Está en la página 1de 5

EVITANDO LO INEVITABLE

No podemos evitar tener dificultades en la vida, pero si algo depende de


nosotros, es la actitud y el buen estado de ánimo con el cual las enfrentamos.

En la vida como en el trabajo, los problemas son imposibles de evitar.


Llegan a nosotros mientras menos los esperamos. No obstante, a pesar de
que no tengamos el poder para detenerlos, si tenemos las fuerzas
necesarias para enfrentarlos y una de las mejores maneras de hacerlo es
impidiéndoles adentrarse a la intimidad de nuestras relaciones, para así
poder salvaguardar la paz, el amor y el gozo que Dios ha sembrado en el
seno de nuestras familias, comunidad, y nuestra confianza en Él.

En la vida como en el tenis, a veces tenemos victorias y otras veces


triunfos. En nuestra existencia salimos a por la victoria, o en ocasiones
cuando esta no se nos da y nos es esquiva, lamentablemente no
triunfamos. Sin embargo, debemos asumir esta postura desde el comienzo,
porque salir al terreno de juego de nuestra vida creyendo que todo va a ser
victoria tras victoria puede generarnos una sensación de frustración
cuando comiencen a venir las derrotas. Y con esto no te estoy diciendo que
te pares ante la vida como un derrotado, ¡No! Lo que te estoy diciendo es
que no creas que siempre y en todo momento las cosas van a marcar bien.
Tomar una postura como un equipo de fútbol, que sale a una temporada
sabiendo que en el desarrollo de ella van a haber derrotas pero que al final
la sumatoria de sus victorias serán mayores que las de sus derrotas, y esto
le permitirá quedarse con el campeonato y con el puesto número uno. Esta
debe ser nuestra postura. No que siempre vamos a vencer, pero que el
resultado de nuestras derrotas no determinarán nuestro futuro, porque
todas esas cosas obrarán conjuntamente para nuestro bienestar. Tanto los
días buenos, como los días malos. Tanto los días de victoria, como los de
derrota.

Yo quiero que te cuestiones algo, ¿Acaso estás evitando a toda costa los
riesgos? Muchas veces nos rehusamos a dejar nuestras costumbres por
temor a fracasar, lastimarnos o hacer el ridículo. Pero si permitimos que el
miedo nos enceguezca, terminaremos paralizados y nunca haremos algo
más allá de lo ordinario. Fijémonos por un momento en el ejemplo de
Pedro. El naufragio de él, sucedió cuando dio paso a dos situaciones en su
vida. En primera medida, recordemos el pasaje cuando Jesús se acerca a la
embarcación en la que se encuentran los discípulos. Ellos al verlo
pensaron que era un fantasma y se turbaron. Esta situación de turbarse no
podemos asimilarla con el sentir miedo, porque el miedo nos detiene y nos
frena. Pero Pedro no se frenó, simplemente se alertó. Es tanto que de una
manera osada se atreve a retar a Jesús para que le confiera el poder
suficiente de caminar sobre las aguas. Pero el naufragio espiritual de
Pedro no se debió con ocasión al miedo o a la falta de fe. Hay algo en esta
enseñanza que trasciende más allá de lo que usualmente estamos
acostumbrados a ver. Pedro comenzó a hundirse cuando quito su mirada de
Cristo y la puso en las circunstancias. En el momento en que quites tu
mirada del autor y el consumador de tu fe, puede que comiences a hundirte
lentamente. No obstante, lo que llevo a Pedro a ese hundimiento no fue
solamente retirar su mirada, sino que adicional a eso, lo que provocó ese
naufragio fue que él dejó de caminar sobre la palabra que Jesús le había
dado.

A esta altura de reflexión, podemos meditar en algo. Y es que fracasados


no son aquellos que lo perdieron todo en el intento, verdaderamente
quienes fracasan en la vida son aquellos que nunca lo intentaron por temor
a que las cosas salieran mal, son aquellos que nunca arriesgaron lo
suficiente para vivir una vida extraordinaria. La historia de la caminata de
Pedro sobre el agua y la razón de su aparente fracaso es una de las
preferidas de los predicadores, pero me parece que nunca escuché a
ninguno que hablara de la actitud del resto de los discípulos. A mi parecer
Pedro tuvo éxito, sintió miedo, eso sí, pero con todo y ello, respondió al
llamado de Jesús. Tal vez los que fracasaron fueron aquellos que nunca lo
intentaron, creo que quienes realmente fracasaron fueron los que se
quedaron en la comodidad de la barca y no estuvieron dispuestos a escribir
su nombre en el libro de aquellos que alguna vez caminaron sobre las
aguas.

No importa que tan fuerte se levanten las tormentas en tu vida, no importa


que tan alto susurren esas tempestades a tus oídos, que sin importar el
panorama desafiante y crudo que se postre ante tus ojos, puedas
permanecer con tu vista puesta en Jesús como el iniciador y
perfeccionador de tu fe. No desistas en el trasegar y en el caminar sobre
las promesas que Dios te ha dado, de modo tal que tengas la misma
confianza de Isaías.

En la época de Jesús, hubo una mujer que no se conformó con ser una simple
espectadora de lo que estaba ocurriendo. Ella dejó su papel de extra y
asumió un rol protagónico al salir de la multitud. Esta mujer se atrevió a
cruzar un océano de gente para acercarse a la persona de Jesús.
Específicamente, estoy hablándote de la mujer que tenía doce años
sangrando. El evangelio según Marcos, narra lo siguiente:

“Pero una mujer que desde hacía doce años padecía de flujo de sangre, y
había sufrido mucho de muchos médicos, y gastado todo lo que tenía, y nada
había aprovechado, antes le iba peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por
detrás entre la multitud, y tocó su manto. Porque decía: Si tocare tan
solamente su manto, seré salva. Y en seguida la fuente de su sangre se secó;
y sintió en el cuerpo que estaba sana de aquel azote. Luego Jesús,
conociendo en sí mismo el poder que había salido de él, volviéndose a la
multitud, dijo: ¿Quién ha tocado mis vestidos? Sus discípulos le dijeron: Ves
que la multitud aprieta, y dices: ¿Quién me ha tocado? Pero él miraba
alrededor para ver quién había hecho esto. Entonces la mujer, temiendo y
temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante
de él, y le dijo toda la verdad. Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en
paz, y queda sana de tu azote”.1

El relato nos muestra que esta mujer estuvo en la muchedumbre y que aún
teniendo miedo de acercarse a Jesús, temblando se aproximó hasta donde Él.
Al final del camino, ella toca su manto, poder se desprende de Él y la eterna
hemorragia de doce años llega a su fin. Sólo le bastó tener un encuentro con
Jesús por un par de minutos para ser libre de más de una década de rechazo,
sufrimiento y vergüenza.

1
Marcos 5:25 – 34 (RVR1960).
Detenidamente, observa como esta mujer eliminó todo tipo de prejuicio que le
impedían recibir lo que estaba buscando. Primero, no tuvo en cuenta su
condición de ser mujer, debido a que normalmente en aquella época, las
mujeres no podían tener contacto público con hombres. Segundo, su mismo
sangrado la hacía inmunda, y por tanto, era objeto de rechazo social, a tal
punto de ser excluida. Y por último, no consideró que de pronto alguien entre
el gentío conocía de su condición por el hecho de padecerla hace mucho
tiempo y podría exponerla públicamente. No obstante, ella se tomó el riesgo
de acercarse a Jesús.

Menciono todo esto, porque la intención primordial de estas líneas es trazarte


un camino que te lleve a un encuentro directo con Jesús, porque de lo
contrario, no ocurrirá nada especial. Al efecto, no podemos pretender
conocerlo, si los únicos pasajes que nos interesan leer sobre Él, son aquellos
que me bendicen, los que me hablan de su salvación, su protección, cuidado,
amor, gracia y su misericordia para conmigo. Si no me gustan los pasajes
donde Él me reta o desafía, donde Él me llama a sacrificios, donde me habla
de una disciplina o si no me atraen los pasajes donde debo asumir una serie
de riesgos, entonces nunca voy a poder caminar sobre las aguas como el
apóstol Pedro logró hacerlo.

La razón por la cual Jesús le pidió a Pedro salir de la barca e ir hacía donde
Él estaba, era porque conocía de ante mano el anhelo de este discípulo por
estar siempre cerca de Él. Así que, lo importante de esta escena no es el
hecho de que Pedro haya caminado sobre las aguas, pues él tuvo una
experiencia mucho mejor que esa, y es que pudo experimentar el poder de
salvación del Señor cuando comenzó a hundirse y Jesús le extendió la mano
para levantarlo en medio de la tormenta. De esto, Pedro aprendió algo muy
valioso que iba a necesitar por el resto de sus días, y que del mismo modo tú
y yo necesitamos: Confianza y fe en el poder que Cristo tiene para
sostenernos en medio de las peores circunstancias y tormentas de la vida.

Es evidente la necesidad de exponernos a pasajes que nos retan y no


solamente a aquellos que nos bendicen. El mismo Jesús que llamo a Simón a
ser pescador de hombres2, es el mismo Jesús, que en otro momento dado
enfrenta a Pedro y le dice: “!!Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres
tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los
hombres”.3 Tenemos entonces al mismo Jesús y al mismo Pedro. Fue ese
idéntico e inmutable amor que lo llevó a llamarlo a una misión, el mismo
amor que lo llevó a confrontarlo como parte de preparación y formación para
aquella tarea.

Nuestra vida ahora, es el resultado de nuestras actitudes y elecciones de un


pasado. Nuestro mañana puede ser diferente si tenemos resultados en
nuestras actitudes y elecciones del hoy. Es por eso que el apóstol Pablo tanto
hablaba a los Colosenses y les decía: “Todo lo que hagáis, háganlo con ánimo
y con el corazón, como para el Señor y no para los hombres”. Todo lo que
hagamos, sea de palabra o de hecho, debemos ejecutarlo creyendo que
nuestro Dios es quien nos está viendo y no hacerlo para la vista de los
hombres. Cuando buscamos comportarnos correctamente, esto va a producir
buenos frutos en nuestras vidas, y la razón principal es porque uno busca la
felicidad del otro y no le desea el sufrimiento a nadie. Entonces, en función de
esto uno realiza buenas acciones y evita las malas. De modo tal que, nosotros
no somos el producto de las circunstancias, sino que somos el resultado de
nuestras decisiones. Porque el servicio no es lo que hacemos, sino quienes
somos. Y esta es una forma de llevar vida a todo aquello a lo que podemos
prestarle nuestros segundos de vida para servirles. Y aunque no lo crean,
cada obra de amor llevada a cabo con todo el corazón, siempre llegará a
acercar a las personas a Dios, porque nunca será lo suficientemente tarde
para ser lo que podríamos haber sido.

Tu vida ahora, es el resultado de tus actitudes y elecciones del pasado.


Pero si no has hecho las cosas tan bien, no te deprimas, porque aún hay
esperanzas para el futuro: ¡Tu vida mañana podrá ser el resultado de tus
actitudes y elecciones hechas en el HOY! Recuerda que, una buena actitud
puede abrir puertas de bendición, romper barreras de frustración y dar
alegría tanto a nuestro corazón como al de nuestros semejantes.

2
Mateo 4:18-20 (NVI).
3
Mateo 16:23 (RVR1960).

También podría gustarte