Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Diletantism o
17
P ero p o co a poco tam b ién los dem ás em pezam os a acostum
b ram o s a la idea. P ronto la representación nos pareció interesante,
útil y hasta im prescindible. Al com ienzo, Shustóv, Pushin y yo opta
m os p o r la m odestia. Nuestros sueños no iban más allá del vodevil o
la com edia ligera. Nos parecía q ue hasta ahí podían llegar nuestras
fuerzas. P ero en re fere n cia a nosotros se p ro n u n c ia b a n cada vez
m ás a m e n u d o y con m ás confianza n o m b res de au to res rusos,
com o Gógol, Ostrovski, Chéjov, y después de otros genios de la lite
ratu ra universal. Inadvertidam ente, tam bién nosotros fuim os ab an
d o n an d o nuestra hum ildad; a m í m e seducía la im agen de Mozart;
P ushin eligió a Salieri y Shustóv pen saba en d o n Carlos. D espués
em pezam os a h ab lar de Shakespeare, y p o r fin mi elección recayó
en O telo.3 La razón era que en m i casa n o tenía la obra de Pushkin,
p ero sí la de Shakespeare; se había ap o derado d e m í u n deseo tan
im perioso de trabajar q ue no po d ía p e rd e r tiem po en la búsqueda
de libros. Shustóv se dispuso a rep resen tar el papel de Yago.
Ese m ism o d ía nos in fo rm aro n de q u e el ensayo se h a ría al día
siguiente.
Al volver a casa m e en c erré e n mi habitación, agarré Otelo, m e
senté có m o d am en te en u n sofá y con recogim iento ab rí el libro y
e m p ecé la lectura. P ero a la seg u n d a p ág in a se n tí el im pulso de
actuar. Mis m anos, mis brazos y mis m úsculos faciales em pezaron a
moverse, y n o p u d e co n ten er el deseo de declamar. De re p en te des
c u b rí u n co rtap ap el de m arfil y lo sujeté en m i c in tu ró n com o si
fuera u n puñal. U n a toalla m e sirvió de turbante, y con las cortinas
d e las ventanas p rep aré u n a bandolera. C on sábanas y m antas de la
cam a h ice u n a cam isa y u n a túnica. U n paraguas se convirtió en
cim itarra; pero m e faltaba el escudo. R ecordé que en la habitación
18
contigua h ab ía u n a gran bandeja, que m e perm itió suplir la falta.
P ero mi aspecto g en e ral seguía sien d o m o d e rn o , civilizado,
m ientras que O telo es u n africano. E n él debían de traslucirse algo
así com o los im pulsos de u n tigre. P ara captar los m ovim ientos de
la fiera co m en cé u n a serie de ejercicios: cam in ab a p o r la h ab ita
ción con paso sigiloso y furtivo, deslizán d o m e ág ilm ente p o r los
estrecho s pasajes e n tre los m uebles; m e o cu ltab a tras el arm ario
para caer sobre u n enem igo im aginario, representado p o r u n gran
alm o h ad ó n . D espués el alm o h a d ó n pasó a ser D esdém ona. La
abracé ap asio n a d am en te, besé sus m anos, en este caso eran las
puntas de la funda; después retrocedí con desdén, y volví a los abra
zos, p ara estrangularla y estallar en llanto sobre el im aginario cadá
ver. M uchos m om entos resultaron perfectos.
Así, sin d arm e cuenta, trabajé casi cinco horas. Esto no se hace a
la fuerza. Sólo el a rre b a to d el arte lo g ra q u e las h oras parezcan
m inutos. ¡He ahí la p ru eb a d e que el estado experim entado po r m í
era la inspiración auténtica!
Antes de quitarm e el ropaje, y com o ya todos en la casa dorm ían,
m e deslicé hacia el vestíbulo, d onde había u n gran espejo, e n c e n d í
la luz y observé m i im ag en . N o vi n a d a d e lo q u e esp erab a. Las
poses y los gestos d escu b ierto s no e ran lo q u e h ab ía im aginado.
Más aún: el espejo m e reveló unas angulosidades y líneas desagra
dables qu e n o h a b ía n o ta d o hasta en to n ces. El d ese n can to hizo
que m i en ergía se esfum ara instantáneam ente.
R e c u rrí a u n a tab leta d e ch o co late. L a m ezclé con m an tec a
y o b tu v e u n a p a sta d e c o lo r p a rd o . P u d e u n ta rm e fá c ilm e n te
co n ella la cara y a d q u irí el aspecto d e u n m oro. P o r co n traste,
co n aq u el co lo r d e piel, los d ien tes p a re c ía n m ás blancos. S en
tad o an te el espejo, a p re n d í a s o n re ír y a h a c e r gestos p a ra des
tacar el co n traste d el co lo r de mi d e n ta d u ra y p o n e r los ojos en
blanco.
Me h ab ía fo rm a d o u n a im presión sobre cuál sería el aspecto
exterior de m i Otelo, y esto tenía sum a im portancia.
19
Hoy fue nuestro p rim er ensayo y llegué muy tem prano. Rajm ánov
p ro p u so que cada u n o de nosotros plan eara sus propias escenas y
distribuyera la utilería. Felizm ente Shustóv estuvo de acu erd o con
todas mis ideas, ya que el aspecto exterior no le interesaba. Para mí,
en cam bio, era de sum a im portancia distribuir los trastos de m odo
tal q u e p u d iera o rien tarm e en tre ellos com o en mi p ro p ia habita
ción. P ero no lograba el resultado deseado. H acía esfuerzos inúti
les p o r convencerm e de que estaba en mi propio cuarto, pero esto
sólo era un estorbo para la representación.
Para mi asom bro, el texto era u n obstáculo en vez de u n a ayuda,
y de b u en a gana h ab ría querido desem barazarm e de él o reducirlo
a la m itad. No sólo las palabras del papel, sino tam bién los pensa
m ientos del poeta, extraños para mí, y las acciones indicadas p o r él
rep resentaban u n freno p ara la libertad de que había gozado en mi
casa.
Más d esag rad ab le aú n m e re su ltab a no re c o n o c e r m i p ro p ia
voz. P or u n a parte leía el texto y p o r la otra hacía los gestos del sal
vaje sin re lacio n ar lo u n o con lo otro. Las palabras esto rb ab an al
ju eg o , y éste a las palabras. Era u n estado de absoluto desorden.
N o en c o n tré n ad a nuevo, y persistí en que ya no m e satisfacía.
¿Q ué significa esa rep etició n d e las m ismas sensaciones y los mis
m os recursos? ¿Por qué m archaba tan bien el trabajo al principio, y
después se había estancado?
M ientras razonaba de este m odo, en la h ab itació n c o n tig u a
algunas p ersonas se re u n ie ro n p ara to m ar el té. Con el fin d e no
a tra e r su aten c ió n se m e o cu rrió traslad arm e a o tra p a rte d e la
habitación y repetir las palabras del texto lo más bajo posible. Para
m i aso m b ro, estos cam bios insignificantes m e re a n im a ro n , o bli
g án d o m e a m irar de u n m o d o nuevo mis ejercicios y hasta mi
papel.
¡Ahí estaba el secreto! Consiste en no p erm an ecer m ucho tiem
p o en lo mismo, repitiendo siem pre lo dem asiado familiar.
20
El ensayo de hoy se realizó en el escenario. C ontaba con la atm ósfe
ra m ilagrosa y excitante d e los bastidores. ¿Y qué ocurrió? En vez
del fulgor d e las candilejas, el alb o ro to y la utilería, m e en c o n tré
con un lugar mal ilum inado, silencioso, desierto. El gran escenario
estaba vacío. Sólo ju n to a las candilejas había algunas sillas que deli
neaban el co n to rn o de los futuros decorados. A la derech a se veía
u n a serie d e luces. Apenas había pisado el tablado, apareció frente
a m í la inm ensa boca del arco del proscenio, y detrás u n a interm i
n ab le y n eg ra p en u m b ra . P o r p rim e ra vez veía desde la escena la
platea, ah o ra vacía y desierta. Me sentía totalm ente desconcertado.
-¡C om ience! -exclam ó alguien.
Se supon ía q u e yo en tra b a en la habitación de O telo, figurada
p o r las sillas, y que deb ía ocupar mi sitio. Me senté en u n a de ellas,
p e ro no e ra la in dicada. N o p o d ía siq u iera re c o n o c e r el plan de
n u e stra escena. D u ra n te largo ra to n o p u d e o rie n ta rm e en el
am plio espacio b o rd e ad o p o r las sillas, ni co n c en trar mi atención
en lo que sucedía en to rn o a mí. H asta m e resultaba difícil m irar a
Shustóv, q u e estaba a mi lado.
A p esar de to d o , seguí h ab lan d o y ac tu a n d o m ecánicam ente.
Si n o h u b iese sido p o r m is largas p rácticas en casa, q u e h ab ían
a c u m u la d o en m í p ro c e d im ie n to s p a ra in te rp re ta r al salvaje y
re c o rd a r el texto y la en to n ació n , m e h a b ría d e te n id o en las pri
m eras palabras. De todos m odos, eso fue lo q u e al final ocurrió.
La culpa fue del ap u n tad o r. Me di cu en ta p o r p rim era vez de que
este «señor» era u n m iserable intrigante, y no u n am igo del actor.
A mi parecer, u n b u e n ap u n ta d o r es aquel que sabe callar d u ra n
te tod a la rep resen tació n , y en el m o m en to crítico decir solam en
te la palab ra q u e huyó de la m em o ria del artista. P ero el nuestro
m u rm u ra sin cesar. Me detuve y le p e d í q ue no siguiera m olestán
dom e.
21
vía de actividad, pues estaban colocando los telones y la utilería, en
lugar de hacerlo a solas en el cam erino.
H abría sido inútil, en m edio de sem ejante caos, buscar la com o
d id ad a la que estaba acostum brado d u ra n te mis ensayos en casa,
d eb ía habituarm e al am biente q ue m e resultaba nuevo. Me dirigí al
fren te del escenario y em pecé a m irar al espantoso vacío más allá
d e las candilejas, para acostum brarm e a él y librarm e d e su atrac
ción, p ero cuanto más m e esforzaba en n o tom arlo en cuenta, m ás
m e obsesionaba. En ese m o m en to , u n h o m b re que pasaba a mi
lad o d ejó caer u n p a q u e te d e clavos; le ayudé a recogerlos, y de
re p en te tuve la grata sensación d e sentirm e a mis anchas en el esce
nario. R ápidam ente recogim os los clavos u n o a u n o y de nuevo m e
sen tí o p rim ido p o r la am plitud del espacio. ¡Y u n m o m en to antes
m e sentía m agníficam ente! Todo era natural: m ientras realizaba la
tarea, n o p en sab a en el espacio ten eb ro so q u e ten ía fre n te a mí.
Salí ráp id am ente del escenario y m e dirigí a la platea.
C om enzaron los ensayos de otras escenas p ero yo no veía nada,
con im paciencia esperaba mi turno.
C uando p o r fin llegó, subí al escenario, d o n d e se había m o n ta
d o u n d e c o rad o con p artes d e d iferen tes obras. A lgunas estaban
m al colocadas y el m obiliario era m uy diverso. A pesar de todo, la
apariencia general del escenario, ah o ra ilum inado, era agradable,
y m e sen tí a gusto en la habitación p re p ara d a p ara O telo. C on un
gran esfuerzo de la im aginación po d ía en c o n tra r en ese am biente
algo que recordara mi habitación.
P ero en c u a n to se alzó el teló n y la sala apareció an te m í, m e
sen tí totalm ente do m in ad o p o r su poder. Surgió en m í u n a sensa
ció n nueva e inesperada. Los d eco rad o s a d q u irie ro n la significa
ción de u n reflector, que proyecta toda la atención del acto r hacia
la sala y el público. O tra sensación nueva para m í fue que mi ansie
d ad m e llevara a sentirm e obligado a interesar al público para que
e n n in g ú n m o m e n to se sin tiera a b u rrid o . Este sen tim ie n to m e
im pedía en tregarm e a lo que estaba haciendo. Em pecé a sentirm e
22
aprem iado, mis pasajes favoritos pasaban com o postes de telégrafo
vistos d esde u n tren . La m ás ligera equivocación, y la catástrofe
hab ría sido inevitable. Más de u n a vez dirigí u n a m irada de súplica
al apuntador, p ero él seguía a lo suyo. Sin duda, era u n a venganza
p o r lo de la vez pasada.
Llegué al teatro p ara el ensayo general aún más tem p ran o que de
costum bre, ya que ten ía que o cuparm e del m aquillaje y el vestua
rio. Me diero n u n b u en cam erino y u n a suntuosa túnica, realm en
te u n a pieza de m useo, la del príncipe de M arruecos en El mercader
de Venecia. M e senté an te el tocador, d o n d e h ab ía to d o g én e ro de
accesorios de maquillaje.
T raté d e ap licarm e con un cepillo u n a p in tu ra de u n color
p ard o , p ero se e n d u re c ía tan p ro n to q u e ap e n as d ejab a huella.
Reem placé el cepillo p o r u n pincel, con el m ism o resultado. Puse
el color en los dedos y m e lo pasé p o r la cara, pero ninguno queda
ba bien. Me apliqué u n poco de barniz en la cara para pegarm e u n
poco de pelo; el barniz m e causaba escozor y el pelo no se adhería.
P ro b é u n a p elu ca desp u és d e o tra, p e ro sin afeites resu ltab an
dem asiado evidentes. Quise quitarm e las pequeñas cantidades de
m aquillaje q u e con tan to esfuerzo m e h ab ía colocado en la cara,
pero no sabía cóm o hacerlo.
E n ese instante en tró en el cam erino u n h o m b re alto y delgado,
con anteojos y u n gran guardapolvo blanco, con m ostachos p untia
gudos y u n a larga perilla. Este «Don Quijote» se inclinó ligeram en
te y sin m uchas palabras em pezó a arreglar mi cara. Prim ero limpió
co n vaselina to d o lo q ue m e h ab ía p u esto y em pezó a ap licar de
nuevo los colores, h u m edeciendo previam ente la brocha en aceite.
A hora los colores se ad h erían de u n m odo fácil y uniform e sobre la
piel.
C u ando estuvo lista mi caracterización, m e m iré en el espejo y
qu ed é adm irado del arte del m aquillador y d e m i apariencia gene
ral. Los ángulos de m i cuerpo desaparecían bajo los pliegues de la
23
túnica, y los gestos que había ensayado para re p resen ta r al salvaje
iban de acuerdo con mi vestuario. E ntraron en el cam erino Shustóv
y otros alum nos y m e felicitaron p o r mi aspecto, sin la m en o r som
bra d e envidia. Los elogios m e devolvieron mi antigua confianza.
Pero cuando llegué al escenario me confundió el cam bio en la dis
tribución de los m uebles. U n sillón de brazos había sido trasladado
inco rrectam ente desde la pared casi hasta la mitad de la escena; la
m esa estaba dem asiado próxim a a la co n ch a del ap untador. P are
cían colocados p ara u n a exposición, en el lu g ar más notable.
D ebido a mi nerviosism o cam inaba de aq u í para allá agitando los
pliegues de la túnica y golpeando con mi puñal m uebles y bastido
res. Al acercarse el m o m en to cu lm in an te m e asaltó u n p e n
sam iento: «Ahora m e voy a atascar». Se ap o d eró de m í el pánico y
m e callé, confuso, a la vez que unos círculos blancos que giraban se
form aron ante mis ojos... No sé qué m e hizo retom ar mi papel, pero
u n a vez más m e sentí a salvo. U n pensam iento me dom inaba: term i
n ar lo antes posible, quitarm e el m aquillaje y salir del teatro.
Ya estoy en casa, solo. P ero ahora estoy con mi más terrible com
pañía: yo mismo. Siento u n a angustia indecible. A fortunadam ente
viene el b u e n Pushin. M e h a visto y q u iere saber qué pienso de su
in terp re tació n d e Salieri; p ero n o p u e d o decirle nada: a pesar de
h ab e rle observado c u a n d o h acía su papel, d e n ad a m e di cu e n ta
p o r la ansiedad que sentía m ientras esper aba mi turno.
Sobre m í m ism o n o hice preguntas. Tem ía la crítica que podría
destruir los últim os restos de confianza en m í propia persona.
P ushin habló m uy am ab lem en te de la pieza de S hakespeare y
del papel de O telo. Estuvo m uy interesante al explicarm e la am ar
gura, la so rp resa y el c h o q u e del M oro an te la id ea d e q u e tan ta
m ald ad p u d ie ra existir bajo la h erm o sa m áscara de D esdém ona.
Esto la hace aún más terrible a los ojos de Otelo.
C uando se fue mi am igo, traté de a b o rd a r algunos pasajes del
papel según la interpretación que él m e había expuesto, y casi lloré
de com pasión p o r el Moro.
La función de pru eb a es hoy. Me sentía absolutam ente indiferente
h asta q u e e n tré en el cam erino. En ese m o m en to m i corazón
em pezó a latir con violencia, y m e parecía que m e faltaba el aire.
Tuve u n a sensación de náusea y de u n a gran debilidad. C reí enfer
mar. Eso estaría m uy bien. Con la enferm edad se podía justificar el
fracaso d e la p rim era representación.
Lo p rim ero que m e confundió en el escenario fue la extraordi
naria solem nidad, el silencio y el orden que reinaban. La ilum ina
ción era tan intensa, q u e parecía fo rm a r u n telón d e luz e n tre la
sala y yo. Me sen tí resguardado del público y respiré a mis anchas.
Pero mis ojos se acostum braron m uy p ro n to a la luz, y el m iedo y la
atracción de la sala se intensificaron. Me parecía que el teatro esta
b a colm ad o de esp ectad ores, q u e m illares de ojos y prism áticos
estaban clavados en mí, que atravesaban a su víctima.
El excesivo esfuerzo p o r apartar de m í aquella em oción creó en
todo mi cu erp o u n a tensión que llegó al espasmo; mis m anos y mi
cabeza se inm ovilizaron, se petrificaron. Todos mis m ovim ientos se
p aralizaro n . Todas mis fuerzas d esa p are ciero n an te esa tensión
inútil. Mi garganta se cerraba; mi voz sonaba com o un grito.
Toda la in terp retació n se to rn ó violenta. Ya n o p o d ía controlar
los m ovim ientos d e las m anos y las piernas ni el habla, y la tensión
fue en aum en to . Me sentía avergonzado d e cada palabra, de cada
gesto. A b ochornado m e aferré con fuerza al respaldo de un sillón.
En m edio del d esam p aro y la confusión m e d o m in ó la ira c o n tra
m í m ismo, contra los espectadores. P o r unos m inutos estuve fuera
de mí, y sentí q u e m e invadía un valor indecible. Al m argen de mi
v o luntad lancé la fam osa línea: «¡Sangre, Yago, sangre!». E ra el
grito de u n su frim iento insoportable. N o sé cóm o lo dije. Tal vez
sentí en esas palabras toda la ofensa de u n hom bre confiado, y sin
ce ra m e n te lo co m p ad ecí. La in te rp re ta c ió n d e O telo que h ab ía
h ech o P ushin reapareció en mi m em o ria con gran claridad y des
pertó mi em oción.
Me pareció q u e p o r u n segundo la sala se había puesto en te n
25
sión y q ue u n ru m o r reco rría el auditorio, com o si fu e ra el viento
que pasa p o r la copa d e los árboles.
En cu a n to sen tí esta a p ro b ació n hirvió en m í u n a en e rg ía
incontenible. No sé cóm o term iné la escena. Sólo p u ed o re co rd ar
que las candilejas y el negro agujero desaparecieron de mi concien
cia, y m e sentí libre de todo tem or. En la escena había surgido para
m í u n a vida nueva, d esconocida, q u e m e fascinaba. N o sé d e un
d eleite m ayor que esos pocos m in u to s q u e pasé en el escenario.
A dvertí que P asha Shustóv se h ab ía aso m b ra d o de m i cam bio, y
q u e luego, co n tag iad o , in te rp re ta b a con p ro fu n d a inspiración.
Cayó el telón, y en la sala com enzaron los aplausos. Me sentía ale
g re y feliz, fo rtalecid a la fe e n mi talen to , co n u n a sensación de
aplom o. C uando re to rn é victorioso a m i cam erino, m e pareció que
todos m e m iraban con entusiasm o.
E ngalanado y con aires de im portancia, com o corresponde a un
astro, co n afectada indiferencia bajé a la sala d u ran te el entreacto.
P ara m i sorpresa, n o h ab ía a m b ie n te d e fiesta, ni siq u iera u n a
b u e n a ilum inación. E n vez del in m en so g en tío que h a b ía creíd o
ver desde el escenario, conté en la platea apenas unas veinte perso
nas. ¿Para qu ién es m e h ab ía afanado? P ero p ro n to m e consolé:
«Los asistentes de hoy son pocos -m e dije—, p e ro tie n e n co n o ci
m iento del arte. No cam bio sus pocos aplausos p o r la tem pestuosa
ovación de u n a m uchedum bre...».
D espués de h a b e r elegido e n la p latea u n lugar desde d o n d e
p o d ía ser visto fácilm ente p o r Tortsov y Rajmánov, m e senté con la
esperanza de que m e llam aran para decirm e algo agradable.
Se en cen d iero n las candilejas, el telón se levantó, y en seguida la
alum na M alolétkova bajó velozm ente unos escalones. Cayó al suelo
co n tra íd ay gritó «¡Socorro!» con u n tono tan desgarrador, que me
heló la sangre. Luego em pezó a m usitar algo tan rápidam ente que
n o se p o d ía e n te n d e r u n a palab ra. D e p ro n to , en m ed io de u n a
frase, com o si hubiera olvidado su parte, se detuvo, se cubrió la cara
co n las m anos y desapareció velozm ente e n tre bastidores, desde
26
d o n d e llegaban apagadas frases de elogio. Bajó el telón, p ero en
mis oídos aú n resonaba aquel grito: «¡Socorro!». ¡Lo que significa
el talento! U n a palabra es suficiente para percibirlo.
Tortsov estaba, a mi parecer, electrizado: ¿pero no había ocurri
do conm igo lo m ism o con aquella única frase: «¡Sangre, Yago, san
gre!», cuando todos los espectadores estuvieron en mi poder?
A hora, m ientras escribo estas líneas, no d udo de mi futuro. Sin
em bargo, esa fe n o m e im pide te n e r conciencia de que m i éxito no
ha sido tan extrao rd in ario com o m e pareció. Y, no obstante, en lo
p ro fu n d o d el corazón, la confianza en m í m ism o proclam a la vic
toria.
27