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Minilibro Nº 0007

Ninguno está contento


con su fortuna
Por el P. Juan Laguna, Predicador
Apostólico y Misionero (Año 1823)

Convertido a minilibro en el año 2022


Indice

Cap.1- Esta inquietud tuvo su princi-


pio en el Cielo.
Cap.2- Del Cielo vino a la tierra.
Cap.3- Detestamos y aborrecemos
nuestra condición.
Cap.4- No aceptamos nuestro esta-
do.
Cap.5- La apología del pavón y la fi-
lomena.
Cap.6- En esta inquietud no hay paz
ni felicidad.
Cap.7- La fábula del asno descon-
tento.
Cap.8- Contentémonos con lo que
tenemos.
Cap.9- El mercado de cruces y ad-
versidades de los cretenses.
Cap.10- Vivimos descontentos.
Cap.11- Llevar la propia cruz, no la
del otro.
Cap.12- Amarguras de los descon-
tentos con su fortuna.
Cap.13- El asno de Esopo.
Cap.14- Cada hombre tiene su pro-
pio destino.
Cap.15- El paje que se quejaba de
su señor.
Cap.16- Aceptemos la voluntad de
Dios en nuestra vida.
Cap.1- Esta inquietud tuvo
su principio en el Cielo

Entre las miserias que afligen al gé-


nero humano, no es la menor el no es-
tar alguno contento con su suerte.
Ninguno hay que esté quieto en su
estado u oficio, con su natural o condi-
ción.
Esta inquietud tuvo su principio en
el Cielo, donde aquellas celestes inteli-
gencias resplandecían, como estrellas
matutinas, con admirable hermosura.
Pero no contentas con su suerte,
estado y felicidad, que después de
Dios no había otra mayor, apetecieron
el ser Dios:
Super astra Dei exaltabo solium
meum: similis ero Altissimo (Isai, c.
14).
Cap.2- Del Cielo vino a la tierra

Del Cielo vino a la tierra este daño


en nuestros primeros padres; pues ha-
biéndolos Dios criado como dioses de
la tierra, superiores a todas las criatu-
ras, no contentos con su buena fortu-
na, despreciando la ley de Dios, co-
mieron del árbol vedado, por llegar a
ser como Dios.
Desde Adán y Eva vino esta ponzo-
ña, y se pegó a toda la posteridad.
Y ya hace más de seis mil años que
se experimenta; de tal forma que si
hoy logramos alguna dicha, ya maña-
na nos sirve de fastidio.

Cap.3- Detestamos y aborrecemos


nuestra condición

El que nació de padre mercader,


quisiera haber nacido noble.
El que es feo, quisiera ser hermoso.
El pobre, quisiera ser rico.
El de mediano entendimiento, qui-
siera haber nacido de sutil comprehen-
sión.
Cualquier suerte o fortuna que nos
fabricamos, mañana la detestamos y
aborrecemos.

Cap.4- No aceptamos
nuestro estado

Cuántos y cuántas, que se han de


casar hoy o mañana, a las pocas se-
manas ya estarán arrepentidos y arre-
pentidas.
O porque la mujer es altiva y sober-
bia, o porque el marido es jugador, pa-
seante, maltrabajador.
Y así, exclamarán: ''Ojalá que no
me hubiera casado''.
El soldado, conociendo los peligros
de la guerra, viéndose pobre, roto y
mal vestido, se queja, y se duele de
haber sentado plaza.
El abogado o consejero, viéndose
acosado de pleitos, consultas, depen-
dencias, notando que apenas le queda
lugar para comer, sin libertad alguna
para el descanso, apetece la vida del
pobre labrador.
Veis aquí cómo nos parece mejor y
más gustosa la condición ajena y el
estado de los otros, principalmente si
Dios nos crió a nosotros de inferior
condición.

Cap.5- La apología del


pavón y la filomena

No es al despropósito la apología
del pavón y la filomena.
El pavón, muy hinchado, con su
hermosa cola circular y con sus plu-
mas de diversos colores, oyó en una
ocasión cantar con gran dulzura a la fi-
lomena.
Al instante fue llorando a la diosa
Juno y le dijo: ''Te ruego, señora, que
me concedas esta merced que te pido,
que hagas que yo cante como la filo-
mena; y si así no lo haces, me moriré
de dolor''.
A lo cual le respondió Juno que es-
tuviese contento con sus pintadas plu-
mas, así como la filomena lo estaba
con su dulce canto.

Cap.6- En esta inquietud


no hay paz ni felicidad

Siempre vivirá en perpetuo tormento


cualquiera que desea el bien que no
tiene, como dice Boecio.
De tal suerte se atormentan los que
no están contentos con su estado, que
si Dios les oyera a todos y les conce-
diera lo que desean, mañana viendo
otras cosas en otros, les parecerían
mejores y aborrecerían las que ahora
tienen.
Algunos poetas dicen de Fitón que
pidió a los dioses que le hiciesen in-
mortal.
Pero llegando a la vejez vivía con
tanto fastidio que volvió a pedir que le
sacasen de este mundo.
Así les sucedería a muchos si Dios
les concediera lo que desean, como
mudar de estado o de fortuna.
Al punto les pesaría y desearían
volver a estar como antes.
Cap.7- La fábula del
asno descontento

Esto lo declara bien una curiosa fá-


bula de un asno que mudó varias ve-
ces de amo.
Un asno estaba sirviendo a un hor-
telano. Quejóse al dios Júpiter dicien-
do que, aunque es verdad que no le
faltaba para comer en la huerta, era
mucho el trabajo que traía, dando todo
el día vueltas a una noria, y que le pu-
siese con otro amo.
Púsole con un alfarero y todo el día
le traía llevando y trayendo lodo, ladri-
llos, tejas, cántaros, etc, dándole poco
para comer.
Cansóse de estar allí y volvió a pe-
dir que le mudase de amo.
Vendiéronlo a un curtidor, pero le
servía de gran molestia el llevar las
pieles hediondas de sus hermanos y
parientes los otros animales.
Entonces, triste, rebuznando, decía:
''Oh, desdichado de mí, cuánto mejor
me fuera estar con mi amo hortelano,
donde, aunque con trabajo, no me fal-
taba para comer, porque este actual
que tengo, según veo, después de qui-
tarme la vida con poca comida y mu-
cha carga, tira también a quitarme el
pellejo, para aprovecharse de él''.
Esta fábula nos demuestra lo mal
hallados que estamos todos los hijos
de Adán con nuestra fortuna, estado o
condición.

Cap.8- Contentémonos
con lo que tenemos

Y así, debemos estar contentos con


aquella suerte que nos tocó, en aquel
estado en que Dios nos puso, sin ape-
tecer el estado o fortuna que el otro
tiene, no vaya a ocurrir que por permu-
tar con el otro encontremos mayor
cruz, como se dice que sucedió a los
cretenses.

Cap.9- El mercado de cruces y


adversidades de los cretenses

Fueron los de Creta a suplicarle a


Júpiter, con grandes instancias y sacri-
ficios, que ya que era su compatriota y
había nacido en Creta, les hiciese un
favor.
Le pidieron que librase a todos sus
ciudadanos de trabajos, cruces y ad-
versidades.
Pero esto al punto se lo negó Júpi-
ter, diciendo que era repugnante a la
condición humana, la cual debe estar
sujeta a miserias y trabajos.
Oyendo la repulsa pidieron otra
cosa.
Propusieron que, ya que no se po-
dían eximir de miserias, se dignase
concederles que pudiesen todos entre
sí conmutarse las cruces, trabajos y
adversidades.
Obtenida esta facultad, publicaron
al día siguiente, a voz de pregonero,
que cualquiera que quisiese conmutar
con otro sus trabajos, cruces y adversi-
dades, acudiesen tal día con ellas a la
plaza del pueblo.
Así sucedió. Llegado el día, cada
uno echó a cuestas sus trabajos y sus
cruces.
El casado llevaba todo lo que pade-
cía con la mujer soberbia, desvaneci-
da, terca.
Decía a voces: ''¿Quién quiere con-
mutar conmigo?''.
La casada llevaba lo que padecía
con el marido de perversa condición,
jugador, soberbio, jurador y maldicien-
te.
Otros llevaban lo que padecían con
los hijos y la familia.
La viuda llevaba sus desconsuelos,
opresiones y soledades.
Y, de esta forma, en todos los esta-
dos, cada uno llevaba los trabajos y
cruces que padecía.
Estando, pues, todos juntos, fueron
pesando las cruces de unos y de otros.
Pronto se dieron cuenta de que las
cruces y trabajos ajenos pesaban más
que los propios, que eran mucho me-
nores.
Viendo esto, todos se los volvieron
a llevar a sus casas, quedando con
ellos muy contentos, y procurando de
allí en adelante llevarlos con paciencia.

Cap.10- Vivimos descontentos

En fin, somos como el azogue, que


nunca puede estar quieto, e incluso
menos estables que el azogue, porque
a éste echándole oro, descansa y se
aquieta, pero nosotros no.
Esta inestabilidad nuestra se produ-
ce con varias pasiones de la concupis-
cencia.
Por eso con la presencia nos fasti-
diamos y con la ausencia nos queja-
mos.
Y muchas veces esta inquietud es
en detrimento nuestro.
De aquí se infiere que debemos es-
tar contentos en aquel estado y oficio
en que Dios nos puso.
Cap.11- Llevar la propia
cruz, no la del otro

Dice Cristo que cualquiera que quie-


ra seguirle, se niegue a sí mismo,
tome su cruz y le siga.
Se debe notar que no dice que tome
la cruz del otro, sino la suya, la cruz
que Dios le puso.
Qué locura sería que no llevásemos
nuestra cruz y quisiéramos echarnos a
cuestas la del otro.

Cap.12- Amarguras de los


descontentos con su fortuna

Todas las criaturas las crió Dios, y


todas las cosas las dispuso con gran
orden, con su admirable providencia.
A unos les hizo reyes, a otros du-
ques; a unos generales de guerra, a
otros gobernadores; a otros siervos y
súbditos; a unos les hizo ricos y a
otros pobres.
Pero en unos y en otros, qué inquie-
tudes no hay.
Qué mal hallados en su estado, con
su fortuna.
Qué impaciencias, qué execracio-
nes, qué maldiciones.
Qué quejas no dan a Dios por su
mala fortuna.
Los superiores, prelados y constitui-
dos en dignidad, qué vida tienen tan
infeliz.
Sin descanso, ni de día ni de noche.
Llenos de cuidados, solicitudes,
ahogos, afanes.
Sin comer, ni dormir, porque comen
con fastidio y duermen con cuidado.
Los súbditos son pérfidos, infieles,
enemigos, díscolos, desobedientes a
los superiores y prelados.
Los siervos, criados y criadas, sue-
len ser tercos, contumaces, tontos,
mentecatos, bebedores, lujuriosos, etc.
Los súbditos suelen quejarse de la
incapacidad y poco juicio de los que
presiden, de su poca razón, de las
injusticias que hacen, de lo que hurtan,
de la imposición de gavelas, de la
opresión de los pobres y viudas, de la
hacienda que le quitan al vecino, con
mil murmuraciones en las casas, pla-
zas, calles, campos, etc.
¿Y de qué sirve todo esto?
¿Qué te toca a ti, si el superior cum-
ple o no con su obligación?
¿De qué sirven las murmuraciones,
calumnias y maldiciones, para reme-
diarlo?
Los criados y criadas, cansados de
servir, ya les hablan con imperio a sus
amos y amas.
Piensan en buscar otros amos, que
les parece que les tratarán mejor.
No pueden sufrir a la ama, a la hija,
al hijo.
Quéjanse de que la ama les manda
una cosa, la hija otra, el amo por un
lado, la ama por otro, y todos a un
tiempo.
Y dicen que esto no se puede sufrir,
que no saben a quién obedecer.
Exclaman: ''Felices aquellas criadas
que tienen amos agradables, benig-
nos, pacientes y liberales''.

Cap.13- El asno de Esopo

Todos estos, me parece a mí que


son semejantes al asno de Esopo.
Viéndose un asno en tan mala fortu-
na, como estar toda su vida con la car-
ga a cuestas, que casi da con ella mu-
chas veces en el suelo, muerto de
hambre, cargado de palos, lleno de
mataduras y otros trabajos; vio en una
ocasión en un establo un caballo muy
lozano con la comida sobrada, muy re-
galado, sin trabajar, y todos los días
peinándole un criado la cola y la clin, y
almoazándole.
Y comenzó a alabar su fortuna y a
exagerar su intolerable servidumbre,
diciendo: ''Oh, cuánto mejor es tu for-
tuna que la mía''.
Pero viendo, no mucho después,
que subió un jinete en el caballo, que
le puso un freno en la boca, y con las
espuelas le hería en las hijadas; vien-
do que le llevaban a la guerra, a las
batallas, a los peligros, a las lanzas, a
las balas; contento entonces el asno
con su fortuna, daba muchas gracias,
porque no le hicieron caballo, sino
asno.

Cap.14- Cada hombre


tiene su propio destino

Dicen algunos: ''Válgame Dios que


nos hiciese Dios tan desiguales en for-
tuna. A unos superiores y a mí siem-
pre en una perpetua servidumbre''.
Todos quisieran mandar. Pero si to-
dos fueran superiores, ¿a quién ha-
bían de mandar?... Porque no habría
siervos ningunos.
Todos quisieran ser ricos. Pero si to-
dos lo fueran, ¿quién había de traba-
jar, arar, cavar, sembrar la tierra y ha-
cer otros oficios mecánicos, que son
necesarios en el mundo?...
Y cuántos pobres labradores, oficia-
les y mecánicos hay en el Cielo, supe-
riores a los reyes y príncipes, que si
acá en el mundo hubieran tenido mejor
fortuna, hubiesen sido privados de
aquella gloria y condenados al infierno.
Desengañémonos, y entendamos
que si las riquezas nos hubieran de
servir para nuestra salvación, es cierto
que Dios no nos las hubiera negado.
Luego el haber hecho Dios pobres a
muchos ha ocurrido porque les convie-
ne eso para salvarse, y con las rique-
zas se hubiesen condenado.

Cap.15- El paje que se


quejaba de su señor

Concluiré esta materia con este


caso.
El emperador Segismundo, entre
otros criados y pajes, tenía uno que le
había servido muchos años, el cual so-
lía quejarse de que otros que habían
servido menos tiempo, habían sido
más beneficiados que él, y que habien-
do él servido tantos años, se mostraba
con él el emperador poco liberal.
Decía: ''Cosa indigna es que un
hombre con tantos años de servicio no
haya de merecer algún premio, y que
otros que han servido menos, y hallán-
dose antes ricos, se les dé a manos
llenas tantos premios''.
Llegó a entender el emperador la
queja del criado, y para corregir con
mansedumbre y blandura su demasia-
da locuacidad, se valió de este discre-
to ardid.
Dispuso dos cofres de una misma
magnitud y de una misma forma, con
un mismo adorno.
El uno estaba lleno de oro, el otro
de plomo.
Dispuso también que el uno no pe-
sase más que el otro, sino que ambos
fuesen de un mismo peso.
Llamó al paje a su presencia, y ha-
blándole con mucho agrado, le dijo:
''Para que veas que no me faltan los
deseos de premiarte el haberme servi-
do, y que no está de parte mía el ha-
certe beneficios, sino tu desgracia y
poca fortuna, aquí te pongo estos dos
cofres cerrados. El uno está lleno de
de oro, el otro está lleno de plomo. Te
doy libertad para que escojas el que
quieras. Si eliges el de oro, te haces
rico; y el otro cofre se lo daré a otro
criado. Y así, mira bien el que vas a
elegir''.
Comenzó el criado a mirar y con-
templar con gran atención la preciosi-
dad de los cofres.
Ya miraba uno, ya el otro. Ya toma-
ba uno entre las manos, ya el otro. Ya
consideraba el peso de uno, ya del
otro.
Pero ambos eran iguales.
No hallaba señal alguna por donde
pudiera conocer cuál era el de oro.
En esta incertidumbre y perplejidad
estuvo un gran rato, sin determinarse,
temiendo errar en su elección.
Al fin, se resolvió a tomar uno y dijo:
''Augustísimo emperador, éste elijo''.
Le respondió el emperador: ''Tóma-
lo, llévatelo, y si has acertado, Dios te
haga bien con él: dale a Dios las gra-
cias y a tu buena fortuna''.
Al instante abrió el cofre, y era el
que estaba lleno de plomo.
Entonce, volviéndose a él el empe-
rador, le dijo: ''¿Ves, hombre, la causa
de tu pobreza? No me la atribuyas a
mí, sino a la divina providencia, que no
te quiere rico. No me faltó a mí ahora
la voluntad de enriquecerte, sino a
Dios, que no quiso que eligieras el de
oro. Si quisiera que fueras rico, te hu-
biera inspirado elegir el de oro''.

Cap.16- Aceptemos la voluntad


de Dios en nuestra vida

Por esto, conformémonos cada uno


con la voluntad de Dios en los bienes
de fortuna, en el estado, en que Dios
puso a cada uno, en el oficio, en el mi-
nisterio, etc. Unusquísque vocatione,
qua vocatus est, in ea permaneat.
Si el estado, oficio o ministerio de
uno no es según su genio o inclina-
ción, haga de la necesidad virtud, que
con él muy bien se puede salvar.
Un caballero italiano se puso a jugar
a los dados.
Tiró una vez el dado, y aunque le
salió infausto, era tan diestro en el jue-
go, que lo enmendó con el arte, y puso
en el tablero este lema: Si malé cecidi,
corrigar arte.
Dijo Aristóteles: ''Es nuestra vida
juego de fortuna. No a todos les da
bien el dado, porque unos son ricos,
otros pobres; unos superiores, otros
subditos; unos casados, otros religio-
sos; unos pacíficos, otros soberbios;
unos de un genio, otros de otro''.
Y con cualquiera de estas suertes
nos podemos salvar, usando de ellas
bien, según aquel documento que dio
un gentil a otros gentiles, el cual había-
mos de practicar los cristianos:
Ita vita est hominum, quasi cum lu-
das tesseris: si illud, quod est maxime
opus, jacta non cadit; illud, quod ceci-
dit sorte, id arte ut corrigas.

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