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Padre Nuestro, Etcétera.

Imanol Pardiña
“¿no puede un hombre inflamarse y errar,
arrepentirse y ser perdonado?”
Zama, Di Benedetto

“¿qué fuerza / me acompaña al moverme?”


Matias Ponce De León
Equilibrio en lo exterior.
La consciencia, tropezada.
Contra el filo de la noche
desleido por los vicios
se acabó lo que se daba.
I

Apocalipsis según San Juan

entre nosotros, dicta el quebrado,


prosternado a la Botella
sacudida su fiaca tras la cuna del cordón

sueño que me ando tras el lime,


de paseo, relamiendo mis costillas
por la idea de un final, que diagramo,
solitario, encamado junto al Verbo,
en postal de fin de siglo.

Traigo, servido a mi boca,


el último pucho sobre la tierra.

Todo lo que orilla hasta mis pies,


reza, desde su espuma,
milongas de azufre.

Hay olor a corrimiento,


hay saliva en las trompetas,
¡Ay! sellos cenicientos partiendose en la luz…

Todo lo que orilla hasta mis pies: Azufre.

Y baja un Ángel, ¿vio?,


y me da fuego.
II

Equilibrio

en una mesa de plástico


picada por el sol
que hace, a su vez,
de altar y de cadalso
dispongo la balanza conocida

en uno de los platos:


los clavos de la pasión

en el otro, de a puchitos,
todo el peso del universo

no sorprende el resultado
III

hoy que los versos van saliendo grises

pido permiso y me hundo en la angustia

[desencajado

igual que el rostro de algún sordomudo

aterrado de mirar a los propios

descender en la espiral, estropeados,

tropezando, ciegos, siempre en la idea

inútil, de dar nombre a lo real


IV

1790

A Don Diego de Zama, víctima de la espera.

en declive el equilibrio

desandado el placer

a raíz de Nuestros muertos

por virtud del claro círculo

me reduje a casa.

Solo por mi insistencia en golpear

se me franqueó la puerta.

Me empujó el sol. De nuevo: siesta.

Quise aventar causas, clausurándome.

No pude. Pasó el pelotón de soldados.

Llevé en la boca la relación de títulos.

Conduje el Animal al pesebre.

Me dejó en paz. Acudí a la taberna.

Vino barco. Vino: barco.

Era ella y era joven.

Me dije: ahí pica. No picó.

Todo mi dinero pasó a otros bolsillos.

Convenía, pues, salir del mundo.

Dejé el lecho, espiritualizado.

Supe cómo organizar mi relato.


V

¿y ese nene, que se parte,

por prenderse con el llanto

a su servilleta en vuelo?1

¿y esa madre, medio bizca,

de morfarse con los ojos

la totalidad del sol?2

¿y ese otro, de rodillas,

al perder una birome,

gatillado en una esquina?3

1
Irá a educarse solo.
2
Resulta una pena.
3
Como una nota al pie.
VI

El sol de Octubre

tropieza con el vaso

proyectando, en un descuido,

la sombra misma que contiene

todos los registros de la luz.

Estrías inciertas

respetando el movimiento

que dicta la mano, nerviosa,

por diluir, de la sangre, su peso,

en un grito de agua mineral.


VII

En retirada

a contramano

sin distracciones

tiendo un camino hecho de palabras

solo por no aburrirme.

Se trata de dar nombre a la cosa

—triste hombre sin ombligo—

no por su conveniencia

sino por su voluntad

gastada

de volver al todo.

Buscar, de la flecha,

no su punta: la raiz.

Y ver brotar, atávicas,

las relaciones.
VIII

ALGUIEN ANUNCIA QUE HUBO CERO EN LA BALANZA

Viene Uno. Se hace carne. Lo demuestra.

OTRO LO SEPULTA PREDICANDO LA RAZÓN

Aplaudimos, ¡Santa Ciencia!, justo que así sea.

UN VOLCAN EN ERUPCIÓN

retransmuta terremoto desde España hasta La grecia.

Una iglesia se desploma. Único muerto: hombre que reza.

Pasa una mosca zumbando en tu oído

—animal o peste—

adiós, para siempre, a la idea.


IX

25 de Mayo

geografías de yerba
pactos de pan,
en la mesa sin forma,
a la hora del cocido…

Solitud de mis días.

Responso de la luz

en la aguaclara del silencio.

Libaciones de Latakia

dando aire a nuestras velas.

Vibraciones de alegría,

trabajando, todo Aire, como arcilla.

Un primer motor inmovil: vereda

de seguir solo siendo,

más nostalgia sucediendo

en nervaduras de hojaseca;

pero el alma, en perpetua,

y en el alma un esqueleto

¿por qué y para qué

aguantar tanto esqueleto?


X

Si te me vas a matar, porque sí,

bien: te matás;

pero no caigas con tanto yerro

la vida es un lujo

aún por dejarse sufrir.

Te prefiero, hermano,

recto para formar nuestras filas

sangrando bemoles tu viejo violín

—vos, que eludís mis gerundios—

en eterno armisticio celeste.


XI

midiendo cada gesto

sobre el reflejo de un viejo auto en venta

hamaca un paraguas con el hombro

y enciende el cigarrillo a la primera,

¡con este diluvio!

amado de Dios, los santos te celebran.


XII

Fácil verificar

la sed del Paraguay

en el centro del Boquerón.

Por cada gota de agua, salvaje,

la yerba chupa. Desplaza gestos.

Anula rastros. Regresa Inerme.

Se exhibe atenta: exige más.


XIII

navegamos en el oro de la noche

revirando nuestro norte al placer de Nuestros vicios

y nos quemamos ¡idiotas!

como queman los días

al caer del almanaque

tus pies de santo surcan

lo verde entre el cantero

y el debido rocío

va limpiando asperezas

¿creerán nuestros hijos que es preciso

sofocar los desperfectos / bajo el yugo de la piedra?

retrato de mi vieja

trabajando su piel muerta

con los restos de algún nene

esculpido por el fuego

en las calles de Pompeya


XIV

acodado en la muela del silencio,

por deber de su séptima sangre,

en dolor de los hijos no-natos,

para más Inri, sencillamente,

aférrase al coágulo pétreo

suspenso en la noche de sí

y armado con tanzas de luz

extrae / un poema / por la frente


XV

¿Quién, de tanto mi,

siendo yo, solo yo, en mi y por mi,

se encarama sobre el resto

para exigir su desarrollo?

¿quién se presta a la fuga, entonces?

¿quién se exhibe en las vidrieras?

¿quién, trepado a la vereda,

busca religioso su alianza de carbón?

¿quién no ama / ni perdona?

¿quién anuda relaciones?

¿quien gatilla

al sensible

por la nuca

en la frente

del silencio?

¿quién corona de espinas?

¿quién coágulo del borde?

¿quién, finalmente,

remansa las partes

predicando ternura?
¿qué y en qué punto exacto de mi

esconde, al pederasta, del juez,

al asesino, del violador,

al verdugo, en fin, del traidor o del poeta?

quién, Por dios, ¡contesten!,

solo yo, siendo yo,

en mi y por mi.
XVI

lindo infierno el de esta plaza, ¿no?,

el Jazz ilumina la esquina de siempre

la gente confunde silencios y aplausos

Gabriel acompaña, solito allá arriba,

tibias melodías temblando su trompeta


XVII

y cuando escriba una sola línea

que justifique toda mi suerte

en la quiniela de la existencia

¡amigos, habré de andar tan contento!

a paso rengo, rengo y tarado,

sonriendo en la mañana exacta,

por los registros de la luz,

y su manejo en prosodia.

Pero hasta entonces: la guerra.


XVIII

hoy que no queda un solo pucho

para tratar de chantarle mentiras al hambre

y que la miga de mantel rebelose dìscola

ante la falta de altares en su nombre

¡Vuelo directo a quebrar en la nadA!

A la que avanzo, siempre,

–lago en la cumbre de mi descenso–

descalzo o en sandalias

de pescador.

Nada como no sea silencio afilandose en verbo.

Silencio entonces. Casi Verbo.

Pre padre,

pre principio,

y abismo.
XIX

A cada vicio: una condición.

Empardar la balanza del placer

volviendo premio esta sed de infinito.


XX

volver a casa

en proyección no definida

para buscar, de la miga, el pan,

del amor: el vino en la mesa

volver a casa

tácticamente contenido

tropezando con recuerdos

enfrascados en recuerdos

[enfrascados

volverse casa

espiritualizado

mamá

todos mis logros en esta vida

aun en tu destierro hacia la paz

quedate tranquila

los cargo en tu cuenta.


XXI

Agustin de Hipona

Entregado a Confesiones

como perro al sol

veo la escritura suspendida

por la hégira de un bicho

cuya vida encontraría

sobre el borde

término y verdugo

si mis manos decidieran

nerviosas por los dedos

cambiar de página, sin más.

¿Por qué criaturas tan frágiles, Señor,

tú para quien nuestras penas ya están contadas?

exige tendones el verbo, anota nervioso en el margen

Para calar la medida de nuestro amor.


XXII

Aparición

tu cuerpo contra el incienso

repartido sobre la cama

no es capaz de imprimir

huella alguna: liviana

mi mano contra tu cuerpo

repartido sobre la cama

no es capaz del contacto

con la carne que se exhala, ¿a dónde?

qué importa: liviana


XXIII

Viejo que aguanta sentado en la estación

demorabase la lluvia por la hamaca de tus pliegues

¿hacia donde la dulzura

de silbarse el alma al viento

sin pedirle nada a nadie?

Es el amor por el amor,

dulce himno diletante.

Lo juro,

de rodillas ya,

en los hijos de mis hijos,

pura ganancia.
XXIV

y más allá, casi al fondo, pintada,

María frena la de llorar,

mordiendo el hierro de la cruz,

—medio tarada—

ante la escena que mide

y no ha de medir;

el desarrollo de su vientre,

la comunión de mis santos.


XXV

Edipo Rey

Deambulando hacia el acaso,

en busca del cotidiano sustento,

más allá de las postrimerías,

aun al sur de la piedra nevada,

fui a dar con un rapto de luz

[no-navegable

donde Dios es Dios,

y su hijo, dicen, veraz.

¡El hombre sólo deviene hombre

al trabarse con la nada!

Fin del primer acto. Comienzo del segundo.

Se va la noche, mansa. Despunta, claro, el día.


XXVI

ascendemos descendiendo, ¿no?,

preguntabale Ladron a su hermanito

y el Tercero que festeja la ocurrencia.

Ascendemos descendiendo. Clavos:

herida abierta.
XXVII

En qué discusiones

se trenzan nuestras aguas

para parir, desde su vientre,

tanto regreso, tanto embrujo,

¡tanta minga!

¿Y qué respuestas las de la luz?

inflamando, siempre a dedo,

solo algunas inflexiones.

¿Será el milagro de la nada

el agotamiento de mis virtudes?

En una esquina vuelta herrumbre,

vimos, porque vimos,

cruzarse dialécticas,

las aguas.

Hermano, me conmueve,

la película de vino entre tus dientes,

el quilombo del pan sobre la mesa,


la sencillez con la que armás

el nudo de la soga.

Descansemos, entonces.

Mañana, otro día espera.

Con el cuchillo entre los dientes,

sabremos alcanzar el sol.


XVIII

Julian, Angel torcido.

En la hora sin sombra

tropezados de Fé

junto al pie de una parra, ¡Hermano!,

la aventura del reencuentro

al calor de la distancia

caminados por un sol

quieto de astillas.

!Tanto tiempo sin ver tus ojos!

Benteveos nos celebran en tu canto.

Adelante espera el mar.

Despidamos ya estas costas del delirio

repitiendo por siempre tu gesto infinito

Alma infinita, como sacos de té,

viajaremos suspendidos

hacia el fondo esmerilado de los hechos.


XXIX

y ahora, insomne, el fuego, en gotas,

se tiembla sobre la hoja

hasta perderse, gradual,

como una ciudad —vista desde Tu altura—

orrilándose a los sueños

en la barca de la noche.
XXX

Retirado el altar

en derrumbe

fuera de foco.

Enquistada la razón

como un cáncer al espíritu.

Anudado por el verbo.

Me encomiendo a vos

todo por el todo

en la santa resolución de mis conflictos.

Que sean justas las velas.

Que sea perfume el Latakia

en el ancho camino de los siglos

tras mi disolución

en miriadas necesarias.
Reducirse al misterio, entonces,

eludir precisiones.

Saberse a todas luces derrotado.

Inflamarse, desde el yerro,

y exhalar: verbando.
XXXI

una mañana, medio-olvidado,


contaba las piedritas que forman el vitral
para buscar, en la suma,
las letras del Nombre

¡y las luces me guiñaban en respuesta!

y todo demostró ser más fresco, ¿no?,


como la falta de aire sin riesgo de asfixia,
como un jardín silabeado de sol
yuxtapuesto
al abrigo maternal de tus encías.
XXXII

A esta altura del partido,


subrayo mi descontento.
Sigo arreando igual
y ensayo formas de sonreír
sin verme la cara.

Barajar palabras: tarea difícil.


Por inutiil, primero,
por imposible, después,
y otra vez, por inutil.

¿Debo creer que hay instrumento


para estas cuerdas maltratadas
capaz de devolverle al aire
lo que fue y será del aire?

Sí, debo.

¿Debo chantearle a Dios en la jeta,


si la mano no acompaña,
por ver si arruga no más, justo en el borde,
eludiendo el resultado?

Sí, debo.

¿Debo creer que la sombra del Árbol


supera siempre al cuerpo exacto
en gracia y en belleza?
Sì, debo.

Todos los proyectos de la luz


nacen y mueren
en la palma del día.

Educarse en la naturaleza.

Las hormigas trabajan mejor con la luna.


En las rutas del silencio
las vimos cargar
ciudades enteras.
XXXIII

por la vereda denfrente


descubro tu paso
hijo que no tuve ni tendré
nudo sacrosanto, ¿de qué vientre
[Perimido

¡Te saludo y te celebro!, Pasajero,


y te enjuago por mí llanto
recordando tu bautismo
en la espuma de silencio

parietal / paredón / fuego y olvido


XXXIV

un poquito de calma hermanos


para vadearse en la realidad
con la pregunta como flor
o punta de lanza africana

¿por quién se lamenta el matafuegos


colorado como casta en penitencia?
XXXV

¡coágulo emperrado del miocardio!

por el amigo, como verdugo,


por el amigo, como patrón,
por la injusticia, qué más,
en manos adoradas
ladrones de sepulcros

y ya basta demasiado cerremos un poco la boca


castrando esta urgencia
prendidos a un silencio cargado de bemoles

Ah, sí. Ahora, Sí.


Busco aire, viejo. Solo aire.
Templos de aire. Ruinas, si hubo templos,
y una luz que me acompañe,
por el pasillo, hacía el espejo,
—en esta noche, ¡mal de mí!–
empañado de los Días.
XXXVI

¿por no jugar quedarse seco?


¡perderlo todo en un arrastre!

y que bailen nomás


contentas las casuarinas
sobre el cordón de la guardia
XXXVII

la dicha, si se atiende, se desgasta;


el dolor, en cambio: ni ahi
por el grito negativo de las cosas
por el charco contra el charco, vas diciendo,
el calambre universal se hace presente
y el doctor a mano armada
opera
XXXVII

Entre misas de humor vítreo


transmañana ayuno mate.
Cielo: Tiempo descalzo
¡silencio! sombra naciente
y entonces: gallo Gallo gallo.

Ronroneo de las cosas conocidas.


Delicada desnudez en la ecuación.
¡Versos azules! fuego apartado
pelotón de gorriones; hiatos de luz.

¡Lacerados parietales por la línea de horizonte!


veo brotar, desde tus sienes,
¡fuegos! ¡pegasos!

y una sombra de cristiandad


¿canto bien hermano mío?
y esta pena de no ser santos.
XXXVIII

la acupuntura del sol sobre el Paraná


el relumbre de los tordos, prendidos,
cierta risa despegando, y el andar de los navíos,
[caminando sobre las aguas
como otros pies: Descalzos
se orillan tanto a la felicidad
que es preciso detenerse.

Alguien discute el color de la tarde.


XXXIX

A media-noche, el entomólogo.

Se dirìa -por lo bajo-


¡cómo inventa catedrales
y en un vuelo las destruye!
pero atentos, desgraciados,
allá la risa, acá el cajón..
Eso que ustedes declaran
neurosis, vuelo convulso,
traza, por forma, en el aire
¡el cuerpo desnudo de dios!
MASTICAS TODAS LAS X
te pudriste de chumbar
frente al espejo desobado de la nada
castigas tu cuerpo, a pura minga, después de hora,
traicionando a viva voz, ¡por sexta vez!,
[la nueva alianza

Pero esta tarde, Liebre de luz,


el arroyo de cordón
su adorable piel estriada
y este vicio de meter
la pata en todo
con la mirada, viejo; con la mirada.

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