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STAFF

Moderadora
Whitethorn

Traducción
Sturmhond
SraCross
Darkflower
Morgan
Rebs

Corrección
Tutty Frutty
AffairGirl
Nunu
Noah
La tóxica

Revisión Final
Moon
Fer_06
Fireheart

Diseño
Cursebreaker

Contenido


SINOPSIS
PLAYLIST
UNA NOTA DE MORGAN
UNO
DOS
TRES
CUATRO
CINCO
SEIS
SIETE
OCHO
NUEVE
DIEZ
ONCE
DOCE
TRECE
CATORCE
QUINCE
DIECISÉIS
DIECISIETE
DIECIOCHO
DIECINUEVE
VEINTE
VEINTIUNO
VEINTIDÓS
VEINTITRÉS
VEINTICUATRO
VEINTICINCO
VEINTISÉIS
VEINTISIETE
VEINTIOCHO
VEINTINUEVE
TREINTA
TREINTA Y UNO
TREINTA Y DOS
EPÍLOGO
AGRADECIMIENTOS
ACERCA DE LA AUTORA

SINOPSIS

Abbie Keller pensó que Richard Bartholemew Benson III sería para ella para siempre. En sus cuatro años
de noviazgo, nunca dudó de que no terminaría con el anillo de compromiso de su abuela en el dedo. Claro,
tuvo que cambiar algunas cosas de sí misma para encajar en ese molde, como teñirse el cabello, vestirse
de manera más conservadora y disfrutar del golf (sinceramente, el más difícil de los cambios), pero estaba
segura de que al final de todo valía la pena.

Es decir, hasta que él la deja llorando fuera de su apartamento con un disfraz de Halloween, después de
haber roto con ella porque no es lo suficientemente seria. Ella sólo era divertida, le dice él, y ahora que
Richard tiene en mente convertirse en socio de su bufete de abogados, necesita centrarse en el trabajo.

Así que ella hace lo que hacen todas las chicas cuando rompen con ella: llama a sus amigas, se
emborracha, se tiñe el cabello y formula su plan de venganza. Da la casualidad de que el universo apoya
sus esfuerzos y le da la pareja perfecta para demostrarle a su ex que cometió un gran error: su jefe.

Abbie comienza a salir con el socio fundador del bufete de abogados de Richard, Damien Martinez, con
una cosa en mente: convencerlo de que la invite a la gran fiesta anual de Navidad como su cita.

Pero cuando la relación comienza a convertirse en algo más que una cita casual y Abbie ve que el duro
abogado de Nueva York tiene un lado tierno, ¿será capaz de llevar a cabo su plan de engaño?





A todas las chicas que sabían que Elle siempre fue demasiado buena para Warner.

Y para todas las chicas a las que les dijeron que eran “demasiado”.
Deja que él vaya a buscar menos.




PLAYLIST


Serious - Legally Blonde the Musical
Blonde - Maisie Pete
Better than Revenge - Taylor Swift
She Can Have You - Tamar Braxton
Miss Me More - Kelsea Ballerina
Last Christmas - WHAM!
Butterflies - Kacey Musgrave
Better Luck Next Time - Kelsea Ballerina
Tolerate It - Taylor Swift
Detour - Maren Morris
I Bet You Think About Me - Taylor Swift

UNA NOTA DE MORGAN


¡Hola lector!

¡La Navidad es mi época favorita del año y disfruto mucho de las películas navideñas divertidas y
agradables y libros! ¡Estoy tan emocionada de tener uno propio!

Tis the Season for Revenge contiene menciones de engaño, abuso verbal, físico y financiero. Por favor,
ponte siempre en primer lugar cuando leas, está destinado a ser nuestro lugar feliz.

Los amo a todos con todo mi ser.

-Morgan Isabel.

UNO
31 de octubre
Abbie


El atuendo es la perfección absoluta.

Mi mejor amiga Kat me ayudó a confeccionarlo, encontrando piezas en tiendas de segunda mano y
boutiques de la ciudad. El body rosa claro con corsé fue lo que más me costó, pero es lo que inspiró todo el
conjunto. Cuando llegó a la tienda hace unas semanas, la visión brilló en mi mente y no pude quitármela de
la cabeza. Una falda circular blanca de segunda mano le da un toque lindo y ligeramente más modesto. Las
orejas de conejo de la cabeza me las hizo Kat, la cola que llevo en el trasero me la hice yo y encontré en
Internet unas pantimedias brillantes en color nude.

Los tacones de aguja rosa claro son de mi armario, un par que había dejado de lado hace años, cuando
conocí a los amigos universitarios de Richard. Fue entonces cuando decidí que había llegado el momento
de jubilar mis días de universitaria rosa y brillante.

—¿Qué te parece? —Le pregunto a mi teléfono mientras doy vueltas en círculo con la falda, que me
llega a las rodillas, girando un poco. Llevo el cabello oscuro recogido en una coleta impecable. Hace casi
un año que me lo teñí. Richard insistió en que me quedaría mejor a mi edad, y aún no me he
acostumbrado.
—¡Caliente! —Dice Cami.

—¡Déjame ver, déjame ver! —Dice Kat, y entonces la pantalla se tuerce unos instantes antes de que
aparezca la cara de Kat—. ¡Genial! ¡Dios mío, va a querer ponerte un anillo esta noche! Que se joda la
Navidad.

Sonrío de par en par y vuelvo a girar para ofrecerle una vista completa antes de sentarme de nuevo en
el tocador, justo para no aplastar la coleta. Tomo la larga coleta y la peino con los dedos antes de tomar un
pintalabios rosa y aplicarme otra capa.

—Extraño a la rubia —dice Cami, mirándome mal—. No puedo creer que te lo tiñeras.

—Ha pasado un año, Cam. Y nací morena después de todo —le digo, poniendo los ojos en blanco. No
me atrevo a decirle que también extraño ser rubia. Con el cabello oscuro, me parezco mucho más a mi
hermana Hannah. A veces todavía me miro en el espejo o en una ventana al pasar y me confundo.

—Pero naciste para ser rubia, nena —dice, una gruesa ceja perfectamente delineada sobre la piel
oscura se levanta mientras me mira con indignación.

—¿Crees que debería hacerme puntos en las mejillas? —Pregunto, moviendo la cara de un lado a otro
e intentando cambiar de tema—. ¿Como bigotes?

—Demasiado —dice Kat sacudiendo la cabeza—. Las orejas y la nariz son suficientes—. La punta de mi
nariz tiene un rubor rosado extra, dando la impresión de ser la nariz de un conejito.

—Ojalá vinieran —digo, mirando hacia la pequeña pantalla de mi tocador—. ¡No nos hemos separado
para Halloween desde que estábamos en la universidad!

En nuestro primer año, Cami, Kat y yo fuimos los Ángeles de Charlie, y nunca miramos atrás. Desde
entonces hemos tenido disfraces de grupo, y ver a Cam y Kat prepararse para ir a los bares como fuego y
hielo sin mí me parece... sacrílego.

—¡Pero vas a conocer a sus compañeros de trabajo! —Dice Kat, con corazones en los ojos ante la mera
idea de tal paso—. ¡Esto es enorme, Abbie!
Tiene razón; así es. En los cuatro años que Richard y yo llevamos saliendo, nunca he ido a ninguna de
sus lujosas fiestas de trabajo, ni al cóctel de verano en el barco, ni a la fiesta de Halloween, ni mucho
menos a la de Navidad.

Me muero de ganas.

—¡Próxima parada, Rainbow Room! —Dice, con alegría y emoción resonando en su voz—. ¡Y una
piedra!

Este diciembre será la sexta fiesta a la que Richard asiste como abogado de Schmidt and Martinez, la
empresa que fundó el padre de su madre. También es donde Richard espera ser nombrado socio.

La fiesta celebrada en Rainbow Room del Rockefeller Center está hecha de leyendas. Es una
extravagancia con la que sólo se puede soñar: los mejores abogados del país «y de Nueva York» se reúnen
para celebrar otro año excepcional. Es el lugar donde ocurren los grandes momentos: se anuncian los
ascensos y se establecen las asociaciones.

Este será el año en que me invite a participar, por fin. Llevo cuatro años esperando a que esté tan
seguro de nosotros como para invitarme. Y cuando reciba la buena noticia, Richard se arrodillará y me
pedirá que me case con él. Para convertirme en la esposa perfecta que le he estado demostrando que
puedo ser. Cumplidora y leal, capaz de ayudarlo a triunfar.

Bien, eso parece una locura, incluso para mí, que espero al azar un gran gesto. Pero sé que llegará.
Hace dos meses, cuando estaba en su casa limpiando y guardando la colada, encontré el anillo de su
abuela en una caja del cajón de los calcetines y, desde entonces, no he dejado de lanzarle indirectas. Estoy
bastante confiada en que él las ha estado captando, mencionando lo vital que será la fiesta de Navidad
para su futuro y cómo lo cambiará todo.

Y esta fiesta de Halloween es mi primera oportunidad de conocer a la familia del trabajo con la que
estará hasta que sea viejo y canoso. Me imagino un día llevando a los niños que Richard tanto desea a esa
fiesta, diciéndoles que aquí es donde papá nos hizo una familia. Casi podría chillar con la imagen mental.

Por supuesto, diseñé este traje pensando en esa primera reunión, buscando un equilibrio entre clase y
accesibilidad y futura esposa sexy, para que todos sus compañeros de trabajo pensaran que había
encontrado a su pareja perfecta.

No es por tocar la bocina, pero creo que lo he clavado.

Antes de que pueda decir nada más a mis amigas, mi teléfono vibra desde mi tocador, con un texto
parpadeando en la parte superior.


Richard<3: Estoy aquí.


Eso significa que está fuera de mi edificio de apartamentos. Por desgracia, cuando me licencié en
marketing de belleza y perfumería, me di cuenta enseguida de que vivir en la ciudad no era factible. Así
que me mudé a Long Island, conseguí un apartamento y empecé a trabajar en el departamento de
maquillaje de Rollard's, en el centro comercial Green Acres.

—Muy bien, chicas, tengo que irme. Richard me está mandando un mensaje, está abajo —les digo a
mis amigas, tomando la bolsa que he dejado sobre la cama. Como Richard vive en Manhattan, suelo tomar
Uber o el tren hasta la ciudad y me dirijo a su apartamento. Con el frío y mi disfraz, me alegro de haber
podido convencerlo para que me recogiera esta noche.

Con mis palabras, sin embargo, hay un silencio deslumbrante de mi teléfono antes de que Cami hable.

—¿Qué? —Pregunta, y sé que hay muchas posibilidades de que esto se convierta en un problema
mayor. Mierda.

—Richard está abajo. Tengo que ir a reunirme con él ahí.

—¿Quedaste con él ahí abajo? —Cami pregunta—. ¿No va a subir? —Los ojos de Kat están muy
abiertos y apuntan a Cami. No puedo decir si son sus ojos de cállate la boca o sus ojos de ¿estás oyendo
esta mierda?

—Ya sabes que aquí el aparcamiento es un poco difícil —digo, explicando lo que no es necesariamente
cierto. Siempre que estés en la lista como huésped, el aparcamiento es sencillo. Y Richard está, de hecho,
en la lista, a pesar de no haber aparcado nunca en el garaje.
Se hace el silencio al otro lado de la línea.

—¿Brunch? ¿Mañana? Probablemente estaré en la ciudad, alojada en casa de Richard —digo,
intentando poner fin a la conversación. Cami se queda en casa de Kat en Manhattan esta noche.
Silencio, y entonces Cami habla con su voz tranquila y fácil, ocultando su frustración. Es como si
alguien le hablara a un niño pequeño que ha pintado todo su dormitorio pero que aún sostiene el pincel,
capaz de hacer más daño.

—Cariño, ¿no crees...?

—Cam, ahora no. Tengo que bajar.

—Yo sólo...

—Cam, déjalo estar. Podemos charlar mañana tomando mimosas. Me muero de ganas de que me
cuentes tu noche, nena —dice Kat, pero no me mira a través del teléfono. En cambio, sus palabras son a
través de dientes apretados, y su rostro se dirige a Cami.

He sido amiga de ellas el tiempo suficiente para entender lo que dicen mientras discuten sin palabras.

Ninguna de las dos es la mayor fan de Richard, aunque Kat lo disimula mejor que Cami. Pero como son
buenas amigas, las mejores amigas, sé que confían en mí para mis relaciones, y si les digo que soy feliz,
ellas también lo son.

Y lo soy.

Soy feliz.


Richard<3: ¿Vas a bajar?


—Acaba de enviarme otro mensaje.

Cami lanza un suspiro intencionadamente fuerte.

—Dios te libre de hacerlo esperar —dice en voz baja, y aunque ignoro la puya, no me pierdo la
sacudida de su cuerpo con un codazo de Kat.

Bien. Al menos una de ellas está de mi lado.

—Las quiero. Hablamos pronto, ¿sí? —Pregunto, saliendo por mi puerta y dejando que la cerradura se
cierre detrás de mí.

—Sí. Te queremos, Abs.
—Yo también las quiero —digo y termino la llamada, saltando hacia el ascensor.


El Porche Cayenne rojo cereza de Richard, del que está locamente enamorado (a mí me parece una
versión horrenda e innecesariamente cara de un monovolumen, pero lo amo, así que me encanta), está al
ralentí en el carril justo delante de mí apartamento, y yo sonrío al auto y lo saludo con la mano, acelerando
por la emoción de verlo aquí. Es tan dulce, haciendo que no tenga que caminar por el aparcamiento en el
frío.

Cuando me acerco a la puerta y me asomo por los cristales tintados, está hablando por teléfono, el
Bluetooth suena por las puertas. Richard levanta un dedo y me mira con cara de un segundo. Sonrío,
observando cómo mi aliento forma nubes en el aire de finales de octubre. Desde donde estamos, puedo ver
las luces de Nueva York al otro lado del río y me pregunto si, cuando Richard se declare, me pedirá que
cancele el contrato antes de tiempo y me mude a su rascacielos del Upper West Side. Quizá seamos más
tradicionales y no nos vayamos a vivir juntos hasta después de la boda.

En cualquier caso, estoy impaciente por dar el siguiente paso.

Richard se inclina sobre el asiento del copiloto y abre la puerta lo suficiente para que yo pueda
tomarla. Ningún hombre me había abierto la puerta del auto hasta que lo hizo Richard, y sigo sonriendo
cuando lo hace. Agacho la cabeza, asegurándome de no atraparme las orejas, y me inclino para besar a mi
futuro marido.

Señora Richard Benson.

Me da vértigo sólo de pensar en las palabras. Pero Richard no se inclina para besarme.

En lugar de eso, hace lo contrario, se echa hacia atrás y me mira. Yo imito su acción, inclinándome
hacia atrás para mostrarle mi atuendo mejor en los confines cercanos del auto y sonriéndole.

Repetí este momento en mi mente una y otra vez durante semanas, anticipando la mirada de
adoración y lujuria que se apoderaba de su rostro. ¿Me besaría? ¿Me obligaría a subir las escaleras y haría
lo que quisiera conmigo antes de irnos a la fiesta? ¿Pensaría en irse de la fiesta toda la noche, queriendo
tenerme a solas?

En su lugar, una extraña mirada que no había previsto cruza su rostro, sus cejas se juntan.

Está claro que necesita verme mejor, porque levanta la mano y enciende las luces interiores. Sus ojos
recorren mi cuerpo, recorriendo mi piel.

Me siento bien.

Me siento sexy.

Me siento... confundida.

Richard lleva una camisa blanca abotonada y un pantalón de vestir, una versión más informal de su
uniforme de trabajo.

—¿Qué llevas puesto?

—¿Un... disfraz? —Mi voz es ligeramente confusa—. Soy una conejita —digo, señalándome las orejas y
sonriendo.

—Jesús... Abbie. —Se pasa la mano por el cabello.

Nadie más que yo lo sabe, pero está raleando. Va a citas bimensuales para hacerse tratamientos, pero
su padre y su abuelo son calvos. No le veo sentido a intentarlo, creo que es guapo pase lo que pase,
aunque apoyo lo que haga falta para que se sienta mejor consigo mismo. Incluso llegué a investigar y
conducir hasta Pensilvania con Kat para conseguirle un régimen de vitaminas y aceites holísticos que han
parecido ayudarlo.

Me muevo para apartar el cabello que se le ha caído de su peinado perfecto, pero él me detiene,
deteniéndome en seco.

Mi mano cuelga en el espacio que nos separa como un presagio. Se me revuelven las tripas.

Algo no va bien.
—Maldita sea, Abbie —dice, murmurando en voz baja, sacudiendo la cabeza. Mira el reloj y luego el
parabrisas.

Una sensación de extraña me recorre la piel, y no es porque haya decidido no llevar abrigo por miedo
a estropear mi atuendo.

—Richard, cariño...

—Joder. Esto no funciona —dice, cortándome y mirándome de nuevo. En sus ojos no hay suavidad ni
amabilidad, ni amor. Es... dura. Frustrada.

—¿Qué? —Pregunto, con la voz entrecortada.

—Esto. No funciona. Nosotros. No está... funcionando para mí. —Vuelve a mirar al frente, sin mirar
nada en la oscuridad de la noche. La mirada no es como si estuviera dolido o perdido o incluso
cuestionando sus palabras.

No, él está mirando como si tuviera algo mejor que hacer, alguien más interesante con quien hablar.
Lo cual, quiero decir, por supuesto. Tiene que asistir a una gran fiesta de empresa, con servicio de catering
en el centro de Manhattan y con la crème de la crème de la abogacía neoyorquina.

Me mira fijamente como si me interpusiera en su camino para pasar un buen rato. Como si yo fuera
una pequeña molestia en su noche.

¿Y yo?

Estoy teniendo una crisis mental en toda regla.

En lugar de que esta noche sea un paso importante para nosotros como pareja, creo que Richard
podría estar rompiendo conmigo.

No, no, no. Esto es imposible. Esto no encaja en mi plan de vida mágica.

Mi respiración se detiene en mis pulmones, congelada y pesándome en los asientos de cuero.

Sus respiraciones, sin embargo, salen en un suspiro fácil e incómodo.

Está molesto conmigo, suspirando como si tuviera mejores cosas que hacer, y mi comprensión de mi
vida y mi futuro se desmorona a mi alrededor.
¿Richard está molesto conmigo por no hacer que dejarme sea fácil?

¿Dónde está la justicia en eso?

Me parece una eternidad mirándolo fijamente, intentando que las palabras funcionen en mi boca.

—Yo no… No lo entiendo. Se supone que esta noche vamos a la fiesta de disfraces de tu empresa, la
fiesta de Halloween. Se supone... Se supone que debo conocer a todos esta noche. —Pero, tal vez... Tal vez
hay algo más. Algo más. Algo que no entiendo.

Eso es. Todo esto es un tonto malentendido. Algo de lo que dentro de una hora, me reiré con Damien
Martinez, el compañero que Richard secretamente no soporta pero que, de todos modos, le besa el trasero.

—Exactamente. ¿Y esto es lo que elegiste ponerte? —Entonces, finalmente, su cabeza se gira de la
carretera hacia mí y en sus ojos hay... desdén. Asco, incluso.

—Yo… Quería estar hermosa para ti. Es una fiesta de disfraces.

—No somos niños, Abbie. Esta es una fiesta para abogados. Es una reunión para gente a la que intento
convencer de que soy lo bastante bueno para convertirme en socio. —Sus ojos recorren mi cuerpo, pero no
con hambre, como yo esperaba—. ¿Crees que esto...? —Mueve la mano arriba y abajo en el espacio que
nos separa, indicándome a mí y todo lo que soy—. ¿Va a hacer eso? ¿Crees que si aparezco contigo todo el
mundo pensará que debo ser tomado en serio?

Las lágrimas me punzan los ojos y parpadeo, tratando de ignorarlas.

Mi hermana me enseñó muchas cosas, pero la más importante fue una que me enseñó en lugar de
decírmela: nunca dejes que los idiotas te vean derrumbarte.

—¿Estás…? ¿Estás rompiendo conmigo? —Pregunto, sabiendo la respuesta, pero sin creerla. Necesito
confirmación.
—Hace tiempo que quiero hacer esto. —La forma en que lo dice es como si estuviera agotado por esto.
Como si estuviera agotado por el hecho de que nuestra relación de cuatro años esté tardando más de cinco
minutos en desmantelarse, y se preguntara cuándo demonios saldré de su auto y lo dejaré marchar.

—Hace tiempo —digo en voz baja.

—¿Nunca te preguntaste por qué nunca nos fuimos a vivir juntos? —Pregunta como si fuera idiota.
Como si supusiera que nunca me lo pregunté porque soy demasiado estúpida para saberlo.

Por supuesto, lo cuestioné. ¿Qué mujer no lo haría? Sólo que nunca quise presionar.

No conseguirás nada con un hombre poderoso siendo una mujer prepotente. Recuerdo haber leído eso
una vez en una revista femenina. Supuse que había un plan maestro y lo dejé tomar el timón.

¡Lo estaba dejando ser un hombre poderoso!

—¿Nunca te preguntaste por qué evitaba llevarte a eventos de trabajo? —Sabe que sí, llevo años
preguntándomelo. Una sonrisa lenta y enfermiza se dibuja en sus labios—. ¿Nunca te has preguntado por
qué nunca te propuse matrimonio? —Se me revuelve el estómago y entonces me doy cuenta de que está
disfrutando haciéndome sentir así.

Se está divirtiendo.

—¿Así que eliges esta noche? —Pregunto, alzando la voz. Hay incredulidad, pero en el fondo hay rabia.
Está burbujeando, y espero que esté enmascarando el sonido de dolor absoluto que me está causando.

No se merece eso.

—¿Crees que planeé esto, Abbie? ¿Por qué demonios conduciría voluntariamente hasta el jodido Long
Island si no estuviera planeando al menos echar un polvo esta noche?

Mi estómago cae al suelo, salpicando junto a mi corazón y mis sentidos.

Sus palabras son feas.

No sabría decir si es a propósito, escenificado para causar dolor y pegar fuerte, o si simplemente es así
y ahora me estoy quitando esas gafas de color de rosa. ¿Cuánto tiempo ha estado lleno de palabras feas e
intenciones de mierda, y cómo estaba tan perdida en el amor y la idea de él para verlo antes?

—¿Qué? —Pregunto, y mis palabras son ligeras. Silenciosas. Apenas presentes.

Tal vez sea un error. Tal vez no lo decía en serio. Tal vez…

—Vamos, Abbie. Eres tonta, pero no eres tan tonta. —Vuelve a colocar un ladrillo en la pared que no
sabía que había derribado. Ante la pared hay una pila de escombros, los restos de docenas de ladrillos.
Cada uno de ellos era una parte de mí a la que le había permitido dar un mazazo.

—No soy ton...

—Maquillas en Rollard's.

—Cambio vidas. Ayudo a las mujeres...

—Jesús, esta mierda otra vez. —Resopla y lanza una mano—. Mira. Al principio era bonito, que tuvieras
este hobby mientras buscabas un trabajo de verdad. Pero dejaste de buscar. Empezaste a hablar de cómo
ayudabas a la gente y cambiabas vidas. Tuve ese contacto en el club de campo, y lo hiciste volar.

Recuerdo ese día. Me vestí con mi atuendo más aburrido y conservador y me vi obligada a sentarme
en el estúpido carrito de golf durante toda la tarde, repartiendo hierros del nueve y tirando bolos. Y cuando
aquel “ejecutivo de la industria del maquillaje” me hablaba, sus ojos no se apartaban de mis tetas.
Cualquier ayuda profesional que pretendía ofrecer empezaba con: “Deberíamos, ya sabes, ir a cenar y
luego...”

No, gracias.

—Se me insinuó, Richard. Me hizo sentir incómoda...

—Así es la vida, Abigail. Así es como juegas al jodido juego. Es por eso por lo que nunca llegarás a
nada en la vida, haciendo maquillaje de mierda como un desertor de secundaria. —Se gira hacia mí, con
rabia e ira en los ojos.

Nunca he tenido miedo de un hombre.

Ahora mismo, creo que hay una posibilidad de que lo tenga.
—Ridícula. Tú te dedicas al maquillaje, Abbie. ¿Yo? Yo cambio vidas. Tomo hombres que se enfrentan de
veinte a perpetua, perdiendo sus fortunas, y los salvo. —Su dedo se clava en su pecho, haciendo un punto
—. Hago una diferencia. ¿Y tú? Juegas a disfrazarte por el salario mínimo en Long Island.

Una lágrima cae de mis pestañas, cae sobre el corsé y crea una mancha oscura que se extiende por el
tejido de seda.

—No puedo hacer esto, Abbie. Necesito ser más serio sobre mi futuro. Fuiste divertida, pero no puedo
conformarme con diversión.

Conformarme.

Esa palabra debería ser inofensiva, pero la intención maliciosa la convierte en algo que atraviesa la
piel, los músculos y los huesos, directo a mi corazón.

Esa palabra cambia algo en mí.

Se rompe la última atadura que sujetaba los sueños que había construido de ser la esposa perfecta
para este hombre.

Y como es un hombre, aparentemente de mierda, no puede ver que mi mundo se desmorona a mi
alrededor. No puede ver cómo mi autoestima y mis sueños futuros se convierten en polvo.

—Me nombrarán socio a finales de año. Es para lo que he estado trabajando. Necesito que Martinez y
mi abuelo vean lo en serio que voy. ¿Esto? —Sus ojos me recorren—. No encaja con esa imagen.

Y aunque la parte lógica de mí sabe lo que está pasando, la parte que son sólo mis emociones no.

—Pero... llevamos juntos cuatro años —le digo. Suspira, como un niño de cinco años que pide un
helado a las siete de la mañana.

—Ha sido divertido. No pensaste que esto era todo, ¿verdad? Dios, Abbie. Madura. Nunca ibas a ser tú.
—Su cara tiene esa sonrisa malvada de nuevo, y me hace temblar—. Nunca ibas a ser tú.

Es entonces cuando cae la segunda lágrima. Y ahora miro fijamente a Richard, con los ojos llorosos
hasta el punto de que casi todo se ve borroso bajo el agua y me pregunto cuándo va a esbozar una sonrisa
y decirme que está bromeando.
Cuando diga que ha sido una broma, cruel, pero broma al fin y al cabo.

Nunca se le dio bien ser gracioso. Le dejé creer que lo era, por supuesto. Todos esos años riéndome de
sus chistes de mierda para que se sintiera mejor consigo mismo...

Pero sigue mirándome fijamente, con una extraña mezcla de lástima e irritación. Irritación, como si el
hecho de que yo esté disgustada y sorprendida por su ruptura después de cuatro años y ningún aviso le
resultara inconveniente.

Entonces llaman a mi ventana. Giro la cabeza para mirar y veo a un policía de pie, encorvado. Ni
siquiera me he dado cuenta de que las luces rojas y azules rebotan en el salpicadero cuando ha aparcado
detrás de nosotros. Richard suspira, baja la ventanilla y el aire frío me entra en los pulmones como una
descarga eléctrica.

—¿Están bien aquí? —Pregunta con una linterna sumergida en el auto. Su rostro se suaviza al ver lo
que estoy segura de que es una cara pálida, ojos llorosos y algunas huellas de lágrimas.

—Todo bien, oficial —dice Richard con su sonrisa de niño bueno en su sitio—. Ella estaba a punto de
salir.

Ella estaba a punto de salir. Ella estaba a punto de salir. Ella estaba a punto de salir.

Tardo unos segundos en entender lo que dice Richard.

Quiere que salga de su auto.

Porque acaba de romper conmigo.

Y tiene una fiesta de empresa a la que ir, después de todo.

Llevamos cuatro años juntos y ni siquiera ha tenido la decencia de romper conmigo con tiempo para
hablarlo, para ponerle fin. En vez de eso, lo hace así, al borde de la carretera, mientras llevo un jodido
disfraz de conejita.

Esto es humillante.

—Está aparcado en un carril de incendio —dice el operario, y creo que también le dedica a Richard una
mirada molesta y posiblemente mirada de asco.

—Lo siento, señor. No tenía intención de estar aquí tanto tiempo. —Su cabeza se mueve hacia mí, la
sonrisa despreocupada cae al instante y se convierte en una de frustración—. Abbie, vete.

Sus palabras ya no encierran paciencia, amabilidad ni cariño.

Sus palabras están llenas de frustración e irritación. Ha terminado conmigo.

A la mierda con esto.

Tomo mi bolsita con forma de zanahoria que Kat y yo encontramos en una tienda de segunda mano de
Main Street y me planteo darle una bofetada. Estoy segura de que me sentaría bien, pero también hay un
agente de policía fuera del auto vigilando todos nuestros movimientos, y estoy noventa y nueve por ciento
segura de que Richard presentaría cargos.

Él es el tipo.

Es una especie de Chad. Ya sabes, ¿un Karen masculino?

Mierda. He estado saliendo con un maldito Chad durante cuatro años. ¡¿Y estaba planeando casarme
con este idiota?!

En vez de pegarle, tiro de la puerta. Pero, por supuesto, está cerrada. Richard suspira:

—Dios, esta mujer no podría salir de una bolsa de papel. —Ahora me doy cuenta de que hace muchas
cosas antes de pulsar el botón de desbloqueo.

Salgo.

Cierro la puerta.

Y entonces estoy de pie fuera de mi apartamento viendo el auto rojo conducir sin dudarlo a través de
los ojos llorosos.

El oficial se gira hacia mí.

—Señora, ¿se encuentra bien? ¿Le ha... hecho algo? —Ni siquiera lo miro cuando respondo.

—Me rompió el corazón.

El oficial se me queda mirando, parpadeando torpemente.
Como mucha gente que habla conmigo, puedo decir que se arrepiente de haber hecho preguntas.

—Estoy bien. No me ha hecho daño. Siento haber aparcado en la zona de incendios —digo con la voz
apagada. Le dedico una sonrisa tensa y vuelvo a entrar en mi edificio de apartamentos, con los tacones
chasqueando sobre el cemento.

No sentí el frío en mis piernas casi desnudas cuando salí del edificio, llena de esperanza y emoción.
Ahora me muerde y atraviesa el nylon.

En el vestíbulo, golpeo la pantalla del teléfono varias veces, como si estuviera en una especie de
estado de fuga y fuera incapaz de procesar el mundo que me rodea. Al deslizar el dedo, encuentro el
número de Cami y pulso el botón de FaceTime, sosteniendo el teléfono delante de mí mientras dejo caer el
trasero en el banco del vestíbulo.

El ascensor suena como demasiado trabajo en este momento. Mi apartamento suena como demasiado
trabajo.

Si subo, veré el desorden de maquillaje y ropa y recordaré la alegría esperanzada que tuve al
arreglarme hace unos minutos.

La pantalla se oscurece cuando deja de sonar el timbre, y entonces una fiesta con risas, vítores y
música de Halloween llena la línea.

—Hola, Abs, ¿qué pasa? —Grita Cami, la pantalla sigue sin mostrar su cara mientras hace malabares
con el teléfono entre la multitud.

Pero cuando lo hace, se le cae la sonrisa.

Miro la pequeña versión de la esquina para ver mi propia cara; no sé cuándo empecé a llorar de
verdad, pero por mis mejillas corren huellas negras de lágrimas.

Estupendo.

Y como tengo las mejores amigas del universo, sin saltarse ni una, me dice:

—Joder. Estaremos allí en veinte con tequila.

DOS
31 de octubre
Damien


Odio estas fiestas.

No porque odie las fiestas, que también hago, sino porque odio específicamente estas fiestas.

Fiestas de trabajo.

Tengo que pasar al menos diez horas al día, de lunes a viernes, rodeado de esta gente. Que me
obliguen a hacerlo para levantar la “moral de los empleados” a deshoras es una cruel tortura.

Especialmente en Halloween, cuando todo el mundo se disfraza y se toma unas copas y,
sinceramente, la cosa se suele poner rara. En este momento, estoy viendo a una asistente jurídica, vestida
como ningún ángel que haya visto en un cuadro bíblico, tirándose a un abogado novato vestido como
Stewie de Padre de Familia.

No estoy juzgando el buen momento de nadie, pero creo que a veces se olvidan de que tendrán que
volver a ver a estas personas mañana por la mañana.

Las mujeres que trabajan aquí y las citas de los hombres van vestidas con distintas variaciones del
mismo disfraz: un ratón, un vampiro, un ángel.

Incluso los hombres se han disfrazado, algunos a lo grande, otros con sencillez, pero todos disfrazados,
bebiendo demasiado y comparando inconscientemente qué polla es más grande.
Me decanté por el clásico Maverick de Top Gun: jeans, camiseta blanca, cazadora de cuero y gafas de
aviador. Boom. Disfraz.

Además, puedo observar a la gente sin que nadie sepa si el socio de la empresa los está observando.

Spoiler: Siempre estoy observando.

Un buen abogado sabe cómo jugar y, para ser sinceros, observar a la gente es la parte más
importante del juego. Puedes aprender mucho sobre tus compañeros de trabajo cuando los observas en un
entorno informal, cuando bajan la guardia y creen que no estás mirando.

Una parte de mí sabe que debería pasear por la sala saludando a la gente, asegurándome de que se lo
están pasando bien e interactuando con las personas con las que trabajo. Como socio fundador de Schmidt
and Martinez, es lo que se espera de mí.

Y sobre todo, quiero a mis empleados, los considero una especie de familia. Una familia increíblemente
disfuncional, pero familia al fin y al cabo. Aunque me temo que estamos entrando en un terreno peligroso y
poco ético con nuestros clientes, me encanta esta empresa y la gente que trabaja aquí.

En lugar de eso, estoy de pie en una esquina, evitando intencionadamente a todo el mundo y
deslizando en una aplicación de citas que me he descargado esta mañana.

La única explicación que puedo dar a esta decisión es que últimamente la vida ha sido... blah.

Aburrida y esperada. Demasiado seria. Una vida de grandes expectativas, todas las cuales he
cumplido, me ha llevado a tener 42 años, ser soltero, tener un éxito increíble como fundador de una de las
firmas de abogados más exclusivas y solicitadas de Nueva York, pero también... aburrido.

Incumplido.

Viendo a parejas con disfraces a juego reírse con ponche de naranja, sabiendo que se acercan las
fiestas y que me voy a enfrentar a ellas una vez más solo, me pregunto si tal vez sea eso lo que necesito.

A alguien.

Excepto que esta aplicación de citas tampoco ha funcionado mucho para mí. Deslizarse a izquierda y
derecha en lo que es esencialmente un resumen perfectamente elaborado de las mejores partes de una
persona se siente... falso. Como otra pieza del rompecabezas de la vida perfecta que he estado viviendo.

Mientras crecía, mis padres me imponían normas. Cosas que tenía que perseguir, cosas que sentía que
tenía que conseguir para que mis padres se sintieran orgullosos.

¿Graduarme en el instituto con el mejor expediente académico? Lo hice.

¿Ir a la escuela para practicar pre-derecho y luego obtener una beca completa para Yale? Lo hice.

¿Graduarme entre los mejores de mi promoción y trabajar para clientes de alto nivel creando acuerdos
prenupciales herméticos para luego encontrar la forma de romperlos cuando llegara el inevitable divorcio?
Lo hice.

Construir una empresa de éxito, asociándose con uno de los mejores abogados de derecho de familia
de la ciudad, ¿y la construcción de una lista de clientes ricos antes de los 35 años? Sí, también lo hice.

Todo ha ido según lo previsto, el calendario perfectamente trazado para mi vida. Como resultado, mi
familia está orgullosa, soy muy respetado en mi campo y el mundo es esencialmente mi ostra.

En teoría, lo tengo todo. Podría sonreír si quisiera a una mujer, y sería mía.

Pero ese aburrimiento.

Ese aburrimiento de que un plan perfectamente trazado sea bien ejecutado me está afectando. Creo
que estoy cansado de lo predecible. Cansado de lo fácil. Cansado de que todo parezca superficial e
insignificante.

Y estas aplicaciones de citas, en las que sólo ves lo bueno de una persona y te ves obligado a causar
una buena impresión en los primeros diez segundos, parecen más de lo mismo.
Por desgracia, en este momento, la única opción real que tengo es una aplicación de citas, así que
aquí estoy, descargando para llenar el vacío.

Tal vez alguien es lo que necesito. No algo serio, sólo alguien que me ayude con la tranquilidad que se
apodera de mí durante las pocas horas que no trabajo.

Mientras estoy en un rincón, escondiéndome de compañeros y empleados, hay una presencia a mi
lado.

No quiero mirar por encima.

Por la forma en que se desliza a mi lado, sin decir nada y esperando a que inicie una conversación, ya
me doy cuenta de quién es. Y la verdad es que hoy no quiero lidiar con las idioteces de este hombre. Así
que al final dejo que pasen unos largos e incómodos minutos, en los que sigo mirando el móvil, hasta que
por fin me asomo.

Richard Benson está apoyado en la pared a mi lado, con la mano en unos pantalones negros de vestir,
una camisa gris abotonada metida dentro y unos zapatos increíblemente caros en los tobillos cruzados.

Para ser franco, no me gusta el hombre. Es una comadreja.

Ambicioso, pero no en el buen sentido. Es la forma que te dice que espera que las cosas le vengan
dadas, que no tiene que trabajar tan duro como los demás porque él es quien es y eso debería ser razón
suficiente para que todo el mundo cayera rendido a sus pies. Elige cuidadosamente a sus clientes, se niega
a representar a quien considera que el pago no merece su tiempo, y a menudo se pone del lado de los
clientes a pesar de las acusaciones de abuso o negligencia que pesan sobre ellos.

Es codicioso, tanto de dinero como de poder, y cree que mi empresa es la forma de conseguir más de
ambos.

También es nieto de mi socio cofundador de la empresa.

Hace años, Simon Schmidt se puso en contacto conmigo después de que ganara un caso muy
televisado de un director general que había malversado fondos de la empresa que dirigía. Quería asociarse
conmigo y no paró hasta que acepté. Al cabo de un año, Simon y yo fundamos Schmidt and Martinez.
Aunque hemos conseguido contratos con algunas de las empresas más importantes del sector y seguimos
contando con un historial impresionante.

Al principio, cuando fundó la empresa, Simon me dijo que quería dejar un legado a su nieto, que se
estaba iniciando en la abogacía. Me dijo que cuando se jubilara, esperaba que su nieto mayor se sentara a
la mesa.

Estoy bastante seguro de que su nieto está presionando para que ocurra este año, el último en el que
estaría a tiro de convertirse en el socio más joven hasta la fecha.

Yo tengo ese puesto, porque empecé a trabajar en la empresa hace siete años, a los 35, pero al
pequeño Dickie le encantaría poder restregárselo por la cara a todo el mundo. Para que sea otra joya
brillante para poner en su corona.

Lo miro de arriba abajo en silencio, usando mis ojos para mostrar mi profunda antipatía por ese
hombre, algo que llevo años intentando hacer.

Por desgracia, es como un cachorro que nunca atrapa la jodida indirecta. En lugar de darme un simple
hola y alejarse, me mira con una sonrisa expectante.

Tratando de hablar, de charlar, de quedar bien conmigo. Paso ante la mera idea de quedar bien con él.

—¿Qué se supone que eres? —Pregunto, usando mi teléfono para hacerle un gesto.

—¿Qué? —Su cara parece confusa, como si no entendiera la pregunta.

—Es una fiesta de Halloween. ¿Qué se supone que eres? —Levanto una ceja. La pregunta adicional de
¿eres estúpido? implícita.

—Yo... eh... ¿abogado, supongo? —Pregunta, rascándose la cabeza. He oído que el cabello es falso,
aunque no es asunto mío—. No voy a mentir. No esperaba que la gente se disfrazara. Pensaba que todos
éramos demasiado mayores para esto. —Me mira a mí y a mi disfraz básico, y justo antes de que pueda
ocultarlo, lo veo: el juicio.
Y por eso es por lo que nunca será socio. No en mi guardia, al menos.

Es un mentiroso de mierda.

No puede ocultar sus juicios, de los que tiene muchos.

Como abogado, nuestro trabajo es convencer a la gente de cosas: inocencia o culpabilidad, valor y
coste, y qué es la justicia. El juez o el jurado son los encargados de dictar la sentencia final: si hemos
jugado bien, los habremos guiado hacia la decisión correcta.

Pero nunca nos corresponde juzgar.

Ahí es donde la mayoría de los abogados «la mayoría de las personas» se equivocan. Piensan que en
cualquier lugar o momento tienen derecho a juzgar a quienes les rodean. A hacer suposiciones basadas en
un vistazo momentáneo a la vida de alguien. A decidir si son dignos o no, si deben ser tratados con
amabilidad o malicia.

De pequeño me enseñaron a no juzgar nunca, y esa mentalidad me ha acompañado en mi carrera.

Me ha servido de mucho.

—La invitación decía que vinieras disfrazado —le digo, inclinando la barbilla hacia donde su propio
abuelo lleva un traje negro y un bombín, con el bigote arreglado para ser una caricatura
sorprendentemente buena del hombre del Monopoly—. Por no mencionar que estuviste aquí el año pasado,
¿no?

—Sí, bueno... lo que sea. —Mira a su alrededor, observando la fiesta.

Levanto el teléfono para volver a pasar el dedo y a ignorar a este idiota.

—¿Qué tal? —Pregunta, y una vez más, bajo lentamente el móvil y lo miro fijamente. Dejo pasar unos
segundos incómodos y él se retuerce un poco.

Bien, esa parte es divertida.

¿Ver a este imbécil intentar charlar conmigo y dejarlo caer? ¿Ver a un hombre al que probablemente
nunca le han negado rotundamente nada en su vida luchar por conseguir mi aprobación?

Vale la pena.
Richard inclina la barbilla hacia mi teléfono, donde la aplicación de citas sigue en la pantalla.

—¿Buscas un trasero que golpear? —Me pregunta, y con su pregunta, continúo mirándolo fijamente,
con los ojos desorbitados por la genuina sorpresa de que esas palabras hayan salido de su boca.

Puede que tenga cuarenta años, pero estoy bastante seguro de que es imposible que los hombres
sigan diciendo mierdas así. Tiene que ser solo mierda tonta que dicen los hombres con podcasts y en
películas viejas de los 2000. ¿Verdad? Cuando vuelvo a quedarme mirándolo, sigue hablando, cavando un
hoyo.

—Conozco a unas chicas en el East Village. Podría llamarlas y organizar un encuentro privado. —
Parpadeo varias veces, intentando decidir si habla en serio o no.

Cuando me devuelve la mirada, me doy cuenta de que habla 100% en serio.

—Dick, sabes que la prostitución es ilegal, ¿no? —Digo, y gloria en su cara que se pone roja.

Dios, realmente es una jodida clase de diversión hacer sentir incómodo a este imbécil.

—No, prostitutas no. Dios, no. No pago por sexo, lo juro. —Tiene las manos levantadas como si temiera
que fuera por él. El nivel de protesta y la velocidad a la que sale de su boca son cuestionables, sin embargo
—. Sólo algunas chicas que conozco. Siempre están dispuestas a pasarlo bien. —Le dirijo una mirada que
sé que interpreta como “claro, seguro”, porque sigue hablando, defendiéndose—. Te lo juro, hombre. Son
geniales. Sólo… si buscas algo de diversión.

Sí, porque el tipo de diversión que quiero tener incluye al nieto de mi compañero de trabajo y mujeres
que ya se ha follado antes. Suena como una explosión.

—¿No tienes novia o algo así? —Pregunto, recordando que Simon me dijo que salía con una chica joven
y guapa. Nunca la ha traído a ningún evento, así que una parte de mí piensa que puede que se la haya
inventado para hacer quedar mejor a Richard.

—No, eso es noticia vieja. Ella era sólo relleno.
—¿Relleno? —Pregunto levantando una ceja.

—Sí, ya sabes. Alguien que ves por ahí, un pedazo de trasero fiable —dice.

Dios, realmente es un pedazo de mierda.

Él será un socio en esta empresa, sosteniendo mi nombre sobre mi maldito cadáver.

—Entendido —digo con una sonrisa tensa, levantando de nuevo el teléfono. Veo por el rabillo del ojo
cómo abre la boca para seguir hablando.

Otra razón por la que es un abogado de mierda: no sabe cuándo parar y no sabe leer el lenguaje
corporal una mierda.

Afortunadamente, Misty, la rubia paralegal que claramente se metió en el campo con un propósito, se
acerca y enlaza su brazo alrededor del de Richard.

Supongo que la novia o exnovia, para el caso no tenía ni idea de la pegajosa asistente legal que
trabaja hasta altas horas de la noche con Richard, a veces mucho después de que todos los demás en la
oficina se hayan ido.

Otra razón por la que no me gusta el hombre, es estúpido como la mierda. Hay cámaras de mierda en
la oficina, lo que significa que todo el mundo que tiene acceso a las imágenes de CCTV puede ver lo que
están haciendo.

No es que quisiera ver lo que vi hace dos semanas, pienso luchando contra la mordaza en la memoria.

—Hola, nena, me alegro de que hayas venido —le dice con un ronroneo, y él le sonríe de una forma
que no quiero ver nunca más. Como si quisiera comérsela entera y luego presumir de ello.

La mirada me provoca arcadas audibles.

Richard gira la cara hacia mí, con la intención de decirme como haría con cualquier otra persona, estoy
seguro, pero entonces recuerda quién soy y lo que significo para su futuro.

Levanto una ceja en señal de desafío, pero él, por desgracia, se echa atrás, me dedica una sonrisa
tensa y me saluda con la mano antes de marcharse.

Dejándome a mí en paz con mi deslizamiento sin sentido.

TRES
31 de octubre
Abbie


Dicen que los buenos amigos son difíciles de encontrar, pero yo me hice con estas dos en la
universidad, cuando intentamos entrar en una hermandad y no pasamos de la primera ronda.

Y cuando digo que son buenas, me refiero a que venían con vino, tequila, Five Guys y una caja gigante
de postres de la pastelería asesina de toda la noche que me encanta en el Soho. Ahora estamos sentadas
en mi pequeño apartamento rodeadas de un mar de componentes de disfraces de Halloween y pañuelos
usados.

—Mañana a primera hora vuelvo a ser rubia —digo, tomando un puñado de patatas fritas, mojándolas
en ketchup—. Ya le he mandado un mensaje a Julie, y tiene un espacio a las 11. —Suspiro, dando un sorbo
a la margarita que me ha preparado Kat—. Menos mal que tome el turno mañana, pensando que seguiría
en la ciudad por la mañana. —Me tiembla un poco la barbilla, pero me aguanto la decimoséptima ronda de
lagrimitas.

Apenas.

—Aún no puedo creer que te hayas puesto morena por un hombre que se llama Dick —dice Cami,
desenvolviendo una magdalena del diablo y pasando el dedo por el glaseado—. Tú no eres morena.
El año pasado, justo antes de la fiesta de Navidad a la que creía que me invitarían, me teñí de castaño
claro lo que se había convertido en mi característico cabello rubio.

Todas las ex de Richard eran morenas.

Todas las novias, prometidas y esposas de sus amigos son morenas.

Todas las mujeres del club de campo que llamaron la atención de Richard cuando pensaba que yo no
me daría cuenta eran morenas.

Así que me hice morena. Pensé que morena podría ser el camino a seguir para demostrar que yo era
para él.

Dios, ¿por qué fui tan jodidamente estúpida?

—Hizo muchas tonterías por un hombre que se llama Dick —dice Kat, lo cual me sorprende. De Cami,
espero que destroce a cualquier hombre que haga daño a una de sus amigas, es esencialmente su marca:
odiar a los hombres. ¿Pero Kat? ¿Sol y mantequilla y una personalidad tan dulce que podría darte dolor de
muelas?

Inesperado.

—¿Recuerdas cuando dejó de comer lácteos porque él le dijo que la hacían parecer hinchada? —Fueron
seis meses miserables antes de que empezara a tomarlos a escondidas cuando él no estaba.

—¿O cómo se compró todo ese vestuario nuevo de ropa aburrida para poder encajar con esas zorras
malas de ese club de golf? —Cami dice, asintiendo a Kat. Me pregunto si alguna vez se sentaron a hablar
de estas cosas cuando yo no estaba.

Probablemente.

En realidad, definitivamente lo hicieron. Kat habría asentido a su manera preocupada, y Cami habría
estado esperando este día, dispuesta a recoger los pedazos y ayudarme a seguir adelante.

—¿O la vez que vinimos y ella estaba escuchando uno de esos podcasts de hombres porque él le dijo
que podría ayudarla a 'entenderlo' mejor? —Kat hace una mueca audible como si el recuerdo la pusiera
literalmente enferma, y sinceramente, a mí me pasa lo mismo.
Con los bordes de mi conciencia borrosos por la bebida, embotando la quemadura de mi dolor, la
frustración se arrastra.

Porque tienen razón: hice un montón de tonterías para intentar encajar con la que yo creía que sería
su mujer perfecta.

Cambié cosas que amaba de mí misma por culpa de un hombre de mierda que pensaba que yo era
demasiado.

Demasiado para él. Demasiado para la vida que quería. Demasiado para unos jodidos abogados
aburridos. Demasiado para pasar su vida con ellos.

¿Y sabes qué? Que se joda.

A la mierda.

¡Que se joda!

Porque la realidad es que él no era suficiente.

Y tiene razón: soy demasiado. Soy demasiado para él porque siempre debió merecer menos.

—Y las jodidas clases de golf —digo echando la cabeza hacia atrás, consternada, sumándome a las
idioteces que hice por un hombre que no me merecía—. No puedo creer que haya gastado tanto dinero
para aprender el juego más aburrido de la tierra.

—¡Dios mío, el golfing! —Dice Kat en un alarido de risa, como si hubiera olvidado por completo la
hilaridad de que yo intentara aprender a jugar al golf. La arrastré a algunas de mis clases, y básicamente
se las pasó todas riéndose de mí.

No puedo culparla.

—Merece pudrirse en el infierno —dice Cam, y yo la miro.

Sigue temblando de rabia por mí.

—Pudrirse en el infierno es un poco extremo, nena —dice Kat, la sensata de nosotras.

—Como mínimo, se merece algún tipo de venganza. —Cami se acerca y me roba una patata frita del
montón que tengo delante—. Oye, ¿todavía te encargas de todas sus citas y demás? —Pregunta, y yo
asiento.

—Hasta donde yo sé. Quiero decir, no voy a manejar esos, pero sí, supongo. Soy el contacto principal
para todo.

La cara de Cami se ilumina.
—Oh Dios mío, cancela todo.

—No puedo...

—Dame tu teléfono. El email con toda su mierda que tienes.

Se me cae el estómago porque olvidé que cuando estaba borracha y molesta con Richard, una vez le
dije a ella que tenía un correo electrónico para ayudarlo a mantener sus citas en línea y programar cosas
para él.

“¿Como una asistente personal?” Había dicho horrorizada.

Le había dicho que no, no como una asistente personal, sino como una esposa haría por su marido.

Ahora me cuestiono ese proceso de pensamiento.

—No puedo darte eso —digo, acercando mi teléfono.

No es que no pueda dárselo porque tenga miedo de lo que pueda hacer con él.

Es que me da vergüenza mostrarle hasta dónde había llegado para mantener feliz a este hombre sin
nada a cambio.

Patética.

—Dámelo.

—¡No! —Digo, echándome hacia atrás, pero como Cami tiene una manera de hacer, ella se apodera de
mi teléfono, escribe mi contraseña (es su cumpleaños, después de todo), y se desplaza a mis correos
electrónicos.

—De ninguna jodida manera —dice mirándome con los ojos muy abiertos.

—Cam...

—¿Qué? —Kat pregunta.

—De ninguna manera, Abbie. —Su voz suena casi triste, decepcionada.

—Cam, no es...

—¡¿Firmaste esos correos como su asistente personal?! —Los ojos de Kat se abren de golpe.

—No es lo que...

—Abigail Keller. Dejaste que este hombre te usara.

—Yo no...

—¡Lo hiciste! Lo hiciste todo por él. Lo cuidabas cuando tenía muchos casos, le hacías la comida y
limpiabas lo que ensuciaba. Llevabas su ropa a la tintorería y al sastre. Hiciste su cita y equilibraste su
maldita agenda por él.

—Cam... —Empiezo a discutir con ella.

—Cariño —dice Kat, con voz grave. Dejo de hablar.

Porque cuando Kat entra y su voz es baja y sus ojos suaves, sé que está a punto de soltar una realidad
que no quiero oír.

—Te estaba utilizando.

Las palabras rebotan en mi mente como una pelota saltarina.

Ping, ping, ping, golpeando cada esquina de mi conciencia.

—No —digo, negando con la cabeza—. No, sólo estaba super ocupado y...

—Ningún hombre de verdad te dejaría llamarte su asistente personal, Abbie.

—No fue...

—Lo fue, nena. —Kat mira a Cami, y asienten, compartiendo algún tipo de conversación telepática—.
Queríamos hablarte de ello, pero parecías contenta. No queríamos pasarnos de la raya.

—Te trataba como a una mierda, Abbie —dice Cami, sin la delicadeza de Kat—. Te trataba como a una
criada, una madre y una sirvienta, todo en uno.

No contesto.

En parte porque sé que tienen razón.

Dios, ¿ha habido alguna vez un idiota más grande vivo?

Creo que me había convencido a mí misma de que hacer todas estas cosas «de buena gana, debo
señalar, nunca me obligaron» era mi forma de demostrar que tenía madera de esposa. La mujer que podía
manejar estos detalles con una sonrisa. Que al hacerlo, estaba demostrando mi valía, que era digna de él.

Pero a la mierda con eso.

—He programado sus citas con el médico —digo en voz baja, sintiendo que la comprensión me invade.
Kat asiente con cara triste—. Tengo una orden de marcha para su café cada mañana. —Cami me lanza una
mirada igualmente triste, pero la suya está teñida de ira.

—Hiciste todo por él, Abs.

—¡Limpié su apartamento! —Digo, poniéndome de pie. El mundo gira a mi alrededor, pero no me
importa. Lo ignoro—. ¡Llevé su ropa a la tintorería todas las semanas!

—Merece irse al infierno por tratarte como una mierda —dice Kat, y de nuevo, es un shock viniendo de
ella.

—Dijo que yo no era lo suficientemente seria. Que no era lo suficientemente buena. Espera a que se
dé cuenta de todo lo que estaba haciendo. —Digo, la ira burbujeando.

—Te mereces venganza —dice Cami, con una sonrisa oscura en los ojos.

Me siento.

—¿Venganza? —Pregunto, pero la palabra rueda por mi lengua como mantequilla.

Me encanta cómo se siente.

—¡Claro que sí! —Dice y se levanta—. Tenemos que vengarnos de él por esto. Tenemos que
demostrarle que no puede tratar a la gente como mierda y salirse con la suya.
—¿Cómo? —Pregunto, pero ella ya está hojeando mi teléfono, los correos electrónicos y las citas que
he concertado. Se me revuelve el estómago.

—Esto. Esta es la clave —dice Cami, mostrándome el calendario—. Lo jodemos. Cambiamos la mierda.
Hacemos de su vida un infierno.

—No sé, chicas, esto parece… —Dulce Kat hace su mejor esfuerzo para posponer la causa.

—Explícate —digo, ignorando el estómago revuelto que quiere darle la razón.

Mi madre era débil.

Un hombre la dejó, y eso destruyó su vida. ¿Pero se desquitó con ese hombre, mi padre? No. Se
desquitó con Hannah y conmigo y nos hizo la vida imposible de niñas.

No soy débil.
Lo fui, por un tiempo, momentáneamente débil. Dejé que un hombre me definiera, que esa definición
se apoderara de mi autoestima.

Pero ya no. De ninguna jodida manera.

—Hiciste cosas por él. No tiene ni idea de cómo su vida funciona, Abbie. —No se equivoca—. Lo
jodemos.

—Sabes cuál es la mejor manera de superar a un hombre, Abbie —dice Kat, intentando distraer a Cami
—. Meterse debajo de uno nuevo.

—¡Sí! —Dice Cami, tomando mi teléfono y casi cayéndose al hacerlo. También está un poco pasada de
copas—. Ahora mismo. —Cami se sienta junto a Kat. Las dos están acurrucadas sobre mi teléfono. Todavía
no me lo han devuelto, y entiendo que en alguna parte de mi cerebro debería discutir, pero no recuerdo
muy bien por qué.

Ellas murmuran mientras yo sigo bebiendo y lleno mi cara con patatas fritas porque, aunque las
patatas fritas puede que no reparen un corazón roto, ayudan a añadir una capa de grasa y almidón a los
bordes.

—No, esa no, ¡la rubia! Ella va con Julie mañana —dice Kat, señalando algo en mi teléfono.

Me tumbo en el suelo, mirando al techo.

—Y sabes, la parte más loca es que realmente pensé que iba a proponerme matrimonio este diciembre
—digo, hablando conmigo misma—. Sinceramente, creo que habría sido bueno. Un buen matrimonio.
Habríamos estado muy bien juntos. Quizá si me hubiera hecho más ilusión lo de los niños...

—Hubieran sido niños calvos —dice Kat en voz baja riendo.

—Es muy sensible al respecto, Katrina —le respondo, defendiéndolo—. Quizá debería llamarlo. Quizá
fue un error. Un… malentendido. Tiene razón. Debería haber sido más conservadora en mi disfraz. Debería
haber...

—Abigail Keller, si siquiera piensas en recuperas esa escoria de hombre de la tierra, te voy a destripar
—dice Cami, mirándome fijamente a los ojos con una cara que me dice que está planeando qué cuchillo
usar si de hecho intento volver con él.

—Salimos durante cuatro años, Cami —le digo, con voz suave.

—Cuatro años de infierno, cariño. —Esa es Kat.

De nuevo, una sorpresa.

Kat es la que siempre está de tu lado.

Cami es la que quiere matar a cualquiera que se cruce con uno de nosotros.

Soy un término medio. En la universidad, yo era la que planeaba vengarse de las chicas de la
hermandad que decidieron que no éramos lo bastante buenas para su pequeño club o cómo conseguir que
el profesor de nuestra clase de merchandising de moda aplicara una curva al examen.

Las acciones pequeñas y sutiles pueden tener el impacto más significativo.

—Cambiaste cuando empezaste a salir con él —dice.

—No, no cambié —digo, mirándola, confusa.

—Totalmente —dice Cami, dándole la razón—. Te… te conformaste.

—¿Conforme? —Digo, incrédula—. ¿Yo?

—No solía importarte lo que pensaran de ti, vivías de la forma que te hacía feliz. Rosa, plumas y
lentejuelas sin importar la ocasión. Sonrisas y carcajadas. El jodido cabello rubio. —Se fija en el cabello
castaño que me he recogido en un moño—. Tú eras… Barbie Malibú. Ahora eres Barbara Bush.

—Barbara Bush es una mujer honorable. Hizo... buenas cosas.

—Ella era aburrida y sosa. Tú no eres así.

—Acabo de... crecer, Cam —digo, pero las palabras no son con confianza. En lugar de eso, son
silenciosas, mansas y llenas de pánico, incluso para mis propios oídos.

—¿Lo hiciste? —Kat dice, su voz coincide con la mía—. ¿O cambiaste para intentar encajar en el molde
que creías que él quería?

Vaya mierda.

No se equivoca.
Cabello nuevo.

Un armario nuevo.

Mierda, cuando él estaba cerca, incluso cambiaba mi forma de hablar, ralentizando mis palabras y
esforzándome por perder cualquier signo de mis raíces de Nueva Jersey.

—Que se joda. Necesito superarlo. O... vengarme. —Me incorporo, la cabeza me da vueltas—.
¡Deberíamos ir a tirarle huevos a su estúpido auto! —Digo, excitándome—. O colgar fotos de sus entradas
por todas partes. ¿O te acuerdas de las fotos de pollas que me mandó? Deberíamos...

—Es abogado, nena. Sé que quieres tu venganza, pero no te metamos en la cárcel, ¿bien? No tengo
dinero para pagar tu fianza —dice Kat, dándome una palmada en el hombro.

—Hunter podría pagarme la fianza —digo, pensando en el marido de mi hermana—. Es como un
bazillonario.

—Si bien eso es cierto, vamos a empezar poco a poco, ¿de acuerdo? ¿Por qué no intentamos
conseguirte un hombre nuevo y lo publicamos en las redes sociales? —Kat dice en un tono apaciguador y
maternal.

—Y quizá pensar en otras formas de hacerle la vida imposible —añade Cami.

Miro a Kat, que me sonríe, y mi teléfono con una aplicación de citas cargada, un perfil ya hecho en su
mano.


Abigail Keller
Vive en: Long Island
Edad: 28
Cabello: Rubio
Ojos: Azules


Me hicieron un perfil de citas para superar a Richard.

—Son increíbles. —Digo, tomando el teléfono y deslizándome.

CUATRO
1 de noviembre
Abbie


Una hora, otra copa y muchas risas más tarde, tenemos una lista de cosas pequeñas y mezquinas
(pero totalmente legales) que podemos hacer para que la vida de Richard sea un grano en el culo. El
cuaderno vacío que encontré escondido bajo un montón de facturas, recibos y trastos se va llenando poco
a poco con mi letra rosa y burbujeante.

La primera página dice:

—Proyecto: Payback Dickhead.

La lista tiene tres páginas, rellenadas mientras nos reíamos y cacareábamos y nos deslizábamos por la
aplicación de citas.

Ha sido una noche divertida, a pesar de cómo empezó.

Y además, uno de los puntos de nuestra lista ya se ha promulgado.

He cambiado su pedido de café matutino, porque lo más probable es que no tenga ni jodida idea de
que soy yo quien le pide cada mañana su café especial, bajo en calorías y carbohidratos.

Y no tiene ni idea de cómo hacerlo. En lugar de su versión dietética, está recibiendo una grasa
completa, extra de azúcar hasta que su tonto trasero lo descubra. Siempre se preocupaba por su aspecto,
seguía una dieta baja en calorías y rara vez se daba un capricho. Durante nuestros años de noviazgo, no
fueron pocas las veces que vio lo que yo estaba comiendo y me reprendió, diciéndome que debería pensar
en reducir los carbohidratos.

Gran idiota.

Nos estamos riendo del plan dos «cancelar la entrega de los aceites capilares que usa, ya que no hay
forma de que recuerde dónde los compré» cuando lo dejo todo.

Mi cara se afloja.

El mundo se queda en silencio.

No oigo nada más que el latido de mi corazón, nada más que la sangre corriendo por mis oídos.

Creo que Kat y Cami dejan de hablar y me miran fijamente, pero mis ojos no se mueven de su sitio.

—De ninguna jodida manera —digo en un murmullo tranquilo, mirando el teléfono.

—¿Qué? —Pregunta Cami, mirándome.

— De ninguna jodida manera —repito, poniéndome en pie, tambaleándome en mi estado de
embriaguez.

—Vaya, nena, cálmate antes de que te estrelles.

—¡NO PUEDE SER! —Grito, acercándome el teléfono a la cara y mirando con incredulidad.

Es imposible que mi suerte sea tan buena.

De ninguna maldita manera esto me cayó en el regazo.

—Abs, ¿qué está pasando?

Miro a mis amigas, ambas me miran como si temieran que haya alcanzado el siguiente nivel de mi
colapso mental.

No, acabo de asegurarme la mejor venganza del mundo si consigo que suceda.

—Me voy a follar a su jefe —digo, la sonrisa de mi cara es lo más genuino que he sentido desde el
miserable día en que Richard Bartholomew Benson entró en mi vida.

CINCO
1 de noviembre
Abbie


¿Qué mierda de nombre es Bartholomew? pienso para mis adentros, con el plan desarrollándose en mi
mente.

Mis amigos guardan silencio mientras vuelvo a sentarme y deslizo el dedo hacia la derecha, rezando
para que este plan funcione.

Conocí a Richard cuando tenía veinticuatro años y enseguida pensé que era para mí.

Pero antes de conocerlo, yo tenía una vena mezquina.

Cuando alguien me hace daño a mí o a la gente que quiero, se lo devuelvo.

Hubo una vez en que Jennie Sutton le dijo a Kelsey McCormick que mi hermana Hannah era una
perdedora por dejar la universidad.

Cambié el acondicionador púrpura que usaba como mascarilla para tonificar su bonito rubio por una
versión que depositaba el color púrpura en el vestuario después del entrenamiento de animadoras.

Se lavó, pero no a tiempo para que perdiera la corona del baile.

Y luego estaba la vez que ese chico de fraternidad engañó a Cam y le rompió el corazón,
convirtiéndose en la razón por la que se niega a confiar en los hombres nunca más. Nos escabullimos en su
apartamento y pusimos limones cortados en todas las rejillas de ventilación donde él no los encontraría.

Un ser humano no notará el olor de un limón podrido, pero a las moscas de la fruta les encanta.

Pero cuando conocí al que creía que sería mi compañero de vida, dejé a un lado esas mezquindades.
Era hora de madurar, de ser adulta. Los adultos no meten purpurina fina en las rejillas de ventilación del
auto de su ex para que, cuando encienda la calefacción, salga volando por todas partes.

¿Mujeres mezquinas y vengativas?

Planeamos hacer ese tipo de cosas cuando sabemos que su auto estará en el taller la semana que
viene, y lo hacemos con una sonrisa.

—Perdona, ¿acabas de decir que te vas a follar a su jefe? —Kat pregunta, mirándome como si hubiera
saltado por el acantilado de la cordura.

De nuevo, ella es la más sensata de nosotras tres.

—Ooh, cuéntame más —dice Cami, frotándose las manos.

Cam no es sensata. Cami nunca se deshizo de su vena mezquina, pero también recuerda bien la mía, y
lleva cuatro años intentando convencerme de que la deje salir.

—Este… —digo, girando el teléfono hacia el resultado de mi búsqueda en Google de Damien Martinez,
socio fundador de Schmidt and Martinez y el trasero que Richard ha estado besando durante años. Noto
cómo la sonrisa se estira en mi cara, y joder, qué bien sienta después de una noche llorando— es el jefe de
Richard. Es soltero. Según Richard, le gustan las jóvenes rubias. —Cami sonríe, sabiendo a dónde va esto.
Kat parece aún más perdida.

Mi teléfono suena y lo giro hacia mí, ya más sobria ahora que tengo un plan racional.

—Y acabo de emparejarme con él —digo, con una sonrisa dibujándose en mi cara.

—Cállate la boca —dice Cami, su propia sonrisa refleja la mía.

—No lo entiendo. ¿Te vas a follar a su jefe? —Pregunta Kat, confusa. Sacudo la cabeza, el plan
formándose en mi mente con seguridad.

—No. Bueno, sí, eso sería un extra. Voy a salir con su jefe. Voy a hacer que su jefe se enamore de mí, y
voy a ir a esa estúpida jodida fiesta de Navidad a la que Richard nunca quiso llevarme, y voy a demostrarle
el error que cometió interpretando a Abigail Keller.

—¿Así que vas a… poner celoso a Richard? ¿Para que vuelva?

—Joder, no —digo, tiro el móvil a la cama y me dirijo al armario. Estoy motivada como hacía años que
no lo estaba, llena de rabia y necesidad de venganza.

Tiro cosas al suelo, vestidos elegantes y pantalones negros y escotes altos que compré con la
intención de encajar mejor entre la gente de Richard en los Hamptons, de encajar en el modelo de esposa
de Stepford que yo creía que él buscaba antes de comprometerse.

Me equivoqué, por supuesto.

Nunca se iba a comprometer.

Ahora lo veo, claro como el día. La cantidad de veces que mencioné el futuro sólo para ser ignorada.
Nunca conocer a su familia… la mayor bandera roja de todas. Dios, qué idiota he sido.

Siempre optaba por no ir conmigo a las fiestas a las que me invitaban porque quería centrarse en el
trabajo. Nunca mudarnos juntos, dejándome vivir sola en una ciudad completamente diferente. Nunca era
el que hacía los planes, las citas. La cantidad impía de “noches de chicos”.

Necesito hacerme una prueba de ETS, piensa la pequeña parte sobria de mi cerebro, y odio estar de
acuerdo.

Busco en el fondo de mi pequeño armario y saco las prendas que me encantan. Las cosas que compré
y con las que me sentí genial, pero que Richard no quiso ver. Las cosas que guardaba para las noches de
chicas, que eran pocas y distantes entre sí. Quizá las había guardado inconscientemente para cuando
dejara de importarme lo que pensara Richard.

Pues bien, ese momento es ahora.

—Tengo que ir de compras —me digo sobre todo a mí misma mientras rebusco entre los desechos y
organizo lo que me gusta—. No voy a poner celoso a Richard. Quiero decir, puede que lo sienta, pero ese
no es mi objetivo. Voy a hacer que Richard se arrepienta del día en que decidió que yo no era lo bastante
buena. —Tomo una americana negra y la tiro a la pila de donaciones—. ¿Quién demonios decide si alguien
es lo bastante bueno? Claro, hay gente que no encaja contigo, pero no lo arrastras durante cuatro jodidos
años. No, tienes razón, Cam. —Giro para mirarla, e incluso ella tiene los ojos muy abiertos, casi asustada.

—¿Yo?

—Sí. Tenías razón en que sabía lo que hacía: me estaba utilizando. Convenciéndome de que me
probara ante él con la zanahoria de que algún día se comprometería. —Arrugo la nariz e intento luchar
contra una repentina oleada de lágrimas—. Nunca iba a comprometerse.

—Abbie, no entiendo lo que estás haciendo. ¿Qué pasa con el montón? ¿Cuál es el plan con el jefe? —
Pregunta Kat, caminando hacia donde estoy destrozando mi armario, con las manos en alto como si fuera
un perro salvaje que pudiera atacar en cualquier momento.

—Piénsalo. Piensa en la cara que pondrá Richard cuando esté sentado en Rainbow Room en la fiesta a
la que ha ido durante seis años seguidos, más, desde que creo que fue antes, con su abuelo. En la fiesta a
la que siempre me decía que yo no querría ir porque era demasiado aburrida. La fiesta en la que espera
que por fin lo anuncien como socio este año.

Sonrío para mis adentros porque a medida que la visión crece en mi mente, cada vez me gusta más.
Es brillante, de verdad.

—Y cuando su jefe entra, la mujer a la que ha engañado durante años está de su brazo. La mujer a la
que le dijo que sólo era diversión. La mujer que dijo que no era lo suficientemente seria para estar con
gente tan importante. Y como su cita, no me iré de su lado. Cuando quiera hablar con el señor Martinez,
para besarle el trasero como siempre, tendrá que acercarse a mí, mirarme a los ojos y saber que lo ha
jodido. Que no soy sólo un buen momento, no sólo un relleno de espacio…

—Lo siento, ¿te llamó qué?

No tengo tiempo de contarle a Cam las feas palabras que Richard me gritó en el auto. Estoy en racha.

—Soy exactamente lo que necesita, y podría haberlo tenido. En vez de eso, me tiró. A nosotros. ¿Y
sabes qué? Que se joda. Que se joda. No lo quiero a él y a su pequeña polla, de todos modos. —Kat jadea,
con los ojos muy abiertos, pero yo continúo—: Es verdad. Y se está quedando calvo. Sin hacer sombra a Vin
Diesel porque Richard no es Vin Diesel. Algunos hombres pueden lograrlo. Él no. —Cam asiente
solemnemente—. Así que ya está. Me voy a follar a su jefe. —Mi teléfono vuelve a sonar, un mensaje del
hombre en persona—. Y me pregunta cuándo estoy libre.

—Nos encantan los hombres que no se andan con rodeos —dice Cam. Una vez decidido, se pone a
trabajar, toma mi portátil y teclea la contraseña de acceso.

—Está bien, ¿nombre completo? —Pregunta, poniéndose las gafas azules de protección contra la luz
que guarda en el bolso y que lleva porque secretamente cree que la hacen parecer inteligente. Sólo se las
quita cuando tiene que impresionar a alguien o cuando está en modo súper detective.

—Damien Martinez —respondo, sabiendo cómo funciona esto. El mes pasado descubrimos que el
hombre con el que Kat iba a tener una cita estaba casado y tenía tres hijos, y Cam solo tardó diez minutos
en darse cuenta.

Es una sabia.

—Está bien, ¿y lugar de trabajo? —Sus largas uñas repiquetean sobre el teclado de mi viejo y mierdoso
portátil de hace unos cinco años. Me siento nostálgica, como si estuviéramos sentadas en nuestra
residencia y Cam estuviera tecleando, tratando de averiguar los trapos sucios del novio de una chica
maleducada que conocimos en Economía 101.

—Schmidt and Martinez —digo, repitiendo el nombre de la empresa que me quitó toda posibilidad de
convertirme en la señora de Richard Benson.

Eso no es justo. La empresa no hizo eso. Nunca iba a suceder.

Te estaban utilizando, Abbie, me recuerdo solemnemente.

Aunque, sentada aquí, con una botella de vino, no puedo evitar pensar que la perspectiva de
convertirme en la señora de Richard Bartholomew Benson es… sombría, en el mejor de los casos.

Una triste existencia de fiestas a las que no me invitaban y de trabajar demasiado para no recibir el
respeto suficiente. Cam levanta la cabeza al oír el nombre.

—¿Su nombre está en el membrete? —Pregunta, enarcando una ceja.

—Te dije que era el jefe de Richard y que es socio.

—Jane es nuestra jefa. Seguro que no es la dueña del edificio.

—Me parece justo.

—Bien, probemos esto… —Más clics, algunos hmms, y luego…

Se le cae la cara de vergüenza.

Sus ojos se mueven de la pantalla a mí, luego de nuevo a la pantalla, luego de nuevo a mí.

—¿Qué? —Le pregunto. Sus ojos se mueven de nuevo, de un lado a otro, hacia mí, hacia la pantalla—.
Cami, ¿qué? —Kat se mueve hacia donde está sentada, mirando por encima del hombro, y sigue el mismo
camino: de la pantalla del ordenador a mí y viceversa.

—Mierda —dice Kat, y ahora me siento ansiosa.

—¡¿Qué?! —Digo, casi gritando—. Oh, Dios, ¿está casado? —Joder, eso es todo lo que necesito. Que
me deje mi novio porque no soy lo bastante seria, y él quiere algo serio y aburrido, sólo para saltar
directamente a un jodido hombre casado. —Inclino la cabeza hacia el techo—. ¿Por qué? ¿Por qué, Dios?
¿Por qué me odias? Sólo quiero que funcione un maldito plan de venganza. Está bien, claro, la venganza no
está bien en tu pequeño libro, pero sólo por esta vez. ¡Creo que estamos de acuerdo en que Richard se lo
merece! —Ahora estoy gritando, como si el techo o el Dios omnisciente de arriba tuvieran realmente la
culpa de esto.

—No está casado, Abs —dice Cami, y ahora sonríe, la mirada crece con… ¿satisfacción?

—¿Qué pasa entonces? —Pregunto porque ahora me siento ansiosa. Esa mirada significa problemas.

—Tiene un tipo —dice Cam con esa misma sonrisa, taimada y casi alarmante.

—Uno muy claro —asiente Kat, pero su sonrisa es más una risa, una risita—. Y tú encajas en él. —El
ordenador se gira entonces hacia mí. En la pantalla hay una búsqueda de imágenes en Google de “Damien
Martinez abogado cita foto” y debajo hay un puñado de fotos del jefe de Richard con mujeres del brazo en
eventos para el bufete.

Dos cosas me golpearon como un tren de carga.

Uno, Damien traía invitados a estos eventos de trabajo a los que sé que Richard también iba y me dijo
que no se le permitía traer a una cita.

La fiesta de Navidad.

La cena crucero del 4 de julio.

Tengo náuseas.

Es aún más idiota de lo que podía pensar.

Lo segundo es que Damien Martinez tiene, de hecho, un tipo.

Ese tipo es bajo, rubio y con curvas.

Y joder si no encajo en ese maldito tipo.

Es una señal de ese Dios al que le rogaba que dejara que mi plan de venganza funcionara.

Una lenta sonrisa se dibuja en mi rostro mientras amplío las imágenes y observo que, a lo largo de
cinco años, las citas han sido poco coherentes: diferentes para casi todos los acontecimientos.

Pero el tipo está ahí.

Miro a mis amigas y sonrío.

—A jugar, señoritas —les digo.

Esto va a ser más fácil de lo que pensaba.


Llevamos dos botellas de vino y hemos pasado página a nuestras mezquinas formas de venganza para
llegar al gran final.

Nuestro plan de juego.

La primera página dice “Cómo ganarse a Damien Martinez” y está cubierta de corazones rosas que
garabateé por todas partes, y cada página siguiente es una cosa específica de la que Richard en algún
momento se quejó o mencionó sobre su jefe en los últimos tres años.

Hay tres cosas de las que recuerdo que hablaba cuando se trataba de Martinez.

1. Whisky.

“Toma esa botella que te dije que le gusta a mi jefe cuando estés en la licorería, ¿está bien?” Richard
había pedido una botella de líquido marrón que costaba casi 300 dólares. Se acercaba el cumpleaños de
Damien o algo así, y quería un regalo con el que besarle el trasero a su jefe.

Y ahora mismo, me estoy dando cuenta de que ni siquiera me pagó por eso.

Qué imbécil.

2. Música country.

“¿Qué clase de hombre escucha esta mierda de paleto? —Se había lamentado Richard mientras
escuchaba una emisora de “country actual”—. ¿No puede escuchar música clásica como una persona
normal y culta?”

No quiero ni hablar de la extraña obsesión de Richard por obligar a todo el mundo en un radio de una
milla a escuchar música clásica mientras trabajaba. Pensaba que eso lo hacía mejor que los demás, como
una persona que lee no ficción no porque le guste, sino porque le gusta presumir de ello.

Personalmente, me encanta la música pop. Me gustan las boy bands, las megaestrellas y todo lo que
tenga buen ritmo.

Y aunque el country no es necesariamente lo mío, lo escucharé sin parar durante los próximos uno o
dos meses. Incluso he encargado una camiseta barata y de gran tamaño a una de las nuevas estrellas de la
música country para que, si pasa la noche, me atrape durmiendo.

Qué manera más divertida de demostrarle que somos parecidos.

Y 3. Mujeres.

“Martinez siempre está saliendo con alguna joven rubia. ¿Le haría daño salir con alguien respetable
por una vez?”

Ese fue el catalizador final de mi colapso mental hace un año, cuando convertí mis largos mechones
rubios en este marrón turbio.

El cabello castaño no tiene nada de malo: Kat lo lleva como una diosa y a mi hermana Hannah le
queda de maravilla. Pero a mí nunca me ha quedado bien.

Estoy deseando volver a cambiarlo y sentirme yo otra vez.

—¿Qué pasa si en realidad es simpático? —Pregunta Kat, la dulce, amable y romántica de las dos,
mientras investigo el vecindario donde Damien creció en el Bronx. Lo mencionó en una entrevista en una
revista de derecho hace dos años que encontré en mi investigación.

Cami y yo nos miramos, sin saber qué contestar.

—Richard dice que es un imbécil estirado —le digo a las dos versiones de Kat que están sentadas
frente a mí, mezclándose de vez en cuando antes de separarse flotando.

Mierda, estoy borracha.

—Pero Richard también convence de alguna manera a la gente de que es un buen tipo —replica Kat.

Válido.

—Eso es válido —digo en voz alta, recordando que en realidad no pueden oír mis pensamientos, y
entonces eructo, encogiéndome de gusto. El tequila y las patatas fritas están bien bajando, ¿pero al revés?
Qué asco—. Estoy segura de que no es muy diferente de Richard, impulsado de una manera que le hace
dejar de preocuparse por los que lo rodean. Todos los amigos de alto nivel de Richard eran así, imbéciles
que siempre estaban midiendo quién era mejor.

—Tenemos que asegurarnos de que sigues el plan —dice Cam, con ojos pétreos y fríos. Por la mañana
podría preguntarme, sin la bruma del alcohol, si está compensando, si está utilizando mi situación para
llevar a cabo sus propios sueños de venganza.

Sacudo la cabeza.

—No, estaré bien.

—Necesitas un recordatorio. Eres demasiado amable. Podría acabar gustándote y querer abandonar el
plan —dice Cami, y de nuevo, su tono es duro, impasible.

Quizá sea un mal plan.

O, al menos, un plan peligroso para que Cami se involucre en él.

—Y si eso sucede, estará bien, Cami —dice Kat, su tono maternal y severo—. Abbie puede tomar
decisiones por sí misma.

—Sólo digo que si nos esforzamos tanto, debería salir bien.

—Cami…

—Vamos a hacerte un tarro para ayudarte a seguir por el buen camino. —Rompe trozos de papel en
tiras largas—. Escribiremos mierda que Richard hizo que fue una mierda en ellos, así cuando lo necesites,
tendrás un empuje extra en tu paso. —Las dos la miramos fijamente mientras sigue rasgando—. Pero si
decides que te gusta o lo que sea, por alguna loca razón, no te daré una mierda. Esto sólo será… un
recordatorio.

—No sé…

—Probablemente será catártico —digo, con la voz baja—. Escribirlo todo.

Durante toda la noche los pensamientos se han arremolinado en mi mente, cada palabra y acción de
Richard tiene un nuevo significado bajo la nueva luz. Escribirlos, ponerlos en un lugar seguro… podría
sentirse bien.

—¿Ves? Abbie piensa que es una buena idea.

—Todos sabemos que cuando Abbie se emborracha, se vuelve introspectiva y triste.

—Perfecto —dice Cam, dándome papel y un bolígrafo—. Empiecen a escribir, nenas.

Aunque Kat mira con ojos atentos, la tarea comienza y no tardo en llorar sobre los trozos de papel,
cuatro años de mi vida que cobran sentido de una forma que nunca pensé que tendrían.

Y cuando por fin me meto en la cama, con la cara hinchada y las lágrimas escurriendo de mi cuerpo
exhausto, mis dos mejores amigas se arrastran a mi lado, asegurándose de que nunca tenga que sentirme
sola.

SEIS
6 de noviembre
Damien


Estoy cerrando la puerta de mi despacho de la esquina, con el maletín en la mano y saludando a mi
ayudante, cuando me llega la voz.

—¿Vas a alguna parte, Martinez? —Dejo de caminar, los zapatos brillantes y caros que llevo para
encajar con la imagen chirrían en los lustrosos suelos de madera. Pero no me giro. La voz no merece ese
esfuerzo, y mucho menos el aire de que realmente me importa lo que dice.

—¿Puedo ayudarte en algo, Benson? —Mis ojos se posan en el escritorio que hay fuera de mi
despacho, donde mi ayudante Tanya se mete los labios en la boca, mordiéndoselos y tratando de combatir
una carcajada. Mis ojos se mueven hacia ella, lanzándole una mirada juguetona.

Lentamente, me giro para mirar al nieto de Simon Schmidt.

Respeto al hombre que construyó esta empresa a mi lado, pero no respeto al engendro de su hija.

Me mira con los brazos cruzados, con cara de haberme atrapado malversando en vez de salir de mi
despacho a las cuatro de la tarde. El hombre no sólo es un abogado de mierda y un grano en el culo, sino
que además no puede mantener su historia recta. Un minuto me está besando el trasero, y al siguiente,
está tratando de atraparme en una especie de momento “te tengo”.

—¿Adónde vas? —Pregunta, con un tono lleno de vehemencia e irritación.

Lo miro fijamente. Él me devuelve la mirada. Nos miran los empleados de los cubículos cercanos y los
que están junto a las fuentes de agua, que inclinan sus sillas y cambian de ángulo para ver el
enfrentamiento.

Mi jodido deseo.

Mi jodido deseo, ojalá pudiera tener un enfrentamiento de verdad con este imbécil. Ha habido más de
una conversación con Simon a lo largo de los años, pero cada vez me asegura que hablará con su nieto,
que las cosas se calmarán, que sólo se está acostumbrando a la empresa.

Sin embargo, han pasado seis años y todavía no puedo oír su voz sin querer retorcerle el pescuezo.

—¿Qué te hace pensar que eso es asunto tuyo? —Le pregunto.

—Bueno, algunos nos quedamos todo el día. Sin embargo, creo que los que trabajamos duro para
ganar dinero para esta empresa merecemos una explicación de por qué se te permite marcharte cuando
quieres. —Sus labios se curvan en un desafío. Realmente cree que está haciendo algo bien ahora—.
Algunos incluso trabajamos hasta tarde, Martinez. ¿Cuándo fue la última vez que te quedaste pasadas las
cinco?

—Oh, créeme, todos sabemos que te quedas hasta tarde, Richard. Y por qué. —Mis ojos se desvían
hacia Misty, la asistente de abogado con la que tiene una aventura desde hace meses—. Sabes que hay
cámaras en el edificio a las que todos tenemos acceso, ¿verdad? —Digo, y unas risitas surgen de la sala.
Entorno los ojos hacia él y me doy cuenta de que la luz del techo se fija en las motas de su ropa.

—Y por qué tienes… ¿Eso es purpurina? —Pregunto, dando un paso adelante y dándome cuenta de
que algunas motas son de distintos colores, algunas rosas y otras azules—. ¿Hoy ha sido demasiado lioso el
tiempo de manualidades? Quizá deberías limitarte a los lápices de colores. —Suenan unas risas mientras la
cara de Richard se pone roja. No me gusta llamar la atención a la gente, avergonzarla en público, sobre
todo si trabaja para mí. Pero, como abogado, Richard debería saber que si no puedes soportarlo, no lo
repartas—. ¿Eh?

—Yo… —Mira alrededor de la habitación, y casi puedes sentir las olas de incomodidad que se
desprenden de él. Vergüenza—. Una ex me puso purpurina en los conductos de ventilación —dice en voz
baja. Lo miro fijamente y me doy cuenta de que tiene un poco de purpurina por todo el cabello, algunos
trocitos pegados a la cara y en las costuras de su traje negro. Incluso en los cordones de los zapatos.

Apuesto a que tardará semanas en vivir una vida sin purpurina si su ex realmente la puso en los
conductos de ventilación. Me encantaría ver las imágenes de las cámaras de seguridad: a Richard entrando
en su feo auto y encendiendo la calefacción para combatir el frío de noviembre, para acabar empapado de
purpurina.

Bien por ella.

—Huh. Apuesto a que te lo merecías —digo, despidiéndolo, dándome la vuelta y caminando.

—¿Y? —La voz de Richard continúa, haciendo que me detenga de nuevo—. ¿A dónde vas? —Me giro.

—Mira. Sé que crees que eres una especie de todopoderoso en esta oficina, pero recuerda quién soy
cuando hables conmigo. No sólo soy socio, sino socio fundador. ¿Tu destino? Está en mis manos, amigo —le
digo al hombre casi una década más joven que yo.

—Mi abuelo… —Su cara se pone roja, ya sea por la frustración o por la vergüenza.

No me importa. Tengo cosas mucho mejores de las que preocuparme.

—Conoce mis pensamientos. Tu abuelo «mi socio» sabe que no vamos a avanzar nada con respecto a
tu futuro en este bufete sin mi aprobación. Así que será mejor que cambies de actitud, dejes de faltar al
respeto a la gente de este despacho y empieces a ganar algunos jodidos casos. Deja de follar a tu asistente
y preocúpate por tus clientes. —Lo miro fijamente y casi puedo ver cómo se encoge ante mis ojos de
vergüenza.

Bien.

Como debe ser.

—Ahora, si no te importa, me voy. Asegúrate de quedarte hasta tarde para recuperar el tiempo que
has perdido discutiendo conmigo y echándole el ojo a los internos. —Veo cómo su cara se pone más roja y,
por el rabillo del ojo, todo el cuerpo de Misty se queda inmóvil.

Pero no me quedo a ver cómo se desarrolla el drama.

Tengo una cita a la que llegar.

SIETE
6 de noviembre
Abbie


El vestido es ceñido.

Los zapatos están por las nubes.

El cabello es perfectamente rubio, en ondas por mi espalda.

¿Tengo frío con este vestidito el 6 de noviembre en Nueva York?

Joder, sí.

¿Estoy dispuesta a arruinar el conjunto con un abrigo?

Por supuesto que no.

En lugar de eso, sonrío al hombre del guardarropa antes de dirigirme a la azafata.

—Hola, soy Abbie. He quedado con Damien Martinez esta noche… —Digo, luchando contra el impulso
de mirar por encima de su hombro, para comprobar y ver si él está en una mesa cercana, vigilando la
puerta por mí.

Todo mi entrenamiento previo está haciendo efecto.

Hubo un tiempo en el que se podía decir que iba a la universidad para obtener mi licenciatura en lugar
de un título universitario, para encontrar marido. Pasábamos las noches en clubes caros y exclusivos,
bailando y esperando a que los directores ejecutivos y los titanes de la tecnología de las secciones VIP nos
invitaran.

Por cierto, siempre ha funcionado.

También fue así como conocí a Richard una noche en una discoteca del centro.

Durante esos años, perfeccioné el equilibrio entre desinterés y ansia, entre gatita sexual y dulce
inocencia.

Bastaron unos pocos días y una cuidadosa planificación para acabar con esas viejas habilidades.

Ahora a ponerlos a trabajar.

—Ah, sí, ya está aquí. Permítame llevarla hasta él —dice la guapa mujer con una sonrisa.

La sigo entre las mesas, separadas lo suficiente como para dar a entender que hay intimidad, y los
comensales se sientan cerca en la penumbra, compartiendo bebidas y conversaciones íntimas y
silenciosas. Es el lugar romántico perfecto para una cita, un sitio al que le había suplicado a Richard que
me llevara un millón y siete veces, y el lugar que el señor Martinez sugirió sin que yo siquiera lo
mencionara.

En una primera cita, sin embargo.

Un chequeo importante en la “columna de los pro”.

No es que me importe. Por muy divertido que pueda ser salir con este hombre mayor increíblemente
guapo, tengo que recordar el propósito de mi misión: devolución.

Venganza.

La cara de Richard cuando se dé cuenta de que he entrado en la fiesta del brazo de su jefe.

Dios, va a ser mágico.

¿Quién necesita un regalo de Navidad o un anillo de compromiso cuando tendré esa mirada grabada
para siempre en mi mente para calentarme por las noches?

Al doblar una esquina, entramos en una habitación privada con una sola mesa, una única rosa roja en
el centro y un hombre sentado solo.

Lleva una camisa blanca de vestir, sin corbata, con los botones de arriba desabrochados de una forma
que casi todas las mujeres de América y más allá encuentra atractivo, y una fina chaqueta de traje negro
que apuesto a que costó más que mi alquiler.

Estaba bien afeitado en su perfil, con una sonrisa radiante en lo que supuse que era su retrato para el
trabajo.

Aquí, tiene una barba que, por un momento muy breve e inapropiado, me pregunto cómo se sentiría
en mi lengua.

O entre mis piernas.

¡Concéntrate, Abigail!

Tiene la piel bronceada de una forma que sé que se mantiene todo el año, el cabello limpio por los
lados y más largo por arriba, peinado hacia atrás. No sé si se lo ha estado tocando todo el día y el producto
se ha alterado, o si simplemente lo deja secar así, pero cuando nos acercamos, su mano lo recorre,
apartando un mechón que le había caído sobre la frente.

Y como el caballero que instintivamente sabía que sería, se levanta y me acerca la silla.

Y entonces sonríe.

Es una buena sonrisa.

Una sonrisa de infarto.

Sorprendentemente, no la sonrisa de un abogado.

Extraño. Concedido, todo lo que he oído hablar de este hombre, que la visión fue transmitida a través
de un pedazo de mierda humana, ha sido negativo. Todo ha sido acerca de cómo este hombre es
manipulador y codicioso y una vida baja.

Esta sonrisa dice lo contrario. Dice… genuino.

—¿Abigail? —Dice, y de nuevo, me sorprendo.

No es la voz bien engrasada y perfectamente neutral de un abogado.

No es la voz del hombre que vi en viejos vídeos de YouTube dando comentarios a la prensa cuando
sacó a un conocido actor de un apretado acuerdo prenupcial.

Es… gruesa. Más profunda. Y con el toque más atractivo de su vecindad natal del Bronx, donde la
investigación nos informó a Cami y a mí (Kat estaba sentada en una esquina, sacudiendo la cabeza y
diciéndonos que era una mala idea durante nuestro maratón de investigación) de que había nacido y
crecido. También me recorre un escalofrío por la espalda cuando utiliza mi nombre completo.

Nadie me llama Abigail.

Cada vez que alguien lo hace, le dedico mi sonrisa estelar y lo corrijo.

Es Abbie, por favor, suelo decir. Abbie es un nombre divertido. Un nombre dulce. Abbie es chispas y
rosa y sol.

¿Pero en sus labios? Podría dejarlo pasar. En sus labios, se siente seductor y exótico.

Jesús, creo que podría dejar pasar muchas cosas si las hiciera o dijera un hombre como este.

—Sí —digo, con mi sonrisa de seductora en su sitio, mis ojos de sirena cargados de rímel y postizos—.
¿Damien? —Asiente antes de empujar mi silla tras sentarme y volver a la suya.

Me sonríe de nuevo, y me golpea por todas partes. Sonríe como si estuviera feliz de verme y contento
de que esté aquí.

—Encantado de conocerte por fin —dice, con esa sonrisa aún en su sitio. El pánico a que me reconozca
me hiela las venas.

Bueno, mierda, ese plan no tardó en desmoronarse.

Pero antes de que pueda abrir la boca y explicarme, continúa.

—Ha sido un placer charlar contigo por mensajes de texto, pero vernos cara a cara siempre es lo ideal.
Además, eres tan guapa como en tu foto de perfil —dice, con una sonrisa que se ensancha mientras sus
ojos recorren lo que hay encima de la mesa.

Oh.

Oh.

No se refiere a que por fin me conozca porque Richard le haya hablado de mí. Lo dice porque llevamos
una semana mandándonos mensajes desde que el universo habló y nos emparejó.

Duh.

Mierda, si esto va a funcionar, necesito salir de mi cabeza y mis emociones. Necesito concentrarme en
el final. Todo el día de hoy, los nervios me comieron. Si soy sincera, me han estado comiendo durante casi
una semana, desde que me desperté con una resaca de muerte y me di cuenta de que la noche anterior no
había sido una horrible pesadilla. Cuando me desperté hinchada y con náuseas, eructando patatas fritas y
vino y viendo un cuaderno lleno de ideas mezquinas y un plan de venganza.

Y cuando esa mañana me miré al espejo de camino a lavarme los dientes e intentar empezar el día, no
me reconocí.

Cabello oscuro, ojos hinchados, un pijama aburrido pero cómodo colgando de mi cuerpo. Un cuerpo
que había sobreexplotado y mal alimentado durante años para encajar en algún estándar que creía que me
conseguiría el futuro soñado.

Me incliné hacia el espejo, abriendo dramáticamente los ojos, intentando ver quién era antes, pero ya
no estaba. La chica que era antes de Richard «desenfadada, divertida, capaz de conquistar a cualquier
hombre y absolutamente ignorante de cómo la percibían los demás» había desaparecido.

En su lugar estaba esta… cáscara de mujer que apenas reconocí. Estaba desprovista de color y
personalidad.

Hace unos meses leí un estudio en el que se hablaba de cómo todo el color estaba abandonando
nuestro mundo: la decoración, el diseño y la moda se estaban pasando a los tonos neutros y apagados, y
recuerdo que pensé que era triste. Recuerdo que eché un vistazo a mi apartamento «mi paraíso de chicas
rosas en el que Richard nunca llegó a entrar» y pensé que me alegraba de no ser yo.

Pero me estaba mintiendo a mí misma.

Me había convertido en eso: callada, conformista y… aburrida.

Tan malditamente aburrida.

Hubo un tiempo en que era divertida. Era yo sin pedir disculpas. Era rosa, brillante y arco iris, no
porque pensara que eso era lo que se suponía que tenía que ser, sino porque era yo, y ¿por qué no iba a
querer llevarme a mí misma en la manga? ¿Para ondear la bandera y dejar que el mundo sepa
exactamente quién soy a primera vista? Con el tiempo, había levantado un muro entre mi sentido de
identidad y el mundo, manteniendo sus pensamientos y juicios alejados de lo que yo era.

Protegiéndome.

Y entonces Richard derrumbó ese muro, envenenó la forma en que me veía a mí misma y me moldeó
para convertirme en quien él quería que fuera.

Y todavía no era suficiente.

En serio, ¿cómo de enfermo es eso? ¿Gastar tanto tiempo y energía cambiando a alguien, haciéndolo
diferente, sabiendo todo el tiempo que nunca sería lo que tú querías?

Creo que ese es el pensamiento que me mantiene firme, el que me hizo reconstruir mi muro aquella
mañana mientras me miraba al espejo.

Y ahora ese muro no sólo impide que el universo me diga quién debo ser. También impide que mis
sentimientos, emociones y moral me saquen de mi plan de venganza.

Sacudiendo la cabeza y esbozando mi tímida y dulce sonrisa, vuelvo a concentrarme en el restaurante
y en el hombre que tengo delante.

—Lo mismo digo. Llevo toda la semana deseándolo. —Me sonríe, aceptando mis palabras al pie de la
letra.

—Siento no haber podido reunirme antes. El trabajo ha sido una locura, muchos casos que intentar
cerrar antes de fin de año —dice Damien.

—No te preocupes, yo… —Casi le digo que lo sé, que lo entiendo. Casi le explico lo familiarizada que
estoy con su trabajo, incluso con su empresa.

Afortunadamente, el camarero se acerca, interrumpiendo mi casi desastre.

—¿Puedo empezar con algo de beber? —Dice el camarero, con un bloc en las manos, listo para lo que
queramos.

Damien habla primero.

—Una botella de champán para la mesa, dos copas —dice.

La diva que llevo dentro sonríe, aplaude emocionada porque le encanta el champán. Es una de esas
cosas que realmente hacen que una noche sea especial. Por supuesto, Richard rara vez lo pedía, nunca
sentía que una noche juntos fuera “digna” de celebrarse.

No importaba cuántas veces le dijera que pagaría por ello, que estar vivo, sano y enamorado era digno
de celebración, él nunca accedía, y yo me sentaba a beber agua a regañadientes.

Y aunque me encantaría tomarme una copa de champán, y mucho más si es un champán caro y lujoso
que probablemente venga en preciosas copas de cristal en las que han bebido famosos como Reese
Witherspoon y Luke Wilson, mi siguiente paso es el comienzo del primer paso del plan.

Mi mano, con la punta de los acrílicos rosa Barbie que me hice el miércoles (se acabaron los aburridos
desnudos y las manicuras francesas para mí), se alarga para tocar suavemente su muñeca. Me muerdo
apenas el labio con una mirada nerviosa y bien ensayada. Sus ojos se mueven cuando mis dientes
presionan mi labio, y no me pierdo el rápido y casi indetectable brillo de calor en sus ojos ante el
movimiento.

Pero lo que me desconcierta momentáneamente es la pequeña descarga eléctrica que el roce de las
yemas de mis dedos sobre su piel me hace sentir en el brazo.

¿Qué mierda es eso?

Lo ignoro y hablo.

—¿Te importa si me tomo un whisky con hielo? Ha sido una semana muy larga y necesito relajarme —
digo moviendo la cabeza con coquetería y poniendo los ojos en blanco, el equilibrio perfecto entre rubia
tonta y mujer segura de sí misma.

Hubo un tiempo en que podía utilizar este movimiento para conseguir absolutamente cualquier cosa
en el mundo. Hombres, bebidas, una prórroga para un proyecto escolar… cualquier cosa.

Se siente bien usarlo de nuevo, sacudirse el polvo y deslizarme dentro de mí otra vez.

Sonríe y, joder, esa sonrisa.

—Por supuesto —dice, mirando al camarero—. Champán, dos copas de McAllan, dos vasos de agua y
una cesta de pan. —El camarero asiente, sonríe y se marcha.

—¿Agua? —Pregunto, echándome hacia atrás en mi asiento y extendiendo la fina servilleta blanca
sobre mi regazo. Puede que me haya criado entre la basura en un pueblecito de Jersey del que nadie ha
oído hablar, pero sé cómo comportarme en un establecimiento como éste.

—Y pan. ¿Has comido hoy? —Pregunta, inclinando la barbilla hacia mí en forma de pregunta. El hielo se
mueve lentamente por mis venas.

—Eso es algo… personal —digo, frunciendo las cejas.

Los ojos de Damien se dirigen al punto en el que mi ex me rogó una vez que me pusiera bótox,
asimilándolo. Era el tipo de pregunta que a Richard le gustaba hacerme si creía que no seguía el ritmo de
mis entrenamientos o comía demasiada chatarra. Me muerdo el labio, preguntándome si tal vez acabo de
encadenarme a un plan de venganza con más carga de la que él vale, de la sartén a la freidora.

Pero Damien se ríe, echando la cabeza hacia atrás. Le parezco… graciosa.

No pretendía ser graciosa.

Siento un cosquilleo incómodo en el cuerpo, una sensación en parte de vergüenza, en parte de nervios
y en parte de irritación.

—¿Personal? Sólo quiero asegurarme de que no te bebes dos dedos de whisky con el estómago vacío y
necesitas que te metan en un taxi.

Oh.

Me pide que me asegure de que no me emborracho.

Hmm.

No… estoy segura de cómo sentirme al respecto.

Esto es nuevo para mí.

Voy con mi seductora juguetona.

—¿No es una ventaja para los hombres? ¿Una mujer que pierde sus inhibiciones? —Pregunto,
enarcando una ceja y sonriendo.

Se ríe de nuevo, y, maldita sea, tiene una risa excelente.

—¿Perder sus inhibiciones? Sí, eso es una ventaja. ¿Pero las mujeres con las que salgo? No necesitan
beber para que eso ocurra. Simplemente… se hace. —Su sonrisa es felina, socarrona.

Hambrienta.

Ya veo cómo podría ocurrir.

Me recuerda a la conversación que tuve ayer con Cami cuando estaba en mi casa ayudándome a
elegir mi atuendo. Nos decidimos por un vestido rosa ajustado con aires noventeros y pequeños tirantes de
espagueti que lo sujetaban. Los zapatos miden diez centímetros, demasiado altos para andar por la ciudad,
pero para una ocasión especial «o un plan especial de destrucción» decidí que merecía la pena.

“¡Joder, nena, va a querer desvestirte!” Dijo Cami mientras me giraba en el espejo, con mi cabello
rubio cayendo por mi espalda en rizos sueltos. El vestido es nuevo, de Rollard’s, como la mayoría de mis
conjuntos de “Antes del lavado de cerebro de Richard”, como yo lo llamo, y me queda un poco holgado por
el peso que perdí mientras salía con él.

Estoy deseando recuperar mis curvas, una parte de mí que me encantaba antes de que me agarrara
de la cadera mientras estábamos desnudos juntos en la cama, diciéndome algo así como: “Quizá por la
mañana deberías salir a correr”.

Lo peor es que lo hice. Salí a correr esa mañana. Y desde entonces lo hice cuatro veces por semana.

Odio correr.

Odio el cardio. Odio sudar y tener que lavarme el cabello y que se me pegue todo y me pique.

Lo odio con toda mi alma.

Pero como todo lo demás, lo hice por Richard, pensando que tal vez esa era la clave para hacerlo feliz.

“¿Qué pasa si lo hace? —Le pregunté a Cami—. ¿Quitármelo, quiero decir?”

Es algo que yo también me había preguntado.

Si estamos juntos seis semanas enteras, lo suficiente para que me invite a la fiesta de la empresa,
seguro que superaremos la regla de las tres citas, y por lo que he oído, a Damien Martinez le gusta tener a
una mujer en la cama, no sólo del brazo.

Pero ¿acostarme con Damien me convertiría en una horrible humana?

“Entonces hazlo —dijo ella—. Un hombre como Damien Martinez no busca compromiso, Abbie. Está
buscando una joven bonita para llevar a casa y follar. —Había estado mirando su teléfono y lo giró para
mostrármelo. Había una foto de mi cita—. Y sería un crimen absoluto no averiguar si la promesa de pura
conquista sexual que este hombre tiene en sus ojos es cierta”.

No se equivocaba.

Incluso mirándolo ahora, irradia sexo.

“Supongo que…” dije, aún insegura de cómo me sentía al respecto.

Por suerte, Kat, nuestra voz de la razón, también estaba allí, organizando mi colección de zapatos
mientras Cami y yo nos preguntábamos sobre la moralidad de follarme a mi involuntario compañero de
venganza.

“Mira. Salir casualmente no es gran cosa, Abbie. Pero deberías preguntarle. Pregúntale qué está
buscando, esperando. —Su cara aún estaba en mi armario, pero entonces se giró hacia mí—. Este plan…
está bien. No hay forma de convencerte. Y creo que todos estamos de acuerdo en que Richard se lo
merece. Pero… si los sentimientos se unen…”

“Eso no ocurrirá —dije, tranquilizándola, pero también a mí misma, porque la idea se me había pasado
por la cabeza unas cuantas veces. Una cosa es herir a Richard… se lo merece. Pero engañar a otra persona
para que tenga sentimientos… ¿para que luego todo sea falso? Eso es cruel—. Es un imbécil y pasa de las
mujeres como del agua” dije.

“Lo dice Richard” me recordó.

Válido.

Suspiré, sabiendo que tenía razón.

“Preguntaré —decidí en ese momento, tratando de ignorar a Cami poniendo los ojos en blanco ante
Kat y mi brújula moral—. Si está buscando algo… real, lo cortaremos. Si no… no pasa nada.”

Y en ese momento, me di permiso para salir con Damien Martinez y potencialmente disfrutarlo
mientras durara.

Y con esa mirada hambrienta recorriendo mi cuerpo, me alegro de haberlo hecho.

—Apuesto a que sí —digo, sonriendo al hombre que tengo delante. Antes de que pueda explicarme, el
camarero vuelve con nuestras bebidas y una cesta de pan.

Me ponen el whisky delante y lo miro como a un enemigo.

No me gusta el licor.

Su sabor, su olor, la forma en que quema… nada de eso me produce ningún tipo de alegría o
satisfacción. Si de mí dependiera, el licor fuerte sólo serviría para ahogar el desamor. De lo contrario, se
rociaría generosamente con azúcar y zumo hasta convertirse en un suave y complementario sabor de
fondo que puede tostarte sin el sabor real.

Pero entonces Damien toma su propia copa de cristal tallado y la inclina hacia la mía casi como un
desafío, esperando a que yo levante la mía.

Lo hago, a regañadientes.

Pero por fuera, la máscara de diosa sensual está en su sitio.

Una diosa sensual a la que le encantan los licores fuertes. Sobre todo el whisky.

Puedes hacerlo, pienso, animándome a amar esto.

—Salud —dice, chocando ligeramente el borde de su vaso con el mío antes de llevárselo a los labios.

Hago lo mismo, sorbiendo la bebida con delicadeza y esforzándome por educar mis facciones cuando
arde. Preferiría beber champán, un rosado afrutado, un daiquiri vergonzosamente femenino o, literalmente,
cualquier cosa menos esta mierda, pero es el plan. Debo seguirlo.

Como era de esperar, quema al bajar.

Por desgracia, puede que se me dé genial ser mezquina y maquillarme y elegir el rosa perfecto para,
literalmente, cualquier tono de piel al primer intento, pero no se me da bien fingir que me gusta el whisky.

Toso.

Toso vergonzosamente fuerte una vez que trago, luchando por encontrar la servilleta de tela de lino
blanco para cubrirme la cara.

Cuando termina mi ataque de tos, que afortunadamente solo dura unos segundos, dejo la servilleta y
miro la cara de Damien, una mezcla de sorpresa y preocupación.

Y luego se ríe.

La vergüenza me invade y me quema las mejillas.

Esto no está saliendo como lo había planeado. Se supone que soy elegante, culta, su pareja perfecta.

Se supone que debo impresionarlo y ganármelo.

En cambio, se ríe de mí.

—¿Estás bien? —Me pregunta, tendiéndome un vaso de agua. Lo tomo con una pequeña sonrisa
avergonzada, bebo un sorbo y asiento.

No tengo ni idea de qué decir.

—Un poco duro, ¿no? —Pregunta, y es un alivio.

—Sí, mucho. Inesperado. Supongo que… Supongo que la última vez que tomé whisky fue uno…
diferente. —Damien levanta una ceja, pero no discute.

—Me gusta esto, pero mi padre hace un whisky increíble. —Termino de salpicarme la boca y vuelvo a
dejar la servilleta en mi regazo—. Suave, apenas quema —dice, enarcando una ceja.

—Eso suena absolutamente encantador. ¿Lo hace él mismo? —Damien me da la copa de champán y yo
bebo un buen sorbo. Sonríe, luchando claramente contra otra carcajada.

Estoy segura de que me ha descubierto.

—Sí. Siempre quiso hacerlo cuando yo crecía. Cuando se jubilaron, les compré una casa en Florida que
tenía una pequeña destilería. Ahora hace su propio whisky destilado.

—Parece divertido —digo con una sonrisa.

—Lo es.

—Y eres un hijo maravilloso, comprándoles una casa.

—Me educaron para tener éxito. Es lo menos que podía hacer. —Esto no lo sabía. Esta información no
aparecía por ninguna parte en las entrevistas y biografías ni en las historias que Richard vomitaba.

—Háblame de tus padres, de cómo te inspiraron —digo, tomando un menú para ver qué debo pedir.

Y él hace lo mismo. Me cuenta cómo creció en el Bronx y yo le hablo de la pequeña ciudad de
Springbrook Hills. Le pregunto por su trabajo después de pedir y le cuento todo sobre el trabajo en
Rollard’s. Cuando le digo que me gano la vida maquillando, siento un tímido y nervioso aleteo en el
estómago.

Pero, a diferencia de mi ex, no se burla de la idea, sino que me dice que a su madre le encanta el
maquillaje, que le parece interesante el arte y las capacidades del maquillaje moderno.

Y cuando estamos comiendo, siento la clara necesidad de alargar nuestra conversación, no sólo de
terminar aquí y volver a casa.

Por extraño que parezca, quiero saber más de este hombre, no sólo porque encaje en mi juego final.
Tal vez es sólo que no he estado en una cita en una eternidad, tenido toda la atención de un hombre en mí.
Quizá es que poder sostener la mirada de un hombre durante tanto tiempo es embriagador, sobre todo
sabiendo que es un hombre tan ocupado e importante.

No hubo una sola comida con Richard en la que no estuviera mirando el móvil, levantando un solo
dedo para que me callara mientras tomaba una llamada.

El recuerdo me hace caer en la cuenta por millonésima vez en menos de una semana.

Nunca estuvo interesado en mí de la forma en que yo lo estuve de él.

De vez en cuando decía esas palabras, pero nunca las decía en serio.

¿Cómo es que mi habilidad para leer a la gente «de la que una vez me enorgullecí tanto» se volvió tan
imprecisa? ¿Cómo empañé mi lente tan terriblemente con amor y adoración que no pude ver las señales?

¿Y cómo mierda dejé que ese hombre jugara conmigo tanto tiempo?

Razón de más para seguir con mi plan.

—¿Qué haces para divertirte? —Le pregunto sonriéndole.

—No tengo tiempo para divertirme —responde, con una sonrisa autocrítica en la cara—. La vida de
abogado significa que la diversión se deja de lado.

—¿No hay tiempo para divertirse? ¿Cómo llamas a esto, entonces? —Digo con una pequeña sonrisa,
con mi energía de Tyra Banks a tope.

—Esto es un cambio de prioridades. Una decisión impulsiva con la que estoy jodidamente contento —
dice, acercándose a mí y tomándome la mano, rozándome los nudillos con el pulgar.

Cuando terminamos de comer y la conversación se ralentiza, nos quedamos sentados unos instantes
esperando al camarero y la actitud de Damien cambia. Es un cambio sutil, pero me pone nerviosa.

—Tengo que ser honesto contigo —dice, y maldita sea, mi estómago se cae, la mente va al peor de los
casos.

—Estás casado —digo, con voz ligera e incrédula.

Ha sido una buena noche.

Una gran noche, incluso.

¿Pero eso? ¿Ser una rompehogares? No encaja en mi plan maestro de venganza. Si acaba casado o
teniendo algún tipo de mujer en casa, esa es una línea que no estoy dispuesta a cruzar, nunca. Y sería mi
suerte, ¿no? ¿Salir con este hombre porque mi ex es un pedazo de mierda sólo para darme cuenta de que
él también es un pedazo de mierda infiel?

Estoy lista para irme.

A la mierda el plan.

Cam y yo podemos repasar toda esa lista de pequeñas venganzas, cada una absolviendo una pizca del
dolor y la traición que Richard me hizo sentir.

Siempre hay una manera.

Esta no lo será.

Pero Damien se ríe de mi suposición.

—Dios, no —dice, y su sonrisa estira su piel bronceada, las arrugas de la risa que muestran su edad
profundizándose hermosamente. Levanto una ceja—. En serio, lo juro. Puedes llamar a mi ayudante; te
hará saber que eres la primera cita que he tenido en mucho tiempo. No hay forma de que pueda estar
casado, y mucho menos salir con alguien y que se le pase a Tanya. —Lo miro fijamente, y él mete la mano
en el bolsillo, sacando su teléfono—. En serio, ¿quieres que la llame?

La aparente honestidad es… refrescante.

Dios, qué vergüenza.

Sentirse renovada por la honestidad inmediata.

—No, estoy bien. Te creo. —Respiro profundamente para calmarme, centrándome y despejando el salto
instantáneo al peor escenario posible—. Entonces, ¿cuál es tu gran confesión?

—No estoy… buscando nada serio. —Hace una pausa y yo sigo mirándolo—. Lo sé. Es una gran
bandera roja. —Me quedo callada, con una pequeña sonrisa en los labios y una ceja levantada—. Joder, soy
una bandera roja. —Se ríe, pasándose una mano por la cara—. Está bien, déjame intentarlo otra vez. Ahora
mismo, en este preciso momento, no estoy buscando un compromiso serio. Me metí en esa aplicación por
capricho, me puse a buscar y coincidimos. Me alegro, pero también quiero que las expectativas queden
claras desde el principio. —Su mano se mueve por encima de la mesa y me agarra la mía, su pulgar recorre
la piel y esa electricidad me recorre de nuevo—. La exclusividad es importante para mí. No veré a nadie
más si seguimos adelante hasta que ambos acordemos lo contrario, y espero lo mismo de ti. Pero no quiero
que tengas visiones de una boda blanca y dos hijos punto cinco en tu mente. Eso no es para mí.
Probablemente nunca lo sea para mí —dice entrecerrando los ojos para dejar claro su punto de vista.
Entorno los labios entre los dientes.

La honestidad es realmente refrescante.

También es el mejor de los casos.

—Eso podría cambiar, por supuesto. He aprendido que nunca debo decir que no antes de saberlo todo,
pero en este momento, quiero que lo sepas.

Aprecio su honestidad.

Me pregunto qué le parecería mi propia verdad, conociendo las intenciones de que yo aceptara esta
cita.

La cena se me revuelve suavemente en el estómago mientras ignoro ese pensamiento.

—De acuerdo —digo.

—¿De acuerdo?

—Me parece bien. —Le sonrío. Estoy más que bien con eso, pienso. Realmente, realmente funciona
para mí.

Me devuelve la sonrisa, llena de dientes blancos y perfectamente rectos.

—¿Te parece bien saltarte el postre? —Pregunta sin apartar los ojos de mi cara, mientras el pulgar
sigue rasgueando mis nudillos.

Se me caen las tripas.

Quiere terminar la cita antes de tiempo.

Fallé.

Tuve una oportunidad y fracasé rotunda y magníficamente.

—Podemos ir a dar un paseo, ¿quizá a una panadería? —Termina, y yo sonrío a lo grande.

—Sí, me gustaría.

Y lo digo en serio.

OCHO
6 de noviembre
Abbie


Damien se ajusta la chaqueta mientras se levanta después de firmar la cuenta y, antes de que pueda
apartar la silla, se pone en plan caballero y me la retira. Luego se pone delante de mí, me da la mano y me
ayuda a levantarme.

De pie, puedo ver lo jodidamente alto que es.

No me extraña que a Richard le encantara odiar a este hombre. Sus dos inseguridades eran siempre
esa estúpida raya del cabello y su 1,70 de estatura. Llevaba zapatos de vestir con tacón al trabajo,
añadiendo alzas y otros mecanismos aleatorios para sentirse más alto, pero nunca me dejaba llevar
ninguno de mis zapatos favoritos. Nada de más de cinco centímetros.

¿Sabes lo difícil que es encontrar zapatos sexys con tacón de 5 cm?

Ahora, no hay nada malo con un hombre bajo. No tiene nada de malo. El problema es cuando el
hombre le da tanta importancia a su altura que empieza a afectar a la persona con la que está.

Nunca habría puesto la altura en la ecuación con Damien. Pero ahora mismo, mi metro setenta y cinco
más unos tacones de diez centímetros siguen dejando a este hombre por encima de mí.

—Eres una cosita, ¿verdad? —Me dice cuando me ayuda a levantarme pero no da un paso atrás para
dejarme espacio.

Mi pecho casi toca el suyo, y la pequeña franja de aire que nos separa es cálida, roza mi piel expuesta
como una ola de calor veraniega, aunque estemos cerca del invierno.

—Mido 1,75 —respondo, mirándolo como una idiota, y podría darme una patada por decir algo tan
tonto cuando él me da la frase perfecta para añadir un toque de seductora a lo Marilyn Monroe.

En vez de eso, sigo actuando como una imbécil.

—En realidad soy increíblemente promedio. La mujer americana media mide 1,65 m. Así que no es…
diminuta.

Su sonrisa se ensancha y me pierdo en ella.

—Sí, bueno, yo mido casi medio metro más que tú. Eres diminuta para mí.

—Llevo tacones —digo. ¡Jesús, Abbie! ¡Cállate!— Añaden cuatro pulgadas más.

Da un paso atrás, dejando de nuevo espacio entre nosotros, y mi mente vuelve a funcionar al instante
ahora que él está fuera de mi espacio aéreo. Su cabeza se inclina hacia abajo, mirando los zapatos altos
con un gran lazo de charol en la puntera y toques de rosa que complementan mi vestido.

—Sí. Me gustan. —Sus palabras me queman la espalda. Joder—. ¿Puedes andar con ellos? —Mis cejas
se juntan confundidas.

—¿Qué?

—¿Puedes caminar con ellos? Son altos.

—Puedo trabajar un turno de ocho horas con ellos —digo, porque puedo. Lo he hecho.

Con estos zapatos puedo transportar cajas gigantescas desde el almacén hasta la entrada,
desembalar mercancía nueva y devolver el cartón a la compactadora.

—Entonces, si vamos a dar un paseo, ¿estarás bien? —Pregunta, y yo sonrío.

Oh, estaré bien, pienso mientras caminamos hacia la puerta principal.


Cuando estamos en el guardarropa, Damien rebusca en su bolsillo un billete antes de girarse hacia mí,
con la mano extendida.

—¿Qué? —Pregunto, mirando fijamente la mano.

—Guardarropa.

—¿Perdona? —Me mira con una pequeña sonrisa, como si pensara que mi confusión es bonita.

—Tu ticket del guardarropa. Dámelo y le diré al encargado que tome el tuyo también.

—No tengo.

—¿No tienes el ticket del guardarropa? ¿Lo has perdido? —Pregunta, mirando por encima de mi
hombro hacia el lugar de donde venimos, hacia la mesa.

—No, no llevaba abrigo —digo, y aunque no quiero admitirlo, cuando se abre la puerta y entra una
ráfaga de frío de principios de noviembre, casi me arrepiento al sentirlo en mis brazos desnudos. Pero
entonces recuerdo que este vestido es muy caluroso y no debería ocultarse bajo una gabardina.

—¿No llevabas abrigo?

—No.

—¿Por qué no? —Parece realmente confuso y, por un momento, me pregunto si el tinte rubio me ha
afectado y me estoy perdiendo algo.

—¿Ves este vestido? —Digo con un aire de incredulidad y “¿eres tonto?” en la voz.

—Sí. —No respondo pero continúo mirándolo fijamente—. Es un bonito vestido.

—Un vestido así no se cubre con un abrigo, cariño —digo y sonrío con la sonrisa ganadora que llevo
practicando en el espejo desde que tenía diez años. La sonrisa que me ha conseguido trabajos, propinas,
chicos y mucho más.

Y en ese momento, creo que me llega Damien Martinez.

Porque me devuelve la sonrisa, y es una sonrisa agradable, una que aún no había visto.

Me pregunto si lleva practicando la suya tanto tiempo como yo la mía.

—Ya lo veo. —Luego, sin dejar de mirarme (en particular, no a las curvas ni al escote, por lo que tengo
que elogiarlo porque ambos están muy a la vista), entrega el billete al chico que trabaja en el guardarropa.

Ambos nos quedamos en silencio mientras se va y vuelve con un abrigo, y Damien le da una propina.

Y entonces Damien se gira hacia mí y me hace un gesto con el dedo.

Creo que nunca un movimiento ha sido tan sexy. Nunca ha habido un solo movimiento que hiciera que
todo mi cuerpo ardiera en llamas invisibles.

Este hombre «catorce años mayor que yo, jefe de mi ex, superestrella de la abogacía» me apuntó con
el dedo y me derritió las bragas.

Y lo que es aún más impresionante, obedezco, acercándome un paso.

Ese dedo se mueve, girando un poquito, diciéndome que me dé la vuelta.

Y a la mierda si no lo hago.

—Brazos fuera, rubia1 —dice, bajo y en mi oído, su calor corporal en mi espalda desnuda ahora.

Hago lo que me dice, y el material frío es arrastrado por mis brazos y se coloca suavemente «muy
suavemente» sobre mis hombros. Su mano se dirige a mi cintura, girándome suavemente hasta que me
pongo frente a él. Todo mi cuerpo arde con esta interacción, con sus movimientos, aunque la mayoría
apenas me rozan.

Entonces me doy cuenta.

Armani Prive Bleu Lazuli.

Eso es lo que lleva puesto. La colonia que ha estado flotando lentamente con cada movimiento. Ahora
que estoy tan cerca, puedo olerla.

La colonia puede decir mucho sobre un hombre, sobre todo si trabajas en el departamento de
maquillaje y tienes un título en fragancias.

La mayoría de los hombres exageran, lo usan para cubrirse, para llenar algún tipo de vacío.

Algunos hombres eligen lo primero que ven, o algo en un frasco genial, o promocionado por algún
famoso o deportista.

Sé que Damien se tomó su tiempo al elegir su colonia. Probó docenas antes de aterrizar en este que lo
complementa perfectamente en todos los sentidos. Terroso, caro, poderoso. Es simplemente… él.

Sus manos «gruesas y bronceadas y con un ancho anillo de plata con una gema roja en un dedo»
suben y agarran las solapas de la chaqueta a ambos lados de mis pechos y las enderezan, acercándome un
poco más mientras lo miro.

—Ahí. Ya está. La próxima vez, ponte un abrigo, ¿está bien? —Pregunta cuando nuestras miradas se
cruzan.

La próxima vez.

—¿Habrá una próxima vez? —Pregunto, probando suerte. Sonríe.

—Las cosas van a mi manera, cariño, la habrá. —Y le devuelvo la sonrisa porque me gusta la
seguridad con que lo dice.

Como si ni una sola parte de él pusiera en duda que habrá una próxima vez.

Y eso me encanta.


Una brisa helada congela el aire de mis pulmones mientras caminamos por Bryant Park. Las pocas
hojas que quedan en los árboles se aferran a la vida mientras otras resbalan por las aceras y se amontonan
en montones de color marrón anaranjado junto a los edificios y en las esquinas.

Me encanta esta época del año.

—¿No tienes frío? —Le pregunto, acercando su abrigo a mi pecho. Se ríe como si le hiciera gracia, pero
es una broma de los dos, no como si se riera de mí, y eso sienta bien.

Raro, incluso.

—No, estoy bien. Me gusta el frío, es mejor que el calor —dice, rodeándome los hombros con un brazo
y atrayéndome hacia él. Nuestros pasos van sincronizados a pesar de que él tiene las piernas más largas.
Levanto la vista y veo que no mira hacia delante, sino hacia abajo. Las luces de la calle proyectan sombras
preciosas sobre sus pómulos altos y su sonrisa luminosa.

—¿Y tú? —Pregunta con verdadero interés—. ¿Caliente o frío?

—Las dos cosas —digo, y veo cómo levanta un poco la cabeza cuando se ríe.

—¿Por qué siento que rara vez das una respuesta directa? Siempre sabes lo que deberías decir.

Sonrío tímidamente, pero hay algo que no me cuadra. Demasiado cercano para mi personaje de
misterio e intriga.

—Me gusta el verano. Cuanto más calor, mejor —le digo, hablándole un poco de mí—. ¿Vacaciones?
Todas tienen que ser calurosas. Si vuelvo sin bronceado, presentaré una queja formal. —Se ríe de nuevo, y
miro hacia delante mientras salimos del parque en dirección a Midtown—. Pero me gusta el frío en
momentos puntuales.

—¿Momentos puntuales?

Vuelvo a mirarlo mientras llegamos a un paso de peatones y espero a que el hombrecillo andante se
ilumine.

—Después de Halloween hasta el primero de enero. En esas fechas, se permite que haga frío.
Idealmente, frío y otoñal para Acción de Gracias…

—¿Otoñal?

—Otoñal. El aire debe tener ese olor a hojas podridas.

—Olor a hojas podridas, entendido —dice, y su cuerpo se estremece de risa contra el mío. Me giro un
poco y le doy un puñetazo en el costado. Gime un sonido de falso dolor, pero sigue riendo.

—¡Sabes a lo que me refiero! El… ¡olor a hoja de otoño!

—Tendrás que oler el aire dentro de unas semanas. Avísame cuando el olor sea el adecuado.

Y joder, eso me gusta. Me gusta que haga planes para dentro de unas semanas, cuando ni siquiera
hemos terminado nuestra primera cita, y que lo haga sin pudor. Aunque sea sobre hojas en
descomposición.

—Lo haré —digo, mirando hacia delante e intentando ocultar la sonrisa ansiosa de mi cara. Su brazo
me aprieta el hombro.

—Está bien, ¿entonces el resto de tus exigencias para el frío?

—No son exigencias —digo con una sonrisa—. Sólo… condiciones preferidas.

—Ah, por supuesto.

—Pero si tienes alguna conexión con la Madre Naturaleza, por favor, rellena una tarjeta de comentarios
para mí.

—Desgraciadamente, aún no la conozco.

—Qué pena. De todos modos, así que Acción de Gracias otoñal.

—Por supuesto. —Un auto nos toca el claxon mientras cruzamos la calle, un taxi que intenta girar a la
derecha en rojo, pero Damien se limita a hacerle un gesto con el dedo y me empuja, sacándome del tráfico.
Cuando giramos a la izquierda, cambia de lado, asegurándose de que él está en el lado de la calle y yo
hacia los edificios.

Un toque perfecto y caballeroso.

—Después de Acción de Gracias, la nieve es aceptable. Desde el lunes del Ciber Lunes hasta
Nochebuena. Entonces una gran tormenta de nieve es aceptable en Nochebuena, pero sólo lo suficiente
para tener una Navidad blanca. No tanta como para no poder ir en auto a ver a la familia. Lo ideal es una
Navidad nevada, pero soleada y fría.

—¿Cyber Lunes?

—Sí. Puedes sentarte en casa y comprar.

—¿Y sin nieve el Black Friday?

—No, la gente tiene que conducir para ir a trabajar. No es divertido conducir hasta el trabajo en el día
de más mierda del año en el comercio minorista y además lidiar con carreteras nevadas.

Frena su andar y me mira.

—¿Así que te preocupan los trabajadores, no los compradores? —Su sonrisa es amplia y sorprendida.

—¿Alguna vez has trabajado al por menor? —Pregunto, pero sé la respuesta.

—No, no puedo decir que lo haya hecho.

—Si lo hubieras hecho, sabrías lo horrible que es trabajar en el comercio minorista en Black Friday. Un
infierno absoluto, todo ese fin de semana. Así que no. No se acepta nieve el fin de semana después de
Acción de Gracias.

—Entendido —dice y se detiene delante de un puesto.

—¿Chocolate caliente? —Pregunta, y hay algo en ello tan jodidamente sano e inesperado. Sonrío y
asiento antes de que pida.

Mientras me entrega la taza humeante, después de pedir nata montada extra en ambas y dejar una
buena propina al trabajador, una pequeña parte de mí entra en pánico.

Porque sería muy fácil enamorarse de este hombre.

Demasiado fácil.

NUEVE
6 de noviembre
Damien


—Me encanta estar aquí —dice Abbie, con una diminuta mano sosteniendo la taza de chocolate
caliente y la otra señalando al otro lado de la calle hacia la gran marquesina del Rockefeller Center. Dice:
'Próximamente: ¡Christmas Spectacular protagonizado por las Rockettes!'

—¿Sí? —Pregunto, rodeándole la cintura con un brazo y empujándola hacia la entrada de una tienda
cerrada, viendo a los neoyorquinos nerviosos y apresurados correr de un lado a otro, levantando las manos
para tomar un taxi o discutiendo con alguien en un auricular Bluetooth invisible. Normalmente, soy uno de
ellos.

Demasiado ocupado para disfrutar de la ciudad, demasiado ocupado para preocuparme por lo que
sucede a mi alrededor. He vivido en la ciudad de Nueva York toda mi vida: es parte de mi sangre correr a
mi próxima parada, girar el hombro, adelantar a los peatones lentos, derribar a un taxista que está dando
vuelta en el cruce de peatones.

Todo una parte de ella.

Pero hoy, me siento como un turista, deambulando por la ciudad mientras comienza su transformación
navideña, con una hermosa mujer en mi brazo.

Y joder, es hermosa. Todas las curvas de reloj de arena envueltas en un vestido rosa ajustado, tacones
altísimos y rizos rubios sueltos por su espalda. En la oficina todos bromean con que tengo un tipo y, para
ser honesto, lo tengo.

Y Abigail Keller es mi jodido tipo. La mayoría de la gente ve tener un tipo como algo malo. Nunca
entendí eso.

Soy un hombre ocupado.

Si sé lo que me gusta, lo que quiero ver en una mujer, lo que me excita y con quién me gustaría pasar
más tiempo, ¿por qué probaría algo nuevo?

Es simple y eficiente tener un tipo.

—Cuando era pequeña, mi hermana y yo teníamos una cinta VHS de las Rockettes. Quería ser una —
dice en voz baja, y cuando la miro, sus ojos son soñadores, fijos en el edificio al otro lado de la calle.

—¿Por qué no lo fuiste? —Pregunto—. Siento que si alguien puede hacer que algo exista, eres tú.

Ella se ríe, pero es solo un poco de inquietud, como si hubiera tocado algo demasiado cercano a la
verdad.

—Soy una bailarina terrible, por ejemplo. Y odio el cardio —dice, desconectando sus ojos del
Rockefeller Center y mirándome, una pequeña sonrisa en sus labios carnosos antes de morderse el labio
como si estuviera nerviosa porque esa es la respuesta incorrecta.

—¿Odias el cardio? —Pregunto, los ojos recorriendo su cuerpo con determinación.

No estoy seguro si me refiero a que está en buena forma para alguien que odia el cardio o si me
refiero a que me encantaría hacer algo con ella en unas pocas horas, pero de cualquier manera, un
escalofrío visible la recorre. Sonrio.

—No me gusta el sudor. Es... inconveniente. Y no es bueno para mi piel ni para mi cabello.

—Ah. Por supuesto. No querría meterme con este hermoso cabello tuyo —digo y luego muevo mi mano
para recorrerlo.

Aunque mis dedos rígidos se están acercando a un punto de entumecimiento frío, puedo sentir lo
increíblemente suave que es. Mi mente parpadea para sostener este cabello en una situación diferente,
trenzas doradas envueltas alrededor de mi mano... Cambio de tema.

—Entonces, ¿has ido alguna vez? ¿A ver a las Rockettes? —Pregunto, acomodando el cabello detrás de
su oreja. Cuando lo hago, mi nudillo recorre su cuello, deteniéndose en mi abrigo con el que todavía está
abrigada. Su lengua sale y lame sus labios, carnosos y rosados, separándolos para saborear restos de
cacao, y necesito todo mi poder para no ajustarme.

No tomar su mano y arrastrarla de vuelta a mi apartamento.

Tómatelo con calma, Martinez.

—No aún no. Un año —dice con nostalgia, sonriendo como si supiera lo que estoy pensando.

Esta mujer es peligrosa.

Un buen tipo de peligroso.

—Cada año, mi empresa organiza una fiesta allí. —La muevo frente a mí, sumergiéndome para que mi
boca esté en su oído y retrocediendo su cuerpo para que se alinee con el mío. Mi mano se mueve para
señalar arriba en Rainbow Room—. Es una gran cosa, comida y bebidas, anuncios de promociones,
jubilaciones, los nueve completos.

Es una tradición celebrar nuestra empresa, nuestra familia y recordarles lo mucho que significan para
nosotros. Si tratas a tus empleados como si fueran familia, trabajarán duro y serán más leales. Puedes
contar más con ellos.

—Tú… ¿llevas invitados? —Abigail pregunta con una mirada extraña en su hermoso rostro, y me
pregunto si tal vez está nerviosa por preguntar, por insinuar demasiado pronto.

—¿Por qué, estás tratando de conseguir una invitación? —Digo, girándome hacia ella con una sonrisa
en mis labios. Sus ojos se abren con preocupación, ansiosa, tal vez. Mi mano fría sube, metiendo el cabello
que el viento azota detrás de su oreja, y lo dejo en su cuello—. Te llevaría, bebé —digo, respirando su
aroma, dulce y floral—. Si las cosas van bien aquí, te traeré. Sería un honor tenerte en mi brazo, entrando
para ver una sala de personas con las que preferiría no gastar más tiempo, hacer que todos sus ojos se
dirijan a ti, y sentir que se acumulan los celos. Mirarlos querer lo que es mío.

Esa mirada en sus ojos cambia a una extraña mezcla de felicidad y tristeza, como si le gustara lo que
estoy diciendo, pero significa más para ella de lo que deberían ser las palabras simples y obvias, y Dios,
quiero saber quién puso esa mirada en esos ojos.

¿Qué escoria vio este espécimen perfecto de mujer y decidió que no quería eso?

Quiero preguntar.

En cambio, me inclino hacia abajo, presionando mi frente contra la de ella, y respiro.

—¿Está bien si te beso, Abigail? —Pregunto, las palabras son apenas un susurro, y en una concurrida
cuadra de la ciudad de Nueva York, no debería poder escuchar mis palabras cuando se pronuncian en voz
tan baja.

Deberían perderse en el ajetreo, el ruido de la ciudad. Pero ella las escucha.

Lo sé porque sus labios se abren, sus ojos se vuelven pesados, y una pequeña mano se mueve hacia
mi pecho, y ella asiente.

Y luego tomo la vida en mis propias manos, de la forma en que lo he estado haciendo durante años,
encontrando lo que quiero y haciéndolo mío, y beso a Abigail Keller allí mismo, frente al Rockefeller Center,
y el mundo se ralentiza.

Sabe a chocolate caliente y brillo de labios de coco tropical. Sin embargo, funciona en ella, y me
pregunto si eso es solo ella: una extraña mezcla de opuestos que de alguna manera funcionan juntos
porque son ella.

Sus labios se presionan contra los míos, y nos quedamos así durante unos largos latidos, disfrutando
de la simplicidad de un primer beso antes de que mi mano en su barbilla la acerque más y mi lengua se
sumerja para tocar su labio.

Ella me deja entrar.

Y luego doy un paso más cerca, empujándola contra el cristal de la tienda, presionando mi cuerpo
contra el de ella, maravillándome de cómo es casi un pie más baja que yo pero de alguna manera se ajusta
perfectamente a mí.

Su mano se mueve hacia arriba, agarrando mi cabello, sosteniéndome cerca de ella, y gimo en su
boca.

La quiero.

Quiero todo con ella, de ella.

Quiero a esta mujer más de lo que he querido nada en mucho tiempo.

—¡Consigue una habitación! —Grita un transeúnte al azar, y aunque rompe el momento, no la suelto,
solo levanto una mano y un solo dedo para apartar a la grosera persona que ni siquiera merece mis ojos.

—Deberíamos —digo, un susurro contra sus labios. Sus cejas se juntan, se forma un pequeño pliegue
allí, y lo beso antes de aclarar—. Conseguir una habitación. —Presiono mis labios contra los de ella una vez
más, un roce suave, su mano en mi cabello agarrando más fuerte para mantenerme allí, y no creo que lo
haga intencionalmente. Un instinto. Pero retrocedo—. Ven a casa conmigo —digo, sin saber qué responderá
—. No tenemos que hacer nada. Hace frío y no quiero terminar esta cita. —Ella sonríe, y es dulce, pero por
debajo es diabólico. Necesitado—. Aunque estoy más que feliz de hacer lo que quiera, Señorita Keller —le
digo, mi voz más áspera.

—Está bien —dice con una sonrisa maliciosa, y sé que ella también lo siente. Y mientras tomo su
mano, me acerco a la acera y levanto la mano con mi taza de chocolate caliente olvidada, un solo copo de
nieve cae en mi manga.

Estas podrían ser mis primeras vacaciones en mucho tiempo en las que no me siento completamente
solo.

DIEZ
6 de noviembre
Damien


—Este soy yo —digo, abriendo la puerta y dejando que Abigail pase junto a mí. Su aroma la sigue, ese
aroma dulce y único, nunca me ha intrigado el perfume que usa una mujer, pero ¿este?

Parece que todo me intriga de ella.

Sus tacones resuenan en la madera mientras entra en mi apartamento, mirando alrededor.

—Elegante —dice, observando el color bosque oscuro y el cómodo sofá de cuero, las pinturas del
bosque en las que gasté demasiado en un evento benéfico hace unos meses. Sus ojos brillan cuando
aterrizan de nuevo en mí—. Exactamente lo que esperaría de un abogado caro.

Su sonrisa se ensancha, y creo que ese debe ser su estilo: negarse a dejarse impresionar, lanzar púas
puntiagudas, pero hacerlo todo para divertirse.

A mí también me gusta.

—¿Tienes muchos abogados con los que compararme? —Pregunto, acercándome, y ella no lo dice en
serio, pero una rápida llamarada solar ocurre en sus ojos antes de que vuelva a estar detrás de su escudo
de sirena. Sucedió demasiado rápido como para hacer mucho más que registrarlo; no puedo decir si fue
sorpresa, pánico o ira, pero sucedió.

—No. Solo tú —dice, su mano subiendo por mi pecho mientras me acerco. Las puntas de sus dedos son
de un rosa brillante y femenino, y lo encuentro dulce, incluso seductor. Esta mujer es toda mujer,
apoyándose en el estereotipo sin vergüenza. Envuelvo una mano alrededor de su cintura, atrayéndola
hacia mí.

—Bien —susurro contra sus labios—. Yo no comparto. —Nuestros labios están tan cerca cuando me
inclino para alcanzarla con sus tacones altos, y puedo sentir la respiración rápida contra la mía—. ¿Lo
entiendes?

Ella no responde, sus ojos se clavan en los míos como si estuviera hipnotizada. Muevo mi mano a un
lado de su cuello desnudo, deleitándome con la sensación de su pulso corriendo contra mi piel.

—Yo no comparto, Abigail. Estuvimos de acuerdo en que esto podría no ser serio, que ninguno de los
dos estamos buscando eso en este momento, pero no comparto. Soy un hombre muy posesivo. Lo que es
mío es mío. —Su lengua se estira, golpeando contra sus labios rosados, y apenas, el pincel más tenue toca
mi labio.

Joder, quiero a esta mujer.

No podría decirte la última vez que deseé tanto a una mujer.

—Respóndeme, Abigail. Di que sí, y eres mía. Di no, y te acompañaré escaleras abajo, te llevaré a casa
y te agradeceré por una noche fantástica.

El silencio casi me mata.

Pero no presiono.

A veces la batalla se gana en el silencio de una conversación.

Y luego sus labios se abren de nuevo, y las palabras salen en un cálido aliento.

—Sí, Damien. Entiendo.

—¿Eres mía por ahora? —Preguntó, buscando confirmar.

—Soy tuya, cariño. —Gimo ante sus palabras, usando la mano en su cintura para atraerla
completamente hacia mí y apretarme contra su vientre. Un pequeño gemido sale de sus labios, y luego se
corta cuando cierro el mío con el de ella.

Y luego nos besamos, frenéticos y necesitados, todo lo que podrías desear en un beso, y ella es mía.
Me muevo lentamente, tan perdido en ella que no tengo una comprensión completa de mi entorno, hasta
que choca contra el respaldo del sofá de cuero.

Pongo las manos en sus caderas, la levanto hasta que ella está posada allí, y creo que hay una parte
de mí que fácilmente podría desabrocharme los pantalones, deslizar ese vestido hacia arriba y follarla aquí
mismo. Especialmente cuando sus brazos se envuelven alrededor de mi cuello y sus piernas alrededor de
mis caderas.

Sí, podría follarla aquí.

Sigo besándola, sus labios nunca han dejado los míos todavía, y sus manos se mueven para enterrarse
en el cabello largo en la parte de atrás de mi cabeza que necesita un corte. Dejo una mano en su cadera, la
otra subiendo, moviéndome para envolver su cuello, manteniéndola en su lugar mientras la beso, justo
donde la quiero.

Su pulso se está volviendo loco.

Me acerco aún más hasta que mi polla dura golpea su centro, donde ese vestido ajustado se ha estado
deslizando hacia arriba.

Y luego ella gime.

El sonido es profundo, arrancado de su pecho y lleno de necesidad y deseo, y entonces sé que no
puedo follarla aquí.

La necesito desnuda; Necesito probarla. Necesito absolutamente a esta mujer.

En mi cama.

Separándome de ella, doy un paso atrás y le ofrezco mi mano, ayudándola a bajar. Parece casi
confundida, perdida cuando hablo.

—Ven —digo, y debería haber sabido que incluso ahora, aquí, me desafiaría. Sus labios rosados se
inclinan con una sonrisa de gato.

—Planeo hacerlo —dice, y no puedo evitar reír. Tomo su mano, mi otra se mueve detrás de su cuello
para presionarla contra mis labios una vez más antes de llevarla a mi habitación.

Tal como lo hizo cuando entró en mi apartamento, entra, deja caer mi mano y mira alrededor, todavía
con mi maldito abrigo que le queda demasiado grande.

Ella va a hablar, a comentar sobre mi habitación, estoy seguro, pero estoy más allá de las sutilezas.
Estoy más allá de conocerla y de una pequeña charla.

Estoy listo para saborear a esta mujer.

—Detente —le digo y, sorprendentemente, ella hace lo que le pido, deteniéndose en la madera dura y
mirándome. Su espalda está a los pies de la cama, y ella simplemente está allí, hermosa, perfecta y todo lo
que podría soñar.

A ver si encaja en el resto de mis sueños.

—Quítate el abrigo —digo, moviéndome lentamente para desabotonar la chaqueta de mi traje.

Mis ojos se fijan en los suyos, las pupilas muy abiertas y excitadas, pero veo que su pecho sube y baja
en respiraciones profundas y controladas.

Y luego sus manos se mueven hacia sus hombros, las puntas de sus dedos empujan muy suavemente
el abrigo de gran tamaño hacia atrás hasta que cae al suelo.

Me lamo los labios, saboreando coco, cacao y Abigail.

—El vestido —digo, sin estar seguro de lo que hará.

Pero joder si ella no mueve sus manos detrás de ella, encuentra una cremallera y la mueve hacia
abajo, fuera de la vista, hasta que se detiene. Por una fracción de segundo, pienso en cómo la próxima vez,
haré eso. Bajar la cremallera, desvestirla.

Ya tan ansioso por una 'próxima vez', ¿eh, Martinez?

Dejo de escuchar la voz cuando esas uñas rosadas se mueven hacia sus hombros, moviendo las
correas hacia un lado. El vestido cae al suelo, y mis ojos lo rastrean, viendo sus pies moverse con
delicadeza para patearlo lejos detrás de ella.

Entonces mis ojos se mueven de nuevo hacia arriba, atrapando mi primer vistazo real de ella.

Sueños. Están hechos de esta mujer.

Las curvas exuberantes y completas que estaban cubiertas de rosa ahora apenas están contenidas
con encaje fino en el color rosa más claro que casi combinaba con su piel rosa melocotón. El sostén, un
estilo sin tirantes, ahueca sus senos y los levanta, moviéndose hacia una cintura pequeña y un vientre
suave. Un pequeño trozo de ese mismo rosa el encaje sube por las caderas prístinas y desciende hasta los
tacones negros.

Ella podría ser una página central.

Me masturbaba todas las noches con las imágenes.

Y luego hace algo que no esperaba.

Un brazo delicado se mueve a través de ella, agarrando su cadera y quedándose allí.

Al principio, creo que está a punto de bajarse la ropa interior, o le pica o... alguna cosa.

Pero cuando se queda allí, mis cejas se fruncen, moviendo mis ojos de su hermoso cuerpo a su rostro.

Esos pequeños dientes blancos están hundidos en su labio.

Nerviosa.

No, no nerviosa.

Escondiéndose de sí misma.

De ninguna maldita manera.

Absolutamente no.

—Mueve esa mano, bebé —digo, dando un solo paso hacia adelante, todavía a unos pocos pies entre
nosotros. La mano cae, y me muevo para quitarme la chaqueta del traje, tirándola a la esquina antes de
comenzar con mis gemelos. Esos caen al suelo con un tintineo mientras mis ojos permanecen en los de
Abigail.

—Aquí no se hace eso. No conmigo. Si me salgo con la mía, nunca. Pero no aquí —digo, comenzando
con los botones de mi camisa.

—¿Qué?

—Cubrirte. Acordaste que eres mía. Ese cuerpo es mío. Me gusta mucho ese cuerpo. No aceptaré que
me lo ocultes. —Sus ojos se agrandan, y también me gusta esa mirada. La sorpresa, genuina y devoradora.

—Damien, yo solo... Tengo barriga.

—No me importa. —Enuncio cada palabra, dejando claro lo que quiero decir con ellas—. No me importa
lo que pienses, aunque planeo cambiar esa mentalidad. No me importa lo que te hayan dicho o quién lo
haya dicho. Si lo escucho venir de ti, estaré enojado. —Su cabeza se inclina hacia un lado, esos rizos caen
sobre su hombro, y me da una mirada de 'se serio'.

—Damien, no soy la chica a la que necesitas felicitar para que te folle. —Sus manos se han ido a sus
caderas, esa actitud luchadora asomándose de nuevo, y mierda, también me gusta esa parte.

—Yo sé eso. —La confusión cae en su rostro. Dios, ella es tan fácil de leer. Cada pensamiento y
emoción se refleja en su rostro cuando sus paredes están derrumbadas—. No soy el hombre que reparte
cumplidos para ayudar a tu ego, Abigail. Pensé que lo entendías. —Mis manos se mueven, desabrochando
mi cinturón, luego el botón de mis pantalones, luego la bragueta. Sus ojos me observan todo el tiempo—.
Eres guapísima. Un sueño. Si me dejas, agarraría mi teléfono, tomaría fotos, me masturbaría con ellas
cualquier noche que no pudiera estar dentro de ti. —Su lengua se asoma, lamiendo sus labios.

Nervios, sí, pero también intriga.

Sonrio.

—Hoy no, rubia. Pero otra noche... —Dejo que mi voz se apague, dejo que la posibilidad cuelgue entre
nosotros—. A pesar de todo, no te escondes de mí.

Los pantalones caen al suelo, y me quito los zapatos mientras estoy en eso antes de cerrar la brecha
entre nosotros.

Cuando estoy a sólo un pie de distancia, cuando puedo sentir sus respiraciones nerviosas y
anticipatorias en mi piel, pongo mi mano sobre su vientre. Sus ojos se agrandan, presa del pánico, y toco la
piel suave, pero simplemente niego con la cabeza en un gesto de 'no' y luego me muevo lentamente.

—Mía —digo, moviéndome hacia su estrecha cintura, donde puedo sentir cada aliento que toma, entre
sus senos.

Esa mano se mueve, el dedo medio se mueve debajo de la parte superior de las copas de encaje,
tirando hacia abajo hasta que su pecho se libera. Mi mano lo ahueca, un pulgar acariciando el duro pezón
mientras ella toma una rápida bocanada de aire.

—Mía —digo y luego repito el proceso con la otra mano—. Mía —repito. Miro en sus grandes ojos
verdes y sonrió antes de pasar una mano alrededor de su cintura, atrayéndola hacia mí.

—Si hacemos esto, esto es mío. Este cuerpo es mío. Si tratas de ocultármelo, no seré feliz —digo
contra sus labios, rozando la piel.

Ella no responde, solo sigue mirándome con los ojos muy abiertos.

—¿Entiendes, Abigail?

—Sí, Damien —dice, sus palabras entrecortadas, y yo sonrió.

—Buena chica —susurro, viendo sus pupilas dilatarse con las palabras, y cuando la beso, hay una
sonrisa en mis labios.

El beso no es dulce. No está lleno de sonrisas. Son los dientes y las lenguas y la respiración pesada y
esas uñas rosadas clavándose en mis hombros antes de que la mueva hacia atrás, presionándola a los pies
de la cama y empujándola hacia abajo. Ella se sienta allí, apoyada en los codos, y mierda la forma en que
esta mujer se ve tan a gusto en mi espacio. Ella sonríe con una sonrisa seductora, como si cualquier gramo
de timidez hubiera volado por la ventana, y eso también me gusta.

Lentamente, mientras la observo, doy uno o dos pasos hacia atrás para observarla, y no me pierdo
cómo usa la distancia para dejar que sus ojos me deambulen, especialmente cuando bajo mis bóxers,
empujándolos hasta que caen al piso. Luego, su pequeña lengua sale, lamiendo sus labios carnosos
mientras observa atentamente.

Ella es azúcar y especias, y no puedo esperar para saber si ella también sabe de esa manera.

Arrodillándome a los pies de la cama, muevo un dedo por el centro del encaje, sintiendo como la tela
ya está húmeda, escuchando el silbido bajo del aire que sale de sus pulmones con el movimiento.

—Dios, te ves tan bonita, dispuesta para mí como mi propio festín —digo, pasando ese dedo arriba y
abajo de la línea donde sé que ya se está empapando.

Mi dedo se mueve a la línea entre la tela y su piel, recorriendo su camino hacia abajo donde su muslo
se encuentra con su coño, lo que confirma que está empapada.

—No puedo esperar un segundo más para ver a qué sabes.

—Eso no es… Damien...

—Me voy a comer este coño, Abigail —digo, mi pulgar se engancha en el refuerzo de las bragas y tira
de él hacia un lado hasta que se me revela.

Jesucristo. Perfección. Mi polla se balancea en acuerdo.

—No creo...

Dejo de mirar su paraíso y muevo mis ojos por su cuerpo, las tetas aún libres de las copas de su
sostén, los codos en la cama, el cabello rubio cayendo en cascada sobre el colchón.

—¿Alguien te ha lamido alguna vez aquí? —Pregunto, un dedo recorriendo el centro de ella, agarrando
húmedo mientras lo hace. Cuando llegó arriba, rodeo suavemente su clítoris hinchado y todo su cuerpo
tiembla, un pequeño gemido sale de sus labios—. Respóndeme.

Ella niega con la cabeza.

—¿Nadie? —Pregunto, arqueando una ceja.

—Pues... A los hombres no les gusta eso.

Detengo todo, la miro fijamente para decidir si está hablando en serio. Su labio está entre sus dientes
otra vez, ese velo de seguridad en sí misma cayendo y revelando ese lado inseguro que vi antes.

Tengo que trabajar en eso.

—Puede que los chicos no, bebé. ¿Pero a los hombres? A los hombres les encanta hacer que una mujer
grite su nombre mientras tiene la cabeza entre las piernas. —De nuevo, todo el cuerpo se estremece, y
esos dientes abandonan su labio mientras respira temblorosamene—. ¿De acuerdo?

Por mucho que quiera, no haré esto si ella no se siente cómoda con eso.

Incluso si omitirlo me mataría.

Pero luego lo veo: el movimiento de cabeza más pequeño y dulce de su cabeza, su barbilla bajando un
poco, y eso es todo el consuelo que necesito para bajar mi cabeza, aplanar mi lengua contra ella y pasarla
desde su apertura hasta su clítoris, chupando alrededor del punto sensible en la parte superior.

Sus brazos se dan por vencidos mientras gime alto y profundo, su espalda cayendo sobre la cama. Mi
lengua se desliza sobre su clítoris en rápida sucesión, y su voz se vuelve más fuerte cuando su espalda se
levanta de la cama, arqueándose de una manera que desearía poder ver.

—¡Jesús, joder, Damien!— Ella grita. Mi nombre en sus labios me hace inclinarme hacia abajo,
acariciando mi pene con mi mano libre. Continúo comiéndola, follando su coño con mi lengua mientras mi
nariz muele su clítoris y luego subo para succionar su clítoris nuevamente. Ella está murmurando,
gimiendo, tratando de acercarme más, para llegar más. Por el rabillo del ojo, su mano sube y luego vuelve
a la cama, indecisa.

Sé lo que ella quiere.

Muevo la mano de mi polla, agarrando su muñeca y moviéndola hasta que descanse sobre mi cabeza.
Instantáneamente, sus dedos envuelven los mechones de mi cabello y presionan con más fuerza, exigiendo
lo que necesita.

Gimo contra su clítoris, amando esto, queriendo darle todo y más, y las vibraciones la hacen gemir aún
más fuerte. Libero el agarre de su muñeca, muevo dos dedos hacia su entrada mientras chupo y pellizco su
clítoris, deslizándome fácilmente y provocando otro profundo gemido de mi nombre. Mientras la follo, su
mano presiona con más fuerza mi cabeza, y joder, si no sonrió contra su coño.

—¡Joder, sí, Damien, mierda! Justo ahí, justo ahí, voy a…

Y luego me detengo.

Muevo mi cabeza hacia arriba, sigo follándola con mis dedos pero mirándola fijamente. Ella maúlla un
sonido de desaprobación, y yo me rio de ella.

—¡Damien! —Dice ella, su voz desesperada—. ¡Estuve cerca!

—Lo sé bebé. Voy a cuidar de ti, no te preocupes.

Sus caderas se balancean, pequeños gemidos y gruñidos salen de sus labios mientras sigo trabajando
con mis dedos en ella, presionando contra su punto G, cada golpe hace que se contraiga.

—¡Damien, por favor! —Está jadeando, girando, buscando cualquier cosa que la lleve al límite—.
¡Necesito más!

—¿Quieres mi polla, bebé? —Pregunto, moviéndome para ponerme de pie mientras deslizo un tercer
dedo dentro de ella, estirándola. Su boca se abre con la sensación, sus ojos revoloteando cerrados. Me paro
entre sus piernas, moviendo una mano para pellizcar su pezón—. ¿Quieres, Abigail?

—¡Dios, sí, por favor! —Ella está rogando ahora, y realmente me gusta.

—¿Estás en algo? —Preguntó, moviendo mi mano al borde de sus bragas. Cuando saco mis dedos de
su coño mojado, ella maúlla con desaprobación. Sonrio—. ¿Píldora, DIU?

—Tengo un DIU. Me hicieron la prueba esta semana, todo limpio —dice, y ni siquiera tengo tiempo para
pensar en que ella se hizo la prueba recientemente.

—Estoy limpio —digo, bajando sus bragas y tirando la tela mojada a un lado.

—Fóllame, Damien —dice, su voz moviéndose a una demanda baja y ronca, y sus ojos se clavan en los
míos. Sostengo mi polla con la mano aún mojada con ella, la otra mano en su cadera mientras la miro.

—¿Estás segura? Puedo conseguir un condón…

—Te quiero en mí ahora —dice, y hay una súplica en sus ojos, la mirada coincide en su voz—. Por favor,
Damien. Fóllame.

¿Y quién soy yo para no darle a la mujer bonita lo que quiere?

Froto la cabeza de mi polla por su húmedo centro, gimiendo por la sensación antes de alinearme con
su entrada. La cama tiene la altura perfecta para follársela así.

Me quedo allí, una pulgada adentro, palpitando dentro de su calor, y lamo mis labios, mirándola.

—Ojos, bebé —digo—. Quiero tus ojos cuando te llene por primera vez.

Sus ojos se mueven directamente a los míos, tan jodidamente obediente, y bloqueamos nuestra
mirada mientras me muevo lentamente, llenándola, mi agarre en su cadera se aprieta con moderación
mientras me deslizo en su apretado coño.

Joder, esta mujer es el cielo. Absolutamente perfecta, hecha para mí…

Las palabras vienen en una incoherente corriente de conciencia, dando vueltas en mi mente.
Encuentro que mi cerebro es completamente incapaz de concentrarse en un solo pensamiento específico
mientras la lleno.

Y luego entro, nuestras caderas se juntan mientras me pongo de pie, y ella se acuesta de espaldas a
mi cama. Me muevo una pulgada antes de empujar hacia atrás lentamente. Mirando hacia abajo, veo mi
polla repetir este proceso, deslizándose una pulgada, deslizándose de nuevo, y no creo que haya visto algo
más sexy que mi polla desapareciendo dentro de esta mujer, sintiendo que me reprime cada vez.

—Oh, Dios, joder, estoy tan llena. —Ella gime, de cara al techo, con la boca abierta mientras jadea.

—¿Te gusta que te llene, bebé? —Pregunto, alejándome más ahora y cerrando de golpe.

—¡Joder, sí!

—¿Quieres que folle tu bonito coño, Abigail? ¿Te gustaría eso? ¿O debo seguir despacio, torturarte
hasta que te destroces?

—Por favor, Damien, joder. ¡Fóllame! —Sonrió, pero concedo, saliendo, entrando de golpe. Saliendo,
entrando de golpe.

En cada movimiento, observo sus tetas rebotar, moviéndose con mis embestidas, hasta que su
delicada mano se mueve hacia arriba, rozando su vientre y luego ahuecando sus pechos llenos, pellizcando
un pezón y ella gime más fuerte.

—¡Más fuerte, por favor! —Ella ruega, golpeando la cabeza.

Jodidamente hecha para mí.

—Joder, sí, bebé. ¿Te gusta así? —Pregunto, moviendo una mano hacia atrás y golpeando el lado de su
muslo.

—¡Por favor, Dios, por favor! —Continúo chocando contra ella, follándola más fuerte, la cabecera
golpeando la pared con cada embestida, pero no me importa. Solo está Abigail, gimiendo y retorciéndose,
mi polla palpitando cada vez que se hunde en ella.

Y luego su mano se desliza por su cuerpo, por su vientre, hasta que está entre sus piernas. Ella se
mueve hacia su codo libre, sus ojos se mueven para verme follarla. La mano entre sus piernas se divide
hasta que siente donde desaparezco dentro de ella en el espacio entre sus dedos índice y medio.

—Oh, Dios, mierda. Eso es tan caliente —murmura mientras observa dónde nos unimos.

—Jodidamente hermosa —digo, con los ojos fijos en el mismo lugar, amando la sensación de sus dedos
rozándome con cada embestida—. Hecho para mí. Este coño fue hecho para tomar mi polla —digo en voz
baja.

No estoy seguro de dónde vienen estas palabras, tan perdido en el momento, no puedo pensar con
claridad mientras trato de contener mi orgasmo hasta que ella me rodee.

Ella no puede estar lejos de la sensación de apretar su coño. Su mano se mueve desde donde siente
nuestra unión, moviéndose arriba y abajo hasta que su pulgar acaricia su clítoris, y ella gime
profundamente, con espasmos a mi alrededor.

Sin embargo, eso no es lo que quiero.

Mi mano se mueve, agarrando la suya y colocándola de nuevo en su teta.

—Hoy no, rubia. Hoy te corres con mi polla —digo, inclinándome para presionar mis labios contra los
suyos.

—Damien, yo… yo no puedo… —comienza, discutiendo conmigo.

—Lo harás, Abigail —digo, fijando mis ojos en los de ella y viendo sus ojos agrandarse mientras me
muevo, rozando su punto G y liberando un gemido bajo de ella. El ruido me acerca al borde y necesito
correrme dentro de ella. El impulso primario de llenar a la mujer es casi insoportable—. Vas a correrte solo
con mi polla follándote. La próxima vez frotaré tu clítoris hasta que explotes a mi alrededor, ¿pero esta vez?
—Empujo de nuevo y ella gime—. Esta vez te mostraré cómo un hombre de verdad se folla a su mujer.

Sigo moviendo mi mano hacia arriba, hasta que está en su cuello, mi piel bronceada contrasta con la
de ella, y me pierdo en su mirada.

Pero lo que más amo, lo que me lleva de cerca a casi explotar, es cuando presiono suavemente ambos
lados de su cuello, una prueba, por así decirlo. Creo que en realidad podría haber sido hecha para mí
cuando siento el sonido tratando de escapar de su garganta, observo sus párpados bajar solo un poco y
siento que se aprieta a mi alrededor.

—Joder, sí, a mi chica le gusta eso —digo en voz baja, y mientras presiono más fuerte, un gemido
gorgoteado se desliza, su boca hace un puchero de placer y su rostro se vuelve del más hermoso tono de
rosa.

—Vas a correrte por mí, Abigail. Tan pronto como mueva mi mano, vas a correrte en mi polla con tanta
fuerza —digo, las palabras salen entre dientes—. ¿Entiendes?

Su cabeza intenta asentir, otro gemido rodando a través de su pecho, otro apretón de su coño en mi
polla.

Esa es toda la confirmación que necesito, y ese apretón rompe mi última cuerda en la cordura. Empujo
dentro de ella, plantando más profundo que antes, moliendo dentro de ella y moviendo mi mano de su
garganta mientras lo hago.

Normalmente, me derrumbaría sobre ella, dejaría que el orgasmo se apoderara de mi cuerpo, subiera
por mi columna y cayera en la sensación.

Pero necesito ver esto.

Así que mantengo mis ojos en su rostro mientras la lleno, sintiéndola correrse a mi alrededor,
observándola tomar una respiración profunda mientras se estrella contra ella. Ella corea mi nombre, su voz
ronca y su cuerpo corcoveando, obligándome más profundo. Muevo mi mano, frotándola contra su clítoris,
y hay un apretón renovado y más apretado de su coño sobre mí cuando se corre por segunda vez.

—Eso es todo, cariño, suéltame.

—¡Dios, mierda, mierda! —Grita, su cabeza gira de un lado a otro, esa mano todavía en su teta,
brutalizando la carne mientras se corre y se corre, y observo la belleza de esta mujer… esta mujer de
ensueño que cayó en mi mundo por casualidad, y creo que podría ver esto felizmente todos los días de mi
vida.

ONCE
7 de noviembre
Abbie


Horas más tarde, estoy acostada en la cama de Damien, un poco somnolienta pero increíblemente
satisfecha. Es como si cualquier pequeña molécula de placer que Damien pudiera sentir en mi cuerpo fuera
exprimida solo por pura voluntad.

Pero ahora estamos en esa fase incómoda que no he tenido que vivir desde la universidad. Cuando
termina la conexión, es hora de separarse, pero hay que hacerlo sin poner las cosas raras.

Después de todo, los hombres odian a las mujeres pegajosas.

Bien, es hora de salir, Abbie. Recuerdo que Richard dijo eso después de una de las primeras veces que
tuvimos sexo. No querrás gastar tu bienvenida. Lo había dicho con una sonrisa, y recuerdo tener 24 años y
ser estúpida y pensar que era lindo. Gracioso, incluso. Le devolví la sonrisa, me vestí y lo besé, dejándolo
en su cama mientras yo salía por la puerta y entraba en un taxi.

Debería haber corrido.

Pero aún así, la realidad es que incluso si Richard fuera más... francamente al respecto, todos los
hombres son iguales. Estoy segura de que Damien no es mejor cuando se trata de querer tiempo a solas.

Puedo respetar eso, de verdad.

—Supongo que debería ponerme en marcha —digo, arrastrando un dedo por el centro de su pecho,
mis ojos tratando de no documentar las crestas de sus abdominales que son mucho más calientes de lo
que cualquier hombre tiene derecho a ser.

No es de extrañar que Richard lo odiara. Caliente como la mierda, más exitoso, sobresaliente en la
cama, y parece estar debajo de su ropa. Cualquiera debería odiarlo.

Probablemente lo odiaría si no tuviéramos la primera cita más increíble y él no me follara en otro
sistema solar.

—¿Por qué harías eso? —Pregunta, y muevo la cara para mirarlo. Me mira con una expresión extraña
que no puedo precisar. Un poco de confusión, pero tal vez también una pizca de... ¿decepción?

—Porque... ¿tienes que levantarte temprano para ir a trabajar? Estoy segura de que tienes cosas que
hacer esta noche —digo.

Mi mente se mueve a un millón de noches en las que Richard y yo salíamos, tomábamos tragos,
íbamos a su casa a follar, y luego me iba a casa porque él tenía trabajo que hacer y luego quería una
'buena noche de sueño'. Aparentemente es difícil dormir conmigo, me muevo mucho. Y oye, ser abogado
no es para los débiles de corazón, y Richard necesitaba dormir.

Nunca sostuve eso contra él.

—Es medianoche —dice Damien con una sonrisa, esos dientes blancos y rectos brillando en la
penumbra.

—Pero necesitas descansar, estoy segura. Soy una especie de durmiente loca; me muevo una
tonelada. Así que no me gustaría... arruinar tu sueño.

Sus cejas se arrugan, la sonrisa vacilante.

—Yo no… me perdiste, rubia. No estoy seguro de lo que estás tratando de decir.

No respondo, sintiéndome rara con esta conversación. En cambio, mis ojos se mueven hacia mis dedos
dibujando patrones en su pecho, mi mente tratando de pensar en qué decir. Su mano es cálida cuando se
encuentra con mi barbilla, inclinándola hasta que su mano puede moverse justo debajo de mi mandíbula,
envolviendo mi cuello y obligándome a mirarlo.

Oficialmente me siento cohibida y como una idiota con sus ojos en mí, escudriñándome.

—Oye, no. Cuéntame lo que está pasando en esa bonita cabeza tuya. — Parpadeo hacia él una vez,
dos veces.

No me va a dejar salir de esto, no importa cuánto quiera.

—Hombres... como tú… necesitan dormir. Para estar bien descansado. No puedes hacer eso con una
mujer en tu cama.

—¿Hombres como yo?

—Abogados, gente con trabajos importantes. Gente que...

—¿Personas con trabajos importantes? —Esa gruesa ceja está levantada y una pequeña sonrisa ha
regresado a su rostro. No puedo evitar devolverla.

—Sabes lo que estoy diciendo, Damien. —Golpeo su pecho con una risa, pero sus ojos se estrechan, la
sonrisa se le escapa. Su cara es tan malditamente expresiva. Soy capaz de leer cada pensamiento, cada
emoción en él. Me pregunto cómo diablos gana en la sala del tribunal si siempre es así.

—¿Tu trabajo no es importante? —Pregunta, y me rio, rodando fuera de él y poniéndome de lado. Él me
sigue, así que nos enfrentamos, y sus dedos pasan por mi cabello, alejándolo de mi cara.

—Hago maquillaje en una tienda por departamentos.

—¿Y?

—Es sólo maquillaje. No dirijo una sala de audiencias ni mantengo la balanza de la justicia en
equilibrio. —Espero que sonría o se ría. No lo hace. En cambio, la preocupación cruza su rostro.

—Solo maquillaje. — Lo dice como si estuviera hablando consigo mismo, como si estuviera tratando de
procesar mis palabras.

—Sí... Yo solo… maquillaje. —No entiendo a dónde va esta conversación.

—De acuerdo. Ya veo a dónde va esto —dice y luego rueda hasta que está sobre mí, apoyado en su
codo a cada lado de mí. Se inclina, rozando sus labios contra los míos.

—¿Qué es?

—Me gustas —dice, y sonrió, pero sigue hablando antes de que pueda responder—. Me gustas, y me
gusta esto. Esto es bueno. Nosotros trabajamos. Eres linda, divertida y eres un sueño cuando te follo.

Un rubor quema mi rostro, y trato de voltear mi rostro para ocultarlo. Pero él se mueve, apoyándose en
un solo brazo ahora y poniendo esa maldita mano alrededor de mi garganta otra vez, presionando de una
manera que puedo sentir en mi clítoris hasta que lo miro de nuevo.

—No. Absolutamente no. No te avergüences de eso, especialmente no conmigo. Somos explosivos de
una manera que nunca he tenido. —Me lamo los labios mientras me recorre un escalofrío y él sonríe.

—Ahí está ella. —Arrugó la nariz con molestia, pero él solo se ríe, presionando sus labios en el
entrecejo—. Como estaba diciendo. Me gustas. Me gusta esto. Pero no funcionará si sacas esa mierda.

—¿Qué mierda?

—Que tú eres abogado y yo soy una humilde maquilladora. —Se me cae el estómago y me froto los
labios, un tic nervioso que he tenido durante años.

—No es cualquier cosa. ¿Te apasiona lo que haces? —Me muevo para abrir la boca, para responder,
pero esa mano aprieta, haciéndome callar—. Sé que lo hace. Hablaste de eso en la cena, y lo vi. Ayudas a
las personas a sentirse lo mejor posible. Eso es admirable. Mejor que yo, la mayoría de los días.

—Lo que haces es impo…

—Esto no funcionará, incluso si solo es divertido, si te ves a ti misma como inferior a mí.

Cada molécula de mi cuerpo deja de moverse.

Los ruidos en mi mente se silencian.

Creo que dejé de respirar por un momento en el tiempo.

—No entiendo.

—Una relación es como la ley. Necesita equilibrio. Si está desequilibrado, si una persona se ve a sí
misma como menos valiosa, si otra se ve a sí misma como más valiosa, no hay equilibrio. —Sus ojos
oscuros están taladrando los míos con sus palabras, y cualquier palabra que pueda decir está atrapada en
mi pecho—. No eres menos que yo. No soy menos que tú. Somos humanos que hacemos lo que podemos
para ayudar a las personas.

Silencio.

No respondo.

Yo no...

Se suponía que este hombre era un asno.

En el mejor de los casos, un buen tipo que era un poco engreído y dentro de sí mismo.

Podría manejar eso.

Podría manejar a un hombre que tiene un poco de complejo de superioridad, especialmente si pudiera
follarme hasta la mañana y ayudarme a vengarme.

Una obviedad, de verdad.

¿Pero esto?

Un hombre amable, cariñoso y comprensivo. ¿Puedes joderme hasta mañana?

No sé qué hacer con eso. Así que solo digo:

—Oh.

Como una idiota.

Y por alguna razón, Damien no encuentra mi pérdida de palabras molesta o estúpida. En cambio, solo
me sonríe y sacude la cabeza como si me encontrara dulce.

—Sí, oh. —Se inclina hacia delante de nuevo, presionando sus labios contra los míos—. Quiero que te
quedes a pasar la noche. Aquí conmigo.

—Damien, eso es dulce, pero realmente soy una durmiente loca.

—¿Estás diciendo eso porque no quieres pasar la noche aquí o conmigo? ¿O lo dices porque te
preocupa la calidad de mi sueño? —Lo dice con una sonrisa. Arrugo la nariz, pero no respondo.

Su ceja se levanta y la sonrisa se extiende. Estamos en un enfrentamiento.

—Tu funeral —digo en un murmullo—. Si te pateo en las bolas mientras duermo y no puedes caminar
derecho mañana, no es mi culpa.

Damien solo sonríe, presionando sus labios contra los míos de nuevo, pero no de esa manera suave y
dulce.

—Sí, bueno, veamos si puedo cansarte. Ayudarte a dormir bien. Tal vez podamos hacerlo para que
seas tú la que no pueda caminar derecha mañana —dice, luego sus labios se mueven a mi cuello, lamiendo
y chupando un camino hacia abajo.

¿Y sabes qué?

Duermo profundamente toda la noche en la cama de Damien, su pierna enganchada sobre mi cadera,
manteniéndome inmovilizada todo el tiempo.

DOCE
7 de noviembre
Abbie


—¡¿Te llevó allí?! —Cam dice, su voz subiendo al menos tres octavas con las palabras.

Es el día después de mi cita con Damien.

Esta mañana mi reloj interno me despertó a las siete, e intenté salir de su lujosa cama y vestirme con
mi ropa de la noche anterior en silencio, necesitaba estar en la tienda a las diez y sabía que tenía que
llegar a casa, cambiarme y estar lista para trabajar en tres horas.

Su brazo, todavía cargado con el Rolex más bonito que he visto, estaba en mi cintura cuando me
desperté.

Las sábanas olían a Armani.

Esto se confirmó cuando miré su tocador la noche anterior y vi la botella azul.

Conozco mis fragancias.

Planeé salir de debajo de él sin despertarlo, dejarle una linda nota con un beso rosa de Chanel y luego
pacientemente (bueno, muy impacientemente porque nunca he sido una persona paciente) esperar a que
me llame.

Pero, en lugar de eso, su brazo se tensó y sentí la piel desnuda al enterrar su cara en mi cuello.

—Buenos días, rubia —dijo, las palabras ásperas por el sueño y golpean cada terminación nerviosa de
mi cuerpo de la mejor manera posible.

—Hola —susurré, repentinamente tímida.

Nunca soy tímida.

No he sido tímida desde que Hannah me desafió a pararme en una mesa en el patio de comidas del
centro comercial y cantar “Defying Gravity” a todo pulmón a cambio de que me comprara un Frappuccino.

Tomé el Frappuccino y perdí cada molécula de timidez.

—No fue mi intención despertarte —dije, rodando hacia él hasta que nos enfrentamos.

Estaba sonriendo, con los ojos entrecerrados por el sueño.

Parecía… lindo. Adorable, incluso.

No son las palabras que habría pensado que usaría para describir al hombre dentro de un millón de
años, pero aquí estamos.

—Me alegro de que lo hayas hecho. ¿Estabas tratando de escabullirte? —preguntó, moviendo un
mechón rubio detrás de mi oreja, empujándolo detrás de mi cuello y arrastrando su dedo por mi brazo.

—No, yo…

—Lo estabas totalmente —dijo con una sonrisa—. ¿Ibas a llamarme más tarde al menos?

—Una mujer nunca debe hacer la llamada después de una primera cita. Espera para no sonar
desesperada —dije casi al instante y luego me arrepentí casi con la misma rapidez porque sonaba como
una maldad.

Damien sonrió con esa sonrisa de megavatios que estoy segura le hace ganar jurados y más, rodando
hasta que me quedé debajo de él, enjaulada entre sus fuertes brazos. Pasé una buena cantidad de tiempo
hasta altas horas de la noche admirando en todo tipo de formas lo que hace que mi dolorido cuerpo se
caliente solo con recordarlo.

—¿Estás desesperada por mí, Abigail? —Preguntó. Con sus ojos oscuros clavados en los míos, su
sonrisa penetrando mi fortaleza y deconstruyendo el plan que cuidadosamente construí, respondí
honestamente.

No fue mi intención. Solo… sucedió.

—No sé. Aunque creo que podría estarlo —dije, y mi voz sonaba entrecortada y suave incluso para mis
propios oídos.

Le gustó esa respuesta.

Le gustó tanto que se movió hacia abajo en una flexión, el movimiento tan jodidamente suave que me
resultó difícil concentrarme, y presionó sus labios contra los míos.

Nada loco.

Una dulce caricia de labios, un suave buenos días. Una gran manera de empezar el día.

Cuando rompió el beso, estaba aturdida y me miraba con una sonrisa en sus labios carnosos, ese
hoyuelo que vi anoche asomando.

—Me alegro de que estemos en la misma página —dijo y luego rodó sobre su espalda, llevándome con
él. Una mano bajó por mi espalda, deteniéndose justo encima de mi trasero, y la otra se sumergió en la
parte de atrás de mi cabello, sosteniéndome allí—. ¿Por qué la prisa por irse?

—Tengo trabajo. A las diez. Tengo que llegar a casa, asearme, comer algo, tomar cafeína, ir al trabajo.

—Entiendo. Tienes que volver a Long Island. ¿Qué hora es?

—Las siete y cuarto, la última vez que lo comprobé —dije, y él gimió, mirando el techo sobre la cama.

—No me digas que eres una persona mañanera.

—¿Es eso algo malo? —pregunté. Estaba casi irritada por lo disgustadas que eran sus palabras.

—Primer negativo para ti —dijo—. Las mañanas son creadas por el mismo Satanás.

—¿No eres un gran abogado elegante? —Levanté una ceja, pero seguía sonriendo, ya no estaba
molesto. Algo sobre un hombre poderoso que actúa como un adolescente que no quiere despertarse es
entrañable.

—Lo mejor que puedo, trato de programar las cosas tarde. En los días de la corte, tengo que
levantarme temprano, pero la adrenalina ayuda. ¿En un viernes al azar? No. Duermo hasta tarde. Siempre.

—Entiendo. Bueno, algunos de nosotros estamos gobernados por las corporaciones estadounidenses y
debemos levantarnos lo más temprano posible, especialmente cuando tenemos que tomar el LIRR o tomar
un Uber para ir a casa. —Luego, sintiéndome más valiente, imité su movimiento de antes, pasando mis
dedos por el cabello largo en la parte superior de su cabeza que ahora estaba desordenado y peinándolo
hacia atrás—. Por mucho que me gustaría quedarme aquí por un tiempo, tengo que irme.

Ahora, ¿qué diablos me haría decir eso? pensé, ignorando la voz en mi cabeza que gritaba ¡PELIGRO!

—¿LIRR? —Arrugué la cara confundida.

»¿Ferrocarril de Long Island? —Quiero decir, mi extensa búsqueda en Google mostró que era del
Bronx, y ese acento que sale de vez en cuando lo confirma, pero ¿quizás nunca salió de la ciudad? ¿Y
simplemente se mudó a Manhattan y se quedó allí? No tiene mucho sentido, pero…

Él rio.

Su risa era mágica, profunda, plena y especiada como vino caliente que calentaba todo mi cuerpo.

—Sé lo que es el LIRR, nena. ¿Por qué te estás apurando?

—Bueno, si no puedo, tengo que conseguir un Uber, y un Uber de Manhattan a Long Island en las
horas pico es una locura de dinero —dije, luego cuestioné mis palabras porque puede que sea una perra
vengativa, pero no soy una cazafortunas—. Soy buena para eso, lo juro. Odio desperdiciar dinero…

—Te llevo a casa, naranja2 —dijo, moviendo su cabeza hacia arriba para presionar sus labios contra los
míos de nuevo. Lo hizo como si no fuera su intención, como si fuera un accidente o un impulso que no
pudiera negar.

—¿Naranja? —Dije, casi ofendida—. ¿Eso no significa naranja? —Él sonrió—. Soy más una chica rosa. —
Moví mis ojos hacia mi bolso, mi vestido y mis zapatos, los tres luciendo el perfecto color rosa chicle—. Si
no pudieras decirlo. El naranja es más una caída. Soy un manantial.

Esa risa otra vez.

Mirando hacia atrás, lo que pasa con esa risa es que no es la forma en que Richard se rio de mí cuando
dije cosas como esa. Como si yo fuera el blanco de mi propia broma, como si él se estuviera riendo a costa
de mí. Nunca me di cuenta de que hizo eso hasta que escuché la risa de Damien. Su risa era como si
encontrara entretenimiento en mis palabras porque le gustaba escucharlas.

—Es un dicho, Abigail —Otro beso impulsivo, otra quemazón en mi estómago por cómo me hizo sentir
—. ¿Puedes esperar aquí diez, quince minutos para prepararme para la oficina? Te llevaré a comer, te daré
cafeína y luego te llevaré a casa antes de entrar.

—Oh, Damien, no tienes que hacer eso. Está tan fuera de tu camino… —Me interrumpió con una
expresión severa, una mano moviéndose hacia mi barbilla para sujetarme con el pulgar y el índice hasta
que lo miré a los ojos mientras hablaba.

—Ningún hombre envía a una mujer a casa en un taxi después de una noche como la nuestra. Él la
alimenta, le da cafeína y la acompaña a su puerta. Le hace saber que la pasó jodidamente increíble y le
asegura que la verá la próxima vez. —Solo parpadeé hacia él—. Entonces, ¿puedes esperar diez o quince
minutos?

Estaba acostada desnuda encima de un hombre con la constitución de un dios, inteligente, divertido y
amable, que podía follarme hasta que mi voz se volvió ronca, y él era la clave para mi último plan de
venganza.

Por supuesto, podría esperar diez o quince minutos.

Pero dejé todo ese intercambio fuera cuando le conté la noche a Cami y Kat mientras conducíamos a
Queens para recoger los materiales para la incorporación de hoy al Proyecto: Venganza del Imbécil después
del trabajo.

Y también omití qué más sucedió esta mañana.

Esta mañana, salió a su sala de estar, ajustando costosos gemelos en una camisa que le quedaba
bien, demasiado jodidamente bien, relucientes zapatos de vestir golpeando la madera dura oscura, y su
cabello aún húmedo pero peinado hacia atrás.

Listo para el día.

Llevaba puesto mi vestido de la noche anterior y sostenía mis tacones en mis manos como una idiota
cuando me atrajo hacia él, el tirón seguro y firme antes de que me besara.

Mis rodillas se debilitaron.

Me empujó hacia atrás y me miró de arriba abajo.

—¿Qué llevas puesto?

—No hice exactamente una maleta, gran hombre —le dije, sonriéndole. Sin mis zapatos puestos, se
elevaba sobre mí.

—No, pero la próxima vez lo harás. Ven, vamos a buscarte una sudadera y una camiseta —dijo,
llevándome de regreso a su habitación—. Anoche nevó, ¿recuerdas? Demasiado frío para eso, sobre todo
porque no llevabas chaqueta.

—Damien, nada de lo que tengas me quedará bien a menos que tengas un cajón con ropa de mujeres
del pasado —dije, y las palabras me supieron amargas en la boca.

Las odié.

También odiaba que las odiara.

No es el plan, Abbie.

Se detuvo en seco, girándose hacia mí, moviéndome, presionándome contra la pared de su habitación
junto a la puerta.

—Suelta esa mirada, rubia. Yo no salgo. Descargué esa estúpida aplicación por capricho y la chica de
mis sueños cayó en mi regazo. Irás a casa con ropa con la que nadarás, pero será mía y estarás abrigada.
La próxima vez, trae ropa.

—Oh —es todo lo que pude decir, mirándolo con los ojos muy abiertos y la boca abierta.

—Sí, oh —había dicho antes de retroceder, agarrando un par de sudaderas—. Estos se encogieron, por
lo que puede que no sean horribles —había dicho. Luego me entregó una sudadera colosal que le dije que
nunca volvería a ver a menos que yo estuviera en ella.

Él solo sonrió y me ayudó a subirme los pantalones de chándal hasta que pude ver mis dedos de los
pies pintados de rosa y di por terminado el día.

Y luego me compró café y un bagel con queso crema, me llevó hasta Long Island durante el tráfico de
las 8 am en el centro de la ciudad de Nueva York, me acompañó hasta los diez pisos a mi apartamento y
me besó en la puerta, y me hizo prometer que lo vería el viernes, a más tardar.

¿Quién diablos es este hombre?

Pero Cami no está preguntando por las escapadas de mi mañana.

Me pregunta por mi noche porque acabo de contarle cómo salimos del restaurante, caminamos hasta
el Rockefeller Center y nos besamos mientras la nieve caía a nuestro alrededor como una especie de
comedia romántica del 2000 que mi hermana borracha de amor habría visto en Lifetime.

Lo pregunta por este maldito y loco plan que tramamos mientras estaba borracha, con el corazón roto
y buscando desviar ese dolor hacia el hombre que lo desató.

—Y mencionó la fiesta de Navidad —digo, recordando cómo él mencionó el tema y me hizo sentir
repentinamente asquerosa, como si lo que estaba haciendo estuviera mal.

—¡De ninguna manera! —Cami dice, casi desviando su auto hacia el tráfico que se aproxima. Suena
una bocina y un taxista le grita inaudiblemente a Cam mientras la esquiva.

—¡Jesucristo, Cam! —Kat grita, poniendo sus manos en el tablero mientras ve su vida pasar ante sus
ojos.

Lo sabría, es lo que cualquiera que se sienta en el asiento delantero del auto de Cami experimenta.

—Oh, cállate. Tenía mucho espacio. Estamos bien. Abs, ¡¿él mencionó la fiesta de Navidad?! ¡Esto está
siendo mucho más fácil de lo que jamás pensé! —En este momento, me pregunto si tal vez Cam está más
involucrada en este plan que yo.

Aun así, sonrió mientras transmito la siguiente parte, casi engreída. —Me preguntó si quería una
invitación.

—¡De ninguna manera! —Cam dice, volando a través de una luz roja.

—Cam, por favor, detente y déjame conducir —dice Kat, con su piel bronceada pálida y su mano
sosteniendo la manija sobre la puerta.

—Deja de ser un bebé, Kat, o te vas a quedar atrapada en la parte de atrás la próxima vez.

—A este paso, no habrá próxima vez porque estaremos todas en la morgue de la ciudad. ¿¡Y entonces
cómo se vengaría Abbie!? —Esas palabras mágicas parecen hacer clic para Cami, y su velocidad baja solo
un poco.

Pero no más que un cabello.

—¡¿Así que recibiste la invitación?! —Pregunta, girando a la izquierda hacia el vecindario al que nos
dirigimos.

—No llegué a responder porque luego me preguntó si podía besarme.

—Detente. ¡Cállate! —dice Kat, dándose la vuelta en su asiento para mirarme—. ¡Eso es demasiado
lindo!

—Espera, ¿entonces no recibiste la invitación? —Cami pregunta como si estuviera molesta por el
cambio de conversación. El auto se detiene afuera de un apartamento y ella lo estaciona.

—¡No hables demasiado hasta que regrese, ¿de acuerdo?! No quiero perderme nada. —Kat dice y
luego salta hacia el número de apartamento del anuncio con algo de dinero para comprar nuestro próximo
proyecto.

—No recibí la invitación —digo, respondiendo a la pregunta que me hizo Cam porque sé que está
hirviendo y muriendo por saber.

—¿Por qué no?

—El momento no era el adecuado.

—¿Qué es lo que significa que no era el momento adecuado? —pregunta, y tan rápido como eso, Kat
regresa con una caja de llaves sin marcar de varias formas y tamaños.

—¡Oh, Dios mío, hay mucho más de lo esperado aquí! —Digo, tomando la caja en mi regazo y
escuchando el metal adherirse.

—Me preguntó para qué los estábamos usando y, cuando le dije, agregó más —dice Kat con una
sonrisa y yo me rio—. Está bien, entonces, ¿qué me perdí? —pregunta mientras Cami pone el auto en
marcha y comienza a regresar a mi casa. Ella es lo suficientemente inteligente como para saber que Cam
inevitablemente no detuvo su inquisición cuando se fue por un total de dos minutos.

—Abs no recibió la invitación —dice Cam, la irritación tiñendo su voz mientras levanta las manos en el
volante. Mi cuerpo se tensa hasta que ella los vuelve a poner a las dos y diez.

—Bueno, por supuesto que no lo hizo. ¡Se acaban de conocer! —Kat dice—. ¿Por qué invitaría a una
extraña a una fiesta de Navidad?

—¡Exactamente! ¡Hubiera sido raro preguntar! —Digo, sacándole la lengua a Cam en el espejo
retrovisor.

—Ambas son unas bebés —dice Cam.

—Lamento que no seamos todas tan valientes y exigentes como tú, Camille —dice Kat con una sonrisa
y la golpea en el brazo.

—¡Oye, oye! ¡Déjala conducir! ¡Quiero llegar a casa de una pieza! —Grito, y las llaves en la caja
tintinean cuando el auto se desvía un poco.

—Está bien, ¿podemos cambiar de tema e interrogar a Abs sobre su cita cuando no tenga que
preocuparme que Cami nos mate a todas? —pregunta Kat, y respiro aliviada, porque entonces Cami puede
concentrarse en conducir y porque estoy cansada de hablar sobre esta cita y las emociones encontradas
que me está provocando.

—Sí, vamos —digo.

—Bien. No puedo creer que no vayas al concierto la próxima semana —dice Cam, mirándome por el
espejo retrovisor.

Mierda.

No es exactamente el alivio que esperaba.

Este ha sido un punto de discusión durante semanas y no ha mejorado a medida que se acerca el
evento.

—Yo… No puedo —digo. Cam y Kat asistirán a un concierto la próxima semana de la banda de chicos
con la que todas nos unimos cuando nos conocimos en la universidad. Fue el rompehielos durante la
carrera lo que nos convirtió a todas en las mejores amigas de toda la vida. Todas hemos sido fanáticas
desde que éramos niñas, y desde la universidad, no nos hemos perdido una sola gira en la que hayan
estado. Se ha convertido en una tradición, un recordatorio de lo que nos unió y una celebración de la
amistad. Pero esta vez, no me uniré—. Compré las Choos.

Las sandalias Jimmy Choo son hermosas y demasiado caras, pero no es la verdadera razón por la que
evité comprar boletos hace tres meses cuando salieron a la venta. No es la razón por la que, cuando Kat
me dijo que me daría el dinero para un boleto, me negué rotundamente, insistiendo en que perderme un
concierto no sería el final de nuestra amistad.

Como siempre, Cami ve a través de mis tonterías.

—Eso no es. No quieres ir porque el año pasado, cuando fuimos todas, tú y el idiota tuvieron una gran
pelea, y él te dijo que crecieras y dejaras de escuchar ‘música para niños’ porque él es un imbécil de
mierda.

Muerdo mi labio, sabiendo que ella no está equivocada.

El año pasado recorrieron el área por la misma época, y meses antes, todas compramos boletos como
de costumbre. Cuando llegó la noche del evento, Richard y yo tuvimos una gran discusión al respecto: él
quería que lo ayudara con algo en su departamento y le dije que no podía esa noche pero que estaría feliz
al día siguiente. Se enfureció conmigo, diciéndome que era infantil ver una banda de chicos cuando estaba
“acercándome a los treinta” y que debería darle prioridad.

Fue esa noche que me dijo que no iría a la fiesta de Navidad de la empresa porque era demasiado
infantil.

Debería haberme ido entonces.

En cambio, cuando el mismo concierto llegó, una tradición que aprecio fue empujada a un lado para
tratar de probarme a mí misma ante ese pedazo de mierda. Y ahora las entradas están agotadas sin
esperanza de que suceda.

Me avergüenza haber tenido que esperar a que me rompiera el corazón para ver todo lo que tenía
ante mí… pero Dios, ¿cuántas banderas rojas necesitaba agitarme el mundo antes de que tuviera la
maldita imagen?

¿Y cuándo toda mi personalidad se convirtió en complacer a Richard? No creo que la mayor parte fuera
intencional, solo una voz subconsciente instándome a cambiar y adaptarme mejor a quien pensé que era el
hombre de mis sueños.

Como una especie de extraño síndrome de Estocolmo de citas.

¿Qué tan deprimente es eso?

—Los zapatos son una mejor inversión —le digo, no queriendo entrar en eso con ella y tampoco
queriendo admitir una vez más cuánto de mí misma perdí en los últimos cuatro años—. La próxima vez que
vengan, iré.

—No será lo mismo sin ti, Abs —dice Cami, mirándome a los ojos en el espejo retrovisor.

—El año que viene —digo, con una sonrisa triste en los labios.

—Está bien, entonces, ¿tenemos que parar por algo más? —Kat pregunta mientras Cami toma la salida
de regreso a mi casa. Dios la bendiga por cambiar siempre de tema cuando lo necesito.

—No. Tengo la cinta y corté todos los carteles ayer antes de mi cita —digo sobre el siguiente paso en
nuestro “Plan para Hacer que la Vida de Richard Sea un Infierno”.

—Perfecto —dice Cam, que ya no está preocupada por mi asistencia al concierto y, en cambio, vuelve
al modo venganza de villana.


Una hora más tarde, estamos sentadas comiendo comida chatarra y pegando meticulosamente
carteles de “Si la encuentra, llame” a más de 300 llaves de varios tamaños.

El número adjunto es el número de teléfono celular de Richard. El plan es esparcirlos por la ciudad,
Long Island y el centro comercial. Es posible que no pueda ver el resultado de que Richard sea
bombardeado por llamadas molestas que le dicen que encontraron sus llaves perdidas, pero aun así es
satisfactorio saber que lo volverá loco durante al menos unas semanas.

—Sabes, ya me puse manos a la obra con esto —dice Cam con un brillo en los ojos—. Anoche, dejé su
número en uno de los foros de Reddit de One Direction y dije que era el número de celular filtrado de Harry.

Mis manos dejan de vendar, y la miró fijamente.

—No, jodidamente no lo hiciste —digo con una sonrisa.

—Bueno, no era su número de celular; era el número de su oficina. —Mi boca cae más lejos—. Su línea
directa.

—Oh, Dios mío —dice Kat con los ojos muy abiertos.

—Eso es tortuoso —digo con una risa—. ¡Estoy segura de que pasó toda la mañana respondiendo
llamadas! ¡Y tiene que contestarlas todas ya que es el número de su trabajo! Oh Dios mío. —Kat, el alma
más amable de nuestro grupo de amigas, se estremece.

—¿Deberíamos sentirnos mal por eso? —pregunta Kat.

—¿Recuerdas la vez que Abbie tenía gripe y él le dijo que necesitaba que ella condujera todo el camino
hasta Pensilvania para comprarle esos estúpidos champús porque él estaba fuera? —Me estremezco al
recordar ese impulso de pura miseria.

Y luego me hizo dejarlos en la recepción de su apartamento porque no quería que lo enfermara cuando
se los entregara.

Dios, ¿cómo fui tan jodidamente estúpida?

—Está bien, ya no me siento mal. —Ella se vuelve hacia mí—. Hablando de hombres menos de mierda,
nunca terminaste de contarnos lo de anoche. —Un sonrojo me quema la cara porque cuando lo dejé, me
estaba llevando de regreso a su casa.

—¿Fue bueno? —Cami pregunta, con una sonrisa maliciosa en sus labios mientras pega otra etiqueta a
una llave y la arroja a la pila con un sonido metálico.

Mi sonrojo se profundiza al recordar sus manos sobre mí y la forma en que me devoraba por completo.

—Oh, fue bueno —dice Kat con una sonrisa.

—¡Deténgase! ¡Sabes que odio entrar en detalles! —Digo, mirando cuidadosamente la llave en la que
estoy trabajando—. Pero fue muy… bueno. Una experiencia reveladora, por decir lo menos.

—Ooh, Papi Damien es bueno, ¿eh? —Cami dice con una sonrisa. Arrugo la cara y trato de ocultar
cualquier cosa que lo delate todo. No tengo ningún problema en cotillear con mis mejores amigas, pero
algo sobre anoche fue… íntimo. Demasiado íntimo para charlar casualmente.

Mi yo interior susurra que debería ser una señal, pero la abofeteo y grabo otra nota en una llave.

—Está bien, así que después… sabes. ¿Qué sucedió? ¿Fuiste a casa? —Niego con la cabeza ante la
pregunta de Kat.

—Pasé la noche —digo en voz baja, mordiéndome el labio. No compartí que parte todavía, tampoco.

—Cállate —dice Cami, su voz baja y sus ojos moviéndose de sus manos a mí.

—¡Cállate! —Kat dice, solo me encojo de hombros—. ¿Entonces él fue dulce? —pregunta, su lado
romántico desesperado sale a la luz, y casi puedo ver los corazones sobre su cabeza. Suspiro. Esto lo puedo
compartir.

—Él fue… dulce. Fue muy dulce. Me cuidó y me obligó a pasar la noche y luego… Traté de escaparme
por la mañana, pero él insistió en llevarme a casa.

—¡¿A Long Island?!

—A las ocho de la mañana. Y me compró un bagel y café.

—¿No tiene trabajo que hacer o algo así? —Pregunta Cam, siempre la escéptica de nosotras.

—Él no es mañanero, aparentemente. Y dijo que un caballero se asegura de que su cita llegue a casa a
salvo. —Muerdo mis labios y luego continúo—. Me acompañó hasta la puerta de mi casa. Saludó a Fred y
conversó con él sobre fútbol.

—Cállate.

—¿Le gustaba a Fred? —Pregunta Kat, sabiendo que Fred, el portero de mi edificio, absolutamente
odiaba a Richard. A pesar de que salí con él durante cuatro años, las pocas veces que Richard se dignó
hacer el viaje a Long Island, Fred nunca lo envió sin avisarme. No es que Richard nunca haya querido hacer
el viaje hasta mi apartamento, siempre encontrándose conmigo en el vestíbulo. Pero, aun así, siempre le
recordaba que Richard estaba en mi lista, y Fred solo murmuraba un “Mis disculpas, Señorita Abbie”.

—Fred le dijo que lo hiciera, y cito: 'Asegúrese de que la jovencita no tenga demasiado tiempo a solas,
ahora, señor'. —Mis amigas cacarean.

—¡Para! ¡¿Qué dijo de vuelta?! —Pregunta Kat, y esbozo una sonrisa secreta, una llena de esperanza
oculta y mariposas que no deben estar en la ecuación de esta relación.

—Dijo que no planeaba hacerlo pronto —digo, luchando contra la inclinación de mis labios y fallando
miserablemente.

—¡Cállate! —Kat grita.

Cami me mira, menos impresionada.

—¿A ti… te gusta? —Cami pregunta con una risa, como si el solo pensamiento fuera histérico. Y
entonces me mira. Debe ver algo allí en mi cara—. Santa mierda.

—Dios, no —digo rápidamente, intentando, pero luego cambio—. Quiero decir, no me gusta. Está
caliente. Es agradable.

—Pensé que era un idiota —dice, recordándome lo que me dijo Richard.

—Dice Richard. Pero Richard también es un imbécil.

—Entonces, ¿tu plan está cancelado?

Debería haber dicho que sí.

En retrospectiva, pienso que debería haber dicho que sí en ese preciso momento, haberle enviado un
mensaje a Damien diciéndole que teníamos que hablar, haberme puesto al teléfono y haberle dicho la
verdad.

Pero luego recuerdo cómo me sentí destrozada cuando Richard me dijo que no era lo suficientemente
seria como para estar a su lado en esa fiesta estúpida. Que yo solo era divertida. Y recuerdo lo jodidamente
divertido que se sentirá cuando vea la cara de Richard y se dé cuenta de que la cagó.

Así que no lo hago.

En cambio, digo:

—¡Dios, no! Por supuesto que no. El plan sigue en pie. —Y luego cambio de tema—. Entonces, ¿cómo
distribuimos estas llaves?

Y la noche avanza.

Pero la roca que se planta en mi estómago no.

Se queda por semanas.

TRECE
13 de noviembre
Abbie


El jueves por la noche suena mi teléfono y sonrío cuando aparece el nombre de Damien en la pantalla.

Llevamos unos días llamándonos y enviándonos mensajes, y cada uno de ellos es radiante y feliz. Un
chillido interno de risa que no puedo evitar. Emoción. Ese arrebato de felicidad que aparece cuando
empiezas a salir con alguien.

El vértigo no puede ser una buena señal.

Mi tonto trasero ignora las advertencias, como parece ser mi costumbre.

—Hola —digo, con una sonrisa clara en la voz.

—Hola —responde, y el pánico me recorre.

El problema con la culpa es que, en cualquier momento, empiezas a crear escenarios en tu mente de
que te van a atrapar, de que te va a salir el número y de que las mentiras van a ser demasiado y se van a
apoderar de tu vida.

¿Richard habló con Damien?

¿Me buscó Damien, encontró de algún modo pruebas de quién soy, o de quién fui una vez? ¿De quién
creía que podía ser?

—¿Qué pasa? —Pregunto en respuesta a su tono apagado.

—Odio hacer esto. —Se oye un suspiro al otro lado y casi puedo imaginármelo pasándose la mano por
el cabello—. Realmente odio hacer esto.

Se me hunde el estómago.

No respondo.

—Tengo que cancelar lo de mañana.

Extrañamente, el pánico disminuye.

No se trata de que descubra la verdad. Es una reprogramación. O una cancelación.

—A las dos, tengo que estar en el juzgado por un caso de última hora, y luego tengo que pasar el fin
de semana preparándome para presentar un montón de mierda el lunes.

—¡Oh, Dios, por supuesto! No hay problema —digo.

Esto, al menos, me resulta familiar.

El trabajo es lo primero.

Los casos son lo primero.

De verdad, todo primero.

Una parte de mi estómago que se hundió cuando temí que me hubiera descubierto se queda ahí
porque lo que yo creía que eran mis agudos instintos se demostraron una vez más equivocados. No es un
buen tipo. No es el hombre perfecto, no es una especie de sueño.

Es falible, y escamoso, y es como todos ellos.

Igual que Richard.

Igual que mi padre.

—Si fuera un caso normal, estaría bien, pero este es un caso pro-bono. —Hago una pausa, intrigada—.
Violencia doméstica y custodia.

—Oh, Dios —digo, con un ligero jadeo en mis palabras.

—Por fin se atrevió a dejarlo e hizo un plan, pero cuando lo hizo, él la golpeó hasta casi matarla. Acaba
de salir del hospital y él tiene a los niños. Quién demonios sabe por qué él los tiene, pero ella tiene que
luchar por ellos. Mañana vamos a pedir una orden de protección de emergencia, y tengo que presentar los
papeles de la custodia y el divorcio para el lunes, para poner esto en marcha.

—Por supuesto. Dios, Damien… eso es horrible. —Hago una pausa, insegura—. Me siento tonta incluso
diciéndolo, pero si hay algo que pueda hacer… —Se ríe.

De nuevo, no es que se ría de mí. Es… diferente. Una risa a gusto, genuinamente feliz.

—Debería haber sabido que un alma tan dulce como la tuya se ofrecería. —Suspira de nuevo—. En
realidad, tengo un favor que pedirte.

—Sí, lo que sea —digo, y lo digo en serio. La causa es buena, el mejor hombre. Así que, si hay algo que
pueda hacer, estoy más que dispuesta.

—Sharon «mi cliente» está ansiosa por ir mañana. Todavía está muy golpeada y no ha visto a su ex
desde esa noche.

—De acuerdo…

—Le he comprado un traje para que se sienta mejor consigo misma, para que se sienta confiada y
segura en la corte.

Dios, es dulce.

Tan jodidamente dulce.

—Pero no sé nada de maquillaje. —Hace una pausa; creo que sé a dónde quiere llegar—. ¿Podría
llevártela mañana? Trabajas por la mañana, ¿verdad?

—¿Traérmela?

—Al trabajo. Yo pagaría, por supuesto. Pero ¿podría llevártela, maquillarla y hacerla sentir un poco
más… confiada antes de que tenga que enfrentarse a ese monstruo?

Dios.

Dios, Dios, Dios.

A este hombre no hay quien le crea tanta consideración.

—Quieres que…

—Mira, si no es posible o te sientes incómoda, está bien. Tiene algunos moretones que la avergüenzan
y…

—No —le digo, cortándolo.

—Bien, está bien, yo…

—No, quiero decir, sí.

—¿Sí?

—Sí. Me encantaría. Pero no, no pagarás. —Se ríe, el sonido me llena las venas como si fuera jarabe de
arce caliente y espeso.

—Absolutamente lo haré.

—No, en serio —digo riendo—. Las consultas de maquillaje son gratis.

—Mereces que te paguen.

—Me pagan por hora. Si realmente quieres pagar dinero, cuando la maquille, puedo hacerle un bolso, y
puedes comprárselo, así la próxima vez que vayas al juzgado, no tienes que arrastrarla hasta Long Island.

—Pero ¿y si quiero una excusa para verte? —pregunta, ahora con voz grave y ronca.

Dios, este hombre tiene una jodida buena voz.

—Fije la hora y podremos hacerlo realidad, señor Martinez. —Mi voz es más baja ahora.

—Ojalá pudiera estar allí ahora. Envíame tu agenda. Quiero saber cuándo estás libre. —Su voz imita la
mía, la misma sensación de impaciencia.

—Tú eres el que tiene una agenda de abogado agitada e importante. Dime cuándo estás libre y haré
que funcione —digo, echándome hacia atrás y hundiéndome en mi sofá—. Yo sólo soy maquilladora en
unos grandes almacenes.

—No hagas eso.

—¿Qué?

—No hables así de ti.

—No hablo de mí de ninguna manera que no sea cierta. —Mis palabras son frívolas y despreocupadas,
pero debajo hay una verdad que entierro.

—Lo que haces es importante. Ya hablamos de esto. —Qué extraño. Una parte de mí pensaba que sólo
era una conversación dulce, algo que dices cuando tienes sueño y una mujer caliente está desnuda en tu
cama.

—Es sólo maquillaje.

—Mañana van a dar a una mujer la confianza necesaria para enfrentarse a un hombre que la aterrorizó
a ella y a sus hijos. Ese hombre utiliza ahora su poder y su riqueza para asustarla. ¿Darle un pequeño
empujón? Eso es importante. —No respondo.

La verdad es que me encanta el maquillaje. Me encanta jugar con el color y encontrar la combinación
perfecta de productos para que alguien se sienta lo mejor posible. Sé que el maquillaje puede cambiar a
una persona, puede darle confianza o devolverle la chispa. Puede ocultar inseguridades o amplificar
diferencias. El maquillaje es un arte en sí mismo, y yo soy una artista.

Pero la población en general ve lo que hago como algo cursi. Algo sin importancia, algo que cualquiera
podría hacer. A la gente le echan la bronca a diario por llevar maquillaje en cualquier circunstancia, desde
hacer ejercicio hasta ir a trabajar o dejar a los niños en el colegio. A la gente, sobre todo a las mujeres, les
echan la bronca por hacer algo para sentirse bien.

Y la mayoría de las veces me parece bien. Entiendo que no todo el mundo ve el valor. No todo el
mundo entiende que es más que maquillaje y ego. Más que tener buen aspecto para el público en general.
Se trata de sentirte seguro en tu propia piel, de expresarte. Se trata más de la persona que lo lleva que
para quién lo lleva.

—Mmm —es todo lo que puedo decir como respuesta. Suena un teléfono de fondo y Damien maldice
—. ¿Eres tú? ¿Tienes que irte? —pregunto, ya desanimada por tener que colgar.

—No. Estoy en la oficina. Uno de los abogados de aquí hizo enojar a una chica y dio el número de su
oficina, dijo que era el número secreto de alguna banda de chicos. —Se me hiela la sangre, porque sé
exactamente lo que está pasando. Damien se ríe—. Sinceramente, es bastante divertido verle luchar con
las llamadas todo el día.

—Suena… irritante.

—Lo es, pero es un idiota, así que se lo merece. No es mi número al que llaman. —Interesante que
piense que Richard es un idiota.

Un segundo teléfono, más cerca, suena.

—Mierda, ese si soy yo —dice.

—Entendido. Ve a ser un abogado elegante, equilibra la balanza de la justicia —le digo con una
sonrisa, y él suelta esa risa profunda, y ojalá pudiera verle la cara.

—Entendido, rubia. Nos vemos mañana, ¿sí?

—Aquí estaré —digo, y cuando colgamos, pego un chillido de niña emocionada antes de llamar a mis
mejores amigas.

CATORCE
14 de noviembre
Abbie


—Dios mío, es él —dice Kat en un chillido susurrado desde mi lado mientras organizo pintalabios en
una estantería.

—Cálmate de una jodida vez, Kat —le susurro en voz baja, tratando de hacerme la interesante—. Es
sólo un hombre. Un hombre que trae a un cliente para que le hagan un cambio de imagen. Eso es todo.

—Eso no es un hombre, Abigail. Eso es un dios —dice, y su voz se ha vuelto soñadora en esa forma de
estar loca por los chicos que tiene. Suspiro, me giro y veo que ni siquiera está tan cerca; los ojos de águila
siempre detectan a un hombre atractivo a leguas. Se dirige hacia la sección de maquillaje con una mirada
de determinación y una mujer de mediana edad camina a su lado. Es rubia, le crecen las raíces oscuras,
pero va bien vestida.
Me pregunto si eso es cosa de Damien o del vestuario que seguro que tenía con su ex.

Pero, lo que, es más, es el moratón amarillento en la parte superior de su pómulo.

No está hinchado y no es nuevo, pero puedo ver que ella trató de poner algo encima para cubrirlo con
poco éxito.

Joder.

Vuelvo a mirar a Damien, que parece haberme visto: la determinación de sus ojos se ha transformado
en una extraña felicidad y tranquilidad.

Eso es nuevo.

Es nuevo ver a un hombre «un hombre como Damien, en concreto» tan a gusto en este departamento.
La mayoría miran a su alrededor, confusos e inquietos, escondiéndose tras la seguridad de quienquiera que
los haya arrastrado hasta aquí.

Damien No.

—Hola —le digo cuando está al alcance de mi oído—. Qué raro verte por aquí. —Frunce los labios y
pone los ojos en blanco, pero no porque piense que le molesto. Al contrario, es como si participara en la
broma.

—Me alegro de verte, rubia —dice, da otro paso adelante y, para mi sorpresa, me arrastra hacia él y
me abraza delante de todos.

Son pensamientos como ese «el mero hecho de que este movimiento me resulte tan chocante» los
que me hacen preguntarme cómo mierda he aguantado a Richard tanto tiempo.

Richard se negaba a mostrarme cualquier forma de afecto físico que no fuera absolutamente necesaria
en público. Me decía que era descortés. Innecesario. Hoy en día, me pregunto si no quería que manchara
aún más su imagen. Ya estaba cayendo tan bajo.

Dios, ¿cómo fui tan estúpida y ciega con sus mierdas?

—Abigail, esta es Sharon, mi cliente —me dice, dando un paso atrás y poniéndole una mano en la
espalda.

—Abbie. Puedes llamarme Abbie. Damien es demasiado formal. ¡Me alegro mucho de que estés aquí!
—Digo, poniendo mi voz más burbujeante de servicio al cliente. Me dedica una sonrisa, pero es forzada,
estirada e incómoda.

Tendremos que arreglarlo.

—Encantada de conocerte —dice, y las palabras son silenciosas. Me vuelvo hacia Damien.

—Esta es mi mejor amiga, Kat —le digo señalándola. Con sus preciosas curvas latinas, sus ojos de
sirena y su cabello oscuro con reflejos caramelo en rizos que le caen como locos por la espalda, casi me da
pánico que Damien la mire y se pregunte por qué está conmigo.

No está contigo, Abbie. Ha estado en una cita contigo, y es más que nada porque tienes un plan que
seguir.

Es la mayor parte lo que debería asustarme. Que incluso en mi subconsciente, no puedo decir que la
única motivación es mi venganza mezquina.

—Encantado de conocerte, Kat —dice y tiende amablemente la mano, que Kat estrecha. Pero mientras
sonríe a Damien, su cabeza se vuelve casi instantáneamente hacia la mía, sonriendo aún más con los ojos
muy abiertos.

—Jesús, Kat. No es ciego. Puede verte —digo, y Damien se ríe. Incluso Sharon suelta una risita. Sacudo
la cabeza antes de volver al importantísimo abogado y llave de mi venganza.

—Está bien, te puedes ir. ¿Cuánto tiempo tengo? —Pregunto, mirándolo fijamente.

—Tenemos que salir de aquí a la una; el tribunal es a las dos. —Miro el reloj y sonrío. Debería haber
sabido que Damien me daría el tiempo perfecto. Tengo más de una hora con esta hermosa mujer.

—Entendido. Ve a pasear por el centro comercial. Te avisaré cuando esté lista. —Me saluda, y joder, es
lindo. Este hombre, del que me han dicho durante años que es un tipo recto y duro y que siempre trabaja,
me saluda.

—Oye, Kat, déjame tu número también, por si no puedo localizar a Abigail —dice, girándose hacia mi
mejor amiga, y todo en mí se estrella.

—Sí, claro —dice Kat, viéndome con los ojos muy abiertos antes de recitar su número.

Ahí está.

Toda la culpa que sentía por utilizar a este hombre para conseguir lo mío desaparece cuando se
insinúa descaradamente a mi mejor amiga delante de mí, consiguiendo su número.

—Bien, me voy —dice Damien, saludándonos con la mano—. Asegúrate de hacer esa bolsa como te
pedí, ¿sí? —pregunta, indicando la bolsa de maquillaje que comprará para Sharon cuando termine. Asiento
y le doy una sonrisa apretada, y las cejas de Damien se fruncen de la forma más pequeña, casi
imperceptible, antes de asentir ligeramente y darse la vuelta, sacando su teléfono para hacer una llamada.

Kat, Sharon y yo nos quedamos de pie unos instantes, mirándonos unas a otras, antes de que yo
aplauda y ponga una sonrisa feliz de servicio al cliente.

—¡Bien! Vamos a divertirnos. —Digo y llevo a Sharon a mi silla antes de correr a buscar algunos
suministros.

Unos minutos más tarde, tengo una pila de productos listos para empezar y un espejo situado frente a
Sharon. Le he explicado cómo funciona la imprimación para fijar el maquillaje y que, si tiene preguntas, me
pida que me detenga y se lo explique. Quiero que salga de aquí sintiéndose completamente segura, no sólo
para hoy, sino para cualquier otra cita futura en el juzgado.

—Entonces, ¿está bien… poner algo sobre esto? —Pregunto, señalando en el espejo el moratón
amarillento. Es el elefante en la habitación, pero no es el primero que veo. Puede que sea el primero en el
que conozco el verdadero origen de la mancha y no una historia inventada. Sharon me sonríe, tensa e
incómoda, antes de asentir.

—Entendido. Seré amable. —Entonces le enseño diferentes correctores. Repasamos las distintas
formas de cubrir las ojeras (se ríe y dice que se las han puesto sus dos hijos), las manchas (estrés, me dice)
y otras… decoloraciones.

Me mantengo alejada del tema del moratón, del juicio, de todo lo que no sea información divertida y
de maquillaje para chicas. Con el tiempo, he aprendido a presionar, a hacer preguntas y a dejar que mi
clienta se quede pensativa. Sin embargo, mientras muestro diferentes bases, ella habla.

—Damien me ha salvado la vida —dice, y yo hago una breve pausa, ni siquiera lo suficiente para que
ella se dé cuenta, antes de seguir moviéndome y comprobando los colores.

—¿Oh? —Digo. Un maquillador no tiene la misma reputación de terapeuta que un camarero o un
peluquero. Aun así, cuando estás delante de alguien durante una hora entera, conociendo sus mayores
inseguridades sobre las cosas que no puede cambiar fácilmente, es fácil que la gente se sienta cómoda
hablando contigo.

—No tenía grandes esperanzas. En realidad, empecé este… proceso hace un año. Poco a poco
ahorrando dinero, trasladando cosas a casa de amigos. Sabía antes de que las cosas se pusieran… mal que
necesitaba salir. Por mis hijas. —Asiento, pero no levanto la vista.

Si quiere hablar conmigo, quiero que se sienta lo más cómoda posible haciéndolo.

—Envié peticiones de ayuda a muchos abogados. Pero mi marido «mi exmarido» tiene influencia.
Tiene dinero. Así que, en cierto modo, parece que yo también lo tengo. Me descalificó de muchas de las
cosas pro-bono, y simplemente no tengo el dinero para un buen abogado. Y con la influencia que tiene mi
ex… Necesitaba un abogado con talento.

—Lo siento —es todo lo que puedo decir, aplicando la base de maquillaje sobre su piel.

—Empezó con palabras —dice en un susurro. Necesito todo lo que hay en mí para no mostrar el
impacto de sus palabras en mí, para no detenerme en el punteado del maquillaje en su piel. No quiero que
pare, así que no dejo de trabajar—. Nada demasiado loco. Comentarios sobre mi peso y mi forma de vestir.
Nada… Nada era lo suficientemente bueno.

Mi mente se traslada a Richard, a él pidiéndome que me cambie de ropa o insinuando que estaría más
guapa de morena. Comentando mi peso, comparándome con otras mujeres.
Nada era suficientemente bueno.

—Luego fue financiero. Tenía una cantidad, pero apenas. Me pedía recibos detallados, quería saber
adónde iba cada céntimo. —Se me revuelve el estómago—. Nunca pensé… Nunca pensé que llegaría a
esto. —Levanta la mano y se señala la cara—. Sólo sabía que no quería que mis hijas vivieran así, que
pensaran que era normal.

—Es admirable —le digo, y decido contarle que me identifico con su historia—. Tengo una hermana
mayor. Ella básicamente me crio. Nuestra madre no era tan fuerte como tú. —No necesito decirle que mi
madre era una borracha que nunca estaba en casa y que mi padre era un infiel. No necesita saber que la
dejó por otra mujer y que nos echó la culpa a nosotras. A fin de cuentas, no importa. Para empatizar con
alguien, no hace falta haber vivido la misma historia—. Ojalá fuera así. Las cosas podrían haber sido
diferentes.

Una pequeña sonrisa adorna los labios de Sharon, y es bonita cuando se siente cómoda. Ella es bonita.

—Es bueno saberlo. Gracias por decírmelo. A veces… te preguntas si tomaste la decisión equivocada.
¿Debería haber lidiado con ello y así no serían arrastradas por los procedimientos de custodia y divorcio?
¿Ver a su madre con un moretón? ¿Oír que voy a presentar cargos contra su padre? Nunca vieron lo malo,
así que debe haber sido un shock para ellas… —Su voz tiembla con sus palabras, rompiéndome el corazón.

—Tal y como yo lo veo, les estás enseñando a ser fuertes —digo, inclinándome para tomar un pincel
con el que difuminar los puntos—. Mi madre nunca nos enseñó cómo era una relación sana. Mi hermana
tuvo suerte. Encontró un buen hombre que luchó por ella y la trataba como si fuera oro puro.

—¿Y tú? Damien parece increíble. —Me río.

—Lo creas o no, sólo hemos tenido una cita —digo con una sonrisa, echándome hacia atrás mientras
ella echa la cabeza hacia atrás y ríe, plena.

—¡No puede ser! Pensé que era algo serio cuando me habló de ti de camino aquí. —Miro a Kat, que
escucha con curiosidad y cuyos ojos se han abierto de par en par.

—Noup. Es nuevo. Nos conocimos en una aplicación de citas hace unas semanas. —Añado diferentes
tonos de productos, usándolos para crear reflejos y contornos—. Pero antes de él, tuve novio durante
mucho tiempo. —Me quedo callada mientras decido cuánto compartir con esta desconocida, y Sharon
también. Me da la misma cortesía que yo le di a ella, y creo que en este momento me doy cuenta de que,
en cierto modo, soy como ella.

Me estoy recuperando de cuatro años de vivir en un país de sueños que en realidad era una pesadilla,
y estoy aprendiendo a vivir con ese conocimiento. Aprendiendo a ser yo otra vez. Lo que significa ser “yo”.

—No me ha pegado —digo y hago una pausa, sintiéndome rara. Sharon debe de darse cuenta, debe de
entenderlo, porque me tranquiliza.

—Que no haya sido carne con carne no significa que no sea doloroso —dice. La miro, y sus ojos están
fijos en mí y llorosos. Es como si lo supiera sin palabras. Sonríe con esa sonrisa tensa que le pones a la
gente cuando quieres contener las emociones, pero también quieres que sepan que lo entiendes.

—Él… no era amable. Yo creía que lo era. Y me llevó hasta hace poco darme cuenta de que perdí una
gran parte de mí misma cuando estaba con él. Ya ni siquiera me reconocía. —Levanto la vista para ver los
ojos de Kat sobre mí, llorosos también, y maldita sea, así no es como se suponía que tenía que ser. Se
suponía que iba a ser una tarde divertida para una dulce mujer antes de un momento de mierda en el
juzgado—. Tuve suerte. Él terminó las cosas. Pero creo que, si no lo hubiera hecho, podría haberme perdido
para el mundo para siempre. Estoy volviendo a mí misma ahora, lentamente. Pero creo que si hubiera
tenido a alguien como tú… ¿Una madre que me enseñara cómo actúa una mujer fuerte? Me habría ido
antes.

Doy la espalda a Sharon y Kat, hago como que tomo algo y uso un algodón para secarle los ojos
llorosos.

—Dios, está bien, mi mierda no está ni cerca de lo que tú estás viviendo —digo con una risa aguada
mientras me giro—. ¡Viniste aquí para maquillarte y se está convirtiendo en un vertedero de traumas!
Debes pensar que estoy loca. Sólo intentaba decir… Supongo… que tus chicas tienen suerte. —Empiezo a
colocar rubor, pero una mano suave me detiene.

—No le restes importancia. Veo un alma gemela. Tu propia experiencia no es menor porque la mía
haya sido mayor. —Le sonrío, y por un momento, lo veo. Veo que, si las cosas no hubieran terminado, y me
hubiera casado con Richard y hubiera tenido hijos con él, existe la posibilidad de que yo fuera como
Sharon. Quizá no en el aspecto físico «Richard nunca ha sido violento» pero el abuso financiero…
Definitivamente el abuso verbal.

Me hizo un favor, en cierto modo, al dejarme ir cuando yo no tenía fuerzas para hacerlo por mí misma.

Después de eso, hablamos de cosas divertidas: ella me habla de sus chicas y de lo que les gusta, y yo
le cuento todo sobre los pequeños y mezquinos actos que Kat, Cam y yo hemos estado haciendo para
convertir la vida de Richard en un infierno. Sharon se ríe y luego añade algunas ideas propias, como
encargar un montón de pizzas a su oficina a su nombre y hacerle pagar por la oficina que no le gusta
mucho comer.

Unos diez minutos más tarde, le envío un mensaje a Damien cuando termino con Sharon, preparando
una bolsa llena de muestras y los artículos esenciales que Damien insistió que comprará. Mientras me
ocupo de ella, Kat se va con las tallas para aprovechar el descuento de la tienda y comprar ropa para ella y
algunos conjuntos para sus hijas.

Yo: Está lista para ti —decía el texto.

—Voy para allá —me contestó, y cinco minutos después estaba frente a mí con una bandeja de café.

—Toma, Sharon —dice, dándole una taza a su cliente—. Y Kat: especias de calabaza. —Le entrega otra
taza blanca con un logotipo verde a mi mejor amiga, pero él me sonríe, y mi boca está ligeramente
entreabierta por la confusión—. Y para ti, rubia. Moca de chocolate blanco. —Me entrega la tercera taza de
la bandeja, la más grande, y me sonríe.

—¿Qué es esto? —Pregunto, confusa.

—Café.

—¿Por qué traes café?

—Te gusta el café. Este es tu pedido, ¿verdad? —Me pregunta, mirándome confuso.

Lo es.

Es lo que pedí la mañana después de nuestra cita.

—Sí.

—Le envié un mensaje a Kat preguntándole por ella. —La confusión, la comprensión y una pizca de
alivio me invaden.

Consiguió su número para pedir el maldito café.

No porque sea un imbécil que le coquetea a mi amiga buenorra delante de mí.

Señor, realmente soy un completo desastre sanando de un gran trauma en una relación.

Kat se limita a sonreír, dejando una marca de carmín en la boca de su taza antes de inclinarla hacia mí
con un guiño.

La fulmino con la mirada. Al menos podría habérmelo dicho.

—Odio hacer esto, pero realmente tenemos que irnos. Sharon, estás preciosa. No es que no lo
estuvieras antes —dice Damien—. Pero ahora veo que también te sientes preciosa—. Se vuelve a mí—.
¿Ves? No es sólo maquillaje, rubia.

Dios, lo entiende, ¿cierto?

No es sólo maquillaje. Nunca es sólo maquillaje. Es confianza, una insignia de honor, un escudo contra
el mundo.

Richard nunca lo consiguió, no en cuatro años. Y seguro que nunca lo intentó.

—Gracias —dice Sharon, tomando la bolsa y dirigiéndose hacia la salida—. Y gracias, Abbie. Por todo.
Espero… volver a hablar contigo pronto.

—¡Trae a las chicas! Les haré un cambio de imagen. Algo sencillo, por supuesto. Brillo de labios y rímel
transparente, rubor. ¡Pero podemos tener un día de centro comercial! ¡Yo invito! —Digo.

—Les encantaría —dice Sharon asintiendo y sonriendo antes de escribir su número en una tarjeta de
visita que guardo en mi silla.

—Antes de que te vayas, le he pedido a Kat que me prepare est o—le digo, metiendo la mano detrás
del mostrador y entregándole a Sharon una bolsa grande y sobrecargada.

—¿Qué es esto?

—Ropa. Para ti y para las chicas. Sólo algunos conjuntos para que se sientan como las estrellas de rock
que son —digo y sonrío. Ella parece confusa.

—Es muy bonito, de verdad, pero no puedo… —empieza, a punto de discutir el precio, estoy segura.

—Descuento para empleados. Una ventaja de trabajar aquí. Me regalan cosas para todas mis sobrinas
y sobrinos, y hoy acabo de recibir dos sobrinas más —digo con una sonrisa, decidiendo en ese momento
que Sharon ya forma parte de mi gigantesca, confusa y alocada familia. Se le humedecen los ojos.

—No puedo…

—Yo pago —dice Damien, interrumpiendo.

—No, ya lo hice —digo con una sonrisa. Esta es menos amistosa y más taimada, y apunta de lleno a
Damien.

—Entonces te lo devolveré —dice, y la mirada que me devuelve me recorre un rayo de calor por todo
el cuerpo.

Este jodido hombre.

—Noup. —Sonrío, sus ojos se entrecierran y casi puedo leer sus pensamientos en su mirada.
Pensamientos sobre cómo le gustaría ponerme sobre sus rodillas o apretar esa mano que le encanta rodear
mi garganta.

—Abigail.

—Damien —digo en tono de reprimenda.

—Yo pago —insiste, y está claro que rara vez se le cuestiona.

Por desgracia para él, la antigua Abbie está volviendo poco a poco, y rara vez escucha lo que otros le
dicen que haga.

—Ya lo hice. No puedes hacer nada al respecto. Usé mi descuento, así que ni siquiera fue tanto. —
Sharon mira entre nosotros, moviendo la cabeza como si estuviera viendo un partido de tenis, pero Kat se
queda ahí meneando la cabeza, sonriendo.

—Eres problemática, ¿verdad? —Pregunta con un deje de frustración, pero hay una sonrisa en sus
labios mientras me niega con la cabeza.

—De las buenas —digo con una sonrisa, y no puedo evitar preguntarme, no por primera vez, si me
estoy equivocando de elección.

Me pregunto si esto podría ser algo bueno si no fuera un peón en mi juego.

No busca nada serio, me recuerdo. Si buscara algo serio, amor o una relación, eso sería una cosa. Pero
no es así. Entonces, ¿qué importa?

Me estrecha en sus brazos y, cuando respiro su aroma, me invade de nuevo la culpa, rápidamente
aplacada por la tranquila paz que fluye a través de mí cuando me besa.

Porque rápidamente, él hace justamente eso. Un beso en los labios, algo pequeño y dulce, pero un
beso, al fin y al cabo.

Delante de un cliente.

Delante de mi amiga.

En medio del departamento de maquillaje en Rollard’s.

Me congelo.

“No puedo mostrarte afecto delante de mis amigos, Abbie —me dijo una vez Richard cuando nos
peleábamos en el auto después de una noche de fiesta—. Es debilidad. Y yo no soy un hombre débil”.

Y aquí está un casi desconocido besándome a plena luz del día delante de su cliente sin un ápice de
vergüenza o pudor.

Cuando el beso se rompe, veo que Sharon y Kat me sonríen enormemente, con Sharon dándome un
pulgar hacia arriba junto a la sonrisa genuina.

¿Lo ves? El maquillaje hace maravillas.

—Gracias —susurra Damien contra mis labios—. Por todo. Te veré mañana,
¿Sí?

—Sí. ¿Me mantienes al tanto del caso?

Y del mismo modo que me sorprendió su beso, creo que mis palabras le sorprenden a él, porque echa
la cabeza un poco hacia atrás antes de sonreír.

—Entendido. Lo haré.

QUINCE
13 de noviembre
Abbie


Normalmente, cualquier llamada o mensaje de texto que llega después de mi rutina de cuidado de la
piel va directamente al buzón de voz para ser contestado por la mañana. Mis excepciones son Hannah,
Cami y Kat, por razones obvias. Pero todos los demás pueden esperar.

Pero hoy, parece que he añadido un cuarto nombre a esa lista.

Temporalmente, me recuerdo a mí misma.

—Rubia, ¿cómo estás? —Pregunta la voz de Damien al final de la línea, y como parece ser siempre el
caso, su voz se derrite por mis venas como la miel, acumulándose en mi vientre con un calor reconfortante.

—Estoy bien. ¿Cómo fue el caso de Sharon? —Pregunto al instante. Me ha estado preocupando desde
que se fueron, pero no quería ser pesada y enviarle un mensaje a Damien. Por un lado, no tenía ni idea de
sus planes para la noche, aparte de saber que tenía que hacer algo de trabajo, y por otro, no quería ser esa
chica. Ni siquiera estamos saliendo, así que bombardearlo con “¿Cómo ha estado tu día?” pueden
arruinarlo todo.

Por el plan, me recuerdo. Arruina todo por el plan. Definitivamente no por tu potencial perspectiva
romántica.

Por desgracia, me cuesta más convencerme de eso.

—Bueno —dice con un leve suspiro—. Le concedieron la orden de protección con custodia completa
temporal.

—Estupendo, Damien —digo, estirándome bajo las mantas. El apartamento está absolutamente helado
durante una de las primeras noches verdaderamente invernales de la temporada, y ya lo odio.

—Sí. Tenemos un largo camino por delante, pero es un gran primer paso.

—¿Cómo estaba?

—Aliviada, creo. Se fue a casa con sus chicas.

—¿Y está en algún lugar seguro? ¿Con amigos o familiares?

—Pagué tres meses de alquiler en un apartamento al final de la calle de la escuela de las niñas. —Se
me derrite el corazón.

—Es increíblemente generoso, Damien —digo en un susurro.

—Sí, bueno, es lo menos que puedo hacer. —Los dos estamos callados, atrapados en nuestros propios
pensamientos, Damien no queriendo ningún cumplido y yo encontrándome constantemente replanteando
cómo lo veo, equilibrando quién me está mostrando y quién he oído que era.

—Esto es raro, ¿no? —dice—. No me he sentado al teléfono con una chica desde la secundaria.

—Ah, ¿te refieres a cuando los dinosaurios vagaban? —pregunto, y no estoy segura de qué me lleva a
decirlo. Me quedo inmóvil un momento, pensando que me he pasado, pero él se limita a… reír, un sonido
profundo y envolvente.

—Debería ir a tu casa y ponerte sobre mis rodillas para eso —dice, y aunque las palabras son una
tontería, mi cuerpo se calienta.

De alguna manera, lo sabe.

—Mierda, te gustaría, ¿cierto? —Mi lengua sale y me lamo los labios, pero no respondo—. Este es el
tipo de llamada que deberíamos tener, ¿no? Creo que ahora debo preguntarte qué llevas puesto, ¿no? —Su
voz se ha vuelto grave, y lo siento en todo mi cuerpo.

—¿Realmente estamos volviendo al instituto, no? —pregunto.

—No quiero oír hablar de las llamadas telefónicas que hiciste en la escuela, Abigail. —Se me acelera el
pulso, pero no tengo fuerzas para explicarle que nunca tuve novio en el instituto, y menos uno con el que
tuviera sexo telefónico.

»Entonces, ¿qué llevas puesto? —Vuelve a preguntar, con voz grave, y mi corazón empieza a
acelerarse ante sus palabras—. Dímelo, rubia —insiste. Me relamo los labios, intentando decidir qué hacer,
y medio espero que presione, que vuelva a preguntar o que lo deje y cambie de conversación.

No hace ninguna de las dos cosas, se queda callado.

Así que respondo.

—Una camiseta. Y pantalones de chándal.

Dios, ¿podría ser menos sexy?

—Quítatelos —me dice, con un gruñido profundo que me recorre toda la voz. Empiezo a hacer lo que
me pide, como si, aunque esté a kilómetros de distancia, sus palabras me controlaran. Mientras me quito el
chándal y dejo que se haga una bola a los pies de la cama, recupero la confianza en mí misma.

—¿Te vas a quitar los tuyos? —le pregunto, y se ríe.

—Sí, rubia. Para que quede claro, voy a hablar contigo para que te corras, y voy a masturbarme
mientras escucho. —Se me corta la respiración y mis manos vacilan—. Así que estamos en la misma página
para donde estoy tomando esto.

—Oh —digo, mi sexo palpita ante la idea.

—Sí, oh. Ahora toma tu mano y ponla en tu teta, ¿sí? Rueda tu pezón, nena —Un gemido bajo cae de
mis labios mientras lo hago—. Sé que te gusta; disfruté viéndolo cuando te tenía debajo de mí. —Otro
gemido al pensar en esa noche.

—Dios, ya estoy enchufado por ti, nena. Ojalá estuvieras aquí para cuidarme. —Está respirando en el
micrófono con dureza, pero el sonido no es una distracción. Se suma a todo—. Siéntate, Abigail. Apóyate en
algunas almohadas. Ponme en altavoz y luego ponte el teléfono entre las piernas. Quiero oír cuando te
tocas.

—Oh, Dios —murmuro, pero obedezco, pulsando el altavoz y reordenando—. De acuerdo.

Siempre pensé que el sexo telefónico sería incómodo. Torpe. Pero con Damien…

—Un dedo, nena. Rodea tu clítoris, pero no presiones. —Hago lo que me dice y muevo el dedo por mi
cuerpo, mientras la otra mano sigue trabajando en mi pecho. Rodeo suavemente mi clítoris ya hinchado y
exhalo con fuerza.

A través del altavoz, oigo un crujido de sábanas, lento y constante, y mi mente evoca la imagen de
Damien masturbándose en aquella cama enorme, con las sábanas hasta las caderas y los músculos tensos.

—Eso es. Imagínate mi lengua ahí, provocándote. Me muero porque te corras en mi cara, porque
cabalgues sobre mi lengua hasta que la encuentres. —Otro gemido y aprieto un poco más, muriéndome por
la fricción. De algún modo, él lo nota—. No, No, cariño. Suave. No presiones. Tenemos que hacer que dure.

—Damien…

—Lo sé, cariño. Te tengo. Un dedo, dando vueltas, ¿sí?

Sólo gimo un ruido estrangulado en respuesta.

—He estado pensando en esto toda la semana. En tus dedos en tu sexo, pensando en mí. ¿Lo has
hecho, Abigail? ¿Te has metido los dedos pensando en mí follándote esta semana? ¿Te has corrido?

—Sí —admito, bajo y suave. Ni siquiera tengo capacidad mental para mentir, para sentir vergüenza.

—Buena chica. Eso es lo que me gusta oír. ¿Qué es lo que te gusta? ¿Qué haces cuando estás sola?

—Mis dedos —susurro—. Dentro. Dios, Damien, necesito…

—Está bien, rubia. Un dedo, deslízalo dentro. Despacio. Dime lo que sientes. —Suspiro aliviada.

—Oh mierda, Dios. —Se siente divino, pura tortura, no lo suficiente pero lo suficiente para quitar el
deseo.

—¿Qué sientes, nena? Mi mano está bombeando mi pene para ti. —Joder, la imagen mental lo es todo.
La próxima vez, deberíamos hacer una video llamada. Necesito ver eso, su gruesa mano envolviéndose,
bombeando, pre-semen en la punta…

—Mojada. Estoy tan mojada, Damien. Dios. —Mis palabras son jadeantes—. Húmeda y deseosa.

—Joder, sí. Tendría mi boca ahí, lamiendo eso…

—Más, necesito más, cariño —digo.

—Dios, eres un sueño. Tan buena chica, esperando que tu hombre te dé más. Dos más, nena. Mete dos
dedos más. Dime lo llena que te sientes.

—¡Ahh! —Mi cuerpo se agita contra mis dedos, y yo los aplano, pasándolos por mi punto G—.
¡Necesito más!

—Lo que necesitas es mi polla —dice, su voz en un gruñido—. Fóllate para mí, nena, fuerte. —Hago lo
que me pide, el teléfono a centímetros de mi coño mojado mientras cabalgo con mis dedos, follándome,
persiguiendo la cornisa invisible—. Eso es. Joder, puedo oír lo mojada que estás.

—Cariño —maúllo.

—Todavía no, Abbie.

—Damien…

—Todavía no. Te corres cuando yo te diga. Soy dueño de ese cuerpo; soy dueño de tus orgasmos. —
Sus palabras me arrancan otro gemido profundo—. Joder, sí, eso te gusta. Dios, quiero follarme ese coño,
nena. Estaría tan dentro de ti.

—Necesito más.

—Frota tu clítoris, nena. Frótalo. Quiero oírlo —me dice, y yo hago lo que me pide, gimiendo más
fuerte.

—Esa es mi sucia putita. Joder. Gime para mí, nena. —Sus palabras provocan en mí, una nueva oleada
de humedad cubre mis dedos.

—¡Oh, Dios, oh, Dios, oh, ¡Dios!

—Le gustan mis palabras, mi chica sucia. Jodidamente perfecto. Fóllate nena. Cabalga esos dedos. Sí,
justo ahí, tan jodidamente bien, nena.

Creo que ya ni siquiera dice las cosas en mi beneficio, tan perdido como yo.

Pero estoy lista para detonar, sus palabras, su respiración agitada, mis dedos acercándome por
segundos.

Gracias a Dios que parece estar conmigo.

—Ah, joder, rubia, me voy a correr —dice en un gemido bajo, enviando otro rayo de calor a través de
mí—. Quiero oírte primero. ¿Estás cerca?

—Sí —jadeo, los dedos bombeando en mi sexo, el sonido de mi respiración y la humedad llenando la
habitación—. Dios, ojalá estuvieras aquí.

—Lo sé, cariño. La próxima vez. La próxima vez haré que te corras con mi boca. —Otro gemido grave
cae de mis labios—. Quiero que te corras ahora, Abigail. Córrete para mí, fuerte; déjame oírlo —dice, su voz
exigente, y eso es todo lo que hace falta.

El placer se apodera de mí, mi mente se nubla, mi cuerpo tiembla, mis oídos zumban mientras grito su
nombre. Mi vagina se aferra a mis dedos mientras me agarro a ellos, intentando conseguir más, conseguir
que penetren más, conseguir cualquier cosa.

En lo más profundo de mi conciencia, la parte que no está completamente envuelta en el orgasmo que
me acaba de consumir, oigo a Damien gemir mi nombre y un profundo:

—Jooooooooder —y estoy bastante segura de que otro mini orgasmo me recorre.

Durante largos minutos, ambos estamos en silencio, respirando hondo, y a medida que el placer se
desvanece, mi ansiedad y mi timidez se apoderan de mí.

Como parece ser habitual, a pesar de que apenas conozco a este hombre, pero también siento que lo
conozco demasiado bien, Damien puede darse cuenta de alguna manera incluso a través de la línea
telefónica.

—No lo hagas. Deja de darle vueltas a la cabeza, rubia. Eso fue increíble, ¿está bien? —Murmuro un
asentimiento, sin ganas de extenderme. Él se ríe—. Voy a limpiarme. Tú haz lo mismo. Prepárate para ir a la
cama y luego vuelves a tu teléfono. Hablaremos hasta que estés demasiado cansada.

—¿Qué?

—Ve a cambiarte. Límpiate.

—Pero… hemos terminado.

—Por muy bonito que haya sido, yo no pedí eso, Abigail. —Mi mente se mueve, tratando de
descomponer las palabras para entender algún tipo de subtexto—. Quiero hablar contigo antes de irme a la
cama. Que me cuentes cómo te ha ido el día. Se suponía que iba a pasar esta noche contigo. Hoy es una
mierda, menos verte esta mañana y lo que acaba de pasar. —De nuevo, no contesto, tratando de entender
lo que está diciendo.

—Ve. Límpiate. Luego dame un poco de sol antes de irte a la cama, ¿sí?

Dame un poco de sol.

Cielos.

Me gusta eso, darle sol a alguien.

Así que estoy de acuerdo.

—De acuerdo, ahora vuelvo. —Puedo oír la sonrisa en su voz cuando responde.

—Bien.


Una hora después, seguimos hablando por teléfono. Estoy acurrucada en la cama con el teléfono
apoyado entre la almohada y yo.

—Odio el jodido frío —digo, metiendo más los pies. Siguen fríos a pesar de los calcetines peludos que
llevo con la sudadera gruesa.

—Por fin hace frío. ¿Pero el frío de ahora no encaja todavía en tu línea temporal de tiempo frío
aceptable? —Sonrío.

—Estabas escuchando.

—Siempre te escucho, rubia. —Ignoro esa parte y la forma en que se me revuelve el estómago.

—Sí, en noviembre hace un frío aceptable, y no me importa que refresque, pero la calefacción de mi
habitación es una mierda. Creo que tengo que llamar a mantenimiento para que le echen un vistazo. Pero
eso siempre tarda una eternidad, y necesito ausentarme del trabajo porque no confío en que el de
mantenimiento no rebusque en mis mesitas de noche…

—¿Qué hay en tus mesitas de noche? —Pregunta Damien, interrumpiendo. ¿Cómo sabía que no lo
dejaría pasar?

Hago una pausa, insegura de cuánto quiero revelar sobre las cosas que utilizaba para hacerme
compañía cuando Richard no podía hacer el trabajo.

—Ven algún día y puede que te enseñe. —Gime un ruido profundo, y lo siento en mi clítoris.

—No juegues, rubia. Acabo de llegar, pero puedo estar en tu casa en veinte minutos. —Sólo me río, sin
querer admitir que no odio esa idea—. ¿Así que en tu apartamento hace frío?

—No en mi apartamento, sobre todo en mi dormitorio. Siempre se me enfrían los dedos de los pies. —
Se ríe, y esto me gusta. Es fácil. Podría ser tan jodidamente fácil enamorarse de este hombre. Eso lo sé. Es
casi un alivio que no seamos así.

Bostezo, intentando ocultarlo con la mano, pero él se ríe.

—¿Estás cansada, chica linda? —Sus palabras son bajas y suaves y me hacen sentir como si me
envolvieran en cachemira.

—No, estoy bien —le digo, y se ríe.

—Estás cansada. Vete a la cama.

—No, en serio, estoy bien, Damien.

—Abigail…

—Me gusta escucharte, Damien —digo, y supongo que es porque me he corrido con fuerza y estoy
agotada y por fin siento calor bajo las mantas, pero sigo hablando—. No me gusta estar sola. Me gusta
escucharte.

¿De dónde ha salido eso?

Damien tarda largos y embarazosos instantes en responder y, por una fracción de segundo, pienso en
colgar, bloquearlo y dar por zanjado el asunto.

Pero entonces vuelve a hablar.

—De acuerdo, rubia. Me quedaré y te contaré mi día. Te quedas dormida, ¿sí? —dice.

Y me duermo con los tonos bajos de Damien Martinez contándome su día.

DIECISÉIS
18 de noviembre
Damien


El teléfono de Abigail ha estado sonando desde que la recogí, y es gracioso ver cómo palidece y se
sonroja cada vez que lo hace. A veces lo ignora, y a veces esboza una sonrisa tímida, echando un vistazo al
teléfono.

Esas veces, su cara se afloja de… ¿celos?

Una parte de mí se enciende cada vez que esa mirada pasa por su cara. Esos celos. ¿Son fotos de un
hombre con otra? ¿De su ex?

El ácido arde cada vez.

Y sé que no somos eso. No somos serios. Se lo dije desde el principio, pero ahora mismo, viendo esa
mirada celosa cruzar su cara, tengo que preguntarme si cometí un gran error.

Quiero que esa chica sea mía. No quiero compartirla, ni en lo más mínimo. El restaurante en el que
estamos es un lugar elegante del centro, elegido por Tanya. Es… mucho. Iluminación extrañamente baja e
ingredientes exóticos y métodos de cocina poco ortodoxos.

No es mi favorito, pero cuando dije el nombre, Abigail pareció impresionada, lo que fue una victoria
para mí.

Pero ahora, parece menos que entusiasmada con su bebida, y mucho menos con el ambiente del
restaurante.

Y entonces vuelve a sonar su teléfono:

—Está bien, tengo que preguntar… ¿quién es?

—¿Qué? —pregunta ella, con cara cenicienta y ansiosa. Joder. Es otro hombre.

No importa, Martinez. Esto es fácil. Sencillo. Nada serio.

Eso es lo que yo quería. Eso es lo que le dije en esa primera cita, y es lo que ella aceptó. Y más, es lo
que necesito, mi vida y mi trabajo son demasiado caóticos para comprometerme con una relación
completa.

Pero joder si la idea de que ella no vaya en serio con otro hombre no me vuelve loco.

Además, le he dicho que no comparto. Puede que no vayamos en serio, pero definitivamente somos
exclusivos.

—¿Quién es? ¿Quién te manda mensajes? —Ella no responde—. Mira, sé que dijimos que no íbamos en
serio, pero… —No tengo la oportunidad de terminar.

—Mierda, es Cami. Y Kat.

—¿Tus amigas?

—Sí. —Eso suena como la excusa más usada del libro. Gira su teléfono hacia mí y veo a dos mujeres
sonriendo juntas en una habitación oscura. Reconozco a una de ellas como su amiga Katrina—. Están en un
concierto juntas y yo tenía que ir, pero las entradas eran carísimas y me compré estos Jimmy Choos porque
las experiencias son temporales y los zapatos son para siempre. —Su pie sale de debajo de la mesa y gira
el tobillo para mostrarme un zapato de tacón alto con una pequeña correa en el tobillo en el tono más claro
de rosa—. Sinceramente, merece la pena, pero ahora me envían mensajes sin parar molestándome por ello
porque Cam no cree en invertir en calzado. —Ella pone los ojos en blanco, y está claro que no se trata de
una historia elaborada: está diciendo la verdad.

Y mientras sostiene el teléfono en alto, aparece una nueva foto de quien supongo que es Cami
apagando la cámara y las palabras “Ojalá estuvieras aquí, zorra” y “Al menos esta noche tendrás la polla
buena”.

—¿Yo soy la polla buena? —Pregunto sonriendo e inclinándome hacia atrás en mi asiento.

—¿Qué? —pregunta ella y luego mueve el teléfono para mirarlo—. Oh, Jesucristo. Maldita Cam. Ignora
eso. Por favor, por el amor de Dios, ignora eso. —Extiende la mano y se bebe el rosé que tiene delante, no
el whisky.

También me pareció interesante el cambio de bebida.

—¿Dónde están? —Pregunto, dando un sorbo a mi whisky.

—En el Madison Square Garden. —Mi interés se despierta—. Sé que es una tontería, pero nuestro
grupo favorito del instituto sigue de gira. Así que cuando vienen a la ciudad, nos disfrazamos, hacemos
carteles estúpidos, nos emborrachamos y cantamos hasta que nos duele la garganta. —Se encoge de
hombros como si le diera vergüenza admitirlo—. Pero es una pasada.

—¿Y tú no estás allí?

—Nop. Zapatos, ¿recuerdas?

—¿Quieres estar allí?

—¿Qué?

—¿Quieres estar ahí? ¿En ese concierto? —Pregunto, leyendo sus señales. Quiere ir.

Pero… algo hace que no quiera admitirlo.

—Oh, no, estoy bien aquí. Este sitio es… precioso. Estoy bastante segura de que vi un artículo en un
tabloide y que Jennifer Aniston estuvo comiendo aquí hace unas semanas. Esto es un sueño —dice, y
cualquier otro hombre se daría una palmadita en la espalda por un trabajo bien hecho.

Pero mi trabajo es leer a la gente.

Conocer las verdaderas palabras que dicen por debajo de las que creen que quiero oír.

Interpretar las señales hasta encontrar la verdad.

—Quieres estar allí.

—No —dice rápidamente—. Es infantil y estúpido. Ya lo sé. Estoy feliz de estar aquí. Es sólo una
tradición vergonzosa. —Hay algo en su cara que me hace preguntarme si alguien se lo dijo alguna vez. Le
dijo que su encantadora tradición con sus amigas es infantil, es vergonzosa. Que es algo de lo que debería
avergonzarse.

—Vamos —le digo, poniéndome de pie y tendiéndole una mano.

—¿Qué?

—Vamos —repito. Me mira la mano, confusa. Miro el reloj—. Vamos, Abigail. Tienen mi tarjeta
registrada; me pasarán la factura. Vámonos. —Son las siete, y la mayoría de los actos principales
empezarán sobre las ocho. Tenemos tiempo, pero también tenemos que cruzar la ciudad.

Lentamente, levanta la mano.

—No entiendo… —La tomo de la mano, tiro de ella hasta que se levanta y la llevo directamente a mis
brazos.

—Tengo abonos de temporada en el Madison Square Garden. Llama a tus chicas. Diles que salgan. Nos
reuniremos con ellas y las acompañaremos a mi palco. —Su cara es de adorable confusión—. Te llevo a ver
tu concierto, rubia.

Una pequeña y lenta sonrisa se dibuja en su cara. Es el tipo de sonrisa contra la que creo que está
luchando, como si no quisiera que se le notara, como si estuviera nerviosa de que esto pudiera ser un
truco.

Creo que es entonces cuando sé que haré lo que haga falta para hacer feliz a esta mujer, para ver esa
alegría desenfrenada en su cara.

—De verdad, Damien, no tenemos que hacerlo. Es infantil…

—Lo que da alegría nunca debería ser vergonzoso —digo y la miro fijamente. Su cara se derrite en una
expresión que por una vez no entiendo. Espera un momento, me mira fijamente y se acerca hasta que
siento el calor de su cuerpo sobre mí.

—¿Qué te hace feliz, Damien? —me pregunta en voz baja y suave.

—¿Ahora mismo? Está delante de mí. —Me mira, asombrada y un poco confusa, pero joder si no me
encanta esa expresión de su cara. Esa mirada me dice que podría ser el primer hombre en su vida que la
pone en primer lugar. Y puede que no vayamos en serio, puede que solanos divirtamos, pero cada
momento que paso con Abigail Keller me hace preguntarme por qué.


Dos mujeres están en la taquilla del Madison Square Garden cuando entramos y empiezan a gritar
saltar.

Las dos llevan lo que parecen camisetas caseras que celebran su amor por el cantante de un grupo
que recuerdo que era famoso cuando yo estaba en la universidad, pero Abbie debía de estar en la escuela
secundaria cuando explotaron.

Es un poco chocante pensar en nuestra diferencia de edad desde ese punto de vista, pero prefiero no
insistir en ello.

Pero los trajes son menos sorprendentes que lo que sucede a continuación.

Abbie me suelta la mano del brazo, empieza a gritar y corre hacia sus amigas, donde las tres
empiezan a reír, saltar y abrazarse.

Es un espectáculo digno de verse, con algunos acomodadores mirando divertidos.

Yo la dejaría seguir, a ver cuánto dura, porque no parece haber un final a la vista, pero mientras ella
salta con esos zapatos rosas insoportablemente altos e insoportablemente sexys, el ajustado vestido que
lleva sube lentamente por sus curvas, y los ojos de los acomodadores observan también cómo se mueve la
tela.

Nop. Ni hablar.

Me acerco, sin mirar a mi chica sino al acomodador más cercano, y le pongo la mano en la cadera.
Mantengo el contacto visual con el chico mientras muevo dos dedos bajo la tela, pellizcándola y tirando de
ella hacia abajo.

Los ojos del chico se disparan hacia los míos, presa del pánico, y yo me limito a mirarlo fijamente, con
una extraña y mal sana obsesión y celos corriendo por mis venas. Este no es mi estilo.

Pero con el movimiento, Abbie deja de saltar, un escalofrío la recorre. Levanta la cabeza y me mira con
los ojos muy abiertos.

Y a través de su excitación y sorpresa, hay una lenta brasa de deseo.

Sonrío, aprieto los labios contra su sien y le susurro en el cabello:

—Luego. Casi le enseñas el trasero a todo el mundo en esta habitación, y eso es sólo para mí. —
Observo con fascinación cómo sus labios pintados de rosa se curvan en una sonrisa y se rozan, una mirada
que he visto varias veces y que estoy aprendiendo rápidamente que es su mirada de estoy jodidamente
excitada.

—Tú eres Damien —dice la mujer que aún no conozco, y vuelvo la cara de Abbie, sonriendo
rápidamente a Kat, y dirigiéndome a quien puedo suponer que es Cami.

—Tú debes de ser Cami —le digo, tendiéndole la mano para estrechársela.

Ella no la toma, sino que levanta una ceja.

—Puedes llamarme Camile —me dice.

—¡Cami! —dice Kat, dándole una palmada en el brazo a su amiga.

—¡Cam! —dice Abigail con voz molesta.

Yo me río.

—Camile, eso es.

—Deja de ser una zorra, Cam, o puedes volver a tus asientos plebeyos mientras Abbie, Damien y yo
nos vamos a sus lujosos asientos de palco. —Cami le pone los ojos en blanco a Kat, pero todo es divertido.
Es fácil ver que estas tres son menos amigas y más hermanas.

—Me portaré bien —dice llevándose una mano al cabello, peinándoselo detrás del hombro con un nivel
de actitud de mujer fatal antes de llevarse una mano a la cadera—. Vayamos a estos asientos de lujo antes
de que empiece el acto principal. —Asiento con una sonrisa y me dirijo a la taquilla para entregarle mis
credenciales. Una vez situados, el acomodador al que miré mal nos guía escaleras arriba, con los ojos
clavados en mí y sin desviar la mirada hacia ninguna de las mujeres.

Bien, pienso como un psicópata.

¿Quién diablos soy?

—¡Esto es increíble! —dice Kat, caminando en círculo por el palco, una pequeña mesa en la parte de
atrás con aperitivos y bebidas y cómodos asientos hacia el balcón. La vista del escenario es impecable,
como siempre.

—¡Cállate! ¡Champán! —dice Cam, acercándose a las bebidas. Me limito a sonreír y a meterme las
manos en los bolsillos, observando a Abigail en el palco.

Me niego a indagar demasiado en por qué quiero que se impresione, por qué quiero que disfrute con
esto. Mira a su alrededor y sus ojos se detienen en los míos. Sus pies la conducen hasta mí, y sus manos
recorren mi pecho, moviéndose hasta entrelazarse detrás de mi cuello.

—Esto es increíble, Damien —dice, las palabras en voz baja, y en el estruendo del recinto, no deberían
ser audibles, pero llegan a mis oídos.

—¿Estás feliz? —Le pregunto, tomándole una mano y moviéndole un mechón de cabello detrás de la
oreja antes de ponerle las dos manos en la cintura.

Me encanta verla conmigo, su estatura en contraste con la mía, la palidez de su piel frente a la
oscuridad de la mía.

El polo opuesto perfecto.

—Más allá —dice con una sonrisa, pero esta se desvanece, la preocupación y la ansiedad se dibujan en
su rostro—. No es que antes no estuviera feliz, lo juro. Me lo pasaba en grande, solo…

Me río y aprieto los labios contra los suyos para que se calle. Cuando me separo, no paso por alto la
mirada aturdida que parece poner cada vez que la beso.

—Todo bien, rubia. No hay nada que explicar. Querías hacer esto con tus amigas. Ahora lo estás
haciendo. —Hago una pausa, pensando en los delicados zapatos altos como el infierno con los que me
muero de ganas de follármela después—. Y tienes que quedarte con los zapatos sexys.

—Son bonitos —dice con un sonido melancólico en la voz. Saca el pie y ambos los miramos.

—Son muy tuyos. Muy sexys. Muy rosas —le digo. Ella frunce la nariz ante mis palabras.

—¿El rosa es muy yo?

—¿Sí? —Digo, confuso. Ella es rosa. Si hubiera una persona que personificara un color, sería Abigail y
el color rosa.

—El rosa no es muy… serio —dice, y de una forma que he visto varias veces desde que nos conocimos,
sus ojos se desvían, a algún lugar lejano. No está aquí conmigo, sino en otra parte. Con otra persona.

—¿Serio? —pregunto, y antes de que pueda responder, Cami, que debe de tener un oído supersónico,
dice desde unos metros de distancia, con dos copas de champán en las manos.

—Su ex era un idiota y le dijo que cuando iba de rosa no era lo suficientemente seria como para que lo
vieran con ella.

—¡Cam! —Dice Abigail, dando un paso atrás y arrebatándole la copa de repuesto de la mano—.
¡¿Podemos no volcar todos mis traumas sentimentales en el hombre que nos deja pasar la noche en sus
lujosos palcos del Madison Square Garden?! ¡Jesús!

Quiero sonreír ante su vergüenza, pero mi propia ira se está gestando.

—¿Tu ex no te dejaba vestir de rosa? —pregunto, confuso.

—¡Nop! —dice Kat, haciendo saltar la “p” de la palabra. Abigail fulmina con la mirada a su otra amiga.

—Están exagerando. No es que no me dejara. Simplemente… no era su favorito —dice, pero unos
dientecillos blancos se mueven para morderle el labio inferior.

—Suena como un imbécil —digo, y la atraigo hacia mí con un brazo alrededor de su hombro. Tomo la
copa de champán, bebo un sorbo y se la devuelvo con una sonrisa—. Te vistes de rosa cuando estás
conmigo, ¿está bien? —le digo, con palabras severas, pero con una sonrisa en los labios.

Me mira con ojos muy abiertos y sorprendidos y, de algún modo, sé que esto es importante para ella.
Un momento importante.

Al otro lado de la habitación, oigo a Kat exhalar un “Oh, mi dios”, pero me centro en Abigail, que sigue
con los ojos muy abiertos.

—¿Sí, rubia? —Pregunto, bajando la voz.

—Sí, Damien —dice ella con la sonrisa más pequeña y cohibida mientras las luces del estadio bajan y
los fans gritan.

Pero no me pierdo la forma en que su cara se iluminó durante un milisegundo antes de eso.

DIECISIETE
18 de noviembre
Damien


En el camino de vuelta a casa, sigue sonriendo y riendo, recordando momentos que le parecieron
divertidos, geniales o impresionantes durante el concierto y repitiéndomelos como si yo no hubiera estado
a su lado todo el tiempo.

Me encanta.

—¿Por qué no eres así todo el tiempo? —le pregunto con una sonrisa cuando deja de hablar. Su cara se
vuelve hacia mí. Los faros de los autos que circulan en sentido contrario parpadean en su sonrisa y sus ojos
son suaves.

Despreocupados.

Es preciosa.

—¿Cómo? —Pregunta confusa.

—Libre. Feliz —aclaro.

—¿Quieres decir ruidosa y odiosa? —Pregunta con una risa autocrítica. Estamos en un semáforo en
rojo y me vuelvo hacia ella, confuso.

—No. Feliz. Como si disfrutaras de la vida. —Suspira y gira la cabeza, mirando por la ventanilla y
alejándose de mí.

—Esta noche ha sido una pasada, Damien. De verdad. No me había divertido tanto en… Dios. No sé. —
Está cambiando de tema, avergonzada u ocultando algo. No me gusta. Me acerco y le agarro la barbilla
para que me mire.

—Oye, no hagas eso.

—¿Hacer qué?

—Cambiar de tema. ¿Por qué no eres así todo el tiempo?

—Siempre soy yo —miente, y puedo verlo en sus ojos.

—Bueno, ¿por qué tu versión normal no es esa versión feliz y despreocupada? —No responde—. La
versión de ti haciendo el tonto con tus amigas no es la versión que estaba en un restaurante elegante
conmigo hace unas horas. ¿Por qué? —Mis palabras le hacen arrugar la nariz.

—No es… femenino —dice suspirando.

—¿Qué?

—Los chicos. Ellos no… La gente… no… —El semáforo se pone en verde y conduzco, dándole el
espacio que necesita para sentirse cómoda contestando sin mis ojos sobre ella—. Esa versión no es lo
bastante seria. No es… adecuada. Tengo casi treinta años. La gente deja de pensar que el rosa chicle, los
brillos y las sonrisas son bonitos cuando pasas de los 21.

—¿Eres rosa chicle? —Pregunto con una sonrisa. He visto indicios de ello, pero no pruebas genuinas.
Otro suspiro. El semáforo se pone en verde y vuelvo a poner la mano en el volante.

—Solía serlo. —Su rostro vuelve a la ventanilla, evitando mi mirada.

—¿Solías serlo? —Se trata del ex. Lo sé sin preguntar. Esto es de lo que hablaba Cam.

—Dios, ¿eres terapeuta esta noche? —pregunta con una carcajada, pero no es el ruido irritado que
medio esperaba. Otro suspiro y responde—. Solía serlo, pero hace unos años empecé a… cambiar. Tengo un
ex y no encajaba en su idea de la mujer perfecta. Me quería más… conservadora. Melosa. He sido rosa y
chispeante y sonriente desde que era una niña. Era un mecanismo de supervivencia, hasta cierto punto. Mi
infancia… No fue todo sol y arco iris, pero a mi hermana le gustaba el rosa, y yo quería a mi hermana, así
que hice la vida rosa y sol y arco iris. Supuse que apartar esa parte de mí formaba parte de crecimiento. —
Sus ojos siguen mirando por la ventana como si viajara a otra época, a otras conversaciones. Llevo mi
mano a su muslo y ella la cubre instintivamente, uniendo sus diminutos dedos a los míos—. Pero creo que
me equivoqué. No es normal cambiar así. —Quiero decir algo.

Cada molécula de mi cuerpo me lo pide. Pero no lo hago. Espero su respuesta, dándole espacio para
hablar.

—Cambié. Empecé a vestirme diferente y a hacer cosas diferentes y… Dios, qué vergüenza —dice
riendo—. Incluso me teñí el cabello de castaño para intentar encajar. —La miro rápidamente y me devuelve
la mirada con una pequeña sonrisa—. Fue una tontería.

—¿Qué pasó?

—Yo… las cosas no funcionaron.

—¿Rompió contigo?

—Puedes decir eso. Me dijeron que incluso después de salir durante años, a pesar de que él era en mi
mente, yo era básicamente sólo… un marcador deposición para él. Fui un momento de diversión. —Una ira
irracional me recorre—. No pasa nada. Yo… conseguí lo mío —dice con una pequeña sonrisa que estoy
seguro que significa más que con palabras o siguiendo adelante.

—Bien. Espero que le haya dolido —digo, y lo digo en serio. Cualquier que haya hecho que esta
preciosa mujer se cuestione a sí misma merece arder.

—En fin. Sé que la tontería es… infantil. Pero me estoy cansando de ocultarlo. No creo que se me pasé
pronto, así qué… —Se encoge ligeramente de hombros—. Es sólo una parte de mí que estoy aprendiendo a
amar de nuevo.

—Me gusta muchísimo —digo, entrando en el aparcamiento de mi apartamento. Su cara gira hacia la
mía, confusa.

—No tienes por qué decir eso, te lo prometo.

—No digo cosas para que la gente se sienta bien consigo misma, Abigail. No tengo por qué hacerlo. Lo
digo porque es verdad, me gusta la felicidad rosa chicle. Espero que me muestres más.

Me mira fijamente mientras conduzco el auto hasta mi sitio y retrocedo con precisión tras meses de
hacer lo mismo todos los días. Cuando aparco y aprieto el contacto, el auto se queda en silencio. Me vuelvo
hacia ella antes de pulsar el botón de su cinturón de seguridad y le pongo una mano en la nuca,
atrayéndola hacia mí. Sus labios se pegan a los míos y al principio se queda sorprendida, incluso confusa.
Pero su cuerpo no tarda más de un segundo en derretirse, su brazo se mueve y se apoya en mi mejilla.

—Vamos. Ya hemos llegado. Deja que te enseñe lo jodidamente mucho que me gusta esa parte de ti.
—Mi voz ya está ronca por el pequeño beso. Hacía demasiado tiempo que no estábamos solos en mi
apartamento.

Ella esboza una pequeña sonrisa, pero sus ojos están vidriosos, en otro universo.

—Está bien —dice en un susurro, y yo sólo puedo sonreír mientras ella vuelve a sentarse en su silla.

DIECIOCHO
18 de noviembre
Abbie


—No llegué a preguntar, ¿cómo te fue en el día? ¿Algún buen caso? —Le pregunto a Damien,
pasándole los dedos por el cabello oscuro.

Es largo, pero apropiado para un abogado cuando está peinado hacia atrás. Pero mis manos lo
estropearon un poco cuando me estaba comiendo… Se me revuelve la barriga al recordarlo, y estoy segura
de que él lo sabe por la mirada que me dirige.

Parece leerme mejor que nadie, algo que me aterra y me reconforta a la vez.

Aun así, lanza un profundo suspiro.

—Ha estado… bien. Tengo un nuevo caso y un socio me está ayudando. Así que básicamente me pasé
todo el día en una sala de conferencias con este imbécil, recordándole que llevo ejerciendo más tiempo del
que él lleva conduciendo un auto. —Me río carcajadas y él sonríe.

—¿No te cae bien? Eres el fundador, ¿no? ¿Por qué no te deshaces de él? —Damien suspira y luego me
pasa una mano por el cabello, dejando que fluya por mi espalda desnuda. Siempre parece tan enamorado
de mi cabello, tocándolo y viendo cómo se derrama.

—Por desgracia es el nieto de mi cofundador.

—Oh —digo, con las tripas revueltas porque estoy desnuda en una cama con un hombre hablando de
mi ex, y él no lo sabe. Afortunadamente, Damien no se da cuenta de la sensación de hundimiento.

—De todos modos, me gusta pasarme el día metiéndome con él porque él se pasa el día medio
odiándome, medio besándome el trasero. Es un equilibrio interesante. —Le doy una sonrisa, y luego se ríe
—. Oh, esto te va a encantar. ¿Recuerdas que te dije que había dejado a esa pobre chica y que ella había
puesto su número en una página de fans? Nunca te lo dije, pero hace unas semanas apareció en el trabajo
cubierto de purpurina. Ella la puso en la rejilla de ventilación de su auto y explotó cuando él encendió la
calefacción.

Sonrío de oreja a oreja, me encanta la imagen mental y la confirmación de que las cosas han ido
según lo previsto.

—A veces sigo viendo restos en su ropa. No sé si sigue pegado en los conductos de ventilación o si
está incrustado en todo, pero cada vez que lo veo, me río. —Sonríe, y al menos sé que esto también le
produce una pequeña emoción—. Ah, y mientras estábamos en la sala de conferencias, su móvil no paraba
de sonar. Supongo que después de poner su número en la página web, lo pegó en un manojo de llaves o
algo así. Así que, durante una semana, ha estado recibiendo llamadas de gente diciendo que habían
encontrado sus llaves. Al final del día, sólo contestaba y colgaba.

—Para, ¿en serio? Es muy gracioso —digo. Estoy medio emocionada por saber de primera mano que
nuestro plan está funcionando, pero, aun así, se me revuelve el estómago—. ¿Alguien ha dicho algo? —
Pregunto, esperando que no haya sido demasiada distracción.

—No, la oficina estaba bastante vacía hoy con la llegada de Acción de Gracias. Unos cuantos se toman
vacaciones o trabajan menos horas esta semana y la que viene. —Tomo el cambio de tema como el
salvavidas que es.

—No me puedo creer que Acción de Gracias sea la semana que viene —digo con un gruñido cansado
—. ¿Adónde se ha ido el mes? —Parece como si ayer mismo me estuviera colocando perfectamente unas
orejas de conejo en la cabeza para salir por la puerta a esa fiesta. Vaya.

Esta semana, Cam y yo hemos tachado algunas tareas insignificantes más de la lista. El sastre que
suele hacer todo el trabajo en los trajes nuevos de Richard llamó el miércoles, claramente no al tanto de la
ruptura. Me pregunto si Richard sabía siquiera que yo era la persona que se encargaba de eso o si
simplemente daba por hecho que por arte de magia se hacía cada vez a la perfección. Me preguntó si las
medidas seguían siendo las mismas y le pedí que quitara medio centímetro más de los pantalones. No lo
suficiente como para que no le quedaran bien, pero sí para que Richard pensara que estaba engordando.

Es interesante cómo manejar estas llamadas sin el disfraz de ser su novia definitivamente se siente
muy asistente personal y menos socio querido.

¿Cómo he podido ser tan estúpida durante tanto tiempo?

—¿Cuáles son tus planes? —Damien pregunta, sacándome de mis recuerdos.

—¿Qué? —No recuerdo bien de qué estábamos hablando. El agotamiento de una larga y excitante
noche se arrastra junto a mis deprimentes pensamientos.

—¿Para Acción de Gracias? ¿Qué haces? ¿Haces algo? —Sus dedos dibujan patrones en mi piel,
haciendo que agradables escalofríos recorran mi cuerpo.

—Me voy a casa. Bueno, vuelvo a mi ciudad natal.

—¿Ah, sí? ¿Tus padres? —Arrugo la nariz en señal de “no”.

—No. Mi hermana. Yo no… tengo padres. —Hago una pausa como cualquiera que tiene que explicar
que no tiene padres—. Bueno, si lo hago. No están muertos, creo. Pero no… hablo con ellos.

—¿Pero tienes una hermana? —pregunta, obviando por completo la incómoda conversación sobre mis
padres, cosa que agradezco.

—Sí, la tengo —digo, con una gran sonrisa en la cara porque hay pocas cosas o personas a las que
quiera más en este mundo que a mi hermana mayor—. Ella prácticamente me crio. Es… Es increíble. —Su
sonrisa blanca aún se puede ver a la luz de la luna,

—¿Y vas a ir a su casa para Acción de Gracias? ¿Sólo ustedes dos o…?

—Oh, Dios, no. Un millón y siete personas. Es niñera y se casó con el tío de los niños, así que
básicamente heredó una familia enorme. Sobrinas, un sobrino recién nacido y Ron, el padre de mi cuñado.
—Suspiro—. Además, amigos. Mi ciudad natal es pequeña pero muy unida. Así que, básicamente, es un
gran Acción de Gracias de los Amigos.

—Estás emocionada —dice con una sonrisa, y yo asiento.

—Sí, mucho. Sólo está a una hora de aquí, pero no los veo lo suficiente. No tengo auto, así que es una
odisea ir con regularidad. Tengo que volver a Long Island para el Black Friday, pero el viaje merecerá la
pena. —Me detengo, mirándolo fijamente, dándome cuenta de que mi sonrisa se está apoderando por
completo de mi cara. Dudo mucho que brille a la luz de la luna como la suya. Su mano se mueve, cruzando
el rayo de luna y rompiéndolo temporalmente antes de mover un mechón de cabello detrás de mi oreja—.
¿Qué vas a hacer en Acción de Gracias? —pregunto, recordando los modales que Hannah me inculcó
durante años. Puede que tengamos unos padres de mierda, Abs, pero no tenemos por qué ser personas de
mierda.

—Pedir comida para llevar —dice riendo.
—¿Qué?

—No pasa nada. Mi familia se mudó de la ciudad hace años. Mi madre odia el frío, igual que tú. —
Sonrío ante su costumbre de recordar todo lo que le cuento—. Mis padres vendrán por Navidad, pero hasta
entonces, para mí es comida para llevar y el desfile en la tele.

—Vives en la ciudad. ¿Por qué ibas a ver el desfile por la tele?

—¿Has ido alguna vez al Desfile del Día de Macy’s? Es un manicomio de turistas locos.

—Válido. —Hago una pausa, sonriéndole, la fina cadena de oro que se esconde bajo su ropa colgando
mientras se acerca a un brazo—. ¿Así que no vas a ninguna parte?

—Nop. —Hago una pausa, preguntándome si lo que estoy a punto de hacer es insoportablemente
estúpido.

Es tan, tan estúpido.

Va en contra de todo instinto de mantener esto simple, casual y sin complicaciones.

Y va en contra de la necesidad de evitar que mi corazón y mi vida se involucren.

Pero lo hago de todos modos, en parte porque soy idiota y en parte porque nadie debería estar solo en
Acción de Gracias.

—¿Querrías… quieres venir a casa conmigo? —Pregunto, con palabras suaves, y al instante me
arrepiento.

Esto no es muy propio de una “chica genial que mantiene relaciones informales con un abogado mayor
y poderoso”.

Doy marcha atrás, intentando disimular mi error.

—Quiero decir, es solo una idea. De verdad, para que no estés solo porque eso es deprimente. Sin
presiones, lo juro. Esto es casual. Nada serio. Lo prometo. Es que… odio la idea de… —Me corta con esa
sonrisa algo más amplia que antes.

—Si te ofreces, allí estaré, rubia.

—¿Qué?

—He dicho que, si me lo ofreces, si quieres que vaya, allí estaré. —Está sonriendo de una manera que
lo hace cuando pienso que cree que estoy siendo linda.

—Oh.

—A menos que no quieras, entonces podemos…

—No, no, ¡quiero! —Digo rápidamente. Demasiado rápido—. Mierda, así no. Sólo quiero decir que
quiero que lo hagas si quieres. No en plan “quiero que conozcas a mi familia”, sino en plan “ven a disfrutar
de las vacaciones con buena gente”. —Hay otra gran sonrisa antes de que se mueva, cambiándose para
ponerme encima de él—. Lo son. Buena gente, quiero decir. —¡Dios, cállate, Abbie! Me mete la mano en el
cabello, en la nuca, y presiona suavemente sus labios contra los míos.

—Sé lo que quieres decir, Abigail. Si tú te ofreces, yo acepto. —Entonces vuelve a besarme; el calor
que solo parece surgir cuando sus labios están sobre los míos se apodera de mi cuerpo y me llena de una
alegría sin adulterar.

Joder.

Estoy tan jodida.

Cuando me aparto para tomar aire, me sonríe, pero respira tan agitadamente como yo.

—¿Así que quieres venir a casa conmigo? —Pregunto, apartándole el cabello de la frente.

—Sólo si vienes a cenar con mi familia después de Navidad. —Responde.

Con sus palabras, se me revuelven las tripas. Para entonces, probablemente pensará que soy una
manipuladora de mierda, me dice mi mente.

Pero ¿por qué iba a hacerlo? le pregunta el diablo al ángel de mi hombro. Esto es casual, sencillo, y él
estuvo de acuerdo. Es extraño que el diablo tenga un parecido asombroso con Cami mientras que el ángel
se parece a Kat…

¿Sigue pareciéndome sencillo y casual? pregunta la voz en mi cabeza, continuando la conversación
con el ángel Kat y el diablo Cam.

—No tienes que hacer eso —es todo lo que puedo responder.

—¿Llevarte a casa? —Me retuerce un mechón de cabello rubio que cuelga junto a la cara y me lo mete
detrás de la oreja.

—Si quieres, pero no es para tanto.

—Lo es, Abigail. —Sus palabras rebotan a mi alrededor, fragmentos rotos de realidad que se
encuentran con el paisaje en ruinas de mi plan de venganza.

El plan que requiere que esto siga siendo casual para evitar que yo sea un ser humano terrible y
horrible.

Y para que yo tenga las agallas de terminar realmente este plan.

Mierda, mierda, mierda.

—Oh.

—Sí, oh. —No le pido que se explaye, que me diga qué significa exactamente “oh”. Tal vez si no
decimos las palabras en voz alta, si no decimos que esto está pasando rápidamente de ser casual y
divertido, no importará.

—¿Y? —Pregunta mirándome fijamente. La luna muestra perfectamente las motas doradas de sus ojos
marrones, y creo que podría mirarlos durante horas, documentando lentamente las ligeras diferencias de
tono, forma y frecuencia—. Si voy a casa contigo en Acción de Gracias, ¿irás a Navidad con mi familia?

Lo miro fijamente, recordándome a mí misma todos los millones de razones por las que debería decir
que no. La razón por la que debería confesarlo todo ahora mismo y enfrentarme al pelotón de fusilamiento
para volver a empezar con mi plan, pero esta vez, sin arrastrar a un hombre sin víctimas.

Pero no puedo.

Y no es porque quiera terminar este plan. Mierda, el plan importa menos y menos con cada día que
pasa.

Es porque me mira con expectación infantil, incluso con excitación, y en serio, Damien, es tan
jodidamente dulce.

Así que estoy de acuerdo.

Como la idiota que claramente soy.

—Sí, Damien, me gustaría. —Y con eso, su sonrisa ilumina la habitación, y decido que sólo con el
propósito de presenciar ese momento, era la respuesta correcta.

—Le gustarás —dice, la sonrisa se desvanece, su rostro se vuelve más contemplativo.

—¿Tu madre?

—Sí. Le gustarás. —Le sonrío con fuerza y dejo salir la parte juguetona y burbujeante de mí que he
ocultado durante años.

—Soy muy agradable. —Mi sonrisa debe de ser contagiosa porque viaja hasta sus propios labios.

—Desde luego que lo eres. —Se inclina hacia delante, apretando sus labios contra los míos—. Fuiste
buena con Sharon —dice en lo que parece un cambio de tema.

—Me recuerda a lo que podría haber sido mi madre, pero también a mi hermana. Es fácil llevarse bien
con ella. —Respiro, sintiendo el impulso de abrirme, de explicarme—. Mi padre dejó a mi madre cuando
nací: demasiada responsabilidad, dos hijos y una esposa. Ella estaba resentida porque vivía para mi padre.
Vivía y respiraba para él, y cuando él la dejó de lado, ella no supo cómo manejarlo. —Me detengo,
pensando en cómo continuar, pero también recordando la epifanía que tuve con Sharon. Que me estaba
moviendo por un camino con Richard para repetir la historia. Una historia familiar de vivir para un hombre
al que yo no le importaba una mierda.

»Hannah, mi hermana… está resentida con ella por eso. Lo cual es razonable, creo. Hannah tuvo que
criarme básicamente. Mamá rara vez estaba en casa y no era buena cuando lo estaba. ¿Y yo? Lo entiendo,
hasta cierto punto. Ella se perdió por un hombre y nunca recuperó esa parte. Yo… lo entiendo. Sharon fue
capaz de desenredarse para ser fuerte por sus hijas. Eso es admirable. —Mis uñas trazan líneas invisibles
en el grueso bíceps de Damien mientras intento evitar la mirada de lástima que siempre hay cuando hablo
de mi familia a alguien nuevo.

—Lo es —dice, y estúpidamente espero que lo deje ahí. Pero, después de todo, se trata de Damien—.
¿Lo hiciste? ¿Perderte en un hombre? —pregunta y mierda. Pero, por supuesto, lo sabe.

Respondo.

Respondo con sinceridad porque es todo lo que tengo ahora mismo, fragmentos dispersos de
honestidad que intento recomponer. Frunzo los labios, moviéndolos de un lado a otro mientras intento
decidir cómo decirlo.

—Lo hice. Me perdí durante cuatro años. Largos años en los que trabajé muy duro para cambiar cosas
de mí y retener a un hombre que no me quería. Estoy… recordando lentamente quién soy después de eso.

—Le gustarás a mi madre —dice, y es una respuesta extraña y confiada a lo que acabo de decirle.

—¿Qué, que me perdí en un hombre que no era su hijo? —Pregunto riéndome, porque sólo pensar en
eso ya suena absolutamente demencial.

—No. Que puedas sentarte ahí, burbujeante y preciosa y abierta y amable, y contarme tu historia
sobre tu familia y tu ex y sobre encontrarte a ti misma, y sigas teniendo esa sonrisa en la cara. Sigues
irradiando jodida alegría. —Tuerzo la nariz, incómoda con las palabras—. Que puedes conocer a una mujer,
escuchar su historia, convencerla de que se abra a ti y dejar que se vaya de tu presencia sintiéndose y
viéndose diez veces mejor, con la confianza para enfrentarse a un hombre que abusó verbal, financiera y
físicamente de ella durante años. —Trago saliva, sintiéndome incómoda con este tipo de elogios.

»Mi madre dejó a mi padre hace diez años. —Arrugo las cejas porque nunca ha mencionado que sus
padres estuvieran divorciados—. Tenía 53 años, pero se dio cuenta de que había pasado 32 años
cambiándose a sí misma para ser lo que mi padre quería que fuera. Se pasó 32 años siendo la madre y la
esposa perfecta, manteniendo el hogar perfecto, cocinando y limpiando y cuadrando las cuentas… todo
eso.

Mi aliento se detiene en mis pulmones.

—No éramos ricos, pero mi padre ganaba lo suficiente para que ella pudiera quedarse en casa. Se
perdió en eso. En la necesidad de equilibrar la balanza, me dijo. Él trabajaba, así que ella tenía que hacer el
resto. Pero una vez que me mudé, ella empezó a trabajar también, un trabajo en una sastrería que la
mantenía ocupada. Mi padre trabajaba en un banco, así que tenían horarios y exigencias físicas similares. Y
tuvieron que pasar otros diez años después de que yo me mudara y ella trabajara junto a mi padre para
darme cuenta de que, incluso entonces, cuando eran iguales, ella sentía la necesidad de hacerlo todo. La
cocina y la limpieza y mantener la casa mientras él se relajaba. Y él la dejaba. Incluso insistía. Habían
adquirido tal hábito con los años, que era simplemente… lo que eran.

Puedo verlo.

Puedo ver cómo podría pasar, cómo podría haberme pasado a mí.

—Mi madre lo dejó durante un año. —Ensancho los ojos.

—¿Un año?

—Mi padre sólo tardó un año en recuperarla —dice con una sonrisa.

—Oh, ¿fue el encanto masculino Martinez lo que la conquistó? —Pregunto devolviéndole la mirada. Él
rueda hasta que se cierne sobre mí, persiguiéndome como estoy aprendiendo a amar.

—Oh, sí. También fue mucho arrastrarse. Puede que también haya tenido algunas palabras con él, que
le haya ayudado a darse cuenta de lo idiota que era.

—Eres un buen hijo —digo, mis manos se mueven para tocar su mejilla, apenas rugosa por la barba
incipiente.

—Sí, bueno. Ahora mismo, me gustaría dejar de hablar de mis padres —dice, y yo sonrío más.

—¿Ah, sí? ¿Por qué?

—Ahora mismo, tengo a la mujer de mis sueños inmovilizada debajo y completamente desnuda, y he
tenido tiempo suficiente para recuperarme.

—Sí, debe ser duro, ser un viejo y necesitar tanto tiempo de recuperación —digo, y Dios, la sonrisa casi
me rompe la cara.

—¿Perdona, pequeña? —Pregunta, con su gruesa ceja levantada en señal de desafío.

—Es que, ya sabes. Eres catorce años mayor que yo. Debe ser difícil seguirme el ritmo.

—Te demostraré lo difícil que es —dice gruñendo, mordiéndome la piel del cuello antes de bajar.

Y me demuestra lo bien que puede mantener el ritmo.

Y al final de la noche, soy yo la que agita mi exhausta bandera blanca.

DIECINUEVE
25 de noviembre
Abbie


Richard nunca tuvo ningún interés en conocer a mi hermana o a las personas a las que llamo familia
en casa. Es decir, no hasta que le dije que mi hermana se iba a casar con el magnate del entretenimiento
al aire libre Hunter Hutchins. Luego, como por arte de magia, se interesó por mi familia y con quién podía
vincularlo.

Cuando Hunter y Hannah llegaron a la ciudad, hicimos planes para un día completo de diversión.
Recuerdo que era la primera vez desde que me había establecido en Long Island que invité a Hannah a
pasar el rato conmigo en la ciudad, y no pude esperar a pasar el día con ella y su prometido.

Había planeado un día de turismo, caos y mucha buena comida chatarra. Recuerdo que le dije esto a
Richard la noche anterior, le di el itinerario y dijo algo como, “Es Hunter Hutchins, Abbie, no algún turista
de tu ciudad natal. Deberíamos hacer algo grande, impresionarlo”.

Esa debería haber sido la bandera roja número diecisiete. De hecho, recuerdo por una fracción de
segundo que pensé que tal vez estaba equivocado, que él no era el indicado, que éramos demasiado
diferentes.

Pero esa fracción de segundo no duró más que un respiro.

Qué vergüenza.

Ese día, corrimos por la ciudad, mi hermana y yo nos reímos y disfrutamos de la vida como lo hacemos
cuando estamos juntas, y observé desde lejos cómo Richard intentaba charlar con Hunter.

No funcionó.

La cuestión es que no hay una sola cosa en este planeta que Hunter ame más que a mi hermana. Ha
sido así desde que se conocieron, sin importar cuán difíciles fueron sus comienzos. Ese hombre vendería su
compañía y se mudaría a una pequeña cabaña en el bosque si pensara que eso haría feliz a Hannah.

Lo que no hará es dejar que algún imbécil arrogante intente restarle importancia a la felicidad y la
diversión que estábamos teniendo, que es exactamente lo que Richard había intentado hacer.

A las 2 de la tarde, Richard se dio cuenta de que Hunter no era su mayor admirador y, después de eso,
perdió todo interés en los lazos que mi familia podría brindarle.

Y nunca fue a Springbrook Hills conmigo de vacaciones, siempre se iba a la casa de su familia en
Aspen o los Hamptons y me enviaba un mísero texto de “Feliz Navidad” el día 25.

Dios, ¿cómo había sido tan jodidamente estúpida?

—Está bien, ¿entonces nos dirigimos allí mañana? —Damien pregunta por teléfono el martes por la
noche, sacándome de los recuerdos que tienen un sabor amargo.

Viene a casa conmigo a Springbrook Hills.

Para conocer a mi familia.

La mezcla de pánico y emoción cada vez que pienso en eso es… confuso, en el mejor de los casos.
Emocionante porque Damien es bueno. Y mi familia es genial. Y nadie debería estar solo en Acción de
Gracias.

Excepto, tal vez Richard.

Podría encontrar una fracción de alegría en la idea de que él esté solo en Acción de Gracias.
Definitivamente merece estar solo en todas y cada una de las fiestas.

Pero también estoy empapada de pánico porque se supone que se trata de vengarme de Richard. El
último clavo en el ataúd proverbial que es mi camino hacia el cierre. Se supone que esta relación es fácil,
nada serio. Damien dijo eso desde el principio. Fue claro con esa única expectativa.

Y ahora viene a casa conmigo.

Y todo entre nosotros se siente cada vez menos simple y tranquilo cada día.

Joder.

—¡Síp! Podemos encontrarnos en Grand Central a las cuatro si te parece bien. Salgo a las dos y
debería poder llegar…

—¿Qué? —Pregunta, interrumpiéndome. Hago una pausa, confundida.

—Lo siento, pensé que te lo había dicho. Tengo trabajo mañana por la mañana, así que no me dirijo a
casa hasta la tarde. Tengo que prepararme para el Black Friday. Al por menor y todo. Mañana trabajaré
temprano, principalmente en el almacén, montando las pantallas del Black Friday que el equipo de la tarde
sacará justo después del cierre, de modo que el viernes, cuando lleguemos a una hora intempestiva, todo
esté listo para el caos.

—No te encontraré en la estación de tren —afirma con firmeza.

Soy tan estúpida.

Por supuesto. Un hombre poderoso como Damien no tomaría un tren, y mucho menos en el horario de
otra persona. Debería haber pensado en eso.

—Oh. Puedo darte la dirección si quieres. Incluso puedes venir el jueves por la mañana si tienes algo
que hacer…

—Yo manejaré.

—Está bien, genial —digo, una pequeña piedra se me cae en el estómago. No estoy segura de por qué
esto me molesta o, más aún, por qué me sorprende. La primera y única vez que llevé a Richard a casa, hizo
lo mismo. Tomé el tren y él condujo hasta el día siguiente para la fiesta de cumpleaños de Rosie, se quedó
unas horas y salió a su propio tiempo.

La realidad es que cuando estás saliendo con hombres ocupados y de alto perfil, deberías estar feliz
cuando se toman una parte de su tiempo para estar contigo. Es algo que me había enseñado a entender, y
las pocas veces que tuve conversaciones con las esposas de los amigos ricos e igualmente importantes de
Richard, se hicieron eco del sentimiento.

Cuando el tiempo es dinero, cualquier gasto en ti debe ser un honor.

Excepto… no es así con Hunter.

Hunter nunca ha tratado a Hannah como si estuviera en segundo lugar.

Pero supongo que son los atípicos.

Independientemente, estoy feliz de que esta sea una conversación telefónica y no cara a cara. Este
hombre puede leer mi lenguaje corporal de una manera que nadie ha podido.

Supongo que por eso es un abogado de éxito.

Richard no pudo leer mi rostro para salvar su vida, si eso no te habla de sus habilidades como
abogado.

—¿A qué hora debo recogerte?

—¿Qué?

—Desde tu lugar. ¿Sales a las dos? ¿Debería estar en tu casa a las tres o necesitas más tiempo? —
Ahora me ha perdido.

—Yo no… No entiendo.

—Estoy conduciendo.

—Sí… —digo, mis palabras son lentas.

—Yo te recogeré.

—¿Qué?

—Te llevaré a casa de tu hermana después de que salgas del trabajo. —Mi mundo gira sobre su eje por
un solo momento mientras sus palabras dan vueltas en mi cerebro como estrellas alrededor de un
personaje de dibujos animados al que le acaban de tirar un ladrillo en la cabeza—. ¿Cuándo debo
recogerte? —Todavía estoy en silencio en el otro extremo, todavía confundida—. ¿Abigail?

—No tienes que hacer eso —digo en voz baja.

—¿Hacer qué?

—Recogerme. Llevarme. Puedo tomar el tren.

—Vamos al mismo lugar, rubia.

—O, ya sabes, ambos podemos tomar el tren —sugiero.

—¿Por qué habría de hacer eso?

—Así que puedes… ¿trabajar? ¿Terminar el trabajo?

—No voy a estar trabajando en el camino.

Esto es un shock.

—No voy a trabajar en un día festivo, Abigail —dice en voz baja, como si estuviera tranquilizando a un
niño.

No puedo recordar un momento en que Richard no me dijera que no tenía tiempo para algo debido al
trabajo. ¿Cuántas noches pasamos juntos, yo viendo The Bachelorette o algún otro programa tonto sola
mientras él trabajaba en otra habitación?

Richard me ignoraba mientras le contaba una historia porque estaba mirando su teléfono,
respondiendo correos electrónicos del trabajo.

O tal vez simplemente ignorándome.

—Tú no… ¿Tienes trabajo que hacer?

—Soy un abogado. Siempre tengo trabajo que hacer. Pero sigo conduciendo.

—Pero…

—Rubia, nos vamos de vacaciones. No estoy trabajando en Acción de Gracias. No trabajo en
vacaciones. —Hay una pausa y luego se corrige—. Y seguro que no trabajo cuando estoy contigo.

—Oh. —No sé cómo responder, pero Damien se queda callado como si estuviera esperando que
responda, que diga más. Para explicar, tal vez.

Silencio. No hablo.

No sé que decir

—¿Esto es más mierda con tu ex? —Pregunta.

Más silencio, sin querer confirmar su suposición.

—Joder, ese tipo era una pieza de trabajo, ¿no?

—Era un hombre ocupado.

—Hombre ocupado o no, llevas a tu mujer a los lugares. No la encuentras allí.

No toco la parte de tu mujer porque no creo que quiera saber la respuesta a esa pregunta que tengo.

Si soy su mujer, engañarlo está mal.

Si somos divertidos y sencillos y solo pasamos tiempo juntos, engañarlo está bien.

Esa es la línea que tracé en mi mente.

Mis ojos se encuentran con el frasco que está en mi mostrador con todas las cosas de mierda que
Richard hizo y dijo, los momentos que estoy usando para mantenerme fuerte.

Tal vez debería empacarlo y llevárselo a Hannah, por si acaso.

—¿Estás bien, nena? —Pregunta, y las palabras son demasiado casuales, tan simples, tan normales
que me toman desprevenida.

Se me olvida que somos fáciles.

Se me olvida que no vamos en serio.

Se me olvida que no voy en serio.

—Sí, cariño —le digo—. Significa mucho, que estés conduciendo, eso es todo.

—Estás empezando a significar mucho para mí, Abigail —dice, y como he dejado de lado mi parte
inteligente temporalmente, solo sonrío para mis adentros.

—Sí, Damien.

VEINTE
26 de noviembre
Abbie


—Así que tienes dos opciones: nuestra habitación de invitados, que, ya sabes, eres totalmente
bienvenida aquí, pero las chicas van a pasar la noche para comer rollos de canela por la mañana, así que
va a ser un caos —dice Hannah más tarde, la noche siguiente, sobre una colección de recipientes de
comida china. Es una tradición: después de un largo día de preparar y cocinar, pedimos comida para llevar
—. O puedes quedarte en la casa de campo.

—¿La casa de campo? —Pregunta Damien.

—¿Nadie se queda allí ahora? —Pregunto, confundida. A lo largo de los años, ha albergado a Hannah y
Jordan, y una parte de mí asumió que una vez que Jordan se fue, alguien más se mudó.

—Nop, Aut lo ha estado manteniendo vacío para las noches de chicas, principalmente.

—Sin ofender, pero nos quedaremos en la casa de campo —le digo con una sonrisa. Me dirijo a Damien
—. Es una casa diminuta detrás de la casa de Autumn y Steve. Hannah vivió allí durante años como niñera
antes de que Hunter comprara este lugar, luego la media hermana de Hunter, Jordan, vivió allí por un
tiempo.

—Ahora nos emborrachamos principalmente y evitamos responsabilidades allí —dice Autumn riendo.

—¿Te importaría conducir unas pocas cuadras esta noche? —Pregunto, mirando a Damien, cuyos ojos
han estado sobre mí durante la mayor parte de la noche, mirándome interactuar con mi familia y la familia
elegida.

—Confía en mí, vas a querer quedarte allí. Va a ser un espectáculo de mierda aquí, estúpido al
principio —le dice Hunter a su amigo, y algo acerca de que el marido de mi hermana es amigo de Damien
me reconforta. Damien se ríe y me sonríe.

—Probablemente lo mejor, ¿sí? —Pregunta, y yo asiento.

—Es pequeño y estrecho. No muy lujoso.

—Crecí en un pequeño apartamento en el Bronx, nena. Creo que puedo manejarlo. —Esta pequeña
migaja de su infancia me hace querer saber más, todo, en realidad. También me parece interesante que
cuanto más nos alejamos de la ciudad, de su trabajo, de sus compañeros, más sale ese marcado acento
neoyorquino. Me encanta.

—Entendido —digo con una sonrisa—. En la casa de campo.


—Así que esto es todo —digo, entrando en la pequeña casa de campo detrás de la casa de Autumn y
Steve donde solía vivir mi hermana—. Vaya, nada ha cambiado —digo, principalmente para mí misma,
notando la decoración rosa femenina, el papel tapiz floral en el dormitorio y la manta rosa en el sofá.

—¿Estás segura de que nunca viviste aquí? —Pregunta con una sonrisa, mirando a su alrededor—. Es
como una pequeña casa de muñecas, diminuta y rosada.

—Cuando era niña, mi hermana era mi ídolo. Quería ser ella —digo, tirando mi bolso en el sofá y
rebuscando en él. Estoy exhausta, y en algún lugar enterrado aquí está mi cómodo pijama—. Cualquier
cosa que a ella le gustaba, me gustaba un millón de veces y lo convertía en toda mi personalidad. —Mi
mano golpea el pijama rosa y lo saco con una sonrisa triunfante—. De ahí el rosa —digo, sonriéndole.

—Ah, lo tengo. ¿Qué tal ir por un exjugador en Nueva York? —pregunta, y un escalofrío recorre mi
espalda. Se mueve, acercándose hasta que me veo obligada a pararme derecha, envolver mis brazos
alrededor de su cuello y tocar mi nariz con la suya. Su aliento juega a lo largo de mis labios.

—¿Exjugador? —Pregunto, las palabras son apenas audibles, pero él las escucha.

Por su puesto que lo hace.

Él es Damien.

Estoy aprendiendo que cuando se trata de mí, siempre está atento.

—Pensando en cambiar de aires. Sentar la cabeza. —Sus labios presionan los míos suavemente
mientras mi corazón late con fuerza en mi pecho—. ¿Por qué molestarse, sabes? Encontré uno jodidamente
perfecto. ¿Por qué meterse con eso?

Es entonces, que lo sé.

Lo arruiné.

Lo arruiné, porque esto es bueno. Esto es más. Esto tiene potencial.

Y arruiné ese potencial al iniciarlo en una cama de engaño y venganza.

—Damien, yo…

—Hablaremos en serio para otro día, rubia —dice, caminando hacia mí, en voz baja. Sus manos se
mueven a mis caderas, acercándome a él—. Hablaremos de nosotros y sentimientos y confesiones otro día.
Por ahora, ¿por qué no dejas ese pijama a un lado? No lo vas a necesitar. —Sus manos se mueven hacia el
pijama en mi mano, arrojándolo a un lado antes de que me levante, instándome a envolver mis piernas
alrededor de su cintura y haciéndome dirigirlo a la habitación.

¿Y quién soy yo para discutir?


Me arroja sobre la cama rosa con un dosel encima, y me río cuando aterrizo, pero su rostro es
cualquier cosa menos una broma.

Sin embargo, en lugar del hambre salvaje normal en sus ojos, hay una suavidad allí.

Una suavidad que tengo miedo de ver porque cada momento con él se está convirtiendo en algo más.
Existe algo más que cada día me resulta más difícil ignorar. Y cuando deje de ignorar eso, comenzaré a ver
la verdad más allá de lo que tengo frente a mí: que Damien y yo nos estamos volviendo más que
divertidos, que las cosas se están moviendo en una dirección más seria, y este plan mío podría ser
equivocado.

Pero como es su costumbre, las siguientes palabras de Damien borran cualquier pensamiento serio de
mi mente.

—Desnúdate. Quiero mirar —dice, y me muerdo el labio, repentinamente nerviosa, pero acepto de
todos modos, quitándome las mallas y llevándome la ropa interior con ellas. Luego levanto el suéter y me
desabrocho el sostén hasta que lo que llevaba puesto es solo un montón de tela a un lado de la cama—.
Recuéstate sobre las almohadas para mí —dice, sus ojos devorando mi cuerpo.

Obedezco, como parece ser mi costumbre en estos días.

—Abre las piernas, Abigail. —Las abro, sentándome un poco en la cama mientras lo hago, con el
corazón acelerado—. Más abiertas. —Un gemido bajo sale de mis labios cuando lo dice, y abro las piernas
un poco más, hasta que es casi incómodo—. Ahí está. —Las palabras son para sí mismo, casi con asombro
mientras sus ojos se enfocan en mi húmedo centro. Una mano se mueve hacia arriba y juego con mi pezón,
completamente perdida en el mundo.

—Manos a tu coño, bebé. Quiero ver todo de ti. —Se está quitando la camisa por la cabeza, arrojándola
a la pila, y mis ojos recorren su cuerpo, ahora vestido solo con calzoncillos. ¿Cuándo se quitó los
pantalones?

No hay tiempo para pensar demasiado mientras mis manos se mueven hacia mis muslos, deslizándose
hacia arriba y usando un dedo en cada mano para abrirme, para revelarme a él.

—Dios, tan jodidamente bonita, nena. He estado pensando en esto desde la noche en el teléfono. —Mi
respiración se acelera mientras lo veo bajar su ropa interior, todavía de pie al lado de la cama—.
Muéstrame lo que haces cuando no estoy para cuidarte.

Esto es nuevo, algo que nunca había hecho antes: tocarme para un hombre. Probablemente debería
estar consciente de ello, nerviosa.

Pero yo no. Sin mi permiso, mi mano se mueve, un dedo se sumerge y luego arrastra hacia arriba la
humedad que se acumula rápidamente, rodeando mi clítoris con ella mientras dejo escapar un lento
gemido.

—Jodidamente hermoso —dice, de nuevo para sí mismo, viendo el espectáculo que estoy montando
para él. Repito el recorrido, sumergiéndome, arrastrando hacia arriba, rodeando mi clítoris. Luego repito
dando vueltas a mi clítoris, presionando más fuerte y arrastrando un gemido de mis labios—. Dedos.
Dentro. Dos. —Las palabras de Damien son agudas, rápidas como si no pudiera usar oraciones completas,
pero luego veo que su propia mano envuelve su gruesa polla, bombeando lentamente.

Otro gemido inevitable de su nombre sale de mis labios y observo su propia punta.

—¿Te gusta ver esto, rubia? —Pregunta, bombeando de nuevo, mis ojos clavados allí, viendo el líquido
preseminal acumularse en la cabeza—. Dedos, Abigail. Dentro, fóllate. —Como la mujer obediente que no
sabía que era, hago lo que me pide, tomando dos dedos y deslizándolos dentro de mí. Estoy tan mojada
que se deslizan con facilidad y gimo al sentir que me llenan, al sentir el dolor que ya crece en mi vientre.

»Eso es. Solo piensa en lo llena que estarás cuando sea mi polla. —Sus ojos están fijos en donde mis
dedos están desapareciendo, donde mis caderas se mueven, su propia mano acelera solo una fracción—.
Qué buena putita es mi bebé. ¿Te gusta estar en exhibición para mí? —Mis dedos se mueven más rápido,
más frenéticamente mientras su mano hace lo mismo, y un sonido desesperado sale de mis labios.

—Detente —dice, y maúllo en protesta, pero obedezco, moviéndome para quitar mis dedos—. Déjalos.
—Mantengo mis dedos plantados dentro de mí, palpitando alrededor de ellos mientras lo veo trepar por la
cama. Su mano se mueve hacia mi muñeca, tirando hasta que mis dedos dejan mi coño, y luego los guía
frente a su cara. Un dedo desaparece en su boca mientras sus ojos se fijan en los míos, chupando y
limpiando el dedo como lo hace antes de sacarlo. Entonces la mano que sostiene mi muñeca se mueve,
empujando la mano hacia mi propia boca.

»Abre. —Lo hago, y el dedo que no limpió entra en mi boca, el dulce sabor almizclado se apodera de
mis sentidos. Sus ojos permanecen en los míos mientras me da mis próximas instrucciones—. Límpialos por
mí, nena. —Cuando me suelta la muñeca, hago lo que me pide. Se mueve entre mis piernas y luego tira de
mis caderas hacia abajo, colocándome donde quiere mientras me mira chupar—. Buen trabajo, Abigail —
dice, y me estremezco de nuevo ante su elogio.

Está de rodillas ante mí, mirándome mientras toma una almohada y la coloca debajo de mis caderas.
Mi sangre se acelera en mis venas en la nueva posición, el aire no puede entrar completamente en mis
pulmones mientras espero su próximo movimiento.

Pero él simplemente se sienta allí sobre sus talones, arrodillado frente a mí con su dura polla,
mirándome mientras yazco allí, mi cuerpo necesitado en llamas.

—Damien —lloriqueo, necesitando algo. Cualquier cosa. Él solo sonríe. Muevo una mano por mi
cuerpo, desesperada por algún tipo de alivio, mis dedos húmedos se mueven para tirar de mis pezones. Un
error de cálculo de mi parte porque simplemente envía un pulso directamente a mi clítoris, torturándome,
apretando mi coño. Él se ríe.

El hombre se ríe de mí en mi momento de necesidad.

—Dios, tan desesperada por mi polla, ¿no? —Pregunta y luego se mueve hasta que sus caderas se
alinean con las mías levantadas—. Tan desesperada por la única persona que puede brindarte alivio. —
Gimo miserablemente, tratando de mover mis caderas para meterlo dentro, para conseguir fricción, para
conseguir… cualquier cosa.

»Esto es lo que obtienes, Abigail —dice, su voz tensa—. He pasado todos los días durante dos semanas
desesperado por ti. Muriendo por tu cuerpo, necesitando estar dentro de ti. —Hace nivela la cabeza y yo
gimo—. Necesitando este cuerpo.

—Damien, por favor…

—Esto es lo que obtienes por convertirme en un hombre desesperado —dice y luego empuja,
llenándome hasta el límite—. Esto es lo que obtienes por consumir mis pensamientos. —Sus manos se
mueven a mis caderas mientras empuja de nuevo, usando el apalancamiento adicional para de alguna
manera profundizar.

—¡Joder! —Grito, incapaz de decir nada más, hacer nada más que tomar medidas drásticas contra él y
tirar brutalmente de mis pezones mientras me folla.

—Eso es todo, cariño. Eres tan buena tomando mi polla, ¿no? —Dice, con los ojos fijos en donde me
está follando sin piedad—. Maldita sea, mira eso. Hermoso. —Es como si estuviera hablando consigo
mismo, un monólogo sobre lo que está pasando, y yo solo lo acompaño mientras él golpea dentro de mí, la
cabecera golpeando contra la pared con cada embestida.

—Dios, Damien, necesito más. Yo…

—Obtendrás más cuando te diga, Abigail —dice y luego mueve una mano de mi cadera a mi muslo a
mi rodilla, enroscándola alrededor de sus caderas—. Hasta entonces, vas a tomar mi polla como una buena
chica, ¿sí? —Gimo en respuesta, mi cuerpo sobrecargado de sentimientos y placer insoportable—. ¿Sí? —
pregunta de nuevo, y está claro que quiere una respuesta mientras continúa moviéndose dentro de mí, tan
jodidamente profundo, cada embestida contra mi punto G en este ángulo.

—¡Sí! ¡Sí, Damien!

—¿Si qué? —Pregunta con los dientes apretados.

Él está cerca.

Probablemente podría tomar medidas drásticas, acelerar el proceso y llevarlo a donde lo necesito,
pero ¿dónde está la diversión en eso?

Entonces, en cambio, respondo de la manera que sé que mi hombre quiere.

—Tomaré tu polla como una buena chica, bebé. —A pesar de estar abrumada y los gemidos
desgarrando a través de mí, de alguna manera pude unir las palabras que necesitaba escuchar. Damien
emite un gemido de satisfacción.

—Qué buena chica —dice, luego mueve una mano, un pulgar rasguea mi clítoris y mi cuerpo canta en
respuesta—. Ahora córrete por tu hombre, cariño. Grita mi nombre —dice con los dientes apretados.

Y con su permiso, lo hago.

Porque Damien Martinez es dueño de mi cuerpo, y lo que le dice que haga, lo hace.

—¡Damien! —Grito, mi voz se rompe a la mitad hasta que estoy convulsionando en su polla, con la
boca abierta, sin dejar un sonido mientras me destrozo a su alrededor. Una mano se mueve, rodeando mi
hombro como palanca para ayudarlo a profundizar, y gorgoteo otro sonido de placer mientras el orgasmo
se eleva, tomando cualquier pizca de cordura que me queda.

Y luego golpea insoportablemente profundo con un grito, bombeando dentro de mí mientras se
derrumba, murmurando mi nombre en mi cuello.


—Crecer aquí debe haber sido divertido —dice Damien más tarde esa noche en la oscuridad de la casa
de campo. Nos duchamos y nos preparamos para ir a la cama, pero olvidé por completo lo oscuro que se
pone aquí. Los árboles bordean la propiedad y sin toda la contaminación lumínica de la ciudad, todo lo que
hay son cielos oscuros y estrellas brillantes.

—Lo fue. Siempre alguien con quien pasar el rato, alguien a quien escuchar. —Está en silencio por un
momento, y creo que ha terminado de hablar, listo para dormir, pero luego habla.

—¿Y tus padres? —Pregunta por primera vez desde que le dije que en realidad no tenía ninguno.
Suspiro y respondo en la comodidad de la oscuridad.

—Mi papá está fuera en alguna parte, con su tercera o cuarta esposa. Mamá está unos pueblos más
allá, creo. No hablamos. Una vez que terminé con la escuela, ella terminó con nosotros.

—Pero tienes a Hannah. —Lo dice como una declaración, como si estuviera diciendo más que solo las
palabras.

—Sí. Tengo a Hannah y estaré eternamente agradecida. Un día, me dará sobrinas y sobrinos a los que
puedo mimar, pero hasta entonces, tengo los hijos de Autumn y Kate.

—Son lindos —dice—. Los hijos de Kate. Cal es genial. —Dean y Kate vinieron a cenar, trayendo a Cal y
al bebé Jesse, a quien amaba tanto como a los demás.

—El más lindo. Kate se graduó en mi año, así que es una locura verla con Cal. Se está haciendo tan
grande. —Los dos nos quedamos en silencio durante unos minutos más, Damien pasa los dedos por mi
cabello con el movimiento más relajante y ambos nos perdemos en nuestros pensamientos.

Hasta que una vez más rompe el silencio.

—¿Quieres niños? —Pregunta en voz muy baja, y mi cuerpo se tensa por los nervios. No estoy segura
de cómo responder o si debería darle una respuesta falsa más fácil. No porque no crea completamente en
la respuesta que estoy a punto de dar, sino porque la sociedad ha decidido que si eres una mujer en edad
fértil y no te empeñas en reproducirte, la gente rápidamente asume que hay algo mal contigo.

Aun así, suspiro antes de responder.

—No. —Su ceño se frunce.

—¿No?

—Nop —digo, haciendo estallar la “p” y distrayéndome trazando un camino de pecas que puedo ver
en un parche de luz de luna en su pectoral con mi uña.

—Es… ¿Hay alguna razón? —Pregunta, y lo admito, esto es nuevo. Alguien rara vez pregunta por qué
antes de saltar por mi garganta, diciéndome lo sola que estaré cuando sea vieja o que es algo de lo que me
arrepentiré. Cómo en cuatro o cinco años, mi “reloj” comenzará a correr como si fuera una especie de
programa de computadora, y tendré que luchar para encontrar a alguien que acceda a darme hijos
amablemente.

Como si eso fuera todo lo que una mujer podría tener para vivir.

—Simplemente no los quiero. —Me encojo de hombros y luego ruedo sobre mi espalda—. Los niños son
geniales, pero lo consumen todo. Mi hermana tuvo que criarme porque nuestros padres apestaban. No es
que piense que alguna vez sería así, pero no suena… atractivo. Tener toda mi vida dictada por un pequeño
humano. —Miro a Damien, medio asustada por lo que voy a ver.

Incluso Richard no entendía esto sobre mí.

Estaba dispuesta a cambiar por él, a intentarlo por él.

Pero Damien no parece confundido. En cambio, la intriga juega en su rostro.

Sigo hablando, mi ansiedad sacando lo mejor de mí.

—Estoy emocionada de ser la tía genial. Me encanta ser eso para los hijos de Aut y los dos de Kate.
¿Pero una mamá? simplemente no creo… no es para mí.

—Entonces, ¿qué quieres en su lugar? —Pregunta, la curiosidad en su voz.

Y de nuevo, porque está oscuro y estoy en un lugar cómodo y familiar, y estoy llena de amor de mi
familia, le digo.

—Deseo… amor. Y quiero pasión. Excitación. Quiero viajar y gastar mi dinero en zapatos caros en lugar
de pañales. Quiero poder levantarme e irme si quiero sin preocuparme por las escuelas y los pediatras y lo
que sea.

Y debido a que la habitación está oscura y las paredes no tienen oídos, termino mi pensamiento,
diciéndole a Damien la parte que me ha gustado mucho desde que tenía cinco años.

Nunca he confesado esto.

Ni a Hannah, ni a Cami, ni a Kat.

—Quiero que un hombre esté absolutamente loco por mí. —Tomo una respiración profunda, dejando
que la oscuridad sea un escudo—. Mi papá dejó a mi mamá cuando nací. Los niños eran demasiado trabajo
y le dejaban poco tiempo. Que… rompió a mi mamá. Quería que él se consumiera amándola, que fuera su
sol y su luna. Pero cuando ella no pudo dedicarse completamente a él por nuestra culpa, él la dejó por otra
mujer. Ella nos culpó por eso.

Los dedos de Damien se mueven a mi cabello, peinándolo hacia atrás, una acción calmante, pero sin
interrumpir mi línea de pensamiento.

—Hannah no es como ella. Siempre quiso dar cada fragmento de sí misma al resto del mundo. Siempre
quiso ser todo para alguien, para los niños, para su esposo. Es desinteresada, empática y compasiva. Ella
nació para ser mamá.

—¿Y tú? —Mi lengua se mueve, humedeciendo mis labios, los nervios toman el control.

—Soy como mi mamá —le digo en un susurro. Ahí está. Mi miedo más profundo.

Aquí con este hombre, en la comodidad de la oscuridad y en una habitación familiar, lo confieso todo.

—Quiero darle todo a un hombre y dejar que me consuma. Quiero caer tan fuerte que no sepa dónde
está la cima. Quiero ser egoísta, y quiero ser suya y sólo suya. No quiero compartir. Soy como mi mamá,
porque creo que una pequeña parte de mí se molestaría con un niño por quitarme esa posibilidad.

La verdadera razón por la que Richard me destripó fue precisamente esta. Le di todo, tiempo, amor y
trabajo, esperando recuperar eso. E inventé excusas de por qué no lo hizo, por cuatro años. Me dije a mí
misma que una vez que estuviéramos casados, cambiaría. Que una vez que se hiciera socio sería diferente.
Pero ahora veo que eso era una mierda.

Saber que podría haberme perdido en ese hombre, sabiendo que ya había comenzado a perderme en
él, es aterrador. Y sabiendo que un hombre permitió que eso sucediera, que me vio dar y dar y dar hasta
que fui una cáscara de una persona diseñada para cumplir con sus requisitos, merece que le enseñen una
lección.

Pero la verdad es que saber que tengo ese veneno en mí, saber que tengo la capacidad de perderme
en un hombre y ser diezmada por él me cimenta aún más para no querer tener hijos.

—Yo tampoco quiero hijos —dice, su voz es un susurro, y me pregunto si él siente la misma paz en la
oscuridad que yo—. No quiero traer más niños a este mundo. Veo día tras día los horrores del mundo. Qué
mierda puede ser la gente, qué tan bajo puede llegar la gente. Algunos días, miro el archivo de un caso y el
futuro se siente jodidamente sombrío. No puedo traer un niño al mundo sabiendo que eso está ahí afuera.

No contesto porque no sé cómo hacerlo. Todos los novios de la universidad pensaban que estaba loca,
que no quería tener hijos. Incluso Richard lo cuestionaba de vez en cuando, a pesar de que aparentemente
sabía que nunca llegaríamos tan lejos.

—Cuando te vi con esos niños hoy, pensé con seguridad que este era nuestro final.

Nuestro final.

Nuestro final.

Sus palabras resuenan en mi mente porque ¿dónde fue nuestro comienzo?

Nuestro comienzo empezó de una manera de la que no estoy orgullosa, y no sé cómo desenterrarme.

—¿Por qué?

—Amas a esos niños.

—Eso no siempre es suficiente —digo, con una pizca de irritación acercándose.

—Sé eso. Estoy de acuerdo. Yo solo… Es raro. Una mujer tan amable y hermosa como tú en la misma
página que yo.

—Sí, bueno, soy una en un millón —digo sarcásticamente, alejándome. Su brazo en mi cintura me
detiene, girándome para mirarlo y apartando el cabello de mi cara.

—Lo eres, rubia. Lo veo cada vez que estoy contigo. No necesito niños ni nada más para ser feliz
contigo. Eres tú. Tú me haces feliz. Haré lo que sea necesario para demostrártelo.

VEINTIUNO
27 de noviembre
Abbie


—Está bien, ayer fue un caos, pero eso no es nada comparado con lo que verás hoy —digo mientras
conducimos las pocas manzanas hasta la casa de Hannah y Hunter en la mañana de Acción de Gracias.

—No tienes que advertirme, rubia. Entiendo cómo funciona la familia —dice entre risas.

—Esta es una familia drogada —digo, mordiéndome el labio—. Yo no tengo mucha familia, pero Hunter
sí. Y con Hannah viene Sadie, que es genial y básicamente una hermana mayor, pero más caótica que yo.
Él levanta una ceja en plan “¿es eso posible?” y lo golpeo con mi cartera—. ¡Cállate! —Se ríe, y es
profundo, y eso me encanta.

Esta comodidad.

Esta diversión.

—¿Quién más, rubia?

—Está bien, entonces Mags estará allí porque ama a Hunter y básicamente nos crio a Hannah y a mí. Y
porque Mags estará allí, la familia de Luna estará allí.

—¿Luna?

—Dirige el bar del centro, la sobrina de Mags. Entonces Luna viene con sus padres, que están locos, y
dos hermanos, Zander y Ace. Ace está en una banda, Hometown Heroes.

—He oído hablar de ellos. Me gustan.

—Síp. Bien, entonces Luna está comprometida con Tony, de quien ha estado enamorada desde que
tenía cinco años porque es el mejor amigo de Zander.

—Este pueblo es muy… entrelazado. —Los ojos de Damien se deslizan hacia mí mientras desenredo la
lista de invitados para él, y una sonrisa juega en sus labios.

—Oh, es absolutamente incestuoso. Hace unos años, descubrimos que Hunter y Autumn tienen una
media hermana, Jordan. Llegó a la ciudad y se enredó con Tanner, propietario del sitio de construcción en la
ciudad y también es el mejor amigo de Hunter. Así que ellos también estarán aquí.

—¿Y Tanner traerá…? —Él se está dando cuenta.

—No estoy segura. Probablemente sus padres. Tiene un hermano mayor que se mudó y abrió una
tienda de tatuajes en la costa, pero nunca regresa a su casa en Hills. No sé por qué nunca regresa, pero
dejó atrás el negocio familiar cuando lo hizo. Fue todo un asunto.

—¿No sabes por qué?

—No lo sé todo, Damien. —Digo con una risa mientras se estaciona frente a la casa de Hannah. Ya hay
cinco autos estacionados afuera.

—¿Estás segura de eso? —Pregunta con una sonrisa.

—Soy una hermana pequeña. Escucho el drama, absorbo el drama y almaceno el drama hasta que
necesito usarlo para mi beneficio —digo, y él se ríe.

—Ahh, lo tengo. Bueno, estoy emocionado por tu caos. —Pongo los ojos en blanco.

—Es hora —digo, inclinando mi cabeza hacia la puerta principal donde dos niñas pequeñas están de
pie con pijamas a juego, la mayor cargando a Colin en su cadera con su propio conjunto de pijamas
complementario.

En lugar de salir del auto, Damien levanta una mano, la desliza sobre mi clavícula expuesta en el
suéter que llevo puesto y la mueve lentamente hacia mi cuello.

Se queda allí, descansando, y yo le sonrío.

—Te gusta hacer eso, ¿no?

—¿Mmm? —Pregunta, mirándome como si no estuviera escuchando.

—Mi cuello. Lo sostienes mucho, incluso cuando no estamos… ya sabes —digo y maldita sea si no me
sonrojo. Él sonríe con esa sonrisa de sabelotodo y engreído que me hace desear haberlo conocido cuando
era más joven y posiblemente más engreído antes de responder.

—Sí, me gusta eso —dice—. El latido de tu corazón está ahí. Me gusta sentirlo en la palma de mi mano.
Nunca conocí a nadie tan vivo, Abigail —dice.


La comida es tan caótica como uno podría suponer. El señor Davidson casi se peleó con el padre de
Tanner, resultando que Maggie echara a todos los hombres de la casa para “ir a construir un fuego o algo
así”.

Funcionó, porque luego, cuando los niños grandes se pusieron un poco inquietos esperando la cena,
Hannah los mandó fuera con utensilios para hacer malvaviscos y palitos, porque en realidad habían
encendido una fogata.

Luego todos nos sentamos para la gran comida, tres mesas largas llenando el comedor gigante y una
mesa para niños dominando la sala de estar donde Autumn puso Frozen. (A lo que Cal exigió que la
próxima vez pudieran “ver una película de ‘chicos’ o fútbol o algo bueno”. Rosie le dijo que se callara, lo
cual, para sorpresa de todos, hizo, conformándose con comer relleno y mirando la televisión.)

Una vez que todos nos sentamos, Maggie hizo su tradición de no dejar que nadie comiera antes de ir
alrededor de la mesa con algo por lo que estamos agradecidos.

—Jesucristo, Mags, no esta mierda otra vez —se había quejado el señor Davidson de su indignación
anual contra la tradición de Mags.

—Cállate. Es dulce.

—¡Tengo hambre!

—Puedes esperar cinco apestosos minutos —dijo la madre de Luna, y mis ojos se encontraron con los
de Sadie al otro lado de la mesa, los suyos cómicamente llenos de humor.

Se sentía… normal.

Como en familia.

Familia disfuncional, pero familia al fin y al cabo.

—Iré primero —había dicho Damien, y todo mi cuerpo entró en estado de shock. Los ojos de Sadie se
abrieron de un modo diferente, intrigados, pero mi cabeza ya estaba girando hacia mi cita—. Parece
apropiado, dar gracias primero, ya que fui amablemente invitado.

—Será mejor que vuelvas el año que viene también. Es bueno tener nuevos dulces para los ojos por
aquí —dijo Maggie, y todos gemimos.

—¡Dios, Mags! —Hannah resopló.

—Solo me alegro de que no esté enfocada en mí —dijo Hunter en voz baja, y me reí, porque no estaba
equivocado: a Maggie le encanta coquetear con mi cuñado, intentando hacerlo sentir lo más incómodo
posible.

—¡Deja que el hombre hable para que podamos terminar con esta mierda! —Dijo el señor Davidson, y
su esposa lo abofeteó. Creo que se quejó del golpe, y la señora Davidson definitivamente se burló de él por
ser “un bebé grande”, pero yo estaba demasiado perdida en Damien.

—Solo quería agradecerles a todos por abrir los brazos para dejar entrar a un extraño. Son una gran
multitud. Abigail me ha estado contando historias sobre su hogar durante semanas y es agradable poner
caras a los nombres. Este año, estoy agradecido de estar sentado aquí con todos ustedes, a punto de
comer una comida increíble. Pero, sobre todo, me siento honrado de tener a una mujer hermosa del brazo.
—Su brazo se movió para atraerme hacia él a pesar de que estábamos sentados en sillas plegables de
mierda, y besó mi cabello.

Fue precioso

Y dulce.

Y tan inesperado.

Y cuando mis ojos se encontraron con los de mi hermana, la media sonrisa que tenía en los labios lo
decía todo.

Estás hundida hasta el cuello.


Horas más tarde, estoy sentada afuera cerca del impresionante fuego en el patio trasero de Hannah
«resulta que Tony y Zander, no del todo Boy Scouts, fueron los que finalmente iniciaron el fuego»,
demasiado llenos y charlando con Kate.

Me cuenta cómo Dean y Zee ayudaron a llevar a los Bulldogs de Springbrook Hills al estado este año y
cómo ella y Dean están trabajando en el proceso para que Dean adopte formalmente a su hijo, Cal.

Mientras vemos cómo Dean intenta encajar un balón en los dedos de Colin, Cal aplaude cuando “lo
lanza”, Damien se acerca, me tiende la mano y me ayuda a levantarme.

—Odio hacer esto, pero tiene que llegar a casa —dice, mirando a Kate y luego a mí—. Vamos, naranja.
Vamos a llevarte de vuelta a Long Island. —Las palabras son bajas, amortiguadas casi cuando presiona sus
labios, tocando la parte superior de mi cabeza—. Tienes que madrugar.

Con sus palabras, los ojos de Kate se entrecerraron, la confusión se mezcló con…. felicidad, tal vez, y
aclaro.

—Black Friday —digo encogiéndome de hombros—. Tengo que estar en la tienda como a las 4 a. m. y
es un viaje de una hora de regreso a la ciudad. —Inclino mi cabeza de nuevo hacia Damien—. Además,
tienes que volver a tu casa, ¿sí? —Pregunto.

—Me quedo en la tuya esta noche. —Su voz baja y solo para mí mientras sus labios presionan mi sien.

—Nosotros también deberíamos irnos —dice Kate, poniéndose de pie y acercándose a sus hijos—.
¿Estarás en casa para Navidad? —ella me pregunta.

—Ese es el plan.

—¿Y tú? —Pregunta la jodida entrometida Kate a Damien con una sonrisa arrogante. Camareros y
baristas y su necesidad de dirigir las relaciones humanas. La fulmino con la mirada, pero ella se limita a
sonreír.

—Ese es el plan —dice Damien, y estoy tan sorprendida que no puedo hacer mucho más que besar y
abrazar a Kate antes de hacer nuestras rondas de despedidas. Pero todo el tiempo, mi mente está en la
afirmación de Damien de que estará aquí en Navidad.

Pero eso sería después de la fiesta.

Después de que las cosas se desmoronen.

Esto se está volviendo tan confuso.

Porque para algo que ambos acordamos que sería casual, se siente cada vez menos por momentos.

Y aunque no estoy ni un poco enojada por eso, no puedo evitar sentir el temor inminente que se
acumula a mi alrededor cada día.

VEINTIDÓS
2 de diciembre
Abbie


Estoy en el apartamento de Damien.

Esa no es la parte interesante. He estado en el apartamento de Damien más de un puñado de veces
en el último mes.

La parte nueva es que Damien no está aquí en su apartamento.

Quiero decir que se siente raro, que es incómodo.

No lo es.

Me siento… en casa.

Esa podría ser la parte más extraña. Lo raro que esto no se siente.

Salí con Richard durante cuatro años y nunca me sentí en casa allí. Era un lugar en el que siempre
pensaba que tenía que comportarme lo mejor posible: hacer algo, limpiar algo y vestirme de punta en
blanco...

Y seguro que no me dijo que quería que lo esperara en su casa después del trabajo porque había
tenido un día de mierda.

En ese momento, ni siquiera sabía que ese sentimiento era extraño.

Hoy, Damien me preguntó si quería pasar la noche. Teníamos una cita planeada, pero su trabajo se
extendió más allá de la hora de la cena.

—Aún quiero verte en la noche —me dijo durante una pausa en el tribunal—. Pero cuando salga de
aquí, tengo que volver a la oficina, tomar algunas cosas y hacer algunas llamadas. No sé cuándo saldré.

—En serio, está bien, Damien —dije—. Podemos quedar otro día.

—No estás escuchando, naranja —Su voz me hizo una pausa. No estaba enfadado, pero era firme. Las
palabras que decía, quería que las escuchara, que las entendiera—. Te estoy diciendo que estoy teniendo
un día de mierda. Un largo día de mierda. Te digo que no puedo salir, pero que tengo muchas ganas de
verte. Te pido que estés en mi casa cuando llegue. —Dejó de hablar, pero no retomé la conversación,
permaneciendo en silencio.

Confundida.

—Mira, si no estás cómoda…

—No. No, Damien, no es eso. Es que… nunca he hecho esto. Es nuevo. —Era su turno de silencio, pero
fue un silencio que rompió.

—Ya investigaremos esa mierda más tarde. Tenemos que cubrir toda la mierda loca que tu ex te metió
en la cabeza uno de estos días. Repasar cómo podemos arreglarlo. Pero hasta entonces, ¿puedes estar en
mi casa?

—Sí, Damien. Puedo hacerlo —había dicho, porque ¿qué otra cosa se puede decir en esa situación?

Esto nos lleva al ahora. Ahora, estoy aquí en el apartamento de Damien, esperando que llegue a casa.
Salí del trabajo, y me indicó que le avisara cuando estuviera lista para salir, porque planeaba enviar un
auto a buscarme.

Y lo hizo, cuando le envié un mensaje de texto diciendo que tenía una bolsa de viaje y estaba lista
para irme, él tenía un auto negro fuera de mi edificio en diez minutos.

Así que estoy aquí, en pánico, porque ¿qué se supone que debo hacer?

Ahora mismo, parece que cuando se me presentan inseguridades y confusión en torno a una relación,
caigo en viejos hábitos.

Hice la cena: espaguetis y albóndigas, la receta de albóndigas que Hannah perfeccionó cuando aún
éramos niñas. Horneé las mejores galletas del mundo (también con la receta de mi hermana).

Incluso limpié, notando que su apartamento era una especie de tornado. Sé que el caso en el que está
trabajando ahora y el de Sharon se han apoderado de su vida. Ha estado estresado ya que la mayoría de
las cosas tienen que estar terminadas antes de las vacaciones o de lo contrario se enfrentarán a un receso
prolongado por las fiestas y las vacaciones.

Se nota en el aspecto de su apartamento, típicamente inmaculado.

Con todas las opciones de cocina y limpieza para ocupar mi mente nerviosa, me he quedado sentada
en su sofá (que he aspirado) con unos leggings y una camiseta de gran tamaño, la salsa y las albóndigas
cocinándose a fuego lento mientras espero.

Y todo me resulta tan familiar.

Una noche tardía, mi incesante necesidad de hacer la vida de un hombre más fácil.

Trabajando como una loca en mi tiempo libre para hacer pequeñas cosas que demuestren que me
importa.

Rezando en secreto para que cuando llegue a casa, se dé cuenta de ellas. Que se sienta agradecido o
apreciado. Que vea mi valor, que soy alguien que debería tener cerca.

Dios, soy tan patética.

Sobre todo, cuando me doy cuenta de lo poco que le importaba al último hombre. Darte cuenta de que
has sobrevivido con restos de afecto y te has convencido de que una comida completa puede ser la
experiencia más reveladora y humillante del mundo.

Y cuando oigo la llave girar en la puerta, estoy lista para ser golpeada con la realización de nuevo.

Aunque, me digo, al menos esta vez no importará tanto. No dolerá tanto. Esto no importa, ¿verdad?
Esta farsa de relación no puede hacerte daño.

Tal vez si me digo eso lo suficiente, se hará realidad.

—Cariño, estoy en casa. —Damien entra por la puerta con una sonrisa, su abrigo de invierno tapando
el traje que sé que hay debajo y un maletín en la mano.

En su otra mano hay flores.

No son flores caras envueltas en celofán. Son flores de bodega, claveles y velo de novia y follaje, y
parecen un poco secas, pero maldita sea.

El hombre me compró flores.

Me compró flores camino a casa desde el trabajo después un día terriblemente largo, parando en una
bodega al azar en la calle porque… ¿qué? ¿Quería sorprenderme? ¿Pensaba en mí?

Me pongo de pie, caminando hacia él, encontrándome con él a mitad de camino, y tiene una sonrisa
tonta y alegre que no creo haber visto antes. Apenas oculta la mirada de agotamiento en sus ojos, pero
cuando deja caer el maletín al suelo con un fuerte golpe y me rodea la cintura con un brazo frío para
atraerme, no me importa.

Cuando sus labios chocan con los míos, lo único que puedo pensar es que esto estaría bien. Sería una
forma jodidamente fantástica de terminar cada día.

El beso es corto, sólo un dulce saludo antes de retirarse.

—Te he traído esto. Parecen una mierda. Eran las únicas que quedaban, pero… aquí —dice, esbozando
una sonrisa infantil y mostrándome las flores.

—Son… perfectas. —No sé cómo reaccionar.

La última vez que me regalaron flores, mi hermana las llevó a mi graduación de la universidad, donde
ella y Sadie gritaron tan fuerte cuando dijeron mi nombre, que estuve roja durante una hora.

—Pareces agotado —digo con una pequeña y nerviosa sonrisa, echando hacia atrás el mechón de
cabello que le cae sobre la frente cuando se pasa la mano por el cabello.

—Lo siento. Siento haber tenido que cancelar los planes de esta noche. Simplemente no tengo ganas.

—Para. Estás bien.

—¿Qué es ese olor? —Pregunta, dando un paso atrás y moviéndose para quitarse la chaqueta. Tomo
las flores y me dirijo a su cocina para buscar una taza o un jarrón donde ponerlas.

—Yo… uh… ¿Hice la cena? No estaba segura de hasta qué hora llegarías a… —Casi me sorprendo
diciendo “casa” y me detengo—. Aquí. Así que elegí una comida fácil que pudiera simplemente… ya sabes,
calentar. —Me arde la cara de incomodidad y un poco de vergüenza mientras lleno una taza alta de agua y
coloco las flores dentro.

¿En qué estaba pensando?

Ha sido una idea terrible.

Debería haberme sentado en su sofá y haber pedido comida para llevar cuando llegara a casa. Sin
embargo, no hay forma de ocultar esto, así que me dirijo a la estufa. Al poner el agua a hervir, miro hacia
abajo, notando los calcetines peludos en los que tengo metidos los leggings, ganando una vez más mis
dedos fríos.

Dios mío, al menos podría haberme puesto algo más sexy. Debería haberlo dejado entrar en el
apartamento conmigo tumbada en su sofá sin más ropa que un osito.

O desnuda.

Literalmente, cualquier cosa sería mejor que…

—¿Me has hecho la cena? —La voz es un estruendo contra mi espalda mientras su brazo rodea mi
cintura.

—Son sólo… albóndigas. Y salsa. Nada del otro mundo. También puedo ahorrármelo, pedir comida para
llevar. —Me hace girar y trato de no mirarlo a la cara.

—Me has hecho la cena. —Asiento, y él mueve la cabeza, mirando alrededor de su espacio—. ¿Has
limpiado? —Se me cae el estómago.

—Te juro que no he tocado nada personal. Sólo aspiré y ordené. Organicé tu ropa sucia y empecé una
carga, pero comprobé todas las etiquetas, me aseguré de que no había nada…

—Jesús, rubia, ¿me lavaste la ropa?

—Te prometo que no fue raro. Yo sólo… Sabía que habías tenido un par de días difíciles. —Deja caer su
frente sobre la mía y respira mi aire. Dando un paso atrás, me aleja de la estufa hasta que mis caderas
chocan con la encimera de la isla. A pesar de su cálido apartamento, el mármol está frío incluso a través de
mi gruesa sudadera.

—¿La cena puede esperar? —Pregunta.

—¿Qué?

—La cena. Has dicho que es fácil, que se puede calentar. ¿Puede esperar? —Estoy muy perdida, su olor
y su cercanía me confunden.

—Yo no… ¿Esperar?

—Treinta minutos, una hora. ¿Puede esperar, Abigail? —Esta vez las manos en mis caderas se mueven
para atraerme hacia él, y lo siento entonces, presionado en mi vientre. Está duro.

El calor corre por mis venas, y sus manos en mis caderas me agarran, levantándome sobre el
mostrador. Estamos casi cara a cara, y cuando se mueve para reducir la distancia entre nosotros, me doy
cuenta de que su dureza está justo en mi centro.

—Oh —digo.

—Sí, oh —Su cabeza se inclina hacia abajo, y pellizca la línea de mi mandíbula, obligándome a respirar
—. Entonces, ¿la cena puede esperar? Joder, quince minutos. Es todo lo que necesito, rubia. —Su nariz
traza la línea de mi cuello, su boca respira en mi oído—. Te comeré aquí mismo en esta encimera, te haré
gritar mi nombre, y luego me correré de nuevo mientras te follo de pie.

No digo nada.

No puedo decir nada.

Nunca me he sentido así con ningún hombre de mi edad.

Es como si los años extra hubieran vuelto a este hombre salvaje, le hubieran ayudado a aprender el
cuerpo de una mujer, las señales y los cambios sutiles. No le costó nada aprender lo que el mío necesita, lo
que anhela, y cómo dárselo.

—Rubia, respóndeme —murmura en mi oído, metiendo el lóbulo en su boca y chupando. Dejo escapar
un suspiro tembloroso porque lo que más ansío de él es esa maldita boca suya.

—Tendrás que apagar el agua —digo y luego me aclaro la garganta de la excitación que siento que la
recubre—. Está a punto de hervir —Sonríe, no es algo que vea sino que siento contra mi piel antes de
volver a pellizcarme y retroceder, dejándome aturdida y sentada sobre la encimera.

—No te muevas —dice de espaldas mientras yo muevo las manos hacia el mostrador para bajarme. Me
detengo en el lugar, hiperconsciente del frío que hay debajo de mí y de mi piel acalorada. Se acerca a la
estufa, gira el dial hasta que se apaga, y luego vuelve a acercarse a mí, se quita la chaqueta del traje y la
coloca en un taburete de la barra.

Mis ojos siguen sus manos cuando se dirigen a su puño, desabrochando el botón y moviéndose hacia
el brazo opuesto. Lentamente se acerca a mí, se desata la corbata, la deja a un lado y empieza a
desabrocharse la camisa. Cuando llega al último, todavía está a unos metros de mí, y no puedo evitar
seguir contemplando su aspecto. Bronceado y perfecto. Se cuida, pero también se divierte, y eso se nota.
Jodidamente me encanta.

Con un pie todavía entre nosotros, la camisa se desprende completamente de su cuerpo hasta que se
queda ante mí sólo con sus pantalones de trabajo, un rastro oscuro y feliz sobre el que me gusta pasar la
lengua que desaparece en la cintura, su erección gruesa bajo la tela.

Una sacudida me recorre, fuego, electricidad y necesidad.

Él sonríe, notando todo lo que hace mi cuerpo, como siempre, antes de cerrar la brecha. Una mano se
dirige a mi nuca, agarrando el cabello y tirando suavemente hacia atrás hasta que miro a su cara.

Sus labios tocan el punto entre mis cejas como a él le gusta y luego pasan a besar mis labios, y el
suave beso y el lento deslizamiento de su lengua contra la mía contrastan con lo que estoy sintiendo.

La mano que no está en mi cabello se mueve hacia mi rodilla, deslizándose lentamente hasta que su
pulgar roza la costura de mis leggings, presionando, y suspiro en su boca antes de que se mueva.

—Mi chica, siempre lista para mí —dice, un susurro en mi oído antes de que su boca descienda por mi
cuello, mordiendo, lamiendo y chupando.

—Sí —respiro, mi mente ya ha desaparecido mientras su pulgar frota círculos suaves contra mi clítoris.
La tela rechina contra la piel sensible y gimo, sus dientes muerden donde mi cuello se une a mi hombro.

—Apuesto a que ya estás empapada para mí, ¿no? —Mis caderas se mueven, se agitan, intentando
que su mano haga más, cualquier cosa que me acerque al paraíso—. Contéstame. ¿Estás mojada para mí?
—No dudo, ya conozco bien este juego de obediencia y recompensas.

—Sí, Damien. Estoy mojada para ti. Dios, por favor.

—Por favor, ¿qué, cariño? —Su pulgar frota más fuerte, y yo grito. Estoy bastante segura de que podría
correrme así, nada más que su pulgar sobre la tela y su boca en mi cuello.

—No pares —susurro, volviendo a moverme con él, para conseguir más.

Y, por supuesto, como Damien nunca hace lo que le digo, se detiene, dando un paso atrás con una
sonrisa. Pero su mano permanece en mi cuello, evitando que me incline hacia delante.

Manteniéndome segura, siempre.

Una vez que estoy firme «enfurruñada, pero firme», pone los pulgares de ambas manos en la cintura
de mis leggings.

—Las manos hacia el mostrador, nena. Levanta las caderas, ¿sí? —Hago lo que me pide, y él arrastra
la tela negra por mis caderas, soltando un pie, pero sin preocuparse del otro. Esas manos se mueven desde
mis rodillas, subiendo por el interior de mis muslos, abriéndome hasta que me exhibo sólo para él, el aire
frío golpeando mi coño y obligándome a apretarme.

—Dios, mi putita, ¿sin bragas? —pregunta con una sonrisa, un pulgar recorriendo mi centro. No puedo
evitar soltar un gemido cuando arrastra la humedad hacia arriba, rodeando ligeramente mi clítoris.

—Damien…

—¿Qué? ¿Qué quieres, cariño?

—Te quiero… a ti. Dios.

—¿Mi dedo? —Pregunta, y entonces un dedo se desliza dentro, arrastrándose contra mi punto G
mientras vuelve a salir.

—¡Dios! ¡Sí!

—Oh, ¿eso es lo que quieres? —Repite la acción con un segundo dedo, bombeando dos veces esta vez
antes de sacar y rodear mi clítoris de nuevo.

—¡Ahh!

—No, quiero hacer otra cosa, supongo. —Gimo de decepción, ya al límite, y muevo las caderas. La
mano que me mantiene abierta se levanta y me golpea rápida y bruscamente en el interior del muslo,
haciéndome gemir de nuevo. La sensación se extiende hasta mi clítoris, palpitando allí con dolorosa
necesidad—. Quédate quieta, Abigail —dice, y entonces se mueve, tomando una rodilla hasta quedar cara
a cara con mi coño.

Joder, joder, joder.

Grandes manos se mueven, estirando mis caderas casi dolorosamente hasta que estoy abierta y al
borde del mostrador.

—Pon tus manos aquí, ábrete para mí, y no te muevas mientras te como el coño —gruñe, con los ojos
clavados en los míos.

Hago lo que me pide.

—Qué buena chica, Abigail —me dice, pero las palabras son tan bajas que casi creo que son para su
beneficio.

No tengo tiempo de pensar en el significado o la intención cuando su lengua se aplana contra mí,
arrastrándose desde mi entrada hasta mi clítoris, donde chupa con fuerza.

El sonido que sale de mí es absolutamente salvaje.

Su cabeza se mueve un momento y me mira mientras yo lo observo con los ojos encapuchados.

—Eso es, nena. Haz ruido. Dile a tu hombre que te gusta lo que lo que le está haciendo a este cuerpo.
—Y entonces vuelve a trabajar, follándome con su lengua, rozando mi clítoris con sus dientes,
devorándome.

—¡Joder! ¡Damien! Oh Dios, es tan bueno. Eres tan bueno, cariño. —Gimo, sin apenas sentido, pero mis
palabras provocan un gemido de él, las vibraciones contra mi clítoris suben por mi columna vertebral
donde se asientan, cálidas y líquidas.

Y cuando toma los dos dedos de antes y los desliza dentro de mí, dándome lo que necesito, grito,
moviendo las caderas para acercarme, tambaleándome en el borde del mostrador, y una mano deja mis
muslos para agarrar su cabello.

Hasta que se detiene.

Y se levanta.

Y yo gimo con la pérdida.

Su mano se desplaza hasta mi garganta, sujetándome allí y mirándome fijamente a los ojos.

—Sé una jodida buena chica, Abigail, y mantén esas piernas abiertas para tu hombre mientras hago
que te corras en mi cara, ¿sí?

Un pequeño gemido cae de mis labios, y una sonrisa juega en sus labios mojados.

Mojados por mí.

—Acepta, nena, y haré que te corras en mi cara.

—Sí, Damien. Te lo prometo. Por favor, ¡Dios!

No dice nada, sólo vuelve a arrodillarse, esperando que mis manos vuelvan a mis muslos. Cuando lo
hace, sigue mirando fijamente, esperando que los separe a esa anchura casi dolorosa, el dolor sólo
aumenta mi placer.

Y entonces su cara vuelve a estar entre mis piernas, devorándome, gimiendo contra mí. Por mucho
que quiera acercarlo, usar su cara, no lo hago. Me comporto. Mantengo las piernas abiertas y dejo que me
devore.

Tres dedos se unen ahora, follándome mientras come, y estoy insoportablemente cerca. Él lo sabe, los
ruidos que salen de mí son inhumanos, y yo gimo su nombre. Su mano viaja suavemente hacia mi
sudadera, encontrándome sin sujetador y haciendo que otro gemido caiga de sus labios en mi coño. Y
mientras me sostiene la mirada, pellizcando un pezón con fuerza, chupando mi clítoris con fuerza y
flexionando sus dedos, me da el permiso no verbal que necesito para explotar, gritando su nombre.

Mis ojos permanecen abiertos, pegados a los suyos, mientras sigo corriéndome y me corro y me corro,
con luces bailando en mis ojos. Mi cuerpo sigue temblando mientras él lame y pellizca, ralentizando los
empujones de sus dedos, pero sin detenerse del todo hasta que está de pie frente a mí.

—Puedes soltarte, nena —susurra con una sonrisa contra mis labios, y ni siquiera me había dado
cuenta de que aún me mantenía abierta. Mis manos se dirigen a su cuello, mis piernas se enroscan en sus
caderas y lo beso con fuerza, saboreándome en su lengua. Cuando se retira, una mano húmeda está en mi
barbilla y me obliga a mirarlo a la cara—. Eres jodidamente perfecta. —Y entonces sus manos están en mis
caderas, sacándome de la encimera y subiendo para despojarme de la sudadera. Me hace girar, moviendo
suavemente las manos sobre mi piel a pesar de que sé que su cuerpo está impaciente.

»Ahora voy a follarte, nena —dice, forzando mis caderas a golpear de nuevo el mármol, ahora caliente
por mi trasero, antes de que su mano esté en el centro de mi espalda, presionando firmemente hasta que
me doblo. Sigue empujando hasta que toda mi frente está sobre el frío mármol, con la cabeza hacia un
lado.

»Dios, eres tan bonita, tumbada ahí, esperando mi polla. —El sonido de un cinturón metálico llena la
habitación, y pronto siento la gruesa cabeza de su polla rozando mi hinchada entrada—. ¿Vas a follarme
como una buena chica, Abigail? —Gimo mientras me clava la cabeza—. Voy a follarte con fuerza, nena. Te
vas a correr otra vez porque te gusta cuando te trato como mi puta, ¿sí? ¿Cuándo te follo para mi placer?

Mi respiración sale entrecortada, audible contra el mostrador.

—Sí, Damien —digo, las palabras en voz baja, pero sé que las oye.

Lo sé por su siguiente movimiento.

—Joder sí, lo haces —dice, y luego me golpea con un gruñido. Grito, mi cabeza se mueve hacia atrás
mientras él se desliza a través de los tejidos hinchados, golpeándome profundamente, el placer y el casi
dolor agudo—. Eso es, nena. Grita para mí.

Me golpea con fuerza, mis pies apenas rozan el suelo mientras lo hace, golpeando el dolor en mi
vientre con cada empuje. Cada empujón me hace avanzar sobre el mostrador, el duro tirón de mi piel sobre
el mármol es abrumador, el placer que se acumula en mi coño vuelve a aumentar al instante.

—¡Joder, Dios, Damien!

—Te vas a correr por mí otra vez, ¿verdad? —Pregunta con los dientes apretados, una mano se mueve
desde mis caderas para aterrizar con fuerza en mi trasero, el golpe se dirige a mi clítoris. Es como si
desquitara de su duro día en mi cuerpo como si yo fuera su escape, y me encanta.

—¡Sí! —Grito, pero necesito más. Estoy al borde, y sé que él no está muy lejos. Pero necesito más.

Él lo sabe, por supuesto.

Nunca ha habido una persona en esta tierra que pueda leerme como él. Una mano sube por mi
espalda, presionándome contra el mostrador, mientras me folla brutalmente contra él, hasta golpea mi
nuca. La mano envuelve mi cabello y tira con fuerza, mi cuello se mueve hacia atrás hasta que miro la
iluminación empotrada en su techo.

—Es tan jodidamente hermoso cuando me tomas así, nena —susurra, y entonces oigo un ruido
desconocido momentos antes de que la humedad golpee la raja de mi trasero.

Saliva.

Me escupió.

La mano en mi cadera se mueve, un dedo sigue la saliva húmeda hasta que llega a mi trasero. Su
pulgar tira de la mejilla de mi trasero hacia un lado mientras él ralentiza sus profundos y omnipresentes
empujones dentro de mí, su respiración pesada y errática.

Está muy cerca.

—Pronto —dice, y sé que está mirando mi trasero, donde su polla está desapareciendo en mi coño—.
Pronto voy a tomar este culo, nena, y vas a gritar mi nombre mientras lo hago. —Un escalofrío me recorre–.
¿Has tenido un hombre aquí antes? —Un dedo, mojado con su saliva, rodea el agujero desconocido. Sacudo
la cabeza.

—Seré el primero —dice, ese dedo continúa el círculo, sus empujones se aceleran de nuevo.

—Dios, Damien, por favor —gimo.

—Voy a follar tu culo con mi dedo mientras me follo tu dulce coño, nena, y te vas a correr por mí, ¿sí?

—Damien…

—¿Sí o no, nena? —pregunta, follándome ahora sin piedad, mi trasero rebotando contra sus caderas,
su pulgar presionando mi culo.

Me sorprende que ya me guste la sensación, que la idea de esta intrusión está aumentando mi
orgasmo, obligándome a contenerme para no llegar a la cresta.

—Joder, sí, Damien, ¡ahora! —Grito, y entonces un grueso dedo entra en mí mientras me llena, y
nunca he estado tan llena en mi vida. Grito y me aprieto, corriéndome sobre él, el mundo se vuelve negro
mientras me agito incontroladamente contra el mármol. Me agarro violentamente contra él mientras me
presiona profundamente, llenándome con su semen mientras gime fuerte, tan fuerte que estoy segura de
que los vecinos deben oírlo.

Pero no parece importarme.

El mundo ha dejado de girar, y lo único que conozco es a este hombre enterrado dentro de mí,
haciéndome entera.

Pasan largos, largos momentos hasta que el mundo vuelve a ser real de nuevo, para que la respiración
se ralentice, y para que Damien se deslice fuera de mí.

—Bien. Ahora podemos comer —dice, moviendo sus manos hacia mis caderas una vez más,
colocándome en el suelo, girando mi cuerpo y sujetándome hasta que mis piernas de gelatina dejan de
moverse.

Y entonces me río, me río mucho porque toda esta situación es una locura. Damien se agacha, se sube
el bóxer pero se aparta el pantalón y el cinturón, y entonces también se ríe, atrayéndome hacia él con
fuerza.

Y cuando sus labios se pegan a los míos, su mano se dirige a mi nuca para atraerme y mantenerme en
su sitio, los dos seguimos riendo.

Y me siento libre.


Después de la cena, estamos tumbados en su cama, con la cabeza de Damien sobre mi vientre.
Suavemente, presiona sus labios allí, la sensación es cálida y se derrite a través de mis terminaciones
nerviosas deliciosamente.

—Gracias, naranja —dice, mirándome. Me encanta cómo este hombre me mira como si fuera
impresionante y hermosa, a pesar de estar en un moño desordenado, con la cara limpia y lista para la
cama. Es como si yo pudiera estar en una bolsa de papel y él siguiera ofreciéndose a comprarme diez más
de diferentes colores porque estoy guapísima con ella.

—En serio, no ha sido para tanto —le digo—. Lo siento si he cruzado algún límite. Sé que no somos…
eso, pero tuviste un día largo y yo tenía energía extra. —Me arde la cara.

—Para. No es necesario. ¿Por qué demonios ibas a sentirlo?

—Esta es tu casa. Me pediste que estuviera aquí, y yo… como que me hice cargo.

—Este lugar está limpio por primera vez en una semana. Normalmente soy mejor para mantener las
cosas ordenadas, pero los casos se han ido acumulando. Además, he estado tratando de pasar todo el
tiempo libre que tengo dentro de ti. No lo he conseguido. —Me estremezco ante sus palabras, y él se ríe.

—Sí, a mí también me gusta más eso que limpiar.

—Pero no tenías que hacerlo; no es un requisito ni una expectativa. Permíteme decirlo ahora. Cuando
te invito aquí, es sólo para poder verte cuando estoy en casa. No porque quiera que limpies.

—Me gustan ese tipo de cosas —digo, mordiéndome el labio y luchando con el impulso de apartar la
mirada—. Cuidar de la gente. Hannah lo hacía por mí cuando crecía; le encanta hacerlo ahora.

—Y tú siempre quieres ser como tu hermana —dice con una sonrisa, y yo me río.

—Tienes una memoria excelente. —Sacude la cabeza, en desacuerdo. Antes de explicarse, se mueve,
enjaulándome mientras se tumba encima de mí, con su cara sobre la mía.

—No. Presto atención a lo que me dices, eso es todo. —De nuevo, sus palabras me recuerdan lo bajo
que ha estado mi listón—. Me gusta que me cuides —dice y me acomoda el cabello detrás de la oreja como
siempre hace—. De nuevo, no digo que lo espere, pero es agradable.

—Hmm. Bueno, quizás la próxima vez que trabajes hasta tarde, me colaré y te haré la cena otra vez.
Hago una buena lasaña —digo con una sonrisa.

—Dios, ¿cómo es que sigues soltera? —Pregunta, y mi barriga se revuelve.

Entonces lo sé.

Tengo que decírselo.

Este es el momento adecuado.

Podría joderlo todo, pero no quiero hacer más daño a esto «a nosotros» de lo que tengo que hacer. Tal
vez admitir todo ahora pueda salvarlo.

—Damien, necesito decirte algo —digo, mi voz baja.

—¿Es que no estás, de hecho, soltera? —Pregunta con una ceja levantada.

—No, pero…

—¿Es que tienes hijos escondidos en alguna parte?

—No, yo…

—¿Es que eres una asesina en serie, una caza fortunas o estás huyendo? —Ahora sonríe mucho y no
puedo evitar reírme.

—Entonces estamos bien. Esta noche no. Quiero esto. Tu y yo y fácil. Dímelo otra noche en la que no
esté lleno de comida casera y tumbado en la cama con la mujer de mis sueños, ¿sí?

Mi corazón se detiene.

—¿La mujer de tus sueños? —Pregunto, con la voz baja. Damien se revuelve hasta que estamos
tumbados uno al lado del otro, sus labios presionando los míos suavemente antes de contestar.

—Oh, sí. ¿Caliente, rubia, dulce y buena cocinera? Joder, eres un sueño húmedo, Abigail —dice, y yo
me río, pero él no lo hace—. Sé que no somos eso, pero recuerda que te dije que no estaba seguro del
futuro. Que las cosas podían ir genial y que las cosas crecerían —dice.

—Hmmm —murmuro, sin querer forzar la conversación.

—Sólo digo. Vamos a superar las vacaciones y luego quizás tengamos esas grandes conversaciones.

—¿Grandes conversaciones?

—Tu gran revelación, lo que está pasando entre nosotros.

—Oh —digo, y él sólo sonríe.

—Sí, oh. Todo el próximo mes será un espectáculo de mierda con el caso de Sharon y algunos otros en
los que estamos trabajando antes de fin de año. Además de la fiesta de navidad y las compras navideñas
en general. Estoy seguro de que tu horario de trabajo es una locura este mes —dice, y yo asiento—. Así que
nos adentraremos en el caos el año que viene, cuando las cosas se estabilicen. ¿Trato?

—Trato —digo, aceptando.

No estoy segura de sí debería sentirme apaciguada o más ansiosa después de esta conversación, pero
al menos no puedo decir que no lo he intentado. Y él sabe que hay… bueno… algo. Sólo que no sabe el
qué.

Y quiere más.

Dios. Más con Damien.

—Entonces, ¿cuáles son tus planes de vacaciones? —me pregunta, y me cuesta hasta la última
sinapsis en mi cuerpo para no confesar, a pesar de mi intento fallido antes.

Va a preguntar.

No sé cómo lo sé, pero sí sé esto. Sé lo que viene después.

Con eso en mente, respondo cuidadosamente.

—Vuelvo a Springbrook Hills para el día de Navidad. La tía Santa tiene que llevar su gran bolsa. —Su
sonrisa se estira y puedo sentirla en mi piel desnuda. Parece más joven, no de 42 años, y seguramente no
es un abogado de alto nivel.

—Por supuesto. Debes hacer realidad los deseos navideños de todos los niños y niñas. ¿Llevas un
disfraz? —Sus ojos se vuelven cálidos y suaves—. ¿Tal vez uno de esos vestiditos de Santa? —Agarro la
pequeña almohada que le gusta usar para levantar mis caderas cuando me folla aquí y le golpeo en la
cabeza con ella.

—Eres un pervertido. —Su risa es profunda, y se mueve, rodando hasta que su cara está cerca de la
mía y se cierne sobre mí. La mayor parte de su peso se sostiene en sus brazos mientras su parte inferior
me aplasta contra la cama.

—Tal vez podamos dejar eso sólo para nosotros —dice, levantando las cejas como si se tratara de una
cursilada. Me río, viendo cómo se agita con mi movimiento—. Entonces, ¿después de Navidad? ¿Y antes?

—No y no. Me tomé unos días libres, que serán mágicos porque ya estoy machacada por el ajetreo
navideño y odio la temporada de devoluciones, pero no tengo gloriosamente nada que hacer.

—¿Y el 23? —Dios, la contención que estoy usando para obligar a mi cuerpo a permanecer quieto es
casi dolorosa.

—¿Eso es un jueves? —Pregunto como si no lo supiera, como si esa fecha no estuviera marcada en mi
calendario desde hace meses.

La pregunta me produce náuseas por saber que estoy añadiendo otra capa al engaño.

—Sí. También es la fiesta de navidad de mi trabajo. Creo que lo he mencionado. —Asiento, incapaz de
hablar—. De todos modos, es algo grande, muy divertido, en Rainbow Room. —De nuevo, permanezco en
silencio—. ¿Te gustaría…? —Hace una pausa, se aclara la garganta y me toma la mano antes de entrelazar
sus dedos morenos con los míos, de color rosa.

Joder, está nervioso.

Algo en eso es más que adorable y entrañable.

—¿Te gustaría ir? ¿Cómo mi cita? —Me pregunta, su pulgar frotando caminos calmantes allí.

Debería decir que no.

Debería insistir en contarle todo.

Debería decir cualquier cosa menos lo que digo a continuación.

Porque lo que diga a continuación sella mi camino.

—Sí, Damien. Me encantaría.

El problema es que cuando digo eso, no estoy pensando en todas las razones por las que está mal; no
estoy pensando en el objetivo final o en mi plan de venganza.

Estoy pensando en entrar en una habitación de gente con la que Damien pasa todos los días,
sonriendo en su brazo, y él llevándome porque me quiere allí.

VEINTITRÉS
12 de diciembre
Abbie


—No puedo creer que estemos tan cerca. —Hablo por teléfono con Cami, me pinto los labios con una
barra de labios pálida en el espejo y los retuerzo para darles una capa uniforme—. La fiesta es la semana
que viene —dice, y suspiro, moviendo el teléfono de donde está posado entre mi oreja y mi hombro.

—No sé, Cami. Me siento... mal. —Se hace el silencio en la línea.

Conozco ese silencio.

—¿Qué quieres decir con que te sientes mal? —Su voz es casi histérica, y una parte de mí se pregunta
si ella está más involucrada en esto que yo.

Tacha eso. En este punto, sé que ella está más interesada en mi venganza contra Richard que yo.
Porque cuando recibo un mensaje de Damien, no me entran ganas de seguir adelante con mi plan: me
entran mariposas. Cuando quedamos para cenar, no estoy pensando en cómo sacar el tema de la fiesta o
de los eventos del trabajo en la conversación; estoy intentando conocerle más, escuchar más historias
divertidas sobre cómo creció en el Bronx con sus amigos.

La verdad es que me estoy enamorando de Damien Martinez, y estoy totalmente jodida porque no
creo que haya una salida fácil para esto.

No hay manera fácil de admitir mi motivación inicial para... salir con él, no hay manera fácil de decirle
que esto no comenzó como una forma de conocer a un hombre amable y cariñoso sino una forma de
vengarme de un ex de mierda.

—Pasamos mucho tiempo juntos. —El otro extremo está en silencio—. Y, Cam... Creo que me gusta. —
Digo esa parte más tenue, casi nerviosa, porque sé que Cami no estará de acuerdo con ningún cambio en
el plan.

—¿Te gusta? —Suspiro.

—Sí, Cam.

—¿Te gusta? —Suspiro de nuevo, ya agotada por esta conversación.

—Cam, para. No es así. Él es dulce. Es... bueno. Es diferente. No es como Richard. Y no merece ser el
blanco de alguna broma.

—Todos los hombres son iguales, Abbie. Todos los hombres sólo quieren una cosa: controlarte y luego
romperte el corazón. Les encanta el poder, les encanta saber que han ganado. —Sus palabras están llenas
de ira, veneno, frustraciones y venganza.

Llenas de conocimiento.

Y con lo que su ex le hizo, ella lo sabría.

—Cam, yo no...

—Confía en mí, nena. Es verdad.

—No lo es. Algunos hombres, sí. ¿Richard? Absolutamente. ¿Jason? Joder, sí. ¿Pero Damien? Él no es
así. Y soy una mierda persona por hacer esto. —Ella no responde, y me siento en mi cama, preparándome
para soltar la bomba final que destruirá todo el plan de Cami.

—Se lo voy a decir.

—¡¿Qué?!

—Voy a contarle todo a Damien. Esta noche. —Creo que lo decidí la noche en su apartamento cuando
me habló sobre la fiesta. A pesar de mi intento fallido y él diciéndome que esperara, necesito
desahogarme. La agitación en mis entrañas no vale ningún indicio de venganza.

Hay oficialmente una posibilidad real de que alguien que no sea Richard salga herido en esto. No
quiero que Damien sea un daño colateral. No se lo merece.

Así que cuando me desperté esta mañana, decidí que en algún... punto de esta noche, voy a decírselo.
Voy a poner todo a sus pies y dejar que él decida lo grande de un pedazo de mierda que soy.

—No puedes hacer eso, Abbie.

—Soy adulta, así que puedo hacer lo que quiera —digo, poniéndome de pie de nuevo y moviéndome
para tomar mi bolso.

—Abbie, por favor. Tendremos una noche de chicas mañana. Hablaremos de ello. Necesitas tiempo
para volver a centrarte.

—Te lo agradezco, Cam, y te quiero hasta el fin de la tierra, pero no. He terminado. Necesito... —Mi
teléfono vibra contra mi oreja—. Espera, creo que es él —digo en medio de la frase, apartando el teléfono
de mi cara que acaba de pitar con un mensaje.

Pero no es Damien diciéndome que está subiendo como yo pensaba.

Es Richard.


Richard: Por favor, elimina todas las fotos y etiquetas mías de tus redes
sociales.


Miro fijamente las palabras, intentando entenderlas.

¿Por qué iba a...?

Me llega otro mensaje.


Richard: No quiero que nadie nos busque y nos encuentre juntos.


Creo que en ese momento voy a vomitar.

Cuatro años.

Cuatro años de fotos y momentos que pensé que eran preciosos, incluso ahora, a pesar de saber lo
mierda de persona que es. Momentos de mi vida que me parecieron lo suficientemente importantes como
para ponerlos en internet para que el mundo los viera. Cuatro años posteando sobre él con subtítulos
efusivos que inconscientemente pensé que le harían darse cuenta de quién era yo para él, de quién podía
ser.

Cuatro años sin que él lo viera. Nunca apreciando las pequeñas cosas que hice para hacer su vida más
fácil.

Y ahora, cuatro años más tarde, sólo unas semanas después de nuestra ruptura, quiere asegurarse de
que no haya pruebas de que cayó tan bajo como para salir conmigo.

Salir con una chica que no es seria, que no tiene madera de esposa y que, definitivamente, no es
digna de un prestigioso abogado de Nueva Jersey.

Todas las dudas se borran.

Es por esto.

Esta es la razón.


Por eso no puedo parar.


Mi mente vuelve a su sitio, y oigo a Cam hablando a través del auricular, no en mi oído, así que lo
muevo hacia atrás para hablar.

—¿Abs? ¿Estás bien? —pregunta, y es obvio que no es la primera vez que lo dice.

—Acaba de mandarme un mensaje —digo, e incluso para mí, mi voz suena hueca. Vacía. Derrotada.

—¿Damien? —Hay sorpresa en su voz. Sé que no es conmoción porque me haya mandado un mensaje,
sino porque sueno como sueno.

—No. Richard.

—Oh, Jesús, ¿esa basura?

—No me ha contactado desde Halloween —Recuerdo los días siguientes a la ruptura, asimilando
muchas, muchas cosas de nuestra relación, pero una de las más evidentes era que yo no tenía que ir a su
casa a recoger mis cosas, ni él tenía que venir aquí a recoger las suyas.

Éramos dos entidades completas.

Fue otra llamada de atención sobre lo separados que nos había mantenido y lo ilusa que yo era al
respecto.

Siempre se aseguraba de que trajera mis cosas a casa.

Una vez dejé una caja de tampones bajo el armario del lavabo para emergencias. La siguiente vez que
me quedé a dormir, me sentó y me dijo que no le gustaba que “fuera a escondidas” y me pidió que no
volviera a hacerlo. Que el desorden le dificultaba la vida.

En retrospectiva, la caja de tampones no era el desorden.

Yo era el desorden.

—Quiere que borre todas sus fotos de mis redes sociales. —Cam guarda silencio.

Llega otro mensaje.


Richard: Por favor confirma cuando hayas hecho esta tarea.


Dios, habla como si yo fuera su ayudante y fuera a descontar puntos de mi evaluación si no lo hago a
tiempo.

¿Cómo he podido ser tan jodidamente estúpida?

—¿Qué demonios? —Cam dice cuando tengo mi teléfono de nuevo a la oreja—. ¿Por qué? —Le cito su
texto sin mirar mi teléfono, cada palabra ya grabada en mi subconsciente—. Menuda puta mierda.

—Tienes razón —le digo—. Tengo que ceñirme al plan.

Debe de ser una señal del universo. Una señal que dice no me detenga ahora, es una necesidad. Esto
no es malo. Estoy haciendo lo que tengo que hacer.

¿Por qué si no se alinearía así, Richard mandando mensajes mientras estoy hablando con Cam sobre
confesar, mientras espero que Damien venga a recogerme?

—Bien hecho —dice, con una sonrisa en la voz—. A la mierda los hombres. A la mierda el patriarcado.

Llaman a mi puerta. Damien.

—Me tengo que ir, Cam. Damien está aquí.

—Recuerda la causa, Abbie —dice, y a pesar del recordatorio, no puedo evitar la sacudida en mi
estómago ante sus palabras.

—No es una causa, Cam. Es la vida real —digo en voz baja mientras me dirijo a la puerta, tomo un
abrigo y pongo fin a la llamada.

VEINTICUATRO
12 de diciembre
Damien


—¿Adónde vamos? —Me pregunta, sonriéndome con esos grandes ojos y esa gran sonrisa. Hemos
dejado el auto en el aparcamiento de mi piso y nos dirigimos a nuestro destino.

Casi me sorprende que no se dé cuenta de lo que está pasando, de adónde nos dirigimos. Es cierto
que estamos en Nueva York, así que podríamos estar en cualquier sitio, haciendo cualquier cosa.

—Es una sorpresa —digo, inclinándome mientras caminamos para poner un pequeño beso en la punta
de su nariz. Está roja por el frío, pero al menos esta vez lleva jeans y un abrigo.

—¿Puedes darme una pista? —Pregunta, y su cara se ilumina con la emoción de no saber. He
aprendido que le encantan las sorpresas. No las grandes extravagancias, sino las pequeñas. Mensajes de
texto para saludar o traer a casa flores de mierda de una bodega. Una cita de la que no sabe el final.

Ella es simple, mi Abigail.

—No.

—¡Vamos! Sólo una pista.

—Ya casi, naranja. Cálmate. —Doblamos la esquina y nuestro destino aparece a la vista, pero eso no
es lo que estoy buscando. No, estoy buscando a las dos personas que están enfrente.

Tirando de su mano en la mía, acelero un poco, saludando a la pareja.

—Damien, ¿qué...?

—¡Hola! —Dice la mujer, con una sonrisa enorme pero no dirigida a mí.

En su lugar, a mi chica.

A su hermana.

—¿Qué dem...? —Abigail empieza, pero es arrastrada a los brazos de su hermana mayor mientras se
ríe, y Hannah la mece de un lado a otro. Me muevo, le tiendo una mano a Hunter y se la estrecho.

—Hola, hombre. Gracias por hacer esto posible.

—Si Hannah hubiera descubierto que tenía la oportunidad de sorprender a Abs así y yo dije que no,
perdería las pelotas —dice, pero su sonrisa es amplia, y sus ojos vuelven rápidamente a su mujer.

Lo entiendo.

Los chillidos y saltos de las chicas Keller... es en parte adorable, en parte hilarante, pero soy
completamente incapaz dejar de mirar.

Al cabo de un rato, paran y Abigail me mira.

—¿Lo has hecho tú? —Pregunta.

—Le envié un mensaje a Hunter, le pregunté cuándo estarían libres... para una noche en la ciudad. —
Ella me mira con una pequeña sonrisa—. Dijiste que no veías a tu hermana lo suficiente. Aquí está. —Sus
ojos se vuelven pegajosos y cálidos, y sé que fue la decisión correcta.

—¿Me extrañas, Abs? —Hannah dice, agarrando la barbilla de su hermana y tirando de ella como si
fuera una tía molesta. Abbie pone los ojos en blanco y golpea a su hermana.

—No, nunca. Extraño tus galletas.

—Mentirosa —dice Hannah antes de volver con su marido, que la envuelve en sus brazos. Rodeo con el
brazo la cintura de Abbie y la arropo a mi lado.

—Entonces, ¿cuál es el plan? ¿Vamos a cenar? —Abbie pregunta, y Dios, está tan perdida. Inclino mi
cabeza hacia la marquesina sobre nosotros y espero a que levante la vista.

Lo hace.

Y es hermoso ver las emociones y pensamientos revolotear por su rostro.

Confusión, luego comprensión, luego sorpresa.

—¿Qué? —pregunta, pero las palabras son suaves.

—Dijiste que veías el vídeo con tu hermana cuando eran niña, ¿verdad? Pero que nunca llegaste a
hacerlo. —Ella asiente—. La empresa tiene entradas.

—¿Vamos a ver el Christmas Spectacular? —pregunta, con los ojos muy abiertos—. Pero dijiste que era
una tontería.

—Lo es —digo con una sonrisa.

—Entonces, ¿por qué vamos? —Mientras tenemos esta conversación, Hannah y Hunter están de pie a
un lado con sonrisas, la de Hannah más suave, Hunter parece como si estuviera viendo su pasado jugar
delante de él.

Me pregunto por cuánto trauma pasaron las chicas Keller y cuán similar es.

—Quieres irte. —Eso es todo lo que digo, y cuando lo digo... sé que es todo lo que tengo que decir. Sus
ojos se suavizan y su boca se abre mientras me mira.

Joder, es preciosa.

Y por un momento, no puedo pensar en nada que no haría para poner esa mirada en su cara.


Abbie cantó y se contoneó en su asiento durante toda la actuación, mientras Hannah se reía de ella y
ponía los ojos en blanco. Es fácil imaginarse cómo habrían sido de niñas, Hannah observando a su hermana
mientras la veía en algún VHS pirata y poniendo los ojos en blanco ante las payasadas de su hermana.

Y ahora estamos sentados juntos en la cena mientras Hannah cuenta la historia sobre cómo Abbie
pinto el cabello de morado de una animadora sólo porque dijo algo desagradable sobre ella.

—Abbie es la reina de la venganza, lo juro. Ella no deja que nadie se salga con la suya cuando ha sido
un imbécil con ella o con la gente que quiere —dice Hannah con orgullo. Después de que Abigail me contó
cómo su hermana básicamente la crio, esto tiene sentido.

—Excepto con ese imbécil... —Hunter empieza, pero entonces su cuerpo se sacude y mira a su mujer
con los ojos muy abiertos.

—No tenemos que hablar de los ex de Abbie con su nuevo chico, Hunter —dice mirando a su marido.
Es divertidísimo verla hacer que este hombre que he conocido... como un hombre de negocios, agresivo y
un jugador completo se retracte instantáneamente de lo que estaba a punto de decir.

—Oh, he oído todo sobre el ex de mierda de Abigail —digo, tratando de ayudar a mi amiga. Los ojos de
Hannah se abren de par en par, una ceja en mi dirección—. Si alguna vez me encuentro con el tipo,
golpearé su cara —le digo.

—Si alguna vez... Ah. Claro —dice Hannah, y sus ojos se mueven de mí a su hermana.

—Es muy... protector —dice Abigail, sus palabras incoherentes.

—Bien. A Abs le viene bien —dice Hunter—. Nos preocupa que esté tan lejos sin nadie cerca.

—No estamos lejos —dice Hannah–. Pero he estado vigilando por ella toda mi vida. —Puedo sentir a mi
chica sacudir la cabeza y probablemente poner los ojos en blanco—. Sólo digo que tener más ojos sobre ti
para mantenerte a salvo y feliz es un alivio.

—Estoy feliz de asumir el trabajo. —Digo, moviéndome para presionar mis labios en el cabello de
Abigail, y no me pierdo el pequeño suspiro que se le escapa o cómo se derrite un poco más dentro de mí.

Me recuerda lo mucho que tenemos que discutir sobre a dónde va esto después de las vacaciones. Por
supuesto, ese era nuestro trato... pero no hay una parte de mí que piense que cualquier historia loca que
me confesará podría cambiar lo rápido que me estoy enamorando de ella.


Después de la cena, todos esperamos un taxi: Hunter va a llevar a Hannah a su apartamento en
Manhattan. Mientas yo planeo convencer a Abigail a que venga a mi casa por la noche. Si ella quiere ir a su
casa, la seguiré allí, sin embargo.

Quiero pasar la noche con ella.

Estoy de pie detrás de ella, su cabeza llega a mi barbilla incluso con sus botas de tacón alto, y la
acerco más, fingiendo combatir el frío, pero queriéndola lo más lo más cerca posible de mí.

Mi mano se mueve por encima del Rockefeller Center, señalando.

—¿Ves ahí arriba? —Le pregunto al oído y ella asiente—. Esa es Rainbow Room. —Una ráfaga de viento
nos atraviesa y su cuerpo se aprieta contra el mío por el frío.

—He oído hablar de ella —dice en voz baja. No es su tono normal, es un tono extraño que nunca había
notado.

Me pregunto si será el frío que le hiela los pulmones como a mí.

—La semana que viene es la fiesta —le digo abrazándola. Tiene los ojos muy abiertos, probablemente
por pasar de la oscuridad del cielo a las brillantes luces de la carpa—. Estarás allí conmigo, como mi cita. —
No habla, pero se humedece los labios con la lengua. Los míos se curvan con una sonrisa—. Pondré celosos
a todos esos viejos idiotas con una rubia guapísima del brazo —le digo, y de nuevo su cuerpo se estremece
pero esta vez no hay brisa.

—¿Sólo me quieres ahí porque soy una cosa guapa, joven, rubia?

—Absolutamente —digo con una sonrisa—. Pero también porque no puedo pensar en una sola cosa
que haría esa noche más agradable que pasar la noche con la personificación literal del sol y la felicidad. —
El viento agita el cabello y le acomodo un mechón detrás de la oreja—. Vienes, ¿verdad? —pregunto, de
repente inseguro. Parece... nerviosa.

Pero una lenta sonrisa se dibuja en sus labios. Y podrían ser las luces, podría ser que ha sido un día
largo para ella, podría ser mi mente viendo cosas que no están ahí, pero la sonrisa parece vacilante.
Ansiosa, incluso.

Aun así, sonríe y asiente.

—Sí. Me gustaría, Damien.

VEINTICINCO
22 de diciembre
Damien


La jueza golpea el martillo para silenciar al público, pero Sharon ya se ha vuelto hacia mí con los ojos
llorosos. El hombre del otro lado del pasillo, el monstruo de Sharon que pronto será su ex, lleva dos minutos
gritando y continúa haciéndolo mientras un alguacil lo detiene.

Las cosas no pintan bien para Todd Sparks.

A Sharon se le acaba de conceder la custodia completa de los niños, y Todd se verá obligado a pagar
una fuerte manutención.

Hemos ganado.

La batalla del divorcio formal y la pensión alimenticia aún está por delante, pero Sharon tiene a los
niños y la ayuda que necesita para salir adelante.

—Dios mío —dice, un susurro, y tiro de ella en mis brazos para abrazarla—. Lo has conseguido.

—Lo hemos conseguido. —Me aparto para mirarla, con los ojos llorosos—. Lo hicimos. Querías a esos
niños, los defendiste y te defendiste a ti misma. Querías más para ellos. Lo arriesgaste todo por ellos. Eras
fuerte y lo hiciste. Trabajaste hasta encontrar a alguien que pudiera representarte. Fuiste tú quien encontró
el camino. —Una lágrima cae, extendiéndose sobre la camiseta rosa que lleva puesta—. No, no. No llores
por ese pedazo de mierda. Ve con tus hermosos niños, y has que se sientan queridos y amados. Tomas ese
puto dinero y dales una vida buena y fácil.

—Yo no... No sé qué haría sin ti. Gracias. De verdad. No puedo agradecértelo lo suficiente.

—Agradéceme dándoles a esos niños una gran Navidad. Celébrala con ellos. Empezaremos con el
divorcio el próximo año —le digo.

—Cambiaste mi vida, Damien. Cambiaste la vida de mis niños. Y la de Abbie. Por favor, por favor, dale
las gracias a Abbie de mi parte.

—¿Abbie?

—Sí. Hizo que me enviaran esto. —Su mano se mueve por su atuendo, un bonito top rosa pálido y un
pantalón negro—. Me dijo que lo usara hoy y para las entrevistas la próxima semana. Incluso envió cosas
para los niños y maquillaje y... wow. Consejos para el cabello. —Me sonríe, pero mi mente está en otra
parte.

En Abigail preguntando cuándo era la cita de Sharon en el juzgado, dónde se alojaba. La dirección de
su apartamento.

Quiero enviarles galletas a los niños, dijo.

—Es una guardiana, ella. Asegúrate de no estropear eso, ¿sí? —Sharon dice, pellizcando mi mejilla
como si ella fuera no unos años más joven que yo, sino diez o veinte años más y dándome un valioso
consejo.

Un consejo que no necesito, pero que acepto de todos modos.

—No tengo intención de hacerlo —le digo con una sonrisa, y luego se va a firmar papeles.

Cuando salgo del juzgado, ya me he puesto el teléfono en la oreja, maletín en mano, mientras me
dirijo al aparcamiento. Hace frío, algunas ráfagas de viento.

Las ráfagas siempre me recuerdan a una persona, a un beso... en Rockefeller Plaza con una mujer
preciosa. Un beso que, a veces, creo que cambió toda la dirección de mi vida.

Normalmente, después de una victoria, me tomo una copa y una comida y luego me voy a casa a
prepararme para el siguiente caso. Siempre hay alguien más a quien representar, un divorcio que tramitar,
una pensión alimenticia que establecer. Hoy, tengo una voz que suena como sol y arco iris en mi oído.

—Hola, ¿cómo estás...?

—Ganamos —digo, cortando a Abigail antes de que pueda terminar su saludo.

—¿Qué? —Pregunta, con voz suave pero emocionada.

—Ganamos. Sharon tiene la custodia completa, y su ex tiene que pagar la manutención. Ganamos.

Es extraño, pienso mientras toco el llavero para abrir mi auto, que nunca antes había sentido la
necesidad de llamar a alguien para ponerle al día de mis casos. Por supuesto, he tenido mujeres en mi vida
«geniales, amables» pero ninguna como Abbie.

Ninguna que supiera, sin sombra de duda, que reaccionaría como yo necesitaba que lo hiciera.

—Oh. Oh. ¡Oh! ¡Oh Dios mío! ¡Damien! ¡Es increíble! Santa Mierda! —Dice, y casi puedo imaginármela
saltando en su caos de excitación. Seguro que oigo cómo sus pies golpean el suelo rítmicamente mientras
salta.

Sonrío, una verdadera sonrisa que se me dibuja en la cara cada vez más cuando estoy en presencia de
Abigail, y entonces hay una caída a través del teléfono y un:

—Oh, mierda.

—¿Estás bien? —Pregunto, deteniéndome en seco a pesar del hecho de que estoy en medio de un
aparcamiento lleno de gente. Un auto me toca el claxon y le hago un gesto con la mano antes de
apartarme.

—Mierda. Sí, perdona. Me estaba pintando los dedos de los pies porque los zapatos que voy a llevar a
tu fiesta de lujo son abiertos y no tengo tiempo para una pedicura, pero se me olvidó que se estaban
secando y entonces miré hacia abajo y pensé que los había manchado, pero aún estaba como saltando y
me caí. —Hay una risita suave en su voz cuando habla, y joder, es dulce.

—¿De qué color? —Pregunto, llegando a mi auto y abriendo la puerta.

—¿Qué?

—¿De qué color te pintabas los dedos de los pies? —Una pausa.

—Rosa —dice, y yo sonrío.

—Bien —le digo—. Sé que mañana tienes que madrugar, para trabajar antes de la fiesta —digo,
entrando, cerrando la puerta y esperando a que el Bluetooth se ponga al día con mi llamada—. Pero ¿puedo
verte?

—¿Verme?

—Sí, naranja. ¿Puedo verte esta noche? ¿Ir a tu casa a celebrarlo?

—¿No... ¿No tienes gente con quien celebrarlo? —Pregunta ella, y hay esa extrañeza en su voz, como
si hubiera vivido esto antes y supiera la respuesta. Es más, sabe que no le gusta la respuesta.

No es la primera vez que lo oigo, pero, aunque una parte de mí se muere por saber dónde está esa
experiencia vivida, otra sólo quiere vivir en esta burbuja.

—Sí —digo.

—Ah. —La palabra es un suspiro, casi decepcionado y triste.

—Tú, Abigail. Eres la persona con quien quiero celebrar. —Enciendo la calefacción, frotándome las
manos mientras espero a que responda.

—¿No tienes... amigos? ¿O compañeros de trabajo?

—Tengo las dos cosas. Diré que mis compañeros de trabajo no ven necesariamente mis victorias pro
bono de la misma manera que lo hacen con las victorias que aportan dinero al bufete. Pero, aun así, tengo
amigos. —Se hace un silencio—. Pero quiero celebrarlo contigo, Abbie. —No la llamo así tan a menudo, pero
cuando lo hago, siempre sonríe. Y a veces, cuando me sonríe así, es simplemente un... Abbie.

—Damien, cariño, me... Me encantaría. Pero tengo que levantarme temprano. Yo no...

—No quiero salir y emborracharme. Estoy buscando traerle a mi chica pizza y vino y relajarme. Quiero
follármela hasta que los dos estemos agotados, llevarla al trabajo por la mañana y recogerla mañana por la
noche para pasar una noche fenomenal.

Hay una larga pausa y me pregunto si dirá que no. Si me dirá que debería irme a casa o salir con mis
amigos. Es extraño que siempre haya hecho eso, ganar un caso e irme a casa solo, pero ahora suena...
vacío.

—Sí, Damien. Me parece perfecto. Pero yo pago la cena —dice con esa odiosa pero dulce capa de
voluntad de hierro en la voz.

—Y una mierda que sí —digo riendo, arrancando y en dirección a Long Island—. Nos vemos en un rato,
rubia. —Y cuelgo, ignorando todas sus llamadas y mensajes posteriores, que empiezan diciéndome que
más vale que no pague mi propia cena de celebración y terminan diciéndome que me traiga nudos de ajo y
cannoli.

Así que llevé vino, pizza, nudos de ajo y cannoli a casa de mi chica y lo celebramos por todo lo alto.

Fue la mejor victoria de toda mi carrera.

VEINTISÉIS
23 de diciembre
Abbie


—Así que Cam está como loca a la defensiva, diciéndome que no hay forma de que cambie el plan, y
que si lo hago todo se arruinará —digo, rellenando un expositor de coloretes mientras la tienda está vacía
—. Pero no sé. Se siente... raro, ahora. Se siente mal, como si estuviera jodiendo algo bueno. ¿Y para qué?

—Se está proyectando —dice Kat, con un suave suspiro en la voz, del tipo que hace una madre
decepcionada—. Jason la jodió, y desde entonces, ha sido incapaz de superarlo. Todos los hombres son una
mierda para ella. —Asiento, sabiendo que tiene razón—. E incluso cuando no lo son, ella encuentra una
razón por la que él debe ser una mierda. Se autosabotea.

—A veces me pregunto si quiere que nos sintamos desgraciadas con ella —digo en voz baja, y me
siento culpable por decir en voz alta las palabras que he pensado durante algún tiempo.

Pero Kat asiente.

—He estado intentando que vaya a terapia. Necesita hablar con alguien sobre ello. Un profesional. —
Sigo organizando, distrayéndome de la culpa de saber que probablemente deberíamos haber intervenido
antes—. Pero honestamente, ¿Abbie? Creo que deberías. —Su sonrisa es tensa y triste—. Confesar, quiero
decir. —Dejo de organizar, prestando toda mi atención a mi amiga.

Una parte de mí esperaba que Kat estuviera del lado de Cami, que me dijera que mi intento fallido de
confesar era suficiente, que debía esperar hasta año nuevo como habíamos acordado Damien y yo.

—¿Y si me odia? —Digo con voz suave, mis verdaderos miedos salen a la luz—. Ya ni siquiera me
importa Richard. Lo he superado. Hicimos suficiente mierda, y fue divertido y me sentí bien, pero creo...
Creo que esto es ir demasiado lejos.

—Si te va a odiar, te va a odiar. Pero honestamente, parece del tipo que entiende.

—Nadie entiende que lo utilicen, Katrina. Créeme. —Sus ojos tienen esa suave mirada maternal—.
Richard me utilizó durante años y, en cuanto me di cuenta, organicé literalmente un plan para vengarme.
Pusimos una bomba de escarcha en su auto, cambiamos sus pedidos de comida, le dijimos a su sastre que
trajera su ropa y colgamos su número de teléfono por todo Nueva York. Por no mencionar que me acuesto
con su jefe. No tenía ningún interés en entender de dónde venía, Kat. En absoluto.

—Pero viviste eso durante cuatro años. Planificaste toda tu vida en torno a las mentiras que te contó.
—Arrugo la nariz, sabiendo que no se equivoca—. Damien no se ha enfrentado a eso. De hecho, desde el
principio, te dijo que esto era por diversión, ¿verdad?

Asiento.

—Pero... ya no. No lo creo, al menos. No parece... divertido.

—¿Ya no es divertido? Pregunta, enarcando una ceja.

—Oh, es divertido —digo con una sonrisa tortuosa, pensando en nuestra noche de celebración de
anoche, y Kat se ríe—. Sólo quiero decir no es sólo diversión. ¿Sabes?

Oigo vibrar mi teléfono en el mostrador de la caja e inclino la barbilla hacia él.

—¿Puedes comprobarlo? Quiero asegurarme de que los planes no han cambiado —digo, tomando unas
cajas para mover el expositor. Como ya sabe mi contraseña (porque las mejores amigas siempre la saben),
me toma el teléfono y luego... silencio.

Levanto la vista, intento verla por encima de las cajas que estoy apilando ingeniosamente, pero no lo
consigo.

—¿Kat? —Ella no responde.

¿Ahora, Cam? Ella es mi reina del drama. Ella es mi odia-hombres. Es la única con la que puedo contar
para exagerar literalmente sobre cualquier cosa.

¿Kat? Ella es azúcar y dulzura, ni una pizca de picante. Es irremediablemente romántica y de ojos
saltones. Así que cuando por fin la veo, sosteniendo mi teléfono y con los ojos muy abiertos y vidriosos,
empiezo a asustarme.

—¿Kat? —Digo, dejando las cajas y caminando hacia donde está ella, mirando mi teléfono.

Mierda. Algo terrible ha sucedido.

—¿Te llama naranja? —Pregunta, con voz grave y preocupada, y yo la miro, confusa.

—¿Qué?

—Naranja. ¿Te llama así?

—¿De qué estás hablando? —Agarro mi teléfono de sus manos y miro el mensaje de Damien.


Estaré en tu casa a las cuatro. ¿Te parece bien? ¿Naranja?


—Oh, sí. Tuvimos toda una conversación sobre que no soy un otoño y que el naranja no es mi color,
pero aun así me llama así. Creo que se está burlando de mí porque, ya sabes, soy rosa —digo, pasando una
mano por mi atuendo con un top rosa, los pantalones negros de rigor y un par de tacones rosas.

Miro a mi mejor amiga y casi puedo ver los corazones de las Chicas Superpoderosas en sus ojos.

Mierda.

—Es latino.

—Sí —digo, confusa.

—Media naranja. —Parpadeo—. Significa media naranja.

Sigo parpadeando y vuelvo a mirar mi teléfono, asumiendo que mi amiga ha perdido oficialmente la
cabeza.

—Entendido.

Doy un golpecito a Damien, confirmando que el tiempo me viene bien mientras miro de reojo a Kat.

—Es un dicho —dice ella, continuando.

Me detengo y la miro, una extraña sensación recorre mi piel como pequeñas agujas de conciencia.

—Por qué siento que lo que vayas a decir me va a joder la cabeza.

—Hay muchas razones por las que se utiliza. Algunos creen que se debe a las traducciones del griego
antiguo; otros dicen que es porque no hay dos naranjas idénticas. —Sigo mirándola, esperando a que vaya
al grano—. Pero básicamente, en español significa mi otra mitad. O mi media naranja. Pero lo más
frecuente es usarlo en lugar de algo como alma gemela.

El mundo deja de girar. La música navideña que suena por megafonía se acalla. El ajetreo de los
compradores de última hora desaparece.

—Lo siento, ¿qué?

—Te llama naranja. No es porque piense que es gracioso que te guste el rosa y odies el color naranja,
Abbie. —Más parpadeos—. Te está llamando su alma gemela cuando lo dice.

—¿Qué? —Pregunto, y una risita horrorizada sale de mis labios—. No. Dios, no. Debes de estar
confundida.

Ella sacude la cabeza lentamente, casi triste.

—Es un dicho. No hay confusión real, Abs.

—Lo dijo después de nuestra primera noche juntos, Kat —digo, el pánico recorriendo mi organismo.

No porque no me guste Damien. Realmente me gusta ese hombre. Me gusta ese hombre
absolutamente más de lo que a nadie debería gustarle un hombre con el que se supone que nunca estuvo
más de seis semanas.

Me gusta ese hombre de tal manera que puedo ver un futuro con él. Un futuro que no puedo ver. Un
futuro que es imposible, dada la forma en que empezó esta relación. Tengo pánico porque si esto es cierto,
si todo este tiempo ha sido algo más, he perdido todo el terreno. He perdido toda esperanza de poder hacer
pasar esto en mi mente por otra cosa que no sea una verdadera mierda que hacerle a otro ser humano.

Cuando era divertido, era fácil convencerme de que no era para tanto.

Cuando se lanzan palabras como alma gemela, se hieren sentimientos. Y yo no quiero ser esa persona.
Y aunque quiero sentarme a interrogar a Kat sobre cada pequeña traducción de la estúpida palabra, no lo
hago porque el hechizo lento termina y paso el resto de mi turno corriendo por la tienda, ayudando a los
clientes y sin volver a encontrarme con Kat.

Pero cuando termino el día, me dirijo a casa para prepararme, todo lo que puedo pensar es en cómo
tengo que decírselo a Damien.

VEINTISIETE
23 de diciembre
Abbie


—Tengo que decírselo, Cam —le digo en voz baja mientras ella suelta los rizos de los rulos que me
ayudó a ponerme.

Cuando llegué a casa del trabajo, Cam ya estaba aquí, preparándome las cosas para una tarde de
preparativos. Es una buena amiga, intenta ayudarme a calmar la ansiedad, pero sé que una parte de ella
quería estar aquí por si necesitaba disuadirme de la conversación que vamos a tener.

Su mano se detiene a medio camino, sus ojos se encuentran con los míos en el espejo de mi tocador.
Los suyos están sorprendidos, abiertos. Los míos son suaves, preocupados y, sinceramente, un poco
nerviosos.

—¿Qué?

—Tengo que decírselo —repito, respirando hondo. El cepillo se desliza por el resto de mi cabello antes
de que ella retroceda un paso y se siente a los pies de mi cama. Sus cejas se fruncen de confusión.

—Yo no... —empieza—. No lo entiendo.

—Hoy, antes de ir a la fiesta, voy a confesar. Contarle todo a Damien.

—Pero... ¿por qué?

—Ya no es sencillo, Cam. Está jodido, de verdad. Ya no puedo hacer esto. Debería habérselo dicho hace
semanas. Después de la primera cita, debería habérselo dicho. Soy una completa imbécil por dejar pasar
tanto tiempo.

—No, no lo eres. Tú eres... Tenemos un plan, Abbie. —Un aire tenso de frustración envuelve sus
palabras—. Estamos tan cerca.

—Cam. —Digo su nombre con calma, pero con firmeza. Con compasión, pero también con firmeza—.
Esta es mi vida. Esto no es un plan. No es un juego. No debería haber dejado que llegara tan lejos.

—¿Y por qué lo hiciste? —Pregunta con voz fría. Me contesta antes de que pueda siquiera intentar
responder a la pregunta—. Sé por qué. Fue porque tú querías esto, Abbie. Quieres esta venganza. Quieres
ver la cara de Richard cuando entres del brazo de Damien, quieres ver su cara cuando le muestres lo que
jodió.

—Lo hacía, Cam. Lo hacía. Tienes razón. Estaba herida, y enfadada, y quería conseguir lo mío. ¿Pero
ahora? No importa. Los sentimientos de la gente se están involucrando. Mis sentimientos se están
involucrando. La gente va a salir herida.

—No puedes hacer esto, Abbie.

—¿Por qué? —Le pregunto.

Aún no he dejado de mirar hacia el tocador, con los ojos clavados en ella a través del espejo. Pero mi
voz es baja. Suave. Engatusadora. Como la que se usa para hablar con un niño o un animal herido. Sus ojos
son así. Heridos, doloridos. Es entonces cuando todos mis pensamientos se confirman. Cam ha estado
usando este proceso para calmar su propio dolor.

Cuando estábamos en la universidad, Cam se enamoró de un hombre. Era mayor, ayudante de
profesor, y no importaba cuántas veces le dijéramos que era una mala idea, ella no escuchaba. Cayó, y
cayó fuerte. Hicieron planes para el futuro, planes de matrimonio e hijos, y después de una vida en la que
le decían que uno no se casa por amor, sino por dinero, ella encontró su felices para siempre.

Solía ser como Kat, una romántica empedernida que quería la boda blanca y la valla. Hasta que la
mujer del tipo acudió a ella. Llevaba casado cinco años. Tenía dos hijos. Y Cami estaba destrozada,
absolutamente, interminablemente destrozada.

Desde entonces, no cree en el amor. No ha visto la promesa en ninguna relación. Por eso todos los
años en los que me dijo que Richard era un imbécil no le sirvieron de nada: cree que todos los hombres son
imbéciles.

Nunca se vengó, sino que se dedicó a estudiar y sólo nos dejó entrar a Kat y a mí durante el año
siguiente, mientras se graduaba antes de tiempo. Luego se dedicó a las finanzas y se propuso derrotar a
todo hombre poderoso que se interpusiera en su camino, con un corazón frío y amargo.

La llamamos devoradora de hombres por su habilidad para masticar a los hombres y utilizarlos para
sexo, entretenimiento o una comida gratis antes de escupirlos cuando pierden el gusto.

—Cam, esta no es tu pelea —le digo, con mi voz en el mismo tono engatusador—. Damien es bueno.
Es amable...

—Todos parecen así.

—Él no es Jason. —Digo las palabras sin registrarlas primero en mi mente, pero al instante sé que he
ido demasiado lejos.

—No se trata de él —dice, con veneno en las palabras.

—Cam, sé que te hizo daño, pero han pasado años...

—¡No se trata de él, Abbie! —Ella lanza sus manos al aire—. ¡Dios! Sólo quiero que termines lo que
empezaste. Richard se merece lo que se merece —dice, caminando hacia el otro lado de mi habitación.

—¿Y qué pasa conmigo, Cam? ¿Qué pasa con Damien? ¿Merezco arruinar lo que sea que se esté
gestando entre nosotros, algo que podría ser tan bueno, sólo porque Richard merece comer mierda?

—No puedes dejarlo ahora, Abbie —dice, con las manos en las caderas.

—No voy a renunciar, Cam. No es un juego. Es mi vida. Realmente me gusta este tipo. Me estoy
enamorando de él.

—Dios, eres tan ingenua —dice, agarrando su abrigo—. No puedo hacer esto. No puedo ver cómo te
haces esto. Cuando todo se desmorone, llámame.

Y entonces mi mejor amiga se va, con su dolor de diez años siguiéndola por la puerta como un rastro
de veneno. Le mando un mensaje a Kat, diciéndole que busque a nuestra amiga y se asegure de que está
bien, antes de seguir preparándome. Porque de un modo u otro, la verdad saldrá a la luz esta noche, y que
me aspen si no me veo bien mientras sucede.


Paso la hora siguiente a la salida de Cam intentando equilibrar el terminar de arreglarme, prepararme
mentalmente para la ruina de mi relación con Damien e intentar llamar a Cam para asegurarme de que
está bien. Nunca la localizo, pero finalmente recibo una llamada de Kat, que me confirma que ha
encontrado a nuestra amiga y la tiene a salvo.

—Si las cosas van... mal, te llamaré. Podemos reunirnos y beber y llorar. Pero Kat... tenemos que
hablar con Cam. Hemos dejado que esto siga demasiado tiempo, y creo que pronto va a ser demasiado
tarde. Ella necesita hablar con alguien sobre esto. Necesita... superarlo. No es sano —le digo mientras me
sujeto el lado izquierdo del cabello con una pinza brillante.

—Tienes razón. Nosotros no lo hicimos y no tenemos la culpa, pero tampoco hemos hecho nada para
impedirlo —dice con un suspiro.

—Ok, ¿me mantienes informada? —Le digo.

—Por supuesto. Y mantenme al tanto de lo de Damien, ¿de acuerdo? —Las palabras me dan náuseas.

—Entendido —digo—. Te quiero.

—Yo también te quiero. Recuerda que el verdadero amor puede tolerar golpes, Abbie.

—No es amor, Kat.

—Claro, Abs. Luego hablamos. —Y entonces la línea se corta y me quedo mirando mi tocador, con el
teléfono en silencio junto a la oreja. Doy un respingo cuando oigo que llaman a la puerta.

El golpe en la puerta indica la llegada de Damien Martinez para recogerme para la fiesta de navidad
del bufete Schmidt and Martinez.

Y el final potencial de algo hermoso ya que no puedo permitirme salir de este edificio sin confesar. Por
supuesto, Damien de alguna manera ha hecho amistad con Fred en la recepción, lo que significa que
Damien es, de hecho, agradable con todos.

Quiero enfadarme, pero es algo agradable y definitivamente dulce, así que lo dejo pasar. Pero tengo
ganas de vomitar ahora mismo, sabiendo lo que se avecina en las próximas horas. Dos meses de
planificación y manipulación están a punto de fructificar en la venganza más brillante que puede tener una
mujer.

La venganza de demostrarle a un ex lo que se perdió y hacerlo del brazo de un hombre aún mejor.
Excepto que el sabor en mi boca no es el dulce sabor a algodón de azúcar que pensé que sería. No es lo
que esperaba aquel Halloween en el que lloraba con mis mejores amigas y trataba de encontrar a alguien,
cualquiera que me tratara bien y me hiciera olvidar al idiota de mi ex.

En cambio, es amargo. Amargo y agrio.

Metí la pata.

Metí la pata porque esto... esto podría haber sido bueno.

Si hubiera dejado que se desarrollara como el mundo pretendía, si me hubiera emparejado con este
hombre y hubiera sido yo, hubiera sido hermoso.

Pero ahora voy a vengarme, y voy a perder a este hombre del que creo que podría haberme
enamorado si me hubieran dado la oportunidad.

¿Quién iba a decir que la curación de un desengaño llevaría a otro?

Antes de abrir la puerta, me acerco al tarro de las quemaduras, con un último trozo de papel dentro.
Sé lo que dice.

Fui yo quien lo escribió.

—No eres suficiente.

Es curioso que la cosa que Richard hizo que más me destripó fue la última del tarro. La razón que más
necesitaba para terminar este plan. En lugar de desenredarlo y leerlo, lo meto en mi bolso. No sé por qué,
tal vez como una especie de talismán que me da fuerzas para hacer lo que sé que tengo que hacer. Pero lo
hago.

Vuelven a llamar, más impacientes, y me apresuro a tomar el pequeño bolso y una chaqueta (después
de la primera vez, aprendí la lección) antes de dirigirme a la puerta. Giro el pomo hasta la mitad hasta que
el cierre automático hace clic y la puerta se abre.

Doy un paso atrás, un tacón golpea la baldosa de mierda que recubre mi entrada con un sonoro clack,
y entonces ahí está Damien.

Diablos, es guapo.

Lleva el cabello peinado hacia atrás casi a la perfección, y utiliza productos para el cabello para
mantenerlo así. Bromearía con él al respecto, pero no puedo.

Porque el hombre lleva un esmoquin negro.

Sé que este evento es elegante y que se espera un código de vestimenta adecuado, y después de
aquella primera noche en la que Cami lo buscó en Google, lo hice unas cuantas veces por mi cuenta,
observando lo jodidamente delicioso que estaba con un esmoquin clásico en blanco y negro.

Pero aquí está en carne y hueso, y es la perfección. Tan malditamente guapo, tan malditamente
perfecto, que no puedo respirar.

Así que no lo hago.

Y cuando me dice un tranquilo

—Hola —no respondo porque sigo sin respirar al verlo.

Su mano se acerca a mi brazo y el calor se filtra en mi piel.

—Respira, naranja —me dice en voz baja e íntima. Una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios y,
como siempre, hago lo que me dice.

Una bocanada de aire fresco llena mis pulmones, mareando mi cabeza con el oxígeno necesario.

—Hey —respiro.

Ahora sonríe de verdad, la sonrisa completa, feliz y gloriosa y las líneas de la risa y su perfecta piel
bronceada a la vista, y mierda, mierda, mierda, voy a perder esto.

Esta sonrisa.

Voy a perderlo en los próximos diez minutos.

—Hola —me responde, adentrándose en mi apartamento y en mí, cerrando la puerta de una patada y
poniendo una mano en mi barbilla para inclinarla hacia arriba hasta que mis labios están sobre los suyos.

El beso es suave y dulce y todo lo bueno de este hombre y de esta corta relación.

También voy a perder esto.

Da un paso atrás y me mira antes de fruncir ligeramente el ceño, en lo que sólo puede describirse
como confusión.

—¿Qué pasa con el vestido? —Me pregunta, y el estómago se me hunde hasta los pies.

Mierda.

No le gusta mi vestido.

No encaja con la idea de lo que quería llevar a la hora de enfrentarse al negocio que ha ayudado a
construir.

Quizá Cami tenga razón.

Todos los hombres son iguales.

Miro el elegante vestido negro, de un largo respetable, combinado con mis zapatos de tacón rosas y mi
cabello suelto y recogido con horquillas. Las mangas son de casquillo y me llegan justo por debajo de las
axilas, y el cuello es un respetable escote corazón que apenas deja ver mi escote. Lo combiné con unos
pendientes de plata y un collar sencillo.

Es... bonito.

Algo en lo que a Richard le habría encantado verme. Y lo odio absolutamente.

Y parece que tampoco encaja con lo que Damien quería que me pusiera.

—¿Es demasiado ajustado? ¿Demasiado revelador? Demasiado...

—Es aburrido —dice, y lo miro, confusa.

—¿Qué?

—No eres tú. —La expresión de su cara es difícil de precisar, pero es casi... asco.

—No lo entiendo.

—Abbie. ¿Son vestidos negros y cortes conservadores?

—Yo…—Intento moverme, apartar la mirada, guardar mi corazón y prepararme para lo peor, pero
vuelve a agarrarme la barbilla entre el pulgar y el índice.

—¿Eres el tipo de mujer que se mezcla?

—Que…

—No. ¿Entonces por qué estás vestida así?

—Yo. . . Pensé. . . Pensé que como íbamos a cenar con tus compañeros de trabajo, querrías que
estuviera más presentable.

—¿Esto es más mierda de ese ex tuyo?

No respondo, pero supongo que no responder es respuesta suficiente. No evito responder porque esté
equivocado o porque me avergüence. No contesto por la culpa que se ha ido acumulando durante toda la
semana.

Desde hace un mes, si te soy sincera. Esto está mal, dice la voz en mis entrañas. Esto ya no es un
juego. Es más. Mucho más de lo que pretendía. Pero esa voz sigue siendo acallada por la otra voz, la
avergonzada, la herida.

La que no quiere nada más que demostrarle a Richard que estaba equivocado. Que no soy sólo
diversión, no sólo un buen momento. Quiero que Richard vea que valgo la pena. Pero a medida que han
pasado los dos últimos meses, a medida que me he ido acercando a Damien, el hombre del que Richard se
pasó cuatro años quejándose, hablando, besándole el culo, me he dado cuenta de que siempre fui digna.

El indigno era Richard. Nunca me mereció, ni el amor que podía darle, ni la esperanza que tenía para
nuestro futuro juntos.

Nunca.

Pero ¿significa eso que debo rendirme? Y aún más, ¿qué significa rendirse? ¿Confesar?

¿Saltarse la fiesta? ¿Romper con Damien?

Todas esas suenan como opciones horribles.

Lo único que puedo pensar es que tengo que contárselo todo. Ahora mismo.

—Damien, yo...

—Ven —me dice, me toma de la mano y entrelaza sus dedos con los míos de una forma segura y
protegida. Me lleva al vestidor del rincón donde guardo mis vestidos y me obliga a sentarme en la cama
mientras él revisa mi ropa.

Su pajarita es rosa. Un rosa pálido, claro, que combina muy bien con su tono de piel, pero rosa al fin y
al cabo.

Ni negro, ni rojo americano, ni el clásico azul marino oscuro, como Richard siempre insistía en llevar.
Es rosa y sé que la única razón por la que un hombre como Damien Martinez mira siquiera una pajarita rosa
es porque esperaba que la mujer con la que va a una cita llevara un vestido rosa. Se lo puso para ir a juego
conmigo.

—Damien, no tenemos que...

—Este —dice, empujando las perchas mientras raspan ruidosamente en la barra de metal—. Esto es lo
que te pondrás esta noche. Es perfecto. Eres tú.

El vestido en cuestión es exactamente eso y más. Hacía meses que había comprado ese vestido,
ahorrando para poder permitirme la extravagante pieza que vi en la tienda exactamente para ese día. La
primavera pasada lo había visto en la trastienda del trabajo, antes incluso de que lo sacaran a la venta, y
supe que lo necesitaba. Quería tener fotos mías con él puesto, una mano en mi boca y la otra en la de
Richard, que estaría de rodillas, con sus compañeros de trabajo mirando con una mirada de serena
felicitación.

Un rosa tan claro y cremoso que, con poca luz, casi parece un champán brillante: un gran lazo
esponjoso sobre un hombro, el otro desnudo. Llega hasta las rodillas, entallado hasta la cintura. termina
con una corta abertura en la espalda.

Lo vi y lo necesitaba. Y cuando estaba revisando las opciones de vestuario, mi mano lo rozaba, a
partes iguales culpa y anhelo abrasando mi piel. No podía ponérmelo. Quería ponérmelo. Muchísimo. Pero
incluso mirándolo me hizo darme cuenta de que la había cagado. Y ahora, eso se refuerza mientras me
mira fijamente expectante. Tengo que decírselo.

Tengo que decírselo ahora mismo.

Y puede que me odie, y será válido, pero me aborrecerá absolutamente si dejo que me lleve a esta
fiesta sin decirle toda la verdad de quién soy. De quién es mi ex. Y cuáles eran mis verdaderas
intenciones... al principio.

—Damien, nosotros...

—Este. Ve, ahora, naranja.

—En serio, Damien. Necesito...

—Bien, lo haré —dice y me gira hasta que mi espalda está hacia él—. Quítate este maldito vestido de
funeral. —Me río porque no se equivoca. Cami dijo casi lo mismo con sorna cuando salí del vestuario,
corriendo la cortina y situándose en el umbral de la puerta.

Sus dedos se mueven hacia la parte superior de mi espalda y luego tiran de la pequeña cremallera.
Me roza todas las vértebras y, cuando llega a las caderas, la parte superior cede y me baja por los brazos.
Sus cálidas manos me quitan el vestido de los hombros, que se me cae al suelo.

—Gracias a Dios —susurra como aliviado de no tener que lidiar más con ello—. Esto. Esto está mucho
mejor —dice, y sus manos se deslizan suavemente por mis costados, por encima del tanga de encaje y el
sujetador oculto bajo el vestido—. Mucho mejor, joder —dice, y luego me pone las manos en la cintura para
girarme hacia el espejo.

—Esto. Esto es lo que quiero que todos imaginen cuando te vean con ese vestido. Malditos kilómetros
de piel perfecta y curvas Quiero hundir mis dedos. Perfección absoluta, Abigail.

El uso de mi nombre completo siempre me da escalofríos, pero ahora mismo, los tengo aún más
cuando él está detrás de mí en un maldito esmoquin mientras yo estoy casi desnuda.

—Pero sólo yo puedo ver esta belleza. Mi jodida belleza, ¿Sí?

Su cara desciende, me roza el cabello por detrás del cuello y me pellizca la piel de debajo de la oreja.
Mi respiración se acelera y se vuelve aún más agitada que antes, mientras todos los músculos de mi
cuerpo se tensan. Las manos en mi cintura suben, suben hasta que sus pulgares se hunden en la parte
superior de las copas de mi sujetador, metiendo el fino encaje bajo mis pechos.

—Sólo yo tengo estos, Abigail. —Dedos gruesos y morenos se mueven para pellizcarme los pezones, y
observo el contraste de sus tirones, la sensación que se traduce directamente a mi clítoris.

—¡Ah! —digo en un gemido bajo—. Damien, necesitamos...

—Tienes razón —dice, moviéndome, tirándome a la cama boca arriba. Luego me tumbo allí, mirándolo
fijamente mientras se eleva sobre mí. Sus dedos se mueven mientras mi pecho se agita, se enredan bajo el
encaje de mi tanga y tiran de él hacia abajo por encima de mis talones.

—Damien...

—Voy a follarte rápido, Abigail —dice—. Rápido y duro ahora mismo para recordarte de quién eres y
que eres la mujer más sexy que he visto nunca. —Su dedo se mueve por mi recién expuesta humedad, lo
arrastra hasta mi clítoris y lo rodea, dos veces.

Gimo al sentirlo, retorciéndome, necesitando más.

—Damien —digo con una voz entrecortada que no parece la mía. Ya no protesto ni intento decirle que
no tenemos tiempo—. Necesito más.

—Sé exactamente lo que necesitas, nena. Te lo daré cuando esté listo para hacerlo. — Su sonrisa es
francamente malvada mientras mira mi cuerpo retorcerse.

Las manos oscuras se mueven hacia su cinturón, desabrochándoselo lentamente mientras me
observa. Mi mano se mueve hacia mi pecho, aún en sujetador con las copas bajadas, como parece ser la
forma favorita de Damien de tenerme, y tiro de un pezón.

—Joder, Abigail. Qué guapa cuando juegas contigo misma para tu hombre. —Me muerdo el labio, la
timidez se apodera de mí. Me agarra de la barbilla, manteniendo mis ojos en los suyos.

—Crees que quiero una dulce chica inocente, Abigail. ¿Que quiero presumir de una mujer matrona? No.
Quiero que todos sepan que soy la persona más afortunada del mundo. Tengo una mujer en mi brazo que
es el sueño húmedo de todo hombre, pero sólo yo, puedo jugar con ella.

El dedo húmedo se mueve hacia mi boca.

—Chupa esto como mi niña buena —dice en un susurro, y yo cumplo, mi boca se abre para acoger su
dedo y chuparlo.

—Eso es, Rubia. Sé lo que te gusta. Lo que necesitas.

Se endereza, utiliza una mano para terminar de desabrocharse el cinturón y liberarse. No hablo. No
puedo, todo mi cuerpo es un alboroto de llamas y necesidad. Tiene la polla en la mano y, con el dedo aún
en mi boca, veo cómo bombea y se forma una gota de semen en la cabeza.

—¿Es esto lo que quieres, Abigail? —Pregunta con voz grave y rasgada. Asiento—. Por supuesto que sí
—Arrastra la cabeza por mi cuerpo húmedo y yo gimo, sacudiendo las caderas.

—Ajá —dice, moviendo su mano, los dedos mojados con mi saliva, hacia mi pecho y presionando—.
Quieta. Yo decido cuándo te doy mi polla, Abigail. Te tumbarás aquí hasta que te la dé, ¿bien?

Sé que busca una respuesta. Asiento.

—Qué jodida niña tan buena —murmura para sí, y su mano sube suavemente hasta rodear mi
garganta.

Frota la cabeza de su polla en mi entrada y me sostiene la mirada, esperando a que desobedezca.
Esperando a que me mueva, a que intente penetrarme más.
No me muevo.

Apenas puedo respirar.

Lo único en esta habitación es Damien, sus ojos fijos en mí, y los estoy usando como mi salvavidas. Él
sonríe.

—Mi buena putita —dice en un susurro y luego se inclina hacia adelante, su mano presionando a los
lados de mi cuello como él lo hace, y suavemente, tan suavemente presiona sus labios contra los míos.

Mis ojos se cierran al sentir su cuerpo sobre el mío, su mano en mi garganta, apretándose lentamente,
de su aliento en mis labios, y luego, finalmente, de su polla deslizándose lentamente dentro de mí.

En este ángulo, todo es tan jodidamente apretado, y él me llena perfectamente, casi dolorosamente.

Gime contra mis labios mientras la sensación se apodera de nosotros, pero no consigo emitir ningún
ruido. Se endereza y me suelta la mano con suavidad y rapidez, dejando que la sangre vuelva a mi cara,
jadeo y vuelvo a gemir cuando se echa hacia atrás y me penetra de nuevo.

—¡Joder! ¡Damien!

—¿De quién eres? —Exige, moviendo la mano que tenía en la cadera, con el pulgar rondando mi
clítoris.

—¡Tuya! Joder, ¡Dios, soy tuya, Damien!

—¿Quién consigue este coño cuando quiere?

—Tú. ¡Dios, eres tú! ¡Tú!

—¿Para quién te vistes, Abigail?

—¡Para ti! ¡Mi cuerpo es tuyo!

—Eso es, nena. —Me penetra de golpe, con la mano apretando mi garganta una vez más.

Está cerca.

Lo noto en el gesto de su mandíbula, en la forma en que me penetra más profundamente, en cómo el
pulgar que antes se cernía sobre mi clítoris ahora lo rodea con cada embestida. Su mano se tensa,
ralentizando el flujo sanguíneo, mareándome, y mis manos se dirigen a mis pechos, pellizcando con fuerza
ambos pezones.

—Eso es, juega contigo para mí. Tan jodidamente bonita.

Un ruido chirría desde mi pecho, y él lo sabe.

Me aprieta el clítoris con más fuerza, penetra hasta el fondo y retira la mano de mi garganta.

—Córrete por mí, Abigail. Ahora mismo, joder —dice, y lo hago porque mi cuerpo le pertenece, le
obedece. Cuando estamos así, ya no me responde.

Mis ojos se oscurecen y las estrellas brillan mientras mi cuerpo explota, mi espalda se agarrota y su
nombre es un grito ahogado que sale de mi garganta. Oigo débilmente cómo Damien sigue golpeándome y
luego ruge mi nombre antes de desplomarse sobre mí. Se queda ahí, profundamente dentro de mí,
tumbado sobre mí durante largos momentos mientras recuperamos el aliento.

El tiempo pasa.

Las eternidades pasan.

Al final, mi mente alcanza al universo.

—Deberíamos... ponernos en marcha —digo, un murmullo a través de pulmones tensos.

Asiente con la cabeza y su piel acaricia la mía.

—Probablemente.

No se mueve y no puedo evitar soltar una risita.

—Damien —le digo, y me besa el cuello, dulce y divertido y un contraste con el hombre de hace
minutos.

—Vamos a saltárnoslo —dice, con la boca rozando las cosquillas de las terminaciones nerviosas.

—Ok —digo, moviendo la mano para acariciar su espalda desnuda. Ni siquiera recuerdo por qué quería
ir a esta estúpida fiesta, por qué iba a optar por otra cosa que no fuera una fiesta desnuda con Damien en
mi apartamento.

—Tenemos que irnos.

—Probablemente.

Me pellizca la clavícula y chillo al sentir cómo se desliza dentro de mí. Mis labios emiten otro sonido, de
anhelo y vacío. Hace una pausa en su retirada y me mira fijamente.

—No hagas esos ruidos o nunca saldremos de aquí —me dice.

Yo sonrío. Damien niega con la cabeza y me besa la nariz.

—Quédate. Voy por una toalla. —Se levanta y lo observo, hombros anchos y caderas estrechas y piel
bronceada, mientras se aleja.

No lleva mucho tiempo fuera cuando vuelve con una toallita húmeda y caliente, me limpia y la deja a
un lado. Luego me levanta suavemente las copas del sujetador y me ayuda a levantarme. Ya está en
calzoncillos y tiene mis bragas en la mano.

—Por mucho que me mate... —me dice y me pone una mano en el hombro antes de agacharse—.
Levanta —dice, dando golpecitos con un tacón, y yo le obedezco, dando un paso y repitiendo el
movimiento. Levanta lentamente el cordón, rozando cada nervio hipersensibilizado mientras lo hace.

Luego se levanta, se vuelve a poner el esmoquin y se rodea el cuello con la corbata. Después se
acerca al vestido, lo toma, lo descuelga de la percha y le baja la cremallera.

—¿Qué tipo de sujetador llevas con esto? —me pregunta, mirando el de encaje negro que llevaba bajo
el vestido de funeral.

—Eh... ninguno —le digo—. Tiene uno incorporado. Sin líneas ni nada.

Sonríe.

—Perfecto —dice, agachándose de nuevo y ayudando a arrastrar el vestido por mi cuerpo.

Vestirme es una experiencia extrañamente más íntima que cualquier otra que hayamos compartido
antes. Me hace ponerme de pie y cierra la cremallera de un lado mientras yo le miro antes de mover las
cosas de sitio, cambiando el vestido del que me enamoré para que encaje en su sitio.

No puedo resistirme a devolverle el favor tendiéndole la mano y agarrando su pajarita, se la acomodo
y empiezo a anudar la seda rosa con delicadeza. Cuando termino el nudo bajo su barbilla, le sonrío.

—Gírate —me dice mirándome a los ojos, con voz grave.

Lo hace mucho, me mira a los ojos cuando llevo algo sexy, algo con lo que sé que le gusta cómo me
veo.

Es como si quisiera que supiera que, a pesar de la extravagancia, es a mí a quien encuentra atractiva.
A mí. Quiere ver debajo de todo eso.

Es absolutamente embriagador.

Hago lo que me pide y me pongo frente al espejo con él detrás.

Es alto, moreno y guapo, con su esmoquin negro y su pajarita rosa, pero su rostro es serio. Muy serio
cuando sus ojos me miran. Soy pequeña, rubia y rosa, y por una fracción de segundo, un microsegundo,
veo lo que Richard quería decir. No parezco seria. No parezco profesional. Parezco divertida. Y aunque me
veo y me siento como yo, la versión de mí que he reprimido durante los últimos años, no puedo evitar
preguntarme si dejarla salir fue una buena elección.

Y entonces su mano morena está en mi cadera, abarcándola y tirando de mí hacia él.

—Preciosa —dice en un susurro, como si se lo dijera a sí mismo y no a mí.

—Mi cabello es un desastre —digo, tomando los mechones que tenía perfectamente recogido en un
modesto peinado.

Los dedos de Damien habían destruido, dejando mi cabello suelto alrededor de mis hombros.

—Parece como si te hubiera follado antes de irnos.

Mi cara se pone en blanco.

—Oh, Dios mío, Damien, yo...

—Sólo yo lo sabré. Estoy bromeando, Abigail —dice, usando una mano para mover mi cabello detrás
de mi hombro, revelando el escote—. Pareces un regalo que quiero desenvolver. Un temprano Regalo de
Navidad. Vámonos.

Y aunque sonrío cuando me besa la sien antes de salir, asegurándose de tomar mi chaqueta por el
camino, no puedo evitar sentir que es una decisión terrible.

Pero no tengo tiempo.

El reloj dio la medianoche y no confesé y ahora mi cuento de hadas se desmoronará a mi alrededor.

Y pase lo que pase, me lo merezco porque jugué con un buen hombre para vengarme de una mierda
que no merece el esfuerzo.

VEINTIOCHO
Diciembre 23
Damien


El vestíbulo está engalanado con toda su magia cuando entramos antes de que un empleado tome
nuestros abrigos y nos conduzca rápidamente a las escaleras y al ascensor. Miro a Abbie, cuyos ojos están
clavados en las escaleras con disgusto.

—¿Cuántos tramos son? —Pregunta.

—No te preocupes, Rubia. Vamos a tomar el ascensor —le digo con una sonrisa, tirando de ella hacia
allí—. No te haré hacer ninguna locura de cardio. —Ella pone los ojos en blanco—. Al menos no hasta esta
noche. —Eso le produce un escalofrío que no me pierdo.

Cuando veo al ascensorista y siento el apretón de la mano de Abbie en la mía, me vuelvo hacia él. Me
meto la mano en el bolsillo, saco la cartera y algo de dinero antes de dárselo al chico que trabaja en el
ascensor.

—Danos esto, ¿Bien? —Le pregunto, inclinando la barbilla hacia el ascensor vacío con una sonrisa. El
chico abre mucho los ojos al ver el dinero y asiente.

—Claro, sí. Es la planta 60 —me dice, mientras mantiene abiertas las puertas automáticas—. Que
tenga una buena noche, señor.

Y las puertas se cierran. Conozco este ascensor, he subido muchas veces. Es lento y tarda una
eternidad en llegar arriba. Tenemos al menos dos minutos de paz.

Me muevo, inmovilizando a Abbie en la esquina contra la pared.

—Estás jodidamente hermosa —le susurro al oído, bajando la cabeza hasta que mis labios rozan la
suave piel de su cuello. Mis manos se mueven desde la fría pared metálica del ascensor, agarrando sus
caderas y subiendo lentamente. Rozo su cintura y luego los lados de sus pechos, maravillándome de cómo
cambia su respiración, antes de enterrar mis manos en su cabello. Por último, le inclino la cabeza hacia
atrás hasta que me mira.

—Para, me vas a despeinar —me dice sonriendo, pero no es su sonrisa habitual. Es una sonrisa
diferente. Una que esconde ansiedad y pánico.

¿Por qué está tan nerviosa?

Mi mente se traslada a la conversación sobre el vestido, sobre su deseo de encajar, de encajar en
alguna imagen que ella cree que yo necesito que ella adopte.

Si alguna vez conozco a su ex de mierda, le daré un puñetazo en toda la cara por hacerle esto. Por
hacerla sentir cohibida, por cuestionar que ella es cualquier cosa menos hermosa y perfecta.

Es un idiota, apartando a un lado a este ser humano precioso y cariñoso.

Por suerte, yo no soy idiota.

—Bien —digo, apretando mis labios contra los suyos suavemente.

—¿Bien? —Se le forma un surco en la frente y yo también lo beso. Me encanta ese surco. Espero que
cuando crezca se le forme una arruga permanente que pueda besar todos los putos días.

Si pudiera, besaría cada gramo de confusión e inseguridad que siente.

La verdad es que esto empezó como una diversión, como una forma de pasar el tiempo y conseguir
una cita para estos eventos mundanos. Se ha transformado en mucho más.

Mucho más.

Y todavía no estoy del todo seguro de que ella lo sepa.

—Naranja, ¿por qué querría entrar en esa fiesta contigo del brazo y dejar que cualquier hombre de allí
piense que no te mantengo satisfecha? —Ahora combate una sonrisa, esa sonrisa suya que es de su lado
taimado y temerario. Me pregunto cuánto de ese lado fue suprimido, cuánto ha vuelto.

¿Cuánto queda por descubrir?

—Pero podrían…

—Deja esa mierda de la perfección. Tú eres real. Yo soy real. ¿Nosotros? Somos reales. ¿Estos
imbéciles? No importan una mierda. —Se le cae la cara, una mezcla de pánico y adoración absolutamente
confusa se apodera de su rostro.

—Damien, tengo que hablar… —empieza a decir, y el tintineo del ascensor indica que hemos llegado a
Rainbow Room. Le doy otro beso en los labios.

Estoy seguro de que está a punto de decirme que las cosas han ido demasiado lejos, que esto ya no es
divertido y fácil para ella, y me muero de ganas de tener esa conversación con ella, de ver la expresión de
sorpresa y asombro que se dibuja en su cara cuando entienda que no voy a dejarla marchar, diga lo que
diga.

—Estamos aquí, Rubia. Esta noche, ¿sí? Dímelo esta noche después de follarte con este vestido —le
digo, y sus ojos se abren de par en par. Todo el bufete nos mira mientras las puertas se abren y yo inclino la
cabeza hacia atrás riendo, atrayendo a mi mujer hacia mí.

VEINTINUEVE
23 de diciembre
Abbie


El miedo se me enrosca en las tripas, me calienta las venas y me nubla la mente cuando suena el
ascensor. La risa de Damien llena el pequeño espacio y se extiende por la habitación en la que una vez
deseé estar más que nada.

Ahora mismo, no quiero nada más que huir de él.

Lo he jodido.

Lo he jodido mucho.

Pienso en todas las veces que intenté decírselo a Damien, en todas las veces que nos interrumpieron…
y ahora sé que es imposible que no hubiera encontrado una oportunidad para decirle la verdad.

De decirle la verdadera razón por la que acepté su cita, por qué empezó todo esto.

Decirle que, independientemente de por qué empezó, mis intenciones cambiaron. Realmente,
cambiaron esa primera noche, si soy honesta conmigo misma. Y volvieron a cambiar cuando llevó a Sharon
a mi tienda. Más aún, cuando me llevó al concierto, y cuando reconoció que yo cuidaba de él y lo
apreciaba. Y finalmente, cuando me llevó a ver a las malditas Rockettes con mi hermana, cumpliendo un
tonto sueño de la infancia porque se lo conté una vez en nuestra primera cita.

Si de verdad hubiera querido arriesgarme, abrirme y decirle la verdad, no habría podido quedarme allí
y decirle: “No, Damien, tengo que decirte algo muy importante en este momento”.

Porque sé hasta la médula que si alguna vez le dijera a Damien que algo es importante para mí, se
pararía y escucharía al instante.

Porque lo que es importante para mí es importante para él. Es parte de lo que es tan jodidamente
hermoso en él. Y tan increíblemente trágico.

Saber cómo son, cómo se sienten ambas caras de la moneda.

Mis ojos recorren la habitación cuando Damien entra, sonriendo y saludando, con su brazo rodeando
mi cintura con orgullo. Los ojos nos siguen, pero no son ojos escandalizados como Richard siempre hacía
creer que atraería el prestigio de este evento.

No soy una vergüenza oculta para Damien.

Soy una joya brillante de la que presume.

Un trofeo.

Algo que ganó.
Maldita sea, lo jodí. Lo jodí.

Cada parte de mí quiere rebobinar, rehacer todo esto, aceptar esa primera cita y en el restaurante
decirle que uno de sus empleados es mi ex, pero tenía ganas de conocerle. Que pensaba que encajábamos
bien.

Podría haber sido tan jodidamente sencillo.

Podría haber entrado en esta habitación con el mismo efecto, pero sin el estrés y la traición. Mierda,
Damien probablemente lo habría disfrutado, incluso se habría inclinado hacia él. Yo habría brillado. En lugar
de eso, Damien brilla con orgullo y alegría en la cara, y me mueve por la habitación mientras yo
permanezco de pie con una sonrisa tensa y falsa tirándome de los labios.

Y entonces la habitación deja de moverse.

El mundo se detiene.

Porque los ojos de Richard se cruzan con los míos y, joder, si la expresión de asombro y confusión de
sus ojos no es todo lo que pensaba que sería y más.

La mirada se transforma de nuevo cuando mira al hombre de mi brazo. Se transforma en pura ira e
incredulidad y luego… pánico. Pánico en sus ojos. Y joder, qué bien sienta ver eso. La mirada con la que
había soñado, la mirada que pensé que me echaría al darse cuenta de que la mujer a la que traicionó,
utilizó y tiró estaba del brazo del hombre al que más quería impresionar. Le miro fijamente a los ojos, me
echo el cabello por encima del hombro, desordenado por las manos de Damien en el ascensor, sonrío
ampliamente y me muevo sólo un poco para acercarme a Damien. Me mira con una pequeña y suave
sonrisa, y yo se la devuelvo.

No se da cuenta de lo que está pasando.

He conseguido mi venganza, tan fría como la previsión de nieve para esta noche.

El único problema es que la venganza es más amarga de lo que pensaba, manchada por el pánico y la
vergüenza. Sólo puedo esperar que mi propio castigo no duela tanto como debería.


Sólo tardamos diez minutos desde nuestra llegada en llegar al rincón de Richard en la sala.

Tardé unos treinta segundos de esos diez minutos en darme cuenta de que la mujer rubia que estaba a
su lado era la asistente jurídica que trabajaba con él y que, según me dijo, era huidiza y molesta.

Rubia, caprichosa y molesta, pero al parecer no tanto como para ser descalificada como caramelo de
brazo en este prestigioso evento.

Supongo que fue la falta de curvas y el añadido de un atuendo conservador lo que la hizo ganar,
convirtiéndola en una Jackie muy rubia frente a mi estrafalaria Marilyn.

Da igual. Prefiero ser una Marilyn que una Jackie cualquier día.

Cuando estamos frente a Richard y… Misty «se llama Misty, la puta, por Dios» pongo mi cara falsa
favorita.

Es la que pongo cuando entran estúpidos en la tienda, mandonean a todo el mundo y luego intentan
acercarse a mí para conseguir un descuento y mi número.

Ojos suaves y sensuales, una sonrisa pícara, una cara relajada.

Estoy a gusto.

Es un placer hablar conmigo.

Voy a obligarte de alguna manera a duplicar mi comisión para cuando salgas de mi tienda.

Voy a hacer que esta venganza sea dulce como un puto caramelo.

Si ya estoy cayendo, bien puedo disfrutarlo.

—Oh, Dick —dice Damien como si hubiera olvidado que Richard estaba aquí, con su mano en mi
cintura. Me hace falta absolutamente toda la fibra de mi ser para no reírme, tanto del apodo que Richard
desprecia como de la sutil insinuación de no haberse dado cuenta de su presencia—. Casi te extraño. Me
alegro de que hayas podido venir. Feliz Navidad.

Su voz es firme y amable, pero en el fondo está irritada, y recuerdo que Richard no le cae bien. Resulta
que Richard no estaba tan equivocado todas esas veces que me dijo que a Damien no le caía bien.

Quiero decir, ¿quién podría culparle?

—Martinez. Felices fiestas —dice, extendiendo la mano y estrechándosela a mi cita de la forma más
incómoda que jamás he visto. Sus ojos se mueven hacia mí, de nuevo a su jefe y luego a mí, con la
confusión y la frustración aun ardiendo en sus profundidades.

Pero no dice nada.

No me expone como soy ante él.

No hace… nada.

—Oh, mis modales. Dick, esta es mi preciosa novia, Abigail —dice, inclinando la cabeza hacia mí.

Novia.

Joder. Eso es nuevo.

Me gusta mucho.

Demasiado, joder.

Y aquí, en esta fiesta a la que esperaba que Richard me trajera, para demostrarle que significaba algo
para él, en esta fiesta que pensé que sería el principio de la eternidad, Damien está empezando algo
nuestro.

¿Superará esta noche maldita?

Los ojos de Richard se abren, pero apenas.

Es el tipo de ensanchamiento sutil del que aprendes a tomar nota porque has pasado cuatro años con
un hombre, leyendo cada una de sus emociones y tratando de equilibrar la mejor forma de combatirlas.

Pasé muchos días tratando de contrarrestar sus terribles cambios de humor, de arreglar lo que yo no
había roto.

—Oh, he conocido a Abbie antes —dice, y creo que eso es todo. Se acabó—. Me gusta el cabello,
Abbie. Te sienta bien —dice sobre el rubio.

Luego asiente una vez más antes de que Misty lo arrastre a otra esquina, con sus ojos lanzándome
dagas por encima del hombro.

Parece que ella sabe quién soy.

No puedo evitar las ganas de hacerle un gesto pasivo-agresivo.

—Bueno, eso ha sido raro. ¿Le conoces? —Pregunta Damien, confuso.

—Sí. Algo así. Yo… De eso quería hablarte. ¿Hablamos esta noche? — Pregunto, con esperanza en mi
voz. Tal y como están las cosas, parece que he conseguido mi dulce venganza y posiblemente al chico. Pero
no hay universo en el que pueda simplemente cepillarme esto y no contárselo nunca a Damien.

Pase lo que pase, antes de irme a dormir, tendré que contarle toda la historia.

Y si decide perdonarme, me pasaré toda la vida demostrándole que tomó la decisión correcta.


Rainbow Room es tan mágica como siempre pensé que sería. Las bebidas fluyen, la comida es
deliciosa, pero la verdadera gloria de toda la velada es pasar la noche con Damien.

Como cada vez que hemos estado juntos, se muestra atento, me introduce en las conversaciones con
naturalidad para que no me sienta excluida, me presenta a todo el mundo como su preciosa novia, Abigail,
y me susurra al oído información divertida sobre la gente que nos rodea, contándome todos los trapos
sucios de sus compañeros de trabajo. La noche es perfecta. Y cuando se golpea con una cuchara una copa
de champán y los camareros se pasean por la sala con bandejas de la burbujeante bebida para asegurarse
de que todo el mundo tiene una copa con la que brindar, todos dejamos de hacer lo que estábamos
haciendo y miramos a Simon Schmidt.

El abuelo de Richard.

El socio de Damien con el que fundó esta empresa hace más de diez años. Sonríe, mirando a la sala
con auténtica alegría en el rostro, y luego empieza a hablar.

—¡Gracias a todos por venir! Cada año este evento crece, las familias crecen, nuestro bufete crece, y
cada año es lo mejor de mi año ver cómo sucede. Que todos ustedes «la familia que nos ayudó a Damien y
a mí a construir nuestro sueño» pasen estas ajetreadas fiestas con nosotros. —Damien inclina su copa
hacia Simon—. Todos sabemos que Damien no es muy hablador fuera de la sala, así que, como de
costumbre, tendrán que oír a este viejo divagar un rato mientras repaso la extensa lista de logros e hitos
de la empresa que todos han conseguido a lo largo del año. —Todos se ríen, y Damien pone los ojos en
blanco, pasándome un brazo por los hombros—. ¡Al menos parece que este año tiene una buena del brazo!
No lo estropees, Martinez; quiero poder volverla a ver el año que viene, ¿sí? —dice, y yo me sonrojo de un
rojo intenso y ardiente.

Pero en lugar de negar con la cabeza o hacer un gesto de saludo a Schmidt, asiente con la cabeza,
hablando por encima de la multitud de risas y moviendo su copa a su compañero.

—No lo preveía, hombre. Me quedaré con ella un tiempo.

Si me hubieras dicho hace dos meses que este intercambio habría ocurrido y me hubieras hecho
predecir mi próximo movimiento, cómo reaccionaría y respondería, te habría dicho que es imposible que
mis ojos no se hubieran desviado por la habitación hacia donde Richard, que está sentado con Misty y
catalogando cada una de sus expresiones faciales.

Yo no hago eso.

Sonrío.

Levanto la cabeza, con el hombro atrapado entre el brazo y el pecho de Damien, y le sonrío.

Una sonrisa plena, verdadera, con los pies en el suelo, olvidando el pozo en el que me he metido,
olvidando que esta noche tengo que confesar, olvidando que mi ex está observando todos mis
movimientos.

Y mientras sonrío y me sumerjo en el sol que es Damien, la ira de Richard empieza a hervir.

Pero estoy demasiado atrapada en el brillo de esta nueva relación como para darme cuenta.


Simon Schmidt dedica unos treinta minutos a reconocer los logros de los empleados en el trabajo, a
felicitarlos por sus logros fuera del trabajo e incluso a mencionar algunos grandes momentos de sus
invitados: parece que el hijo de Joanie ganó el premio MVP de su equipo de la liga infantil y que la hija de
Henry entró en la Universidad de Nueva York.

Este lugar es una familia, como me dijo Damien. Es lo que le mantiene aquí, incluso cuando no
siempre está de acuerdo con los casos.

También es algo que Richard nunca me contó sobre este lugar: lo cerca que está la oficina.

Y cuando Simon termina su discurso con ascensos y elogios, se hace un silencio incómodo.

Un silencio expectante.

Falta un ascenso.

Falta un ascenso muy importante, un anuncio.

Richard como socio.

El silencio persiste, tan denso en el aire que casi se puede saborear, antes de que Simon incline la
cabeza hacia el DJ del fondo de la sala.

—¿Quieres que pongamos algunas canciones, amigo mío? —dice con una sonrisa forzada, sin mirar a
la sala con la calidez con la que lo había hecho durante todo su discurso—. Estoy listo para bailar. —Hay un
suspiro general de alivio de que se haya acabado cuando empieza la música.

Pero observo a Simon mientras se baja de donde estaba hablando, del mini podio que le han montado,
y veo a Richard de pie, con la cara de un rojo intenso y furioso que puedo ver incluso desde aquí.

Aún más, algo en lo que no me había fijado antes: tiene un aspecto horrible.

La ropa no le queda bien. Los pantalones le aprietan y los botones de la camisa le tiran. Tiene el
cabello grasiento, pero si no me equivoco, parece más delgado.

Se está cayendo a pedazos sin mí.

Un extraño sentimiento de lástima me recorre.

Inesperada.

No el tipo de lástima que te hace querer cambiar algo, no el tipo de lástima que te hace querer ayudar
a recoger los pedazos, sino el tipo de lástima que te hace sentir triste por tener a esa persona respirando el
mismo aire que tú.

Empiezan los gritos silenciosos y me cuesta apartar la vista, dejar de mirar lo que está pasando. Me
inclino hacia Damien y le hago una pregunta cuya respuesta conozco.

—¿Qué está pasando ahí? —Pregunto, mirándole. Damien tiene los ojos oscuros y fijos en la discusión.

Antes de que pueda responder, Richard es conducido a otra habitación con Simon y la puerta se cierra
tras él.

Damien suspira y se pasa una mano por el cabello.

—Richard creía que hoy le iban a ascender a socio. Es nieto de Simon, pero no está rindiendo a la
altura, y no voy a tolerar el nepotismo.

Richard ha asumido durante meses que este sería su día. Hoy sería el día en que lograría ser socio.

Pero Richard también pensaba que era un buen abogado.

Richard culpaba de todas y cada una de las pérdidas a todo el mundo menos a sí mismo: al jurado, al
juez, a la triste historia del demandante, a un cliente incompetente. Nunca era culpa suya.

—¿Deberías ir a ver cómo van las cosas? —Pregunto, mirando de Damien a la puerta y viceversa.
Suspira y niega con la cabeza.

—No. Ellos se encargarán y me llamarán si es necesario. Disfrutemos de la noche mientras podamos —
dice, se levanta y me tiende la mano—. ¿Bailamos? —me pregunta.

—Me encantaría —le digo, lo agarro de la mano y me pongo en pie, dejando que me lleve a la pista de
baile y me aleje de mis terribles decisiones.

Al menos por ahora.

TREINTA
23 de diciembre
Abbie


Esa paz y felicidad duran aproximadamente una hora antes de que se rompan como un adorno
navideño, pequeños y finos fragmentos de cristal brillante que se incrustan en la alfombra para que los
pises durante semanas.

—Sabes, si te hubieras visto así para mí, podríamos haber funcionado —oigo detrás de mí mientras
Damien y yo estamos hablando con su asistente, Tanya. Es dulce y adorable y no acepta ninguna mierda de
Damien, y me resulta absolutamente entrañable verla burlarse de él y ponerlo en su sitio. Más aún, ver a
Damien sonrojarse cuando ella lo hace.

Divertidísimo.

Pero esa voz me saca del feliz hechizo en el que me he dejado caer.

Porque conozco la voz.

También conozco la sorna que se teje en esa voz.

Algunas personas se ponen tontas cuando beben.

Algunas personas se cansan.

Richard se vuelve malo.

Nunca violento, nunca enérgico.

Pero siempre fue de los que dicen todas esas cosas malas que te guardas para ti en voz alta cuando
bebía.

Era la única cosa sobre él que nunca les dije a las chicas, sabiendo instintivamente que, si lo hacía, se
preocuparían. Que, si sabían esa parte, trabajarían para que me fuera.

Damien se gira para mirar a Richard, con una expresión de confusión en el rostro.

—¿Qué? —Pregunta, y Dios. Dios. Tenía todas las estúpidas esperanzas de que pudiéramos escapar de
este lío, de que pudiera ser yo quien se lo contara a Damien, de que pudiera decírselo con delicadeza,
darle mi versión y cómo cambió todo, pero no.

Como siempre, Richard está jodiendo todo lo bueno del mundo.

Excepto que esta vez, es mi maldita culpa.

—¿Este era tu plan? ¿Venir a la fiesta a la que nunca te traje como una puta? ¿Y luego qué?
¿Restregármelo en la cara?

—No, yo...

—¿Qué demonios está pasando? —Pregunta Damien, pero su mano permanece en mi cintura.

Todos mis peores temores se están desvelando, mostrándole mis podridas intenciones, pero él sigue
estando cerca. Es un castigo cruel, conseguir esta paz que me da, que me toque y me abrace durante esto,
sabiendo que va a terminar.

—Abbie es mi ex —dice Richard, pero sus ojos, entreabiertos, apenas pueden enfocarme a mí o a
Damien.

Joder, debió haber estado bebiendo chupitos desde que no consiguió ese ascenso.

Mi cuerpo se congela bajo el toque de Damien y, por supuesto, como el hombre que está tan en
sintonía con mi cuerpo y mis reacciones y mis malditas emociones, se da cuenta. Me mira.

—Probablemente empezó a follarte para vengarse de mí. Eso es lo que hacen las putas. —Mi cabeza se
vuelve hacia Richard—. ¿O te lo estabas follando antes de eso? Todas las veces que te dije lo imbécil que
era, me dijiste que debía intentar ganármelo. —Se agita un poco donde está parado—. En lugar de eso,
eras una puta, follándote a mi enemigo.

—No soy una puta. No puedo creer que siquiera...

—Tu madre era una puta. Tú eres una puta. Apuesto a que tu hermana también lo es. Así es como
atrapó a Hutchins. —Se ríe con una risa malvada y borracha—. Apuesto a que tu hermana es mejor en la
cama, sin embargo. Así es como atrapó a un multimillonario. También es por eso que no pudiste retenerme.

Mi cuerpo se enfría de humillación y horror.

—Richard, eso es...

—¿Qué está pasando aquí? —pregunta Damien, mirando de Richard a mí y viceversa, atando cabos
lenta y cuidadosamente—. ¿Es eso cierto, Abigail? ¿Él es tu ex?

—No, Damien. No, yo...

—Dijiste que lo conocías, que teníamos que hablar. —Las ruedas están girando en su mente. Es muy
inteligente. Es imposible que no sea capaz de averiguar la verdad—. Joder. ¿Es él? —pregunta, y yo me
meto los labios en la boca, haciéndolos rodar y tratando de luchar contra el lagrimeo de mis ojos.

Dios mío. Soy una persona horrible.

La he jodido mucho.

Asiento.

Una extraña e inesperada suavidad entra en sus ojos durante una fracción de segundos antes de
cubrirse con ira y confusión.

Está enfadado conmigo.

Como debería ser.

Y sus siguientes palabras cimentan que ahora entiende el panorama completo.

—¿Sabías que era su jefe?

Se me cae el estómago.

La sangre abandona mi cara, dejándome mareada.

Lo sé.

Sé que esto está hecho. Lo veo en sus ojos, en el dolor, en la confusión. Puedo sentirlo en su mano que
me agarra con más fuerza, la mano que aún está en mi cintura, como si el mundo me estuviera jugando
una mala pasada y usando ese toque para asegurarse de que siento todo el daño que hice.

—Yo… —Quiero decir que no. Quiero negarlo. Quiero decirle que Richard está loco, es grosero y que
esta celoso y que podemos hablar de esto más tarde, cuando pueda contarle toda la historia sin curiosos.

Pero se merece más.

Se merece todo. Y se merece la verdad, sobre todo.

—Sí —digo, clavando los ojos en él.

Intento contarle todo allí.

Que esto empezó como una diversión.

Que esto empezó como una venganza.

Que esto empezó como un maldito juego estúpido.

Que cambió... y ambos lo sabemos.

Rezo para que lo vea todo en mis ojos. Rezo para que recuerde cómo intenté decírselo tantas veces,
que el mundo se interpuso, y sí, debería haberlo intentado más, pero aquí estamos.

Aquí estamos, y estoy enamorada de este hombre mientras rompo su confianza.

Y mi estúpido ex no cierra su estúpida boca y me deja en mi charco de miseria.

—Por supuesto que lo sabía. Estuvo conmigo durante cuatro años. Siempre quisiste venir a esta fiesta,
¿verdad, Abbie? Así que supongo que finalmente conseguiste tu deseo —dice Richard como si fuera un
parte de esta conversación extremadamente personal—. Pero joder, has vuelto a vestirte como una puta,
¿no? Dios, ¿no te entrené mejor que esto? —pregunta.

Me dan ganas de vomitar.

Los recuerdos de los años de mierda que me dio, de la forma en que aplastó mi autoestima en el
suelo, vuelven con toda su fuerza.

¿Por qué me puse este vestido?

—¿Entrenarla? —Pregunta Damien, con sus dedos clavados en mi cadera. Puede que sea doloroso en
el mundo real, pero ahora mismo estoy viviendo una pesadilla, y es lo único que me mantiene atada al
suelo.

Y si este es el último toque que recibo de Damien, espero que deje moretones.

—¿No te lo dijo ella? Intenté durante años convertirla en una buena esposa. Para que se vistiera
adecuadamente, para que fuera tranquila y bonita. Pero no. Nunca tuvo esa capacidad. Es una pena. —Sus
ojos me miran de arriba abajo—. La dejé en Halloween, sabes. Iba a venir a la fiesta de la empresa vestida
como una zorra. —Sus ojos recorren mi cuerpo, devorando con avidez mis piernas y curvas expuestas—.
Igual que ahora.

—Halloween —dice Damien, y los engranajes funcionan en su mente. Está armando esa coincidencia.
La cuenta que hice en Halloween, el movimiento que hizo esa misma noche.

—Damien, por favor, déjame...

—¡Dios, esto es fantástico! —Dice Richard con una carcajada borracha—. No lo sabías. Dios, qué gran
habilidad tienes, señor. Joder. Ni siquiera podría decir que ella estaba vestida como una puta para
impresionarte. —Se vuelve hacia mí, con veneno en los ojos—. ¿Pensaste que podías ganar? ¿Pensaste que
podías ganarme? —me pregunta como si fuera un campeón en un juego en el que todos estamos perdiendo
—. Eres patética, Abbie. Siempre lo fuiste. Una perdedora que nunca creció. Nunca valiste el tiempo que
perdí contigo.

Algo dentro de mí se rompe.

Pierdo todo contacto con la realidad, con la decencia. Me olvido de dónde estamos, en una lujosa y
cara sala de fiestas llena de algunas de las personas más poderosas de Nueva York.

Me olvido de que Damien está en mi brazo, que debo olvidar a Richard y tratar de salvar lo que pueda.

En cambio, me encuentro.

Encuentro la última pieza del rompecabezas que he estado armando durante dos meses.

Cuando conocí a Richard, estaba completa. Un retrato bellamente imperfecto que era un testimonio de
mis sueños y esperanzas y de la vida que había vivido hasta entonces.

Richard vio esa belleza y decidió que el cielo no tenía el tono de azul adecuado. Me pidió que lo
arreglara.

Y lo hice.

Entonces los árboles eran de la variedad equivocada, así que los tapó, pegándolos con recortes de
revistas para ver lo que quería. Y yo lo dejé.

Luego le metió tijera a todo, cortando y dándole forma y desechando las partes que no le gustaban
hasta que desechó todo y lo tiró.

Me tiró a la basura.

Y he pasado dos meses encontrando esas piezas, pegándolas con cinta adhesiva y noches de
borrachera con mis amigas y tinte para el cabello y cacao caliente en la nieve y entradas para las
Rockettes con mi hermana y un plan caótico para recuperarme.

Pensé que las tenía todas, que había encontrado todos los restos, que estaba entera y que había
encontrado mi aspecto con las cicatrices y los pliegues y los desgarros y el pegamento.

Pero Richard se quedó con un trozo para él, un trofeo.

Y estando aquí en esta sala con él, lo recuperé.

Me pregunto si todo este tiempo, estaba trabajando menos hacia la venganza y más para conseguir
ese último pedazo de mí.

Abro la boca y se me cae todo.

—¿Sabes qué? Vete a la mierda, Richard. Tienes razón. Hice todo esto para joderte. Me rompiste. Pasé
años esperando a que te comprometieras, desperdicié tanto tiempo de mi vida haciendo todo por ti, y
nunca te importó. Muchas noches me quedaba despierta hasta tarde cuando tenías que trabajar en un caso
importante, asegurándome de que tuvieras comida y café. Noches en las que me quedaba esperando a
que volvieras a casa cuando salías con los chicos, probablemente follando con alguna otra mujer. Todos los
comentarios indirectos que me diste los tomé como putos consejos. Pensé que eran cosas que debía hacer
para que te comprometieras, para que me amaras. Perder peso. Vestirme de forma diferente. Hacerme un
puto Botox. Hablar más bajo. Teñirme el cabello. Me convertí en menos por ti. Porque pensé que, si me
convertía en menos, tú me darías más. —Me alejo de Damien, acercándome a Richard.

Se ha roto una atadura mientras planeo la nueva versión de mí, y soy libre.

Ese último lazo que Richard ató a mí durante los años que estuvimos juntos para mantenerme a su
alcance, se ha ido.

Y soy libre. Estoy completa.

Tal vez ese era el verdadero objetivo de todo esto.

Liberarme.

—Pero nunca me diste más. Sólo seguiste tomando y tomando y esperando todo. Me dejaste a un lado
de la carretera con un disfraz de Halloween, llorando, porque me rompiste el corazón, y te fuiste en auto
porque no querías que te pusieran una puta multa de aparcamiento.

—De eso se trata, ¿no? —Richard pone los ojos en blanco, una burla ebria sale de sus labios—. Jesús,
Abbie. Madura. ¿Qué querías, una conversación educada en tu apartamento?

—¡Sí, imbécil! —Grito, agitando los brazos—. ¡Sí! ¡Eso es lo que espera la gente normal! ¡Eso es lo que
hace la gente normal cuando sale con alguien durante cuatro años y termina las cosas de repente!

—Dios, tan jodidamente dramática. Siempre estabas haciendo mierda para llamar la atención,
intentando que me importaras, joder. —Hay un jadeo audible de la pequeña multitud que ha comenzado a
formarse, y maldita sea, ahora hay una multitud para verme destrozada.

—Ahí está, Richard. Nunca te importó. Nunca te importe y me usaste porque era conveniente y te
amaba. Así que sí, quería vengarme de ti.

Mis ojos se mueven hacia él, y el veneno entra en mis venas, una pequeña parte de la femme fatale
que imaginé que sería en esta noche.

—Así que sí. Empecé a salir con tu jefe. Y detuve la entrega del champú para evitar que se te cayera
tu estúpido cabello. Y cambié los pedidos de la cafetería y de tu sitio para comer, porque eras demasiado
tonto para entender que ese ya no era mi trabajo. Parece que la dieta de azúcar y grasa te está sentando
muy bien. Tu traje parece un poco... mal ajustado, ¿no? No te queda muy bien, Richard. ¿Y alguna vez
dejaste de recibir llamadas por llaves perdidas? ¿Alguna vez salió el brillo de la alfombra de tu estúpido y
feo auto de mamá? Supongo que no deberías haber subestimado a la maquilladora de los grandes
almacenes de clase baja, ¿verdad?

Con mi última mano repartida, dejo que Richard se quede con la boca abierta como un pez y me
vuelvo hacia Damien. El hombre al que he estado engañando durante dos meses, pero del que, de alguna
manera, me he enamorado.

Joder.

¿No es el mejor karma?

—Lo siento, Damien. Realmente no tenía intención de... nada de esto. No pensé que las cosas entre
nosotros fueran a ir a ninguna parte. Pensé que sería una buena follada que el mundo dejó caer en mi
regazo. Estaba borracha con mis amigas y con el corazón roto y me pareció una buena idea. Que si podía
venir a esta fiesta y mostrarle a Richard lo que se perdió entonces... no sé. Nos pondría a mano. Me haría
sentir que he ganado. —Miro alrededor de la sala a las caras que nos miran—. Pero las cosas... han
cambiado. Tú lo sabes, Damien.

Damien también mira alrededor de la habitación, y Dios, este es el peor escenario posible.

Sin embargo, ¿qué pensaba que iba a pasar?

Abre la boca para hablar, probablemente para mandarme a la mierda, decirme que soy una zorra, que
lo he utilizado, todo lo que me merezco, pero lo interrumpe Richard, que probablemente interrumpiría a su
propia madre si creyera que puede decir la última palabra.

—Puedes tenerla, hombre. Mis sobras —dice Richard, y se balancea un poco.

Con sus palabras, algo cambia en el aire.

Una frialdad punzante se cuela, niebla en las tablas del suelo que sólo yo puedo ver, parece.

—¿Perdón? —Pregunta Damien, volviéndose hacia mi ex, su actual empleado. Sus hombros están
tensos y firmes.

Esta enojado.

—He dicho que puedes quedarte con mis sobras, jefe. Sólo tienes que saber que es un verdadero
aburrimiento en la cama. Entrenable, pero aburrida.

Sus ojos se mueven lentamente hacia mí y hacia atrás. El ácido se revuelve en mi estómago y tengo
que luchar contra las ganas de vomitar a sus pies.

—Pero apuesto a que ya lo sabes —dice.

Y entonces ocurre lo impensable.

Damien echa el brazo hacia atrás y, con su fuerza desencadenada y totalmente sobria, golpea a
Richard en la mandíbula.

TREINTA Y UNO
23 de diciembre
Abbie


Hay gritos después del golpe.

Hay gente que se mueve para ayudar a Richard.

Richard está allí tambaleándose, con un corte en el labio y los ojos muy abiertos.

Hay mucho que ver en la conmoción, todo ello centrado en un lapso de treinta segundos.

Pero no veo nada de eso.

Veo a Damien sacudir el puño como si el golpe no fuera nada, y luego lo veo marcharse, de espaldas a
mí, con esos anchos hombros un poco encorvados.

No están lo suficientemente encorvados como para que el ser humano medio se dé cuenta, pero sí lo
suficiente como para que alguien que haya estudiado su cuerpo, su postura, sus palabras y sus expresiones
se dé cuenta. Yo lo noto.

Es la derrota.

Me pregunto si ese es su aspecto cuando pierde un caso, cuando sale de un tribunal sabiendo que se
esforzó al máximo y fracasó.

O tal vez esa es la mirada que pone cuando gana, pero sabe que por quien luchaba no vale la pena.

Nunca llegaré a saber pequeñas cosas, pequeños hechos y partes de quién es. Cosas que mataría por
saber sobre este hombre.

Y en ese momento, lo sé.

Si quiero aprender las minucias sobre él, necesito ir tras él para mantenerlo en mi vida. Necesito
explicarle. Explicar que, aunque esto empezó como un estúpido plan de venganza, para desquitarme y ser
mezquina, lo que hay entre nosotros es real.

Tan, tan real, y soy una completa idiota.

Me dirijo al ascensor, esperando poder usarlo antes de que se cierren las puertas y hablar con él lo
antes posible. Cuanto menos tiempo le dé a Damien para sumirse en sus pensamientos, mejor.

Sin embargo, doy un paso adelante y unos dedos me envuelven dolorosamente la muñeca.

Richard.

De alguna manera está de pie, con un aspecto algo más sobrio, con una creciente mancha roja en la
mandíbula.

—Suéltame, Richard —digo, mi mano libre se mueve para intentar quitar sus dedos de mi brazo
mientras me giro para mirarlo.

No es tan guapo como me había convencido.

Y menos ahora, que he empezado a salir con Damien, posiblemente el hombre más sexy de Nueva
York.

Y una vez que abre la boca, se vuelve aún menos atractivo, vomitando asquerosas tonterías.

—No puedo creer que hayas hecho esta mierda, Abigail. Eres una maldita niña. —Sus dedos empiezan
a apretar mi muñeca, y el pánico aumenta. Puede que Richard no haya sido amable, y puede que haya sido
un novio de mierda. Puede que haya utilizado sus palabras como arma y me haya dicho las cosas más
desagradables para que actuara como él quería.

Pero nunca me puso las manos encima.

Nunca.

Creo que después de crecer como lo hice, eso habría sido una llamada de atención, pero nunca llegó a
tanto. Hasta ahora, aparentemente.

—Richard, suéltame.

—Siempre fuiste nada más que una puta.

—Me haces daño, Richard —digo, con la voz baja, intentando no llamar la atención.

Porque incluso ahora, estoy tratando de proteger su imagen.

Intentando que encajar en la versión mansa y dócil de mujer que él quería que fuera.

¿Por qué?

¿Por qué mierda me hago más pequeña para él?

—Bien. No puedo creer que pensaras que podías ganar contra mí. —Se ríe con veneno y mira
alrededor de la habitación, buscando a los amigos de la fraternidad que normalmente lo defienden. Pero
esto no es una fiesta de fraternidad. Es una fiesta familiar en un bufete de abogados de prestigio.

Nadie busca unirse a una risa con él. De hecho, los ojos que están sobre nosotros miran con confusión
y preocupación.

—Eres una basura, Abbie. Siempre lo fuiste. Se suponía que sólo eras una pieza que follaba cuando era
conveniente. Pero luego te volviste útil, cuidando de la mierda y haciéndome la vida más fácil. Te mantuve
cerca. ¿Por qué contratar a una asistente cuando puedo simplemente follar con una mujer y convencerla de
que la haré mi esposa si hace toda esa mierda para mí?

La verdad evidente de que Richard no sólo sabía lo mucho que estaba haciendo por él, sino que
también conocía mi motivación, mata una pequeña parte de mí. Es la parte de mí que pensó que tal vez,
sólo tal vez, era demasiado tonto para entender lo que quería. Que tal vez era tan tonto e iluso en su
educación como niño blanco, rico, hijo único, que pensaba que eso era un comportamiento normal.

Pero debería haberlo sabido.

Es un idiota, pero Richard no es estúpido.

—Pero entonces perdiste tu utilidad, Abbie. La perdiste cuando empezaste a esperar cosas. Entonces
te deje.

La habitación gira un poco, y siento el impulso específico de vomitar a sus pies.

—Estás jodido. Soy una persona, Richard. Tratas a la gente como una propiedad, como si te debieran
algo. Pero nadie te debe una mierda. —Su mano me aprieta la muñeca, y un pequeño ruido sale de mis
labios, pánico, dolor y miedo, todo en uno.

—Richard, déjala ir —dice una voz.

Simon.

—Abuelo...

—He dicho que la dejes ir.

—No tienes ni idea de lo que...

Simon lo interrumpe y no voy a mentir: me sorprende el temple que tiene el hombre después de las
historias que me contó Richard. Por otra parte... nada de lo que dijo Richard era cierto, aparentemente,

—Lo he oído todo. Te mereces algo peor de lo que te hizo.

—Ella arruinó mi oportunidad de ser socio —dice Richard con un quejido infantil.

—Nunca ibas a ser socio, Richard —dice Simon, y toda la sala se queda en silencio. El DJ sigue
poniendo música navideña, pero parece aún más baja con las palabras de Simon.

—¡Claro que no! —dice Richard, pero me suelta la muñeca y se vuelve hacia su abuelo. Me preocupa
por un segundo que se mueva hacia él, lo golpee y agarre al viejo, pero se queda parado.

—Richard. No lo serás.

—Me merezco ser socio, abuelo. Esperé seis años, nunca te dio por no hacerlo antes. —Con sus
palabras, no puedo evitar burlarme porque la mierda no lo hizo. He escuchado las llamadas que hizo a
Simon, quejándose de querer ser socio. Su cabeza gira hacia mí, y me muerdo el labio, recordando que
tengo que salir de aquí y encontrar a Damien.

—No te mereces nada sólo por tu sangre, Richard. No ganas casos por tu cuenta. No eres un jugador
de equipo. Todos en la oficina tienen problemas contigo...

—Eso es una mierda. —Y entonces, para mi alegría desbordante, oigo algunos acuerdos y risitas,
indicando que, a la oficina, de hecho, no le gusta Richard.

Tal vez este plan de venganza vale la pena, aunque sólo sea para ver cómo se desmorona.

—No es así. Sólo aceptas casos con intenciones de mierda.

—Acepto los casos que harán dinero.

—Aceptas casos con un corazón codicioso, Richard. Este bufete no es para eso.

—Esta empresa es para ganar dinero.

—Y hay una manera de hacerlo sin ayudar a los abusadores. Sin tomar sólo casos para clientes de alto
perfil.

—Yo no...

—Damien y yo íbamos a hablar contigo el año que viene y a tener una discusión. Pero pareces tan
interesado en tenerla ahora, aquí está: La firma está cambiando de marcha. Queremos ayudar a más
gente, elegir a nuestros clientes más sabios, así que no aceptaremos casos donde haya acusaciones de
abuso, ya sea físico, emocional o financiero. Todos los clientes tendrán que firmar una cláusula de
moralidad.

La sala se queda en silencio, ya que la música se ha cortado hace un minuto, y todas las personas de
la sala están mirando, escuchando con atención.

—Por Dios, abuelo. Te ha atrapado. Tenías algo grande aquí, ¿y lo vas a joder?

—La única persona que está jodiendo ahora mismo eres tú. La forma en que Damien miró a Abbie aquí
toda la noche, no creo que le guste saber que le pusiste las manos encima.

—¿Qué demonios me importa lo que piense? —Dice Richard, escupiendo con sus palabras—. Es un
maldito perdedor. Un pedazo de basura del Bronx que tuvo suerte. No es jodidamente nadie, y sólo quiere
ayudar a los perdedores…

Y con las feas palabras que brotan de su boca, lo pierdo. Tiro del brazo hacia atrás, deseando tener un
hermano mayor que me enseñe a dar un puñetazo, y golpeo a Richard en la mancha ya roja que ha dejado
Damien.

—¡Joder!

Esa soy yo.

Esa soy yo gritando porque creo que la gente se olvida de decirte que cuando golpeas a alguien con la
intención de hacerle daño, también te haces daño a ti.

Agito la mano, saltando como si eso fuera a ayudar, mis tacones chocando en los caros suelos de
mármol.

Pero mientras esto sucede, no me pierdo a tres personas agarrando a Richard.

Porque cuando me dispuse a golpearlo, como pago por hablar de Damien de la forma en que lo hizo,
Richard se abalanzó sobre mí, intentando... No estoy segura.

Realmente no quiero saberlo.

Y ahora Richard está gritando borracho, luchando contra las manos de los hombres más grandes y
mucho más sobrios que lo sostienen.

—¡Maldita zorra! —Grita, pero no puedo ni escucharle. La mano de Simon, cálida, suave y amable y
tan distinta a la de su nieto, me toca el codo.

—Ve, cariño. Será mejor que vayas y alcances a ese socio mío. Tiene mal genio, pero la forma en que
te ha mirado esta noche... Sólo necesita calmarse. Ve a buscarlo.

Debería quedarme.

Debería ayudar a limpiar el desastre que hice.

Pero en lugar de eso, asiento y corro hacia el ascensor.

Desgraciadamente o quizá afortunadamente, según se mire, sigue descendiendo, actualmente en la
planta veinte de sesenta.

No tengo tiempo de esperar a que vuelva a subir. En su lugar, mis ojos se dirigen a la escalera que
está llamando mi nombre, y maldigo antes de empezar a bajarla, rezando por no romperme una pierna o
desinflar un pulmón o fundirme en un asqueroso charco a los diez pisos.

Para cuando llego al piso 45, estoy maldiciendo mis zapatos.

Para cuando llego al 30, estoy maldiciendo el vestido.

Para el piso 15, me maldigo a mí misma, preguntándome cuánto tiempo tardaría alguien en
encontrarme si me desplomara y muriera en esta escalera.

Sin embargo, en el piso 1, cuando llego al vestíbulo, tengo una renovada sensación de urgencia y
salgo corriendo del edificio hacia la Rockefeller Plaza. El aire frío me sacude los pulmones y me quema la
piel, pero no me importa.

Tengo que encontrar a un hombre.

Y entonces lo veo, cruzando la 49. Lo veo por el semáforo, viendo cómo la luz de “pase” se convierte
en una mano naranja.

—Damien. ¡Damien! —Grito desde el otro lado de la calle mientras me acerco, con su cabello oscuro
con esas vetas grises que se van enfocando. Desde allí veo que tiene la mandíbula firme, tensa por la ira, y
me pregunto por qué está allí y no se dirige al aparcacoches. Gira la cabeza hacia mí, oyéndome de algún
modo por encima del ruido del caos neoyorquino, y se queda parado.

—¡Un minuto! Por favor. —Grito por encima del ruido, corriendo hacia la acera y empezando a salir a la
calle. Suena un claxon, pero sólo miro a Damien. Su cara se ha vuelto floja por el pánico, pero alguien me
agarra por la espalda del vestido, impidiendo que corra directamente hacia un auto.

—Jesús, señorita, ¿qué demonios? —Pregunta el tipo de unos veinte años, con una expresión de
asombro en su cara, como si no pudiera decidir si debería llamar a la policía y ponerme en psiquiátrico o si
esto es sólo un caso de Nueva York siendo Nueva York. Le doy una pequeña sonrisa apaciguadora y me
disculpo, agradeciéndole que me haya salvado la vida.

Debería estar avergonzada.

Casi muero tratando de cruzar la calle por un hombre que definitivamente me odia. Un hombre que
definitivamente no quiere escuchar mi explicación de las cosas.

Pero no estoy avergonzada. Estoy decidida, en todo caso. Más decidida a llegar hasta allí, a explicarle,
a intentar como sea salvar esta cosa que es muy, muy jodidamente buena.

—¡Espera al semáforo, loca! —Grita por encima del tráfico que avanza, y asumo que es una buena
señal. Supongo que, si me dice que espere, es que está dispuesto a esperar.

Me quedo ahí, congelada en el frío de una noche de invierno neoyorquina, aunque la adrenalina que
me recorre no me deja sentirlo, esperando. Me muevo, pulsando repetidamente el botón de “caminar”,
como si eso fuera a ayudar.

Nunca lo hace.

Sinceramente, estoy convencida de que ese botón es un timo, un placebo para hacerte esperar lo
justo, para que no te arriesgues y cruces con el tráfico en sentido contrario.

Finalmente, el semáforo se pone en verde, aparece el hombrecito que camina y yo salgo corriendo con
esos estúpidos zapatos y lamentando la punta abierta y, sinceramente, no llevar el vestido funerario, que
quizás hubiera sido más fácil de correr.

Pero entonces estoy allí, saltando ligeramente para saltar el bordillo antes de estar frente a él.

Y joder, no parece feliz. No parece acogedor, ni divertido, ni cálido, ni ninguna de las otras cosas que
siento cuando normalmente estoy ante él y lo miro.

—Por favor, Damien. Deja que te explique.

No dice nada y se me cae el estómago. Se queda mirándome. En algún lugar de la carretera, suena la
campana de un Papá Noel del Ejército de Salvación, pidiendo donaciones.

Digo lo primero que se me ocurre, lo primero que puedo para intentar que se quede.

—No creí que me gustaras —digo. Su ceja se levanta—. Mierda. Joder. Yo no... No quería decir eso. No
pensé que me importarías. —Respiro hondo, mis pulmones no están acostumbrados a ningún tipo de cardio
excesivo, y mucho menos a bajar 60 tramos de escaleras y atravesar el Rockefeller Plaza en tacones
mientras mi corazón sigue latiendo con pánico.

El movimiento es casi imperceptible, el ligero ablandamiento en el surco de sus cejas, pero lo veo. Lo
que tiene trabajar en el comercio minorista es que aprendes a leer las expresiones de los rostros de la
gente. Es más, cuando trabajas en maquillaje, tienes que leer las caras de la gente para ver cómo se
sienten realmente, de verdad, con lo que les has presentado.

—Había estado saliendo con Richard durante cuatro años. Cuatro años que pasé convenciéndome de
que él era para mí. Que estábamos destinados a estar juntos. Hice todo lo que pude para demostrarle que
era la adecuada para él, que encajaba en esto... —hago un gesto con la mano hacia el edificio del que
acabo de huir—. Maldito mundo en el que me moría porque me aceptara. Creé esta fantasía en mi mente
en la que simplemente... encajábamos. —Miro el muérdago en la puerta detrás de él, preguntándome cómo
sería meterse en un portal y besarlo cuando no hubiera nada entre nosotros.

Nada de mentiras.

Nada de engaños.

Sólo nosotros, un nuevo comienzo.

Dos extraños en Nueva York que encajan.

—Me dije que esta estúpida fiesta era la clave. Si me llevaba a esta fiesta a la que iba todos los años y
nunca me llevaba a mí, sería todo. Si me hubieras preguntado hace cuatro meses, te habría dicho que esta
noche Richard se convertiría en socio y yo tendría su anillo en el dedo. —Me froto una mano sobre los ojos,
probablemente destruyendo mi maquillaje, pero ¿qué importa ya? Si esto sale mal, de todos modos, me
caerá un río por la cara—. Dios, fui tan jodidamente estúpida. Tan jodidamente estúpida.

Mi cabeza se inclina hacia el cielo, hacia unas nubes oscuras y ominosas que reflejan cómo me siento
ahora mismo.
—Cambié por él. Cami lo vio y lo odió por ello. Kat lo vio y trató de convencerme de que no lo hiciera.
Incluso Hannah lo sabía. Se preocupó por mí. Pero yo... Pensé que lo amaba. Pensaba que él lo era todo
para mí, y ¿qué significaba un poco de autosacrificio al final si tenía a mi alma gemela? Me teñí el cabello
para parecerme a las mujeres del club de campo. Empecé a vestirme de forma más conservadora. Fui
menos divertida, menos chispeante. Hablé menos cuando él estaba cerca. Yo… no era yo.

Todos estos pequeños cambios no me di cuenta de que los estaba haciendo hasta que se fue.

Pequeñas formas de amoldarme a lo que él quería y ¿para qué?

Cuatro años desperdiciados de una vida preciosa.

—¿Qué tiene que ver esto con todo? ¿Con nosotros? —Pregunta Damien, las primeras palabras que me
dice aparte de indicarme que no me cruce con el tráfico que viene en dirección contraria.

Progreso.

Yo lo llamo progreso.

—Lo prometo, ya estoy llegando —digo, y de nuevo una pequeña pista, una pequeña esperanza
cuando la comisura de su labio se levanta—. Halloween, se suponía que iba a venir a la fiesta de la
empresa. Él vino a buscarme. Estaba disfrazada de conejita...

—¿Un disfraz de conejita? —Pregunta, con una pequeña sonrisa que no puede combatir.

La devuelvo, mi alma se eleva.

—Un disfraz de conejita —repito con una pequeña sonrisa—. Era modesto. No era como... una conejita
de Playboy o algo así. —Él levanta una ceja, y yo pienso que esto es bueno. Su intriga en un disfraz,
¿verdad? —. De todos modos, Richard lo perdió. No sé. Él simplemente... Lo perdió. Me dijo que yo no era lo
suficientemente seria, que no era lo que él necesitaba. Que era divertida pero que nunca iba a ser su
esposa. Que yo no encajaba en la imagen que él necesitaba para ser su pareja. —Me burlo—. Sin embargo,
supongo que su asistente legal Misty sí encajaba, ¿no? —otra sacudida de mi cabeza—. Eso no importa. Me
dejó llorando fuera de mi apartamento en el frío con un disfraz de Halloween, y creo que... eso rompió el
hechizo. Llamé a las chicas y nos emborrachamos mientras hacíamos una lista de tonterías para hacerme
sentir mejor con mi vida, y Kat me hizo descargar una aplicación de citas.

Levanto los ojos de donde estaban enfocados en esa pajarita rosa hacia sus ojos cuando habla a
continuación.

—Y tú coincidiste conmigo.

—Y coincidí contigo. Y... Mierda. Dios. Aquí es donde se pone mal. —La onza de suavidad que había
ganado se endurece—. No recuerdo nada de esa noche. Yo estaba... Yo era un desastre. Pero sí recuerdo
haberte visto, recordar que Richard siempre se quejaba de ti y yo decía: 'Me voy a follar a su jefe'

Con eso, Damien se ríe a carcajadas.

Eso es una... buena señal, ¿no? Creo que...

—Hicimos un plan, Cam y yo. Kat fue una... espectadora involuntaria —digo, y Damien vuelve a
sonreír.

—Eso parece algo que haría ella.

—Mucho —digo y me olvido de lo que se supone que estoy diciendo.

—Entonces, ¿qué fue...? —Su mano se mueve hacia el Arco Iris en la Habitación—. ¿Todo eso? ¿Por qué
no dijiste nada?

Ah, ahí estaba yo, rogando y suplicando. Sí.

—¿Decir algo? ¿Cómo qué? Oh, ¿mi ex de cuatro años que destrozó mi autoestima e identidad trabaja
para ti, y me encantaría que me llevaras a la fiesta de fin de año y le demostraras que soy material de
esposa de abogado? —Hago una pausa por un momento—. Oh, y mientras estás en ello, podemos follar un
montón, y va a ser matador, y definitivamente voy a desarrollar sentimientos por ti porque eres
jodidamente increíble y amable y comprensivo y todo lo que pensé que él iba a ser, pero nunca terminó
siendo...

—De acuerdo, ya veo que eso habría salido mal. —Sonríe, pero sé que es una sonrisa triste. Una
sonrisa tensa.

—Te he mentido tres veces, Damien. —Lucho contra el impulso de acercarme a él—. La primera fue no
decirte quién era. Eso estuvo mal. Me arrepentí cada momento de cada día que estuve contigo. Dios, hubo
algunas veces que intenté decírtelo, lo juro. Hoy fue una de ellas. Intente hacerlo, pero siempre había algo
que se interponía. O me acordaba de la puta escoria que es Richard y eso me cegaba.

—¿Cómo te acordabas? ¿Seguías viéndolo? —Unas nubes oscuras se ciernen sobre los ojos de Damien,
similares a las que se ciernen sobre nuestra cabeza.

—No. Sólo... pequeñas cosas. Me envió un mensaje el otro día, diciéndome que borrara su existencia
de mis redes sociales. Tuvimos un tarro de...

—¿Qué?

—Un tarro. Un tarro de pepinillos. Tenía pequeños trozos de papel con recordatorios...

—No, la otra parte.

—Oh. Él, eh... El día que fuimos a las Rockettes, estaba al teléfono con Cam y le dije que te iba a
contar todo. Fue. . . Éramos demasiado reales. Demasiado crudo. Iba a hacerlo y entonces... me envió un
mensaje de texto. No quería que yo... ya sabes, manchara su imagen, así que quería que borrara todas las
fotos de él, que deshiciera cualquier etiqueta y que le informara cuando estuviera hecho.

—Maldita sea. —No digo nada—. ¿Cuáles son las otras dos veces?

—¿Qué?

—Las otras dos cosas en las que mentiste.

—Oh. Uh. No me gusta el whisky. —Sonríe, una sonrisa grande esta vez, y mierda, esa esperanza
chispea de nuevo.

—No me digas.

—Sabe fatal.

—Te gustan las cosas dulces. No quieres probarlo cuando bebes.

Sonrío y asiento.

—Sí. Pero recordé que una vez Richard me hizo comprarte una botella para un evento...

—Un Glenlivet... Lo recuerdo. ¿Lo compraste?

—Hice una extensa investigación en Google. No quería que quedara mal. —Su ojo se estremece.

—¿Y la última?

—Odio la música country.

—Prefieres las bandas de chicos —dice con una sonrisa, y yo pongo los ojos en blanco.

—Sí, prefiero la música pop. Pero ahora me gusta. Esa es la verdad. Ha... crecido en mí. —Le sonrío, y
mierda, está ahí. No es odio, sino un brillo en sus ojos, ese brillo que hay cuando cree que me estoy
divirtiendo—. Pero eso es todo. Todo lo demás es cosa mía. Todo lo que te dije, lo que siento por ti.

Me muevo, probando mi suerte, y pongo una mano en su pecho. El calor de su pecho recorre mi brazo.

—Te juro que...

—¿Por qué te sangra el nudillo? —Pregunta Damien, interrumpiéndome.

—¿Qué?

—Tu nudillo. Está sangrando. ¿Por qué?

Miro hacia abajo, y efectivamente, el primer nudillo de mi dedo anular está sangrando. Es casi poético,
para ser honesta.

—Le di un puñetazo a Richard.

Me mira, confundido.

—No, yo le di un puñetazo a Richard.

—Bueno, sí. Lo hiciste, y luego te fuiste, y luego traté de irme, pero Richard me agarró del brazo...

—¿Él qué?

—Me agarró del brazo. Simon lo detuvo. Y luego me dijo algunas cosas desagradables, y luego dijo
algunas cosas desagradables sobre ti, y luego le di un puñetazo en la cara. Y luego salí corriendo. Iba a
tomar el ascensor, pero ya estaba bajando, y no quería que llegaras tan lejos. Ese ascensor es tan
condenadamente lento. Así que bajé corriendo las escaleras y...

—¿Bajaste corriendo las escaleras? —pregunta, ahora con una ligera sonrisa en los labios—. ¿Hiciste
cardio para llegar hasta aquí? —Su voz es muy “aw, honey, you baked”, a la Christian en Clueless.

—Sí, y estoy toda sudada, y me está haciendo picar, pero supongo que está bien porque hace un frío
de mierda aquí fuera.

—¿Dónde está tu chaqueta? —me pregunta, casi mirándome con desprecio.

—No tuve tiempo de parar en el guardarropa para que lo encontraran. Tenía que correr detrás de un
hombre. —Su mirada se suaviza en algo que enciende algo más en mí: la esperanza.

Una ráfaga de viento helado recorre la carretera y me estremece.

—Dios mío —murmura en voz baja antes de atraerme hacia él, abriendo su chaqueta de esmoquin
para que pueda meter los brazos por debajo y rodear su espalda.

Parece que tampoco tuvo tiempo de tomar su abrigo.

Respiro su aroma, esa firma de Armani que identifiqué el primer día llenando mis pulmones. Dejo que
su calor me penetre en los huesos, y cuando sus brazos me envuelven la espalda, dejo que esa sensación
también se apodere de mí.

Si esta es la última vez que este hombre me abraza así, necesito empaparme lo suficiente como para
aguantar el resto de mi vida.

Una vez pensé que Richard era mi alma gemela porque me gustaba la idea de lo que podía ofrecerme.

Una vida sencilla de devoción a un hombre que era importante.

Una vida en la que pudiera pasar cada momento viviendo para el hombre de mis sueños de la forma
en que mi madre no pudo hacerlo.

Creo que, en cierto modo, pensé que si yo tenía éxito donde ella fracasó, todo estaría bien en el
mundo. El equilibrio volvería. La vida sería fácil.

Pero un alma gemela no funciona así. Un alma gemela no se supone que sea fácil o unilateral. Es un
equilibrio, un toma y da.

Creo que existe la posibilidad de que Damien haya sido mi alma gemela, y puede que lo haya
estropeado.

Se echa un poco hacia atrás para mirarme, y yo lo imito, inclinando la cabeza hacia atrás. El cielo está
oscuro, una mezcla de la tormenta que se avecina y la noche de principios de invierno, pero estamos bajo
una luz de la calle, y los reflejos y las sombras que crea en la cara de Damien son insoportablemente
hermosos.

—¿Lo hiciste para recuperarlo? —Pregunta Damien, su voz baja e interrogativa.

—¿Qué? —Pregunto. No entiendo la pregunta, mi mente no es capaz de concentrarse en nada más que
en la forma en que se ve ahora, mirándome con ojos amables.

No ojos enfadados.

Ojos preocupados, tal vez.

¿Debería sentirme aliviada? ¿O nerviosa?

—Dije, ¿lo hiciste para recuperarlo? ¿Fue todo este plan con la intención de recuperar a Richard?

Ah, ahí está.

—¿Qué? No. Nunca —digo rápidamente, tratando de explicarme—. Tienes que saber que nunca hubo
una parte de mí que quisiera eso. Nunca. Una vez que rompió conmigo, fue como si... se rompiera un
hechizo. Ya no entendía lo que veía en él. Fue como si finalmente pudiera ver la realidad. Yo sólo... Quería
que odiara el haberme dejado ir. —Miro por encima de su hombro, de vuelta al Rockefeller Center y a
Rainbow Room que hay en su cima. Sigo hablando, sin mirarle, pero siento que sus ojos arden—. Pasé
algunos de mis mejores años tratando de hacer su vida más fácil. Creía que era mi deber, mi recompensa
sería una hermosa vida. Y creo que él lo sabía. Creo que siempre supo que yo no era para él, pero le
gustaba lo que podía darle.

Respiro y finalmente vuelvo a mirar a Damien, con miedo a lo que voy a ver.

Emociones mezcladas. Eso es lo que hay.

Podría terminar de cavar la tumba de esta hermosa relación.

—Supe quién eras cuando apareciste por primera vez en esa aplicación. Por cierto, Richard te odia. Se
quejaba de ti todo el tiempo. —Los bordes de los labios de Damien se inclinan hacia arriba—. Así que
apareciste en esa maldita aplicación, y dije a la mierda. Estaba borracha con Kat y Cam, pero recuerdo
claramente haber dicho: 'Me voy a follar a su jefe' —repetir esas palabras hace que Damien se ría, su
cabeza se inclina hacia atrás con un boom. Sigo hablando, con una sonrisa en los labios—. Así que hicimos
un plan. Resulta que ya encajo en tu tipo —digo y abro los ojos— ¿Pequeña, rubia y con curvas? —Él
también sonríe—. Es que... Quería demostrarle que podía hacerlo mejor. Dijo que no podía quedarse
conmigo porque no encajaba en la imagen de la empresa. Que no era lo suficientemente seria. Quería
demostrarle que... podía.

El rostro de Damien se oscurece de nuevo, la sonrisa se borra de su cara.

—Te juro que, si esa primera noche me hubieras dicho que buscabas algo serio, lo habría dejado caer
en ese momento. Te lo prometo, Damien. Nunca te habría engañado... Pero entonces... las cosas cambiaron
entre nosotros. Se convirtió en algo más para mí. Te convertiste en algo más. Y lo intenté. Lo juro, cariño.
Intenté decírtelo varias veces. Siempre nos… interrumpían.

—¿Así que nunca se trató de él? —Pregunta.

—No de la manera que piensas. Nunca fuiste mi boleto para recuperarlo. Eras mi boleto para hacerle
sentir tan mal como yo. —Tomo una respiración profunda, lista para continuar—. Y de alguna manera, en el
camino, deshiciste todo el daño que él había hecho y me hiciste sentir hermosa y amada y apreciada. Y
dejé de preocuparme por él o por la venganza o por vengarme. Pensé que sólo nos divertiríamos. Pero fue
más. Cada día me demostraste lo que valía y que merecía algo más que alguien que tolerara mi presencia.
Me merecía ser igual en una relación en lugar de ser la asistente de algún hombre. Me bastó una cita
contigo para ver que no eras nada de lo que me habían dicho. Me bastó una visita a Rollard's para saber
que eras un buen hombre. Me bastó un viaje a casa para darme cuenta de que tú y yo éramos algo más.

Y aquí voy.

Porque si esto me va a estallar en la cara, al menos lo haré con la conciencia tranquila, sin dejar
ninguna palabra sin decir.

—Ha hecho falta una noche en la que llegues a tu casa y me veas allí para que me enamore de ti. —
Hago girar mis labios sobre sí mismos, frotándolos mientras lucho por mantener mis ojos fijos en los suyos
—. Nunca se trató de extravagancia. Se trataba de sentirme como una igual. Sentirme apreciada. Sentirme
querida. Tú haces eso. Me lo has demostrado desde el principio. Y sé que empecé esto con una mierda, y sé
que probablemente pienses que estoy loca y que soy una perra y... un millón de cosas más. Pero te lo
ruego, Damien. Dame una oportunidad. Dame una oportunidad para demostrar que todo esto es tan real
como se puede. Que esto...

—No necesitas una oportunidad, Abigail. —Sus palabras son firmes, y me pongo rígida ante ellas, mis
manos se aprietan alrededor de su cálida cintura porque es la última vez que lo hare.

Y eso está bien.

Eso es justo.

—Ya sé que esto ha sido real desde el principio. Debería habértelo dicho antes, haberte dicho que ya
no éramos sólo diversión. Dimos vueltas al asunto, y tienes razón: intentaste decírmelo, y yo te dije que me
lo dijeras después. —Su mano inclina mi barbilla hacia arriba antes de deslizarse hacia mi garganta,
sintiendo mi rápido pulso allí—. Esto me dice todo lo que necesito saber. La forma en que tu pulso es de
pánico. La mirada en tus ojos ahora mismo. La forma en que me sostienes, la forma en que corriste.
Aunque, naranja3, si vuelves a intentar correr en el tráfico de esa manera, te azotaré cuando lleguemos a
casa.

Mis ojos se abren de par en par, pero mi mente está muy confusa, tratando de ordenar las cosas.

—Esto siempre fue más, Abigail. No te culpo por querer vengarte. Si me lo hubieras dicho desde el
principio, habría estado de acuerdo. Richard es un idiota. Un idiota que no tendrá trabajo después de las
vacaciones.

—Damien, tú no...

—Lo hago. Lo haré. Estaba destinado a suceder de todos modos, pero esa es una historia para otro día.
Todo lo que necesitas saber es que esto es real. Me estoy enamorando de ti, y aunque no estuvieras
conmigo, te arrastraría. —Mi corazón se acelera, y los labios de Damien se inclinan hacia arriba—. Sí, nena.
Siento eso.

—Oh.

—Sí, oh. ¿Ahora puedo besarte, y luego podemos tomar nuestras chaquetas y volver a mi casa para
que pueda follarte como es debido?

Otro salto de mi corazón, otra punta de sus labios.

—¿Por qué no tienes tu abrigo? —Pregunto, mi cerebro finalmente funciona lo suficiente como para
preguntar.

—Nena, esta noche no te ibas a ir sin mí. Necesitaba aire. Fui a dar un paseo. Iba a volver cuando me
encontraste. —Me quedo con la boca abierta y su mano se tensa ante la mirada—. Lo estás entendiendo. Te
he dicho que si me caigo, te llevo conmigo.

Con sus palabras, lo único que puedo hacer es mirarlo fijamente, dejando que una pequeña sonrisa
juegue en mis propios labios.

—No tienes que arrastrarme a ningún sitio, Damien. Ya estoy allí.

Entonces me besa, plena y profundamente, justo cuando la nieve empieza a bajar.

Es el momento mágico de Navidad de mis sueños, besando a este hombre de esmoquin, el árbol de
Rockefeller enmarcándonos, el aire claro.

La venganza nunca se sintió tan bien.

TREINTA Y DOS
25 de diciembre
Abbie


Estoy sentada con las piernas cruzadas en mi pequeño apartamento, con un lío de papeles rotos a mi
alrededor y cajas de comida china para llevar esparcidas por todo el lugar.

Damien Martinez, el extraordinario abogado de derecho de familia está sentado frente a mí.

No ha abandonado mi presencia en casi tres días, salvo para ir al baño y para llamar a su madre,
asegurándose de que tenía los datos de su vuelo correctamente después de felicitarla por Navidad.

Ha sido mágico.

—Esta debería ser nuestra tradición —digo sin pensar mucho en mis palabras—. Fiesta de vacaciones,
mi hermana para Nochebuena y Navidad por la mañana, y luego volver a la ciudad para comida china y
recibir regalos y pasar tiempo a solas.

Ya he abierto algunos regalos de Damien, lo que no debería sorprenderme, pero lo hizo. Recibir regalos
de este hombre que sé que ha elegido él mismo —no una especie de comprador personal o un asistente—
me hace desfallecer.

De momento, he estrenado dos pantalones de chándal y una sudadera de color rosa claro (“Déjalos en
mi casa, ¿sí? Para que tengas algo que ponerte”) y un estuche de viaje para mi maquillaje (“Ya que vas a ir
de aquí para allá”), todos perfectamente de mi talla y color.

Damien ha abierto un juego de vasos de whisky de cristal tallado, un nuevo frasco de su colonia y una
botella de ese whisky que tanto le gusta. Todo fue comprado antes de la fiesta, mi conciencia me decía que
podía dejarlo en su casa si se negaba a verme nunca más.

Pero mientras me lanza un tercer regalo envuelto desordenadamente en papel rojo (sí, el hombre
envolvía sus regalos, lo creas o no), la sonrisa bobalicona de su cara me da una pista sobre mi error, hacer
planes anuales cuando llevamos menos de dos meses saliendo.

¡Jesús, Abbie, hazte la interesante!

—No quise decir... es muy temprano, yo sólo...

—Es una gran tradición, naranja4 —dice, sonriendo—. Me gusta.

Y entonces, como nunca puedo retener mis palabras, vuelvo a hablar.

—Sabes, Kat me dijo lo que significa —digo, sonriendo—. Me ha estado llamando así durante semanas.

—¿Naranja? —dice con una sonrisa, pero sus ojos me dicen que sabe a qué me refiero. Hago una bola
con un trozo de papel rasgado y se lo lanzo a la cabeza—. Naranja5 significa “naranja”. Media naranja6
significa “media naranja”.

—Eso me dijo —digo, pasando lentamente un dedo por debajo de la cinta del regalo que tengo en el
regazo.

—Mi padre llama así a mi madre. Dice que ella es su otra mitad, a pesar de lo diferentes que son. —Mi
dedo deja de moverse, se detiene, se congela ante su sinceridad—. Ahora significa que no importa cuánto
se peleen, cuántos errores cometan, siempre encajan. Ella siempre será su otra mitad. —Me relamo los
labios y sus ojos me observan antes de seguir hablando—. Supongo que entonces lo supe. Esa primera
mañana después contigo.

No tengo palabras.

No tengo forma de responderle o decirle lo que significa para mí sin el temor de asustarlo total y
completamente.

—Ábrelo, nena —dice, inclinando la barbilla hacia el regalo en mi regazo—. Tienes uno más después de
este.

Abrir un regalo es la opción más fácil para mis emociones sobrecargadas, así que hago lo que él dice,
arrancando el papel de regalo y revelando...

Una manta.

—¿Una manta? —Pregunto, con una pequeña risa en mi voz. Es de color azul oscuro, utilitaria y básica,
pero suave y aparentemente cálida.

—No tenían rosa o la habría conseguido —dice, sonriendo mientras empiezo a desplegarlo—. Es para
calentarte.

—¿Calentarme? —Pregunto, confundida.

—Dijiste que tu habitación se enfriaba. Tus pies estaban fríos. —Dejo caer el material sobre mi regazo,
viendo el cordón que sube y baja la temperatura—. Te servirá para calentarte en invierno antes de entrar.
No puedes dormir con él puesto, no es seguro, pero debería quitarte el frío. —Mi mente se tambalea.

—Me compraste una manta térmica porque te dije que mi habitación siempre es fría. —Mi cara es
suave, confundida por esta simple acción—. Te lo dije una vez.

Se acerca a mí, colocando los recipientes sobre la mesa de café hasta que nuestras rodillas se tocan.

—Recuerdo todo lo que me dices, Abigail —dice, empujando el cabello detrás de mi hombro. Ya lo dijo
una vez, y pensé que era una frase... pero aquí estamos—. Te acostumbrarás a que te cuide —dice,
presionando sus labios suavemente sobre los míos.

Todavía no sé qué decir.

—Vamos, uno más —dice, colocando una pequeña caja en mi regazo. Esta no la envolvió, la caja del
tamaño de un libro envuelta perfectamente con una gran cinta roja. Mis dedos agarran el extremo, tirando
antes de arrancar el papel, revelando la sencilla caja blanca. Al quitar la tapa, despliego el papel de seda y
veo un bikini de hilo rosa intenso. Al levantarlo, lo miro con una ceja levantada muy escéptica.

—Tendrás que llevarlo, con lo que tengo planeado.

—¿Qué has planeado?

—Sigue mirando —dice, y su cara se abre con la mayor sonrisa de niño que he visto nunca. El hombre
no puede contenerse con la emoción que le invade. Aparto el papel de seda para ver un sobre con mi
nombre escrito con letra negra de hombre.

Al abrir el sobre, vuelvo a fruncir las cejas antes de mirarle.

—¿Qué es esto? —Se limita a sonreír, inclinándose hacia delante para presionar el espacio entre mis
cejas. Yo sigo mirando—. ¿Bora Bora?

—En marzo. Tú y yo.

—¿Nos vamos a Bora Bora? —Pregunto, y su sonrisa cae un poco.

—Sí. Kat dijo que siempre quisiste ir.

—¡¿Kat?!

La sonrisa regresa.

—Sí.

—¿Hablaste con Kat sobre esto?

—Sí, ¿por qué? —Dios, esa sonrisa es contagiosa, y no puedo evitar devolverla.

—¡Ella sabía sobre... la fiesta! El plan. Ella no lo mencionó. —Mi mente se dirige a ella aceptando que
tengo que decirle la verdad, y me pregunto si ella lo sabía entonces.

—Sí, bueno. Tal vez ella tenía más fe que tú.

—Sí, tal vez —digo, moviendo panfletos y billetes de avión—. Nunca he salido del país.

—Por eso es para marzo. Kat dijo que sería un despegue más fácil, de todos modos. Tendrás tiempo
para conseguir un pasaporte.

—¿Quieres ir de vacaciones conmigo? —Digo, mirándolo fijamente, ahora completamente
impresionado.

A cada momento desde aquella fiesta, he llegado a comprender cuánto han cambiado las cosas desde
nuestro acuerdo para que las cosas sean sólo divertidas. Las manos de Damien se mueven, tomando el
montón de papeles y apartándolos antes de sujetar mi cara a ambos lados, obligándome a mirarle. Mi
corazón se acelera, el pulso definitivamente se puede sentir en sus manos.

—Abigail, quiero ir a cualquier parte contigo. Dijiste que querías ser la tía guay y viajar y... consumir. —
Mi corazón se detiene con sus palabras, pero él sigue hablando—. Me consumes. No sé cómo lo has hecho,
pero me he enamorado locamente, profundamente, de ti. Cada momento de cada día es consumido por
pensamientos sobre ti, planeando el futuro, muriendo por estar contigo.

—Damien, yo... —No sé lo que voy a decir, pero no importa. Me interrumpe.

—Día a día, cariño. Nos tomamos esto día a día. Pero día a día, con la vista puesta en el futuro. Y ahora
mismo, ese futuro se parece a ti en un bikini rosa caliente en la playa de Bora Bora. ¿De acuerdo?

Sonrío porque ¿qué otra cosa puedo hacer?

—De acuerdo —digo.

Y entonces me besa, y no tengo espacio en la cabeza para pensar en nada más que en sus labios
sobre los míos.

Parece estar de acuerdo, y sus manos se deslizan por mis caderas y por debajo del enorme jersey
navideño que llevo, tirando de él por encima de mi cabeza. Al instante, sus manos se dirigen a mi cierre,
desabrochando mi sujetador y tirándolo a un lado también. Sus dedos se dirigen a la cintura de mis
leggings, tirando de ella y haciéndola chocar contra mi piel.

—Estos, fuera —dice y me pongo de pie, quitándomelos frenéticamente mientras veo cómo se quita su
propia ropa.

Dios, este hombre es jodidamente increíble. Duro en los lugares correctos, más duro en los mejores,
ese sendero feliz que lleva a mi lugar favorito de todos...

Está sentado en mi alfombra, con un montón de papeles a su alrededor, y decido que los necesito. Me
observa atentamente mientras me desengancho el pie de los leggings y los tiro a un lado antes de bajar al
suelo y arrastrarme hacia él.

—Jesús, rubia, joder, sí, eso está caliente —dice en una respiración baja y jadeante, y yo sólo sonrío,
arrastrándome hasta estar justo entre sus piernas—. ¿Qué estás...?

Mi mano se mueve hacia su dura polla, bombeándola lentamente mientras mantengo mis ojos en él,
lamiéndome los labios.

—Maldita sea —dice en voz baja.

Me inclino hacia delante, metiendo la cabeza en la boca y chupando, lamiendo el presemen que ya
gotea de él.

—¿Quieres eso? ¿Quieres mi polla, nena?

Las palabras son casi dulces, y su mano se dirige a mi cabeza, agarrando el sedoso coletero y
echándolo a un lado, con el cabello cayendo sobre mi hombro.

Me muevo más, presionando con mi lengua la parte inferior y gimiendo suavemente por su sabor. Me
concentro en sus manos en el cabello, en su respiración agitada, en el duro suelo sobre mis rodillas,
mordiendo de forma erótica mientras lo introduzco en mi boca hasta que toca el fondo de mi garganta.

—Eso es, nena, joder, sí —dice, y cuando levanto la vista, me está mirando fijamente, con la mano
sujetando el cabello que ha soltado con una mano—. Chúpame la polla como una buena chica.

Gimo ante sus palabras, y él gime cuando las vibraciones le recorren. Sólo el ruido me hace apretar,
me hace sentir vacía, necesitando mi propia forma de liberación. Muevo una mano hacia abajo,
separándome suavemente y sintiendo lo mojada que estoy. Mientras mi cabeza se inclina hacia abajo,
llevándolo tan profundo como puedo, rodeo mi clítoris, gimiendo cuando la cabeza de su polla golpea el
fondo de mi garganta.

—Joder, eso es, nena. Te metes los dedos en el coño mientras me chupas. Dios, puedo oír lo mojada
que estás. —Gimo, mirando de nuevo hacia él, y la forma en que sus ojos se fijan en mí me hace gemir de
nuevo.

—En realidad, a la mierda —dice, inclinándose hacia delante para que tenga que soltar su polla. Sus
manos pasan por debajo de mis axilas y me levanta, tirando de mí a lo largo de su cuerpo hasta que estoy
a horcajadas sobre él.

—Vas a montar mi polla hasta que hagas que me corra.

Mi cuerpo entra en modo de pánico.

¿Caliente? Sí.

¿Me aterra no tener la mitad de la habilidad que tiene Damien?

Por supuesto.

—Damien, yo...

—Basta. Nada suena más caliente que esto ahora mismo. —Su mano se mueve hacia mis caderas,
ayudándome a levantar, y la otra mano se mueve para alinear su polla con mi entrada—. Ahora, nena,
húndete.

Lentamente me muevo, llenándome de él, y Dios, estoy tan llena.

—Eso es, toma todo de mí.

Una vez que estoy sentada y llena hasta el fondo, rodeo mis caderas, gimiendo por la sensación.

—Oh Dios, joder, Damien. Eres tan profundo así. —Gimo, subiendo y bajando suavemente, tratando de
acostumbrarme al ángulo, al tamaño. Como siempre, está consumiendo todos mis pensamientos.

—Tranquila, nena, acostúmbrate a esto. Dios, eres jodidamente hermosa —dice, con las manos en mis
caderas sujetándome, una terrible y maravillosa tortura estar llena y no poder moverme.

—Quédate aquí hasta que te diga que te muevas.

Como siempre, mi cuerpo le hace caso.

Cuerpo traidor.

Sus manos suben desde mis caderas, rozando mi cintura, y continúan subiendo hasta que tiene un
pecho en cada mano. Un pulgar roza la carne hipersensible, y yo gimo, bajo y fuerte.

—Eso es, cariño. —Se inclina hacia delante, dejando que una mano pellizque y ruede y llevándose el
otro pezón a la boca. Me abalanzo sobre él, la sensación se dirige directamente a mi coño, donde me
aprieto, y él gime contra mi pezón antes de soltarlo.

—Uh uh, Abigail. Quédate jodidamente quieta. —Sus ojos se clavan en los míos, pero puedo sentir
cómo se retuerce dentro de mí, muriéndose por más, de la misma manera que yo.

Sonrío, apretándolo, gimiendo suavemente.

—Jesucristo —dice en voz baja, como una oración real.

Sonrío y repito el movimiento, gimiendo de nuevo. Esta vez, sus dedos hacen rodar mi pezón con
dureza como respuesta.

—Bien, tú ganas —dice, y yo vuelvo a sonreír.

—Creo que me gusta estar aquí arriba —digo.

—Incluso cuando estés encima, rubia, recuerda que yo tengo el control. Ahora toma la polla de tu
hombre.

Quiero discutir.

Quiero burlarme de él.

Pero ahora mismo, estoy llena de Damien, y mi clítoris está palpitando, así que me muevo, rechinando
mi clítoris en su hueso pélvico mientras me muevo encima de él.

—Recuéstate —me ordena, y yo le hago caso, recostándome y moviendo las piernas entre el mar de
papel de regalo mientras lo hago.

—Oh, Dios —gimo, incapaz de controlarme. El ligero cambio de ángulo le hace rozar mi punto G de la
forma más insoportable—. ¡Joder, Damien! —muevo las manos hacia atrás para apoyarme, apoyándome en
sus muslos mientras subo y vuelvo a bajar lentamente—. ¡Mierda!

—Eso es, nena. Fóllame. Monta mi polla como una buena chica.

—¡Damien, mierda, Dios!

—Sigue adelante —dice, moviendo el cabello detrás a mi espalda y luego llevando su mano a mi
cuello, sujetándome allí con suavidad—. Lo estás haciendo jodidamente bien, Abigail. Tomando todo de mí,
montándome.

—Damien, no puedo... —La presión es insoportable, la sensación me domina. Me estoy volviendo loca,
el placer se apodera de todo mi cuerpo, pero de una manera indómita que tiene mis emociones en una
montaña rusa.

—Puedes hacerlo. Mírame, cariño. Más fuerte. Fóllame más fuerte. —Hago lo que me pide, levantando
y bajando con más firmeza, y otro gemido cae de mis labios, mis ojos se cierran para tratar de
concentrarse—. No. Mírame a los putos ojos cuando me tomes. —Los abro, moviéndome hacia arriba y
luego hacia abajo, su mano apretando mi garganta, lo único que me mantiene con los pies en la tierra.

—Eres mía. No lo pongas en duda, nunca. Mía, Abigail, ¿me entiendes? Lo que quieras, lo pides y es
tuyo. —Un pequeño gemido sale de mis labios, pero sigo mirando, sigo moviéndome—. Dios, estoy tan
jodidamente orgulloso de ti, llevándome así. Manteniendo la calma. Tan jodidamente bonito, Abigail
.
—Damien —gimoteo, con la necesidad de correrme.

—¿Qué necesitas, cariño? Cualquier cosa, te la daré.

—Tú. Te necesito. Necesito venirme. Oh, Dios, Damien. Es demasiado. ¡Joder!

—Me ocuparé de ti —dice, y entonces la mano que no está en mi garganta abandona mi cadera,
deslizándose hacia dentro. Sus dedos se mueven entre nosotros, imitando el movimiento que hice aquella
primera vez, sintiendo donde su polla desaparece dentro de mí—. Dios, esto es tan jodidamente bonito,
verte tomar todo de mí. —Se lame los labios, con los ojos fijos, enviando otra oleada de calor y necesidad a
través de mí mientras lo aprieto—. ¿Debo dejar que te corras?

Sigo moviéndome, ahora más frenéticamente, sin ritmo ni patrón.

—¡Sí, por favor, Dios!

—Bien, nena, te tengo —dice, y entonces su mano se mueve, el pulgar rozando mi clítoris y dándome
el último estímulo que necesito para destrozarme, gritando su nombre.

La mano en mi cuello presiona mientras intento desplomarme sobre él mientras me corro,
manteniéndome inclinada hacia atrás mientras sigo moviendo las caderas, follándolo.

—Eso es, llévame contigo —dice, y me muevo, follándolo mientras me corro y me corro, el mundo se
vuelve negro y mi mente se vuelve confusa.

Y justo cuando creo que voy a perder el control, a desmayarme o a empezar a llorar o a
desmoronarme, él gime, un brazo envuelve mi espalda y me tira hacia él mientras empuja hacia arriba,
llenándome profundamente y corriéndose dentro de mí.

Nos quedamos tumbados durante largos minutos, los dos sudados y jadeantes en el suelo de mi salón.

—¿Y qué hay de ese tipo de cardio? ¿También estamos en contra de eso? —dice, y levanto la cabeza
para ver una sonrisa infantil en sus labios.

—Cállate, Damien —digo, derrumbándome de nuevo, pero besando su cuello. Su mano mueve mi
cabello hacia un lado, besando la piel que deja al descubierto.

—Feliz Navidad, Abigail. Te amo —dice, su voz ahora es genuina y dulce. Intento moverme, mirarle,
pero su brazo me encierra, apretando mi cuerpo contra el suyo.

Así que, con el consuelo de no tener sus ojos sobre mí, respondo.

—Yo también te amo, Damien. Gracias por una Navidad increíble.

EPÍLOGO
23 de diciembre
Abbie


Hoy es la fiesta de Navidad.

Tres años después de la fiesta de Navidad.

Esta fiesta de Navidad sigue siendo en el Rockefeller Center, en Rainbow Room, repleta de abogados y
empleados y amigos y familiares.

Este año, conozco a todos los que estarán allí. Los he conocido a todos. He comido con todos ellos. Me
he reído con todos ellos.

Richard no es uno de ellos.

Le dejaron marchar (aunque en sus redes sociales se jactaba de que lo había dejado, claro, según
algunas personas con las que he hablado) antes de empezar el nuevo año, ese primer año y no le he vuelto
a ver desde la fiesta.

La familia laboral de Damien se ha convertido en mi familia, en cierto modo.

Y ahora estoy aquí, lista para irme, sentada en el borde de la cama mientras paso la delicada correa
de mi zapato por la hebilla antes de asegurarla, me pongo de pie y aliso mis manos por el vestido que
llevo.

El vestido es impresionante.

Apretado y brillante y tan jodidamente yo, que de hecho me tomé un descanso en el trabajo sólo para
probármelo tan pronto como llegó en un nuevo envío.

La perfección.

Damien aún no lo ha visto, y no puedo esperar a ver su reacción.

Lo que debería ser justo sobre...

Llaman a la puerta del dormitorio.

La puerta de nuestro dormitorio, desde hace unos dos años.

—Entra —digo, volviéndome hacia la puerta. Se abre y Damien entra con su esmoquin, con sus finos
zapatos negros golpeando el suelo de madera.

Mi maldito hombre.

La sal y la pimienta ha crecido, arrastrándose hacia sus sienes de una manera que no puedo evitar
tocar cada vez que estamos juntos, y las líneas de la risa cerca de sus mejillas se han profundizado, pero
nunca me ha parecido más sexy.

Me muevo, ladeando la cadera y llevando las manos a los lados antes de sonreírle.

—¿Qué te parece?

Hubo un tiempo en el que lo hacía de forma autoconsciente. En el que pedía porque necesitaba la
seguridad, necesitaba saber que me querían, que me adoraban, que me amaban.

Ya no.

No pasa un solo día en el que Damien no me diga que soy preciosa. No me murmura al oído que soy la
mujer de sus sueños, no encuentra la forma de tocarme, de deslizar sus manos por las curvas e intentar
acercarse.

Sé sin duda que este hombre me devoraría si pudiera.

—Jesús, rubia —dice, acercándose un paso hasta quedar justo delante de mí. Levanto la cabeza para
mirarle, y su mano se mueve para rodear mi cuello como a él le gusta hacer. Presiona ligeramente,
sintiendo mi pulso bajo su mano.

No mira el vestido cuando habla a continuación.

—Nunca he visto nada más bonito en mi vida —susurra en mis labios mientras su otra mano recorre el
satén de mi cadera, acercándome.

—No tenemos tiempo, Damien —digo, con una pequeña sonrisa que oculta el hecho de que ya estoy
palpitando por él.

—Podemos hacer tiempo, rubia.

—Después —digo, con la voz entrecortada—. Estaré achispada, llena de alegría navideña, y podrás
salirte con la tuya.

Él sonríe con esa sonrisa tortuosa.

—Podrías estar llena de mí ahora mismo.

—Damien —susurro— mi cabello. Mi maquillaje.

—Sabes que te quiero despeinada, rubia.

—Damien.

Da un paso atrás, dejándome con frío y casi tropezando con la incapacidad de sostener el peso de mi
propio cuerpo. Sus manos bajan por mis brazos, agarrando mis muñecas y sonriendo mientras espera a
que me estabilice sobre mis pies.

A él también le encanta esto, verme agotada por su culpa.

—Tienes razón. No tenemos tiempo.

Frunzo la nariz en señal de frustración, de naturaleza sexual, y él se ríe. Una mano se mueve, rozando
suavemente mi cuello y empujando mi cabello por detrás del hombro.

—Falta algo —dice. Su pulgar acaricia la hendidura entre mis clavículas.

—Es una declaración —digo, señalando el extravagante escote corazón.

—Espera —dice y luego mete la mano en el bolsillo, tomando algo.

Una caja.

Una caja azul atada con cinta blanca.

—La Navidad no es hasta dentro de dos días, Damien —digo con un susurro.

—Esto no es un regalo de Navidad, naranja —dice, con la voz igual de baja. Me pone la caja en las
manos y la agarro con suavidad.

—Damien…

—Me encanta mimarte. No me lo estropees —dice, y yo pongo los ojos en blanco. Aun así, muevo la
mano hacia la caja, tirando del lazo blanco. No es un anillo.

Lo sé.

Hemos acordado cuatro años, cuatro años juntos, cuatro años de salir y vivir juntos y disfrutar de esta
fase antes de pasar a la siguiente.

Tengo un año más para disfrutar de ser su novia.

Ni siquiera es la caja del tamaño adecuado para un anillo, Abbie, me recuerdo a mí misma, porque
aunque sé hasta el alma que este hombre será mi marido algún día, sería una mentirosa si dijera que no
estoy interesada en acelerar nuestro plan de cuatro años.

Pero todo eso vuela de mi mente cuando levanto la tapa y veo una delicada cadena de plata. Una
delicada cadena de plata con un gigantesco diamante rosa justo en el centro. El color es pálido, un tenue
rosa claro, pero aun así: es un diamante rosa.

Jadeo.

—Dios mío, Damien —respiro, mis manos tiemblan al tocar el platino, con miedo a tocar la piedra.

—¿Te gusta? —pregunta, y su voz es tímida, como la de un niño pequeño. Como si estuviera ansioso
de que no me guste—. Damien... ...es... Esto es demasiado.

—¿Te gusta? —Pregunta, con la voz más firme.

—Por supuesto que me gusta. Míralo. Es... rosa. Y brillante y bonito —digo, y él se ríe, me quita la caja
de la mano, toma el collar y tira la caja a un lado.

—¡Damien!

—Es una caja.

—¡Es una caja de Tiffany's! Me la iba a quedar.

—Te compraré más, rubia —dice en un murmullo bajo, girándome hasta que está a mi espalda y puedo
verlo detrás de mí en el espejo.

Deshace el cierre del collar, moviéndose para colocarlo en mi cuello y luego, hace el cierre detrás de
mí. Por último, mueve sus manos para apartar mi cabello de la cadena antes de apretarme con fuerza.
Entonces ambos miramos la imagen que tenemos delante en el espejo.

—Hermoso —dice, una mano en mi cintura, la otra rozando la gema hasta que se centra en mi pecho
—. Jodidamente magnífico.

—Es tan bonito, Damien. Es demasiado, pero tan bonito.

Su mano se dirige a mi barbilla, sujetándola.

—Estaba hablando de esto. De ti, Abigail. —Un escalofrío me recorre. Su mano se dirige de nuevo al
diamante—. Esta noche, voy a follarte llevando sólo esto. —Mi respiración se entrecorta y sus ojos recorren
la línea de mi cuerpo en el reflejo, deteniéndose en mis zapatos—. Dos cosas, en realidad. Esos zapatos y
este diamante.

Le sonrío.

—Sabía que te gustarían —digo.

—Me conoces mejor que nadie, naranja. —Sus labios presionan mi cabello, y hago una foto mental del
reflejo, deseando que fuera una cámara de verdad—. Vamos.


Horas más tarde, estamos sentados en una gran mesa de Rainbow Room con un impoluto mantel
blanco, acabando de comer una cena insoportablemente deliciosa, cuando se oye un tintineo de metal
sobre cristal.

Es el momento del discurso anual de Simon.

—¡Silencio, silencio! —dice desde el frente, sosteniendo un micrófono prestado por el DJ—. Gracias a
todos por venir una vez más a esta celebración de Schmidt and Martinez. Ha sido otro año increíble de
ayuda y servicio a la justicia, y me siento honrado de teneros a todos a mi lado para hacerlo. —Hay vítores
y una silbatina de la multitud—. Cada año, me pongo de pie aquí y hago lo mío, felicitando a todos ustedes
en esta gran y ecléctica familia. Y cada año, les recuerdo que soy yo quien se encarga de esta tarea porque
a mi compañero, Damien, no le gustan los discursos grandilocuentes y demás.

Giro la cabeza hacia mi hombre y le sonrío de forma burlona, lanzando un codo en su dirección.

Me guiña un ojo, con una sonrisa impresionante como siempre.

—Pero este año es un poco diferente —dice Simon, y mis ojos que ya están en Damien se estrechan,
confundidos.

Y entonces se pone de pie.

Se levanta y se ajusta la chaqueta del traje, abotonándola en el centro, la pajarita rosa claro en el
cuello.

Y se acerca a Simon.

Y toma el micrófono.

Mi novio, desde hace tres años, está de pie frente a una sala de empleados en la fiesta de Navidad de
su empresa, en Rainbow Room, en lo alto del Rockefeller Center, y sostiene un micrófono.

—Gracias, Simon. Sí, esto no suele ser lo mío, pero tenemos a todo el mundo aquí, y es un lugar
precioso, así que pensé que no os importaría. —Mis manos empiezan a temblar.

—Abigail, naranja, ¿puedes subir aquí? —Mi cuerpo empieza a temblar.

—¿Yo? —digo, mi voz es un susurro, pero él me oye. Me oye y suelta una carcajada, la habitación se
hace eco del sentimiento.

Esto va a pasar, ¿no?

Mierda.

—Sí, tú. Ven —dice, extendiendo un brazo hacia mí.

No sé cómo, pero me pongo en pie, mis tacones chocan con el suelo de mármol mientras subo hasta
situarme al lado de Damien. Toma mi mano entre las suyas, todavía con ese maldito micrófono en la mano,
y le miro a los ojos, pero algo detrás de él me llama la atención.

Miro y se me corta la respiración.

Mi hermana está allí, contra la pared, oculta en las sombras con un vestido verde oscuro, su marido de
pie junto a ella con la mano en la cintura.

Mi hermana está aquí.

Sonríe enormemente, dándome un pulgar hacia arriba.

Vuelvo a mirar a Damien, que aparta el micrófono, sus siguientes palabras son sólo para mí.

Una comodidad.

—Pensé que la querrías aquí para esto —dice en un susurro bajo.

Yo respiro.

Es todo lo que puedo hacer.

Mierda, voy a llorar y apenas ha dicho nada.

—Así que muchos de ustedes probablemente saben, sobre todo porque estuvieron allí, que Abigail y yo
nos conociéramos y empezamos a salir fue una mezcla de casualidad y... caos.

—¡VENGANZA! —Grita una voz desde el fondo de la sala, y aunque mi cabeza gira en esa dirección, no
hace falta.

Conozco esa voz.

Reconocería esa voz si estuviera en una turba de Black Friday y susurrara mi nombre.

Cam está de pie en el fondo de la sala, con un precioso vestido negro que resalta sus curvas y Kat de
pie junto a ella, de rojo, dándole una palmada en el brazo.

Mis mejores amigas.

—Sí, pensé que los querrías aquí también —dice Damien para mis oídos de nuevo—. Así que no fue
tradicional. Pero en cuanto conocí a Abigail, creo que una parte de mí supo que estaba hecha para mí. —Se
vuelve hacia mí, con su mano apretando la mía—. Eres amable y emocionante y haces unas albóndigas de
muerte.

—Son la receta de Hannah —digo en un susurro sorprendido, y oigo a Hunter ahogar una carcajada,
pero cuando mis ojos vuelven a dirigirse a él, Hannah le está dando una bofetada.

Cuando vuelvo a mirar a Damien, está de rodillas.

—Están hechas por ti. Cuidas de mí, cuidas de cualquiera que te deje, en realidad. Crees que el color
puede cambiar el mundo y lo demuestras, una persona a la vez, cada día. Me mantienes con los pies en la
tierra y cantas demasiado alto en los conciertos y, sinceramente, hay una pequeña parte de mí que está
haciendo esto hoy porque creo que, si no lo hago, tú y tus chicas podríais elaborar algún tipo de plan que
incluya que entre en el trabajo cubierto de escarcha fina o que descubra que toda mi ropa está un cuarto
de pulgada más ajustada.

Mis ojos se abren de par en par ante su rara, pero no inaudita, referencia a mis días de venganza y
oigo un:

—¡Claro que sí! —de la galería de cacahuetes del fondo.

Señor dame fuerza con mis malditas amigas.

—Querías algo grande —dice, el micrófono a un lado, sin captar del todo las palabras.

—¡No lo hacía! —Digo en un susurro silencioso.

—Eres una maldita mentirosa, Abigail Amelia Keller. Quieres algo grande, quieres brillo y quieres
extravagancia. No en precio, sino en amor y adoración. Y aquí mismo, ahora mismo, estoy prometiendo
pasar el resto de mi vida dándote eso. Di que sí y te haré sentir amada y apreciada hasta mi último aliento.
Di que sí y te ayudaré a pintar el mundo de rosa. Di que sí y nos consumiremos mutuamente para siempre.
Seremos los tíos geniales, y viajaremos y exploraremos, y serás mía y sólo mía. Estoy absolutamente loco
por ti. Eres mi sol y mi luna y yo seré el tuyo. Me consumes por completo.

Sus palabras son tan parecidas a las que susurré en una habitación oscura de una pequeña casa de
campo en mi ciudad natal antes de que estuviéramos cerca de esto.

Pero siempre fuimos así, ¿no?

Siempre fuimos el sol y la luna y el amor que todo lo consume.

—Di que sí, Abbie —dice, con su mano apretando la mía, y sólo ahora veo la caja negra abierta que
debe haber escondido en alguna parte y que contiene un anillo de platino y un diamante rosa.

Simple pero fabuloso.

Todo yo.

—Sí —es todo lo que puedo sacar de mi garganta que se estrecha inexplicablemente.

Son lágrimas, por supuesto.

Lágrimas gigantes, de niña, de cuerpo, pero esas van a arruinar mi maquillaje frente a toda una sala
llena de poderosos abogados de derecho de familia de Nueva York y puede que sea dramática, pero no lo
soy tanto.

Pero no hay que temer, Damien escucha mi palabra, se levanta rápidamente y me envuelve en sus
brazos, sabiendo lo mucho que odiaría que todos vieran eso.

El hombre me conoce hasta la médula.

—Gracias, naranja. No te arrepentirás —me dice en el cabello como si le estuviera haciendo un favor. Y
eso es lo que me pone en marcha.


—Mentí —me susurra Damien al oído cuando estamos bailando, después de haber pasado la última
hora aceptando felicitaciones y chillando con mi hermana y mis mejores amigas. Cami y Kat me arrastraron
al baño, teniendo ya a mano mi estuche de maquillaje para arreglarme la cara después de mi gran fiesta de
lágrimas en el esmoquin del pobre Damien, y le di una palmada en el brazo a mi hermana por no haberme
dicho que estaría aquí. Y ahora por fin nos dan espacio e intimidad mientras suena una suave canción
navideña, y él me abraza mientras nos balanceamos.

—¿Qué? —Pregunto, y por un momento, mi corazón se detiene por el pánico.

Pero entonces recuerdo que Damien nunca me haría cuestionar nada entre nosotros, nunca.

—He mentido antes sobre lo que quiero que lleves esta noche. —Mi frente se junta, confundida.

—El vestido no es...

—El vestido es espectacular. Pero esta noche, cuando estemos en casa, voy a follar contigo llevando
ese collar, esos zapatos y tu anillo. —Miro mi mano sobre su pecho, las uñas con punta de color rosa, el
flamante anillo centelleando en las luces.

—Trato hecho —digo con una sonrisa.

AGRADECIMIENTOS


Nunca he escrito uno de estos: se sienten raros y estoy segura de que me olvidaré de un millón de
personas porque eso es lo que hago y luego mi ansiedad se apodera de mí, por lo que generalmente lo
omito.
Pero este es el octavo libro que escribo en solo un año, publicado casi exactamente un año después de
la publicación de mi primer libro y aunque ese primer libro se publicó con poca fanfarria y con el apoyo de
solo las pocas personas que sabían de su existencia, ese ya no es el caso. Así que, aquí vamos.
En primer lugar, gracias Alex. Te dedico todos los libros porque eres mi propio novio personal de libros
hecho realidad. Gracias por creer en mí hace ocho años antes de que pudiera ver mis propios sueños.
Siguiente: Ryan, Owen y Ella. De hecho, espero que nunca vean este agradecimiento, pero si lo hacen,
por favor, cierren este libro y nunca hablen de él. Pero gracias por dejarme ser su mamá, por dejarme vivir
mi sueño.
Gracias Emily. Gracias por dejarme enviarte un mensaje de texto puro caos y no decirme que es un
caos, en cambio, escuchar mis notas de voz desquiciadas y obligarme a escribir lo que sea. Siempre estaré
agradecida por ti y no puedo esperar para conocer a tu pequeño frijol.
Gracias a Lindsey, la mejor PA del mundo que toma mis textos psicóticos y notas de voz y les da
sentido y nunca me dice que me calle.
Gracias Norma Gambini por tomar mi lío lleno de errores tipográficos y agregar un millón de comas.
Eres un ángel.
Gracias Ashley Santoro por traer una vez más mi visión a la vida con esta hermosa portada.
Gracias a mis lectores sensibles, Shani, Blanca y Marissa, que me ayudaron a asegurarme de presentar
esto con amabilidad en mente.
Gracias a mis ARC beta que reciben esta historia y señalan los errores tipográficos sin tenerlos en mi
contra.
Gracias a mi equipo ARC, las verdaderas estrellas de cualquier indicio de éxito que recibirá este libro.
Aceptas mis locas historias, las lees y las compartes con el mundo. No puedo agradecerte lo suficiente.
Gracias a Booktok, sí, todo el maldito asunto porque sin ti, todo esto sería una quimera. Gracias por
soportar mis videos vergonzosos, encontrar gemas, dar me gusta, compartir y leer mis libros. Me hace
llorar si pienso demasiado en lo mucho que has cambiado mi vida.
Pero sobre todo: gracias, querido lector. Cuando empecé a escribir, era un sueño loco y delirante en el
mejor de los casos. Tenía una historia que me quedó grabada durante años y, de verdad, solo necesitaba
sacármela de la cabeza. Desafortunadamente (o afortunadamente) nuevos personajes e historias tomaron
su lugar, pero estoy feliz de estar aquí, escribiendo contigo, para ti.
Así que sí. Gracias. Desde el fondo absoluto de mi corazón. Los amo a todos.



ACERCA DE LA AUTORA


Morgan es una niña de Jersey nacida y criada, que vive allí con sus dos hijos, su hija pequeña y su esposo
mecánico. Es adicta al espresso helado, las patatas fritas a la barbacoa y las gominolas Starburst. Por lo
general, tiene los auriculares puestos, escuchando algún audiolibro picante o Taylor Swift. Rara vez hay un
término medio.

Escribir ha sido su vocación desde que tiene memoria. Hay una 'página uno' enmarcada de un libro que
escribió a los siete años que cuelga en la casa de su infancia para probar el punto. Toda su vida ha
elaborado historias en su mente, rogando que la liberaran, pero no fue hasta hace poco que finalmente les
dio las riendas.


Notas
[←1]
Escrito en español originalmente.
[←2]
Escrito en español originalmente.
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Escrito en español originalmente.
[←4]
Escrito en español originalmente.
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Escrito en español originalmente.
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Escrito en español originalmente.

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