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Como ya eran tantas idas me sabía casi de memoria la carretera, la cual a mitad
del camino, se vuelve sinuosa en medio de varias lomas, con despeñaderos no
tan profundos la mayoría. Es recomendable bajar la velocidad, ya he visto
muchos accidentes por ahí.
Creo que entre el sueño por no dormir bien y el malestar que sentía aún, ya que
la noche anterior había tenido un altercado con mi segunda esposa (para ese
momento ya teníamos muchas diferencias), fue que me distraje nuevamente y no
disminuí suficientemente la velocidad en una de las curvas. [“ “hombre” ”=34]
Cuando caí en cuenta de la velocidad que llevaba frené un poco para tomar la
curva hacia mí izquierda, pero a la física no se le engaña y tuve que emplearme a
fondo por lo cual no tuve más opción que frenar completamente, y ahí voy
derrapando hasta que terminé patinando sobre el acotamiento derecho de la
carretera. Finalmente se detuvo el auto, quedando al lado de la pared de un cerro.
Milagrosamente ese pedazo de acotamiento es el único que existe en ese tramo
como para no chocar contra las laderas de los cerros o no terminar en el fondo de
las cañadas.
Me bajé del auto, lo revisé y afortunadamente sólo había quemado un poco de
llanta, así que proseguí mi camino. Fue un gran fin de semana, por cierto.
Si la osadía de esta elegante dama se lo permite, ya te enterarás por otros
medios, mientras tanto intentaré seguir resistiéndome [“fe,”=29] a sus atrevidos,
pero no encantadores flirteos, y yo mismo te lo haré saber durante las próximas
ediciones. Sigue el dieciséis o su acierto final. La moneda está en el aire. ¿Otro
café?
CAPÍTULO VIII
MI SEGUNDO DIVORCIO, LA JAULA DE ORO
Te decía, en un pestañeo transcurrieron algunos años y de repente me veo
nuevamente casado. ¿Por qué pones esa mirada? Sí, también [“pido”=22] me
sorprendo ahora, ¿qué te puedo decir? Es la verdad, y bueno.
Así es, otra mujer, otra ciudad, otra casa, otro trabajo, eso sí no más hijos sólo
los mismos tres, bueno dos más que venían con mi nueva esposa, aunque ya muy
grandecitos, de hecho adultos e independientes, por lo cual no tuve que hacer
nuevamente la tarea, de hecho mi nueva esposa y su exesposo se habían lucido
como escultores en el amor paternal y lograron hacer madurar con bien a dos
bellos seres humanos. Esa es la parte que sí me dolió de mi segundo fracaso
matrimonial, y es que se pierden afectos de gente valiosa, buena, que venían
“junto con pegado”, mi suegra siempre torciéndome [“te”=15] la boca, mi
suegro gran hombre. Otra vez estoicismo y el corazón entra en etapa crítica, hay
que bloquear el dolor… Aún viven los recuerdos. No puede ser, me falta un poco
la respiración y mis ojos se humedecen… ¿Por qué? si ya no me duele… No
puedo levantar la mirada, dame unos minutos por favor.
Perdón por dejarte sola un momento, estoy bien, no hay nada de qué
preocuparse, todos estamos mejor en el espacio que nos corresponde estar, y sí,
tampoco soy completamente feliz, pero estoy [“la”=7] tranquilo, tengo la
esperanza de que sea el preámbulo de un futuro mejor, poco a poco cada día, no
llevo prisa, sólo respirar, disfrutar el sol y más aún la luna, sí la luna.
Por el nivel de confianza que te he depositado a estas alturas, quisiera aclararte
algo: De ninguna manera quiero sembrar en ti la semilla de la lástima, ya que
siempre he creído firmemente que lo peor y más bajo a lo que puede caer un ser
humano es a “vender lástima” ante los demás, aunque durante mi corta vida he
conocido mucha gente que ha hecho de eso su modus vivendi, y lo peor de todo
es que siempre ha existido gente que lo ha comprado, ¿no te ha pasado? no lo
entiendo. La piedad es una virtud que creo nos hace más humanos, más sensibles
y despierta o debería despertar en todos nosotros el sentido de la solidaridad
hacia los más débiles y necesitados, pero cuando no son los más débiles ni
[“la”=5] los más necesitados, porque obviamente están sanos y sólo están
incapacitados voluntariamente, es cuando repruebo esa vendimia de lástima, ¿no
crees?, aclarado, continúo.
¿Cuándo y porqué volvió a ocurrir mi segundo fracaso matrimonial? No quiero
confundirte, permíteme te llevo unos pocos años antes de ese suceso.
La primera vez que vi a mi segunda esposa fue en esa pequeña ciudad en la cual
me había “autoexiliado”, (sí, gracias hermana), era una noche lluviosa de julio y
el tráfico no avanzaba.
Me encontraba ya desesperado, cuando vi a una mujer que estaba a punto de
cruzar la calle desde la esquina. Llevaba una sombrilla rosa, camisa roja de
cuadros, botas negras, pantalón oscuro ajustado y un cinturón que ceñía su
delgada cintura. Por Dios, ahora fui yo quien tuvo que detener el tráfico mientras
ella cruzaba frente a mí, ni siquiera volteó, iba deprisa y pude observar como su
largo y liso cabello negro envolvía un rostro hermosamente pálido. Me llamó
tanto la atención que quedé paralizado viéndola caminar rápidamente mientras
su hermosa figura se perdía entre la gente. Me acuerdo que pensé << qué
hermosa mujer y que ricas nalgas >>. Bueno, ofrecí serte sincero y no mentir, ten
en cuenta que ya había recordado andar en bicicleta. En fin, pensé que ya no
volvería a verla, pero estaba equivocado.
Tardé como media hora en hallar estacionamiento y la lluvia aun persistía por lo
que tuve que correr una cuadra hasta poder ingresar al pequeño centro comercial
al cual me dirigía.
El destino seguía obstinado en retarme ante nuevas pruebas, ahí adentro se
encontraba esa mujer, su sombrilla rosa era inconfundible.
Me fui acercando a ella, hice un leve pestañeo y ya habían transcurrido dos
semanas al tiempo que la observaba durmiendo en mi cama. Volví a pestañear y
ya habían transcurrido otros tres años, nuevamente me encontraba en
[“siempre”=31] el bar del mismo centro comercial en que nos habíamos
conocido, sólo que esta vez recitando nuestros votos matrimoniales. Supe que
todo era real porque ya no veía por ningún lado la sombrilla rosa.
Desde un inicio la relación de noviazgo fue demasiado intensa, dejamos fluir las
emociones que tanto teníamos reprimidas, comulgábamos en el mismo dolor,
cada uno traíamos a cuestas un fracaso matrimonial. Nos prometimos fidelidad y
amor eterno. Ni uno ni otro cumplimos nuestra palabra.
Cada noche, durante varios meses, tortuosos pensamientos martillaron
incesantemente dentro de mi cabeza, retumbando hasta lo más profundo de mi
sentir ahuyentando al espíritu de la tranquilidad. El amor descontrolado y
arrepentido después de los errores cometidos no es una prueba de amor
incondicional, es culpa venenosa que tratando de expiarse sólo asfixia pero no
ahoga, asesina lenta y silenciosamente la alegría de respirar la vida cada día, y ya
no importa cuánto daño se esté dispuesto a reparar, nunca sería suficiente, el
demonio de la desconfianza había devorado a todos mis demás demonios y se
había estado alimentado insaciablemente de todo lo que tuviera oportunidad de
devorar.
El tsunami de la destrucción fue implacable, sus turbias y violentas olas
arrasaron las promesas de amor. Los largos y pesados silencios, la falta de
detalles y errores humanos agotaron finalmente el oxígeno que alimentaba su
flama. Subió varios grados más la insensibilidad, debía insistir en bloquear el
dolor.
El amor que le había profesado a mi segunda esposa era tal que la había
idealizado al grado de no permitirme la posibilidad de cometer el más mínimo
error, ni en acción ni en pensamiento, que minara la confianza. Un año antes de
nuestra separación ya esa sensación de mariposas en el estómago había
desaparecido, lo supe esa mañana de Julio.
Me dispuse a darme un baño antes de salir para la oficina. Me sentía cansado
física y emocionalmente, me invadía todo el tiempo una profunda tristeza.
La noche previa fue de desvelo, una más, pensando en círculos sinfín sobre mis
frustraciones, me sentía como un león enjaulado. Esa jaula yo mismo la fui
construyendo, la quise hacer lo más bonita y acogedora posible, de oro, pero era
una vil jaula nada más.
Pasó algo extraño: Bajo la regadera, adormilado, y con la barbilla pegada a mi
pecho cerré los ojos y sin poderme controlar comencé a sollozar hasta soltar
libremente el llanto, mientras el agua limpiaba con su fresco manto mis lágrimas,
sentía como si fuera la mano consoladora de mi madre quien las limpiara, pero
aun así sentía ese dolor recalcitrante, anidado muy profundamente en mi alma, y
es que por fin como una loza aplastante comprendí que por más que lo intentara
estaba fuera de mi alcance la proeza de volver a confiar en que la relación se
salvaría.
Esta vida nos enfrenta a grandes pruebas, y dentro de todas ellas el haber salvado
la vida quince veces ya no tenía sentido alguno, no en ese momento.
En ese preciso momento, mientras aún lloraba con profundo dolor bajo el agua,
me [“SILYBIL”=68] llegó la aplastante aceptación: Había iniciado la agonía de
ese sentimiento que alguna vez creí era el amor de mi vida.
Esa noche le pedí el divorcio, hoy me encuentro sólo.
CAPITULO IX
El DESENLACE
Sabía que lo lograrías, por fin tienes las 68 claves.
Lo único que te hace falta para poder interpretar correctamente el mensaje que
guarda el secreto mejor guardado de los hombres es la definición de lo que
abarca la palabra “hombre” y “mujer”. Te lo has ganado así que aquí lo tienes:
Mujer: Madre, esposa, hija, hermana, amiga, conocida y desconocida.
Hombre: Padre, esposo, hijo, hermano, amigo, conocido y desconocido.
La palabra clave No. 68 es tristemente mi despedida definitiva, y es la que
enmarca el himno del secreto. Michael Bolton tiene la respuesta.
Te he de confesar que recordar y compartir contigo todos esos pasajes y
experiencias a lo largo de mi vida, han logrado que este corazón se suavice un
poco y por fin derramé algunas lágrimas, esta vez de agradecimiento.
Comprendí que tengo mucho más de lo que jamás imaginé. El amor de mis hijos,
de mis padres, de mis hermanos, y de mis verdaderos amigos ha hecho que valga
la pena. El afecto recibido de conocidos y desconocidos ha hecho que valga la
pena. El amor entregado y el amor recibido han hecho que valga la pena. Las
desilusiones y el sufrimiento han hecho que valga la pena. Compartirlo contigo
ha hecho que valga la pena.
Desconozco si algún día volveré a encontrarme como hombre con el amor, y
tampoco lo buscaré, además estoy tan cansado de cargar esta armadura para
bloquear el dolor, la cual llegué a amar enfermizamente, que sin darme cuenta se
fundió en mi corazón, sólo que el dolor que repelía se convirtió en una mortal
puñalada de desconfianza.
Si la muerte aún no me ha querido besar es porque talvez, sólo talvez, en algún
lugar me esté esperando una taza más de café con sabor a confianza y
aromatizada de amor, quizá.
Por fin tienes en tus manos el secreto, si es que lograste descifrarlo. Nunca debes
olvidarlo, conviértelo en tu guía y atesóralo en tu corazón, que nunca deje de
“sentir” en cada latido.
Por mi lado… Creo “sentir” un leve latido.
- ¿FIN? -