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XII Domingo “No tengáis miedo a los


que matan el cuerpo”
del Tiempo
Ordinario Mateo 10, 26-33
JULIO

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus


discípulos:
No tengáis miedo a los hombres,
porque nada hay encubierto, que no
llegue a descubrirse; ni nada hay
escondido, que no llegue a saberse.
Lo que os digo en la oscuridad,
decidlo a la luz, y lo que os digo al
oído, pregonadlo desde la azotea.
No tengáis miedo a los que matan el
cuerpo, pero no pueden matar el
alma. No; temed al que puede llevar
a la perdición alma y cuerpo en la
gehenna. ¿No se venden un par de
gorriones por un céntimo? Y, sin
embargo, ni uno solo cae al suelo sin
embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los
cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo: valéis más vosotros que
muchos gorriones. A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él
ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré
ante mi Padre que está en los cielos.
Mateo 10, 26-33

En el Evangelio de este domingo Jesús nos dice todo el rato que no debemos tener miedo, que no
debemos vivir con miedo. Nos anima a que vivamos nuestra fe con claridad, sin complejos. No quiere
decir que debemos estar dando la nota o haciéndonos notar todo el rato. Lo que Jesús nos dice es que
no tengamos complejos, que no nos echemos atrás.

El miedo no es buen compañero de camino. Cuando se tiene mucho miedo, dejamos de pensar en lo
que queremos para estar todo el rato pensando en lo que no queremos que pase. Cuando vivimos con
miedo, cuando es el miedo el que tiene el protagonismo en nuestras decisiones, no solemos decidir bien.
Los cristianos tenemos nuestro motor en la fe y la fe no entiende de miedos. La fe es generosa, clara,
valiente, no sabe lo que es el miedo.

Hay muchas personas con las que pasamos mucho tiempo en el día, que no conocen a Jesús y
necesitan cristianos valientes y libres que se atrevan a decirles que Jesús está siempre con ellos y que los
acompaña en su vida constantemente.
Piensa en una persona de tu parroquia que creas que vive la fe sin complejos, sin miedos.

¿Por qué crees que esa persona es así? ¿Por qué nos dice Jesús que vivamos sin miedo?

Piensa en alguna persona que conozcas que sienta algún miedo y ayúdala a superar ese miedo.

Señor Jesús,
¿por qué insistes tanto en que no tengan
(tengamos) miedo?
¿No será porque, personalmente,
experimentaste muchas dificultades
en realizar tu proyecto en este mundo
y quieres prevenir a tus discípulos
de las oposiciones con las que nos vamos a encontrar?

Si Tú, Señor Jesús, lo pasaste mal


¿cómo no tenían que pasarlo aquellos pobres hombres?
¿cómo tenemos que pasarlo nosotros que,
como dice el Apóstol Pablo, somos “vasijas de barro”?

Ahora nos dices también a nosotros:


“no tengáis miedo”.

Tú no tenías miedo,
Tú fuiste una persona completamente libre,
lo único que buscabas era cumplir
la voluntad de Dios Padre.
Lo demás, supongo, no te afectaba demasiado,
porque estabas lleno de Dios.
Pero Tú eras Tú y aún así un día le dirás al Padre:
“Padre si es posible pase de mi este cáliz,
pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
Tú lo tuviste crudo,
ahí está tu cruz que me lo recuerda.

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