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MODERACIÓN Y TRADUCCIÓN
Tolola
CORRECCIÓN Y DISEÑO
Tolola
3
ÍNDICE
SINOPSIS
1
2
3
4
5
6
4
7
8
PRÓXIMO LIBRO
SOBRE LAS AUTORAS
Stew:
Ú
ltimamente no he sido el marido más atento.
Adrienne:
Es el jefe de empleados del nuevo primer ministro. Lo entiendo.
PERO...
5
Stew:
Sí. Ese "pero". Ese es el problema. Tengo mucho con lo que lidiar, pero
nada de ello es más importante que mi matrimonio.
15
22
D
ios, está radiante.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que fuimos a un
concierto juntos? ¿Desde que se tomó una cerveza y escuchó
música en vivo, con mis brazos rodeándola?
No es que hayamos llegado a ese paso todavía. Todavía la estoy
seduciendo.
A ella le gusta este desconocido, y mi corazón palpita un poco al recordar 23
que no hemos compartido nada así en demasiado tiempo.
No se me debería haber ocurrido ayer hacer esto. Debería haber planeado
algo más, pero era esto. Este era todo mi plan. Volar después del trabajo y
encontrarla en el concierto.
Ver cómo se le insinuaba fue un bono inesperado. Me encanta la forma en
que se sonroja. Cómo no tiene ni idea de lo jodidamente guapa que es.
Le quito el cabello grueso y oscuro del hombro y dejo que las yemas de mis
dedos rocen la piel desnuda de su cuello.
—¿Te gusta esta banda? —pregunto, sabiendo ya la respuesta. Quiero ver
cómo se retuerce.
—¡Me gusta! —Duda—. Los vi un montón de veces cuando era más joven.
Todas las veces conmigo.
—¿Sí?
Ella asiente.
—Son de mis favoritos.
—Los míos también. —Asiento hacia el escenario—. Me encanta esta
canción.
Se da la vuelta y yo me acomodo a su lado, con mi brazo alrededor de su
cintura y mi mano en su cadera. No se aparta de mí.
¿Qué le pasa por la cabeza? ¿Hasta dónde me dejará jugar así? Bebo un
largo trago de cerveza.
Contra mi mano, su cadera se mueve. Arriba, abajo. La miro cuando
empieza a moverse al ritmo de la música. Bebe un trago y se acerca a mí, con su
muslo rozando el mío. Engancho el dedo en la trabilla de su cinturón y abro un
poco más el pie más alejado, preparándome por si alguien choca conmigo,
protegiéndola de la multitud.
Así es como vemos las dos siguientes canciones, con ella bailando en el
sitio junto a mí, envuelta en mi brazo al principio, luego se mueve más delante
de mí. Terminamos nuestras bebidas, y las botellas vacías son recogidas por un
empleado que pasa. Ahora pongo ambas manos en su cintura, rozando el
apretado pellizco de su cuerpo, y bajo a la curva de sus caderas.
Palpito por ella. Estoy dispuesto a arrastrarla de vuelta al hotel.
Pero esta noche soy un extraño. Ella no invitaría a este hombre a su
habitación, ¿verdad?
24
Llevo mis manos a sus brazos, luego a sus hombros. Agacho la cabeza y
rozo mis labios contra su oreja.
—¿Quieres otra copa?
Ella niega con la cabeza.
—No debería.
—¿Tienes que llamar a tu marido para darle las buenas noches?
Se estremece en mis brazos. Tarda un rato en sacudir la cabeza. No.
—Esta noche no. —Gira la cabeza hacia un lado, mostrándome su perfil—
. Está trabajando hasta tarde.
—¿Lo hace a menudo?
Ella asiente.
—Es peligroso, ignorar a una bella esposa.
Se muerde el labio. Quiere defenderlo. Froto con mi pulgar su mandíbula.
—Está bien —le murmuro al oído mientras la canción se calma—.
Guardaré tus secretos.
Su pecho sube y baja y, al igual que los demás hombres aquí, no puedo
evitar deslizar mi mirada por sus curvas. Pero, a diferencia de esos tristes
bastardos, sé lo suave y dulce que es la sombra entre sus pechos. Cómo se le
entrecorta la respiración cuando rodeo su pezón con las yemas de los dedos,
haciendo que su carne alcance un pico duro y apretado antes de tirar de él y
retorcerlo.
Se moja tanto cuando juego con sus pezones. Gime y jadea. Me rogará por
mi polla si la excito lo suficiente.
Finalmente se gira hacia mí, con los labios entreabiertos y los ojos muy
abiertos.
—Le echo de menos —susurra, y yo casi me pierdo mientras la banda sube
el volumen de la siguiente canción—. Ese es mi secreto.
Acaricio con mi pulgar de un lado a otro mientras asiento.
—De acuerdo. —Me balanceo con ella, casi bailando—. Bueno, ahora no
estás sola.
—No. —Suspira. 25
Me dan ganas de echármela al hombro y sacarla de aquí pero, en lugar de
eso, le doy la espalda al escenario y vemos el resto de la actuación, con la
necesidad zumbando con fuerza en mi torrente sanguíneo.
Para cuando The Replacements tocan su última canción, ambos estamos
sedientos de nuevo. La guío hasta la barra, con mi mano en la parte baja de su
espalda. Dejo que pase por la curva de su culo mientras nos abrimos paso entre
la multitud, pero no la dejo ahí.
No quiero que un extraño toque el culo de mi mujer.
No a menos que ella lo quiera.
Pedimos dos botellas de cerveza y me vuelvo hacia ella:
—Por cierto, una camiseta estupenda.
Ella reclina la cabeza y se ríe.
—Gracias.
—¿Es gracioso?
—Es una larga historia.
—Tengo toda la noche. —La aprieto contra mi cuerpo, mostrándole lo duro
que estoy. Lo mucho que la deseo. Lo mucho que quiero ser lo que ella necesita
esta noche—. ¿Te quedas por aquí cerca?
Ella sonríe con complicidad, una brillante transformación de su hermoso
rostro.
—Muy tentador —dice, pasando su mano por mi pecho—. Pero no podría
engañar a mi marido".
Le sonrío.
—Él nunca lo sabría.
—Oh, lo sabría. —Se lamió los labios—. Incluso cuando está ocupado, es
observador. Y nunca sería capaz de guardarle un secreto como este. Se lo cuento
todo.
—De ninguna manera.
Ella asiente.
—Sí, claro. Se lo contaré.
—¿Y qué dirá?
Ella toma un sorbo de cerveza y se encoge de hombros. 26
—Que tienes buen gusto para las mujeres.
—Que confía en ti. —Es una afirmación, no una pregunta. Lo hago, con
todo mi corazón.
Otro asentimiento.
—Por supuesto que lo hace.
—¿Y tú confías en él, incluso con todas esas noches de trabajo?
Sus ojos se arrugan.
—Oh, no, no lo hagas. No intentes engañarme para que dude de él. No
conoces a mi marido tan bien como yo.
Ja. Probablemente sea cierto. A veces ella me ve mucho mejor de lo que yo
misma puedo ver.
—¿Te lo imaginas?
Ella respira profundamente.
—Tiene la oportunidad de hacer algo importante ahora mismo. Con el
gobierno. Es tal vez una oportunidad única en la vida para cambiar literalmente
el mundo. Es todo en lo que puede pensar, y... no puedo envidiarle eso. Lo amo
por eso. ¿No lo entiendes? Lo amo porque...
Dejo mi cerveza y tomo su cara con mis manos. Mi increíble esposa. No me
la merezco, joder. Bajo mi boca a la suya y lo vierto todo en nuestro primer beso
de la noche.
El primero, pero definitivamente no el último.
—¿Quieres quedarte para la siguiente banda? —le pregunto mientras se
acerca.
—No.
—Bien.
Cuando salimos por la puerta principal, casi me tropiezo con dos chicas
jóvenes. Probablemente sean adultas, apenas, porque es un concierto para
mayores de diecinueve años, pero realmente... niñas. Y casi me tropiezo con ellas
porque están de pie en medio del camino bromeando sobre el grupo “retro” que
ha hecho de teloneros para su actuación favorita.
Me detengo en seco.
Adrienne se interpone entre los niños y yo y me susurra algo,
probablemente sobre no hacer una escena. 27
—The Replacements no son retro —protesto.
—¿Acaso importa?
—Están equivocadas.
—Esto no es como la ideología política, cariño. Se les permite pensar lo
que quieran sin recibir un sermón.
—Yo no doy lecciones a la gente sobre política.
—Te sigo en Twitter. No me mientas.
La acerco y la beso.
—Quiero volver a ser el desconocido que te seduce para tener una aventura
de una noche. No un gruñón de la política ni de la música.
—Ah —susurra ella—. Pero no quería tener sexo sucio con él en mi
habitación de hotel. Solo contigo.
—¿Sucio?
—Sucio.
—Cuéntame más.
28
S
tew me desabrocha los vaqueros antes de que entremos en la
habitación del hotel. El corto pasillo está vacío, pero sigo ardiendo
de mortificación mientras él acaricia la piel desnuda de mi vientre
por encima de las bragas.
—Cariño, no puedo hacer funcionar la llave de la habitación si me estás
desnudando.
Me acaricia la nuca. 29
—Deja que lo intente.
Me doy la vuelta y aprieto la tarjeta contra su mano, luego le devuelvo el
tanteo, encontrando y sosteniendo su erección a través de sus vaqueros.
Tampoco consigue que funcione.
—Joder —gruñe, y me sostiene la nuca, manteniéndome quieta para
darme un beso antes de volver a intentarlo—. De acuerdo, quita las manos un
segundo.
—Eso es lo que te dije —señalo.
—Eres irresistible. No es culpa mía.
Mañana me van a doler las mejillas de tanto sonreír. Por fin consigue abrir
la puerta y entramos a trompicones. Me vuelve a apretar contra la puerta, el lado
privado, ahora, y pasa las manos por la camiseta ajustada que ha pedido.
—Esto te queda muy bien.
—Gracias.
—Ahora quítatela. —Me ayuda, más o menos, y muy pronto la camiseta,
mis vaqueros, mis botas de tacón y la mayor parte de su ropa también están
esparcidos a nuestro alrededor.
—Esto es lo que ese joven quería hacer contigo —murmura mientras
recorre con sus dedos mis pechos hinchados y doloridos—. Quería desnudarte y
tocarte por todas partes.
Mi marido está oficialmente loco. Y adorable. Le beso el costado de la
mandíbula.
—No estaba intentando ligar en serio. Solo estaba siendo amable.
—Lo observé. Con sus zapatos metrosexuales y su corte de pelo de chico
guapo. Le vi mirar de reojo a mi mujer.
Me río suavemente y lo acerco, feliz por una excusa para pasar mis manos
por los sólidos abdominales de Stew.
—Era un hípster, no un metrosexual.
—¿Cómo voy a saber la diferencia? De repente la música que escucho es
retro. ¿Qué coño?
Me río más fuerte.
—Eres como lo opuesto a un metrosexual. Eres un retrosexual.
30
Me lanza una mirada severa que me hace temblar.
—Te estás burlando de mí por ser viejo.
—Noooo —digo en un mal intento de solemnidad, invitando a más miradas
severas. Me agacho bajo su brazo y empiezo a moverme por la habitación,
tropezando con sus vaqueros.
—Tienes la misma edad que yo.
—La verdad es que no. —Suelto una risita, y eso le hace detenerse.
Su expresión cambia de severa a confusa.
—¿Cuántos años tienes?
Eso me hace soltar una carcajada. Gruñe mientras me persigue por la
cama.
—Esa era una pregunta seria. No me acuerdo.
—Lo sé, cariño. Lo sé. Soy dos años más joven que tú.
Me sujeta a la cama, asomándose por encima de mí.
—Pareces diez años más joven.
Muevo la muñeca para poder deslizar la palma de la mano sobre su firme
trasero.
—En absoluto.
—No me distraigas con cumplidos sobre mi trasero. Me has llamado viejo.
—Técnicamente, las adolescentes del concierto llamaron a tu música retro,
lo que tú interpretaste como que era vieja, y yo simplemente lo convertí en algo.
Hashtag retrosexual. Hashtag DILFs de Ottawa. Hashtag...
—¿Qué es un DILF?
—Realmente no te lo voy a decir.
Él envuelve con su mano mi brazo superior.
—Te voy a azotar.
—Promesas, promesas.
Se da la vuelta y me atrae hacia su regazo. Me golpea perezosamente en el
trasero.
—Oh, vamos, pon más empeño que... ¡ah!
31
El escozor de una buena palmada siempre me moja. También pone fin a
todas las burlas, porque alterna cada golpe con un golpe perezoso y dominante
entre mis piernas. Después de tres azotes me quita las bragas con gran eficacia
y sigue azotando mi carne desnuda hasta que me hincho y muevo
descaradamente contra su muslo.
—¿Qué significa DILF? —vuelve a preguntar, ahora con voz áspera.
—Padre al me gustaría follarme en inglés. D-I-L-F —deletreo sin aliento.
La palma de su mano se detiene.
—¿Tienes una lista de ellos?
—Solo un nombre en ella. —Me doy la vuelta y me pongo de rodillas, a
horcajadas sobre su regazo—. Stewart.
Gime mientras trazo con un dedo abdomen.
Cuando llego a sus calzoncillos, deslizo mis dedos en la cinturilla. Se
reclina, apoyándose en los codos, y le susurro que levante las caderas antes de
bajar los calzoncillos hasta la mitad de sus muslos.
Volviendo a subir por su cuerpo, le sujeto las muñecas a la cama y me
inclino para besarle. Muevo las caderas mientras me cierro sobre él, con mi
clítoris deslizándose sobre la punta de su erección, apenas rozándola.
Se arquea, pero no lo suficientemente rápido. Me trago sus gemidos
mientras subo con él, sin perder nunca el contacto, pero sin darle la presión que
desea.
Es una sensación embriagadora tener al DILF más poderoso del país a mi
merced.
Pero lo quiero dentro de mí. Torturarlo es torturarme a mí misma, y eso
no estaba en el menú de este fin de semana. Presiono un poco hacia abajo y me
deslizo por su polla durante unas cuantas caricias, para saciar mi apetito, y
luego vuelvo a rozarla con mi clítoris.
Gruñe en señal de protesta, y cuando vuelve a empujar hacia arriba, me
muevo con él, rompiendo el beso.
—Solo estás haciendo esto más difícil para ti —me burlo.
—Estoy seguro de que tendría una respuesta ingeniosa para ti si mi polla
me hubiera dejado algo de sangre para la función cerebral.
—No te preocupes —digo con dulzura—. No es tu cerebro lo que necesito 32
que funcione ahora.
Le pellizco el lóbulo de la oreja... el cuello... el hombro.
Los tendones de sus muñecas se flexionan mientras sus puños se cierran,
y gime mientras hace un intento poco entusiasta de liberarse.
Sé que está llegando al límite de su autocontrol porque yo también. Sin
embargo, no intenta hacerse cargo.
Este es mi Stewart: poner mis deseos y necesidades por delante de los
suyos cuando puede. Porque más a menudo de lo que le gustaría tiene que poner
las necesidades del primer ministro, y por extensión del país, por delante de todo
lo demás.
Compadeciéndonos de los dos, me desplazo hasta el fondo, aumentando
la presión mientras me deslizo de la raíz a la punta.
Tengo ganas de bajar por su cuerpo y llevármelo a la boca, saborearlo y
tragarlo entero.
Pero no soy tan benevolente.
Esta noche no.
Esta noche quiero sentirlo dentro de mi cuerpo.
Vuelvo a deslizarme por su polla, y esta vez inclino mis caderas hasta que
la punta de él está en mi entrada.
Le sonrío mientras me hundo hasta el fondo y muevo un poco las caderas.
Al subir, me inclino hacia delante y lo beso, y luego muevo mis caderas en
breves y rápidas embestidas sobre la cabeza de su polla. Cuando sus puños se
aprietan y sus muñecas se tensan contra mi agarre, me hundo sobre él hasta el
fondo.
Estoy cerca y quiero que esté dentro de mí cuando me corra.
Mientras toco fondo, muestro mi clítoris hacia adelante y hacia atrás
contra él. Arriba, abajo, arriba, abajo. Stew empuja contra mí, añadiendo más
deliciosa presión exactamente donde más lo necesito. Mi control del sexo se
pierde cuando él se mueve aún más, introduciéndose en mí. Los dos estamos
muy cerca.
Entonces sus caderas se levantan y empuja con fuerza contra mí, y los
primeros impulsos de su orgasmo desencadenan el mío.
Y estoy perdida.
Le suelto las muñecas y me desplomo sobre su pecho. 33
Su corazón late rápido y fuerte bajo mi oreja mientras me envuelve con
sus brazos y me besa la cabeza.
No podría pedir una noche más perfecta. O un marido más perfecto.
M
e despierto antes del amanecer. Adrienne está acurrucada contra
mí, con su carne caliente y gloriosamente desnuda junto a la
mía.
Que no haya niños a punto de irrumpir es algo bueno.
Estar levantado a las tantas del día no lo es.
Me tapo los ojos con el antebrazo, deseando que no estuviera en mi
naturaleza despertarme tan temprano. Entonces oigo mi teléfono. Maldita sea. 34
No me había despertado por rutina.
Maldiciendo en voz baja salgo de la cama, arropando a mi mujer con las
mantas para mantenerla caliente mientras busco el aparato en cuestión bajo un
rastro de ropa desechada.
Cuando lo encuentro, se me revuelve el estómago. Es el primer ministro.
Son las seis de la mañana aquí, pero ha volado a su casa en Vancouver para
pasar el fin de semana. Allí solo son las tres.
—Deberías estar durmiendo —digo cuando contesto.
—Sí. No puedo. Así que estaba pensando. —Famosas últimas palabras—.
¿Qué opinas de...?
Me aprieto con el talón de la mano la cuenca del ojo y busco el bloc de
notas y el bolígrafo de la mesilla de noche.
Unos dedos delgados y encantadores los deslizan hacia mí. Me doy la
vuelta y veo que Adrienne se ha levantado. Se encoge de hombros y sonríe con
pesar. Qué se le va a hacer, dice su expresión. Voy a hacer café, vocaliza,
señalando la máquina del rincón.
Vuelvo a centrar mi atención en el primer ministro y en la iniciativa que
quiere encargar a dos de sus ministros.
Para cuando he hecho las tres llamadas de seguimiento que requiere la
idea de Gavin, Adrienne ya va por su segunda taza. Pero sigue desnuda, así que
considero esto una victoria.
—¿Has tomado demasiado café para volver a dormir? —le pregunto
mientras me reúno con ella en la cama.
—Probablemente sí. —Me sonríe—. ¿Cuánto tiempo te tengo?
—Todo el fin de semana. Mañana tomaré el tren de vuelta contigo.
Parece que no me cree.
Hago una mueca mientras señalo el teléfono.
—No prometo que no vaya a sonar repetidamente, pero no necesito estar
de vuelta en Ottawa.
Sigue sin estar convencida.
Me parece justo. Paso mi mano alrededor de la parte posterior de su
pantorrilla, justo debajo de su rodilla, y tiro.
—¿Qué tal si vemos cómo va el día? Por ejemplo, ahora mismo no estoy 35
ocupado. —Hago su pierna hacia un lado y deslizo la palma de la mano por su
muslo—. Y me muero de hambre.
—Te odio.
Stew me sonríe mientras el tren traquetea hacia Kingston.
—¿Qué?
Trago saliva y trato de ignorar sus dedos que recorren mi muslo.
—Esto es una tortura.
—Me estoy divirtiendo.
—Seguro que sí. —Estiro las piernas delante de mí, intentando ignorar lo
distraídamente mojadas que están mis bragas. En público.
En un tren. Sin esperanza de quitármelas y exigir a mi marido que termine
lo que ha empezado... Miro el reloj. Otras dos horas.
Genial.
Una parte de mí quiere que el primer ministro tenga otra idea que necesite
la opinión urgente de su jefe de gabinete. Una llamada telefónica o un correo
electrónico distraerían a Stew de su actual misión de tocarme, ligera y no tan
ligera, inocentemente y no tan inocentemente, por todas partes y todo lo que
pueda.
Empezó en cuanto nos alejamos de Union Station y se dio cuenta de que
nuestros asientos eran lo suficientemente privados como para que nadie pudiera
vernos a menos que pasaran por delante de nosotros. Así que se volvió hacia mí
y me pasó las yemas de los dedos por la clavícula antes de apartarme el cabello.
—Eres preciosa —susurró contra la curva de mi oreja.
Sexy, ¿verdad?
Mucho.
Demasiado, en realidad. Porque no se detuvo. Para cuando nos detuvimos
en Cobourg, yo estaba caliente y me movía en mi asiento. ¿Belleville? Habría
aceptado lo que fuera el equivalente en tren del club de las alturas. 41
Ahora nos acercamos a Kingston y se me ponen los pelos de punta. Resulta
que puedes estar demasiado excitada. Es un hecho divertido que desearía no
haber aprendido nunca.
—Vuelve a tu libro.
—No.
Se ríe en voz baja.
—¿Por qué no?
—Porque no paras de leer por encima de mi hombro y hacer... —Bajo la
voz—. Lo que sea que haga el héroe.
—Tiene grandes ideas.
Estoy leyendo un romance histórico de la Regencia. Hay un duque que
está seduciendo lentamente a una institutriz. Stew se aferró a la idea de que yo
soy una especie de institutriz, como maestra, y él es, por supuesto, el apuesto
duque.
Sin duda está haciendo el papel a la perfección.
Abro mi libro y continúo leyendo.
Él también lo hace, y su mano continúa su lento recorrido desde mi rodilla
hasta... oh, Dios. Paso la página. Esta no es una escena que vaya a terminar con
un conveniente percance, arruinando la oportunidad del duque de conseguir
algo.
Sin embargo, a diferencia de la institutriz, no llevo faldas voluminosas que
oculten los dedos errantes.
Tiro el libro en el asiento de enfrente.
—Ya está bien de eso.
—Deberías haberte puesto una falda... —Suspira—. Oportunidad perdida.
—Podemos terminar de leer esa escena juntos esta noche cuando nos
vayamos a la cama.
—Oh, lo haremos. —Me rodea con su brazo y me acerca—. Ahora déjame
contarte una historia que se me acaba de ocurrir...
42
43
S
é que cree que tenemos que apresurarnos, pero en cuanto Adrienne
cierra la puerta principal le quito la bolsa de la mano y la dejo en el
suelo. Vamos a hacer esto bien, y vamos a hacerlo despacio.
—Ahora, señorita Adrienne, ¿qué es lo que la tiene tan alterada?
Me mira con incredulidad. Incrédula, pero excitada. Sus mejillas están
sonrojadas y sus ojos brillantes. Mi sucia y encantadora esposa.
—No soy una institutriz inocente y tú no eres un duque libertino. Quítate 44
la ropa.
La ignoro y la aprisiono contra la pared, asomándome a ella.
—Me encanta tu carácter mandón.
Me agarra del cinturón.
—Bien, puedes dejarte la ropa puesta.
Ja. Le agarro las muñecas y le meto las manos entre nuestros cuerpos.
—Buen intento. —Beso sus dedos—. ¿Una hora y media, dices?
Respira profunda y atormentada y me mira suplicante.
—Sí.
—¿Crees que soy terriblemente cruel? —Trazo sus nudillos, pellizcándolos
mientras ella me mira con desprecio.
—Sí.
Le doy la vuelta a la muñeca para poder besar la suave piel expuesta del
interior de su brazo.
—No puedo evitarlo, sabes. Eres demasiado hermosa para no tocarte. Para
no provocarte.
—Pero ahora estamos solos —susurra, retirando su mano de la mía y
rodeándome el cuello con sus brazos. La dejo. La dejo hacer todo lo que quería.
Casi cualquier cosa.
No puede mandar ahora mismo. Le tomo las muñecas y las coloco por
encima de su cabeza, contra la pared.
—Exactamente. Estamos solos. Y despiertos. Sin niños. En nuestra casa.
¿Quieres saber por qué no podía quitarte las manos de encima en el tren? Porque
sabía que, a pesar de todo el increíble sexo que tuvimos este fin de semana,
cuando te llevara a casa podría hacerte el amor. Pensé que podría ser esta noche,
después de que tuvieras que volver a ser mamá, y quería que zumbases toda la
noche con la conciencia de lo mucho que te deseo.
Algo brillante brilla en sus ojos. Quizá sea excitación, pero también algo
más.
Me inclino y arrastro mis labios por su mandíbula.
—No necesitamos escapar de la realidad —digo con brusquedad mientras
la inspiro—. Te quiero igual aquí. 45
Ella exhala rápidamente. Alivio. Eso es lo que había visto en sus ojos, y
puedo sentir que se desprende de su cuerpo mientras se aprieta contra mí.
—Lo mismo.
La mantengo ahí, mi prisionera reacia, mientras recorro su cuerpo con los
dedos y los acaricio bajo el dobladillo de la camisa. Es suave y deliciosa. Vuelvo
a subir la mano, esta vez por debajo de la tela, contra su piel. Encuentro su
sujetador y cubro con la palma de la mano la protuberancia de sus pechos, sin
perder de vista que su pezón ya está tenso, una protuberancia dura que debe
enviar sacudidas de conciencia a su núcleo cuando me froto contra ella.
Llevamos más de veinticinco años haciendo esto, y nunca me cansaré de
ver su mirada sexual, la forma en que se ablanda y desea cuando la hago
trabajar. Claro, la provoqué en el tren, pero esto es algo más. Esto es un juego
previo con intención. Con mucha intención.
La veo derretirse por mí. Imagino que el calor se aviva dentro de ella,
volviéndola líquida de adentro hacia afuera, y amplío mis toques. Más firmes,
más bruscas. Ahora le pellizco el pezón, a través de la tela del sujetador, y ella
jadea.
Música para mis oídos.
Cubro su boca con la mía, tragándome sus desesperadas peticiones de
más. La beso hasta que en mis venas late una necesidad primaria de tomar a mi
mujer, con fuerza, rapidez y tan a fondo que no pueda caminar durante un
tiempo.
Me separo de ella, la agarro por las caderas y giramos los dos, apuntando
hacia las escaleras.
—Sube.
Ella se adelanta y yo la sigo, una vez más incapaz de quitarle las manos
de encima.
En nuestra habitación, intenta cerrar la puerta tras nosotros.
—Déjala abierta —le digo, y me mira con los ojos muy abiertos e
incrédulos.
No sé por qué importa, pero lo hace.
Traga saliva, pero no dice nada. Tampoco cierra la puerta.
—Si vienen a casa, la puerta principal está cerrada. Así los oiremos mejor.
—Mentiras. Me gusta más el elemento de peligro que ser un padre sensato en
este momento.
46
Sus ojos se iluminan, sabiendo. Ella me ve hasta el fondo, mi esposa lo
hace. Se lame los labios.
—Te gustaría que me quedara callada de repente, ¿verdad?
—Lo odiaría —gruño mientras la empujo a la cama—. Porque significaría
que nos han interrumpido, y tengo muchas ganas de exprimirte por completo
antes de que los niños lleguen a casa.
Caigo encima de ella, con cuidado de no ser demasiado pesado mientras
nos acomodamos. Todavía hay demasiada ropa en medio. Le quito la camisa
mientras ella tantea con mi cinturón. Caemos de lado en una maraña de
miembros y ropa, hasta que los dos estamos desnudos y yo entre sus muslos,
con la polla sobresaliendo contra su vientre mientras la beso de nuevo.
Nunca hay suficientes besos.
Nunca hay suficiente tiempo.
Hay tanto que verter en cuarenta y cinco horas. Demasiado que decir y las
palabras son definitivamente inadecuadas.
Un último intento de mostrarle todo lo que significa para mí antes de que
se cierre esta ventana de oportunidad, este regalo de tiempo.
Me envuelve con las piernas mientras desciendo por su cuerpo hasta que
tengo las manos en sus pechos y mi cara está enterrada en el dulce valle que
hay entre ellos. La acaricio allí, donde su piel es sensible y sé que la hará temblar.
Luego lamo el campo de deliciosa piel de gallina, saboreando cada centímetro de
sus pechos antes de llegar a su apretado y listo pezón.
Listo para que lo rodee, para que lo provoque.
Listo para que me lo trague, para que palpite contra mi lengua mientras
chupo su carne.
Mi mujer.
Mete una mano entre nosotros, y dejo que capture mi erección con sus
inteligentes y conocedores dedos. Me acaricia con una familiaridad que hace que
me flaqueen las rodillas. Su pulgar recorre la sensible cabeza, acampanada,
hinchada y húmeda en la punta. Se me pone aún más dura. Estoy preparado,
pero quiero que arda antes de tomarla. Quiero que esté tan caliente que pueda
ser duro, que necesite que lo sea para ella.
Y, a cambio, ella puede prenderme fuego a mí también. Consumirme con
su calor y su belleza. Tronaré dentro de ella y ella me envolverá, tomando hasta
47
el último centímetro.
Inclino la cabeza hacia su otro pecho, amando ese pezón con mi boca, mi
lengua, mis dientes, hasta que se retuerce debajo de mí, tratando de unirnos.
Aliso mi mano sobre su muslo, abriéndola de par en par para que la toque.
Sus rizos están resbaladizos, así de húmeda está para mí, y en su interior,
caliente y suave, se tensa cuando le doy primero uno, luego dos dedos.
—Ahora —dice, y no voy a discutirlo.
Incluso después de un fin de semana de follar, la primera presión se siente
como si no hubiera manera de que yo cupiera dentro de ella. Siempre lo hago.
Es perfecta para mí. Solo tengo que trabajar para ello. Echa la cabeza atrás y
gime de placer ante la intrusión. El sonido de felicidad y excitación solo me hace
más grueso.
Se contonea debajo de mí, moviendo las caderas mientras trabajamos
juntos para introducirme profundamente en ella. Cada pulso es húmedo y cálido,
como lenguas contra mi polla. Como si tuviera una docena de Adriennes
adorando mi polla, ¿y cómo puedo mantener el control ante una imagen así?
No puedo. De ninguna manera.
La mantengo quieta mientras muevo mis caderas, meciéndome dentro de
ella. Grita mi nombre y susurra:
—Otra vez, hazlo otra vez.
Le coloco las manos encima de su cabeza, con los dedos enlazados. Todo
mi ser se aprieta contra todo su cuerpo mientras vuelvo a penetrarla. Ya no hay
posibilidad de tener cuidado. Soy pesado, duro y exigente mientras la llevo al
límite, mientras la hago temblar y agitarse para mí.
—Joder. —A eso me reduzco, a una sola palabra, a maldiciones guturales.
Pero ella está ahí conmigo en la bruma de la borrachera sexual. Siento sus
labios en mi cuello, luego su lengua.
La negrura empieza a agolparse en las esquinas de mi visión mientras me
abalanzo sobre ella. Un celo salvaje y desesperado. Siento que se tensa, que se
aferra a mi interior y que sus miembros también se tensan. Como si estuviera
subiendo hacia esa cima figurada.
—Vente para mí —digo con brusquedad. El cabecero golpea contra la pared
y los dos lo agarramos, empujándolo contra la pared en un intento desesperado
de no despertar a nadie. 48
Oh, qué condicionados estamos.
Pero estamos solos.
Podemos hacer todo el ruido que queramos. Meto la mano entre nosotros
y le sostengo el pecho, atrapando su pezón entre mis dedos.
—¡Oh, sí! —Choca contra mí mientras me entierro en ella, manteniéndome
quieto porque estoy tan jodidamente cerca de explotar y eso no puede ocurrir
hasta que...— Jesús, sí. Stew. Dios. Me estoy viniendo.
Vuelvo a empujar, perdiéndome dentro de su coño.
Mi. Maldita. Esposa.
—Te amo —le digo, con la voz entrecortada, mientras apoyo mis brazos a
ambos lados de ella.
Ella me besa, su respiración es fuerte y rápida.
—Yo también. Bien. La espera ha merecido la pena.
Y aún tenemos tiempo de compartir una ducha.
L
a vuelta al trabajo es una brutal e implacable vuelta a la realidad.
Gavin ha decidido quedarse en Vancouver toda la semana,
lo que me fastidia porque el trabajo se acumula. Todos estamos
trabajando días más largos ya que su jornada laboral en el oeste
no termina hasta bien entrada la noche en Ottawa. Cuando quiera ordenar su
cabeza y traer su trasero de vuelta aquí, me hará feliz. Hasta entonces, hago lo
mejor que puedo.
49
Ellie está trabajando como una loca en una estrategia de comunicación en
torno a los donantes y la recaudación de fondos. Me gusta lo que se le ocurre, y
se lo digo. Ha hecho mucho bajo duras restricciones, porque no quiero que dé
ninguna pista sobre la nueva dirección de Gavin a los activistas del partido que
planean su próximo evento.
Para el viernes, Gavin también firma el plan y, lo que es mejor, decide
volver a la capital.
Por fin.
El alivio que siento es tan palpable que estoy seguro de que él puede
percibirlo en todo el país.
Envío a toda la oficina un correo electrónico en el que les ordeno que se
vayan a casa con sus familias, amigos, compañeros de piso, gatos o plantas de
interior.
No me importa a dónde vayan, simplemente no quiero que nadie se quede
hasta tarde.
Sé que no voy a estar en el trabajo después de las seis. Puede que sea la
última oportunidad que tengamos durante unas semanas de tener un poco de
vida personal, y mi familia, especialmente mi mujer, se merece que aproveche
esa oportunidad.
Todo mi día está orientado a salir por la puerta a las seis menos cuarto.
Me las arreglo para salir a y cinco.
Tendrá que ser suficiente.
Cuando llego a casa, los gemelos están montando en monopatín en el
callejón sin salida del fondo de nuestra calle. Los saludo y entro, donde
encuentro a la mayor y a mi mujer en una especie de enfrentamiento silencioso
en la cocina.
Miro a Adrienne y le pregunto qué pasa.
Se encoge de hombros.
Respiro profundamente.
—¿Qué hay para cenar?
Adrienne señala la nevera.
—Los filetes están listos para la parrilla. También tengo las patatas casi
listas. Y una ensalada.
—Tu favorita —dice Daniel con sorna desde detrás de su teléfono. 50
Me siento en el taburete de la barra junto a él y le quito el aparato de las
manos.
—¡Oye!
—Oye, ¿qué? —Mantengo mi voz ligera.
—Estaba usando eso.
—Me di cuenta. Lo que sea que estabas haciendo puede esperar un
minuto. Mírame.
Tarda un poco, pero sus ojos finalmente se levantan para encontrarse con
mi mirada.
—¿Qué?
Cree que se va a meter en problemas, cuando en realidad soy yo la que
necesita una charla.
—Siento haberme perdido muchas cenas.
Se encoge de hombros.
—Lo que sea.
—No. No es lo que sea. No es lo ideal. Pero tampoco es permanente, y te
agradecería que no hicieras la vida de tu madre mucho más difícil solo porque
yo esté siendo un idiota...
—Bien, ¿quién quiere poner la mesa? —grita Adrienne, con una voz
innecesariamente alta.
Daniel esboza una sonrisa y me guiña un ojo.
—No digas idiota delante de mamá, no le gusta —susurra.
—Claro —le susurro yo—. Se me olvidaba.
Se levanta del taburete y abre de un tirón el cajón de los cubiertos.
Adrienne espera a que él agarre los tenedores para todos y se dirija al
comedor antes de sonreírme.
—¿Volverse cercanos a través de palabrotas?
—Lo que sea que funcione. —Me levanto y paso por delante de ella,
abriendo la alacena. Me detengo para darle un beso rápido—. Gracias por confiar
en mí.
—Siempre. —Suspira—. ¿Por qué es tan fácil para ti con él? 51
—No lo es. Eso fue solo un breve respiro. Y él te presiona más a ti porque
sabe que puede hacerlo. Porque sabe que eres nuestra roca, y que no vas a ir a
ninguna parte.
Sus ojos se suavizan mientras se inclina hacia mí.
—Tú tampoco te vas a ninguna parte.
—Tengo que mostrarles eso mejor. Le beso la coronilla—. ¿Puedo asar?
—Por favor.
—Dame cinco minutos para cambiarme de ropa de trabajo.
Me da una palmadita en el culo.
—Ve a ponerte esos vaqueros ajustados del fin de semana pasado. Dame
un poco de emoción.
—¡Mamá! —Desde la puerta, Daniel se tapa los ojos mientras aúlla sobre
lo asqueroso que es que sus padres se toquen.
Una implacable vuelta a la realidad, sin duda.
Le doy a Adrienne un ligero beso en los labios. No me gustaría que fuera
de otra manera.
52
Gavin:
Ellie Montague es lista, delicada y tan
malditamente hermosa que duele mirarla. También
es una becaria en mi oficina. La oficina del primer
ministro de Canadá*.
Ese soy yo. El PM.
Me llama así porque cuando me llama señor 53
me pone duro y ella se pone nerviosa, y mientras
que sea mi becaria no puedo enredar mis manos en
su cabello rubio rojizo y enseñarle qué más me
gustaría que hiciera con esa bonita boca rosada**.
Ellie:
Cuánto me gusta el PM varia a diario. Es
serio, controlador y un perfeccionista en cada forma, y exige lo mismo de su
equipo.
Cuánto le deseo nunca flaquea.
Hay algo en él que tira de mí profundamente y me hace desear que solo
por una vez cruzase la línea en una sesión de trabajo nocturna. Me llevaría ese
secreto a la tumba si eso significase que conseguiría una probadita de la apenas
contenida bestia de su interior***.
Frisky Beavers #1
*Este es un romance erótico ficticio. Ningún primer ministro o becario fue herido
en la creación de ese libro.
**Salvo que es un libro de BDSM, por lo que fueron lastimados un poco.
***Alerta spoiler: Ella consigue más que una probadita. Y le gusta.
54
Mamá de día y sucia escritora de
romances de noche, Ainsley está súper
agradecida por la cafeína, los panecillos de
plátano y arándanos y los pantalones de yoga.
Su romance erótico debutante, Hate F*@k, llegó
a la lista de USA Today en 2015. En 2016, co-
escribió el éxito Prime Minister, que llegó a la
lista de superventas tanto ese año como en
2017. También escribe romance
contemporáneo y militar como superventas del USA Today y el New York Times
55
Zoe York. Vive en Londres, Ontario, Canadá, con su joven familia, y pasa todo el
tiempo posible viajando por el mundo con ellos.