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SEGURIDAD E INSEGURIDAD
ALIMENTARIA
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cero”. Asimismo, el aumento de los conocimientos científicos (por ejemplo,
detectación de nuevos constituyentes patógenos), las mejoras en las técnicas de control
y el propio aumento de los controles permite una mayor detectación de los
constituyentes patógenos. Todo ello da lugar a la que podría llamarse la paradoja de la
seguridad alimentaria: por una parte, el sistema de producción alimentario se preocupa
cada vez más y logra una mayor seguridad y, consecuentemente, los riesgos son cada
vez más raros. Pero, por otra parte, la misma escasez de riesgos y su utilización como
pretexto proteccionista comporta un fuerte aumento de la mediatización y el aumento de
la percepción de los riesgos por parte de la población sobre todo cuando los efectos de
las aplicaciones de las nuevas tecnologías resultan poco conocidos o del todo
desconocidos (hormonas, “vacas locas”, organismos genéticamente modificados, etc.).
Además, cuando las personas tienen “miedo”, las posibilidades de un comportamiento
racional disminuyen, y disminuyen también las posibilidades de prever los
comportamientos por parte de los mismas. Por todas estas razones, el problema de la
seguridad alimentaria, su gestión y su eficacia no puede reducirse a cuestiones técnicas
de control higiénico sino, también, a una cuestión más compleja y ambigua como el de
la caracterización de las culturas alimentarias y el de sus modificaciones a corto y largo
plazo.
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En efecto, las desigualdades sociales respecto al acceso, la distribución y el
consumo de alimentos son abrumadoras (Dupin y Hercberg 1988, Whit 1999, Atkins y
Bowler 2001,). Habitualmente, en el seno de una sociedad, tales diferencias dependen de
cuestiones relativas al género, la case social, la edad, el grupo étnico o al lugar geopolítico
que ésta ocupa en el contexto internacional. Dichas variables explican, en buena medida,
por qué el hambre/las hambrunas se localizan en los países más pobres y entre las personas
con menos recursos. De acuerdo con las estimaciones hechas por la FAO correspondientes
al período 1998-2000, en el mundo no industrializado cerca de 799 millones de personas
carecen de suficiente comida. Como ya hemos dicho (Cf. 6.1.), esta cifra supera la
población total de América del Norte y Europa juntas. Esta especie de "continente"
artificial formado por los que pasan hambre comprende hombres, mujeres y niños que
probablemente nunca desarrollarán su capacidad física o psíquica al cien por cien porque
no tienen suficiente comida y muchos morirán por no haber alcanzado el derecho humano
básico de alimentarse. Un derecho, no obstante, practicable sólo en las economías de los
países más industrializados y, como señalábamos antes, sólo parcialmente. Este mismo
informe de la FAO presenta también estimaciones totales del número de personas que
sufren subnutrición en los países industrializados y en los países en transición.
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hace más de quince años elaboró un informe en el que señalaba que el mundo, en el estado
actual de las fuerzas de producción agrícola, podría alimentar sin problemas a más de doce
mil millones de seres humanos; hoy ya se habla de 20 mil (Ziegler 1999: 20). Ahora bien,
una cosa es la posibilidad de producir alimentos y otra es que dicha producción se lleve a
cabo El estancamiento o la limitación de la producción puede venir impuesta por políticas
alimentarias desde los países desarrollados por diferentes motivos: es el caso por ejemplo
de la balanza entre exportación e importación.
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En la década de los '70, la comunidad internacional empieza a plantear que las hambrunas no sólo
debían ser tratadas en situación de emergencia sino que se debían activar medidas de precaución. Los
sistemas de alarma o EWS (Early Warning Systems) aparecen para alertar a las autoridades nacionales e
internacionales con el fin de movilizar stocks alimentarios globales que deben ser desplazados para
prevenir muertes. Dado que en muchos de estos países no existen los medios técnicos para establecer
dichos sistemas, éstos son llevados por agencias internacionales y también ONGs, habiéndose convertido,
para muchas de ellas, en su actividad principal.
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según los criterios que se han priorizado (grupo de alimentos que supone la mayor parte
del aporte energético, los nutrientes, ingresos, etc.), tienen diversas lecturas y sirven para
explicar diferentes fenómenos. Aquí detallamos una tipología de modelos según las
consecuencias sobre la salud pública:
PAISES INDUSTRIALIZADOS
PAISES NO INDUSTRIALIZADOS
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Para una crítica pormenorizada consultar A. McInstosh (1995).
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porcentaje proteínas de origen animal por debajo del 8 % era un indicador de malnutrición,
hoy ya no es así, e incluso se considera oportuno y más saludable que estas proteínas sean
de origen vegetal. Otro criterio fundamental es el suministro de energía diaria necesaria
para mantener el metabolismo basal (DES) que oscila según la persona y la edad entre las
1300 y 1700 kcalorías día. En 1950, la FAO planteó que 3200 kcal/día era la cifra más
adecuada. No obstante, ello suponía reconocer que el 60% de la población mundial se
encontraba por debajo de la cantidad óptima. Desde entonces esta cifra ha sufrido varios
reajustes. En 1996 se hablaba de 2700 a 2900 kcal/día y en la actualidad se plantea que
sólo a partir de un consumo inferior a 2100 kcal/día se podría hablar de subnutrición. Esta
última cifra tampoco parece ser muy definitiva si atendemos al hecho de que en Catalunya,
cuya población presenta un estado nutricional óptimo en términos generales, la media del
consumo energético diario por persona gira en torno a las 2000 kcal por persona (G.C.
2003).
Los problemas de estos indicadores son múltiples, entre otros que no están hechos
para incorporar las peculiaridades contextuales ni personales. Sin embargo, sabemos que el
estado nutricional de las personas está afectado por numerosos factores de carácter
económico y social. Una persona puede tener sobrepeso o estar obesa consumiendo 1500
kcal si está sentada todo el día en sofá viendo la TV. Las estimaciones otras veces se
hacen a nivel regional, no de país y dependen de los datos disponibles y de los modelos
estadísticos. Y aunque, por ejemplo, la OMS y el Banco Mundial utilizan las mismas
fuentes de datos, difieren en los modelos estadísticos, lo que se traduce en estimaciones
diferentes según a nivel de país/región.
En los últimos treinta años, las ciencias sociales han tratado de explicar las causas
del hambre y la malnutrición argumentando diferentes motivos y también haciéndolo
desde diferentes enfoques teóricos. Unas tesis atienden prioritariamente a las causas
exógenas relativas a las calamidades naturales (inundaciones, sequías, desertización de los
suelos), otras a los problemas endógenos (regímenes políticos, guerras, conflictos étnicos,
falta de infraestructuras, desigualdades sociales internas) y otras a factores estructurales
globales, como es la distribución injusta de los bienes disponibles y el hecho de que, en
realidad, haya gente que carezca de alimentos necesarios porque la producción alimentaria
se ajusta a la denominada demanda solvente. Es decir, hoy hay gente que pasa hambre, e
incluso muere de hambre, no porque no haya alimentos para toda la población mundial
actual, sino porque no se tiene acceso a los recursos: aquel que tiene dinero come y el que
no se muere de hambre.
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dejan de lado las tesis más conservadoras por su simplicidad y radicalismo. Desde estas
perspectivas, el hambre sería útil en un mundo potencialmente superpoblado, mientras
que la culpa del hambre la tendrían los propios hambrientos, su pobreza y su falta de
capacidad para generar riqueza. Otro argumento conservador que ayudaría a perpetuar el
hambre y la malnutrición se derivaría de aplicar un cierto relativismo cultural
"malintencionado" (laissez-faire), entendiendo que hay que respetar los valores de las
sociedades tradicionales, aunque dichos valores sean la base de la de desnutrición y del
hambre
Dentro de este enfoque, se ubica una de las teorías más influyentes conocida con
el acrónimo de FAD (Food Availability Decline o Descenso de la Disponibilidad de
Alimentos). Este enfoque sitúa los problemas en el lado del sistema alimentario,
considerando que la causa principal del hambre es la producción insuficiente de
alimentos. Para evitar los descensos de la disponibilidad de alimentos hay que introducir
un modelo de producción basado en las grandes empresas agrarias porque permiten
racionalizar la explotación de la tierra, aumentar la productividad y, en consecuencia,
disminuir el precio de los alimentos en el mercado. Siguiendo este modelo productivo, se
superaría la situación actual en la que los países industrializados “alimentan” con sus
ayudas a los países más pobres. Algunos teóricos de la FAD enfatizan el efecto de los
desastres medioambientales a corto plazo (inundaciones, sequías o la pérdida de cultivos
debido a plagas), mientras que otros hablan de factores a medio y largo plazo, tales como
la superpoblación. Estos teóricos defenderían una teoría neo-maltusiana64, es decir,
basada en el control del crecimiento de la población, especialmente en aquellos países del
Tercer Mundo donde la natalidad es mucho más elevada, para evitar que en se extienda el
hambre y las hambrunas.
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En el siglo XVIII Malthus apuntaba que mientras la producción de alimentos crecía aritméticamente, la
población lo hacía geométricamente y eso había que evitarlo mediante el control de natalidad.
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denominada “revolución verde”, o aplicación de la reproducción genética de variedades
de alto rendimiento (HYV) supuso desde 1965 doblar la producción de granoAdemás de
estas aplicaciones, el programa se centró en el control de natalidad mediante medidas de
esterilización. Para animar a la población a seguir estas nuevas directrices, se dieron
premios y pequeños electrodomésticos como la radio.
Hay que apuntar, sin embargo, que estos granos de alto rendimiento fueron
cultivados sólo en regiones específicas (Punjab, Haryana Oeste y Uttar Pradesh) y los
logros se consiguieron en la producción de trigo más que en el arroz. Por otro lado,
fracasó el cultivo de jowar y bajri, los alimentos más consumidos entre los pobres.
Además, el uso de productos químicos contribuyó a degradar el medio ambiente. En la
India contemporánea continúan persistiendo otros problemas. La mala distribución de
los ingresos y la ausencia de un programa nacional de alimentación, hacen que casi la
mitad de la población india carezca de los ingresos suficientes para comprar una dieta
nutritiva. Por otro lado, en el área donde la denominada revolución verde ha sido
exitosa, la estructura de la propiedad de la tierra sigue evitando que las dos terceras
partes de la población pobre puedan alimentarse adecuadamente.
Atendiendo a este tipo de cuestiones, se hace difícil aceptar que la causa del
hambre sea la insuficiente producción de alimentos, en tanto que como ya hemos
señalado antes se cultivan más alimentos de los que se necesitarían para nutrir
adecuadamente a todo el mundo. Si la actual producción fuera distribuida de forma
equitativa, cada persona podría recibir alimentos que en términos de kilocalorías
supondrían 2500 diarias. Otra cuestión es creerse que las sociedades industrializadas
alimentan a los países del Tercer Mundo con su ayuda, en tanto que muchos de estos
países pobres exportan más alimentos -proteínas y calorías- de las que importan, es
decir, que en lugar de destinarse al autoabastecimiento van a parar al mercado
internacional. Un ejemplo ilustrativo: países de América Latina y Asia aportan el 70%
de los productos vegetales importados por los EEUU y el 20% de los cárnicos. Del
mismo modo, en numerosas sociedades la tecnificación agrícola no siempre ha supuesto
ventajas significativas para sus poblaciones, ya que ha generado mayor concentración
de la riqueza, mayor dependencia de los países industrializados (tecnología, semillas,
carburante), mayor ineficiencia energética y, en definitiva, mayores ganancias para las
corporaciones transnacionales de la alimentación. Contrariamente, en muchos de estos
países se muestran más eficaces los pequeños y medianos productores agrícolas,
especialmente a la hora de explotar la tierra, ya que se guían por sus propias decisiones
y conocimientos, llevan a cabo una agricultura menos intensiva y agresiva con el medio
y abastecen el mercado interno.
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macroeconómicas, explica las hambrunas y otras "patologías sociales" mediante el
desequilibrio causado por las fuerzas del mercado de las economías capitalistas y como
una consecuencia de las relaciones asimétricas entre países (primer y tercer mundo, norte-
sur, centro-periferia), clases sociales, población urbana y rural, entre géneros y edades.
Los conflictos militares internacionales y los enfrentamientos civiles se señalan también
como factores principales de las hambrunas, especialmente entre los grupos de
desplazados y refugiados.
velocidades, siguen el mismo camino hacia la modernidad, tomando la sociedad occidental como modelo.
Wallerstein intenta explicar que la moderna economía-mundo solo puede ser una economía-mundo
capitalista. Se apoya en la teoría de la dependencia que se populariza sobre todo en América Latina: el
desarrollo de unos países se basa en el subdesarrollo de otros (relaciones norte-sur, países ricos/países
pobres, Primer Mundo/Tercer Mundo). Ambas teorías niegan, sin embargo, el valor de las iniciativas
locales y las estrategias de resistencia de los actores de estas sociedades. Por su parte, el trabajo de E.
Wolf (1982) y la teoría de transición y de la reproducción de Godelier (1991) suponen una relectura de
las relaciones entre lo local y global que permite analizar los procesos de cambio social y sus
concreciones históricas tal como afectan a cada sociedad y a su relación entre ellas. En este sentido, el
capitalismo no es un sistema homogéneo y aceptar que el centro es un motor de cambios no presupone
que las periferias sean reliquias del pasado y que asuman de forma pasiva los cambios más recientes
(Ortner 1984).
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Son sistemas de producción verticalmente integrados. Se definen por la procedencia global de sus
surtidos, la centralización de ventajas estratégicas, recursos y decisión y el mantenimiento de operaciones
en varios países para servir a un mercado global más unificado. Las producciones locales son dirigidas
por los criterios internacionales de la firma (Atkins y Bouler 2001).
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agrícola, productos químicos, semillas, conocimiento científico, etc. Además, dichos
oligopolios también dirigen la investigación y las nuevas aplicaciones tecnológicas.
Por otro lado, hay que señalar que el aumento del poder adquisitivo no ha
implicado siempre una mejora en la alimentación. A veces, puede suponer la oportunidad
de satisfacer otras aspiraciones en forma de bienes de consumo, que dan, por ejemplo, la
patente de ciudadanía urbana en relación a la rural. Este es el caso de muchos procesos de
urbanización explosiva del Tercer Mundo y de los millones de personas desarraigados del
campo que ocupan los suburbios de sus grandes ciudades. La oferta más grande de
productos alimentarios en la ciudad y, no lo olvidemos, la influencia de la publicidad
puede ocasionar una serie de malas elecciones de alimentos que no correspondan con las
necesidades de los individuos, aunque, eso sí, ofrezcan una imagen más cosmopolita.
Desde esta óptica también se apunta cómo la inoportunidad de las políticas
gubernamentales pueden agudizar y/o provocar hambrunas terribles67. Incluso el
mantenimiento de la pobreza, es visto por este enfoque como un mecanismo de
dominación política, y en este sentido, se ha planteado que a la clase política elitista de los
países pobres, muchos de ellos sujetos a dictaduras militares, ya le iría bien mantener a la
población débil, porque así es más difícil que se planteen hacer la "revolución".
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Es el caso de la Unión Soviética entre 1932 y 1934. Por entonces, la colectivización de
la agricultura conllevaba un descenso de la productividad, pero la extracción de cuotas de
grano continuó, lo que supuso entre 5 y 7 millones de muertes por hambre.
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Para Esteva (1988) y Sánchez-Parga (1988) los programas de ayuda alimentaria internacionales
constituyen mecanismos reproductores y perpetuadores de las situaciones de miseria, en tanto que
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causas del hambre, es decir, de la pobreza y la desigualdad, no aliviar sus síntomas. Los
beneficios que se obtienen de la producción de riqueza deben invertirse en provecho de
todos, no de las elites locales o internacionales. Por eso, las respuestas en términos de
ayuda humanitaria son parches momentáneos y no sustituyen las posibilidades de
desarrollo y propiedad a largo plazo. Por eso, el papel de las ayudas se critica
ferozmente. Este enfoque propone diferentes medidas que implican transformaciones
profundas, focalizadas en la seguridad alimentaria y en los programas de titularidad o
entitlement, basados en las premisas de que todo el mundo debe tener derecho a cubrir
necesidades básicas tales como el agua, la comida, el aire o la vivienda. Según Amartya
Sen, la inanición hay que entenderla como el fracaso al que se ven abocados ciertos
grupos de personas por no poder establecer titularidad sobre una cantidad indispensable
de alimentos y desarrollar las capacidades que han de permitirles conseguirlos a través de
los medios disponibles en esa sociedad (producción, intercambio, comercio). En
consecuencia, parece más que oportuno incentivar aquellas medidas que traten de motivar
dichas capacidades locales, así como la gestión y el control de una producción sostenible
de alimentos.
Junto al fenómeno del hambre, en las últimas décadas no han dejado de proliferar
organizaciones internacionales, gubernamentales y no gubernamentales para quienes
aliviar las hambrunas y la inanición se han convertido en actividades de trabajo
específicas. En este sentido, se puede afirmar que el hambre se ha institucionalizado.
Ahora bien, ¿hasta que punto el hambre responde a una realidad objetiva, mensurable,
evaluable o es una categoría socialmente construida, cuya contenido, relevancia y
significado varía según el contexto y los actores que la definen?. El hambre en sus
diferentes grados (hambre, hambruna, inanición) ha sido uno de los primeros temas
tratados por la antropología en relación con el estudio sociocultural de la alimentación
humana (MacInstoh 1995, Howard y Millard 1997, O'Sullivan 1997, Pottier 1999).
Ahora bien, los enfoques adoptados también han sido diversos.
colocan a los países pobres en una relación de dependencia y no favorecen nuevas formas autóctonas de
producción, distribución y consumo de alimentos.
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normalmente la aproximación positivista, generando descripciones de los problemas
alimentarios y nutricionales y desarrollando intervenciones para minimizar o eliminar
tales problemas. Por ejemplo, todo el campo de la epidemiología nutricional,
desarrollado tan rápidamente, está orientado a comprender la etiología, prevalencia y
consecuencias de los riesgos nutricionales en la población.
Por su parte, las teorías construccionistas que estudian las causas del hambre
plantean el hambre como un problema relacionado con la pobreza y, por tanto, con un
reparto del poder no equitativo. Algunas de estas teorías presentan las desigualdades
estructurales como la causa última del hambre, destacando por un lado la obvia
disparidad entre países ricos/pobres y, por otro, la persistencia e incremento de las
desigualdades internas entre clases sociales, desigualdad entre la población rural y
urbana y desigualdad de géneros. Si la gente agoniza por falta de alimentos, podría
parecer natural pensar que se debe a la escasez de ellos. Sin embargo, el hambre es una
característica de personas que no tienen suficiente comida, no una característica de una
situación en que no hay suficientes alimentos. Al centrar la discusión de la crisis de la
alimentación en el problema de la disponibilidad de alimentos a través de la producción
y el comercio se corre el riesgo de ignorar otras variables importantes. Si, por el
contrario, se acepta el enfoque construccionista se pone en el punto de mira la
combinación de las condiciones económicas, políticas, sociales y, en último término,
legales.
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específica dependiendo de los agentes implicados, las víctimas viven y reaccionan al
hambre, malnutrición y hambrunas de formas no siempre comprendidas ni por la
perspectiva objetivista ni por la perspectiva construccionista. Sin embargo, tales puntos
de vista deben tener también un lugar en la literatura antropológica.
Sin embargo, según este autor, la literatura académica contiene pocos relatos
emic del hambre y donde hay más estudios disponibles es en la antropología social.
Tales estudios señalan que aquellos que sufren situaciones de hambre, hambrunas,
inanición, presentan experiencias diferentes, condicionadas social y culturalmente. La
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El test de adecuación de los análisis emic es su habilidad para generar evaluaciones que los nativos
acepten como reales, con significado o apropiadas, aunque como mencionábamos antes el informante
puede comprender o estar de acuerdo con la propuesta hecha en primer lugar (Harris 1981).
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definición de hambre varía de una cultura a la otra, así como el tipo de explicaciones
sobre sus orígenes y expectativas. Para los hausa (Niger) y los Kalauna (Melanesia) el
hambre es considerada respectivamente como un estado normal o como una señal de
que todo es deficiente y va mal. Por otro lado, para algunas culturas, la amenaza del
hambre reside en que puede suponer la destrucción de una forma de vida, no en un
aumento de la tasa de mortalidad.
Trabaja para hacer una crítica del poder y de las ideologías. Según esta
antropóloga, las ideologías pueden tergiversar la realidad (sean políticas, sociales,
económicas), oscurecer las relaciones de poder y dominación e impedir que la gente
comprenda cual es su situación en el mundo. Las ideologías son ciertas formas de
conciencia que sirven para sostener, legitimar o estabilizar determinadas instituciones y
prácticas sociales. Cuando estas relaciones y prácticas institucionales reproducen la
desigualdad, la dominación y el hambre, los objetivos de la teoría crítica son, según la
autora, emancipatorios. El proceso de "liberación" se ve obstaculizado, no obstante, por la
dificultad irreflexiva y la identificación psicológica de la gente con las mismas ideologías
culpables de su dominación. En esta interpretación se hace pertinente el concepto de
"hegemonía" de Gramsci: las ideología hegemónica funciona también a través del uso que
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hacen las clases dominantes no sólo mediante el estado, sino a través de mezclarse con la
sociedad civil e identificar sus intereses con ideas y valores culturales y generales.
Para la autora, el hambre es algo más que "malnutrición" y tiene causas políticas y
económicas. Su estudio centrado en el noreste del Brasil, en la ciudad-plantación de Bom
Jesús da Mata, en la región Pernambuco, ubica el origen de este fenómeno en los
primeras días de colonización, a partir del complejo que se establece entre latifundismo,
monocultivo (café, algodón, azúcar) a expensas de una agricultura de subsistencia y
diversificada, y paternalismo (dependencia socioeconómica respecto del patrón). En
particular hace referencia a las consecuencias que ha tenido la implantación de la
industria azucarera en esta población. Bajo las relaciones de producción y consumo
propias del capitalismo, el azúcar se convirtió primeramente en un artículo de lujo para
después ser común en todas las clases sociales. Se trata, sin embargo, de un cultivo
"depredador" que se come los pequeños huertos de subsistencia de los agricultores;
también engulle los bosques, y en consecuencia la leña para cocina y, además, el
monoculitivo, en general, empobrece la tierra. Sin otras formas de autosubsistencia, los
trabajadores dependen del salario. Cuando no hay trabajo en el campo tienen que emigrar
a las zonas urbanas, sin ninguna garantía de encontrarlo.
Hubo un tiempo en que estos habitantes hablaban más de hambre que de nervios,
que entendían el nerviosismo como el primer síntoma del hambre (el delirio de fome).
Hoy el hambre es un discurso no autorizado en las barriadas de Bom Jesús da Mata y la
rabia y la locura peligrosa del hambre se han visto metaforizadas. Los nervios son una
dolencia presuntamente individual, el hambre no. La transición del discurso popular sobre
el hambre al discurso popular sobre la enfermedad es sutil, pero esencial en la percepción
del cuerpo y sus necesidades. Un cuerpo hambriento necesita comida. Un cuerpo enfermo
y nervioso necesita medicamentos. Un cuerpo hambriento plantea una crítica enérgica de
la sociedad; un cuerpo enfermo no. Tal es el privilegio espacial de la enfermedad, que
juega un papel social neutro y constituye una condición para eximir las culpas: no hay ni
responsabilidad ni culpables.
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