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Yo quiero que te cuestiones algo, ¿Acaso estás evitando a toda costa los
riesgos? Muchas veces nos rehusamos a dejar nuestras costumbres por
temor a fracasar, lastimarnos o hacer el ridículo. Pero si permitimos que el
miedo nos enceguezca, terminaremos paralizados y nunca haremos algo
más allá de lo ordinario. Fijémonos por un momento en el ejemplo de
Pedro. El naufragio de él, sucedió cuando dio paso a dos situaciones en su
vida. En primera medida, recordemos el pasaje cuando Jesús se acerca a la
embarcación en la que se encuentran los discípulos. Ellos al verlo
pensaron que era un fantasma y se turbaron. Esta situación de turbarse no
podemos asimilarla con el sentir miedo, porque el miedo nos detiene y nos
frena. Pero Pedro no se frenó, simplemente se alertó. Es tanto que de una
manera osada se atreve a retar a Jesús para que le confiera el poder
suficiente de caminar sobre las aguas. Pero el naufragio espiritual de
Pedro no se debió con ocasión al miedo o a la falta de fe. Hay algo en esta
enseñanza que trasciende más allá de lo que usualmente estamos
acostumbrados a ver. Pedro comenzó a hundirse cuando quito su mirada de
Cristo y la puso en las circunstancias. En el momento en que quites tu
mirada del autor y el consumador de tu fe, puede que comiences a hundirte
lentamente. No obstante, lo que llevo a Pedro a ese hundimiento no fue
solamente retirar su mirada, sino que adicional a eso, lo que provocó ese
naufragio fue que él dejó de caminar sobre la palabra que Jesús le había
dado.
En la época de Jesús, hubo una mujer que no se conformó con ser una simple
espectadora de lo que estaba ocurriendo. Ella dejó su papel de extra y
asumió un rol protagónico al salir de la multitud. Esta mujer se atrevió a
cruzar un océano de gente para acercarse a la persona de Jesús.
Específicamente, estoy hablándote de la mujer que tenía doce años
sangrando. El evangelio según Marcos, narra lo siguiente:
“Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y
había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada
había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por
detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan
solamente su manto, seré salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó;
y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús,
conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la
multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discípulos le dijeron: Ves
que la multitud aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? Pero él miraba
alrededor para ver quién había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y
temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante
de él, y le dijo toda la verdad. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en
paz, y queda sana de tu azote”.1
El relato nos muestra que esta mujer estuvo en la muchedumbre y que aún
teniendo miedo de acercarse a Jesús, temblando se aproximó hasta donde Él.
Al final del camino, ella toca su manto, poder se desprende de Él y la eterna
hemorragia de doce años llega a su fin. Sólo le bastó tener un encuentro con
Jesús por un par de minutos para ser libre de más de una década de rechazo,
sufrimiento y vergüenza.
1
Marcos 5:25 – 34 (RVR1960).
Detenidamente, observa como esta mujer eliminó todo tipo de prejuicio que le
impedían recibir lo que estaba buscando. Primero, no tuvo en cuenta su
condición de ser mujer, debido a que normalmente en aquella época, las
mujeres no podían tener contacto público con hombres. Segundo, su mismo
sangrado la hacía inmunda, y por tanto, era objeto de rechazo social, a tal
punto de ser excluida. Y por último, no consideró que de pronto alguien entre
el gentío conocía de su condición por el hecho de padecerla hace mucho
tiempo y podría exponerla públicamente. No obstante, ella se tomó el riesgo
de acercarse a Jesús.
La razón por la cual Jesús le pidió a Pedro salir de la barca e ir hacía donde
Él estaba, era porque conocía de ante mano el anhelo de este discípulo por
estar siempre cerca de Él. Así que, lo importante de esta escena no es el
hecho de que Pedro haya caminado sobre las aguas, pues él tuvo una
experiencia mucho mejor que esa, y es que pudo experimentar el poder de
salvación del Señor cuando comenzó a hundirse y Jesús le extendió la mano
para levantarlo en medio de la tormenta. De esto, Pedro aprendió algo muy
valioso que iba a necesitar por el resto de sus días, y que del mismo modo tú
y yo necesitamos: Confianza y fe en el poder que Cristo tiene para
sostenernos en medio de las peores circunstancias y tormentas de la vida.
2
Mateo 4:18-20 (NVI).
3
Mateo 16:23 (RVR1960).