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¿Cómo vamos a gestar, hoy, un movimiento emancipador como lo está demandando nuestra
patria, con la preeminencia de ese individualismo y materialismo generalizado en esta nuestra
sociedad actual?. Solamente sería factible si retomáramos el ejemplo de aquellos sacerdotes,
militares, abogados, simples ciudadanos argentinos, que mostraron al mundo cómo es posible
torcer el rumbo de los acontecimientos cuando la acción es empujada por un corazón
decidido, despojado de intereses mezquinos, dispuesto a ofrendarse en bien de la comunidad.
Las generaciones posteriores a 1816 deberíamos ser las que hoy tuviéramos el deber de
afianzar conquistas alcanzadas y de hacer que la Patria sea, en la paz y en el trabajo, símbolo
de amor y de justicia.
Esa lucha por la libertad ha tomado distintos nombres y matices y uno de ellos es el desafío de
afirmar una concepción nueva de la vida, de comprometernos en medio de la crisis histórica y
humana, en la búsqueda de una hermandad legitimada por un pasado compartido que no se
edificó en un mármol, sino con hombres de carne y sangre. Y a partir de ese pasado, es
nuestro compromiso y responsabilidad construir una Argentina de esperanza, no para unos
pocos, sino para todos, en la que sea posible defender con valentía los valores de Libertad e
Independencia.