Está en la página 1de 11

Colegio Luis Federico Leloir

Materia: Historia
Docentes: Juan Manuel Pereyra/ Eduardo Pena

HUINCA

Santiago Guzmán y Valentina Galarza


3ro 2da
turno mañana
28/06/18 (reescrito y corregido)
El indio pasa la vida

Robando o echao de panza.

La única ley es la lanza

A que se ha de someter.

Lo que le falta en saber

Lo suple con desconfianza.

(...) Su pretensión es robar,

No quedar en el pantano;

Viene a tierra de cristianos

Como furia del infierno;

No se llevan al gobierno

Porque no lo hallan a mano.

- La Vuelta de Martín Fierro, José Hernández.


Huinca

Llegaron a media mañana. Anastasia, mi esposa, no estaba en la estancia en ese


momento; se había reunido con las señoras del pueblo. Mis hombres trabajaban la tierra.
Ellos los deben haber percibido con anticipación, seguro algunos alcanzaron a huir. Yo me
encontraba en el estudio leyendo el diario, demasiado lejos, demasiado adentro para
enterarme antes de que ingresaran en la propiedad.

Vivíamos con el miedo de que hoy fuera el día en el que fallaran las defensas y los
bárbaros invadieran el lugar, como se había vuelto común en la zona.

“Crece la oposición al gobernador Dorrego”, rezaba el titular del periódico. Y cuánta


razón tenía. Después de todo, el federalismo nos llevaría a la ruina. Anarquía. El Tratado de
paz con el Brasil era solo el comienzo, totalmente fuera de lugar después de tanto sacrificio
en la lucha.

El primer indicio de su presencia fue el sonido de los cascos de los caballos. Luego, el
estruendo de las puertas partiéndose me hizo saltar del sillón. El violento grupo destruía todo
a su paso. Instantes después ya me encontraba rodeado, con sus lanzas alrededor. Me
golpearon hasta caer al suelo, creí que era mi fin, pero no fue así. En cambio, me ataron las
manos y me gruñeron algo en una lengua que no logré comprender. Solían matar a los
hombres en estos ataques; mi caso debió haber sido puramente político.

Me llevaron afuera y me obligaron a subir a uno de mis caballos, con uno de ellos.
Aunque hablaran en otro idioma, los gestos con las lanzas bastaron para que entendiera que
debía quedarme allí. Unos cuantos minutos después, habían logrado arrear quince caballos
más, unas cuantas vacas y vi a varios arrastrando a algunas mujeres e incluso niños. Se
reunieron y partimos.

Cabalgamos todo el día. A medida que avanzamos hacia el oeste, supe que estaba más
allá de la frontera, plenamente en territorio indígena. Llegamos bien entrada la noche, me
condujeron hacia una toldería con otros cautivos más, donde me ataron. Allí noté que no solo
habían capturado a los que yo vi en el pueblo, eran muchos más. El grupo invasor debió
haber sido bastante más grande de lo que creí en un principio. Sin posibilidades de escapar,
intenté no dormirme, pero el cansancio me fue consumiendo y mis ojos se cerraron.

Desperté con una patada en la pantorrilla. Enseguida me condujeron, junto con otros
hombres cautivos, a cortar leña. Claro, nos querían para realizar el trabajo duro. Desde donde
estaba vi que también las mujeres blancas empezaron a salir de una carpa y las conducían a
donde las indígenas estaban confeccionando algún tipo de tejido. Otras se ocuparon del
rebaño y lo que parecía ser una huerta.

Gran parte de los hombres desaparecieron de mi vista, unos cuantos se quedaron


vigilando nuestra labor. Intenté conversar con los vecinos, con quienes compartía al menos el
idioma. Les pregunté dónde los habían capturado, dijeron que venían de la Guardia del
Monte. Por mi parte, les dije que me llamaba Ismael Mantilla y que vivía en un pueblo
cercano a una Guardia junto a la Laguna del Trigo. La conversación no llegó a mucho más:
uno de los bárbaros nos mandó a callar.

El resto de la mañana transcurrió más o menos de la misma manera. Ya no nos


golpeaban, obedecíamos sin resistirnos, pero tampoco diré que nos trataban como a iguales.
Después de todo, no lo éramos.

Llegué a notar que los hombres más fuertes, con apariencia maciza, eran a quienes los
demás respetaban y obedecían. Los guerreros.

Por la noche se reunieron alrededor del fogón y realizaron alguna especie de ritual,
involucrando a algunas de las mujeres que habían raptado del pueblo. Imaginé que iban a
desposarlas. Comieron, bebieron, y a nosotros nos trajeron algunos trozos de carne y agua.
Una comida al día era lo que tendríamos; masticamos en silencio.

Al rato ya estaba en el suelo del toldo; me dormí con un niño observándome desde el
regazo de su madre.

Desperté en mitad de la noche, todos en la toldería estaban dormidos. Recordé a


Anastasia, seguro estaría preocupada, si es que no la habían capturado. Me asomé hacia
afuera y encontré una inquietante calma, un silencio abrumador; no había rastro alguno de los
bárbaros. Salí cuidadosamente, alerta. Caminé unos pasos, hasta que mi mente gritó: ahora. Y
corrí.
Creí que terminaría, sería el fin de mi cautiverio, sentía la libertad. Pero fallé.

En el medio de la carrera caí, y no por un rama, sino por un grupo de indígenas que se
había quedado trasnochando, y al detectarme huyendo, me atraparon como a un conejo.
Minutos después, ya me encontraba nuevamente en la toldería, y con unos golpes de más.

Los días pasaron. A partir del intento de mi escape, me vigilaban en toda tarea que hacía
y dormía atado. Poco a poco me fui acostumbrando a su estilo de vida, y ya no resultaba tan
extraño: cada par de semanas, la familia con la que convivía se movía y transportaba el toldo
hacia otro territorio bajo la jurisdicción del cacique, dependiendo de los recursos y la cercanía
a los ríos que este tuviera (aparentemente para establecer una conexión entre las tolderías).

De a poco llegué a captar incluso algunas palabras del idioma. Los que yo había
identificado como guerreros eran, en efecto, eso. Los conas. El único al que había oído hablar
el español fue al cacique, un hombre mayor pero imponente, con los años bien escondidos en
su tez morena.

Él hablaba con un mensajero cerca de donde yo me ocupaba del rebaño. Por momentos
mezclaba el castellano con palabras en su lengua natal, por lo que capté fragmentos sueltos.
Algo sobre “Buenos Aires” y “el comandante Rosas”. Luego se alejaron hacia un toldo y ya
no pude percibir sus voces por sobre el viento.

La rutina persistió. Al levantarme para realizar mis tareas diarias, me encontré con otra
mudanza. Y sin vacilar, procurando evitar cualquier castigo, me puse en marcha.

Ya de camino a cual fuera el destino, admiré las sierras que se alzaban en el horizonte,
ubicadas en forma lineal; los pastizales que alternaban tonalidades verdes y amarillas,
brillantes ante el resplandor del sol; el río que corría a mi derecha con ira, y las arboledas
aisladas que se encontraban allí, formando un paisaje digno de postal.

Avanzamos hasta que oscureció, y entonces nos detuvimos a descansar. Me dieron una
fruta como cena. Comí en silencio, sonriendo de vez en cuando a uno de los niños de la
familia, quien parecía estar siempre observándome. Me recosté sobre la tierra y dormí
profundamente. Retomamos la marcha hacia el norte con los primeros rayos de sol.

Al cabo de unas horas, nos detuvimos en una llanura y observé que allí ya había varios
toldos. Nos asentamos a unos cuantos metros de ellos. Minutos después se acercó un hombre
robusto, que juzgar por su apariencia, su vestuario, y otros aspectos más, noté que no
pertenecía a nuestro pueblo, era de otra tribu. Un cacique. El líder de nuestra toldería se hizo
presente, y se reunió con él. Luego supe que se llamaba Venancio. A lo largo del día, ambos
pueblos realizaban intercambios entre ellos, desde cueros y algunas cosechas hasta platerías.

Pasamos unos cuantos días junto a esta tribu. El líder de mi familia y tres de los conas
que la conformaban estaban planificando algo. Se reunían seguido con guerreros del otro
pueblo y a nosotros nos obligaban a trabajar con las mujeres en los quehaceres domésticos.

Pude notar un gran movimiento, y no solo indígenas, sino también de criollos que allí se
encontraban y que, al parecer, ni siquiera eran cautivos. También llegaban constantemente
mensajeros con noticias para el cacique, Venancio, al cual se lo veía muy atareado. A veces
nos encomendaban encargarnos de los caballos, que por cierto eran casi cien, definitivamente
iban a hacer una gran movida, fuera cual fuese.

Nunca me había llegado a enterar de nada, siempre me preguntaba qué tramaban, y ese
día en el que me encontraba arando, encontré las respuestas. De pleno en mi actividad,
sofocado, vi cómo un par de criollos pasaron a mi lado conversando muy seriamente. ¡Mis
oídos no podían creer semejante noticia! Desde que había empezado mi cautiverio no leía un
diario, y al parecer me encontraba muy desactualizado: Dorrego había sido destituido de su
cargo como gobernador, y huído a por un ejército para enfrentar a la oposición unitaria. La
noticia me alegró, pero luego de meditar un rato sobre ella, me di cuenta de todo. En el
pueblo decían que el gobernador tenía una especie de amistad con los indígenas, y ahora lo
acababa de confirmar: todos los indígenas y criollos que me rodeaban se estaban preparando
para aliarse a él.

Un par de días después, fui testigo de cómo unos ochenta de los mejores indígenas de la
tribu (más los de mi familia y los criollos) partían, armados con lanzas y cuchillos, a la
batalla. Mujeres, niños y chusma quedaron atrás, aquí, a seguir con la rutina y el trabajo de
siempre, a la espera del regreso de los hombres.

Fueron largas las semanas sin novedades, subsistiendo de los recursos que obteníamos
de la agricultura y lo que cazaban, cubriendo las tareas para las que nos faltaba gente. Yo me
sentía tan físicamente explotado, agotado, que no me quedaban fuerzas ni para alimentarme.
Hasta que por fin volvieron, y creanme cuando digo que no de la mejor forma: no solo
estaban seriamente lastimados, sino que ya no eran los ochenta y pico que partieron, eran
treinta y algo, o quizá menos.

Expectante, me uní a un grupo de curiosos que preguntaban cómo les había ido en la
batalla. Dijeron que se habían desviado de su destino original, el norte de Buenos Aires, y
que terminaron por luchar en Navarro. Y lo más importante fue que perdieron superando en
número a sus adversarios, mejor armados. Tranquilos, contuve mi emoción, no quería
terminar en la hoguera.

En el transcurso de los días, los curanderos se ocuparon de sanar las heridas de los
guerreros, alimentarlos, haciendo lo posible para que pudieran unirse al trabajo de la tribu
cuánto antes. El pueblo había quedado sin recursos ni mano de obra después de tales
pérdidas.

Una noche, luego de un largo día de trabajo y un insoportable dolor de espalda, me


dieron unas sobras de su cena y un vaso de agua que bebí de un trago. El niño lloraba junto al
fogón, su madre me echó una mirada fugaz y luego se lo llevó dentro del toldo.

Momentos después me habían tomado por detrás, atado de manos y pies y arrojado
dentro de una carreta.

Pasé todo un día allí, sin comer ni beber. A pesar de mi poca movilidad por las sogas que
apretaban mi cuerpo, vi que no era el único: allí se encontraban uno de los hombres cautivos
de mi toldería, y una mujer que no conocía, posiblemente de la otra tribu. Debo decir que me
sorprendió el cambio de actitud de los indígenas, creí que, de cierta forma, ya era parte de
ellos.

Al principio íbamos por un territorio irregular, tambaleando, pero a medida que


avanzamos, el suelo se iba allanando y pese a no poder ver correctamente, supe que
estábamos cerca de una ciudad.

La carroza paró.

Sentí como todo alrededor de ella estaba agitado, alterado. Escucha que hablaban, pero
no podía distinguir la lengua. Estaba cansado, aturdido. Luego de unos minutos, los indígenas
llegaron a la carroza y arrojaron una montaña de ropa y varias bolsas llenas a tope. Acto
seguido, me bajaron. Entrecerré los ojos, encandilado.

El indígena sacó un cuchillo de caza y comenzó a cortar mis ataduras. Luego, me


empujó hacia unos hombres armados que me colocaron detrás de ellos. Estaba en una
Guardia, de vuelta en territorio porteño. Era libre.

Nuestra Experiencia

Si bien tenemos estilos distintos, a ambos nos gusta escribir, y logramos ponernos de
acuerdo desde el comienzo. Primero establecimos la cronología, los hechos principales que
queríamos incluir en la historia, intentando también cubrir los distintos ítems requeridos.
Después, cada uno fue narrando una parte y conectando con la del otro. Cuando surgían
dudas o no sabíamos cómo seguir, buscábamos información de la época y el tema. En estas
búsquedas encontramos el fragmento del Martín Fierro, y nos encantó. Teníamos que
incluirlo como epígrafe. También analizamos los mapas que vimos en clase para elegir el
recorrido de nuestro protagonista. Estamos muy contentos con la historia que armamos, y
aunque nos hubiera gustado explayarnos más, logramos respetar el límite (usamos 1496
palabras en la primera versión, y 1984 en la corrección).

En cuanto a los problemas que se nos presentaron a la hora de decidir sobre la historia,
fueron debates insignificantes sobre cosas muy pequeñas (somos bastante detallistas) como si
deberían atar o no al protagonista (este ejemplo se extendió durante todo lo que duró la
escritura, hasta llegar a causarnos gracia), o si tenía sentido que los indígenas “trasnocharan”.
Alguno tenía que ceder. Tomando en cuenta también el nuevo rumbo que le dimos a la
historia, queríamos meternos más en la batalla y narrarla parcialmente, que nuestro
protagonista participara, pero después de darle muchas vueltas no le encontramos sentido.

Hubo también momentos, mitad en reproche mitad en broma, en los que Santiago
aseguraba que yo “valentinizaba” (cambiaba, filtraba ciertas palabras o frases) lo que él
escribía al pasarlo al documento. No tendría sentido negarlo.
Vinculación narración-contenidos vistos y requeridos

● Incluimos la frontera bonaerense, ya que pudimos diferenciar los dos lados (indígena/
bonaerense) y la historia se desarrolla en ambos. Nuestra fuente para esto fueron los
mapas vistos en clase.

● El cativo blanco es el tema central: el protagonista es uno, y hay otros incluidos como
personajes secundarios. Para empezar a escribir sobre esto, y para guiarnos en las
tareas que realizaban entre indígenas nos guiamos por el material visto en clase y un
interesante artículo de La Nación: Historias de cautivos en tiempos de lucha
fronteriza.

● Sobre su profesión y familia se sabe que es dueño de una estancia dedicada a la


agricultura y ganadería, y tiene una esposa.

● En cuanto a las tareas que realizan él y los indígenas: a él le encargaron trabajos


domésticos (cortar leña, cuidar al rebaño, cosechar, etc.) como a las mujeres de la
tribu, mientras que los hombres se encargaban de los malones y otras movidas.

● La relación entre él y los indígenas es casi inexistente: el protagonista es solitario por


naturaleza y los indígenas no lo apreciaban. Él se distancia; a pesar de que se va
familiarizando, nunca llegó a ser realmente parte de ellos.

● La relación con otras tribus la incluímos en este encuentro donde intercambian


productos y conviven (además de la posterior alianza a una causa mayor).

● Finalmente, la relación con la sociedad porteña se da tanto en el malón (si puede


considerarse a eso relacionarse) como en la anteriormente nombrada alianza con las
fuerzas federales de Dorrego , y la participación de las tribus en la Batalla de Navarro
(la información específica sobre esta última la leímos de Wikipedia, donde se habla
del desvío del destino de la batalla, por ejemplo)
Relación citas-párrafos

Combatieron por Dorrego unos doscientos "indios amigos" al mando del cacique Venancio:
“Un cacique. El líder de nuestra toldería se hizo presente, y se reunió con él. Luego supe que
se llamaba Venancio”.

Las relaciones de Rosas con los “indios amigos” aunque tenían un fuerte contenido personal
no siempre eran directas y requerían de algunos sujetos que las hicieran posibles: “Él
hablaba con un mensajero cerca de donde yo me ocupaba del rebaño. Por momentos
mezclaba el castellano con palabras en su lengua natal, por lo que capté fragmentos sueltos.
Algo sobre “Buenos Aires” y “el comandante Rosas”. ”

Liderados por el gral Juan Lavalle, se produjo un movimiento militar de orientación


unitaria que destituyó a Dorrego de su cargo y disuelve la Sala de Representantes (Federal).
Dorrego huye a la campaña para buscar auxilio de Juan Manuel de Rosas, comandante de
milicias de la prov de Buenos Aires: “Dorrego había sido destituido de su cargo como
gobernador, y huído a por un ejército para enfrentar a la oposición unitaria.”

Según Raúl Mandrini, los guerreros eran respetados y tenían mayor jerarquía que la
llamada chusma: “Llegué a notar que los hombres más fuertes, con apariencia maciza, eran a
quienes los demás respetaban y obedecían. Los guerreros”.

Según Wikipedia (que tiene sus propias fuentes), las milicias de Dorrego cambiaron el
destino/campo de batalla inesperadamente, y se enfrentaron a Lavalle en Navarro. Además, el
triunfo de este último se debió a la mejor preparación de los hombres, y no al número:
“Dijeron que se habían desviado de su destino original, el norte de Buenos Aires, y que
terminaron por luchar en Navarro. Y lo más importante fue que perdieron superando en
número a sus adversarios, mejor armados.”

También podría gustarte