la petición.
—No es mala idea —intervino Sebastián—. Además, necesitará
algo con qué defenderse.

—Sí, pero un arma en sus manos sería un peligro para ella misma.

Yamileth frunció el ceño con desagrado. Le desagradaba que los


chicos en general pensaran que las mujeres eran débiles y
necesitadas de un hombre.

—¿Qué hago si un demonio me acorrala?

—Gritar con todas tus fuerzas —sugirió Gael sarcásticamente—. O


le guiñas un ojo para desarmarlo.

Gael sintió un escalofrío por todo su cuerpo al toparse con la mirada


iracunda de Yamileth, por lo que decidió callarse; justo en ese
momento, interrumpieron la programación para transmitir una noticia
que alarmó a todos.

“Estamos presenciando un nuevo ataque —anunció un


periodista con acento peninsular, mientras corría un video de lo
que sucedía en Grecia—: una horda de demonios tiene rodeado
el oráculo de Delfos. Un chico rubio, acompañado de un hada,
se encuentran combatiendo contra una criatura maligna para
proteger el templo de Apolo. La fuerza militar griega está a
punto de atacar. Los mantendremos al tanto.”

—¡Ikary! —exclamó Dagon. El poco fuego que salía de su espalda


cobró mayor volumen.

—Ése debe ser uno de los elementales que te acompañó —dijo


Gael—. ¿Quieres que vayamos a auxiliarlos?

—No.

—Pero Dagon, están en serios aprietos —intervino Yamileth,


alarmada—. Si no hacen algo, podrían aniquilarlos.
—Ellos deberán encargarse de eso por ahora. La sabiduría exige
respetar las prioridades.

—Bien, si no van ustedes, iré yo —aseguró Anastasia.

—¿Cómo pretendes ir si no puedes crear una liminalidad para llegar


a ellos?

—Con la ayuda de uno de ustedes, por supuesto. Sé que ya


teníamos nuestro plan, pero una situación inesperada requiere de
decisiones inesperadas.

—Debemos encontrar al djinn y la espada de Adonay —la


salamandrina se mantenía firme—. No podemos perder más el
tiempo.

—Dagon, debemos apoyarlos —intervino Gael, y se vieron


interrumpidos por un nuevo boletín informativo.

“Interrumpimos nuevamente su programación para informarles


que la Gran Muralla china también está siendo atacada —decía
el mismo reportero—. Una chica acompañada de lo que parece
ser un hada, sí, escucharon bien, está combatiendo unos seres
de aspecto aterrador.”

—No nos ha abandonado —musitó Gael—. Simplemente no sabe lo


que está sucediendo en la tierra. Hay que dividirnos. Anastasia, ve a
apoyar a la chica que está con el silfo; tú y yo —se le quedó viendo
a Dagon— iremos a apoyar a Ikary y a su compañero.

El elemental soltó un poco de fuego de su boca y aceptó. Cuando


estaban a punto de partir, volvieron a interrumpir la transmisión.

“Damas y caballeros, parece que el juicio final se ha desatado


—anunció un reportero estadounidense—. Como pueden
observar, esta legión de demonios comandada por el chico que
aparece en pantalla —era Bebal— se encuentra en la cima de
Chimney Rock, un monolito natural localizado en el hermoso
estado de Carolina del Norte. No sabemos cuáles sean sus
intenciones, pero han permanecido en la cima por más de diez
minutos sin moverse. Las fuerzas armadas de Estados Unidos
están planeando un ataque. Los mantendremos informados.”

—Bien, cambio de planes —dijo Gael—. Dagon, ve a apoyar a Ikary,


yo iré a saludar a Bebal.

—¿Y yo, primo? —preguntó Sebastián.

—Tú quédate a proteger a Yam.

—Pero ahora puedo ayudarte —dijo mientras hacía gala de la


espada Nova.

—No voy a poder enfrentar a Bebal si estoy al pendiente tuyo, lo


mejor será que te quedes.

—Mejor hazle caso, Sebastián, sólo seremos una carga —repuso


Yamileth con seriedad.

—Agradezco tu comprensión.

Gael creó una liminalidad para Anastasia y Dagon respectivamente.


La primera desapareció dentro del portal. El elemental se detuvo un
instante para decirle a Gael que una vez que terminara con las
legiones tendría que ir por la guerrera. Gael asintió y la
salamandrina atravesó el portal. Gael creó un portal, tomó su
espada y se dispuso a partir. Antes de poner un pie en el vacío,
Yamileth corrió hacia él para envolverlo en sus brazos.

—Prométeme que volverás sano y salvo. ¡Promételo!

—No me gusta prometer cosas. Las palabras deben acompañarse


con acciones, de otra suerte, no tienen sentido alguno —replicó y le
guiño el ojo.

Antes de que la liminalidad se cerrara por completo, Sebastián, con


la espada Nova en la mano, alcanzó a cruzar el portal para seguir a
su primo. Yamileth quedó horrorizada al ver el cuerpo de Sebastián
esfumarse detrás del portal.
13
Un oscuro pasado

Bebal jugaba con una lanza de doble filo mientras contemplaba el


desolado paisaje desde la Torre del Diablo, custodiado por dos
sargentos ígneos. Cientos de demonios surcaban los cielos: los
subterráneos y terrenales rodeaban el monolito. Los relámpagos
caían incesantemente de las espesas nubes grises para iluminar
toda la inmensidad de la llanura. Bebal rezaba algo en un idioma
ininteligible. Una liminalidad se formó a sus espaldas. Gael apareció
junto con Sebastián.

—Bienvenido —saludó cortésmente. Sus ojos brillaban como dos


faros en medio de la tempestad.

Las reprimendas de Gael hacia su primo eran tan violentas, que


ignoró por completo las palabras de Bebal.

Sebastián no tardó en arrepentirse de su impulsividad en cuanto sus


ojos registraron ese entorno infestado de seres infernales. Sabía
que no tenía la destreza necesaria para manejar la espada, lo cual
multiplicaba su sensación de vulnerabilidad y miedo. Bebal aclaró la
garganta para recalcar su presencia inadvertida.

—Organicé esta fiesta en tu honor —extendió sus brazos para


invitarlo a contemplar a su alrededor.

El panorama era por demás desolador. La lluvia caía sin tregua y el


frío se filtraba en lo más profundo de los huesos. Gael apretó el
mango de su espada para encarar a su adversario con la
determinación de los justos. Bebal olfateó el aire en busca del aura
del elemental, pero no percibió su presencia. Sonrió. Utilizó su lanza
para indicarle a un grupo de subordinados que atacaran a
Sebastián. Los demonios se abalanzaron sobre él como aves de
rapiña; sus garras apuntaban directamente al rostro del chico que
permanecía paralizado de miedo. Gael se colocó frente a él y
rebanó a los demonios por la mitad. Sus pupilas se habían tornado
carmesí. Bebal sonrió al detectar el punto débil de Gael.

—¡Acaben con ese cobarde! —ordenó—. No merece respirar el aire


de los guerreros.

Los demonios salieron a la carga cual leones ante la primera presa


de la temporada. El cuerpo de Sebastián seguía sin obedecer.
Observó a su primo quien sostenía su espada en alto para desafiar
a sus adversarios. “Tengo que aportar algo, Dagon depositó su
confianza en mí”, se dijo mientras empuñaba a Nova. El miedo
abandonó su cuerpo tan pronto como lo había invadido. Salió
corriendo para anticipar el ataque de los sargentos infernales, con la
misma convicción y furia que un guerrero vikingo. Gael observó a su
primo sin entender si lo suyo era un auténtico acto de valor o una
grieta en la cordura.

Corrió tras de él a toda prisa. Antes de lograr alcanzarlo, Bebal se


interpuso en su camino y lo agredió con su lanza. Gael contuvo la
embestida, pero el demonio príncipe volvió a la carga soltando
golpes a diestra y siniestra sin permitirle avanzar. Gael estaba
desesperado, sabía que, si no hacía algo pronto, su primo iba a
morir a manos de los ígneos.

El sargento arremetió su hacha contra Sebastián. El chico se limitó a


alzar la espada y cerrar los ojos para asimilar su predecible muerte.
No obstante, sus brazos se movieron de manera involuntaria para
amortiguar el potente choque del hacha con la hoja de su espada. El
asombro colmó sus ojos al ver que la espada Nova retenía el
hachazo por sí sola. El demonio volvió a atacarlo, el chico dejó que
su arma lo guiara y detuvo el golpe con una facilidad ofensiva. “La
espada te protegerá”. Sebastián recordó las palabras de Dagon.
Notó que conforme retenía más golpes, la hoja de la espada iba
adquiriendo mayor luminiscencia. Un campo de energía comenzó a
rodearlo como un manto protector. Avistó una turba de demonios
terrestres que iban en dirección suya. El miedo volvió a dominarlo,
cuando de pronto, la melodiosa y dulce voz de una mujer resonó en
su mente para disipar sus temores: Cierra los ojos. No permitas que
el caos debilite tu ser. Escucha mi voz, concéntrate en ella.
Sebastián obedeció para experimentar una inusitada ola de calma.
Visualiza la espada en tu mente, contempla su brillo, siente su
poder, deja que su esencia te envuelva. Gael no daba crédito de lo
que estaba viendo: un aura blanca rodeaba a su primo. La esencia
de la espada yace escondida en tu interior. Debes encontrar la tuya
para que la hoja se vuelva una extensión de tu ser: así accederás a
un poder que va más allá de tu imaginación. Sebastián alcanzó un
grado de concentración inalterable: Esta esencia te hará más
resistente, más veloz, podrás sanar heridas. Sólo debes aprender a
controlarla. Así, el miedo y la desesperanza de Sebastián fueron
sustituidos por la certeza y el coraje. Se fusionó con la espada
convirtiendo la hoja en una extensión de su esencia. ¡Ahora,
Sebastián! ¡Expulsa ese poder!

Abrió los ojos para encontrarse de cerca con las garras de los
ígneos. Se agachó e inclinó la espada hacia atrás arqueando su
espalda y con una velocidad insospechada arremetió el filo del sable
contra un demonio. La llama que expulsó Nova se asemejaba a una
explosión solar. Los diablos se desintegraron al instante para
convertirse en cenizas que flotaban en el aire. Gael no podía creer
que su primo hubiera logrado aniquilar toda una horda de seres
infernales con una sola maniobra. Concentró toda su atención en
Bebal.

—Observa al nuevo verdugo de demonios —dijo Gael a Bebal con


alegría.

—De no ser por la espada, ya estaría tomando una siesta de tierra.

—La negación sólo es efectiva a corto plazo. Será mejor que te


concentres en la pelea.

—Resiste, si así lo deseas. Pero tu destino está escrito. Eres parte


de nosotros.
Gael se preocupó, tenía que acabar cuanto antes con Bebal, sólo
así las legiones desaparecerían. Lanzó la espada al aire y corrió
desarmado hacia Bebal, éste, sonrió y apuntó con su lanza el pecho
del joven. Estaba por atravesarlo con su arma, cuando Gael creó
una liminalidad, la cruzó y apareció arriba de Bebal, tomó la espada
que había lanzado al aire, y con gran habilidad atravesó al demonio
por la espalda. Bebal soltó un poderoso alarido que se confundió
con los truenos.

—¡No permitiré que te transformes!

Esas palabras estremecieron al demonio.

—¡Rápido, Sebastián, dame tu arma!

Sebastián le lanzó a Nova. Gael notó que Bebal ya estaba


rompiendo su cascarón para que emergiera el poderoso demonio de
su interior.

—Esto va en honor de todos los inocentes que asesinaste en mi


escuela.

La espada expulsó toda su esencia sobre el cuerpo herido de Bebal.


Una pequeña explosión solar cubrió al príncipe infernal hasta que
éste desapareció por completo. Gael se apoyó en los mangos de
ambas espadas. Oteó el panorama para constatar la desaparición
de las legiones, sin embargo, seguían ahí. Sebastián se colocó a su
lado.

—No entiendo, primo. Cuando Abalan fue derrotado los demonios


que había invocado desaparecieron junto con él. Esto no tiene
sentido.

—El que busca encuentra. Claro que tiene sentido —intervino una
voz a sus espaldas.

Los chicos se dieron media vuelta para toparse de frente con un


semblante psicótico. Sus pupilas eran de un amarillo chillante y
cuatro majestuosas alas grises se asomaban de su espalda. El
demonio recargaba su antebrazo en una guadaña de obsidiana.

—¿Quién eres?

—Soy tu nuevo guía —le sonrió para develar una dentadura color
esmeralda.

Yamileth se encontraba arrodillada frente a la pantalla de televisión


con las palmas unidas al pecho. Rezaba para que todos estuvieran
a salvo, por toda la humanidad también. La pantalla transmitía
imágenes de las escenas del crimen: la Torre del Diablo en Estados
Unidos, el Oráculo de Delfos en Grecia y la Gran Muralla china.

“Estas criaturas infernales siguen apareciendo por todos los


rincones del planeta —interrumpió un corresponsal—. Ahora se
han hecho presentes en el templo de Karnak y, por lo que
alcanzo a ver, un niño acompañado de un pequeño ser
sobrenatural, están enfrentando a estos diablos.”

—Eres hábil Gael. Observé toda la pelea. Debo admitir que la


manera en que derrotaste a Bebal me pareció ingeniosa. Confirmo
que eres el indicado.

—Ya me cansé de decirles que no voy a ceder.

—No nos has dicho tu nombre —intervino Sebastián.


—Tú no tienes el derecho de dirigirme la palabra, microbio. Pero
vamos a avanzar en esto. Mi nombre es Araxiel. Soy un jerarca
infernal.

—Imagino que vienes a convencerme de que me una a ustedes. Ya


me estoy cansando.

—No vine a eso —confesó y observó con marcado desagrado los


aviones de guerra que aparecían en el horizonte—. Mi misión es
revelarte tu verdadero ser —agregó fastidiado por el ruido de las
turbinas.

Araxiel les ordenó a los demonios voladores atacar a los aviones.


Los B-2 Spirit y F-15 Eagle descargaron todo su arsenal, pero fue
inútil. Apenas lograron lastimar a un puñado de demonios. Los otros
no tardaron en despedazar los aviones. Los chicos sólo podían
observar las estelas de humo que caían del cielo para impactar la
tierra con violencia. Gael apretó su puño con fervor. El demonio
generó una pequeña esfera de energía amarilla en sus manos para
lanzarla contra un B-2 Spirit que sobrevolaba justo por encima de
sus cabezas. El impacto redujo el avión a esquirlas. Gael se
abalanzó sobre el jerarca infernal para propinarle un puñetazo en la
mejilla que creó una pequeña onda expansiva. El demonio sólo
ladeó la cabeza un poco el ataque había sido irrelevante.

Una lluvia fina y persistente caía a raudales. Los relámpagos


surcaban el cielo incesantemente. Los demonios dominaban todo lo
terrenal en este momento preciso.

—No te confundas, Gael, que no te ataque no quiere decir que no


desee hacerlo. Pero afortunadamente para ti, sólo vine a conversar
un poco.

—¿Por qué tuviste que matar a todos esos soldados? Ellos


simplemente seguían órdenes.

—Igual que yo. Ya nos estamos entendiendo —Araxiel ladeó la


cabeza—. No te preocupes por ellos, murieron cumpliendo su deber,
sus familias serán recompensadas, como les gusta creer a ustedes.
Recuerda que eres igual a nosotros. Me molesta la supuesta
superioridad moral de los que creen que hacen el bien. No
entienden realmente nada.

—No te atrevas a compararme con tu especie. Yo valoro a todos los


seres vivos por igual. Daría mi vida por evitar la muerte de un ser
inocente.

—¡Claro que sí! Eso se debe a que posees un alma pura. Pero el
que sea pura no significa que sea buena —Araxiel sonrió
sombríamente—. Tú posees un alma con un pasado muy distinto al
de tus semejantes. Tienes un poder que va más allá de lo
convencional —observó la mano derecha de Gael y notó que
portaba el anillo de Salomón. Ocultó su sorpresa. Sabía que era una
preciada llave para ellos, pero también sabía que una vez puesto en
la mano de un mortal debía ser entregado por propia decisión.

—Sé perfectamente bien quién soy y cuál es mi destino: acabar con


todos ustedes.

—Tu convicción me parece, hasta cierto punto, admirable. Pero por


más que un león sea criado por humanos, nunca olvidará su
naturaleza asesina y el instinto es mucho más fuerte que la razón.
Gael, tu desprecio por la humanidad está muy arraigado en ti. Tarde
o temprano saldrá a flote. De hecho, sé que has leído muchos libros
que tratan de lo perversos son los humanos con su especie y con
las otras. Sé que en el fondo me das la razón. Los humanos son
despreciables.

—No todos lo son.

—No entiendes nada. Todos lo tienen en mayor o menor grado. Un


humano muy especial que nació en el siglo XIX, de nombre Aleister
Crowley, dijo alguna vez que las personas se dicen a sí mismas el
pretexto piadoso de que el mal no existe, pero eso sólo lo hace más
fuerte, más grande y misterioso. Él se sentía orgulloso de su
esencia, despreciaba la moralidad ordinaria. Exactamente igual que
tú. De hecho, puedo ver en ti la mirada que él tenía.

Gael sintió que la sangre abandonaba su cuerpo. Sus rodillas


flaquearon. La revelación de Araxiel supuso un golpe inesperado.
Conocía muy bien a ese personaje, había leído acerca de él. Todas
sus lecturas lo describían como un adorador de lo oculto. Agachó la
mirada. Araxiel colocó una de sus alas debajo de la barbilla de Gael
para alzar su cabeza y pegar su rostro al suyo.

—Yo creo que es tiempo de crecer y de asumir quién eres.

Gael permanecía absorto en sus pensamientos. Se preguntaba si


podría pelear contra su propia naturaleza.

“¿Acaso no sería mejor ponerle fin a mi vida por el bien de la


humanidad?”, sopesó. Pero recordó el consejo que había recibido
de boca de Bruce Lee. Apretó fuertemente su puño: no iba a permitir
que el pasado se interpusiera en su futuro. “El único destino que
existe es el que uno se forja”, se dijo.

—¿No te parece algo irónico que en mi vida pasada los ayudé a


poner en marcha sus planes sólo para frustrarlos en ésta?

—Me parece lamentable que te hayas inclinado a favor de los


mortales —mostró sus dientes de esmeralda. El jerarca dio la orden
a sus chambelanes infernales para continuar con la batalla contra
los humanos—. Ya cumplí con mi misión —dijo Araxiel y brincó para
desaparecer en el vacío del precipicio. Los demonios
desaparecieron al mismo instante que el jerarca se esfumó.
14
Nuevos problemas

Yamileth se levantó de un solo movimiento en cuanto vio a Gael y


Sebastián aparecer a través del portal.

—¿Qué le pasó a tu brazo? —exclamó.

—No te preocupes Yam, no es nada.

—¡Cómo que no es nada!

Yamileth entró en la cocina a toda prisa para volver con un trapo


húmedo. Limpió el brazo ensangrentado de Gael. La chica se
preocupó al ver que la herida era considerable. Sin dejar de
sostener el brazo de su amado, le lanzó una dura mirada a
Sebastián.

—¿Cómo se te ocurrió largarte y dejarme sola? —reprochó a


Sebastián.

—Perdón. Me dejé llevar por mis impulsos.

—Supongo que todo México vio lo sucedido —preguntó Gael


arqueando la ceja.

—¿Quién era esa criatura de ojos amarillos?

—Su nombre es Araxiel. Es sumamente poderoso.

Los jóvenes guerreros se echaron sobre el sofá, se sentían


completamente agotados. Yamileth les platicó que también habían
transmitido la pelea de Dagon y Anastasia, quienes lucharon junto a
un hada contra cientos de demonios. El líder de la legión infernal
tenía alas y el cabello azul.

—Dagon y yo estamos conectados, él está bien. Dime una cosa,


primo, ¿cómo lograste dominar a Nova de un momento a otro? Te
volviste un auténtico guerrero.

—Es difícil de explicar, pero cuando cerré los ojos escuché una voz
que me instruyó.

—¿Cómo era esa voz? —cuestionó Gael.

—Muy familiar. Una voz femenina dulce y melódica. Me recordó la


voz de...

—¿Angélica? ¿Será que mi prima adorada nos está cuidando desde


el más allá?

—Ahora que lo dices, sí, se parecía muchísimo a su voz.

De pronto, la sala se vio invadida por una luz deslumbrante. Los


chicos vieron a Dagon y a Anastasia salir del portal. Ella tenía una
cortada profunda en la frente, lo mismo que en el brazo derecho.
Por su parte, el elemental mostraba una hendidura en la pata
izquierda de donde brotaba un líquido rojo intenso.

—Tenemos un grave problema —expresó Dagon.

El General Flores caminaba nerviosamente con las manos


entrelazadas detrás de la espalda al interior de un cuarto lleno de
pantallas y dispositivos. Sus ojos brincaban de un monitor a otro,
estudiando cada uno de los escenarios en donde habían atacado los
seres amorfos. El rostro de Gael aparecía en la pantalla principal,
donde se desplegaban sus datos personales: nombre, edad,
estudios, lugar de nacimiento, etc. El personal se movía a toda
prisa, de tal modo que la sala parecía un panal. El personal de
logística analizaba los daños en todas las zonas afectadas, mientras
que los de inteligencia estudiaban a las criaturas enfocándose
primordialmente en las voladoras, a las que identificaron como
líderes.

Una mujer le entregó al general Flores una carpeta que contenía


toda la información reunida sobre el chico de ojos rubí.

—Comuníqueme con el comandante Martínez —ordenó tras ojear el


folder—. Parece que tenemos toda la información de la pieza clave.

Las imágenes de todas las batallas que transmitieron en la televisión


perturbaban de sobremanera la mente de Esther. Le resultaba
insoportable tener que presenciar a su hijo combatiendo contra esas
criaturas aterradoras. Roberto intentaba tranquilizarla en sus brazos
mientras Citlalli se mordía las uñas de manera compulsiva. Surem,
por su parte, seguía la acción que se desplegaba en la pantalla con
mucha atención y en silencio.

Tocaron el portón, Surem fue el único en reaccionar. Se sorprendió


al ver a María en el umbral de la puerta. Se sintió abrumada al
toparse con los semblantes consternados de la familia.

—¿Saben dónde está Gael? Es que Yami me dijo que estaría con
él…

—No se preocupe, María —intervino Surem—, se encuentran bien.

—Pero ¿cómo puedes saberlo? Y, ¿por qué se la llevó?

—Para protegerla.
—¿Llevándola al centro del peligro?

—Sí, porque estos demonios saben tanto de la vida de mi hermano


que deben estar al tanto de sus sentimientos, aunque hasta el
lechero sabe lo que mi hermano siente por Yami. Y, ¿quién mejor
que Gael para cuidarla?

—Quizá tengas razón, pero de cualquier manera me gustaría saber


dónde están.

—Lo más probable es que estén en casa de mi primo Sebastián —


contestó Surem.

En ese momento, se escucharon varios neumáticos que se


derrapaban fuera de la casa. Citlalli se asomó por la ventana y vio
seis camionetas negras de las cuales salieron unos sujetos vestidos
con trajes impecables. Tocaron la puerta.

—Sí, díganme —Citlalli los saludó cortésmente.

—Buscamos a Gael Márquez —dijo uno de los dos agentes—.


¿Podemos hablar con él?

—Me temo que no está aquí, caballeros.

—Señorita, esta es una cuestión de seguridad nacional.

—Yo sé en dónde pueden encontrar a mi hermano —intervino


Surem.

—¿Te has vuelto loco? —preguntó Esther pensando que su hijo


estaba entregando a su hermano.

—Tranquila, mamá. Ellos saben muy bien de los poderes que tiene
Gael.

—Sólo queremos hacerle unas preguntas a su hijo. Necesitamos


reunir la mayor información posible de esos alienígenas o lo que
sea.
La familia Márquez y María abordaron las camionetas negras para
dirigirse a casa de Sebastián. Surem observó los árboles, la luz del
sol, la tierra de los jardines e incluso el aire, a través de la ventana.
“La naturaleza cree en ti, hermano”, pensó el niño.

—¿Te mataría ser un poco amable y preguntarnos primero si


estamos bien? —replicó Gael.

—No es momento para bromas —Dagon se veía agitado y


preocupado—. Los demonios liberarán a las cuatro bestias
fundamentales y tenemos que hacer algo para impedirlo.

—¿Cuáles son las cuatro bestias fundamentales? —preguntó


Yamileth.

—Son los monstruos que crearon los elementales para la protección


de nuestro mundo —respondió Gael—. Pero perdieron el control
sobre ellos y tuvieron que encerrarlos en… —volteó a ver a Dagon
—. ¿En dónde están atrapados?

—Están en todos los rincones de América. Sabemos que el dragón


Chi’gag está cautivo dentro del Volcán de Fuego, en Guatemala.

—¿Cuánto tiempo falta para que los liberen? —cuestionó Gael.

—Catorce horas —le respondió Anastasia.

—Veamos, tenemos hasta mañana antes de las 08:00 para


detenerlos.

—¿Cuáles son las otras tres bestias? —preguntó Yamileth.

—La criatura del aire obedece al nombre de Garuda, se encuentra


en la Patagonia; la bestia de la tierra, el Fénix, en la Amazonía y;
por último, Leviatán en el Caribe.

—¿Es la misma bestia de la que habla la Biblia? —cuestionó la


chica a todas luces nerviosa.

—Los cuatro contienen la misma esencia, y sí, son muy poderosos


—Dagon cerró los ojos—. Ya era complicado cuando únicamente
teníamos que lidiar con los demonios, ahora, temo que nuestra
empresa se ha vuelto casi imposible.

—Esto tiene algo de positivo. Los demonios nos ven como una gran
amenaza. Nos estamos acercando.

—¿Estás sugiriendo —intervino la guerrera desde el sofá— que


esperemos hasta el último minuto para hacerles frente?

—Exacto —afirmó Gael—. Ya que sabemos dónde piensan atacar,


podremos intervenir justo antes de que despierten al dragón.

—¿Y si fracasamos y logran despertar a la bestia? —agregó


Sebastián.

—Fácil, lo destruimos.

—No es una tarea sencilla —las llamas de la espalda de Dagon casi


se extinguieron—. El dragón es una criatura muy poderosa, no
cualquier arma puede dañarlo. Las escamas que cubren su cuerpo
son más duras que el diamante; puede exhalar una cantidad
ilimitada de fuego y es capaz de alcanzar grandes velocidades
gracias a sus alas gigantescas.

—Más vale que logren intervenir antes de que lo despierten —


expresó Yamileth con angustia.

Dagon irguió el cuello para ver la calle que empezaba a llenarse de


ruido.

—¿Ya vienen por mí? —enunció Gael anticipándose a los hechos—.


Al parecer han descubierto nuestro escondite.
Yamileth sugirió escapar, pero Gael rechazó la idea.

—Ustedes váyanse, yo voy a entretener a estos soldaditos y su


inteligencia —Gael miró a Dagon—. Crea una liminalidad y busquen
un lugar para ocultarse, yo los alcanzaré en cuanto me desocupe.

—Yo sé dónde podemos ocultarnos —aseguró Anastasia.

—Yo me quedo contigo —dijo Yamileth.

—No. Ve con los demás, sólo están interesados en mí.

—Necesito hablar con mi madre, debe estar muy preocupada.

—De acuerdo, Yam, pero ustedes váyanse antes de que lleguen. Si


surge algún problema me comunicaré contigo —volteó a ver a
Dagon.

Dagon le indicó a Anastasia que pensara en el destino y guió a los


chicos a través del portal.

El convoy del ejército se estacionó afuera de la casa de Sebastián.


Los dos agentes salieron de la camioneta negra a toda prisa para
golpear la puerta. Yamileth tiró del pomo y estudió con la mirada a
los gorilas trajeados que se encontraban en el umbral.

—Buscamos a Gael Márquez, sabemos que está aquí.

La chica asintió de buena gana, escuchó su nombre desde el interior


de una de las camionetas. Era su madre. Apartó a los agentes de su
camino y corrió hacia María quien estaba con los brazos extendidos
para recibir a su hija. Ambas permanecieron abrazadas durante
largo rato al tiempo que los Márquez salían de los autos.

—¿Acaso no les parece conmovedor?

Ambos gorilas volvieron la mirada hacia la entrada. El chico más


buscado por la armada mexicana estaba frente a ellos desplegando
una amplia sonrisa. No alcanzaron a esbozar una sola palabra
cuando Esther los hizo a un lado para estrujar a su hijo. Gael salió al
encuentro de su padre y hermanos. Los militares no tuvieron más
remedio que esperar a que los ánimos se calmaran para acercarse
al chico.

—Gael Márquez —dijo el agente.

—Tardaron mucho —sonrió.

—Vamos a necesitar que nos acompañe, tenemos que hacerle unas


cuantas preguntas.

—Con todo gusto —los miró con serenidad, —yo también quiero
hablar con ustedes.

Una vez a bordo de la camioneta, Gael se comunicó con su


compañero elemental.

—Dagon, ya voy en camino al cuartel. Al parecer sólo quieren


interrogarme —dijo y observó la puesta del sol a través del cristal.

Sebastián, Anastasia y Dagon aparecieron frente a una cabaña


ubicada en medio de un bosque de pinos. A lo lejos se escuchaba el
torrente de un río.

—¡Qué bonito está aquí! ¿Dónde estamos? —preguntó Sebastián.

—Aquí fue donde me criaron —dijo Anastasia con una gran sonrisa
que comunicaba nostalgia—; donde me enseñaron a controlar mi
demonio interno.

—Sí, ¿pero en donde nos encontramos? —insistió Sebastián.


—¿Acaso tiene importancia? Lo único que puedo decirte es que nos
encontramos dentro del estado de Veracruz —dijo y extendió su
mano para invitarlos a pasar.

El interior estaba cubierto de telarañas y polvo. Sebastián y el


elemental siguieron al alma víctima hasta una sala pequeña que se
encontraba frente a una chimenea rústica armada con piedras.

—Se ve que no vienes muy seguido —señaló Sebastián—. Me


muero de frío. ¿Puedes encender la chimenea? —dijo con los ojos
puestos en Dagon.

Dagon exhaló fuego sobre tres troncos secos. Se prendieron al


instante. A petición de Anastasia, hizo lo mismo con las lámparas de
aceite para iluminar el interior de la cabaña. La luz develó un altar
repleto de parafernalia religiosa y fotografías que reposaban a un
lado de la cera de velas olvidadas. Sebastián dio unos pasos para
observar las fotografías de cerca: en una de ellas aparecía una
mujer muy parecida a la guerrera, tenía el cabello corto y una
expresión de dolor en el rostro.

—¿Son tus padres? —preguntó Sebastián.

—Sí —asintió Anastasia con un dejo de tristeza en su voz.

—¿Se puede saber qué fue de ellos?

Anastasia cerró los ojos, suspiró y le pidió a Sebastián que tomara


asiento. Dagon se mantuvo a un lado de la chimenea.

—Bien, les cuento —dijo Anastasia después de un suspiro largo.

Los tres se acomodaron alrededor de la chimenea.


Gael se sentía muy aliviado tras constatar que su familia se
encontraba bien. Surem pasó el trayecto entero alabando las
hazañas de su hermano.

—Por cierto, ¿dónde están Sebastián y tu compañero elemental? —


intervino Citlalli.

—¿Cómo sabes de…?

—¿Qué es un elemental? —lo interrumpió—. Bueno, sabemos


ciertas cosas —le guiñó un ojo.

—Los mandé a otro sitio.

—¿Y tú, Yam? ¿Qué haces con mi hermano? —preguntó echando


un buscapié.

—Gael necesita mi ayuda, y donde esté él, me encontraré yo.

La camioneta se detuvo en las inmediaciones de un cuartel que


funcionaba como centro de operaciones de la Armada de México.
Un agente les pidió que lo siguieran. Gael sintió cómo todas las
miradas recaían sobre él. Los militares lo reconocieron al instante.
“Allí va Goku”, susurró un soldado a otro. Gael no pudo ocultar la
risa que le causó ese comentario. Siguió al agente, había decenas
de militares analizando detalladamente unos mapas que tenían
desplegados frente a ellos. En medio del ajetreo se encontraba un
grupo de soldados especializados en análisis de datos. Un militar de
cabello canoso se encontraba de pie frente a la pantalla central
donde Dagon y el elemental del agua aparecían luchando contra
uno de los demonios jerarcas. En cada una de las pantallas
transmitían imágenes de la batalla de los elementales, junto con los
chicos que los acompañaban, combatiendo contra legiones y
demonios jerarcas.

—¡Enhorabuena! —dijo el general Martínez a la vez que giró su


cuerpo para hacer gala de las medallas que engalanaban su pecho
—. Necesitamos de tu ayuda, Gael. Espero contar con tu
cooperación absoluta —agregó y le estrechó la mano.

—Eso depende de lo que quieran de mí.


15
Una vida trágica

Los rayos lunares caían sobre el techo para teñir el tejado de


matices perlados. El humo negro que expulsaba la chimenea se
perdía en lo más alto de la noche profunda. Dentro de la cabaña,
Anastasia, Sebastián y Dagon permanecían cerca del fuego. El alma
víctima contaba todas las vivencias que padeció debido a su
condición.

—Mis tormentos iniciaron desde que estaba en el útero. Mi madre


era el alma víctima portadora del demonio que ahora albergo.
Cuando la víctima es mujer, y está embarazada, el demonio se
transmite directamente a su hijo, pero ella… Esperaba gemelos.
Cuando esto sucede, el demonio elige a uno de los dos anfitriones
para que sea el sucesor.

Yo fui la elegida. En el momento que obtuvo posesión de mí, aún en


gestación, asesinó a mi hermano con el fin de fortalecerse.

—¿Mataste a tu hermano antes de que naciera? —cuestionó


Sebastián.

—Yo no —su rostro se volvió sombrío—. En esa etapa mi mente era


muy manipulable, el demonio me controló con facilidad y utilizó mi
cuerpo como una extensión del suyo para perforarle los pulmones a
mi hermano. Cuando el alma víctima es hombre, el demonio
huésped no se transmite de padre a hijo de manera directa sino
mediante un ritual.

—¿Y si el padre se queda con el demonio hasta la muerte para


ahorrarle el sufrimiento a su hijo?
—Cuando un demonio lleva generaciones en una familia, ésa es la
forma más apropiada para su traspaso, ya que un bebé, al ser
inocente y libre de pecado, es una cárcel más poderosa. El legado
de esta orden corre por mi sangre, nací preparada para sobrellevar
una posesión. Mi familia ha estado a cargo de la custodia de este
demonio desde muchas generaciones atrás. Es nuestro deber
mantenerlo preso. Créanme, no es una decisión que los padres se
toman a la ligera; ya que ellos preferirían llevarse consigo al
demonio hasta la tumba, pero cuando un espíritu maligno lleva
varios años en un cuerpo, éste se debilita y facilita su escape. Por
eso no pueden permanecer con él durante mucho tiempo. Mis
padres me pusieron el sello de tetragrámaton el día de mi
nacimiento, para tener un dominio mayor sobre este ser.

—¿Te lo tatuaron el día que naciste?

—No está tatuado, está incrustado.

—¿Cómo te lo incrustaron?

—Con landamita —intervino Dagon—. Le pidieron ese mineral a


algún elemental.

—Sí, invocaron a uno para que les obsequiara un poco del material
cósmico. Las almas víctimas tenemos un pacto sagrado con los
elementales: ellos se encargan de proteger la naturaleza, mientras
que nosotros juramos custodiar las presencias infernales que
deambulan por este plano terrenal. De hecho, fue un elemental de
fuego quien nos lo obsequió. Gracias a la landamita, el sello es tan
resistente que puedo doblegar al demonio a mi voluntad. Dagon
sabía de la existencia de las almas víctimas, pero nunca había
conocido a una en persona. Únicamente los elementales más
antiguos podían establecer una relación con esta orden.

—Existen dos tipos de almas víctimas: las que nacen con esta
condición, y las que se forjan. Para poder pertenecer a estos últimos
se debe poseer un corazón puro, no tener vicio alguno y contar con
una mente inquebrantable, dado que el ser infernal estará atacando
constantemente su voluntad para someterlo a la tentación con el fin
de liberarse. El entrenamiento es extremadamente arduo. En
cambio, los que ya nacimos con esta condición maldita, nos vemos
obligados a entrenar desde la infancia —suspiró—. Mi vida ha sido
complicada desde que tengo uso de razón. Mi vista alcanza latitudes
dimensionales que el ojo humano jamás detectaría. Gracias a eso,
he sido atormentada por demonios y seres del más allá. Mis padres
me ayudaron a comprender el maravilloso don que me había
otorgado Dios, así que asumí mi responsabilidad como algo divino.
Ellos —su voz se quebraba cada vez que los mencionaba—, me
instruyeron para poder dominar mis habilidades a mi antojo; a
extraer todo el poder de mi huésped y a sentirme orgullosa de
pertenecer a esta orden milenaria.

—Ustedes son la mano derecha de Dios: lo ayudan a mantener la


balanza del mundo terrenal —complementó Dagon con esa frialdad
que lo caracterizaba.

—Así es, aunque a veces no puedo evitar pensar cómo sería llevar
una vida normal. En esta cabaña —observó a su alrededor; su
rostro se llenó de nostalgia y serenidad—, me entrenaron desde que
cumplí cuatro años; me enseñaron a controlar la esencia de mi
demonio: de ahí viene mi fuerza, mi velocidad, mi visión y mis
reflejos sobrehumanos. Cuando cumplí nueve años, mis padres
tuvieron otro hijo: mi hermana fue el rayo de luz que iluminó nuestra
familia. El simple hecho de saber que ella podía tener esa vida plena
y feliz que se me negó, me llenaba de dicha; por lo que juré
protegerla a toda costa. De no ser por el malnacido de Paimon, mi
vida no hubiera sido tan trágica.

Gael seguía con sus pupilas los focos rojos que parpadeaban desde
las cámaras. Sabía que lo estaban grabando. Alzó su mano y
sonrió.
—No quieren perderse de ningún detalle… ¿Verdad?

—No podemos darnos ese lujo —expresó con seriedad el


comandante Martínez.

—Dígame en qué puedo ayudarlos.

—Esos seres —señaló a Araxiel en la pantalla—, ¿qué son


exactamente?

—¿Acaso no es obvio? Son demonios.

—Sólo quisiera aclarar algo. Cuando dices “demonios” te refieres a


seres infernales, ¿cierto?

—Así es.

—¿Y por qué están destruyendo todos los templos y santuarios de


las antiguas civilizaciones?

—Porque con eso podrán culminar su plan.

—¿Qué plan? ¿Dominarnos? ¿Destruir a la humanidad? ¡Dime!

—No, ellos quieren más que eso.

—¡Habla sin rodeos, muchacho! —se levantó exaltado y golpeó la


mesa de metal que los separaba—. ¿Qué es lo que buscan?

—Derrocar a Dios —enunció con la mayor calma posible.

Se volvió a sentar. Su mirada se perdió en las imperfecciones del


suelo. “¿Cómo podrían combatir contra todo el mal?”, pensó. Alzó el
rostro y contempló el reluciente semblante del chico, el mismo que
había enfrentado a esos seres para salir victorioso.

—Tenemos que hacer algo.


—Ustedes no pueden hacer nada contra ellos. Le puedo asegurar
que ni sus tanques de guerra ni sus aviones de combate, ni las
armas más sofisticadas pueden contra ellos. Lo único que han
conseguido es mandar corderos al matadero. Unas cuantas legiones
podrían acabar con todos los ejércitos.

—¿Legiones? —frunció el ceño—. Sé más específico.

—Las legiones son hordas de demonios, miles de ellos, que están


bajo el control de demonios jerarcas; cada legión está compuesta
por demonios aéreos, terrenales, acuáticos y subterráneos, y son
comandados por un demonio ígneo, que es de gran tamaño. Cada
demonio jerarca cuenta con decenas de legiones bajo su control.

—¿Y qué es un demonio jerarca? —dijo fastidiado, tras darse


cuenta de que cada respuesta suponía más incógnitas.

—Es un demonio que tiene, digamos... un rango alto en el infierno,


por ejemplo —señaló el video en donde combatió contra Bebal en
La Torre del Diablo—, ese chico está poseído por un demonio
llamado Bebal, y ese demonio tiene el rango de príncipe infernal.
Aunque están en lo más bajo de la jerarquía sus poderes son
inmensos.

—Sí, pero lograste derrotarlo.

—Así es, porque no dejé que se transformara. Ese demonio príncipe


tiene el mismo rango que el demonio que apareció en la escuela —
señaló otra de las pantallas—. Ése es el verdadero aspecto de un
demonio príncipe.

—Ese monstruo que acabó con toda una tropa, ¿es de los demonios
jerarcas más débiles?

—Sí, general. Hay demonios de un poder mayor, por ejemplo, hay


un demonio llamado Paimon; ese demonio tiene doscientas legiones
a su disposición y es capaz de arrasar con la humanidad tan solo
con proponérselo.
El semblante del general Martínez palideció al darse cuenta de qué
tan crítica era la situación. Aunque todos los ejércitos del mundo se
juntaran, no podrían hacer nada contra esos seres sobrenaturales.

—La humanidad no está preparada para combatir a seres de esa


naturaleza. Sé que es difícil de entender, pero confíen en nosotros,
lo solucionaremos. Encontraremos la manera.

A la luz de las llamas de la chimenea, Anastasia prosiguió con el


relato de su vida:

—Entré a la escuela justo cuando nació mi hermana, vivíamos


entonces en una pequeña localidad de Veracruz

llamada Naolinco. No pudimos vislumbrar lo que vendría a


continuación. En mi último año de primaria, tenía fuertes problemas
para concentrarme en las clases, ya que mi oído y mi vista captaban
cosas que iban más allá de este mundo. Diariamente veía espíritus
que deambulaban por la escuela. Siguiendo los consejos de mi
padre, no les prestaba atención. Era una niña rara, la típica chica
que se retrae sobre sí misma y anda metida en libros, música y
ensoñaciones. A veces me costaba trabajo distinguir entre los vivos
y los muertos. Además, comencé a notar que me interesaban más
las chicas que los chicos.

Una noche, mi madre me mandó a la tienda a comprar unas


veladoras, era 31 de octubre y, en muchas casas, ya estaban
colocados los altares de Día de Muertos. Me encantaba observarlos
con detenimiento y conocer las historias de los muertos. De repente,
sentí un grupo de presencias oscuras, más de lo normal,
rodeándome y suplicando mi ayuda. Eran las almas de decenas de
familiares que exigían mi ayuda para comunicarse con los suyos.
Corrí aterrada, pero todos los caminos estaban infestados de ellas.
Entre el miedo y la desesperación, mi semblante comenzó a
cambiar, algo en mi interior despertó violentamente. La gente
comenzó a notar que algo me pasaba, que estaba poseída. Me
persiguieron gritándome bruja. Mi demonio despertó y habló por mi
boca. “Estúpidos, ignorantes” gritaba, “no tienen idea de quién soy y
de mi poder”. El demonio me poseyó al cien por ciento y no hubo
marcha atrás.

Esa fue la última noche que pasamos en Naolinco. Después de ese


día, nos mudamos a esta cabaña. Aquí fortalecí mi alma y cuerpo.
Sin descanso, entrené por un año. Cuando obtuve el control total
sobre el demonio, nos fuimos a vivir a Xalapa. Ahí estudié la
secundaria, los dos

primeros años fueron perfectos, no hubo ningún incidente, todo


parecía marchar bien, pero… —miró hacia una ventana, unas
cuantas gotas golpearon el cristal—. A finales de mi tercer año de
secundaria, las cosas cambiaron. Pasaba las tardes platicando con
mis nuevos amigos y jugando futbol, me encantaba también leer y
ver películas. Una noche común y corriente, soñé con almas de todo
el mundo que ofrecían sus cuerpos a los demonios para que éstos
los utilizaran. No dije nada a mis padres.

Un día en la escuela estaba frente al pizarrón resolviendo un


problema y una extraña voz resonó en mi interior: “Reúnanse todos
los que tienen el poder en la próxima luna llena, canten al unísono al
verdadero Dios que les ha otorgado sus bendiciones. Les será
revelado el plan maestro que nos liberará a todos. Clamen al Rey
Universal.”

Salí del trance, dejé la escuela y me fui a casa. Pasé la tarde como
de costumbre, pero por la noche decidí reflexionar sobre lo que
había ocurrido, saqué de lo más profundo de mi clóset un libro que
llevaba en la familia generaciones, Ars Paulina. Sabía que ahí podía
encontrar apoyo y consuelo. Recité la oración para invocar al
elemental de fuego. Mis ojos se tornaron rojos y comenzaron a
circular por mi mente imágenes apocalípticas como las que hoy
vivimos, los océanos se tiñeron de sangre, los templos y ciudades
sagradas caían en mil pedazos. Los demonios caminaban por
ciudades ahora yertas. Las imágenes no cesaron, aunque en medio
de tanta destrucción, una luz se vislumbraba: un chico combatía
ferozmente a los demonios junto a una salamandra de fuego. Junto
a él, otros jóvenes fieros se enfrentaban a lo imposible. Caí rendida
después de tales visiones. En el sueño de esa noche entré en
contacto con mi demonio, tenía tantas preguntas que hacerle:

—Eres el demonio que habita en mí, lo sé porque conozco tu


esencia. ¿En dónde nos encontramos?

—En tu inconsciente, tú provocaste este encuentro.

—¿Yo?

—Tú necesitas respuestas.

—Entonces dámelas. ¿Qué está pasando, de quién era la extraña


voz que escuché por la tarde?

—Esa voz pertenece a Paimon, un rey infernal. Mañana, bajo la luna


llena, sellará el pacto con las almas víctimas. Ellas serán, entonces,
más poderosas que nunca y estarán protegidas durante el periodo
de limpieza que está por ocurrir.

Gracias al sello incrustado en mi carne sabía que el demonio decía


la verdad. Podía sentirlo.

—Te advierto que un demonio no acepta un no por respuesta, sin un


castigo de antemano. Si te niegas, Paimon te destruirá, a ti y a tu
familia.

—Entonces tú podrás ayudarme a combatirlo, ya que no te conviene


que destruyan mi cuerpo.

—Si destruyen tu cuerpo seré libre. Me parece un buen trato.

—Pero no podrás subsistir en este mundo, no sin un mediador, si


me llegan a matar, tú regresarías al averno.
El demonio rio.

—Tienes razón, prefiero quedarme en tu mundo, aunque sea


encarcelado en tu cuerpo; después de todo, las cosas se pondrán
interesantes en este plano terrenal.

—Entonces, ¿cuento contigo?

—Haré lo que pueda. Estaré preparado para mañana.

Supe que no podía permanecer en casa cuando Paimon apareciera,


se me ocurrió regresar a esta cabaña, un lugar donde no pusiera en
riesgo a nadie. Le pedí a mis amigos que me cubrieran, empaqué
unas cuantas cosas y partí.

Cuando llegué, la noche ya había caído. Me senté en un sofá, y


encendí la chimenea, esperé el momento en el que se sellaría mi
destino. La luna brillaba más de lo usual, sus rayos aperlados me
iluminaban enigmáticamente, un escalofrío recorrió mi cuerpo. Me
aferré al Ars Paulina y vi a un ser que se manifestaba frente a mí.
Una hermosa cara con pómulos altos, labios perfectos color carmín,
grandes ojos totalmente negros, apareció de la nada.

—Veo que me esperabas. El demonio en tu interior te lo advirtió.


¡Qué comunicativo! Ya sabes a qué he venido. Aprovechemos el
tiempo, ¿cuento contigo?

—¿Qué te hace creer que estaré de tu lado?

—Yo no pienso, yo descubro lo que cada persona necesita


realmente. Tú eres una líder natural, serás quien comande a las
almas víctimas. Todo te será dado. Y por si te queda duda, la fuerza
de tu demonio y mi poder no tienen comparación. Hay niveles.

Cerré los ojos para meditar pues, aunque no lo aparentaba, sufría


una lucha interna. Al abrirlos noté que mi semblante había
cambiado, la oscuridad había ganado terreno. Luché con todas mis
fuerzas para no perder el equilibrio espiritual que obtuve durante mi
entrenamiento. Paimon me observaba minuciosamente.

—Como dato curioso, te aclaro que todas las almas víctimas del
mundo están a mi servicio. Algunas pocas han opuesto resistencia,
pero son una minoría irrelevante. Como todas las minorías.

Supe que no tenía opción, Paimon era potente, debía liberar a mi


demonio y esperar lo mejor. Estaba a punto de romper el sello
cuando una voz prístina y serena me llamó, era mi padre.

—Resiste. Nunca te dejaré sola.

Mi padre comenzó a recitar una extraña oración. Las vibraciones a


su alrededor provocaron que el aire se arremolinara y cobrara
fuerza. Paimon sintió el efecto de ese poder.

—¡Qué ridículo eres! Tú solo no tienes el poder suficiente para


sellarme.

—Tienes razón —una dulce y serena voz salió de la oscuridad, era


mi madre, quien en su mano portaba un antiguo rosario—. Pero no
está solo. Vamos, hija, concéntrate. ¿Estás lista?

Emocionada encaré a Paimon, mis padres estaban conmigo y me


daban fuerza. Desde ese día, cargo con una enorme culpa, la
presencia de mis padres enfureció a Paimon y su revancha fue fatal.
Juntos, crearon una energía capaz de acorralar al jerarca, unas
cadenas de luz lo ataron a este plano por unos minutos. Mientras
más permanecía en la tierra su poder más se limitaba, él lo sabía.
Por lo que emprendió un ataque frontal y definitivo, se soltó de las
cadenas y fue directo hacia a mí. De sus manos surgieron unas
aterradoras garras. Antes de poder actuar, mis padres se
interpusieron al ataque. Fueron atravesados sin misericordia por
Paimon… Nunca en toda mi vida he sentido lo que viví ese día, mis
padres quedaron en el piso de esta cabaña, mal heridos,
moribundos. No pude hacer nada. Lancé un grito desgarrador al ver
cómo la sangre recorría los brazos pálidos del rey infernal y caía
formando charcos rojos. Había obtenido su respuesta y desapareció
en el acto.

Corrí hacia los cuerpos de mis padres, era tarde, el daño estaba
hecho. Mi madre sólo pudo pronunciar: “Sólo así podíamos
detenerlo. Perdón hija. Sabemos lo que acontecerá pronto, ayuda a
quienes enfrenten el mal. Serás de mucha ayuda, tenlo en cuenta.”

—Prometo proteger a la tierra y a sus habitantes, su sacrificio no


será en vano. Los amo.

Un hermoso sol de la mañana apareció en el horizonte. Pude sentir


de alguna manera la calidez de un nuevo día. Coloqué leña
alrededor de mis padres, y la encendí. Observé cómo poco a poco
el fuego los consumía, las lágrimas corrían por mi cara, apreté el
puño con una fuerza impresionante, pequeñas gotas de sangre
cayeron al suelo. Algo en mí había cambiado, lo sentía y lo sabía,
cerré los ojos y me concentré para entrar en mi inconsciente.

—Veo que has aprendido a contactarme.

—He aprendido mucho esta noche.

—Lo sé. Lamento tu pérdida.

—¡No digas tonterías! ¡No lo lamentas, eres un demonio, ustedes no


poseen sentimientos!

—¿Para qué me contactaste?

—Necesitaré de tu ayuda. Si viste todo lo que pasó, sabes que


necesitamos ser más poderosos. Debes brindarme todo tu poder.

—No puedo. El sello no me permite darte toda mi esencia, sólo


puedes obtener parte de ella. La única forma es rompiendo el sello.

—Si hago eso, me controlarías y sería contraproducente.

—Aún no confías en mí. No sabes lo mucho que me duele.


—Nunca confiaré plenamente en un demonio, así que no es una
opción. Necesitamos encontrar al chico que vi en mis sueños; mi
padre me dijo que él será una clave muy importante para impedir el
plan de tus hermanos infernales.

—Puedo sentir que él está cerca. Prepárate.

—Eso haré, entrenaremos y no descansaremos hasta que domine


tus poderes por completo.

—Eso te llevará tiempo.

Al abrir los ojos, noté que el fuego ya había consumido el cuerpo de


mis padres. Ya no había más que cenizas; un cálido y refrescante
viento sopló con delicadeza, llevándose consigo los restos que
quedaban. Extrañamente me llené de júbilo, lloré un poco, abrí los
ojos y miré hacia el cielo, nunca me había sentido más amada, ya
que mis padres se habían sacrificado por mí. Me esperaba algo muy
duro al volver a casa: contarle a mi hermana lo sucedido. Se lo
expliqué como pude para luego dejarla al cuidado de la hermana de
mi madre. Volví a este lugar y pasé casi tres años entrenando, hasta
que logré dominar por completo los poderes de mi demonio
huésped. Una vez que di por concluido el entrenamiento, me mudé
al puerto para buscar a Gael y sumarme a la lucha que estaba por
ocurrir. Tengo otro objetivo también, buscar a una de las pocas
almas víctimas que no sucumbieron a Paimon. Se llama Lizzie, y es
una poderosa alma víctima.
16
El despertar de la bestia

—¿Y bien? —arqueó una ceja.

El chico inclinó su silla ligeramente hacia atrás, cruzó sus piernas al


igual que los brazos, colocó su mano derecha en la barbilla y
jugueteó mientras le sonreía perspicazmente.

—A las ocho de la mañana, tiempo del centro de México —hizo una


pausa y cambió su semblante a uno serio—, los demonios liberarán
cuatro bestias que destruirán toda la civilización.

—Entiendo. Necesitarás de nuestra ayuda.

—Por el contrario, necesito que se mantengan al margen. Ni una


bomba nuclear les causaría daño. La única manera en la que quizá
puedan ayudarnos es desplegando sus fuerzas para proteger a los
civiles y pedirles que se mantengan en sus casas —Gael se levantó
y le sonrió—. Nosotros nos encargamos. Una cosa más: necesito
que protejan a mi familia.

El general se puso de pie e hizo una reverencia marcial para sellar


el pacto. Gael le estrechó la mano.

—¡Suerte, campeón! —le gritaron a lo lejos.

Tomó unos minutos para despedirse de su familia y de su amiga.

—Bien, es hora de irme —se apartó de su madre.

—De irnos, mejor dicho —replicó Yamileth.


—¿Irnos? Tú ya estás a salvo aquí, no dejaré que te expongas,
además, dudo que tu madre —vio de reojo a María—, esté de
acuerdo.

—Madre, hay un momento en la vida de toda mujer en la que debe


seguir y proteger lo que quiere, sé que lo entiendes. Éste es mi
momento —María, temblorosa, accedió con la mirada.

Gael creó una liminalidad para seguir la esencia de Dagon. El


destello iluminó toda la base militar. Junto a su amiga, se
aventuraron dentro del portal hasta desaparecer de la vista de
todos.

Paimon se encontraba en la cima de la pirámide de Kukulkán en


Chichén Itzá, recostado dentro del templo. La noche estrellada se
confundía con sus pupilas mientras que su cabellera caía sobre las
ruinas. Estaba cómodo y feliz. El jerarca infernal contemplaba la
áspera superficie lunar. Araxiel cayó del cielo para aterrizar a un
lado del rey, quien permaneció inalterable.

—¿Y bien? —cuestionó, sin dejar de contemplar la luna—. ¿Cómo


reaccionó?

—Como era de esperarse —mostró su sonrisa vesánica —. Al


parecer la revelación tuvo efecto.

—Bien —Paimon se irguió—, tendremos que afinar nuestros


métodos de persuasión. ¿Ya tienes todo preparado para desatar a
nuestras cuatro mascotas? —preguntó Araxiel.

—El equinoccio ayudará a liberarlos.


—Entonces no queda más que esperar. Déjame solo. Pienso
dedicar esta noche a escuchar música. A veces los humanos crean
cosas extraordinarias. No muchas, pero valen la pena.

Yamileth y Gael aparecieron en la cabaña ante sus compañeros. El


guerrero de los ojos carmesí se anticipó a la curiosidad de sus
camaradas para explicar todo lo sucedido en el cuartel. Su
preocupación estaba enfocada en las bestias.

—Dagon, ¿los demás elementales ya están preparados?

—Sí, Anastasia se unirá al chico que acompaña a Godo para


enfrentar al ave Fénix y un viejo conocido ayudará a Ikary.

—¿Quién es ese viejo conocido?

—Alguien que le debe muchos favores a los elementales.

—De acuerdo… ¿Y qué hay del Silfo?

—Una amiga mía irá a apoyarla —dijo Anastasia.

—¿Amiga tuya? ¿Te refieres a otra alma víctima?

—Sí. El demonio que vive en su interior es indispensable para la


misión.

Gael se alegró por tener nuevos aliados. Ahora sólo tenía que
preocuparse por la liberación de las bestias. Dagon estaba
sobresaltado, sus ojos se abrieron como si acabara de recordar algo
importante.

—Ahora vuelvo. Tengo que encontrarme con una amiga —atravesó


la ventana como un proyectil llameante.
Presas de la curiosidad, los jóvenes guerreros decidieron seguir al
elemental. Cuando Yamileth volvió del baño, se encontró con la
casa vacía. Los tres chicos caminaron a través de los pinos
siguiendo el sonido del río, llegaron a una loma. Se detuvieron al
notar una luz carmesí con matices índigo que brillaba detrás del
altozano para iluminar las copas de los árboles. Sebastián corrió a la
orilla del río. La escena que se desplegaba ante sus ojos era
majestuosa: Dagon permanecía suspendido en el aire con las alas
extendidas, acompañado de una ninfa cuya aura despedía una
resplandor acuático. La criatura fantástica bailaba sobre el agua.
Gael y Anastasia quedaron hipnotizados ante la estela índigo que
marcaba los movimientos de la diminuta criatura.

—Una ondina… —dijo Anastasia, asombrada.

—Parece un hada —susurró Sebastián.

—Es un elemental de agua —añadió Gael con serenidad—. Su


belleza es increíble.

La salamandrina y la ondina voltearon a ver a los chicos. La ninfa


voló hasta quedar frente a Gael, con la intención de ver el rostro de
quien era el compañero de batalla de Dagon. El chico, al verla tan
cerca, apreció su esbelta figura. La ondina medía alrededor de
treinta centímetros. Su piel era tan blanca como la nieve ártica, su
cabello como espuma de mar, era frágil y perfecta. Las pupilas de
sus ojos eran color azul clarísimo, su mirada serena. De su espalda
nacían cuatro alas transparentes en las que se dibujaban símbolos.
Permaneció flotando a la altura de sus ojos y le extendió una sonrisa
pícara.

—Qué lindo es —señaló a Dagon con voz melosa.

—¿Qué hay de su alma, Ikary?

—¿Ikary? —cuestionó Gael—. ¿Eres la elemental que acompaña a


la chica del Amazonas?
La ondina formó una gota de agua que surgió de sus palmas
extendidas. A través de ella observó al chico durante unos instantes.

—Su alma es noble y su valentía no tiene paralelo. Percibo una


bondad inquebrantable en su ser —dijo sin apartar la vista de Gael
—. No hay nada de qué preocuparnos, al menos por ahora.

Ikary acarició tiernamente la nariz de Gael. El guerrero de ojos


escarlata se ruborizó al sentir el contacto. La ondina le guiñó el ojo
mientras esbozaba una sonrisa sensual en su diminuto semblante.

—¿Cómo llegaste hasta aquí? —cuestionó Gael.

—Las ondinas podemos viajar a través de los océanos, los ríos, los
lagos o cualquier otra expresión del agua —dijo mientras se sentaba
sobre el hombro de Dagon—. Percibí que mi viejo amigo me
necesitaba y decidí venir.

—¿Cómo va la batalla?

—Hemos peleado sin tregua. Afortunadamente, mi compañera se ha


vuelto muy poderosa. Por eso seguimos con vida.

—¿Tienen un plan para detener el despertar de la bestia? —


preguntó Anastasia.

—Aún no. Debemos pensarlo juntos.

—Será mejor que volvamos, Yam debe estar preocupada —sugirió


Gael.

Cuando volvieron a entrar en la cabaña, la mesa desplegaba un


festín improvisado: galletas, sándwiches de atún, duraznos en
almíbar y champiñones. Los semblantes de los chicos brillaron, se
sentaron alrededor de la pequeña mesa redonda de madera para
abalanzarse sobre la comida. Maravillada, Yamileth posó sus ojos
sobre la hermosa elemental que estaba sentada en el hombro de
Gael. Ikary movió sus alas y voló alrededor de la chica. Olfateó su
cabello y analizó sus ojos, mientras deslizaba sus dedos por las
pestañas de Yamileth. Luego se dejó caer hasta aterrizar justo en el
seno de la chica.

—Es muy cómodo —dijo Ikary mientras sonreía.

Los jóvenes guerreros se quedaron perplejos y fascinados.


Esbozaron una sonrisa simultánea de complicidad. Ikary se
incorporó, le sonrió, y voló hasta la mesa para darle unas mordidas
a un durazno. Gael invitó a Dagon a que hiciera lo mismo.

—Las salamandrinas únicamente pueden alimentarse de fuego


tonto —le susurró la ondina—, son criaturas muy serias.

Yamileth estaba encantada, no sabía que los elementales podían


ser tan divertidos. Con el estómago lleno y la mente despejada,
siguieron la conversación.

—Dagon —Anastasia miró al elemental—, ¿y si no logramos


detener la liberación de las bestias?

—Las destruiremos antes —respondió con frialdad.

—Si llegan a liberarlas —se adelantó Ikary—, será el fin del mundo.
No tenemos otra opción.

—¿Y cómo acabaremos con ellas si son invencibles? —cuestionó


Anastasia.

—¿Invencibles? —Gael cruzó los brazos. Ikary se sentó


nuevamente en su hombro—. Eso suena desalentador.

—Invencibles para el hombre —repuso la ondina—. Pero ustedes


podrán acabar con ellas.

—¿De qué manera? —Sebastián ladeó la cabeza.

—Nuestras armas sagradas surten efecto en ellos


—Dagon señaló a Nova—. Tanto la espada que tienes como la
verdadera espada de Adonay, son capaces de perforar la piel del
dragón.

Continuaron analizando la situación por la que estaba atravesando


la tierra. Gael dejó en claro que la prioridad era cuidar a los civiles.
Dagon no tardó en rechazar esta propuesta:

—Las bajas son inevitables. No podemos perder nuestro tiempo


protegiendo a todos los humanos. Ése es el verdadero motivo por el
cual quieren liberar a las cuatro bestias, para mantenernos
ocupados.

—Quizá tengas razón, Dagon, pero —dijo Anastasia— yo no pienso


permitir que muera más gente —recordó el ataque a la escuela—.
No volveré a cometer ese error.

—No te preocupes —dijo Gael con los ojos puestos en el fuego que
avivaba la chimenea—, sólo debemos impedir que las despierten.
Yo tampoco voy a permitir que destruyan el planeta.

—Dagon, ¿qué hay de las pirámides destruidas? —cuestionó Ikary


— Si permanecen en ese estado, no tardarán en liberar a Luzbel y
estaremos perdidos.

—No entiendo eso —interrumpió Yamileth —. ¿Cómo las pirámides


sirven para mantenerlo encerrado?

—Yo te explico —Ikary dibujó una pirámide sobre el aire con una
estela de agua que salía de sus dedos—. Su forma sirve como
receptor y distribuidor de esencia. Reciben la energía del universo y
por medio de su base la distribuyen a la tierra —por medio de su
dibujo holográfico, indicó los puntos de atracción y expulsión de
esencia.

Gael se mordía las uñas. La explicación de Ikary le aclaró varias


cosas que sospechaba.
—Significa que todas la pirámides y templos están conectados.
Imagino que funciona del mismo modo que un circuito o como las
neuronas del cerebro humano. Cada pirámide equivale a una
neurona; mientras más pirámides, la conducción de esencia es más
rápida. Cuando destruyen una, la esencia que recibe la tierra es
menor, y su distribución se vuelve más lenta. ¡Ya entiendo! —su
semblante se iluminó—. ¡Los templos sirven para que el hombre
tenga acceso a lo divino de la naturaleza! Por eso los demonios los
destruyen.

—Primo, ¿cómo llegaste a esa conclusión? —Sebastián estaba


emocionado.

—Pues ya sabes cuánto disfruto pensar en cosas inútiles mientras


procrastino.

—Ikary, deben prepararse para detener al Leviatán. Regresa con tu


camarada —le ordenó Dagon.

—¡Sí, sí, ya voy, ya voy! Siempre fuiste un aguafiestas. ¿Seguro que


no eres un elemental del hielo? —se despidió de Anastasia y
Sebastián con un beso en la mejilla. Pellizcó el cachete de Yamileth
y le plantó un beso en los labios a Gael—. Suerte queridos.

Tenían que descansar un poco pues les aguardaba una larga


jornada. El guerrero de ojos carmesí abrazó a Yamileth deseándole
buenas noches. Intentó conciliar el sueño, pero su cabeza era un
tormento, no dejaba de pensar en el caos que reinaba sobre la
tierra. Observó de cerca las llamas que aparecieron en su mano.
Cerró su puño rápidamente para extinguir el fuego. Dagon percibió
el incremento de esencia en Gael. El joven guerrero sabía que no
había explotado todo el potencial de sus poderes, que debía hallar
el modo de lograrlo para la batalla campal que les deparaba el futuro
inmediato. Caviló sobre ese punto durante largo rato, hasta que, sin
darse cuenta, cayó presa de un sueño tan profundo como un
acantilado irlandés.
Gael abrió los ojos de par en par y buscó a Yamileth. La buscó por
todos los rincones de la cabaña. No quiso alarmar a nadie, por lo
que salió sigilosamente con la espada en su puño. Los primeros
rayos de Sol despertaban el horizonte. Los instintos de Gael guiaron
sus pasos hacia el río. Antes de llegar a la orilla, escuchó unos
murmullos. Pegó su espalda a un tronco y apretó el mango de la
espada entre sus manos para sostenerla a la altura de su pecho.
Los murmullos habían cobrado mayor nitidez. Logró reconocer la
voz de su amada que entonaba una melodía dulce. Escuchó cómo
su cuerpo se sumergía en el agua. Asomó la cabeza tímidamente
detrás del árbol para encontrarse con una imagen sublime: Yamileth
emergió del río con los ojos cerrados para sacudir su largo cabello.
El agua caía por sus pechos desnudos para deslizarse a
cuentagotas en su vientre. La belleza de Yamileth desarmó al
guerrero. Sus manos perdieron fuerza y dejaron caer la espada
contra las piedras. El ruido alertó a la chica. Se acercó hacia Gael
quien permanecía boquiabierto. Yamileth cubrió su cuerpo con las
manos.

—Perdón—exclamó apenado—, no sabía que estabas desnuda.

—Y yo no sabía que me estabas espiando. ¿Cuánto tiempo llevas


ahí? —tomó su ropa.

—Acabo de llegar. Cuando vi que no estabas en la casa salí a


buscarte. ¿Por qué no me avisaste?

—No quise despertarte. Ya puedes dejar de ver al cielo.

Gael volvió a depositar su mirada en la chica de sus sueños. Ni el


espíritu maligno que vivía en el interior del joven guerrero tenía
semejante poder de posesión sobre él.
Al entrar en la cabaña, los jóvenes enamorados se encontraron a
Anastasia hincada frente al altar con los ojos cerrados. Sebastián
seguía desparramado sobre el sofá, surcando alguna latitud onírica.
No había señales de Dagon.

—¿Dónde está el elemental de la simpatía? —preguntó Gael.

—Fue a consultar algo con Ikary. No tarda —respondió Anastasia,


quien se incorporó al verlos entrar.

—Oigan, ¿y Dagon? —cuestionó Sebastián apenas abrió los ojos.

El elemental apareció en ese mismo instante como si lo hubiera


invocado. Se alegró de verlos juntos. Gael logró percibir cierta
preocupación en él.

—¿Todo bien?

—Falta poco para que despierten a las bestias. ¿Están listos?

Gael respondió con una sonrisa reluciente. Anastasia asintió con la


cabeza, mientras que Sebastián hizo lo propio alzando sus pulgares.

—Yam, ya encontraremos alguna tarea que se ajuste a tus


habilidades —la chica apreció el gesto de inclusión —. Dagon,
¿cuánta ventaja tienen los seres infernales?

—Los demonios que pueden pisar por ahora el plano terrenal son de
una jerarquía menor —intervino Anastasia—, pero cada minuto que
transcurre les permite fortalecerse.

—Comprendo —se mostró pensativo y serio—. Entonces aún falta


lo más divertido —sonrió nerviosamente—. Descuiden, camaradas:
juntos superaremos cualquier reto, por más desafiante que sea. —
Yam, necesito pedirte un favor —Gael la tomó de los hombros.

—Claro, soy toda oídos —respondió sin chistar.


—Cierra los ojos —dijo con tal determinación que la chica se sonrojó
al instante—. Es por tu bien —aseguró Gael.

Antes de que Yamileth lograra fruncir el ceño, Gael ya había creado


una liminalidad detrás de ella. La empujó dentro del portal y la chica
desapareció casi al instante.

—Bien, una preocupación menos.

—Primo, si llegas a salir vivo de esto, Yam se encargará de matarte.

—Ya sé —Gael hizo una mueca de arrepentimiento—, pero estoy


dispuesto a tomar ese riesgo.

— ¿A dónde la mandaste? —cuestionó Anastasia.

—A un lugar seguro.

—Ya es hora —intervino Dagon—. Anastasia, ya me comuniqué con


Godo. Te espera.

—De acuerdo —respondió con los ojos cerrados. Al abrirlos, éstos


se habían convertido en dos soles.

Los jóvenes guerreros se aventuraron dentro del vacío del portal.


Antes de cruzar, Dagon observó el sol, preguntándose cuánto
tiempo más tendrían al astro rey de su lado.

Yamileth apareció y cayó sentada en medio de dos militares. Miró a


su alrededor y vio decenas de computadoras. De entre los
monitores, destacaba una pantalla enorme, en la que el comandante
Martínez tenía inmersa la mirada.

—¿Se encuentra bien, señorita? Yamileth, ¿cierto?


—Sí.

—Ese portal de luz es un medio de teletransportación, ¿no es así?


¿Dónde está Gael?

El semblante de Yamileth expresó ira en el momento que escuchó el


nombre de su amigo.

—Está a punto de combatir.

—Y usted, ¿qué hace aquí?

—El muy idiota me engañó para mandarme con ustedes.

—Le aseguro que lo hizo por su propio bien.

—¡Es un verdadero imbécil! —cruzó los brazos con enojo—. Al


menos me lo hubiera dicho —miró alrededor buscando a su madre y
a la familia de Gael—. ¿Dónde está mi mamá?

—Los trasladamos a un lugar más seguro —se acercó a una mesa y


le ofreció asiento—. Cuéntenos, ¿cuál es el plan de Gael para
derrocar a esas bestias malignas?

—¡Señor, hemos detectado movimiento!

El comandante se dio la media vuelta y a paso veloz, caminó hasta


un rincón del cuartel en donde se desplegaba una pantalla gigante.
Yamileth lo siguió sin esperar invitación. El monitor arrojaba los
acontecimientos en una parte del continente.

—¿Quién está grabando? —preguntó Yamileth.

—Son imágenes satelitales —respondió uno de los operadores con


la nariz pegada a la pantalla.

—¿Dónde es eso? —Yamileth vio una violenta fumarola saliendo de


un enorme volcán.
Fijó la mirada y descubrió dos figuras humanoides en un sendero
cercano al cráter. Una figura angelical estaba acompañada por el
chico Enmascarado, quien trazaba unos extraños símbolos en la
tierra. Dos portales oscuros se abrieron detrás de ellos de donde
salieron demonios de todos tipos: subterráneos, terrestres y aéreos,
al igual que algunos sargentos ígneos. Unos segundos después,
aparecieron frente a ellos los jóvenes guerreros y el elemental de
fuego.

—Están en el Volcán de Fuego en Guatemala.

Sebastián alzó la mirada, enjambres de demonios surcaban el cielo


y cubrían el sol. Paimon y el Enmascarado les dirigieron una mirada
fría a los recién llegados. Los estaban esperando. El rey infernal se
encontraba en la cima de una piedra muy cerca del volcán. Algunos
rayos solares lograban filtrarse entre las siluetas amorfas de los
demonios voladores para iluminar la larga cabellera azulada del rey.
Sebastián apretó con fuerzas su espada. El Enmascarado percibió
el miedo que inundaba al chico.

—Parece que alguien está nervioso —insinuó en tono burlón con la


mirada puesta sobre Sebastián—. No te apures, aquí no hay maras.

—Miren nomás a quién tenemos aquí —intervino Gael con una


sonrisa sarcástica—. Nada más y nada menos que al lamebotas
más célebre de los planos existenciales.

Gael contó cinco demonios ígneos custodiando al chico y al rey


demoniaco. Nunca se había visto obligado a enfrentar cinco
legiones. El joven guerrero sabía que debía idear una estrategia que
se ajustara a estas circunstancias adversas.
—Pensábamos que no vendrían —dijo el Enmascarado—. No los
culpo, este escenario de tercer mundo no me entusiasma mucho.
Espero que vengan en calidad de turistas, porque se rumora que las
bestias en este lugar son bravas.

—El turismo no es lo mío —reviró Gael con una sonrisa —. Una


pregunta —se dirigió a Paimon—. ¿Por qué nos revelaron sus
planes? ¿Acaso no temen que los frustremos?

—Como dice el viejo adagio: “La verdad nos hará libres” —dijo
Paimon con una sonrisa burlona.

Gael sintió la penetrante y vacía mirada que reflejaban esos mares


violentos que vivían en los ojos del rey infernal.

—Entiendo —dijo, y abrió sus párpados para revelar un intenso brillo


carmesí—. Entonces no tenemos nada que perder si lo intentamos.

Gael inclinó la punta de su espada en dirección al rey demoniaco.


Sebastián suspiró y apretó con todas sus fuerzas el mango de Nova.
Dagon, por su parte, intensificó el fuego que rodeaba su cuerpo al
tiempo que las garras de sus pies y manos aumentaron de tamaño.
Estaban listos para pelear. El Enmascarado dio un paso adelante.
Paimon les dio la espalda.

El guerrero de ojos carmesí se encontraba absorto pensando en


cómo detener el ritual antes de que fuera demasiado tarde, cuando
sus sentidos fueron puestos a prueba. El Enmascarado lo enfrentó.
Gael tuvo que hacer gala de toda su velocidad para detener la
arremetida mientras que Dagon envolvió, con su cola, los tobillos del
Enmascarado para azotarlo contra el suelo. Gael, al ver que estaba
inerme, aprovechó para propinarle una poderosa patada en la
entrepierna. El Enmascarado soltó un grito ahogado. Gael se
agachó para acercarse a su oído.

—Aquí no hay reglas.

—¡Cállate, subnormal!
Decenas de demonios atacaron a Sebastián y Dagon. El chico cerró
los ojos y recordó las palabras pronunciadas por la hermosa voz:
“Tengo que dar mi mejor esfuerzo”, a la vez que partía por la mitad a
un demonio terrestre. Dagon utilizó cada extremidad de su cuerpo
para atacar: daba latigazos con su cola y atravesaba con sus garras
a cualquier demonio que se encontrara en su camino. Sebastián
esquivaba y golpeaba con su espada, y al ver que su arma cobraba
mayor brillo, lanzó una pequeña explosión solar para destruir de
golpe a una docena de demonios. Sonrió, se dio cuenta que ahora
era más rápido y que su espada se cargaba con mayor velocidad.
Dagon materializó dos esferas de esencia en sus garras y las
incrustó en un par de demonios ígneos: una luz carmesí salió de sus
bocas, sus cuerpos maltrechos estallaron en pedazos.

Gael seguía combatiendo al Enmascarado, sabía que además tenía


que lidiar con los tres demonios ígneos restantes. Esquivaba los
golpes y arremetía contra el que veía descuidado. Dio un brinco
hacia atrás para esquivar el golpe que había lanzado “Virgilio”,
cuando de pronto sintió un poderoso golpe en su espalda. Su
cuerpo se incrustó en la tierra, formando una grieta en el suelo.
Abrió los ojos y se quitó con gran rapidez, evitando así el pisotón
que estaba por propinarle un demonio ígneo. Gael rechinó los
dientes y contraatacó a sus cuatro adversarios con todo lo que
tenía. Golpeó con su puño el rostro de un sargento ígneo que
impactó el suelo con violencia. Brincó encima de él y le perforó el
pecho. Éste lanzó un grito desgarrador al tiempo que desaparecía
en una llamarada negra. Gael Sonrió, ya sólo quedaban dos. El
Enmascarado lo embistió, Gael se hizo a un lado, y le dio una
patada en la sien. Esto le dio tiempo para concentrarse en otro
demonio. Saltó y enterró su espada en el cráneo del demonio. El
ígneo se tambaleó y cayó al suelo para desaparecer al instante.
Gael comenzó a sentir nuevamente sed de sangre y venganza. Se
lanzó contra el último demonio ígneo, golpeando con ferocidad su
armadura. El demonio, intimidado, dio un paso tambaleante hacia
atrás, tratando de alejarse de los espadazos del chico, pero Gael no
le dio tregua. Sonrió y corrió hacia su adversario quien intentó
repeler el ataque con un hachazo, pero el chico se deslizó por
debajo de él, se incorporó y agitó su espada para partirle la cabeza.
Un chorro de sangre brotó del cuerpo inerte del monstruo antes de
que desapareciera.

—Por lo visto, te has fortalecido en estos días —el Enmascarado se


encontraba a sus espaldas aplaudiendo la hazaña. Gael se giró—.
Pero no es suficiente, sé que puedes dar más de ti.

Gael arrojó la espada encima del Enmascarado y corrió hacia él.


Éste lo atacó, pero antes de que el arma lo impactara, desapareció
por medio de una liminalidad para aparecer sobre su adversario.
Pero un campo de esencia los rodeó. Gael, sorprendido, abrió los
ojos de par en par, no esperaba lo que ocurrió. Al tocar el suelo,
“Virgilio” le propinó un portentoso puñetazo en la cara.

—Gael —el Enmascarado negó con la cabeza—, ¿acaso crees que


no sigo las noticias? Hiciste la misma maniobra contra Bebal. Te has
vuelto predecible.

—Tienes razón. Prometo ser más ingenioso de ahora en adelante —


pasó su mano por los labios, limpiándose la sangre que le escurría.

—¡Concéntrate en la pelea! —sugirió el Enmascarado antes de


arremeter su espada contra la humanidad de Gael.

Gael se preparó para embestirlo, pero se detuvo en seco al


escuchar los gritos de auxilio de su primo. Se giró para verlo
postrado sobre el suelo con decenas de demonios terrestres y
subterráneos rodeándolo. Gael cerró el puño y apretó los dientes,
sabía que, si no detenía a su adversario en el momento justo,
despertaría al dragón. Corrió a gran velocidad y empujó con su
cuerpo a un demonio terrestre que estaba a punto de atravesar a
Sebastián con su arma. Gael, de un solo tajo, partió por la mitad a
los demonios que lo acechaban. Se volvió hacia su primo y le
extendió la mano para ayudarlo a incorporarse.

—Perdón —expresó Gael al ver el brazo de su primo que sangraba


profusamente a causa de un zarpazo—, no puedo con tantos a la
vez.

Gael volteó a ver a Paimon. Los símbolos trazados en la tierra


comenzaron a brillar. Corrió en dirección del jerarca infernal. Unos
demonios voladores salieron a su encuentro, pero Sebastián se
interpuso en su camino y los derribó. Gael estaba a unos metros de
Paimon, pero el Enmascarado aterrizó en medio de los dos para
frustrar sus intenciones. Gael apretó la quijada, sabía que faltaba
menos de un minuto para que liberaran al dragón. El Enmascarado
arrojó una esfera de energía oscura contra Gael, quien la partió a la
mitad con el filo de su espada. El chico infernal levantó la mano
izquierda al nivel de su pecho e hizo un ademán como atrayendo
algo hacia él. Las esferas impactaron la espalda de Gael. Cayó al
suelo. Adolorido vio que los símbolos vibraban. Del gigantesco
cráter comenzó a brotar lava, el volcán estaba haciendo erupción.
De dentro, surgió una gigantesca garra cubierta de magma. Era
demasiado tarde. El dragón Chi’gag había despertado. Sus alas
forcejearon para salir, una vez fuera, se abrieron; su envergadura
era tal, que cubrieron el sol, dejando en penumbras a los que yacían
a nivel del suelo. Sus patas se posaron sobre la tierra, sacudiendo
todo. Su cola era incluso más larga que su cuerpo y estaba provista
de picos. Gael se estremeció, no imaginó que el tamaño del dragón
fuera tal. La bestia soltó un poderoso bramido y exhaló fuego,
cubriendo todo el horizonte.

—¿Acaso no es más bello que Dios? Imagina todo lo que podrá


destruir.

Paimon contempló al dragón sin inmutarse por su imponente figura.


La bestia miró al demonio, consciente de que le debía su libertad.
Acercó su hocico al rey infernal y lo olfateó. Paimon acarició su
nariz.

—Mi pobre criatura divina, has sido encarcelada por el simple hecho
de obedecer a tu propia naturaleza. ¡Qué injusticia! ¿Cómo se les
ocurrió castigar a una criatura tan hermosa? Te he liberado para que
cobres venganza contra quienes no pudieron apreciarte—. Y
desapareció de un momento a otro.
Gael, consternado por la destrucción que podría desatar el dragón,
trató de incorporarse, pero el Enmascarado se lo impidió.

—¡Vamos! ¿De verdad quieres seguir? —replicó “Virgilio”, fastidiado


—. Admiraba tu optimismo, pero ahora veo que lo tuyo es estupidez
glorificada. Observa a tu alrededor —Gael vio que Dagon y
Sebastián seguían combatiendo, superados en número—, ¿crees
que hay esperanza?

Gael se sintió aturdido, la situación se le estaba escapando de las


manos. Cerró los ojos, dándose por vencido, cuando escuchó una
melodiosa voz que resonaba en su cabeza: ¿Qué esperas para
levantarte, Gael? La voz le resultaba familiar, sabía de quién se
trataba. De pronto, lágrimas de dicha cayeron por sus mejillas.

—Ángel…

—¡Levántate! —lo interrumpió —, no te puedes dar por vencido


ahora; todos creen en ti, y si tú caes, el cielo y los mundos
elementales serán gobernados por los demonios. ¡Pelea!

—No tengo energía para seguir.

—De pequeño, solías decir que ibas a superar cualquier obstáculo,


¿recuerdas? Has demostrado que todo problema tiene una solución.
Sigue por el sendero de los virtuosos. ¿Acaso no quieres volver a
ver a tus padres, a tus hermanos y a tus amigos…a Yamileth?
¡Levántate!

Gael cerró los ojos y apretó los puños. Algunas gotas de sangre
cayeron sobre el suelo. El Enmascarado notó cómo se incorporaba
sin poder hacer nada para evitarlo. Gael reunió todas sus fuerzas
para levantarse mientras apartaba el brazo del Enmascarado de su
cabeza.

—La esperanza es una de las mayores virtudes de la humanidad —


Gael torció con fuerza el brazo de su enemigo, quien gritaba del
dolor—. Gracias a ella es que podemos sobreponernos a la
adversidad —el Enmascarado se hincó—. Y si se combina con la
determinación, nada nos resulta imposible.

Gael se hincó y le dio un fuerte golpe en el pecho. “Virgilio” se


estremeció de dolor. Gael le propinó un rodillazo tan poderoso que
creó una onda energética. “Virgilio” quedó inconsciente sobre la
tierra. El joven guerrero se hizo de su espada y corrió hacia donde
estaba Sebastián.

—No lo logramos—dijo Sebastián con la voz entrecortada debido al


esfuerzo—. El dragón…

—Aún nos queda el plan B —dijo Gael con un tono enardecido.

—¿Destruirlo?

Gael asintió a la vez que mutilaba las alas de un demonio aéreo. Se


armó de valor, “una cosa a la vez”, se dijo. Destruyó a los demonios
que estaban alrededor de la salamandrina, y aterrizó en el suelo,
para seguir combatiendo junto a su primo.

—¿Los otros pudieron detener la liberación de las bestias?

Dagon se concentró para comunicarse con los otros elementales.


Gael y Sebastián cubrieron a la salamandrina.

—Ninguno lo logró, las cuatro bestias fueron liberadas.

—En ese caso, necesitaremos las armas sagradas. Dagon y


Sebastián, vayan por Prometeo —ordenó Gael—. Yo me encargaré
de detener al dragón.

—De acuerdo, pero, ¿qué hacemos con todos estos demonios?

—Yo me encargo —aseguró Dagon—. Pero deben retirarse de aquí.

—¿Qué vas a hacer? —replicó Gael.

—Lo mismo que Nadga.


—¡No! —Gael se angustió—. Si haces eso… morirás. No permitiré
que te sacrifiques.

—No moriré —la salamandrina dijo para depositar su mirada en el


sol—. Crea una liminalidad y aléjense de aquí ahora mismo.

—Más vale que cumplas tu palabra. Es hora de partir, primo —Gael


sujetó la mano de Sebastián.

Dagon voló hacia el cenit del cielo. Su cuerpo entero se cubrió de un


aura carmesí. Gael contempló la belleza del elemental: brillaba con
tal intensidad, que parecía como si la tierra tuviera un segundo sol.
Gael volteó para observar al Enmascarado, quien seguía noqueado.
El elemental envolvió su cuerpo en una esfera de fuego para caer
en picada, seguido por un torbellino de fuego que arrasó con los
miles de demonios que aún se encontraban en el campo de batalla.
Una gran esfera de fuego cubrió la Antigua Ciudad de Santiago de
los Caballeros para exterminar a todas las legiones del infierno.
17
Catástrofe

A pesar de las catástrofes desatadas por los ejércitos infernales


alrededor del mundo, la Ciudad de México se veía igualmente
concurrida que todas las mañanas. El cielo estaba completamente
despejado. Los rayos solares rebotaban sobre las hileras de autos,
camiones y taxis que se movían a duras penas dentro de las arterias
de esta enorme ciudad; lo mismo que los peatones que cubrían y
recorrían las aceras como vendavales con pulso. De pronto, una
enorme sombra comenzó a formarse para opacar el paisaje citadino,
consiguiendo atraer la mirada de los ciudadanos que, en un
principio, permanecieron maravillados ante lo que creían era un
eclipse solar. Su fascinación no tardó en convertirse en horror
cuando el hocico puntiagudo del dragón emergió del portal. Algunos
salieron corriendo hacia cualquier dirección, mientras que otros se
quedaron paralizados con la mirada puesta sobre la bestia que
ahora batía sus alas gigantescas para tapar el sol por completo.

Paimon cruzó el portal y éste se cerró hasta desaparecer en un


punto del cielo. El demonio infernal observó con una sonrisa
satisfecha cómo la muchedumbre corría aterrada para dar inicio a su
caótica sinfonía.

—Es hora de que te diviertas, mi divino cachorro —dijo Paimon con


los brazos extendidos.

La monumental bestia sobrevolaba los edificios para arrojar la


sombra de su silueta sobre ellos. Varios espectaculares se
desplomaron para caer desde lo alto debido al poderoso viento que
generaba el vuelo de la bestia. Los automóviles se arrastraban
sobre el pavimento para chocar entre sí. La bestia exhaló nubes de
vapor por su nariz; el rojo de sus ojos brillaba con mayor intensidad
al enfocar a un puñado de policías que le disparaban desde abajo.
Las balas rebotaban como canicas sobre la gruesa piel escamosa
del monstruo. El dragón aterrizó en la catedral, derribando los
campanarios. La cruz se desplomó para hacerse añicos sobre el
atrio. La bestia exhaló una impresionante cantidad de fuego de sus
fosas nasales que arrasó con los policías, cuyos cuerpos se
calcinaron al instante.

Paimon oteaba el espectáculo flotando a metros de altura. La ironía


le resultaba exquisita: la bestia que los elementales de fuego habían
creado para la protección de los humanos, estaba destruyendo una
de las ciudades más pobladas de la humanidad.

Gael salió junto con Sebastián de una liminalidad para reaparecer


de nuevo cerca del Volcán de Fuego. El Enmascarado se
encontraba cubierto de cenizas y aún seguía inconsciente.
Sebastián miró a Gael con recelo.

—¿Por qué lo salvaste?

—Es que…

—¿Es que qué? ¿Acaso le tienes cariño? ¿Has oído hablar del
síndrome de Estocolmo?

—Tengo el presentimiento de que no es del todo malo —observó


alrededor buscando a su compañero elemental. Al ver a lo lejos a
Dagon, tumbado en el suelo, corrió en su dirección y lo tomó entre
sus brazos.

—¡Demonios! Dagon, te dije que no hicieras eso.


—Tranquilo, primo —colocó su mano sobre el hombro de Gael—,
estará bien.

—No estoy tan convencido —recordó el sacrificio de Nadga—. Temo


que...

—¿Temes que muera? —intervino la salamandrina—. Nunca pensé


que me echarías de menos.

—No te alegres más de la cuenta —sonrió, reconfortado al ver que


seguía vivo—. Sucede que me costó mucho trabajo invocarte.
Imagínate lo difícil que sería encontrar otro compañero elemental.

El elemental se alejó de los brazos de Gael levitando.

—Bien, es hora de pasar al plan B —sonrió el guerrero de ojos


carmesí.

—Primo, parece que alguien quiere irse sin dar las gracias —
Sebastián señaló a sus espaldas.

Gael frunció el ceño, pero no le dio mucha importancia, tenían


problemas más serios que atender.

—El plan sigue igual —explicó Gael—. Yo me encargaré de Chi’gag


y ustedes vayan por Prometeo.

Gael se concentró para rastrear la esencia del monstruo. —Vayan


por Prometeo —cruzó el portal.

Dagon y Sebastián permanecieron por unos segundos mirándose


entre sí.

—¿Dónde se encuentra Prometeo? —preguntó el chico.

—Algo lejos de aquí —materializó un portal—. Vamos, no podemos


perder más tiempo.

Sebastián asintió y cruzó el portal junto a la salamandrina.


Gael apareció en medio del Zócalo de la Ciudad de México.
Observó su entorno. No había una sola alma caminando. De pronto,
escuchó un gran estallido. Observó que el Palacio Nacional estaba
envuelto en llamas.

Unos aviones surcaron el cielo a gran velocidad en dirección al


origen del estruendo.

—¡Nunca aprenderán! —resopló y creó rápidamente una liminalidad.

Los aviones de guerra lanzaron todo su arsenal contra el dragón,


pero los misiles no lograban penetrar las escamas de la bestia. El
dragón estrelló su cola contra las aeronaves para hacerlas estallar
en pleno vuelo. Los restos de metal ardiente impactaron todos los
edificios que rodean el Zócalo. La bestia batió sus alas para crear
remolinos en las columnas de humo que subían y teñían el cielo de
negro. Gael siguió al dragón hasta una de las terrazas para
plantarse frente a él. Éste percibió la presencia del joven guerrero y
lo miró directamente a los ojos para ofrecerle una mirada iracunda.
Soltó humo ardiente de sus fosas nasales y, sin previo aviso, aplastó
a Gael con una de sus gigantescas patas que destruyó el techo del
edificio soltando piedras que caían sobre la poca gente que aún
quedaba en la calle. El dragón acercó el puño a sus ojos a la vez
que una sonrisa siniestra se dibujaba en su hocico. Su semblante se
descompuso al momento que abrió sus garras para notar que no
había rastro de Gael.

El guerrero de ojos carmesí apareció detrás de la bestia para dar un


salto y aterrizar entre los cuernos que salían de la cabeza del
monstruo.

—Si de verdad quieres hacerme daño, más vale que seas más
rápido —dijo sin saber si sus palabras surtían efecto en la bestia.
Sebastián y Dagon aparecieron en la zona arqueológica de
Malinalco. El chico reconoció el lugar al instante. Aunque el cielo
estaba despejado y los rayos del sol caían con benevolencia, sintió
frío.

—¿Crees que esté aquí?

—Sí —Dagon analizó su alrededor. Tenía un mal presentimiento—.


Aquí se encuentra la puerta que nos conducirá a él. Este centro es
la puerta hacia Astamante.

—¿Qué sucede? —notó la preocupación del elemental.

—Alguien se acerca… —miró hacia los cielos. Un ser alado aterrizó


en la cima del templo.

—Veo que se adelantaron —enunció Araxiel, sonriendo, mostrando


sus fantásticos dientes de esmeralda.

Gael vio cómo el dragón ganaba una gran altura y miraba en


dirección a uno de los tanques de guerra, lanzó de su hocico una
pequeña voluta de fuego, que de un segundo a otro se transformó
en una gigantesca esfera de fuego negro. Gael, rápidamente, creó
una liminalidad y apareció sobre el tanque que estaba a punto de
recibir el ataque. Suspiró y tomó la espada con sus dos manos, la
apretó con todas sus fuerzas y se colocó a la orilla del tanque,
esperando el impacto.

“Espero que esto funcione…”, pensó.


Cerró los ojos, suspiró y al abrirlos, impulsó la espada con sus dos
manos usando todas sus fuerzas para detener la gran esfera de
fuego. Los tripulantes veían totalmente asombrados lo que estaba
logrando el chico, ¡estaba reteniendo la inmensa esfera de fuego,
sólo con una espada!

El chico se tambaleaba, sentía el calor abrasador de las llamas, en


su cara se reflejaba la oscuridad que emanaba el ataque del dragón.
Temblaba, la esfera de esencia llameante empezaba a vencerlo.
Exhausto, movió la cabeza hacia un lado y apretó los dientes.
Chi’gag permanecía en el aire, observando lo que ocurría.

—¿Esto es todo lo que tienes? —gritó con todas sus energías y


usando todo su poder, mandó en otra trayectoria la gran esfera
oscura.

Esperó a que el dragón se acercara, apretó nuevamente la espada y


cuando el dragón estaba lo suficientemente cerca, la impulsó hacia
delante, liberando una impresionante cantidad de esencia. El ataque
dio directamente contra el pecho del dragón, que salió despedido a
gran distancia, rodeado de fuego. Gael aprovechó esos breves
minutos para pedir a los militares que se alejaran.

—Sus armas no tienen ningún efecto en estos demonios, ayuden a


los que realmente lo necesitan.

Sebastián se asustó al ver al demonio jerarca. Estaba consciente


del poder de Araxiel. Si Gael no pudo enfrentarlo, él tenía pocas
posibilidades de lograrlo. Araxiel sonrió, dio un salto y cayó frente al
chico, quien dio unos pasos hacia atrás. Dagon permaneció firme.

—Díganme algo —sus emplumadas alas grises se movieron al


compás de sus palabras. Metió las manos en los bolsillos del
pantalón y se inclinó ligeramente hacia adelante—, ¿dónde quedó el
Golden Boy?

—Eso no importa —expresó Dagon con severidad.

—Tienes razón, lagarto —el demonio de cabellera rizada ladeó la


cabeza—. Lo importante es contactar a Prometeo, ¿no es así?

—Lo sabes todo, ¿no? —expresó Sebastián.

—La información es poder, cucaracha.

Dagon incendió su espalda. El fuego que yacía sobre él era débil y


escaso. Aún no se recuperaba de su último ataque. Sebastián
apretó su espada. Estaban listos por si el jerarca decidía atacar.

—Pero no hay por qué ponerse tan tensos —continuó Araxiel al


tiempo que cruzaba los brazos—, si sólo vine a saludarlos.

Sebastián reprimió el miedo que sentía, y con un veloz movimiento,


lanzó un espadazo. Araxiel sonrió, invocó su guadaña y retuvo el
golpe con suma facilidad, usando sólo una mano.

—Vamos, no me subestimes, por favor. Me gusta el ejercicio de alto


impacto —sin inmutarse, detuvo todos los ataques moviendo
únicamente la muñeca—. Más rápido, que me aburro —bufó.

Dagon aprovechó el entusiasmo de Sebastián para recargarse. Se


alejó unos cuantos metros, alzó su rostro y cerró los ojos, recibiendo
los fotones y neutrinos del sol. Araxiel, con un movimiento sutil de su
muñeca, desarmó al chico, y dándole una palmada en el pecho,
lanzó a Sebastián por los aires. Se estampó en la tierra, soltó un
grito ahogado ya que en su brazo derecho se enterró una piedra
afilada. Se cubrió con la mano. Dagon, llegó volando hasta el chico.
La poca esencia que absorbió fue suficiente para cubrir su cuerpo
de fuego, pero aún se sentía débil. Miró a Araxiel, estudiando al
demonio.
—¿Cuál es su estrategia, matarme de aburrimiento o esperar a que
llegue Gael?

Dagon abrió sus membranas para hacer surgir de su espalda dos


impresionantes alas de fuego, al mismo tiempo que su cola se
expandía, convirtiéndose en un látigo llameante. La salamandrina
voló a gran velocidad, en dirección a Araxiel, dejando una línea de
fuego a su paso. El demonio abrió las manos exponiendo su cuerpo
al ataque del elemental.

—Ésa es la actitud —sonrió.

—¿Éste es tu plan maestro? ¿Dejar que las bestias elementales


destruyan las ciudades y aterroricen a la humanidad? —dijo Gael.

Paimon encogió los hombros. De su cuerpo emanaba una deliciosa


fragancia. Gael la percibió.

—Pensé que eran más serios. Se desviaron de su objetivo principal.

—Todo marcha viento en popa —expresó Paimon—. Nos hacía falta


un poco de diversión: no sólo de sufrimiento vive el demonio. No
sabes lo bien que se la están pasando el resto de las bestias
elementales.

—¡Mentira! —Gael frunció el ceño.

El dragón reapareció. Gael observó a la imponente criatura. Apretó


los dientes.

—Será mejor que vayas a detenerlo —Paimon señaló que la bestia


estaba lista para atacar—. ¡Suerte!
Apareció en la espalda del dragón. Tomó a Nova con fuerza y trató
de penetrar el cuerpo del dragón, pero sólo salieron chispas al
impactar en sus escamas. El dragón, al sentir el golpe, giró la
cabeza sobre sus alas y vio al chico. Gruñó. Aumentó su velocidad,
y subió hasta perderse entre las nubes. Gael se tomó con fuerzas
de una de sus escamas. Le costó trabajo respirar, se encontraban a
una gran altura. El frío era brutal. En unos cuantos segundos
llegaron hasta la estratosfera. Los ojos de Gael se comenzaron a
cerrar, la falta de oxígeno nubló su vista. Se sintió mareado y débil.
No soportó más, y se dejó caer. El dragón, al ver que su tripulante
caía en picada, se lanzó hacia él, con el hocico abierto, mostrando
sus afilados colmillos. El viento helado golpeó el rostro de Gael;
aunque se encontraba casi inconsciente, no soltó la espada.
Entreabrió los ojos y vio al dragón con las fauces abiertas, a punto
de alcanzarlo. Agitó la cabeza, despertó, y con gran velocidad creó
una liminalidad, justo a tiempo, antes de que la bestia se lo tragara.
Gael se protegió con la espada. Cayó al vacío. La bestia elemental
cargó una bola de fuego. Gael sonrió, esperaba que hiciera eso.
Mientras descendía, acomodó su cuerpo para recibir el impacto.
Apretó con poderío el mango de la espada. Parecía que portaba al
sol en sus manos. El aura de Gael creció a tal grado que impresionó
a Paimon. Pensativo, entrecerró lo ojos; “su poder está aumentando
más rápido de lo que imaginé”.

El dragón gruñó al verlo ileso. Lleno de ira, lanzó una esfera de


fuego. Gael, con un ligero movimiento, descargó una descomunal
llamarada solar. El poder desintegró la esfera de fuego e impactó a
la bestia elemental. Los cielos se matizaron de un color rojizo, por la
explosión creada por el choque del fuego divino contra las escamas
que cubrían al monstruo. Éste descendió envuelto en humo negro,
inerte, con sus extremidades vibrando por el viento que golpeaba su
cuerpo al caer. Gael vio que sus ojos dejaron de emitir brillo.
Cuando estuvo frente a Chi’gag lo tenía claro, debía atravesar su
pecho, incrustó la espada. Al hacerlo, la bestia soltó un alarido
agudo con la escasa vida que le quedaba. Paimon, inexpresivo,
aplaudió con elegancia.
—Bien hecho, Gael. Debo admitir que eso fue sorprendente; usaste
tus habilidades de una forma muy peculiar. Naciste para ser
guerrero.

—Al parecer la muerte de tu mascota no te afectó en lo más mínimo.

—Es una de tantas —Paimon se encogió de hombros—, aún


quedan otras tres que en este momento se están divirtiendo a lo
grande —se incorporó dándole la espalda al chico. Creo que iré a
ver qué tal se la están pasando.

—Ahora mismo iré a acabar con tus perros falderos.

—No te lo recomiendo —Paimon se volteó para observar con


asombro los iracundos ojos del chico—. Araxiel te tiene preparada
una sorpresa.

—¿A qué te refieres, maldito?

—¿Por qué no vas y lo averiguas por ti mismo? —los ojos del


demonio relucieron debajo de sus pestañas alargadas.

Gael, preocupado, buscó rápidamente la esencia de su camarada;


al encontrarla, se asustó. Percibió el desgaste de energía de Dagon;
apretó con ferocidad el puño izquierdo. Creó una liminalidad para ir
a apoyar a sus amigos, consciente del terrorífico poder de Araxiel.
Desapareció.

El demonio rey bostezó, se volvió para contemplar el horizonte. Se


deleitó con la agonía de los humanos, se tocó el cuerpo envuelto en
placer y felicidad. Pensó en los pobres humanos que buscaban
entre los escombros a los suyos.
Dagon, hecho una llamarada, embistió a Araxiel. Impactó el pecho
del demonio, desatando una ventisca sulfurosa que rostizó el pasto
a su alrededor. El cuerpo de Araxiel se tambaleó, pero logró resistir
la furia del elemental. Sonrió, sus dientes de esmeralda relucieron.

—¡Qué patético eres! —estrelló el cuerpo del elemental contra la


tierra, y mantuvo su mano oprimiéndolo contra el suelo—. ¿Te haces
llamar un guardián de la esencia del fuego? —Sebastián, con
incredulidad, vio a la salamandrina derrotada por el demonio de alas
grises.

—Y tú, ¿ya te recuperaste? Vamos, ven. Espero que seas un


adversario más digno que esa lagartija. Te veo indeciso —Araxiel
caminó con lentitud, amenazando con cada paso al temeroso chico
—. Voy a tener que despejarte las dudas.

Sebastián se estremeció, sacudió la cabeza y alejó el pesimismo, el


miedo a la muerte, a la derrota, al dolor y al sufrimiento. Todas esas
ideas que azotaban su mente le impedían explotar su potencial.
Envuelto en euforia, corrió en dirección a su adversario.

—Me encanta cuando el miedo los hace perder la razón.

—No te tengo miedo —Sebastián embistió con todo su poder al


demonio—. ¡No volveré a temerle a ninguno de ustedes! —espetó
con furia.

Araxiel apenas tuvo tiempo de retener la acometida que iba directo a


su cara. Sin comprender cómo, Sebastián lo había hecho
trastabillar; se enfureció. Apretó con tal intensidad la mandíbula que
quebró la esmeralda reluciente de su dentadura. Sintió tal odio que
comenzó a lanzar guadañazos a diestra y siniestra, gobernado por
la locura y la furia. Sebastián peleaba a la par del demonio jerarca,
detenía todos los ataques con destreza. Araxiel se alejó, la
desesperación por mostrar su superioridad lo estaba consumiendo.
Respiró hondo, y recuperó el control. Miró al chico, sonrió, dejando
ver sus dientes astillados.
—Me tienes impresionado, enano —terció Araxiel, apoyándose en
su guadaña—. ¿Quién lo diría? De la noche a la mañana te
convertiste en un rival medianamente poderoso. Eso hará que
disfrute más matarte.

Arremetió contra el chico. El poder del demonio había aumentado,


Sebastián dio pasos hacia atrás reteniendo los golpes. Esquivaba y
lanzaba un espadazo cada que veía la oportunidad.

—¿Ya estás asimilando tu inferioridad? —dio un golpe tal que hizo


sucumbir al chico. La espada de Adonay salió volando por los aires.
Sebastián cayó de espaldas, adolorido y cansado, apoyó sus manos
sobre la tierra—. Un humano no puede hacer nada contra un
demonio de mi jerarquía, necesitarías un milagro. Espero que sepas
rezar.

Araxiel volteó. Gael se había hecho presente, dio la mano a su


primo para ayudarlo a levantarse.

—Te habías tardado —le recriminó Sebastián.

—Perdón. ¿Dónde está Dagon?

La salamandrina apenas se estaba incorporando de la patada del


demonio, al ver a Gael, se acercó volando hasta él.

—Dagon, creí que tú eras capaz de hacerle frente a Araxiel —lo


examinó, buscando si tenía alguna herida.

—Utilicé demasiada esencia para acabar con esas legiones, y aún


no me he recuperado del todo.

Gael y Sebastián intercambiaron sus espadas.

—¿Derrotaste al dragón? —cuestionó Sebastián.

—Sí —respondió con frialdad —. Fue muy complicado, pero logré


vencerlo gracias a Nova.
Con cierta incredulidad, Dagon observó a su camarada. “Gael,
¿quién eres realmente?” Una chispa de luz comenzó a nacer del
pecho del elemental, una chispa de esperanza que lo reconfortó y
que hizo que recuperara la energía.

—Idiotas, ¿cuándo entenderán que no son más que un estorbo


temporal?

El portal hacia Prometeo estaba tan cerca y tan lejos a la vez. Sabía
que Araxiel no les iba a permitir llegar hasta el djinn ancestral.
Frunció el cejo.

—Dime, Araxiel, ¿qué sorpresa tienes para mí? —metió las manos
en los bolsillos de la sudadera—. Paimon me contó que me
compraste algo.

—Dagon —Araxiel ignoró la pregunta, y fijó sus ojos amarillos en la


salamandrina. El elemental lo miró; extrañado por escuchar su
nombre de los ignominiosos labios de un demonio—. Veo que le
tienes mucha confianza a tu camarada. Pero, ¿acaso conoces la
verdadera identidad de tu apreciado humano?

—¿De qué habla, Gael?

—Ya veo —el demonio alado movió la cabeza de un lado a otro—.


Con que no le tuviste la confianza suficiente para decirle la verdad
—hizo unas muecas con sus labios—. Eso no está bien, así se
empieza a perder el lazo entre elemental y humano.

—¿Quién eres realmente, Gael?

Gael no iba a dejar que Araxiel se saliera con la suya.

—Dagon —levantó la mirada, y se le quedó viendo con desdén al


demonio—. Parece que en mi vida pasada practiqué las artes
oscuras, por eso mi amor por las artes mágicas siempre ha sido
parte de mí. Hice un pacto con los demonios, les prometí que en mi
siguiente vida me uniría a ellos para derrocar a Dios… en mí yace la
esencia de Aleister Crowley, “La Bestia”.

—Dagon —Araxiel miró sombríamente a la salamandrina—, ¿acaso


podrás seguir confiando en Gael sabiendo que posee un alma
oscura? Tarde o temprano obedecerá a su verdadera naturaleza.

Gael, observó de reojo a la salamandrina, trató de entrar en su


mente para saber sus pensamientos. Se sintió sumamente
preocupado al no poder indagar sus pensamientos. Dagon
permanecía con la mirada perdida, las llamas de su espalda estaban
inertes. “¿Cómo seguir al lado de quien iba a provocar el fin de
Dios?” En ese momento, como si alguien se las hubiera mandado,
desfilaron todas las hazañas heroicas que había logrado junto a
Gael. Los demonios que habían derrotado, las vidas humanas que
habían salvado, las ciudades que habían protegido. Dagon no
aceptó la idea, no se permitió siquiera imaginar a Gael aliado con
los demonios.

—Lo voy a preguntar de otra forma —recitó Araxiel—, ¿estarías


dispuesto a matar a tu compañero antes de que asuma su
verdadero yo?

Gael sintió un golpe en el corazón ante la cruda realidad.

Sus ojos se tornaron cafés. Sebastián se preocupó, conocía a su


primo, estaba seguro de lo que planeaba hacer. Gael se giró,
suspiró y dejó su cuerpo vulnerable ante el elemental, ofreciendo su
vida a Dagon, para que eliminara el problema que quizá sería en el
futuro cercano.

—¡No! —Sebastián dio un paso para impedirlo, pero Araxiel,


apareció a sus espaldas y lo retuvo—. Dagon, ¡no te atrevas!

El elemental, ignorando las exclamaciones del chico, levantó una de


sus garras, la envolvió en llamas. Gael aceptó su destino. Araxiel
sonrió extasiado. Dagon cargó una esfera de esencia carmesí, se
impulsó y la estrelló en el rostro del demonio. Éste salió volando con
la cara envuelta en llamas, soltando alaridos de dolor.

—Te has ganado mi confianza. Aunque tuvieras el alma del


mismísimo Luzbel, sé que darías tu vida por impedir esto; me lo has
demostrado en cada acto, incluso en éste. Si de verdad posees la
esencia de La Bestia, sé que la utilizarás con el único fin de impedir
el juicio final.

—¡Hijos de puta! —Araxiel se incorporó con el rostro chamuscado.


La carne quemada fue sustituida rápidamente por piel nueva—.
¿Cuándo dejarán de ser una maldita molestia?

Empuñó su guadaña y de un veloz movimiento agredió a Gael. Éste


retuvo el ataque del demonio con suma facilidad. Riñeron, Dagon
aprovechó ese momento para darle un latigazo de fuego y
Sebastián le dio una patada en el rostro. Araxiel bajó la guardia y
Gael, de un poderoso puñetazo, lo detuvo en seco.

—Dagon, Sebastián, yo me encargo de Araxiel; ustedes vayan por


Prometeo —les ordenó sin dejar de mirar a su adversario.

Sebastián y Dagon asintieron. Araxiel, consumido por la ira, atacó a


Gael. Éste, con la ayuda de sus ojos carmesí, vio en cámara lenta
los guadañazos de su adversario, los eludió con elegancia y suma
facilidad; se sentía más ágil y fuerte, como si su esencia hubiera
aumentado. Araxiel retrocedió. Sebastián y Dagon llegaron a la cima
del templo.

—¿Y ahora qué? —lo cuestionó.

—Debemos pronunciar la oración simultáneamente, así podremos


abrir el portal.

—¡Perfecto! ¿Cuál oración?

—Había olvidado eso —envuelto en una llamarada, apareció el Ars


Paulina en sus garras—. Toma —le dio el libro abierto en la página
de la oración a las salamandrinas.

Sebastián y Dagon empezaron a cantar la oración al mismo son. Se


miraron entre sí.

Gael salió volando por un poderoso impacto de la guadaña. El chico


gritó a sus compañeros.

—¿Cómo van?

—¡Estamos en eso, primo!

—¡No se presionen! —se encontraba agitado, pero eso no hizo que


perdiera su habilidad para el sarcasmo. Araxiel corrió hacia él—.
¡Tómense su tiempo! —suspiró y levantó su espada.

—¡Lo logramos, primo!

—Parece que ya se te pasó lo furioso —Gael arqueó una ceja.

—¿De verdad pensaste que no me había dado cuenta de lo que


estaban haciendo tus compañeros?

Gael abrió los ojos, dándose cuenta de que el plan había sido que
abrieran el portal, ya que sólo un humano junto con un elemental lo
podrían lograr. Se sintió un completo idiota.

—¡Maldita sea! ¿Cómo no pensé en eso? —volteó rápidamente a


ver a sus amigos y exclamó—. ¡Primo!

—¡Han caído en mi trampa! Las armas sagradas de los elementales


serán nuestras —e hizo aparecer una legión de demonios.

Gael analizó la situación. Aun reconociendo su desventaja, continuó


embistiendo al ángel caído.

—¡Sebastián, Dagon! —vociferó—. ¡Me encargaré de Araxiel!


Ustedes protejan la entrada, no debemos dejar que ningún ser
infernal pase hacia Astamante, ¿entendido?
—¡Descuida primo, no dejaremos que ninguno pase!

Sebastián y Dagon cubrieron la entrada hacia Astamante. La


salamandrina desvaneció el libro entre sus garras, el fuego de su
espalda se intensificó, dos largas alas de fuego se abrieron. Lanzó
un poco de fuego de su boca.

—Sebastián —Dagon no quitaba la vista de los demonios—,


concéntrate en la pelea, ahora nosotros dos pelearemos como uno.

—Entendido —asintió con la cabeza, emocionado por pelear junto a


un ser tan poderoso.

—Veo que aún tienen esperanza en salir victoriosos —Araxiel miró


presuntuosamente a Gael—, vaya que son una especie ingenua y
obstinada.

Gael se mantuvo sereno. Levantó su espada apuntando al demonio.


Sus ojos brillaron con más vigor.

—Araxiel, yo no tengo la esperanza de derrotarte —observó con


determinación a su adversario—, sino una certeza absoluta.

Gael atacó a su contrincante con ferocidad. Espada y guadaña


chocaron con poderío, ambas armas soltaron un gran campo de
esencia y destellos. Dagon y Sebastián peleaban contra decenas de
demonios que querían pasar por el portal, el chico acababa con
diablos a una velocidad impresionante, y en cuanto Nova estaba
cargada, expulsaba la energía contenida acabando con sus
adversarios. Dagon arrojaba esferas de esencia, exterminando a los
demonios que lo rodeaban, peleaba ferozmente, usando todas las
extremidades de su cuerpo para acabar con ellos. Los demonios
terrestres y subterráneos subían por los escalones, y los aéreos
atacaban cayendo en picada. Un demonio ígneo fue corriendo a
toda velocidad hacia su encuentro. Dagon, al verlo, envolvió su
cuerpo en fuego, se mantuvo frente a Sebastián y detuvo la carrera
del ser infernal, lo agarró por los cuernos y lo lanzó al aire.
Sebastián soltó una llamarada de su espada. El demonio ígneo fue
arrasado por el fuego.

Gael comenzó a sentirse desgastado, apenas podía detener los


impactos del maligno. Volteó a un lado y vio cómo unos demonios
aéreos se acercaban a gran velocidad.

—Nada más faltaba esto.

Araxiel lo embistió y Gael, hincado, detuvo el ataque del demonio


alado. Rápidamente dio una patada tumbando al jerarca infernal, de
ahí dio un salto hacia atrás para alejarse y pensar en una estrategia.
Sebastián y Dagon seguían peleando arduamente contra los
demonios que no dejaban de salir por los portales. Se sentían
agotados por el constante uso de esencia.

—Son demasiados —Sebastián lanzó una explosión solar,


acabando con varios demonios subterráneos.

—Sebastián, tú y yo somos los guardianes, los encargados de


proteger este mundo; si nosotros no lo logramos, nadie más lo hará.

Gracias a esas palabras, y a los cientos de cómics que había leído


de los que deseaba ser el héroe, una energía descomunal comenzó
a circular por todo su cuerpo. “Somos la única esperanza”, se dijo a
sí mismo. Desató todo su poder, y con una velocidad que superaba
incluso a la de Gael, combatió contra los demonios que los
acechaban. Dagon, se sorprendió por el aumento de esencia,
sabiendo que venía de Sebastián y no de la espada.

—¿Qué sucede, Gael? Te noto angustiado.

—Estoy aburrido, no te confundas —sonrió.

—Entonces no me estoy esforzando lo suficiente —Araxiel aceleró


el paso para acabar de una vez por todas con el chico.
18
Sacrificio necesario

Araxiel se detuvo a unos cuantos metros de Gael. Sintió una mano


sobre su hombro que lo obligó a girar la cabeza para toparse con los
nudillos de Anastasia. El puño del alma víctima golpeó la mejilla del
demonio. El cabello de Araxiel se sacudió, expulsó un hilo de sangre
por la boca, mismo que permaneció suspendido en el aire durante
un tiempo indefinido. Antes de que el jerarca infernal lograra
recuperarse, sintió cómo la suela del zapato de la guerrera se
hundía en su pecho. El alma víctima desenfundó su katana y lanzó
una onda energética para sacudir el cuerpo maltrecho del demonio.
Araxiel salió expulsado con violencia. Gael, casi derrotado, se
encontró con la mano extendida del alma víctima, quien lo ayudó a
ponerse de pie.

—Pero, ¿cómo llegaste hasta aquí? —preguntó atónito.

—Luego te cuento. Ahora tenemos que encontrar a Prometeo.

Gael asintió, y sin importar el dolor que habitaba su cuerpo, se


incorporó para apoyar a sus amigos. Araxiel aterrizó frente a él,
impidiéndole el paso. Gael se frenó enterrando los pies en la tierra.
El demonio lanzó un golpe, pero antes de que tocara a Gael,
Anastasia se interpuso entre los dos, detuvo la agresión y lo lanzó
por los aires. Le hizo una señal para que siguiera corriendo, a la par,
brincó para alcanzar al demonio en el aire con el fin de propinarle un
puñetazo en el rostro que lo tiró contra el suelo con la misma
violencia que la de un meteorito, formando un cráter alrededor de su
contorno.
Gael corrió a toda velocidad. Dos demonios ígneos salieron a su
encuentro. Se deslizó pegando la espalda al suelo para esquivar un
hachazo y se incorporó inmediatamente para hundir su espada en el
cráneo de uno de los sargentos infernales, mientras que el otro le
lanzó un golpe. Gael brincó, lo eludió, y creó una liminalidad en el
aire para cruzarla y aparecer a sus espaldas. El filo de la espada de
Adonay se asomó por el estómago del demonio que escupió un río
de sangre antes de caer al lado de su semejante. Ambos
desaparecieron envueltos en un fulgor oscuro. El guerrero de ojos
carmesí siguió corriendo. Mató a todo ser que se le atravesaba en el
camino. Su objetivo era claro y nada ni nadie se lo iba a impedir.

Anastasia sostenía una feroz batalla contra Araxiel. El demonio


expulsó toda su esencia para derrotar lo antes posible al alma
víctima, pero ésta combatía a su mismo nivel, utilizando tan sólo la
quinta parte del poder de su huésped infernal.

—Me parece una lástima que te hayas negado a unirte a nosotros,


habrías sido una diosa ante tus semejantes.

—Prefiero la muerte antes que unirme a tu especie.

Sebastián y Dagon habían logrado repeler a los demonios de la


entrada. El guerrero llegó para unirse a sus compañeros.

—¡Vamos! ¡Unamos fuerzas! —animó Gael, quedando en medio de


los dos. Entre los tres formaron un tridente de ataque.

El enjambre de demonios acechaba la entrada hacia Astamante,


pero la unión entre el elemental de fuego, Sebastián y Gael, era lo
suficientemente sólida como para frustrar las intenciones de los
seres infernales. El ejército estaba resintiendo sus bajas, lo cual
suponía el momento perfecto para entrar por Prometeo. Sebastián,
consciente de ello, se paró frente a la entrada y le gritó a Gael y a
Dagon para que entraran a Astamante.

—Yo me encargaré. ¡Rápido, vayan!


Gael asintió. Araxiel, al ver que Gael y Dagon se dirigían a
Astamante, expulsó toda su esencia. Su cuerpo se cubrió de un
aura dorada. Con un poderoso golpe de su guadaña, hizo flaquear a
Anastasia, y con otro movimiento, le atravesó la pierna derecha. La
chica soltó un alarido. Araxiel le pegó un rodillazo en el rostro,
dejándola fuera de combate. El ángel caído se elevó para otear a
Gael, quien le daba la espalda camino al portal. En sus manos
materializó una lanza de oro con el filo de diamante. Enfocó su
objetivo y la lanzó. Sebastián vio que la lanza estaba a punto de
atravesar a su primo: corrió a toda velocidad y, sin pensarlo, lo hizo
a un lado. Gael observó horrorizado cómo la lanza atravesaba el
abdomen de Sebastián y se enterraba en el suelo.

Sebastián escupió sangre mientras apoyaba sus manos sobre la


lanza que lo perforaba.

—¡Primo! —dijo Sebastián con una expresión de paz en su


semblante.

Gael sucumbió ante la desdicha de la desgracia, ante la fragilidad


de la existencia humana, ante la muerte. Movió la cabeza con
lentitud, el estruendo de los demonios apenas le era audible.
Contempló a su primo, quien sonreía, a pesar de que la vida
abandonaba su cuerpo.

Sebastián cerró lentamente los ojos sin dejar de mostrar un


semblante de paz, se desvaneció sobre el portal con la espada
Nova en su mano. Gael vio cómo el cuerpo de su primo
desaparecía, cubierto por un misterioso resplandor. El portal hacia
Astamante se desvaneció, tragándose a Sebastián. Gael dejó de
respirar por un momento, sus ojos se volvieron dos lagos cristalinos
color carmesí.

—¡¡¡Sebastián!!!—vociferó con la voz desgarrada, opacando los


gruñidos de los miles de demonios que aún quedaban en el campo
de batalla.
Dagon, sin dar crédito de lo sucedido, protegió a su camarada de los
diablos que insistían en atacar al chico. Gael golpeó varias veces las
piedras sobre las que estaba hincado, destruyendo gran parte de la
pirámide. Volteó a ver a Araxiel, se incorporó apretando fuertemente
sus puños, caminó lentamente hacia él. La ira y la tristeza lo
consumieron, la razón y sus ideales desaparecieron. Ahora era un
león que ansiaba carne fresca para saciar su hambre. Un aura
carmesí cubrió todo su cuerpo. Dagon se asombró al sentir la
inmensurable cantidad de esencia que emanaba.

Decenas de demonios lo atacaron. Gael ni siquiera se dignó en


voltear a verlos mientras bajaba los escalones de la pirámide. Los
demonios chocaron con el campo invisible que lo rodeaba. Se giró
para tomar a un demonio aéreo por el cuello, le mutiló ala por ala sin
soltarlo. Los escalofriantes chillidos de la bestia infernal resonaban
en la estratosfera. Gael empaló con su espada al demonio
desplumado. La hoja del sable de Adonay salió de uno de los ojos
del demonio que seguía con vida. El guerrero hundió su puño en el
pecho de su víctima para extraer su corazón negro con la mano.
Alzó su puño al aire y estrujó el órgano palpitante de la bestia. Los
chorros de sangre negra salieron salpicados con violencia para caer
en los rostros estupefactos del resto de demonios quienes quedaron
inmóviles ante la inusitada ferocidad del joven. Se limitaron a abrirle
el paso a Gael, formando un pasillo que desembocaba en la sonrisa
maligna de Araxiel.

—En realidad, quería matarte a ti, pero bueno, como dicen los tuyos:
maté dos pájaros de un tiro —esbozó el ángel caído con indiferencia
—. ¿Qué esperan, malparidos? —Araxiel se dirigió a los demonios
temerosos.

Gael tenía la mirada fija en Araxiel. Sus ojos explotaban con la


misma intensidad de todos los volcanes del planeta. Los demonios
que estaban a su alrededor atacaron al mismo tiempo. El guerrero
se detuvo y lanzó un grito de guerra que hizo temblar la tierra antes
de expulsar llamas carmesí de su cuerpo, que desintegraron a las
hordas de demonios que lo rodeaban. Araxiel se mostró preocupado
por el súbito incremento de esencia de su contrincante.

—Así me gusta, Gael. Deja de reprimirte, deja que tu verdadera


naturaleza se exprese libremente. El lado oscuro multiplicará tu
potencial.

—¡Cállate, animal! —exclamó. Sus ojos contenían lágrimas de ira y


tristeza.

—Sigues sin comprender. Éste es tu verdadero yo. ¿Cuánto tiempo


más piensas resistirte? ¡Observa el poder que te da la oscuridad!

Gael lo embistió con su sable. El demonio apenas logró detener el


impacto con su guadaña. El choque doblegó las manos del ser
infernal soltando su arma.

—Recoge tu escoba, animal, la vas a necesitar.

Araxiel sonrió para ocultar su nerviosismo y enseguida chasqueó


sus dedos: un vórtice oscuro apareció en medio de los dos. El rostro
de Gael perdió su ferocidad al ver que Yamileth se encontraba
encadenada a unos grilletes de hierro. Detrás de ella estaba el
Enmascarado, quien la sujetaba de una cadena que salía de la
espalda de la chica de ojos color miel, mientras sostenía una daga
pegada a su cuello. Gael estaba a punto de dar un paso para
intervenir.

—¡Alto! —espetó Araxiel—. Un paso más y tu amigo le va a rasurar


el cuello —sonrió petulantemente —. Y créeme, no me gustaría
llegar a eso; es una hermosa criatura: sería un gran desperdicio.

—Eres una bestia desalmada —gruñó Gael con rencor.

—No me digas, Sherlock. Por algo nos expulsaron del cielo.

—No se atrevan a ponerle un solo dedo encima.


—Eso depende completamente de ti, Gael —Araxiel aterrizó frente a
él—. Te lo resumiré: o te unes a nosotros o degollamos a tu
noviecita.

Gael se estremeció: su mente era un tormento sin fin. Lo tenían


contra la espada y otra espada.

—Te noto indeciso. Pero descuida, soy un ser paciente y justo. Te


daré unas horas para que lo consideres con calma: tres, para ser
exacto. Nosotros te diremos en dónde vernos.

—Gael —intervino Yamileth—, recuerda lo que te dije una vez —


mostró calma—: estoy dispuesta a sacrificarme. Por lo que más
quieras, no cedas.

Araxiel ordenó la retirada. Los escasos demonios que quedaban de


la legión dejaron de agredir a la salamandrina. En cuestión de
segundos, todos habían desaparecido detrás de varios portales
oscuros. El ángel caído y el Enmascarado caminaron en dirección al
portal con la chica por delante. El demonio alado se detuvo, y antes
de cruzar se volvió hacia Gael.

—Si en verdad aprecias la vida de esta tierna criatura, no se te


ocurra venir acompañado.

Gael se sumergió en sus pensamientos. Sucumbió ante la caverna


caótica en la que se había convertido su mundo;

la muerte de su primo, el rapto de su amada. Dos sucesos atroces


en unos cuantos minutos. La derrota y la desdicha son más
dolorosas cuando se paladea la victoria. No podía creer cómo la
situación se le había escapado de las manos, como humo
atravesando sus dedos. Aceptó la cruel realidad, reconoció el hecho
de que nunca había tenido el control de la situación. Dagon
permaneció en la cima de la pirámide, sin saber qué hacer. Sus
escasos conocimientos de las emociones humanas le impidieron
actuar de forma adecuada. Sólo se mantuvo ahí, flotando en medio
del templo hecho pedazos. Anastasia se sintió terrible por no haber
sido de ayuda. La muerte de Sebastián pesó sobre sus hombros.
Gael, al recobrar un poco de fuerza, caminó lentamente hasta ella,
que se desangraba.

—La herida es muy profunda —se agachó—, debemos curarla lo


antes posible.

—Lo siento, Gael. Sebastián… si tan sólo…

—La culpa es mía. Esa lanza iba dirigida hacia mí.

—Sebastián no se sacrificó en vano —Dagon ya se encontraba a las


espaldas de Gael, lo dijo con gentileza para intentar mitigar la culpa
y pena de su camarada.

—Yo no quería que muriera por mí —agachó la mirada—. Mi misión


es salvar a la humanidad, dar mi vida por cualquier ser humano…
no tenía que sacrificarse por mí.

—Él no lo veía de esa forma, Gael —continuó el elemental—.


Sebastián sabía que sin ti nuestra batalla estaría prácticamente
perdida. No tienes por qué cargar con esa culpa, fue decisión suya.

No había palabras que consolaran a Gael. Le pidió al elemental que


curara la herida de Anastasia. Dagon asintió, y con un poco de
fuego cerró la herida del alma víctima.

—Vayan a la cabaña —ordenó Gael.

—¿No vendrás con nosotros?

—No, tengo que atender algo. Vayan, anden, necesitas reposar para
que tu herida sane por completo.

Anastasia no quería tocar el tema de Yamileth, pues la pérdida de


su primo era suficiente y sólo asintió. Dagon creó una liminalidad y
volteó a ver con tristeza a su camarada.

—Cuídate, Gael.
En cuanto los vio cruzar la liminalidad, Gael dejó caer su cuerpo en
la tierra. Brotaron más lágrimas de sus ojos. Muchas emociones se
le vinieron encima: ira, tristeza, angustia, remordimiento, culpa,
sentía cómo todo se venía abajo. Cerró los ojos y negó con la
cabeza, tratando de entender el dolor. Abrió los ojos y suspiró, éstos
seguían rojos. Sabía que lamentarse no solucionaría nada, pero el
desahogarse, al menos lo tranquilizó un poco.

Creó una liminalidad, y con espada en mano, la cruzó. Apareció en


el cuartel militar, que estaba destruido. Gael contempló con horror
los cuerpos cercenados que parecían acomodados a propósito para
que el escenario fuera más aterrador. Cerró su puño, lamentándose
por las muertes de esos soldados y civiles. Escuchó un débil
quejido, buscó desesperadamente entre los escombros. Entre los
escombros encontró al único sobreviviente, un joven soldado. Retiró
con mucho cuidado lo que lo aprisionaba. El soldado soltó una
exclamación de dolor al acomodarse.

—¿Qué ha sucedido aquí?

—Un sujeto Enmascarado —respondió titubeando. Le costaba


trabajo respirar. Una hemorragia se asomaba en su sien—. Apareció
de la nada. Intentamos detenerlo, pero era demasiado poderoso —
soltó un pequeño alarido de dolor—.

Y después, por unos portales oscuros aparecieron cientos de


demonios, y acabaron con todos.

Gael se incorporó, buscando alrededor más señales de vida. No


percibió nada. Se giró para mirar nuevamente al soldado.

—¿Dónde está el general?


—Muerto. Hizo lo posible por proteger a tu amiga… hicimos.
¡Maldita sea! No fuimos capaces de cuidarla.

—Me equivoqué al pensar que Yamileth estaría a salvo lejos de mí.


Todo esto es culpa mía.

Gael, gracias a su sentido auditivo intensificado, escuchó una


caravana de camionetas dirigiéndose hacia ellos. Acomodó el
maltratado cuerpo del soldado en la única silla intacta. Le sonrió.

—La ayuda viene en camino.

—¿La ayuda? —cuestionó, confundido.

—Sí. Vienen en camino, imagino que ya están al tanto de lo que


sucedió aquí. Bueno, me tengo que ir —creó un portal, iluminando lo
que quedaba del cuartel.

Gael, al contemplar horrorizado nuevamente las decenas de


cuerpos, sintió una oleada de culpa. Se volvió, dándole la espalda al
soldado. Lágrimas de rencor y tristeza inundaron sus ojos. Cada
muerte fue un duro golpe a sus ideales. No iba a sacrificar una vida
más por sus omisiones. Cruzó el portal.

Anastasia yacía acostada sobre el sofá, con la pierna malherida


apoyada sobre un pequeño banco. Se giró al ver a Gael aparecer. El
elemental no se molestó en voltear, permaneció a un lado de la
chimenea, absorbiendo el calor de la llamarada. Gael se acercó al
alma víctima, contemplando el vendaje mal hecho que rodeaba su
pierna.

—¿Cómo te encuentras?

—Mucho mejor gracias a Dagon. ¿Y tú?


Gael, cabizbajo, miró a la guerrera con una mueca que denotaba
dolor y angustia, aunque quería ocultar su sufrimiento, sus ojos lo
delataban.

—Me siento profundamente orgulloso de mi primo. Aunque estoy


consciente de que me será imposible superar su muerte. Pero sé
también que él no creía en la culpa. He decidido acabar con esto, y
honraré su muerte.

—¿Y qué piensas hacer para salvar a Yamileth?

—Ya tengo un plan.

—¿Cuál es?

—No te lo puedo revelar hasta que sea preciso. Lo que no logro


entender es… —Gael reflexionó —. Si es verdad que me necesitan,
¿por qué Araxiel trató de matarme?

—Tú nunca fuiste su objetivo —intervino Dagon, sin dejar de


observar el fuego—. Él iba por Sebastián desde el principio, sabía
que eso te debilitaría.

—Esa escoria me utilizó de carnada —gruñó Gael—. No tendré


misericordia.

—Gael —la salamandrina flotó—. No cederás ante ellos, ¿verdad?

—De ningún modo.

Gael dejó caer su cuerpo en una de las camas, la espada se escapó


de sus manos y cayó al suelo, se escuchó un golpe hueco. Su
mirada se perdió por un momento en el techo de la cabaña. Ideas
caóticas atormentaron su mente, sin dar con una solución concreta
que le permitiera salir de ese problema. Un silencio acogedor inundó
el espacio. Gotas de lluvia comenzaron a golpear las ventanas,
convirtiéndose en el único ruido audible.
—¡Qué diferente se ve el mundo ahora! —dijo Anastasia mientras
veía las gotas de lluvia escurrir en los cristales.

La guerrera tenía razón, el mundo entero estaba pasando por un


cambio drástico, una crisis que quizá provocaría un cambio positivo
en la humanidad. El silencio arrulló a Anastasia, quien, en unos
cuantos segundos, se quedó completamente dormida. Gael no logró
conciliar el sueño, algo que le hubiera venido bien para recuperar
fuerzas y dejar de ser atormentado por sus demonios interiores.
Dagon entró en una clase de trance, concentrado en recuperar su
esencia a través de la energía ilimitada del fuego. Gael observó las
imperfecciones del techo, las telarañas y grietas. La lluvia no
menguaba. Se incorporó y salió de la cabaña, se quedó en el
barandal que adornaba el recibidor, y contempló cómo las pequeñas
gotas de agua caían sobre las plantas y la tierra. Gracias a sus
habilidades, observó la lluvia descender de las nubes en cámara
lenta, las gotas que se estrellaban, salpicando todo a su alrededor.
Le llegaron a la cabeza y el corazón las imágenes de su primo
siendo atravesado por la lanza de Araxiel. Se estremeció y bajó la
mirada, preguntándose, “¿cómo pudo haber cambiado su vida en
tan poco tiempo de una manera tan radical?” Consideró, por un
momento, la propuesta de los demonios, si lo que decían era cierto,
su gente amada estaría protegida, el caos pararía. Pero si aceptaba
esa propuesta, la muerte de Sebastián sería en vano.

Frunció el ceño al percibir la esencia oscura del Enmascarado, al


que ya tenía bien identificado. Éste apareció por medio de un portal
oscuro. Gael se mantuvo serio, sin mostrar incomodidad ante la
presencia de ese ser repugnante.

—Gracias por esperarme. Me parece muy considerado de tu parte


—dijo el Enmascarado.

—No tenías para qué matar a todos esos militares.

—No sabía que eras amante de los animales. ¿Por qué te entristece
la muerte de esas cucarachas? Además, ¿qué se supone que debe
hacer uno para divertirse? Si te sirve de consuelo, ellos atacaron
primero.

Dagon salió por la puerta junto con Anastasia, que cojeaba; se


detuvieron cerca de Gael y miraron con resentimiento al
Enmascarado.

—¿Qué haces aquí? —preguntó la guerrera.

—Vino por mí —dijo Gael mirando al Enmascarado—. Dagon, Ani,


prométanme que no van a interferir. Esto me corresponde a mí, ¿de
acuerdo? Si las cosas salen mal, ustedes se encargarán de acabar
con esto.

—Sea lo que sea que estés planeando—intervino la salamandrina


—, espero que dé resultado.

—Ya somos dos —respondió Gael.

Se despidió de sus amigos y caminó hacia el Enmascarado;


mientras lo hacía, se comunicó con su camarada.

—Dagon, lo más probable es que ahora se concentren en mí, por lo


que ustedes podrán ir con tus compañeros elementales, es la única
manera de acabar con las bestias elementales.

—De acuerdo, Gael, pero debes regresar, sólo podemos acabar


esto con tu ayuda.

—Descuida, regresaré.

Gael se paró frente al Enmascarado. Su mirada carecía de


emociones.

—Vámonos.

—Buen chico —volteó a ver a la salamandrina—. Si llegan a


intervenir, mataremos a la chica y Gael nunca se los perdonaría.
La salamandrina y Anastasia miraron con desprecio al
Enmascarado. El chico infernal creó un portal oscuro y le indicó a
Gael que pasara por él: el deterioro del mundo ya estaba en un
punto muy avanzado, podían crear portales a su antojo. Gael fue el
primero en cruzar, seguido del Enmascarado.

—Gael nos dará tiempo —observó la pierna de la chica—. ¿Cómo te


sientes?

—Mucho mejor.

—Entonces podrás acompañarme.

—Por supuesto.

La salamandrina creó una liminalidad, con la intención de reunirse


con los demás elementales para planear el siguiente movimiento y
tratar de hacerse de las armas sagradas.
19
La ciudad del trueno

Nubes grises se cernían sobre las pirámides de Tajín, conocida


como la cuidad del trueno. Una ligera llovizna acrecentaba el frío
causado por los miles de demonios que infestaban la antigua
ciudad. Frente a la pirámide principal, en el altar central, se formó un
portal oscuro, del cual salieron Gael y el Enmascarado. El chico vio
a los miles de demonios que se encontraban posados en las cuatro
pirámides que lo rodeaban; los aéreos cubrían los cielos como
parvadas de murciélagos. Frente a él, en la Pirámide de los Nichos,
se encontraba Araxiel, sentado en la cima, recargado en su
guadaña. Tras de él, maniatada con cadenas de oro, estaba
Yamileth, quien era custodiada por un par de demonios ígneos.

—Nos halaga tu presencia, Gael —expresó el demonio jerarca—.


Espero hayas reflexionado bien sobre nuestra propuesta.

—Han caído muy bajo amenazándome de esta forma —gruñó Gael


—, incluso para sus estándares.

—Tu ingenuidad es igualmente lamentable —Araxiel se encogió de


hombros—, pero el asunto es muy sencillo. Basta con que aceptes
nuestro trato y la chica saldrá ilesa. A juzgar por tu mirada, sigues
enojado por la muerte de tu primo —Yamileth se sorprendió al
escuchar la trágica noticia—. Deberías sentirte dichoso, después de
todo, él dio su vida por ti y ustedes los mortales parecen valorar
mucho el sacrificio.

—¡No te atrevas a mencionarlo! Él no tenía por qué morir.

—De acuerdo —Araxiel se incorporó—. De no ser por tu necedad, tu


primo estaría vivo, al igual que los soldados y todos los civiles que
han muerto debido a tu obstinación —caminó hacia Gael, bajando
las escaleras de la gran pirámide con lentitud—. Pero te decidiste
por la vía más sinuosa. Si tan solo hubieras firmado el contrato
desde un principio...

—Entonces, ¿si firmo el pergamino y me uno a ustedes, la dejarán


libre y a mi mundo en paz?

—Así de sencillo. Y todo con una simple firma de sangre y, claro,


con el anillo del rey Salomón —extendió la palma derecha hacia
Gael. Una llamarada apareció en ella, y surgió un pergamino del
fuego negro que salía de su mano.

—Imagino que en cuanto firme no habrá vuelta atrás.

—En cuanto lo hagas, no querrás volver a tu lamentable estado


actual. Nuestros objetivos serán los tuyos. Serás uno de nosotros
para poder explotar tu verdadera naturaleza.

Gael analizó las palabras del demonio y se dio cuenta de que, si


hacía lo que le pedía, estaría bajo su total control. No podía
permitirlo, pero tampoco soportaría que le hicieran daño a la chica
que amaba. No tuvo opción, metió sus manos en los bolsillos y
suspiró. Observó a su alrededor y se dio cuenta de que, aunque
tratara de salvar a Yamileth, iba a ser inútil debido a la cantidad de
demonios que había a su alrededor, sin mencionar al Enmascarado
y a Araxiel.

—No veo otra alternativa —se acercó con tranquilidad al pergamino


y lo tomó con su mano izquierda. Yamileth forcejeó y trató de emitir
sonidos. Observó a su hermosa amiga y le sonrió, mostrando una
muy confiada expresión—. Descuida Yam, todo saldrá bien…

Sacó su mano derecha, y con una gota de sangre que salía de su


dedo índice, firmó con su nombre en el lienzo virgen. Los demonios
a su alrededor empezaron a hacer ruidos de excitación, el momento
más esperado al fin llegaba, por fin el aliado que cambiaría la
balanza a su favor se unía a ellos. El exitoso plan comenzaría con la
firma de Gael. El chico acabó de firmar el pergamino. Yamileth
mostró una expresión de desilusión, sintiéndose culpable. Gael se
sintió raro, como si una energía desmesurada, pero maligna,
circulara por sus venas. Sus ojos cafés cambiaron a carmesí,
miraba a su alrededor con aires de superioridad y sonrió
tétricamente.

—¡El hijo pródigo ha vuelto a casa!

Yamileth mantuvo la vista en su amigo, se dio cuenta que su mirada


ya no expresaba la calidez de antes. Gael mostró una mirada fría,
las gotas que caían sobre él se evaporaban al instante, se veía a
simple vista que ya no era el noble chico de antes.

—¿Cómo te sientes? —preguntó el demonio jerarca.

—Como una magnífica bestia del mal —dijo con sonrisa petulante.

Gael comenzó a subir las escaleras, Araxiel se hizo a un lado


permitiéndole el paso. El chico subió con tranquilidad hasta la cima
de la pirámide, se colocó enfrente de Yamileth y, con un odio
impresionante, observó a los demonios ígneos que se encontraban
a las espaldas de su amada. Los demonios temblaron y se
replegaron. Gael le quitó las cadenas a su antigua amiga.

—¿Qué has hecho, Gael? —dijo Yamileth.

—Lo mejor para los dos, amada mía —Gael no mostró expresión
alguna, volteó hacia sus nuevos camaradas y alzó las manos en
forma victoriosa—. ¡Este día comienza el verdadero derrocamiento
de Dios! —exclamó con voz fuerte, dirigiéndose al gran ejército
infernal que se encontraba a su alrededor. Los demonios empezaron
a alabarlo, y a gruñir—. Este día pondremos nuestro trono por
encima del reinado de Dios.

El poder de la oscuridad lo cubría como una manta helada. Yamileth


se hincó, sin creer lo que estaba sucediendo.
—¿Ahora entiendes por qué nos pertenece el reino de los cielos?

—Nuestra victoria es inevitable —respondió Gael con arrogancia.

—Lo tomaré como un sí —Araxiel arqueó una ceja.

—Ahora cumple tu palabra y manda a Yamileth a su casa.

—Pensé que la querías a tu lado —replicó Araxiel.

—No, es un estorbo para mí. Siempre lo ha sido.

—Comprendo, pero prefiero que se quede con nosotros un rato


más. Considéralo una especie de garantía.

—Como sea, me da lo mismo —Gael se quedó pensativo—. Lo que


no entiendo es por qué tenemos tanta prisa, ¿acaso no se estaban
divirtiendo?

—Nuestro tiempo en este plano terrenal se está agotando.

—Pensaba que el deterioro en la tierra jugaba a su favor.

—En efecto —Araxiel encogió los hombros—. Pero todo ciclo llega a
su fin. Cuando el deterioro alcance su auge, el equilibrio en este
mundo se restablecerá y se nos hará imposible pisar físicamente
este plano terrenal.

—¿Quién lo va a restablecer? —frunció el ceño.

—Quién más sino Dios —cruzó los brazos—. El omnisciente pensó


en todo, y supo que tarde o temprano podría pasar algo así. Al crear
la tierra, creó ciclos para todo fenómeno: lluvia, tierra, agua y fuego,
todo obedece a un lapso, incluso la vida de los humanos.

—Muy sabio de su parte. Sabe que somos bestias de moral suelta.

—Él lo sabe todo y pudo anticiparse a esto. Pero nosotros nos


hemos vuelto más sabios y nos anticipamos a algunas de sus leyes
eternas.

—¿Cuánto tiempo falta para que culmine el deterioro?

—Muy poco —respondió con sequedad—. Pero ahora, gracias al


anillo de Salomón y a tu cooperación absoluta, lograremos nuestro
cometido antes de que nos expulsen de vuelta al infierno.

—Entonces no hay tiempo que perder —sonrió tétricamente y


caminó hacia Yamileth, quien no dejaba de ver al chico con tristeza
—. ¿Y cuál es mi misión?

—Debes liberar a los demonios que el rey Salomón encarceló hace


milenios.

Gael conocía perfectamente esa historia que había escuchado con


anterioridad.

—¿De qué nos va a servir eso para detener el ciclo?

—De nada —Araxiel dio unos pasos hacia él—. Lo que deberás
hacer para romper este ciclo, es destruir un templo.

—¿Sólo destruir un templo? —farfulló —. Eso ustedes lo pueden


hacer con mucha facilidad.

—Todos menos éste —Gael al escuchar eso, puso toda su atención


—. Dios lo construyó con sus propias manos, por lo que es
indestructible para los demonios o cualquier presencia oscura; ese
templo es el pilar central.

—Pero yo también poseo un alma oscura, no creo poder destruirlo.

—Sí podrás, confía en mí.

—De acuerdo —Gael volteó nuevamente hacia Yamileth, quien se


encontraba con la mirada perdida—, sólo te pido que me dejes un
rato a solas con ella.
—¿Para qué?

—Es que ahora entiendo a tus hermanos —Gael contempló a


Yamileth con lascivia—. No sé cómo logré resistirme durante tanto
tiempo. Me gustaría divertirme un rato con ella.

—Bien, me alegra. Diviértete con ella —hizo un ademán con la


mano, indicándole a los demonios ígneos que la soltaran—. Sólo no
tardes más de la cuenta, que el tiempo apremia.

—Tardaré el tiempo que sea necesario —replicó con frialdad,


observó a Yamileth y le sonrió morbosamente—. ¿Estás lista para
nuestra luna de miel, corazón?

Yamileth sollozaba, sus lágrimas se confundían con las gotas de


sudor que caían sobre su rostro. Aunque siempre había querido que
su primera vez fuera con Gael, no deseaba que pasara de esta
manera, ya que sabía que el que se encontraba frente a ella, no era
su amado, sino un ser controlado por los demonios. No dejaba de
mirarlo con desilusión. Pero notó cómo él le guiñaba el ojo, la chica
se quedó sorprendida, dándose cuenta de lo que pasaba.

Gael materializó la espada en su mano derecha y de un movimiento


veloz, mutiló las dos alas izquierdas de Araxiel que cayeron al suelo
bañadas de un líquido amarillo, el demonio lanzó un fuerte alarido.
Gael le dio una poderosa patada en las costillas que lo hizo rebotar
por los escalones. Gael se volvió y le gritó a Yamileth.

—¡Agáchate, Yam!

La chica logró bajar la cabeza, justo al tiempo que Gael arremetió su


sable para partir a la mitad a los demonios ígneos que
desaparecieron al instante. Yamileth se levantó sorprendida. Gael le
sonrió y la chica percibió, nuevamente, esa sonrisa llena de
confianza y calidez. Sintió una descarga de emociones, ya que
recuperaba a su amado amigo. Se arrojó hacia él y lo abrazó
fuertemente. Luego se apartó, cambió su semblante a uno furioso y
le pegó una fuerte cachetada.
—¡Eres un idiota! —exclamó con euforia—. Me hiciste creer que te
había perdido para siempre, no tienes ni idea de cómo me sentí.

—Lo siento, Yam. Pero tenía que hacerles creer que ya era parte de
ellos.

Se encontraban rodeados por miles de demonios. Gael analizó


cuidadosamente la situación.

—Y bien —la chica observó a todos los demonios—, ¿qué


hacemos?

—Pues mi plan primordial era salvarte y averiguar lo que tramaban


estos demonios —se quedó pensativo —. Habrá que improvisar.

—¿Cómo rompiste el hechizo? —Araxiel subía nuevamente las


escaleras, un líquido amarillo muy brillante brotaba de sus heridas.

—No era mi sangre.

Araxiel se detuvo, y gruñó. La furia lo carcomía.

—¿A quién le pertenece esa sangre?

—A tu chambelán —Gael señaló al Enmascarado.

—¿Mía?

—Cuando te salvé la vida la tomé prestada. ¿Ves? Las buenas


obras son recompensadas.

Araxiel y el Enmascarado se quedaron mirando entre sí. —¡Maldito


seas! —escupió Araxiel con desdén—. Sólo querías averiguar
nuestro plan.

—Debo admitir que, para ser un elenco infernal, pecan de confiados.


Entonces, ¿sólo tenemos que resistir un poco más para que su
tiempo en este plano terrenal se acabe? —se tocó la barbilla, como
si estuviera tramando algo—. Eso será algo complicado de lograr,
pero estoy convencido de que nos las vamos a ingeniar —volteó
hacia Yamileth—. Bien Yam, es hora de ponerte a salvo.

Gael se concentró para crear una liminalidad y alejar a su amiga del


peligro. Pero algo sucedió, no pudo crearla. Volvió a concentrarse,
pero no lo logró. Era como si sus pensamientos estuvieran
bloqueados. Ahora estaba en un verdadero aprieto.

—¡Qué sucede, Gael? —Araxiel se jactó de la desesperación del


chico—. ¿Acaso no puedes escapar?

—¿Qué hicieron? —frunció el ceño.

—No fuiste el único que pensó en todo —Araxiel siguió subiendo los
escalones hasta llegar a la cima—. Creamos unos sellos alrededor
de esta área, ya sabes, por si las cosas no salían como
esperábamos…

—¿Que ingeniosos! —Gael sonrió nerviosamente, se encontraba en


un gran lío, no esperaba esa jugada de los demonios—. Entonces
es hora del plan B.

Yamileth se le quedó mirando con cierta confusión.

—¿Cuál es el plan B, Gael?

—No quería recurrir a esto —suspiró—. Acabar con todos.

—Pero… Tú solo no podrás contra todos ellos.

—Por eso no quería llegar a esto —sonrió con euforia.

—¿Tú acabarás con todos nosotros? —Araxiel esbozó una


escalofriante sonrisa—. Creo que no has observado bien a tu
alrededor. Tú solo no podrías contra mí, mucho menos contra todas
estas legiones. No tienes posibilidad de salir de ésta, microbio.
Hubieras tomado el camino sencillo y firmado el pergamino. Ahora,
yo mismo firmaré el pacto con la sangre que tomé de tu dedo.
—Eso suena doloroso, sobre todo por tu caligrafía —desenfundó su
poderosa espada y analizó minuciosamente a su alrededor—. Yam,
quédate atrás de mí.

Sin previo aviso, Araxiel lanzó un golpe con su guadaña. Gael


apartó a Yamileth con un empujón y levantó la espada para detener
la agresión. Con una ira desenfrenada, el demonio jerarca embistió
a Gael a la velocidad de un rayo. El joven guerrero apenas podía
retener los ataques incesantes del jerarca infernal. Una parvada de
demonios aéreos cayó en picada en dirección a Yamileth. Gael, al
ver las intenciones de los diablos, le propinó un potente cabezazo a
Araxiel y de un solo movimiento destazó a todos los demonios
aéreos.

—Bien, ya acabé con cinco. Ahora sólo me faltan nueve mil


novecientos noventa y cinco —bromeó Gael—. Y tú creías que no
podría con ellos —esas palabras le provocaron una sonrisa a
Yamileth.

—¿Cuánto crees poder resistir, Gael? —del labio inferior de Araxiel


brotó un poco de sangre. Pasó su mano para limpiarse—. No podrás
protegerla si estás ocupado conmigo.

—Está por verse —Gael trataba de comunicarse mentalmente con


su camarada elemental, pero fue en vano—. Yam, tú encárgate de
Araxiel, mientras yo acabo con todos esos demonios, ¿va?

—¿Qué? —contempló al imponente ángel caído—. ¿Te has vuelto


loco? ¿Cómo planeas que pelee contra él?

—Fácil, sólo pégale lo más fuerte que puedas —enunció lo más


serio posible. Yamileth tragó saliva al ver que no estaba bromeando.

Gael embistió a los demonios subterráneos y terrestres que se


acercaban como fieras tras su presa. Yamileth se hizo de valor y
caminó hasta quedar frente al demonio jerarca. La sonrisa demente
de Araxiel se hizo presente.
—Te falta medio metro y cincuenta kilos más para encararme —
espetó el demonio jerarca.

—¿Qué? —Yamileth frunció el ceño—. ¿Temes que una chica te


patee el trasero?

—No seas tan estúpida, no eres lo suficientemente ruda ni lista —


Araxiel se mostró más ofendido que molesto—. Me bastaría
estornudar para mandarte a otra dimensión. Mi único temor es que
logres matarme de la risa.

—Pues adelante —Yamileth cerró su mano para formar un puño. Lo


apretó con todas sus fuerzas y lanzó un golpe con una violencia
inusitada en el estómago del demonio.

Araxiel ni se inmutó.

—¿Estás hecho de piedra o qué?

—Eres muy linda —Araxiel arqueó una ceja—, lástima que tenga
que matarte.

El Enmascarado, sentado, veía el espectáculo. Ser parte de la


batalla le parecía innecesario. Sólo era cuestión de tiempo para que
Gael sucumbiera ante la gran cantidad de demonios que no dejaban
de atacarlo.

Gael vio las intenciones de Araxiel e intervino justo antes de que el


demonio infernal lograra dañar a Yamileth. El guerrero de los ojos
carmesí incrustó su puño en la mejilla del demonio: uno de los
dientes esmeralda salió volando mientras que el cuerpo del demonio
se estrelló en las piedras. “Virgilio” se acercó caminando lentamente
hasta llegar a las espaldas del demonio de las alas mutiladas.

—Se te nota en mal estado. ¿Necesitas ayuda?

—¿Ayuda? Un demonio de mi jerarquía no necesita “ayuda”.


—Tranquila, Yam —Gael miró a su amada amiga con una brillante
sonrisa—, saldremos de ésta, pero necesito tu apoyo.

—¿Apoyarte? ¿Te echo porras o qué?

—Sí, eso serviría —Gael sonreía—. Los demonios te atacaran


también a ti, así que tendrás que permanecer siempre a mi lado y yo
me encargo del resto.

Yamileth asintió, la lluvia caía sobre su cabello azabache. Gael


quedó cautivado por la belleza que desprendía la chica, sus mejillas
estaban rosadas por el estremecedor frío que cubría el valle y su
cabello brillaba.

—¿Qué pasa? —expresó apenada.

—No, nada, sólo que te ves hermosa.

—No es momento para esto, Gael.

Su semblante se endureció al ver a los demonios acercándose.

—Prepárate —le advirtió a Gael—. Allí vienen.

Araxiel levantó un brazo para señalar a los chicos y ordenó el


ataque de las legiones. Los demonios se movilizaron: los aéreos
eran un enjambre de abejas, mientras que los terrestres y
subterráneos semejaban un ejército de hormigas. Araxiel,
empuñando su guadaña, salió corriendo con una expresión de
determinación absoluta. Gael estaba demasiado preocupado por el
bienestar de su amada. Bajó la guardia y recibió un golpe en la
espalda, el filo de una espada rasgó su muslo, cayó de rodillas.
Araxiel aprovechó el descuido de Gael para alzar su guadaña con el
objetivo de decapitar a su adversario. El Enmascarado se irguió al
ver la decidida mirada del demonio jerarca. “Este idiota lo va a
matar”, se dijo, al tiempo que tomaba su arma. Antes de que el filo
de la guadaña llegara a rozar su nuca, Gael creó un campo de
esencia para protegerlos. El escudo retuvo la agresión del jerarca
infernal, se expandió y arrasó con los demonios que los rodeaban.
Gael sintió cómo todo su cuerpo temblaba, estaba exhausto.
Respiró con agitación.

—Eso fue increíble… no sabía que podías hacer eso —expresó


Yamileth.

—Ni yo —musitó a la vez que sentía cómo un calambre recorría


toda su espina dorsal.

—¡Dios mío! Gael, ¿te encuentras bien?

—Sí, Yam. Sólo un poco mareado.

La vista de Gael se nubló, se encontraba agitado, sus músculos


temblaban. Apoyó su mano sobre la rodilla, y se irguió con dificultad.

—No, no puedes seguir peleando, ya no tienes energía.

—Tengo que…

—¿Cómo creaste ese escudo?

—No lo sé, sólo sentí un gran poder dentro de mí que tenía que
expulsar.

A lo lejos, el Enmascarado esbozó una petulante sonrisa que se


escondía detrás del símbolo de Ollin. Gael recuperó poco a poco el
aliento. Recordó la reliquia que le había dado Dagon. Estaba a
punto de sacarla cuando un par de demonios subterráneos salieron
a espaldas de la chica. Gael intentó defenderla, pero Araxiel lo
desarmó al darle un rodillazo en el pecho. Gael cayó al suelo. El
demonio jerarca apoyó su pie en la espalda del guerrero indefenso
que gritó de dolor y escupió sangre.

—¿Qué pasa Gael? Te noto exhausto.

Gael estaba agitado y adolorido, pero el dolor no era tan importante


en ese momento. Desesperado, intentó zafarse de su adversario
con el fin de auxiliar a su amiga, a quien los demonios subterráneos
tenían presa entre sus garras. Fue en vano, sus pocas fuerzas le
impidieron moverse.

—¡Déjala en paz! —exclamó con ira.

—Ya veo que éste es tu punto débil, ¿no es así? —pasó su mano
por el rostro de la joven y ésta giró su cara hacia un lado—. No te
culpo Gael, es una bella muchacha.

—¡Quítale tus pezuñas de encima! —el Enmascarado lo sometió,


sujetándole los brazos. Gael sucumbió ante la brutal fuerza de su
opresor.

—Esto es más aburrido de lo que imaginaba —replicó el chico


misterioso—. Fue demasiado fácil. Necesito saborear su derrota.

—Él ya perdió —indicó Araxiel—, ha usado todo su poder —volteó a


ver a Gael—. Dime, ¿cómo quieres que acabemos con ella? ¿La
descuartizamos o le cortamos la cabeza? Tú elige, ¡vamos!

Gael, desesperado, forcejeó para librarse de su opresor, pero fue


inútil. El demonio jerarca olfateó con morbosidad el cuerpo de
Yamileth. Sonrió.

—Pero ¿qué tenemos aquí? —abrió los brazos—. ¡Una virgen! —los
ojos le brillaron—. Es algo muy difícil de encontrar hoy día —le
acarició el cabello—. No estaría mal remediar esta condición antes
de matarla.

Yamileth se estremeció ante esa repugnante idea.

—¡Firmaré! Juro que lo haré y prometo servirles en todo lo que me


pidan. ¡Por favor, no le hagan nada!

—Por favor —Araxiel se burló—. Ya es demasiado tarde para eso,


Gael. Te voy a obligar a ver cómo la violo y la mato lentamente, en
ese orden. Cuando termine con ella, te arrancaré un dedo y te
obligaré firmar —esbozo una larga y psicópata sonrisa—. Si no te
gusta mi oferta, tengo otras.

Araxiel desabotonó la blusa de Yamileth, dejando ver la comisura de


sus senos. Contempló con morbosidad el cuerpo de la chica. Volteó
a ver a Gael. Tocó sus pechos y esperó una respuesta, pero la chica
estaba paralizada de terror.

Dos esferas de energía carmesí explotaron tras los demonios que


sujetaban a la chica. Éstos soltaron un fuerte alarido y
desaparecieron dejando tras de sí sólo cenizas. Gael, asombrado,
vio a una salamandrina. El misterioso elemental ató su cola al cuello
del Enmascarado y lo hizo volar por los aires. Yamileth y Gael
pensaron por un momento que se trataba de Dagon. El elemental
dejó de emitir fuego, por lo que pudieron visualizarlo bien: sus
rasgos faciales eran más duros, el color carmesí de su cuerpo era
mate, y las membranas que sobresalían de

su espalda, trazaban líneas diferentes a las de Dagon. El misterioso


elemental, se giró hacia Gael.

—¿Cómo te encuentras? —su voz era profunda.

Las majestuosas alas de fuego disminuyeron su envergadura, hasta


quedar escondidas detrás de su espalda. Aunque era un poco más
pequeño que Dagon, se veía más agresivo y amenazador.

—¿Quién eres?

—Me llamo…

—Se llama Dedgel —una voz suave e infantil lo interrumpió. Gael,


asombrado, se giró lentamente, ya que conocía a la perfección ese
tono de voz. Vio cómo se asomaba poco a poco un pequeño cuerpo
subiendo las escaleras de la pirámide. Gael no podía creer lo que
veía.

—Surem… Pero, ¿qué haces aquí?


—¡Surem! —exclamó Yamileth con alegría y fue a abrazar al
pequeño chico, lo estrujó entre sus brazos y le besó la mejilla—.
Gracias por salvarnos.

—De nada, Yam. Era mi deber ayudarlos.

Gael miraba con seriedad a su hermano menor, notó que las pupilas
de sus ojos eran de color carmesí. “Claro, es mi hermano”, pensó.

—¿Cómo te hiciste camarada de este elemental? —preguntó


mirando a Dedgel.

—Luego te platico—Surem analizó el entorno—. Primero, tienes que


poner a Yam en un lugar seguro.

—No puedo crear liminalidades en este lugar.

—Ya puedes —intervino Dedgel con su imponente voz —.


Destruimos los sellos que lo impedían.

Gael sabía que su hermano era muy inteligente, pero nunca habría
imaginado qué tan valiente y brillante era.

—Ok —Gael creó una liminalidad y se le quedó viendo a Yamileth—.


Por favor, Yam.

—Sí, comprendo —se acercó y lo abrazó fuertemente—. Te estaré


esperando. Cuida a tu hermano.

Yamileth se acercó a la liminalidad y miró a Gael, sus ojos irradiaban


amor, agradecimiento y ternura, pasó por el portal. Éste
desapareció. Gael volteó a ver su espada.

—Bien —se acercó a ella y la levantó—. Luego hablaremos de esto,


ahora debemos acabar con ellos— dijo sin volverse.

—Será mejor que te mantengas al margen hermano. Dedgel y yo


podemos acabar con todos, tú recupérate.
—Bromeas, ¿verdad? Tengo una cuenta pendiente. Además, veo
que no estás armado.

—No necesito estarlo.

En ese momento, una docena de demonios aéreos atacaron a


Surem. Dedgel, aunque se percató, no hizo movimiento alguno para
ayudarlo. El pequeño tenía una expresión de concentración en el
rostro. Gael apenas reaccionó, observó cómo su hermano levantaba
la mano derecha sin mirar a los demonios que se le acercaban. Los
diablos alados estaban a punto de golpearlo, pero un extraño campo
de energía de fuego cubrió a Surem. Los demonios no pudieron
traspasarlo. El campo de esencia explotó, llevándose consigo a los
demonios que lo rodeaban.

—Concéntrate, hermano —sugirió Surem con seriedad al ver cómo


se preparaban las legiones—. Esta vez nos atacarán con todo —
volteó a ver al elemental.

Miles de demonios fueron en dirección a los dos hermanos, la


salamandrina se posicionó enfrente de ambos, se llenó de fuego y
los retuvo. Otra oleada de seres infernales apareció detrás de los
chicos, pero Surem creó un escudo de esencia en contra de sus
atacantes para pulverizarlos. Gael se hizo de todas las fuerzas que
le quedaban para incorporarse y correr hacia Araxiel. Se
encontraron a medio camino de los escalones de la Pirámide de los
Nichos. El guerrero empujó con decisión el cuerpo del jerarca.
Araxiel cayó.

—Esto es muy divertido —dijo el Enmascarado quien estaba a


espaldas de Gael con los brazos cruzados.

—Me alegra que estés disfrutando del espectáculo —dijo Gael sin
volverse y empuñando su espada con la mano derecha—. Pero vete
preparando, porque luego sigues tú.

—Espero ansioso mi turno —expresó con cinismo.


Araxiel salió de entre los escombros, gruñendo y vociferando
maldiciones. Su cuerpo estaba cubierto de cortes y sangre. Caminó
lentamente, rodeado de un aura amarilla muy brillante, que creció
hasta convertirse en una llamarada. De su ojo izquierdo brotaba
sangre amarilla; su hermoso y rizado cabello estaba cubierto de
tierra.

—Te veo derrotado —comentó Gael en tono de burla—. Parece que,


después de todo, no eras tan poderoso.

Esas palabras eran como miles de agujas atravesando su cuerpo.


La ira lo consumió. Perdió el poco control que aún yacía en él.

—¡Cállate, pobre ignorante! Has colmado mi paciencia, hubieras


aceptado el camino fácil, ahora te cortaré en pedazos.

El guerrero empuñó su espada y la clavó en el hombro derecho del


rey infernal. Araxiel cayó de espaldas. Se acercó a él mientras el
demonio se arrastraba en el suelo para intentar alejarse de su
verdugo.

—Estás perdido, Araxiel.

—¿Qué te hace pensar que me has derrotado? —Araxiel sacó de su


mano un aura oscura, con la que pudo cerrar la herida reciente. Al
retirarla, su hombro estaba completamente cauterizado—. Esto
apenas está empezando —levantó su guadaña y apuntó con ella a
Gael.

—¡Qué mejor! No me gustan las cosas fáciles.

El Enmascarado se limitó a observarlos con seriedad. Estaba


pendiente de todo lo que sucedía alrededor: esperaba cualquier
anomalía para intervenir.

Surem y Degdel combatían contra miles de demonios. Surem no


parecía esforzarse demasiado al enfrentar a sus adversarios.
Creaba campos de esencia y los hacía explotar con facilidad para
aniquilar a los demonios que los rodeaban. Dedgel acababa con los
seres infernales con una facilidad asombrosa. Lanzaba llamas y
zarpazos. Su cola soltaba latigazos que dejaban heridas profundas
en sus enemigos.

La lluvia caía inclemente en las tierras cercanas a Papantla.


Relámpagos surcaban los cielos. Gael estudiaba a su adversario.
Un rayo cayó en medio de los dos, esa fue la señal que esperaban.
Araxiel se acercó a Gael. La lucha comenzó de nuevo, pero ahora,
era encarnizada. Gael se acercó lo suficiente al diabólico, tomó su
delicado cráneo entre sus manos. Con una fuerza descomunal,
hundió los ojos de Araxiel, quien perdió uno de ellos. Un líquido
amarillo escurrió entre los dedos de Gael. Una mezcla de ira y dolor
invadía a Araxiel.

—Aún no logras comprenderlo, ¿verdad Gael? —el demonio jerarca


soltó una risa vesánica y retiró la mano de su cara para revelar una
cuenca viscosa—. No eres más que una partícula de polvo en
comparación con nuestro ejército infernal, y aunque logres
vencerme, aún habrá decenas de demonios jerarcas mucho más
poderosos que yo —alzó las manos—. Nuestra victoria es inevitable,
no hay forma en la que puedas salir airoso. Lo único que has
conseguido es demorar lo inevitable.

—Lo dudo, Araxiel. Sólo tenemos que resistir un poco más para que
dejen este plano terrenal —se encogió de hombros —. Tú me has
dado una nueva esperanza.

Araxiel soltó una carcajada estridente.

—Bien, acabemos con esto —dijo el demonio jerarca antes de


desprender un aura amarilla de su cuerpo.

Gael observó con seriedad a su enemigo. Las gotas de lluvia que


caían a su alrededor se convertían en vapor, comprendió que
Araxiel estaba a punto de utilizar toda su esencia. Sonrió, esperaba
ansiosamente ese momento.
20
Venganza

Yamileth contemplaba los rayos de luz que se filtraban a través de la


ventana para iluminar la sala de la casa de Gael. Su preocupación
por él se incrementaba minuto a minuto, su cabeza era una
caballería desbocada. Sabía que el amor de su vida combatía contra
lo imposible. Tomó el control de la tele, pero recapacitó antes de
oprimir el botón, consciente de que las noticias sólo ayudarían a
avivar su desasosiego. Caminó hacia la cocina para servirse un
vaso con agua y encontrar un poco de calma. No fue posible, llegó a
su cabeza la imagen de Sebastián en ese preciso lugar. Abrieron la
puerta. Se acercó con paso veloz y su rostro dibujó una sonrisa al
ver que era Citlalli. Se miraron y abrazaron con todas sus fuerzas.

—No sabes cuánto me alegra que hayas venido. ¿Cómo lograste


salir? ¿Sabes algo de mi mamá?

—Sólo tuve que decir que venía por ropa. Tu madre está bien, sólo
algo preocupada por ti, pero descuida, es muy fuerte y presiente que
estás a salvo.

—Gracias, más vale, porque si llega a enterarse de todo lo que ha


sucedido no me dejaría estar sola.

—Citlalli… ¿sabes de Surem?

—No te preocupes —asintió, sonriendo—, ya estamos enterados;


nos lo confesó antes de unirse a Gael. Y descuida, no te mencionó
en ningún momento, no quería preocupar a tu madre. El elemental
que acompaña a Surem es impresionante, se parece mucho al
compañero de Gael.
—Sí, son seres espectaculares —recordó a Ikary—, al igual que las
ninfas. Conocimos una hace poco… —se detuvo al recordar la
muerte de Sebastián—. Dime una cosa querida, ¿Surem les
mencionó algo sobre Sebastián?

—Sí. Surem nos contó lo que le pasó —aseguró sin poder contener
las lágrimas.

Ambas guardaron un silencio para enfatizar su luto, sus ánimos


decayeron.

—¿Crees que mis hermanos puedan salvarnos?

—¡No lo creo, lo sé! —afirmó Yamileth y sus ojos se iluminaron


como dos estrellas—. Confía en ellos.

Gael y Araxiel se estudiaban mutuamente con la mirada. Surem y


Dedgel seguían combatiendo contra los seres demoníacos, cuando
de pronto y sin aviso, sus contrincantes se dispersaron para formar
un círculo alrededor de los verdaderos protagonistas de aquella
batalla campal, al mejor estilo del coliseo romano. Todo se decidiría
en esa batalla.

—Gael —gritó Araxiel para romper el silencio—. Si llegas a perder


esta pelea, firmarás nuestro pacto con tu propia sangre.

—Si llego a derramar una gota, será de sudor —aseguró, y sus


esferas escarlatas se incendiaron para centrarse en el único ojo que
le quedaba a su enemigo.

Araxiel creó una esfera de esencia en su mano derecha. Gael sonrió


e intentó lo mismo que su adversario. En su mano comenzó a
materializarse una diminuta esfera de plasma, del tamaño de una
canica. Aumentó su esencia hasta que la esfera cubrió toda su
mano. Con una facilidad que ni él mismo comprendió, logró imitar la
misma técnica de Dagon: “Ahora todas mis habilidades son tuyas”,
volvieron a resonar las palabras del elemental en su mente. La
distancia que los separaba era escasa, sólo tuvieron que dar un par
de pasos para poner a prueba sus poderes.

Ambas esferas de esencia fueron lanzadas al aire. El cielo se


iluminó con matices rojos y amarillos. Las esferas luchaban entre sí
por absorber la esencia de la otra. La tierra tembló. El corazón de
Gael palpitaba como tambor militar. Ambos seres estaban luchando
con los recursos que tenían. Esto era el todo por el todo. Ya no se
trataba de una violenta batalla cuerpo a cuerpo, sino de una entre
dos mentes atrapadas en dos cuerpos agotados. Ambas esferas
desataron una explosión de enorme magnitud, todo el bien y el mal
estallaron para arrasar a sus protagonistas. Araxiel se estrelló en
una pirámide. Gael se desvaneció por un segundo. Surem se acercó
para examinar el cuerpo de su hermano. Se preocupó al ver que la
esencia que le quedaba era mínima.

—No, Surem, tu hermano necesita terminar esta pelea solo. No


debemos entrometernos.

Surem retrocedió. El elemental tenía razón, pero no podía dejar que


su hermano muriera.

—Entiendo… pero en el momento que lo necesite lo ayudaré con o


sin tu permiso.

“Tengo que resistir”, pensó Gael tras asumir que estaba a punto de
llegar a su límite. Se mantuvo firme y concentró todo su poder.
Araxiel pronunció una maldición en un idioma ininteligible para
invocar el mal necesario para vencer al humano. Su cuello apenas
podía sostener su cabeza. Un aura amarilla envolvió su cuerpo.
Enterró la guadaña en la tierra y alzó la mirada. Su rostro
ensangrentado mostraba heridas profundas. Embistió a Gael como
una bestia salvaje. Gael concentró toda su esencia, un aura carmesí
rodeó su cuerpo. Afianzó sus pies sobre la tierra y levantó la
espada, justo a tiempo. Sus armas chocaron violentamente para
emitir chispas que generaban ondas sonoras en la atmósfera. Gael
comenzó a sentir dolor en todos sus músculos. Sabía que le iba a
ser imposible sostener ese ritmo por mucho tiempo, su única
alternativa era encontrar la oportunidad adecuada para liberar toda
su esencia en un solo golpe, quizás hasta la muerte.

Surem se disponía a auxiliar a su hermano, pero Dedgel levantó su


cola para impedirle el paso. Negó con la cabeza y le pidió que
tuviera paciencia. Araxiel volvió a cubrir su cuerpo con un aura
amarilla. “Vamos, sólo resiste un poco más”, se dijo el elegido a sí
mismo. Reunió toda su esencia para cubrir su cuerpo con un manto
carmesí. Respiró con calma, estrujó con fuerzas el mango de su
espada y esperó.

—Esto no puede estar sucediendo —tartamudeó Araxiel, quien por


primera vez experimentó el terror verdadero.

Gael caminó lentamente hacia su adversario y lanzó una


impresionante esfera de esencia contra él. Poco a poco la esfera de
color carmesí absorbió al demonio. El jerarca no pudo escapar a esa
fuerza, la esfera de fuego lo arrojó lejos para desintegrarlo en los
altos cielos.

—Esto va en tu honor, Sebastián —las nubes grises se dispersaron


al instante para despejar la ciudad del Tajín. el sol volvió a brillar en
el horizonte.

—Bien, Gael —aplaudió el Enmascarado—. Has superado todas


mis expectativas, no creí que llegarías tan lejos —se levantó y tronó
el cuello—. Ahora entiendo por qué insisten tanto en que firmes el
pacto, pero, al parecer, no hay manera de hacerte entrar en razón.
No me dejas otra alternativa.

—Vamos hermano, es hora de irnos.

Gael se irguió con dificultad y le sonrió.


—Descuida, no será necesario, la ayuda está en camino.

En ese mismo instante Anastasia y Dagon aparecieron a través de


una liminalidad, entre las hordas de demonios y los hermanos. El
alma víctima y el elemental fueron directo al ataque.

El Enmascarado se mantuvo al margen de la pelea, contempló


cómo sus legiones de demonios estaban siendo despedazadas por
los amigos de Gael. En ese momento, un destello rojo pintó el cielo.
Gael y los demás contemplaron al ser que caía del cielo. Gael se
preocupó al ver las seis alas rojas que se asomaban de la espalda
del demonio.

—¡Es Abigor! —señaló.

No se encontraba en condiciones para enfrentarlo. La presencia de


ese demonio significaba que el deterioro iba a un paso más
acelerado de lo previsto. El imponente ser se mantuvo suspendido
en el aire para apreciar a los chicos y a los elementales y analizar la
situación. Sus alas se agitaban al compás del viento. Volteó a ver al
Enmascarado, descendió con lentitud. Aterrizó con una elegante
parsimonia.

—Entiendo que Araxiel fue derrotado.

—Sí —replicó el Enmascarado—. Al parecer, nuestros adversarios


se han vuelto más poderosos.

—Ya veo —Abigor se volvió hacia los chicos y se dirigió a Gael—.


Aun así, hay que mantenerlo vivo. Araxiel se equivocó, se dejó llevar
por sus pasiones.

Anastasia observaba y esperaba el momento adecuado para atacar.


Los elementales se mantenían en alerta con las alas desplegadas y
envueltas en llamas, mientras que Surem abrazaba el cuerpo de su
hermano.
—No hay que ponernos tan tensos —comentó Abigor—. Sólo quiero
charlar con ustedes —su voz era cálida y tranquila—. Prometo no
hacerles daño.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Gael.

—¿Yo? —se señaló con el dedo—, ¿qué es lo que quieres tú? ¿Por
qué te sigues resistiendo? ¿Acaso no han muerto ya demasiadas
criaturas debido a tu necedad, sin mencionar a tu primo?

—Lo que ustedes quieren es que les entreguemos el mundo en


bandeja de plata. Pero ahora la humanidad está más unida que
nunca. Y si nos rendimos, tanto la muerte de Sebastián, como la de
todas las demás víctimas inocentes habrá sido en vano.

—Conozco bien la contradicción humana. Pero dime, ¿qué te hace


pensar que toda la humanidad está del mismo lado?

—¿A qué te refieres? —intervino Anastasia.

—A eso mismo.

Cayeron en la cuenta de que algunos, quizá muchos humanos,


colaboraban con los demonios.

—Tenemos que irnos, Gael —insistió Dagon.

—Lo sé, pero me gustaría averiguar un poco más.

—Por cierto —Abigor se volvió hacia el Enmascarado—, ¿sabes si


Azazel ya despertó a los de esta zona?

—Parece que no. Es más lento que el agua estancada.

Anastasia aprovechó la distracción del demonio jerarca para atacar.


Le bastó un segundo para llegar hasta su adversario. El demonio sin
voltear se dio cuenta de la presencia del alma víctima. Se hizo a un
lado a gran velocidad esquivando a su atacante. Todos vieron en
cámara lenta la manera en la que el demonio se colocó a un lado de
la chica, movió ligeramente su brazo izquierdo y sin tomar impulso,
empujó a la guerrera. La chica salió disparada hacia el cielo y cayó
a un lado de Gael. No tardó en incorporarse. Dagon y Dedgel se
colocaron frente a los chicos y envolvieron sus cuerpos en llamas.
Gael se limitó a observar la escena, su objetivo era analizar el poder
de su nuevo enemigo.

Las salamandrinas concentraron una gran cantidad de esencia en


sus cuerpos y salieron volando como dos saetas endemoniadas.
Abigor levantó sus manos y retuvo la embestida sin esfuerzo. Las
salamandrinas brillaron con mayor intensidad. Abigor hundió los pies
en la tierra. Su gabardina ondulaba, al igual que su cabello, que se
agitaban con el viento. Sus ojos grises relucieron con un extraño
brillo. Con un ademán los azotó contra las ruinas.

Gael sonrió tras percatarse del punto débil de Abigor.

—Buen intento —dijo el demonio jerarca y siguió caminando hacia


los chicos.

Anastasia se interpuso en su camino. No iba a permitir que llegara


hasta Gael. Abigor, como si no hubiera nada delante de él, continuó
su paso. El demonio jerarca levantó su mano izquierda. De su palma
surgió una pequeña gota negra a la que sopló para lanzarla hacia
Gael y sus compañeros. Gael creó una liminalidad.

—¡Es hora de irnos!

Se levantaron con dificultad y corrieron al portal. Cruzaron por la


liminalidad y desaparecieron. Abigor permaneció sereno para
analizar la situación.

—Será mejor ir tras ellos —sugirió el Enmascarado.

—No, déjalos ir. Tenemos pendientes de mayor urgencia.

—Sí, lo sé, pero si dejamos que Gael logre despertar el anígni, será
un gran problema para nosotros.
—Es muy poco probable que logre dominarlo en tan poco tiempo.
Ahora debemos enfocarnos en nuestro plan alterno.

—De acuerdo —se mostró pensativo—. Pero será algo complicado,


se trata de un ser muy poderoso.

—Descuida, pequeño, de eso nos ocuparemos nosotros.

—Como tú digas.

Abigor creó un portal y ambos lo cruzaron, cada uno hacia un


destino diferente. Las míticas ruinas del Tajín yacían destruidas. La
ciudad ancestral de los totonacos se convirtió en un eterno recuerdo
del poder destructivo de los demonios.
Tercera Parte
Renacer

El guerrero exitoso

es el hombre promedio,

con enfoque similar a un láser.

Bruce Lee
21
Nephilims ancestrales

Yamileth estaba terminando el relato sobre lo ocurrido cuando los


guerreros, junto a sus elementales, cruzaron el portal. El semblante
de la chica se iluminó al ver de nuevo a su amado, él había
cumplido con su palabra. Fue corriendo a abrazarlo. Gael la
estrechó en sus brazos y se desplomó.

—Te tengo… —susurró con ternura y contempló las heridas del


maltratado cuerpo de su amigo.

Citlalli sonrió al ver a sus hermanos, quería abrazarlos y oír sus


hazañas. Pero todos estaban visiblemente exhaustos. El pequeño
Surem le contó que agotaron toda su esencia en la última batalla,
pero que, gracias a los elementales, las heridas de Gael sanarían
pronto. Citlalli no dejó de notar la presencia de Anastasia, se quedó
maravillada de la fuerza de su cuerpo.

—Tienes que contarnos —desvió su mirada a Dedgel—. ¿Desde


hace cuánto creaste el enlace con él?

—Hace dos años —Surem respondió sin chistar.

Gael y Citlalli no podían creerlo. Viviendo con él y no fueron capaces


de descubrir su secreto.

—¿Cómo no nos habíamos dado cuenta? —exclamó Citlalli.

—Eso se debe a la cerrazón de sus mentes.

—Ahora entiendo por qué te habías ausentado tanto tiempo —


intervino Dagon, dirigiéndose a Dedgel—. Pensábamos que te
habías extinguido o que te había capturado algún hechicero oscuro.

—¿Quiénes son los hechiceros oscuros? —intervino Gael.

—Pertenecen a una logia antigua —explicó Anastasia—. Siempre


están en búsqueda de poder y son capaces de hacer cualquier cosa
para conseguirlo, sin importar las consecuencias.

—Suenan agradables —bromeó Gael—. Veo que aún tengo mucho


que saber —recordó la misión de Dagon y Anastasia—. Por cierto,
¿qué averiguaron?

—Tenemos un nuevo problema —dijo Dagon.

—¿Problema? ¿Podrían ser más específicos?

Anastasia suspiró, dando a entender la dificultad de la situación.

—Al parecer Azazel está despertando a los Nephilims de todo el


mundo.

—¿Qué son los Nephilims? —preguntó Citlalli.

—Son una raza que nació de la unión de las mujeres con los
ángeles caídos —dijo Surem.

—¿Los demonios tuvieron hijos con los humanos? —Yamileth


estaba confundida.

—Sí —Gael mostró su típica serenidad—. La Biblia los menciona.


Son gigantes.

—¿Como Goliat? —aventuró Yamileth.

—Sí —intervino Anastasia—, aunque Goliat era un enano en


comparación a ellos.

—¿Para qué quieren despertarlos? ¿Por qué ahora?


—El tiempo se les está agotando, por eso necesitan de todo su
arsenal.

—¿Cómo que se les está acabando? —preguntó Anastasia—.


Pensaba que el tiempo jugaba a su favor.

—Eso era lo que creíamos, pero resulta que el deterioro forma parte
de un ciclo que está por culminar.

—¿Cómo sabes eso? —preguntó Dagon.

—Digamos que pecaron de ingenuos —sonrió—. Lo importante


ahora es detener a Azazel antes de que despierte a los que faltan, lo
último que necesitamos son más enemigos.

—Es demasiado tarde —repuso Dagon—. Ha despertado a casi


todos.

Un hermoso ser se posó en los escalones de la pirámide


Tlahuizcalpantecuhtli, en cuya parte superior se hallan los atlantes
de Tula. Su hermoso cabello lacio de color azul marino se ondulaba
por el fuerte aire que corría, el cielo se había nublado y el frío
reinaba en esta antigua metrópoli totonaca. Azazel subió lentamente
los escalones, alcanzó la cima de la pirámide y se colocó frente a
los monumentales atlantes de más de cuatro metros de altura. Los
analizó, caminó de un lado a otro, estudiándolos. Sonrió y se acercó
al que se encontraba justo en el medio. Contempló al guerrero
dormido en ese pilar de piedra, notó el desgaste en la roca tallada,
observó minuciosamente los detalles de la armadura y los adornos
de los guerreros dormidos. Dio unos pasos hacia atrás sin dejar de
contemplarlos, y comenzó a recitar una oración oscura, sacó de
entre su ropa una hermosa daga bañada en oro. La levantó al cielo,
con su mano derecha hizo un corte en su palma izquierda. Brotó
una sangre espesa y azul, colocó la mano en el suelo sin dejar de
recitar la oración. Esto provocó que se creara un extraño círculo
desde el cual surgieron cuatro fuentes de energía, cada una fue
dirigida a cada uno de los cuatro atlantes. Una vez que la sangre de
este demonio se había introducido en las estatuas, éstas
comenzaron a brillar. La piedra que los cubría se desmoronó. Poco
a poco, los cuatro guerreros toltecas salieron de su prisión.

Una vez libres, lo primero que hicieron fue estudiar el lugar,


analizando su entorno y enfocaron a la pequeña silueta que se
encontraba delante de ellos. Al ver de quien se trataba, se inclinaron
haciendo una reverencia.

—Bienvenidos nuevamente a la vida.

Gael no perdió la calma. Se mostró pensativo.

—Bueno, qué son unos cuantos más —dijo Gael—. Lo importante


ahora es resistir.

—¿Cuánto tiempo más queda? —preguntó Anastasia.

—No lo sé. Lo único que sé es que es poco.

—Bien —intervino Yamileth—, ¿qué hacemos?

—Es obvio, esperar.

—¿Esperar? —inquirió Anastasia—. ¿No hay nada más que


podamos hacer?

—Sí —Surem comprendió lo que Gael quería dar a entender—, sólo


tenemos que esperar a ver cuál es su siguiente movimiento. Si de
verdad están tan desesperados, actuarán pronto.
—¿Qué hay de los demás elementales? —preguntó Gael, mirando a
Dagon.

—Se han visto en serios aprietos —flotaba junto a Dedgel—,


aunque ya los solucionaron. De cualquier manera, van a necesitar
las armas sagradas —cambió su tono a uno más serio—. Gael,
necesitamos conseguirlas ya, son nuestra única esperanza.

Gael analizó lo que decía Dagon. Asintió.

—Bien, eso haremos, nos encargaremos de encontrar la primera y


con ella las demás, para que nuestros compañeros las busquen.

—Pero no ahora —replicó Yamileth—. Acaban de regresar de una


ardua batalla. Primero deben comer algo y recuperarse, porque si
van en estas condiciones, no durarán medio asalto.

—Yam tiene razón —secundó Citlalli—. Después de todo, aún


sigues siendo un humano, hermanito, uno muy raro.

Gael se acomodó en un sofá y observó a sus camaradas con


serenidad.

—¿Quiénes son estos Nephilim?

—Son seres que aparecen en muchas de las mitologías antiguas —


explicó Anastasia. Gael cerró los ojos, comprendía a qué se refería
la guerrera.

—¿Los Titanes?

—Sí —intervino Dedgel—, son sumamente poderosos y a los


demonios les cuesta controlarlos, son muy temperamentales.

—Bien, entonces nos quedaremos con los brazos cruzados —


replicó Anastasia quien ya se encontraba en el comedor—. Sólo
tendremos que esperar.
—Así es. Eso haremos hasta que los demonios hagan su primer
movimiento.

Todos admiraron la calma interior que proyectaba Gael. Citlalli se


sentó a la mesa junto a Anastasia. Surem se acomodó en un sofá, al
igual que Yamileth. Dagon y Dedgel intercambiaron miradas, como
si se estuvieran comunicando. Dedgel escupió un poco de fuego.
Gael le sonrió, comprendiendo lo que estaba pensando.

—Tranquilo. Sé que es difícil permanecer sin hacer nada sabiendo


que tus hermanos elementales se encuentran atrapados en sus
mundos —se inclinó hacia él—. Pero te prometo que no me daré por
vencido hasta liberarlos.

Lo dijo con tal confianza que transmitió esperanza a los


elementales. Dedgel se preguntó, cómo un simple chico poseía tal
poder sobre los demás, ¿cómo podía transmitir tanta confianza?
Sonrió por primera vez desde su llegada a la tierra. Dagon entendió
todo sin palabras, asintió sutilmente.

Los Atlantes de Tula estaban agradecidos con Azazel por haberlos


liberado. Se incorporaron sin dejar de mirar a su libertador.

—Espero que no hayan perdido sus habilidades en esta


hibernación.

Uno de los Atlantes sacó un atlatl y lo lanzó. Éste fue a incrustarse


en el corazón de un monte que se encontraba a casi un kilómetro de
distancia. Azazel quedó complacido con la demostración.

—Bien, siguen en forma.


—¿Con qué motivo nos despertaste de nuestro sueño eterno? —su
voz sonaba de ultratumba.

—Necesitamos de sus habilidades.

—Sabemos que ustedes no pueden pisar este plano terrenal


libremente —se le quedó viendo con seriedad—. ¿Qué ha pasado
en la tierra?

—Las cosas han cambiado. Ahora regimos este mundo, pero nos
encontramos en medio de una batalla contra unos humanos que nos
está quitando tiempo valioso.

—¿Ustedes contra los humanos? —intervino otro Atlante—. ¿Qué


clase de guerra es ésa? ¿Para qué nos despertaste? Dudo que
necesiten de nuestros servicios para pelear contra una especie
inferior.

—Algunos humanos se ha hecho de un poder inmenso y se han


convertido en una verdadera molestia. Han recibido apoyo de unos
seres bastante molestos: los elementales. Ellos han unido fuerza
con los humanos y nos han complicado las cosas.

—¿Y cuál es su objetivo final?

—Derrocar a Dios… —enunció Azazel con suma serenidad.

—¡Eso es imposible! No hay manera de derrotar a Elohim; ni Luzbel


tiene el poder de encararlo, mucho menos sus inferiores. ¿Cómo
piensan derrocar al supremo, al amo del universo, del tiempo y del
espacio?

—Tranquilos, de eso ya nos encargaremos, lo que necesito de


ustedes es que se unan a sus demás camaradas.

—Entonces no es una batalla banal, mi señor.

—Lo que necesitamos es que distraigan a los humanos, mientras


nosotros alcanzamos nuestro objetivo.
—De acuerdo —respondió otro de los atlantes.

—Una pregunta más: ¿acaso despertarás a aquéllos?

—A eso voy —el demonio jerarca le contestó sin volverse—.


Ustedes encárguense de lo que les pedí, al final serán bien
recompensados.

El demonio cruzó por el portal y desapareció, dejando a los gigantes


tras de sí.

Gael dormía profundamente, mientras Surem y Anastasia charlaban.


Los elementales yacían flotando mientras dormitaban.

—Tu hermano se ha esforzado mucho últimamente —Anastasia


miró a Surem con seriedad—. Ha hecho hasta lo imposible para
detener a esos demonios.

—Está convencido que la responsabilidad de detener a Luzbel recae


completamente sobre sus hombros.

—¿Por qué dices eso?

—Gael es el elegido para llevar a cabo esta misión divina, pero si


sigue luchando de esa forma, ¿cuánto crees que tarde la humanidad
en despertar?

—Tienes razón.
Gael abrió poco a poco los ojos, la oscuridad lo circundaba. Unos
destellos azulados llamaron su atención. Se encontraba frente a un
estanque de agua profunda que se desbordaba hacia el infinito. No
se asustó. Sabía perfectamente donde se encontraba, pero no
entendía qué había ahí. De repente, percibió una poderosa esencia.
Frente a él, emergió un extraño personaje con una armadura
cubriendo su cuerpo y nueve alas rojizas en su espalda.

—Y bien —el chico rompió el silencio—, ¿qué necesitas?

—¿No te interesa saber quién soy?

—Eres el demonio que vive dentro de Anastasia. ¿Cierto?

—Vengo a comunicarte que los demonios tienen un plan de


emergencia.

—Lo sé.

—¿En serio? ¿Entonces sabes cuál es el verdadero objetivo?

—Que sea el portador del demonio liberador que destruirá el último


puente entre la tierra y el Paraíso, de esa forma Dios perdería todo
contacto con nosotros y eso los llevaría a la victoria.

—No es tan simple. La mentira combinada con la verdad es su


verdadera arma.

—No entiendo, se supone que tú eres uno de ellos, ¿por qué


debería de confiar en tus palabras? Quizá sólo buscas confundirme,
después de todo, son tus hermanos.

—Sé que te costará trabajo creerme, pero he llegado a empatizar


con la humanidad, parte de ella se ha impregnado en mí.

Gael, aunque sentía sinceras las palabras del demonio, no se dejó


convencer del todo ya que los demonios son los maestros del
engaño.
—Lo tomaré en cuenta —añadió con un toque de frialdad.

El demonio volvió a sumergirse poco a poco en el estanque azulado.


Gael se tornó sumamente serio, tratando de comprender sus últimas
palabras.

Gael escuchó voces. Se levantó y vio a sus amigos en la mesa


platicando y comiendo, hasta los elementales se habían unido al
convite. Los chicos y las salamandrinas se quedaron callados y
miraron a Gael. Éste volteó hacia la ventana y vio que ya era de
noche.

—¿Qué ha sido de los demonios? ¿Ya hicieron alguna movida?

—Descuida —dijo Yam—. Aún no han hecho nada.

—¿Cuántas horas dormí?

—Un par a lo mucho —respondió Citlalli—. Siéntate y come algo.

Gael recordó que no había comido desde la mañana. Se sentó y


observó de reojo a Anastasia, preguntándose si sabía de la reunión
que acababa de celebrar con el demonio jerarca que habitaba en su
interior. Su hermana le sirvió espagueti. Mientras comía, recordó las
palabras del demonio interior. Si era cierto lo que le había explicado,
tenía que saber con qué eventos relacionarlos. No sabía ahora en
qué creer.

—¡Hey, despierta! —Yamileth movió una mano frente a sus ojos


para llamar su atención.

—Disculpa —Gael volvió a la realidad—. Me perdí.

—Sí, ya vi —se quedó pensativa—. ¿Qué tanto pensabas?


—En todo.

—Gael —intervino Dagon—, deberíamos ir por las armas.

El guerrero asintió, se levantó y se dirigió a la cocina. Se lavó las


manos y tomó una manzana que se encontraba en la mesa.

—Me puedes dar unos treinta minutos —se llevó la manzana a la


boca y le dio un gran mordisco.

—¿Para qué? —preguntó la salamandrina.

—Sólo quiero unos minutos.

—Bien. Tómate tu tiempo.

—Gracias —sonrió y tomó a Yamileth de la mano. Creó una


liminalidad y cruzó junto con ella. Desaparecieron, dejando a todos
mirándose entre sí, confundidos.

Encendieron la televisión para ver si había alguna novedad: noticias,


lo mismo de siempre desde que comenzaron los caóticos
acontecimientos en la tierra; todo parecía normal, salvo que se veía
a un reportero sobrevolando el Iztaccíhuatl, donde había aparecido
un gran círculo al pie de la montaña. Surem se llevó una mano a la
boca, y con tono sutil, dijo:

—Los demonios han abierto el juego.

Gael y Yamileth aparecieron en un bosque, rodeados por árboles


que se escondían en la oscuridad de la noche. La luz de la luna se
filtraba entre las ramas, y bañaba todo alrededor.

—¿Dónde estamos?
—Observa…

Yamileth, giró sobre su eje, contemplando a las miles de mariposas


monarcas que adornaban las ramas de los árboles. Sonrió por el
bello espectáculo de las pequeñas aladas.

—Estamos en el santuario de las mariposas monarcas —murmuró


maravillada.

—Éstas son las fechas en las que las mariposas migran a estos
bosques, lo hacen para hibernar y reproducirse durante la primavera
—volteó y señaló las ramas que estaban repletas de estas bellas
criaturas—. Perdón si actué tan impulsivamente, sólo quería
comprobar algo.

—¿Qué cosa?

—He notado algo muy peculiar en las reacciones de la naturaleza.


No sé si te has dado cuenta, pero los animales son los primeros en
reaccionar cuando algo malo está por suceder, y eso se refleja en
sus comportamientos. Sin embargo, no dejan de hacer lo que deben
hacer. Estas mariposas saben que algo malo sucede en el mundo.
Pero mira, siguen con su vida como si eso no importara. En pocas
palabras —continuó Gael—, los animales son los que realmente
están luchando por la tierra. Por eso debo seguir peleando y
proteger a este mundo a toda costa.

Gael permaneció con los ojos cerrados, tratando de disfrutar esos


escasos minutos de paz. Yamileth observó con dulzura a Gael, pasó
la mano por su cabello y comenzó a recorrer todos los rasgos del
chico con el dedo. Lo atrajo hacia ella y lo besó lenta y
profundamente. Apenas fueron unos segundos de dulzura. En ese
momento, todo parecía más vivo que nunca, las mariposas
despertaron y rodearon a los jóvenes, integrándose a la energía del
amor. Gael reconoció que cuando dos almas se atraen, el beso más
inesperado es el más hermoso.
Pero Gael presintió la oscuridad cernirse sobre ellos. Se inquietó,
algo malo estaba por suceder. Giró la cabeza y su mirada se perdió
entre los árboles, como si desde ese punto se acercara algo.

—Gael, ¿sucede algo?

—Tengo un mal presentimiento.

Azazel permanecía al pie de la imponente sierra volcánica. El


demonio jerarca se acercó al gran círculo que había creado justo
ahí. Al ver que ya estaba casi diluido, se alejó, expandió sus seis
alas, voló unos quinientos metros por encima de la superficie.

—¡Despierta, Tea! —exclamó. Su voz resonó por todo el valle.

Azazel distinguió a lo lejos un helicóptero cuya presencia consideró


irrelevante, sabía que lo estaban filmando y eso era una buena idea.
Quería que captaran lo que estaba a punto de suceder. El
legendario volcán Iztaccíhuatl entró en una repentina actividad, la
tierra y rocas que se encontraban en la superficie se partieron. Se
movió lo que parecía un gigantesco brazo que salió de las fauces de
la tierra, lanzando rocas y lava. Se desprendió un gran pedazo de
roca dejando ver un rostro de hermosos rasgos, como

de una escultura griega. El ser dormido inhaló una poderosa


bocanada de aire, como si estuviera ahogándose. Levantó el otro
brazo y despojó gigantescos pedazos de tierra que yacían sobre
ella. Azazel apreció maravillado cómo un ser ancestral emergía. Tea
se incorporó. Su tamaño era descomunal. Su cabellera llegaba casi
a la cintura, era de un color castaño profundo. Su cuerpo era
perfecto, una escultura imponente.
—Saludos —Azazel se elevó unos cientos de metros más, hasta
colocarse frente a la Titánides.

La Nephilim se le quedó viendo con desagrado, a una velocidad


sorprendente, soltó un manotazo que no atinó a tocar al ángel caído.

—Esto será más difícil de lo que pensé —susurró.

—No me lo puedo creer —expresó Citlalli frente a la televisión.

Los presentes no daban crédito a lo que veían. Incluso los


elementales estaban asombrados, había despertado a la Nephilim
más grande del mundo. Surem, con la mirada seria, volteó a ver a
las salamandrinas.

—Antes de enfrentarla debemos detener el despertar de los demás


Titanes alrededor del continente.

Las salamandrinas asintieron, pero antes de moverse, transmitieron


en el mismo canal imágenes de círculos cabalísticos cerca de
grandes cordilleras de América. Se angustiaron.

—¡Tenemos que ir ahora! —Exclamó Anastasia—. Todavía podemos


evitar que despierten a los demás.

—Es imposible —comentó Dedgel, con resignación—. Sólo el que


empezó el ritual puede ponerle fin.

—El círculo cabalístico está protegido por otros sellos —explicó


Dagon—. La única forma de detenerlo es ofreciéndole un pacto,
dándole sangre de alguno a cambio de su anulación.

—¿Cómo que ofreciendo sangre? —Citlalli estaba confundida.


—Sí —intervino Surem—, mediante el sacrificio.

—¿Y qué harán ahora? ¿Sólo esperarán a que todos se despierten


para poder enfrentarlos?

—Es la única alternativa que tenemos —suspiró Anastasia.

De la espalda de los elementales emergió una llamarada,


preparándose para la pelea. Citlalli comprendió el plan.

—Debemos concentrar todo nuestro poder en derrotar al primer


Nephilim —comentó Surem—. Hay más posibilidades si peleamos
todos contra uno.

En ese momento se materializó una liminalidad. Apareció Yamileth.

—¿Y mi hermano?

—No sé —se encogió de hombros—. Me pidió que viniera con


ustedes. Me dijo que tenía algo muy importante que hacer.

—Sí, ya veo —Anastasia negaba con la cabeza mientras señalaba


la televisión—. Se nos adelantó.

—Vamos, tenemos que ir a apoyarlo —sugirió Surem.

Las salamandrinas y Anastasia asintieron, estaban a punto de partir


cuando, de repente, Yamileth exclamó.

—¡Alto! —se interpuso delante de ellos con los brazos extendidos—.


No vayan. Él lo solucionará. No intervengan. Tenemos que confiar
en él.

—Si Gael tiene una idea, habrá que confiar en él y respetar su


petición —expresó Dagon.
—Hola, buenas tardes —saludó Gael irónicamente. Se encontraba a
unos escasos metros del cráter. Caminó hasta llegar a la orilla. El
demonio jerarca giró la cabeza.

—Gael, querido, ¡qué bueno tenerte por aquí en este momento


único! Si viniste con la intención de destruir a esta belleza te has
equivocado una vez más.

—No, vengo a hablar con ella.

Azazel, como si Gael no hubiera comentado nada, batió sus alas y


se elevó por los aires en dirección a la Nephilim. Gael analizó la
situación, si el demonio lograba persuadir a Tea, iba a estar en
serios problemas. El demonio jerarca se detuvo a la altura de la cara
de la Titánide. Trató de volver a entablar una plática con ella, pero
Tea se giró y caminó en dirección opuesta. Cada paso que daba era
un estruendo que se escuchaba por todo el valle. Azazel la seguía y
le hablaba, pero ella lo ignoraba.

—Si sigues hablando, serán tus últimas palabras.

—¡Todos ustedes fueron creados por un gran demonio! —exclamó


—. ¡Nos deben su lealtad!

—No le debes absolutamente nada —rebatió Gael, quien había


aparecido en el hombro derecho de Tea—. Puedes elegir el camino
que quieras —Tea giró la cabeza para dar con el origen de la voz.
La Titánide apenas y lo distinguió, pegó un manotazo sobre su
hombro. Gael apareció a través de una liminalidad en el otro hombro
de la mujer durmiente.

—¡Qué irascible eres!


—¿Qué te hace pensar que puedes dirigirme la palabra?—la
Nephilim estaba furiosa—. No necesito de los consejos de un
mortal.

—Tienes razón, lo que quiero evitar es que caigas en la trampa de


Azazel.

—¿Acaso crees que no sé eso? —alzó la voz aún más. Gael se


tapó los oídos—. Sé muy bien para qué nos quieren a mis hermanos
y a mí. Para eso nos crearon. Pero siempre podemos cambiar de
opinión.

En ese momento el demonio alzó su mano derecha para extender la


palma, de donde salía una llama azul. La pegó contra su pecho. Al
retirarla, un extraño símbolo azul inscrito en su piel brilló
intensamente. Gael no comprendía lo que sucedía hasta que el
pecho de Tea emanó un brillo del mismo color. Se asustó al
comprender el objetivo del sello infernal. Tea comenzó a
contorsionarse y a gritar. La tierra temblaba por los movimientos de
la Titánide.

—¡No permitiré que me controles! —vociferó con una voz


desgarrada por el dolor.

Gael trató de impedirlo, pero el demonio giró hábilmente para


frustrar el ataque; había intentado sorprenderlo saliendo de una
liminalidad que formó a sus espaldas. Azazel apretó con fuerza el
puño del chico. Los alaridos de Tea cesaron. Era demasiado tarde.
Los demonios sabían cómo controlar a los Nephilim desde un
principio.

El demonio descendió a gran velocidad. Abrió sus alas para frenar


su caída y tocó el suelo con sutileza, justo frente a Gael.

—Gael, no nos subestimes. No pierdas el tiempo, siempre vamos a


estar un paso adelante. Es demasiado tarde —volteó a ver a Tea—.
Los demás ya se encuentran bajo nuestro control.
Gael observó a la Titánide y notó que sus ojos ahora poseían el
mismo color que los ojos de Azazel. Lo comprendió rápidamente.

—Están enlazados —musitó y se volvió hacia el demonio—. Cuando


activaste el sello en Tea, también activaste el de los demás.

Gael consideró la situación. Si todos estaban enlazados, entonces


sólo tenía que destruir a Azazel para liberar a todos los Titanes.

—Ganaste la batalla. Has logrado tu cometido —se quedó viendo


con cierta tristeza a Tea, tratando de comprender un poco su
sufrimiento. Se prometió liberarla a cualquier precio.

Azazel creó un gigantesco portal oscuro. Tea lo cruzó y el portal


desapareció.

—Por ahora, les daremos el tiempo necesario para que puedan


recoger a sus heridos y recuperarse de todos los daños causados.

—Desconocía tus dotes altruistas. Cada día se aprende algo nuevo,


supongo.

—No te pongas sentimental. Hasta en las guerras más cruentas hay


treguas. Tienen hasta mañana para lamer sus heridas.

Azazel desapareció junto a Tea.


22
Viejos recuerdos

Un destello iluminó la sala y Gael salió de la liminalidad para


acaparar las miradas de todos. Se le notaba triste y angustiado.

—Tenemos una tregua hasta mañana —aseguró Gael mientras los


observaba con seriedad.

—No tiene sentido si el tiempo juega en su contra —replicó Surem.

Gael se sentó mientras intentaba hallar una explicación lógica.


Dedgel sugirió que podía tratarse de una trampa para tomarlos
desprevenidos, o bien, la peor de todas las opciones, que los
demonios habían encontrado la forma de extender su estadía en la
tierra.

—Pero ¿y si hablaban en serio y de verdad no piensan atacar esta


noche? —preguntó Gael—. Como sea, es una buena jugada de su
parte, miren cómo nos tienen dándole vueltas al asunto. Bueno, no
nos queda más que estar alertas y esperar.

Los rayos lunares iluminaban el juego de pelota de la magnífica


Palenque. Un ángel caído, alto y rudo, contemplaba las ruinas de la
ciudad eterna. Su cabellera rubia se agitaba al aire. Seis alas azules
nacían de su espalda, sus pupilas brillaban con ese mismo color.
Paimon apareció a un lado del rubio demonio. El jerarca infernal de
cabello azabache montaba su dromedario albino. El ser andrógino
miró al cielo, cautivado por la resplandeciente luna.

—Alastor —habló Paimon, con sutileza.

—Sí, me enteré gracias a Azazel.

—Les daremos esta noche de descanso, lo que seguirá a ello será


fulminante.

—¿Ya todos están al corriente?

—Así es.

—¿A qué se debe este giro en nuestros planes? —Alastor se cruzó


de brazos.

—Queremos implementar una nueva estrategia.

Un viento fresco descendía sobre la selva que envolvía la antigua


ciudad maya.

—Por lo visto, ya despertaron a todos los Nephilim... —expresó


Alastor, molesto—. ¿Acaso nosotros no somos lo suficientemente
poderosos como para derrocar a Dios?

—Sin duda alguna —confirmó Paimon mientras bajaba de su


dromedario—, pero la ayuda nunca sale sobrando.

—Ustedes la necesitarán, yo me las puedo arreglar solo.

—¿Ah, sí? Hasta donde sé, tus planes se han visto frustrados en
más de una ocasión y han muerto tres de tus subordinados, incluso
la bestia elemental fue destruida, y qué decir de las legiones que
han sido erradicadas —se acarició el cabello—. No creo que tengas
todo bajo control, Alastor.

El demonio jerarca miró con desprecio a Paimon. La tensión entre


ambos era evidente en cada intercambio de palabras. Alastor abrió
los ojos al sentir una presencia familiar. En ese momento una gran
esfera de esencia color índigo se estrelló contra él y estalló al
instante. Paimon giró ligeramente la cabeza y vio a una chica
acompañada por una pequeña ninfa. Aunque no sufrió daño alguno,
se enfureció. Volteó a ver a su atacante.

—Parece que es el momento adecuado —masculló apretando


fuertemente sus dientes y puños.

La pantalla transmitía imágenes de cada despertar de un Nephilim.


Los chicos, presas de la frustración, sólo podían ver cómo se
multiplicaba el ejército infernal a cada minuto. Citlalli se acordó de
las bestias elementales y sufrió un sobresalto. Preguntó qué había
sido de ellas. Esas criaturas sumadas a los Nephilims, eran capaces
de destruir el mundo entero. El elemental le explicó que éstas se
encontraban atrapadas, al menos por el momento, y que el dragón
había sido aniquilado por Gael.

—Nuestro mundo ha sufrido mucho —expresó Anastasia con


tristeza.

—No sólo su mundo —replicó Dedgel.

—El lado positivo de esta catástrofe es que ha logrado establecer


una nueva alianza —intervino Surem—. Gracias a nuestro enemigo
común hemos creado un poderoso vínculo con ustedes —volteó a
ver a las salamandrinas—. Y ése será su punto flaco.

Todos voltearon a ver a Surem con admiración. Su edad no


correspondía con su sabiduría. Gael se mantenía al margen de la
plática. Estaba hastiado. Volteó a ver a Yamileth, alzó las cejas y
señaló la puerta moviendo su cabeza. Yamileth sonrió y asintió.
—Muy bien —Gael se levantó y estiró los brazos—. Es hora de
dormir, compañeros.

—¿Dormir? —preguntó Anastasia—. Pero si apenas van a dar las


siete.

—El sueño no sabe de horas —respondió Yamileth.

—Seguro —expresó Citlalli con su sarcasmo natural—. Sí, claro,


“váyanse a dormir”.

Yamileth siguió a Gael por las escaleras, todos los siguieron con la
mirada. Entraron a la recámara de Gael, cerraron la puerta, él creó
una liminalidad, extendió su mano a la chica y cruzaron por el portal.

—Se fueron —exclamó Surem.

—¿Cómo que se fueron? —cuestionó Citlalli;—. ¿A dónde?

—Ni idea.

Yamileth y Gael aparecieron en Teotihuacán, justo en la cima de la


Pirámide del Sol. Yamileth se quedó muda ante el espectáculo de la
magnífica ciudad de los dioses mientras que Gael admiraba la
belleza de su amiga.

—¿Sabes? Cuando todo esto termine, deberías abrir tu propia


agencia de viajes —le sonrió.

Gael soltó una risa sutil.

—Éste es uno de mis sitios arqueológicos predilectos —afirmó Gael


y le señaló el camino que los llevaba a otra gran pirámide—. Ésa es
la Calzada de los Muertos y la pirámide que ves a lo lejos es la
Pirámide de la Luna.

—¿Qué cultura construyó todo esto?

—No se sabe a ciencia cierta, pero se especula que fueron los


totonacos.

—Deberíamos preguntarle a Dagon. Después de todo, tiene miles


de años.

—¡Cierto! No sé cómo no se me había ocurrido antes. Bueno, lo


haré...

Se sentaron en el borde de la pirámide, uno al lado del otro,


admirando el paisaje.

—Gael, ¿cómo puedes permanecer tan sereno frente a los


problemas? ¿Cómo le haces?

—No lo sé, quizás porque ahora pienso en soluciones en lugar de


problemas.

—A mí me impresiona que sigas a mi lado a pesar de todo.

—Alguien debe cuidarte —le guiñó un ojo.

Gael contempló el cielo y admiró la luna que brillaba más de lo


normal. Se preguntó si eso también era a causa del deterioro.

—Ahora me doy cuenta de que he cambiado mucho en unas pocas


semanas. He salido del cascarón, como dice mi mamá.

—¿A qué te refieres?

—Sí… antes mi espacio mental estaba dedicado a preocuparme por


todo sin hacer nada realmente. Era retraído, inseguro y siempre me
estaba criticando, juzgando por las cosas que hacía o no hacía.
Ahora veo una infinidad de posibilidades. ¿Te ha pasado algo así?
—Creo que sí, cuando llegué a Nueva York a ver a mi padre pude
valorar quién era, cuánto había luchado por conseguir un trabajo ahí
para mandarnos dinero.

—Creo que estamos creciendo y madurando.

—Sí… ¡qué horror!

Se rieron juntos.

—Tienes razón —le tendió una mano para ayudarla a ponerse de


pie—. Ven, acompáñame. Siempre he querido caminar de noche por
estas ruinas.
23
Decisiones

Un comedor gigante se desplegaba en el centro de un vasto templo.


Los pilares de marfil parecían elevarse hasta rasgar el firmamento.
Un ángel caído estaba sentado en la cabecera. Apoyaba sus codos
en el largo mantel bordado con hilos de plata. Las doce alas de
cristal que asomaban de su espalda se agitaban con esa parsimonia
inherente a la elegancia. Un largo mechón de cabello negro cubría
su rostro. Pasó sus dedos por el cabello para descubrir su rostro:
era el demonio que había aparecido en los sueños de Gael. Hundió
la uña para extraer un trozo de fruta de una copa que tenía enfrente.

El techo se abrió lentamente para iluminar la mesa con los matices


nacidos de los rayos estelares. Un demonio cubierto por una
armadura negra y plateada descendió para colocarse al lado de su
anfitrión. Medía alrededor de dos metros. Desplegaba diez alas de
plata en su espalda. Su cabello era del mismo color y sus ojos de un
naranja intenso.

—¿Cuánto falta para levantar la tregua? —preguntó el demonio.

—Unas horas más —respondió el caballero—. ¿Pazuzu está en


posición?

—Lo estará en dos días. Vamos, siéntate y acompáñame a degustar


algunas delicias terrenales.

El demonio de la armadura asintió para sentarse al lado de su


anfitrión. El jerarca de cabellera negra tomó una nuez entre sus
dedos.
—No aceptaré nada menos que la aplastante victoria —advirtió al
quebrar la nuez con facilidad.

Yamileth y Gael pusieron pie en la cima de la Pirámide de la Luna


con el fin de apreciar la Calzada de los Muertos en todo su
esplendor.

—Esto es hermoso.

—Ésta es la segunda estructura más grande de Teotihuacán


después de la Pirámide del Sol. ¿Ves esa plataforma que está
enfrente? Solían utilizarla como un altar central. Ahí recibían a los
sacerdotes de otras culturas. Esta gran ciudad era considerada uno
de los sitios más sagrados del mundo prehispánico. Esta pirámide
está ubicada en la parte norte de la ciudad, mientras que la del Sol
se encuentra en el este, donde nace el astro rey. Nada aquí es azar
o coincidencia, toda construcción obedece una intención clara que
enlaza a los hombres con lo divino y el universo.

—¿Y cuál es el significado del resto de las estructuras?

—No lo sé —se encogió de hombros—. La verdadera explicación


permanece soterrada junto a sus arquitectos.

Intercambiaron sonrisas que denotaban complicidad, amor y


admiración. Los dos, acostados sobre las rocas de la parte alta de la
pirámide, contemplaron maravillados la bóveda celeste.

—¿Qué mejor lugar para una cena romántica? —anunció Gael de la


nada y sin más, abrió un portal para cruzarlo—. ¿No?
—A ver a qué hora se les ocurre regresar —expresó Citlalli—. Se
supone que deberíamos estar todos juntos.

—Tranquila, hermana —respondió Surem—; no sólo de guerra vive


el hombre.

—Nos esperan días muy difíciles —dijo Anastasia tomando el


hombro de Citlalli—. A ninguno nos vienen mal unas horas de
distracción y amor...

Dagon se mantenía al margen de la discusión, no entendía


realmente de pasiones humanas. Un destello de luz iluminó la
cocina. Antes de que sus ojos lograran adaptarse al cambio de
luces, Gael apareció detrás de una liminalidad.

—Gael, ¿dónde has estado? ¿Dónde está Yam?

—Descuida, está bien —dijo sin prestarle mucha atención a su


hermana y se dirigió a la alacena. Buscó algo para cenar. De la sala
tomó unos cojines y una frazada con la que se cubría Citlalli.

—¿Qué buscas? —cuestionó Anastasia.

—Nada, nada, sólo vine por un par de cosas.

—¿Qué llevas allí? —preguntó Surem.

—Hasta pronto —le guiñó el ojo a su hermano y desapareció detrás


de otro portal.

Yamileth admiraba el panorama que se desplegaba ante sus pies.


La luz de una liminalidad alumbró todo detrás
de su espalda para proyectar su silueta sobre la escalinata de la
pirámide y sobre la Calzada de los Muertos. Esbozó una sonrisa
complacida sin quitar la vista de la ciudad sagrada. Estaba llena de
presentimientos y emociones, imaginando la cita inolvidable de esa
noche.

—¿Qué vamos a cenar, Romeo?

—Lo único que se me apetece eres tú.

La chica se estremeció al escuchar una voz desconocida que


parecía salida de una mina abandonada. Giró el cuerpo para
encontrarse con el aterrador demonio de alas rojas.

—¿Quién eres?

El jerarca infernal permaneció en silencio. Acarició su cabello, sus


penetrantes ojos grises estudiaron el cuerpo de Yamileth.

—Será mejor que te vayas —amenazó—. Gael no tarda en llegar, y


no dudará en acabar contigo.

—¿Acabar conmigo? No seas ridícula. Veo que tienes en muy alta


estima a tu amigo. Aunque honestamente no veo por qué, siempre
te mete en problemas.

—¡Porque lo amo! —exclamó con vigorosidad.

—¡Ah, l’amour! Esa supuesta extensión de Dios que es realmente


ego. El amor está sobrevalorado. Si sales viva de esto me darás la
razón en unos años.

—¿Qué sabes tú del amor?

—¿Por qué no me enseñas? ¿Qué tanto estarías dispuesta

a hacer por Gael?

—Lo que haga falta —respondió sin titubear—. Daría mi vida por él.
El semblante de Abigor se vio surcado por una sonrisa de
satisfacción.

—Hagamos un trato: si sacrificas tu vida por la de él, prometo no


hacerle daño.

—¿Ése es tu trato? ¡Qué fácil! ¡De ningún modo, prefiero luchar y


morir a su lado! —vociferó.

—La muerte es noble y sublime siempre cuando Dios está sobre su


trono, pero cuando se imponga nuestro reino, la muerte dejará de
existir para darle cabida al sufrimiento eterno.

—En ese caso tendremos que acabar con ustedes.

—Me temo que nos vamos a adelantar a sus intenciones. Los


vamos a decapitar uno a uno. Yo personalmente me voy a encargar
de destazar a tu madre frente a tus ojos.

La serenidad con la que se expresaba el ángel caído así como el


contenido de sus palabras estremecieron a Yamileth hasta la
médula. Sin embargo, su ira era mayor a su miedo. No iba permitir
que el rey infernal la intimidara. Se acercó a él y le escupió en la
cara.

—Serán ustedes los que supliquen —gritó Yamileth.

—Has desperdiciado la única oportunidad de salvar a Gael, al


menos lo intenté. Nos vemos en el infierno —y desapareció.

Yamileth suspiró con alivio al ver que el demonio se había


marchado. Gael apareció a los pocos segundos.

—Traje la cena, Yam. ¿Todo bien?

Yamileth tomó el vaso de yogur que le extendía Gael. Hizo un


esfuerzo monumental por ocultar su ansiedad. Trató inútilmente de
borrar la escena anterior tras una sonrisa. Los ojos de Gael se
posaron sobre las estrellas.
—Siempre me he preguntado por qué tantas culturas han estado
obsesionadas con la constelación de Orión.

—¿A qué viene esa pregunta?

—Es que muchas de las antiguas construcciones se edificaron


teniendo como inspiración esta constelación. Esta zona
arqueológica, por ejemplo, está construida de tal forma que
representa el cinturón de Orión, mira —Gael le señaló las tres
estrellas—: las pirámides están alineadas del mismo modo que las
estrellas.

Gael siguió contando sus hipótesis sobre la antigua ciudad. Yamileth


envolvió su cuello con el brazo de Gael, éste la apretó contra su
pecho sin dejar de narrar todo lo que rondaba por su cabeza.
Yamileth a su vez le contó de sus sueños, quería recorrer el mundo,
hacer todo lo que no se había atrevido a hacer antes. Ahí en la cima
de la pirámide se sentía poderosa, llena de energía. Estaban
enamorados. Cualquiera que los viera sabría por la miradas que
cruzaban que eran cómplices, que renacían en cada sonrisa y
palabra.

—Yam, cuando hablas así no puedo dejar de admirarte. Creo que te


debo una disculpa. Te he puesto en peligro. Estoy sorprendido de tu
fortaleza.

—Gael, yo elegí estar contigo porque sé que vales la pena, los


riesgos… la incertidumbre. Contigo puedo ser quien realmente
quiero ser.

Gael tocó delicadamente la espalda de la chica, deslizó su mano por


ella, se detuvo en su cintura y después en sus caderas… La abrazó
fuertemente, para besarla de verdad, disfrutó cada segundo de estar
con ella así. Sintió que se comunicaban a otro nivel, sin hablar.
Juntos descubrieron y avivaron su deseo. Llegó a sus vidas un
placer que desconocían. Las limitaciones que antes sentían se
evaporaron con el calor de sus cuerpos. Lo femenino y lo masculino
se fundieron en una unidad primigenia. Todo estaba lleno de amor.
Así, los jóvenes amantes se fundieron en la armonía cósmica de
aquella noche mágica.
24
Eclipses

Gael caminaba en medio de una ciudad devastada. Daba pasos


lentos por una avenida esquivando los escombros. Los edificios a su
alrededor estaban destruidos por un cataclismo del que no lograba
hacer memoria. Alzó la vista para ver un rojo sangre que teñía el
cielo, observó que el sol brillaba con intensidad. Fijó la mirada para
ver que otro astro colisionaba con él. Gritó pero el sonido se quedó
en su garganta. Las estrellas se estaban fusionando. Una nueva
estrella surgió de la amalgama astral: mostraba el mismo color y
brillo que el sol pero su tamaño era descomunal. Como resultado de
la colisión comenzaron a caer rocas ardientes, la tierra temblaba,
todo era destrucción. Gael veía

resignado cómo su mundo se destruía. Avistó a lo lejos a una chica


que se protegía de los meteoritos entre unos escombros. Se trataba
de Yamileth. Salió corriendo hacia ella con el fin de protegerla.
Utilizó toda su esencia para crear un campo de energía con la
intención de proteger a su amada. Cuando la última partícula de
polvo se asentó, Gael se incorporó con lentitud y contempló
horrorizado el cuerpo inerte de Yamileth. Su corazón ya no latía. La
sostuvo entre sus brazos y soltó un llanto estremecedor. Analizó su
entorno: todo era destrucción y cadáveres. Poco a poco logró
identificar a todos sus seres queridos. Presa de la locura, lanzó un
grito tan aterrador y angustiante que retumbó en el universo entero.
Cuando despertó, sintió que su corazón estaba a punto de salirse
del pecho. Por más que lo intentaba, no lograba controlar el temblor
de sus manos. Tardó varios minutos en recuperar la calma. Volteó a
un lado para contemplar a su amada, que dormía a su lado. No
sabía cuántas horas habían estado dormidos. A juzgar por la luz
pálida que a duras penas iluminaba la pirámide, supuso que aún era
temprano. Su corazón volvió a latir con vehemencia en el momento
que observó el cielo gris: todo estaba en penumbras, ni la luna ni el
sol aparecían en el horizonte.

Los dientes de Yamileth castañeaban de frío.

—¿Por qué hace tanto frío? —preguntó aún adormilada y


expulsando una nutrida cantidad de vaho de su boca.

Gael observó a su alrededor en búsqueda de algún demonio. Sabía


que el cambio drástico de temperatura era una señal de una
presencia infernal. Pero no vio nada.

—No estoy seguro, pero quizás se deba a eso —señaló el cielo.

—¿Qué está pasando…?

—No tengo idea —creó una liminalidad—, pero lo más conveniente


será reunirnos con los demás. Tengo un mal presentimiento.

Citlalli no podía con el frío, se sentó en el borde de la cama con el


cabello alborotado y los ojos entrecerrados. Lanzó un bostezo antes
de colocarse un suéter para bajar las escaleras. Anastasia seguía
dormida, pero no había señales de Surem, como tampoco de los
elementales. Buscó por toda la casa. Al asomarse al patio vio a
Surem observando al cielo. Citlalli lo notó raro.
—¿Qué haces ahí parado?

Surem no respondió, permaneció con el semblante serio y con la


vista puesta en el cielo. Citlalli vio que todos los vecinos estaban
señalando hacia arriba con los rostros paralizados de terror.

Gael y Yamileth aparecieron en la sala, justo a tiempo para escuchar


el grito ensordecedor de Citlalli que despertó a Anastasia y
consiguió espantar a una docena de palomas que salieron volando
en todas direcciones.

—¿Dónde se habían metido? —cuestionó el alma víctima.

—¿Qué no has visto el cielo? —preguntó Gael.

—¿El cielo? ¿De qué hablas?

—Hermano —dijo Surem al entrar a la casa—, ¿ya viste lo que está


sucediendo?

—Sí. ¿Dónde están Dagon y Dedgel?

—Fueron a investigar.

—¿Alguien puede decirme qué está sucediendo? —preguntó


Anastasia.

—Echa un vistazo afuera —sugirió Yamileth.

Anastasia se dirigió al patio y quedó paralizada tras contemplar el


cielo.

—¿Qué está pasando? —preguntó sin volverse.

—No lo sé —Gael frunció el ceño—, parece que los demonios no


cumplieron su promesa.
Las alas rojas de Abigor se agitaban con cierta inquietud desde la
cima de la Torre Mayor en la Ciudad de México. El jerarca infernal
oteaba la avenida Reforma y los rascacielos alrededor de la torre.
Todo estaba desolado. Pocas personas se atrevían a aventurarse
fuera de sus casas desde que los demonios habían tomado el
control de la tierra. Las iglesias estaba abarrotadas de almas que
clamaban una respuesta. Lo mismo ocurría en todos los templos e
iglesias del continente. Todos buscaban una explicación, una
esperanza.

—Esto está mal —intervino Citlalli —. No debieron bajar la guardia.

—En ningún momento bajamos la guardia —comentó Gael—.


Dagon y Dedgel crearon un sistema de alerta que se suponía nos
avisaría de cualquier conjuro por parte de infernales.

—¿Entonces qué está sucediendo? —lo cuestionó Yamileth con


temor.

—No lo sé, Yam, pero te aseguro que lo vamos a averiguar —replicó


Gael cuando de pronto percibió una presencia oscura, aunque
familiar.

—Esperemos a los elementales, necesitamos sus respuestas —dijo


Anastasia—.

—¿Los demonios están atacando? —preguntó Citlalli


desconcertada.
—No —respondió Gael—, pero no tardarán en hacerlo. Anastasia,
cuídalas. Me voy a adelantar.

Alzó su mano para despedirse de todos y desapareció en el interior


de una liminalidad. Justo después de que Gael se marchara, Dagon
y Dedgel aparecieron en la casa.

—¿Lograron averiguar algo? —preguntó Citlalli de manera directa y


al grano.

—Me temo que sí —respondió Dedgel.

Gael apareció a espaldas de Abigor. El ángel caído no se inmutó por


la presencia del chico y continuó contemplando el bosque de
Chapultepec.

—¿Admirando el paisaje?

Abigor se volvió para encontrarse con los fuegos carmesí que


despedían los ojos del chico.

—Creí que Azazel iba a cumplir su palabra.

—Y así fue…

—Y entonces, ¿cómo explicas eso? —preguntó Gael tras señalar el


cielo.

—¡Ah, eso! Tan sólo es un efecto secundario del deterioro. Pensé


que lo entenderías. ¿No se supone que eres un chico inteligente?

—Desconfío de cualquier cosa que salga de tu boca.


—¿A qué se debe tu visita? Como ves todo fluye hacia la oscuridad,
¿aun así te niegas a cambiar de bando?

—Pensé que se los había dejado bastante claro.

Abigor observó un punto en el cielo que se expandía rápidamente


para dejar entrever un portal oscuro.

—Hagamos un trato, Gael, si nos ayudas a conseguir la espada de


Adonay, la verdadera, dejaremos a la humanidad en paz. Pero
mientras más tardes en decidirte, más humanos morirán —agregó y
señaló el hocico de un monstruo que se asomaba por el portal—.
¿No es hermoso?
25
Piedra de sol

—¡Hablen! — exigió Anastasia.

—Éste es el comienzo del fin —explicó Dedgel, estremeciendo a los


presentes—. Es el fin de un ciclo, del ciclo de la humanidad. Todo en
la tierra comienza y acaba: el agua, las estaciones, el día… todo.

—Pero también la estadía de los demonios en la tierra tiene un fin


—intervino Yamileth—. ¿No es así?

—No exactamente, una vez roto el equilibrio de la naturaleza, todo


entra en un caos. Este paréntesis sin control da ventaja a los
demonios. El día y la noche se volverán uno, todos los climas se
fusionarán; todo el planeta sufrirá un cambio drástico sin
precedentes.

Surem era el único que no había perdido la serenidad. Giró para ver
a los elementales con seriedad.

—¿Cómo impedimos esto?

—Hay una manera —comentó Dedgel—, pero no será nada fácil.

—Vamos Gael, es muy sencillo: sólo debes entregarnos la espada


de Adonay. Es una oferta única e irrepetible. Sugiero que la
aproveches.
La silueta de un enorme murciélago sobrevolaba el bosque de
Chapultepec. Se trataba del demonio del inframundo azteca. En una
de sus patas llevaba un cuchillo de sacrificios. Volaba buscando
cabezas que degollar.

—Tic, tac, tic, tac. El tiempo se agota, Gael.

Gael contempló a la imponente criatura. Un escalofrío recorrió todo


su cuerpo. Nova había desaparecido junto al cuerpo de su primo y la
auténtica espada de Adonay estaba lejos de su alcance: sabía que
sin las armas sagradas le sería imposible acabar con la bestia. No
obstante, decidió deshacerse de esa idea para depositar toda su fe
en la réplica que tenía en sus manos. Una joven corría desesperada
tratando de huir del señor del inframundo que descendía del cielo.
La encontró: una joven aterrada quedó paralizada por la presencia
infernal. Fue fácil, el murciélago tomó su daga y cortó la cabeza de
la chica.

—¡Gael, Gael! Cada minuto nuestro querido demonio degollará a un


ser inocente. Como suele decirse: It´s up to you.

—Gael está en problemas —percibió Dagon—. ¡Tenemos que salir a


toda prisa!

Los chicos asintieron. Surem notó la mirada de su camarada


elemental. Se dio cuenta que algo andaba mal.

—¿Sucede algo?

—Una bestia demoníaca sobrevuela la Ciudad de México —


respondió Dagon.
—¿Por qué siempre eliges el camino más complicado Gael?

—Porque es el mejor.

—¿El mejor? Ya comienzas a parecerte a los militares y políticos


gringos que asumen que para “salvar al mundo” del terrorismo
tienen que matar personas inocentes. Tú has matado más de las
que has salvado. Y el número sigue creciendo.

—No permitiré que eso suceda.

—¿Es que acaso no comprendes? Mira a tu alrededor, ve el cielo.


Los mismos astros ya se dieron por vencidos. Tu mejor opción ahora
es cooperar con nosotros, así podrás asegurar el bienestar de tus
seres queridos. Ése es el único camino que te queda.

Las legiones que acompañaban al demonio del inframundo rodearon


a Gael. Él no se intimidó ni perdió la calma, no era la primera vez
que veía esta escena.

—¿Qué será de los demás seres humanos?

—¿Qué más da, mientras tus seres queridos estén a salvo?

—¿Qué será de ellos? —insistió.

—Acabaremos con la gran mayoría, obviamente…

—¿Por qué? ¿En qué les afecta que vivan?

—Mira, es necesario que mueran, en la guerra siempre hay bajas.


¿Acaso prefieres sacrificar la vida de tus allegados para salvar a
unos desconocidos?
Gael se estremeció ante esa cuestión. Abrió los ojos de par en par.
Abigor dio en un punto clave. ¿Cómo elegir entre su familia o
desconocidos? Estaba entre la espada y la pared. No, no podía
aceptar tal propuesta. No sólo su familia, la humanidad creía en él y
no podía darse por vencido. No ahora que sabía que miles de almas
rezaban por la salvación de todos. Apretó la espada, cubrió su
cuerpo con un brillo escarlata y miró a sus miles de adversarios sin
mostrar el más mínimo atisbo de miedo. Abigor, fastidiado, soltó un
soplido de desilusión.

—Bien, has elegido el exterminio —ordenó a su ejército que atacara.


Gael levantó su espada y esperó.

Dagon y Dedgel aparecieron a su espalda envueltos en fuego. Su


compañero elemental embistió al murciélago. Dedgel atravesó a un
demonio ígneo mientras que Anastasia saltó encima de él para
enterrar el filo de su espada en la frente del otro demonio. Surem
apareció a un lado de Gael y creó un escudo de esencia, reteniendo
y destruyendo a los demonios que estaban encima de ellos.

—¡Ay, hermano! ¡Recuerda que somos un equipo!

—Lo siento —sonrió Gael como aceptando la culpa—. A veces me


gana el protagonismo—. Bien, yo me encargo de Abigor; Dagon,
trata de entretener al murciélago, y ustedes —se les quedó mirando
a los demás—, acaben con las hordas de demonios —todos
asintieron.

Dagon se acercó al inmenso murciélago, su misión era alejarlo de la


escena, sabía que no resistiría mucho tiempo bajo los rayos del sol,
después de todo, era un ser de la noche. Surem, Anastasia y
Dedgel embestían a las legiones demoníacas que se encontraban a
su alrededor. Abigor detuvo a Gael sujetándolo del brazo.

—Frustrante, ¿no? Puedes hacer muy poco por ellos, es una


cuestión numérica, somos mayoría.
Gael sabía que el demonio era invencible si se enfrentaba a él
frontalmente. Estudió a su adversario para encontrar su punto débil.
Recordó su primer encuentro tratando de hallar una solución.
Sonrió, tenía que esperar el momento oportuno para atacar. El
demonio no pensaba dejarse vencer; concentró su energía en una
especie de astro radiante que simplemente lanzó al joven guerrero.
El impacto fue certero, Gael cayó irremediablemente desde las
alturas. Parecía un ave sin vida.

—Hermano, ¿estás bien? —preguntó Surem quien ya se


encontraba, con Dedgel, a su lado.

—Sí, descuida. Es más poderoso de lo que imaginaba. Nuestra


diferencia de esencia es abrumadora.

—¡Basta de juegos y de escenas compasivas! —exclamó Abigor.


Descendió, lentamente, en dirección a los chicos y la salamandrina
—. Es tu última oportunidad Gael.

—Creí que había quedado claro cuál era mi decisión final. No sé por
qué sigues insistiendo. ¿Eres niño Montessori?

—Acabas de desperdiciar tu última oportunidad. Está bien,


hagámoslo difícil, como te gusta.

Batió sus majestuosas alas rojas para salir volando a una velocidad
impresionante. Gael comprendió que sólo buscaba alejarlo de su
verdadero objetivo:

—¡Va tras la Piedra de Sol!

—Debemos impedírselo —afirmó Anastasia.

Los problemas crecían, Dagón no lograba domar a la bestia, una de


sus patas estaba herida pues el murciélago lo había alcanzado con
su pedernal. Gael estaba aturdido, no entendía del todo los planes
malignos. Comprendió que el deterioro estaba en un punto crítico.
Se preocupó realmente. Invocó a su cansada espada de Adonay,
creó una liminalidad y cruzó.

Dagon peleaba en los cielos contra el monstruo que superaba, al


menos, cincuenta veces su tamaño. Aun así, el elemental mostraba
sus habilidades. Los cielos estaban iluminados por el fuego de la
salamandrina, pero sus ataques no lograban hacerle ni un rasguño
al demonio del inframundo. Éste, usando dos garras, atrapó al
elemental y lo estrujó. Dagon soltó un alarido de dolor que se
escuchó en todos los rincones de la ciudad. El elemental se
encontraba gravemente herido, sus músculos no respondían. Dejó
que la gravedad hiciera su trabajo.

—¡Te tengo! —Gael lo atrapó antes de que se estrellara contra el


piso.

—Gael —la salamandrina le habló mentalmente—, ¿por qué no


estás peleando contra Abigor?

—¿Cómo lo venceremos? —preguntó Gael, observando


minuciosamente a la inmensa criatura—. No poseo ninguna espada
para derrotarlo —contempló su desgastada arma.

—Descuida, con esa espada lo lograremos —expresó la


salamandrina con certeza. Gael lo miró con cierta confusión—.
Recuerda que la espada es una extensión de ti.

Gael lo miró detenidamente y le sonrió. Abrió los ojos de par en par


y creó un campo de esencia que los protegió. La gran bestia
arremetió con toda su fuerza, dando un poderoso zarpazo.

—¿Listo?
La salamandrina asintió.

—¡Es nuestra oportunidad!

Abigor descendió lentamente en el Museo de Antropología e


Historia, recinto donde reposaba la Piedra de Sol. Una bala impactó
su frente, ladeó ligeramente la cabeza. El pedazo de metal cayó,
rebotando contra el piso. Abigor se volvió y vio a unos cuantos
policías custodiando la entrada al museo.

—¡Alto! —advirtió uno de los policías, sujetando su pistola con un


par de manos temblorosas.

Abigor sonrió al percibir el miedo que despedían sus poros. Lanzó


una pequeña llamarada oscura que emergió de la palma de su
mano. Apuntó en dirección a los guardias y sopló. Las llamas
cubrieron la entrada del museo. Abigor se quedó observando
mientras el fuego oscuro se desvanecía. Arqueó una ceja al ver que
Surem, Anastasia y Dedgel protegían a los policías.

—No sé por qué se molestan en salvar a estas basuras. Descuiden,


no pienso derrochar energía en esas pelusas. Tú debes ser el
hermano menor de Gael, sería una lástima matar a un infante tan
prodigioso. ¡Apártate de mi camino!

Surem se enfureció. Dedgel envolvió su cuerpo en fuego, mientras


los ojos de Anastasia se tornaron rojos. El pequeño expulsó una
gran cantidad de esencia que logró impactar al demonio que, por la
colisión, cayó al suelo.

—Interesante —Abigor masajeó su cuello, y se sacudió el polvo de


la gabardina—. Quizá entre los tres puedan lograr algo —bufó,
consciente de su superioridad.

Anastasia, llegó en una fracción de segundo a las espaldas del


demonio, lo embistió, pero Abigor la eludió con suma facilidad y
lanzó a la guerrera una nebulosa de humo. La joven quedó
inconsciente a sus pies.
—No tengo tiempo para esto —Abigor, fastidiado, invocó dos
portales por los que llegaron las huestes de los demonios ígneos.

Gael dio un salto y aterrizó en el lomo del murciélago. Trató de


enterrar su espada en él, pero el monstruo se sacudió al guerrero.
Gael apenas pudo sostenerse para no salir desprendido por el aire.

—Dagon, si quieres que lo derrotemos, explícame cómo debo


emplear la espada contra esta bestia.

—Es simple, la espada de Adonay desata su poder una vez


enterrada en el adversario.

—Perfecto, ahora sé cómo derrotarlo.

Abigor aprovechó la batalla, y caminó, como si nada, en medio de la


confrontación. Entró al museo como un turista. Surem gritó a
Anastasia:

—¡Ve tras él! Yo me encargo de ellos.

—Son muchos.

—Yo lo cuidaré —Dedgel ya estaba por delante de ellos—. Rápido,


¡ve!

Anastasia asintió y salió corriendo tras Abigor. Estaba a punto de


alcanzarlo, alzó su espada, y brincó para atacarlo por la espalda.
Abigor, sin volverse, se hizo a un lado esquivando la arremetida.
—Anastasia —el demonio se le quedó mirando con tranquilidad—.
Tú deberías estar de nuestro lado, ¿por qué te resistes?

—¡Cállate!

—Sabes que no puedes derrotarme—. Abigor esquivaba el ataque


de la guerrera con gran facilidad—. Sé que no puedes usar más que
la quinta parte del poder de tu demonio interior. Es una lástima que
no puedas acceder a todo su poder, de lo contrario, serías
invencible. ¿Por qué no te entregas a la posesión absoluta? Así
podrías destruir fácilmente a Paimon.

—¡Nunca! —arremetió nuevamente con su espada. Abigor brincó.


Anastasia se dio cuenta del juego, el demonio trataba de
exasperarla. Respiró profundamente y recuperó la calma—. Esto no
es venganza, Abigor. Mis padres sacrificaron su vida porque sabían
que yo era una pieza fundamental para ganar esta guerra.

Abigor frunció el ceño. Alzó por primera vez su espada contra


Anastasia. Ésta sonrió al ver que el demonio ya estaba empezando
a sentir un poco de perturbación.

—No seas crédula, no hay manera de que logres derrotarme si no


utilizas todo el potencial de tu esencia.

El demonio emitió una pequeña mueca de irritación, y fue él quien


atacó esta vez. Anastasia, usando todo su poder, detuvo el ataque.

—Es muy buena idea, Gael. Acabemos con el demonio.

Gael corría por el cuerpo del monstruo buscando un lugar adecuado


para atacar. Dagon volaba y lanzaba contra el murciélago esferas de
esencia para confundirlo. Tenían la ventaja. Rápidamente el joven
guerrero enterró su espada en el lomo del animal, lo más profundo
que pudo, luego destazó su carne. Saltó y le gritó a Dagon.

—¡Ahora!

Dagon se colocó justo sobre la empuñadura de la espada. Ésta


estalló haciéndose pedazos. Cada pieza de platino destruyó
arterias, músculos, tejidos, e incluso, el corazón. Gael cayó al suelo
y rápidamente dio un salto hacia atrás, evitando ser aplastado por la
bestia. Dagon descendió y contempló, junto a Gael, el fin de una
bestia mítica.

—Está muerto… —exhaló aire en forma de alivio.

—Tu plan funcionó.

Un par de demonios ígneos aparecieron detrás de Anastasia. Al


sentir su presencia, se agachó, esquivando los zarpazos.

—¡Acaben con ella!

Abigor entró al gran salón donde dormía la Piedra de Sol. La


contempló, caminó hacia ella. Se detuvo a unos metros y la admiró
con minuciosidad.

—No sabía que los demonios apreciaban el arte —Gael apareció


junto con Dagon a espaldas de Abigor.

—¿Vienes desarmado Gael? Me ofendes.

—Ah sí, mi espada —sonrió—. Le pedí a tu murciélago que me la


guardara en sus intestinos.

—Lograste derrotarlo —le aplaudió—. No esperaba menos.


—Me temo que ha llegado la hora de que vuelvas al infierno.

—No tienes con qué amenazarme —tomó la inmensa piedra con


sus dos manos. Gael y Dagon se alarmaron—. Si dan un paso más,
la destruyo —ambos se detuvieron en seco—. Sé que es más
valiosa para ustedes que para mí —los miró con determinación—.
Como bien saben, sólo un elemental acompañado de su camarada
humano pueden abrir el mundo hacia Astamante, así que los
necesito. Haremos lo siguiente —sostuvo la piedra con su mano
derecha—, me la llevaré al umbral de Astamante para ahorrarles un
paso.

Abigor creó un portal oscuro y pasó por él, junto con la Piedra de
Sol.

—Una cosa más. No lleguen a Teotihuacán el uno sin el otro. Los


esperaré un tiempo prudente. Si no llegan a tiempo, destruiré a la
humanidad entera. Bueno, a lo que queda de ella. El amor rinde
frutos.
26
Tan cerca y tan lejos

—¿Qué sucede? —Anastasia fue la primera en reaccionar.

—Abigor propone un último trato: entregarle la espada de Adonay o


exterminar a la humanidad.

—¿Dónde está la espada?

—La dejé adentro del murciélago —sonrió con sutileza.

—Nunca imaginé que lograrían derrotarlo.

—¿Y cómo planea destruirnos?

—No tengo idea, pero pienso emplear el conocimiento empírico.

—Bien, entonces iremos todos. No creas que te dejaremos ir solo.

—Fue muy claro en sus peticiones. Quiere que Dagon y yo abramos


el portal.

—Mejor esperen y manténganse atentos —sugirió Dagon —. En


caso de que ideemos un plan, se los haremos saber —miró a
Dedgel —. Sé que aún no podemos comunicarnos con los demás
elementales, pero eso se debe a la enorme distancia que nos
separa. Mientras no te alejes mucho de mí, podremos estar en
contacto.

—De acuerdo —Gael creó una liminalidad—. ¡Vayamos!


—Estaremos a unos cien metros de la pirámide del Sol —le dijo
Surem a Dedgel—. ¿Podrás comunicarte con Dagon a esa
distancia?

—No estoy seguro.

—Bueno, sólo hay una manera de averiguarlo —creó una


liminalidad y los tres pasaron por ella.

Gael apareció junto con Dagon frente a la gran Pirámide del Sol.
Miles de demonios se posaban en los edificios cercanos que los
circundaban. El Enmascarado, junto con tres demonios ígneos que
lo escoltaban resguardaban la Piedra de sol. En la cima, Abigor
yacía sentado, aguardando lo que se avecinaba..

—Espero por tu bien que no salgas con alguna sorpresa, Gael —


advirtió el Enmascarado.

—¡Gael! —exclamó Abigor, volando a su encuentro—, ¿serías tan


amable de abrir el portal? El tiempo apremia.

—Gael —la salamandrina seguía estudiando la situación—, si


abrimos el portal, tú puedes entrar primero, mientras entretenemos a
los demás. Logré comunicarme con Dedgel. Están esperando.

—Aguarda, primero debo ver qué se traen entre manos.

—Dime, Abigor, ¿no creerás que será tan sencillo todo? ¿No?

Abigor sonrió perversamente. Se incorporó y levantó ambas manos


hacia el cielo. Gael no podía creer lo que sus ojos presenciaban: de
las vaporosas nubes se asomó una roca inmensa que cubrió el sol
por completo. Tragó saliva, comprendiendo, de una vez por todas, el
poder ilimitado de los demonios. Dagon exhaló un poco de fuego y
miró con desdén al ángel caído.

—No me gustan las cosas sencillas sino contundentes —Abigor


señalaba la roca descomunal con su dedo índice—. En caso de que
algo no salga como espero, toma en cuenta que hay cuatro
asteroides más del mismo calibre por todo el mundo, bueno, lo que
queda de él. Se dirigen a puntos muy específicos. Éste, el más
grande de todos, acabará con la Ciudad de México. Ahora mismo
avanza hacia al corazón de la ciudad.

Gael apretó los puños. El demonio jerarca tenía razón, el tamaño de


ese monolito era asombroso. No podía arriesgarse.

—¿Qué esperas, Gael? Abre el portal.

Permaneció un segundo en reflexivo silencio, buscando otra


alternativa, pero su cabeza no daba para más, no había forma de
salir de ésta. Miró a su camarada expresándole que no había de
otra más que acceder a las peticiones del jerarca.

—Gael —Dagon se escuchaba entusiasmado—, he logrado


restablecer la comunicación con los demás elementales.

—¿Cómo lo lograron? —una pequeña luz de esperanza perforó la


oscuridad.

—No pierdas más el tiempo, gusano —gruñó el Enmascarado—. O


abres el portal ahora mismo o lanzamos las rocas sobre este
planeta de simios.

—Dagon, dile a los demás elementales que localicen las rocas y


estén preparados para detenerlas.

—De acuerdo.

—¿Qué garantía tengo de que no lo harán en cuanto tengan la


espada en su poder? —frunció el ceño.
—Dagon, ¿qué te dijeron?

—Están analizando la situación.

—¿Garantía? ¿Acaso crees que el nuestro es un negocio de


electrodomésticos? En todo caso, puedo compartirte la forma en
que vamos a proceder: los monolitos permanecerán suspendidos; si
nos entregas la espada inmediatamente, alejaremos todas las rocas
fuera del sistema solar. ¿Te parece si lo dejamos así o quieres un
ticket de compra?

—Sí, creen que pueden detenerlas, pero hay un problema…

—¿Cuál es? —ambos conservaban sus miradas atentas al


Enmascarado.

—Únicamente podrían detener entre todos cuatro de las cinco


rocas. La que se dirige a la ciudad de México deberá ser destruída
por alguno de nosotros.

Gael analizó la situación.

—Bien, Dagon, esto es lo que haremos: una vez que tenga la


espada en mi poder, hazle saber a los demás que deben destruir
sus respectivas piedras. Comunícate con Dedgel y dile que estén
preparados.

—¿Y qué hay de este monolito? —preguntó con cierta angustia.

—Dile a mi hermano que vaya hacia donde se dirige esa roca —le
dijo mientras caminaba en dirección a la Piedra de Sol— para
evacuar a la mayor cantidad de gente posible —pasó a un lado del
Enmascarado, éste le cedió el paso, lo mismo hicieron los demonios
ígneos.

—De acuerdo.

Gael dio un brinco y aterrizó a un lado de la Piedra de Sol. La


contempló detenidamente. Se giró hacia Dagon.
—¿Cuál es la oración para abrir la puer…?

—¡Gael, ahora! —gritó la salamandrina.

—¿¡Qué!? —exclamó.

—Los demás elementales ya atacaron.

—¡Pero…!

Fue interrumpido por la aparición de Surem, Anastasia y Dedgel,


quienes saltaron a la escena acabando con los demonios que se
encontraban en su camino. Gael estaba confundido, no sabía por
qué los demás elementales atacaron sin aviso. El guerrero de ojos
carmesí creó una gigantesca esfera de esencia y se la lanzó al
demonio jerarca. Éste la alejó de un manotazo. Estalló a gran altura.
Dagon destruyó a los demonios ígneos que custodiaban al
Enmascarado, quien, furioso, embistió con su espada al elemental.
Su tajo fue retenido por Anastasia. Ambos riñeron.

—¡Rápido, hay que detenerlo, se dirige a la ciudad! —señaló Gael,


mirando a su hermano y a las salamandrinas.

Dagon y Dedgel envolvieron sus cuerpos en un resplandeciente


manto escarlata y salieron volando, como si fueran dos cometas,
hacia la roca que descendía lentamente. Gael creó una liminalidad.
Con un movimiento de cabeza llamó a Surem para que atravesaran
el portal. Abigor apareció a un lado de ellos, con una velocidad
apenas perceptible a los ojos de Gael, quien, asustado, dio media
vuelta para esquivar un tajo de espada que estuvo a punto de
rebanarle el hombro. El golpe fue retenido por Anastasia. Usando su
poder al máximo, liberó un destello rojizo de su arma. Abigor salió
volando.

—¡Vayan, yo me encargo! —Anastasia detuvo el ataque del


Enmascarado.
Ambos asintieron y pasaron por el portal. Aparecieron a un lado del
Ángel de la Independencia.

—Tenemos que usar toda nuestra esencia para acabar con el


monolito —Gael observó a su alrededor. La gente estaba aterrada.
El joven guerrero volteó hacia los cielos y distinguió a Dagon y
Dedgel envueltos en una llamarada.

—Hermano, si la destruimos, los pedazos de roca caerán sobre la


ciudad y causarán más daño.

—Descuida, tengo una idea. Dedgel, cuando dé la orden lancen


fuego a la roca.

—¿De qué hablas? —dijo con la respiración agitada.

—Confía en mí. Surem, concentra toda la esencia que puedas en tu


mano.

—Pero…

—¡Sólo hazlo! —gritó Gael.

Asintió y reuniendo todo su poder creó una colosal esfera de


esencia en su mano derecha. Gael hizo lo mismo

—Bien, ahora dámela.

—¿Qué? —titubeó—. ¿Cómo…?

Sin preguntar más, colocó la esfera de esencia en la mano izquierda


de su hermano. Gael se tambaleó. Se concentró para poder
equilibrarse. En cada mano poseía una sorprendente esfera de
esencia de fuego.
—¡Dedgel! Ahora.

Gael respiró varias veces e impulsándose con todo su poder, dio un


impresionante salto en dirección al meteorito.

—¡Paren el ataque!

Gael creó un liminalidad y apareció justo frente a la roca. Incrustó


las esferas de esencia y, mientras caía, volvió a darle la orden a
Dagon.

—¡Rápido, ataquen de nuevo!

Ambos elementales volvieron a embestir. Gael, al ver que el


asteroide se estaba alejando, sonrió.

—¡Aléjenla lo más que puedan!

Como dos cohetes, los elementales expulsaron una gran cantidad


de fuego, esta energía envió al monolito lejos de la ciudad.

—¿Cómo sabías que funcionaría? —exclamó Surem con alegría.

—La física es mágica —sonrió—. Al depositar la esfera de esencia,


hice que se comprimiera y creé un núcleo en su interior, uno
negativo, repelente al campo magnético de la tierra. Por eso se alejó
de aquí a toda velocidad. Pero ahora tenemos un pendiente más
urgente. Debemos volver —ordenó.

Todos asintieron. Creó un portal y los cuatro pasaron por él.

Anastasia se sentía cansada, pelear contra el Enmascarado y las


legiones al mismo tiempo, le era muy complicado. Dio un brinco
hacia atrás, esquivando al Enmascarado, pero en cuanto tocó el
suelo, un demonio le pegó una tremenda patada en la espalda. Salió
volando y rebotó en el suelo varias veces con brusquedad. Cientos
de demonios fueron a su encuentro. El alma víctima, postrada,
estaba a su merced.

Se cubrió con un escudo de esencia cuando vio a Gael saltar justo


enfrente, exterminando a todos los demonios a su alrededor con una
colosal esfera de esencia.

—Vamos, que no ha llegado la hora de la siesta —Gael le sonrió y le


ofreció la mano para ayudarla a incorporarse.

Anastasia le dio la mano, y de un impulso se incorporó. Surem,


Dedgel y Dagon estaban a un lado de ellos. Gael volteó hacia la
cima de la Pirámide del Sol y observó a Abigor.

—Bien, el plan es el siguiente: Dagon, tenemos que abrir la puerta a


Astamante e ir por la espada de Adonay, necesitaré que nos cubran
—miró a los demás por encima de su hombro derecho.

Los miles de demonios, junto con el Enmascarado, se movilizaron


rodeando al pequeño grupo de humanos y elementales. Gael salió
corriendo junto con Dagon hacia la Piedra de Sol. El Enmascarado
fue tras ellos. Cuando estaba a punto de alcanzarlos, lanzó un
espadazo. Gael se agachó a tiempo, la hoja rebanó unos cuantos de
sus cabellos, escuchó el oscilar de la espada cortando el aire.
Dagon le dio un coletazo que lo obligó a retroceder. En su retirada,
contempló unos símbolos inéditos en las pupilas de Gael: —Ya
despertó.

—Tenemos que matarlo —gritó Abigor a sus espaldas,— antes de


que llegue al primer nivel de la pirámide. Ahora es una amenaza
real…

Una vez que el joven guerrero se colocó frente al Calendario del Sol,
solicitó a su elemental que recitara la oración para abrir la puerta
hacia Astamante.
—Mundo entre los mundos, que estás escondido en el nuestro —
Dagon empezó a recitarle el poema para abrir

el portal—, abre tu portal naciente de las puertas del cielo…


Descubre tu verdadera naturaleza, permítenos acceder a tu
interior… Concede el paso a estos humildes viajeros. Recuerda, no
se abrirá si no recitamos juntos.

Gael se cubrió completamente de la esencia del sol para protegerse,


sabía que Abigor no perdería la oportunidad de cruzar el umbral.
Dagon voló hasta llegar a él.

—Debe ser al mismo tiempo, nuestras voces deben sonar al


unísono.

—Mundo entre los mundos, que estás escondido en el nuestro, abre


tu portal naciente de las puertas del cielo, descubre tu verdadera
naturaleza, permítenos acceder a tu inte…

Gael recibió un fuerte golpe en la quijada. Se tambaleó y cayó de


espaldas. Dagon volteó y vio al Enmascarado a un lado. Se envolvió
en fuego y le dio un coletazo. “Virgilio” se protegió con su espada.
Abigor voló hacia Dagon, con una esfera de esencia en su mano
derecha. Gael, al ver las intenciones del demonio, se incorporó para
detenerlo, pero Dedgel se interpuso en su camino, y embistió al
ángel caído. Surem lanzó una esfera de esencia, derribando al
Enmascarado.

—¡Rápido hermano, abran el portal, nosotros los cubrimos!

Mundo entre los mundos, que estás escondido en el nuestro,


abre tu portal naciente de las puertas del cielo, descubre tu
verdadera naturaleza, permítenos acceder a tu interior, concede
el paso a estos humildes viajeros.

La Piedra de Sol comenzó a emanar una resplandeciente luz, como


si fuera un pequeño astro que cobraba vida. Su luz proyectó en la
pirámide los pictogramas que tenía grabados. La cara del dios solar,
Tonatiuh, se plasmó en el corazón del enorme edificio prehispánico
y cobró vida. El glifo ollín del movimiento giró como una cerradura
para abrir una gran puerta hacia las entrañas de la pirámide. La
piedra dejó de brillar y cayó al piso, retumbando como una moneda
en el suelo.

—¡Dagon, vamos! —Gael y la salamandrina entraron en la pirámide.

Abigor y el Enmascarado fueron interceptados por Surem y Dedgel.


Gael, al pasar el umbral hacia Astamante, desaceleró el paso para
contemplar, con asombro, el interior oscuro de la pirámide. Se sintió
en otro mundo, uno infinito y subterráneo. Frente a él se desplegaba
un camino tapizado de ónix negro, en las paredes podía tocar
bajorrelieves, Dagon iluminó con su cuerpo el interior. Así descubrió
el joven guerrero que los relieves contaban la historia de la espada.
Al final del túnel, en una cámara secreta, descansaba la espada de
Adonay. Los defensores se emocionaron al tenerla frente a ellos, al
alcance de la mano. Ella les daría la victoria. La espada estaba
protegida por un abismo que circundaba la plataforma donde
descansaba.

—¡Ve por ella, Gael! —la salamandrina envolvió su cuerpo en una


llamarada y resguardó la entrada a la cámara.

Gael podía escuchar pasos acercándose. Abigor corría hacía ellos.


Abrió los ojos de par en par y salió a toda velocidad tras la espada.
Dagon desplegó sus alas de fuego, canalizó todo su esencia y
retuvo a Abigor con todo su poder, impidiendo que éste siguiera
avanzando. Sólo le bastaron unos cuantos segundos para que Gael
llegara a la espada. Emocionado, contempló la belleza del arma
sagrada. El pomo estaba cubierto por platino, la empuñadura era de
oro, las crucetas gruesas y largas la hacían una pieza única, en
medio de éstas, aparecía el símbolo de la

estrella de David. La hoja era larga y de un material radiante. De


ella, emanaba una extraña vibración que inundaba su alma con
dicha y euforia.
Sabía que tenía que ayudar a Dagon, estaba a punto de ir en su
auxilio, cuando de un salto impresionante, aterrizó frente a él el
Enmascarado. Gael sonrió, y levantó su espada, amenazándolo.

—Demasiado tarde.

El Enmascarado sabía que si Gael lo atacaba con esa espada, lo


destruiría. No tuvo otra alternativa, más que usar la única estrategia
que le quedaba.

—Vamos, Gael, yo sé que serías incapaz de matar a un amigo,


¿verdad? —“Virgilio” se quitó con parsimonia la máscara, dejando al
descubierto su rostro. Gael no daba crédito de lo que veía.

El rostro de Abraham apareció detrás de la máscara. Gael no podía


creerlo, le costó trabajo reaccionar, nunca hubiera imaginado que su
querido amigo perteneciera al bando de los demonios.

—¿Pero, cómo es posible? —trastabilló.

—Han pasado muchas cosas, bro, sería difícil explicártelo todo.

—Tú no puedes, no… ¿Qué pretendes?

—Sólo lo mejor para nuestro mundo —observó minuciosamente la


espada de Gael—. Sé que nunca me harías daño… ¿verdad?

Gael no respondió, estaba confundido por el golpe de realidad. Sin


aviso, Abraham aprovechó la confusión de su amigo, tomó su arma
y la enterró en su pecho. El joven guerrero no reaccionó. Su mirada
quedó perdida en una oscuridad infinita. Escupió sangre. Abraham
se le acercó, rozando sus labios en el oído y le susurró.

—Yo no soy como tú, imbécil. Yo llego hasta las últimas


consecuencias.

Dagon sintió una punzada en el pecho. Se giró y vio horrorizado que


Gael estaba herido. El elegido, su camarada estaba al borde de la
muerte.
—¡Gael! —lanzó un grito desgarrador y salió volando a toda
velocidad, pero algo lo detuvo, Abigor lo tomó por la cola. Se
retorció, buscando desesperadamente la forma de zafarse para
curar a su compañero. Sus esfuerzos fueron en vano; aun usando
toda su esencia no lo logró.

Abraham retiró lentamente la espada del pecho de Gael. Éste


empezó a sentir cómo perdía la conciencia. Finalmente, tenía la
espada de Adonay entre sus manos, sintió por un instante el poder
del arma sagrada. La victoria se evaporó de sus manos en un
parpadeo. Se hincó de dolor, presionó su mano contra el pecho para
intentar detener la sangre, pero era inútil.

—¡Por fin! —exclamó Abraham alzando la espada en el aire—


¡Tenemos el arma con la que obtendremos la victoria!

Gael sabía que la muerte era inevitable, que su participación en esta


guerra estaba por terminar, pero no se iba a ir

de esa forma. Esa espada no debía permanecer en manos de sus


enemigos. Reunió la poca esencia que le quedaba, se incorporó, y
con su último aliento lanzó su esencia al traidor. Abraham, que no
esperaba el ataque, soltó la espada de Adonay. Gael se agachó con
dificultad y tomó la espada, tenía que dársela a su hermano o a
Anastasia, pero se dio cuenta que eso era imposible; estaría muerto
antes de llegar hasta ellos. Caminó tambaleándose, y con una
sonrisa serena, se dejó caer por el abismo, con la espada de
Adonay en sus manos.
27
Esperanza

—¡No! —exclamó Abraham, embriagado de furia—. ¡Maldito seas!


—se incorporó y salió corriendo hacia el borde del precipicio.
Alcanzó a ver cómo el cuerpo de Gael era engullido por la oscuridad
del abismo hasta desaparecer por completo con la espada de
Adonay.

—¡Ese miserable! —gruñó Abigor.

Dagon seguía conmocionado y ésa era la mejor oportunidad para


destruirlo, consideró Abigor. Tomó la empuñadura de su espada con
ambas manos, la alzó con una inclinación de noventa grados y la
impulsó hacia la cabeza del elemental. A punto de destrozar la
cabeza de Dagon, sintió un golpe en la espalda que lo lanzó lejos.
Apareció Dedgel, envuelto en fuego. Lo miró con repudio. Dagon
salió volando para tratar de salvar a su amigo, pero fue detenido por
Dedgel que lo sostenía apretando fuertemente una de sus garras.

—¡Suéltame! —forcejeó—. Aún puedo salvarlo.

—Dagon, hermano —Dedgel comprendió su dolor, pero no podía


permitir que pereciera en vano—. Ya no hay nada que puedas hacer
por él. ¡Si no nos vamos ahora mismo, nos quedaremos atrapados
en este mundo! —Abraham pasó corriendo a toda velocidad, para
escapar de ahí. Dagon no le dio importancia, ahora su único
propósito era tratar de salvar a Gael.

—¡Aún puedo hacer algo por él!

Dedgel se sorprendió al ver ríos de lava emanando de los ojos de


Dagon. Nunca antes había visto a un elemental de fuego sufriendo
por un humano.

—Dagon, si quedamos atrapados en este mundo, Abigor y el


Enmascarado —señaló hacia la salida— acabarán con el mundo
que Gael tanto amaba. Tenemos que proteger la tierra en su honor.

Esas palabras hicieron mella en Dagon. Dejó de forcejear con su


hermano, bajó los brazos al igual que su mirada, asintió y voló junto
con Dedgel hacia la salida. Lograron atravesar a tiempo justo antes
de que la entrada a Astamante se cerrara para siempre.

Surem y Anastasia exterminaron a todos los demonios. Se volvieron


hacia la entrada de Astamanate y vieron salir a Abigor y Abraham.
Surem se sorprendió al verlo acompañado por Abigor. Segundos
después, aparecieron las salamandrinas. La entrada se desvaneció,
volviendo a ser parte de la pirámide. Se alarmó al no ver a su
hermano escapar de las entrañas de la pirámide.

Las salamandrinas volaron hasta ellos. Surem, al ver las lágrimas


que corrían por las mejillas de Dagon, sintió una fuerte punzada en
el corazón.

—Dagon… ¿y mi hermano? —titubeó—. ¿En dónde está Gael? —


con un nudo en la garganta.

—Perdón, Surem —expresó Dagon abatido por el recuerdo de su


camarada caído—. Sé que prometí protegerlo, pero… —agachó la
mirada.

—¡No… no! —Surem dio pasos hacia atrás, a punto de caer. Su


grito fue desgarrador, las lágrimas brotaban a raudales de sus ojos
—. No es posible… Yo lo vi claramente en mi sueño: él estaba en la
batalla final, él… nos llevaría a la victoria.

Dagon sustituyó su dolor por ira. Se giró y miró con un odio


descontrolado a los culpables de la muerte de Gael.
—Arrasaron con nuestras legiones —comentó Abigor sin
mortificación, giró para ver a su compañero y frunció el ceño—.
¿Cómo dejaste que te arrebatara la espada de Adonay?

—Bajé la guardia. Lo di por muerto, se estaba desangrando. Pero


no hay que preocuparnos, aún nos queda la otra alternativa —sonrió
perversamente—. Hay que ver el lado positivo: Gael era una gran
amenaza, lo mismo que la espada de Adonay y ambos dejaron de
existir.

—Muy bien, tus palabras tienen sentido…

—¿Qué procede?

—El plan seguirá su curso original.

—Eso es lo que quería escuchar —sonrió maliciosamente—. Al fin


voy a poder destruir este país de mierda.

Surem, tras escuchar las frías palabras pronunciadas por Abraham y


ver su espada bañada de sangre, intuyó que él había sido el
responsable de la muerte de su hermano. Se incorporó y gritó:

—¿Por qué, Abraham? ¡Si era tu mejor amigo!

—¿Mi mejor amigo? —soltó una gran carcajada—. No seas


ingenuo. Mi único objetivo era observarlo de cerca —dio un brinco y
aterrizó a unos metros de Surem—. Su amistad no significó
absolutamente nada para mí. No sabes lo mucho que disfruté matar
a ese pedazo de nada que tenías de hermano.

Surem, consumido por el odio, golpeó el estómago del asesino.


Abraham abrió los ojos y escupió sangre. Todo su cuerpo se
estremeció, se encorvó y dio pasos tambaleantes hacia atrás.
Nunca antes había sentido tanto dolor. Dedgel y compañía quedaron
atónitos del poder del niño que había elevado su esencia, a tal
grado, que fácilmente podía igualar el poder de Abigor.
—Sorprendente —enunció Abigor—. Sería un poderoso aliado.

—O un poderoso enemigo —escupió Abraham con la respiración


entrecortada. Al recuperar el aliento, se incorporó y caminó
amenazadoramente hacia su agresor. Abigor levantó una mano,
frustrando las intenciones de Abraham.

—Si lo que quieres es castigar a Gael y a su hermano lo mejor será


que destruyas su ciudad, junto a toda su familia.

Abraham y Abigor desaparecieron.

—Tenemos que detenerlos —gruñó Dagon.

El equipo sabía que Abigor hablaba en serio. No iban a permitir que


destruyeran la ciudad de Gael. Surem no se dejó cegar por la
tristeza y creó la liminalidad con la intención de frustrar los planes de
sus enemigos infernales.

Yamileth y Citlalli, como si una fuera el reflejo de la otra, tocaron su


pecho simultáneamente, tuvieron un mal presentimiento. Se miraron
entre sí, intercambiando expresiones de confusión.

—No sé qué sea esto que estoy sintiendo, pero no es nada bueno
—dijo Yamileth, intentando detener las pulsaciones aceleradas de
su corazón.

—Siento lo mismo —dijo Citlalli—. Tenemos que averiguar cómo se


encuentran.

Yamileth se levantó y se quedó parada en el umbral de la puerta,


contemplando el cielo inexpresivo que se cernía amenazador sobre
sus cabezas. Citlalli prendió la televisión. A los poco segundos
escuchó varias camionetas estacionándose en el patio de la casa.
Se levantó apresurada y miró a Yamileth con seriedad. La chica de
ojos miel le devolvió la mirada y expresó con frialdad:

—Han venido por nosotras.

En la catedral de la ciudad de Veracruz se celebraba una misa con


el propósito de orar por los guardianes elementales. En el templo no
cabía ni un alma más. Una joven que rezaba fuera de la catedral, a
un lado de las bancas que adornaban el zócalo, escuchó un extraño
sonido que se originó a sus espaldas. Al girarse, observó una
extraña esfera negra sobre el quiosco. Se estremeció al ver
aparecer a un chico con seis alas rojas. Sus rezos fueron sustituidos
por gritos estremecedores. Los alaridos alarmaron a los feligreses
quienes, al ver a los dos extraños personajes parados sobre la
explanada principal, se unieron al canto de horror de la chica. Se
empujaban entre sí para entrar al templo, bajo el supuesto de que
ahí estarían a salvo del ángel caído y su compañero.

Abigor se vio complacido por el caos reinante, lo mismo que


Abraham, quien había vuelto a colocarse la máscara.

—Amo estos recibimientos —pronunció Abigor.

—Ingenuos —escupió Abraham—. Creen que van a estar a salvo,


no saben que el señor de la casa está a punto de morir.

En un par de minutos, fueron rodeados por los policías y militares


que se encontraban a los alrededores. Apuntaron temblorosamente
sus armas en espera de que uno de los seres infernales hiciera un
movimiento. Sabían que no eran rivales para enfrentarse a ellos. Sin
embargo, su coraje era más fuerte que la razón. Estaban
embriagados del valor que les habían contagiado esos jóvenes
mártires que peleaban por ellos: por la humanidad entera. Se
mantuvieron firmes, ante lo que sabían, era una muerte segura.

—¡Pobres bastardos! —dijo Abigor.

—¡No se atrevan a moverse! —gruñó uno de los militares—. No


dudaremos en abrir fuego.

—¿Fuego? —arqueó una ceja—. El fuego es parte de mi esencia…

Abigor dio un paso al frente para provocarlos. La lluvia de plomo no


tardó en llegar. Una vez que vaciaron los últimos cartuchos,
observaron que los cuerpos del par demoníaco estaban intactos.
Desenfundaron sus espadas y dagas, listos para el ataque.

—Enséñales lo que es abrir fuego —sugirió el Enmascarado a


Abigor.

Abigor levantó su mano derecha, de donde salió una pequeña


llamarada oscura. Inhaló y cuando estaba a punto de exhalar, una
voz aguda pero potente lo detuvo.

—¡Ni se te ocurra, Abigor! —Surem había aparecido a las espaldas


de los dos, junto con las salamandrinas y Anastasia. Abigor
entrecerró los ojos, desvaneció la pequeña llamarada y bajó los
brazos. Tanto él, como el Enmascarado, se giraron con lentitud y
miraron con fastidio a los recién llegados.

—¡Aléjense de aquí! —exclamó Anastasia dirigiéndose a los


policías. Éstos retrocedieron de inmediato y se resguardaron.

—Por favor, no me digan que han venido a detenernos —replicó


Abigor con cansancio—. Gael ha muerto. Ya no hay forma en la que
puedan detenernos.

—¡No se atrevan a pronunciar su nombre! —exclamó Surem,


consumido por la tristeza y la rabia—. Saben perfectamente que no
hubieran podido nunca derrotarlo en una pelea justa. Murió con el fin
de proteger este mundo que tanto amaba, y no dejaré que lo
destruyan, haré lo imposible por detenerlos.

Los que yacían ocultos en la catedral sintieron un gran alivio al


escuchar a los chicos y a los elementales aparecer frente a ellos. En
los cielos se abrieron decenas de portales oscuros de donde
salieron cientos de demonios. Anastasia sugirió a Surem:

—Son muchas legiones. Esto es más de lo que hemos enfrentado


—dijo Anastasia.

—No me importa si son millones. ¡Yo los detendré en nombre de mi


hermano! —replicó Surem con determinación.

—Eso es lo que me encanta de los humanos; no importa en qué


situación estén, nunca pierden la esperanza —expresó Abigor con
ecuanimidad.

—Acabemos con esto de una puta vez —replicó Abraham,


fastidiado y ansioso por derramar sangre.

Anastasia, consciente de la terrible situación, tocó con sus dedos el


sello de Tetragrámaton de su pecho. Surem

la tomó por el brazo e hizo que bajara la mano. Negó con la cabeza,
Anastasia asintió. Abigor dio la orden para que las legiones
atacaran. Éstas parecían enjambres de abejas invadiendo la ciudad.

Un par de demonios ígneos se dirigieron a la catedral con la


intención de acabar con los que se resguardaban dentro. Anastasia
y las salamandrinas combatían contra una facción de las legiones
demoníacas. Surem, al adivinar las intenciones de los demonios
ígneos, corrió rápidamente hacia ellos y con dos pequeñas esferas
de esencia los destruyó para convertirlos en cenizas. Se paró justo
en la entrada de la catedral y creó un campo de esencia para
proteger a los fieles que estaban en su interior.
Abigor y el Enmascarado no participaron en la batalla; la cantidad de
demonios que habían invocado era más que suficiente para destruir
por completo la ciudad. Se limitaron a disfrutar del espectáculo.

Miles de demonios han aparecido en las inmediaciones del


zócalo veracruzano —anunció un corresponsal que reportaba
desde la catedral—. Esto es francamente aterrador. Los policias
han hecho lo posible por detenerlos pero...

En ese momento, un demonio aéreo lo atravesó con sus garras. Se


vieron pasar las sombras de otros demonios voladores antes de que
el camarógrafo saliera huyendo para dejar caer la cámara sobre el
suelo. Citlalli estaba con los nervios de punta. Salió corriendo hacia
el patio, y permaneció observando el cielo con horror. Yamileth la
siguió.

Tocaron a su puerta.

—Señoritas, tienen que acompañarnos —dijo uno de los militares.

La mirada pasmada de Citlalli no se despegaba del cielo. Tanto los


militares como Yamileth, alzaron la vista. Nubes negras cubrían el
horizonte. Las nubes se desgajaban en miles de demonios aéreos
que cubrían el cielo como parvadas de murciélagos.

—¿Qué son esas cosas? —preguntó titubeando uno de los


militares.

—¡Permanezcan dentro de la casa! —exclamó otro.

Citlalli no reaccionó, seguía inerte, observando con terror a los


demonios que amenazaban a los incautos que se atrevían a
mirarles. Yamileth la jaló del brazo hasta el interior de la casa. Dos
demonios aéreos cayeron en picada. Los militares tuvieron que
vaciar sus cartuchos para derribarlos.

—¡Es hora de irnos! —exclamó uno, haciéndole señas a las chicas.

Salieron de la casa pero un demonio subterráneo apareció debajo


del pavimento. El diablo caminó amenazadoramente hacia los
militares. Uno de ellos descargó todo el cartucho en el cuerpo del
demonio. Éste corrió hacia el militar y le atravesó el pecho con su
lanza. Los demás militares sólo pudieron observar con horror la
escalofriante escena. El demonio estaba a unos pasos de ellos,
levantó las garras con la intención de lanzar un zarpazo. Se
limitaron a cubrirse los rostros con sus brazos, pero notaron que no
había pasado nada. Cuando abrieron los ojos vieron que el
monstruo había detenido su ataque. Del pecho del subterráneo se
asomó la punta de un cuchillo. Cayó al suelo y se incendió al
instante. En cuanto el humo se disipó, apareció la silueta de
Yamileth. La chica de ojos miel limpió la sangre de su cuchillo.
Citlalli no daba crédito de lo ocurrido.

—¿Se encuentran bien?

—¿Cómo es que hiciste eso? —preguntó Citlalli titubeando.

—Esto no es nada en comparación con lo que he vivido al lado de tu


hermano —se giró y preguntó. —¿Adónde nos piensan llevar?

—Nos ordenaron llevarlas a la base militar. Sus familias las esperan.

—¡Yam! —exclamó Citlalli—, mis hermanos y Anastasia deben estar


combatiendo.

—Entonces, nuestras familias tendrán que esperar; necesitamos


que nos lleven al frente de la batalla.
Anastasia y las salamandrinas eliminaban a cuanto demonio podían,
a la par, Surem protegía fervientemente a los que yacían escondidos
en la catedral.

—Dedgel, si seguimos así, no tardaremos mucho en gastar toda


nuestra esencia y los demonios acabarán con la ciudad.

—La forma más rápida de acabar con esto, es la más complicada —


pronunció mientras incrustaba su garra en un demonio subterráneo
—, hay que destruir a Abigor, sólo así las legiones desaparecerán
junto con él.

—¡Anastasia! —exclamó Dedgel—. Dagon y yo nos encargaremos


de los demonios. Concentra todo tu poder en Abigor; si logras
destruirlo, sus legiones desaparecerán con él.

—¡Hecho!

El alma víctima cerró los ojos y canalizó toda la esencia en su


cuerpo. Al abrirlos, éstos eran dos esferas de magma.

Abigor sonrió, cruzó los brazos y esperó la embestida. Anastasia


saltó y apuntó el filo de su espada en el corazón del demonio rey,
pero su ataque fue detenido por Abraham. Quedaba claro que si
quería acabar con Abigor, primero tendría que matar al
Enmascarado.

La explanada del zócalo relucía por las llamaradas de los demonios


que caían cercenados por las garras de las salamandrinas. Surem
lanzaba esencia a diestra y siniestra. Sabía que no podía mantener
ese ritmo durante mucho tiempo.
—Ambos sabemos que tu única posibilidad contra nosotros es
explotar todo el poder de tu demonio interior —dijo Abigor a
Anastasia—. Sólo es cuestión de hacer una unión de almas con él;
así podrás pelear usando todo su poder. Y quizás, tengas una
oportunidad de ganarme —sonrió, burlándose de el alma víctima.

—¡Eso nunca! —exclamó Anastasia—. ¡Encontraré la forma de…!

La lanza de un demonio subterráneo logró atravesar el escudo de


esencia de Surem. El campo fue despedazado como un cascarón.
Estaba exhausto: ya no podía soportar más. Los demonios atacaron
nuevamente, pero una lluvia de balas cayó sobre ellos para
desintegrarlos. Giró la cabeza para dar con el origen de los disparos
y se alegró al ver a los militares, a su hermana y a Yamileth. Citlalli
salió corriendo y abrazó fuertemente a su hermano.

—Surem… —expresó con un dejo de tristeza al contemplar el


maltratado cuerpo de su hermano. Lo abrazó tan fuerte que lo
estrujó contra su cuerpo. Sus ojos dejaron escapar un par de
lágrimas—. Ya no sigas, no sigas peleando, por favor.

—Tengo qué, hermana —le sonrió, y se alejó lentamente de ella. Se


giró, y miró con desdén a los miles de demonios que corrían como
salvajes, metiéndose a casas y perdiéndose entre las calles—.
Somos los únicos que podemos detenerlos.

—¡Surem! —exclamó Yamileth, con alegría al verlo con bien. Pero


cambió su expresión cuando sus ojos recorrieron las heridas de su
cuerpo—. ¿Estás bien? ¿Dónde está Gael? —cuestionó, buscando
a los alrededores, creyendo que se encontraba por ahí luchando
contra demonios. Pero sólo vio a Anastasia peleando contra Abigor
y a los elementales de fuego destruyendo demonios como si fueran
cucarachas.

Los ojos de Surem comenzaron a derramar lágrimas; el recuerdo de


su hermano golpeó su corazón.

—¡Dagon! —Yamileth increpó a la salamandrina—. ¿Y Gael?


—Yamileth —dejó escapar unas lágrimas de lava—. Prometí
protegerlo… prometí devolverlo sano y salvo —bajó los brazos y la
mirada.

No hicieron falta más palabras para que Yamileth y Citlalli


comprendieran. Yamileth, con la mirada perdida, cayó de rodillas,
negando con la cabeza, llorando como si su mundo se hubiera
acabado.

—No… Gael no puede estar muerto… ¡No! —golpeó el pavimento,


lastimándose las manos.

—Vamos, Anastasia, saca a pasear a tu demonio —la persuadió


Abigor, retorciendo sus labios—, necesita ver esta maravilla de
destrucción.

Posó una mano sobre su pecho, su corazón latía como un tamboril;


sólo tenía que dar unos giros al sello para poder liberar al demonio
que la habitaba para acabar con ese par.

Abraham la atacó. Anastasia alzó su arma y retuvo los golpes.


Abraham logró despojarla de su espada, le dio un codazo en la nuca
y un rodillazo en el estómago. Cansada y presa de la furia, la joven
guerrera incrustó su mano en el sello. Los ojos de Abigor relucieron;
esperaba ansiosamente ese momento. Dagon, envuelto en una
llamarada, embistió a Abraham y rodeó con su garra el brazo de
Anastasia.

—Son demasiados demonios, no sueltes a uno más.

—Entiendo el riesgo, pero es nuestra única alternativa. Quizá pueda


controlarlo.
—Si no estás del todo segura, no lo hagas. Si tu demonio se une al
mal, nuestras posibilidades serán nulas.

—No será muy diferente a nuestra situación actual.

—No nos podemos arriesgar, nuestra única alternativa ahora es


enfocarnos en Abigor, si unimos nuestras fuerzas podremos
derrotarlo.

—Ni aunque peleen los cuatro juntos podrán vencerme —divertido,


Abigor, escuchó sus intenciones, consciente de su superioridad—.
Su mejor opción es soltar al demonio jerarca que yace dentro de ti,
Anastasia.

Dagon ignoró sus palabras e intensificó la llamarada que lo rodeaba.


Anastasia canalizó toda su esencia, aceptando el consejo del
elemental. Ambos fueron por Abigor. El demonio tomó a Dagon por
la cola para azotarlo violentamente contra el pavimento. La joven
guerrera soltó una ráfaga de esencia a la espalda del jerarca. Abigor
se cubrió con sus alas, y al abrirlas, expulsó una oleada de fuego
negro. Anastasia se estrelló contra los establecimientos que se
encontraban a un lado del zócalo.

Abigor, fastidiado, volteó a ver a Abraham y le hizo una seña con la


cabeza. Éste comprendió el gesto. Asintió. Las legiones que
invadían la ciudad detuvieron su ataque y comenzaron a
congregarse cerca de su amo. El demonio rey extendió sus alas
rojas y se elevó unos metros en el aire.

—Será mejor acabar esto de la manera más espectacular.

Dagon intuía lo que el rey infernal tenía planeado hacer. Abigor


concentró una cantidad descomunal de esencia entre sus manos
para crear un planeta de esencia gris. Alzó su brazo derecho. Dagon
estaba consciente de que si Abigor la soltaba, el puerto
desaparecería al instante.

—Surem, crea un campo protector —ordenó Dedgel.


—Pero me queda muy poca energía, no creo poder soportarlo.

—Debes intentarlo...

Surem soltó unas lágrimas finales. Dedgel estaba dispuesto a


sacrificarse para salvar a su compañero y a los ciudadanos, sabía
que era muy probable que no volviera a su mundo al lado de su
amigo. Levitó hasta llegar a un lado de Dagon.

—Nunca hubiera imaginado un final así —confesó Dedgel.

—Parece que nuestros corazones se han ablandado, viejo amigo —


insinuó Dagon.

Expulsaron las reservas de esencia que conservaban en sus


cuerpos. Una llamarada solar envolvió a los elementales. El ángel
caído notó su presencia. Las legiones y Abraham estaban listos
para alejarse por el portal creado por el Enmascarado en el
momento que Abigor lanzara la esfera. Abigor colocó su brazo hacia
atrás y con un movimiento sutil dejó caer la esfera. Los intentos de
Dagon y Dedgel por detenerla fueron inútiles: la caída de la esfera
colosal seguía su rumbo.

Anastasia no vio otro remedio más que recurrir a lo que sabía que
era su última alternativa. Incrustó su mano en el sello de
Tetragrámaton y lo giró con lentitud. Estaba a punto de romperlo,
cuando algo la hizo detenerse. Alzó la mirada para observar la
gigantesca esfera gris que descendía y estaba ya a escasos metros.

Entre la nebulosa gris apareció un joven con espada en mano.


Dagon no podía creer lo que veía. El chico impactó la gran esfera de
esencia con su espada para diluirla en el aire.

—Esto es imposible —titubeó el demonio.

Dagon se encontraba exultante de felicidad. Su amigo había


renacido. El guerrero de ojos carmesí permanecía suspendido en el
aire con la espada de Adonay en alto.
—¡Gael! —gritó Yamileth.
28
Un hermoso reencuentro

Gael caía por la garganta insondable de un precipicio oscuro. La


sangre que brotaba de su pecho dejaba una estela escarlata
suspendida en el aire. La poca esencia de fuego que conservaba
abandonó su cuerpo. Observó por el rabillo del ojo la espada de
Adonay que caía a su lado. Había fracasado. Cerró los párpados
resignado a ser abrazado por el frío manto de la muerte. Sin
embargo, su cuerpo era ligero como si fuera una pluma al aire.
Tanto, que llegó al fondo de ese abismo casi flotando. El chico abrió
los ojos, una luz que iluminaba su cuerpo hizo que sus pupilas se
contrajeran.

—Despierta, Gael —pedía una voz melodiosa que le resultaba


familiar.

La silueta borrosa de una chica apareció en su campo visual a


contraluz. Se encontraba sentada en cuclillas, con las manos
apoyadas en las rodillas. Cuando sus ojos se adaptaron a los rayos
de sol, logró observar con nitidez ese largo cabello castaño que caía
en una cascada de rizos sobre sus hombros. Su mirada se enfocó
en un rostro de rasgos exquisitamente finos. Algunas pecas apenas
visibles salpicaban una piel clara y tersa. Los enormes ojos cafés
que lo observaban parecían dos soles. Las lágrimas corrieron a
raudales por sus mejillas en el momento que reconoció a su prima.

—¡Angélica! —se incorporó para abrazarla con la poca fuerza que le


quedaba y sintió que sus problemas se esfumaban en ese aire puro
—. ¡Cuánto me alegra verte!
—Me gustaría poder decir lo mismo, pero como te veo todos los
días, me resulta difícil echarte de menos —respondió con una
sonrisa dulce.

—¿Todos los días?

—¿Acaso creías que me iba a olvidar de mi primito sabiondo? —le


acarició el cabello—. Siempre he estado pendiente de ti y
últimamente me has dado mucha lata.

—Lo siento, prima, ya sabes lo mucho que me cuesta quedarme


quieto. ¿Entonces fuiste tú quien nos guió a Sebastián y a mí
cuando estábamos en peligro?

Angélica asintió con una sonrisa para luego incorporarse e indicarle


que la siguiera. Caminó detrás de su prima a través de un sendero
de tablas de la madera más fina que jamás hubiera visto y pisado.
De las orillas se asomaba un pasto verde vivo que se antojaba
delicioso para tomar una siesta. Gael miró con detenimiento unos
glifos dorados que adornaban al astro rey. Los cielos azules y
límpidos estaban cubiertos de nubes blancas y lavanda. A su
alrededor, plantas, flores y árboles con troncos robustos cargados
de frutas diversas engalanaban el paisaje. Había lagos y fuentes
parecidos a los que yacían en Galaqui, con olores que acariciaban
la nariz. Angélica se detuvo, y se sentó en una banca de cristal que
estaba a las orillas de un lago puro. Gael se sentó a su lado.

—Gael, ¿qué es la muerte para ti?

—Es una transición por la que todo ser viviente debe pasar. ¿Por
qué lo preguntas, prima?

—Sólo quería saber tu manera de enfrentarla. Me preocupa tu cara


larga.

—Mi lamento no tiene que ver con mi muerte, ésa la entiendo muy
bien y siempre he sabido que soy finito, sino con haber dejado
desamparados a mi familia y amigos.
—¿Qué crees que les va a pasar?

—Los demonios reinarán en la tierra y acabarán con todo lo bueno


que hemos defendido.

—¿Pero no acabas de decir que todo tiene un inicio y un fin? Eso no


lo puede controlar nadie, ni tú ni Dios.

—Es verdad prima, pero justo por eso es importante luchar, para
que el ciclo del mal no se abra y divida al mundo.

—Gael, el bien y el mal no existen realmente, son una elección.


Cada quien tiene el poder de elegir sus acciones. Podemos optar
por el amor y la compasión o el odio y la destrucción. De hecho
todos lo hacemos alguna vez en la vida. Eso es lo que pasa a la
humanidad en estos momentos.

—Entiendo, ¿entonces no llevo en mi interior un espíritu maligno?

—Sí y no, todos llevamos uno, pero podemos equilibrarlo. Justo


ahora un amigo tuyo vive esa disyuntiva.

—Ya veo, justo por eso los demonios quieren reclutarme.

Dime, ¿de quién es realmente el alma que poseo?

—El alma que llevas dentro le pertenece a un ser muy poderoso y


sumamente sabio. Pero no te puedo decir quién es.

—Pero ¿por qué?

—Dios me tiene prohibido revelártelo. Tendrás que averiguarlo por


tu cuenta, primo.

—¿O sea que Dios está enterado de todo lo que está sucediendo?

—Así es.

—Y entonces, ¿por qué carajos no interviene?


—Lo hace, recuerda que no están solos: los elementales son sus
aliados y ustedes tienen la capacidad para enfrentar la fuerza del
mal.

—Como sea, ¡pero Dios tiene miles de ángeles a su disposición! —


exclamó con franca irritación—. Es más, ¿dónde está? ¡Quiero verlo
ahora mismo!

Angélica no pudo contener la risa.

—No te rías. Esto es grave.

—Perdón, primo, pero no funciona así. Uno no puede llegar


simplemente así con el Todopoderoso. Si él quiere verte, te lo hará
saber, pero si lo buscas de esta forma, nunca lo encontrarás.

—Sigo sin entender. ¿Cómo puede estar impávido mientras las


legiones de Lucifer destruyen la tierra?

—Dios actúa de maneras misteriosas. Además la violencia no es la


respuesta, sólo una posibilidad, una instancia que debe acabarse y
dar paso a la sabiduría.

—Eso dicen, pero no veo otro camino que la batalla.

—La grandeza de Dios consiste en dejarnos elegir el camino, en


darnos la posibilidad de transformarnos como un medio para
fundirnos con la totalidad.

Gael alzó la mirada al cielo para contemplar reflexivo su entorno.

—¿En qué estás pensando?

—En mis amigos, en mi familia, en todos.

—Ten fe en ellos.

Gael materializó la espada de Adonay y la movió de un lado a otro


para enfatizar su fracaso y preocupación.
—Esa espada emite mucha esencia —dijo Angélica—. Es muy
poderosa.

—Vaya que lo es. Esta espada podría inclinar la balanza a nuestro


favor —contempló el filo de la espada—. ¡Cómo me gustaría, al
menos, hacérselas llegar; al igual que este anillo —mostró la sortija
que llevaba en su dedo.

—¿Y por qué no lo haces?

—Me encantaría, pero ¿cómo?

—Técnicamente no se puede crear un portal del paraíso a la tierra.


Un humano no puede viajar de un plano a otro, pero tú has
demostrado que la imposibilidad es una limitación mental.

—Espera un momento —contempló sus manos, perdiéndose en las


líneas que surcaban sus palmas—. Esto me ha sucedido desde que
creé el enlace con Dagon. He hecho cosas increíbles, algo interior
me decía que podía lograrlo. Esto va más allá de un simple deseo,
es estar convencido de que se puede lograr.

—Al fin te está cayendo el veinte —Angélica se mostró orgullosa de


su primo.

—Entonces, ¿crees que pueda volver a la tierra?

—No lo sé Gael, ¿eso es lo que quieres de verdad? —preguntó


mientras extendía sus brazos para mostrarle el hermoso paisaje que
se desplegaba ante ellos—. El paraíso nos ofrece amor, paz,
abundancia y felicidad eternas. ¿Estás dispuesto a renunciar a todo
esto?

—¡Por supuesto! Nunca estaré en paz si me quedo con los brazos


cruzados. Mi única duda es si Dios va a permitirlo.

—Lo que más admira Dios de la humanidad es la


autodeterminación. Dudo que se oponga a tu decisión.
—No se diga más. Regresaré a la tierra a sufrir un rato.

Gael creó la liminalidad. Se acercó a su prima y la abrazó con todas


sus fuerzas.

—Angélica, eres una luz en mi camino. Me encantaría estar a tu


lado, pero debo hacer lo que dicta mi corazón…

—Por favor dile a todos que los amo y que nunca he dejado de estar
a su lado.

—Cuenta con ello, prima adorada.

Gael caminó hacia el portal con las manos aferradas al mango de la


espada de Adonay. Sentía cómo la esencia crecía en su pecho de
manera exponencial. Lo único que tenía en mente al cruzar el portal
era la victoria.
29
Dos soles

Yamileth estaba atónita, su corazón estaba lleno de dicha y júbilo.


Sus ojos, que habían derramado dolorosas lágrimas, ahora sonreían
al ver a Gael. Salió corriendo hacia él, al igual que Citlalli, Surem y
Anastasia.

—¡Gael! —Yamileth corrió para abrazarlo con todas sus fuerzas.


Notó de inmediato que su amado había cambiado. Emanaba un
calor reconfortante, su mirada se notaba serena y apacible. Observó
unos extraños símbolos dibujados en su iris—. Creí que nunca más
volvería a verte.

—No podía estar mucho tiempo sin ti… —le sonrió y la miró
directamente a los ojos, para expresarle todo su amor sin palabras.

—¿Qué son esos dibujos en tus ojos…?

Estaba a punto de responderle, cuando los demás lo rodearon, y


sintieron, al igual que Yamileth, la calidez que emanaba la
renovación del aura de Gael. Citlalli lo abrazó con fuerza, mientras
Surem y Anastasia lo observaban con una reluciente sonrisa.

—Hermano, ¿cómo es posible? ¿Dónde has estado? —expresó


Surem con ojos llorosos.

—¡Increíble! Las cucarachas son difíciles de exterminar —Gael


escuchó una voz a su espaldas. Sabía que era Abraham, que se
había quitado la máscara y lo observaba con odio—. Pero si yo
atravesé tu corazón…
Abraham estaba atónito, la muerte de Gael había representado un
triunfo inigualable para él. Al verlo ahí parado no podía evitar
sentirse burlado. Apretó su espada con fuerza y salió corriendo
hacia él. Gael sintió la presencia perturbadora de Abraham. Sin
volverse, evadió la agresión y lo golpeó con determinación. Éste
cayó de espaldas. Asombrados, vieron lo que Gael acababa de
lograr; había derrotado a Abraham con sólo un golpe.

—¿Cuántas legiones son? —Gael cambió su semblante a uno serio.

—Alrededor de cincuenta. Sólo logramos acabar con una —


respondió Anastasia.

Abigor descendió hasta llegar a ellos. Se quedó observando con


seriedad a Gael, haciéndose la misma pregunta que los demás.
Gael se concentró en observar a Abigor, no dejó de notar a los miles
de seres infernales que había a su alrededor. Sabía que la forma
más rápida de deshacerse de ellos era acabando con el demonio
jerarca de manera definitiva.

—Dime Gael —expresó el demonio jerarca, sin darle importancia a


lo que le acababa de pasar a su compañero—, ¿te gustaría morir
dos veces en un solo día?

—Eso, aunque es una buena frase, no es posible —respondió en un


tono sereno—.

—¡Surem, protege a Yamileth y a Citlalli! Anastasia, necesito que


utilices lo que te queda de esencia para acabar con el resto de las
criaturas infernales. Dedgel, protege a los civiles.

—¿Qué piensas hacer tú? —preguntó la guerrera.

—Lo único que hace falta para acabar con esto de una vez. Dagon
—volteó a ver a su elemental quien le extendía una pata—, ¿qué
haces?
—Te saludo como lo hacen ustedes —la salamandrina hizo una
reverencia—. Es lo que hiciste cuando nos conocimos.

—Sí, pero tú me rechazaste.

—En ese momento desconfiaba de la humanidad, pero me han


demostrado que vale la pena luchar junto a ustedes.

Gael le extendió la mano y apretó fuertemente su garra. Fluyó entre


ellos energía solar. Todos vieron asombrados el conmovedor
reencuentro. Dagon recuperó su energía, se sintió más poderoso
que antes.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó Citlalli mientras las llamas se


reflejaban en sus ojos.

—Al fin son uno, han despertado el anígni —respondió Dedgel.

Dagon y Gael se miraron entre sí, sonrieron y asintieron, como si


estuvieran de acuerdo en algo.

—Gael, ahora son ellos quienes temblarán ante nuestra presencia.

Abigor sabía que las cosas habían cambiado, que era momento de
dejarlo todo en el campo de batalla. Instó a sus huestes demoníacas
a atacar con fiereza.

—Hermanos, el mundo está por cambiar completamente. La


destrucción es irrefrenable, lo que antes estaba oculto aparecerá, lo
subterráneo emergerá para siempre. Los cielos se invertirán y la
oscuridad, nuestro elemento, cubrirá la tierra. No hay mañana.
Luchemos hasta el último aliento, todo el mal reconcentrado habita
nuestra sangre.

Ante las palabras del jerarca, los ejércitos bramaron por la victoria.
Se reagruparon y con brutalidad invadieron nuevamente la ciudad.
No dejaron a nadie fuera de su campo de ataque. Las garras
abrieron las gargantas, las lanzas atravesaron los corazones y las
fauces de los demonios subterráneos rasgaron las entrañas de
todos los habitantes que se encontraban a su paso. Poco podían
hacer los guerreros y los elementales para controlar la matanza y
destrucción, a pesar de las palabras de aliento emitidas por Gael.

Abigor se sintió henchido de poder y retó al héroe.

—Por simple curiosidad científica, ¿cómo planeas eliminarme? —


sus ojos examinaron con cierta preocupación el arma que Gael
sostenía en su mano derecha—. Necesitarás algo más que un
simple gadget —refiriéndose a la espada de Adonay.

—No lo creo, Abigor —le sonrió—. Además, le prometí a alguien


que te patearía el trasero, y no pienso quedarle mal.

—Ok, Gael —Abigor lo retó—. Juguemos un rato, pero a morir.

—Dagon, encárgate de que ningún otro demonio intervenga, debo


concentrarme completamente en Abigor para acabar con él. Si
Abraham aparece, no lo mates, no es consciente de sus acciones,
su alma está luchando contra el mal, ¿entendido?

—Te estoy esperando, Gael.

Gael observó minuciosamente a su enemigo y al ver que


parpadeaba, realizó su primer movimiento, fue casi imperceptible:
cuando Abigor abrió los ojos ya tenía a Gael frente a él. El joven
guerrero le propinó una potente patada en la barbilla que lo noqueó.
Abigor iba a reincorporarse cuando sintió nuevamente la presencia
del chico. Se deslizó de espaldas por el pavimento, justo a tiempo
para evadir a Gael, quien cayó como un rayo en donde había
aterrizado Abigor, creando un gran cráter; escombros y tierra
volaron por los aires, apenas iban a empezar a descender debido a
la gravedad cuando volvió a desaparecer, dejando una ráfaga de
fuego tras de sí. Abigor no podía creerlo, antes de que pudiera
localizarlo ya se encontraba frente a él, hundiendo de nuevo sus
nudillos en su rostro. El demonio cayó varias veces mordiendo el
polvo. Apenas tenía tiempo de invocar su arma y rechazar el ataque
incesante del joven.

Habían llegado en su batalla hasta San Juan de Ulúa, peleando con


ferocidad. Los cielos relampagueaban. Abigor sudaba
profusamente. Se tocó la frente y vio gotas que surcaban sus dedos:
se enfureció. Gael se dio cuenta de ello.

—Veo que sudas como los humanos. Por lo que deduzco, tienes
miedo.

Con pesar, el demonio tuvo que aceptar la cruel realidad: un joven


de Veracruz sin mucho futuro había igualado el poder de un ángel
caído. Cerró los ojos, su cuerpo fue rodeado por un aura gris. Las
voces de otros jerarcas demoníacos se agolparon en su cabeza.
Todos lo alentaron a seguir y dotaron de poder el cuerpo del
demonio.

Gael, no podía perder más tiempo hablando, tenía que acabar


cuanto antes con Abigor. La llamarada carmesí que lo cubría se
intensificó. Apuntó con su espada al cuerpo de su adversario.
Percibió cerca a Abraham, quien había llegado de un portal. Gael no
le dio importancia, continuó concentrado en su objetivo principal.

Abigor llamaba a sus aliados, eso era buena señal, pensó Gael.
Unos demonios aéreos aparecieron en escena, sus garras
apuntaban a Gael. Tampoco se preocupó por ellos. Dagon llegó
para despedazarlos y observar los movimientos de Abraham. La
salamandrina cumpliría su palabra y no dejaría que ningún demonio
interviniera en la pelea final.

Abigor dio un brinco tratando de alejarse por unos momentos de los


intensos ataques de Gael. Se angustió, nunca había experimentado
el miedo de la derrota. Gael no le dio tregua; apenas el demonio
jerarca se alejaba, él lo embestía ferozmente con su espada. Abigor
sintió un poderoso puñetazo en la mejilla derecha que lo mandó a
estrellarse en una de las torres. Ésta se derrumbó y cayó encima de
él. De entre las piedras surgió una mano lacerada, cubierta de
polvo. Su condición era lamentable, indigna para un demonio de su
jerarquía: su gabardina estaba completamente perforada, el cabello
cubierto de polvo y sus pantalones estropeados. Sus ojos se
volvieron sombríos, perdiendo el brillo de superioridad que los
caracterizaba. Nunca nadie lo había puesto en semejante situación;
su orgullo no le permitía dejar con vida a quien era responsable. Se
puso de pie para dar todo lo que tenía. Pero Gael creó una
liminalidad, apareció por encima de su adversario, le dio un rodillazo
en la cara. Abigor cayó, al tocar el suelo, se protegió con la espada,
justo a tiempo antes de que Gael lo atravesara de un tajo con la
portentosa espada.

—Lindo accesorio, ¿no crees? —señaló con su dedo índice el anillo


de Salomón.

—En efecto, es un accesorio, hasta ahora no te ha servido más que


para lucirlo, no sabes nada de su poder, eres un simple portador de
algo que no entiendes.

—No, pero sé que no lo necesito para derrotarte.

Abigor perdió la poca paciencia que le quedaba. Lanzó una ráfaga


de poder. Gael se cubrió la cara con los brazos. Cuando el ataque
cesó, no vio por ninguna parte a su adversario. Sintió la presencia
de Abigor acercándose amenazadoramente. Volteó rápidamente y
detuvo el ataque con la espada de Adonay. Sus armas chocaron
estrepitosamente como si todo estuviera a punto de venirse abajo.

Gael lo retó con la mirada y creó una gigantesca esfera carmesí. La


lanzó contra Abigor, quien no pudo detenerla. A espaldas del ángel
caído apareció una liminalidad; Gael apareció frente a él para hacer
algo arriesgado, creó otra esfera de fuego y la introdujo por la boca
del jerarca. Sólo era cuestión de esperar y ver si su ataque había
sido certero. Era todo por el todo.

El demonio quedó aturdido, seguía con vida, recogió su arma y sin


voltear, desapareció, dejando una llamarada gris. Gael bajó la
guardia, Abigor apareció detrás de él y tomó al chico por la nuca,
sus finos dedos apretaron con fuerza, hasta el grado de la asfixia.
Lo alzó por los aires y lo azotó contra el pavimento. Gael se
desvaneció, soltó la espada y escupió sangre.

—¡Gael! —exclamó con desesperación Dagon.

—Tranquilo, Dagon —Gael le respondió con serenidad—, me


encuentro bien.

Abigor se asombró, podía asestar el golpe final. Sin embargo, de la


espalda del joven emergieron un par de majestuosas alas, idénticas
a las de su elemental. Se alzó con ellas para imponer su fuerza.
Tomó aire y habló con contundencia.

—Ha resultado sumamente entretenido pelear contigo, pero ya es


hora de acabar con esto. Dagon, necesito tu apoyo., no permitas
que Abraham intervenga.

—De acuerdo.

Gael voló sobre el mar rozando su superficie con las puntas de sus
pies. Embistió a Abigor; ambos combatieron en los aires.

—Recuerda Dagon, ahora somos uno.

De ambos emergió una llamarada carmesí: se fusionaron creando


una flama gigantesca, una extensión del astro rey, una estrella que
era, sin duda, un arma imposible de sortear. Gael sabía que ésa era
su oportunidad. Sus ojos carmesí se centraron en los de su
camarada. Ambos asintieron.

—¡Dagon! —exclamó una sonrisa nerviosa— ¡Ahora!

Como unidad arremetieron contra el demonio. Éste, inútilmente,


trató de librarse de la supernova. Su cuerpo fue absorbido por la
devastadora explosión.

Todos los habitantes de México dirigieron su vista a los cielos para,


maravillados, observar dos soles en el firmamento: uno más brillante
que otro. El espectáculo duró sólo unos minutos, pero fueron
suficientes para que la esperanza volviera a reinar en los corazones
de los espectadores. Pues la luz que desprendía el fenómeno era
inédita.

Abigor había sido derrotado, las legiones desaparecieron, junto con


la esencia oscura. Gael cayó al suelo con suavidad y contempló el
cielo; su mirada expresaba serenidad y victoria. Aunque sólo era
una batalla de las muchas que restaban, fue lo suficientemente
placentera para disfrutarla como un gran triunfo. Aún le faltaba
mucho por hacer, pero esos momentos de dicha, lograron que la
esperanza cayera como agua fresca en su alma.

Su tranquilidad fue interrumpida por una voz siniestra pero familiar.

—No te apures en destapar la champagne. ¡Esto no significa


absolutamente nada! —exclamó Abraham—. Sólo has ganado una
batalla —se le acercó tambaleándose, su cuerpo estaba cubierto de
heridas, tierra y sangre—. Abigor tan solo era uno de cientos, de
entre los cuales hay decenas más poderosos que él. No tienes
posibilidades de ganar. Todos tus esfuerzos serán en vano, se
desvanecerán como ceniza.

—¡Impediremos que cumplan su objetivo! —aseguró Anastasia.

—¡Destruiremos sus legiones! —amenazó Dedgel.

—¡Acabaremos con sus dogmas macabros! —enunció Surem.

—¡Temblarán ante el sonido de nuestros corazones! —articuló


Yamileth con valentía.

—¡Los devolveremos al inframundo de donde salieron! —exclamó


Dagon volando desde los cielos.

—Y derrocaremos a Luzbel —añadió Gael.


—¡Subnormales! Parece que la humedad ha hecho mella en sus
limitados cerebros. Su Dios, al igual que la humanidad y todo lo
existente, ha sido derrotado desde el momento en que pusimos un
pie en esta tierra inmunda —gruñó Abraham y se escabulló por una
liminalidad.

En ese momento, unos brazos rodearon a Gael. Sonrió. Yamileth lo


abrazaba con tal fuerza, que le costaba trabajo respirar. Gael la
contempló y sin decir una palabra, la besó. La besó de una forma
tan apasionada que, tanto los chicos como las salamandrinas,
tuvieron que voltear hacia otro lado.

—Ha llegado el momento de partir.

—Sí, debemos ir a apoyar a los demás y acabar con esto.

—Lo siento, pero mi propósito en este momento es liberar a mi


amigo de ese espíritu. Sé que los demás estarán bien.

—¿Y cómo piensas liberar a tu amigo? —preguntó Anastasia


intrigada.

—Debo ir al purgatorio…

—¿Existe el purgatorio? —preguntó Citlalli con incredulidad.

—Después de todo lo que has visto, ¿de verdad te cuesta trabajo


creerlo? —dijo el sabio hermano pequeño.

—Los elementales tenemos prohibida la entrada al purgatorio —


señaló Dedgel.

—Es cierto, Gael —repuso Dagon—. ¿Cómo planeas llegar hasta


ahí?

—Regresé del paraíso, creo que si me lo propongo, puedo viajar


hacia cualquier plano dimensional.
La salamandrina cerró los ojos y asintió. Yamileth se acercó y tomó
la mano de su amado.

—Prométeme que volverás.

—Ni el propio Luzbel posee el poder para alejarme de ti.

Todos los presentes depositaron sus miradas en los ojos del joven
guerrero cuyo destello era tan vívido e intenso que costaba trabajo
verlo de frente. Dagon se colocó a su lado. Antes de poner un pie en
el portal, se volvió por última vez para ofrecerle a sus amigos una
sonrisa colmada de serenidad y confianza. Volteó para encontrarse
con los ojos de Gael.

—Eres un dignísimo portador del espíritu del fuego.

Gael respondió al halago de su amigo con una sonrisa amplia y sin


más preámbulos, atravesaron la liminalidad para dejar una estela de
esperanza en el aire, el preámbulo de un sueño que estaban
dispuestos a forjar con base en un ideal común: salvar a la
naturaleza y a la humanidad despertando la conexión con los cuatro
elementos esenciales.

Estaban conscientes de que esta victoria no era más que una pauta
para las futuras luchas. Ni todas las legiones de demonios podrían
detener su paso. Gael, un chico sencillo e introvertido, había
obtenido superpoderes que rebasaban la imaginación de cualquier
ser humano.

Sin decir palabra todos reconocieron, en sus corazones, que los


sueños son la materia para derribar las limitaciones; que juntos
podían escribir su propio destino y avivar lo bueno que habita en el
alma de todos.

—Es hora de partir.

El portal se cerró detrás de los guerreros para abrir un nuevo


capítulo cuyo punto final estaba por escribirse de la mano de sus
protagonistas.
30

Un hermoso joven pintaba con detenimiento un magnífico lienzo, su


cuerpo era esbelto y lozano, su perfección estaba adornada por
doce alas de cristal, cada una de ellas estaba decorada por decenas
de ojos dorados que permanecían cerrados, sin luz aparente. Una
tenue luz se colaba por la única ventana de la habitación,
iluminando el cuadro y velando los rasgos del chico.

Abraham cruzó el umbral de una gran puerta dorada, engarzada con


piedras preciosas de las más variadas tonalidades. Se encontraba
agitado y con heridas visibles por todo el cuerpo, resultado de su
más reciente batalla con Gael. El misterioso ser, al escuchar la
agitada respiración del recién llegado, dejó de pintar la que parecía
la obra más hermosa jamás ejecutada, descansó el pincel a un lado
del caballete y posó su vista unos segundos sobre el lienzo.

—¿A qué se debe tu intromisión? —musitó sin voltear a verlo.

—Gael ha acabado con Abigor. Despertó el anígni, las cosas se han


complicado.

El sombrío chico alado no se movió ni hizo gesto alguno, sólo se


quedó apreciando su pintura, develando que conocía la noticia.

—Nada de eso —Abraham vio el destello que emanaban sus


dorados ojos—. Sólo han cambiado de giro… sólo eso.

—Pero… el plan de la estancia eterna no podrá completarse sin la


ayuda de Gael.

—Tenemos otra alternativa.

Abraham se quedó por un momento pensativo.


—¿Acaso lo han conseguido? —preguntó con asombro e
incredulidad—. ¿Lograron capturarlo?

El jerarca no emitió sonido, la pobre luz que entraba por la ventana


iluminó un momento su boca. Abraham sólo pudo ver la hermosa
sonrisa que relucía unos dientes blancos y perfectos, una expresión
que comunicaba poderío, seguridad y victoria.
Querido Guardián

Gracias por permitirme entrar

en tu imaginación

y por dejarte guiar

en este camino

hacia la iluminación.

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