Está en la página 1de 11

1

Diletantism o

C on em o ció n ag u ard áb am o s hoy n u e stra p rim e ra lección con


Tortsov. P ero Arkadi Nikoláievich vino al aula sólo para h ac em o s
u n so rp re n d en te anuncio: m o n taría u n espectáculo en el que de
bíam os in te rp re ta r algún fragm ento de n u estra elección. La fu n
ció n se h a ría en el escen ario , co n la p resen cia de espectadores,
todo el elenco y las autoridades del teatro. Su deseo era vernos en
el a m b ien te d e la re p resen ta ció n , ac tu a n d o en el e n tarim a d o ,
e n tre decorados, caracterizados, an te las candilejas. Sólo así, dijo,
le sería posible ju zg ar nuestras aptitudes dram áticas.2
Los alum nos quedaron pasm ados de asom bro. ¿Actuar en nues
tro teatro? ¡Era un sacrilegio, una profanación del arte! Quise pedir
a Tortsov que la función se realizara en algún lugar m enos solem ne,
p ero el director salió del aula antes de que pudiera hablarle.
La lección se postergó, y se nos concedió tiem po libre p ara la
elección de los fragm entos.
La o currencia de Arkadi Nikoláievich despertó anim adas discu
siones. Al p rin cip io la a p ro b a ro n m uy pocos. L a apoyaron con
especial a rd o r u n joven esbelto, Govorkov, que ya había actuado en
algún p e q u e ñ o teatro ; u n a ru b ia alta y h erm o sa, llam ada Sonia
Veliamínova, y el peq u eñ o y vivaracho Viuntsov.

- E ste p r o c e d im ie n to c o r r e s p o n d e a lin a p r á c tic a real d e S tanislavski, im ita d a


d e s p u é s e n n u m e r o s o s c e n tro s d e fo rm a c ió n soviéticos. «Es i m p o r ta n te v e r so b re
el e s c e n a rio a los q u e in g re s a n e n la escu ela, f r e n te a los e s p e c ta d o re s . A m e n u d o
só lo a h í se m a n ifie sta n las c o n d ic io n e s d ra m á tic a s, la fu e rz a , el e n tu s ia s m o c o n ta
g io s o y o tr o s r e q u is ito s . E n e s ta s p r e s e n t a c io n e s p ú b lic a s h a y q u e o b s e r v a r al
a c to r c o n su c a ra c te riz a c ió n y m a q u illa je . O u e los m ism o s e x a m in a d o s esc o ja n el
p r o g r a m a p a r a su p r e s e n ta c ió n . E sto re v e la rá su c u ltu ra , sti g u sto , su c o n o c im ie n
to l i t e r a r i o y su in ic ia tiv a c r e a d o r a » . ( F r a g m e n t o d e u n a d e c la r a c ió n d e
S tanislavski p u b lic a d a e n u n a rev ista d e 1937.)

17
P ero p o co a poco tam b ién los dem ás em pezam os a acostum
b ram o s a la idea. P ronto la representación nos pareció interesante,
útil y hasta im prescindible. Al com ienzo, Shustóv, Pushin y yo opta
m os p o r la m odestia. Nuestros sueños no iban más allá del vodevil o
la com edia ligera. Nos parecía q ue hasta ahí podían llegar nuestras
fuerzas. P ero en re fere n cia a nosotros se p ro n u n c ia b a n cada vez
m ás a m e n u d o y con m ás confianza n o m b res de au to res rusos,
com o Gógol, Ostrovski, Chéjov, y después de otros genios de la lite
ratu ra universal. Inadvertidam ente, tam bién nosotros fuim os ab an
d o n an d o nuestra hum ildad; a m í m e seducía la im agen de Mozart;
P ushin eligió a Salieri y Shustóv pen saba en d o n Carlos. D espués
em pezam os a h ab lar de Shakespeare, y p o r fin mi elección recayó
en O telo.3 La razón era que en m i casa n o tenía la obra de Pushkin,
p ero sí la de Shakespeare; se había ap o derado d e m í u n deseo tan
im perioso de trabajar q ue no po d ía p e rd e r tiem po en la búsqueda
de libros. Shustóv se dispuso a rep resen tar el papel de Yago.
Ese m ism o d ía nos in fo rm aro n de q u e el ensayo se h a ría al día
siguiente.
Al volver a casa m e en c erré e n mi habitación, agarré Otelo, m e
senté có m o d am en te en u n sofá y con recogim iento ab rí el libro y
e m p ecé la lectura. P ero a la seg u n d a p ág in a se n tí el im pulso de
actuar. Mis m anos, mis brazos y mis m úsculos faciales em pezaron a
moverse, y n o p u d e co n ten er el deseo de declamar. De re p en te des
c u b rí u n co rtap ap el de m arfil y lo sujeté en m i c in tu ró n com o si
fuera u n puñal. U n a toalla m e sirvió de turbante, y con las cortinas
d e las ventanas p rep aré u n a bandolera. C on sábanas y m antas de la
cam a h ice u n a cam isa y u n a túnica. U n paraguas se convirtió en
cim itarra; pero m e faltaba el escudo. R ecordé que en la habitación

3 N o es casu al ni c a p r ic h o s a la e le c c ió n d e Otelo p o r el a lu m n o N azvánov, p u e s


S tanislavski c o n s id e ra b a ese p e r s o n a je u n e x c e le n te m a te ria l p e d a g ó g ic o . L a tr a
g e d ia d e S h a k e s p e a re fu e d irig id a e in te r p r e ta d a p o r el p r o p io S tanislavski, y so n
a b u n d a n te s los e scrito s s o b re el m o n ta je d e la m ism a e n t r e los m a te ria le s q u e n o
lle g a r o n a f o rm a r p a r te d e u n lib ro .

18
contigua h ab ía u n a gran bandeja, que m e perm itió suplir la falta.
P ero mi aspecto g en e ral seguía sien d o m o d e rn o , civilizado,
m ientras que O telo es u n africano. E n él debían de traslucirse algo
así com o los im pulsos de u n tigre. P ara captar los m ovim ientos de
la fiera co m en cé u n a serie de ejercicios: cam in ab a p o r la h ab ita
ción con paso sigiloso y furtivo, deslizán d o m e ág ilm ente p o r los
estrecho s pasajes e n tre los m uebles; m e o cu ltab a tras el arm ario
para caer sobre u n enem igo im aginario, representado p o r u n gran
alm o h ad ó n . D espués el alm o h a d ó n pasó a ser D esdém ona. La
abracé ap asio n a d am en te, besé sus m anos, en este caso eran las
puntas de la funda; después retrocedí con desdén, y volví a los abra
zos, p ara estrangularla y estallar en llanto sobre el im aginario cadá
ver. M uchos m om entos resultaron perfectos.
Así, sin d arm e cuenta, trabajé casi cinco horas. Esto no se hace a
la fuerza. Sólo el a rre b a to d el arte lo g ra q u e las h oras parezcan
m inutos. ¡He ahí la p ru eb a d e que el estado experim entado po r m í
era la inspiración auténtica!
Antes de quitarm e el ropaje, y com o ya todos en la casa dorm ían,
m e deslicé hacia el vestíbulo, d onde había u n gran espejo, e n c e n d í
la luz y observé m i im ag en . N o vi n a d a d e lo q u e esp erab a. Las
poses y los gestos d escu b ierto s no e ran lo q u e h ab ía im aginado.
Más aún: el espejo m e reveló unas angulosidades y líneas desagra
dables qu e n o h a b ía n o ta d o hasta en to n ces. El d ese n can to hizo
que m i en ergía se esfum ara instantáneam ente.
R e c u rrí a u n a tab leta d e ch o co late. L a m ezclé con m an tec a
y o b tu v e u n a p a sta d e c o lo r p a rd o . P u d e u n ta rm e fá c ilm e n te
co n ella la cara y a d q u irí el aspecto d e u n m oro. P o r co n traste,
co n aq u el co lo r d e piel, los d ien tes p a re c ía n m ás blancos. S en
tad o an te el espejo, a p re n d í a s o n re ír y a h a c e r gestos p a ra des
tacar el co n traste d el co lo r de mi d e n ta d u ra y p o n e r los ojos en
blanco.
Me h ab ía fo rm a d o u n a im presión sobre cuál sería el aspecto
exterior de m i Otelo, y esto tenía sum a im portancia.

19
Hoy fue nuestro p rim er ensayo y llegué muy tem prano. Rajm ánov
p ro p u so que cada u n o de nosotros plan eara sus propias escenas y
distribuyera la utilería. Felizm ente Shustóv estuvo de acu erd o con
todas mis ideas, ya que el aspecto exterior no le interesaba. Para mí,
en cam bio, era de sum a im portancia distribuir los trastos de m odo
tal q u e p u d iera o rien tarm e en tre ellos com o en mi p ro p ia habita
ción. P ero no lograba el resultado deseado. H acía esfuerzos inúti
les p o r convencerm e de que estaba en mi propio cuarto, pero esto
sólo era un estorbo para la representación.
Para mi asom bro, el texto era u n obstáculo en vez de u n a ayuda,
y de b u en a gana h ab ría querido desem barazarm e de él o reducirlo
a la m itad. No sólo las palabras del papel, sino tam bién los pensa
m ientos del poeta, extraños para mí, y las acciones indicadas p o r él
rep resentaban u n freno p ara la libertad de que había gozado en mi
casa.
Más d esag rad ab le aú n m e re su ltab a no re c o n o c e r m i p ro p ia
voz. P or u n a parte leía el texto y p o r la otra hacía los gestos del sal
vaje sin re lacio n ar lo u n o con lo otro. Las palabras esto rb ab an al
ju eg o , y éste a las palabras. Era u n estado de absoluto desorden.
N o en c o n tré n ad a nuevo, y persistí en que ya no m e satisfacía.
¿Q ué significa esa rep etició n d e las m ismas sensaciones y los mis
m os recursos? ¿Por qué m archaba tan bien el trabajo al principio, y
después se había estancado?
M ientras razonaba de este m odo, en la h ab itació n c o n tig u a
algunas p ersonas se re u n ie ro n p ara to m ar el té. Con el fin d e no
a tra e r su aten c ió n se m e o cu rrió traslad arm e a o tra p a rte d e la
habitación y repetir las palabras del texto lo más bajo posible. Para
m i aso m b ro, estos cam bios insignificantes m e re a n im a ro n , o bli
g án d o m e a m irar de u n m o d o nuevo mis ejercicios y hasta mi
papel.
¡Ahí estaba el secreto! Consiste en no p erm an ecer m ucho tiem
p o en lo mismo, repitiendo siem pre lo dem asiado familiar.

20
El ensayo de hoy se realizó en el escenario. C ontaba con la atm ósfe
ra m ilagrosa y excitante d e los bastidores. ¿Y qué ocurrió? En vez
del fulgor d e las candilejas, el alb o ro to y la utilería, m e en c o n tré
con un lugar mal ilum inado, silencioso, desierto. El gran escenario
estaba vacío. Sólo ju n to a las candilejas había algunas sillas que deli
neaban el co n to rn o de los futuros decorados. A la derech a se veía
u n a serie d e luces. Apenas había pisado el tablado, apareció frente
a m í la inm ensa boca del arco del proscenio, y detrás u n a interm i
n ab le y n eg ra p en u m b ra . P o r p rim e ra vez veía desde la escena la
platea, ah o ra vacía y desierta. Me sentía totalm ente desconcertado.
-¡C om ience! -exclam ó alguien.
Se supon ía q u e yo en tra b a en la habitación de O telo, figurada
p o r las sillas, y que deb ía ocupar mi sitio. Me senté en u n a de ellas,
p e ro no e ra la in dicada. N o p o d ía siq u iera re c o n o c e r el plan de
n u e stra escena. D u ra n te largo ra to n o p u d e o rie n ta rm e en el
am plio espacio b o rd e ad o p o r las sillas, ni co n c en trar mi atención
en lo que sucedía en to rn o a mí. H asta m e resultaba difícil m irar a
Shustóv, q u e estaba a mi lado.
A p esar de to d o , seguí h ab lan d o y ac tu a n d o m ecánicam ente.
Si n o h u b iese sido p o r m is largas p rácticas en casa, q u e h ab ían
a c u m u la d o en m í p ro c e d im ie n to s p a ra in te rp re ta r al salvaje y
re c o rd a r el texto y la en to n ació n , m e h a b ría d e te n id o en las pri
m eras palabras. De todos m odos, eso fue lo q u e al final ocurrió.
La culpa fue del ap u n tad o r. Me di cu en ta p o r p rim era vez de que
este «señor» era u n m iserable intrigante, y no u n am igo del actor.
A mi parecer, u n b u e n ap u n ta d o r es aquel que sabe callar d u ra n
te tod a la rep resen tació n , y en el m o m en to crítico decir solam en
te la palab ra q u e huyó de la m em o ria del artista. P ero el nuestro
m u rm u ra sin cesar. Me detuve y le p e d í q ue no siguiera m olestán
dom e.

Hoy tuvimos el seg u n d o ensayo en el escenario. L legué m uy tem


prano, decidido a prep ararm e ante todos en un escenario que h e r

21
vía de actividad, pues estaban colocando los telones y la utilería, en
lugar de hacerlo a solas en el cam erino.
H abría sido inútil, en m edio de sem ejante caos, buscar la com o
d id ad a la que estaba acostum brado d u ra n te mis ensayos en casa,
d eb ía habituarm e al am biente q ue m e resultaba nuevo. Me dirigí al
fren te del escenario y em pecé a m irar al espantoso vacío más allá
d e las candilejas, para acostum brarm e a él y librarm e d e su atrac
ción, p ero cuanto más m e esforzaba en n o tom arlo en cuenta, m ás
m e obsesionaba. En ese m o m en to , u n h o m b re que pasaba a mi
lad o d ejó caer u n p a q u e te d e clavos; le ayudé a recogerlos, y de
re p en te tuve la grata sensación d e sentirm e a mis anchas en el esce
nario. R ápidam ente recogim os los clavos u n o a u n o y de nuevo m e
sen tí o p rim ido p o r la am plitud del espacio. ¡Y u n m o m en to antes
m e sentía m agníficam ente! Todo era natural: m ientras realizaba la
tarea, n o p en sab a en el espacio ten eb ro so q u e ten ía fre n te a mí.
Salí ráp id am ente del escenario y m e dirigí a la platea.
C om enzaron los ensayos de otras escenas p ero yo no veía nada,
con im paciencia esperaba mi turno.
C uando p o r fin llegó, subí al escenario, d o n d e se había m o n ta
d o u n d e c o rad o con p artes d e d iferen tes obras. A lgunas estaban
m al colocadas y el m obiliario era m uy diverso. A pesar de todo, la
apariencia general del escenario, ah o ra ilum inado, era agradable,
y m e sen tí a gusto en la habitación p re p ara d a p ara O telo. C on un
gran esfuerzo de la im aginación po d ía en c o n tra r en ese am biente
algo que recordara mi habitación.
P ero en c u a n to se alzó el teló n y la sala apareció an te m í, m e
sen tí totalm ente do m in ad o p o r su poder. Surgió en m í u n a sensa
ció n nueva e inesperada. Los d eco rad o s a d q u irie ro n la significa
ción de u n reflector, que proyecta toda la atención del acto r hacia
la sala y el público. O tra sensación nueva para m í fue que mi ansie
d ad m e llevara a sentirm e obligado a interesar al público para que
e n n in g ú n m o m e n to se sin tiera a b u rrid o . Este sen tim ie n to m e
im pedía en tregarm e a lo que estaba haciendo. Em pecé a sentirm e

22
aprem iado, mis pasajes favoritos pasaban com o postes de telégrafo
vistos d esde u n tren . La m ás ligera equivocación, y la catástrofe
hab ría sido inevitable. Más de u n a vez dirigí u n a m irada de súplica
al apuntador, p ero él seguía a lo suyo. Sin duda, era u n a venganza
p o r lo de la vez pasada.

Llegué al teatro p ara el ensayo general aún más tem p ran o que de
costum bre, ya que ten ía que o cuparm e del m aquillaje y el vestua
rio. Me diero n u n b u en cam erino y u n a suntuosa túnica, realm en
te u n a pieza de m useo, la del príncipe de M arruecos en El mercader
de Venecia. M e senté an te el tocador, d o n d e h ab ía to d o g én e ro de
accesorios de maquillaje.
T raté d e ap licarm e con un cepillo u n a p in tu ra de u n color
p ard o , p ero se e n d u re c ía tan p ro n to q u e ap e n as d ejab a huella.
Reem placé el cepillo p o r u n pincel, con el m ism o resultado. Puse
el color en los dedos y m e lo pasé p o r la cara, pero ninguno queda
ba bien. Me apliqué u n poco de barniz en la cara para pegarm e u n
poco de pelo; el barniz m e causaba escozor y el pelo no se adhería.
P ro b é u n a p elu ca desp u és d e o tra, p e ro sin afeites resu ltab an
dem asiado evidentes. Quise quitarm e las pequeñas cantidades de
m aquillaje q u e con tan to esfuerzo m e h ab ía colocado en la cara,
pero no sabía cóm o hacerlo.
E n ese instante en tró en el cam erino u n h o m b re alto y delgado,
con anteojos y u n gran guardapolvo blanco, con m ostachos p untia
gudos y u n a larga perilla. Este «Don Quijote» se inclinó ligeram en
te y sin m uchas palabras em pezó a arreglar mi cara. Prim ero limpió
co n vaselina to d o lo q ue m e h ab ía p u esto y em pezó a ap licar de
nuevo los colores, h u m edeciendo previam ente la brocha en aceite.
A hora los colores se ad h erían de u n m odo fácil y uniform e sobre la
piel.
C u ando estuvo lista mi caracterización, m e m iré en el espejo y
qu ed é adm irado del arte del m aquillador y d e m i apariencia gene
ral. Los ángulos de m i cuerpo desaparecían bajo los pliegues de la

23
túnica, y los gestos que había ensayado para re p resen ta r al salvaje
iban de acuerdo con mi vestuario. E ntraron en el cam erino Shustóv
y otros alum nos y m e felicitaron p o r mi aspecto, sin la m en o r som
bra d e envidia. Los elogios m e devolvieron mi antigua confianza.
Pero cuando llegué al escenario me confundió el cam bio en la dis
tribución de los m uebles. U n sillón de brazos había sido trasladado
inco rrectam ente desde la pared casi hasta la mitad de la escena; la
m esa estaba dem asiado próxim a a la co n ch a del ap untador. P are
cían colocados p ara u n a exposición, en el lu g ar más notable.
D ebido a mi nerviosism o cam inaba de aq u í para allá agitando los
pliegues de la túnica y golpeando con mi puñal m uebles y bastido
res. Al acercarse el m o m en to cu lm in an te m e asaltó u n p e n
sam iento: «Ahora m e voy a atascar». Se ap o d eró de m í el pánico y
m e callé, confuso, a la vez que unos círculos blancos que giraban se
form aron ante mis ojos... No sé qué m e hizo retom ar mi papel, pero
u n a vez más m e sentí a salvo. U n pensam iento me dom inaba: term i
n ar lo antes posible, quitarm e el m aquillaje y salir del teatro.
Ya estoy en casa, solo. P ero ahora estoy con mi más terrible com
pañía: yo mismo. Siento u n a angustia indecible. A fortunadam ente
viene el b u e n Pushin. M e h a visto y q u iere saber qué pienso de su
in terp re tació n d e Salieri; p ero n o p u e d o decirle nada: a pesar de
h ab e rle observado c u a n d o h acía su papel, d e n ad a m e di cu e n ta
p o r la ansiedad que sentía m ientras esper aba mi turno.
Sobre m í m ism o n o hice preguntas. Tem ía la crítica que podría
destruir los últim os restos de confianza en m í propia persona.
P ushin habló m uy am ab lem en te de la pieza de S hakespeare y
del papel de O telo. Estuvo m uy interesante al explicarm e la am ar
gura, la so rp resa y el c h o q u e del M oro an te la id ea d e q u e tan ta
m ald ad p u d ie ra existir bajo la h erm o sa m áscara de D esdém ona.
Esto la hace aún más terrible a los ojos de Otelo.
C uando se fue mi am igo, traté de a b o rd a r algunos pasajes del
papel según la interpretación que él m e había expuesto, y casi lloré
de com pasión p o r el Moro.
La función de pru eb a es hoy. Me sentía absolutam ente indiferente
h asta q u e e n tré en el cam erino. En ese m o m en to m i corazón
em pezó a latir con violencia, y m e parecía que m e faltaba el aire.
Tuve u n a sensación de náusea y de u n a gran debilidad. C reí enfer
mar. Eso estaría m uy bien. Con la enferm edad se podía justificar el
fracaso d e la p rim era representación.
Lo p rim ero que m e confundió en el escenario fue la extraordi
naria solem nidad, el silencio y el orden que reinaban. La ilum ina
ción era tan intensa, q u e parecía fo rm a r u n telón d e luz e n tre la
sala y yo. Me sen tí resguardado del público y respiré a mis anchas.
Pero mis ojos se acostum braron m uy p ro n to a la luz, y el m iedo y la
atracción de la sala se intensificaron. Me parecía que el teatro esta
b a colm ad o de esp ectad ores, q u e m illares de ojos y prism áticos
estaban clavados en mí, que atravesaban a su víctima.
El excesivo esfuerzo p o r apartar de m í aquella em oción creó en
todo mi cu erp o u n a tensión que llegó al espasmo; mis m anos y mi
cabeza se inm ovilizaron, se petrificaron. Todos mis m ovim ientos se
p aralizaro n . Todas mis fuerzas d esa p are ciero n an te esa tensión
inútil. Mi garganta se cerraba; mi voz sonaba com o un grito.
Toda la in terp retació n se to rn ó violenta. Ya n o p o d ía controlar
los m ovim ientos d e las m anos y las piernas ni el habla, y la tensión
fue en aum en to . Me sentía avergonzado d e cada palabra, de cada
gesto. A b ochornado m e aferré con fuerza al respaldo de un sillón.
En m edio del d esam p aro y la confusión m e d o m in ó la ira c o n tra
m í m ismo, contra los espectadores. P o r unos m inutos estuve fuera
de mí, y sentí q u e m e invadía un valor indecible. Al m argen de mi
v o luntad lancé la fam osa línea: «¡Sangre, Yago, sangre!». E ra el
grito de u n su frim iento insoportable. N o sé cóm o lo dije. Tal vez
sentí en esas palabras toda la ofensa de u n hom bre confiado, y sin
ce ra m e n te lo co m p ad ecí. La in te rp re ta c ió n d e O telo que h ab ía
h ech o P ushin reapareció en mi m em o ria con gran claridad y des
pertó mi em oción.
Me pareció q u e p o r u n segundo la sala se había puesto en te n

25
sión y q ue u n ru m o r reco rría el auditorio, com o si fu e ra el viento
que pasa p o r la copa d e los árboles.
En cu a n to sen tí esta a p ro b ació n hirvió en m í u n a en e rg ía
incontenible. No sé cóm o term iné la escena. Sólo p u ed o re co rd ar
que las candilejas y el negro agujero desaparecieron de mi concien
cia, y m e sentí libre de todo tem or. En la escena había surgido para
m í u n a vida nueva, d esconocida, q u e m e fascinaba. N o sé d e un
d eleite m ayor que esos pocos m in u to s q u e pasé en el escenario.
A dvertí que P asha Shustóv se h ab ía aso m b ra d o de m i cam bio, y
q u e luego, co n tag iad o , in te rp re ta b a con p ro fu n d a inspiración.
Cayó el telón, y en la sala com enzaron los aplausos. Me sentía ale
g re y feliz, fo rtalecid a la fe e n mi talen to , co n u n a sensación de
aplom o. C uando re to rn é victorioso a m i cam erino, m e pareció que
todos m e m iraban con entusiasm o.
E ngalanado y con aires de im portancia, com o corresponde a un
astro, co n afectada indiferencia bajé a la sala d u ran te el entreacto.
P ara m i sorpresa, n o h ab ía a m b ie n te d e fiesta, ni siq u iera u n a
b u e n a ilum inación. E n vez del in m en so g en tío que h a b ía creíd o
ver desde el escenario, conté en la platea apenas unas veinte perso
nas. ¿Para qu ién es m e h ab ía afanado? P ero p ro n to m e consolé:
«Los asistentes de hoy son pocos -m e dije—, p e ro tie n e n co n o ci
m iento del arte. No cam bio sus pocos aplausos p o r la tem pestuosa
ovación de u n a m uchedum bre...».
D espués de h a b e r elegido e n la p latea u n lugar desde d o n d e
p o d ía ser visto fácilm ente p o r Tortsov y Rajmánov, m e senté con la
esperanza de que m e llam aran para decirm e algo agradable.
Se en cen d iero n las candilejas, el telón se levantó, y en seguida la
alum na M alolétkova bajó velozm ente unos escalones. Cayó al suelo
co n tra íd ay gritó «¡Socorro!» con u n tono tan desgarrador, que me
heló la sangre. Luego em pezó a m usitar algo tan rápidam ente que
n o se p o d ía e n te n d e r u n a palab ra. D e p ro n to , en m ed io de u n a
frase, com o si hubiera olvidado su parte, se detuvo, se cubrió la cara
co n las m anos y desapareció velozm ente e n tre bastidores, desde

26
d o n d e llegaban apagadas frases de elogio. Bajó el telón, p ero en
mis oídos aú n resonaba aquel grito: «¡Socorro!». ¡Lo que significa
el talento! U n a palabra es suficiente para percibirlo.
Tortsov estaba, a mi parecer, electrizado: ¿pero no había ocurri
do conm igo lo m ism o con aquella única frase: «¡Sangre, Yago, san
gre!», cuando todos los espectadores estuvieron en mi poder?
A hora, m ientras escribo estas líneas, no d udo de mi futuro. Sin
em bargo, esa fe n o m e im pide te n e r conciencia de que m i éxito no
ha sido tan extrao rd in ario com o m e pareció. Y, no obstante, en lo
p ro fu n d o d el corazón, la confianza en m í m ism o proclam a la vic
toria.

27

También podría gustarte