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INDICE

CAPITULO I.- MUCHO GUSTO



CAPITULO II.- EL ORIGEN

CAPITULO III.- ADIÓS QUERIDA INFANCIA

CAPITULO IV.- EL ANECDOTARIO

CAPITULO V.- MI PRIMER DIVORCIO, EL NIDO
DE ORO

CAPITULO VI.- EL AUTOEXILIO

CAPITULO VII.- SEDUCCIÓN MORTAL

CAPITULO VIII.- MI SEGUNDO DIVORCIO, LA
JAULA DE ORO

CAPITULO IX.- EL DESENLACE



“Dedicada con todo mi amor a mis padres y a mis hijos”.


León Zachy



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EL SECRETO MEJOR GUARDADO DE LOS HOMBRES
(NO APTO PARA MUJERES)

SINOPSIS
“Un hombre con el corazón de piedra está muerto en vida”.

Conocerás y te adentrarás en la vida de un hombre maduro de casi medio siglo
de edad, contada por él mismo de manera cruda y sin caretas, al estilo de una
amena y simple plática de café a solas, e irás conociendo cómo llegó a tan
deplorable estado: con un corazón de piedra.

Inevitablemente te convertirás en la protagonista de la historia.

Las innumerable vivencias e introspecciones de su vida te sumergirán en una
vorágine de subidones emocionales, y al mismo tiempo que logres avanzar con
las claves (lo cual es un reto a tu intelecto) que te irá proporcionando para
encontrar “el secreto mejor guardado de los hombres”, él mismo intentará
encontrar la manera de que su pétreo corazón herido vuelva recuperar la fe para
volver a “sentir” amor por una mujer o deberá enfrentarse a un futuro tristemente
desolador.

Es una historia de amor y desamor, plagada de aventuras desde su tierna infancia
hasta nuestra época actual, las cuales ponen su vida en peligro en múltiples
ocasiones. Vivencias que te harán sentir su compasión y su maldad, provocando
en ti sentimientos encontrados hacia él.

Junto a él recorrerás el camino hasta el imprevisible final, que con seguridad
cambiará tu perspectiva acerca de los hombres y de lo que verdaderamente tiene
valor en la única vida que tienes.

Algunos nombres de lugares y personas fueron cambiados u omitidos.

Hola, soy León Zachy y ésta, es la historia real de mi vida.
CAPITULO I
MUCHO GUSTO

Gracias por detenerte, antes que nada por favor observa detenidamente la palma
de tu mano derecha durante cinco segundos e inmediatamente después cierra tus
ojos otros cinco segundos más.

¿Listo? Acabo de hacer lo mismo y de posar mi mano sobre la tuya,
estrechándola con firmeza, respeto y franqueza, ¿la sentiste? Mucho gusto, soy
León y tú ¿cómo te llamas?

Ah, ese es un nombre femenino, entonces veo que omitiste la recomendación
entre paréntesis del título de este libro (también esbocé una sonrisa), bueno ya
me lo esperaba, mucho gusto, es un placer. Realmente no tiene importancia,
finalmente logré captar tu atención. Sí, ok, lo lamento, te empecé cayendo mal,
pero te prometo que me puedo esforzar por ser peor. Por favor, te suplico tomes
asiento.

Soy un total extraño, pero a lo largo de este encuentro espero lograr sino tu
amistad, al menos tampoco tu indiferencia.

Siento la gran necesidad de abrirte mis pensamientos, en lo que pueda mi alma,
mi corazón… mmm… bueno, bueno… ok, ok, sí lo haré, lo mejor que pueda, y
es que aún sigue en terapia intensiva y el “Dr. Vida” comenta que es de
“pronóstico reservado”. Te prometo ser lo más honesto posible, tal vez raye en la
crueldad, pero no te mentiré, y durante este viaje, te iré entregando las claves
con las que podrás descubrir el secreto mejor guardado de los hombres. Las
claves te las iré entregando conforme avancemos dentro de “corchetes” [ ] y
tendrás que irlas anotando para descifrar el mensaje que guarda el secreto.
¿Podrás lograrlo? Ya lo averiguaremos.

¿Por qué decidí entablar contigo esta conversación? obviamente no es mi mejor
momento, emocionalmente hablando, ya te lo había confiado “corazón en terapia
intensiva”, más sin embargo no por la razón que probablemente te estás
imaginando con aquello del corazón “roto”, no, no por eso, es aún peor: en su
última y más deplorable condición a la que puede llegar un corazón que aún late:
“dureza”, mi corazón se ha convertido en piedra.

También tengo una “motivación personal” al platicar contigo: Que este corazón
vuelva a sentir con cada latido. ¿Qué le pasó? Confío en que lo iremos
descubriendo, pero ¿volverá a “sentir? no lo sé, pero si decides acompañarme
deberás asumir tus riesgos, que yo asumiré los míos, acuérdate: “pronóstico
reservado”.

Ten presente que los duros momentos son los que más se arraigan, son cicatrices
internas, a veces no todas han cicatrizado bien, talvez también tengas heridas que
curar y si es así quizá te sirva de algo esta confidencia. ¿Gustas un café?

He descubierto que la “vida” es una mujer: enigmática, turbulenta, sin
restricciones, inexplicable, amorosa y despiadada al mismo tiempo. Así es, todo
eso eres tú mujer.

Antes que nada debo confesarte que he mantenido un romance perenne con esta
mujer “vida,” ha sido tan apasionado que nunca me ha abandonado a pesar de
dos matrimonios e igual número de divorcios, de quince veces a punto de morir,
al hacer el amor en una cripta, hasta al viajar a lugares que nunca imaginé, al
haber alcanzado el éxito y el fracaso profesional, al despertar a mi sexualidad a
los doce años, al llorar la muerte de seres queridos o al reír hilarantemente, en
fin, una serie de eventos que te iré confiando y que han forjado el ser humano
tan imperfecto que soy.

Este camino que te invito a recorrer irá desde lo más obscuro, retorcido, bizarro,
tonto, inocente e idiota, hasta lo más noble y sensible, y lo que conocerás y verás
confío en que cambie tu manera de sentir, percibir y de pensar con respecto
a nosotros los hombres, para bien o para mal (comprendo el riesgo), pero te
garantizo que nunca serás igual y si no quieres no tomes la llave, tírala, déjala o
ignórala, el peor escenario es que continúes con tu vida y créelo ya es una gran
bendición, pero si te decides a tomarla te advierto con doble énfasis “atente a las
consecuencias” de tu osadía.

Ya sembré árboles y ya tuve hijos, sólo me faltaba un libro, helo aquí por fin y
es para ti. Espero de todo corazón que lo disfrutes, y pues como siempre digo
“en fin…” (Con un profundo y largo suspiro, mientras brindamos con nuestras
tazas de café) Comencemos.
CAPÍTULO II
EL ORIGEN

Decidí enseñarte el camino para que descubras el secreto que guardamos
celosamente los hombres, a tan sólo pocos meses de cumplir mis cincuenta
primaveras, así es soy acuariano.

¿Qué cómo me siento a esta edad? Te diré, alguna personas mucho más jóvenes
tienen la percepción de que ya estoy en el otoño, pero con cada otoño siempre
llega la primavera, el milagro floreciente de la vida se repite constantemente, y
como dijo una vez mi padre – hijo, yo me siento joven, solamente que mi cuerpo
ya no me responde -, y helo también a sus ochenta y dos años con ánimo de vivir
y disfrutar las cosas más simples pero las más valiosas en la vida: el amor en
familia y la tranquilidad de haberla sacado adelante. Lo veo y por lo mismo me
inspira a decir “mis cincuenta primaveras”, así me siento en este momento, sólo
que al revés: joven por fuera, marchito por dentro.

Perdón, que ¿Cuándo fue que este corazón empezó a dejar de “sentir”? Después
de haberlo analizado una y otra vez, una y otra vez… y de haber hecho mil
conjeturas, creo haber encontrado su origen. ¡Increíble…! ¿Quién lo creería?
Nunca me lo hubiera imaginado. Te platico. [“a”=19]

Como hombres nos enseñan a que debemos ser fuertes, claro nunca demostrar
debilidad aunque nos duela mucho, eso nos, me fue condicionando a bloquear el
dolor, desde una simple desilusión como aquella vez en que la niña de la
secundaria que me gustaba no sabía que yo existía aunque me parara de cabeza,
hasta la indiferencia de la maestra que nos, que me gustaba pero que por más que
estudiara o reprobara (ya al extremo) para “gritar” y de alguna manera tratar de
llamar su atención (lo cual por cierto nunca funcionó). Es ante esas absurdas e
inocentes desilusiones que nos, me hacía más “fuerte”, ahora lo sé: sólo más
insensible.

Desde la simpleza de estas experiencias, y conforme uno “crece” como hombre
ante los retos y desilusiones que vamos sufriendo, unos en mayor o menor
medida pero que todos hemos ido atravesando, es que nos vamos endureciendo y
nos sentimos obligados a mostrar fortaleza y seguridad. Y ay si no, ya que de
otra manera todo nuestro sabio y omnipotente gremio masculino nos lincharía de
la manera más terrible y humillante que ninguna mujer se pudiera imaginar
¿quieres saber cómo? Respira profundo y mantén la tranquilidad porque te lo
haré saber: Con una mirada matona de desaprobación. Qué terrible... ¡¿what?!
¡¿Eso era todo?! Así es ¡¡Eso hubiera sido todo…!! Pero cuenta la leyenda que
es como fuego que quema hasta las entrañas y el dolor que se siente es tan
intenso que ningún hombre lo soportaría. Ante ello, ¿qué otro camino nos queda
más que aceptar vernos siempre fuertes? somos leyenda y leyenda debemos
morir.

Pero ¿te digo algo que de seguro te va a provocar un ataque de risa? ¡Es un total
engaño! No somos ni más fuertes ni más seguros, al contrario nos hacemos más
débiles conforme crecemos, usamos una máscara para cubrir nuestros miedos e
inseguridades. [“eres”=3] Que ¿cómo lo descubrí? Siempre lo supe, siempre lo
hemos sabido los hombres, sólo que no nos enseñaron en nuestras familias ni en
nuestra sociedad a tener el valor de reconocerlo, afrontarlo y superarlo. Así es
mujeres, ustedes, tú nos llevas la delantera. Las mujeres son como son, así son…
pero de ninguna manera son débiles, son más sensibles, eso es todo y por ello es
que son mejores que nosotros en todo, pero cobijados en nuestros falsos miedos
es que no les hemos permitido que nos igualen, mucho menos que nos superen
en la mayoría de la veces, salvo pocas, pareciera talvez que son muchas y
realmente no lo son, pero en muy resonadas excepciones es que nos han
superado, aunque afortunadamente cada vez hay una mayor cantidad de mujeres
que lo logran. Brindo por ello… ¡Salud!

Por cierto, (hago un paréntesis… ah, sí, ya lo hice… jejeje) la mayoría de los
hombres sí les tenemos miedo a las mujeres de que nos superen en el ámbito
laboral, no lo reconocemos abiertamente, pero tácitamente sí ¿de qué otra
manera te explicas que las mejores posiciones laborales las tienen los hombres?
Punto.

Bueno, regresando al tema, ese fue el inicio de ese mal de insensibilidad del
corazón, pero seguramente te preguntarás ¿que lo agravó aún más? Precisamente
a eso voy, no te desesperes y por favor no dejes que se enfríe tu café.
CAPITULO III
ADIÓS QUERIDA INFANCIA

Vivir en esa pequeña población, a una hora de la capital, fue una experiencia que
a mis doce años despertaría ese espíritu de libertad e independencia que me
acompañaría hasta el día de hoy. Nos mudamos de la ciudad a ese pueblito
mágico, nunca pregunté por qué, pero fue una excelente decisión.

Cuatro años en esa población me permitieron estudiar los tres primeros grados
de secundaria, aunque me llevé un año más ya que perdí el primero de ellos de
manera muy contundente y vergonzosa. La desilusión de ver a mi madre llorar al
enterarse de tal hecho marcó un cambio dramático en mis acciones que me
motivaron a recapacitar y asumir otro papel más responsable: Esta vez la quería
llenar de orgullo. Fue así que repetí ese primer grado quedando becado para el
segundo grado por excelencia académica.

Como podrás deducir, ese primer año fue de vagancia total y de rebeldía (es
cierto), quería lograr ser independiente, no depender económicamente de mis
padres.

La mayoría de mis amiguitos eran de muy bajos recursos económicos por lo cual
tenían que trabajar en horarios fuera de la escuela. He ahí que tomé la decisión
de empezar a trabajar. [“ya”=51]Así pues, fuimos con otro amiguito a pedir
empleo ¡y que nos aceptan! Nos dieron a cada uno una pala, un par de guantes y
un par de botas negras de plástico, las cuales me llegaban hasta las rodillas.

Mi primer día de trabajo. Sería el inicio de ese vicio que se convertiría en mi
única válvula de escape al estrés por el resto de mi vida. “Workaholic”, así se le
llama a esta codependencia al trabajo, lo supe hasta hace pocos años.

Trabajaríamos atrás del “matadero” (rastro o lugar donde se sacrificaba ganado
bovino y porcino).
Sabía de lo que se trataba el trabajo, ya que en muchas ocasiones anteriormente
me había encaramado sobre la barda hecha de troncos que rodeaba todo el
extenso potrero, para ver cómo trabajaba una gran cantidad de niños y jóvenes
junto a algunos pocos adultos.

¡Estaba muy emocionado! Por fin ganaría mi propio dinero para
independizarme, porque adulto ya me sentía. Era lo máximo, ya no tendría que
pedir dinero a mis padres para comprarme mis canicas y yoyos. Ya me
imaginaba con la raqueta de ping-pong que tanto me gustaba, podría rentar una
mesa de billar (me atraía jugarlo), podría comprar todas las ricas emparedados
con queso de puerco que quisiera, y mi coca cola, mmm… lo podía saborear.
Qué gran futuro me estaba esperando, y para poder alcanzarlo ya llevaba todo lo
necesario: Mis botas, mis guantes y una pala.

El capataz nos invitó a seguirlo con un movimiento de manos, mientras que en
el camino nos daba indicaciones. Antes de llegar nos señaló un grupo de media
docena de niños a los cuales debíamos unirnos. En total había alrededor de una
centena de niños más.

Llegamos hasta la entrada de esa gran barda de troncos y el capataz que nos
guiaba quitó la pesada tranca, la puso sobre el suelo y empujó con ambas manos
pesadas puertas. [“porque”=30]Desde atrás podíamos ver cómo su figura se
convertía en un cristo perfecto, al mismo tiempo que se abrían las puertas del
cielo, fue algo celestial ¡Aleluya, aleeeluya!

Avanzamos algunos metros hasta que nuestro andar se fue haciendo cada vez
más pesado, con cada paso que dábamos nos costaba cada vez más levantar
nuestros pies.

El estiércol de res ya nos llegaba a la altura entre los tobillos y las rodillas.

El olor no era nada agradable, pero se podía tolerar. Por encima de las botas
podía sentir la presión que ejercía esa plasta verde, pastosa y maloliente.

Así, paso a paso fuimos avanzando con mi amigo, hasta llegar al grupo que nos
indicó el capataz y saludamos con un leve movimiento de cabeza al resto de
niños de ese grupo. Nos unimos de inmediato al trabajo y empezamos también a
palear el estiércol sobre la caja del camión. En tres horas ya habíamos
despachado dos camiones hasta el tope. [“amará”=37]

Ese potrero era la antesala donde cientos de reses esperaban diariamente antes de
ser sacrificadas. Unos pasillos hechos de tubo formaban el camino hacia su
funesto destino.

Empezó a sonar una campana, señal de que ya había terminado la jornada laboral
por ese día y junto a mis compañeros nos dirigimos hacia la salida, al igual que
demás grupos de niños. Durante esas tres horas que trabajamos hundidos en el
estiércol, lo único que resonaba eran risas y gritos de buen ánimo, junto a
muchas malas palabras también, pero la sencillez y los rostros iluminados de
tantos niños y jóvenes opacaban por completo el fétido olor y la suciedad
imperante, haciéndonos más ligero el duro trabajo.

Pasamos a un área grande con piso de cemento que tenía canales no más anchos
y profundos de lo que medía mi mano en ese momento. Tomé un cepillo y una
de las múltiples mangueras tiradas en el suelo, abrí la llave y comencé a
limpiarme las botas, lavar mis guantes y finalmente asearme la cabeza y los
brazos. El resto de los niños hacían lo mismo, pero ellos llevaban otro pantalón y
otra camiseta limpios. Mi amigo y yo nos retiramos con el mismo pantalón y
camisa con que llegamos, sólo que impregnadas de sudor y estiércol. Lección
aprendida, no volvería a pasar durante los siguientes dos meses, ya que me
dieron ¡mi primer ascenso! Sería “Matador de puercos”. No cabía de orgullo.

Durante los próximos treinta y cinco años los ascensos se convertirían en metas
que gracias a Dios se fueron alcanzando.

Después de matador de cerdos, el siguiente ascenso fue matador de reses,
posteriormente perdí la cuenta: Llevando mandado en carritos de balines,
cargando cemento y varilla, sacando ladrillos de los hornos, cambiando focos en
centros comerciales, vendiendo libros de puerta en puerta, vendiendo ropa,
auxiliar de mil cosas en trabajos de oficina y un sinfín más, hasta contador,
gerente, contralor y director, para finalmente fundar y dirigir mi propia empresa.

Te quiero confesar en este preciso momento, que después de lo que acabo de
confiarte, me siento muy conmovido por ese niño al recordar su alegría y su
bondad. Puedo sentir y saber con absoluta certeza que ese niño soy yo, tan
simple y complejo al mismo tiempo.

Necesito un momento a solas, pero no te preocupes me siento bien, con mucha
paz. Regreso en unas cuantas horas.

Hola, ya regresé. Lo tuve un momento, pero se fue, esa sensación del niño se
fue. Es demasiado extraño, pero sé que ahí está y espero encontrarme con él
nuevamente. Por mientras, lo que sigue: nuestra plática. Te agradezco que sepas
escuchar.

Debo poner en orden todas mis neuronas para retomar la fluidez de esta plática,
así que por favor no desesperes, inicio: uno… dos… listo. [“todas”=62]

Ya te compartí la experiencia del primer trabajo de ese niño, ahora si te parece,
te platicaré su despertar a la sexualidad: Su primera vez.

¿Qué? Ok, sí, ahora yo espero, ve por palomitas, te prometo no irme.

A los doce años (casi trece), cursando el primer grado de secundaria, casi sin
asistir a clases, con dinero en el bolsillo, en compañía de amigos mayores, y con
las hormonas en plena efervescencia, algo no podía faltar en esta explosiva
fórmula: Exacto, una mujer.

Ya nos habíamos puesto de acuerdo con ese nuevo grupo de amigos para salir a
divertirnos el fin de semana, todos trabajábamos en el Rastro, así que tal como lo
planeamos llegó el viernes y nos fuimos de “rumba”.

Llegamos a la casa donde estaba la fiesta, no me acuerdo ni quién nos había
invitado, pero nadie se fijaba, entre aguardiente, guarapo, Bavaria, cumbias,
vallenatos y baile con hermosas mujeres la diversión era segura.

Fue así que mientras bailaba con una niña gordita de unos catorce años, volteé y
la vi por primera vez. Tras de mi bailando muy sugerente se encontraba una
muchacha trigueña, de grandes ojos negros y pelo negro rizado. El pantalón de
mezclilla azul sin bolsillos y su blusa blanca ajustada, hacían resaltar
[“hermosa”=57] su estilizada figura. Me pareció encantadora y más seductora
aun su manera de bailar, aunque en Colombia eso es algo “normal”, lo traen en
la sangre.

Su pareja de baile era un joven pecoso, pelirrojo. Seguí bailando y conversando
amenamente con mi pareja de baile para posteriormente acompañarla junto a sus
amigas y yo me acerqué a platicar de nuevo con mis amigos. Casi no había
sillas, y la mayoría que estábamos de pie nos movíamos al ritmo de la música
típicamente colombiana, echando relajo y haciendo comparsa a los que bailaban
en el centro. Era noche de rumba.

No duró mucho mi enamoramiento, la desilusión llegó casi de inmediato. Inició
la música romántica y ese pecoso ni tardo ni perezoso que empieza a besarla y
ella vaya que sí le correspondió. Me di cuenta que eran novios. Al cabo que ni
me había interesado mucho, además se veía muy “vieja”.

Ya eran cerca de las diez de la noche y debía marcharme. A pesar de ser ya todo
un hombre maduro de doce años, si llegaba tarde a la casa mi madre
seguramente me castigaría, y eso no se vería muy bien entre mi círculo de
amigos. Me tenía que retirar.

Pasé a despedirme de las personas que conocí y de varios más que acababa de
conocer. “Hola, gracias por todo, chao, nos vemos, mucho gusto, hasta la
próxima…” Y que me quedo mudo de pronto. La muchacha que tanto me había
cautivado estaba dándome la mano. La sentí muy pequeña y delicada dentro de
la mía, por lo que rápidamente la solté.

No escuchaba nada de lo que me estaba diciendo esa hermosa muchacha, sólo la
observaba. Hasta que la niña gordita con la que había estado bailado me sacudió
del brazo y me dijo: “dile que no miento, que sí eres extranjero”.

Sólo atiné a asentir con la cabeza. Eso fue todo, ya no me pude ir de la fiesta
sino hasta las doce de la noche. Resulta que su novio había ido a la capital por
algún asunto familiar pero regresaría por ella más tarde. ¡Excelente! Nos la
pasamos hablando de mil cosas, que qué hacía por allá, que cómo era mi país, de
todo hablamos y reímos. Supe que era “rola” (nacida en Bogotá), y que había ido
con su novio a la fiesta por invitación de su amiga la anfitriona ¡que resultó ser
la niña gordita! Esa niña gordita tenía realmente dieciséis años (yo le estimé
catorce) y ella diecisiete. Cuando me preguntó cuántos años tenía contesté lo de
costumbre: “diecisiete años, aunque me dicen que me veo un poco menor”.
Siempre denoté mayor edad, y esta vez no me serviría nada más para comprar
cervezas.

Me tuve que retirar, quedamos de vernos nuevamente en la siguiente fiesta en
esa misma casa, su amiga gordita festejaría su cumpleaños número diecisiete.

Lo sabía, pero valió la pena, mi madre me castigó y no pude salir a ningún lado
durante las siguientes dos semanas. Sólo podía ir a la escuela y a trabajar.

Llegó la fecha y me encontraba muy ilusionado, me reuní con los amigos, y
llegamos a la fiesta.

“Ella” ya se encontraba allí bailando. Llevaba una blusa lisa ajustada, del mismo
color de su cabello y una falda amplia de color rojo que le llegaba un poco abajo
de las rodillas, que combinaban con sus zapatos negros. Era un sueño. Y lo
mejor, no se veía el pecoso por ningún lado.

Transcurrió casi una hora y seguía bailando, finalmente dejó de bailar y
aproveché para ir a saludarla.

Le extendí la mano y le dije ¡Hola!, sólo me vio y con tono serio me contestó
algo así como “¿Te conozco?”, no supe que hacer, me sentí como tonto, bajé la
mano de inmediato y me quedé muy callado. Sólo nos veíamos.

Y que estalla en risas junto a sus otras dos amigas con las que estaba “No te
creas Zachy, es broma” y me da un fuerte abrazo, me quedé como tonto sin
poder corresponderle el abrazo. No me había gustado la broma.

Con el rostro serio, di media vuelta e hice el intento de encaminarme hacia mis
amigos. Sentí un pequeño jalón en mi brazo y al voltear nuevamente vi su
sonrisa radiante mientras me decía “vamos a bailar” y no pude resistir esa
manera tan encantadora de pedírmelo, así que fuimos a bailar al centro del
jardín. [“alguna”=13] Se había ido el mal momento y estábamos otra vez en un
ambiente de felicidad.

Fue tal como lo esperaba, bailamos, platicamos y nos reímos mucho (Estoy
cayendo en cuenta que antes siempre reía mucho y que por eso me distinguían
mis amigos, por risueño, ¿Qué pasó?)

Su novio no había ido, me comentó que estaba de viaje con su familia y que se
querían mucho (no le pedí esa información, sólo pregunté dónde estaba).

Sentía que nos gustábamos, era obvio que había “algo” más. Esa noche
conocería el “paraíso” pero sólo eso. Años más tarde comprendí porqué actuó así
esa noche: Era deseo nada más, lo quiero, lo tomo, lo dejo, sin compromisos.
Desafortunadamente aprendí a hacer lo mismo.

La rumba continuaba alegremente, y así se dieron casi las once de la noche (ya
sabía que me volverían a castigar, pero no me importaba). Estaba seguro que
tenía oportunidad de poder enamorarla, la manera en que nos mirábamos y
tocábamos las manos al bailar me lo confirmaba. Mis amigos me miraban de
lejos y asentían con mirada de aprobación. Sus amigas, incluyendo la amiga
gordita, también sonreían.

Habían subido el volumen de la música, algo me decía y aunque no entendía
bien supe lo que intentaba decirme ya que le alcancé a escuchar la palabra
“baño”, después me tomó de la mano y me hizo seguirla. ¡Claro! Seguramente le
habían dado ganas de hacer de la “pis” y quería que la acompañara al baño. Eso
fue lo que pensé. Me dejé jalar y sin soltar su mano la seguí.

Entramos a la casa, la luz de la sala estaba prendida, la atravesamos y tomamos
un pasillo largo, al llegar al fondo había una puerta entreabierta, pude ver que era
un baño. Habíamos llegado. Qué buena onda de su amiga, no usaría el baño del
jardín al que todos entraban. Así que solté su mano para que pudiera entrar, me
di media vuelta y me quedé afuera parado firmemente para esperarla, así como
marcan los cánones de la caballerosidad. Efectivamente, escuché cómo entró
pero no escuché que se cerrara la puerta y además no vi algún reflejo que
indicara que hubiera encendido la luz.

Silencio. Empiezo a contar: uno, dos, tres… diez y de pronto que siento un
fuerte tirón desde la parte trasera de mi cintura.

Cuando me di cuenta ya me encontraba dentro del baño pegado frente a ella.
Estaba totalmente desnuda del dorso. Pude distinguir un sujetador que se
encontraba en el lavamanos, con la luz apagada no pude distinguir su color.
Todavía me lo pregunto, pero parecía gris.

Creo que tenía frío ya que inmediatamente cerré la puerta y todos mis sentidos
despertaron de manera abrupta. “Todos”.

Como un ciego, descubrí durante varios minutos lo que era tocar y besar la
belleza. Fue maravilloso.

Debo reconocer que lo que sí me quito un poco la concentración, de hecho “un
mucho”, fue cuando me dijo muy despacio al oído – Toma, ponte el condón -
¡¿What?! ¡Si sólo lo he visto en los anuncios de revistas! No podía ni hablar, y
vergonzosamente todo se derrumbó dentro de mí (como dijo un famoso cantante
de la época), y cuando digo que se “derrumbó” “todo” no estoy exagerando.

Al ver mi estado anímico tan “decaído”, me dio otra “sorpresa” ¡Ya tenía los
ojos en blanco! Pero funcionó.

Ella, al notar mi impericia para acomodarme el condón, que prende la luz y
empieza a acomodarlo. “Rápido, rápido evalúa la situación Zachy para tomar
una buena decisión” pensé. [“o”=17] Como era muy listo (mmjj), decidí hacer lo
más sabio: Al ver que ella era la de la experiencia, me dejé guiar nada más.
Flojito y cooperando. Sabia decisión. Y que se apaga otra vez la luz.

Finalmente pude reivindicarme y cumplir cabalmente en sólo dos minutos.
Tiempo record. Me sentí orgulloso, era mi primera vez y había terminado el
trabajo en sólo dos minutos. (¡Dale a tu cuerpo alegría macarena… eeeh
macarena, ahh, ahh!).

La satisfacción no me duró mucho, al día siguiente mi amigo Heri me hizo saber
que al contrario, había sido un rotundo fracaso. << Gracias Heri por hacérmelo
saber, aún resuenan tus carcajadas dentro de mi cabeza >>.

Regresemos al baño: Tuvimos que vestirnos rápidamente, tratando de hacer el
menor ruido posible. Aparentemente nadie se había percatado, así que tratamos
de disimular nuestro nerviosismo, aparentando mucha tranquilidad.

Durante la siguiente hora continuamos bailando y platicando pero “algo” había
pasado, como un “desencanto”, ya no estábamos tan efusivos ni tan platicadores.
Finalmente terminamos separados, cada uno con nuestro correspondiente grupo
de amigos.

Aun así me quedé hasta las dos de la madrugada y al despedirme de todos, pase
casi por último con ella, sólo me miró con cierta tristeza, pero sonrío y nos
despedimos de mano. No la volví a ver jamás, ni a su amiga la gordita, la verdad
es que ni intenté buscarla, y creo que ella hizo lo propio. Sabía que me había
utilizado, se “quitó” las ganas y se había desecho de mí. [“a”=44] Me sentí
“raro”, algo sucio, recuerdo que esa sensación persistió varios meses.

Ya de regreso a mi casa no iba tan feliz, pero sí satisfecho por haber “cumplido”.
El castigo que me iban a imponer sería bien merecido por llegar tan tarde. Claro,
me lo merecía, pero había valido la pena, ya era por un fin un “hombre”.
Completamente. Ah, otra vez gracias Heri.

Pasaron tres años más, inocentes enamoramientos sin mayor pena ni gloria
transitaron con la inocencia que debían transcurrir, ya me encontraba cursando el
tercer grado de secundaria y seguía trabajando, no ganaba mucho pero sí lo
suficiente como para ya no pedirle dinero a mis padres, mis necesidades eran
muy pocas.

A los quince años contaba con muchos amigos y solía reunirme con uno de esos
grupos para salir frecuentemente a patinar alrededor de la plaza principal en la
cual pasábamos varias horas hasta muy entrada la noche. Fue ahí que la conocí.

Apenas podía sostenerse en equilibrio sobre sus patines, mientras varias de sus
amigas la trataban de ayudar en lo que se veía claramente, eran sus primeras
lecciones.

Me pareció bonita, sin llegar a deslumbrar, algo delgada, pero con su largo
cabello rubio y su rostro lleno de pecas tenía “algo” que atrajo mi atención, tal
vez era la simpatía que irradiaba, o su mirada llena de furia, ya sabrás porqué,
pero fue una mirada que me cautivó.

Tras casi dos horas que la estuvimos observando, mientras patinábamos
alrededor de la plaza, fue muy gracioso observarla cómo se daba sentón tras
sentón en el suelo, provocando nuestras risas y haciendo que en varias ocasiones
nos lanzara miradas llenas de furia, pero era obcecada, no desistía en intentarlo
una y otra vez.

Todavía tendría que practicar mucho más, lo cual fue aprovechado por el párvulo
con acné que se acercó para invitarla a regresar al día y ayudarle a seguir
practicando. Para mi sorpresa, con un aire de superioridad me miró y contestó
“pero sólo si no te ríes otra vez”. Sólo asentí y ya tenía acordada una cita.

Tal como habíamos acordado, la tarde del día siguiente nos encontramos en el
mismo lugar, ella con su grupo de amigas y yo con mis amigos. [“favor”=25]
Durante toda la semana se repitieron los encuentros diariamente. Ya éramos
grandes amigos, y percibía, ya casi novios. Ella tenía dieciocho años y “por
supuesto” que yo también.

Esa sexta o séptima vez que nos vimos para patinar, se presentó sola, era
domingo y no habían dejado salir a sus amigas, así que me dijo que se iría más
temprano a su casa, ya que no habría quién la acompañara.

Anocheció y cuando ya nos estábamos despidiendo me dijo que tenía un poco de
miedo, pero ¿por qué? Le pregunté a lo que me contestó que antes de llegar a su
casa tenía que pasar forzosamente por un lado del panteón, de hecho era el único
de la pequeña población, así que caballerosamente me ofrecí acompañarla.

Todo transcurría normal entre alegre plática, y al pasar junto al cementerio me
señalo un lugar al tiempo que me decía - Mi familia tiene una cripta -, me
sorprendí, y exclamé lleno [“razón”=8] de sorpresa – No te creo – y así sobre los
patines que llevábamos aún puestos me jaló del brazo mientras me hacía brincar
junto a ella la pequeña barda que circundaba el cementerio.

Corríamos saltando sobre nuestros patines, ya que el terreno era de tierra y
piedras, por lo cual era imposible patinar.

El cementerio no tenía vigilante, en esos tiempos no era algo necesario, y a pesar
de ser de noche se podían ver con claridad las tumbas, ya que la luz de la luna
atravesaba titilantemente las copas de los árboles que se encontraban situados a
lo largo de todo el cementerio.

Así nos fuimos acercando hasta llegar a lo que me pareció una pequeña capilla,
muy pequeña, no era lujosa, estaba construida de roca y cemento, se notaba que
hacía poco habían estado trabajando en el lugar, ya que ese peculiar olor a
mezcla era inconfundible, lo reconocía perfectamente tras haber trabajado cierta
temporada en un depósito de cemento y materiales para la construcción.

- Vamos a entrar – Exclamó mi amiga por lo cual de inmediato le respondí –
Claro que no, está cerrado con llave, mejor ya vámonos - Y así era, la puerta de
madera que daba acceso a la cripta [“y”=61] se encontraba cerrada con gran
pasador metálico asegurado con un candado grande y viejo.


A esa edad aun creía “un poquito nada más” en los fantasmas por lo que tengo
que reconocer que sí sentía miedo, el cual trataba de disimular, no se veía ni un
alma ¡y tampoco quería que se nos apareciera alguna!

Me quedé atónito cuando se acercó mi amiga y le dio un jalón leve al candado
que inmediatamente se abrió, se sonrió y me dijo – Ven – Mientras se daba
media vuelta y la veía desaparecer en el interior de la cripta. ¡Pavor! Me armé de
valor e ingresé tratando de asirme con las manos de algo pero inmediatamente
desistí y preferí tratar de guardar el equilibrio yo mismo, no quería agarrar algo
que ya no estuviera vivo.

Casi tan rápido como ingresé escuché un ruido seco dentro de la cripta.

Sentí una mano tocar mi pierna, y así tan rápido como me espanté, recuperé la
calma. Se había resbalado y yacía en el piso, por lo cual también me agaché para
quedar a su altura y tratar de ayudarla a levantarse.

Ya distinguía mejor en la oscuridad y pude observar que al menos media docena
de bóvedas ya estarían ocupadas seguramente por sus familiares y aún quedaban
unos seis lugares más vacíos.

No lo podía creer, mi amiga (casi novia), estaba “muerta” de la risa. Qué
macabra comparación, pero en ese lugar esa descripción era la más acertada. No
dejaba de reírse, le había causado mucha gracia cuando me espantó “sin querer”
al tocarme la pie cuando se cayó.

Me contagió su alegría mientras nuestras risas retumbaban en ese pequeño
cuarto llamado cripta. Pude sentir el piso pulida, era mármol, por eso se había
resbalado. Nos quedamos en el piso riendo y mientras me platicaba quiénes de
sus antepasados se encontraban enterrados en ese lugar. Así duramos en el piso
talvez media hora.

Talvez la adrenalina que sentíamos en esa situación poco normal, hizo que
nuestros sentidos se agudizaran al grado de perder totalmente la cordura y dar
rienda suelta a nuestra novel pasión.

Esta vez procuré hacer bien “la tarea”, no permitiría otra burla por parte de Heri.

Diez minutos eran un gran avance, ya iba progresando a pasos agigantados.
Salimos de la cripta tomados de la mano, ya éramos novios. La acompañé hasta
su casa y nos dimos un beso de despedida. Esa noche casi no pude dormir de la
felicidad, aunque caí en cuenta que talvez la hubiera embarazado, ya que no
había usado “protección”, pero no me preocupaba, tenía trabajo y me sentía
enamorado y estaba seguro que ella también.

Al día siguiente no fue como siempre a patinar, ni al otro ni al otro. Decidí irla a
buscar a su casa por la noche, y la pude encontrar. Estaba en el pórtico de su casa
en actitud románticamente sospechosa con un muchacho que se veía mucho más
grande. No me vio, así que opté por retirarme.

Durante los siguientes meses coincidimos en varios lugares, la población era
pequeña, casi siempre iba acompañada de su novio, pero nunca volteaba a
verme.

El dolor que sentí durante casi un mes fue muy intenso, me sentía engañado y no
creía merecerlo. Comprendí que no valía la pena luchar ni sufrir por ninguna
mujer, así que decidí no sufrir más, había comprendido que era mejor disfrutar la
vida sin compromisos, así que eso hice durante los siguientes siete años.

Casi dos meses antes de cumplir los dieciséis años ya me encontraba con mi
familia de regreso en mi país. Me sentía con más experiencia, y tenía clara mis
prioridades, en ninguna de ellas permitiría que me volvieran a ilusionar, esta vez
sería al revés.
CAPITULO IV
EL ANECDOTARIO

Continuemos entonces. No te he comentado aún de mis padres, mi madre es dura
y poco expresiva en sus sentimientos, aunque con hechos demuestra siempre su
gran amor hacia sus hijos.

Mi padre. Mi padre es un hombre muy sencillo, nada complicado, muy
trabajador durante toda su vida, carpintero de oficio y con mención honorífica
como padre, responsable, amoroso y calmado, transmite tal confianza y
tranquilidad [“un”=33] que sí me lo imagino como “Papa” del Vaticano de no
haber sido padre de familia.

La relación con ellos, siempre fue de mucha comunicación la mayor parte del
tiempo, aunque hubo momentos que ingratamente de mi parte perdía
comunicación hasta por un mes. Aunque fueron pocas veces, no lo merecían ni
siquiera una sólo vez. Hoy trato de no volver a hacerlo.

Es lamentable que como hijos no sepamos comportarnos como tales, ya que a
veces personas extrañas son quienes procuran estar más al pendiente de la salud
y bienestar de nuestros padres. ¿Qué opinas? Ojalá aun tengas la bendición de
tenerlos en vida.

Te quiero confiar algo que sucedió y que hizo tan hermosa una navidad, fecha en
la que normalmente nos reuníamos todos, mis cuatro hermanas y mi hermano
junto con nuestras respectivas esposas, esposos e hijos en casa de nuestros
padres. Ese año no había sido un buen año financieramente hablando, por lo que
no tenía para comprarle algún regalo a mis padres o a mis sobrinos
(normalmente les regalaba algo a cada uno). [“hasta”=48]

Llegó la noche de navidad y con ella, se empezaron a abrir los regalos, lo
tradicional: este regalo es para… y el que sigue. Así se fueron acabando los
regalos. Como no pude comprarles nada a mis padres, quise escribirles una
poesía dedicada a ellos y cuando me tocó entregar mi regalo les agradecí todo el
amor y apoyo que siempre me habían brindado. Fue muy emotivo ya que todos
estábamos atentos a la lectura que empezó a hacer mi madre, pero no pudo leer
mucho ya que le ganó la emoción y no pudo seguir. Se la dio a mi padre quien
comenzó a leerla y pasó lo mismo, también le ganó la emoción y no pudo
continuar. Para ese momento ya todos estábamos emocionados, mi padre me dio
la [“y”=40] carta y dijo - léela tú-. No imaginé que fuera a pasar eso, pero tuve
que hacerlo, y así entre llanto y moco tuve que hacer lectura de la misma. Fue
muy difícil pero lo logré. Al final, todos nos unimos en un solo abrazo muy
emocionados alrededor de nuestros padres. Fue la más bella navidad que
recuerdo.

Te quiero compartir, más que hacer, ese regalo, por si comulgas en todo o parte
con el sentimiento plasmado en dicho intento de poesía, y quieras a su vez
dedicárselos alguna vez a tus padres. Versa así:

HIMNO A MIS PADRES

Aquí en esta bella tierra, Dios me dio una oportunidad,
Oportunidad de nacer y de crecer, de reír y de llorar,
Gente pobre son mis padres, tan sólo en lo material,
Porque en dar amor son muy ricos, no tienen punto final.

Tenga yo pocos o muchos años, ellos no lo pueden diferenciar,
Cada vez que en silencia me miran, ese amor lo puedo tocar,
Es cierto que no con las manos, sólo es algo espiritual,
Pero tengo la certeza de ser dueño de ese amor fraternal.

Las manos de mi padre callosas y fuertes están,
Y aún con esas grietas son algodón cuando me acarician,
Y las manos de mi madre pequeñas y suaves así están,
Pero creo son de acero, ante la adversidad jamás las vi doblar.

Quiero ofrecerles un tributo, homenaje sin igual,
Ofrecerles este himno, himno de amor fraternal,
Que sepan cuánto los amo, seguramente lo sabrán,
Quiero gritarlo al mundo, a Dios sólo lo he de suspirar.

Deseo que cuando por fin se acuesten a dormir,
Sepan que un hijo, sobre las huellas de sus padres jamás se perderá,
Los caminos de la vida, rectos siempre andará
Y es que aunque esté muy confuso y obscuro, su luz lo iluminará.
[“lastimarte”=20]
Esta oportunidad no la quiero desperdiciar,
Este himno a ustedes les quiero cantar, en el cielo o en la tierra escúchenlo,
Que bailen sus corazones de alegría y al terminar,
Cobíjenme nuevamente con una promesa: Herencia de amor que voy a
continuar…

Espero te haya gustado, me consta que une corazones.

Es extraño cómo al día de hoy que te estoy platicando, sin darme cuenta a veces
siento a mis padres como si fueran mis hijos, van perdiendo facultades y se van
convirtiendo en niños adorables y latosos algunas veces, y paradójicamente mis
dos hijos mayores a veces me hacen sentir como si fueran mis padres, y lo que
sucede es que ya son adultos y a veces quiero tratarlos como niños, pero sus
respuestas me ubican en la realidad. Qué cosas nos da la vida.

Durante el tiempo que duré “perdido”, “autoexiliado”, después de mí primer
divorcio, ellos: mis padres y mis hijos se convirtieron en la fuente donde
calmaba mi incertidumbre y donde llenaba mi soledad. [“tú”=2]

¿Que si hubo llanto de mi parte? No, no hubo llanto de mi parte, ni siquiera a
solas, el dolor de mi divorcio lo ahogaba trabajando el mayor tiempo posible,
tanto así que no tenía vida social y de hecho como siempre me veían trabajar,
alguna vez alguien me preguntó si era “gay”, por favor, era algo que tenía muy
claro lo de mis preferencias sexuales y aunque respeto las de cada quien, la
homosexualidad no es algo que apruebe, sólo lo respeto y no quiero generar
polémicas al respecto. Y si, otro bloqueo al dolor, no lo podía permitir, no era de
hombres.

Pongámosle un poco de buen humor a esta plática, no todo tiene que ser tan
rígido.

Perdón a mi hijo menor, pero tengo que hacerlo, no puedo dejar pasar por alto
una anécdota. Si te causa mucha risa no te reprimas, no tienes ni idea de las
carcajadas que nos provoca junto a sus hermanos cada vez que nos acordamos.

En una de esas tantas visitas para visitar a mis hijos, salí con ellos como de
costumbre a comer. Se nos antojaron los mariscos, así que nos dirigimos rumbo
a un restaurant especializado en esa clase de platillos.

Mi hijo menor tendría unos nueve años, así que normalmente iba en el asiento
trasero junto con su hermano mayor y mi hija me acompañaba en el lugar del
copiloto.

Algo conversaba con mi hija, sinceramente no me acuerdo, cuando la voz de mi
hijo menor nos interrumpió – Mira papá, ese letrero está mal escrito – ¿Cuál
letrero, de qué hablas? Le pregunté, al mismo tiempo que lo veía por el
retrovisor. – Ese, está mal escrito – mientras nos señalaba con el dedo índice de
su mano un letrero colocado sobre un local comercial.

Volteamos todos a ver el letrero, lo leímos “se arreglan bastillas” y nos miramos
entre nosotros con gesto de extrañeza, sin poder comprender su comentario ya
que no detectamos ningún error. Así que mejor le pregunté con voz
melodramática: “A ver hijo ¿será que debe llevar “z” en lugar de “s”? – No – Me
contestó.

Entonces le volví a preguntar en el mismo tono: ¿Será entonces que debe llevar
“y” en lugar de “ll”? – No – Me volvió a contestar. Por lo que le respondí ahora
sí con tono de sorpresa: ¡Ah, Caray…! ¿Entonces cómo es que está mal escrito?

Su respuesta con mucha seguridad nos sorprendió: - Pusieron la “b” al revés –
¿Cómo es eso hijo? No te entiendo, le contesté viéndolo con gesto de
interrogación por el retrovisor. – Sí papá, escribieron mal “pastillas”, pusieron la
“b” al revés – Volteamos entre todos a vernos, estupefactos ante ese
razonamiento, se hizo el silencio durante dos segundos y soltamos las carcajadas
ante la mirada atónita de mi hijo menor. ¡Jajaja! Estábamos casi llorando de la
risa. ¡Jajaja!

Ya pasados algunos minutos mi hija mayor fue la única que se pudo controlar
tantito y le dijo: - No tonto, está bien escrito, dice “bastillas”, es el doblez que se
le hace a los pantalones para ajustarlos a tu medida, no son “pastillas” – A lo que
mi hijo sólo exclamó: “Ah, no sabía”, mientras su rostro se ponía rojo de la
vergüenza. Pobrecito, es fecha que no se la acaba. Pero, para su infortunio ahí no
acabó todo. [“muchas”=42]

Llegamos al restaurante, nos dieron nuestra mesa y pedimos la carta. Cada quien
pidió su orden y mientras nos trajeron un caldito humeante y delicioso. No
habíamos aun acabado de reírnos, seguía la burla, pero ya el pequeño se había
sumado al relajo y reíamos abiertamente. De repente, otra vez, no puede ser,
¿por qué me mandaste estos hijos Dios mío?

Nos quedamos todos callados y viendo al menor. Se encontraba sorprendido con
sus bracitos hacia arriba, inmóvil. – Perdón, me confundí y el popote que iba a
meter en el refresco lo metí al caldo – Efectivamente. El popote estaba en su
recipiente de caldo.

No pude más que exclamar: Mira nada más, el “popote” metió por error el
“bobote”… ¡Jajaja! No podíamos parar de reír. Qué locura, un gran día. Mira,
todavía traigo la sonrisa de oreja a oreja. En fin (suspiro), quedan los bellos
recuerdos.
CAPÍTULO V
MI PRIMER DIVORCIO, EL NIDO DE ORO

Cuando era muy joven, soñaba con lo que todos, o casi todos los hombres
soñamos alguna vez: construir nuestro propio nido de oro, es decir casarnos,
tener una familia y ser felices para siempre, no creo que haya un mejor, más
simple y concreto ideal, ah claro, ser el sustento de nuestro hogar y liderar la
manada, que por [“la”=28] naturaleza se nos da, aunque hay hombres que ceden
el liderazgo y asumen otra posición más “conservadora” por decirlo de alguna
manera que no suene ofensiva, si es que alguien se pudiera sentir ofendido no lo
es, ya que cada pareja decide el rol a llevar, no tengo cuestionamientos al
respecto.

El punto es que me casé y no sólo eso, sino que fui más allá… ¡me casé dos
veces…! Bueno, conozco hombres que se han casado hasta siete veces, ¡por
Dios…! Aún tengo toda una vida por delante, jajaja… no, no es cierto, fue un
“estupidiz lapsus” (el comentario de “toda una vida por delante” para hacerlo
otra vez, no el haberme casado por segunda ocasión, eso no), pero el punto es
ese, que me casé por segunda ocasión, ¡caray!

Pero vamos por partes como dijo Jack (el destripador, si lo conoces ¿no?) ¿Qué
pasó la primera vez? Lo típico, sólo sentí un “pequeño” temor ante el nuevo
compromiso, pero en mi interior me sentía ¡aterrorizado! No comprendía el
grado de responsabilidad que estaba asumiendo a mis veinticuatro años, hasta
que estando hincado volteé y pude ver la iglesia totalmente llena de rostros que
me observaban con seriedad, la única que me sonreía era mi madre, seguramente
sabía a lo que me enfrentaba, siempre quise preguntarle si era de felicidad o de
“no sabes en lo que te estás metiendo”, pero un falso pudor nunca me lo
permitió, y además ya a estas alturas ¿para qué? Me quedo con que se sentía
feliz.

¿Te ha pasado alguna vez que tu mejor amigo ha provocado en ti sentimientos
que van más allá de una simple amistad? Bueno, eso me pasó, obvio, con mi
amiga.

Cuando ingresé a la universidad me sentía listo para prepararme y comerme el
mundo. Y así lo hice finalmente, sólo que a veces sufrí de indigestión ya sea
porque quería comer mucho o muy rápido. Lo irás conociendo. Fue una carrera
administrativa, la cual logré cursar durante la noche mientras trabajaba en el día.

Durante el primer año de la carrera seguía inquieto el demonio llamado Don
Juan, el cual me hizo cometer errores voluntarios, pero “inconscientes” para que
al menos cuente a mi favor ¿eh?, y la mala fama de enamorado pendenciero me
estigmatizó injustamente. Digo que no fue justo porque un romance cada mes
dentro de la universidad tampoco me hubiera permitido ligar con todas las
muchachas de la universidad, creo que exageraron.

Total, cuando conocí en segundo año a la que se convertiría en mi primera
esposa ya esa mala fama sobre la que sus amigas le advirtieron (chismosas) sólo
me permitieron convertirme en su amigo, y precisamente [“y”=6] fue tan grande
la amistad que surgió entre nosotros que nos convertimos en amigos inseparables
durante casi un año.

Lo más rescatable de esa amistad es que nos pudimos conocer de manera muy
transparente, sin falsas poses ni intereses escondidos, salvo el de una verdadera
amistad. Salíamos a todas partes juntos casi siempre, ya que teníamos en común
el mismo grupo de amigos. Me conoció tan bien, que no tenía que ocultar ante
ella mis relaciones amorosas ni mis múltiples defectos, y fue así que sin estarlo
planeando iba naciendo y se acrecentaba un sentimiento de atracción tan fuerte
que finalmente en una noche aparcados en un parque terminé robándole un beso
y me correspondió. Nunca me imaginé el efecto mariposa tan poderoso de ese
beso robado, fue un bigbang y su efecto sigue retumbando hasta el día de hoy:
Mis hijos.

La relación de noviazgo fue madurando durante un año hasta que finalmente me
decidí y le propuse matrimonio.

Viene lo bueno, ahorrar, esforzarse por adquirir muebles, etc., la típica
preparación para vivir como pareja casada de acuerdo a lo planeado. La amistad
seguía siendo franca, y la duda de si era amor algunas veces sacudía mi firme
intención de casarme, pero dije va, son temores infundados. En ese momento no
sospeché siquiera que algún día me daría cuenta que fue más amistad que amor
lo que nos unió y que efectivamente uno de los pilares de un matrimonio es la
amistad, pero las mariposas en el estómago son indispensables desde el inicio,
esa química no sólo sexual sino imposible de describir, que hasta que lo vives
dices ¡de aquí soy!

Sin tanto preámbulo, pues que nos casamos por el civil un año antes de
graduarnos de la universidad y por la iglesia un mes después de la fiesta de
graduación.

Entrar a esa nueva vida de casado finalmente no fue tan traumático como
imaginé, lo consideré incluso maravilloso, me sentía listo para asumir el nuevo
rol de hombre fiel, sedentario por fin, cabeza de familia, sentía que me lo había
ganado a pulso, sí pues, claro que me lo merecía; la vida me había sonreído hasta
entonces, ya tenía la “suficiente” experiencia, las oportunidades previas durante
mi soltería siempre las había tomado sin arrepentimiento, satisfice mi ego y mi
apetito carnal, no recapacité sobre el dolor emocional infligido y finalmente la
vida me cobró esas facturas, karma? No lo sé, pero sí tuve que pagarlo, y la
suma de los intereses fue demasiado alta, ahora comprendo que el silencio en
lugar de mentir no es sinónimo de sinceridad ni de respeto, es evadir la
responsabilidad de la honestidad. Lo mínimo gentil de mi parte hubiera haber
sido sincero en mis intenciones, claro que eso hubiera sido cruel aunque lo
hubiera matizado dulcemente, pero es innegable que era lo correcto haber dado
la oportunidad a cada mujer de que tomara sus buenas o malas decisiones
basadas en la sucia pero honesta verdad. [“formas”=64]

La falsa ilusión vendida sin hacer promesas fue un producto tan bien elaborado
que terminé por comprármelo yo mismo de manera silenciosa y pacientemente,
qué ironía, terminé comprando ilusiones, y así mi primer matrimonio fue eso, no
hubo promesas, y hasta cuando ya fue tarde las hubo, pero de nada sirvieron,
simplemente el lazo que nos unía como pareja ya estaba agarrado con hilos y fue
imposible que aguantara los tormentosos vendavales a los que a veces enfrenta la
vida a cualquier pareja a lo largo de su mutuo compromiso.

Y sí, aún con el fracaso de mi primer matrimonio este también me dio grandes
bendiciones, de hecho fueron tres, los cuales por cierto también comen y calzan,
qué le vamos a hacer, en fin… la vida sí es perfecta, mis hijos la hacen perfecta,
es bien sabido que crecer duele pero es como debe ser… Como verás, así mi
primer fracaso matrimonial y con ello mi corazón perdió nuevamente un poco
más de sensibilidad, pero tenía que volver a ser fuerte, no quería enfrentarme a la
furia de mí mismo al verme al espejo y menos al de mi temible gremio alfa.

¿Tienes hijos? Entonces ya entenderás todo el alud de cosas nuevas que vinieron.
Claro, pasaron cuatro años para que llegara nuestra primera hija.

Ya tenía todo arreglado para asistir a su alumbramiento, y ya me había puesto
hasta la bata, y a punto de entrar al quirófano me pregunta muy adusto el
ginecólogo - ¿está seguro? – claro que lo estoy, le contesté. Creo que “algo” vio
en mi cara que simplemente me miro y me dijo con mucha serenidad: -no vas a
poder entrar, ya con una paciente tengo suficiente-, se dio media vuelta, atravesó
las puertas tipo cantina para ingresar a la sala de partos y yo sólo me quedé
impávido sin comprender qué pasaba. [“tú”=53]

Debo reconocerte que muy dentro mi ¡se lo agradecí! Mis piernas temblaban, me
quité la bata y me dispuse a esperar nerviosamente, consciente que del otro lado
del hospital estaría llevándose a cabo la cesárea para recibir a mi primera hija.

Si te he de ser franco ese fue el primer momento más feliz en mi vida, cuando
finalmente pude ver a mi hija a través de un vidrio que me separaba del cuarto de
cuneros e inmediatamente entrar y tomarla en mis brazos… ¡qué felicidad sentí!
Mira, sólo de recordarlo se me enturbia la vista mientras te confío esta intimidad.

Mi hija fue el fruto de un momento mágico, jamás lo podré olvidar, te confiaré
porqué.

Como ya llevábamos “cuidándonos” durante tres años para no quedar
embarazados, decidimos ir con el ginecólogo para asesorarnos. Seguimos al pie
de la letra sus indicaciones. Durante ciertos días (los de mayor fecundidad),
teníamos que hacer “la tarea”, y pues que me acuerdo que me encanta rayar los
cuadernos, y así raudo y veloz y haciendo gala de todas mis artes amatorias
empezamos el primer día. De inicio el salto del tigre, después doble vuelta
mortal desde el armario, en fin, no tienes idea, el objetivo era sacar diez.

Pero, ¿sabes qué fue lo maravilloso y milagroso? Respira, y no te me ruborices.
Ahí va.

Cuando llega el momento del clímax, después de haber dado rienda suelta a
nuestros más íntimos deseos, viene ese “momento” único y al unísono, en el cual
llegamos a la cúspide explosiva final, y juntos. En ese momento todo se
detuvo… calma total. En mi pensamiento, un microsegundo antes de eyacular,
estaba rezándole y pidiéndole con mucho amor a Dios para que me concediera
una hija y me diera la oportunidad de cuidarla y verla crecer, prometiéndole que
sería el mejor padre del mundo. Después, silencio, sólo sentía temblar nuestros
cuerpos sudorosos en ese largo abrazo. [“que”=35]

Nos miramos y ella estaba llorando, pero ¿por qué lloras amor? Le pregunté. Y
he aquí el milagro, me contestó – lloró porque antes de “terminar” estaba
rezándole a Dios para que nos diera la bendición de una hija sana – Era increíble,
no nos habíamos puesto de acuerdo, era la prueba exacta de la existencia de
Dios, cuando por un breve instante comulgas con todo el universo. En ese
momento supimos que habíamos creado vida, estábamos convencidos
plenamente que Dios había escuchado nuestras plegarias. Tan así, que no
volvimos a hacer la tarea en los siguientes dos días. Nueve meses después nace
mi tan deseada y amada hija. Aún me conmueve.

Creo que llegó el momento de un poco más de café, o si gustas podemos
caminar, permíteme por favor estirar las piernas y los brazos… mmm… ¡¿oíste?!
Ya mi cuerpo me reclama los excesos, pero que no olvide que también tuvo…
bueno, ahí lo dejamos, ¿en qué estábamos? Ah, sí… más café.

Mi segundo hijo llegó a los dos años, también programado, otra vez hacer la
tarea, ya sabes, ahora triple salto mortal, etc., también una bendición, la felicidad
ahora más controlada en apariencia, pero internamente igual de intensa, era feliz.

Ya es un hombre, joven aún, de diecinueve años, rebelde como lo fui a su edad
pero respetuoso de la figura paterna que le represento. [“perdón,”=23] Me siento
muy cómodo platicando con él, la verdad es que ha sido más destacado como
deportista que en lo académico, pero ha sido el bálsamo ante mis frustraciones
de futbolista fracasado, si hay algo de oportunidad talvez te cuente.

Mi tercer hijo fue el que más me dolió, llegó seis años después, aunque su
inesperada llegada fue una gran bendición.

¿Qué por qué te digo que fue el que más me dolió? Por ser el menor, fue con
quien menos tuve oportunidad de jugar, ya que al divorciarme tenía tan sólo seis
años. No pude platicar con él, como sí me tocó hacerlo con los dos mayores
acerca de los motivos para ya no “vivir” con ellos.

Era tan pequeño que no entendía nada, sólo lloraba su desconsuelo, y de alguna
manera algo extraño pasó ya que a partir de ese momento, las veces que iba a
visitarlos no se me despegaba para nada, ansiaba tanto verlo, cargarlo y besarlo
que creo que nunca se sintió completamente sólo, además de recordarle cada
noche cuánto lo amaba y lo mucho que me enorgullecía de él. El único consejo
que le he dado a diario es “debes ser un buen niño, para de grande ser un buen
hombre, porque es lo más importante”. Se lo aprendió tan bien, que ahora ya es
un jovencito bueno, ahí la lleva.

Así pues, entre trabajo, viajes y rutina, sin darme cuenta mi matrimonio se fue
colapsando, cuando me di cuenta ya había tronado, no había mucho qué hacer.
De común acuerdo con mi ex, no sin [“del”=46] la ausencia del dolor, finalmente
acordamos terminar legalmente con el mismo.

Mis hijos se quedarían con su madre, yo me iría de la casa.

¿Sabes algo? Te he confesar que lo segundo (lo primero lo descubrirás más
adelante) más doloroso que me ha pasado en la vida fue el día que dejé la casa,
el dolor y el llanto de mis tres hijos, es algo que todavía me lacera y con toda
sinceridad no se lo deseo a nadie, no hay palabras de consuelo, ni razones que
pudieran sopesar o minimizar el sufrimiento que les estaba ocasionando. Es algo
que nunca visualicé dentro de mi decisión de divorciarme, y que seguramente de
haberlo sabido no lo habría hecho de esa manera, pero hecho está y es lo único
que cuenta.

Si no has pasado por esto, qué bueno, me alegro, sólo aprende por favor; pero si
ya has pasado por esta misma situación, sabrás el nivel de dolor al que me
refiero y sin embargo, cuando hay que dar ese paso ya habiendo agotado todas
las posibilidades de salvarlo, no lo dudes, debes hacerlo, sólo procura preparar a
tus hijos con antelación, si se puede entre los dos mucho mejor, sino hazlo tú
nada más pero date el tiempo de platicarlo con ellos para que lo puedan aceptar,
o al menos asimilar (ese fue un error que yo cometí: debí hablarlo con más
tiempo). Si puedes pide ayuda a un profesional, en lo posible no pidas
orientación a familiares o amigos ya que aunque quieran ayudarte no están
“fuera” del problema, sólo que te “reciban” en tu dolor, ya que no tendrían la
preparación ni la objetividad adecuada [“más”=56] que tiene un profesionista
para poder ayudarte a que salgas y salgan lo menos lastimados en lo posible de
ese trance tan duro como es el momento de la separación física.

Creo que nos caería bien un vaso con agua, ya siento la boca reseca. ¿Nos
tomamos un pequeño break?

Vaya, qué rica y refrescante agua, sentí cómo se humedeció inmediatamente mi
boca, la tenía totalmente seca. ¡Anda! no te quedes con el antojo nada más
ensalivando… Toma un poco de agua, aquí espero… jajaja, no, no me voy a ir,
pero no te tardes.

¿Listo? Pues hay mucho que platicarte de este mi primer matrimonio, pero mejor
vamos a avanzar. Sí me casé nuevamente, pero antes pasé por un momento de
locura al cual título “el autoexilio”, nombre con el que me etiquetó mi hermana
mayor, mi gran amiga y confidente. Yo también te quiero hermana.
CAPÍTULO VI
EL AUTOEXILIO

Ante un fracaso matrimonial, tras casi veinte años de casados, sentí la necesidad
de correr, de reiniciar una nueva vida. No lo sabía en ese momento pero
simplemente quería huir. La etapa de lucidez y madurez que tantos años había
esgrimido con orgullo, la mandé al demonio.

De ninguna manera era abandonar a mis obligaciones como padre o hijo, lo que
deseaba era encontrarme nuevamente como hombre en solitario, por lo cual tomé
la decisión de renunciar a un excelente trabajo en una gran compañía y buscar
nuevos horizontes, pensaba alejarme unos seis meses, que no era un período
“sabático”, ya que tenía la necesidad de trabajar para cumplir con los
compromisos de mis hijos, pensaba que sería tiempo suficiente para sanar y
regresar.

Durante ese tiempo que duré fuera, y no fueron seis meses sino casi ¡siete años!
el hablar con mis hijos todas las noches y visitarlos cada dos o tres semanas
durante todo el fin de semana, fue lo que me mantuvo fuerte para enfrentar un
sinfín de dificultades ante los nuevos emprendimientos profesionales y poder
afrontar todo el desgastante embate emocional que no sabía se me iba a
presentar.

Durante dicho tiempo los lazos emocionales, de confianza y de comunicación
que nos unían en esta relación padre-hijos curiosamente se fortalecieron aún
más, ahora comprendo lo del viejo dicho “más vale [“por”=24] calidad que
cantidad”.

Iniciando otra vez mi soltería y me sentía perdido, enojado conmigo mismo,
culpable por todos los posibles errores que hubiera cometido sin darme cuenta y
que hubieran sumado para que se derrumbara mi matrimonio.

Fueron muchas noches sin dormir, afortunadamente no se me da lo de ahogar
mis penas en licor, pero las desveladas eran mortales.
Muchas veces estuve a punto de regresar y plantearle a mi ex la posibilidad de
que nos diéramos otra oportunidad, pero a la siguiente hora ya estaba más
tranquilo y me concientizaba que era sólo apego a ella y claro que extrañaba a
mis hijos, eso era lo que me hacía sufrir en la soledad. Al rato nuevamente me
pasaba lo mismo, me tranquilizaba y recapacitaba.

Era un constante tormento el tratar de entender qué había pasado y finalmente,
muchos años después lo supe: Se secó la plantita por no haberle dado agua
diariamente, aunque hubiera sido poquita, pero no lo hicimos por estar
atendiendo otras cosas “más importantes”, que al final nunca lo fueron y ni
siquiera ya existen. ¿Ganar más dinero? ¿Trabajar más para cumplir como todo
un profesionista? Ahora comprendo que es más productivo no hacer “nada”,
desvelarte con tus hijos y con tu esposa viendo películas tontas, “perder” el
tiempo jugando lotería, dejando que mi hija me pusiera brochecitos en el cabello,
levantarte tarde el domingo y desayunar tirándote el cereal sin ser cuadrados ni
serios [“de”=9] todo el tiempo, y aunque muchas veces lo hicimos no fueron
suficiente. ¿Había dolor por comprender tarde todo eso? Claro que sí, y por lo
mismo estaba convencido que no tenía otra alternativa que seguir escudándome
contra el dolor, cada vez más.

Los hijos buscan diversión, eso es lo único que los hace muy felices, más sin
embargo no estoy hablando de una diversión fuera de lo común, sino de disfrutar
los momentos en familia, antes de dormir, al despertar, saber que se les sabe
escuchar sin enjuiciarlos, jugar con un balón, contar un chiste aunque no cause
gracia, en fin, tantas y tantas maneras de divertirse, que no cuestan y que ojalá
puedas disfrutarlo dentro de tu familia. Aplícalo más seguido, y cuando te canses
sólo descansa y repítelo nuevamente otra vez hasta el cansancio. Recuerdos
inolvidables de alegría es el mayor regalo que les podemos dejar, no sólo la
educación. Ah, y relájate, tú también te divertirás.

Regresamos a mi etapa nuevamente de soltero. Con las horas, vinieron los días y
luego las semanas. El dolor no se había ido por completo, indudablemente que
no, pero si algo aprendí es que también quienes sufren tienen hambre y lógico
tenía que comer.

Qué cosas, ahora hasta comprar la despensa sólo, no tenía opción, pero ¿sabes
algo? No se lo recomiendo a un soltero, o mejor dicho a una mujer casada sola,
te encuentras a cada tipo, ¿te ha pasado? Por tu expresión, creo que sí, no lo
niegues.

Esa vez me acuerdo, sólo iba a ir al súper, y de verás sólo era para surtir mi lista
de la despensa, no buscaba nada más.

Las cosas a veces suceden y entre pasillo y pasillo, las casualidades pasan y ya
me pasó. Sólo una pregunta muy inocente de mi parte acerca de un producto que
no hallaba se malinterpretó, me miró un segundo y me contestó que no sabía. La
vi alejarse seriamente, y casi al girar para salir del pasillo giró su rostro y nos
quedamos observándonos brevemente pero no sonrió, y entonces supe que era
casada, aunque ya había visto que no llevaba anillo. Conclusión: una
oportunidad de ligar.

Mis años de soltería algo me habían enseñado. Lo que sí es que ya estaba un
poco oxidado el sensor que manda la señal “Hey tú, te hablan”, porque cuando
reaccioné ya había desaparecido y ni tardo ni perezoso pensé: ¿qué pierdo?
Mujer hermosa, pelo corto y rojizo, blusa entre-abierta con pechos prominentes,
pantalón blanco ajustado, de todas las formas posibles me resistí estoicamente y
finalmente después de pensarlo concienzuda y largamente por casi dos segundos
le di la vuelta a mi carrito y me dispuse a buscarla.

Creo que es como aprender a montar en bicicleta, una vez que aprendes nunca se
te olvida.

Lo demás no tiene mucha explicación, la encontré finalmente, me disculpé si es
que me había visto poco genuino y si creía que trataba de abordarla con
preguntas tontas, pero es que realmente era un tonto perdido en el súper. Le hizo
tanta gracia, creo era mi cara de tonto sincero, que ya después no paró de reír.
Estuvimos platicando durante casi una hora y acordamos vernos ese mismo fin
de semana. Ambos fuimos puntuales, tomamos algunas bebidas en la barra del
bar al que fuimos, y reímos mucho. Ya de madrugada la llevé a su casa y ya no
salí hasta que había despuntado el sol. Mi memoria no me permite acordarme
qué pasó esa noche ni algunas otras más, pero lo que es cierto es que a partir de
ese momento me acordé de andar nuevamente en bicicleta ¡y sin manos!, es todo
lo que te puedo decir. Tal vez algún día cuando ya sólo me queden mis
recuerdos, escriba “las memorias eróticas de Zachy”, jejeje, no, no es cierto.

Me dio sed otra vez, disculpa, iré por más agua, no tardo ¿gustas algo más? Ok.

<< Creo que tomé mucha agua, pero nunca sé cómo decir que quiero ir al baño,
de regreso voy por el agua… ¡ah! qué sensación de libertad… silbaré mientras…
listo >>.

Hola, gracias por esperarme, ¿qué? Ah, no había agua. Pero no importa, te
seguiré contando.

El cambio que representó éste “autoexilio” me llevó a otra ciudad, a tres horas
de distancia de mis hijos. Renté una casa chica, estaba totalmente destruida.
Junto con uno de mis grandes amigos, viajamos para pintarla completamente.

Llegamos antes del mediodía y comenzamos a pintarla, contraté los servicios de
un joven, vecino del lugar, para que nos ayudara a pintar y terminar pronto.
Avanzamos bastante y ya casi anocheciendo decidimos detenernos ante la escasa
luz del día. Al día siguiente terminaríamos en la mañana. Limpiamos y
guardamos las cosas. Realmente estábamos cansados por lo que le pedimos al
joven que fuera a comprar unas latas de cerveza para mitigar la sed y platicar un
rato.

No hacía calor mucho, la primavera estaba por empezar. Otro buen amigo, al
cual le estoy muy agradecido por todo el apoyo que siempre me brindó durante
esos años en aquella ciudad, me advirtió que en invierno el frío era de cuidado,
por lo que me [“día”=39] hizo la siguiente recomendación: “Para el frío no hay
nada mejor que una cobija nueva abajo y una vieja arriba”. Como ni cobijas
tenía, tuve que compras dos nuevas, la de abajo y la de arriba. No entendí.

Cansados pero satisfechos por el avance logrado en pintar la casa, los tres nos
fuimos a la cochera y nos sentamos sobre unos botes improvisados como sillas
para disfrutar de nuestras cervezas. No me imaginaba ni por asomo que muy
pronto esa casita iba a ser el escenario de dos tiroteos, pero eso te lo platicaré a
detalle más adelante.

El joven de cuyo nombre no puedo acordarme (perdón, fue coincidencia, no
pretendo “plagiar” ninguna obra, de nadie, y menos del Quijote de la Mancha).

Va de nuevo. El joven, del cual no me acuerdo su nombre, nos relató historias
acerca de esa casita. Que todos los inquilinos anteriores habían sido asustados
por fantasmas, y que incluso el último de ellos era un buen amigo suyo. Le había
platicado que estando acostado en un camastro le jalaron violentamente los pies,
y que lo mismo le había pasado a los anteriores inquilinos.

Soltamos la carcajada con mi compadre, mientras el joven nos veía y sonreía,
brindamos y seguimos conversando de otros temas. Pasó no más de una hora, y
ya sólo quedaban los seis botes de cerveza vacíos, dos de cada uno.

Recogimos la basura, nos despedimos del joven, y nos metimos a la casa. Cada
uno llevaba un colchón inflable y había dos habitaciones, una enfrente de la
otra. Yo tomé la habitación del fondo y mi amigo la que daba hacia la calle.

Había pasado menos de una hora, y desde mi habitación podía escuchar los
ronquidos de mi compadre. La luz de la luna entraba por la ventana sin cortinas,
por lo que podía distinguir todo el interior de la habitación.

Me encontraba acostado boca arriba, tapado con una sábana delgada hasta el
cuello y con los ojos cerrados tratando de conciliar el [“te”=21] sueño. Quería
dormir ya que también me encontraba cansado por el viaje y la pintada. Me
acordé de la historia que nos había platicado el joven y sonreí para mis adentros.
Nunca le he tenido miedo a la oscuridad ni creído en fantasmas. Empecé a sentir
el arrullo de Morfeo, cuando de repente…

Estoy segurísimo que no estaba dormido, pero tuve que abrir los ojos, ya que
sentí que me jalaron la sábana hacia abajo, destapándome con brusquedad. Me
incorporé sobre el colchón y pude observar que la sabana estaba cubriéndome
nada más las piernas. Inmediatamente supe lo que estaba ocurriendo.

Sí, mi #$%&* amigo me estaba jugando una broma, no podía ser otra cosa.

Si quería asustarme no lo había logrado, pero sí me molesté, así que me levanté
como resorte y salí corriendo para alcanzarlo. Su habitación estaba enfrente de la
mía, las puertas estaban abiertas por lo que en un instante (flash me quedó corto)
ya estaba dentro de su habitación.

Seguía roncando como bebé. Durmiendo a pierna suelta. Me di la vuelta, regresé
a mi habitación y me volví a acostar. Analicé lo sucedido y el razonamiento que
le di fue que talvez inconscientemente me había dejado sugestionar por la
historia. Así que sólo me volví a tapar y casi de inmediato me quedé
profundamente dormido.

Al día siguiente se lo platiqué a mi compadre, que sólo se carcajeó. Semanas
después me enteré que cuatro años antes la esposa del dueño que me rentaba la
casa se había suicidado, colgándose de un tragaluz, en medio de la casa. Jamás
me volvió a pasar algo “anormal” en ese lugar, no así a mis compañeros, a los
cuales sinceramente nunca les creí, seguramente eran simples sugestiones.

Otra de las cosas a las que me enfrenté de soltero fue sin lugar a dudas algo
trágico y traumático, y era tener toda la cama para mí sólo y terminar durmiendo
en un solo lado desperdiciando el resto de la cama. Ves ese lado durante largo,
largo tiempo y eres incapaz de invadir ese espacio vacío, ¡por Dios! Es tan
desesperante no poder hacerlo, una fuerza invisible te mantiene atado a tu
“pequeño” espacio. Es una tragedia griega. Por cierto, si alguna vez te ves en mi
situación, la cama con un buen colchón es lo primero y más importante que
debes comprar. Consejo no pedido: Olvídate del refrigerador y de la televisión,
escúchame, es más útil la cama. Ah, y por cierto, tampoco dejes que tu perro se
quede en la recamara cuando recibas visitas, no es cómodo que se te quede
observando. Bueno, quise decir la sala, ya no entremos en detalles, pero créeme
no es cómodo, por favor, ¿ok?

Me enfrentaba a lo más básico en cuanto a necesidades que tenía que ir
cubriendo, desde un simple martillo, hasta un destapador de refrescos, no tenía
nada, era peor que cuando me casé la primera vez, al menos esa vez ya habíamos
juntado muchas cosas que necesitaríamos en el hogar, en mi caso nuevamente
[“te”=36] soltero no tenía nada. Sólo mi ropa, y una laptop. Curiosamente, esa
etapa me serviría nuevamente para mi segundo divorcio, ya luego te lo platicaré.

Poco a poco fui [“existir.”=11] recobrando el buen ánimo y me dediqué a nuevos
proyectos, ahora como emprendedor, ya no tenía la “seguridad” de un trabajo
estable y me sentía seguro de poder superar este nuevo reto. Además tenía el
compromiso con mis hijos por lo cual prácticamente no tenía opción. Sí da
miedo.

Tenía todas mis canicas sobre la mesa: Sin dinero, con muchos compromisos por
el lado de mis hijos, ciudad nueva y desconocida, sin trabajo, sin martillo y sin
destapador. Ah, sí tenía mi ordenador portátil y me tenía a mí mismo, nada más.

Haciendo ese inventario, me di cuenta que no tenía nada que perder, ya lo había
perdido todo. Entonces comprendí que lo poco o mucho que lograra hacer
sumaría, ya no había piso más abajo, estaba parado en el sótano. El futuro era
¡prometedor¡

Qué iluso, no sabía lo difícil y duro que sería en adelante, por cada paso que
lograba avanzar se presentaban otros tantos problemas que me hacían retroceder
dos pasos, era una locura tantos contratiempos, parecía que todo confabulaba en
mi contra.

Fueron momentos de desesperanza total, meses con sus largas noches de planear
y agotadores días de ejecutar, pero los malos tiempos se fueron revirtiendo y
finalmente amainó el temporal para dar lugar a mejores tiempos, pero me costó
casi dos años lograr esa estabilidad financiera.

Claro, mis hijos se vieron afectados duramente, más sin embargo me enorgullece
la fortaleza que demostraron ante tal presión en el déficit de sus necesidades
básicas. No estaban acostumbrados a tantas limitaciones económicas, pero ya
hablando con ellos tiempo después, me confesaron que les ayudó mucho a
sensibilizare de la realidad y del esfuerzo que [“eternidad,”=50] conlleva el
trabajo para lograr el bienestar familiar. Duro aprendizaje, pero curtieron su
carácter.

En mi caso, tuve que hacer acopio de valor para mostrar un rostro de dureza e
insensibilidad, ya que cada que dejaba que el dolor o desesperanza me
invadieran sucedían cosas malas: transmitía preocupación, tomaba malas
decisiones o cometía equivocaciones, lo cual no aportaba para superar tan duros
momentos. Bloqueo al dolor, esta vez por amor, pero finalmente reafirmaba la
dureza en mi corazón.

Hoy mis dos hijos mayores están en sus primeros ensayos como emprendedores,
la flama ahí se mantuvo. El más pequeño también ya quiere hacer negocios, son
libres de ir a conquistar el mundo. Llegará su tiempo y el mío se apagará, pero
en ellos [“ti.”=67] vivirá la flama. Tiempo por favor (como en el básquetbol).
CAPÍTULO VII
SEDUCCION MORTAL

Exacto, quince veces he sentido de cerca el beso de la muerte, pero mi amante
“vida” no me quiere soltar.

¿Por qué si las oportunidades de morir se han presentado tantas veces es que sigo
aquí? Es inexplicable y perturbador. Tomándolo con un poco de filosofía, que
también un poco religiosamente, lo deduzco como la oportunidad de seguir
buscando algo que todavía no encuentro, que “creo” debería traer cosas buenas,
y sin tanta teatralidad sólo quisiera saber qué es.

Bueno, así como me ves, me veo, perplejo, dije perplejo ¿eh? Es entendible que
una o dos veces, es más hasta tres, pero ¡¿quince?! No es normal, es algo atípico.
Ahora resulta que tengo más vidas que un gato, ¡hazme el favor! Entonces ¿Qué
demonios debo hacer?

Por favor saca tus propias conclusiones. Te platicaré de la manera más breve
posible lo que sucedió en cada una de ellas, en el orden de la edad que tenía. Te
recomiendo que tomes otra taza de café.

10 años.- Un viaje a Melgar, una ciudad colombiana (catorce años por allá,
luego te lo platico). El motivo: viaje de estudios por parte de la escuela donde
cursaba la primaria. El calor no era sofocante, casi las doce de mediodía, pero
me anime a acercarme a la alberca y tocar el agua para sentir si estaba fría o
tibia. Cuando estaba agachado tocándola, de repente sentí una mano que me
empujó con fuerza y escuché muchas risas a mis espaldas. Fue tan rápido que
únicamente pude sentir la presión del agua fría y cuando abrí los ojos sólo pude
distinguir muchas luces que bailaban onduladamente por encima de mí y
comprendí que estaba en el fondo de la alberca, ¡y no sabía nadar!, traté
desesperadamente de acercarme a las luces de arriba, obviamente ni idea tenía de
cómo acercarme a la superficie, lo único que conseguí fue tragar más agua con
cada esfuerzo que hacía, fueron momentos eternamente angustiantes.

Por mi mente pasó el pensamiento de ver a mis padres llorando mi muerte, y
hasta me dio vergüenza de que iba a ser el único niño tonto que se ahogó, hasta
pude analizar en ese momento que seguramente nadie me estaría viendo, sino ya
me hubieran ido a ayudar. Dios mío, mi mente analítica no me abandonó ni en
ese momento y hoy por hoy vaya que ha sido un problema.

Por más que luchaba tratando de alcanzar la superficie no podía y llegó el
momento en que me rendí, sentí cómo mi cuerpo se quedó inmóvil y con los ojos
abiertos aún podía ver las luces de la superficie. Sentí mucha tranquilidad, el
temor se había ido.

Alcance a ver cómo un bulto oscuro que venía volando desde el cielo se
estrellaba en el agua y atravesaba la superficie. Vi como tomaba la forma de un
joven delgado en short, acto seguido me sujetaba del cabello y me jalaba hacia
arriba. Un pestañeo, me veo sobre el piso, boca arriba a un lado de la alberca,
mientras sentía unas manos que me aplastaban el pecho al mismo tiempo que
expulsaba toda el agua que había tragado. Era el mismo muchacho que me había
empujado al agua y que ahora se convertía en mi héroe. Fue una simple broma
que afortunadamente no pasó a mayores. El resto del día me la pasé
meditabundo y sin hablar con nadie. Estaba en shock, sí me impactó. Esta fue la
primera vez que intentó besarme la muerte.

11 años.- También un viaje de estudios, al río Fucha, en Bogotá, Colombia. El
día era estupendo, ni asomo de nubes y el clima fresco a esa hora de la mañana.
El ancho del río no era mayor a unos 30 metros, así que debíamos cruzarlo sobre
unas rocas muy grandes que lo atravesaban de lado a lado. Las rocas estaban
muy resbalosas por la verde lama que tenían adheridas. El acaudalado río a su
vez llevaba una fuerte corriente, y unos veinte metros más adelante desembocada
en una gran cascada, y previamente el agua tenía que pasar por debajo de otras
rocas muy grandes, provocando un espumoso oleaje a la orilla de su
desembocadura.

Cruzaron todos mis aproximadamente cuarenta compañeros, y al final crucé yo,
por andar tonteando me había rezagado del grupo. Cuando iba a cruzar, ya no
divisaba a ninguno de mis compañeros del otro lado del río, ellos habían seguido
su caminata a otro punto. Empecé a cruzar y a mitad del río pisé mal sobre una
roca lamosa y resbalé. Tan pronto como pude reaccionar alcancé a sujetarme con
ambas manos del borde de la roca que era muy grande, quedando colgando
mientras mis pies casi tocaban el agua agitada.

Con toda la pena, pero tuve que empezar a gritar pidiendo ayuda… nadie, otra
vez, nadie. Estaba seguro que terminaría resbalando y sabía que no tendría
[“eres”=54] salvación ya que al llegar al borde de la cascada el agua me
arrastraría por debajo de las rocas y ese sería mi final. Me imaginé el dolor que
le ocasionaría a mi madre y analizaba que ni siquiera sabrían que había caído al
río, cómo lo sabrían, pasaría mucho tiempo hasta que supieran que no había
regresado a mi casa por mis propios medios. Qué estupidez, pero todo eso lo
analicé mientras intentaba encaramarme nuevamente sobre la roca, imposible.
Mis manos ya empezaban a resbalar.

Ya no gritaba, no podía, mi esfuerzo era nada más para tratar de sujetarme con
fuerza y no caer. Increíblemente cuando ya sólo oía el ruido del agua correr
bajos mis pies sucedió lo impensable.

Sentí [“mi”=10] un fuerte tirón hacía arriba y nuevamente estaba sobre la roca.
Tan fría estaba el agua que no sentí cuando mi amigo Javier, dos grados
escolares arriba de mí, me tomó de los antebrazos y me levantó. Le agradecí que
me hubiera ayudado, él sólo se sonrió y salió corriendo. Claro que los alcancé y
no volví a separarme del grupo. Segundo intento del beso no deseado.

12 años.- Viajábamos un diciembre en familia, mis cuatro hermanas, mi
hermano y mis padres. Ya llevábamos como una hora volando en ese 747, y
recuerdo que el capitán dijo [“lastimé”=16] algo con respecto a que podíamos
ver el canal de panamá por las ventanillas y ahí vamos todos de fisgones. Un
minuto, dos minutos, calculo transcurrió ese tiempo y otra vez la voz del piloto
por el altavoz: - tenemos una falla en una de las turbinas, tendremos que aterrizar
en el Aeropuerto Internacional de Panamá, por favor ajusten sus cinturones y
sigan las indicaciones de las azafatas – ¡Dios!, inmediatamente las azafatas (así
se les llamaba en ese tiempo) nos pidieron que nos ajustáramos los cinturones de
seguridad y colocáramos la cabeza junto a las piernas, al tiempo que nos
indicaban que había un salvavidas bajo cada asiento. Esto ya no era normal, se
sentía y veía el miedo en todos nosotros. Silencio total, alguien rezando a lo
lejos, pero ya me veía otra vez en el agua, ahora en el canal de panamá, al menos
muy internacional esta vez, y además ya no le tenía miedo al agua, el golpe es lo
que me preocupaba. Afortunadamente a los 15 minutos ya estábamos
aterrizando. Respiramos nuevamente.

No supe qué pasó con el motor, lo que sí es que mientras lo arreglaban nos
hicieron esperar en el aeropuerto, bebidas y comida gratis. Le pedí a mi padre
algo de dinero y fui a cambiarlo por Balboas. Acto seguido fui directamente
hasta una máquina tragamonedas, jalé la palanca y la primer rueda se detuvo en
una figura, después la segunda rueda se detiene con la misma figura de la
primera y al final la tercera también se detuvo con tan mala suerte que me volvió
a salir repetida con la misma figura de las dos anteriores. ¡Qué mala suerte!
pensé (nunca había jugado), cuando de repente que se descompone la máquina y
empieza a arrojar muchas monedas por la abertura de enfrente, eran tantas que
caían al piso. No supe que hacer.

Escuché los gritos de mis hermanas y de los demás pasajeros y hasta entonces
comprendí que en realidad había ganado. Estaba feliz y en medio de tanta mi
felicidad empecé a regalar las monedas entre todos los pasajeros. No me veas así
por favor, era sólo un niño, obvio que ya no lo haría, pero bueno, era una
[“pierdas”=27] señal de que todo iba a ir mejor y así fue, nos quedamos en
Panamá tres días, en hotel de lujo, y con todos los gastos pagados por la
compañía de aviación ya que la reparación se llevó más tiempo. Tercer intento
del famoso beso, nada.

13 años.- Mi padre trabajaba en una compañía constructora, por lo cual pudimos
conocer muchas ciudades. En cada período vacacional lo acompañaba entre dos
y tres semanas a esas obras impresionantes, hidroeléctricas, presas, en fin, era
algo fascinante.

En esa ocasión entramos a la montaña por un inmenso túnel que terminaba
varios kilómetros dentro. El vehículo que nos llevaba era amarillo y cada una de
sus ruedas era más grande que cualquier adulto. Llegamos, era una ciudad de
acero dentro de la gran montaña, la cual tenía varios pisos dentro de la misma, y
si te asomabas a un lado de cada piso veías los abismos y no distinguías el
fondo, sólo oscuridad. Qué cosa tan impresionante.

En esa ocasión iba subiendo las escaleras, tras de mi padre, ya al final que
terminó de subir los casi ocho metros, me gritó muy fuerte: ¡Agarra la soga! Y
eso hice. Pésimo, era tanto el ruido de la turbinas que estaban trabajando en esa
área que lo que realmente me gritó fue ¡No agarres la soga!, bueno eso lo supe
hasta después, yo había entendido otra cosa.

Tomé la soga y halé fuertemente con toda la intención de abalanzar mi cuerpo
hacia arriba pero oh, oh, la cuerda estaba suelta y lo que logré fue el efecto
contrario y en un instante me vi volando hacia abajo. Otra vez en pleno “vuelo”,
pensé << qué vergüenza para mi padre, voy a ser el único ridículamente
accidentado >>.

Cuando finalmente toqué tierra, milagrosamente caí de manera vertical, con las
piernas un poco flexionadas lo que provocó que terminara en posición de
cuclillas para finalmente re-sortear hacia atrás. Afortunadamente como traía
doble pantalón de mezclilla (hacía mucho frío dentro de la montaña) me ayudo a
no lastimar mis rodillas, lo impresionante es que los dos pantalones que traía
puestos se rompieron de lado a lado totalmente por enfrente de ambas rodillas,
así de fuerte estuvo la caída. Me sacaron en una camilla improvisada con
tablones de madera; me acuerdo que mi padre lloraba, creo que se sentía
culpable. Duré un día sin poder mover siquiera un dedo, todo mi cuerpo estaba
en shock, pero afortunadamente poco a poco fui recuperando la movilidad
completamente.

Lo milagroso es que no tuve más que raspones, ninguna fractura. A los tres días
ya andaba de nuevo con mi padre en la obra. Unos amigos de mi padre me
felicitaron por mi buena suerte, y nos comentaron que esa misma mañana había
caído de esa misma altura un trabajador, desafortunadamente cayó de cabeza
dentro de una zanja de concreto muy angosto y sus sesos quedaron esparcidos
horriblemente. Esta vez, había sentido muy de cerca el aliento de ese casi cuarto
beso funesto.

21 años.- El agua otra vez, ah, pero esta vez ya sabía nadar. Ahora en un día de
campo a los márgenes de un río muy caudaloso. Era un bello lugar, todo era muy
verde, que no es normal por esos rumbos, pero esa vez había gran vegetación.

Habíamos planeado ese viaje con mucha ilusión, llevamos lo típico para un día
de campo. Viaje en familia, esta vez nos acompañaban dos amigos míos,
hermanos ambos, Richard, amigo entrañable hasta hoy, y su hermano ya con
Dios hace pocos años. También iban dos amigas colombianas que consideramos
parte de la familia.

Precisamente una de ellas, la mayor, tuvo el arrojo de atravesar nadando el río,
en esa parte tan ancha como un campo de futbol a lo largo, lo cual no es
cualquier cosa.

¿Pues qué crees?, Sí, así es, que me arrojo al río con la firme determinación de
cruzarlo y que lo cruzo. Cansadísimo pero lo logré. Me sentí muy orgulloso, tan
alta traía la adrenalina que dije: va de regreso, ¿por qué no? Y ahí voy de regreso
caminando por la orilla para recuperar el aliento y al llegar a la altura de donde
estaba mi familia, caminé cerca de otros cien metros más para encontrar un
mejor lugar y arrojarme. [“el”=4]

Lo mismo, me aviento y ahí voy nadando, pero esta vez el agua la sentía muy
pesada, ya a mitad del río la corriente era muy fuerte y me agoté increíblemente,
al extremo que no podía mover los brazos, sentía cómo la corriente me hundía
una y otra vez y heme gritando por ayuda, nada. Nadie me veía ni me oía, no
podía ni avanzar ni regresar, y en esa desesperación aun tuve tiempo de pensar
nuevamente << qué dolor tan grande les voy a causar a mis padres y qué
vergüenza morir tan tontamente ahogado por mi propio gusto >>.

¿Qué hacía, dejarme morir o luchar? Para luchar ya no tenía fuerza.
Nuevamente, rápidamente analizar. Exacto, debía tratar de cargarme de energía
dejándome llevar por la corriente, flotando, y sólo pensaba << mañana será otro
día, mañana será otro día>> iba resultando, ya no me hundía, y ya no tragaba
agua. Así dejé pasar buen rato. Es ahora, había llegado el momento.

Y lo hice. Giré sobre mi espalda y con toda determinación nadé hasta la orilla
logrando alcanzarla, muy apenas. Reconozco que fui muy tonto, pero al mismo
tiempo me llené de gran satisfacción por no haberme dejado abatir, tomé la
determinación de sobrevivir, analicé mi problema en medio del mismo y logré
encontrar una solución. Ese aprendizaje me sirvió durante todo el resto de mi
vida. Cinco-cero, esta vez fui yo quien no se dejó besar (empiezo a bailar la
macarena otra vez).

22 años.- Aún vivía con mis padres, había quedado una considerable cantidad de
basura sobrante de un trabajo de construcción. Con una pala la subí a la
camioneta de mi padre y conduje hasta las inmediaciones del aeropuerto de la
ciudad con la firme intención de tirarla en algún terreno solitario.

Iba manejando por un trayecto recto de la carretera y justo antes de llegar al
aeropuerto iniciaba una curva muy extendida hacia mi izquierda. Había
empezado a tomar dicha curva, talvez iba a mitad de la misma, cuando de mi
lado derecho ubiqué un lugar que consideré idóneo para tirar el escombro, no lo
pensé mucho y me salí de la carretera, no distaba más de unos diez metros. Sin
más ni más, me subí a la caja de la camioneta y procedí con la pala a tirar el
escombro, una, dos, tres paladas, levanto la mirada y veo pasar algunos
conductores que se me quedaban viendo. [“habrá”=32] Me dio vergüenza. Mejor
me retiré de inmediato de ese lugar y volví a tomar la carretera, manejé unos dos
kilómetros más hasta llegué a un lugar donde sí se permitía tirar ese escombro.
Terminé en menos de diez minutos y manejé de regreso a casa.

Volví a pasar por el mismo lugar donde indebidamente había empezado a tirar el
escombro y mi sorpresa fue enorme, quedé congelado de la impresión. Sólo
acerté a detenerme y observar.

En el mismo lugar donde hacía menos de quince minutos estaba tirando el
escombro, yacía volteado un tráiler con la chatarra que llevaba de carga
esparcida por todos lados. El pequeño montículo de escombro que había tirado
no se veía, estaba cubierto por toneladas de fierros oxidados.

Vi las marcas del derrape que las llantas dejaron en la carretera, al parecer iba a
mucha velocidad y el peso de la carga le hizo perder el control en la curva. El
chofer, bien afortunadamente. Sexta vez y aún no me tocaba recibir ese beso
mortal.

23 años.- Cursaba ya el último año en la universidad. Salimos de clases como
siempre, era alrededor de las diez y media de la noche, lo normal. Me despedí de
mis amigos, mi novia ya me esperaba dentro de la camioneta. Encendí el motor y
partí para dejarla en su casa.

Como siempre, íbamos platicando y riéndonos de puras tonterías, éramos muy
jóvenes y la vida no era tan complicada, aún.

Unas cuadras antes de llegar a su casa hice lo acostumbrado. Doble hacia mi
izquierda saliéndonos de la avenida principal, a la altura de su casa, recorrimos
toda la parte lateral de ese estadio, antigua casa del equipo de béisbol de la
ciudad (se me inunda la memoria de bellos recuerdos: la mascota cómo nos
hacía tanto reír junto a mis viejos: mi padre y mi abuelo “qepd”).

Había que estar alerta, ya que en las siguientes tres esquinas tendría que
detenerme porque ya no tenía la preferencia de vía, y en esa tercer esquina debía
voltear a mi derecha para llegar a la casa de mi novia, media cuadra adelante.

Voy manejando por el carril izquierdo y al llegar a la primera esquina me
detengo casi por completo, volteo a ver a mi izquierda y como no viene ningún
vehículo acelero y cruzamos [“llegara”=18] la calle. Ya no platicábamos, estaba
concentrado en manejar, según yo.

Esta vez tomé el carril de la derecha y al llegar a la segunda esquina, me detengo
nuevamente casi por completo, y vuelvo a voltear a ver hacia mi izquierda (error,
error, error, tenía que voltear a ver hacia mi derecha, ya que en esa ciudad una
calle viene, y la otra va, luego viene y así sucesivamente). ¿En qué estaba
pensando? No lo recuerdo, no sé por qué me confundí si ese camino me lo sabía
de memoria, lo había recorrido infinidad de veces.

Como te decía, me fijo hacia mi izquierda [“maneras”=43] y al ver que no
venían vehículos, instintivamente giré el volante hacia mi derecha y pisé el
acelerador para tomar la calle ¡que pensaba era la calle donde vivía mi novia!
Confusión total, aún faltaba una cuadra más. Bueno, tomo la calle y en eso se da
cuenta mi novia del grave error y empieza a gritar desesperadamente (nunca se
le quitó, por
cierto) - ¿Qué estás haciendo? ¡te metiste en sentido contrario! - y eso me hizo
reaccionar de inmediato, aunque ya había tomado la calle por mi derecha y
llevaba recorrido unos cinco metros, por lo que raudo y veloz analicé la situación
como siempre (jajaja, no, no es cierto, estaba ido totalmente). Lo que hice fue
girar el volante, hacer una vuelta en “u” y volver para retomar mi camino hacia
la esquina en la cual SÍ debía voltear hacia la derecha.

Para ese momento estábamos nuevamente en amena plática, pero esta vez no tan
grata con mi novia ya que me seguía llamando la atención y yo sólo atinaba a
responder “no sé qué me pasó, discúlpame, afortunadamente no pasó nada y sólo
perdimos unos cuantos segundos”, intentaba tranquilizarla.

Así que nuevamente ya íbamos por el carril derecho y al llegar la esquina donde
SÍ debía voltear a la derecha, me detuve un poco para mirar hacia mi izquierda y
cerciorarme que no vendrían autos para poder meterme a esa calle. Esta vez sí ya
estaba completamente alerta y concentrado. Ya estábamos a media cuadra de su
casa, pero pasó lo impensable.

Como no venían vehículos del lado izquierdo, me preparé para acelerar y
meterme a la calle por mi lado derecho, cuando de la nada cruza frente a
nosotros y a gran velocidad (y cuando digo a gran velocidad créeme iba muy
muy rápido) un vehículo que llevaba sus luces apagadas ¡venía en
[“convergen=65] sentido contrario¡ Estuvimos a centímetros de chocar de frente
con ese auto “fantasma”. Frené totalmente y sólo atinamos a vernos con mi
novia seriamente y en silencio. Tremendo [“amor”=60] susto.

Me repuse del susto casi de inmediato y dejé a mi novia en su casa. Nos
despedimos con un beso sin mediar palabra alguna. Al día siguiente platicando
entre nosotros de lo acontecido la noche anterior, caímos en cuenta que corrimos
con mucha suerte, ya que los pocos segundos que perdimos por mi “error” una
cuadra antes fueron vitales para evitar ese choque.

Qué extraño, algo o alguien se había interpuesto, lo que había provocado que se
emparejaran los cartones con los gatos: Por séptima ocasión la muerte no pudo
besarme, lo que no sospechaba era que lo intentaría ocho veces más.

34 años.- Pasaron once años sin novedades. Por cuestiones de trabajo tuve que
manejar por carretera, ida y vuelta el mismo día, un total de casi dieciocho horas
al volante. Salí muy temprano, llegué a mi ciudad destino, atendí los
compromisos y emprendo el regreso. Estando a unas tres horas de mi tan ansiada
cama, me pasó otro evento, casi mortal.

Había sido un viaje largo y agotador. Con una desvelada la noche anterior y aun
con dos Red Bull encima, mis reflejos habían mermado, no me percaté en qué
momento la carretera de dos carriles se había convertido en una de doble sentido,
la cual serpenteaba las laderas de varios cerritos interminables.

Casi sin tráfico y con el ansía de llegar a descansar debo reconocer que no iba
tan despacio que digamos.

Al terminar una curva alcancé un vehículo, el cual a mí parecer iba demasiado
lento, y seguro de que aun transitaba por la carretera con los dos carriles en un
solo sentido, me dispuse a rebasarlo. Grave error.

Giré un poco el volante hacia la izquierda y empecé a rebasar a ese conductor
que de repente empezó a hacer sonar su claxon intermitentemente ¡Qué loco!
Volteé a verlo una fracción de segundo, << estará borracho >> pensé, no lo
distinguí y volví a fijar la vista al frente. Súbitamente aparecieron ante mí dos
potentes luces que me enceguecieron.

No tengo manera de poder explicarlo correctamente, pero me esforzaré.
Seguramente tú o las personas que han vivido situaciones semejantes
comprenderán a lo que me refiero. Eso de que no se piensa en nada no es cierto,
es como si se congelara todo, tiempo y espacio, y dentro de esa fracción de
milisegundos se abre un espacio que da la oportunidad de pensar y ver varias
cosas.

Pensé en el gran dolor que les causaría a mis padres, a mi esposa y a mis dos
hijos. ¿La póliza de vida y la pensión del Seguro Social serían suficientes? ¡Eso
pensé!

Nuevamente regreso al momento, estoy en trayecto a la colisión. Me mantenía
calmado e instintivamente analicé (sin querer hacerlo) la situación. Si giraba a
mi derecha aún estaba el auto que rebasaba y si lo empujaba lo iba a
desbarrancar y no sería justo. De mi lado izquierdo una pared de rocas del cerro
tampoco se veía nada halagador y de frente el auto que venía según yo, en
sentido contrario. ¿Qué hacer? Escuché rechinidos de llantas quemándose contra
el pavimento, y supe lo que tenía que hacer: Pisé el acelerador hasta el fondo.

Inmediatamente que aceleré, giré un poco hacia mi derecha el volante, para
tomar nuevamente el otro carril, confiaba que no golpearía al auto que venía al
lado, ahora se encontraba tras de mí. El auto con el cual iba a chocar pasó tan
veloz y cerca de mi lado izquierdo que sentí el aire sobre [“la”=49] mi oreja.
Todos estábamos a salvo.

Ambos conductores, el de al lado y de enfrente, habían pisado sus frenos y
derrapaban por la velocidad que llevaban, al mismo tiempo que yo aceleraba aún
más.

De no haberse dado esa extraña sincronía, no habría tenido ese pequeño espacio
a mi derecha por delante del auto que iba rebasando y cualquier otra opción
hubiera sido mortal, ya sea que si yo hubiera frenado o conque sólo uno de ellos
no hubiera frenado, el impacto de todas formas habría sido inevitable.

¿Cómo es que aún sigo aquí platicando contigo? Van ocho y siguen girando las
manecillas de mi reloj. Me resisto a ese beso mortal.

35 años.- Después de ese casi choque frontal, tuve mayor cuidado al manejar. El
respeto a la vida, a cualquier vida, es mi religión. Por eso, este suceso que te voy
a comentar cambió drásticamente mis prioridades y mi enfoque sobre lo que
realmente es importante en la vida. Ese dolor aún sigue ahí, ya no lloro
[“de”=41] al recordarlo, pero sí me arranca de vez en cuando y de manera
inconsciente una inspiración muy profunda y tengo que exhalarla con fuerza.
No lo he podido controlar.

En esa ocasión, al dar las seis de la tarde, salí como de costumbre y tomé la vía
rápida de doble carril para regresar a mí hogar.

Tuve la tentación de irme, como muchas otras veces, por el centro de la ciudad,
pero eso hubiera sido más lento y tenía un compromiso con mis hijos, no iba
retrasado pero tampoco quería enfrascarme en el tráfico, había tomado una
decisión que tendría fatales consecuencias. Permíteme ir por un vaso con agua,
no es fácil.

Un día soleado es de lo más normal en esa región, y ese día no era la excepción,
aún quedaban unas dos horas de luz natural. Ciento diez, eso marcaba mi
velocímetro, era un manejo normal.

Me iba aproximando al entronque, conocido por los habitantes de esa zona como
“el crucero de la muerte” porque casi a diario, durante ya varios años, se
suscitaban accidentes viales o atropellamientos, al no contar con semáforos en
buen estado, ni con puentes peatonales.

Cuatrocientos metros antes de llegar al entronque. Podía ver a la distancia mucha
gente a pie y en bicicleta, acababan de salir de su trabajo. Normalmente gente de
muy bajos recursos, que iban por [“cada”=38] los acotamientos laterales de la
carretera, tanto peatones como ciclistas. Seguía manejando tranquilamente por el
carril de mi derecha, algunos autos iban por delante. De repente que pasa una
camioneta a muy alta velocidad, nos rebasa por nuestra izquierda y veo cómo se
va alejando.

Trescientos metros. Tomo mi carril izquierdo para encauzarme con tiempo y
subir un puente que ya sabía se encontraba un poco más adelante después de
pasar el macabro entronque.

Doscientos metros. Muchas de las veces, tenía la mala costumbre de ir fumando
mientras manejaba o de ir hablando por celular, o de ir tomando café. Esa vez
no, no estaba distraído con nada, ni siquiera con la música, mis dos manos las
tenía puestas sobre el volante. ¿Qué pasó entonces? Sucedió la terrible desgracia.

Bajé la vista un segundo, no sé por qué, no había razón alguna. Al levantarla, por
instinto levanté ambos brazos para cubrir mi rostro. Un hombre se dirigía directo
hacia mí en su bicicleta, alcancé a distinguir que llevaba un “bulto” sobre la
barra paralela que va del asiento al manubrio, se me apareció frontalmente, no lo
vi llegar, la colisión fue inevitable, y mortalmente ventajosa.

El golpe de su cuerpo contra el auto fue brutal, grotescamente su cuerpo giró
sobre sí mismo y con la espalda por delante impactó el parabrisas del auto con
tal fuerza que abrió en “V” todo el techo del auto y siguió su vuelo de largo por
encima.

Pisé el freno hasta el fondo, pero ya todo había pasado. Derrapé [“origen”=5]
por el acotamiento de mi lado izquierdo.

Tenía los ojos cerrados, sentía como si todo transcurriera en cámara lenta. Me
zumbaban los oídos, no sabía si estaba soñando, estaba aturdido. Recordé lo que
acaba de acontecer y mi temor creció, sabía que había más gente a esa hora por
ahí. ¡Por favor Dios, que no halla atropellado a nadie más!

Veía borroso, como pude abrí la puerta del auto y me bajé mareado, traté de
recuperar la calma para enfocar mi vista, pero empecé a ver todo rojo, era de día
y lo único que distinguía con claridad era ese color rojo. Era la sangre que
escurría desde mi frente.

Alguien, no sé quién, me dio agua con la que me enjuagué la vista y pude
recuperarla, pero sentía como arenilla, comprendí que no debía restregarme, eran
vidrios incrustados en mis lentes de contacto, eso fue lo que me salvo de no
lastimar mis retinas. Al menos, ya podía ver mejor.

Pude ver mi camisa blanca, totalmente manchada de sangre. Observé mis manos
y pude ver el índice de mi mano derecha colgando grotescamente hacia atrás,
sobre el dorso de mi mano, lo tenía fracturado. El cuerpo del ciclista sí alcanzó a
golpearme, me fracturó el dedo y la cabeza por encima de la frente, por eso la
sangre. Pude ver el auto y estaba totalmente destruido, sin cofre, sin techo, sin
vidrios, el motor humeando, al extremo que fue declarado pérdida total. El único
pequeño lugar que estaba casi intacto era el del conductor.

Desde [“tiempo”=47] que frené y bajé del auto hasta ese momento que vi mi
dedo fracturado, estimo que había transcurrido cerca de dos minutos. Tomé el
celular que traía en la cintura y le marqué a mi jefe, le informé que había tenido
un accidente, que estaba bien pero que había atropellado a una persona. Me pidió
[“vez”=14] que guardara la calma, que enviaría a la aseguradora.

Corrí hasta la persona que había atropellado, tenía los ojos cerrados pero seguía
vivo, sus roncos y tenues lamentos así lo evidenciaban. Era un hombre de unos
treinta años.

Ya había mucha gente curiosa que se había arremolinado alrededor del accidente.
Otra persona me dijo que no debíamos moverlo, que ya habían hablado a la cruz
roja, y que lo importante era el niño, ¡¿Cuál niño?! En ese momento lo
comprendí: Ese “bulto” que había alcanzado a ver era un niño.

Más atrás, sobre la tierra se encontraba tendido el niño, en la misma posición que
el adulto. Supuse que era su padre.

Corrí hasta él, se veía de unos nueve años, ¡Qué imagen tan dolorosa Dios mío!
Yacía inconsciente, sucio completamente, sin zapatos, con sangre en su ropa y en
su tierno rostro. No entendía lo que me decía la gente alrededor, sólo sentía una
opresión muy fuerte en el pecho y ya no pude más… Caí arrodillado a su lado, lo
alce con mucho cuidado, y con mucha delicadeza lo puse sobre mi regazo, lo
abracé con todo mi amor y comencé a llorar abiertamente, sentía tanto dolor (aun
lo siento en este instante), sólo le pedía perdón una y otra vez, me imaginaba a
mi hija, tendrían casi la misma edad, y yo era el culpable de su desgracia.

Mejor continuamos mañana, hoy no puedo más.

Hola, ya de regreso. No fue nada fácil recordar ese horrible evento, te pido una
disculpa, pero aquí ando otra vez. Si gustas, continuamos.

Por azares de la vida, o designios de Dios, a veces nos llega un ángel, y en mi
caso llegó en la forma de mi amigo Luis. Tenía muchos años de no verlo, éramos
inseparables durante los últimos de escuela. Entré a la universidad y tomamos
caminos separados, casualmente en ese momento se volvería a cruzar nuestros
caminos, ya que coincidentemente pasó manejando rumbo a su casa, vio el
accidente y me reconoció a lo lejos, ya luego me comentó que no esperaba
[“través”=45] volver a verme y menos en tan lamentable estado. Se detuvo
rápidamente y se acercó hasta donde estaba. Me pidió que lo acompañara, que
ya todo estaría bien.

Así pues, dejé al niño, ya habían llegado las ambulancias y empezaron a
atenderlo. También habían llegado tres patrullas y hasta la aseguradora.

Me acerqué hasta el padre del niño y sólo pude observar cómo lo cubrían
completamente con una sábana blanca. Comprendí que había fallecido.

Me llevaron a una clínica privada para que me atendieran, precisamente a la
misma a la cual llevaron a Israel, así se llamaba el niño, nombre apropiado. En
hebreo: “el hombre que ha visto a Dios”.

Milagrosamente sobrevivió. El cuerpo de quien era su padrastro (hasta el día
siguiente lo supe) de manera extraña lo “cubrió” por lo cual no recibió el
impacto de lleno. Despertó del coma casi veinticuatro horas después. Solamente
había recibido raspones y con un bracito enyesado estaba de regreso en la
escuela una semana después.

Durante los tres días que duré internado, la aseguradora se encargó de hacer
todos los trámites correspondientes para indemnizar a sus deudos. Durante ese
tiempo, no pude comer nada, tomaba poca agua, casi no dormía y el tiempo que
no estaba dormido me la pasaba llorando, no era capaz de ver a nadie
directamente a los ojos. Me sentía terriblemente culpable y avergonzado.

Las investigaciones, peritajes y declaración de una decena de testigos
(curiosamente, la mayoría amigos del hombre muerto) arrojaron que [“no”=26]
había sido un accidente y no amerité cárcel, sólo hubo el pago una
indemnización.

Todo señalaba que había sido un suicidio lo acontecido. Varios testimonios así lo
hacían suponer con firmeza: lo vieron embestir de frente mi auto, no fue por
“accidente”, había regalado su grabadora de audio favorita de manera muy
emotiva a un niño pocos minutos antes, se despidió de algunos cuantos amigos
durante el día y hasta de la señora con quien vivía en unión libre (la madre de
Israel). Sí traía un cuadro depresivo muy fuerte ¿Pero, porqué con el niño? Esa
es la gran incógnita. Con el tiempo logré aceptarlo, más no superarlo.

Curiosamente, las primeras personas que me visitaron estando internado (y lo
siguieron haciendo durante el tiempo que estuve internado), fueron precisamente
la madre de Israel y su suegra. Ambas siempre me brindaron palabras de
consuelo, y a pesar de que les pedía perdón constantemente, ellas no dejaban de
repetir que no había nada que perdonar, que no me sintiera culpable, que
comprendían que no había sido mi culpa y que sólo estuve en el momento
equivocado. Eso me hacía sentir peor, les había arrebatado un esposo y un hijo,
había destruido sus vidas. Pero ellas sólo me consolaban. Nunca se los dije, pero
¡Gracias!

Este ha sido el dolor más fuerte que he sentido. El segundo, ya lo sabes.

Eran ya nueve intentos, sólo que esta vez la muerte no se quiso ir con las manos
vacías.

38 años.- Pasa el tiempo y ahora me encuentro en otra ciudad trabajando para
una empresa acerera. Tengo sangre de gitano errante.

Tenía bajo mi cargo la administración de la compañía, razón por la cual me
involucraba en todo tipo de asuntos. Esa vez fue llevar a cabo el despido de una
persona conflictiva que trabajaba como cargador. Todos le tenían miedo y su jefe
me pidió apoyo porque quería despedirlo. Lo mando llamar a una salita, estaba
su jefe, una secretaría y el jefe de guardias. Llega el hombre, le explico la
situación y le pido que reciba su liquidación. No dice nada, se lleva la mano
hacia atrás de la cintura y saca un arma, corta cartucho y me la pone en la frente.

Todo esto sucedía mientras me insultaba y le gritaba a su jefe que no iba a firmar
nada. Su jefe estaba visiblemente nervioso [“sus”=63] mientras intentaba
calmarlo con palabras. El guardia de seguridad, bien callado y sin moverse, no
sabía qué hacer, y la secretaría sollozando, y con las manos pegadas a su boca.

Pensé <<mañana será otro día>>. Hasta cuando nos pudimos ver directamente a
los ojos fue que le hablé lo más tranquilo que pude. Le dije “No vas a disparar”.
Se me quedó viendo por un breve instante y bajó el arma, al tiempo que me
contestaba “no necesito su dinero”. Se dio media vuelta y jamás regresó.

¿Qué cómo supe que no iba a disparar? No lo sabía, fue lo primero que se me
ocurrió nada más. Creo, más bien, que confiaba en mi buena suerte. Eso no evitó
que mis manos sudaran frío. Pero sólo las manos. No pienses mal.

Por décima ocasión no pudo besarme. Aunque era el inicio de un nuevo embate,
ahora con armas. Jajaja, perdón me acordé de alguien.

39 años.- Todavía trabajaba en esa ciudad, así que viajaba cada quince días a
visitar a mis hijos, y los fines de semana que no iba me pasaba encerrado la
mayor parte del tiempo en el departamento, ya que la ciudad no era muy segura.
El ejército hacía rondines [“en”=66] por toda la ciudad, pero también circulaba
gente extraña de mala estampa en camionetas sin placas y con armas de grueso
calibre. Más valía no arriesgarse, pero ahí voy otra vez… no aprende uno, al
cabo voy aquí cerquita.

Decidí aceptar la invitación de un compañero de la oficina a un convivio que
había organizado en un pequeño poblado a tan sólo media hora. Total, qué
pudiera pasar.

Estuve departiendo tranquilamente con la gente del lugar, había bebido muy
poco, pero me sentía cansado así que decidí retirarme del lugar casi a las doce de
la noche. Me despedí y enfilé rumbo al departamento. Noche con luna casi llena,
el cielo estrellado y casi sin tráfico. Manejaba despacio y con cuidado, cuando
me rebasan dos patrullas con las sus torretas encendidas y atrás de ellos
siguiéndolas (o más bien acompañándolas) una camioneta.

Mucho más adelante vi que se detuvieron, todavía con las luces girando en
colores azul y blanco.

Me fui acercando por mi carril derecho, hasta quedar estacionado atrás de otros
dos vehículos. Las patrullas y la camioneta que se encontraban a media carretera
nos impedían el paso. A nuestro lado izquierdo, a casi cincuenta metros se
podían ver las luces de los vehículos que se dirigían en sentido contrario y entre
ambas carreteras a mitad de ese terreno se encontraba detenido un vehículo
grande, tipo Grand Marquis, con las luces apagadas.

¿Qué hacía un vehículo ahí en medio de la nada y siendo observado por
federales? Me pregunté tranquilamente. Bueno, no tardé mucho en averiguarlo.
El sonido estruendoso y las luces de los balazos que salían desde ese auto hacia
los federales (¡Hacia nosotros!) me dieron la respuesta.

Inmediatamente los federales se apostaron atrás de sus patrullas y comenzaron
repeler el fuego, pero los dos vehículos que estaban delante de mí y algunos
pocos más que ya estaban estacionados tras de mí, nos encontrábamos situados
exactamente en la línea de fuego. Piensa, piensa, miro hacia adelante y al veo
cómo al mismo tiempo las dos [“que”=52] cabezas de los conductores delante de
mi desaparecen al mismo tiempo. Entiendo, haz lo mismo. Y eso hago, me
inclino hacia mi derecha y ahí me quedo. Analizo: No es suficiente, los balazos
continúan y sigo en la línea de fuego.

Estaba muy tenso, sabía que en cualquier momento podría sentir el fuego
caliente en alguna parte de mi cuerpo (y no estoy hablando en doble sentido).
<<Ah, el acotamiento lateral, es ancho, pero de terracería, un poco alto, pero tal
vez sólo golpee el chasis, cuidar no pegarle al auto de adelante, deberé calcular
lo mejor posible desde mi posición horizontal para evitar asomarme y no
arriesgar mi cabeza>> Y que lo hago.

Patitas para qué las quiero, ya no volteé a ver ni me subí a la carpeta asfáltica
sino cuando estimé que ya me había alejado lo suficiente fue que me enderecé
con cuidado, volteo a ver hacia atrás y efectivamente seguían el tiroteo, pero esta
vez ya me encontraba lejos.

Afortunadamente mis cálculos fueron correctos. Sólo me subí nuevamente a la
carretera y sin más contratiempos pude llegar con bien a mi departamento.

Al día siguiente revisé las noticias. Nada. ¿Qué extraño, no? Por cierto, no les
recomiendo los autos con asientos delanteros independientes, son muy
incomodos en estos casos, pero sólo en estos.

Ya son las once con sereno. ¡Gulp!

43-44 años.- Así es, otra vez balaceras, ahora en Durango. Ya te lo había
advertido.

Quise juntar ambos eventos, ya que sucedieron en el mismo lugar y bajo
situaciones semejantes.

La primera vez me encontraba trabajando en la computadora dentro de la
oficina, en la parte del frente que daba a la calle. En ese momento se suscitó una
balacera entre policías y delincuentes, duró cerca de diez minutos, terminaron
huyendo y se oía como se iba alejando la balacera.

No pasó a mayores, sólo diez minutos tirado boca abajo. Era increíble el
estruendo, parecía que la balacera era dentro de la oficina. Varios carros con
cristales rotos y con agujeros en la carrocería, mi auto sano afortunadamente.

La segunda vez aconteció como seis meses después. Había más personas
conmigo en la oficina, cuando alguien grita que hay una persona arriba del techo
y un policía arriba de la reja de la cochera. Ya iba hacia afuera para investigar
qué estaba sucediendo, cuando empieza otra vez. Sí, caray, qué te digo, era otra
balacera. Nuevamente todos pecho-tierra, y a esperar como veinte minutos.
[“esencia”=58]

La balacera era entre un ladrón que para escapar se subió al techo de la oficina y
desde ahí se parapetó contra los policías. Otra vez en medio de una balacera, no
puede ser. Finalmente el ladrón pudo escapar.

Afortunadamente tampoco pasó a mayores. Sólo la crisis nerviosa leve de dos
compañeras, nada que un algodón y alcohol no pudieran curar.

Talvez te hayan parecido un poco aburridos, pero te aseguro que estando en ese
momento nada es aburrido, créelo.

Así las cosas, doce y trece fueron intentos de besos, ya no tan cercanos estas
veces, pero que pudieron ser. También cuentan.

47 años.- Vivía en la ciudad en que me había autoexiliado, casado nuevamente.
Esa vez salí temprano hacia un lugar fuera de la ciudad que se encontraba a dos
horas de camino. Ya había terminado de salir el sol en todo su esplendor, y como
estuvo lloviendo durante la noche, la carretera se encontraba completamente
mojada, por lo mismo resbaladiza.

Tenía no más de una hora manejando. Todo tráiler o vehículo que alcanzaba, lo
rebasaba con sumo cuidado, ya que la carretera en ese tramo era de doble
sentido.

Así es como voy, muy atento a la carretera y veo por mi espejo retrovisor que
dos vehículos ya me estaban alcanzando, finalmente los veo exactamente atrás
de mí, esperando que rebasara el tráiler que tenía por delante.

Observé el tráiler. Llevaba de carga unas pocas planchas extendidas de acero, no
sobresalían por los lados, es decir iban bien centradas.

Me hice un poco hacia la izquierda y veo que es una recta lo suficientemente
larga para rebasar sin mayor problema, pongo las direccionales y me dispongo a
rebasar.

Me arrepiento de último momento, apagué las direccionales y me volví a meter a
mi lado derecho. Sabía que si empezaba a rebasar se me iban a pegar los dos
vehículos que venían atrás y no quería tenerlos “encima” como muchas veces lo
hacen, desesperados por rebasar, así que mejor desistí de hacerlo, pensé mejor
dejarlos pasar y ya después hacerlo sin ningún tipo de presión.

Efectivamente los dos vehículos inmediatamente empezaron a rebasar. Tuve que
frenar inmediatamente al ver lo que estaba sucediendo, mientras un hormigueo
recorría toda mi espalda. No podía hacer nada, sólo pude observar.

En el preciso momento en que iban rebasando al tráiler, el tractor del mismo
pierde el control y gira hacia la izquierda impidiendo el paso de los dos
vehículos. Veo cómo humean las llantas del tráiler, aun con la lluvia, por el
frenado tan abrupto, mientras los dos vehículos se incrustan contra la caja del
tráiler, siendo arrastrados. A cada lado de la carretera sólo hay cañadas
inundadas de pinos tan grandes que se pierden en el horizonte. Es algo
majestuoso e imponente.

Estaba preparándome para frenar totalmente e ir en su ayuda, atrás de mi habían
más vehículos observando también. Más adelante, en [“ “mujer” ”=1] sentido
contrario ya se divisan otros autos que se acercaban, seguramente también
observando, no podíamos hacer nada más.

Finalmente el tráiler se detiene y queda obstruyendo totalmente [“Si”=12] la
carretera. Pude observar que se bajaron cinco personas de ambos vehículos y el
chofer del tráiler también se baja. Todos se veían bien. Ninguno de los tres
vehículos desbarrancó.

Lo primero que pensé fue que se iban a tardar en mover el tráiler, en lo que
llegaba la policía federal, peritos, las grúas, en fin, no iba a ser algo rápido y lo
que menos quería era perder un día de trabajo. Giro totalmente y me encamino
de regreso.

Espera, que caigo en cuenta de algo muy importante. Ya llevaba pocos minutos
manejando de regreso y empiezo a analizar el accidente (no puedo evitarlo).

Así pues, lo primero que analizo es que de haber sido yo el primero en rebasar,
seguramente se me iban a venir atrás los dos vehículos, y yo hubiera recibido el
impacto del tractor cuando derrapó [“del”=59] hacia su izquierda. Es decir, me
hubiera lanzado a la cañada, o mínimo hubiera quedado entre el tractor y los
vehículos y lo más seguro es que también las consecuencias hubieran sido
mortales.

Me detuve a un lado de la carretera. Me bajé a fumar un cigarro y a cavilar sobre
lo acontecido. Esta vez sí que sentí fuertes cosquilleos no nada más en la
espalda. Caí en cuenta que acababa de salvar la vida… Otra vez.

Catorce intentos, cada vez siento más su aliento. Talvez pronto me deje seducir
por ese beso.

48 años.- Hoy, 22 de septiembre de 2017, hago constar que esto que te voy a
platicar ha sido el último intento de tan elegante dama por querer plantarme un
beso.

Casado de nuevo, el lugar en que decidí autoexiliarme ahora era mi lugar de
residencia, por lo cual viajaba cada dos o tres semanas para visitar a mis padres e
hijos.

Levantarme temprano para preparar mi propio equipaje es algo que me
traumatiza hasta la fecha, no me gusta que nadie me lo prepare, lo cual había
sido causa de cierta molestia o incomodidad de parte de mis dos exesposas. Ya
luego lo superaron, creo finalmente le vieron el lado amable. Esa ocasión, fue lo
rutinario, preparé mi equipaje temprano, me preparé un café y partí.

Como ya eran tantas idas me sabía casi de memoria la carretera, la cual a mitad
del camino, se vuelve sinuosa en medio de varias lomas, con despeñaderos no
tan profundos la mayoría. Es recomendable bajar la velocidad, ya he visto
muchos accidentes por ahí.

Creo que entre el sueño por no dormir bien y el malestar que sentía aún, ya que
la noche anterior había tenido un altercado con mi segunda esposa (para ese
momento ya teníamos muchas diferencias), fue que me distraje nuevamente y no
disminuí suficientemente la velocidad en una de las curvas. [“ “hombre” ”=34]

Cuando caí en cuenta de la velocidad que llevaba frené un poco para tomar la
curva hacia mí izquierda, pero a la física no se le engaña y tuve que emplearme a
fondo por lo cual no tuve más opción que frenar completamente, y ahí voy
derrapando hasta que terminé patinando sobre el acotamiento derecho de la
carretera. Finalmente se detuvo el auto, quedando al lado de la pared de un cerro.

Milagrosamente ese pedazo de acotamiento es el único que existe en ese tramo
como para no chocar contra las laderas de los cerros o no terminar en el fondo de
las cañadas.

Me bajé del auto, lo revisé y afortunadamente sólo había quemado un poco de
llanta, así que proseguí mi camino. Fue un gran fin de semana, por cierto.

Si la osadía de esta elegante dama se lo permite, ya te enterarás por otros
medios, mientras tanto intentaré seguir resistiéndome [“fe,”=29] a sus atrevidos,
pero no encantadores flirteos, y yo mismo te lo haré saber durante las próximas
ediciones. Sigue el dieciséis o su acierto final. La moneda está en el aire. ¿Otro
café?
CAPÍTULO VIII
MI SEGUNDO DIVORCIO, LA JAULA DE ORO

Te decía, en un pestañeo transcurrieron algunos años y de repente me veo
nuevamente casado. ¿Por qué pones esa mirada? Sí, también [“pido”=22] me
sorprendo ahora, ¿qué te puedo decir? Es la verdad, y bueno.

Así es, otra mujer, otra ciudad, otra casa, otro trabajo, eso sí no más hijos sólo
los mismos tres, bueno dos más que venían con mi nueva esposa, aunque ya muy
grandecitos, de hecho adultos e independientes, por lo cual no tuve que hacer
nuevamente la tarea, de hecho mi nueva esposa y su exesposo se habían lucido
como escultores en el amor paternal y lograron hacer madurar con bien a dos
bellos seres humanos. Esa es la parte que sí me dolió de mi segundo fracaso
matrimonial, y es que se pierden afectos de gente valiosa, buena, que venían
“junto con pegado”, mi suegra siempre torciéndome [“te”=15] la boca, mi
suegro gran hombre. Otra vez estoicismo y el corazón entra en etapa crítica, hay
que bloquear el dolor… Aún viven los recuerdos. No puede ser, me falta un poco
la respiración y mis ojos se humedecen… ¿Por qué? si ya no me duele… No
puedo levantar la mirada, dame unos minutos por favor.

Perdón por dejarte sola un momento, estoy bien, no hay nada de qué
preocuparse, todos estamos mejor en el espacio que nos corresponde estar, y sí,
tampoco soy completamente feliz, pero estoy [“la”=7] tranquilo, tengo la
esperanza de que sea el preámbulo de un futuro mejor, poco a poco cada día, no
llevo prisa, sólo respirar, disfrutar el sol y más aún la luna, sí la luna.

Por el nivel de confianza que te he depositado a estas alturas, quisiera aclararte
algo: De ninguna manera quiero sembrar en ti la semilla de la lástima, ya que
siempre he creído firmemente que lo peor y más bajo a lo que puede caer un ser
humano es a “vender lástima” ante los demás, aunque durante mi corta vida he
conocido mucha gente que ha hecho de eso su modus vivendi, y lo peor de todo
es que siempre ha existido gente que lo ha comprado, ¿no te ha pasado? no lo
entiendo. La piedad es una virtud que creo nos hace más humanos, más sensibles
y despierta o debería despertar en todos nosotros el sentido de la solidaridad
hacia los más débiles y necesitados, pero cuando no son los más débiles ni
[“la”=5] los más necesitados, porque obviamente están sanos y sólo están
incapacitados voluntariamente, es cuando repruebo esa vendimia de lástima, ¿no
crees?, aclarado, continúo.

¿Cuándo y porqué volvió a ocurrir mi segundo fracaso matrimonial? No quiero
confundirte, permíteme te llevo unos pocos años antes de ese suceso.

La primera vez que vi a mi segunda esposa fue en esa pequeña ciudad en la cual
me había “autoexiliado”, (sí, gracias hermana), era una noche lluviosa de julio y
el tráfico no avanzaba.

Me encontraba ya desesperado, cuando vi a una mujer que estaba a punto de
cruzar la calle desde la esquina. Llevaba una sombrilla rosa, camisa roja de
cuadros, botas negras, pantalón oscuro ajustado y un cinturón que ceñía su
delgada cintura. Por Dios, ahora fui yo quien tuvo que detener el tráfico mientras
ella cruzaba frente a mí, ni siquiera volteó, iba deprisa y pude observar como su
largo y liso cabello negro envolvía un rostro hermosamente pálido. Me llamó
tanto la atención que quedé paralizado viéndola caminar rápidamente mientras
su hermosa figura se perdía entre la gente. Me acuerdo que pensé << qué
hermosa mujer y que ricas nalgas >>. Bueno, ofrecí serte sincero y no mentir, ten
en cuenta que ya había recordado andar en bicicleta. En fin, pensé que ya no
volvería a verla, pero estaba equivocado.

Tardé como media hora en hallar estacionamiento y la lluvia aun persistía por lo
que tuve que correr una cuadra hasta poder ingresar al pequeño centro comercial
al cual me dirigía.

El destino seguía obstinado en retarme ante nuevas pruebas, ahí adentro se
encontraba esa mujer, su sombrilla rosa era inconfundible.

Me fui acercando a ella, hice un leve pestañeo y ya habían transcurrido dos
semanas al tiempo que la observaba durmiendo en mi cama. Volví a pestañear y
ya habían transcurrido otros tres años, nuevamente me encontraba en
[“siempre”=31] el bar del mismo centro comercial en que nos habíamos
conocido, sólo que esta vez recitando nuestros votos matrimoniales. Supe que
todo era real porque ya no veía por ningún lado la sombrilla rosa.

Desde un inicio la relación de noviazgo fue demasiado intensa, dejamos fluir las
emociones que tanto teníamos reprimidas, comulgábamos en el mismo dolor,
cada uno traíamos a cuestas un fracaso matrimonial. Nos prometimos fidelidad y
amor eterno. Ni uno ni otro cumplimos nuestra palabra.

Cada noche, durante varios meses, tortuosos pensamientos martillaron
incesantemente dentro de mi cabeza, retumbando hasta lo más profundo de mi
sentir ahuyentando al espíritu de la tranquilidad. El amor descontrolado y
arrepentido después de los errores cometidos no es una prueba de amor
incondicional, es culpa venenosa que tratando de expiarse sólo asfixia pero no
ahoga, asesina lenta y silenciosamente la alegría de respirar la vida cada día, y ya
no importa cuánto daño se esté dispuesto a reparar, nunca sería suficiente, el
demonio de la desconfianza había devorado a todos mis demás demonios y se
había estado alimentado insaciablemente de todo lo que tuviera oportunidad de
devorar.

El tsunami de la destrucción fue implacable, sus turbias y violentas olas
arrasaron las promesas de amor. Los largos y pesados silencios, la falta de
detalles y errores humanos agotaron finalmente el oxígeno que alimentaba su
flama. Subió varios grados más la insensibilidad, debía insistir en bloquear el
dolor.

El amor que le había profesado a mi segunda esposa era tal que la había
idealizado al grado de no permitirme la posibilidad de cometer el más mínimo
error, ni en acción ni en pensamiento, que minara la confianza. Un año antes de
nuestra separación ya esa sensación de mariposas en el estómago había
desaparecido, lo supe esa mañana de Julio.

Me dispuse a darme un baño antes de salir para la oficina. Me sentía cansado
física y emocionalmente, me invadía todo el tiempo una profunda tristeza.

La noche previa fue de desvelo, una más, pensando en círculos sinfín sobre mis
frustraciones, me sentía como un león enjaulado. Esa jaula yo mismo la fui
construyendo, la quise hacer lo más bonita y acogedora posible, de oro, pero era
una vil jaula nada más.

Pasó algo extraño: Bajo la regadera, adormilado, y con la barbilla pegada a mi
pecho cerré los ojos y sin poderme controlar comencé a sollozar hasta soltar
libremente el llanto, mientras el agua limpiaba con su fresco manto mis lágrimas,
sentía como si fuera la mano consoladora de mi madre quien las limpiara, pero
aun así sentía ese dolor recalcitrante, anidado muy profundamente en mi alma, y
es que por fin como una loza aplastante comprendí que por más que lo intentara
estaba fuera de mi alcance la proeza de volver a confiar en que la relación se
salvaría.

Esta vida nos enfrenta a grandes pruebas, y dentro de todas ellas el haber salvado
la vida quince veces ya no tenía sentido alguno, no en ese momento.

En ese preciso momento, mientras aún lloraba con profundo dolor bajo el agua,
me [“SILYBIL”=68] llegó la aplastante aceptación: Había iniciado la agonía de
ese sentimiento que alguna vez creí era el amor de mi vida.

Esa noche le pedí el divorcio, hoy me encuentro sólo.
CAPITULO IX
El DESENLACE

Sabía que lo lograrías, por fin tienes las 68 claves.

Lo único que te hace falta para poder interpretar correctamente el mensaje que
guarda el secreto mejor guardado de los hombres es la definición de lo que
abarca la palabra “hombre” y “mujer”. Te lo has ganado así que aquí lo tienes:

Mujer: Madre, esposa, hija, hermana, amiga, conocida y desconocida.

Hombre: Padre, esposo, hijo, hermano, amigo, conocido y desconocido.

La palabra clave No. 68 es tristemente mi despedida definitiva, y es la que
enmarca el himno del secreto. Michael Bolton tiene la respuesta.

Te he de confesar que recordar y compartir contigo todos esos pasajes y
experiencias a lo largo de mi vida, han logrado que este corazón se suavice un
poco y por fin derramé algunas lágrimas, esta vez de agradecimiento.

Comprendí que tengo mucho más de lo que jamás imaginé. El amor de mis hijos,
de mis padres, de mis hermanos, y de mis verdaderos amigos ha hecho que valga
la pena. El afecto recibido de conocidos y desconocidos ha hecho que valga la
pena. El amor entregado y el amor recibido han hecho que valga la pena. Las
desilusiones y el sufrimiento han hecho que valga la pena. Compartirlo contigo
ha hecho que valga la pena.

Desconozco si algún día volveré a encontrarme como hombre con el amor, y
tampoco lo buscaré, además estoy tan cansado de cargar esta armadura para
bloquear el dolor, la cual llegué a amar enfermizamente, que sin darme cuenta se
fundió en mi corazón, sólo que el dolor que repelía se convirtió en una mortal
puñalada de desconfianza.

Si la muerte aún no me ha querido besar es porque talvez, sólo talvez, en algún
lugar me esté esperando una taza más de café con sabor a confianza y
aromatizada de amor, quizá.

Por fin tienes en tus manos el secreto, si es que lograste descifrarlo. Nunca debes
olvidarlo, conviértelo en tu guía y atesóralo en tu corazón, que nunca deje de
“sentir” en cada latido.

Por mi lado… Creo “sentir” un leve latido.

- ¿FIN? -

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